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Desde los primeros días de la niñez nos enseñan a venerar la absoluta soberanía del gran

sér por quien somos, y de quien pende justamente todo gobierno. No se necesitan mas de estas

sencillas reflexiones, para convencernos de la grandísima obligación que tenemos todos de amar

y de respetar el gobierno establecido por el mismo Dios, para hacernos felices. Ser de la clase

que fuese el sistema gobernativo adoptado por nuestros mayores, se debe mirár como una

institución divina dictada por la justicia natural, y autorizado por la experiencia común de

aquellos á quienes debémos lo mas precioso de nuestra (?) existencia. No habría un crimen mas

torpe y detestable como el de preceder, fuese del modo que fuese, contradecir ó despreciar un

establecimiento digno de mirarse como sagrado, por ser el fundamento patriótico del bien

común. Solo la ignorancia mas estúpida y la malicia mas feróz, pueden inspirár dictámenes

contrarios a la estimación y respeto que merece el plan gobernativo bajo del cual hemos nacido.

La libertad de discurrir sobre las respectivas utilizades


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