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LA IDENTIDAD DE MATÍAS LENG

Matías Leng Fernández siempre había


dudado de su identidad porqué las criadas
de su familia comentaban que no era hijo de
sus padres y que se parecía a una sirvienta
que había trabajado en su casa y cuya
fotografía, guardada en un arcón del sótano,
habían descubierto durante una limpieza
general.

Un día, era jueves y llovía, Matías decide


buscar su identidad en el registro civil y
antes de marchar se despide de su madre.

– Me voy a un recado, mamá.

La madre le contesta distraída:

– ¿A dónde vas ir? Hace mucho calor para


andar por la calle.

– Voy en busca de mi identidad, mamá.


– No tardes hijo y procura encontrarla
enseguida. Hoy hay paella para comer y ya
sabes que es un plato que conviene comerse
caliente. Y a propósito: ¿Esa amiga de la
que hablas no es la qué se fue a Tailandia?

– No, mamá. Mi amiga, que se llama


Felicidad, fue a buscarse a sí misma.

– ¿Y se encontró?

– Es posible que sí. Hace más de un año


que sólo manda mensajes por el móvil y
eso es señal de que se encuentra bien.
Además ya le ha vencido el período de
excedencia que tenía en su empresa y eso
no ha parecido importarle demasiado.
Mamá estoy muy a gusto hablando contigo
pero tengo algo de prisa. Hasta la vista.

– Hasta luego hijo y acuérdate de lo que te


dije sobre la paella.
En la ventanilla del Registro Civil había
una cola muy grande. Casi todas las
personas eran extranjeros que buscaban
documentos para regularizar su situación.

Cuando llegó el turno al buscador de su


identidad, éste le dijo a la señorita que
atendía en la ventanilla:

– Quiero saber si existo.

– ¿Cómo se llama?

– Matías Leng Fernández.

Los dedos de la empleada teclearon en el


ordenador. Luego la muchacha, que era
pelirroja pero con gafas, levantó su triste
mirada hacia el presunto Leng, y le dijo.

– En el ordenador no consta.

– ¿Ha mirado bien?


– Si, encuentro los datos de 12 varones
apellidados Leng, pero entre ellos no hay
ningún Matías. ¿Conoce usted a esos doce
hombres?

– ¿Tienen los nombres de los doce


apóstoles de Jesús?

La chica comprobó de nuevo la pantalla del


ordenador y luego dijo asombrada: Sí.
¿Quiénes son?

– Mis doce hermanos mayores, yo soy el


decimotercero hijo de mis padres, por eso
me llamo Matías, como el discípulo número
trece de Cristo que fue el que sustituyó a
Judas Iscariote tras la traición de éste.

– Una última pregunta –Dijo la chica algo


intrigada. - ¿Cómo se hubiera llamado el
decimocuarto hijo de sus padres?

– No iba a ser hijo sino hija pero nació


muerta y se iba a llamar María Magdalena.
Pero volviendo a lo mío: ¿Está usted segura
de que no existo?

– Segurísima, si no consta en el ordenador


es que usted no existe.

– ¿Entonces quien soy yo?

– Eso no es de mi incumbencia. Si tiene


problemas de identidad debe dirigirse a un
sicólogo o a un siquiatra pero no vaya a los
de la seguridad social porqué al no constar
en mi fichero tampoco constará en los
suyos. Siga mi consejo y acuda un sicólogo
privado. Que pase el siguiente.

Por curiosidad, Matías se quedó a ver la


solución que le daban al magrebí que estaba
detrás de él en la cola: un hombre muy
obeso que sudaba mucho.

– ¿Cómo se llama? - Le pregunto la


pelirroja.
– Sidi Mohamed Alí Ben Yusuf Mustafá.

– Ese nombre tan largo no cabe en ningún


fichero informático. ¿No tiene uno más
corto?

– Bueno... Mis amigos españoles me llaman


El Gordo.

La chica consultó en su ordenador, y dijo

– En el Ordenador constan algunas personas


apellidadas Gordo, pero ninguna se llama
El. ¿Puede demostrar con algún documento
que se llama El Gordo?

– No, pero a la vista está que lo soy. Peso


más de 150 kilos.

– Sus problemas de sobrepeso no me


incumben, si eso le preocupa deberá ir a la
consulta del endocrinólogo del seguro de
enfermedad.

– Ya fui.
– Y...

– Me dijo que si no tenía papeles no me


podía atender y por eso estoy aquí. ¿Y
ahora qué hago?

– Aquí todo está previsto. ¿Ve usted la cola


de la derecha?

– ¿Ésa tan larga?

– Es la cola de incidencias. Allí le


intentarán arreglar su problema. Buenas
tardes. Que pase el siguiente.

Cuando Matías llegó a su casa el arroz


estaba frío y su madre enfadada.

Al día siguiente Matías Leng fue a un


sicólogo particular.

– Túmbese en ese diván. –Le dijo el


profesional: un señor de mediana edad,
aspecto amable y de apellido Retuerta.
<

– No estoy cansado.

– Es la costumbre. Túmbese.

Matías se tumbó

¿Cómo se llama? - Le preguntó el sicólogo.

– No lo sé.

– Ya empezamos – Contestó Retuerta.

– No, ya terminamos –dijo Matías, algo


enfadado y luego añadió, levantándose: ¿Le
debo algo?

– Los colegios profesionales de sicólogos y


las asociaciones de prostitutas… viendo
que sus clientes suelen ser los mismos, –
contestó Retuerta – han decidido unificar
sus tarifas. Son cuarenta y cinco euros y la
cama, pero le perdono la tarifa de la cama
porque apenas la ha usado.
El presunto Matías Leng salió de la
consulta del sicólogo y se presentó en mi
casa.

- Amigo, –me dijo tras contarme su


historia– No sé quién soy.

- Yo te lo voy a decir. Eres el


protagonista de algunos de mis cuentos.

Matías Leng Fernández abandonó mi casa


bastante contento.

Supongo que nos volveremos a encontrar.

CORREGIDO En marzo de 2023


COMPILACIÓN

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