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Hist oria del Tiem po www.librosm ar avillosos.

com St ephen Hawking

1 Preparado por Pat ricio Barros


Hist oria del Tiem po www.librosm ar avillosos.com St ephen Hawking

Agr a de cim ie n t os

Decidí escribir una obra de divulgación sobre el espacio y el t iem po después de


im part ir en Harvard las conferencias Loeb de 1982. Ya exist ía una considerable
bibliografía acerca del universo prim it ivo y de los aguj eros negros, en la que
figuraban desde libros m uy buenos, com o el de St even Weinberg, Los Tres Prim eros
Minut os Del Universo, hast a ot ros m uy m alos, que no nom braré. Sin em bargo,
sent ía que ninguno de ellos se dirigía realm ent e a las cuest iones que m e habían
llevado a invest igar en cosm ología y en la t eoría cuánt ica: ¿de dónde viene el
universo? ¿Cóm o y por qué em pezó? ¿Tendrá un final, y, en caso afirm at ivo, cóm o
será? Est as son cuest iones de int erés para t odos los hom bres. Pero la ciencia
m oderna se ha hecho t an t écnica que sólo un pequeño núm ero de especialist as son
capaces de dom inar las m at em át icas ut ilizadas en su descripción. A pesar de ello,
las ideas básicas acerca del origen y del dest ino del universo pueden ser enunciadas
sin m at em át icas, de t al m anera que las personas sin una educación cient ífica las
puedan ent ender. Est o es lo que he int ent ado hacer en est e libro. El lect or debe
j uzgar si lo he conseguido.
Alguien m e dij o que cada ecuación que incluyera en el libro reduciría las vent as a la
m it ad. Por consiguient e, decidí no poner ninguna en absolut o. Al final, sin em bargo,
sí que incluí una ecuación, la fam osa ecuación de Einst ein, E= m c2 . Espero que est o
no asust e a la m it ad de m is pot enciales lect ores.
Apart e de haber sido lo suficient em ent e desafort unado com o para cont raer el ALS, o
enferm edad de las neuronas m ot oras, he t enido suert e en casi t odos los dem ás
aspect os. La ayuda y apoyo que he recibido de m i esposa, Jane, y de m is hij os,
Robert , Lucy y Tim m y, m e han hecho posible llevar una vida bast ant e norm al y
t ener éxit o en m i carrera. Fui de nuevo afort unado al elegir la física t eórica, porque
t odo est á en la m ent e. Así, m i enferm edad no ha const it uido una seria desvent aj a.
Mis colegas cient íficos han sido, sin excepción, una gran ayuda para m í.
En la prim era fase «clásica» de m i carrera, m is com pañeros y colaboradores
principales fueron Roger Penrose, Robert Geroch, Brandon Cart er y George Ellis.
Les est oy agradecido por la ayuda que m e prest aron y por el t rabaj o que realizam os
j unt os. Est a fase fue recogida en el libro The Large Scale St ruct ure of Spacet im e,

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que Ellis y yo escribim os en 1973. Desaconsej aría a los lect ores de est e libro
consult ar esa obra para una m ayor inform ación: es alt am ent e t écnica y bast ant e
árida. Espero haber aprendido desde ent onces a escribir de una m anera m ás fácil de
ent ender.
En la segunda fase «cuánt ica» de m i t rabaj o, desde 1974, m is principales
colaboradores han sido Gary Gibbons, Don Page y Jim Hart le. Les debo m ucho a
ellos y a m is est udiant es de invest igación, que m e han ayudado m uchísim o, t ant o
en el sent ido físico com o en el sent ido t eórico de la palabra. El haber t enido que
m ant ener el rit m o de m is est udiant es ha sido un gran est ím ulo, y ha evit ado, así lo
espero, que m e quedase anclado en la rut ina.
Para la realización de est e libro he recibido gran ayuda de Brian Whit t , uno de m is
alum nos. Cont raj e una neum onía en 1985, después de haber escrit o el prim er
borrador. Se m e t uvo que realizar una operación de t raqueot om ía que m e privó de
la capacidad de hablar, e hizo casi im posible que pudiera com unicarm e. Pensé que
sería incapaz de acabarlo. Sin em bargo, Brian no sólo m e ayudó a revisarlo, sino
que t am bién m e enseñó a ut ilizar un program a de com unicaciones llam ado Living
Cent er ( “ cent ro vivient e” ) , donado por Walt Wolt osz, de Words Plus I nc., en
Sunnyvale, California. Con él puedo escribir libros y art ículos, y adem ás hablar con
la gent e por m edio de un sint et izador donado por Speech Plus, t am bién de
Sunnyvale. El sint et izador y un pequeño ordenador personal fueron inst alados en m i
silla de ruedas por David Mason. Est e sist em a le ha dado la vuelt a a la sit uación: de
hecho, m e puedo com unicar m ej or ahora que ant es de perder la voz.
He recibido m últ iples sugerencias sobre cóm o m ej orar el libro, aport adas por gran
cant idad de personas que habían leído versiones prelim inares. En part icular, de
Pet er Guzzardi, m i edit or en Bant am Books, quien m e envió abundant es páginas de
com ent arios y pregunt as acerca de punt os que él creía que no habían sido
explicados adecuadam ent e. Debo adm it ir que m e irrit é bast ant e cuando recibí su
ext ensa list a de cosas que debían ser cam biadas, pero él t enía razón. Est oy seguro
de que est e libro ha m ej orado m ucho gracias a que m e hizo t rabaj ar sin descanso.
Est oy m uy agradecido a m is ayudant es, Colin William s, David Thom as y Raym ond
Lafiam m e; a m is secret arias Judy Fella, Ann Ralph, Cheryl Billingt on y Sue Masey; y
a m i equipo de enferm eras. Nada de est o hubiera sido posible sin la ayuda

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económ ica, para m i invest igación y los gast os m édicos, recibida de Gonville and
Caius College, el Science and Engineeering Research Council, y las fundaciones
Leverhulm e, McArt hur, Nufield y Ralph Sm it h. Mi sincera grat it ud a t odos ellos.

St ephen Hawking
20 de Oct ubre de 1987

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Pr ólogo 1

Yo no escribí un prólogo a la edición original de Hist oria del Tiem po. Eso fue hecho
por Carl Sagan. En cam bio, escribí un pedazo cort o t it ulado " Reconocim ient os" en la
que m e aconsej aron que agradeciera a t odos. Algunas de las fundaciones que m e
habían dado apoyo no est uvieron m uy agradecidos de haber sido m encionados, sin
em bargo, t am bién porque llevó a un gran aum ent o en aplicaciones.
Yo pienso que nadie, m is publicadores, m i agent e, o yo, esperó que el libro hiciera
algo com o lo que hizo. Est uvo en la list a de best - seller del London Sunday Tim es
durant e 237 sem anas, m ás que cualquier ot ro libro ( al parecer, no se cuent an la
Biblia y Shakespeare) . Se ha t raducido en algo así com o cuarent a idiom as y ha
vendido aproxim adam ent e una copia para cada 750 hom bres, m uj eres, y niños en
el m undo. Com o Nat han Myhrvold de Microsoft ( un ant erior edit or m ío) com ent ó: Yo
he vendido m ás libros sobre física que Madona sobre sexo.
El éxit o de Hist oria del Tiem po indica que hay int erés ext endido en las pregunt as
grandes com o: ¿De dónde vinim os nosot ros? ¿Y por qué es el universo de la m anera
que es? He aprovechado la oport unidad para poner al día el libro e incluir nuevos
result ados t eóricos y de observación obt enidos desde que el libro fue publicado por
prim era vez ( en el Día de los I nocent es de abril de 1988) . He incluido un nuevo
capít ulo de aguj eros de gusano y viaj es en el t iem po. La Teoría General de Einst ein
de Relat ividad parece ofrecer la posibilidad que nosot ros podríam os crear y
podríam os m ant ener aguj eros de gusano, pequeños t ubos que conect an regiones
diferent es de espacio- t iem po. En ese caso, podríam os ser capaces de usarlos para
viaj es rápidos a t ravés de la galaxia o volver en el t iem po. Por supuest o, no hem os
vist o a nadie del fut uro ( ¿o t enem os?) pero yo discut o una posible explicación para
est o.
Tam bién describo el progreso que se ha hecho recient em ent e encont rando
" dualidades" o correspondencias ent re t eorías aparent em ent e diferent es de físicas.

1
Est e docum ent o fue digit alizado de la prim era v ersión en español, ex cept o el prólogo y el Capít ulo 10 que fue
obt enido de la segunda versión ( edit ada debido al éx it o obt enido) . Por lo t ant o, los cam bios y act ualizaciones que
Hawking señala en est e prólogo, no est án r eflej ados en est e docum ent o. Not a del “ scanner” .

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Est as correspondencias son una indicación fuert e que hay una t eoría unificada
com plet a de la física, pero ellas t am bién sugieren que no pueda ser posible expresar
est a t eoría en una sola form ulación fundam ent al. En cam bio, nosot ros podem os
t ener que usar reflexiones diferent es de la t eoría subyacent e en sit uaciones
diferent es.
Podríam os ser incapaces de represent ar la superficie de la t ierra en un solo m apa y
t eniendo que usar m apas diferent es en regiones diferent es. Ést a sería una
revolución en nuest ra vist a de la unificación de las leyes de ciencia pero no
cam biaría el punt o m ás im port ant e: que el universo es gobernado por un j uego de
leyes racionales que nosot ros podem os descubrir y podem os ent ender.
En el lado observacional, lej os el desarrollo m ás im port ant e ha sido la m edida de
fluct uaciones en la radiación de fondo de m icroondas por COBE2 y ot ras
colaboraciones. Est as fluct uaciones son la “ im presión dact ilar” de la creación, las
dim inut as irregularidades iniciales en el por ot ra part e liso y uniform e universo
t em prano que después creció en las galaxias, est rellas, y t odas las est ruct uras que
vem os a nuest ro alrededor. Su form a est á de acuerdo con las predicciones de la
propuest a que el universo no t iene ningún lím it e o bordes en la dirección de t iem po
im aginaria; pero ext ensas observaciones serán necesarias para dist inguir est a
propuest a de ot ras posibles explicaciones para las fluct uaciones en el fondo. Sin
em bargo, dent ro de unos años deberíam os saber si podem os creer que vivim os en
un universo que es com plet am ent e aut ónom o y sin com ienzo o finaliza.
St ephen Hawking

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Cosm ic Background Explor er sat ellit e, sat élit e de Explorador de Fondo Cósm ico

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I n t r odu cción 3

Nos m ovem os en nuest ro am bient e diario sin ent ender casi nada acerca del m undo.
Dedicam os poco t iem po a pensar en el m ecanism o que genera la luz solar que hace
posible la vida, en la gravedad que nos at a a la Tierra y que de ot ra form a nos
lanzaría al espacio, o en los át om os de los que est am os const it uidos y de cuya
est abilidad dependem os de m anera fundam ent al. Except o los niños ( que no saben
lo suficient e com o para no pregunt ar las cuest iones im port ant es) , pocos de nosot ros
dedicam os t iem po a pregunt arnos por qué la nat uraleza es de la form a que es, de
dónde surgió el cosm os, o si siem pre est uvo aquí, si el t iem po correrá en sent ido
cont rario algún día y los efect os precederán a las causas, o si exist en lím it es
fundam ent ales acerca de lo que los hum anos pueden saber. Hay incluso niños, y yo
he conocido algunos, que quieren saber a qué se parece un aguj ero negro, o cuál es
el t rozo m ás pequeño de la m at eria, o por qué recordam os el pasado y no el fut uro,
o cóm o es que, si hubo caos ant es, exist e, aparent em ent e, orden hoy, y, en
definit iva, por qué hay un universo.
En nuest ra sociedad aún sigue siendo norm al para los padres y los m aest ros
responder a est as cuest iones con un encogim ient o de hom bros, o con una
referencia a creencias religiosas vagam ent e recordadas. Algunos se sient en
incóm odos con cuest iones de est e t ipo, porque nos m uest ran vívidam ent e las
lim it aciones del ent endim ient o hum ano.
Pero gran part e de la filosofía y de la ciencia han est ado guiadas por t ales
pregunt as. Un núm ero crecient e de adult os desean pregunt ar est e t ipo de
cuest iones, y, ocasionalm ent e, reciben algunas respuest as asom brosas.
Equidist ant es de los át om os y de las est rellas, est am os ext endiendo nuest ros
horizont es explorat orios para abarcar t ant o lo m uy pequeño com o lo m uy grande.
En la prim avera de 1974, unos dos años ant es de que la nave espacial Viking
at errizara en Mart e, est uve en una reunión en I nglat erra, financiada por la Royal
Societ y de Londres, para exam inar la cuest ión de cóm o buscar vida ext rat errest re.

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En la ver sión act ualizada, est a int roducción no aparece.

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Durant e un descanso not é que se est aba celebrando una reunión m ucho m ayor en
un salón adyacent e, en el cual ent ré m ovido por la curiosidad. Pront o m e di cuent a
de que est aba siendo t est igo de un rit o ant iquísim o, la invest idura de nuevos
m iem bros de la Royal Societ y, una de las m ás ant iguas organizaciones académ icas
del planet a. En la prim era fila, un j oven en una silla de ruedas est aba poniendo,
m uy lent am ent e, su nom bre en un libro que lleva en sus prim eras páginas la firm a
de I saac Newt on. Cuando al final acabó, hubo una conm ovedora ovación. St ephen
Hawking era ya una leyenda.
Hawking ocupa ahora la cát edra Lucasian de m at em át icas de la Universidad de
Cam bridge, un puest o que fue ocupado en ot ro t iem po por Newt on y después por P.
A. M. Dirac, dos célebres exploradores de lo m uy grande y lo m uy pequeño. Él es su
valioso sucesor. Est e, el prim er libro de Hawking para el no especialist a, es una
fuent e de sat isfacciones para la audiencia profana. Tan int eresant e com o los
cont enidos de gran alcance del libro es la visión que proporciona de los m ecanism os
de la m ent e de su aut or. En est e libro hay revelaciones lúcidas sobre las front eras
de la física, la ast ronom ía, la cosm ología, y el valor.
Tam bién se t rat a de un libro acerca de Dios... o quizás acerca de la ausencia de
Dios. La palabra Dios llena est as páginas.
Hawking se em barca en una búsqueda de la respuest a a la fam osa pregunt a de
Einst ein sobre si Dios t uvo alguna posibilidad de elegir al crear el universo. Hawking
int ent a, com o él m ism o señala, com prender el pensam ient o de Dios. Y est o hace
que sea t ot alm ent e inesperada la conclusión de su esfuerzo, al m enos hast a ahora:
un universo sin un borde espacial, sin principio ni final en el t iem po, y sin lugar para
un Creador.

Carl Sagan
Universidad de Cornell, lt haca, Nueva York

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Ca pít u lo 1
N u e st r a I m a ge n de l Un ive r so

Un conocido cient ífico ( algunos dicen que fue Bert rand Russell) daba una vez una
conferencia sobre ast ronom ía. En ella describía cóm o la Tierra giraba alrededor del
Sol y cóm o ést e, a su vez, giraba alrededor del cent ro de una vast a colección de
est rellas conocida com o nuest ra galaxia. Al final de la charla, una sim pát ica señora
ya de edad se levant ó y le dij o desde el fondo de la sala: «Lo que nos ha cont ado
ust ed no son m ás que t ont erías. El m undo es en realidad una plat aform a plana
sust ent ada por el caparazón de una t ort uga gigant e». El cient ífico sonrió
am pliam ent e ant es de replicarle, « ¿y en qué se apoya la t ort uga?». «Ust ed es m uy
int eligent e, j oven, m uy int eligent e - dij o la señora- . ¡Pero hay infinit as t ort ugas una
debaj o de ot ra! ».
La m ayor part e de la gent e encont raría bast ant e ridícula la I m agen de nuest ro
universo com o una t orre infinit a de t ort ugas, pero, ¿en qué nos basam os para creer
que lo conocem os m ej or? ¿Qué sabem os acerca del universo, y cóm o hem os llegado
a saberlo. ¿De dónde surgió el universo, y a dónde va? ¿Tuvo el universo un
principio, y, si así fue, que sucedió con ant erioridad a él? ¿Cuál es la nat uraleza del
t iem po? ¿Llegará ést e alguna vez a un final? Avances recient es de la física, posibles
en part e gracias a fant ást icas nuevas t ecnologías, sugieren respuest as a algunas de
est as pregunt as que desde hace m ucho t iem po nos preocupan. Algún día est as
respuest as podrán parecernos t an obvias com o el que la Tierra gire alrededor del
Sol, o, quizás, t an ridículas com o una t orre de t ort ugas. Sólo el t iem po ( cualquier a
que sea su significado) lo dirá.
Ya en el año 340 a.C. el filósofo griego Arist ót eles, en su libro De los Cielos, fue
capaz de est ablecer dos buenos argum ent os para creer que la Tierra era una esfera
redonda en vez de una plat aform a plana. En prim er lugar, se dio cuent a que los
eclipses lunares eran debidos a que la Tierra se sit uaba ent re el Sol y la Luna. La
som bra de la Tierra sobre la Luna era siem pre redonda. Si la Tierra hubiera sido un
disco plano, su som bra habría sido alargada y elípt ica a m enos que el eclipse
siem pre ocurriera en el m om ent o en que el Sol est uviera direct am ent e debaj o del

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cent ro del disco. En segundo lugar, los griegos sabían, debido a sus viaj es, que la
est rella Polar aparecía m ás baj a en el cielo cuando se observaba desde el sur que
cuando se hacía desde regiones m ás al nort e. ( Com o la est rella Polar est á sobre el
polo nort e, parecería est ar j ust o encim a de un observador sit uado en dicho polo,
m ient ras que para alguien que m irara desde el ecuador parecería est ar j ust o en el
horizont e) .

Figura 1.1 Arist ót eles creía que la Tierra era est acionaria y que el Sol, la luna, los
planet as y las est rellas se m ovían en órbit as circulares alrededor de ella. Creía eso
porque est aba convencido, por razones m íst icas, que la Tierra era el cent ro del
universo y que el m ovim ient o circular era el m ás perfect o. Est a idea fue am pliada
por Pt olom eo en el siglo I I d.C. hast a const it uir un m odelo cosm ológico com plet o.

A part ir de la diferencia en la posición aparent e de la est rella Polar ent re Egipt o y


Grecia, Arist ót eles incluso est im ó que la dist ancia alrededor de la Tierra era de

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400.000 est adios. No se conoce con exact it ud cuál era la longit ud de un est adio,
pero puede que fuese de unos 200 m et ros, lo que supondría que la est im ación de
Arist ót eles era aproxim adam ent e el doble de la longit ud hoy en día acept ada. Los
griegos t enían incluso un t ercer argum ent o en favor que la Tierra debía de ser
redonda, ¿por qué, si no, ve uno prim ero las velas de un barco que se acerca en el
horizont e, y sólo después se ve el casco?
La Tierra perm aneció en el cent ro, rodeada por ocho esferas que t ransport aban a la
Luna, el Sol, las est rellas y los cinco planet as conocidos en aquel t iem po, Mercurio,
Venus, Mart e, Júpit er y Sat urno ( figura 1.1) .
Los planet as se m ovían en círculos m ás pequeños engarzados en sus respect ivas
esferas para que así se pudieran explicar sus relat ivam ent e com plicadas
t rayect orias celest es. La esfera m ás ext erna t ransport aba a las llam adas est rellas
fij as, las cuales siem pre perm anecían en las m ism as posiciones relat ivas, las unas
con respect o de las ot ras, girando j unt as a t ravés del cielo. Lo que había det rás de
la últ im a esfera nunca fue descrit o con claridad, pero ciert am ent e no era part e del
universo observable por el hom bre.
El m odelo de Pt olom eo proporcionaba un sist em a razonablem ent e preciso para
predecir las posiciones de los cuerpos celest es en el firm am ent o. Pero, para poder
predecir dichas posiciones correct am ent e, Pt olom eo t enía que suponer que la Luna
seguía un cam ino que la sit uaba en algunos inst ant es dos veces m ás cerca de la
Tierra que en ot ros. ¡Y est o significaba que la Luna debería aparecer a veces con
t am año doble del que usualm ent e t iene! Pt olom eo reconocía est a inconsist encia, a
pesar de lo cual su m odelo fue am plio, aunque no universalm ent e, acept ado. Fue
adopt ado por la I glesia crist iana com o la im agen del universo que est aba de
acuerdo con las Escrit uras, y que, adem ás, present aba la gran vent aj a de dej ar,
fuera de la esfera de las est rellas fij as, una enorm e cant idad de espacio para el cielo
y el infierno.
Un m odelo m ás sim ple, sin em bargo, fue propuest o, en 1514, por un cura polaco,
Nicolás Copérnico. ( Al principio, quizás por m iedo a ser t ildado de herej e por su
propia iglesia, Copérnico hizo circular su m odelo de form a anónim a) . Su idea era
que el Sol est aba est acionario en el cent ro y que la Tierra y los planet as se m ovían
en órbit as circulares a su alrededor.

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Pasó casi un siglo ant es que su idea fuera t om ada verdaderam ent e en serio.
Ent onces dos ast rónom os, el alem án Johannes Kepler y el it aliano Galileo Galilei,
em pezaron a apoyar públicam ent e la t eoría copernicana, a pesar que las órbit as que
predecía no se aj ust aban fielm ent e a las observadas. El golpe m ort al a la t eoría
arist ot élico/ pt olem aica llegó en 1609. En ese año, Galileo com enzó a observar el
cielo noct urno con un t elescopio, que acababa de invent ar. Cuando m iró al planet a
Júpit er, Galileo encont ró que ést e est aba acom pañado por varios pequeños sat élit es
o lunas que giraban a su alrededor. Est o im plicaba que no t odo t enía que girar
direct am ent e alrededor de la Tierra, com o Arist ót eles y Pt olom eo habían supuest o.
( Aún era posible, desde luego, creer que las lunas de Júpit er se m ovían en cam inos
ext rem adam ent e com plicados alrededor de la Tierra, aunque daban la im presión de
girar en t orno a Júpit er.
Sin em bargo, la t eoría de Copérnico era m ucho m ás sim ple) . Al m ism o t iem po,
Johannes Kepler había m odificado la t eoría de Copérnico, sugiriendo que los
planet as no se m ovían en círculos, sino en elipses ( una elipse es un círculo
alargado) . Las predicciones se aj ust aban ahora finalm ent e a las observaciones.
Desde el punt o de vist a de Kepler, las órbit as elípt icas const it uían m eram ent e una
hipót esis ad hoc, y, de hecho, una hipót esis bast ant e desagradable, ya que las
elipses eran claram ent e m enos perfect as que los círculos. Kepler, al descubrir casi
por accident e que las órbit as elípt icas se aj ust aban bien a las observaciones, no
pudo reconciliarlas con su idea que los planet as est aban concebidos para girar
alrededor del Sol at raídos por fuerzas m agnét icas. Una explicación coherent e sólo
fue proporcionada m ucho m ás t arde, en 1687, cuando sir I saac Newt on publicó su
Philosophiae Nat uralis Principia Mat hem at ica, probablem ent e la obra m ás
im port ant e publicada en las ciencias físicas en t odos los t iem pos. En ella, Newt on no
sólo present ó una t eoría de cóm o se m ueven los cuerpos en el espacio y en el
t iem po, sino que t am bién desarrolló las com plicadas m at em át icas necesarias para
analizar esos m ovim ient os. Adem ás, Newt on post uló una ley de la gravit ación
universal, de acuerdo con la cual, cada cuerpo en el universo era at raído por
cualquier ot ro cuerpo con una fuerza que era t ant o m ayor cuant o m ás m asivos
fueran los cuerpos y cuant o m ás cerca est uvieran el uno del ot ro. Era est a m ism a

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fuerza la que hacía que los obj et os cayeran al suelo. ( La hist oria que Newt on fue
inspirado por una m anzana que cayó sobre su cabeza es casi seguro, apócrifa.
Todo lo que Newt on m ism o llegó a decir fue que la idea de la gravedad le vino
cuando est aba sent ado «en disposición cont em plat iva», de la que «únicam ent e le
dist raj o la caída de una m anzana») . New t on pasó luego a m ost rar que, de acuerdo
con su ley, la gravedad es la causa que la Luna se m ueva en una órbit a elípt ica
alrededor de la Tierra, y que la Tierra y los planet as sigan cam inos elípt icos
alrededor del Sol.
El m odelo copernicano se despoj ó de las esferas celest iales de Pt olom eo y, con
ellas, de la idea que el universo t iene una front era nat ural. Ya que las «est rellas
fij as» no parecían cam biar sus posiciones, apart e de una rot ación a t ravés del cielo
causada por el giro de la Tierra sobre su ej e, llegó a ser nat ural suponer que las
est rellas fij as eran obj et os com o nuest ro Sol, pero m ucho m ás lej anos.
Newt on com prendió que, de acuerdo con su t eoría de la gravedad, las est rellas
deberían at raerse unas a ot ras, de form a que no parecía posible que pudieran
perm anecer esencialm ent e en reposo. ¿No llegaría un det erm inado m om ent o en el
que t odas ellas se aglut inarían?
En 1691, en una cart a a Richard Bent ley, ot ro dest acado pensador de su época,
Newt on argum ent aba que est o verdaderam ent e sucedería si sólo hubiera un
núm ero finit o de est rellas dist ribuidas en una región finit a del espacio. Pero
razonaba que si, por el cont rario, hubiera un núm ero infinit o de est rellas,
dist ribuidas m ás o m enos uniform em ent e sobre un espacio infinit o, ello no
sucedería, porque no habría ningún punt o cent ral donde aglut inarse.
Est e argum ent o es un ej em plo del t ipo de dificult ad que uno puede encont rar
cuando se discut e acerca del infinit o. En un universo infinit o, cada punt o puede ser
considerado com o el cent ro, ya que t odo punt o t iene un núm ero infinit o de est rellas
a cada lado. La aproxim ación correct a, que sólo fue descubiert a m ucho m ás t arde,
es considerar prim ero una sit uación finit a, en la que las est rellas t enderían a
aglut inarse, y pregunt arse después cóm o cam bia la sit uación cuando uno añade
m ás est rellas uniform em ent e dist ribuidas fuera de la región considerada. De
acuerdo con la ley de Newt on, las est rellas ext ra no producirían, en general, ningún
cam bio sobre las est rellas originales, que por lo t ant o cont inuarían aglut inándose

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con la m ism a rapidez. Podem os añadir t ant as est rellas com o queram os, que a pesar
de ello, las est rellas originales seguirán j unt ándose indefinidam ent e. Est o nos
asegura que es im posible t ener un m odelo est át ico e infinit o del universo, en el que
la gravedad sea siem pre at ract iva.
Un dat o int eresant e sobre la corrient e general del pensam ient o ant erior al siglo XX
es que nadie hubiera sugerido que el universo se est uviera expandiendo o
cont rayendo.
Era generalm ent e acept ado que el universo, o bien había exist ido por siem pre en un
est ado inm óvil, o bien había sido creado, m ás o m enos com o lo observam os hoy, en
un det erm inado t iem po pasado finit o. En part e, est o puede deberse a la t endencia
que t enem os las personas a creer en verdades et ernas, t ant o com o al consuelo que
nos proporciona la creencia que, aunque podam os envej ecer y m orir, el universo
perm anece et erno e inm óvil.
I ncluso aquellos que com prendieron que la t eoría de la gravedad de Newt on
m ost raba que el universo no podía ser est át ico, no pensaron en sugerir que podría
est ar expandiéndose. Por el cont rario, int ent aron m odificar la t eoría suponiendo que
la fuerza gravit acional fuese repulsiva a dist ancias m uy grandes. Ello no afect aba
significat ivam ent e a sus predicciones sobre el m ovim ient o de los planet as, pero
perm it ía que una dist ribución infinit a de est rellas pudiera perm anecer en equilibrio,
con las fuerzas at ract ivas ent re est rellas cercanas equilibradas por las fuerzas
repulsivas ent re est rellas lej anas. Sin em bargo, hoy en día creem os que t al
equilibrio sería inest able: si las est rellas en alguna región se acercaran sólo
ligeram ent e unas a ot ras, las fuerzas at ract ivas ent re ellas se harían m ás fuert es y
dom inarían sobre las fuerzas repulsivas, de form a que las est rellas, una vez que
em pezaran a aglut inarse, lo seguirían haciendo por siem pre. Por el cont rario, si las
est rellas em pezaran a separarse un poco ent re sí, las fuerzas repulsivas dom inarían
alej ando indefinidam ent e a unas est rellas de ot ras.
Ot ra obj eción a un universo est át ico infinit o es norm alm ent e at ribuida al filósofo
alem án Heinrich Olbers, quien escribió acerca de dicho m odelo en 1823. En
realidad, varios cont em poráneos de Newt on habían considerado ya el problem a, y el
art ículo de Olbers no fue ni siquiera el prim ero en cont ener argum ent os plausibles
en cont ra del ant erior m odelo. Fue, sin em bargo, el prim ero en ser am pliam ent e

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conocido. La dificult ad a la que nos referíam os est riba en que, en un universo


est át ico infinit o, práct icam ent e cada línea de visión acabaría en la superficie de una
est rella. Así, sería de esperar que t odo el cielo fuera, incluso de noche, t an brillant e
com o el Sol. El cont ra argum ent o de Olbers era que la luz de las est rellas lej anas
est aría oscurecida por la absorción debida a la m at eria int erm edia. Sin em bargo, si
eso sucediera, la m at eria int erm edia se calent aría, con el t iem po, hast a que
ilum inara de form a t an brillant e com o las est rellas. La única m anera de evit ar la
conclusión que t odo el cielo noct urno debería de ser t an brillant e com o la superficie
del Sol sería suponer que las est rellas no han est ado ilum inando desde siem pre,
sino que se encendieron en un det erm inado inst ant e pasado finit o. En est e caso, la
m at eria absorbent e podría no est ar calient e t odavía, o la luz de las est rellas
dist ant es podría no habernos alcanzado aún. Y est o nos conduciría a la cuest ión de
qué podría haber causado el hecho que las est rellas se hubieran encendido por
prim era vez.
El principio del universo había sido discut ido, desde luego, m ucho ant es de est o. De
acuerdo con dist int as cosm ologías prim it ivas y con la t radición j udeo- crist iana-
m usulm ana, el universo com enzó en ciert o t iem po pasado finit o, y no m uy dist ant e.
Un argum ent o en favor de un origen t al fue la sensación que era necesario t ener
una «Causa Prim era» para explicar la exist encia del universo. ( Dent ro del universo,
uno siem pre explica un acont ecim ient o com o causado por algún ot ro acont ecim ient o
ant erior, pero la exist encia del universo en sí, sólo podría ser explicada de est a
m anera si t uviera un origen) . Ot ro argum ent o lo dio San Agust ín en su libro La
ciudad de Dios. Señalaba que la civilización est á progresando y que podem os
recordar quién realizó est a hazaña o desarrolló aquella t écnica. Así, el hom bre, y
por lo t ant o quizás t am bién el universo, no podía haber exist ido desde m ucho
t iem po at rás. San Agust ín, de acuerdo con el libro del Génesis, acept aba una fecha
de unos 5.000 años ant es de Crist o para la creación del universo. ( Es int eresant e
com probar que est a fecha no est á m uy lej os del final del últ im o periodo glacial,
sobre el 10.000 a.C., que es cuando los arqueólogos suponen que realm ent e
em pezó la civilización) . Arist ót eles, y la m ayor part e del rest o de los filósofos
griegos, no era part idario, por el cont rario, de la idea de la creación, porque sonaba
dem asiado a int ervención divina. Ellos creían, por consiguient e, que la raza hum ana

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y el m undo que la rodea habían exist ido, y exist irían, por siem pre. Los ant iguos ya
habían considerado el argum ent o descrit o arriba acerca del progreso, y lo habían
resuelt o diciendo que había habido inundaciones periódicas u ot ros desast res que
repet idam ent e sit uaban a la raza hum ana en el principio de la civilización.
Las cuest iones de si el universo t iene un principio en el t iem po y de si est á lim it ado
en el espacio fueron post eriorm ent e exam inadas de form a ext ensiva por el filósofo
I m m anuel Kant en su m onum ent al ( y m uy oscura) obra, Crít ica de la Razón Pura,
publicada en 1781. Él llam ó a est as cuest iones ant inom ias ( es decir,
cont radicciones) de la razón pura, porque le parecía que había argum ent os
igualm ent e convincent es para creer t ant o en la t esis, que el universo t iene un
principio, com o en la ant ít esis, que el universo siem pre había exist ido. Su
argum ent o en favor de la t esis era que si el universo no hubiera t enido un principio,
habría habido un período de t iem po infinit o ant erior a cualquier acont ecim ient o, lo
que él consideraba absurdo. El argum ent o en pro de la ant ít esis era que si el
universo hubiera t enido un principio, habría habido un período de t iem po infinit o
ant erior a él, y de est e m odo, ¿por qué habría de em pezar el universo en un t iem po
part icular cualquiera? De hecho, sus razonam ient os en favor de la t esis y de la
ant ít esis son realm ent e el m ism o argum ent o. Am bos est án basados en la suposición
im plícit a que el t iem po cont inúa hacia at rás indefinidam ent e, t ant o si el universo ha
exist ido desde siem pre com o si no. Com o verem os, el concept o de t iem po no t iene
significado ant es del com ienzo del universo. Est o ya había sido señalado en prim er
lugar por San Agust ín. Cuando se le pregunt ó: ¿Qué hacía Dios ant es que creara el
universo?, Agust ín no respondió: est aba preparando el infierno para aquellos que
pregunt aran t ales cuest iones. En su lugar, dij o que el t iem po era una propiedad del
universo que Dios había creado, y que el t iem po no exist ía con ant erioridad al
principio del universo.
Cuando la m ayor part e de la gent e creía en un universo esencialm ent e est át ico e
inm óvil, la pregunt a de si ést e t enía, o no, un principio era realm ent e una cuest ión
de caráct er m et afísico o t eológico. Se podían explicar igualm ent e bien t odas las
observaciones t ant o con la t eoría que el universo siem pre había exist ido, com o con
la t eoría que había sido puest o en funcionam ient o en un det erm inado t iem po finit o,
de t al form a que pareciera com o si hubiera exist ido desde siem pre. Pero, en 1929,

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Edwin Hubble hizo la observación crucial que, donde quiera que uno m ire, las
galaxias dist ant es se est án alej ando de nosot ros. O en ot ras palabras, el universo se
est á expandiendo. Est o significa que en épocas ant eriores los obj et os deberían de
haber est ado m ás j unt os ent re sí. De hecho, parece ser que hubo un t iem po, hace
unos diez o veint e m il m illones de años, en que t odos los obj et os est aban en el
m ism o lugar exact am ent e, y en el que, por lo t ant o, la densidad del universo era
infinit a. Fue dicho descubrim ient o el que finalm ent e llevó la cuest ión del principio
del universo a los dom inios de la ciencia.
Las observaciones de Hubble sugerían que hubo un t iem po, llam ado el big bang
( gran explosión o explosión prim ordial) , en que el universo era infinit esim alm ent e
pequeño e infinit am ent e denso. Baj o t ales condiciones, t odas las leyes de la ciencia,
y, por t ant o, t oda capacidad de predicción del fut uro, se desm oronarían.
Si hubiera habido acont ecim ient os ant eriores a est e no podrían afect ar de ninguna
m anera a lo que ocurre en el present e. Su exist encia podría ser ignorada, ya que
ello no ext rañaría consecuencias observables. Uno podría decir que el t iem po t iene
su origen en el big bang, en el sent ido que los t iem pos ant eriores sim plem ent e no
est arían definidos. Es señalar que est e principio del t iem po es radicalm ent e
diferent e de aquellos previam ent e considerados. En un universo inm óvil, un
principio del t iem po es algo que ha de ser im puest o por un ser ext erno al universo;
no exist e la necesidad de un principio. Uno puede im aginarse que Dios creó el
universo en, t ext ualm ent e, cualquier inst ant e de t iem po. Por el cont rario, si el
universo se est á expandiendo, pueden exist ir poderosas razones físicas para que
t enga que haber un principio. Uno aún se podría im aginar que Dios creó el universo
en el inst ant e del big bang, pero no t endría sent ido suponer que el universo hubiese
sido creado ant es del big bang. ¡Universo en expansión no excluye la exist encia de
un creador, pero sí est ablece lím it es sobre cuándo ést e pudo haber llevado a cabo
su m isión!
Para poder analizar la nat uraleza del universo, y poder discut ir cuest iones t ales
com o si ha habido un principio o si habrá un final, es necesario t ener claro lo que es
una t eoría cient ífica.

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Considerem os aquí un punt o de vist a ingenuo, en el que una t eoría es sim plem ent e
un m odelo del universo, o de una part e de él, y un conj unt o de reglas que
relacionan las m agnit udes del m odelo con las observaciones que realizam os.
Est o sólo exist e en nuest ras m ent es, y no t iene ninguna ot ra realidad ( cualquiera
que sea lo que est o pueda significar) . Una t eoría es una buena t eoría siem pre que
sat isfaga dos requisit os:
 debe describir con precisión un am plio conj unt o de observaciones sobre la
base de un m odelo que cont enga sólo unos pocos parám et ros arbit rarios, y
 debe ser capaz de predecir posit ivam ent e los result ados de observaciones
fut uras.

Por ej em plo, la t eoría de Arist ót eles que t odo est aba const it uido por cuat r o
elem ent os, t ierra, aire, fuego y agua, era lo suficient em ent e sim ple com o para ser
cualificada com o t al, pero fallaba en que no realizaba ninguna predicción concret a.
Por el cont rario, la t eoría de la gravedad de New t on est aba basada en un m odelo
incluso m ás sim ple, en el que los cuerpos se at raían ent re sí con una fuerza
proporcional a una cant idad llam ada m asa e inversam ent e proporcional al cuadrado
de la dist ancia ent re ellos, a pesar de lo cual era capaz de predecir el m ovim ient o
del Sol, la Luna y los planet as con un alt o grado de precisión.
Cualquier t eoría física es siem pre provisional, en el sent ido que es sólo una
hipót esis: nunca se puede probar. A pesar que los result ados de los experim ent os
concuerden m uchas veces con la t eoría, nunca podrem os est ar seguros que la
próxim a vez, el result ado no vaya a cont radecirla. Sin em bargo, se puede rechazar
una t eoría en cuant o se encuent re una única observación que cont radiga sus
predicciones. Com o ha subrayado el filósofo de la ciencia Karl Popper, una buena
t eoría est á caract erizada por el hecho de predecir un gran núm ero de result ados
que en principio pueden ser refut ados o invalidados por la observación. Cada vez
que se com prueba que un nuevo experim ent o est á de acuerdo con las predicciones,
la t eoría sobrevive y nuest ra confianza en ella aum ent a. Pero si por el cont rario se
realiza alguna vez una nueva observación que cont radiga la t eoría, t endrem os que
abandonarla o m odificarla. O al m enos est o es lo que se supone que debe suceder,

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aunque uno siem pre puede cuest ionar la com pet encia de la persona que realizó la
observación.
En la práct ica, lo que sucede es que se const ruye una nueva t eoría que en realidad
es una ext ensión de la t eoría original. Por ej em plo, observaciones t rem endam ent e
precisas del planet a Mercurio revelan una pequeña diferencia ent re su m ovim ient o y
las predicciones de la t eoría de la gravedad de Newt on. La t eoría de la relat ividad
general de Einst ein predecía un m ovim ient o de Mercurio ligeram ent e dist int o del de
la t eoría de Newt on. El hecho que las predicciones de Einst ein se aj ust aran a las
observaciones, m ient ras que las de Newt on no lo hacían, fue una de las
confirm aciones cruciales de la nueva t eoría. Sin em bargo, seguim os usando la t eoría
de Newt on para t odos los propósit os práct icos ya que las diferencias ent re sus
predicciones y las de la relat ividad general son m uy pequeñas en las sit uaciones que
norm alm ent e nos incum ben. ( ¡La t eoría de Newt on t am bién posee la gran vent aj a
de ser m ucho m ás sim ple y m anej able que la de Einst ein! )
El obj et ivo final de la ciencia es el proporcionar una t eoría única que describa
correct am ent e t odo el universo. Sin em bargo, el m ét odo que la m ayoría de los
cient íficos siguen en realidad es el de separar el problem a en dos part es. Prim ero,
est án las leyes que nos dicen cóm o cam bia el universo con el t iem po. ( Si
conocem os cóm o es el universo en un inst ant e dado, est as leyes físicas nos dirán
cóm o será el universo en cualquier ot ro post erior) . Segundo, est á la cuest ión del
est ado inicial del universo. Algunas personas creen que la ciencia se debería ocupar
únicam ent e de la prim era part e: consideran el t em a de la sit uación inicial del
universo com o obj et o de la m et afísica o la religión. Ellos argum ent arían que Dios, al
ser om nipot ent e, podría haber iniciado el universo de la m anera que m ás le hubiera
gust ado. Puede ser que sí, pero en ese caso t am bién, el haberlo hecho evolucionar
de un m odo t ot alm ent e arbit rario. En cam bio, parece ser que eligió hacerlo
evolucionar de una m anera m uy regular siguiendo ciert as leyes. Result a, así pues,
igualm ent e razonable suponer que t am bién hay leyes que gobiernan el est ado
inicial.
Es m uy difícil const ruir una única t eoría capaz de describir t odo el universo. En vez
de ello, nos vem os forzados, de m om ent o, a dividir el problem a en varias part es,
invent ando un ciert o núm ero de t eorías parciales. Cada una de est as t eorías

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parciales describe y predice una ciert a clase rest ringida de observaciones,


despreciando los efect os de ot ras cant idades, o represent ando ést as por sim ples
conj unt os de núm eros. Puede ocurrir que est a aproxim ación sea com plet am ent e
errónea. Si t odo en el universo depende de absolut am ent e t odo el rest o de él, de
una m anera fundam ent al, podría result ar im posible acercarse a una solución
com plet a invest igando part es aisladas del problem a.
Sin em bargo, est e es ciert am ent e el m odo en que hem os progresado en el pasado.
El ej em plo clásico es de nuevo la t eoría de la gravedad de Newt on, la cual nos dice
que la fuerza gravit acional ent re dos cuerpos depende únicam ent e de un núm ero
asociado a cada cuerpo, su m asa, siendo por lo dem ás independient e del t ipo de
sust ancia que form a el cuerpo. Así, no se necesit a t ener una t eoría de la est ruct ura
y const it ución del Sol y los planet as para poder det erm inar sus órbit as.
Los cient íficos act uales describen el universo a t ravés de dos t eorías parciales
fundam ent ales:
 la t eoría de la relat ividad general y
 la m ecánica cuánt ica.

Ellas const it uyen el gran logro int elect ual de la prim era m it ad de est e siglo. La
t eoría de la relat ividad general describe la fuerza de la gravedad y la est ruct ura a
gran escala del universo, es decir, la est ruct ura a escalas que van desde sólo unos
pocos kilóm et ros hast a un billón de billones ( un 1 con veint icuat ro ceros det rás) de
kilóm et ros, el t am año del universo observable. La m ecánica cuánt ica, por el
cont rario, se ocupa de los fenóm enos a escalas ext rem adam ent e pequeñas, t ales
com o una billonésim a de cent ím et ro. Desafort unadam ent e, sin em bargo, se sabe
que est as dos t eorías son inconsist ent es ent re sí: am bas no pueden ser correct as a
la vez. Uno de los m ayores esfuerzos de la física act ual, y el t em a principal de est e
libro, es la búsqueda de una nueva t eoría que incorpore a las dos ant eriores: una
t eoría cuánt ica de la gravedad. Aún no se dispone de t al t eoría, y para ello t odavía
puede quedar un largo cam ino por recorrer, pero sí se conocen m uchas de las
propiedades que debe poseer. En capít ulos post eriores verem os que ya se sabe
relat ivam ent e bast ant e acerca de las predicciones que debe hacer una t eoría
cuánt ica de la gravedad.

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Si se adm it e ent onces que el universo no es arbit rario, sino que est á gobernado por
ciert as leyes bien definidas, habrá que com binar al final las t eorías parciales en una
t eoría unificada com plet a que describirá t odos los fenóm enos del universo. Exist e,
no obst ant e, una paradoj a fundam ent al en nuest ra búsqueda de est a t eoría
unificada com plet a.
Las ideas ant eriorm ent e perfiladas sobre las t eorías cient íficas suponen que som os
seres racionales, libres para observar el universo com o nos plazca y para ext raer
deducciones lógicas de lo que veam os. En t al esquem a parece razonable suponer
que podríam os cont inuar progresando indefinidam ent e, acercándonos cada vez m ás
a las leyes que gobiernan el universo. Pero si realm ent e exist iera una t eoría
unificada com plet a, ést a t am bién det erm inaría presum iblem ent e nuest ras acciones.
¡Así la t eoría m ism a det erm inaría el result ado de nuest ra búsqueda de ella! ¿Y por
qué razón debería det erm inar que llegáram os a las verdaderas conclusiones a part ir
de la evidencia que nos present a? ¿Es que no podría det erm inar igualm ent e bien
que ext raj éram os conclusiones erróneas? ¿O incluso que no ext raj éram os ninguna
conclusión en absolut o? La única respuest a que puedo dar a est e problem a se basa
en el principio de la selección nat ural de Darwin. La idea est riba en que en cualquier
población de organism os aut o- reproduct ores, habrá variaciones t ant o en el m at erial
genét ico com o en educación de los diferent es individuos. Est as diferencias
supondrán que algunos individuos sean m ás capaces que ot ros para ext raer las
conclusiones correct as acerca del m undo que rodea, y para act uar de acuerdo con
ellas. Dichos individuos t endrán m ás posibilidades de sobrevivir y reproducirse, de
form a que su esquem a m ent al y de conduct a acabará im poniéndose. En el pasado
ha sido ciert o que lo que llam am os int eligencia y descubrim ient o cient ífico han
supuest o una vent aj a en el aspect o de la supervivencia. No es t ot alm ent e evident e
que est o t enga que seguir siendo así: nuest ros descubrim ient os cient íficos podrían
dest ruirnos a t odos perfect am ent e, e, incluso si no lo hacen, una t eoría unificada
com plet a no t iene por qué suponer ningún cam bio en lo concernient e a nuest ras
posibilidades de supervivencia. Sin em bargo, dado que el universo ha evolucionado
de un m odo regular, podríam os esperar que las capacidades de razonam ient o que la
selección nat ural nos ha dado sigan siendo válidas en nuest ra búsqueda de una
t eoría unificada com plet a, y no nos conduzcan a conclusiones erróneas.

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Dado que las t eorías que ya poseem os son suficient es para realizar predicciones
exact as de t odos los fenóm enos nat urales, except o de los m ás ext rem os, nuest ra
búsqueda de la t eoría definit iva del universo parece difícil de j ust ificar desde un
punt o de vist a práct ico. ( Es int eresant e señalar, sin em bargo, que argum ent os
sim ilares podrían haberse usado en cont ra de la t eoría de la relat ividad y de la
m ecánica cuánt ica, las cuales nos han dado la energía nuclear y la revolución de la
m icroelect rónica) . Así pues, el descubrim ient o de una t eoría unificada com plet a
puede no ayudar a la supervivencia de nuest ra especie. Puede incluso no afect ar a
nuest ro m odo de vida. Pero siem pre, desde el origen de la civilización, la gent e no
se ha cont ent ado con ver los acont ecim ient os com o desconect ados e inexplicables.
Ha buscado incesant em ent e un conocim ient o del orden subyacent e del m undo. Hoy
en día, aún seguim os anhelando saber por qué est am os aquí y de dónde venim os.
El profundo deseo de conocim ient o de la hum anidad es j ust ificación suficient e para
cont inuar nuest ra búsqueda. Y ést a no cesará hast a que poseam os una descripción
com plet a del universo en el que vivim os.

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Ca pít u lo 2
Espa cio y Tie m po

Nuest ras ideas act uales acerca del m ovim ient o de los cuerpos se rem ont an a Galileo
y Newt on. Ant es de ellos, se creía en las ideas de Arist ót eles, quien decía que el
est ado nat ural de un cuerpo era est ar en reposo y que ést e sólo se m ovía si er a
em puj ado por una fuerza o un im pulso. De ello se deducía que un cuerpo pesado
debía caer m ás rápido que uno ligero, porque sufría una at racción m ayor hacia la
t ierra.
La t radición arist ot élica t am bién m ant enía que se podrían deducir t odas las leyes
que gobiernan el universo por m edio del pensam ient o puro: no era necesario
com probarlas por m edio de la observación. Así, nadie ant es de Galileo se preocupó
de ver si los cuerpos con pesos diferent es caían con velocidades diferent es. Se dice
que Galileo dem ost ró que las ant eriores ideas de Arist ót eles eran falsas dej ando
caer diferent es pesos desde la t orre inclinada de Pisa.
Es casi seguro que est a hist oria no es ciert a, aunque lo que sí hizo Galileo fue algo
equivalent e: dej ó caer bolas de dist int os pesos a lo largo de un plano inclinado. La
sit uación es m uy sim ilar a la de los cuerpos pesados que caen vert icalm ent e, pero
es m ás fácil de observar porque las velocidades son m enores. Las m ediciones de
Galileo indicaron que cada cuerpo aum ent aba su velocidad al m ism o rit m o,
independient em ent e de su peso. Por ej em plo, si se suelt a una bola en una
pendient e que desciende un m et ro por cada diez m et ros de recorrido, la bola caerá
por la pendient e con una velocidad de un m et ro por segundo después de un
segundo, de dos m et ros por segundo después de dos segundos, y así
sucesivam ent e, sin im port ar lo pesada que sea la bola.
Por supuest o que una bola de plom o caerá m ás rápida que una plum a, pero ello se
debe únicam ent e a que la plum a es frenada por la resist encia del aire. Si uno
solt ara dos cuerpos que no present asen dem asiada resist encia al aire, t ales com o
dos pesos diferent es de plom o, caerían con la m ism a rapidez.
Las m ediciones de Galileo sirvieron de base a Newt on para la obt ención de sus ley es
del m ovim ient o. En los experim ent os de Galileo, cuando un cuerpo caía rodando,

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siem pre act uaba sobre él la m ism a fuerza ( su peso) y el efect o que se producía
consist ía en acelerarlo de form a const ant e. Est o dem ost raba que el efect o real de
una fuerza era el de cam biar la velocidad del cuerpo, en vez de sim plem ent e
ponerlo en m ovim ient o, com o se pensaba ant eriorm ent e.
Ello t am bién significaba que siem pre que sobre un cuerpo no act uara ninguna
fuerza, ést e se m ant endría m oviéndose en una línea rect a con la m ism a velocidad.
Est a idea fue form ulada explícit am ent e por prim era vez en los Principia
Mat hem at ica de Newt on, publicados en 1687, y se conoce com o prim era ley de
Newt on.
Lo que le sucede a un cuerpo cuando sobre él act úa una fuerza, est á recogido en la
segunda ley de Newt on. Ést a afirm a que el cuerpo se acelerará, o cam biará su
velocidad, a un rit m o proporcional a la fuerza. ( Por ej em plo, la aceleración se
duplicará cuando la fuerza aplicada sea doble) . Al m ism o t iem po, la aceleración
dism inuirá cuando aum ent e la m asa ( o la cant idad de m at eria) del cuerpo. ( La
m ism a fuerza act uando sobre un cuerpo de doble m asa que ot ro, producirá la m it ad
de aceleración en el prim ero que en el segundo) . Un ej em plo fam iliar lo t enem os en
un coche: cuant o m ás pot ent e sea su m ot or m ayor aceleración poseerá, pero
cuant o m ás pesado sea el coche m enor aceleración t endrá con el m ism o m ot or.
Adem ás de las leyes del m ovim ient o, Newt on descubrió una ley que describía la
fuerza de la gravedad, una ley que nos dice que t odo cuerpo at rae a t odos los
dem ás cuerpos con una fuerza proporcional a la m asa de cada uno de ellos. Así, la
fuerza ent re dos cuerpos se duplicará si uno de ellos ( digam os, el cuerpo A) dobla
su m asa.
Est o es lo que razonablem ent e se podría esperar, ya que uno puede suponer al
nuevo cuerpo A form ado por dos cuerpos, cada uno de ellos con la m asa original.
Cada uno de est os cuerpos at raerá al cuerpo B con la fuerza original. Por lo t ant o, la
fuerza t ot al ent re A y B será j ust o el doble que la fuerza original. Y si, por ej em plo,
uno de los cuerpos t uviera una m asa doble de la original y el ot ro cuerpo una m asa
t res veces m ayor que al principio, la fuerza ent re ellos sería seis veces m ás int ensa
que la original. Se puede ver ahora por qué t odos los cuerpos caen con la m ism a
rapidez: un cuerpo que t enga doble peso sufrirá una fuerza gravit at oria doble, pero
al m ism o t iem po t endrá una m asa doble. De acuerdo con la segunda ley de Newt on,

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est os dos efect os se cancelarán exact am ent e y la aceleración será la m ism a en


am bos casos.
La ley de la gravedad de Newt on nos dice t am bién que cuant o m ás separados est én
los cuerpos m enor será la fuerza gravit at oria ent re ellos. La ley de la gravedad de
Newt on est ablece que la at racción gravit at oria producida por una est rella a una
ciert a dist ancia es exact am ent e la cuart a part e de la que produciría una est rella
sim ilar a la m it ad de dist ancia. Est a ley predice con gran precisión las órbit as de la
Tierra, la Luna y los planet as. Si la ley fuera que la at racción gravit at oria de una
est rella decayera m ás rápidam ent e con la dist ancia, las órbit as de los planet as no
serían elípt icas, sino que ést os irían cayendo en espiral hacia el Sol. Si, por el
cont rario, la at racción gravit at oria decayera m ás lent am ent e, las fuerzas
gravit at orias debidas a las est rellas lej anas dom inarían frent e a la at racción de la
Tierra.
La diferencia fundam ent al ent re las ideas de Arist ót eles y las de Galileo y Newt on
est riba en que Arist ót eles creía en un est ado preferent e de reposo, en el que t odas
las cosas subyacerían, a m enos que fueran em puj adas por una fuerza o im pulso. En
part icular, él creyó que la Tierra est aba en reposo. Por el cont rario, de las leyes de
Newt on se desprende que no exist e un único est ándar de reposo.
Se puede suponer igualm ent e o que el cuerpo A est á en reposo y el cuerpo B se
m ueve a velocidad const ant e con respect o de A, o que el B est á en reposo y es el
cuerpo A el que se m ueve. Por ej em plo, si uno se olvida de m om ent o de la rot ación
de la Tierra y de su órbit a alrededor del Sol, se puede decir que la Tierra est á en
reposo y que un t ren sobre ella est á viaj ando hacia el nort e a cient o cuarent a
kilóm et ros por hora, o se puede decir igualm ent e que el t ren est á en reposo y que
la Tierra se m ueve hacia el sur a cient o cuarent a kilóm et ros por hora.
Si se realizaran experim ent os en el t ren con obj et os que se m ovieran,
com probaríam os que t odas las leyes de Newt on seguirían siendo válidas. Por
ej em plo, al j ugar al ping- pong en el t ren, uno encont raría que la pelot a obedece las
leyes de New t on exact am ent e igual a com o lo haría en una m esa sit uada j unt o a la
vía. Por lo t ant o, no hay form a de dist inguir si es el t ren o es la Tierra lo que se
m ueve.

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La falt a de un est ándar absolut o de reposo significaba que no se podía det erm inar si
dos acont ecim ient os que ocurrieran en t iem pos diferent es habían t enido lugar en la
m ism a posición espacial. Por ej em plo, supongam os que en el t ren nuest ra bola de
ping- pong est á bot ando, m oviéndose vert icalm ent e hacia arriba y hacia abaj o y
golpeando la m esa dos veces en el m ism o lugar con un int ervalo de un segundo.
Para un observador sit uado j unt o a la vía, los dos bot es parecerán t ener lugar con
una separación de unos cuarent a m et ros, ya que el t ren habrá recorrido esa
dist ancia ent re los dos bot es. Así pues la no exist encia de un reposo absolut o
significa que no se puede asociar una posición absolut a en el espacio con un suceso,
com o Arist ót eles había creído. Las posiciones de los sucesos y la dist ancia ent r e
ellos serán diferent es para una persona en el t ren y para ot ra que est é al lado de la
vía, y no exist e razón para preferir el punt o de vist a de una de las personas frent e
al de la ot ra.
Newt on est uvo m uy preocupado por est a falt a de una posición absolut a, o espacio
absolut o, com o se le llam aba, porque no concordaba con su idea de un Dios
absolut o. De hecho, rehusó acept ar la no exist encia de un espacio absolut o, a pesar
incluso que est aba im plicada por sus propias leyes. Fue duram ent e crit icado por
m ucha gent e debido a est a creencia irracional, dest acando sobre t odo la crít ica del
obispo Berkeley, un filósofo que creía que t odos los obj et os m at eriales, j unt o con el
espacio y el t iem po, eran una ilusión. Cuando el fam oso Dr. Johnson se ent eró de la
opinión de Berkeley grit ó « ¡Lo rebat o así! » y golpeó con la punt a del pie una gran
piedra.
Tant o Arist ót eles com o New t on creían en el t iem po absolut o. Es decir, am bos
pensaban que se podía afirm ar inequívocam ent e la posibilidad de m edir el int ervalo
de t iem po ent re dos sucesos sin am bigüedad, y que dicho int ervalo sería el m ism o
para t odos los que lo m idieran, con t al que usaran un buen reloj . El t iem po est aba
t ot alm ent e separado y era independient e del espacio. Est o es, de hecho, lo que la
m ayoría de la gent e consideraría com o de sent ido com ún. Sin em bargo, hem os
t enido que cam biar nuest ras ideas acerca del espacio y del t iem po. Aunque nuest ras
nociones de lo que parece ser el sent ido com ún funcionan bien cuando se usan en el
est udio del m ovim ient o de las cosas, t ales com o m anzanas o planet as, que viaj an

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relat ivam ent e lent as, no funcionan, en absolut o, cuando se aplican a cosas que se
m ueven con o cerca de la velocidad de la luz.
El hecho que la luz viaj e a una velocidad finit a, aunque m uy elevada, fue
descubiert o en 1676 por el ast rónom o danés Ole Christ ensen Roem er. Él observ ó
que los t iem pos en los que las lunas de Júpit er parecían pasar por det rás de ést e no
est aban regularm ent e espaciados, com o sería de esperar si las lunas giraran
alrededor de Júpit er con un rit m o const ant e. Dado que la Tierra y Júpit er giran
alrededor del Sol, la dist ancia ent re am bos varía. Roem er not ó que los eclipses de
las lunas de Júpit er parecen ocurrir t ant o m ás t arde cuant o m ás dist ant es de Júpit er
est am os. Argum ent ó que se debía a que la luz provenient e de las lunas t ardaba m ás
en llegar a nosot ros cuant o m ás lej os est ábam os de ellas. Sus m edidas sobre las
variaciones de las dist ancias de la Tierra a Júpit er no eran, sin em bargo, dem asiado
buenas, y así est im ó un valor para la velocidad de la luz de 225.000 kilóm et ros por
segundo, com parado con el valor m oderno de 300.000 kilóm et ros por segundo. No
obst ant e, no sólo el logro de Roem er de probar que la luz viaj a a una velocidad
finit a, sino t am bién de m edir esa velocidad, fue not able, sobre t odo t eniendo en
cuent a que est o ocurría once años ant es que Newt on publicara los Principia
Mat hem at ica.
Una verdadera t eoría de la propagación de la luz no surgió hast a 1865, en que el
físico brit ánico Jam es Clerk Maxwell consiguió unificar con éxit o las t eorías parciales
que hast a ent onces se habían usado para definir las fuerzas de la elect ricidad y el
m agnet ism o. Las ecuaciones de Maxwell predecían que podían exist ir
pert urbaciones de caráct er ondulat orio del cam po elect rom agnét ico com binado, y
que ést as viaj arían a velocidad const ant e, com o las olas de una balsa. Si t ales
ondas poseen una longit ud de onda ( la dist ancia ent re una crest a de onda y la
siguient e) de un m et ro o m ás, const it uyen lo que hoy en día llam am os ondas de
radio. Aquellas con longit udes de onda m enores se llam an m icroondas ( unos pocos
cent ím et ros) o infrarroj as ( m ás de una diezm ilésim a de cent ím et ro) . La luz visible
t iene sólo una longit ud de onda de ent re cuarent a y ochent a m illonésim as de
cent ím et ro. Las ondas con t odavía m enores longit udes se conocen com o radiación
ult raviolet a, rayos X y rayos gam m a.

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La t eoría de Maxwell predecía que t ant o las ondas de radio com o las lum inosas
deberían viaj ar a una velocidad fij a det erm inada. La t eoría de Newt on se había
desprendido, sin em bargo, de un sist em a de referencia absolut o, de t al form a que si
se suponía que la luz viaj aba a una ciert a velocidad fij a, había que especificar con
respect o a qué sist em a de referencia se m edía dicha velocidad. Para que est o
t uviera sent ido, se sugirió la exist encia de una sust ancia llam ada «ét er» que est aba
present e en t odas part es, incluso en el espacio «vacío». Las ondas de luz debían
viaj ar a t ravés del ét er al igual que las ondas de sonido lo hacen a t ravés del aire, y
sus velocidades deberían ser, por lo t ant o, relat ivas al ét er. Diferent es
observadores, que se m ovieran con relación al ét er, verían acercarse la luz con
velocidades dist int as, pero la velocidad de la luz con respect o al ét er perm anecería
fij a. En part icular, dado que la Tierra se m ovía a t ravés del ét er en su órbit a
alrededor del Sol, la velocidad de la luz m edida en la dirección del m ovim ient o de la
Tierra a t ravés del ét er ( cuando nos est uviéram os m oviendo hacia la fuent e
lum inosa) debería ser m ayor que la velocidad de la luz en la dirección perpendicular
a ese m ovim ient o ( cuando no nos est uviéram os m oviendo hacia la fuent e) .
En 1887, Albert Michelson ( quien m ás t arde fue el prim er nort eam ericano que
recibió el prem io Nóbel de Física) y Edward Morley llevaron a cabo un m uy
esm erado experim ent o en la Case School of Applied Science, de Cleveland. Ellos
com pararon la velocidad de la luz en la dirección del m ovim ient o de la Tierra, con la
velocidad de la luz en la dirección perpendicular a dicho m ovim ient o. Para su
sorpresa ¡encont raron que am bas velocidades eran exact am ent e iguales! Ent r e
1887 y 1905, hubo diversos int ent os, los m ás im port ant es debidos al físico holandés
Hendrik Lorent z, de explicar el result ado del experim ent o de Michelson - Morley en
t érm inos de cont racción de los obj et os o de ret ardo de los reloj es cuando ést os se
m ueven a t ravés del ét er.
Sin em bargo, en 1905, en un fam oso art ículo Albert Einst ein, hast a ent onces un
desconocido em pleado de la oficina de pat ent es de Suiza, señaló que la idea del ét er
era t ot alm ent e innecesaria, con t al que se est uviera dispuest o a abandonar la idea
de un t iem po absolut o. Una proposición sim ilar fue realizada unas sem anas después
por un dest acado m at em át ico francés, Henri Poincaré. Los argum ent os de Einst ein
t enían un caráct er m ás físico que los de Poincaré, que había est udiado el problem a

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desde un punt o de vist a puram ent e m at em át ico. A Einst ein se le reconoce com o el
creador de la nueva t eoría, m ient ras que a Poincaré se le recuerda por haber dado
su nom bre a una part e im port ant e de la t eoría.
El post ulado fundam ent al de la t eoría de la relat ividad, nom bre de est a nueva
t eoría, era que las leyes de la ciencia deberían ser las m ism as para t odos los
observadores en m ovim ient o libre, independient em ent e de cual fuera su velocidad.
Est o ya era ciert o para las leyes de New t on, pero ahora se ext endía la idea para
incluir t am bién la t eoría de Maxwell y la velocidad de la luz: t odos los observadores
deberían m edir la m ism a velocidad de la luz sin im port ar la rapidez con la que se
est uvieran m oviendo. Est a idea t an sim ple t iene algunas consecuencias
ext raordinarias.
Quizás las m ás conocidas sean la equivalencia ent re m asa y energía, resum ida en la
fam osa ecuación de Einst ein

E= m c2

( en donde E es la energía, m , la m asa y c, la velocidad de la luz) , y la ley que


ningún obj et o puede viaj ar a una velocidad m ayor que la de la luz. Debido a la
equivalencia ent re energía y m asa, la energía que un obj et o adquiere debido a su
m ovim ient o se añadirá a su m asa, increm ent ándola. En ot ras palabras, cuant o
m ayor sea la velocidad de un obj et o m ás difícil será aum ent ar su velocidad. Est e
efect o sólo es realm ent e significat ivo para obj et os que se m uevan a velocidades
cercanas a la de la luz. Por ej em plo, a una velocidad de un 10% de la de la luz la
m asa de un obj et o es sólo un 0,5% m ayor de la norm al, m ient ras que a un 90% de
la velocidad de la luz la m asa sería de m ás del doble de la norm al.
Cuando la velocidad de un obj et o se aproxim a a la velocidad de la luz, su m asa
aum ent a cada vez m ás rápidam ent e, de form a que cuest a cada vez m ás y m ás
energía acelerar el obj et o un poco m ás. De hecho no puede alcanzar nunca la
velocidad de la luz, porque ent onces su m asa habría llegado a ser infinit a, y por la
equivalencia ent re m asa y energía, habría cost ado una cant idad infinit a de energía
el poner al obj et o en ese est ado. Por est a razón, cualquier obj et o norm al est á
confinado por la relat ividad a m overse siem pre a velocidades m enores que la de la

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luz. Sólo la luz, u ot ras ondas que no posean m asa int rínseca, pueden m overse a la
velocidad de la luz.
Ot ra consecuencia igualm ent e not able de la relat ividad es el m odo en que ha
revolucionado nuest ras ideas acerca del espacio y del t iem po. En la t eoría de
Newt on, si un pulso de luz es enviado de un lugar a ot ro, observadores diferent es
est arían de acuerdo en el t iem po que duró el viaj e ( ya que el t iem po es un concept o
absolut o) , pero no siem pre est arían de acuerdo en la dist ancia recorrida por la luz
( ya que el espacio no es un concept o absolut o) . Dado que la velocidad de la luz es
sim plem ent e la dist ancia recorrida dividida por el t iem po em pleado, observadores
diferent es m edirán velocidades de la luz diferent es. En relat ividad, por el cont rario,
t odos los observadores deben est ar de acuerdo en lo rápido que viaj a la luz. Ellos
cont inuarán, no obst ant e, sin est ar de acuerdo en la dist ancia recorrida por la luz,
por lo que ahora ellos t am bién deberán discrepar en el t iem po em pleado. ( El t iem po
em pleado es, después de t odo, igual al espacio recorrido, sobre el que los
observadores no est án de acuerdo, dividido por la velocidad de la luz, sobre la que
los observadores sí est án de acuerdo) . En ot ras palabras, ¡la t eoría de la relat ividad
acabó con la idea de un t iem po absolut o! Cada observador debe t ener su propia
m edida del t iem po, que es la que regist raría un reloj que se m ueve j unt o a él, y
reloj es idént icos m oviéndose con observadores diferent es no t endrían por qué
coincidir.
Cada observador podría usar un radar para así saber dónde y cuándo ocurrió
cualquier suceso, m ediant e el envío de un pulso de luz o de ondas de radio. Part e
del pulso se reflej ará de vuelt a en el suceso y el observador m edirá el t iem po que
t ranscurre hast a recibir el eco. Se dice que el t iem po del suceso es el t iem po m edio
ent re el inst ant e de em isión del pulso y el de recibim ient o del eco. La dist ancia del
suceso es igual a la m it ad del t iem po t ranscurrido en el viaj e com plet o de ida y
vuelt a, m ult iplicado por la velocidad de la luz. ( Un suceso, en est e sent ido, es algo
que t iene lugar en un punt o específico del espacio y en un det erm inado inst ant e de
t iem po) . Est a idea se m uest ra en la figura 2.1, que represent a un ej em plo de un
diagram a espacio- t iem po. Usando el procedim ient o ant erior, observadores en
m ovim ient o relat ivo ent re sí asignarán t iem pos y posiciones diferent es a un m ism o
suceso. Ninguna m edida de cualquier observador part icular es m ás correct a que la

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de cualquier ot ro observador, sino que t odas son equivalent es y adem ás est án


relacionadas ent re sí. Cualquier observador puede calcular de form a precisa la
posición y el t iem po que cualquier ot ro observador asignará a un det erm inado
proceso, con t al que sepa la velocidad relat iva del ot ro observador.
Hoy en día, se usa est e m ét odo para m edir dist ancias con precisión, debido a que
podem os m edir con m ás exact it ud t iem pos que dist ancias. De hecho, el m et ro se
define com o la dist ancia recorrida por la luz en 0,000000003335640952 segundos,
m edidos por un reloj de cesio. ( La razón por la que se elige est e núm ero en
part icular es porque corresponde a la definición hist órica del m et ro, en t érm inos de
dos m arcas exist ent es en una barra de plat ino sólida que se guarda en París) .
I gualm ent e, podem os usar una nueva y m ás convenient e unidad de longit ud
llam ada segundo- luz.

Figura 2.1
El t iem po se m ide vert icalm ent e y la dist ancia desde el observador se m ide
horizont alm ent e. El cam ino del observador a t ravés del espacio y del t iem po

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corresponde a la línea vert ical de la izquierda. Los cam inos de los rayos de luz
enviados y reflej ados son las líneas diagonales

Est a se define sim plem ent e com o la dist ancia que recorre la luz en un segundo. En
la t eoría de la relat ividad, se definen hoy en día las dist ancias en función de t iem pos
y de la velocidad de la luz, de m anera que se desprende que cualquier observador
m edirá la m ism a velocidad de la luz ( por definición, 1 m et ro por
0,000000003335640952 segundos) . No hay necesidad de int roducir la idea de un
ét er, cuya presencia de cualquier m anera no puede ser det ect ada, com o m ost ró el
experim ent o de Michelson- Morley. La t eoría de la relat ividad nos fuerza, por el
cont rario, a cam biar nuest ros concept os de espacio y t iem po. Debem os acept ar que
el t iem po no est á com plet am ent e separado e independient e del espacio, sino que
por el cont rario se com bina con él para form ar un obj et o llam ado espacio- t iem po.
Por la experiencia ordinaria sabem os que se puede describir la posición de un punt o
en el espacio por t res núm eros o coordenadas. Por ej em plo, uno puede decir que un
punt o dent ro de una habit ación est á a t res m et ros de una pared, a un m et ro de la
ot ra y a un m et ro y m edio sobre el suelo, o uno podría especificar que un punt o
est á a una ciert a lat it ud y longit ud y a una ciert a alt ura sobre el nivel del m ar.
Uno t iene libert ad para usar cualquier conj unt o válido de coordenadas, aunque su
ut ilidad pueda ser m uy lim it ada. Nadie especificaría la posición de la Luna en
función de los kilóm et ros que dist e al nort e y al oest e de Piccadilly Circus y del
núm ero de m et ros que est é sobre el nivel del m ar. En vez de eso, uno podría
describir la posición de la Luna en función de su dist ancia respect o al Sol, respect o
al plano que cont iene a las órbit as de los planet as y al ángulo form ado ent re la línea
que une a la Luna y al Sol, y la línea que une al Sol y a alguna est rella cercana, t al
com o Alfa Cent auro.
Ni siquiera est as coordenadas serían de gran ut ilidad para describir la posición del
Sol en nuest ra galaxia, o la de nuest ra galaxia en el grupo local de galaxias. De
hecho, se puede describir el universo ent ero en t érm inos de una colección de
pedazos solapados. En cada pedazo, se puede usar un conj unt o diferent e de t res
coordenadas para especificar la posición de cualquier punt o.
Un suceso es algo que ocurre en un punt o part icular del espacio y en un inst ant e
específico de t iem po. Por ello, se puede describir por m edio de cuat ro núm eros o

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coordenadas. La elección del sist em a de coordenadas es de nuevo arbit raria; uno


puede usar t res coordenadas espaciales cualesquiera bien definidas y una m edida
del t iem po.
En relat ividad, no exist e una dist inción real ent re las coordenadas espaciales y la
t em poral, exact am ent e igual a com o no hay ninguna diferencia real ent re dos
coordenadas espaciales cualesquiera. Se podría elegir un nuevo conj unt o de
coordenadas en el que, digam os, la prim era coordenada espacial sea una
com binación de la prim era y la segunda coordenadas ant iguas. Por ej em plo, en vez
de m edir la posición de un punt o sobre la Tierra en kilóm et ros al nort e de Piccadilly,
y kilóm et ros al oest e de Piccadilly, se podría usar kilóm et ros al norest e de Piccadilly
y kilóm et ros al noroest e de Piccadilly. Sim ilarm ent e, en relat ividad, podría
em plearse una nueva coordenada t em poral que fuera igual a la coordenada
t em poral ant igua ( en segundos) m ás la dist ancia ( en segundos luz) al nort e de
Piccadilly.
A m enudo result a út il pensar que las cuat ro coordenadas de un suceso especifican
su posición en un espacio cuat ridim ensional llam ado espacio- t iem po. Es im posible
im aginar un espacio cuat ridim ensional. ¡Personalm ent e ya encuent ro
suficient em ent e difícil visualizar el espacio t ridim ensional! Sin em bargo, result a fácil
dibuj ar diagram as de espacios bidim ensionales, t ales com o la superficie de la Tierra.
( La superficie t errest re es bidim ensional porque la posición de un punt o en ella
puede ser especificada por m edio de dos coordenadas, lat it ud y longit ud) .
Generalm ent e usaré diagram as en los que el t iem po aum ent a hacia arriba y una de
las dim ensiones espaciales se m uest ra horizont alm ent e. Las ot ras dos dim ensiones
espaciales son ignoradas o, algunas veces, una de ellas se indica en perspect iva.
( Est os diagram as, com o el que aparece en la figura 2.1, se llam an de espacio-
t iem po) . Por ej em plo, en la figura 2.2 el t iem po se m ide hacia arriba en años y la
dist ancia ( proyect ada) , a lo largo de la línea que va del Sol a Alfa Cent auro, se m ide
horizont alm ent e en kilóm et ros. Los cam inos del Sol y de Alfa Cent auro, a t ravés del
espacio- t iem po, se represent an por las líneas vert icales a la izquierda y a la derecha
del diagram a. Un rayo de luz del Sol sigue la línea diagonal y t arda cuat ro años en ir
del Sol a Alfa Cent auro.

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Figura 2.2

Com o hem os vist o, las ecuaciones de Maxwell predecían que la velocidad de la luz
debería de ser la m ism a cualquiera que fuera la velocidad de la fuent e, lo que ha
sido confirm ado por m edidas m uy precisas. De ello se desprende que si un pulso de
luz es em it ido en un inst ant e concret o, en un punt o part icular del espacio, ent onces,
conform e va t ranscurriendo el t iem po, se irá ext endiendo com o una esfera de luz
cuyo t am año y posición son independient es de la velocidad de la fuent e.
Después de una m illonésim a de segundo la luz se habrá esparcido form ando una
esfera con un radio de 300 m et ros; después de dos m illonésim as de segundo el
radio será de 600 m et ros, y así sucesivam ent e. Será com o las olas que se ext ienden
sobre la superficie de un est anque cuando se lanza una piedra. Las olas se
ext ienden com o círculos que van aum ent ando de t am año conform e pasa el t iem po.
Si uno im agina un m odelo t ridim ensional consist ent e en la superficie bidim ensional
del est anque y la dim ensión t em poral, las olas circulares que se expanden m arcarán
un cono cuyo vért ice est ará en el lugar y t iem po en que la piedra golpeó el agua
( figura 2.3) . De m anera sim ilar, la luz, al expandirse desde un suceso dado, form a

34 Preparado por Pat ricio Barros


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un cono t ridim ensional en el espacio- t iem po cuat ridim ensional. Dicho cono se
conoce com o el cono de luz fut uro del suceso. De la m ism a form a, podem os dibuj ar
ot ro cono, llam ado el cono de luz pasado, el cual es el conj unt o de sucesos desde
los que un pulso de luz es capaz de alcanzar el suceso dado ( figura 2.4) .

Figura 2.3

Los conos de luz fut uro y pasado de un suceso P dividen al espacio- t iem po en t res
regiones ( figura 2.5) . El fut uro absolut o del suceso es la región int erior del cono de
luz fut uro de P. Es el conj unt o de t odos los sucesos que pueden en principio ser
afect ados por lo que sucede en P. Sucesos fuera del cono de luz de P no pueden ser
alcanzados por señales provenient es de P, porque ninguna de ellas puede viaj ar
m ás rápido que la luz. Est os sucesos no pueden, por t ant o, ser influidos por lo que
sucede en P. El pasado absolut o de P es la región int erna del cono de luz pasado.
Es el conj unt o de t odos los sucesos desde los que las señales que viaj an con
velocidades iguales o m enores que la de la luz, pueden alcanzar P.

35 Preparado por Pat ricio Barros


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Figura 2.4

Es, por consiguient e, el conj unt o de t odos los sucesos que en un principio pueden
afect ar a lo que sucede en P. Si se conoce lo que sucede en un inst ant e part icular
en t odos los lugares de la región del espacio que cae dent ro del cono de luz pasado
de P, se puede predecir lo que sucederá en P. El «rest o» es la región del espacio-
t iem po que est á fuera de los conos de luz fut uro y pasado de P. Sucesos del rest o
no pueden ni afect ar ni ser afect ados por sucesos en P. Por ej em plo, si el Sol cesara
de alum brar en est e m ism o inst ant e, ello no afect aría a las cosas de la Tierra en el
t iem po present e porque est aría en la región del rest o del suceso correspondient e a
apagarse el Sol ( figura 2.6) . Sólo nos ent eraríam os ocho m inut os después, que es el
t iem po que t arda la luz en alcanzarnos desde el Sol. Únicam ent e ent onces est arían
los sucesos de la Tierra en el cono de luz fut uro del suceso en el que el Sol se
apagó.

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De m odo sim ilar, no sabem os qué est á sucediendo lej os de nosot ros en el universo,
en est e inst ant e: la luz que vem os de las galaxias dist ant es part ió de ellas hace
m illones de años, y en el caso de los obj et os m ás dist ant es observados, la luz part ió
hace unos ocho m il m illones de años. Así, cuando m iram os al universo, lo vem os t al
com o fue en el pasado.

Figura 2.5

Si se ignoran los efect os gravit at orios, t al y com o Einst ein y Poincaré hicieron en
1905, uno t iene lo que se llam a la t eoría de la relat ividad especial. Para cada suceso
en el espacio- t iem po se puede const ruir un cono de luz ( el conj unt o de t odos los
posibles cam inos lum inosos en el espacio- t iem po em it idos en ese suceso) y dado
que la velocidad de la luz es la m ism a para cada suceso y en cada dirección, t odos
los conos de luz serán idént icos y est arán orient ados en la m ism a dirección.
La t eoría t am bién nos dice que nada puede viaj ar m ás rápido que la luz. Est o
significa que el cam ino de cualquier obj et o a t ravés del espacio y del t iem po debe
est ar represent ado por una línea que cae dent ro del cono de luz de cualquier suceso
en ella ( figura 2.7) .

37 Preparado por Pat ricio Barros


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Figura 2.6

La t eoría de la relat ividad especial t uvo un gran éxit o al explicar por qué la
velocidad de la luz era la m ism a para t odos los observadores ( t al y com o había
m ost rado el experim ent o de Michelson- Morley) y al describir adecuadam ent e lo que
sucede cuando los obj et os se m ueven con velocidades cercanas a la de la luz.

Figura 2.7

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Sin em bargo, la t eoría era inconsist ent e con la t eoría de la gravit ación de Newt on,
que decía que los obj et os se at raían m ut uam ent e con una fuerza dependient e de la
dist ancia ent re ellos. Est o significaba que si uno m ovía uno de los obj et os, la fuerza
sobre el ot ro cam biaría inst ant áneam ent e, o en ot ras palabras, los efect os
gravit at orios deberían viaj ar con velocidad infinit a, en vez de con una velocidad
igual o m enor que la de la luz, com o la t eoría de la relat ividad especial requería.
Einst ein realizó ent re 1908 y 1914 varios int ent os, sin éxit o, para encont rar una
t eoría de la gravedad que fuera consist ent e con la relat ividad especial. Finalm ent e,
en 1915, propuso lo que hoy en día se conoce com o t eoría de la relat ividad general.

Figura 2.8

Einst ein hizo la sugerencia revolucionaria que la gravedad no es una fuerza com o
las ot ras, sino que es una consecuencia que el espacio- t iem po no sea plano, com o
previam ent e se había supuest o: el espacio- t iem po est á curvado, o «deform ado»,
por la dist ribución de m asa y energía en él present e. Los cuerpos com o la Tierra no
est án forzados a m overse en órbit as curvas por una fuerza llam ada gravedad; en
vez de est o, ellos siguen la t rayect oria m ás parecida a una línea rect a en un espacio
curvo, es decir, lo que se conoce com o una geodésica. Una geodésica es el cam ino
m ás cort o ( o m ás largo) ent re dos punt os cercanos. Por ej em plo, la superficie de la
Tierra es un espacio curvo bidim ensional. Las geodésicas en la Tierra se llam an
círculos m áxim os, y son el cam ino m ás cort o ent re dos punt os ( figura 2.8) .

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Com o la geodésica es el cam ino m ás cort o ent re dos aeropuert os cualesquiera, el


navegant e de líneas aéreas le dirá al pilot o que vuele a lo largo de ella. En
relat ividad general, los cuerpos siguen siem pre líneas rect as en el espacio- t iem po
cuat ridim ensional; sin em bargo, nos parece que se m ueven a lo largo de
t rayect orias curvadas en nuest ro espacio t ridim ensional. ( Est o es com o ver a un
avión volando sobre un t erreno m ont añoso. Aunque sigue una línea rect a en el
espacio t ridim ensional, su som bra seguirá un cam ino curvo en el suelo
bidim ensional) . La m asa del Sol curva el espacio- t iem po de t al m odo que, a pesar
que la Tierra sigue un cam ino rect o en el espacio- t iem po cuat ridim ensional, nos
parece que se m ueve en una órbit a circular en el espacio t ridim ensional. De hecho,
las órbit as de los planet as predichas por la relat ividad general son casi exact am ent e
las m ism as que las predichas por la t eoría de la gravedad new t oniana.

Figura 2.9

Sin em bargo, en el caso de Mercurio, que al ser el planet a m ás cercano al Sol sufr e
los efect os gravit at orios m ás fuert es y que, adem ás, t iene una órbit a bast ant e
alargada, la relat ividad general predice que el ej e m ayor de su elipse debería rot ar
alrededor del Sol a un rit m o de un grado por cada diez m il años. A pesar de lo

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pequeño de est e efect o, ya había sido observado ant es de 1915 y sirvió com o una
de las prim eras confirm aciones de la t eoría de Einst ein.
En los últ im os años, incluso las desviaciones m enores de las órbit as de los ot ros
planet as respect o de las predicciones newt onianas han sido m edidas por m edio del
radar, encont rándose que concuerdan con las predicciones de la relat ividad general.
Los rayos de luz t am bién deben seguir geodésicas en el espacio- t iem po. De nuevo,
el hecho que el espacio- t iem po sea curvo significa que la luz ya no parece viaj ar en
líneas rect as en el espacio. Así, la relat ividad general predice que la luz debería ser
desviada por los cam pos gravit at orios. Por ej em plo, la t eoría predice que los conos
de luz de punt os cercanos al Sol est arán t orcidos hacia dent ro, debido a la presencia
de la m asa del Sol. Est o quiere decir que la luz de una est rella dist ant e, que pase
cerca del Sol, será desviada un pequeño ángulo, con lo cual la est rella parecerá
est ar, para un observador en la Tierra, en una posición diferent e a aquella en la que
de hecho est á ( figura 2.9) .
Desde luego, si la luz de la est rella pasara siem pre cerca del Sol, no seríam os
capaces de dist inguir si la luz era desviada sist em át icam ent e, o si, por el cont rario,
la est rella est aba realm ent e en la posición donde la vem os. Sin em bargo, dado que
la Tierra gira alrededor del Sol, diferent es est rellas parecen pasar por det rás del Sol
y su luz es desviada. Cam bian, así pues, su posición aparent e con respect o a ot ras
est rellas.
Norm alm ent e es m uy difícil apreciar est e efect o, porque la luz del Sol hace
im posible observar las est rellas que aparecen en el cielo cercanas a él. Sin
em bargo, es posible observarlo durant e un eclipse solar, en el que la Luna se
int erpone ent re la luz del Sol y la Tierra.
Las predicciones de Einst ein sobre las desviaciones de la luz no pudieron ser
com probadas inm ediat am ent e, en 1915, a causa de la prim era guerra m undial, y no
fue posible hacerlo hast a 1919, en que una expedición brit ánica, observando un
eclipse desde África orient al, dem ost ró que la luz era verdaderam ent e desviada por
el Sol, j ust o com o la t eoría predecía. Est a com probación de una t eoría alem ana por
cient íficos brit ánicos fue reconocida com o un gran act o de reconciliación ent re los
dos países después de la guerra. Result a irónico, que un exam en post erior de las
fot ografías t om adas por aquella expedición m ost rara que los errores com et idos eran

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t an grandes com o el efect o que se t rat aba de m edir. Sus m edidas habían sido o un
caso de suert e, o un caso de conocim ient o del result ado que se quería obt ener, lo
que ocurre con relat iva frecuencia en la ciencia. La desviación de la luz ha sido, no
obst ant e, confirm ada con precisión por num erosas observaciones post eriores.
Ot ra predicción de la relat ividad general es que el t iem po debería t ranscurrir m ás
lent am ent e cerca de un cuerpo de gran m asa com o la Tierra. Ello se debe a que hay
una relación ent re la energía de la luz y su frecuencia ( es decir, el núm ero de ondas
de luz por segundo) : cuant o m ayor es la energía, m ayor es la frecuencia. Cuando la
luz viaj a hacia arriba en el cam po gravit at orio t errest re, pierde energía y, por lo
t ant o, su frecuencia dism inuye. ( Est o significa que el período de t iem po ent re una
crest a de la onda y la siguient e aum ent a) . A alguien sit uado arriba le parecería que
t odo lo que pasara abaj o, en la Tierra, t ranscurriría m ás lent am ent e.
Est a predicción fue com probada en 1962, usándose un par de reloj es m uy precisos
inst alados en la part e superior e inferior de un depósit o de agua. Se encont ró que el
de abaj o, que est aba m ás cerca de la Tierra, iba m ás lent o, de acuerdo
exact am ent e con la relat ividad general. La diferencia ent re reloj es a diferent es
alt uras de la Tierra es, hoy en día, de considerable im port ancia práct ica debido al
uso de sist em as de navegación m uy precisos, basados en señales provenient es de
sat élit es. Si se ignoraran las predicciones de la relat ividad general, ¡la posición que
uno calcularía t endría un er ror de varios kilóm et ros!
Las leyes de Newt on del m ovim ient o acabaron con la idea de una posición absolut a
en el espacio. La t eoría de la relat ividad elim ina el concept o de un t iem po absolut o.
Considerem os un par de gem elos. Supongam os que uno de ellos se va a vivir a la
cim a de una m ont aña, m ient ras que el ot ro perm anece al nivel del m ar. El prim er
gem elo envej ecerá m ás rápidam ent e que el segundo. Así, si volvieran a
encont rarse, uno sería m ás viej o que el ot ro. En est e caso, la diferencia de edad
seria m uy pequeña, pero sería m ucho m ayor si uno de los gem elos se fuera de viaj e
en una nave espacial a una velocidad cercana a la de la luz. Cuando volviera, sería
m ucho m ás j oven que el que se quedó en la Tierra. Est o se conoce com o la
paradoj a de los gem elos, pero es sólo una paradoj a si uno t iene siem pre m et ida en
la cabeza la idea de un t iem po absolut o. En la t eoría de la relat ividad no exist e un

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t iem po absolut o único, sino que cada individuo posee su propia m edida personal del
t iem po, m edida que depende de dónde est á y de cóm o se m ueve.
Ant es de 1915, se pensaba en el espacio y en el t iem po com o si se t rat ara de un
m arco fij o en el que los acont ecim ient os t enían lugar, pero que no est aba afect ado
por lo que en él sucediera. Est o era ciert o incluso en la t eoría de la relat ividad
especial. Los cuerpos se m ovían, las fuerzas at raían y repelían, pero el t iem po y el
espacio sim plem ent e cont inuaban, sin ser afect ados por nada. Era nat ural pensar
que el espacio y el t iem po habían exist ido desde siem pre.
La sit uación es, sin em bargo, t ot alm ent e diferent e en la t eoría de la relat ividad
general. En ella, el espacio y el t iem po son cant idades dinám icas: cuando un cuerpo
se m ueve, o una fuerza act úa, afect a a la curvat ura del espacio y del t iem po, y, en
cont rapart ida, la est ruct ura del espacio- t iem po afect a al m odo en que los cuerpos
se m ueven y las fuerzas act úan. El espacio y el t iem po no sólo afect an, sino que
t am bién son afect ados por t odo aquello que sucede en el universo. De la m ism a
m anera que no se puede hablar acerca de los fenóm enos del universo sin las
nociones de espacio y t iem po, en relat ividad general no t iene sent ido hablar del
espacio y del t iem po fuera de los lím it es del universo.
En las décadas siguient es al descubrim ient o de la relat ividad general, est os nuevos
concept os de espacio y t iem po iban a revolucionar nuest ra im agen del universo. La
viej a idea de un universo esencialm ent e inalt erable que podría haber exist ido, y que
podría cont inuar exist iendo por siem pre, fue reem plazada por el concept o de un
universo dinám ico, en expansión, que parecía haber com enzado hace ciert o t iem po
finit o, y que podría acabar en un t iem po finit o en el fut uro. Esa revolución es el
obj et o del siguient e capít ulo. Y años después de haber t enido lugar, sería t am bién el
punt o de arranque de m i t rabaj o en física t eórica. Roger Penrose y yo m ost ram os
cóm o la t eoría de la relat ividad general de Einst ein im plicaba que el universo debía
t ener un principio y, posiblem ent e, un final.

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Ca pít u lo 3
El Un ive r so En Ex pa n sión

Si se m ira el cielo en una clara noche sin luna, los obj et os m ás brillant es que uno ve
son los planet as Venus, Mart e, Júpit er y Sat urno. Tam bién se ve un gran núm ero de
est rellas, que son com o nuest ro Sol, pero sit uadas a m ucha m ás dist ancia de
nosot ros. Algunas de est as est rellas llam adas fij as cam bian, de hecho, m uy
ligeram ent e sus posiciones con respect o a las ot ras est rellas, cuando la Tierra gira
alrededor del Sol: ¡pero no est án fij as en absolut o! Est o se debe a que est án
relat ivam ent e cerca de nosot ros. Conform e la Tierra gira alrededor del Sol, las
vem os desde diferent es posiciones frent e al fondo de las est rellas m ás dist ant es.
Se t rat a de un hecho afort unado, pues nos perm it e m edir la dist ancia ent re est as
est rellas y nosot ros: cuant o m ás cerca est én, m ás parecerán m overse.
La est rella m ás cercana, llam ada Próxim a Cent auri, se encuent ra a unos cuat ro años
luz de nosot ros ( la luz provenient e de ella t arda unos cuat ro años en llegar a la
Tierra) , o a unos t reint a y siet e billones de kilóm et ros. La m ayor part e del rest o de
las est rellas observables a sim ple vist a se encuent ran a unos pocos cient os de años
luz de nosot ros. Para capt ar la m agnit ud de est as dist ancias, digam os que ¡nuest ro
Sol est á a sólo ocho m inut os- luz de dist ancia! Las est rellas se nos aparecen
esparcidas por t odo el cielo noct urno, aunque aparecen part icularm ent e
concent radas en una banda, que llam am os la Vía Láct ea. Ya en 1750, algunos
ast rónom os em pezaron a sugerir que la aparición de la Vía Láct ea podría ser
explicada por el hecho que la m ayor part e de las est rellas visibles est uvieran en una
única configuración con form a de disco, un ej em plo de lo que hoy en día llam am os
una galaxia espiral. Sólo unas décadas después, el ast rónom o Sir William Herschel
confirm ó est a idea a t ravés de una ardua cat alogación de las posiciones y las
dist ancias de un gran núm ero de est rellas. A pesar de ello, la idea sólo llegó a ganar
una acept ación com plet a a principios de nuest ro siglo.
La im agen m oderna del universo se rem ont a t an sólo a 1924, cuando el ast rónom o
nort eam ericano Edwin Hubble dem ost ró que nuest ra galaxia no era la única. Había
de hecho m uchas ot ras, con am plias regiones de espacio vacío ent re ellas. Para

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poder probar est o, necesit aba det erm inar las dist ancias que había hast a esas
galaxias, t an lej anas que, al cont rario de lo que ocurre con las est rellas cercanas,
parecían est ar verdaderam ent e fij as. Hubble se vio forzado, por lo t ant o, a usar
m ét odos indirect os para m edir esas dist ancias. Result a que el brillo aparent e de una
est rella depende de dos fact ores: la cant idad de luz que irradia ( su lum inosidad) y
lo lej os que est á de nosot ros. Para las est rellas cercanas, podem os m edir sus brillos
aparent es y sus dist ancias, de t al form a que podem os calcular sus lum inosidades.
I nversam ent e, si conociéram os la lum inosidad de las est rellas de ot ras galaxias,
podríam os calcular sus dist ancias m idiendo sus brillos aparent es.
Hubble advirt ió que ciert os t ipos de est rellas, cuando est án lo suficient em ent e cerca
de nosot ros com o para que se pueda m edir su lum inosidad, t ienen siem pre la
m ism a lum inosidad. Por consiguient e, él argum ent ó que si encont ráram os t ales
t ipos de est rellas en ot ra galaxia, podríam os suponer que t endrían la m ism a
lum inosidad y calcular, de est a m anera, la dist ancia a esa galaxia. Si pudiéram os
hacer est o para diversas est rellas en la m ism a galaxia, y nuest ros cálculos
produj eran siem pre el m ism o result ado, podríam os est ar bast ant e seguros de
nuest ra est im ación.

Figura 3.1
Edwin Hubble calculó las dist ancias a nueve galaxias diferent es por m edio del
m ét odo ant erior.

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En la act ualidad sabem os que nuest ra galaxia es sólo una de ent re los varios cient os
de m iles de m illones de galaxias que pueden verse con los m odernos t elescopios, y
que cada una de ellas cont iene cient os de m iles de m illones de est rellas. La figura
3.1 m uest ra una fot ografía de una galaxia espiral. Creem os que est a im agen es
sim ilar a la de nuest ra galaxia si fuera vist a por alguien que viviera en ot ra galaxia.
Vivim os en una galaxia que t iene un diám et ro aproxim ado de cien m il años luz, y
que est á girando lent am ent e. Las est rellas en los brazos de la espiral giran
alrededor del cent ro con un período de varios cient os de m illones de años.
Nuest ro Sol no es m ás que una est rella am arilla ordinaria, de t am año m edio,
sit uada cerca del cent ro de uno de los brazos de la espiral. ¡Ciert am ent e, hem os
recorrido un largo cam ino desde los t iem pos de Arist ót eles y Pt olom eo, cuando
creíam os que la Tierra era el cent ro del universo! Las est rellas est án t an lej os de la
Tierra que nos parecen sim ples punt os lum inosos.
No podem os apreciar ni su t am año ni su form a. ¿Cóm o ent onces podem os clasificar
a las est rellas en dist int os t ipos? De la inm ensa m ayoría de las est rellas, sólo
podem os m edir una propiedad caract eríst ica: el color de su luz. Newt on descubrió
que cuando la luz at raviesa un t rozo de vidrio t riangular, lo que se conoce com o un
prism a, la luz se divide en los diversos colores que la com ponen ( su espect ro) , al
igual que ocurre con el arco iris. Al enfocar con un t elescopio una est rella o galaxia
part icular, podem os observar de m odo sim ilar el espect ro de la luz provenient e de
esa est rella o galaxia. Est rellas diferent es poseen espect ros diferent es, pero el brillo
relat ivo de los dist int os colores es siem pre exact am ent e igual al que se esperaría
encont rar en la luz em it ida por un obj et o en roj a incandescencia. ( De hecho, la luz
em it ida por un obj et o opaco incandescent e t iene un aspect o caract eríst ico que sólo
depende de su t em perat ura, lo que se conoce com o espect ro t érm ico. Est o significa
que podem os averiguar la t em perat ura de una est rella a part ir de su espect ro
lum inoso) . Adem ás, se observa que ciert os colores m uy específicos est án ausent es
de los espect ros de las est rellas, y que est os colores ausent es pueden variar de una
est rella a ot ra. Dado que sabem os que cada elem ent o quím ico absorbe un conj unt o
caract eríst ico de colores m uy específicos, se puede det erm inar exact am ent e qué
elem ent os hay en la at m ósfera de una est rella com parando los conj unt os de colores
ausent es de cada elem ent o con el espect ro de la est rella.

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Cuando los ast rónom os em pezaron a est udiar, en los años veint e, los espect ros de
las est rellas de ot ras galaxias, encont raron un hecho t rem endam ent e peculiar: est as
est rellas poseían los m ism os conj unt os caract eríst icos de colores ausent es que las
est rellas de nuest ra propia galaxia, pero desplazados t odos ellos en la m ism a
cant idad relat iva hacia el ext rem o del espect ro correspondient e al color roj o. Para
ent ender las aplicaciones de est e descubrim ient o, debem os conocer prim ero el
efect o Doppler. Com o hem os vist o, la luz visible consist e en fluct uaciones u ondas
del cam po elect rom agnét ico. La frecuencia ( o núm ero de ondas por segundo) de la
luz es ext rem adam ent e alt a, barriendo desde cuat rocient os hast a set ecient os
m illones de ondas por segundo. Las diferent es frecuencias de la luz son lo que el oj o
hum ano ve com o diferent es colores, correspondiendo las frecuencias m ás baj as al
ext rem o roj o del espect ro y las m ás alt as, al ext rem o azul. I m aginem os ent onces
una fuent e lum inosa, t al com o una est rella, a una dist ancia fij a de nosot ros, que
em it e ondas de luz con una frecuencia const ant e. Obviam ent e la frecuencia de las
ondas que recibim os será la m ism a que la frecuencia con la que son em it idas ( el
cam po gravit at orio de la galaxia no será lo suficient em ent e grande com o para t ener
un efect o significat ivo) . Supongam os ahora que la fuent e em pieza a m overse hacia
nosot ros. Cada vez que la fuent e em it a la siguient e crest a de onda, est ará m ás
cerca de nosot ros, por lo que el t iem po que cada nueva crest a t arde en alcanzarnos
será m enor que cuando la est rella est aba est acionaria. Est o significa que el t iem po
ent re cada dos crest as que llegan a nosot ros es m ás cort o que ant es y, por lo t ant o,
que el núm ero de ondas que recibim os por segundo ( es decir, la frecuencia) es
m ayor que cuando la est rella est aba est acionaria. I gualm ent e, si la fuent e se alej a
de nosot ros, la frecuencia de las ondas que recibim os será m enor que en el
supuest o est acionario. Así pues, en el caso de la luz, est o significa que las est rellas
que se est én alej ando de nosot ros t endrán sus espect ros desplazados hacia el
ext rem o roj o del espect ro ( corrim ient o hacia el roj o) y las est rellas que se est én
acercando t endrán espect ros con un corrim ient o hacia el azul. Est a relación ent re
frecuencia y velocidad, que se conoce com o efect o Doppler, es una experiencia
diaria.
Si escucham os un coche al pasar por la carret era not am os que, cuando se nos
aproxim a, su m ot or suena con un t ono m ás agudo de lo norm al ( lo que corresponde

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a una frecuencia m ás alt a de las ondas sonoras) , m ient ras que cuando se alej a
produce un sonido m ás grave. El com port am ient o de la luz o de las ondas de radio
es sim ilar. De hecho, la policía hace uso del efect o Doppler para m edir la velocidad
de los coches a part ir de la frecuencia de los pulsos de ondas de radio reflej ados por
los vehículos.
En los años que siguieron al descubrim ient o de la exist encia de ot ras galaxias,
Hubble dedicó su t iem po a cat alogar las dist ancias y a observar los espect ros de las
galaxias. En aquella época, la m ayor part e de la gent e pensaba que las galaxias se
m overían de form a bast ant e aleat oria, por lo que se esperaba encont rar t ant os
espect ros con corrim ient o hacia el azul com o hacia el roj o.
Fue una sorpresa absolut a, por lo t ant o, encont rar que la m ayoría de las galaxias
present aban un corrim ient o hacia el roj o: ¡casi t odas se est aban alej ando de
nosot ros! I ncluso m ás sorprendent e aún fue el hallazgo que Hubble publicó en
1929: ni siquiera el corrim ient o de las galaxias hacia el roj o es aleat orio, sino que
es direct am ent e proporcional a la dist ancia que nos separa de ellas. o, dicho con
ot ras palabras, ¡cuant o m ás lej os est á una galaxia, a m ayor velocidad se alej a de
nosot ros! Est o significa que el universo no puede ser est át ico, com o t odo el m undo
había creído ant es, sino que de hecho se est á expandiendo. La dist ancia ent re las
diferent es galaxias est á aum ent ando cont inuam ent e.
El descubrim ient o que el universo se est á expandiendo ha sido una de las grandes
revoluciones int elect uales del siglo XX.
Vist o a post eriori, es nat ural asom brarse que a nadie se le hubiera ocurrido est o
ant es. Newt on, y algún ot ro cient ífico, debería haberse dado cuent a que un universo
est át ico em pezaría enseguida a cont raerse baj o la influencia de la gravedad. Pero
supongam os que, por el cont rario, el universo se expande. Si se est uviera
expandiendo m uy lent am ent e, la fuerza de la gravedad frenaría finalm ent e la
expansión y aquél com enzaría ent onces a cont raerse. Sin em bargo, si se expandiera
m ás deprisa que a un ciert o valor crít ico, la gravedad no sería nunca lo
suficient em ent e int ensa com o para det ener la expansión, y el universo cont inuaría
expandiéndose por siem pre. La sit uación sería parecida a lo que sucede cuando se
lanza un cohet e hacia el espacio desde la superficie de la Tierra. Si ést e t iene una

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velocidad relat ivam ent e baj a, la gravedad acabará det eniendo el cohet e, que
ent onces caerá de nuevo a la Tierra.
Por el cont rario, si el cohet e posee una velocidad m ayor que una ciert a velocidad
crít ica ( de unos once kilóm et ros por segundo) la gravedad no será lo
suficient em ent e int ensa com o para hacerlo regresar de t al form a que se m ant endrá
alej ándose de la Tierra para siem pre. Est e com port am ient o del universo podría
haber sido predicho a part ir de la t eoría de la gravedad de Newt on, en el siglo XI X,
en el XVI I I , o incluso a finales del XVI I . La creencia en un universo est át ico era t an
fuert e que persist ió hast a principios del siglo XX. I ncluso Einst ein, cuando en 1915
form uló la t eoría de la relat ividad general, est aba t an seguro que el universo t enía
que ser est át ico que m odificó la t eoría para hacer que ello fuera posible,
int roduciendo en sus ecuaciones la llam ada const ant e cosm ológica. Einst ein
int roduj o una nueva fuerza « ant i- gravit at oria», que, al cont rario que las ot ras
fuerzas, no provenía de ninguna fuent e en part icular, sino que est aba insert a en la
est ruct ura m ism a del espacio- t iem po.
Él sost enía que el espacio- t iem po t enía una t endencia int rínseca a expandirse, y que
ést a t endría un valor que equilibraría exact am ent e la at racción de t oda la m at eria
en el universo, de m odo que sería posible la exist encia de un universo est át ico. Sólo
un hom bre est aba dispuest o, según parece, a acept ar la relat ividad general al pie
de la let ra. Así, m ient ras Einst ein y ot ros físicos buscaban m odos de evit ar las
predicciones de la relat ividad general de un universo no est át ico, el físico y
m at em át ico ruso Alexander Friedm ann se dispuso, por el cont rario, a explicarlas.
Friedm ann hizo dos suposiciones m uy sim ples sobre el universo: que el universo
parece el m ism o desde cualquier dirección desde la que se le observe, y que ello
t am bién sería ciert o si se le observara desde cualquier ot ro lugar. A part ir de est as
dos ideas únicam ent e, Friedm ann dem ost ró que no se debería esperar que el
universo fuera est át ico. De hecho, en 1922, varios años ant es del descubrim ient o
de Edwin Hubble, ¡Friedm ann predij o exact am ent e lo que Hubble encont ró! La
suposición que el universo parece el m ism o en t odas direcciones, no es ciert a en la
realidad. Por ej em plo, com o hem os vist o, las ot ras est rellas de nuest ra galaxia
form an una inconfundible banda de luz a lo largo del cielo, llam ada Vía Láct ea. Pero
si nos concent ram os en las galaxias lej anas, parece haber m ás o m enos el m ism o

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núm ero de ellas en cada dirección. Así, el universo parece ser aproxim adam ent e el
m ism o en cualquier dirección, con t al que se le analice a gran escala, com parada
con la dist ancia ent re galaxias, y se ignoren las diferencias a pequeña escala.
Durant e m ucho t iem po, est o fue j ust ificación suficient e para la suposición de
Friedm ann, t om ada com o una aproxim ación grosera del m undo real. Pero
recient em ent e, un afort unado accident e reveló que la suposición de Friedm ann es
de hecho una descripción ext raordinariam ent e exact a de nuest ro universo.
En 1965, dos físicos nort eam ericanos de los laborat orios de la Bell Telephone en
Nueva Jersey, Arno Penzias y Robert Wilson, est aban probando un det ect or de
m icroondas ext rem adam ent e sensible, ( las m icroondas son iguales a las ondas
lum inosas, pero con una frecuencia del orden de sólo diez m il m illones de ondas por
segundo) . Penzias y Wilson se sorprendieron al encont rar que su det ect or capt aba
m ás ruido del que esperaban. El ruido no parecía provenir de ninguna dirección en
part icular. Al principio descubrieron excrem ent os de páj aro en su det ect or, por lo
que com probaron t odos los posibles defect os de funcionam ient o, pero pront o los
desecharon. Ellos sabían que cualquier ruido provenient e de dent ro de la at m ósfera
sería m enos int enso cuando el det ect or est uviera dirigido hacia arriba que cuando
no lo est uviera, ya que los rayos lum inosos at raerían m ucha m ás at m ósfera cuando
se recibieran desde cerca del horizont e que cuando se recibieran direct am ent e
desde arriba. El ruido ext ra era el m ism o para cualquier dirección desde la que se
observara, de form a que debía provenir de fuera de la at m ósfera. El ruido era
t am bién el m ism o durant e el día, y durant e la noche, y a lo largo de t odo el año, a
pesar que la Tierra girara sobre su ej e y alrededor del Sol. Est o dem ost ró que la
radiación debía provenir de m ás allá del sist em a solar, e incluso desde m ás allá de
nuest ra galaxia, pues de lo cont rario variaría cuando el m ovim ient o de la Tierra
hiciera que el det ect or apunt ara en diferent es direcciones. De hecho, sabem os que
la radiación debe haber viaj ado hast a nosot ros a t ravés de la m ayor part e del
universo observable, y dado que parece ser la m ism a en t odas las direcciones, el
universo debe t am bién ser el m ism o en t odas las direcciones, por lo m enos a gran
escala. En la act ualidad, sabem os que en cualquier dirección que m irem os, el ruido
nunca varía m ás de una part e en diez m il. Así, Penzias y Wilson t ropezaron

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inconscient em ent e con una confirm ación ext raordinariam ent e precisa de la prim era
suposición de Friedm ann.
Aproxim adam ent e al m ism o t iem po, dos físicos nort eam ericanos de la cercana
Universidad de Princet on, Bob Dicke y Jim Peebles, t am bién est aban int eresados en
las m icroondas. Est udiaban una sugerencia hecha por George Gam ow ( que había
sido alum no de Alexander Friedm ann) relat iva a que el universo en sus prim eros
inst ant es debería haber sido m uy calient e y denso, para acabar blanco
incandescent e. Dicke y Peebles argum ent aron que aún deberíam os ser capaces de
ver el resplandor de los inicios del universo, porque la luz provenient e de lugares
m uy dist ant es est aría alcanzándonos ahora. Sin em bargo, la expansión del universo
im plicaría que est a luz debería est ar t an t rem endam ent e desplazada hacia el roj o
que nos llegaría hoy en día com o radiación de m icroondas. Cuando Dicke y Peebles
est aban est udiando cóm o buscar est a radiación, Penzias y Wilson se ent eraron del
obj et ivo de ese t rabaj o y com prendieron que ellos ya habían encont rado dicha
radiación. Gracias a est e t rabaj o, Penzias y Wilson fueron galardonados con el
prem io Nóbel en 1978 ( ¡lo que parece ser bast ant e inj ust o con Dicke y Peebles, por
no m encionar a Gam ow! ) .
A prim era vist a, podría parecer que t oda est a evidencia que el universo parece el
m ism o en cualquier dirección desde la que m irem os, sugeriría que hay algo especial
en cuant o a nuest ra posición en el universo. En part icular, podría pensarse que, si
observam os a t odas las ot ras galaxias alej arse de nosot ros, es porque est am os en
el cent ro del universo. Hay, sin em bargo, una explicación alt ernat iva: el universo
podría ser t am bién igual en t odas las direcciones si lo observáram os desde cualquier
ot ra galaxia. Est o, com o hem os vist o, fue la segunda suposición de Friedm ann. No
se t iene evidencia cient ífica a favor o en cont ra de est a suposición.
Creem os en ella sólo por razones de m odest ia: ¡sería ext raordinariam ent e curioso
que el universo pareciera idént ico en t odas las direcciones a nuest ro alrededor, y
que no fuera así para ot ros punt os del universo! En el m odelo de Friedm ann, t odas
las galaxias se est án alej ando ent re sí unas de ot ras. La sit uación es sim ilar a un
globo con ciert o núm ero de punt os dibuj ados en él, y que se va hinchando
uniform em ent e. Conform e el globo se hincha, la dist ancia ent re cada dos punt os

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aum ent a, a pesar de lo cual no se puede decir que exist a un punt o que sea el cent ro
de la expansión.
Adem ás, cuant o m ás lej os est én los punt os, se separarán con m ayor velocidad.
Sim ilarm ent e, en el m odelo de Friedm ann la velocidad con la que dos galaxias
cualesquiera se separan es proporcional a la dist ancia ent re ellas. De est a form a,
predecía que el corrim ient o hacia el roj o de una galaxia debería ser direct am ent e
proporcional a su dist ancia a nosot ros, exact am ent e lo que Hubble encont ró.
A pesar del éxit o de su m odelo y de sus predicciones de las observaciones de
Hubble, el t rabaj o de Friedm ann siguió siendo desconocido en el m undo occident al
hast a que en 1935 el físico nort eam ericano How ard Robert son y el m at em át ico
brit ánico Art hur Walker crearon m odelos sim ilares en respuest a al descubrim ient o
por Hubble de la expansión uniform e del universo.
Aunque Friedm ann encont ró sólo uno, exist en en realidad t res t ipos de m odelos que
obedecen a las dos suposiciones fundam ent ales de Friedm ann. En el prim er t ipo ( el
que encont ró Friedm ann) , el universo se expande lo suficient em ent e lent o com o
para que la at racción gravit at oria ent re las diferent es galaxias sea capaz de frenar y
finalm ent e det ener la expansión. Las galaxias ent onces se em piezan a acercar las
unas a las ot ras y el universo se cont rae.
La figura 3.2 m uest ra cóm o cam bia, conform e aum ent a el t iem po, la dist ancia ent re
dos galaxias vecinas. Ést a em pieza siendo igual a cero, aum ent a hast a llegar a un
m áxim o y luego dism inuye hast a hacerse cero de nuevo. En el segundo t ipo de
solución, el universo se expande t an rápidam ent e que la at racción gravit at oria no
puede pararlo, aunque sí lo frena un poco. La figura 3.3 m uest ra la separación ent re
dos galaxias vecinas en est e m odelo. Em pieza en cero y con el t iem po sigue
aum ent ando, pues las galaxias cont inúan separándose con una velocidad
est acionaria. Por últ im o, exist e un t ercer t ipo de solución, en el que el universo se
est á expandiendo sólo con la velocidad j ust a para evit ar colapsarse. La separación
en est e caso, m ost rada en la figura 3.4, t am bién em pieza en cero y cont inúa
aum ent ando siem pre. Sin em bargo, la velocidad con la que las galaxias se est án
separando se hace cada vez m ás pequeña, aunque nunca llega a ser nula.

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Figura 3.2

Figura 3.3

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Figura 3.4

Una caract eríst ica not able del prim er t ipo de m odelo de Friedm ann es que, en él, el
universo no es infinit o en el espacio, aunque t am poco t iene ningún lím it e. La
gravedad es t an fuert e que el espacio se curva cerrándose sobre sí m ism o,
result ando parecido a la superficie de la Tierra. Si uno se m ant iene viaj ando sobre
la superficie de la Tierra en una ciert a dirección, nunca llega frent e a una barrer a
infranqueable o se cae por un precipicio, sino que finalm ent e regresa al lugar de
donde part ió. En el prim er m odelo de Friedm ann, el espacio es j ust o com o est o,
pero con t res dim ensiones en vez de con dos, com o ocurre con la superficie
t errest re. La cuart a dim ensión, el t iem po, t am bién t iene una ext ensión finit a, pero
es com o una línea con dos ext rem os o front eras, un principio y un final. Se verá
m ás adelant e que cuando se com bina la relat ividad general con el principio de
incert idum bre de la m ecánica cuánt ica, es posible que am bos, espacio y t iem po,
sean finit os, sin ningún t ipo de borde o front era.
La idea que se podría ir en línea rect a alrededor del universo y acabar donde se
em pezó es buena para la ciencia- ficción, pero no t iene dem asiada relevancia
práct ica, pues puede verse que el universo se colapsaría de nuevo a t am año cero
ant es que se pudiera com plet ar una vuelt a ent era. Uno t endría que viaj ar m ás
rápido que la luz, lo que es im posible, para poder regresar al punt o de part ida ant es
que el universo t uviera un final.
En el prim er t ipo de m odelo de Friedm ann, el que se expande prim ero y luego se
colapsa, el espacio est á curvado sobre sí m ism o, al igual que la superficie de la

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Tierra. Es, por lo t ant o, finit o en ext ensión. En el segundo t ipo de m odelo, el que se
expande por siem pre, el espacio est á curvado al cont rario, es decir, com o la
superficie de una silla de m ont ar. Así, en est e caso el espacio es infinit o.
Finalm ent e, en el t ercer t ipo, el que posee la velocidad crít ica de expansión, el
espacio no est á curvado ( y, por lo t ant o, t am bién es infinit o) .
Pero, ¿cuál de los m odelos de Friedm ann describe a nuest ro universo? ¿Cesará
alguna vez el universo su expansión y em pezará a cont raerse, o se expandirá por
siem pre? Para responder a est as cuest iones, necesit am os conocer el rit m o act ual de
expansión y la densidad m edia present e. Si la densidad es m enor que un ciert o
valor crít ico, det erm inado por el rit m o de expansión, la at racción gravit at oria será
dem asiado débil para poder det ener la expansión. Si la densidad es m ayor que el
valor crít ico, la gravedad parará la expansión en algún t iem po fut uro y hará que el
universo vuelva a colapsarse.
Podem os det erm inar el rit m o act ual de expansión, m idiendo a t ravés del efect o
Doppler las velocidades a las que las ot ras galaxias se alej an de nosot ros. Est o
puede hacerse con m ucha precisión. Sin em bargo, las dist ancias a las ot ras galaxias
no se conocen bien porque sólo podem os m edirlas indirect am ent e. Así, t odo lo que
sabem os es que el universo se expande ent re un cinco y un diez por cient o cada m il
m illones de años.
Sin em bargo, nuest ra incert idum bre con respect o a la densidad m edia act ual del
universo es incluso m ayor. Si sum am os las m asas de t odas las est rellas, que
podem os ver t ant o en nuest ra galaxia com o en las ot ras galaxias, el t ot al es m enos
de la cent ésim a part e de la cant idad necesaria para det ener la expansión del
universo, incluso considerando la est im ación m ás baj a del rit m o de expansión.
Nuest ra galaxia y las ot ras galaxias deben cont ener, no obst ant e, una gran cant idad
de «m at eria oscura» que no se puede ver direct am ent e, pero que sabem os que
debe exist ir, debido a la influencia de su at racción gravit at oria sobre las órbit as de
las est rellas en las galaxias. Adem ás, la m ayoría de las galaxias se encuent ran
agrupadas en racim os, y podem os inferir igualm ent e la presencia de aún m ás
m at eria oscura en los espacios int ergaláct icos de los racim os, debido a su efect o
sobre el m ovim ient o de las galaxias. Cuando sum am os t oda est a m at eria oscura,
obt enem os t an sólo la décim a part e, aproxim adam ent e, de la cant idad requerida

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para det ener la expansión. No obst ant e, no podem os excluir la posibilidad que
pudiera exist ir alguna ot ra form a de m at eria, dist ribuida casi uniform em ent e a lo
largo y ancho del universo, que aún no hayam os det ect ado y que podría elevar la
densidad m edia del universo por encim a del valor crít ico necesario para det ener la
expansión. La evidencia present e sugiere, por lo t ant o, que el universo se expandirá
probablem ent e por siem pre, pero que de lo único que podem os est ar
verdaderam ent e seguros es que si el universo se fuera a colapsar, no lo haría com o
m ínim o en ot ros diez m il m illones de años, ya que se ha est ado expandiendo por lo
m enos esa cant idad de t iem po. Est o no nos debería preocupar indebidam ent e: para
ent onces, al m enos que hayam os colonizado m ás allá del sist em a solar, ¡la
hum anidad hará t iem po que habrá desaparecido, ext inguida j unt o con nuest ro Sol!
Todas las soluciones de Friedm ann com part en el hecho que en algún t iem po pasado
( ent re diez y veint e m il m illones de años) la dist ancia ent re galaxias vecinas debe
haber sido cero. En aquel inst ant e, que llam am os big bang, la densidad del universo
y la curvat ura del espacio- t iem po habrían sido infinit as. Dado que las m at em át icas
no pueden m anej ar realm ent e núm eros infinit os, est o significa que la t eoría de la
relat ividad general ( en la que se basan las soluciones de Friedm ann) predice que
hay un punt o en el universo en donde la t eoría en sí colapsa. Tal punt o es un
ej em plo de lo que los m at em át icos llam an una singularidad. En realidad, t odas
nuest ras t eorías cient íficas est án form uladas baj o la suposición que el espacio-
t iem po es uniform e y casi plano, de m anera que ellas dej an de ser aplicables en la
singularidad del big bang, en donde la curvat ura del espacio- t iem po es infinit a. Ello
significa que aunque hubiera acont ecim ient os ant eriores al big bang, no se podrían
ut ilizar para det erm inar lo que sucedería después, ya que t oda capacidad de
predicción fallaría en el big bang. I gualm ent e, si, com o es el caso, sólo sabem os lo
que ha sucedido después del big bang, no podrem os det erm inar lo que sucedió
ant es. Desde nuest ro punt o de vist a, los sucesos ant eriores al big bang no pueden
t ener consecuencias, por lo que no deberían form ar part e de los m odelos cient íficos
del universo. Así pues, deberíam os ext raerlos de cualquier m odelo y decir que el
t iem po t iene su principio en el big bang.
A m ucha gent e no le gust a la idea que el t iem po t enga un principio, probablem ent e
porque suena a int ervención divina. ( La I glesia cat ólica, por el cont rario, se apropió

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del m odelo del big bang y en 1951 proclam ó oficialm ent e que est aba de acuerdo
con la Biblia) . Por ello, hubo un buen núm ero de int ent os para evit ar la conclusión
que había habido un big bang. La propuest a que consiguió un apoyo m ás am plio fue
la llam ada t eoría del est ado est acionario ( st eady st at e) . Fue sugerida, en 1948, por
dos refugiados de la Aust ria ocupada por los nazis, Herm ann Bond y Thom as Gold,
j unt o con un brit ánico, Fred Hoyle, que había t rabaj ado con ellos durant e la guerra
en el desarrollo del radar. La idea era que conform e las galaxias se iban alej ando
unas de ot ras, nuevas galaxias se form aban cont inuam ent e en las regiones
int ergaláct icas, a part ir de m at eria nueva que era creada de form a cont inua. El
universo parecería, así pues, aproxim adam ent e el m ism o en t odo t iem po y en t odo
punt o del espacio. La t eoría del est ado est acionario requería una m odificación de la
relat ividad general para perm it ir la creación cont inua de m at eria, pero el rit m o de
creación involucrado era t an baj o ( aproxim adam ent e una part ícula por kilóm et ro
cúbico al año) que no est aba en conflict o con los experim ent os. La t eoría era una
buena t eoría cient ífica, en el sent ido descrit o en el capít ulo 1: era sim ple y realizaba
predicciones concret as que podrían ser com probadas por la observación. Una de
est as predicciones era que el núm ero de galaxias, u obj et os sim ilares en cualquier
volum en dado del espacio, debería ser el m ism o en donde quiera y cuando quiera
que m iráram os en el universo. Al final de los años cincuent a y principio de los
sesent a, un grupo de ast rónom os dirigido por Mart in Ryle ( quien t am bién había
t rabaj ado con Bond, Gold y Hoyle en el radar durant e la guerra) realizó, en
Cam bridge, un est udio sobre fuent es de ondas de radio en el espacio ext erior. El
grupo de Cam bridge dem ost ró que la m ayoría de est as fuent es de radio deben
residir fuera de nuest ra galaxia ( m uchas de ellas podían ser ident ificadas
verdaderam ent e con ot ras galaxias) , y, t am bién, que había m uchas m ás fuent es
débiles que int ensas. I nt erpret aron que las fuent es débiles eran las m ás dist ant es,
m ient ras que las int ensas eran las m ás cercanas. Ent onces result aba haber m enos
fuent es com unes por unidad de volum en para las fuent es cercanas que para las
lej anas. Est o podría significar que est am os en una región del universo en la que las
fuent es son m ás escasas que en el rest o. Alt ernat ivam ent e, podría significar que las
fuent es eran m ás num erosas en el pasado, en la época en que las ondas de radio
com enzaron su viaj e hacia nosot ros, que ahora. Cualquier explicación cont radecía

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las predicciones de la t eoría del est ado est acionario. Adem ás, el descubrim ient o de
la radiación de m icroondas por Penzias y Wilson en 1965 t am bién indicó que el
universo debe haber sido m ucho m ás denso en el pasado. La t eoría del est ado
est acionario t enía, por lo t ant o, que ser abandonada.
Ot ro int ent o de evit ar la conclusión que debe haber habido un big bang y, por lo
t ant o, un principio del t iem po, fue realizado por dos cient íficos rusos, Evgenii
Lifshit z e I saac Khalat nikov, en 1963. Ellos sugirieron que el big bang podría ser,
únicam ent e, una peculiaridad de los m odelos de Friedm ann, que después de t odo
no eran m ás que aproxim aciones al universo real. Quizás, de t odos los m odelos que
eran aproxim adam ent e com o el universo real, sólo los de Friedm ann cont uvieran
una singularidad com o la del big bang. En los m odelos de Friedm ann, t odas las
galaxias se est án alej ando direct am ent e unas de ot ras, de t al m odo que no es
sorprendent e que en algún t iem po pasado est uvieran t odas j unt as en el m ism o
lugar. En el universo real, sin em bargo, las galaxias no t ienen sólo un m ovim ient o
de separación de unas con respect o a ot ras, sino que t am bién t ienen pequeñas
velocidades lat erales. Así, en realidad, nunca t ienen por qué haber est ado t odas en
el m ism o lugar exact am ent e, sino sim plem ent e m uy cerca unas de ot ras. Quizás
ent onces el universo en expansión act ual no habría result ado de una singularidad
com o el big bang, sino de, una fase previa en cont racción. Cuando el universo se
colapsó, las part ículas que lo form aran podrían no haber colisionado t odas ent re sí,
sino que se habrían ent recruzado y separado después, produciendo la expansión
act ual del universo. ¿Cóm o podríam os ent onces dist inguir si el universo real ha
com enzado con un big bang o no? Lo que Lifshit z y Khalat nikov hicieron fue est udiar
m odelos del universo que eran aproxim adam ent e com o los de Friedm ann, pero que
t enían en cuent a las irregularidades y las velocidades aleat orias de las galaxias en el
universo real. Dem ost raron que t ales 'Modelos podrían com enzar con un big bang,
incluso a pesar que las galaxias ya no est uvieran separándose direct am ent e unas de
ot ras, pero sost uvieron que ello sólo seguía siendo posible en ciert os m odelos
excepcionales en los que las galaxias se m ovían j ust am ent e en la form a adecuada.
Argum ent aron que, ya que parece haber infinit am ent e m ás m odelos del t ipo
Friedm ann sin una singularidad com o la del big bang que con una, se debería
concluir que en realidad no ha exist ido el big bang. Sin em bargo, m ás t arde se

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dieron cuent a que había una clase m ucho m ás general de m odelos del t ipo
Friedm ann que sí cont enían singularidades, y en los que las galaxias no t enían que
est ar m oviéndose de un m odo especial. Así pues, ret iraron su afirm ación en 1970.
El t rabaj o de Lifshit z y Khalat nikov fue m uy valioso porque dem ost ró que el
universo podría haber t enido una singularidad, un big bang, si la t eoría de la
relat ividad general era correct a. Sin em bargo, no resolvió la cuest ión fundam ent al:
¿predice la t eoría de la relat ividad general que nuest ro universo debería haber
t enido un big bang, un principio del t iem po? La respuest a llegó a t ravés de una
aproxim ación com plet am ent e diferent e, com enzada por un físico y m at em át ico
brit ánico, Roger Penrose, en 1965. Usando el m odo en que los conos de luz se
com port an en la relat ividad general, j unt o con el hecho que la gravedad es siem pre
at ract iva, dem ost ró que una est rella que se colapsa baj o su propia gravedad est á
at rapada en una región cuya superficie se reduce con el t iem po a t am año cero. Y, si
la superficie de la región se reduce a cero, lo m ism o debe ocurrir con su volum en.
Toda la m at eria de la est rella est ará com prim ida en una región de volum en nulo, de
t al form a que la densidad de m at eria y la curvat ura del espacio- t iem po se harán
infinit as. En ot ras palabras, se obt iene una singularidad cont enida dent ro de una
región del espacio- t iem po llam ada aguj ero negro.
A prim era vist a, el result ado de Penrose sólo se aplica a est rellas. No t iene nada que
ver con la cuest ión de si el universo ent ero t uvo, en el pasado, una singularidad del
t ipo del big bang. No obst ant e, cuando Penrose present ó su t eorem a, yo era un
est udiant e de invest igación que buscaba desesperadam ent e un problem a con el que
com plet ar la t esis doct oral. Dos años ant es, se m e había diagnost icado la
enferm edad ALS, com únm ent e conocida com o enferm edad de Lou Gehrig o de las
neuronas m ot oras, y se m e había dado a ent ender que sólo m e quedaban uno o dos
años de vida. En est as circunst ancias no parecía t ener dem asiado sent ido t rabaj ar
en la t esis doct oral, pues no esperaba sobrevivir t ant o t iem po. A pesar de eso,
habían t ranscurrido dos años y no m e encont raba m ucho peor. De hecho, las cosas
m e iban bast ant e bien y m e había prom et ido con una chica encant adora, Jane
Wilde.
Pero para poderm e casar, necesit aba un t rabaj o, y para poderlo obt ener, necesit aba
el doct orado.

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En 1965, leí acerca del t eorem a de Penrose según el cual cualquier cuerpo que
sufriera un colapso gravit at orio debería finalm ent e form ar una singularidad. Pront o
com prendí que si se invirt iera la dirección del t iem po en el t eorem a de Penrose, de
form a que el colapso se convirt iera en una expansión, las condiciones del t eorem a
seguirían verificándose, con t al que el universo a gran escala fuera, en la act ualidad,
aproxim adam ent e com o un m odelo de Friedm ann. El t eorem a de Penrose había
dem ost rado que cualquier est rella que se colapse debe acabar en una singularidad.
El m ism o argum ent o con el t iem po invert ido dem ost ró que cualquier universo en
expansión, del t ipo de Friedm ann, debe haber com enzado en una singularidad. Por
razones t écnicas, el t eorem a de Penrose requería que el universo fuera infinit o
espacialm ent e. Consecuent em ent e, sólo podía ut ilizarlo para probar que debería
haber una singularidad si el universo se est uviera expandiendo lo suficient em ent e
rápido com o para evit ar colapsarse de nuevo ( ya que sólo est os m odelos de
Friedm ann eran infinit os espacialm ent e) .
Durant e los años siguient es, m e dediqué a desarrollar nuevas t écnicas m at em át icas
para elim inar el ant erior y ot ros diferent es requisit os t écnicos de los t eorem as, que
probaban que las singularidades deben exist ir. El result ado final fue un art ículo
conj unt o ent re Penrose y yo, en 1970, que al final probó que debe haber habido una
singularidad com o la del big bang, con la única condición que la relat ividad general
sea correct a y que el universo cont enga t ant a m at eria com o observam os.
Hubo una fuert e oposición a nuest ro t rabaj o, por part e de los rusos, debido a su
creencia m arxist a en el det erm inism o cient ífico, y por part e de la gent e que creía
que la idea en sí de las singularidades era repugnant e y est ropeaba la belleza de la
t eoría de Einst ein. No obst ant e, uno no puede discut ir en cont ra de un t eorem a
m at em át ico. Así, al final, nuest ro t rabaj o llegó a ser generalm ent e acept ado y, hoy
en día, casi t odo el m undo supone que el universo com enzó con una singularidad
com o la del big bang. Result a por eso irónico que, al haber cam biado m is ideas,
est é t rat ando ahora de convencer a los ot ros físicos que no hubo en realidad
singularidad al principio del universo. Com o verem os m ás adelant e, ést a puede
desaparecer una vez que los efect os cuánt icos se t ienen en cuent a.
Hem os vist o en est e capít ulo cóm o, en m enos de m edio siglo, nuest ra visión del
universo, form ada durant e m ilenios, se ha t ransform ado. El descubrim ient o de

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Hubble que el universo se est á expandiendo, y el darnos cuent a de la insignificancia


de nuest ro planet a en la inm ensidad del universo, fueron sólo el punt o de part ida.
Conform e la evidencia experim ent al y t eórica se iba acum ulando, se clarificaba cada
vez m ás que el universo debe haber t enido un principio en el t iem po, hast a que en
1970 est o fue finalm ent e probado por Penrose y por m í, sobre la base de la t eoría
de la relat ividad general de Einst ein. Esa prueba dem ost ró que la relat ividad general
es sólo una t eoría incom plet a: no puede decirnos cóm o em pezó el universo, porque
predice que t odas las t eorías físicas, incluida ella m ism a, fallan al principio del
universo. No obst ant e, la relat ividad general sólo pret ende ser una t eoría parcial, de
form a que lo que el t eorem a de la singularidad realm ent e m uest ra es que debió
haber habido un t iem po, m uy al principio del universo, en que ést e era t an pequeño
que ya no se pueden ignorar los efect os de pequeña escala de la ot ra gran t eoría
parcial del siglo XX, la m ecánica cuánt ica. Al principio de los años set ent a, nos
vim os forzados a girar nuest ra búsqueda de un ent endim ient o del universo, desde
nuest ra t eoría de lo ext raordinariam ent e inm enso, hast a nuest ra t eoría de lo
ext raordinariam ent e dim inut o. Est a t eoría, la m ecánica cuánt ica, se describirá a
cont inuación, ant es de volver a explicar los esfuerzos realizados para com binar las
dos t eorías parciales en una única t eoría cuánt ica de la gravedad.

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Ca pít u lo 4
El Pr in cipio de I n ce r t idu m br e

El éxit o de las t eorías cient íficas, y en part icular el de la t eoría de la gravedad de


Newt on, llevó al cient ífico francés m arqués de Laplace a argum ent ar, a principios
del siglo XI X, que el universo era com plet am ent e det erm inist a. Laplace sugirió que
debía exist ir un conj unt o de leyes cient íficas que nos perm it irían predecir t odo lo
que sucediera en el universo, con t al que conociéram os el est ado com plet o del
universo en un inst ant e de t iem po. Por ej em plo, si supiéram os las posiciones y
velocidades del Sol y de los planet as en un det erm inado m om ent o, podríam os usar
ent onces las leyes de Newt on para calcular el est ado del sist em a solar en cualquier
ot ro inst ant e. El det erm inism o parece bast ant e obvio en est e caso, pero Laplace fue
m ás lej os hast a suponer que había leyes sim ilares gobernando t odos los fenóm enos,
incluido el com port am ient o hum ano.
La doct rina del det erm inism o cient ífico fue am pliam ent e crit icada por diversos
sect ores, que pensaban que infringía la libert ad divina de int ervenir en el m undo,
pero, a pesar de ello, const it uyó el paradigm a de la ciencia hast a los prim eros años
de nuest ro siglo. Una de las prim eras indicaciones que est a creencia habría de ser
abandonada llegó cuando los cálculos de los cient íficos brit ánicos lord Rayleigh y sir
Jam es Jeans sugirieron que un obj et o o cuerpo calient e, t al com o una est rella,
debería irradiar energía a un rit m o infinit o. De acuerdo con las leyes en las que se
creía en aquel t iem po, un cuerpo calient e t endría que em it ir ondas
elect rom agnét icas ( t ales com o ondas de radio, luz visible o rayos X) con igual
int ensidad a t odas las frecuencias. Por ej em plo, un cuerpo calient e debería irradiar
la m ism a cant idad de energía, t ant o en ondas con frecuencias com prendidas ent re
uno y dos billones de ciclos por segundo, com o en ondas con frecuencias
com prendidas ent re dos y t res billones de ciclos por segundo. Dado que el núm er o
de ciclos por segundo es ilim it ado, est o significaría ent onces que la energía t ot al
irradiada sería infinit a.

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Para evit ar est e result ado, obviam ent e ridículo, el cient ífico alem án Max Planck
sugirió en 1900 que la luz, los rayos X y ot ros t ipos de ondas no podían ser em it idos
en cant idades arbit rarias, sino sólo en ciert os paquet es que él llam ó «cuant os».
Adem ás, cada uno de ellos poseía una ciert a cant idad de energía que era t ant o
m ayor cuant o m ás alt a fuera la frecuencia de las ondas, de t al form a que para
frecuencias suficient em ent e alt as la em isión de un único cuant o requeriría m ás
energía de la que se podía obt ener. Así la radiación de alt as frecuencias se
reduciría, y el rit m o con el que el cuerpo perdía energía sería, por lo t ant o, finit o.
La hipót esis cuánt ica explicó m uy bien la em isión de radiación por cuerpos calient es,
pero sus aplicaciones acerca del det erm inism o no fueron com prendidas hast a 1926,
cuando ot ro cient ífico alem án, Werner Heisenberg, form uló su fam oso principio de
incert idum bre. Para poder predecir la posición y la velocidad fut uras de una
part ícula, hay que ser capaz de m edir con precisión su posición y velocidad act uales.
El m odo obvio de hacerlo es ilum inando con luz la part ícula. Algunas de las ondas
lum inosas serán dispersadas por la part ícula, lo que indicará su posición. Sin
em bargo, uno no podrá ser capaz de det erm inar la posición de la part ícula con
m ayor precisión que la dist ancia ent re dos crest as consecut ivas de la onda
lum inosa, por lo que se necesit a ut ilizar luz de m uy cort a longit ud de onda para
poder m edir la posición de la part ícula con precisión. Pero, según la hipót esis de
Planck, no se puede usar una cant idad arbit rariam ent e pequeña de luz; se t iene que
usar com o m ínim o un cuant o de luz. Est e cuant o pert urbará la part ícula, cam biando
su velocidad en una cant idad que no puede ser predicha. Adem ás, cuant o con
m ayor precisión se m ida la posición, m enor habrá de ser la longit ud de onda de la
luz que se necesit e y, por lo t ant o, m ayor será la energía del cuant o que se haya de
usar. Así la velocidad de la part ícula result ará fuert em ent e pert urbada. En ot ras
palabras, cuant o con m ayor precisión se t rat e de m edir la posición de la part ícula,
con m enor exact it ud se podrá m edir su velocidad, y viceversa. Heisenberg dem ost ró
que la incert idum bre en la posición de la part ícula, m ult iplicada por la incert idum bre
en su velocidad y por la m asa de la part ícula, nunca puede ser m ás pequeña que
una ciert a cant idad, que se conoce com o const ant e de Planck. Adem ás, est e lím it e
no depende de la form a en que uno t rat a de m edir la posición o la velocidad de la

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part ícula, o del t ipo de part ícula: el principio de incert idum bre de Heisenberg es una
propiedad fundam ent al, ineludible, del m undo.
El principio de incert idum bre t iene profundas aplicaciones sobre el m odo que
t enem os de ver el m undo. I ncluso m ás de cincuent a años después, ést as no han
sido t ot alm ent e apreciadas por m uchos filósofos, y aún son obj et o de m ucha
cont roversia. El principio de incert idum bre m arcó el final del sueño de Laplace de
una t eoría de la ciencia, un m odelo del universo que sería t ot alm ent e det erm inist a:
ciert am ent e, ¡no se pueden predecir los acont ecim ient os fut uros con exact it ud si ni
siquiera se puede m edir el est ado present e del universo de form a precisa! Aún
podríam os suponer que exist e un conj unt o de leyes que det erm ina com plet am ent e
los acont ecim ient os para algún ser sobrenat ural, que podría observar el est ado
present e del universo sin pert urbarle. Sin em bargo, t ales m odelos del universo no
son de dem asiado int erés para nosot ros, ordinarios m ort ales. Parece m ej or em plear
el principio de econom ía conocido com o «cuchilla de Occam » y elim inar t odos los
elem ent os de la t eoría que no puedan ser observados. Est a aproxim ación llevó en
1920 a Heisenberg, Erwin Schrij dinger y Paul Dirac a reform ular la m ecánica con
una nueva t eoría llam ada m ecánica cuánt ica, basada en el principio de
incert idum bre. En est a t eoría las part ículas ya no poseen posiciones y velocidades
definidas por separado, pues ést as no podrían ser observadas. En vez de ello, las
part ículas t ienen un est ado cuánt ico, que es una com binación de posición y
velocidad.
En general, la m ecánica cuánt ica no predice un único result ado de cada
observación. En su lugar, predice un ciert o núm ero de result ados posibles y nos da
las probabilidades de cada uno de ellos. Es decir, si se realizara la m ism a m edida
sobre un gran núm ero de sist em as sim ilares, con las m ism as condiciones de part ida
en cada uno de ellos, se encont raría que el result ado de la m edida sería A un ciert o
núm ero de veces, B ot ro núm ero diferent e de veces, y así sucesivam ent e. Se podría
predecir el núm ero aproxim ado de veces que se obt endría el result ado A o el B,
pero no se podría predecir el result ado específico de una m edida concret a. Así pues,
la m ecánica cuánt ica int roduce un elem ent o inevit able de incapacidad de predicción,
una aleat oriedad en la ciencia. Einst ein se opuso fuert em ent e a ello, a pesar del
im port ant e papel que él m ism o había j ugado en el desarrollo de est as ideas.

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Einst ein recibió el prem io Nóbel por su cont ribución a la t eoría cuánt ica. No
obst ant e, Einst ein nunca acept ó que el universo est uviera gobernado por el azar.
Sus ideas al respect o est án resum idas en su fam osa frase «Dios no j uega a los
dados». La m ayoría del rest o de los cient íficos, sin em bargo, acept aron sin
problem as la m ecánica cuánt ica porque est aba perfect am ent e de acuerdo con los
experim ent os. Verdaderam ent e, ha sido una t eoría con un éxit o sobresalient e, y en
ella se basan casi t oda la ciencia y la t ecnología m odernas. Gobierna el
com port am ient o de los t ransist ores y de los circuit os int egrados, que son los
com ponent es esenciales de los aparat os elect rónicos, t ales com o t elevisores y
ordenadores, y t am bién es la base de la quím ica y de la biología m oderna. Las
únicas áreas de las ciencias físicas en las que la m ecánica cuánt ica aún no ha sido
adecuadam ent e incorporada son las de la gravedad y la est ruct ura a gran escala del
universo.
Aunque la luz est á form ada por ondas, la hipót esis de los cuant os de Planck nos
dice que en algunos aspect os se com port a com o si est uviera com puest a por
part ículas: sólo puede ser em it ida o absorbida en paquet es o cuant os. I gualm ent e,
el principio de incert idum bre de Heisenberg im plica que las part ículas se com port an
en algunos aspect os com o ondas: no t ienen una posición bien definida, sino que
est án «esparcidas» con una ciert a dist ribución de probabilidad. La t eoría de la
m ecánica cuánt ica est á basada en una descripción m at em át ica com plet am ent e
nueva, que ya no describe al m undo real en t érm inos de part ículas y ondas; sólo las
observaciones del m undo pueden ser descrit as en esos t érm inos. Exist e así, por
t ant o, una dualidad ent re ondas y part ículas en la m ecánica cuánt ica: para algunos
fines es út il pensar en las part ículas com o ondas, m ient ras que para ot ros es m ej or
pensar en las ondas com o part ículas. Una consecuencia im port ant e de lo ant erior,
es que se puede observar el fenóm eno llam ado de int erferencia ent re dos conj unt os
de ondas o de part ículas. Es decir, las crest as de uno de los conj unt os de ondas
pueden coincidir con los valles del ot ro conj unt o. En est e caso los dos conj unt os de
ondas se cancelan m ut uam ent e, en vez de sum arse form ando una onda m ás
int ensa, com o se podría esperar ( figura 4.1) . Un ej em plo fam iliar de int erferencia en
el caso de la luz lo const it uyen los colores que con frecuencia aparecen en las
pom pas de j abón. Ést os est án causados por la reflexión de la luz en las dos caras de

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la delgada capa de agua que form a la pom pa. La luz blanca est á com puest a por
ondas lum inosas de t odas las longit udes de ondas o, lo que es lo m ism o, de t odos
los colores. Para ciert as longit udes de onda, las crest as de las ondas reflej adas en
una cara de la pom pa de j abón coinciden con los valles de la onda reflej ada en la
ot ra cara. Los colores correspondient es a dichas longit udes de onda est án ausent es
en la luz reflej ada, que por lo t ant o se m uest ra coloreada.

Figura 4.1

La int erferencia t am bién puede producirse con part ículas, debido a la dualidad
int roducida por la m ecánica cuánt ica. Un ej em plo fam oso es el experim ent o llam ado
de las dos rendij as ( figura 4.2) . Considerem os una fina pared con dos rendij as
paralelas. En un lado de la pared se coloca una fuent e lum inosa de un det erm inado
color, es decir, de una longit ud de onda part icular. La m ayor part e de la luz chocará
cont ra la pared, pero una pequeña cant idad at ravesará las rendij as. Supongam os,
ent onces, que se sit úa una pant alla en el lado opuest o, respect o de la pared, de la
fuent e lum inosa. Cualquier punt o de la pant alla recibirá luz de las dos rendij as. Sin
em bargo, la dist ancia que t iene que viaj ar la luz desde la fuent e a la pant alla,
at ravesando cada una de las rendij as, será, en general, diferent e. Est o significará
que las ondas provenient es de las dos rendij as no est arán en fase ent re sí cuando
lleguen a la pant alla: en algunos lugares las ondas se cancelarán ent re sí, y en ot ros
se reforzarán m ut uam ent e. El result ado es un caract eríst ico diagram a de franj as
lum inosas y oscuras.
Lo m ás not able es que se obt iene exact am ent e el m ism o t ipo de franj as si se
reem plaza la fuent e lum inosa por una fuent e de part ículas, t ales com o elect rones,
con la m ism a velocidad ( lo que significa que las ondas correspondient es poseen una
única longit ud de onda) . Ello result a m uy peculiar porque, si sólo se t iene una
rendij a, no se obt ienen franj as, sino sim plem ent e una dist ribución uniform e de
elect rones a lo largo y ancho de la pant alla.

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Figura 4.2
Cabría pensar, por lo t ant o, que la apert ura de la ot ra rendij a sim plem ent e
aum ent aría el núm ero de elect rones que chocan en cada punt o de la pant alla, pero,
debido a la int erferencia, est e núm ero realm ent e dism inuye en algunos lugares. Si
los elect rones se envían a t ravés de las rendij as de uno en uno, se esperaría que
cada elect rón pasara, o a t ravés de una rendij a, o a t ravés de la ot ra, de form a que
se com port aría j ust o igual a com o si la rendij a por la que pasó fuera la única que
exist iese, produciendo una dist ribución uniform e en la pant alla. En la realidad, sin
em bargo, aunque los elect rones se envíen de uno en uno, las franj as siguen
apareciendo. Así pues, ¡cada elect rón deber pasar a t ravés de las dos rendij as al
m ism o t iem po! El fenóm eno de la int erferencia ent re part ículas ha sido crucial para
la com prensión de la est ruct ura de los át om os, las unidades básicas de la quím ica y
de la biología, y los ladrillos a part ir de los cuales nosot ros, y t odas las cosas a
nuest ro alrededor, est am os form ados. Al principio de est e siglo se creyó que los
át om os eran bast ant e parecidos a los planet as girando alrededor del Sol, con los
elect rones ( part ículas de elect ricidad negat iva) girando alrededor del núcleo cent ral,
que posee elect ricidad posit iva. Se supuso que la at racción ent re la elect ricidad
posit iva y la negat iva m ant endría a los elect rones en sus órbit as, de la m ism a
m anera que la at racción gravit at oria ent re el Sol y los planet as m ant iene a ést os en

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sus órbit as. El problem a con est e m odelo residía en que las leyes de la m ecánica y
la elect ricidad predecían, ant es que exist iera la m ecánica cuánt ica, que los
elect rones perderían energía y caerían girando en espiral, hast a que colisionaran
con el núcleo. Est o im plicaría que el át om o, y en realidad t oda la m at eria, debería
colapsarse rápidam ent e a un est ado de m uy alt a densidad. Una solución parcial a
est e problem a la encont ró el cient ífico danés Niels Bohr en 1913. Sugirió que quizás
los elect rones no eran capaces de girar a cualquier dist ancia del núcleo cent ral, sino
sólo a ciert as dist ancias especificas. Si t am bién se supusiera que sólo uno o dos
elect rones podían orbit ar a cada una de est as dist ancias, se resolvería el problem a
del colapso del át om o, porque los elect rones no podrían caer en espiral m ás allá de
lo necesario, para llenar las órbit as correspondient es a las m enores dist ancias y
energías.
Est e m odelo explicó bast ant e bien la est ruct ura del át om o m ás sim ple, el hidrógeno,
que sólo t iene un elect rón girando alrededor del núcleo. Pero no est aba claro cóm o
se debería ext ender la t eoría a át om os m ás com plicados. Adem ás, la idea de un
conj unt o lim it ado de órbit as perm it idas parecía m uy arbit raria. La nueva t eoría de la
m ecánica cuánt ica resolvió est a dificult ad. Reveló que un elect rón girando alrededor
del núcleo podría im aginarse com o una onda, con una longit ud de onda que
dependía de su velocidad. Exist irían ciert as órbit as cuya longit ud correspondería a
un núm ero ent ero ( es decir, un núm ero no fraccionario) de longit udes de onda del
elect rón. Para est as órbit as las crest as de las ondas est arían en la m ism a posición
en cada giro, de m anera que las ondas se sum arían: est as órbit as corresponderían a
las órbit as perm it idas de Bohr. Por el cont rario, para órbit as cuyas longit udes no
fueran un núm ero ent ero de longit udes de onda, cada crest a de la onda sería
finalm ent e cancelada por un valle, cuando el elect rón pasara de nuevo; est as
órbit as no est arían perm it idas.
Un m odo int eresant e de visualizar la dualidad onda- part ícula es a t ravés del m ét odo
conocido com o sum a sobre hist orias posibles, invent ado por el cient ífico
nort eam ericano Richard Feynm an. En est a aproxim ación, la part ícula se supone que
no sigue una única hist oria o cam ino en el espacio- t iem po, com o haría en una t eoría
clásica, en el sent ido de no cuánt ica. En vez de est o, se supone que la part ícula va
de A a B a t ravés de t odos los cam inos posibles. A cada cam ino se le asocia un par

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de núm eros: uno represent a el t am año de una onda y el ot ro represent a la posición


en el ciclo ( es decir, si se t rat a de una crest a o de un valle, por ej em plo) . La
probabilidad de ir de A a B se encuent ra sum ando las ondas asociadas a t odos los
cam inos posibles. Si se com para un conj unt o de cam inos cercanos, en el caso
general, las fases o posiciones en el ciclo diferirán enorm em ent e. Est o significa que
las ondas asociadas con est os cam inos se cancelarán ent re sí casi exact am ent e.
Sin em bargo, para algunos conj unt os de cam inos cercanos, las fases no variarán
m ucho de uno a ot ro; las ondas de est os cam inos no se cancelarán. Dichos cam inos
corresponden a las órbit as perm it idas de Bohr.
Con est as ideas, puest as en form a m at em át ica concret a, fue relat ivam ent e sencillo
calcular las órbit as perm it idas de át om os com plej os e incluso de m oléculas, que son
conj unt os de át om os unidos por elect rones, en órbit as que giran alrededor de m ás
de un núcleo. Ya que la est ruct ura de las m oléculas, j unt o con las reacciones ent re
ellas, son el fundam ent o de t oda la quím ica y la biología, la m ecánica cuánt ica nos
perm it e, en principio, predecir casi t odos los fenóm enos a nuest ro alrededor, dent ro
de los lím it es im puest os por el principio de incert idum bre 4 .
La t eoría de la relat ividad general de Einst ein parece gobernar la est ruct ura a gran
escala del universo. Es lo que se llam a una t eoría clásica, es decir, no t iene en
cuent a el principio de incert idum bre de la m ecánica cuánt ica, com o debería hacer
para ser consist ent e con ot ras t eorías. La razón por la que est o no conduce a
ninguna discrepancia con la observación es que t odos los cam pos gravit at orios, que
norm alm ent e experim ent am os, son m uy débiles. Sin em bargo, los t eorem as sobre
las singularidades, discut idos ant eriorm ent e, indican que el cam po gravit at orio
deberá ser m uy int enso en, com o m ínim o, dos sit uaciones: los aguj eros negros y el
big bang. En cam pos así de int ensos, los efect os de la m ecánica cuánt ica t endrán
que ser im port ant es. Así, en ciert o sent ido, la relat ividad general clásica, al predecir
punt os de densidad infinit a, predice su propia caída, igual que la m ecánica clásica
( es decir, no cuánt ica) predij o su caída, al sugerir que los át om os deberían
colapsarse hast a alcanzar una densidad infinit a.

4
En la práct ica, sin em bargo, los cálculos que se requier en para sist em as que cont engan a m ás de unos pocos
elect rones son t an com plicados que no pueden realizar se

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Aún no t enem os una t eoría consist ent e com plet a que unifique la relat ividad general
y la m ecánica cuánt ica, pero sí que conocem os algunas de las caract eríst icas que
debe poseer. Las consecuencias que ést as t endrían para los aguj eros negros y el big
bang se describirán en capít ulos post eriores. Por el m om ent o, sin em bargo,
volvam os a los int ent os recient es de ensam blar las t eorías parciales de las ot ras
fuerzas de la nat uraleza en una única t eoría cuánt ica unificada.

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Ca pít u lo 5
La s Pa r t ícu la s Ele m e n t a le s y la s Fu e r za s de la N a t u r a le za

Arist ót eles creía que t oda la m at eria del universo est aba com puest a por cuat ro
elem ent os básicos: t ierra, aire, fuego y agua. Est os elem ent os sufrían la acción de
dos fuerzas: la gravedad o t endencia de la t ierra y del agua a hundirse, y la ligereza
o t endencia del aire y del fuego a ascender. Est a división de los cont enidos del
universo en m at eria y fuerzas aún se sigue usando hoy en día.
Tam bién creía Arist ót eles que la m at eria era cont inua, es decir, que un pedazo de
m at eria se podía dividir sin lím it e en part es cada vez m ás pequeñas: nunca se
t ropezaba uno con un grano de m at eria que no se pudiera cont inuar dividiendo. Sin
em bargo, unos pocos sabios griegos, com o Dem ócrit o, sost enían que la m at eria era
inherent em ent e granular y que t odas las cosas est aban const it uidas por un gran
núm ero de diversos t ipos diferent es de át om os. ( La palabra át om o significa
“ indivisible” , en griego) . Durant e siglos, la discusión cont inuó sin ninguna evidencia
real a favor de cualesquiera de las post uras, hast a que en 1803, el quím ico y físico
brit ánico John Dalt on señaló que el hecho que los com puest os quím icos siem pre se
com binaran en ciert as proporciones podía ser explicado m ediant e el agrupam ient o
de át om os para form ar ot ras unidades llam adas m oléculas.
No obst ant e, la discusión ent re las dos escuelas de pensam ient o no se zanj ó de
m odo definit ivo a favor de los at om ist as, hast a los prim eros años de nuest ro siglo.
Una de las evidencias físicas m ás im port ant es fue la que proporcionó Einst ein. En un
art ículo escrit o en 1905, unas pocas sem anas ant es de su fam oso art ículo sobre la
relat ividad especial, Einst ein señaló que el fenóm eno conocido com o m ovim ient o
browniano, el m ovim ient o irregular, aleat orio de pequeñas part ículas de polvo
suspendidas en un líquido, podía ser explicado por el efect o de las colisiones de los
át om os del líquido con las part ículas de polvo.
En aquella época ya había sospechas que los át om os no eran, después de t odo,
indivisibles. Hacía varios años que un “ fellow” del Trinit y College, de Cam bridge, J.
J. Thom son, había dem ost rado la exist encia de una part ícula m at erial, llam ada

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elect rón, que t enía una m asa m enor que la m ilésim a part e de la m asa del át om o
m ás ligero.
Él ut ilizó un disposit ivo parecido al t ubo de un aparat o de t elevisión: un filam ent o
m et álico incandescent e solt aba los elect rones, que, debido a que t ienen una carga
eléct rica negat iva, podían ser acelerados por m edio de un cam po eléct rico hacia una
pant alla revest ida de fósforo. Cuando los elect rones chocaban cont ra la pant alla, se
generaban dest ellos lum inosos. Pront o se com prendió que est os elect rones debían
provenir de los át om os en sí. Y, en 1911, el físico brit ánico Ernest Rut herfor d
m ost ró, finalm ent e, que los át om os de la m at eria t ienen verdaderam ent e una
est ruct ura int erna: est án form ados por un núcleo ext rem adam ent e pequeño y con
carga posit iva, alrededor del cual gira un ciert o núm ero de elect rones. Él deduj o
est o analizando el m odo en que las part ículas alfa, que son part ículas con carga
posit iva em it idas por át om os radioact ivos, son desviadas al colisionar con los
át om os.
Al principio se creyó que el núcleo del át om o est aba form ado por elect rones y
cant idades diferent es de una part ícula con posit iva llam ada prot ón 5 .
Sin em bargo, en 1932, un colega de Rut herford, Jam es Chadwick, descubrió en
Cam bridge que el núcleo cont enía ot ras part ículas, llam adas neut rones, que t enían
casi la m ism a m asa que el prot ón, pero que no poseían carga eléct rica. Chadwick
recibió el prem io Nóbel por est e descubrim ient o, y fue elegido direct or de Gonville
and Caius College, en Cam bridge ( el colegio del que ahora soy “ fellow” ) . Más t arde,
dim it ió com o direct or debido a desacuerdos con los “ fellows” . Ha habido una am arga
y cont inua disput a en el college desde que un grupo de j óvenes “ fellows” , a su
regreso después de la guerra, decidieron por vot ación echar a m uchos de los
ant iguos “ fellow s” de los puest os que habían disfrut ado durant e m ucho t iem po. Est o
fue ant erior a m i época; yo ent ré a form ar part e del college en 1965, al final de la
am argura, cuando desacuerdos sim ilares habían forzado a ot ro direct or galardonado
igualm ent e con el prem io Nóbel, sir Nevill Mot t , a dim it ir.
Hast a hace veint e años, se creía que los prot ones y los neut rones eran part ículas
«elem ent ales», pero experim ent os en los que colisionaban prot ones con ot ros

5
Que proviene del gr iego y significa “ pr im er o” , porque se creía que era la unidad fundam ent al de la que est aba
hecha la m at er ia

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prot ones o con elect rones a alt a velocidad indicaron que, en realidad, est aban
form ados por part ículas m ás pequeñas. Est as part ículas fueron llam adas quarks por
el físico de Calt ech, Murray Gell- Mann, que ganó el prem io Nóbel en 1969 por su
t rabaj o sobre dichas part ículas. El origen del nom bre es una enigm át ica cit a de
Jam es Joyce: « ¡Tres quarks para Must er Mark! » La palabra quark se supone que
debe pronunciarse com o quart ( “ “ cuart o” ) , pero con una k al final en vez de una t ,
pero norm alm ent e se pronuncia de m anera que rim a con lark ( “ j uerga” ) .
Exist e un ciert o núm ero de variedades diferent es de quarks: se cree que hay com o
m ínim o seis flavors ( “ sabores” ) , que llam am os up, down, st range, charm ed,
bot t om , y t op ( “ arriba” , “ abaj o” , “ ext raño” , “ encant o” , “ fondo” y “ cim a” ) . Cada
flavor puede t ener uno de los t res posibles «colores», roj o, verde y azul. ( Debe
not arse que est os t érm inos son únicam ent e et iquet as: los quarks son m ucho m ás
pequeños que la longit ud de onda de la luz visible y, por lo t ant o, no poseen ningún
color en el sent ido norm al de la palabra. Se t rat a solam ent e que los físicos
m odernos parecen t ener unas form as m ás im aginat ivas de nom brar a las nuevas
part ículas y fenóm enos, ¡ya no se lim it an únicam ent e al griego! ) Un prot ón o un
neut rón est án const it uidos por t res quarks, uno de cada color. Un prot ón cont iene
dos quarks up y un quark down; un neut rón cont iene dos down y uno up. Se
pueden crear part ículas const it uidas por los ot ros quarks ( st range, charm ed, bot t om
y t op) , pero t odas ellas poseen una m asa m ucho m ayor y decaen m uy rápidam ent e
en prot ones y neut rones.
Act ualm ent e sabem os que ni los át om os, ni los prot ones y neut rones, dent ro de
ellos, son indivisibles. Así la cuest ión es: ¿cuáles son las verdaderas part ículas
elem ent ales, los ladrillos básicos con los que t odas las cosas est án hechas? Dado
que la longit ud de onda de la luz es m ucho m ayor que el t am año de un át om o, no
podem os esperar «m irar» de m anera norm al las part es que form an un át om o.
Necesit am os usar algo con una longit ud de onda m ucho m ás pequeña. Com o vim os
en el últ im o capít ulo, la m ecánica cuánt ica nos dice que t odas las part ículas son en
realidad ondas, y que cuant o m ayor es la energía de una part ícula, t ant o m enor es
la longit ud de onda de su onda correspondient e. Así, la m ej or respuest a que se
puede dar a nuest ra pregunt a depende de lo alt a que sea la energía que podam os
com unicar a las part ículas, porque ést a det erm ina lo pequeña que ha de ser la

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escala de longit udes a la que podem os m irar. Est as energías de las part ículas se
m iden norm alm ent e en una unidad llam ada elect rón- volt io 6 .
En el siglo XI X, cuando las únicas energías de part ículas que la gent e sabía cóm o
usar eran las baj as energías de unos pocos elect rón- volt ios, generados por
reacciones quím icas t ales com o la com bust ión, se creía que los át om os eran la
unidad m ás pequeña. En el experim ent o de Rut herford, las part ículas alfa t enían
energías de m illones de elect rón- volt ios. Mas recient em ent e, hem os aprendido a
usar los cam pos elect rom agnét icos para que nos den energías de part ículas que en
un principio eran de m illones de elect rón- volt ios y que, post eriorm ent e, son de
m iles de m illones de elect rón- volt ios. De est a form a, sabem os que las part ículas
que se creían «elem ent ales» hace veint e años, est án, de hecho, const it uidas por
part ículas m ás pequeñas.
¿Pueden ellas, conform e obt enem os energías t odavía m ayores, est ar form adas por
part ículas aún m ás pequeñas? Est o es ciert am ent e posible, pero t enem os algunas
razones t eóricas para creer que poseem os, o est am os m uy cerca de poseer, un
conocim ient o de los ladrillos fundam ent ales de la nat uraleza.
Usando la dualidad onda- part ículas, discut ida en el últ im o capít ulo, t odo en el
universo, incluyendo la luz y la gravedad, puede ser descrit o en t érm inos de
part ículas. Est as part ículas t ienen una propiedad llam ada espín. Un m odo de
im aginarse el espín es represent ando a las part ículas com o pequeñas peonzas
girando sobre su ej e. Sin em bargo, est o puede inducir a error, porque la m ecánica
cuánt ica nos dice que las part ículas no t ienen ningún ej e bien definido.

6
En el exper im ent o de Thom son con elect rones, se vio que él usaba un cam po eléct rico para acelerarlos. La energía
ganada por un elect rón en un cam po eléct rico de un voltio es lo que se conoce com o un elect rón- volt io

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Figura 5.1

Lo que nos dice realm ent e el espín de una part ícula es cóm o se m uest ra la
part ícula desde dist int as direcciones. Una part ícula de espín 0 es com o un punt o:
parece la m ism a desde t odas las direcciones ( figura 5.1 i) . Por el cont rario, una
part ícula de espín 1 es com o una flecha: parece diferent e desde direcciones
dist int as ( figura 5.1 ii) . Sólo si uno la gira una vuelt a com plet a ( 360 grados) la
part ícula parece la m ism a. Una part ícula de espín 2 es com o una flecha con dos
cabezas ( figura 5.1 iii) : parece la m ism a si se gira m edia vuelt a ( 180 grados) . De
form a sim ilar, part ículas de espines m ás alt os parecen las m ism as si son giradas
una fracción m ás pequeña de una vuelt a com plet a. Todo est o parece bast ant e
sim ple, pero el hecho not able es que exist en part ículas que no parecen las m ism as
si uno las gira j ust o una vuelt a: ¡hay que girarlas dos vuelt as com plet as! Se dice
que t ales part ículas poseen espín 1/ 2.
Todas las part ículas conocidas del universo se pueden dividir en dos grupos:
part ículas de espín 1/ 2, las cuales form an la m at eria del universo, y part ículas de
espín 0, 1 y 2, las cuales, com o verem os, dan lugar a las fuerzas ent re las
part ículas m at eriales. Las part ículas m at eriales obedecen a lo que se llam a el
principio de exclusión de Pauli. Fue descubiert o en 1925 por un físico aust riaco,
Wolfgang Pauli, que fue galardonado con el prem io Nóbel en 1945 por dicha
cont ribución. Él era el prot ot ipo de físico t eórico: se decía que incluso su sola
presencia en una ciudad haría que allí los experim ent os fallaran. El principio de
exclusión de Pauli dice que dos part ículas sim ilares no pueden exist ir en el m ism o

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est ado, es decir, que no pueden t ener am bas la m ism a posición y la m ism a
velocidad, dent ro de los lím it es fij ados por el principio de incert idum bre. El principio
de exclusión es crucial porque explica por qué las part ículas m at eriales no colapsan
a un est ado de m uy alt a densidad, baj o la influencia de las fuerzas producidas por
las part ículas de espín 0, 1 y 2: si las part ículas m at eriales est án casi en la m ism a
posición, deben t ener ent onces velocidades diferent es, lo que significa que no
est arán en la m ism a posición durant e m ucho t iem po. Si el m undo hubiera sido
creado sin el principio de exclusión, los quarks no form arían prot ones y neut rones
independient es bien definidos. Ni t am poco ést os form arían, j unt o con los elect rones,
át om os independient es bien definidos. Todas las part ículas se colapsarían form ando
una «sopa» densa, m ás o m enos uniform e.
Un ent endim ient o adecuado del elect rón y de las ot ras part ículas de espín 1/ 2 no
llegó hast a 1928, en que una t eoría sat isfact oria fue propuest a por Paul Dirac, quien
m ás t arde obt uvo la cát edra Lucasian de Mat em át icas, de Cam bridge ( la m ism a
cát edra que Newt on había obt enido y que ahora ocupo yo) . La t eoría de Dirac fue la
prim era que era a la vez consist ent e con la m ecánica cuánt ica y con la t eoría de la
relat ividad especial. Explicó m at em át icam ent e por qué el elect rón t enía espín 1/ 2,
es decir, por qué no parecía lo m ism o si se giraba sólo una vuelt a com plet a, pero sí
que lo hacía si se giraba dos vuelt as. Tam bién predij o que el elect rón debería t ener
una parej a: el ant ielect rón o posit rón. El descubrim ient o del posit rón en 1932
confirm ó la t eoría de Dirac y supuso el que se le concediera el prem io Nóbel de
física en 1933. Hoy en día sabem os que cada part ícula t iene su ant ipart ícula, con la
que puede aniquilarse. ( En el caso de part ículas port adoras de fuerzas, las
ant ipart ículas son las part ículas m ism as) . Podrían exist ir ant im undos y ant ipersonas
ent eros hechos de ant ipart ículas. Pero, si se encuent ra ust ed con su ant iyó, ¡no le
dé la m ano! Am bos desaparecerían en un gran dest ello lum inoso. La cuest ión de por
qué parece haber m uchas m ás part ículas que ant ipart ículas a nuest ro alrededor es
ext rem adam ent e im port ant e, y volveré a ella a lo largo de est e capít ulo.
En m ecánica cuánt ica, las fuerzas o int eracciones ent re part ículas m at eriales, se
supone que son t odas t ransm it idas por part ículas de espín ent ero, 0, 1 o 2. Lo que
sucede es que una part ícula m at erial, t al com o un elect rón o un quark, em it e una
part ícula port adora de fuerza. El ret roceso producido por est a em isión cam bia la

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velocidad de la part ícula m at erial. La part ícula port adora de fuerza colisiona después
con ot ra part ícula m at erial y es absorbida. Est a colisión cam bia la velocidad de la
segunda part ícula, j ust o igual a com o si hubiera habido una fuerza ent re las dos
part ículas m at eriales.
Una propiedad im port ant e de las part ículas port adoras de fuerza es que no
obedecen el principio de exclusión. Est o significa que no exist e un lím it e al núm ero
de part ículas que se pueden int ercam biar, por lo que pueden dar lugar a fuerzas
m uy int ensas. No obst ant e, si las part ículas port adoras de fuerza poseen una gran
m asa, será difícil producirlas e int ercam biarlas a grandes dist ancias. Así las fuerzas
que ellas t ransm it en serán de cort o alcance. Se dice que las part ículas port adoras
de fuerza, que se int ercam bian ent re sí las part ículas m at eriales, son part ículas
virt uales porque, al cont rario que las part ículas «reales», no pueden ser
descubiert as direct am ent e por un det ect or de part ículas. Sabem os que exist en, no
obst ant e, porque t ienen un efect o m edible: producen las fuerzas ent re las part ículas
m at eriales.
Las part ículas de espín 0, 1 o 2 t am bién exist en en algunas circunst ancias com o
part ículas reales, y ent onces pueden ser det ect adas direct am ent e. En est e caso se
nos m uest ran com o lo que un físico clásico llam aría ondas, t ales com o ondas
lum inosas u ondas gravit at orias. A veces pueden ser em it idas cuando las part ículas
m at eriales int eract úan ent re sí, por m edio de un int ercam bio de part ículas virt uales
port adoras de fuerza. ( Por ej em plo, la fuerza eléct rica repulsiva ent re dos
elect rones es debida al int ercam bio de fot ones virt uales, que no pueden nunca ser
det ect ados direct am ent e; pero, cuando un elect rón se cruza con ot ro, se pueden
producir fot ones reales, que det ect am os com o ondas lum inosas) . Las part ículas
port adoras de fuerza se pueden agrupar en cuat ro cat egorías, de acuerdo con la
int ensidad de la fuerza que t rasm it en y con el t ipo de part ículas con las que
int eract úan. Es necesario señalar que est a división en cuat ro clases es una creación
art ificiosa del hom bre; result a convenient e para la const rucción de t eorías parciales,
pero puede no corresponder a nada m ás profundo. En el fondo, la m ayoría de los
físicos esperan encont rar una t eoría unificada que explicará las cuat ro fuerzas, com o
aspect os diferent es de una única fuerza. En verdad, m uchos dirían que est e es el
obj et ivo principal de la física cont em poránea. Recient em ent e, se han realizado con

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éxit o diversos int ent os de unificación de t res de las cuat ro cat egorías de fuerza, lo
que describiré en el rest o de est e capít ulo. La cuest ión de la unificación de la
cat egoría rest ant e, la gravedad, se dej ará para m ás adelant e.
La prim era cat egoría es la fuerza gravit at oria. Est a fuerza es universal, en el sent ido
que t oda part ícula la experim ent a, de acuerdo con su m asa o energía. La gravedad
es la m ás débil, con diferencia, de las cuat ro fuerzas; es t an débil que no la
not aríam os en absolut o si no fuera por dos propiedades especiales que posee:
puede act uar a grandes dist ancias, y es siem pre at ract iva. Est o significa que las
m uy débiles fuerzas gravit at orias ent re las part ículas individuales de dos cuerpos
grandes, com o la Tierra y el Sol, pueden sum arse t odas y producir una fuerza t ot al
m uy significat iva. Las ot ras t res fuerzas o bien son de cort o alcance, o bien son a
veces at ract ivas y a veces repulsivas, de form a que t ienden a cancelarse. Desde el
punt o de vist a m ecano- cuánt ico de considerar el cam po gravit at orio, la fuerza ent re
dos part ículas m at eriales se represent a t ransm it ida por una part ícula de espín 2
llam ada gravit ón. Est a part ícula no posee m asa propia, por lo que la fuerza que
t ransm it e es de largo alcance. La fuerza gravit at oria ent re el Sol y la Tierra se
at ribuye al int ercam bio de gravit ones ent re las part ículas que form an est os dos
cuerpos. Aunque las part ículas int ercam biadas son virt uales, producen ciert am ent e
un efect o m edible: ¡hacen girar a la Tierra alrededor del Sol! Los gravit ones reales
const it uyen lo que los físicos clásicos llam arían ondas gravit at orias, que son m uy
débiles, y t an difíciles de det ect ar que aún no han sido observadas.
La siguient e cat egoría es la fuerza elect rom agnét ica, que int eract úa con las
part ículas cargadas eléct ricam ent e, com o los elect rones y los quarks, pero no con
las part ículas sin carga, com o los gravit ones. Es m ucho m ás int ensa que la fuerza
gravit at oria: la fuerza elect rom agnét ica ent re dos elect rones es aproxim adam ent e
un m illón de billones de billones de billones ( un 1 con cuarent a y dos ceros det rás)
de veces m ayor que la fuerza gravit at oria. Sin em bargo, hay dos t ipos de carga
eléct rica, posit iva y negat iva. La fuerza ent re dos cargas posit ivas es repulsiva, al
igual que la fuerza ent re dos cargas negat ivas, pero la fuerza es at ract iva ent re una
carga posit iva y una negat iva. Un cuerpo grande, com o la Tierra o el Sol, cont iene
práct icam ent e el m ism o núm ero de cargas posit ivas y negat ivas. Así, las fuerzas
at ract iva y repulsiva ent re las part ículas individuales casi se cancelan ent re sí,

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result ando una fuerza elect rom agnét ica net a m uy débil. Sin em bargo, a dist ancias
pequeñas, t ípicas de át om os y m oléculas, las fuerzas elect rom agnét icas dom inan.
La at racción elect rom agnét ica ent re los elect rones cargados negat ivam ent e y los
prot ones del núcleo cargados posit ivam ent e hace que los elect rones giren alrededor
del núcleo del át om o, igual que la at racción gravit at oria hace que la Tierra gire
alrededor del Sol. La at racción elect rom agnét ica se represent a causada por el
int ercam bio de un gran núm ero de part ículas virt uales sin m asa de espín 1,
llam adas fot ones. De nuevo, los fot ones que son int ercam biados son part ículas
virt uales. No obst ant e, cuando un elect rón cam bia de una órbit a perm it ida a ot r a
m ás cercana al núcleo, se libera energía em it iéndose un fot ón real, que puede ser
observado com o luz visible por el oj o hum ano, siem pre que posea la longit ud de
onda adecuada, o por un det ect or de fot ones, t al com o una película fot ográfica.
I gualm ent e, si un fot ón real colisiona con un át om o, puede cam biar a un elect rón de
una órbit a cercana al núcleo a ot ra m ás lej ana. Est e proceso consum e la energía del
fot ón, que, por lo t ant o, es absorbido.
La t ercera cat egoría es la llam ada fuerza nuclear débil, que es la responsable de la
radioact ividad y que act úa sobre t odas las part ículas m at eriales de espín 1/ 2, pero
no sobre las part ículas de espín 0, 1 o 2, t ales com o fot ones y gravit ones. La fuerza
nuclear débil no se com prendió bien hast a 1967, en que Abdus Salam , del I m perial
College de Londres, y St even Weinberg, de Harvard, propusieron una t eoría que
unificaba est a int eracción con la fuerza elect rom agnét ica, de la m ism a m anera que
Maxwell había unificado la elect ricidad y el m agnet ism o unos cien años ant es.
Sugirieron que adem ás del fot ón había ot ras t res part ículas de espín 1, conocidas
colect ivam ent e com o bosones vect oriales m asivos, que t ransm it en la fuerza débil.
Est as part ículas se conocen com o W + ( que se lee W m ás) , W - ( que se lee W m enos)
y Z 0 ( que se lee Z cero) , y cada una posee una m asa de unos 100 GeV ( GeV es la
abreviat ura de gigaelect rón- volt io, o m il m illones de elect rón- volt ios) . La t eoría de
Weinberg- Salam propone una propiedad conocida com o rupt ura de sim et ría
espont ánea. Est o quiere decir que lo que, a baj as energías, parece ser un ciert o
núm ero de part ículas t ot alm ent e diferent es es, en realidad, el m ism o t ipo de
part ícula, sólo que en est ados diferent es. A alt as energías t odas est as part ículas se
com port an de m anera sim ilar. El efect o es parecido al com port am ient o de una bola

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de rulet a sobre la rueda de la rulet a. A alt as energías ( cuando la rueda gira


rápidam ent e) la bola se com port a esencialm ent e de una única m anera, gira dando
vuelt as una y ot ra vez. Pero conform e la rueda se va frenando, la energía de la bola
dism inuye, hast a que al final la bola se para en uno de los t reint a y siet e casilleros
de la rueda. En ot ras palabras, a baj as energías hay t reint a y siet e est ados
diferent es en los que la bola puede exist ir. Si, por algún m ot ivo, sólo pudiéram os
ver la bola a baj as energías, ent onces ¡pensaríam os que había t reint a y siet e t ipos
diferent es de bolas! En la t eoría de Weinberg- Salam , a energías m ucho m ayores de
100 GeV, las t res nuevas part ículas y el fot ón se com port arían t odas de una m anera
sim ilar. Pero a energías m ás baj as, que se dan en la m ayoría de las sit uaciones
norm ales, est a sim et ría ent re las part ículas se rom pería. W + , W - y Z 0 adquirirían
grandes m asas, haciendo que la fuerza que t rasm it en fuera de m uy cort o alcance.
En la época en que Salam y Weinberg propusieron su t eoría, poca gent e les creyó y,
al m ism o t iem po, los aceleradores de part ículas no eran lo suficient em ent e pot ent es
com o para alcanzar las energías de 100 GeV requeridas para producir part ículas W + ,
W - o Z 0 reales. No obst ant e, durant e los diez años siguient es, las t res predicciones
de la t eoría a baj as energías concordaron t an bien con los experim ent os que, en
1979, Salam y Weinberg fueron galardonados con el prem io Nóbel de física, j unt o
con Sheldon Glashow , t am bién de Harvard, que había sugerido una t eoría sim ilar de
unificación de las fuerzas elect rom agnét icas y nucleares débiles. El com it é de los
prem ios Nóbel se salvó del riesgo de haber com et ido un error al descubrirse, en
1983 en el CERN ( Cent ro Europeo para la I nvest igación Nuclear) , las t res part ículas
con m asa com pañeras del fot ón, y cuyas m asas y dem ás propiedades est aban de
acuerdo con las predichas por la t eoría. Carlo Rubbia, que dirigía el equipo de varios
cent enares de físicos que hizo el descubrim ient o, recibió el prem io Nóbel, j unt o con
Sim on van der Meer, el ingeniero del CERN que desarrolló el sist em a de
alm acenam ient o de ant im at eria em pleado. ( ¡Es m uy difícil realizar hoy en día una
cont ribución clave en física experim ent al a m enos que ya se est é en la cim a! ) La
cuart a cat egoría de fuerza es la int eracción nuclear fuert e, que m ant iene a los
quarks unidos en el prot ón y el neut rón, y a los prot ones y neut rones j unt os en los
núcleos de los át om os. Se cree que est a fuerza es t rasm it ida por ot ra part ícula de
espín 1, llam ada gluón, que sólo int eract úa consigo m ism a y con los quarks. La

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int eracción nuclear posee una curiosa propiedad llam ada confinam ient o: siem pre
liga a las part ículas en com binaciones t ales que el conj unt o t ot al no t iene color. No
se puede t ener un único quark aislado porque t endría un color ( roj o, verde o azul) .
Por el cont rario, un quark roj o t iene que j unt arse con un quark verde y uno azul por
m edio de una «cuerda» de gluones ( roj o + verde + azul = blanco) . Un t riplet e así,
const it uye un prot ón o un neut rón. Ot ra posibilidad es un par consist ent e en un
quark y un ant iquark ( roj o + ant irroj o, o verde + ant iverde, o azul + ant iazul =
blanco) . Tales com binaciones form an las part ículas conocidas com o m esones, que
son inest ables porque el quark y el ant iquark se pueden aniquilar ent re sí,
produciendo elect rones y ot ras part ículas. Sim ilarm ent e, el confinam ient o im pide
que se t engan gluones aislados, porque los gluones en sí t am bién t ienen color. En
vez de ello, uno t iene que t ener una colección de gluones cuyos colores se sum en
para dar el color blanco.
Est a colección form a una part ícula inest able llam ada glueball ( “ bola de gluones” ) .
El hecho que el confinam ient o nos im posibilit e la observación de un quark o de un
gluón aislados podría parecer que conviert e en una cuest ión m et afísica la noción
m ism a de considerar a los quarks y a los gluones com o part ículas. Sin em bargo,
exist e ot ra propiedad de la int eracción nuclear fuert e, llam ada libert ad asint ót ica,
que hace que los concept os de quark y de gluón est én bien definidos. A energías
norm ales, la int eracción nuclear fuert e es verdaderam ent e int ensa y une a los
quarks ent re sí fuert em ent e. Sin em bargo, experim ent os realizados con grandes
aceleradores de part ículas indican que a alt as energías la int eracción fuert e se hace
m ucho m enos int ensa, y los quarks y los gluones se com port an casi com o part ículas
libres.

81 Preparado por Pat ricio Barros


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Figura 5.2
Un prot ón de alt a energía colisiona con un ant iprot ón, generando algunos quarks
casi libres.

La figura 5.2 m uest ra una fot ografía de una colisión ent re un prot ón de alt a energía
y un ant iprot ón. En ella, se produj eron varios quarks casi libres, cuyas est elas
dieron lugar a los «chorros» que se ven en la fot ografía.
El éxit o de la unificación de las fuerzas elect rom agnét icas y nucleares débiles
produj o un ciert o núm ero de int ent os de com binar est as dos fuerzas con la
int eracción nuclear fuert e, en lo que se han llam ado t eorías de gran unificación ( o
TGU) . Dicho nom bre es bast ant e am puloso: las t eorías result ant es ni son t an
grandes, ni est án t ot alm ent e unificadas, pues no incluyen la gravedad. Ni siquiera
son realm ent e t eorías com plet as, porque cont ienen un núm ero de parám et ros cuyos
valores no pueden deducirse de la t eoría, sino que t ienen que ser elegidos de form a
que se aj ust en a los experim ent os. No obst ant e, est as t eorías pueden const it uir un
prim er paso hacia una t eoría com plet a y t ot alm ent e unificada. La idea básica de las
TGU es la siguient e: com o se m encionó arriba, la int eracción nuclear fuert e se hace
m enos int ensa a alt as energías; por el cont rario, las fuerzas elect rom agnét icas y
débiles, que no son asint ót icam ent e libres, se hacen m ás int ensas a alt as energías.
A det erm inada energía m uy alt a, llam ada energía de la gran unificación, est as t res
fuerzas deberían t ener t odas la m ism a int ensidad y sólo ser, por t ant o, aspect os
diferent es de una única fuerza. Las TGU predicen, adem ás, que a est a energía las
diferent es part ículas m at eriales de espín 1/ 2, com o los quarks y los elect rones,
t am bién serían esencialm ent e iguales, y se conseguiría así ot ra unificación.

82 Preparado por Pat ricio Barros


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El valor de la energía de la gran unificación no se conoce dem asiado bien, pero


probablem ent e t endría que ser com o m ínim o de m il billones de GeV. La generación
act ual de aceleradores de part ículas puede hacer colisionar part ículas con energías
de aproxim adam ent e 100 GeV, y est án planeadas unas m áquinas que elevarían
est as energías a unos pocos de m iles de GeV. Pero una m áquina que fuera lo
suficient em ent e pot ent e com o para acelerar part ículas hast a la energía de la gran
unificación t endría que ser t an grande com o el sist em a solar, y sería difícil que
obt uviese financiación en la sit uación económ ica present e. Así pues, es im posible
com probar las t eorías de gran unificación direct am ent e en el laborat orio. Sin
em bargo, al igual que en el caso de la t eoría unificada de las int eracciones
elect rom agnét ica y débil, exist en consecuencias a baj a energía de la t eoría que sí
pueden ser com probadas.
La m ás int eresant e de ellas es la predicción que los prot ones, que const it uyen gran
part e de la m asa de la m at eria ordinaria, pueden decaer espont áneam ent e en
part ículas m ás ligeras, t ales com o ant ielect rones. Est o es posible porque en la
energía de la gran unificación no exist e ninguna diferencia esencial ent re un quark y
un ant ielect rón. Los t res quarks que form an el prot ón no t ienen norm alm ent e la
energía necesaria para poder t ransform arse en ant ielect rones, pero m uy
ocasionalm ent e alguno de ellos podría adquirir suficient e energía para realizar la
t ransición, porque el principio de incert idum bre im plica que la energía de los quarks
dent ro del prot ón no puede est ar fij ada con exact it ud. El prot ón decaería ent onces.
La probabilidad que un quark gane la energía suficient e para esa t ransición es t an
baj a que probablem ent e t endríam os que esperar com o m ínim o un m illón de billones
de billones de años ( un 1 seguido de t reint a ceros) . Est e período es m ás largo que
el t iem po t ranscurrido desde el big bang, que son unos m eros diez m il m illones de
años aproxim adam ent e ( un 1 seguido de diez ceros) . Así, se podría pensar que la
posibilidad de desint egración espont ánea del prot ón no se puede m edir
experim ent alm ent e. Sin em bargo, uno puede aum ent ar las probabilidades de
det ect ar una desint egración, observando una gran cant idad de m at eria con un
núm ero elevadísim o de prot ones. ( Si, por ej em plo, se observa un núm ero de
prot ones igual a 1 seguido de t reint a y un ceros por un período de un año, se
esperaría, de acuerdo con la TGU m ás sim ple, det ect ar m ás de una desint egración

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del prot ón) . Diversos experim ent os de est e t ipo han sido llevados a cabo, pero
ninguno ha producido una evidencia definit iva sobre el decaim ient o del prot ón o del
neut rón. Un experim ent o ut ilizó ocho m il t oneladas de agua y fue realizado en la
m ina salada de Mort on, en Ohio ( para evit ar que t uvieran lugar ot ros fenóm enos,
causados por rayos cósm icos, que podrían ser confundidos con la desint egración de
prot ones) . Dado que no se observó ninguna desint egración de prot ones durant e el
experim ent o, se puede calcular que la vida m edia del prot ón debe ser m ayor de diez
billones de billones de años ( 1 con t reint a y un ceros) . Lo que significa m ás t iem po
que la vida m edia predicha por la t eoría de gran unificación m ás sim ple, aunque
exist en t eorías m ás elaboradas en las que las vidas m edias predichas son m ayores.
Experim ent os t odavía m ás sensibles, involucrando incluso m ayores cant idades de
m at eria, serán necesarios para com probar dichas t eorías.
Aunque es m uy difícil observar el decaim ient o espont áneo de prot ones, puede ser
que nuest ra propia exist encia sea una consecuencia del proceso inverso, la
producción de prot ones, o m ás sim plem ent e de quarks, a part ir de una sit uación
inicial en la que no hubiese m ás que quarks y ant iquarks, que es la m anera m ás
nat ural de im aginar que em pezó el universo. La m at eria de la Tierra est á form ada
principalm ent e por prot ones y neut rones, que a su vez est án form ados por quarks.
No exist en ant iprot ones o ant ineut rones, hechos de ant iquarks, except o unos pocos
que los físicos producen en grandes aceleradores de part ículas. Tenem os evidencia,
a t ravés de los rayos cósm icos, que lo m ism o sucede con la m at eria de nuest ra
galaxia: no hay ant iprot ones o ant ineut rones, apart e de unos pocos que se
producen com o pares part ícula/ ant ipart ícula en colisiones de alt as energías. Si
hubiera ext ensas regiones de ant im at eria en nuest ra galaxia, esperaríam os
observar grandes cant idades de radiación provenient e de los lím it es ent re las
regiones de m at eria y ant im at eria, en donde m uchas part ículas colisionarían con sus
ant ipart ículas, y se aniquilarían ent re sí, desprendiendo radiación de alt a energía.
No t enem os evidencia direct a de si en ot ras galaxias la m at eria est á form ada por
prot ones y neut rones o por ant iprot ones y ant ineut rones, pero t iene que ser o lo
uno o lo ot ro: no puede, haber una m ezcla dent ro de una m ism a galaxia, porque en
ese caso observaríam os de nuevo una gran cant idad de radiación producida por las
aniquilaciones. Por lo t ant o, creem os que t odas las galaxias est án com puest as por

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quarks en vez de por ant iquarks; parece inverosím il que algunas galaxias fueran de
m at eria y ot ras de ant im at eria.
¿Por qué debería haber t ant ísim o m ás quarks que ant iquarks? ¿Por qué no exist e el
m ism o núm ero de ellos? Es ciert am ent e una suert e para nosot ros que sus
cant idades sean desiguales porque, si hubieran sido las m ism as, casi t odos los
quarks y ant iquarks se hubieran aniquilado ent re sí en el universo prim it ivo y
hubiera quedado un universo lleno de radiación, pero apenas nada de m at eria. No
habría habido ent onces ni galaxias, ni est rellas, ni planet as sobre los que la vida
hum ana pudiera desarrollarse. Afort unadam ent e, las t eorías de gran unificación
pueden proporcionarnos una explicación de por qué el universo debe cont ener ahora
m ás quarks que ant iquarks, incluso a pesar que em pezara con el m ism o núm ero de
ellos. Com o hem os vist o, las TGU perm it en a los quarks t ransform arse en
ant ielect rones a alt as energías. Tam bién perm it en el proceso inverso, la conversión
de ant iquarks en elect rones, y de elect rones y ant ielect rones en ant iquarks y
quarks.
Hubo un t iem po, en los prim eros inst ant es del universo, en que ést e est aba t an
calient e que las energías de las part ículas eran t an alt as que est as t ransform aciones
podían t ener lugar. ¿Pero por qué debería est o suponer la exist encia de m ás quarks
que ant iquarks? La razón es que las leyes de la física no son exact am ent e las
m ism as para part ículas que para ant ipart ículas.
Hast a 1956, se creía que las leyes de la física poseían t res sim et rías independient es
llam adas C, P y T. La sim et ría C significa que las leyes son las m ism as para
part ículas y para ant ipart ículas. La sim et ría P im plica que las leyes son las m ism as
para una sit uación cualquiera y para su im agen especular ( la im agen especular de
una part ícula girando hacia la derecha es la m ism a part ícula, girando hacia la
izquierda) . La sim et ría T significa que si se invirt iera la dirección del m ovim ient o de
t odas las part ículas y ant ipart ículas, el sist em a volvería a ser igual a com o fue
ant es: en ot ras palabras, las leyes son las m ism as en las direcciones hacia adelant e
y hacia at rás del t iem po.
En 1956, dos físicos nort eam ericanos, Tsung- Dao Lee y Chen Ning Yang, sugirieron
que la fuerza débil no posee de hecho la sim et ría P. En ot ras palabras, la fuerza
débil haría evolucionar el universo de un m odo diferent e a com o evoluciona la

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im agen especular del m ism o. El m ism o año, una colega, Chien- Shiung Wu, probó
que las predicciones de aquéllos eran correct as. Lo hizo alineando los núcleos de
át om os radioact ivos en un cam po m agnét ico, de t al m odo que t odos giraran en la
m ism a dirección, y dem ost ró que se liberaban m ás elect rones en una dirección que
en la ot ra. Al año siguient e, Lee y Yang recibieron el prem io Nóbel por su idea. Se
encont ró t am bién que la fuerza débil no poseía la sim et ría C. Es decir, un universo
form ado por ant ipart ículas se com port aría de m anera diferent e al nuest ro. Sin
em bargo, parecía que la fuerza débil sí poseía la sim et ría com binada CP. Es decir, el
universo evolucionaría de la m ism a m anera que su im agen especular si, adem ás,
cada part ícula fuera cam biada por su ant ipart ícula. Sin em bargo, en 1964 dos
nort eam ericanos m ás, J. W. Cronin y Val Fit ch, descubrieron que ni siquiera la
sim et ría CP se conservaba en la desint egración de ciert as part ículas llam adas
m esones- K. Cronin y Fit ch recibieron finalm ent e, en 1980, el prem io Nóbel por su
t rabaj o. ( ¡Se han concedido m uchos prem ios por m ost rar que el universo no es t an
sim ple com o podíam os haber pensado! ) .
Exist e un t eorem a m at em át ico según el cual cualquier t eoría que obedezca a la
m ecánica cuánt ica y a la relat ividad debe siem pre poseer la sim et ría com binada
CPT. En ot ras palabras, el universo se t endría que com port ar igual si se
reem plazaran las part ículas por ant ipart ículas, si se t om ara la im agen especular y se
invirt iera la dirección del t iem po. Pero Cronin y Fit ch probaron que si se
reem plazaban las part ículas por ant ipart ículas y se t om aba la im agen especular,
pero no se invert ía la dirección del t iem po, ent onces el universo no se com port aría
igual. Las leyes de la física t ienen que cam biar, por lo t ant o, si se inviert e la
dirección del t iem po: no poseen, pues, la sim et ría T.
Ciert am ent e, el universo prim it ivo no posee la sim et ría T: cuando el t iem po avanza,
el universo se expande; si el t iem po ret rocediera, el universo se cont raería. Y dado
que hay fuerzas que no poseen la sim et ría T, podría ocurrir que, conform e el
universo se expande, est as fuerzas convirt ieran m ás ant ielect rones en quarks que
elect rones en ant iquarks. Ent onces, al expandirse y enfriarse el universo, los
ant iquarks se aniquilarían con los quarks, pero, com o habría m ás quarks que
ant iquarks, quedaría un pequeño exceso de quarks, que son los que const it uyen la
m at eria que vem os hoy en día y de la que est am os hechos. Así, nuest ra propia

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exist encia podría ser vist a com o una confirm ación de las t eorías de gran unificación,
aunque sólo fuera una confirm ación únicam ent e cualit at iva; las incert idum bres son
t an grandes que no se puede predecir el núm ero de quarks que quedarían después
de la aniquilación, o incluso si serían los quarks o los ant iquarks los que
perm anecerían. ( Si hubiera habido un exceso de ant iquarks, sería lo m ism o, pues
habríam os llam ado ant iquarks a los quarks, y quarks a los ant iquarks) . Las t eorías
de gran unificación no incluyen a la fuerza de la gravedad. Lo cual no im port a
dem asiado, porque la gravedad es t an débil que sus efect os pueden norm alm ent e
ser despreciados cuando est udiam os part ículas o át om os. Sin em bargo, el hecho
que sea a la vez de largo alcance y siem pre at ract iva significa que sus efect os se
sum an. Así, para un núm ero de part ículas m at eriales suficient em ent e grande, las
fuerzas gravit at orias pueden dom inar sobre t odas las dem ás. Por ello, la gravedad
det erm ina la evolución del universo. I ncluso para obj et os del t am año de una
est rella, la fuerza at ract iva de la gravedad puede dom inar sobre el rest o de las
fuerzas y hacer que la est rella se colapse. Mi t rabaj o en los años set ent a se cent ró
en los aguj eros negros que pueden result ar de un colapso est elar y en los int ensos
cam pos gravit at orios exist ent es a su alrededor. Fue eso lo que nos conduj o a las
prim eras pist as de cóm o las t eorías de la m ecánica cuánt ica y de la relat ividad
general podrían relacionarse ent re sí: un vislum bre de la form a que t endría una
venidera t eoría cuánt ica de la gravedad.

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Ca pít u lo 6
Los Agu j e r os N e gr os

El t érm ino aguj ero negro t iene un origen m uy recient e. Fue acuñado en 1969 por el
cient ífico nort eam ericano John Wheeler com o la descripción gráfica de una idea que
se rem ont a hacia at rás un m ínim o de doscient os años, a una época en que había
dos t eorías sobre la luz: una, preferida por Newt on, que suponía que la luz est aba
com puest a por part ículas, y la ot ra que asum a que est aba form ada por ondas. Hoy
en día, sabem os que am bas t eorías son correct as. Debido a la dualidad onda/
corpúsculo de la m ecánica cuánt ica, la luz puede ser considerada com o una onda y
com o una part ícula. En la t eoría que la luz est aba form ada por ondas, no quedaba
claro com o respondería ést a ant e la gravedad. Pero si la luz est aba com puest a por
part ículas, se podría esperar que ést as fueran afect adas por la gravedad del m ism o
m odo que lo son las balas, los cohet es y los planet as. Al principio, se pensaba que
las part ículas de luz viaj aban con infinit a rapidez, de form a que la gravedad no
hubiera sido capaz de frenarías, pero el descubrim ient o de Roem er que la luz viaj a a
una velocidad finit a, significó el que la gravedad pudiera t ener un efect o im port ant e
sobre la luz.
Baj o est a suposición, un cat edrát ico de Cam bridge, John Michell, escribió en 1783
un art ículo en el Philosophical Transact ions of t he Royal Societ y of London en el que
señalaba que una est rella que fuera suficient em ent e m asiva y com pact a t endría un
cam po gravit at orio t an int enso que la luz no podría escapar: la luz em it ida desde la
superficie de la est rella sería arrast rada de vuelt a hacia el cent ro por la at racción
gravit at oria de la est rella, ant es que pudiera llegar m uy lej os. Michell sugirió que
podría haber un gran núm ero de est rellas de est e t ipo. A pesar que no seríam os
capaces de verlas porque su luz no nos alcanzaría, sí not aríam os su at racción
gravit at oria. Est os obj et os son los que hoy en día llam am os aguj eros negros, ya que
est o es precisam ent e lo que son: huecos negros en el espacio. Una sugerencia
sim ilar fue realizada unos pocos años después por el cient ífico francés m arqués de
Laplace, parece ser que independient em ent e de Michell. Result a bast ant e
int eresant e que Laplace sólo incluyera est a idea en la prim era y la segunda

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ediciones de su libro El sist em a del m undo, y no la incluyera en las ediciones


post eriores. Quizás decidió que se t rat aba de una idea disparat ada. ( Hay que t ener
en cuent a t am bién que la t eoría corpuscular de la luz cayó en desuso durant e el
siglo XI X; parecía que t odo se podía explicar con la t eoría ondulat oria, y, de acuerdo
con ella, no est aba claro si la luz sería afect ada por la gravedad) . De hecho, no es
realm ent e consist ent e t rat ar la luz com o las balas en la t eoría de la gravedad de
Newt on, porque la velocidad de la luz es fij a. ( Una bala disparada hacia arriba desde
la Tierra se irá frenando debido a la gravedad y, finalm ent e, se parará y caerá; un
fot ón, sin em bargo, debe cont inuar hacia arriba con velocidad const ant e. ¿Cóm o
puede ent onces afect ar la gravedad new t oniana a la luz?)
No apareció una t eoría consist ent e de cóm o la gravedad afect a a la luz hast a que
Einst ein propuso la relat ividad general, en 1915. E incluso ent onces, t uvo que
t ranscurrir m ucho t iem po ant es que se com prendieran las aplicaciones de la t eoría
acerca de las est rellas m asivas.
Para ent ender cóm o se podría form ar un aguj ero negro, t enem os que t ener ciert os
conocim ient os acerca del ciclo vit al de una est rella. Una est rella se form a cuando
una gran cant idad de gas, principalm ent e hidrógeno, com ienza a colapsar sobre sí
m ism o debido a su at racción gravit at oria. Conform e se cont rae, sus át om os
em piezan a colisionar ent re sí, cada vez con m ayor frecuencia y a m ayores
velocidades: el gas se calient a. Con el t iem po, el gas est ará t an calient e que cuando
los át om os de hidrógeno choquen ya no saldrán rebot ados, sino que se fundirán
form ando helio. El calor desprendido por la reacción, que es com o una explosión
cont rolada de una bom ba de hidrógeno, hace que la est rella brille. Est e calor
adicional t am bién aum ent a la presión del gas hast a que ést a es suficient e par a
equilibrar la at racción gravit at oria, y el gas dej a de cont raerse. Se parece en ciert a
m edida a un globo. Exist e un equilibrio ent re la presión del aire de dent ro, que t rat a
de hacer que el globo se hinche, y la t ensión de la gom a, que t rat a de dism inuir el
t am año del globo. Las est rellas perm anecerán est ables en est a form a por un largo
período, con el calor de las reacciones nucleares equilibrando la at racción
gravit at oria. Finalm ent e, sin em bargo, la est rella consum irá t odo su hidrógeno y los
ot ros com bust ibles nucleares. Paradój icam ent e, cuant o m ás com bust ible posee una
est rella al principio, m ás pront o se le acaba. Est o se debe a que cuant o m ás m asiva

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es la es est rella m ás calient e t iene que est ar para cont rarrest ar la at racción
gravit at oria, y, cuant o m as calient e est á, m ás rápidam ent e ut iliza su com bust ible.
Nuest ro Sol t iene probablem ent e suficient e com bust ible para ot ros cinco m il
m illones de años aproxim adam ent e, pero est rellas m ás m asivas pueden gast ar t odo
su com bust ible en t an sólo cien m illones de años, m ucho m enos que la edad del
universo. Cuando una est rella se queda sin com bust ible, em pieza a enfriarse y por
lo t ant o a cont raerse. Lo que puede sucederle a part ir de ese m om ent o sólo se
em pezó a ent ender al final de los años veint e.
En 1928, un est udiant e graduado indio, Subrahm anyan Chandrasekhar, se em barcó
hacia I nglat erra para est udiar en Cam bridge con el ast rónom o brit ánico sir Art hur
Eddingt on, un expert o en relat ividad general. ( Según algunas fuent es, un periodist a
le dij o a Eddingt on, al principio de los años veint e, que había oído que había sólo
t res personas en el m undo que ent endieran la relat ividad general. Eddingt on hizo
una pausa, y luego replicó: «Est oy t rat ando de pensar quién es la t ercera
persona») . Durant e su viaj e desde la I ndia, Chandrasekhar calculó lo grande que
podría llegar a ser una est rella que fuera capaz de soport ar su propia gravedad, una
vez que hubiera gast ado t odo su com bust ible. La idea era la siguient e: cuando la
est rella se reduce en t am año, las part ículas m at eriales est án m uy cerca unas de
ot ras, y así, de acuerdo con el principio de exclusión de Pauli, t ienen que t ener
velocidades m uy diferent es. Est o hace que se alej en unas de ot ras, lo que t iende a
expandir a la est rella. Una est rella puede, por lo t ant o, m ant enerse con un radio
const ant e, debido a un equilibrio ent re la at racción de la gravedad y la repulsión
que surge del principio de exclusión, de la m ism a m anera que ant es la gravedad era
com pensada por el calor.
Chandrasekhar se dio cuent a, sin em bargo, que exist e un lím it e a la repulsión que
el principio de exclusión puede proporcionar. La t eoría de la relat ividad lim it a la
diferencia m áxim a ent re las velocidades de las part ículas m at eriales de la est rella a
la velocidad de la luz. Est o significa que cuando la est rella fuera suficient em ent e
densa, la repulsión debida al principio de exclusión sería m enor que la at racción de
la gravedad. Chandrasekhar calculó que una est rella fría de m ás de
aproxim adam ent e una vez y m edia la m asa del Sol no sería capaz de soport ar su
propia gravedad. ( A est a m asa se le conoce hoy en día com o el lím it e de

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Chandrasekhar) . Un descubrim ient o sim ilar fue realizado, casi al m ism o t iem po, por
el cient ífico ruso Lev Davidovich Landau.
Todo est o t iene serias aplicaciones en el dest ino últ im o de las est rellas m asivas. Si
una est rella posee una m asa m enor que el lím it e de Chandrasekhar, puede
finalm ent e cesar de cont raerse y est abilizarse en un posible est ado final, com o una
est rella «enana blanca», con un radio de unos pocos m iles de kilóm et ros y una
densidad de decenas de t oneladas por cent ím et ro cúbico. Una enana blanca se
sost iene por la repulsión, debida al principio de exclusión ent re los elect rones de su
m at eria. Se puede observar un gran núm ero de est as est rellas enanas blancas; una
de las prim eras que se descubrieron fue una est rella que est á girando alrededor de
Sirio, la est rella m ás brillant e en el cielo noct urno.
Landau señaló que exist ía ot ro posible est ado final para una est rella, t am bién con
una m asa lím it e de una o dos veces la m asa del Sol, pero m ucho m ás pequeña
incluso que una enana blanca. Est as est rellas se m ant endrían gracias a la repulsión
debida al principio de exclusión ent re neut rones y prot ones, en vez de ent re
elect rones. Se les llam ó por eso est rellas de neut rones. Tendrían un radio de unos
quince kilóm et ros aproxim adam ent e y una densidad de decenas de m illones de
t oneladas por cent ím et ro cúbico. En la época en que fueron predichas, no había
form a de poder observarlas; no fueron det ect adas realm ent e hast a m ucho después.
Est rellas con m asas superiores al lím it e de Chandrasekhar t ienen, por el cont rario,
un gran problem a cuando se les acaba el com bust ible. En algunos casos consiguen
explot ar, o se las arreglan para desprenderse de la suficient e m at eria com o para
reducir su peso por debaj o del lím it e y evit ar así un cat ast rófico colapso
gravit at orio; pero es difícil pensar que est o ocurra siem pre, independient em ent e de
lo grande que sea la est rella. ¿Cóm o podría saber la est rella que t enía que perder
peso? E incluso si t odas las est rellas se las arreglaran para perder la m asa suficient e
com o para evit ar el colapso, ¿qué sucedería si se añadiera m ás m asa a una enana
blanca o a una est rella de neut rones, de m anera que se sobrepasara el lím it e? ¿Se
colapsaría alcanzando una densidad infinit a? Eddingt on se asom bró t ant o por est a
conclusión que rehusó creerse el result ado de Chandrasekhar. Pensó que era
sim plem ent e im posible que una est rella pudiera colapsarse y convert irse en un
punt o. Est e fue el crit erio de la m ayoría de los cient íficos: el m ism o Einst ein escribió

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un art ículo en el que sost enía que las est rellas no podrían encogerse hast a t ener un
t am año nulo. La host ilidad de ot ros cient íficos, en part icular de Eddingt on, su
ant iguo profesor y principal aut oridad en la est ruct ura de las est rellas, persuadió a
Chandrasekhar a abandonar est a línea de t rabaj o y volver su at ención hacia ot ros
problem as de ast ronom ía, t ales com o el m ovim ient o de los grupos de est rellas. Sin
em bargo, cuando se le ot orgó el prem io Nóbel en 1983, fue, al m enos en part e, por
sus prim eros t rabaj os sobre la m asa lím it e de las est rellas frías.
Chandrasekhar había dem ost rado que el principio de exclusión no podría det ener el
colapso de una est rella m ás m asiva que el lím it e de Chandrasekhar, pero el
problem a de ent ender qué es lo que le sucedería a t al est rella, de acuerdo con la
relat ividad general, fue resuelt o por prim era vez por un j oven nort eam ericano,
Robert Oppenheim er, en 1939. Su result ado, sin em bargo, sugería que no habría
consecuencias observables que pudieran ser det ect adas por un t elescopio de su
época. Ent onces com enzó la segunda guerra m undial y el propio Oppenheim er se
vio involucrado en el proyect o de la bom ba at óm ica. Después de la guerra, el
problem a del colapso gravit at orio fue am pliam ent e olvidado, ya que la m ayoría de
los cient íficos se vieron at rapados en el est udio de lo que sucede a escala at óm ica y
nuclear. En los años sesent a, no obst ant e, el int erés por los problem as de gran
escala de la ast ronom ía y la cosm ología fue resucit ado a causa del aum ent o en el
núm ero y cat egoría de las observaciones ast ronóm icas, ocasionado por la aplicación
de la t ecnología m oderna. El t rabaj o de Oppenheim er fue ent onces redescubiert o y
adopt ado por ciert o núm ero de personas.
La im agen que t enem os hoy del t rabaj o de Oppenheim er es la siguient e: el cam po
gravit at orio de la est rella cam bia los cam inos de los rayos de luz en el espacio
t iem po, respect o de com o hubieran sido si la est rella no hubiera est ado present e.
Los conos de luz, que indican los cam inos seguidos en el espacio y en el t iem po por
dest ellos lum inosos em it idos desde sus vért ices, se inclinan ligeram ent e hacia
dent ro cerca de la superficie de la est rella. Est o puede verse en la desviación de la
luz, provenient e de est rellas dist ant es, observada durant e un eclipse solar. Cuando
la est rella se cont rae, el cam po gravit at orio en su superficie es m ás int enso y los
conos de luz se inclinan m ás hacia dent ro. Est o hace m ás difícil que la luz de la
est rella escape, y la luz se m uest ra m ás débil y m ás roj a para un observador lej ano.

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Figura 6.1

Finalm ent e, cuando la est rella se ha reducido hast a un ciert o radio crít ico, el cam po
gravit at orio en la superficie llega a ser t an int enso, que los conos de luz se inclinan
t ant o hacia dent ro que la luz ya no puede escapar ( figura 6.1) . De acuerdo con la
t eoría de la relat ividad, nada puede viaj ar m ás rápido que la luz. Así si la luz no
puede escapar, t am poco lo puede hacer ningún ot ro obj et o- , t odo es arrast rado por
el cam po gravit at orio. Por lo t ant o, se t iene un conj unt o de sucesos, una región del
espacio- t iem po, desde donde no se puede escapar y alcanzar a un observador
lej ano. Est a región es lo que hoy en día llam am os un aguj ero negro. Su front era se
denom ina el horizont e de sucesos y coincide con los cam inos de los rayos lum inosos
que est án j ust o a punt o de escapar del aguj ero negro, pero no lo consiguen.
Para ent ender lo que se vería si uno observara cóm o se colapsa una est rella para
form ar un aguj ero negro, hay que recordar que en la t eoría de la relat ividad no

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exist e un t iem po absolut o. Cada observador t iene su propia m edida del t iem po. El
t iem po para alguien que est é en una est rella será diferent e al de ot ra persona
lej ana, debido al cam po gravit at orio de esa est rella. Supongam os que un int répido
ast ronaut a, que est uviera sit uado en la superficie de una est rella que se colapsa, y
se colapsara hacia dent ro con ella, enviase una señal cada segundo, de acuerdo con
su reloj , a su nave espacial que gira en órbit a alrededor de la est rella. A ciert a hor a
según su reloj , digam os que a las 11: 00, la est rella se reduciría por debaj o de su
radio crít ico, ent onces el cam po gravit at orio se haría t an int enso que nada podría
escapar y las señales del ast ronaut a ya no alcanzarían a la nave. Conform e se
acercaran las 11: 00, sus com pañeros, que observaran desde la nave, encont rarían
los int ervalos ent re señales sucesivas cada vez m ás largos, aunque dicho efect o
sería m uy pequeño ant es de las 10: 59: 59. Sólo t endrían que esperar poco m ás de
un segundo ent re la señal del ast ronaut a de las 10: 59: 58 y la que envió cuando en
su reloj eran las 10: 59: 59; pero t endrían que esperar et ernam ent e la señal de las
11: 00. Las ondas lum inosas em it idas desde la superficie de la est rella ent re las
10: 59: 59 y las 11: 00, según el reloj del ast ronaut a, est arían ext endidas a lo largo
de un período infinit o de t iem po, vist o desde la nave. El int ervalo de t iem po ent re la
llegada de ondas sucesivas a la nave se haría cada vez m ás largo, por eso la luz de
la est rella llegaría cada vez m ás roj a y m ás débil. Al final, la est rella sería t an
oscura que ya no podría verse desde la nave: t odo lo que quedaría sería un aguj ero
negro en el espacio. La est rella cont inuaría, no obst ant e, ej erciendo la m ism a fuerza
gravit at oria sobre la nave, que seguiría en órbit a alrededor del aguj ero negro.
Pero est e supuest o no es t ot alm ent e realist a, debido al problem a siguient e. La
gravedad se hace t ant o m ás débil cuant o m ás se alej a uno de la est rella, así la
fuerza gravit at oria sobre los pies de nuest ro int répido ast ronaut a sería siem pre
m ayor que sobre su cabeza. ¡Est a diferencia de las fuerzas est iraría a nuest ro
ast ronaut a com o un spaghet t i o lo despedazaría ant es que la est rella se hubiera
cont raído hast a el radio crít ico en que se form a el horizont e de sucesos! No
obst ant e, se cree que exist en obj et os m ayores en el universo que t am bién pueden
sufrir un colapso gravit at orio, y producir aguj eros negros. Un ast ronaut a sit uado
encim a de uno de est os obj et os no sería despedazado ant es que se form ara el
aguj ero negro. De hecho, él no sent iría nada especial cuando alcanzara el radio

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crít ico, y podría pasar el punt o de no ret orno sin not ario. Sin em bargo, a las pocas
horas, m ient ras la región cont inuara colapsándose, la diferencia ent re las fuerzas
gravit at orias sobre su cabeza y sobre sus pies se haría t an int ensa que de nuevo
sería despedazado.
El t rabaj o que Roger Penrose y yo hicim os ent re 1965 y 1970 dem ost ró que, de
acuerdo con la relat ividad general, debe haber una singularidad de densidad y
curvat ura del espacio t iem po infinit o dent ro de un aguj ero negro. La sit uación es
parecida al big bang al principio del t iem po, sólo que sería el final, en vez del
principio del t iem po, para el cuerpo que se colapsa y para el ast ronaut a. En est a
singularidad, t ant o las leyes de la ciencia com o nuest ra capacidad de predecir el
fut uro fallarían t ot alm ent e. No obst ant e, cualquier observador que perm aneciera
fuera del aguj ero negro no est aría afect ado por est e fallo de capacidad de
predicción, porque ni la luz ni cualquier ot ra señal podrían alcanzarle desde la
singularidad. Est e hecho not able llevó a Roger Penrose a proponer la hipót esis de la
censura cósm ica, que podría parafrasearse com o «Dios det est a una singularidad
desnuda». En ot ras palabras, las singularidades producidas por un colapso
gravit at orio sólo ocurren en sit ios, com o los aguj eros negros, en donde est án
decent em ent e ocult as por m edio de un horizont e de sucesos, para no ser vist as
desde fuera. Est rict am ent e, est o es lo que se conoce com o la hipót esis débil de la
censura cósm ica: prot ege a los observadores que se quedan fuera del aguj ero negro
de las consecuencias de la crisis de predicción que ocurre en la singularidad, pero
no hace nada por el pobre desafort unado ast ronaut a que cae en el aguj ero.
Exist en algunas soluciones de las ecuaciones de la relat ividad general en las que le
es posible al ast ronaut a ver una singularidad desnuda: él puede evit ar chocar con la
singularidad y, en vez de est o, caer a t ravés de un «aguj ero de gusano», para salir
en ot ra región del universo. Est o ofrecería grandes posibilidades de viaj ar en el
espacio y en el t iem po, aunque desafort unadam ent e parece ser que est as
soluciones son alt am ent e inest ables; la m enor pert urbación, com o, por ej em plo, la
presencia del ast ronaut a, puede cam biarlas, de form a que el ast ronaut a podría no
ver la singularidad hast a que chocara con ella, m om ent o en el que encont raría su
final. En ot ras palabras, la singularidad siem pre est aría en su fut uro y nunca en su
pasado. La versión fuert e de la hipót esis de la censura cósm ica nos dice que las

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singularidades siem pre est arán, o bien ent eram ent e en el fut uro, com o las
singularidades de colapsos gravit at orios, o bien ent eram ent e en el pasado, com o el
big bang. Es m uy probable que se verifique alguna de las versiones de la censura
cósm ica, porque cerca de singularidades desnudas puede ser posible viaj ar al
pasado. Aunque est o sería at ract ivo para los escrit ores de ciencia ficción, significaría
que nuest ras vidas nunca est arían a salvo: ¡alguien podría volver al pasado y m at ar
a t u padre o a t u m adre ant es que hubieras sido concebido! El horizont e de sucesos,
la front era de la región del espacio t iem po desde la que no es posible escapar, act úa
com o una m em brana unidireccional alrededor del aguj ero negro: los obj et os, t ales
com o ast ronaut as im prudent es, pueden caer en el aguj ero negro a t ravés del
horizont e de sucesos, pero nada puede escapar del aguj ero negro a t ravés del
horizont e de sucesos. ( Recordem os que el horizont e de sucesos es el cam ino en el
espacio- t iem po de la luz que est á t rat ando de escapar del aguj ero negro, y nada
puede viaj ar m ás rápido que la luz) . Uno podría decir del horizont e de sucesos lo
que el poet a Dant e dij o a la ent rada del infierno: «Perded t oda esperanza al
t raspasarm e». Cualquier cosa o persona que cae a t ravés del horizont e de sucesos
pront o alcanzará la región de densidad infinit a y el final del t iem po.
La relat ividad general predice que los obj et os pesados en m ovim ient o producirán la
em isión de ondas gravit at orias, rizos en la curvat ura del espacio que viaj an a la
velocidad de la luz. Dichas ondas son sim ilares a las ondas lum inosas, que son rizos
del cam po elect rom agnét ico, pero m ucho m ás difíciles de det ect ar. Al igual que la
luz, se llevan consigo energía de los obj et os que las em it en. Uno esperaría, por lo
t ant o, que un sist em a de obj et os m asivos se est abilizara finalm ent e en un est ado
est acionario, ya que la energía de cualquier m ovim ient o se perdería en la em isión
de ondas gravit at orias. ( Es parecido a dej ar caer un corcho en el agua: al principio
se m ueve bruscam ent e hacia arriba y hacia abaj o, pero cuando las olas se llevan su
energía, se queda finalm ent e en un est ado est acionario) . Por ej em plo, el
m ovim ient o de la Tierra en su órbit a alrededor del Sol produce ondas gravit at orias.
El efect o de la pérdida de energía será cam biar la órbit a de la Tierra, de form a que
gradualm ent e se irá acercando cada vez m ás al Sol; con el t iem po colisionará con
él, y se quedará en un est ado est acionario. El rit m o de pérdida de energía en el
caso de la Tierra y el Sol es m uy lent o, aproxim adam ent e el suficient e para hacer

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funcionar un pequeño calent ador eléct rico. ¡Est o significa que la Tierra t ardará unos
m il billones de billones de años en chocar con el Sol, por lo que no exist e un m ot ivo
inm ediat o de preocupación! El cam bio en la órbit a de la Tierra es dem asiado
pequeño para ser observado, pero el m ism o efect o ha sido det ect ado durant e los
últ im os años en el sist em a llam ado PSR 1913+ 16 ( PSR se refiere a «pulsar», un
t ipo especial de est rella de neut rones que em it e pulsos regulares de ondas de
radio) . Est e sist em a cont iene dos est rellas de neut rones girando una alrededor de la
ot ra; la energía que est án perdiendo, debido a la em isión de ondas gravit at orias, les
hace girar ent re sí en espiral.
Durant e el colapso gravit at orio de una est rella para form ar un aguj ero negro, los
m ovim ient os serían m ucho m ás rápidos, por lo que el rit m o de em isión de energía
sería m ucho m ayor. Así pues, no se t ardaría dem asiado en llegar a un est ado
est acionario. ¿Qué parecería est e est ado final? Se podría suponer que dependería
de t odas las com plej as caract eríst icas de la est rella de la que se ha form ado. No
sólo de una m asa y velocidad de giro, sino t am bién de las diferent es densidades de
las dist int as part es en ella, y de los com plicados m ovim ient os de los gases en su
int erior. Y si los aguj eros negros fueran t an com plicados com o los obj et os que se
colapsan para form arlos, podría ser m uy difícil realizar cualquier predicción sobre
aguj eros negros en general.
En 1967, sin em bargo, el est udio de los aguj eros negros fue revolucionado por
Werner I srael, un cient ífico canadiense ( que nació en Berlín, creció en Sudáfrica, y
obt uvo el t ít ulo de doct or en I rlanda) . I srael dem ost ró que, de acuerdo con la
relat ividad general, los aguj eros negros sin rot ación debían ser m uy sim ples; eran
perfect am ent e esféricos, su t am año sólo dependía de su m asa, y dos aguj eros
negros cualesquiera con la m ism a m asa serían idént icos. De hecho, podrían ser
descrit os por una solución part icular de las ecuaciones de Einst ein, solución
conocida desde 1917, hallada gracias a Karl Schwarzschild al poco t iem po del
descubrim ient o de la relat ividad general. Al principio, m ucha gent e, incluido el
propio I srael, argum ent ó que puest o que un aguj ero negro t enía que ser
perfect am ent e esférico, sólo podría form arse del colapso de un obj et o
perfect am ent e esférico. Cualquier est rella real, que nunca sería perfect am ent e
esférica, sólo podría por lo t ant o colapsarse form ando una singularidad desnuda.

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Hubo, sin em bargo, una int erpret ación diferent e del result ado de I srael, defendida,
en part icular, por Roger Penrose y John Wheeler. Ellos argum ent aron que los
rápidos m ovim ient os involucrados en el colapso de una est rella im plicarían que las
ondas gravit at orias que desprendiera la harían siem pre m ás esférica, y para cuando
se hubiera asent ado en un est ado est acionario sería perfect am ent e esférica. De
acuerdo con est e punt o de vist a, cualquier est rella sin rot ación, independient em ent e
de lo com plicado de su form a y de su est ruct ura int erna, acabaría después de un
colapso gravit at orio siendo un aguj ero negro perfect am ent e esférico, cuyo t am año
dependería únicam ent e de su m asa. Cálculos post eriores apoyaron est e punt o de
vist a, que pront o fue adopt ado de m anera general.
El result ado de I srael sólo se aplicaba al caso de aguj eros negros form ados a part ir
de cuerpos sin rot ación. En 1963, Roy Kerr, un neozelandés, encont ró un conj unt o
de soluciones a las ecuaciones de la relat ividad general que describían aguj eros
negros en rot ación. Est os aguj eros negros de «Kerr» giran a un rit m o const ant e, y
su t am año y form a sólo dependen de su m asa y de su velocidad de rot ación. Si la
rot ación es nula, el aguj ero negro es perfect am ent e redondo y la solución es
idént ica a la de Schwarzschild. Si la rot ación no es cero, el aguj ero negro se
deform a hacia fuera cerca de su ecuador sust o igual que la Tierra o el Sol se
achat an en los polos debido a su rot ación) , y cuant o m ás rápido gira, m ás se
deform a. De est e m odo, al ext ender el result ado de I srael para poder incluir a los
cuerpos en rot ación, se conj et uró que cualquier cuerpo en rot ación, que colapsara y
form ara un aguj ero negro, llegaría finalm ent e a un est ado est acionario descrit o por
la solución de Kerr.
En 1970, un colega y alum no m ío de invest igación en Cam bridge, Brandon Cart er,
dio el prim er paso para la dem ost ración de la ant erior conj et ura. Probó que, con t al
que un aguj ero negro rot ando de m anera est acionaria t uviera un ej e de sim et ría,
com o una peonza, su t am año y su form a sólo dependerían de su m asa y de la
velocidad de rot ación. Luego, en 1971, yo dem ost ré que cualquier aguj ero negr o
rot ando de m anera est acionaria siem pre t endría un ej e de sim et ría. Finalm ent e, en
1973, David Robinson, del Kings College de Londres, usó el result ado de Cart er y el
m ío para dem ost rar que la conj et ura era correct a: dicho aguj ero negro t iene que
ser verdaderam ent e la solución de Kerr. Así, después de un colapso gravit at orio, un

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aguj ero negro se debe asent ar en un est ado en el que puede rot ar, pero no puede
t ener pulsaciones [ es decir, aum ent os y dism inuciones periódicas de su t am año] .
Adem ás, su t am año y form a sólo dependerán de su m asa y velocidad de rot ación, y
no de la nat uraleza del cuerpo que lo ha generado m ediant e su colapso. Est e
result ado se dio a conocer con la frase: «un aguj ero negro no t iene pelo». El
t eorem a de la «no exist encia de pelo» es de gran im port ancia práct ica, porque
rest ringe fuert em ent e los t ipos posibles de aguj eros negros. Se pueden hacer, por
lo t ant o, m odelos det allados de obj et os que podrían cont ener aguj eros negros, y
com parar las predicciones de est os m odelos con las observaciones. Tam bién im plica
que una gran cant idad de inform ación sobre el cuerpo colapsado se debe perder
cuando se form a el aguj ero negro, porque después de ello, t odo lo que se puede
m edir del cuerpo es la m asa y la velocidad de rot ación. El significado de t odo est o
se verá en el próxim o capít ulo.
Los aguj eros negros son un caso, ent re unos pocos en la hist oria de la ciencia, en el
que la t eoría se desarrolla en gran det alle com o un m odelo m at em át ico, ant es que
haya ninguna evidencia a t ravés de las observaciones que aquélla es correct a.
En realidad, est o const it uía el principal argum ent o de los oponent es de los aguj eros
negros: ¿cóm o podría uno creer en obj et os cuya única evidencia eran cálculos
basados en la dudosa t eoría de la relat ividad general? En 1963, sin em bargo,
Maart en Schm idt , un ast rónom o del observat orio Mont e Palom ar de California, m idió
el corrim ient o hacia el roj o de un débil obj et o parecido a una est rella, sit uado en la
dirección de la fuent e de ondas de radio llam ada 3C273 ( es decir, fuent e núm ero
273 del t ercer cat álogo de Cam bridge de fuent es de radio) . Encont ró que dicho
corrim ient o era dem asiado grande para ser causado por un cam po gravit at orio: si
hubiera sido un corrim ient o hacia el roj o de origen gravit at orio, el obj et o t endría
que haber sido t an m asivo y t an cercano a nosot ros que habría pert urbado las
órbit as de los planet as del sist em a solar. Est o induj o a pensar que el corrim ient o
hacia el roj o fue causado, en vez de por la gravedad, por la expansión del universo,
lo que, a su vez, im plicaba que el obj et o est aba m uy lej os. Y para ser visible a t an
gran dist ancia, el obj et o debería ser m uy brillant e, debería, en ot ras palabras, em it ir
una enorm e cant idad de energía. El único m ecanism o que se podía pensar que
produj era t ales cant idades de energía parecía ser el colapso gravit at orio, no ya de

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una est rella, sino de t oda una región cent ral de una galaxia. Ciert o núm ero de ot ros
«obj et os cuasiest elares », o quasares, sim ilares han sido descubiert os, t odos con
grandes corrim ient os hacia el roj o. Pero t odos est án dem asiado lej os y, por lo t ant o,
son dem asiado difíciles de observar para que puedan proporcionar evidencias
concluyent es acerca de los aguj eros negros.

Figura 6.2

Nuevos est ím ulos sobre la exist encia de aguj eros negros llegaron en 1967 con el
descubrim ient o, por un est udiant e de invest igación de Cam bridge, Jocelyn Bell, de
obj et os celest es que em it ían pulsos regulares de ondas de radio. Al principio, Bell y
su direct or de t esis, Ant ony Hewish, pensaron que podrían haber est ablecido
cont act o con una civilización ext rat errest re de la galaxia. En verdad, recuerdo que,
en el sem inario en el que anunciaron su descubrim ient o, denom inaron a las
prim eras cuat ro fuent es encont radas LGM 1- 4, LGM refiriéndose a «Lit t le Green
Men» [ hom brecillos verdes] . Al final, sin em bargo, ellos y el rest o de cient íficos
llegaron a la conclusión m enos rom ánt ica que est os obj et os, a los que se les dio el
nom bre de pulsares, eran de hecho est rellas de neut rones en rot ación, que em it ían
pulsos de ondas de radio debido a una com plicada int eracción ent re sus cam pos
m agnét icos y la m at eria de su alrededor. Fueron m alas not icias para los escrit ores
de west erns espaciales, pero m uy esperanzadoras para el pequeño grupo de los que
creíam os en aguj eros negros en aquella época: fue la prim era evidencia posit iva
que las est rellas de neut rones exist ían. Una est rella de neut rones posee un radio de
unos quince kilóm et ros, sólo una pequeña cant idad de veces el radio crít ico en que

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una est rella se conviert e en un aguj ero negro. Si una est rella podía colapsarse hast a
un t am año t an pequeño, no era ilógico esperar que ot ras est rellas pudieran colapsar
a t am años incluso m enores y se convirt ieran en aguj eros negros.
¿Cóm o podríam os esperar que se det ect ase un aguj ero negro, si por su propia
definición no em it e ninguna luz? Podría parecer algo sim ilar a buscar un gat o negro
en un sót ano lleno de carbón. Afort unadam ent e, hay una m anera. Com o John
Michell señaló en su art ículo pionero de 1783, un aguj ero negro sigue ej erciendo
una fuerza gravit at oria sobre los obj et os cercanos. Los ast rónom os han observado
m uchos sist em as en los que dos est rellas giran en órbit a una alrededor de la ot ra,
at raídas ent re sí por la gravedad. Tam bién observan sist em as en los que sólo exist e
una est rella visible que est á girando alrededor de algún com pañero invisible. No se
puede, desde luego, llegar a la conclusión que el com pañero es un aguj ero negro:
podría ser sim plem ent e una est rella que es dem asiado débil para ser vist a. Sin
em bargo, algunos de est os sist em as, com o el llam ado Cygnus X- 1 ( figura 6.2) ,
t am bién son fuent es int ensas de rayos X. La m ej or explicación de est e fenóm eno es
que se est á quit ando m at eria de la superficie de la est rella visible. Cuando est a
m at eria cae hacia el com pañero invisible, desarrolla un m ovim ient o espiral
( parecido al m ovim ient o del agua cuando se vacía una bañera) , y adquiere una
t em perat ura m uy alt a, em it iendo rayos X ( figura 6.3) . Para que est e m ecanism o
funcione, el obj et o invisible t iene que ser pequeño, com o una enana blanca, una
est rella de neut rones o un aguj ero negro. A part ir de la órbit a observada de la
est rella visible, se puede det erm inar la m asa m ás pequeña posible del obj et o
invisible. En el caso de Cygnus X- 1, ést a es de unas seis veces la m asa del Sol, lo
que, de acuerdo con el result ado de Chandrasekhar, es dem asiado grande para que
el obj et o invisible sea una enana blanca. Tam bién es una m asa dem asiado grande
para ser una est rella de neut rones. Parece, por lo t ant o, que se t rat a de un aguj ero
negro.
Exist en ot ros m odelos para explicar Cygnus X- 1, que no incluyen un aguj ero negro,
pero t odos son bast ant e inverosím iles. Un aguj ero negro parece ser la única
explicación realm ent e nat ural de las observaciones. A pesar de ello, t engo pendient e
una apuest a con Kip Thorne, del I nst it ut o Tecnológico de California, que ¡de hecho
Cygnus X- 1 no cont iene ningún aguj ero negro! Se t rat a de una especie de póliza de

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seguros para m í. He realizado una gran cant idad de t rabaj os sobre aguj eros negros,
y est aría t odo perdido si result ara que los aguj eros negros no exist en. Pero en est e
caso, t endría el consuelo de ganar la apuest a, que m e proporcionaría recibir la
revist a Privat e Eye durant e cuat ro años. Si los aguj eros negros exist en, Kip
obt endrá una suscripción a la revist a Pent house para un año.
Cuando hicim os la apuest a, en 1975, t eníam os una cert eza de un 80 por 100 que
Cygnus era un aguj ero negro. Ahora, diría que la cert eza es de un 95 por 100, pero
la apuest a aún t iene que dirim irse.

Figura 6.3

Figura 6: 3 En la act ualidad t enem os t am bién evidencias de ot ros aguj eros negros
en sist em as com o el de Cygnus X- 1 en nuest ra galaxia y en dos galaxias vecinas
llam adas las Nubes de Magallanes. El núm ero de aguj eros negros es, no obst ant e,
casi con t oda cert eza m uchísim o m ayor; en la larga hist oria del universo, m uchas
est rellas deben haber consum ido t odo su com bust ible nuclear, por lo que habrán
t enido que colapsarse. El núm ero de aguj eros negros podría ser incluso m ayor que
el núm ero de est rellas visibles, que cont abiliza un t ot al de unos cien m il m illones
sólo en nuest ra galaxia. La at racción gravit at oria ext ra de un núm ero t an grande de
aguj eros negros podría explicar por qué nuest ra galaxia gira a la velocidad con que
lo hace: la m asa de las est rellas visibles es insuficient e para explicarlo. Tam bién
t enem os alguna evidencia que exist e un aguj ero negro m ucho m ayor, con una m asa

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de aproxim adam ent e cien m il veces la del Sol, en el cent ro de nuest ra galaxia. Las
est rellas de la galaxia que se acerquen dem asiado a est e aguj ero negro serán
hechas añicos por la diferencia ent re las fuerzas gravit at orias en los ext rem os m ás
lej ano y cercano. Sus rest os, y el gas que es barrido de las ot ras est rellas, caerán
hacia el aguj ero negro. Com o en el caso de Cygnus X- 1, el gas se m overá en espiral
hacia dent ro y se calent ará, aunque no t ant o com o en aquel caso. No se calent ará
lo suficient e com o para em it ir rayos X, pero sí que podría ser una explicación de la
fuent e enorm em ent e com pact a de ondas de radio y de rayos infrarroj os que se
observa en el cent ro de la galaxia.
Se piensa que aguj eros negros sim ilares, pero m ás grandes, con m asas de unos
cien m illones de veces la del Sol, exist en en el cent ro de los quasares. La m at eria
que cae en dichos aguj eros negros súper m asivos proporcionaría la única fuent e de
pot encia lo suficient em ent e grande com o para explicar las enorm es cant idades de
energía que est os obj et os em it en. Cuando la m at eria cayera en espiral hacia el
aguj ero negro, haría girar a ést e en la m ism a dirección, haciendo que desarrollara
un cam po m agnét ico parecido al de la Tierra. Part ículas de alt ísim as energías se
generarían cerca del aguj ero negro a causa de la m at eria que caería. El cam po
m agnét ico sería t an int enso que podría enfocar a esas part ículas en chorros
inyect ados hacia fuera, a lo largo del ej e de rot ación del aguj ero negro, en las
direcciones de sus polos nort e y sur. Tales chorros son verdaderam ent e observados
en ciert o núm ero de galaxias y quasares.
Tam bién se puede considerar la posibilidad que pueda haber aguj eros negros con
m asas m ucho m enores que la del Sol. Est os aguj eros negros no podrían form arse
por un colapso gravit at orio, ya que sus m asas est án por debaj o del lím it e de
Chandrasekhar: est rellas de t an poca m asa pueden sost enerse a sí m ism as cont ra
la fuerza de la gravedad, incluso cuando hayan consum ido t odo su com bust ible
nuclear. Aguj eros negros de poca m asa sólo se podrían form ar si la m at eria fuera
com prim ida a enorm e densidad por grandes presiones ext ernas.
Tales condiciones podrían ocurrir en una bom ba de hidrógeno grandísim a: el físico
John Wheeler calculó una vez que si se t om ara t oda el agua pesada de t odos los
océanos del m undo, se podría const ruir una bom ba de hidrógeno que com prim iría
t ant o la m at eria en el cent ro que se form aría un aguj ero negro. ( ¡Desde luego, no

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quedaría nadie para poderlo observar! ) Una posibilidad m ás práct ica es que t ales
aguj eros de poca m asa podrían haberse form ado en las alt as t em perat uras y
presiones del universo en una fase m uy inicial. Los aguj eros negros se habrían
form ado únicam ent e si el universo inicialm ent e no hubiera sido liso y uniform e,
porque sólo una pequeña región que fuera m ás densa que la m edia podría ser
com prim ida de est a m anera para form ar un aguj ero negro. Pero se sabe que deben
haber exist ido algunas irregularidades, porque de lo cont rario, hoy en día, la
m at eria en el universo aún est aría dist ribuida perfect am ent e uniform e, en vez de
est ar agrupada form ando est rellas y galaxias.
El que las irregularidades requeridas para explicar la exist encia de las est rellas y de
las galaxias hubieran sido suficient es, o no, para la form ación de un núm ero
significat ivo de aguj eros negros «prim it ivos», depende claram ent e de las
condiciones del universo prim it ivo. Así, si pudiéram os det erm inar cuánt os aguj eros
negros prim it ivos exist en en la act ualidad, aprenderíam os una enorm e cant idad de
cosas sobre las prim eras et apas del universo. Aguj eros negros prim it ivos con m asas
de m ás de m il m illones de t oneladas ( la m asa de una m ont aña grande) sólo podrían
ser det ect ados por su influencia gravit at oria sobre la m at eria visible, o en la
expansión del universo. Sin em bargo, com o aprenderem os en el siguient e capít ulo,
los aguj eros negros no son realm ent e negros después de t odo: irradian com o un
cuerpo calient e, y cuant o m ás pequeños son, m ás irradian. Así, paradój icam ent e,
¡los aguj eros negros m ás pequeños podrían realm ent e result ar m ás fáciles de
det ect ar que los grandes!

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Ca pít u lo 7
Los Agu j e r os N e gr os N o Son Ta n N e gr os

Ant es de 1970, m i invest igación sobre la relat ividad general se había concent rado
fundam ent alm ent e en la cuest ión de si ha habido o no una singularidad en el big
bang. Sin em bargo, una noche de noviem bre de aquel año, j ust o un poco después
del nacim ient o de m i hij a Lucy, com encé a pensar en los aguj eros negros m ient ras
m e acost aba. Mi enferm edad conviert e est a operación en un proceso bast ant e lent o,
de form a que t enía m uchísim o t iem po. En aquella época, no exist ía una definición
precisa de qué punt os del espacio- t iem po caen dent ro de un aguj ero negro y cuáles
caen fuera. Ya había discut ido con Roger Penrose la idea de definir un aguj ero negro
com o el conj unt o de sucesos desde los que no es posible escapar a una gran
dist ancia, definición que es la generalm ent e acept ada en la act ualidad.
Significa que la front era del aguj ero negro, el horizont e de sucesos, est á form ada
por los cam inos en el espacio- t iem po de los rayos de luz que j ust am ent e no
consiguen escapar del aguj ero negro, y que se m ueven et ernam ent e sobre esa
front era ( figura 7.1) . Es algo parecido a correr huyendo de la policía y conseguir
m ant enerse por delant e, pero no ser capaz de escaparse sin dej ar rast ro.

105 Preparado por Pat ricio Barros


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Figura 7.1

De repent e, com prendí que los cam inos de est os rayos de luz nunca podrían
aproxim arse ent re sí. Si lo hicieran, deberían acabar chocando. Sería com o
encont rarse con algún ot ro individuo huyendo de la policía en sent ido cont rario:
¡am bos serían det enidos! ( o, en est e caso, los rayos de luz caerían en el aguj ero
negro) . Pero si est os rayos lum inosos fueran absorbidos por el aguj ero negro, no
podrían haber est ado ent onces en la front era del aguj ero negro. Así, los cam inos de
los rayos lum inosos en el horizont e de sucesos t ienen que m overse siem pre o
paralelos o alej ándose ent re sí. Ot ro m odo de ver est o es im aginando que el
horizont e de sucesos, la front era del aguj ero negro, es com o el perfil de una som br a
( la som bra de la m uert e inm inent e) . Si uno se fij a en la som bra proyect ada por una
fuent e m uy lej ana, t al com o el Sol, verá que los rayos de luz del perfil no se est án
aproxim ando ent re sí.

106 Preparado por Pat ricio Barros


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Figura 2 y 3

Si los rayos de luz que form an el horizont e de sucesos, la front era del aguj ero
negro, nunca pueden acercarse ent re ellos, el área del horizont e de sucesos podría
o perm anecer const ant e o aum ent ar con el t iem po, pero nunca podría dism inuir,
porque est o im plicaría que al m enos algunos de los rayos de luz de la front era
t endrían que acercarse ent re sí. De hecho, el área aum ent ará siem pre que algo de
m at eria o radiación caiga en el aguj ero negro ( figura 7.2) . o si dos aguj eros negros
chocan y se quedan unidos form ando un único aguj ero negro, el área del horizont e
de sucesos del aguj ero negro final será m ayor o igual que la sum a de las áreas de
los horizont es de sucesos de los aguj eros negros originales ( figura 7.3) . Est a
propiedad de no dism inución del área del horizont e de sucesos produce una
rest ricción im port ant e de los com port am ient os posibles de los aguj eros negros. Me
excit ó t ant o est e descubrim ient o que casi no pude dorm ir aquella noche. Al día
siguient e, llam é por t eléfono a Roger Penrose. Él est uvo de acuerdo conm igo. Creo
que, de hecho, él ya era conscient e de est a propiedad del área. Sin em bargo, él
había est ado usando una definición de aguj ero negro ligeram ent e diferent e. No se
había dado cuent a que las front eras de los aguj eros negros, de acuerdo con las dos
definiciones, serían las m ism as, por lo que t am bién lo serían sus áreas respect ivas,
con t al que el aguj ero negro se hubiera est abilizado en un est ado est acionario en el
que no exist ieran cam bios t em porales.

107 Preparado por Pat ricio Barros


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El com port am ient o no decrecient e del área de un aguj ero negro recordaba el
com port am ient o de una cant idad física llam ada ent ropía, que m ide el grado de
desorden de un sist em a. Es una cuest ión de experiencia diaria que el desorden
t iende a aum ent ar, si las cosas se abandonan a ellas m ism as. ( ¡Uno sólo t iene que
dej ar de reparar cosas en la casa para com probarlo! ) Se puede crear orden a part ir
del desorden ( por ej em plo, uno puede pint ar la casa) , pero est o requiere un
consum o de esfuerzo o energía, y por lo t ant o dism inuye la cant idad de energía
ordenada obt enible.
Un enunciado preciso de est a idea se conoce com o segunda ley de la
t erm odinám ica. Dice que la ent ropía de un sist em a aislado siem pre aum ent a, y que
cuando dos sist em as se j unt an, la ent ropía del sist em a com binado es m ayor que la
sum a de las ent ropías de los sist em as individuales. Considerem os, a m odo de
ej em plo, un sist em a de m oléculas de gas en una caj a. Las m oléculas pueden
im aginarse com o pequeñas bolas de billar chocando cont inuam ent e ent re sí y con
las paredes de la caj a. Cuant o m ayor sea la t em perat ura del gas, con m ayor rapidez
se m overán las part ículas y, por lo t ant o, con m ayor frecuencia e int ensidad
chocarán cont ra las paredes de la caj a, y m ayor presión ej ercerá hacia fuera.
Supongam os que las m oléculas est án inicialm ent e confinadas en la part e izquierda
de la caj a m ediant e una pared separadora. Si se quit a dicha pared, las m oléculas
t enderán a expandirse y a ocupar las dos m it ades de b caj a. En algún inst ant e
post erior, t odas ellas podrían est ar, por azar, en la part e derecha, o, de nuevo, en
la m it ad izquierda, pero es ext rem adam ent e m ás probable que haya un núm ero
aproxim adam ent e igual de m oléculas en cada una de las dos m it ades. Tal est ado es
m enos ordenado, o m ás desordenado, que el est ado original en el que t odas las
m oléculas est aban en una m it ad. Se dice, por eso, que la ent ropía del gas ha
aum ent ado. De m anera análoga, supongam os que se em pieza con dos caj as, una
que cont iene m oléculas de oxígeno y la ot ra, m oléculas de nit rógeno. Si se j unt an
las caj as y se quit an las paredes separadoras, las m oléculas de oxígeno y de
nit rógeno em pezarán a m ezclarse. Transcurrido ciert o t iem po, el est ado m ás
probable será una m ezcla bast ant e uniform e de m oléculas de oxígeno y nit rógeno
en am bas caj as. Est e est ado est ará m enos ordenado, y por lo t ant o t endrá m ás
ent ropía que el est ado inicial de las dos caj as separadas.

108 Preparado por Pat ricio Barros


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La segunda ley de la t erm odinám ica t iene un st at us algo diferent e al de las


rest ant es leyes de la ciencia, com o la de la gravedad de Newt on por cit ar un
ej em plo, porque no siem pre se verifica, aunque sí en la inm ensa m ayoría de los
casos. La probabilidad que t odas las m oléculas de gas de nuest ra prim era caj a se
encuent ren en una m it ad, pasado ciert o t iem po, es de m uchos m illones de m illones
frent e a uno, pero puede suceder. Sin em bargo, si uno t iene un aguj ero negro,
parece exist ir una m anera m ás fácil de violar la segunda ley: sim plem ent e lanzando
al aguj ero negro m at eria con gran cant idad de ent ropía, com o, por ej em plo, una
caj a de gas. La ent ropía t ot al de la m at eria fuera del aguj ero negro dism inuirá.
Todavía se podría decir, desde luego, que la ent ropía t ot al, incluyendo la ent ropía
dent ro del aguj ero negro, no ha dism inuido, pero, dado que no hay form a de m irar
dent ro del aguj ero negro, no podem os saber cuánt a ent ropía t iene la m at eria de
dent ro. Sería ent onces int eresant e que hubiera alguna caract eríst ica del aguj ero
negro a part ir de la cual los observadores, fuera de él, pudieran saber su ent ropía, y
que ést a aum ent ara siem pre que cayera en el aguj ero negro m at eria port adora de
ent ropía.
Siguiendo el descubrim ient o descrit o ant es ( el área del horizont e de sucesos
aum ent a siem pre que caiga m at eria en un aguj ero negro) , un est udiant e de
invest igación de Princet on, llam ado Jacob Bekenst ein, sugirió que el área del
horizont e de sucesos era una m edida de la ent ropía del aguj ero negro. Cuando
m at eria port adora de ent ropía cae en un aguj ero negro, el área de su horizont e de
sucesos aum ent a, de t al m odo que la sum a de la ent ropía de la m at eria fuera de los
aguj eros negros y del área de los horizont es nunca dism inuye.
Est a sugerencia parecía evit ar el que la segunda ley de la t erm odinám ica fuera
violada en la m ayoría de las sit uaciones. Sin em bargo, había un error fat al. Si un
aguj ero negro t uviera ent ropía, ent onces t am bién t endría que t ener una
t em perat ura.
Pero un cuerpo a una t em perat ura part icular debe em it ir radiación a un ciert o rit m o.
Es una cuest ión de experiencia com ún que si se calient a un at izador en el fuego se
pone roj o incandescent e y em it e radiación; los cuerpos a t em perat uras m ás baj as
t am bién em it en radiación, aunque norm alm ent e no se aprecia porque la cant idad es
bast ant e pequeña. Se requiere est a radiación para evit ar que se viole la segunda

109 Preparado por Pat ricio Barros


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ley. Así pues, los aguj eros negros deberían em it ir radiación. Pero por su propia
definición, los aguj eros negros son obj et os que se supone que no em it en nada.
Parece, por lo t ant o, que el área de un aguj ero negro no podría asociarse con su
ent ropía. En 1972, escribí un art ículo con Brandon Cart er y un colega
nort eam ericano, Jim Bardeen, en el que señalam os que aunque había m uchas
sem ej anzas ent re ent ropía y área del horizont e de sucesos, exist ía est a dificult ad
aparent em ent e fat al. Debo adm it ir que al escribir est e art ículo est aba m ot ivado, en
part e, por m i irrit ación cont ra Bekenst ein, quien, según yo creía, había abusado de
m i descubrim ient o del aum ent o del área del horizont e de sucesos. Pero al final
result ó que él est aba básicam ent e en lo ciert o, aunque de una m anera que él no
podía haber esperado.
En sept iem bre de 1973, durant e una visit a m ía a Moscú, discut í acerca de aguj eros
negros con dos dest acados expert os soviét icos, Yakov Zeldovich y Alexander
St arobinsky. Me convencieron que, de acuerdo con el principio de incert idum bre de
la m ecánica cuánt ica, los aguj eros negros en rot ación deberían crear y em it ir
part ículas. Acept é sus argum ent os por m ot ivos físicos, pero no m e gust ó el m odo
m at em át ico cóm o habían calculado la em isión. Por est o, em prendí la t area de idear
un t rat am ient o m at em át ico m ej or, que describí en un sem inario inform al en Oxford,
a finales de noviem bre de 1973. En aquel m om ent o, aún no había realizado los
cálculos para encont rar cuánt o se em it iría realm ent e. Esperaba descubrir
exact am ent e la radiación que Zeldovich y St arobinsky habían predicho para los
aguj eros negros en rot ación. Sin em bargo, cuando hice el cálculo, encont ré, para m i
sorpresa y enfado, que incluso los aguj eros negros sin rot ación deberían crear
part ículas a un rit m o est acionario. Al principio pensé que est a em isión indicaba que
una de las aproxim aciones que había usado no era válida. Tenía m iedo que si
Bekenst ein se ent eraba de est o, lo usara com o un nuevo argum ent o para apoyar su
idea acerca de la ent ropía de los aguj eros negros, que aún no m e gust aba. No
obst ant e, cuant o m ás pensaba en ello, m ás m e parecía que las aproxim aciones
deberían de ser verdaderam ent e adecuadas. Pero lo que al final m e convenció que
la em isión era real fue que el espect ro de las part ículas em it idas era exact am ent e el
m ism o que em it iría un cuerpo calient e, y que el aguj ero negro em it ía part ículas
exact am ent e al rit m o correct o, para evit ar, violaciones de la segunda ley.

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Desde ent onces los cálculos se han repet ido de diversas m aneras por ot ras
personas. Todas ellas confirm an que un aguj ero negro debería em it ir part ículas y
radiación com o si fuera un cuerpo calient e con una t em perat ura que sólo depende
de la m asa del aguj ero negro: cuant o m ayor sea la m asa, t ant o m enor será la
t em perat ura.
¿Cóm o es posible que un aguj ero negro parezca em it ir part ículas cuando sabem os
que nada puede escapar de dent ro de su horizont e de sucesos? La respuest a, que la
t eoría cuánt ica nos da, es que las part ículas no provienen del aguj ero negro, sino
del espacio «vacío» j ust o fuera del horizont e de sucesos del aguj ero negro.
Podem os ent ender est o de la siguient e m anera: lo que consideram os el espacio
«vacío» no puede est ar t ot alm ent e vacío, porque est o significaría que t odos los
cam pos, t ales com o el gravit at orio o el elect rom agnét ico, t endrían que ser
exact am ent e cero. Sin em bargo, el valor de un cam po y su velocidad de cam bio con
el t iem po son com o la posición y la velocidad de una part ícula: el principio de
incert idum bre im plica que cuant o con m ayor precisión se conoce una de esas dos
m agnit udes, con m enor precisión se puede saber la ot ra. Así, en el espacio vacío, el
cam po no puede est ar fij o con valor cero exact am ent e, porque ent onces t endría a la
vez un valor preciso ( cero) y una velocidad de cam bio precisa ( t am bién cero) . Debe
haber una ciert a cant idad m ínim a debido a la incert idum bre, o fluct uaciones
cuánt icas, del valor del cam po. Uno puede im aginarse est as fluct uaciones com o
pares de part ículas de luz o de gravedad que aparecen j unt as en un inst ant e
det erm inado, se separan, y luego se vuelven a j unt ar, aniquilándose ent re sí. Est as
part ículas son part ículas virt uales, com o las part ículas que t ransm it en la fuerza
gravit at oria del Sol: al cont rario que las part ículas reales, no pueden ser observadas
direct am ent e con un det ect or de part ículas. No obst ant e, sus efect os indirect os,
t ales com o pequeños cam bios en las energías de las órbit as elect rónicas en los
át om os, pueden ser m edidos y concuerdan con las predicciones t eóricas con un alt o
grado de precisión. El principio de incert idum bre t am bién predice que habrá pares
sim ilares de part ículas m at eriales virt uales, com o elect rones o quarks. En est e caso,
sin em bargo, un m iem bro del par será una part ícula y el ot ro una ant ipart ícula ( las
ant ipart ículas de la luz y de la gravedad son las m ism as que las part ículas) .

111 Preparado por Pat ricio Barros


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Com o la energía no puede ser creada de la nada, uno de los com ponent es dé un par
part ícula/ ant ipart ícula t endrá energía posit iva y el ot ro energía negat iva. El que
t iene energía negat iva est á condenado a ser una part ícula virt ual de vida m uy cort a,
porque las part ículas reales siem pre t ienen energía posit iva en sit uaciones
norm ales.
Debe, por lo t ant o, buscar a su parej a y aniquilarse con ella. Pero una part ícula real,
cerca de un cuerpo m asivo, t iene m enos energía que si est uviera lej os, porque se
necesit aría energía para alej arla en cont ra de la at racción gravit at oria de ese
cuerpo.
Norm alm ent e, la energía de la part ícula aún sigue siendo posit iva, pero el cam po
gravit at orio dent ro de un aguj ero negro es t an int enso que incluso una part ícula real
puede t ener allí energía negat iva. Es, por lo t ant o, posible, para la part ícula virt ual
con energía negat iva, si est á present e un aguj ero negro, caer en el aguj ero negro y
convert irse en una part ícula o ant ipart ícula real. En est e caso, ya no t iene que
aniquilarse con su parej a. Su desam parado com pañero puede caer así m ism o en el
aguj ero negro. O, al t ener energía posit iva, t am bién puede escaparse de las
cercanías del aguj ero negro com o una part ícula o ant ipart ícula real ( figura 7.4) .
Para un observador lej ano, parecerá haber sido em it ida desde el aguj ero negro.
Cuant o m ás pequeño sea el aguj ero negro, m enor será la dist ancia que la part ícula
con energía negat iva t endrá que recorrer ant es de convert irse en una part ícula real
y, por consiguient e, m ayores serán la velocidad de em isión y la t em perat ura
aparent e del aguj ero negro.
La energía posit iva de la radiación em it ida sería com pensada por un fluj o hacia el
aguj ero negro de part ículas con energía negat iva. Por la ecuación de Einst ein
E= m c2 ( en donde E es la energía, m , la m asa y c, la velocidad de la luz) , sabem os
que la energía es proporcional a la m asa. Un fluj o de energía negat iva hacia el
aguj ero negro reduce, por lo t ant o, su m asa. Conform e el aguj ero negro pierde
m asa, el área de su horizont e de sucesos dism inuye, pero la consiguient e
dism inución de ent ropía del aguj ero negro es com pensada de sobra por la ent ropía
de la radiación em it ida, y, así, la segunda ley nunca es violada.

112 Preparado por Pat ricio Barros


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Figura 7.4

Adem ás, cuant o m ás pequeña sea la m asa del aguj ero negro, t ant o m ayor será su
t em perat ura. Así, cuando el aguj ero negro pierde m asa, su t em perat ura y su
velocidad de em isión aum ent an y, por lo t ant o, pierde m asa con m ás rapidez. Lo
que sucede cuando la m asa del aguj ero negro se hace, con el t iem po,
ext rem adam ent e pequeña no est á claro, pero la suposición m ás razonable es que
desaparecería com plet am ent e en una t rem enda explosión final de radiación,
equivalent e a la explosión de m illones de bom bas H.
Un aguj ero negro con una m asa de unas pocas veces la m asa del Sol t endría una
t em perat ura de sólo diez m illonésim as de grado por encim a del cero absolut o. Est o
es m ucho m enos que la t em perat ura de la radiación de m icroondas que llena el
universo ( aproxim adam ent e igual a 2.7° por encim a del cero absolut o) , por lo que
t ales aguj eros negros em it irían incluso m enos de lo que absorben. Si el universo
est á dest inado a cont inuar expandiéndose por siem pre, la t em perat ura de la
radiación de m icroondas dism inuirá y con el t iem po será m enor que la de un
aguj ero negro de esas caract eríst icas, que ent onces em pezaría a perder m asa. Pero,
incluso en ese caso, su t em perat ura sería t an pequeña que se necesit arían

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aproxim adam ent e un m illón de billones de billones de billones de billones de billones


de años ( un 1 con sesent a y seis ceros det rás) , para que se evaporar a
com plet am ent e. Est e período es m ucho m ás largo que la edad del universo que es
sólo de unos diez o veint e m il m illones de años ( un 1 o 2 con diez ceros det rás) . Por
el cont rario, com o se m encionó en el Capít ulo 6, podrían exist ir aguj eros negros
prim it ivos con una m asa m ucho m ás pequeña, que se form aron debido al colapso
de irregularidades en las et apas iniciales del universo. Est os aguj eros negros
t endrían una m ayor t em perat ura y em it irían radiación a un rit m o m ucho m ayor. Un
aguj ero negro prim it ivo con una m asa inicial de m il m illones de t oneladas t endría
una vida m edia aproxim adam ent e igual a la edad del universo. Los aguj eros negros
prim it ivos con m asas iniciales m enores que la ant erior ya se habrían evaporado
com plet am ent e, pero aquellos con m asas ligeram ent e superiores aún est arían
em it iendo radiación en form a de rayos X y rayos gam m a. Los rayos X y los rayos
gam m a son com o las ondas lum inosas, pero con una longit ud de onda m ás cort a.
Tales aguj eros apenas m erecen el apelat ivo de negros: son realm ent e blancos
incandescent es y em it en energía a un rit m o de unos diez m il m egavat ios.
Un aguj ero negro de esas caract eríst icas podría hacer funcionar diez grandes
cent rales eléct ricas, si pudiéram os aprovechar su pot encia. No obst ant e, est o sería
bast ant e difícil: ¡el aguj ero negro t endría una m asa com o la de una m ont aña
com prim ida en m enos de una billonésim a de cent ím et ro, el t am año del núcleo de un
át om o! Si se t uviera uno de est os aguj eros negros en la superficie de la Tierra, no
habría form a de conseguir que no se hundiera en el suelo y llegara al cent ro de la
Tierra. Oscilaría a t ravés de la Tierra, en uno y ot ro sent ido, hast a que al final se
pararía en el cent ro. Así, el único lugar para colocar est e aguj ero negro, de m anera
que se pudiera ut ilizar la energía que em it e, sería en órbit a alrededor de la Tierra, y
la única form a en que se le podría poner en órbit a sería at rayéndolo por m edio de
una gran m asa puest a delant e de él, sim ilar a la zanahoria en frent e del burro. Est o
no parece una propuest a dem asiado práct ica, al m enos en un fut uro inm ediat o.
Pero aunque no podam os aprovechar la em isión de est os aguj eros negros
prim it ivos, ¿cuáles son nuest ras posibilidades de observarlos? Podríam os buscar los
rayos gam m a que em it en durant e la m ayor part e de su exist encia. A pesar que la
radiación de la m ayor part e de ellos sería m uy débil, porque est arían m uy lej os, el

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t ot al de t odos ellos sí que podría ser det est able. Podem os observar est e fondo de
rayos gam m a: la figura 7.5 m uest ra cóm o difiere la int ensidad observada con la
predicha a diferent es frecuencias ( el núm ero de ondas por segundo) . Sin em bargo,
est e fondo de radiación podría haber sido generado, y probablem ent e lo fue, por
ot ros procesos dist int os a los de los aguj eros negros prim it ivos. La línea a t razos de
la figura 7.5 m uest ra cóm o debería variar la int ensidad con la frecuencia para rayos
gam m a producidos por aguj eros negros prim it ivos, si hubiera, por t érm ino m edio,
300 por año- luz cúbico. Se puede decir, por lo t ant o, que las observaciones del
fondo de rayos gam m a no proporcionan ninguna evidencia posit iva de la exist encia
de aguj eros negros prim it ivos, pero nos dicen que no puede haber m ás de 300 por
cada año- luz cúbico en el universo. Est e lím it e im plica que los aguj eros negros
prim it ivos podrían const it uir com o m ucho la m illonésim a part e de la m at eria del
universo.

Figura 7.5

Al ser los aguj eros negros prim it ivos así de escasos, parecería im probable que
exist iera uno lo suficient em ent e cerca de nosot ros com o para poder ser observado

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com o una fuent e individual de rayos gam m a. Sin em bargo, dado que la gravedad
at raería a los aguj eros negros hacia la m at eria, ést os deberían de est ar, en general,
alrededor y dent ro de las galaxias. Así, a pesar que el fondo de rayos gam m a nos
dice que no puede haber, por t érm ino m edio, m ás de 300 aguj eros negros
prim it ivos por año- luz cúbico, no nos dice nada de cuánt os puede haber en nuest ra
propia galaxia. Si hubiera, por ej em plo, un m illón de veces m ás que por t érm ino
m edio, ent onces el aguj ero negro m ás cercano est aría a una dist ancia de unos m il
m illones de kilóm et ros, o, aproxim adam ent e, a la m ism a dist ancia que Plut ón, el
m ás lej ano de los planet as conocidos. A est a dist ancia, aún sería m uy difícil det ect ar
la em isión est acionaria de un aguj ero negro, incluso aunque t uviera una pot encia de
diez m il m egavat ios. Para asegurar que se observa un aguj ero negro prim it ivo se
t endrían que det ect ar varios cuant os de rayos gam m a provenient es de la m ism a
dirección en un espacio de t iem po razonable, por ej em plo, una sem ana. De ot ra
form a, podrían ser sim plem ent e part e de la radiación de fondo. Pero el principio de
cuant ificación de Planck nos dice que cada cuant o de rayos gam m a t iene una
energía m uy alt a, porque los rayos gam m a poseen una frecuencia m uy elevada, de
form a que no se necesit arían m uchos cuant os para radiar una pot encia de diez m il
m egavat ios. Para observar los pocos cuant os que llegarían desde una dist ancia
com o la de Plut ón se requeriría un det ect or de rayos gam m a m ayor que cualquiera
de los que se han const ruido hast a ahora. Adem ás, el det ect or debería de est ar en
el espacio, porque los rayos gam m a no pueden t raspasar la at m ósfera.
Desde luego que si un aguj ero negro t an cercano com o Plut ón llegara al final de su
exist encia y explot ara, sería fácil det ect ar el est allido final de radiación. Pero si el
aguj ero negro ha est ado em it iendo durant e los últ im os diez o veint e m il m illones de
años, la probabilidad que llegue al final de su vida durant e los próxim os años, en
vez que lo hubiera hecho hace m illones de años, o que lo hiciera dent ro de m illones
de años, es bast ant e pequeña. Así para poder t ener una probabilidad razonable de
ver una explosión ant es que la beca de invest igación se nos acabe, t endrem os que
encont rar un m odo de det ect ar cualquier explosión que ocurra a m enos de un año-
luz. Aún se necesit aría disponer de un gran det ect or de rayos gam m a para poder
observar varios cuant os de rayos gam m a provenient es de la explosión. En est e
caso, sin em bargo, no sería necesario det erm inar que t odos los cuant os vienen de la

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m ism a dirección: sería suficient e observar que t odos llegan en un int ervalo de
t iem po m uy cort o, para est ar razonablem ent e seguros que t odos provienen de la
m ism a explosión.
Un det ect or de rayos gam m a capaz de encont rar aguj eros negros prim it ivos es la
at m ósfera t errest re ent era. ( De cualquier m odo, ¡es im probable que seam os
capaces de const ruir un det ect or m ayor! ) Cuando un cuant o de rayos gam m a de
alt a energía choca con los át om os de nuest ra at m ósfera crea pares de elect rones y
posit rones ( ant i- elect rones) . Cuando ést os chocan con ot ros át om os, crean a su vez
m ás pares de elect rones y posit rones, de form a que se obt iene lo que se llam a una
lluvia de elect rones. El result ado es una form a de luz conocida com o radiación de
Cherenkov. Se pueden, por lo t ant o, det ect ar im pact os de rayos gam m a buscando
dest ellos lum inosos en el cielo noct urno. Por supuest o que exist en diversidad de
fenóm enos dist int os, com o rayos de t orm ent as y reflexiones de la luz solar en
sat élit es orbit ales y desechos espaciales, que t am bién dan lugar a dest ellos en el
cielo. Los im pact os de rayos gam m a se pueden dist inguir de est os efect os
observando los dest ellos en dos o m ás lugares am pliam ent e separados. Una
invest igación de est e t ipo fue llevada a cabo por dos cient íficos de Dublín, Neil
Port er y Trevor Weekes, que usaron t elescopios en Arizona. Encont raron ciert o
núm ero de dest ellos, pero ninguno que pudiera ser asociado, sin lugar a dudas, a
im pact os de rayos gam m a provenient es de aguj eros negros prim it ivos.
Aunque la búsqueda de aguj eros negros prim it ivos result e negat iva, com o parece
ser que puede ocurrir, aún nos dará una valiosa inform ación acerca de los prim eros
inst ant es del universo. Si el universo prim it ivo hubiese sido caót ico o irregular, o si
la presión de la m at eria hubiese sido baj a, se habría esperado que se produj eran
m uchos m ás aguj eros negros prim it ivos que el lím it e ya est ablecido por nuest ras
observaciones de la radiación de fondo de rayos gam m a. Sólo el hecho que el
universo prim it ivo fuera m uy regular y uniform e, con una alt a presión, puede
explicar la ausencia de una cant idad observable de aguj eros negros prim it ivos.
La idea de la exist encia de radiación provenient e de aguj eros negros fue el prim er
ej em plo de una predicción que dependía de un m odo esencial de las dos grandes
t eorías de nuest ro siglo, la relat ividad general y la m ecánica cuánt ica. Al principio,
levant ó una fuert e oposición porque t rast ocó el punt o de vist a exist ent e: « ¿cóm o

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puede un aguj ero negro em it ir algo?». Cuando anuncié por prim era vez los
result ados de m is cálculos en una conferencia dada en el laborat orio Rut herford -
Applet on, en las cercanías de Oxford, fui recibido con gran incredulidad. Al final de
la charla, el president e de la sesión, John G. Taylor del Kings College de Londres,
afirm ó que m is result ados no t enían ningún sent ido. I ncluso escribió un art ículo en
est a línea. No obst ant e, al final, la m ayor part e de los cient íficos, incluido John
Taylor, han llegado a la conclusión que los aguj eros negros deben radiar igual que
cuerpos calient es, si t odas nuest ras ot ras ideas acerca de la relat ividad general y de
la m ecánica cuánt ica son correct as. Así, a pesar que aún no hem os conseguido
encont rar un aguj ero negro prim it ivo, exist e un consenso bast ant e general que si lo
encont ráram os t endría que est ar em it iendo una gran cant idad de rayos gam m a y de
rayos X.
La exist encia de radiación provenient e de aguj eros negros parece im plicar que el
colapso gravit at orio no es t an definit ivo e irreversible com o se creyó. Si un
ast ronaut a cae en un aguj ero negro, la m asa de ést e aum ent ará, pero con el t iem po
la energía equivalent e a esa m asa será devuelt a al universo en form a de radiación.
Así, en ciert o sent ido, el ast ronaut a será «reciclado». Sería, de cualquier m anera,
un t ipo irrelevant e de inm ort alidad, ¡porque cualquier sensación personal de t iem po
del ast ronaut a se habría acabado, casi seguro, al ser ést e despedazado dent ro del
aguj ero negro! I ncluso los t ipos de part ículas que fueran em it idos finalm ent e por el
aguj ero negro serían en general diferent es de aquellos que form aban part e del
ast ronaut a: la única caract eríst ica del ast ronaut a que sobreviviría sería su m asa o
energía.
Las aproxim aciones que usé para derivar la em isión de aguj eros negros deben de
ser válidas cuando el aguj ero negro t iene una m asa m ayor que una fracción de un
gram o. A pesar de ello, fallarán al final de la vida del aguj ero negro cuando su m asa
se haga m uy pequeña. El result ado m ás probable parece que será que el aguj ero
negro sim plem ent e desaparecerá, al m enos de nuest ra región del universo,
llevándose con él al ast ronaut a y a cualquier singularidad que pudiera cont ener, si
en verdad hay alguna. Est o fue la prim era indicación que la m ecánica cuánt ica
podría elim inar las singularidades predichas por la t eoría de la relat ividad. Sin
em bargo, los m ét odos que ot ros cient íficos y yo ut ilizábam os en 1974 no eran

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capaces de responder a cuest iones com o la de si debían exist ir singularidades en la


gravedad cuánt ica; A part ir de 1975, com encé a desarrollar una aproxim ación m ás
pot ent e a la gravedad cuánt ica basada en la idea de Feynm an de sum a sobre las
hist orias posibles. Las respuest as que est a aproxim ación sugiere para el origen y
dest ino del universo y de sus cont enidos, t ales com o ast ronaut as, serán descrit as
en los dos capít ulos siguient es. Se verá que, aunque el principio de incert idum bre
est ablece lim it aciones sobre la precisión de nuest ras predicciones, podría al m ism o
t iem po elim inar la incapacidad de predicción de caráct er fundam ent al que ocurre en
una singularidad del espacio- t iem po.

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Ca pít u lo 8
El Or ige n y El D e st ino de l Un ive r so

La t eoría de la relat ividad general de Einst ein, por sí sola, predij o que el espacio
t iem po com enzó en la singularidad del big bang y que iría hacia un final, bien en la
singularidad del big crunch [ “ gran cruj ido” , “ im plosión” ] ( si el universo ent ero se
colapsase de nuevo) o bien en una singularidad dent ro de un aguj ero negro ( si una
región local, com o una est rella, fuese a colapsarse) . Cualquier m at eria que cayese
en el aguj ero sería dest ruida en la singularidad, y solam ent e el efect o gravit at orio
de su m asa cont inuaría sint iéndose afuera. Por ot ra part e, t eniendo en cuent a los
efect os cuánt icos parece que la m asa o energía de la m at eria t endría que ser
devuelt a finalm ent e al rest o del universo, y que el aguj ero negro, j unt o con
cualquier singularidad dent ro de él, se evaporaría y por últ im o desaparecería.
¿Podría la m ecánica cuánt ica t ener un efect o igualm ent e espect acular sobre las
singularidades del big bang y del big crunch? ¿Qué ocurre realm ent e durant e las
et apas m uy t em pranas o m uy t ardías del universo, cuando los cam pos gravit at orios
son t an fuert es que los efect os cuánt icos no pueden ser ignorados? ¿Tiene de hecho
el universo un principio y un final? Y si es así, ¿cóm o son? Durant e la década de los
set ent a m e dediqué principalm ent e a est udiar los aguj eros negros, pero en 1981 m i
int erés por cuest iones acerca del origen y el dest ino del universo se despert ó de
nuevo cuando asist í a una conferencia sobre cosm ología, organizada por los j esuit as
en el Vat icano. La I glesia cat ólica había com et ido un grave error con Galileo, cuando
t rat ó de sent ar cát edra en una cuest ión de ciencia, al declarar que el Sol se m ovía
alrededor de la Tierra. Ahora, siglos después, había decidido invit ar a un grupo de
expert os para que la asesorasen sobre cosm ología.
Al final de la conferencia, a los part icipant es se nos concedió una audiencia con el
Papa. Nos dij o que est aba bien est udiar la evolución del universo después del big
bang, pero que no debíam os indagar en el big bang m ism o, porque se t rat aba del
m om ent o de la Creación y por lo t ant o de la obra de Dios. Me alegré ent onces que
no conociese el t em a de la charla que yo acababa de dar en la conferencia: la
posibilidad que el espacio- t iem po fuese finit o pero no t uviese ninguna front era, lo

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que significaría que no hubo ningún principio, ningún m om ent o de Creación. ¡Yo no
t enía ningún deseo de com part ir el dest ino de Galileo, con quien m e sient o
fuert em ent e ident ificado en part e por la coincidencia de haber nacido exact am ent e
300 años después de su m uert e!
Para explicar las ideas que yo y ot ras personas hem os t enido acerca de cóm o la
m ecánica cuánt ica puede afect ar al origen y al dest ino del universo, es necesario
ent ender prim ero la hist oria generalm ent e acept ada del universo, de acuerdo con lo
se conoce com o «m odelo del big bang calient e». Est e m odelo supone que el
universo se describe m ediant e un m odelo de Friedm ann, j ust o desde el m ism o big
bang. En t ales m odelos se dem uest ra que, conform e el universo se expande, t oda
m at eria o radiación exist ent e en él se enfría. ( Cuando el universo duplica su
t am año, su t em perat ura se reduce a la m it ad) . Puest o que la t em perat ura es
sim plem ent e una m edida de la energía, o de la velocidad prom edio de las
part ículas, ese enfriam ient o del universo t endría un efect o de la m ayor im port ancia
sobre la m at eria exist ent e dent ro de él. A t em perat uras m uy alt as, las part ículas se
est arían m oviendo t an deprisa que podrían vencer cualquier at racción ent re ellas
debida a fuerzas nucleares o elect rom agnét icas, pero a m edida que se produj ese el
enfriam ient o se esperaría que las part ículas se at raj esen unas a ot ras hast a
com enzar a agruparse j unt as. Adem ás, incluso los t ipos de part ículas que exist iesen
en el universo dependerían de la t em perat ura. A t em perat uras suficient em ent e
alt as, las part ículas t endrían t ant a energía que cada vez que colisionasen se
producirían m uchos pares part ícula/ ant ipart ícula diferent es, y aunque algunas de
est as part ículas se aniquilarían al chocar con ant ipart ículas, se producirían m ás
rápidam ent e de lo que podrían aniquilarse. A t em perat uras m ás baj as, sin em bargo,
cuando las part ículas que colisionasen t uvieran m enos energía, los pares
part ícula/ ant ipart ícula se producirían m enos rápidam ent e, y la aniquilación ser ía
m ás rápida que la producción.
Just o en el m ism o big bang, se piensa que el universo t uvo un t am año nulo, y por
t ant o que est uvo infinit am ent e calient e. Pero, conform e el universo se expandía, la
t em perat ura de la radiación dism inuía. Un segundo después del big bang, la
t em perat ura habría descendido alrededor de diez m il m illones de grados. Eso
represent a unas m il veces la t em perat ura en el cent ro del Sol, pero t em perat uras

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t an alt as com o ésa se alcanzan en las explosiones de las bom bas H. En ese
m om ent o, el universo habría cont enido fundam ent alm ent e fot ones, elect rones,
neut rinos ( part ículas ext rem adam ent e ligeras que son afect adas únicam ent e por la
fuerza débil y por la gravedad) y sus ant ipart ículas, j unt o con algunos prot ones y
neut rones. A m edida que el universo cont inuaba expandiéndose y la t em perat ura
descendiendo, el rit m o al que los pares elect rón/ ant ielect rón est aban siendo
producidos en las colisiones habría descendido por debaj o del rit m o al que est aban
siendo dest ruidos por aniquilación. Así, la m ayor part e de los elect rones y los
ant ielect rones se habrían aniquilado m ut uam ent e para producir m ás fot ones,
quedando solam ent e unos pocos elect rones. Los neut rinos y los ant ineut rinos, sin
em bargo, no se habrían aniquilado unos a ot ros, porque est as part ículas
int eraccionan ent re ellas y con ot ras part ículas m uy débilm ent e. Por lo t ant o,
t odavía hoy deberían est ar por ahí. Si pudiésem os observarlos, ello proporcionaría
una buena prueba de est a im agen de una t em prana et apa m uy calient e del
universo. Desgraciadam ent e, sus energías serían act ualm ent e dem asiado baj as para
que los pudiésem os observar direct am ent e. No obst ant e, si los neut rinos no carecen
de m asa, sino que t ienen una m asa propia pequeña, com o en 1981 sugirió un
experim ent o ruso no confirm ado, podríam os ser capaces de det ect arlos
indirect am ent e: los neut rinos podrían ser una form a de «m at eria oscura», com o la
m encionada ant eriorm ent e, con suficient e at racción gravit at oria com o para det ener
la expansión del universo y provocar que se colapsase de nuevo.
Alrededor de cien segundos después del big bang, la t em perat ura habría descendido
a m il m illones de grados, que es la t em perat ura en el int erior de las est rellas m ás
calient es. A est a t em perat ura prot ones y neut rones no t endrían ya energía
suficient e para vencer la at racción de la int eracción nuclear fuert e, y habrían
com enzado a com binarse j unt os para producir los núcleos de át om os de deut erio
( hidrógeno pesado) , que cont ienen un prot ón y un neut rón. Los núcleos de deut erio
se habrían com binado ent onces con m ás prot ones y neut rones para form ar núcleos
de helio, que cont ienen dos prot ones y dos neut rones, y t am bién pequeñas
cant idades de un par de elem ent os m ás pesados, lit io y berilio. Puede calcularse
que en el m odelo de big bang calient e, alrededor de una cuart a part e de los
prot ones y los neut rones se habrían convert ido en núcleos de helio, j unt o con una

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pequeña cant idad de hidrógeno pesado y de ot ros elem ent os. Los rest ant es
neut rones se habrían desint egrado en prot ones, que son los núcleos de los át om os
de hidrógeno ordinarios.
Est a im agen de una et apa t em prana calient e del universo la propuso por prim era
vez el cient ífico George Gam ow en un fam oso art ículo escrit o en 1948 con un
alum no suyo, Ralph Alpher. Gam ow t enía bast ant e sent ido del hum or; persuadió al
cient ífico nuclear Hans Bet he para que añadiese su nom bre al art ículo y así hacer
que la list a de aut ores fuese «Alpher, Bet he, Gam ow », com o las t res prim eras let ras
del alfabet o griego: alfa, bet a, gam m a. ¡Part icularm ent e apropiado para un art ículo
sobre el principio del universo! En ese art ículo, hicieron la not able predicción que la
radiación ( en form a de fot ones) procedent e de las et apas t em pranas m uy calient es
del universo debe perm anecer t odavía hoy, pero con su t em perat ura reducida a sólo
unos pocos grados por encim a del cero absolut o ( - 273 OC) . Fue est a radiación la
que Penzias y Wilson encont raron en 1965. En la época en que Alpher, Bet he y
Gam ow escribieron su art ículo, no se sabía m ucho acerca de las reacciones
nucleares de prot ones y neut rones. Las predicciones hechas sobre las proporciones
de los dist int os elem ent os en el universo prim it ivo eran, por t ant o, bast ant e
inexact as, pero esos cálculos han sido repet idos a la luz de un conocim ient o m ej or
de las reacciones nucleares, y ahora coinciden m uy bien con lo que observam os.
Result a, adem ás, m uy difícil explicar de cualquier ot ra m anera por qué hay t ant o
helio en el universo. Est am os, por consiguient e, bast ant e seguros que t enem os la
im agen correct a, al m enos a part ir de aproxim adam ent e un segundo después del
big bang.
Tan sólo unas horas después del big bang la producción de helio y de ot ros
elem ent os se habría det enido. Después, durant e el siguient e m illón de años, m ás o
m enos, el universo habría cont inuado expandiéndose, sin que ocurriese m ucho m ás.
Finalm ent e, una vez que la t em perat ura hubiese descendido a unos pocos m iles de
grados y los elect rones y los núcleos no t uviesen ya suficient e energía para vencer
la at racción elect rom agnét ica ent re ellos, ést os habrían com enzado a com binarse
para form ar át om os. El universo en conj unt o habría seguido expandiéndose y
enfriándose, pero en regiones que fuesen ligeram ent e m ás densas que la m edia la
expansión habría sido ret ardada por la at racción gravit at oria ext ra. Ést a habría

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det enido finalm ent e la expansión en algunas regiones, y habría provocado que
com enzasen a colapsar de nuevo. Conform e se est uviesen colapsando, el t irón
gravit at orio debido a la m at eria fuera de est as regiones podría em pezar a hacerlas
girar ligeram ent e. A m edida que la región colapsant e se hiciese m ás pequeña, daría
vuelt as sobre sí m ism a cada vez m ás deprisa, exact am ent e de la m ism a form a que
los pat inadores dando vuelt as sobre el hielo giran m ás deprisa cuando encogen sus
brazos. Finalm ent e, cuando la región se hiciera suficient em ent e pequeña, est aría
girando lo suficient em ent e deprisa com o para com pensar la at racción de la
gravedad, y de est e m odo habrían nacido las galaxias girat orias en form a de disco.
Ot ras regiones, que por algún azar no hubieran adquirido rot ación, se convert irían
en obj et os ovalados llam ados galaxias elípt icas. En ést as, la región dej aría de
colapsarse porque part es individuales de la galaxia est arían girando de form a
est able alrededor de su cent ro, aunque la galaxia en su conj unt o no t endría
rot ación.
A m edida que el t iem po t ranscurriese, el gas de hidrógeno y helio de las galaxias se
disgregaría en nubes m ás pequeñas que com enzarían a colapsarse debido a su
propia gravedad. Conform e se cont raj esen y los át om os dent ro de ellas colisionasen
unos con ot ros, la t em perat ura del gas aum ent aría, hast a que finalm ent e est uviese
lo suficient em ent e calient e com o para iniciar reacciones de fusión nuclear. Est as
reacciones convert irían el hidrógeno en m ás helio, y el calor desprendido
aum ent aría la presión, lo que im pediría a las nubes seguir cont rayéndose. Esas
nubes perm anecerían est ables en ese est ado durant e m ucho t iem po, com o est rellas
del t ipo de nuest ro Sol, quem ando hidrógeno para form ar helio e irradiando la
energía result ant e en form a de calor y luz. Las est rellas con una m asa m ayor
necesit arían est ar m ás calient es para com pensar su at racción gravit at oria m ás
int ensa, lo que haría que las reacciones de fusión nuclear se produj esen m ucho m ás
deprisa, t ant o que consum irían su hidrógeno en un t iem po t an cort o com o cien
m illones de años.
Se cont raerían ent onces ligeram ent e, y, al calent arse m ás, em pezarían a convert ir
el helio en elem ent os m ás pesados com o carbono u oxígeno. Est o, sin em bargo, no
liberaría m ucha m ás energía, de m odo que se produciría una crisis, com o se
describió en el capít ulo sobre los aguj eros negros. Lo que sucedería a cont inuación

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no est á com plet am ent e claro, pero parece probable que las regiones cent rales de la
est rella colapsarían hast a un est ado m uy denso, t al com o una est rella de neut rones
o un aguj ero negro. Las regiones ext ernas de la est rella podrían a veces ser
despedidas en una t rem enda explosión, llam ada supernova, que superaría en brillo
a t odas las dem ás est rellas j unt as de su galaxia. Algunos de los elem ent os m ás
pesados producidos hacia el final de la vida de la est rella serían arroj ados de nuevo
al gas de la galaxia, y proporcionarían part e de la m at eria prim a para la próxim a
generación de est rellas. Nuest ro propio Sol cont iene alrededor de un 2 por 100 de
esos elem ent os m ás pesados, ya que es una est rella de la segunda o t ercera
generación, form ada hace unos cinco m il m illones de años a part ir de una nube
girat oria de gas que cont enía los rest os de supernovas ant eriores. La m ayor part e
del gas de esa nube o bien sirvió para form ar el Sol o bien fue arroj ada fuera, pero
una pequeña cant idad de los elem ent os m ás pesados se acum ularon j unt os par a
form ar los cuerpos que ahora giran alrededor del Sol com o planet as al igual que la
Tierra.
La Tierra est aba inicialm ent e m uy calient e y sin at m ósfera. Con el t ranscurso del
t iem po se enfrió y adquirió una at m ósfera m ediant e la em isión de gases de las
rocas.
En esa at m ósfera prim it iva no habríam os podido sobrevivir. No cont enía nada de
oxígeno, sino una serie de ot ros gases que son venenosos para nosot ros, com o el
sulfuro de hidrógeno ( el gas que da a los huevos podridos su olor caract eríst ico) .
Hay, no obst ant e, ot ras form as de vida prim it ivas que sí podrían prosperar en t ales
condiciones. Se piensa que ést as se desarrollaron en los océanos, posiblem ent e
com o result ado de com binaciones al azar de át om os en grandes est ruct uras,
llam adas m acrom oléculas, las cuales eran capaces de reunir ot ros át om os del
océano para form ar est ruct uras sim ilares. Ent onces, ést as se habrían reproducido y
m ult iplicado. En algunos casos habría errores en la reproducción. La m ayoría de
esos errores habrían sido t ales que la nueva m acrom olécula no podría reproducirse
a sí m ism a, y con el t iem po habría sido dest ruida. Sin em bargo, unos pocos de esos
errores habrían producido nuevas m acrom oléculas que serían incluso m ej ores para
reproducirse a sí m ism as. Ést as habrían t enido, por t ant o, vent aj a, y habrían
t endido a reem plazar a las m acrom oléculas originales. De est e m odo, se inició un

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proceso de evolución que conduciría al desarrollo de organism os aut orreproduct ores


cada vez m ás com plicados. Las prim eras form as prim it ivas de vida consum irían
diversos m at eriales, incluyendo sulfuro de hidrógeno, y desprenderían oxígeno. Est o
cam bió gradualm ent e la at m ósfera, hast a llegar a la com posición que t iene hoy día,
y perm it ió el desarrollo de form as de vida superiores, com o los peces, rept iles,
m am íferos y, por últ im o, el género hum ano.
Est a visión de un universo que com enzó siendo m uy calient e y se enfriaba a
m edida que se expandía est á de acuerdo con la evidencia de las observaciones que
poseem os en la act ualidad. Sin em bargo, dej a varias cuest iones im port ant es sin
cont est ar: 1) ¿Por qué est aba el universo prim it ivo t an calient e? 2) ¿Por qué es el
universo t an uniform e a gran escala? ¿Por qué parece el m ism o en t odos los punt os
del espacio y en t odas las direcciones? En part icular, ¿por qué la t em perat ura de la
radiación de fondo de m icroondas es t an aproxim adam ent e igual cuando m iram os
en diferent es direcciones? Es com o hacer a varios est udiant es una pregunt a de
exam en. Si t odos ellos dan exact am ent e la m ism a respuest a, se puede est ar seguro
que se han copiado ent re sí. Sin em bargo, en el m odelo descrit o ant eriorm ent e, no
habría habido t iem po suficient e a part ir del big bang para que la luz fuese desde
una región dist ant e a ot ra, incluso aunque las regiones est uviesen m uy j unt as en el
universo prim it ivo. De acuerdo con la t eoría de la relat ividad, si la luz no es lo
suficient em ent e rápida com o para llegar de una región a ot ra, ninguna ot ra
inform ación puede hacerlo. Así no habría ninguna form a en la que diferent es
regiones del universo prim it ivo pudiesen haber llegado a t ener la m ism a
t em perat ura, salvo que por alguna razón inexplicada com enzasen ya a la m ism a
t em perat ura.
3) ¿Por qué com enzó el universo con una velocidad de expansión t an próxim a a la
velocidad crít ica que separa los m odelos que se colapsan de nuevo de aquellos que
se expansionan indefinidam ent e, de m odo que incluso ahora, diez m il m illones de
años después, est á t odavía expandiéndose aproxim adam ent e a la velocidad crít ica?
Si la velocidad de expansión un segundo después del big bang hubiese sido m enor,
incluso en una part e, en cien m il billones, el universo se habría colapsado de nuevo
ant es que hubiese alcanzado nunca su t am año act ual.

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4) A pesar que el universo sea t an uniform e y hom ogéneo a gran escala, cont iene
irregularidades locales, t ales com o est rellas y galaxias. Se piensa que ést as se han
desarrollado a part ir de pequeñas diferencias de una región a ot ra en la densidad
del universo prim it ivo. ¿Cuál fue el origen de esas fluct uaciones de densidad? La
t eoría de la relat ividad general, por sí m ism a, no puede explicar esas caract eríst icas
o responder a esas pregunt as, debido a su predicción que el universo com enzó con
una densidad infinit a en la singularidad del big bang. En la singularidad, la
relat ividad general y t odas las dem ás leyes físicas fallarían: no se podría predecir
qué saldría de la singularidad. Com o se ha explicado ant eriorm ent e, est o significa
que se podrían excluir de la t eoría el big bang y t odos los sucesos ant eriores a él, ya
que no pueden t ener ningún efect o sobre lo que nosot ros observam os. El espacio-
t iem po t endría una front era, un com ienzo en el big bang.
La ciencia parece haber descubiert o un conj unt o de leyes que, dent ro de los lím it es
est ablecidos por el principio de incert idum bre, nos dicen cóm o evolucionará el
universo en el t iem po si conocem os su est ado en un m om ent o cualquiera. Est as
leyes pueden haber sido dict adas originalm ent e por Dios, pero parece que él ha
dej ado evolucionar al universo desde ent onces de acuerdo con ellas, y que él ya no
int erviene. Pero, ¿cóm o eligió Dios el est ado o la configuración inicial del universo?
¿Cuáles fueron las «condiciones de cont orno» en el principio del t iem po? Una
posible respuest a consist e en decir que Dios eligió la configuración inicial del
universo por razones que nosot ros no podem os esperar com prender. Est o habría
est ado ciert am ent e dent ro de las posibilidades de un ser om nipot ent e, pero si lo
había iniciado de una form a incom prensible, ¿por qué eligió dej arlo evolucionar de
acuerdo con leyes que nosot ros podíam os ent ender? Toda la hist oria de la ciencia
ha consist ido en una com prensión gradual que los hechos no ocurren de una form a
arbit raria, sino que reflej an un ciert o orden subyacent e, el cual puede est ar o no
divinam ent e inspirado. Sería sencillam ent e nat ural suponer que est e orden debería
aplicarse no sólo a las leyes, sino t am bién a las condiciones en la front era del
espacio- t iem po que especificarían el est ado inicial del universo. Puede haber un
gran núm ero de m odelos del universo con diferent es condiciones iniciales, t odos los
cuales obedecen las leyes. Debería haber algún principio que escogiera un est ado
inicial, y por lo t ant o un m odelo, para represent ar nuest ro universo.

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Una posibilidad es lo que se conoce com o condiciones de cont orno caót icas. Ést as
suponen im plícit am ent e o bien que el universo es espacialm ent e infinit o o bien que
hay infinit os universos. Baj o condiciones de cont orno caót icas, la probabilidad de
encont rar una región part icular cualquiera del espacio en una configuración dada
cualquiera, j ust o después del big bang, es la m ism a, en ciert o sent ido, que la
probabilidad de encont rarla en cualquier ot ra configuración.- el est ado inicial del
universo se elige puram ent e al azar. Est o significaría que el universo prim it ivo
habría sido probablem ent e m uy caót ico- e irregular, debido a que hay m uchas m ás
configuraciones del universo caót icas y desordenadas que uniform es y ordenadas.
( Si cada configuración es igualm ent e probable, es verosím il que el universo
com enzase en un est ado caót ico y desordenado, sim plem ent e porque abundan
m ucho m ás est os est ados) . Es difícil ent ender cóm o t ales condiciones caót icas
iniciales podrían haber dado lugar a un universo que es t an uniform e y regular a
gran escala, com o lo es act ualm ent e el nuest ro. Se esperaría, t am bién, que las
fluct uaciones de densidad en un m odelo de est e t ipo hubiesen conducido a la
form ación de m uchos m ás aguj eros negros prim it ivos que el lím it e superior, que ha
sido est ablecido m ediant e las observaciones de la radiación de fondo de rayos
gam m a.
Si el universo fuese verdaderam ent e infinit o espacialm ent e, o si hubiese infinit os
universos, habría probablem ent e en alguna part e algunas grandes regiones que
habrían com enzado de una m anera suave y uniform e. Es algo parecido al bien
conocido ej em plo de la horda de m onos m art illeando sobre m áquinas de escribir; la
m ayor part e de lo que escriben será desperdicio, pero m uy ocasionalm ent e, por
puro azar, im prim irán uno de los sonet os de Shakespeare. De form a análoga, en el
caso del universo, ¿podría ocurrir que nosot ros est uviésem os viviendo en una región
que sim plem ent e, por casualidad, es suave y uniform e? A prim era vist a est o podría
parecer m uy im probable, porque t ales regiones suaves serían superadas en gran
núm ero por las regiones caót icas e irregulares. Sin em bargo, supongam os que sólo
en las regiones lisas se hubiesen form ado galaxias y est rellas, y hubiese las
condiciones apropiadas para el desarrollo de com plicados organism os
aut orreproduct ores, com o nosot ros m ism os, que fuesen capaces de hacerse la
pregunt a: ¿por qué es el universo t an liso? Est o const it uye un ej em plo de aplicación

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de lo que se conoce com o el principio ant rópico, que puede parafrasearse en la


form a «vem os el universo en la form a que es porque nosot ros exist im os».
Hay dos versiones del principio ant rópico, la débil y la fuert e. El principio ant rópico
débil dice que en un universo que es grande o infinit o en el espacio y/ o en el
t iem po, las condiciones necesarias para el desarrollo de vida int eligent e se darán
solam ent e en ciert as regiones que est án lim it adas en el t iem po y en el espacio. Los
seres int eligent es de est as regiones no deben, por lo t ant o, sorprenderse si
observan que su localización en el universo sat isface las condiciones necesarias para
su exist encia. Es algo parecido a una persona rica que vive en un ent orno
acaudalado sin ver ninguna pobreza.
Un ej em plo del uso del principio ant rópico débil consist e en «explicar» por qué el
big bang ocurrió hace unos diez m il m illones de años: se necesit a aproxim adam ent e
ese t iem po para que se desarrollen seres int eligent es. Com o se explicó
ant eriorm ent e, para llegar a donde est am os t uvo que form arse prim ero una
generación previa de est rellas. Est as est rellas convirt ieron una part e del hidrógeno
y del helio originales en elem ent os com o carbono y oxígeno, a part ir de los cuales
est am os hechos nosot ros. Las est rellas explot aron luego com o supernovas, y sus
despoj os form aron ot ras est rellas y planet as, ent re ellos los de nuest ro sist em a
solar, que t iene alrededor de cinco m il m illones de años. Los prim eros m il o dos m il
m illones de años de la exist encia de la Tierra fueron dem asiado calient es para el
desarrollo de cualquier est ruct ura com plicada. Los aproxim adam ent e t res m il
m illones de años rest ant es han est ado dedicados al lent o proceso de la evolución
biológica, que ha conducido desde los organism os m ás sim ples hast a seres que son
capaces de m edir el t iem po t ranscurrido desde el big bang.
Poca gent e prot est aría de la validez o ut ilidad del principio ant rópico débil. Algunos,
sin em bargo, van m ucho m ás allá y proponen una versión fuert e del principio. De
acuerdo con est a nueva t eoría, o hay m uchos universos diferent es, o m uchas
regiones diferent es de un único universo, cada uno/ a con su propia configuración
inicial y, t al vez, con su propio conj unt o de leyes de la ciencia. En la m ayoría de
est os universos, las condiciones no serían apropiadas para el desarrollo de
organism os com plicados; solam ent e en los pocos universos que son com o el
nuest ro se desarrollarían seres int eligent es que se harían la siguient e pregunt a:

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¿por qué es el universo com o lo vem os? La respuest a, ent onces, es sim ple: si
hubiese sido diferent e, ¡nosot ros no est aríam os aquí! Las leyes de la ciencia, t al
com o las conocem os act ualm ent e, cont ienen m uchas cant idades fundam ent ales,
com o la m agnit ud de la carga eléct rica del elect rón y la relación ent re las m asas del
prot ón y del elect rón. Nosot ros no podem os, al m enos por el m om ent o, predecir los
valores de esas cant idades a part ir de la t eoría; t enem os que hallarlos m ediant e la
observación. Puede ser que un día descubram os una t eoría unificada com plet a que
prediga t odas esas cant idades, pero t am bién es posible que algunas, o t odas ellas,
varíen de un universo a ot ro, o dent ro de uno único. El hecho not able es que los
valores de esas cant idades parecen haber sido aj ust ados sut ilm ent e para hacer
posible el desarrollo de la vida. Por ej em plo, si la carga eléct rica del elect rón
hubiese sido sólo ligeram ent e diferent e, las est rellas, o habrían sido incapaces
quem ar hidrógeno y helio, o, por el cont rario, no habrían explot ado. Por supuest o,
podría haber ot ras form as de vida int eligent e, no im aginadas ni siquiera por los
escrit ores de ciencia ficción, que no necesit asen la luz de una est rella com o el Sol o
los elem ent os quím icos m ás pesados que son fabricados en las est rellas y devuelt os
al espacio cuando ést as explot an. No obst ant e, parece evident e que hay
relat ivam ent e pocas gam as de valores para las cant idades cit adas, que perm it irían
el desarrollo de cualquier form a de vida int eligent e. La m ayor part e de los conj unt os
de valores darían lugar a universos que, aunque podrían ser m uy herm osos, no
podrían cont ener a nadie capaz de m aravillarse de esa belleza. Est o puede t om arse
o bien com o prueba de un propósit o divino en la Creación y en la elección de las
leyes de la ciencia, o bien com o sost én del principio ant rópico fuert e.
Pueden ponerse varias obj eciones a est e principio com o explicación del est ado
observado del universo. En prim er lugar, ¿en qué sent ido puede decirse qué exist en
t odos esos universos diferent es? Si est án realm ent e separados unos de ot ros, lo
que ocurra en ot ro universo no puede t ener ninguna consecuencia observable en el
nuest ro. Debem os, por lo t ant o, ut ilizar el principio de econom ía y elim inarlos de la
t eoría. Si, por ot ro lado, hay diferent es regiones de un único universo, las leyes de
la ciencia t endrían que ser las m ism as en cada región, porque de ot ro m odo uno no
podría m overse con cont inuidad de una región a ot ra. En est e caso las únicas

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diferencias ent re las regiones est arían en sus configuraciones iniciales, y, por lo
t ant o, el principio ant rópico fuert e se reduciría al débil.
Una segunda obj eción al principio ant rópico fuert e es que va cont ra la corrient e de
t oda la hist oria de la ciencia. Hem os evolucionado desde las cosm ologías
geocént ricas de Pt olom eo y sus ant ecesores, a t ravés de la cosm ología heliocént rica
de Copérnico y Galileo, hast a la visión m oderna, en la que la Tierra es un planet a de
t am año m edio que gira alrededor de una est rella corrient e en los suburbios
ext eriores de una galaxia espiral ordinaria, la cual, a su vez, es solam ent e una ent re
el billón de galaxias del universo observable. A pesar de ello, el principio ant rópico
fuert e pret endería que t oda esa vast a const rucción exist e sim plem ent e para
nosot ros. Eso es m uy difícil de creer. Nuest ro sist em a solar es ciert am ent e un
requisit o previo para nuest ra exist encia, y est o se podría ext ender al conj unt o de
nuest ra galaxia, para t ener en cuent a la necesidad de una generación t em prana de
est rellas que creasen los elem ent os m ás pesados. Pero no parece haber ninguna
necesidad ni de t odas las ot ras galaxias ni que el universo sea t an uniform e y
sim ilar, a gran escala, en t odas las direcciones.
Uno podría sent irse m ás sat isfecho con el principio ant rópico, al m enos en su
versión débil, si se pudiese probar que un buen núm ero de diferent es
configuraciones iniciales del universo habrían evolucionado hast a producir un
universo com o el que observarnos. Si est e fuese el caso, un universo que se
desarrollase a part ir de algún t ipo de condiciones iniciales aleat orias debería
cont ener varias regiones que fuesen suaves y uniform es y que fuesen adecuadas
para la evolución de vida int eligent e.
Por el cont rario, si el est ado inicial del universo t uvo que ser elegido con ext rem o
cuidado para conducir a una sit uación com o la que vem os a nuest ro alrededor, sena
im probable que el universo cont uviese alguna región en la que apareciese la vida.
En el m odelo del big bang calient e descrit o ant eriorm ent e, no hubo t iem po
suficient e para que el calor fluyese de una región a ot ra en el universo prim it ivo.
Est o significa que en el est ado inicial del universo t endría que haber habido
exact am ent e la m ism a t em perat ura en t odas part es, para explicar el hecho que la
radiación de fondo de m icroondas t enga la m ism a t em perat ura en t odas las
direcciones en que m irem os.

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La velocidad de expansión inicial t am bién t endría que haber sido elegida con m ucha
precisión, para que la velocidad de expansión fuese t odavía t an próxim a a la
velocidad crít ica necesaria para evit ar colapsar de nuevo. Est o quiere decir que, si el
m odelo del big bang calient e fuese correct o desde el principio del t iem po, el est ado
inicial del universo t endría que haber sido elegido verdaderam ent e con m ucho
cuidado. Sería m uy difícil explicar por qué el universo debería haber com enzado
j ust am ent e de esa m anera, except o si lo consideram os com o el act o de un Dios que
pret endiese crear seres com o nosot ros.
En un int ent o de encont rar un m odelo del universo en el cual m uchas
configuraciones iniciales diferent es pudiesen haber evolucionado hacia algo parecido
al universo act ual, un cient ífico del I nst it ut o Tecnológico de Massachusset s, Alan
Gut h, sugirió que el universo prim it ivo podría haber pasado por un período de
expansión m uy rápida. Est a expansión se llam aría «inflacionaria», dando a ent ender
que hubo un m om ent o en que el universo se expandió a un rit m o crecient e, en vez
de al rit m o decrecient e al que lo hace hoy día. De acuerdo con Gut h, el radio del
universo aum ent ó un m illón de billones de billones ( un 1 con t reint a ceros det rás)
de veces en sólo una pequeñísim a fracción de segundo.
Gut h sugirió que el universo com enzó a part ir del big bang en un est ado m uy
calient e, pero m ás bien caót ico. Est as alt as t em perat uras habrían hecho que las
part ículas del universo est uviesen m oviéndose m uy rápidam ent e y t uviesen
energías alt as.
Com o discut im os ant eriorm ent e, sería de esperar que a t em perat uras t an alt as las
fuerzas nucleares fuert es y débiles y la fuerza elect rom agnét ica est uviesen
unificadas en una única fuerza. A m edida que el universo se expandía, se enfriaba,
y las energías de las part ículas baj aban. Finalm ent e se produciría lo que se llam a
una t ransición de fase, y la sim et ría ent re las fuerzas se rom pería: la int eracción
fuert e se volvería diferent e de las fuerzas débil y elect rom agnét ica. Un ej em plo
corrient e de t ransición de fase es la congelación del agua cuando se la enfría. El
agua líquida es sim ét rica, la m ism a en cada punt o y en cada dirección. Sin
em bargo, cuando se form an crist ales de hielo, ést os t endrán posiciones definidas y
est arán alineados en alguna dirección, lo cual rom perá la sim et ría del agua.

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En el caso del agua, si se es cuidadoso, uno puede «sobre enfriarla», est o es, se
puede reducir la t em perat ura por debaj o del punt o de congelación ( O " C) sin que se
form e hielo. Gut h sugirió que el universo podría com port arse de una form a análoga:
la t em perat ura podría est ar por debaj o del valor crít ico sin que la sim et ría ent re las
fuerzas se rom piese. Si est o sucediese, el universo est aría en un est ado inest able,
con m ás energía que si la sim et ría hubiese sido rot a. Puede dem ost rarse que esa
energía ext ra especial t endría un efect o ant igravit at orio: habría act uado
exact am ent e com o la const ant e cosm ológica que Einst ein int roduj o en la relat ividad
general, cuando est aba t rat ando de const ruir un m odelo est át ico del universo.
Puest o que el universo est aría ya expandiéndose exact am ent e de la m ism a form a
que en el m odelo del big bang calient e, el efect o repulsivo de esa const ant e
cosm ológica habría hecho que el universo se expandiese a una velocidad siem pre
crecient e.
I ncluso en regiones en donde hubiese m ás part ículas de m at eria que la m edia, la
at racción gravit at oria de la m at eria habría sido superada por la repulsión debida a la
const ant e cosm ológica efect iva. Así, esas regiones se expandirían t am bién de una
form a inflacionario acelerada. Conform e se expandiesen y las part ículas de m at eria
se separasen m ás, nos encont raríam os con un universo en expansión que
cont endría m uy pocas part ículas y que est aría t odavía en el est ado sobre enfriado.
Cualquier irregularidad en el universo habría sido sencillam ent e alisada por la
expansión, del m ism o m odo que los pliegues de un globo son alisados cuando se
hincha. De est e m odo, el est ado act ual suave y uniform e del universo podría
haberse desarrollado a part ir de m uchos est ados iniciales no uniform es diferent es.
En un universo t al, en el que la expansión fuese acelerada por una const ant e
cosm ológica en vez de frenada por la at racción gravit at oria de la m at eria, habría
habido t iem po suficient e para que la luz viaj ase de una región a ot ra en el universo
prim it ivo. Est o podría proporcionar una solución al problem a plant eado ant es, de
por qué diferent es regiones del universo prim it ivo t endrían las m ism as propiedades.
Adem ás, la velocidad de expansión del universo se aproxim aría aut om át icam ent e
m ucho a la velocidad crít ica det erm inada por la densidad de energía del universo.

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Lo que explicaría por qué la velocidad de expansión es t odavía t an próxim a a la


velocidad crít ica, sin t ener que suponer que la velocidad de expansión inicial del
universo fuera escogida m uy cuidadosam ent e.
La idea de la inflación podría explicar t am bién por qué hay t ant a m at eria en el
universo. Hay algo así com o diez billones de billones de billones de billones de
billones de billones de billones ( un 1 con ochent a y cinco ceros det rás) de part ículas
en la región del universo que nosot ros podem os observar. ¿De dónde salieron t odas
ellas? La respuest a es que, en la t eoría cuánt ica, las part ículas pueden ser creadas a
part ir de la energía en la form a de pares part ícula/ ant ipart ícula. Pero est o
sim plem ent e plant ea la cuest ión de dónde salió la energía. La respuest a es que la
energía t ot al del universo es exact am ent e cero. La m at eria del universo est á hecha
de energía posit iva. Sin em bargo, t oda la m at eria est á at rayéndose a sí m ism a
m ediant e la gravedad. Dos pedazos de m at eria que est én próxim os el uno al ot ro
t ienen m enos energía que los dos m ism os t rozos m uy separados, porque se ha de
gast ar energía para separarlos en cont ra de la fuerza gravit at oria que los est á
uniendo. Así, en ciert o sent ido, el cam po gravit at orio t iene energía negat iva. En el
caso de un universo que es aproxim adam ent e uniform e en el espacio, puede
dem ost rarse que est a energía gravit at oria negat iva cancela exact am ent e a la
energía posit iva correspondient e a la m at eria. De est e m odo, la energía t ot al del
universo es cero.
Ahora bien, dos por cero t am bién es cero. Por consiguient e, el universo puede
duplicar la cant idad de energía posit iva de m at eria y t am bién duplicar la energía
gravit at oria negat iva, sin violar la conservación de la energía. Est o no ocurre en la
expansión norm al del universo en la que la densidad de energía de la m at eria
dism inuye a m edida que el universo se hace m ás grande. Sí ocurre, sin em bargo,
en la expansión inflacionario, porque la densidad de energía del est ado sobre
enfriado perm anece const ant e m ient ras el universo se expande: cuando el universo
duplica su t am año, la energía posit iva de m at eria y la energía gravit at oria negat iva
se duplican am bas, de m odo que la energía t ot al sigue siendo cero. Durant e la fase
inflacionario, el universo aum ent a m uchísim o su t am año. De est e m odo, la cant idad
t ot al de energía disponible para fabricar part ículas se hace m uy grande. Com o Gut h

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ha señalado, «se dice que no hay ni una com ida grat is. Pero el universo es la
com ida grat is por excelencia».
El universo no se est á expandiendo de una form a inflacionaria act ualm ent e. Así,
debería haber algún m ecanism o que elim inase a la gran const ant e cosm ológica
efect iva y que, por lo t ant o, m odificase la velocidad de expansión, de acelerada a
frenada por la gravedad, com o la que t enem os hoy en día. En la expansión
inflacionario uno podría esperar que finalm ent e se rom piera la sim et ría ent re las
fuerzas, del m ism o m odo que el agua sobre enfriada al final se congela. La energía
ext ra del est ado sin rupt ura de sim et ría sería liberada ent onces, y calent aría al
universo de nuevo hast a una t em perat ura j ust o por debaj o de la t em perat ura crít ica
en la que hay sim et ría ent re las fuerzas. El universo cont inuaría ent onces
expandiéndose y se enfriaría exact am ent e com o en el m odelo del big bang calient e,
pero ahora habría una explicación de por qué el universo se est á expandiendo j ust o
a la velocidad crít ica y por qué diferent es regiones t ienen la m ism a t em perat ura.
En la idea original de Gut h se suponía que la t ransición de fase ocurría de form a
repent ina, de una m anera sim ilar a com o aparecen los crist ales de hielo en el agua
m uy fría. La idea suponía que se habrían form ado «burbuj as» de la nueva fase de
sim et ría rot a en la fase ant igua, igual que burbuj as de vapor rodeadas de agua
hirviendo. Se pensaba que las burbuj as se expandieron y se j unt aron unas con ot ras
hast a que t odo el universo est uvo en la nueva fase. El problem a era, com o yo y
ot ras personas señalam os, que el universo est aba expandiéndose t an rápidam ent e
que, incluso si las burbuj as crecían a la velocidad de la luz, se est arían separando
unas de ot ras, y por t ant o no podrían unirse. El universo se habría quedado en un
est ado alt am ent e no uniform e, con algunas regiones que habrían conservado aún la
sim et ría ent re las diferent es fuerzas. Est e m odelo del universo no correspondería a
lo que observam os.
En oct ubre de 1981, fui a Moscú con m ot ivo de una conferencia sobre gravedad
cuánt ica. Después de la conferencia di un sem inario sobre el m odelo inflacionario y
sus problem as, en el I nst it ut o Ast ronóm ico St ernberg. Ant es solía llevar conm igo a
alguien que leyese m is conferencias porque la m ayoría de la gent e no podía
ent ender m i voz. Pero no había t iem po para preparar aquel sem inario, por lo que lo
di yo m ism o, haciendo que uno de m is est udiant es graduados repit iese m is

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palabras. La cosa funcionó m uy bien y m e dio m ucho m ás cont act o con m is


oyent es.
Ent re la audiencia se encont raba un j oven ruso, Andrei Linde, del I nst it ut o Lebedev
de Moscú. Él proponía que la dificult ad referent e a que las burbuj as no se j unt asen
podría ser evit ada si las burbuj as fuesen t an grandes que nuest ra región del
universo est uviese t oda ella cont enida dent ro de una única burbuj a. Para que est o
funcionase, la t ransición de una sit uación con sim et ría a ot ra sin ella t uvo que
ocurrir m uy lent am ent e dent ro de la burbuj a, lo cual es t ot alm ent e posible de
acuerdo con las t eorías de gran unificación. La idea de Linde de una rupt ura lent a de
la sim et ría era m uy buena, pero post eriorm ent e m e di cuent a que ¡sus burbuj as
t endrían que haber sido m ás grandes que el t am año del universo en aquel
m om ent o! Probé que, en lugar de eso, la sim et ría se habría rot o al m ism o t iem po
en t odas part es, en vez de solam ent e dent ro de las burbuj as. Ello conduciría a un
universo uniform e, com o el que observam os. Yo est aba m uy excit ado por est a idea
y la discut í con uno de m is alum nos, lan Moss. Com o am igo de Linde, m e encont ré,
sin em bargo, en un buen apriet o, cuando, post eriorm ent e, una revist a cient ífica m e
envió su art ículo y m e consult ó si era adecuada su publicación. Respondí que exist ía
el fallo que las burbuj as fuesen m ayores que el universo, pero que la idea básica de
una rupt ura lent a de la sim et ría era m uy buena. Recom endé que el art ículo fuese
publicado t al com o est aba, debido a que corregirlo le supondría a Linde varios
m eses, ya que cualquier cosa que él enviase a los países occident ales t endría que
pasar por la censura soviét ica, que no era ni m uy hábil ni m uy rápida con los
art ículos cient íficos.
Por ot ro lado, escribí un art ículo cort o con I an Moss en la m ism a revist a, en el cual
señalábam os ese problem a con la burbuj a y m ost rábam os cóm o podría ser resuelt o.
Al día siguient e de volver de Moscú, salí para Filadelfia, en donde iba a recibir una
m edalla del inst it ut o Franklin. Mi secret aria, Judy Fella, había ut ilizado su nada
desdeñable encant o para persuadir a las Brit ish Airways que nos proporcionasen a
los dos plazas grat uit as en un Concor de, com o una form a de publicidad. Sin
em bargo, la fuert e lluvia que caía cuando m e dirigía hacia el aeropuert o hizo que
perdiéram os el avión. No obst ant e, llegué finalm ent e a Filadelfia y recibí la m edalla.

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Me pidieron ent onces que dirigiese un sem inario sobre el universo inflacionario en la
Universidad Drexel de Filadelfia. Di el m ism o sem inario sobre los problem as del
universo inflacionario que había llevado a cabo en Moscú. Paul St einhardt y Andras
Albrecht de la Universidad de Pennsylvania, propusieron independient em ent e una
idea m uy sim ilar a la de Linde unos pocos m eses después. Ellos, j unt o con Linde,
est án considerados com o los gest ores de lo que se llam a < < el nuevo m odelo
inflacionario> > , basado en la idea de una rupt ura lent a de sim et ría. ( El viej o
m odelo inflacionario era la sugerencia original de Gut h de la rupt ura rápida de
sim et ría con la form ación de burbuj as) .
El nuevo m odelo inflacionario fue un buen int ent o para explicar por qué el universo
es com o es. Sin em bargo, yo y ot ras personas m ost ram os que, al m enos en su
form a original, predecía variaciones en la t em perat ura de la radiación de fondo de
m icroondas m ucho m ayores de las que se observan. El t rabaj o post erior t am bién ha
arroj ado dudas sobre si pudo ocurrir una t ransición de fase del t ipo requerido en el
universo prim it ivo. En m i opinión personal, hoy día el nuevo m odelo inflacionario
est á m uert o com o t eoría cient ífica, aunque m ucha gent e no parece haberse
ent erado de su fallecim ient o y t odavía siguen escribiendo art ículos com o si fuese
viable. Un m odelo m ej or, llam ado m odelo inflacionario caót ico, fue propuest o por
Linde en 1983. En él no se produce ninguna t ransición de fase o sobreenfriam ient o.
En su lugar, hay un cam po de espín 0, el cual, debido a fluct uaciones cuánt icas,
t endría valores grandes en algunas regiones del universo prim it ivo. La energía del
cam po en esas regiones se com port aría com o una const ant e cosm ológica. Tendría
un efect o gravit at orio repulsivo, y, de ese m odo, haría que esas regiones se
expandiesen de una form a inflacionaria. A m edida que se expandiesen, la energía
del cam po decrecería en ellas lent am ent e, hast a que la expansión inflacionaria
cam biase a una expansión com o la del m odelo del big bang calient e. Una de est as
regiones se t ransform aría en lo que act ualm ent e vem os com o universo observable.
Est e m odelo t iene t odas las vent aj as de los m odelos inflacionarios ant eriores, pero
no depende de una dudosa t ransición de fase, y puede adem ás proporcionar un
valor razonable para las fluct uaciones en la t em perat ura de la radiación de fondo de
m icroondas, que coincide con las observaciones.

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Est e t rabaj o sobre m odelos inflacionarios m ost ró que el est ado act ual del universo
podría haberse originado a part ir de un núm ero bast ant e grande de configuraciones
iniciales diferent es. Est o es im port ant e, porque dem uest ra que el est ado inicial de la
part e del universo que habit am os no t uvo que ser escogido con gran cuidado. De
est e m odo podem os, si lo deseam os, ut ilizar el principio ant rópico débil para
explicar por qué el universo t iene su aspect o act ual. No puede ser, sin em bargo,
que cualquier configuración inicial hubiese conducido a un com o el que observam os.
Est o puede dem ost rarse un est ado m uy diferent e para el universo en el m om ent o
act ual, digam os uno con m uchos bult os y m uy irregular. Podrían usarse las leyes de
la ciencia para rem ont ar el universo hacia at rás en el t iem po, y det erm inar su
configuración en t iem pos ant eriores. De acuerdo con los t eorem as de la singularidad
de la relat ividad general clásica, habría habido una singularidad del t ipo big bang. Si
se desarrollase un universo com o ést e hacia adelant e en el t iem po, de acuerdo con
las leyes de la ciencia, se acabaría con el est ado grum oso e irregular del que se
part ió. Así, t iene que haber configuraciones iniciales que no habrían dado lugar a un
universo com o el que vem os hoy. Por t ant o, incluso el m odelo inflacionario no nos
dice por qué la configuración inicial no fue de un t ipo t al que produj ese algo m uy
diferent e de lo que observam os. ¿Debem os volver al principio ant rópico para una
explicación? ¿Se t rat ó sim plem ent e de un result ado afort unado? Est o parecería una
sit uación desesperanzado, una negación de t odas nuest ras esperanzas por
com prender el orden subyacent e del universo.
Para poder predecir cóm o debió haber em pezado el universo, se necesit an leyes que
sean válidas en el principio del t iem po. Si la t eoría clásica de la relat ividad general
fuese correct a, los t eorem as de la singularidad, que Roger Penrose y yo
dem ost ram os, probarían que el principio del t iem po habría sido un punt o de
densidad infinit a y de curvat ura del espacio- t iem po infinit a. Todas las leyes
conocidas de la ciencia fallarían en un punt o com o ése. Podría suponerse que
hubiera nuevas leyes que fueran válidas en las singularidades, pero sería m uy difícil
incluso form ular t ales leyes en punt os con t an m al com port am ient o, y no
t endríam os ninguna guía a part ir de las observaciones sobre cuáles podrían ser esas
leyes. Sin em bargo, lo que los t eorem as de singularidad realm ent e indican es que el
cam po gravit at orio se hace t an fuert e que los efect os gravit at orios cuánt icos se

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hacen im port ant es: la t eoría clásica no const it uye ya una buena descripción del
universo.
Por lo t ant o, es necesario ut ilizar una t eoría cuánt ica de la gravedad para discut ir
las et apas m uy t em pranas del universo. Com o verem os, en la t eoría cuánt ica es
posible que las leyes ordinarias de la ciencia sean válidas en t odas part es,
incluyendo el principio del t iem po: no es necesario post ular nuevas leyes para las
singularidades, porque no t iene por qué haber ninguna singularidad en la t eoría
cuánt ica.
No poseem os t odavía una t eoría com plet a y consist ent e que com bine la m ecánica
cuánt ica y la gravedad. Sin em bargo, est am os bast ant e seguros de algunas de las
caract eríst icas que una t eoría unificada de ese t ipo debería t ener. Una es que debe
incorporar la idea de Feynm an de form ular la t eoría cuánt ica en t érm inos de una
sum a sobre hist orias. Dent ro de est e enfoque, una part ícula no t iene sim plem ent e
una hist oria única, com o la t endría en una t eoría clásica. En lugar de eso se supone
que sigue t odos los cam inos posibles en el espacio- t iem po, y que con cada una de
esas hist orias est á asociada una parej a de núm eros, uno que represent a el t am año
de una onda y el ot ro que represent a su posición en el ciclo ( su fase) . La
probabilidad que la part ícula pase a t ravés de algún punt o part icular, por ej em plo,
se halla sum ando las ondas asociadas con cada cam ino posible que pase por ese
punt o. Cuando uno t rat a realm ent e de calcular esas sum as, sin em bargo, t ropieza
con problem as t écnicos im port ant es. La única form a de sort earlos consist e en la
siguient e recet a peculiar: hay que sum ar las ondas correspondient es a hist orias de
la part ícula que no est án en el t iem po «real» que ust ed y yo experim ent am os, sino
que t ienen lugar en lo que se llam a t iem po im aginario. Un t iem po im aginario puede
sonar a ciencia ficción, pero se t rat a, de hecho, de un concept o m at em át ico bien
definido. Si t om am os cualquier núm ero ordinario ( o «real») y lo m ult iplicam os por sí
m ism o, el result ado es un núm ero posit ivo. ( Por ej em plo, 2 por 2 es 4, pero
t am bién lo es - 2 por - 2) . Hay, no obst ant e, núm eros especiales ( llam ados
im aginarios) que dan núm eros negat ivos cuando se m ult iplican por sí m ism os. ( El
llam ado i, cuando se m ult iplica por sí m ism o, da - 1, 2i m ult iplicado por sí m ism o da
- 4, y así sucesivam ent e) . Para evit ar las dificult ades t écnicas en la sum a de
Feynm an sobre hist orias, hay que usar un t iem po im aginario. Es decir, para los

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propósit os del cálculo hay que m edir el t iem po ut ilizando núm eros im aginarios en
vez de reales.
Est o t iene un efect o int eresant e sobre el espacio- t iem po: la dist inción ent re t iem po
y espacio desaparece com plet am ent e. Dado un espacio- t iem po en el que los
sucesos t ienen valores im aginarios de la coordenada t em poral, se dice de él que es
euclídeo, en m em oria del ant iguo griego Euclides, quien fundió el est udio de la
geom et ría de superficies bidim ensionales. Lo que nosot ros llam am os ahora espacio-
t iem po euclídeo es m uy sim ilar, except o que t iene cuat ro dim ensiones en vez de
dos. En el espacio- t iem po euclídeo no hay ninguna diferencia ent re la dirección
t em poral y las direcciones espaciales. Por el cont rario, en el espacio t iem po real, en
el cual los sucesos se describen m ediant e valores ordinarios, reales, de la
coordenada t em poral, es fácil not ar la diferencia: la dirección del t iem po en t odos
los punt os se encuent ra dent ro del cono de luz, y las direcciones espaciales se
encuent ran fuera. En cualquier caso, en lo que a la m ecánica cuánt ica corrient e
concierne, podem os considerar nuest ro em pleo de un t iem po im aginario y de un
espacio- t iem po euclídeo m eram ent e com o un m ont aj e ( o un t ruco) m at em át ico
para obt ener respuest as acerca del espacio t iem po real.
Una segunda caract eríst ica que creem os que t iene que form ar part e de cualquier
t eoría definit iva es la idea de Einst ein que el cam po gravit at orio se represent a
m ediant e un espacio- t iem po curvo: las part ículas t rat an de seguir el cam ino m ás
parecido posible a una línea rect a en un espacio curvo, pero debido a que el
espacio- t iem po no es plano, sus cam inos parecen doblarse, com o si fuera por efect o
de un cam po gravit at orio. Cuando aplicam os la sum a de Feynm an sobre hist orias a
la visión de Einst ein de la gravedad, lo análogo a la hist oria de una part ícula es
ahora un espacio- t iem po curvo com plet o, que represent a la hist oria de t odo el
universo. Para evit ar las dificult ades t écnicas al calcular realm ent e la sum a sobre
hist orias, est os espacio- t iem pos curvos deben ser euclídeos. Est o es, el t iem po es
im aginario e indist inguible de las direcciones espaciales. Para calcular la
probabilidad de encont rar un espacio- t iem po real con una ciert a propiedad, por
ej em plo, t eniendo el m ism o aspect o en t odos los punt os y en t odas las direcciones,
se sum an las ondas asociadas a t odas las hist orias que t ienen esa propiedad.

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En la t eoría clásica de la relat ividad general hay m uchos espacio- t iem pos curvos
posibles diferent es, cada uno de los cuales corresponde a un est ado inicial diferent e
del universo. Si conociésem os el est ado inicial de nuest ro universo, conoceríam os su
hist oria com plet a. De form a sim ilar, en la t eoría cuánt ica de la gravedad hay
m uchos est ados cuánt icos diferent es posibles para el universo. De nuevo, si
supiésem os cóm o se com port aron en los m om ent os iniciales los espacio- t iem pos
curvos que int ervienen en la sum a sobre hist orias, conoceríam os el est ado cuánt ico
del universo.
En la t eoría clásica de la gravedad, basada en un espacio t iem po real, hay
solam ent e dos m aneras en las que puede com port arse el universo: o ha exist ido
durant e un t iem po infinit o, o t uvo un principio en una singularidad dent ro de algún
t iem po finit o en el pasado. En la t eoría cuánt ica de la gravedad, por ot ra part e,
surge una t ercera posibilidad. Debido a que se em plean espacio- t iem pos euclídeos,
en los que la dirección del t iem po est á en pie de igualdad con las direcciones
espaciales, es posible que el espacio- t iem po sea finit o en ext ensión y que, sin
em bargo, no t enga ninguna singularidad que form e una front era o un borde. El
espacio- t iem po sería com o la superficie en la Universidad de California, en Sant a
Bárbara. Allí, j unt o con m i am igo y colega, Jim Hart le, calculam os qué condiciones
t endría que cum plir el universo si el espacio- t iem po no t uviese ninguna front era.
Cuando volví a Cam bridge, cont inué est e t rabaj o con dos de m is est udiant es de
invest igación, Julian Lut t rel y Jonat han Halliwell.
Me gust aría subrayar que est a idea que t iem po y espacio deben ser finit os y sin
front era es exact am ent e una propuest a: no puede ser deducida de ningún ot ro
principio. Com o cualquier ot ra t eoría cient ífica, puede est ar sugerida inicialm ent e
por razones est ét icas o m et afísicas, pero la prueba real consist e en ver si consigue
predicciones que est én de acuerdo con la observación. Est o, sin em bargo, es difícil
de det erm inar en el caso de la gravedad cuánt ica por dos m ot ivos. En prim er lugar,
com o se explicará en el próxim o capít ulo, no est am os aún t ot alm ent e seguros
acerca de qué t eoría com bina con éxit o la relat ividad general y la m ecánica
cuánt ica, aunque sabem os bast ant e sobre la form a que ha de t ener dicha t eoría. En
segundo lugar, cualquier m odelo que describiese el universo ent ero en det alle sería
dem asiado com plicado m at em át icam ent e para que fuésem os capaces de calcular

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predicciones exact as. Por consiguient e, hay que hacer suposiciones sim plificadoras y
aproxim aciones; e incluso ent onces el problem a de obt ener predicciones sigue
siendo form idable.

Figura 8.1

Cada hist oria de las que int ervienen en la sum a sobre hist orias describirá no sólo el
espacio- t iem po, sino t am bién t odo lo que hay en él, incluido cualquier organism o
com plicado, com o seres hum anos que pueden observar la hist oria del universo.
Est o puede proporcionar ot ra j ust ificación del principio ant rópico, pues si t odas las
hist orias son posibles, ent onces, en la m edida en que nosot ros exist im os en una de
las hist orias, podem os em plear el principio ant rópico para explicar por qué el
universo se encuent ra en la form a en que est á. Qué significado puede ser at ribuido
exact am ent e a las ot ras hist orias, en las que nosot ros no exist im os, no est á claro.
Est e enfoque de una t eoría cuánt ica de la gravedad sería m ucho m ás sat isfact orio,
sin em bargo, si se pudiese dem ost rar que, em pleando la sum a sobre hist orias,
nuest ro universo no es sim plem ent e una de las posibles hist orias sino una de las
m ás probables. Para hacerlo, t enem os que realizar la sum a sobre hist orias para
t odos los espacio t iem pos euclídeos posibles que no t engan ninguna front era.
Con la condición que no haya ninguna front era se obt iene que la probabilidad de
encont rar que el universo sigue la m ayoría de las hist orias posibles es despreciable,
pero que hay una fam ilia part icular de hist orias que son m ucho m ás probables que
las ot ras. Est as hist orias pueden im aginarse m ent alm ent e com o si fuesen la
superficie de la Tierra, donde la dist ancia desde el polo nort e represent aría el

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t iem po im aginario, y el t am año de un círculo a dist ancia const ant e del polo nort e
represent aría el t am año espacial del universo. El universo com ienza en el polo nort e
com o un único punt o. A m edida que uno se m ueve hacia el sur, los círculos de
lat it ud, a dist ancia const ant e del polo nort e, se hacen m ás grandes, y corresponden
al universo expandiéndose en el t iem po im aginario ( figura 8.1) . El universo
alcanzaría un t am año m áxim o en el ecuador, y se cont raería con el t iem po
im aginario crecient e hast a un único punt o en el polo sur. A pesar que el universo
t endría un t am año nulo en los polos nort e y sur, est os punt os no serían
singularidades, no serían m ás singulares de lo que lo son los polos nort e y sur sobre
la Tierra. Las leyes de la ciencia serían válidas en ellos, exact am ent e igual a com o lo
son en la Tierra.
La hist oria del universo en el t iem po real, sin em bargo, t endría un aspect o m uy
diferent e. Hace alrededor de diez o veint e m il m illones de años t endría un t am año
m ínim o, que sería igual al radio m áxim o de la hist oria en t iem po im aginario. En
t iem pos reales post eriores, el universo se expandiría com o en el m odelo
inflacionario caót ico propuest o por Linde ( pero no se t endría que suponer ahora que
el universo fue creado en el t ipo de est ado correct o) . El universo se expandiría
hast a alcanzar un t am año m uy grande y finalm ent e se colapsaría de nuevo en lo
que parecería una singularidad en el t iem po real. Así, en ciert o sent ido, seguim os
est ando t odos condenados, incluso aunque nos m ant engam os lej os de los aguj eros
negros. Solam ent e si pudiésem os hacernos una represent ación del universo en
t érm inos del t iem po im aginario no habría ninguna singularidad.
Si el universo est uviese realm ent e en un est ado cuánt ico com o el descrit o, no
habría singularidades en la hist oria del universo en el t iem po im aginario. Podría
parecer, por lo t ant o, que m i t rabaj o m ás recient e hubiese anulado com plet am ent e
los result ados de m i t rabaj o previo sobre las singularidades. Sin em bargo, com o se
indicó ant es, la im port ancia real de los t eorem as de la singularidad es que prueban
que el cam po gravit at orio debe hacerse t an fuert e que los efect os gravit at orios
cuánt icos no pueden ser ignorados. Est o, de hecho, conduj o a la idea que el
universo podría ser finit o en el t iem po im aginario, pero sin front eras o
singularidades.

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El pobre ast ronaut a que cae en un aguj ero negro sigue acabando m al; sólo si
viviese en el t iem po im aginario no encont raría ninguna singularidad.
Todo est o podría sugerir que el llam ado t iem po im aginario es realm ent e el t iem po
real, y que lo que nosot ros llam am os t iem po real es solam ent e una quim era. En el
t iem po real, el universo t iene un principio y un final en singularidades que form an
una front era para el espacio- t iem po y en las que las leyes de la ciencia fallan. Pero
en el t iem po im aginario no hay singularidades o front eras. Así que, t al vez, lo que
llam am os t iem po im aginario es realm ent e m ás básico, y lo que llam am os real es
sim plem ent e una idea que invent am os para ayudarnos a describir cóm o pensam os
que es el universo. Pero, de acuerdo con el punt o de vist a que expuse en el capít ulo
1, una t eoría cient ífica es j ust am ent e un m odelo m at em át ico que const ruim os para
describir nuest ras observaciones: exist e únicam ent e en nuest ras m ent es. Por lo
t ant o no t iene sent ido pregunt ar: ¿qué es lo real, el t iem po «real» o el
«im aginario»? Dependerá sim plem ent e de cuál sea la descripción m ás út il.
Tam bién puede ut ilizarse la sum a sobre hist orias, j unt o con la propuest a de ninguna
front era, para averiguar qué propiedades del universo es probable que se den
j unt as.
Por ej em plo, puede calcularse la probabilidad que el universo se est é expandiendo
aproxim adam ent e a la m ism a velocidad en t odas las direcciones en un m om ent o en
que la densidad del universo t enga su valor act ual. En los m odelos sim plificados que
han sido exam inados hast a ahora, est a probabilidad result a ser alt a; est o es, la
condición propuest a de falt a de front era conduce a la predicción que es
ext rem adam ent e probable que la velocidad act ual de expansión del universo sea
casi la m ism a en t odas direcciones. Est o es consist ent e con las observaciones de la
radiación de fondo de m icroondas, la cual m uest ra casi la m ism a int ensidad en
cualquier dirección. Si el universo est uviese expandiéndose m ás rápidam ent e en
unas direcciones que en ot ras, la int ensidad de la radiación de esas direcciones
est aría reducida por un desplazam ient o adicional hacia el roj o.
Act ualm ent e se est án calculando predicciones adicionales a part ir de la condición
que no exist a ninguna front era. Un problem a part icularm ent e int eresant e es el
referent e al valor de las pequeñas desviaciones respect o de la densidad uniform e en
el universo prim it ivo, que provocaron la form ación de las galaxias prim ero, de las

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est rellas después y, finalm ent e, de nosot ros. El principio de incert idum bre im plica
que el universo prim it ivo no pudo haber sido com plet am ent e uniform e, debido a que
t uvieron que exist ir algunas incert idum bres o fluct uaciones en las posiciones y
velocidades de las part ículas. Si ut ilizam os la condición que no haya ninguna
front era, encont ram os que el universo t uvo, de hecho, que haber com enzado
j ust am ent e con la m ínim a no uniform idad posible, perm it ida por el principio de
incert idum bre. El universo habría sufrido ent onces un período de rápida expansión,
com o en los m odelos inflacionarios. Durant e ese período, las no uniform idades
iniciales se habrían am plificado hast a hacerse lo suficient em ent e grandes com o para
explicar el origen de las est ruct uras que observam os a nuest ro alrededor. En un
universo en expansión en el cual la densidad de m at eria variase ligeram ent e de un
lugar a ot ro, la gravedad habría provocado que las regiones m ás densas frenasen su
expansión y com enzasen a cont raerse. Ello conduciría a la form ación de galaxias, de
est rellas, y, finalm ent e, incluso de insignificant es criat uras com o nosot ros m ism os.
De est e m odo, t odas las com plicadas est ruct uras que vem os en el universo podrían
ser explicadas m ediant e la condición de ausencia de front era para el universo, j unt o
con el principio de incert idum bre de la m ecánica cuánt ica.
La idea que espacio y t iem po puedan form ar una superficie cerrada sin front era
t iene t am bién profundas aplicaciones sobre el papel de Dios en los asunt os del
universo. Con el éxit o de las t eorías cient íficas para describir acont ecim ient os, la
m ayoría de la gent e ha llegado a creer que Dios perm it e que el universo evolucione
de acuerdo con un conj unt o de leyes, en las que él no int erviene para infringirlas.
Sin em bargo, las leyes no nos dicen qué aspect o debió t ener el universo cuando
com enzó; t odavía dependería de Dios dar cuerda al reloj y elegir la form a de
ponerlo en m archa. En t ant o en cuant o el universo t uviera un principio, podríam os
suponer que t uvo un creador. Pero si el universo es realm ent e aut o cont enido, si no
t iene ninguna front era o borde, no t endría ni principio ni final: sim plem ent e sería.
¿Qué lugar queda, ent onces, para un creador?

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Ca pít u lo 9
La Fle ch a de l Tie m po

En los capít ulos ant eriores hem os vist o cóm o nuest ras concepciones sobre la
nat uraleza del t iem po han cam biado con los años. Hast a com ienzos de est e siglo la
gent e creía en el t iem po absolut o. Es decir, en que cada suceso podría ser
et iquet ado con un núm ero llam ado «t iem po» de una form a única, y t odos los
buenos reloj es est arían de acuerdo en el int ervalo de t iem po t ranscurrido ent re dos
sucesos.
Sin em bargo, el descubrim ient o que la velocidad de la luz result aba ser la m ism a
para t odo observador, sin im port ar cóm o se est uviese m oviendo ést e, conduj o a la
t eoría de la relat ividad, y en ést a t enía que abandonarse la idea que había un
t iem po absolut o único. En lugar de ello, cada observador t endría su propia m edida
del t iem po, que sería la regist rada por un reloj que él llevase consigo: reloj es
correspondient es a diferent es observadores no coincidirían necesariam ent e. De est e
m odo, el t iem po se convirt ió en un concept o m ás personal, relat ivo al observador
que lo m edía.
Cuando se int ent aba unificar la gravedad con la m ecánica cuánt ica se t uvo que
int roducir la idea de t iem po «im aginario». El t iem po im aginario es indist inguible de
las direcciones espaciales. Si uno puede ir hacia el nort e, t am bién puede dar la
vuelt a y dirigirse hacia el sur; de la m ism a form a, si uno puede ir hacia adelant e en
el t iem po im aginario, debería poder t am bién dar la vuelt a e ir hacia at rás. Est o
significa que no puede haber ninguna diferencia im port ant e ent re las direcciones
hacia adelant e y hacia at rás del t iem po im aginario. Por el cont rario, en el t iem po
«real», hay una diferencia m uy grande ent re las direcciones hacia adelant e y hacia
at rás, com o t odos sabem os. ¿De dónde proviene est a diferencia ent re el pasado y el
fut uro? ¿Por qué recordam os el pasado pero no el fut uro? Las leyes de la ciencia no
dist inguen ent re el pasado y el fut uro. Con m ás precisión, com o se explicó
ant eriorm ent e, las leyes de la ciencia no se m odifican baj o la com binación de las
operaciones ( o sim et rías) conocidas com o C, P y T. ( C significa cam biar part ículas
por ant ipart ículas. P significa t om ar la im agen especular, de m odo que izquierda y

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derecha se int ercam bian. T significa invert ir la dirección de m ovim ient o de t odas las
part ículas: en realidad, ej ecut ar el m ovim ient o hacia at rás) . Las leyes de la ciencia
que gobiernan el com port am ient o de la m at eria en t odas las sit uaciones norm ales
no se m odifican baj o la com binación de las dos operaciones C y P por sí solas. En
ot ras palabras, la vida sería exact am ent e la m ism a para los habit ant es de ot ro
planet a que fuesen im ágenes especularas de nosot ros y que est uviesen hechos de
ant im at eria en vez de m at eria.
Si las leyes de la ciencia no se pueden m odificar por la com binación de las
operaciones C y P, y t am poco por la com binación C, P y T, t ienen t am bién que
perm anecer inalt eradas baj o la operación T sola. A pesar de t odo, hay una gran
diferencia ent re las direcciones hacia adelant e y hacia at rás del t iem po real en la
vida ordinaria. I m agine un vaso de agua cayéndose de una m esa y rom piéndose en
pedazos en el suelo. Si ust ed lo film a en película, puede decir fácilm ent e si est á
siendo proyect ada hacia adelant e o hacia at rás. Si la proyect a hacia at rás verá los
pedazos repent inam ent e reunirse del suelo y salt ar hacia at rás para form ar un vaso
ent ero sobre la m esa. Ust ed puede decir que la película est á siendo proyect ada
hacia at rás porque est e t ipo de com port am ient o nunca se observa en la vida
ordinaria. Si se observase, los fabricant es de vaj illas perderían el negocio.
La explicación que se da usualm ent e de por qué no vem os vasos rot os
recom poniéndose ellos solos en el suelo y salt ando hacia at rás sobre la m esa, es
que lo prohíbe la segunda ley de la t erm odinám ica. Est a ley dice que en cualquier
sist em a cerrado el desorden, o la ent ropía, siem pre aum ent a con el t iem po. En
ot ras palabras, se t rat a de una form a de la ley de Murphy: ¡las cosas siem pre
t ienden a ir m al! Un vaso int act o encim a de una m esa es un est ado de orden
elevado, pero un vaso rot o en el suelo es un est ado desordenado. Se puede ir desde
el vaso que est á sobre la m esa en el pasado hast a el vaso rot o en el suelo en el
fut uro, pero no así al revés.
El que con el t iem po aum ent e el desorden o la ent ropía es un ej em plo de lo que se
llam a una flecha del t iem po, algo que dist ingue el pasado del fut uro dando una
dirección al t iem po. Hay al m enos t res flechas del t iem po diferent es. Prim eram ent e,
est á la flecha t erm odinám ica, que es la dirección del t iem po en la que el desorden o
la ent ropía aum ent an. Luego est á la flecha psicológica. Est a es la dirección en la que

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nosot ros sent im os que pasa el t iem po, la dirección en la que recordam os el pasado
pero no el fut uro. Finalm ent e, est á la flecha cosm ológica. Est a es la dirección del
t iem po en la que el universo est á expandiéndose en vez de cont rayéndose.
En est e capít ulo discut iré cóm o la condición que no haya front era para el universo,
j unt o con el principio ant rópico débil, puede explicar por qué las t res flechas
apunt arán en la m ism a dirección y, adem ás, por qué debe exist ir una flecha del
t iem po bien definida. Argum ent aré que la flecha psicológica est á det erm inada por la
flecha t erm odinám ica, y que am bas flechas apunt an siem pre necesariam ent e en la
m ism a dirección. Si se adm it e la condición que no haya front era para el universo,
verem os que t ienen que exist ir flechas t erm odinám ica y cosm ológica del t iem po
bien definidas, pero que no apunt arán en la m ism a dirección durant e t oda la hist oria
del universo. No obst ant e razonaré que únicam ent e cuando apunt an en la m ism a
dirección es cuando las condiciones son adecuadas para el desarrollo de seres
int eligent es que puedan hacerse la pregunt a: ¿por qué aum ent a el desorden en la
m ism a dirección del t iem po en la que el universo se expande? Me referiré prim ero a
la flecha t erm odinám ica del t iem po. La segunda ley de la t erm odinám ica result a del
hecho que hay siem pre m uchos m ás est ados desordenados que ordenados. Por
ej em plo, considerem os las piezas de un rom pecabezas en una caj a. Hay un orden, y
sólo uno, en el cual las piezas form an una im agen com plet a. Por ot ra part e, hay un
núm ero m uy grande de disposiciones en las que las piezas est án desordenadas y no
form an una im agen.
Supongam os que un sist em a com ienza en uno de ent re el pequeño núm ero de
est ados ordenados. A m edida que el t iem po pasa el sist em a evolucionará de
acuerdo con las leyes de la ciencia y su est ado cam biará. En un t iem po post erior es
m ás probable que el sist em a est é en un est ado desordenado que en uno ordenado,
debido a que hay m uchos m ás est ados desordenados. De est e m odo, el desorden
t enderá a aum ent ar con el t iem po si el sist em a est aba suj et o a una condición inicial
de orden elevado.
I m aginem os que las piezas del rom pecabezas est án inicialm ent e en una caj a en la
disposición ordenada en la que form an una im agen. Si se agit a la caj a, las piezas
adquirirán ot ro orden que será, probablem ent e, una disposición desordenada en la
que las piezas no form an una im agen propiam ent e dicha, sim plem ent e porque hay

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m uchísim as m ás disposiciones desordenadas. Algunos grupos de piezas pueden


t odavía form ar part es correct as de la im agen, pero cuant o m ás se agit e la caj a
t ant o m ás probable será que esos grupos se deshagan y que las piezas se hallen en
un est ado com plet am ent e revuelt o, en el cual no form en ningún t ipo de im agen. Por
lo t ant o, el desorden de las piezas aum ent ará probablem ent e con el t iem po si las
piezas obedecen a la condición inicial de com enzar con un orden elevado.
Supóngase, sin em bargo, que Dios decidió que el universo debe t erm inar en un
est ado de orden elevado sin im port ar de qué est ado part iese. En los prim eros
m om ent os, el universo habría est ado probablem ent e en un est ado desordenado.
Est o significaría que el desorden dism inuiría con el t iem po. Ust ed vería vasos rot os,
recom poniéndose ellos solos y salt ando hacia la m esa. Sin em bargo, ningún ser
hum ano que est uviese observando los vasos est aría viviendo en un universo en el
cual el desorden dism inuyese con el t iem po. Razonaré que t ales seres t endrían una
flecha psicológica del t iem po que est aría apunt ando hacia at rás. Est o es, ellos
recordarían sucesos en el fut uro y no recordarían sucesos en el pasado. Cuando el
vaso est uviese rot o lo recordarían recom puest o sobre la m esa, pero cuando
est uviese recom puest o sobre la m esa no lo recordarían est ando en el suelo.
Es bast ant e difícil hablar de la m em oria hum ana, porque no conocem os cóm o
funciona el cerebro en det alle. Lo conocem os t odo, sin em bargo, sobre cóm o
funcionan las m em orias de ordenadores. Discut iré por lo t ant o la flecha psicológica
del t iem po para ordenadores. Creo que es razonable adm it ir que la flecha para
ordenadores es la m ism a que para hum anos. Si no lo fuese, ¡se podría t ener un
gran éxit o financiero en la bolsa poseyendo un ordenador que recordase las
cot izaciones de m añana! Una m em oria de ordenador consist e básicam ent e en un
disposit ivo que cont iene elem ent os que pueden exist ir en uno cualquiera de dos
est ados. Un ej em plo sencillo es un ábaco. En su form a m ás sim ple, ést e consist e en
varios hilos; en cada hilo hay una cuent a que puede ponerse en una de dos
posiciones.
Ant es que un núm ero sea grabado en una m em oria de ordenador, la m em oria est á
en un est ado desordenado, con probabilidades iguales para los dos est ados
posibles. ( Las cuent as del ábaco est án dispersas aleat oriam ent e en los hilos del
ábaco) . Después que la m em oria int eract úa con el sist em a a recordar, est ará

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claram ent e en un est ado o en el ot ro, según sea el est ado del sist em a. ( Cada
cuent a del ábaco est ará a la izquierda o a la derecha del hilo del ábaco) . De est e
m odo, la m em oria ha pasado de un est ado desordenado a uno ordenado. Sin
em bargo, para est ar seguros que la m em oria est á en el est ado correct o es
necesario gast ar una ciert a cant idad de energía ( para m over la cuent a o para
accionar el ordenador, por ej em plo) . Est a energía se disipa en form a de calor, y
aum ent a la cant idad de desorden en el universo. Puede dem ost rarse que est e
aum ent o del desorden es siem pre m ayor que el aum ent o del orden en la propia
m em oria. Así, el calor expelido por el refrigerador del ordenador asegura que
cuando graba un núm ero en la m em oria, la cant idad t ot al de desorden en el
universo aum ent a a pesar de t odo.
La dirección del t iem po en la que un ordenador recuerda el pasado es la m ism a que
aquella en la que el desorden aum ent a.
Nuest ro sent ido subj et ivo de la dirección del t iem po, la flecha psicológica del
t iem po, est á det erm inado por t ant o dent ro de nuest ro cerebro por la flecha
t erm odinám ica del t iem po. Exact am ent e igual que un ordenador, debem os recordar
las cosas en el orden en que la ent ropía aum ent a. Est o hace que la segunda ley de
la t erm odinám ica sea, casi t rivial. El desorden aum ent a con el t iem po porque
nosot ros m edim os el t iem po en la dirección en la que el desorden crece. ¡No se
puede hacer una apuest a m ás segura que ést a!
Pero ¿por qué debe exist ir siquiera la flecha t erm odinám ica del t iem po? o, en ot ras
palabras, ¿por qué debe est ar el universo en un est ado de orden elevado en un
ext rem o del t iem po, el ext rem o que llam am os el pasado? ¿Por qué no est á en un
est ado de com plet o desorden en t odo m om ent o? Después de t odo, est o podría
parecer m ás probable. ¿Y por qué la dirección del t iem po en la que el desorden
aum ent a es la m ism a en la que el universo se expande? En la t eoría clásica de la
relat ividad general no se puede predecir cóm o habría com enzado el universo,
debido a que t odas las leyes conocidas de la ciencia habrían fallado en la
singularidad del big bang. El universo podría haber em pezado en un est ado m uy
suave y ordenado. Est o habría conducido a unas flechas t erm odinám ica y
cosm ológica del t iem po bien definidas, com o observam os. Pero igualm ent e podría
haber com enzado en un est ado m uy grum oso y desordenado. En ese caso, el

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universo est aría ya en un est ado de desorden com plet o, de m odo que el desorden
no podría aum ent ar con el t iem po. 0 bien perm anecería const ant e, en cuyo caso no
habría flecha t erm odinám ica del t iem po bien definida, o bien dism inuiría, en cuyo
caso la flecha t erm odinám ica del t iem po señalaría en dirección opuest a a la flecha
cosm ológica. Ninguna de est as posibilidades est á de acuerdo con lo que
observam os. Sin em bargo, com o hem os vist o, la relat ividad general clásica predice
su propia ruina. Cuando la curvat ura del espacio- t iem po se hace grande, los efect os
gravit at orios cuánt icos se volverán im port ant es, y la t eoría clásica dej ará de
const it uir una buena descripción del universo. Debe em plearse una t eoría cuánt ica
de la gravedad para com prender cóm o com enzó el universo.
En una t eoría cuánt ica de la gravedad, com o vim os en el capít ulo ant erior, para
especificar el est ado del universo habría que decir aún cóm o se com port arían las
hist orias posibles del universo en el pasado en la front era del espacio- t iem po. Est a
dificult ad de t ener que describir lo que no se sabe, ni se puede saber, podría
evit arse únicam ent e si las hist orias sat isficieran la condición que no haya front era:
son finit as en ext ensión pero no t ienen front eras, bordes o singularidades. En est e
caso, el principio del t iem po sería un punt o regular, suave, del espacio- t iem po, y el
universo habría com enzado su expansión en un est ado m uy suave y ordenado. No
podría haber sido com plet am ent e uniform e, porque ello violaría el principio de
incert idum bre de la t eoría cuánt ica. Tendría que haber habido pequeñas
fluct uaciones en la densidad y en las velocidades de las part ículas. La condición que
no haya front era, sin em bargo, im plicaría que est as fluct uaciones serían t an
pequeñas com o fuese posible, con t al de ser consist ent es con el principio de
incert idum bre.
El universo habría com enzado con un período de expansión exponencial o
«inflacionario», en el que habría aum ent ado su t am año en un fact or m uy grande.
Durant e est a expansión las fluct uaciones en la densidad habrían perm anecido
pequeñas al principio, pero post eriorm ent e habrían em pezado a crecer. Las regiones
en las que la densidad fuese ligeram ent e m ás alt a que la m edia habrían vist o
frenada su expansión por la at racción gravit at oria de la m asa ext ra. Finalm ent e,
t ales regiones dej arían de expandirse y se colapsarían para form ar galaxias,
est rellas y seres com o nosot ros. El universo, al com ienzo en un est ado suave y

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ordenado, se volvería grum oso y desordenado a m edida que el t iem po pasase. Lo


que explicaría la exist encia de la flecha t erm odinám ica del t iem po.
Pero ¿qué ocurriría ( y cuándo) si el universo dej ase de expandirse y em pezase a
cont raerse? ¿Se invert iría la flecha t erm odinám ica, y el desorden em pezaría a
dism inuir con el t iem po? Est o llevaría a t odo t ipo de posibilidades de ciencia- ficción
para la gent e que sobreviviese la fase en expansión y llegase hast a la fase en
cont racción. ¿Verían vasos rot os recom poniéndose ellos solos en el suelo y salt ando
sobre la m esa? ¿Serían capaces de recordar las cot izaciones de m añana y hacer una
fort una en la bolsa? Podría parecer algo académ ico preocuparse acerca de lo que
ocurriría cuando el universo se colapsase de nuevo, ya que no em pezará a
cont raerse al m enos durant e ot ros diez m il m illones de años. Pero exist e un cam ino
m ás rápido para averiguar qué ocurriría: salt ar dent ro de un aguj ero negro. El
colapso de una est rella para form ar un aguj ero negro es bast ant e parecido a las
últ im as et apas del colapso de t odo el universo. Por t ant o si el desorden fuese a
dism inuir en la fase cont ract iva del universo, podría esperarse t am bién que
dism inuyese dent ro de un aguj ero negro. De est e m odo, t al vez un ast ronaut a que
cayese en uno sería capaz de hacer dinero en la rulet a recordando adónde fue la
bola ant es que él hiciese su apuest a. ( Desafort unadam ent e, sin em bargo, no t endría
t iem po de j ugar ant es de convert irse en spaghet t i. Ni sería capaz de decirnos nada
acerca de la inversión de la flecha t erm odinám ica, ni de deposit ar sus ganancias,
porque est aría at rapado det rás del horizont e de sucesos del aguj ero negro) . Al
principio, yo creí que el desorden dism inuiría cuando el universo se colapsase de
nuevo. Pensaba que el universo t enía que ret ornar a un est ado suave y ordenado
cuando se hiciese pequeño ot ra vez. Ello significaría que la fase cont ract iva sería
com o la inversión t em poral de la fase expansiva. La gent e en la fase cont ract iv a
viviría sus vidas hacia at rás: m orirían ant es de nacer y rej uvenecerían conform e el
universo se cont raj ese.
Est a idea es at ract iva porque conlleva una bonit a sim et ría ent re las fases expansiva
y cont ract iva. Sin em bargo, no puede ser adopt ada sola, independient e de ot ras
ideas sobre el universo. La cuest ión es: ¿se deduce est a idea de la condición que no
haya front era, o es inconsist ent e con esa condición? Com o dij e, al principio pensé
que la condición de no front era im plicaría en realidad que el desorden dism inuiría en

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la fase cont ract iva. Llegué a una conclusión errónea en part e por la analogía con la
superficie de la Tierra. Si se hace corresponder el principio del universo con el polo
nort e, ent onces el final del universo debería ser sim ilar al principio, del m ism o m odo
que el polo sur es sim ilar al nort e. Sin em bargo, los polos nort e y sur corresponden
al principio y al final del universo en el t iem po im aginario.
El principio y él final en el t iem po real pueden ser m uy diferent es el uno del ot ro. Me
despist ó t am bién el t rabaj o que yo había hecho sobre un m odelo sim ple del
universo, en el cual la fase colapsant e se parecía a la inversión t em poral de la fase
expansiva.
Sin em bargo, un colega m ío, Don Page, de la Universidad de Penn St at e, señaló que
la condición que no haya front era no exigía que la fase cont ract iva fuese
necesariam ent e la inversión t em poral de la fase expansiva. Adem ás, uno de m is
alum nos, Raym ond Laflam m e, encont ró que en un m odelo ligeram ent e m ás
com plicado el colapso del universo era m uy diferent e de la expansión. Me di cuent a
que había com et ido un error: la condición que no haya front era im plicaba que el
desorden cont inuaría de hecho aum ent ando durant e la cont racción. Las flechas
t erm odinám ica y psicológica del t iem po no se invert irían cuando el universo
com enzara a cont raerse de nuevo, o dent ro de los aguj eros negros.
¿Qué se debe hacer cuando uno se da cuent a que ha com et ido un error com o ése?
Algunos nunca adm it en que est án equivocados y cont inúan buscando nuevos
argum ent os, a m enudo inconsist ent es, para apoyar su t esis ( com o hizo Eddingt on al
oponerse a la t eoría de los aguj eros negros) . Ot ros pret enden, en prim er lugar, no
haber apoyado nunca realm ent e el enfoque incorrect o o que, si lo hicieron, fue sólo
para dem ost rar que era inconsist ent e. Me parece m ucho m ej or y m enos confuso si
se adm it e en papel im preso que se est aba equivocado. Un buen ej em plo lo
const it uyó Einst ein, quien llam ó a la const ant e cosm ológica, que había int roducido
cuando est aba t rat ando de const ruir un m odelo est át ico del universo, el error m ás
grande de su vida.
Volviendo a la flecha del t iem po, nos queda la pregunt a: ¿por qué observam os que
las flechas t erm odinám ica y cosm ológica señalan en la m ism a dirección? o en ot ras
palabras ¿por qué aum ent a el desorden en la m ism a dirección del t iem po en la que
el universo se expande? Si se piensa que el universo se expandirá y que después se

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cont raerá de nuevo, com o la propuest a de no front era parece im plicar, surge la
cuest ión de por qué debem os est ar en la fase expansiva en vez de en la fase
cont ract iva. Est a cuest ión puede responderse siguiendo el principio ant rópico débil.
Las condiciones en la fase cont ract iva no serían adecuadas para la exist encia de
seres int eligent es que pudiesen hacerse la pregunt a: ¿por qué est á aum ent ado el
desorden en la m ism a dirección del t iem po en la que el universo se est á
expandiendo? La inflación en las et apas t em pranas del universo, que la propuest a
de no front era predice, significa que el universo t iene que est ar expandiéndose a
una velocidad m uy próxim a a la velocidad crít ica a la que evit aría colapsarse de
nuevo, y de est e m odo no se colapsará en m ucho t iem po. Para ent onces t odas las
est rellas se habrán quem ado, y los prot ones y los neut rones se habrán desint egrado
probablem ent e en part ículas ligeras y radiación. El universo est aría en un est ado de
desorden casi com plet o. No habría ninguna flecha t erm odinám ica clara del t iem po.
El desorden no podría aum ent ar m ucho debido a que el universo est aría ya en un
est ado de desorden casi com plet o. Sin em bargo, una flecha t erm odinám ica clara es
necesaria para que la vida int eligent e funcione. Para sobrevivir, los seres hum anos
t ienen que consum ir alim ent o, que es una form a ordenada de energía, y convert irlo
en calor, que es una form a desordenada de energía. Por t ant o, la vida int eligent e no
podría exist ir en la fase cont ract iva del universo. Est a es la explicación de por qué
observam os que las flechas t erm odinám ica y cosm ológica del t iem po señalan en la
m ism a dirección. No es que la expansión del universo haga que el desorden
aum ent e. Más bien se t rat a que la condición de no front era, hace que el desorden
aum ent e y que las condiciones sean adecuadas para la vida int eligent e sólo en la
fase expansiva.
Para resum ir, las leyes de la ciencia no dist inguen ent re las direcciones hacia
adelant e y hacia at rás del t iem po. Sin em bargo, hay al m enos t res flechas del
t iem po que sí dist inguen el pasado del fut uro. Son la flecha t erm odinám ica, la
dirección del t iem po en la cual el desorden aum ent a; la flecha psicológica, la
dirección del t iem po según la cual recordam os el pasado y no el fut uro; y la flecha
cosm ológica, la dirección del t iem po en la cual el universo se expande en vez de
cont raerse. He m ost rado que la flecha psicológica es esencialm ent e la m ism a que la
flecha t erm odinám ica, de m odo que las dos señalarán siem pre en la m ism a

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dirección. La propuest a de no front era para el universo predice la exist encia de una
flecha t erm odinám ica del t iem po bien definida, debido a que el universo t uvo que
com enzar en un est ado suave y ordenado. Y la razón que observem os que est a
flecha t erm odinám ica coincide con la flecha cosm ológica es que seres int eligent es
sólo pueden exist ir en la fase expansiva. La fase cont ract iva sería inadecuada
debido a que no posee una flecha t erm odinám ica clara del t iem po. El progreso de la
raza hum ana en la com prensión del universo ha creado un pequeño rincón de orden
en un universo cada vez m ás desordenado. Si ust ed recuerda cada palabra de est e
libro, su m em oria habrá grabado alrededor de dos m illones de unidades de
inform ación: el orden en su cerebro habrá aum ent ado aproxim adam ent e dos
m illones de unidades. Sin em bargo, m ient ras ust ed ha est ado leyendo el libro,
habrá convert ido al m enos m il calorías de energía ordenada, en form a de alim ent o,
en energía desordenada, en form a de calor que ust ed cede al aire de su alrededor a
t ravés de convención y sudor. Est o aum ent ará el desorden del universo en unos
veint e billones de billones de unidades - o aproxim adam ent e diez m illones de
billones de veces el aum ent o de orden de su cerebro y eso si ust ed recuerda t odo lo
que hay en est e libro. En el próxim o capít ulo t rat aré de aum ent ar un poco m ás el
orden de ese rincón, explicando cóm o se est á t rat ando de acoplar las t eorías
parciales que he descrit o para form ar una t eoría unificada com plet a que lo explicaría
t odo en el universo.

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Ca pít u lo 1 0
Agu j e r os de Gu sa n o y Via j e s e n e l Tie m po

En el capít ulo ant erior discut im os por que vem os que el t iem po va hacia adelant e:
por que el desorden aum ent a y por que recordam os el pasado pero no el fut uro.
Trat ábam os el t iem po com o si fuera una línea de t ren rect a por la que solo se puede
ir en una dirección o en la opuest a.
Pero ¿que sucedería si la línea de t ren t uviera bucles y ram ificaciones de form a que
un t ren pudiera, yendo siem pre hacia adelant e, volver a una est ación por la que ya
ha pasado? En ot ras palabras, ¿seria posible que alguien pudiera viaj ar al fut uro o al
pasado? H. G. Wells en La m áquina del t iem po exploro est as posibilidades, al igual
que han hecho ot ros innum erables escrit ores de ciencia ficción. Pero m uchas de las
ideas de ciencia ficción, com o los subm arinos o los viaj es a la Luna, se han
convert ido en hechos cient íficos. Así pues, ¿cuales son las perspect ivas de los viaj es
en el t iem po? La prim era indicación que las leyes de la física podrían perm it ir
realm ent e los viaj es en el t iem po se produj o en 1949 cuando Kurt Gödel descubrió
un nuevo espacio- t iem po perm it ido por la t eoría de la relat ividad. Gödel fue un
m at em át ico que se hizo fam oso al dem ost rar que es im posible probar t odas las
afirm aciones verdaderas, incluso si nos lim it áram os a t rat ar de probar las de una
m at eria t an aparent em ent e segura com o la arit m ét ica. Al igual que el principio de
incert idum bre, el t eorem a de incom plet it ud de Gödel puede ser una lim it ación
fundam ent al en nuest ra capacidad de ent ender y predecir el universo, pero al
m enos hast a ahora no parece haber sido un obst áculo en nuest ra búsqueda de una
t eoría unificada com plet a.
Gödel aprendió la t eoría de la relat ividad general cuando, j unt o con Einst ein, pasó
los últ im os años de su vida en el I nst it ut o de Est udios Avanzados de Princet on. Su
espacio- t iem po poseía la curiosa propiedad que el universo com plet o est aba
rot ando. Uno podría pregunt arse < < ¿Rot ando con respect o a qué?> > . La
respuest a es que la m at eria dist ant e rot aría con respect o a las direcciones en las
que señalan las peonzas o los giróscopos.

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Est o conlleva el efect o lat eral que sería posible que alguien saliera en una nav e
espacial y volviera a la Tierra ant es de haber despegado. Est a propiedad preocupó a
Einst ein, que creía que la relat ividad general que halló no perm it iría los viaj es en el
t iem po. Sin em bargo, dados los ant ecedent es de Einst ein de oposiciones infundadas
al colapso gravit at orio y al principio de incert idum bre, quizás est o fuera un signo
alent ador. La solución que halló Gödel no corresponde al universo en el que
vivim os, porque podem os dem ost rar que el universo no gira. Tam bién posee un
valor no nulo de la const ant e cosm ológica que Einst ein int roduj o cuando creía que el
universo perm anecía invariable. Una vez que Hubble descubrió la expansión del
universo, no había necesidad de una const ant e cosm ológica, y la creencia
generalizada hoy en día es que su valor es cero. Sin em bargo, se han encont rado
nuevos y m ás razonables espacios- t iem pos com pat ibles con la relat ividad general y
que perm it en viaj ar al pasado. Uno de ellos es el int erior de un aguj ero negro en
rot ación. Ot ro es un espacio- t iem po que cont iene dos cuerdas cos- m icas en
m ovim ient o que se cruzan a alt a velocidad. Com o sugiere su nom bre, las cuerdas
cos- m icas son obj et os sim ilares a cuerdas en el sent ido que su sección es m ucho
m enor que su longit ud. De hecho, son m ás bien com o t iras de gom a porque est án
som et idas a t ensiones enorm es, del orden de m illones de m illones de m illones de
m illones de t oneladas. Una cuerda cósm ica unida a la Tierra podría acelerarla de 0 a
100 km / h en la t reint ava part e de un segundo) . Las cuerdas cósm icas pueden
parecer pura ciencia ficción, pero hay razones para creer que se podrían haber
form ado en los prim eros inst ant es del universo com o result ado de una rot ura de
sim et ría sim ilar a las discut idas en el capit ulo 5. Debido a que est aría baj o t ensiones
enorm es y podían em pezar en una configuración cualquiera, serían capaces de
acelerarse hast a velocidades alt ísim as al enderezarse.
La solución de Gödel y el espacio- t iem po de las cuerdas cósm icas com ienzan t an
dist orsionados que el viaj e al pasado es siem pre posible. Dios podría haber creado
un universo así de curvado, pero no poseem os razones para pensar que lo hiciera.
Las observaciones del fondo de m icroondas y de la gran cant idad de elem ent os
ligeros indican que el universo prim it ivo no poseía el t ipo de curvat ura necesario
para perm it ir los viaj es en el t iem po. A la m ism a conclusión se llega t eóricam ent e a
part ir de la propuest a de no exist encia de front eras. Así, la pregunt a es: si el

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universo em pieza sin la clase de curvat ura requerida para viaj ar en el t iem po,
¿podem os post eriorm ent e curvar regiones concret as del espacio- t iem po lo suficient e
com o para perm it irlo? Un problem a Í nt im am ent e relacionado y que t am bién at añe a
los escrit ores de ciencia ficción son los viaj es int erest elares o int ergaláct icos
rápidos. De acuerdo con la relat ividad, nada puede viaj ar m ás rápido que la luz. Si,
por lo t ant o, enviam os una nave espacial a nuest ra est rella m ás cercana, Alfa
Cent auro, t endríam os que esperar com o m ínim o ocho anos para que los viaj eros
pudieran volver y decirnos lo que encont raron. Si la expedición fuera al cent ro de la
galaxia, pasarían com o m ínim o cien m il anos ant es que volvieran. La t eoría de la
relat ividad nos perm it e un consuelo, la denom inada paradoj a de los gem elos
m encionada en el capit ulo 2.
Debido a que no hay un est ándar único del t iem po, sino que cada observador posee
su propio t iem po, m edido por un reloj que lleva con el, es posible que el viaj e
parezca m ucho m as cort o a los viaj eros espaciales que a los que perm anecen en
Tierra. Pero no seria m uy agradable volver de un viaj e espacial con unos anos de
m as y com probar que t odos los que dej am os aquí est aban m uert os desde hace
m iles de anos. Así, con el fin de at raer el int erés de sus lect ores, los escrit ores de
ciencia ficción t ienen que suponer que algún día descubrirem os com o viaj ar m ás
rápido que la luz. Lo que la m ayoría de esos escrit ores no parece haber descubiert o
es que si uno puede viaj ar m ás rápido que la luz, ent onces la relat ividad im plica que
uno t am bién puede viaj ar hacia at rás en el t iem po, t al com o nos dice la siguient e
quint illa hum oríst ica: Érase una vez una j oven de Wight que viaj aba m ás rápido que
la luz.
Ella un día part ió, de form a relat iva, y la noche ant erior llegó.
La clave est á en que la t eoría de la relat ividad nos dice que no hay una única
m anera de m edir el t iem po con la que t odos los observadores est arán de acuerdo.
Por el cont rario, cada observador posee su propia m edida del t iem po.
Ahora bien, si un cohet e que viaj e por debaj o de la velocidad de la luz puede ir de
un suceso A ( digam os, el final de la carrera de 100 m et ros de los Juegos Olím picos
del 2012) a un suceso B ( digam os, la apert ura de la 100.004 reunión del Congreso
de Alfa Cent auro) , ent onces t odos los observadores coincidirán en que el suceso A
ocurrió ant es que el suceso B de acuerdo con sus t iem pos respect ivos.

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Supongam os, sin em bargo, que la nave espacial t uviera que viaj ar m ás rápido que
la luz para llevar el result ado de la carrera al Congreso. Ent onces, observadores que
se m uevan con velocidades diferent es podrían no coincidir en si el suceso A ocurrió
ant es que B o viceversa. De acuerdo con el t iem po de un observador en reposo con
respect o de la Tierra, el Congreso com enzaría después de la carrera. Así, est e
observador pensaría que una nave espacial podría llegar a t iem po de A a B con t al
que pudiera ignorar el lím it e de la velocidad de la luz. Sin em bargo, un observador
en Alfa Cent auro que se est uviera alej ando de la Tierra a la velocidad de la luz diría
que el suceso B, la apert ura del Congreso, ocurrió ant es que el A, la carrera de 100
m et ros La t eoría de la relat ividad nos dice que las leyes de la ficha han de ser las
m ism as para observadores que se m ueven a velocidades diferent es.
Est o ha sido adecuadam ent e com probado por experim ent os y es probable que siga
siendo válido incluso si se encuent ra una t eoría m ás avanzada que reem place a la
relat ividad. Así, el observador en m ovim ient o diría que si fuera posible viaj ar m as
rápido que la luz, debería ser posible llegar desde el suceso B, la apert ura del
Congreso, al suceso A, la carrera de 100 m et ros. Si uno fuera ligeram ent e m as
rápido, hast a podría volver ant es de la carrera y apost ar est ando seguro de quien
sería el ganador.
Exist e un problem a con la rupt ura de la barrera de la velocidad de la luz. La t eoría
de la relat ividad nos dice que la pot encia del cohet e necesaria para acelerar la nave
espacial aum ent a cada vez m ás conform e nos acercam os a la velocidad de la luz.
Tenem os evidencias experim ent ales de ello, no con naves espaciales, pero si con
part ículas elem ent ales en los aceleradores de part ículas com o el del Ferm ilab o el
del CERN ( Cent ro Europeo para la invest igación Nuclear) . Podem os acelerar
part ículas hast a un 99,99 por 100 de la velocidad de la luz, pero, por m ucha m ás
pot encia que les sum inist rem os, no podem os hacer que vayan m ás allá de la
barrera de la velocidad de la luz. I gual ocurre con las naves espaciales:
independient em ent e de la pot encia que les sum inist rem os, nunca pueden acelerarse
por encim a de la velocidad de la luz.
Ello supondría descart ar t ant o los viaj es espaciales rápidos com o los viaj es hacia
at rás en el t iem po. Sin em bargo, exist e una escapat oria. Podría ocurrir que
fuéram os capaces de doblar el espacio- t iem po de t al m anera que hubiera un at aj o

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ent re A y B. Una form a de hacerlo sería creando un aguj ero de gusano ent re A y B.
Com o sugiere su nom bre, un aguj ero de gusano es un t ubo est recho de espacio-
t iem po que conect a dos regiones dist ant es casi planas.
No t iene por que exist ir ninguna relación ent re la dist ancia a t ravés del aguj ero de
gusano y la separación de sus ext rem os a lo largo del espacio- t iem po casi piano,
Así, uno podría im aginarse que podría crear o encont rar un aguj ero de gusano que
llevara de las cercanías del sist em a solar a Alfa Cent auro. La dist ancia a t ravés del
aguj ero de gusano podría ser de solo unos pocos m illones de kilom et res a pesar que
la Tierra y Alfa Cent auro est én a cuarent a m illones de m illones de kilóm et ros de
dist ancia en el espacio ordinario. Est o nos perm it iría que las not icias sobre la
carrera de 100 m et ros llegaran a la apert ura del Congreso. Pero ent onces un
observador que viaj ara hacia la Tierra t am bién debería de ser capaz de encont rar
ot ro aguj ero de gusano que le perm it iera ir de la apert ura del Congreso en Alfa
Cent auro de vuelt a a la Tierra ant es del com ienzo de la carrera. Así, los aguj eros de
gusano, al igual que cualquier ot ra form a de viaj ar m as rápidam ent e que la luz, nos
perm it irían viaj ar al pasado.
La idea de los aguj eros de gusano ent re regiones diferent es del espacio- t iem po no
fue un invent o de los escrit ores de ciencia ficción, sino que provino de fuent es m uy
respet ables.
En 1935 Einst ein y Nat han Rosen escribieron un art ículo en el que m ost raban que la
relat ividad general perm it e lo que ellos denom inaron «puent es», pero que ahora se
conocen com o aguj eros de gusano. Los puent es de Einst ein- Rosen no duraban lo
suficient e com o para que una nave espacial pudiera at ravesarlos: se convert ían en
una singularidad al desinflarse el aguj ero de gusano. Sin em bargo, se ha sugerido
com o fact ible que una civilización avanzada pudiera m ant ener abiert o un aguj ero de
gusano. Para ello, o para doblar el espacio- t iem po de t al form a que perm it iera los
viaj es en el t iem po, se puede dem ost rar que se necesit a una región del espacio
t iem po con curvat ura negat iva, sim ilar a la superficie de una silla de m ont ar. La
m at eria ordinaria, que posee una densidad de energía posit iva, le produce al
espacio- t iem po una curvat ura posit iva, com o la de la superficie de una esfera. Por lo
t ant o, para poder doblar el espacio- t iem po de t al m anera que nos perm it a viaj ar al
pasado, necesit am os m at eria con una densidad de energía negat iva.

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La energía es en ciert o m odo com o el dinero: si se posee un balance posit ivo, es


posible dist ribuirla de varias form as, pero, de acuerdo con las leyes clásicas
acept adas hast a principios de siglo, no podría quedarse en descubiert o. Así, dichas
leyes clásicas habrían descart ado cualquier posibilidad de viaj es en el t iem po. Sin
em bargo, com o se ha descrit o en capít ulos ant eriores, las leyes clásicas fueron
suplant adas por leyes cuánt icas basadas en el principio de incert idum bre. Las leyes
cuánt icas son m ás liberales y perm it en est ar en descubiert o en una o dos cuent as
con t al que el balance t ot al sea posit ivo. En ot ras palabras, la t eoría cuánt ica
perm it e que la densidad de energía sea negat iva en algunos lugares, con t al que
est o sea com pensado con energía posit iva en ot ros, de form a que la energía t ot al
siem pre sea posit iva. Un ej em plo de com o la t eoría cuánt ica puede perm it ir
densidades de energía negat ivas nos lo proporciona el denom inado efect o Casim ir.
Com o vim os en el capít ulo 7, incluso lo que creem os que es un espacio «vacío» est a
lleno de pares de part ículas y ant ipart ículas virt uales que aparecen j unt as, se
separan, y vuelven a j unt arse aniquilándose ent re sí. Supóngase ahora que t enem os
dos placas m et álicas paralelas separadas una pequeña dist ancia. Las placas
act uaran com o espej os para los fot ones o part ículas de luz virt uales.
De hecho, form aran una cavidad ent re ellas, algo sim ilar a un t ubo de órgano que
resonara solo para ciert as not as. Est o significa que los fot ones virt uales solo podrán
exist ir ent re las placas si la dist ancia ent re est as corresponde a un núm ero ent ero
de longit udes de onda ( la dist ancia ent re crest as sucesivas de una onda) de los
fot ones.
Si la anchura de la cavidad es un núm ero ent ero de longit udes de onda m as una
fracción de longit ud de onda, ent onces después de algunas reflexiones ent re las
placas, las crest as de una onda coincidirán con los valles de ot ra y las ondas se
cancelarán.
Dado que los fot ones virt uales ent re las placas solo pueden poseer una de las
longit udes de onda resonant es, habrá algunos m enos que en la región ext erna a las
placas en donde los fot ones pueden t ener cualquier longit ud de onda. Por t ant o,
fot ones virt uales golpearan m ás sobre el int erior de las placas que sobre el ext erior.
Es de esperar la exist encia de una fuerza ent re las placas, que t rat ará de j unt ar la
una con la ot ra. Est a fuerza ha sido m edida realm ent e y posee el valor predicho. Así

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pues, t enem os una evidencia experim ent al que las part ículas virt uales exist en y
producen efect os reales.
El hecho que haya m enos pares ent re las placas significa que la densidad de energía
es m enor que el rest o del espacio. Pero la densidad de energía t ot al en el espacio
< < vacío> > lej os de las placas debe ser cero, pues de lo cont rario la densidad de
energía curvaría el espacio, que no sería ent onces casi plano. Así, si la densidad de
energía ent re las placas ha de ser m enor que la densidad de energía lej os de ellas,
t iene que ser negat iva.
De est a form a t enem os evidencia experim ent al t ant o que el espacio- t iem po puede
ser curvado ( a part ir de la desviación de los rayos de luz durant e los eclipses) com o
que puede ser curvado de la m anera necesaria para que los viaj es en el t iem po
est én perm it idos ( a part ir del efect o Casim ir) . Se podría esperar por consiguient e
que, conform e avance la ciencia y la t ecnología, seam os finalm ent e capaces de
const ruir una m aquina del t iem po. Pero si fuera Así, ¿por qué aún no ha regresado
nadie del fut uro y nos ha dicho com o const ruirla? Podrían exist ir buenas razones
para que fuera im prudent e confiarnos el secret o de los viaj es en el t iem po en
nuest ro est ado prim it ivo de desarrollo, pero, a m enos que la nat uraleza hum ana
cam bie radicalm ent e, es difícil creer que alguien visit ant e del fut uro no nos
descubriera el past el. Desde luego, algunas personas reivindicarán que las visiones
de OVNI S son evidencias que som os visit ados por alienígenas o por gent e del
fut uro. ( Si los alienígenas t uvieran que llegar en un t iem po razonable, necesit arían
poder viaj ar m as rápido que la luz, por lo que las dos posibilidades pueden ser
equivalent es) . Sin em bargo, creo que cualquier visit a de alienígenas o gent es del
fut uro seria m ucho m ás evident e y, probablem ent e, m ucho m ás incóm oda. Si ellos
decidieran revelársenos, ¿por qué hacerlo sólo a aquellos que no son considerados
t est igos fiables? Si est án t rat ando de advert irnos de algún gran peligro, no est án
siendo m uy efect ivos.
Una form a posible de explicar la ausencia de visit ant es del fut uro seria decir que el
pasado es fij o porque lo hem os observado y hem os com probado que no t iene el t ipo
de curvat ura necesario para perm it ir viaj ar hacia at rás desde el fut uro. Por el
cont rario, el fut uro es desconocido y est a abiert o, de form a que podría t ener la
curvat ura requerida. Ello significaría que cualquier viaj e en el t iem po est aría

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confinado al fut uro. No habría ninguna posibilidad que el capit án Kirk y la nav e
espacial Ent erprise se present aran en el m om ent o act ual.
Est o podría explicar por que aun no hem os sido invadidos por t urist as del fut uro,
pero no evit aría los problem as que surgirían si uno fuera capaz de volver at rás y
cam biar la hist oria. Supóngase, por ej em plo, que una persona volviera y m at ara a
su t at arabuelo cuando est e aun fuera un niño. Hay m uchas versiones de est a
paradoj a, pero t odas son esencialm ent e equivalent es: se llega a cont radicciones si
se t iene la libert ad de poder cam biar el pasado.
Parece haber dos posibles soluciones a las paradoj as que surgen de los viaj es en el
t iem po. A la prim era la denom inaré proposición de las hist orias consist ent es. Nos
dice que incluso si el espacio- t iem po est a curvado de form a que sea posible viaj ar al
pasado, lo que suceda en el debe ser una solución consist ent e de las leyes físicas.
De acuerdo con est e punt o de vist a, no se podría ret roceder en el t iem po a m enos
que la hist oria m ost rara que uno ha llegado ya en el pasado y que, m ient ras est uv o
allí, no m at ó a su t at arabuelo o realice cualquier ot ra acción que ent rara en conflict o
con su sit uación act ual. Adem ás, cuando se volviera, no seria capaz de cam biar la
hist oria escrit a. Eso significa que no se t endría la libert ad de hacer lo que se
quisiera. Desde luego, puede decirse que la libert ad es en cualquier caso una
ilusión. Si verdaderam ent e exist iera una t eoría com plet a que lo gobernara t odo,
t am bién det erm inaría presum iblem ent e nuest ras acciones. Pero haría est o de form a
que nos seria im posible poder calcular el result ado para un organism o t an
com plicado com o un ser hum ano. La razón por la que decim os que los seres
hum anos t ienen libert ad propia es porque no podem os predecir lo que harán. Sin
em bargo, si un ser hum ano se fuera en un cohet e y volviera ant es de haber salido,
ent onces si que seriam os capaces de predecir lo que el o ella haría porque seria
part e de la hist oria regist rada. Así, en esa sit uación, el viaj ero del t iem po no t endría
libert ad de hacer lo que quisiera.
La ot ra form a posible de resolver las paradoj as de los viaj es en el t iem po podríam os
denom inarla la hipót esis de las hist orias alt ernat ivas. La idea aquí es que cuando los
viaj eros del t iem po vuelven al pasado, ellos int roducen hist orias alt ernat ivas que
difieren de la hist oria regist rada. De est a form a ellos pueden act uar librem ent e, sin
la rest ricción de consist encia con la hist oria previa. St even Spielberg se divirt ió con

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est a idea en las películas de la serie Regreso al fut uro: Mart y McFly fue capaz de
volver al pasado y cam biar la relación ent re sus padres a una sit uación m ás
sat isfact oria.
La hipót esis de las hist orias alt ernat ivas se parece al m odo de Richard Feynm an de
expresar la t eoría cuánt ica com o una sum a de hist orias, descrit o en los capít ulos 4 y
8. Est e nos dice que el universo no es una única hist oria, sino que cont iene t odas
las hist orias posibles, cada una de ellas con su propia probabilidad. Sin em bargo,
parece exist ir una diferencia im port ant e ent re la propuest a de Feynm an y la de las
hist orias alt ernat ivas. En la sum a de Feynm an, cada hist oria es un espacio- t iem po
com plet o con t odo incluido en el. El espacio- t iem po puede est ar t an curvado que
sea posible viaj ar con un cohet e al pasado. Pero el cohet e form aría part e del m ism o
espacio- t iem po y, por t ant o, de la m ism a hist oria, que t endría que ser consist ent e.
Así, la proposición de Feynm an de sum a de hist orias parece apoyar la hipót esis de
las hist orias consist ent es m ás que la de las hist orias alt ernat ivas.
La sum a de hist orias de Feynm an perm it e viaj ar al pasado a una escala
m icroscópica. En el capít ulo 9 vim os que las leyes de la ciencia son invariables ant e
com binaciones de las operaciones C, P y T. Est o significa que una ant ipart ícula que
gira en el sent ido cont rario al de las aguj as del reloj y va de A a B puede ser vist a
t am bién com o una part ícula ordinaria que gira en el sent ido de las aguj as del reloj y
que va hacia at rás en el t iem po de B a A. De form a sim ilar, una part ícula ordinaria
que se m ueve hacia adelant e en el t iem po es equivalent e a una ant ipart ícula que se
m ueve hacia at rás en el t iem po. Tal com o hem os discut ido en est e capit ulo y en el
capit ulo 7, el espacio «vacío» est a lleno de pares de part ículas y ant ipart ículas
virt uales que se crean j unt as, se separan y se vuelven a j unt ar aniquilándose ent re
sí.
Uno puede im aginarse el par de part ículas com o una única part ícula que se m ueve
en un bucle cerrado en el espacio- t iem po. Cuando se m ueve hacia adelant e en el
t iem po ( desde el suceso en que se crea hast a en el que se aniquila) se denom ina
part ícula. Pero cuando la part ícula viaj a hacia at rás en el t iem po ( desde el suceso
en el que el par se aniquila hast a en el que se crea) , se dice que se t rat a de una
ant ipart ícula que viaj a hacia adelant e en el t iem po.

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La explicación de com o los aguj eros negros pueden em it ir part ículas y radiación
( dada en el capit ulo 7) fue que un com ponent e de un par part ícula/ ant ipart ícula
virt ual ( digam os, la ant ipart ícula) puede caer en el aguj ero negro, dej ando al ot ro
com ponent e sin una parej a con la que aniquilarse. La part ícula abandonada puede
caer igualm ent e en el aguj ero, pero t am bién puede escaparse del ent orno del
aguj ero negro. Si est o ocurre, a un observador dist ant e le parecerá que una
part ícula es em it ida por el aguj ero negro. Se puede, sin em bargo, adopt ar una
visión diferent e, pero equivalent e e int uit iva, del m ecanism o de em isión de un
aguj ero negro. Se puede considerar al com ponent e del par virt ual que cae al
aguj ero negro ( digam os, la ant ipart ícula) com o una part ícula que viaj a hacia at rás
en el t iem po y sale del aguj ero. Cuando llega al punt o en el que el par
part ícula/ ant ipart ícula virt ual se j unt a, es dispersado por el cam po gravit at orio
com o una part ícula que viaj a hacia adelant e en el t iem po y escapa del aguj ero
negro. Si por el cont rario fuera la part ícula com ponent e del par virt ual la que cayera
en el aguj ero, podría considerarse com o una ant ipart ícula que viaj a hacia at rás en el
t iem po y sale del aguj ero. Así pues, la radiación de los aguj eros negros m uest ra que
la t eoría cuánt ica perm it e viaj ar hacia at rás en el t iem po a escala m icroscópica y
que dichos viaj es t em porales pueden producir efect os observables.
Es posible por t ant o pregunt arse: ¿perm it e la t eoría cuánt ica viaj ar en el t iem po a
escala m acroscópica de form a ut ilizable por la gent e? A prim era vist a, parece que
debiera ser así. La sum a de hist orias de Feynm an se supone que es de t odas las
hist orias. Por ello debería incluir hist orias en las que el espacio- t iem po est a t an
curvado que es posible viaj ar al pasado. ¿Por que ent onces no se nos present an
problem as con la hist oria? Supóngase, por ej em plo, que alguien hubiera regresado
y hubiera dado a los nazis el secret o de la bom ba at óm ica.
Est os problem as se evit arían si se verificara lo que denom ino conj et ura de
prot ección cronológica. Est a nos dice que las leyes de la física conspiran para
prevenir que obj et os m acroscópicos t ransport en inform ación al pasado. Al igual que
la conj et ura de censura cósm ica, no ha sido probada, pero exist en razones para
pensar que es ciert a.
La razón para creer que la prot ección cronológica funciona es que cuando el
espacio- t iem po est á lo suficient em ent e curvado com o para hacer posibles los viaj es

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al pasado, las part ículas virt uales que se m ueven en bucles o lazos cerrados en el
espacio- t iem po pueden llegar a convert irse en part ículas reales que viaj an hacia
adelant e en el t iem po a una velocidad igual o m enor que la de la luz. Com o duchas
part ículas pueden correr el bucle un núm ero cualquiera de veces, pasarán por cada
punt o del cam ino m uchas veces. Así su energía será cont abilizada una y ot ra vez de
form a que la densidad de energía se hará m uy grande. Est o podría producir una
curvat ura posit iva en el espacio- t iem po, lo que perm it iría los viaj es al pasado. Aún
no est a claro si est as part ículas producirían una curvat ura posit iva o negat iva o si la
curvat ura producida por algunas clases de part ículas virt uales se podría cancelar
con la debida a ot ras clases. Por t ant o, la posibilidad de viaj ar en el t iem po sigue
siendo una cuest ión abiert a. Pero no apost aré sobre est a cuest ión. Mi oponent e
podría t ener la inj ust a vent aj a de conocer el fut uro.

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Ca pít u lo 1 1
La Un ifica ción de la Física

Com o vim os en el prim er capít ulo, sería m uy difícil const ruir de un golpe una t eoría
unificada com plet a de t odo el universo. Así que, en lugar de ello, hem os hecho
progresos por m edio de t eorías parciales, que describen una gam a lim it ada de
acont ecim ient os y om it en ot ros o los aproxim an por m edio de ciert os núm eros. ( La
quím ica, por ej em plo, nos perm it e calcular las int eracciones ent re át om os, sin
conocer la est ruct ura int erna del núcleo de un át om o) . En últ im a inst ancia, se t iene
la esperanza de encont rar una t eoría unificada, consist ent e, com plet a, que incluiría
a t odas esas t eorías parciales com o aproxim aciones, y que para que cuadraran los
hechos no necesit aría ser aj ust ada m ediant e la selección de los valores de algunos
núm eros arbit rarios. La búsqueda de una t eoría com o ésa se conoce com o «la
unificación de la física». Einst ein em pleó la m ayor part e de sus últ im os años en
buscar infruct uosam ent e est a t eoría unificada, pero el m om ent o aún no est aba
m aduro: había t eorías parciales para la gravedad y para la fuerza elect rom agnét ica,
pero se conocía m uy poco sobre las fuerzas nucleares. Adem ás, Einst ein se negaba
a creer en la realidad de la m ecánica cuánt ica, a pesar del im port ant e papel que él
había j ugado en su desarrollo. Sin em bargo, parece ser que el principio de
incert idum bre es una caract eríst ica fundam ent al del universo en que vivim os. Una
t eoría unificada que t enga éxit o t iene, por lo t ant o, que incorporar necesariam ent e
est e principio.
Com o describiré, las perspect ivas de encont rar una t eoría com o ést a parecen ser
m ej ores ahora, ya que conocem os m ucho m ás sobre el universo. Pero debem os
guardarnos de un exceso de confianza: ¡hem os t enido ya falsas auroras! A
principios de est e siglo, por ej em plo, se pensaba que t odo podía ser explicado en
t érm inos de las propiedades de la m at eria cont inua, t ales com o la elast icidad y la
conducción calorífica. El descubrim ient o de la est ruct ura at óm ica y el principio de
incert idum bre pusieron un fin t aj ant e a t odo ello. De nuevo, en 1928, el físico y
prem io Nóbel Max Born dij o a un grupo de visit ant es de la Universidad de Got inga,
«la física, dado com o la conocem os, est ará t erm inada en seis m eses». Su confianza
se basaba en el recient e descubrim ient o por Dirac de la ecuación que gobernaba al

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elect rón. Se pensaba que una ecuación sim ilar gobernaría al prot ón, que era la ot r a
única part ícula conocida en aquel m om ent o, y eso sería el final de la física t eórica.
Sin em bargo, el descubrim ient o del neut rón y de las fuerzas nucleares lo desm int ió
rot undam ent e. Dicho est o, t odavía creo que hay razones para un opt im ism o
prudent e sobre el hecho que podem os est ar ahora cerca del final de la búsqueda de
las leyes últ im as de la nat uraleza.
En los capít ulos ant eriores he descrit o la relat ividad general, la t eoría parcial de la
gravedad, y las t eorías parciales que gobiernan a las fuerzas débil, fuert e y
elect rom agnét ica. Las t res últ im as pueden com binarse en las llam adas t eorías de
gran unificación, o TGU, que no son m uy sat isfact orias porque no incluyen a la
gravedad y porque cont ienen varias cant idades, com o las m asas relat ivas de
diferent es part ículas, que no pueden ser deducidas de la t eoría sino que han de ser
escogidas de form a que se aj ust en a las observaciones. La principal dificult ad para
encont rar una t eoría que unifique la gravedad con las ot ras fuerzas est riba en que la
relat ividad general es una t eoría «clásica», est o quiere decir que no incorpora el
principio de incert idum bre de la m ecánica cuánt ica. Por ot ra part e, las ot ras t eorías
parciales dependen de la m ecánica cuánt ica de form a esencial. Un prim er paso
necesario, por consiguient e, consist e en com binar la relat ividad general con el
principio de incert idum bre. Com o hem os vist o, ello puede t ener algunas
consecuencias m uy not ables, com o que los aguj eros negros no sean negros, y que
el universo no t enga ninguna singularidad sino que sea com plet am ent e aut o
cont enido y sin una front era. El problem a es, com o se explicó en el capít ulo 7, que
el principio de incert idum bre im plica que el espacio «vacío» est á lleno de pares de
part ículas y ant ipart ículas virt uales. Est os pares t endrían una cant idad infinit a de
energía y, por consiguient e, a t ravés de la fam osa ecuación de Einst ein E= m c2,
t endrían una cant idad infinit a de m asa. Su at racción gravit at oria curvaría, por t ant o,
el universo hast a un t am año infinit am ent e pequeño.
De form a bast ant e sim ilar, se encuent ran infinit os aparent em ent e absurdos en las
ot ras t eorías parciales, pero en t odos est os casos los infinit os pueden ser suprim idos
m ediant e un proceso de re- norm alización, que supone cancelar los infinit os
int roduciendo ot ros infinit os. Aunque est a t écnica es bast ant e dudosa
m at em át icam ent e, parece funcionar en la práct ica, y ha sido ut ilizada en est as

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t eorías para obt ener predicciones, con una precisión ext raordinaria, que concuerdan
con las observaciones. La re- norm alización, sin em bargo, present a un serio
inconvenient e a la hora de encont rar una t eoría com plet a, ya que im plica que los
valores reales de las m asas y las int ensidades de las fuerzas no pueden ser
deducidos de la t eoría, sino que han de ser escogidos para aj ust arlos a las
observaciones.
Al int ent ar incorporar el principio de incert idum bre a la relat ividad general se
dispone de sólo dos cant idades que pueden aj ust arse: la int ensidad de la gravedad
y el valor de la const ant e cosm ológica. Pero el aj ust e de est as cant idades no es
suficient e para elim inar t odos los infinit os. Se t iene, por lo t ant o, una t eoría que
parece predecir que det erm inadas cant idades, com o la curvat ura del espacio-
t iem po, son realm ent e infinit as, ¡a pesar de lo cual pueden observarse y m edirse
com o perfect am ent e finit as! Durant e algún t iem po se sospechó la exist encia del
problem a de com binar la relat ividad general y el principio de incert idum bre, pero,
en 1972, fue finalm ent e confirm ado m ediant e cálculos det allados. Cuat ro años
después se sugirió una posible solución, llam ada «súper gravedad». La idea
consist ía en com binar la part ícula de espín 2, llam ada gravit ón, que t ransport a la
fuerza gravit at oria, con ciert as part ículas nuevas de espín 3/ 2, 1, 1/ 2 y 0. En ciert o
sent ido, t odas est as part ículas podrían ser consideradas com o diferent es aspect os
de la m ism a «superpart ícula», unificando de est e m odo las part ículas m at eriales de
espín 1/ 2 y 3/ 2 con las part ículas port adoras de fuerza de espín 0, 1 y 2. Los pares
part ícula / ant ipart ícula virt uales de espín 1/ 2 y 3/ 2 t endrían energía negat iva, y de
ese m odo t enderían a cancelar la energía posit iva de los pares virt uales de espín 2,
1 y 0.

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Figura 11.1 y 11.2

Est o podría hacer que m uchos de los posibles infinit os fuesen elim inados, pero se
sospechaba que podrían quedar t odavía algunos infinit os. Sin em bargo, los cálculos
necesarios para averiguar si quedaban o no algunos infinit os sin cancelar eran t an
largos y difíciles que nadie est aba preparado para acom et erlos. Se est im ó que,
incluso con un ordenador, llevarían por lo m enos cuat ro años, y había m uchas
posibilidades que se com et iese al m enos un error, y probablem ent e m ás. Por lo
t ant o, se sabría que se t endría la respuest a correct a sólo si alguien m ás repet ía el
cálculo y conseguía el m ism o result ado, ¡y eso no parecía m uy probable! A pesar de
est os problem as, y que las part ículas de las t eorías de súper gravedad no parecían
corresponderse con las part ículas observadas, la m ayoría de los cient íficos creía que
la súper gravedad const it uía probablem ent e la respuest a correct a al problem a de la
unificación de la física. Parecía el m ej or cam ino para unificar la gravedad con las
ot ras fuerzas. Sin em bargo, en 1984 se produj o un not able cam bio de opinión en
favor de lo que se conoce com o t eorías de cuerdas.
En est as t eorías, los obj et os básicos no son part ículas que ocupan un único punt o
del espacio, sino obj et os que poseen una longit ud pero ninguna ot ra dim ensión
m ás, sim ilares a t rozos infinit am ent e delgados de cuerda. Est as cuerdas pueden
t ener ext rem os ( las llam adas cuerdas abiert as) , o pueden est ar unidas consigo
m ism as en lazos cerrados ( cuerdas cerradas) .

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Una part ícula ocupa un punt o del espacio en cada inst ant e de t iem po. Así, su
hist oria puede represent arse m ediant e una línea en el espacio- t iem po ( la «línea del
m undo») . Una cuerda, por el cont rario, ocupa una línea en el espacio, en cada
inst ant e de t iem po. Por t ant o, su hist oria en el espacio- t iem po es una superficie
bidim ensional llam ada la «hoj a del m undo». ( Cualquier punt o en una hoj a del
m undo puede ser descrit o m ediant e dos núm eros: uno especificando el t iem po y el
ot ro la posición del punt o sobre la cuerda) . La hoj a del m undo de una cuerda
abiert a es una cint a; sus bordes represent an los cam inos a t ravés del espacio-
t iem po de los ext rem os de la cuerda ( figura 11.1) . La hoj a del m undo de una
cuerda cerrada es un cilindro o t ubo ( figura 11.2) ; una rebanada t ransversal del
t ubo es un círculo, que represent a la posición de la cuerda en un inst ant e part icular.

Figura 11.3

Dos fragm ent os de cuerda pueden j unt arse para form ar una única cuerda; en el
caso de cuerdas abiert as sim plem ent e se unen por los ext rem os ( figura 11.3) ,
m ient ras que en el caso de cuerdas cerradas la unión es sim ilar a las dos piernas de
un par de pant alones j unt ándose ( figura 11.4) .

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Figura 11.4

De form a análoga, un único fragm ent o de cuerda puede dividirse en dos cuerdas.
En las t eorías de cuerdas, lo que ant eriorm ent e se consideraban part ículas, se
describen ahora com o ondas viaj ando por la cuerda, com o las ondulaciones de la
cuerda vibrant e de una com et a. La em isión o absorción de una part ícula por ot ra
corresponde a la división o reunión de cuerdas. Por ej em plo, la fuerza gravit at oria
del Sol sobre la Tierra se describe en las t eorías de part ículas com o causada por la
em isión de un gravit ón por una part ícula en el Sol y su absorción por una part ícula
en la Tierra ( figura 11.5) .
En la t eoría de cuerdas, ese proceso corresponde a un t ubo o cañería en form a de H
( figura 11.6) ( la t eoría de cuerdas, en ciert o m odo, se parece bast ant e a la
font anería) . Los dos lados vert icales de la H corresponden a las part ículas en el Sol
y en la Tierra, y el larguero t ransversal corresponde al gravit ón que viaj a ent re
ellas.
Figuras 11: 1 & 11: 2 La t eoría de cuerdas t iene una hist oria curiosa. Se invent ó a
finales de los años 60 en un int ent o de encont rar una t eoría para describir la
int eracción fuert e. La idea consist ía en que part ículas com o el prot ón y el neut rón
podían ser consideradas com o ondas en una cuerda. La int eracción fuert e ent re las

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part ículas correspondería a fragm ent os de cuerda que se ext enderían ent re ot ros
t rozos de cuerda, com o en una t ela de araña. Para que est a t eoría proporcionase el
valor observado para la int eracción fuert e ent re part ículas, las cuerdas t enían que
ser com o t iras de gom a con una t ensión de alrededor de diez t oneladas.

Figura 11.5 y 11.6

En 1974, Joel Scherk, de París, y John Schwarz, del I nst it ut o de Tecnología de


California, publicaron un art ículo en el que m ost raban que la t eoría de cuerdas podía
describir la fuerza gravit at oria, pero sólo si la t ensión en la cuerda fuese m ucho m ás
elevada, alrededor de m il billones de billones de billones de t oneladas ( un 1 con
t reint a y nueve ceros det rás) . Las predicciones de la t eoría de cuerdas serían las
m ism as que las de la relat ividad general a escalas de longit ud norm ales, pero
diferirían a dist ancias m uy pequeñas, m enores que una m ilésim a de una
m illonésim a de billonésim a de billonésim a de cent ím et ro ( un cent ím et ro dividido por
un 1 con t reint a y t res ceros det rás) . Su t rabaj o no recibió m ucha at ención, sin
em bargo, debido a que j ust o en aquel m om ent o la m ayoría de las personas
abandonaban la t eoría de cuerdas original para la int eracción fuert e, en favor de la
t eoría basada en los quarks y los gluones, que parecía aj ust arse m ucho m ej or a las
observaciones.
Scherk m urió en circunst ancias t rágicas ( padecía diabet es y sufrió un com a en un
m om ent o en que no había nadie cerca de él para ponerle una inyección de insulina) .
Así, Schw arz se quedó solo com o defensor casi único de la t eoría de cuerdas, per o
ahora con un valor propuest o para la t ensión de la cuerda m ucho m ás elevado.

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En 1984, el int erés por las cuerdas resucit ó de repent e, aparent em ent e por dos
razones. Una era que la gent e no est aba haciendo, en realidad, m uchos progresos,
en el cam ino de m ost rar que la súper gravedad era finit a o que podía explicar los
t ipos de part ículas que observam os. La ot ra fue la publicación de un art ículo de John
Schwarz y Mike Green, del Queen Mary College, de Londres, que m ost raba que la
t eoría de cuerdas podía ser capaz de explicar la exist encia de part ículas que t ienen
incorporado un caráct er levógiro, com o algunas de las part ículas que observam os.

Figura 11.7

Cualesquiera que fuesen las razones, pront o un gran núm ero de personas com enzó
a t rabaj ar en la t eoría de cuerdas, y se desarrolló una nueva versión, las llam adas
cuerdas «het erót icas», que parecía que podría ser capaz de explicar los t ipos de
part ículas que observam os.
Las t eorías de cuerdas t am bién conducen a infinit os, pero se piensa que t odos ellos
desaparecerán en versiones com o la de las cuerdas het erót icas ( aunque est o no se
sabe aún con cert eza) . Las t eorías de cuerdas, sin em bargo, present an un problem a
m ayor: parecen ser consist ent es ¡sólo si el espacio- t iem po t iene o diez o veint iséis
dim ensiones, en vez de las cuat ro usuales! Por supuest o, las dim ensiones ext ra del
espacio- t iem po const it uyen un lugar com ún para la ciencia ficción; verdaderam ent e,
son casi una necesidad para ést a, ya que de ot ro m odo el hecho que la relat ividad
im plique que no se puede viaj ar m ás rápido que la luz significa que se t ardaría

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dem asiado t iem po en viaj ar ent re est rellas y galaxias. La idea de la ciencia ficción
es que t al vez se puede t om ar un at aj o a t ravés de una dim ensión superior.
Es posible im aginárselo de la siguient e m anera. Supongam os que el espacio en el
que vivim os t iene sólo dos dim ensiones y est á curvado com o la superficie de una
argolla de ancla o t oro ( figura 11.7) . Si se est uviese en un lugar del lado int erior del
anillo y se quisiese ir a un punt o sit uado enfrent e, se t endría que ir alrededor del
lado int erior del anillo. Sin em bargo, si uno fuese capaz de viaj ar en la t ercera
dim ensión, podría cort ar en línea rect a.
¿Por qué no not am os t odas esas dim ensiones ext ra, si est án realm ent e ahí? ¿Por
qué vem os solam ent e t res dim ensiones espaciales y una t em poral? La sugerencia es
que las ot ras dim ensiones est án curvadas en un espacio Muy pequeño, algo así
com o una billonésim a de una billonésim a de una billonésim a de un cent ím et ro Eso
es t an pequeño que sencillam ent e no lo not am os; vem os solam ent e una dim ensión
t em poral y t res espaciales, en las cuales el espacio- t iem po es bast ant e plano. Es
com o la superficie de una naranj a: si se la m ira desde m uy cerca est á t oda curvada
y arrugada, pero si se la m ira a dist ancia no se ven las prot uberancias y parece que
es lisa. Lo m ism o ocurre con el espacio- t iem po: a una escala m uy pequeña t iene
diez dim ensiones y est á m uy curvado, pero a escalas m ayores no se ven ni la
curvat ura ni las dim ensiones ext ra. Si est a im agen fuese correct a, presagiaría m alas
not icias para los aspirant es a viaj eros: las dim ensiones ext ra serían con m ucho
dem asiado pequeñas para adm it ir una nave espacial ent era. Plant ea, sin em bargo,
ot ro problem a im port ant e. ¿Por qué deben est ar arrolladas en un pequeño ovillo
algunas de las dim ensiones, pero no t odas? Presum iblem ent e, en el universo
prim it ivo t odas las dim ensiones habrían est ado m uy curvadas. ¿Por qué sólo se
aplanaron una dim ensión t em poral y t res espaciales, m ient ras que las rest ant es
dim ensiones perm anecieron fuert em ent e arrolladas?
Una posible respuest a la encont raríam os en el principio ant rópico. Dos dim ensiones
espaciales no parecen ser suficient es para perm it ir el desarrollo de seres
com plicados com o nosot ros. Por ej em plo, anim ales bidim ensionales sobre una t ierra
unidim ensional t endrían que t repar unos sobre ot ros para adelant arse. Si una
criat ura bidim ensional com iese algo no podría digerirlo com plet am ent e, t endría que
vom it ar los residuos por el m ism o cam ino por el que se los t ragó, ya que si hubiese

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un paso a t ravés de su cuerpo dividiría a la criat ura en dos m it ades separadas;


nuest ro ser bidim ensional se rom pería ( figura 11.8) . Análogam ent e, es difícil de
ent ender cóm o podría haber circulación de la sangre en una criat ura bidim ensional.
Tam bién habría problem as con m ás de t res dim ensiones espaciales. La fuerza
gravit at oria ent re dos cuerpos dism inuiría con la dist ancia m ás rápidam ent e de lo
que lo hace en t res dim ensiones. ( En t res dim ensiones, la fuerza gravit at oria cae a
1/ 4 si se duplica la dist ancia. En cuat ro dim ensiones caería a 1/ 8, en cinco
dim ensiones a 1/ 16, y así sucesivam ent e) . El significado de t odo est o es que las
órbit as de los planet as alrededor del Sol, com o por ej em plo la de la Tierra, serían
inest ables: la m enor pert urbación ( t al com o la producida por la at racción
gravit at oria de los ot ros planet as) sobre una órbit a circular daría com o result ado el
que la Tierra girara en espiral, o bien hacia el Sol o bien alej ándose de él, o nos
helaríam os o nos achicharraríam os.

Figura 11.8

De hecho, el m ism o com port am ient o de la gravedad con la dist ancia en m ás de t res
dim ensiones espaciales significaría que el Sol no podría exist ir en un est ado est able,
en el que la presión com pensase a la gravedad, o se rom pería o se colapsaría para
form ar un aguj ero negro. En cualquier caso no sería de m ucha ut ilidad com o fuent e
de calor y de luz para la vida sobre la Tierra. A una escala m ás pequeña, las fuerzas

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eléct ricas que hacen que los elect rones giren alrededor del núcleo en un át om o se
com port arían del m ism o m odo que las fuerzas gravit at orias. Así, los elect rones o
escaparían t ot alm ent e del át om o o caerían en espiral en el núcleo. En cualquiera de
los dos casos no podría haber át om os com o nosot ros los conocem os.
Parece evident e que la vida, al m enos com o nosot ros la conocem os, puede exist ir
solam ent e en regiones del espacio- t iem po en las que una dim ensión t em poral y t res
dim ensiones espaciales no est án m uy arrolladas. Est o significa que se podría
recurrir al principio ant rópico débil, en el supuest o que se pudiese dem ost rar que la
t eoría de cuerdas perm it e al m enos que exist an t ales regiones en el universo ( y
parece que verdaderam ent e lo perm it e) . Podría haber perfect am ent e ot ras regiones
del universo, u ot ros universos ( sea lo que sea lo que eso pueda significar) , en las
cuales t odas las dim ensiones est uvieran m uy arrolladas o en las que fueran
aproxim adam ent e planas m ás de cuat ro dim ensiones, pero no habría seres
int eligent es en esas regiones para observar el núm ero diferent e de dim ensiones
efect ivas.
Apart e de la cuest ión del núm ero de dim ensiones que el espacio- t iem po parece
t ener, la t eoría de cuerdas plant ea aún ot ros problem as que t ienen que ser
resuelt os ant es que pueda ser reconocida com o la t eoría unificada definit iva de la
física. No sabem os aún si t odos los infinit os se cancelarán unos a ot ros, o cóm o
relacionar exact am ent e las ondas sobre la cuerda con los t ipos específicos de
part ículas que observam os. No obst ant e, es probable que en los próxim os años se
encuent ren respuest as a est as pregunt as, y que hacia el final de siglo sepam os si la
t eoría de cuerdas const it uye verdaderam ent e la m uy codiciada t eoría unificada de la
física.
Pero, ¿puede haber en realidad una t al t eoría unificada? ¿O est am os t al vez
persiguiendo únicam ent e un espej ism o? Parece haber t res posibilidades: 1. Exist e
realm ent e una t eoría unificada com plet a, que descubrirem os algún día si som os lo
suficient em ent e int eligent es.
2. No exist e ninguna t eoría definit iva del universo, sino una sucesión infinit a de
t eorías que describen el universo cada vez con m ás precisión.
3. No hay ninguna t eoría del universo; los acont ecim ient os no pueden predecirse
m ás allá de ciert o punt o, ya que ocurren de una m anera aleat oria y arbit raria.

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Algunos sost endrían la t ercera posibilidad sobre la base que, si hubiese un conj unt o
com plet o de leyes, ello iría en cont ra de la libert ad de Dios de cam biar de opinión e
int ervenir en el m undo. Es algo parecido a la viej a paradoj a: ¿puede Dios hacer una
piedra t an pesada que él no pueda levant arla? Sin em bargo, la idea que Dios
pudiese querer cam biar de opinión es un ej em plo de la falacia, señalada por san
Agust ín, de im aginar a Dios com o un ser que exist e en el t iem po: el t iem po es una
propiedad sólo del universo que Dios creó. Al parecer ¡sabía lo que quería cuando lo
const ruyó! Con el advenim ient o de la m ecánica cuánt ica hem os llegado a reconocer
que los acont ecim ient os no pueden predecirse con com plet a precisión, sino que hay
siem pre un grado de incert idum bre. Si se quiere, puede at ribuirse esa aleat oriedad
a la int ervención de Dios, pero se t rat aría de una int ervención m uy ext raña; no hay
ninguna evidencia que est é dirigida hacia ningún propósit o. Si t uviera alguno no
sería, por definición, aleat oria. En los t iem pos m odernos hem os elim inado de hecho
la t ercera posibilidad, redefiniendo el obj et o de la ciencia: nuest ra int ención es
form ular un conj unt o de leyes que nos perm it an predecir acont ecim ient os sólo hast a
el lím it e im puest o por el principio de incert idum bre.
La segunda posibilidad, la que exist a una sucesión infinit a de t eorías m ás y m ás
refinadas, est á de acuerdo con t oda nuest ra experiencia hast a el m om ent o. En
m uchas ocasiones hem os aum ent ado la sensibilidad de nuest ras m edidas o hem os
realizado un nuevo t ipo de observaciones, descubriendo nuevos fenóm enos que no
eran predichos por la t eoría exist ent e, y para explicarlos hem os t enido que
desarrollar una t eoría m ás avanzada. No sería, por t ant o, m uy sorprendent e si la
generación act ual de t eorías de gran unificación est uviese equivocada, al pret ender
que nada esencialm ent e nuevo ocurrirá ent re la energía de unificación elect ro débil,
de alrededor de 100 GeV, y la energía de gran unificación, de alrededor de m il
billones de GeV. Podríam os, en verdad, esperar encont rar varios niveles de
est ruct ura m ás básicos que los quarks y elect rones que ahora consideram os com o
part ículas «elem ent ales».
Sin em bargo, parece que la gravedad puede poner un lím it e a est a sucesión de
«caj as dent ro de caj as». Si hubiese una part ícula con una energía por encim a de lo
que se conoce com o energía de Planck, diez m illones de billones de GeV ( un 1
seguido de diecinueve ceros) , su m asa est aría t an concent rada que se am put aría

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ella m ism a del rest o del universo y form aría un pequeño aguj ero negro. De est e
m odo, parece que la sucesión de t eorías m ás y m ás refinadas debe t ener algún
lím it e a m edida que vam os hacia energías cada vez m ás alt as, por lo t ant o, debe
exist ir alguna t eoría definit iva del universo. Por supuest o, la energía de Planck est á
m uy lej os de las energías de alrededor de 100 GeV que son lo m áxim o que se
puede producir en el laborat orio en el m om ent o act ual y no salvarem os el hueco con
aceleradores de part ículas en un fut uro previsible. Las et apas iniciales del universo,
sin em bargo, fueron un ruedo en el que t ales energías t uvieron que haberse dado.
Pienso que hay una gran probabilidad que el est udio del universo prim it ivo y las
exigencias de consist encia m at em át ica nos conduzcan a una t eoría unificada
com plet a dent ro del período de la vida de alguno de los que est am os hoy aquí,
siem pre suponiendo que ant es no nos aniquilem os a nosot ros m ism os.
¿Qué supondría descubrir realm ent e la t eoría últ im a del universo? Com o se explicó
en el capít ulo 1, nunca podríam os est ar suficient em ent e seguros de haber
encont rado verdaderam ent e la t eoría correct a, ya que las t eorías no pueden ser
dem ost radas. Pero si la t eoría fuese m at em át icam ent e consist ent e e hiciese
predicciones que concordasen siem pre con las observaciones, podríam os est ar
razonablem ent e seguros que se t rat aría de la correct a. Llegaría a su fin un largo y
glorioso capít ulo en la hist oria de la lucha int elect ual de la hum anidad por
com prender el universo. Pero ello t am bién revolucionaría la com prensión de las
leyes que lo gobiernan por part e de las personas corrient es. En la época de Newt on,
era posible, para una persona inst ruida, abarcar t odo el conocim ient o hum ano, al
m enos en t érm inos generales. Pero, desde ent onces, el rit m o de desarrollo de la
ciencia lo ha hecho im posible. Debido a que las t eorías est án siendo m odificadas
cont inuam ent e para explicar nuevas observaciones, nunca son digeridas
debidam ent e o sim plificadas de m anera que la gent e com ún pueda ent enderlas. Es
necesario ser un especialist a, e incluso ent onces sólo se puede t ener la esperanza
de dom inar correct am ent e una pequeña part e de las t eorías cient íficas. Adem ás, el
rit m o de progreso es t an rápido que lo que se aprende en la escuela o en la
universidad est á siem pre algo desfasado. Sólo unas pocas personas pueden ir al
paso del rápido avance de la front era del conocim ient o, y t ienen que dedicar t odo su
t iem po a ello y especializarse e un área reducida. El rest o de la población t iene poca

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idea de los adelant os que se est án haciendo o de la expect ación que est án
generando. Hace set ent a años, si t eníam os que creer a Eddingt on, sólo dos
personas ent endían la t eoría general de la relat ividad. Hoy en día decenas de m iles
de graduados universit arios la ent ienden y a m uchos m illones de personas les es al
m enos fam iliar la idea. Si se descubriese una t eoría unificada com plet a, sería sólo
una cuest ión de t iem po el que fuese digerida y sim plificada del m ism o m odo y
enseñada en las escuelas, al m enos en t érm inos generales. Todos seríam os
capaces, ent onces, de poseer alguna com prensión de las leyes que gobiernan el
universo y son responsables de nuest ra exist encia. I ncluso si descubriésem os una
t eoría unificada com plet a, ello no significaría que fuésem os capaces de predecir
acont ecim ient os en general, por dos razones. La prim era es la lim it ación que el
principio de incert idum bre de la m ecánica cuánt ica est ablece sobre nuest r a
capacidad de predicción. No hay nada que podam os hacer para darle la vuelt a a
est o. En la- práct ica, sin em bargo, est a prim era lim it ación es m enos rest rict iva que
la segunda. Ést a surge del hecho que no podríam os resolver exact am ent e las
ecuaciones de la t eoría, except o en sit uaciones m uy sencillas. ( I ncluso no podem os
resolver exact am ent e el m ovim ient o de t res cuerpos en la t eoría de la gravedad de
Newt on, y la dificult ad aum ent a con el núm ero de cuerpos y la com plej idad de la
t eoría) . Conocem os ya las leyes que gobiernan el com port am ient o de la m at eria en
t odas las condiciones except o en las m ás ext rem as. En part icular, conocem os las
leyes básicas que subyacen baj o t oda la quím ica y la biología. Ciert am ent e, aún no
hem os reducido est as disciplinas al est ado de problem as resuelt os; ¡hem os t enido,
hast a ahora, poco éxit o prediciendo el com port am ient o hum ano a part ir de
ecuaciones m at em át icas! Por lo t ant o, incluso si encont ram os un conj unt o com plet o
de leyes básicas, quedará t odavía para los años venideros la t area int elect ualm ent e
ret adora de desarrollar m ej ores m ét odos de aproxim ación, de m odo que podam os
hacer predicciones út iles sobre los result ados probables en sit uaciones com plicadas
y realist as. Una t eoría unificada com plet a, consist ent e, es sólo el prim er paso:
nuest ra m et a es una com plet a com prensión de lo que sucede a nuest ro alrededor y
de nuest ra propia exist encia.

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Ca pít u lo 1 2
Con clu sión

Nos hallam os en un m undo desconcert ant e. Querem os darle sent ido a lo que vem os
a nuest ro alrededor, y nos pregunt am os: ¿cuál es la nat uraleza del universo? ¿Cuál
es nuest ro lugar en él, y de dónde surgim os él y nosot ros? ¿Por qué es com o es?
Para t rat ar de responder a est as pregunt as adopt am os una ciert a «im agen del
m undo». Del m ism o m odo que una t orre infinit a de t ort ugas sost eniendo a una
Tierra plana es una im agen m ent al, lo es la t eoría de las supercuerdas. Am bas son
t eorías del universo, aunque la últ im a es m ucho m ás m at em át ica y precisa que la
prim era. A am bas t eorías les falt a com probación experim ent al: nadie ha vist o nunca
una t ort uga gigant e con la Tierra sobre su espalda, pero t am poco ha vist o nadie una
supercuerda. Sin em bargo, la t eoría de la t ort uga no es una t eoría cient ífica porque
supone que la gent e debería poder caerse por el borde del m undo. No se ha
observado que est o coincida con la experiencia, ¡salvo que result e ser la explicación
de por qué ha desaparecido, supuest am ent e, t ant a gent e en el Triángulo de las
Berm udas! Los prim eros int ent os t eóricos de describir y explicar el universo
involucraban la idea que los sucesos y los fenóm enos nat urales eran cont rolados por
espírit us con em ociones hum anas, que act uaban de una m anera m uy hum ana e
im predecible.
Est os espírit us habit aban en lugares nat urales, com o ríos y m ont añas, incluidos los
cuerpos celest es, com o el Sol y la Luna. Tenían que ser aplacados y había que
solicit ar sus favores para asegurar la fert ilidad del suelo y la sucesión de las
est aciones. Gradualm ent e, sin em bargo, t uvo que observarse que había algunas
regularidades: el Sol siem pre salía por el est e y se ponía por el oest e se hubiese o
no se hubiese hecho un sacrificio al dios del Sol. Adem ás, el Sol, la Luna y los
planet as seguían cam inos precisos a t ravés del cielo, que podían predecirse con
ant elación y con precisión considerables. El Sol y la Luna podían aún ser dioses,
pero eran dioses que obedecían leyes est rict as, aparent em ent e sin ninguna
excepción, si se dej an a un lado hist orias com o la de Josué det eniendo el Sol.
Al principio, est as regularidades y leyes eran evident es sólo en ast ronom ía y en
pocas sit uaciones m ás. Sin em bargo, a m edida que la civilización evolucionaba, y

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part icularm ent e en los últ im os 300 años, fueron descubiert as m ás y m ás


regularidades y leyes. El éxit o de est as leyes llevó a Laplace, a principios del siglo
XI X, a post ular el det erm inism o cient ífico, es decir, sugirió que había un conj unt o de
leyes que det erm inarían la evolución del universo con precisión, dada su
configuración en un inst ant e.
El det erm inism o de Laplace era incom plet o en dos sent idos. No decía cóm o deben
elegirse las leyes y no especificaba la configuración inicial del universo. Est o se lo
dej aba a Dios. Dios elegiría cóm o com enzó el universo y qué leyes obedecería, pero
no int ervendría en el universo una vez que ést e se hubiese puest o en m archa.
En realidad, Dios fue confinado a las áreas que la ciencia del siglo XI X no ent endía.
Sabem os ahora que las esperanzas de Laplace sobre el det erm inism o no pueden
hacerse realidad, al m enos en los t érm inos que él pensaba. El principio de
incert idum bre de la m ecánica cuánt ica im plica que ciert as parej as de cant idades,
com o la posición y la velocidad de una part ícula, no pueden predecirse con com plet a
precisión.
La m ecánica cuánt ica se ocupa de est a sit uación m ediant e un t ipo de t eorías
cuánt icas en las que las part ículas no t ienen posiciones ni velocidades bien
definidas, sino que est án represent adas por una onda. Est as t eorías cuánt icas son
det erm inist as en el sent ido que proporcionan leyes sobre la evolución de la onda en
el t iem po. Así, si se conoce la onda en un inst ant e, puede calcularse en cualquier
ot ro inst ant e. El elem ent o aleat orio, im predecible, ent ra en j uego sólo cuando
t rat am os de int erpret ar la onda en t érm inos de las posiciones y velocidades de
part ículas. Pero quizás ése es nuest ro error: t al vez no exist an posiciones y
velocidades de part ículas, sino sólo ondas. Se t rat a sim plem ent e que int ent am os
aj ust ar las ondas a nuest ras ideas preconcebidas de posiciones y velocidades. El
m al em parej am ient o que result a es la causa de la aparent e im predict ibilidad.
En realidad, hem os redefinido la t area de la ciencia com o el descubrim ient o de leyes
que nos perm it an predecir acont ecim ient os hast a los lím it es im puest os por el
principio de incert idum bre. Queda, sin em bargo, la siguient e cuest ión: ¿cóm o o por
qué fueron escogidas las leyes y el est ado inicial del universo? En est e libro he dado
especial relieve a las leyes que gobiernan la gravedad, debido a que es la gravedad
la que det erm ina la est ruct ura del universo a gran escala, a pesar que es la m ás

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débil de las cuat ro cat egorías de fuerzas. Las leyes de la gravedad eran
incom pat ibles con la perspect iva m ant enida hast a hace m uy poco que el universo
no cam bia con el t iem po: el hecho que la gravedad sea siem pre at ract iva im plica
que el universo t iene que est ar expandiéndose o cont rayéndose.
De acuerdo con la t eoría general de la relat ividad, t uvo que haber habido un est ado
de densidad infinit a en el pasado, el big bang, que habría const it uido un verdadero
principio del t iem po. De form a análoga, si el universo ent ero se colapsase de nuevo
t endría que haber ot ro est ado de densidad infinit a en el fut uro, el big crunch, que
const it uiría un final del t iem po. I ncluso si no se colapsase de nuevo, habría
singularidades en algunas regiones localizadas que se colapsarían para form ar
aguj eros negros. Est as singularidades const it uirían un final del t iem po par a
cualquiera que cayese en el aguj ero negro. En el big bang y en las ot ras
singularidades t odas las leyes habrían fallado, de m odo que Dios aún habría t enido
com plet a libert ad para decidir lo que sucedió y cóm o com enzó el universo.
Cuando com binam os la m ecánica cuánt ica con la relat ividad general parece haber
una nueva posibilidad que no surgió ant es: el espacio y el t iem po j unt os podrían
form ar un espacio de cuat ro dim ensiones finit o, sin singularidades ni front eras,
com o la superficie de la Tierra pero con m ás dim ensiones. Parece que est a idea
podría explicar m uchas de las caract eríst icas observadas del universo, t ales com o su
uniform idad a gran escala y t am bién las desviaciones de la hom ogeneidad a m ás
pequeña escala, com o las galaxias, est rellas e incluso los seres hum anos. Podría
incluso explicar la flecha del t iem po que observam os. Pero si el universo es
t ot alm ent e aut o cont enido, sin singularidades ni front eras, y es descrit o
com plet am ent e por una t eoría unificada, t odo ello t iene profundas aplicaciones
sobre el papel de Dios com o Creador.
Einst ein una vez se hizo la pregunt a: « ¿cuánt as posibilidades de elección t enía Dios
al const ruir el universo?». Si la propuest a de la no exist encia de front era es
correct a, no t uvo ninguna libert ad en absolut o para escoger las condiciones
iniciales. Habría t enido t odavía, por supuest o, la libert ad de escoger las leyes que el
universo obedecería. Est o, sin em bargo, pudo no haber sido realm ent e una
verdadera elección; puede m uy bien exist ir sólo una, o un pequeño núm ero de
t eorías unificadas com plet as, t ales com o la t eoría de las cuerdas het erót icas, que

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sean aut o consist ent es y que perm it an la exist encia de est ruct uras t an com plicadas
com o seres hum anos que puedan invest igar las leyes del universo e int errogarse
acerca de la nat uraleza de Dios.
I ncluso si hay sólo una t eoría unificada posible, se t rat a únicam ent e de un conj unt o
de reglas y de ecuaciones. ¿Qué es lo que insufla fuego en las ecuaciones y crea un
universo que puede ser descrit o por ellas? El m ét odo usual de la ciencia de const ruir
un m odelo m at em át ico no puede responder a las pregunt as de por qué debe haber
un universo que sea descrit o por el m odelo. ¿Por qué at raviesa el universo por
t odas las dificult ades de la exist encia? ¿Es la t eoría unificada t an convincent e que
ocasiona su propia exist encia? 0 necesit a un creador y, si es así, ¿t iene ést e algún
ot ro efect o sobre el universo? ¿Y quién lo creó a él?
Hast a ahora, la m ayoría de los cient íficos han est ado dem asiado ocupados con el
desarrollo de nuevas t eorías que describen cóm o es el universo para hacerse la
pregunt a de por qué. Por ot ro lado, la gent e cuya ocupación es pregunt arse por
qué, los filósofos, no han podido avanzar al paso de las t eorías cient íficas. En el
siglo XVI I I , los filósofos consideraban t odo el conocim ient o hum ano, incluida la
ciencia, com o su cam po, y discut ían cuest iones com o, ¿t uvo el universo un
principio? Sin em bargo, en los siglos XI X y XX la ciencia se hizo dem asiado t écnica y
m at em át ica para ellos, y para cualquiera, except o para unos pocos especialist as.
Los filósofos reduj eron t ant o el ám bit o de sus indagaciones que Wit t genst ein, el
filósofo m ás fam oso de est e siglo, dij o: «la única t area que le queda a la filosofía es
el análisis del lenguaj e». ¡Que dist ancia desde la gran t radición filosófica de
Arist ót eles a Kant ! No obst ant e, si descubrim os una t eoría com plet a, con el t iem po
habrá de ser, en sus líneas m aest ras, com prensible para t odos y no únicam ent e
para unos pocos cient íficos. Ent onces t odos, filósofos, cient íficos y la gent e
corrient e, serem os capaces de t om ar part e en la discusión de por qué exist e el
universo y por qué exist im os nosot ros. Si encont rásem os una respuest a a est o,
sería el t riunfo definit ivo de la razón hum ana, porque ent onces conoceríam os el
pensam ient o de Dios.

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Albe r t Ein st e in

La conexión de Einst ein con la polít ica de la bom ba nuclear es bien conocida: firm ó
la fam osa cart a al president e Franklin Roosevelt que im pulsó a los Est ados Unidos a
plant earse en serio la cuest ión, y t om ó part e en los esfuerzos de la posguerra para
im pedir la guerra nuclear. Pero ést as no fueron las únicas acciones de un cient ífico
arrast rado al m undo de la polít ica. La vida de Einst ein est uvo de hecho, ut ilizando
sus propias palabras, «dividida ent re la polít ica y las ecuaciones».
La prim era act ividad polít ica de Einst ein t uvo lugar durant e la prim era guerra
m undial, cuando era profesor en Berlín. Asqueado por lo que ent endía com o un
despilfarro de vidas hum anas, se sum ó a las m anifest aciones ant ibélicas. Su
defensa de la desobediencia civil y su alient o público para que la gent e rechazase el
servicio m ilit ar obligat orio no le granj earon las sim pat ías de sus colegas. Luego,
después de la guerra, dirigió sus esfuerzos hacia la reconciliación y la m ej ora de las
relaciones int ernacionales. Est o t am poco le hizo popular, y pront o sus act it udes
polít icas le hicieron difícil el poder visit ar los Est ados Unidos, incluso para dar
conferencias.
La segunda gran causa de Einst ein fue el sionism o. Aunque era de ascendencia
j udía, Einst ein rechazó la idea bíblica de Dios. Sin em bargo, al advert ir cóm o crecía
el ant isem it ism o, t ant o ant es com o durant e la prim era guerra m undial, se ident ificó
gradualm ent e con la com unidad j udía, y, m ás t arde, se hizo abiert o part idario del
sionism o. Una vez m ás la im popularidad no le im pidió hablar de sus ideas. Sus
t eorías fueron at acadas; se fundó incluso una organización ant i- Einst ein. Un hom bre
fue condenado por incit ar a ot ros a asesinar a Einst ein ( y m ult ado sólo con seis
dólares) . Pero Einst ein era flem át ico: cuando se publicó un libro t it ulado 100
aut ores en cont ra de Einst ein, él replicó, « ¡Si yo est uviese equivocado, uno solo
habría sido suficient e! ».
En 1933, Hit ler llegó al poder. Einst ein est aba en Am érica, y declaró que no
regresaría a Alem ania. Luego, m ient ras la m ilicia nazi invadía su casa y confiscaba
su cuent a bancaria, un periódico de Berlín desplegó en t it ulares, «Buenas not icias
de Einst ein: no vuelve». Ant e la am enaza nazi, Einst ein renunció al pacifism o, y,
finalm ent e, t em iendo que los cient íficos alem anes const ruyesen una bom ba nuclear,

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propuso que los Est ados Unidos fabricasen la suya. Pero, incluso ant es que est allara
la prim era bom ba at óm ica advert ía públicam ent e sobre los peligros de la guerra
nuclear y proponía el cont rol int ernacional de las arm as at óm icas.
Durant e t oda su vida, los esfuerzos de Einst ein por la paz probablem ent e no
lograron nada duradero, y, ciert am ent e, le hicieron ganar pocos am igos. Su
elocuent e apoyo a la causa sionist a, sin em bargo, fue debidam ent e reconocido en
1952, cuando le fue ofrecida la presidencia de I srael. Él rehusó, diciendo que creía
que era dem asiado ingenuo para la polít ica. Pero t al vez su verdadera razón era
diferent e: ut ilizando de nuevo sus palabras, «las ecuaciones son m ás im port ant es
para m í, porque la polít ica es para el present e, pero una ecuación es algo para la
et ernidad».

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Ga lile o Ga lile i

Tal vez m ás que ninguna ot ra persona, Galileo fue el responsable del nacim ient o de
la ciencia m oderna. Su célebre conflict o con la I glesia cat ólica afect aba al núcleo de
su pensam ient o filosófico, ya que Galileo fue uno de los prim eros en sost ener que el
hom bre podía llegar a com prender cóm o funciona el m undo, y, adem ás, que podría
hacerlo observando el m undo real.
Galileo había creído en la t eoría copernicana ( que los planet as giraban alrededor del
Sol) desde m uy pront o, pero sólo cuando encont ró la evidencia necesaria para
sost ener la idea, com enzó a apoyarla públicam ent e. Escribió sobre la t eoría de
Copérnico en it aliano ( no en el lat ín académ ico usual) , y rápidam ent e sus punt os de
vist a fueron respaldados am pliam ent e fuera de las universidades. Est o m olest ó a los
profesores arist ot élicos, que se unieron cont ra él int ent ando convencer a la I glesia
cat ólica que prohibiese el copernicanism o.
Galileo, preocupado por ello, viaj ó a Rom a para hablar con las aut oridades
eclesiást icas. Arguyó que la Biblia no est aba pensada para decirnos nada sobre las
t eorías cient íficas, y que era norm al suponer que cuando la Biblia ent raba en
conflict o con el sent ido com ún est aba siendo alegórico. Pero la I glesia est aba
t em erosa de un escándalo que pudiese debilit ar su lucha cont ra el prot est ant ism o,
y, por t ant o, t om ó m edidas represivas. En 1616, declaró al copernicanism o «falso y
erróneo», y ordenó a Galileo no «defender o sost ener» la doct rina nunca m ás.
Galileo se som et ió. En 1623, un ant iguo am igo de Galileo fue hecho Papa.
I nm ediat am ent e, Galileo t rat ó que el decret o de 1616 fuese revocado. Fracasó, pero
consiguió obt ener perm iso para escribir un libro discut iendo las t eorías arist ot élica y
copernicana, aunque con dos condiciones: que no t om aría part ido por ninguna de
ellas y que llegaría a la conclusión que el hom bre no podría det erm inar en ningún
caso cóm o funciona el m undo, ya que Dios podría producir los m ism os efect os por
cam inos in im aginados por el hom bre, el cual no podía poner rest ricciones a la
om nipot encia divina.
El libro, Diálogo sobre los dos m áxim os sist em as del m undo, fue t erm inado y
publicado en 1632, con el respaldo absolut o de los censores, y fue inm ediat am ent e
recibido en t oda Europa com o una obra m aest ra, lit eraria y filosófica. Pront o el

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Papa, dándose cuent a que la gent e est aba viendo el libro com o un convincent e
argum ent o en favor del copernicanism o, se arrepint ió de haber perm it ido su
publicación. El Papa argum ent ó que, aunque el libro t enía la bendición oficial de los
censores, Galileo había cont ravenido el decret o de 1616. Llevó a Galileo ant e la
I nquisición, que lo sent enció a prisión dom iciliaria de por vida y le ordenó que
renunciase públicam ent e al copernicanism o. Por segunda vez, Galileo se som et ió.
Galileo siguió siendo un cat ólico fiel, pero su creencia en la independencia de la
ciencia no había sido dest ruida. Cuat ro años ant es de su m uert e, en 1642, m ient ras
est aba aún preso en su casa, el m anuscrit o de su segundo libro im port ant e fue
pasado de cont rabando a un edit or en Holanda. Est e t rabaj o, conocido com o Dos
nuevas ciencias, m ás incluso que su apoyo a Copérnico, fue lo que iba a const it uir la
génesis de la física.

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I sa a c N e w t on

I saac New t on no era un hom bre afable. Sus relaciones con ot ros académ icos fueron
escandalosas, pasando la m ayor part e de sus últ im os t iem pos enredado en
acaloradas disput as. Después de la publicación de los Principia Mat hem at ica
( seguram ent e el libro m ás influyent e j am ás escrit o en el cam po de la física) ,
Newt on había ascendido rápidam ent e en im port ancia pública. Fue nom brado
president e de la Royal Societ y, y se convirt ió en el prim er cient ífico de t odos los
t iem pos que fue arm ado caballero.
Newt on ent ró pront o en pugna con el ast rónom o real, John Flam st eed, quien ant es
le había proporcionado m uchos de los dat os necesarios para los Principia, pero que
ahora est aba ocult ando inform ación que Newt on quería. Newt on no acept aría un no
por respuest a; él m ism o se había nom brado para la j unt a direct iva del Observat orio
Real, y t rat ó ent onces de forzar la publicación inm ediat a de los dat os. Finalm ent e,
se las arregló para que el t rabaj o de Flam st eed cayese en las m anos de su enem igo
m ort al, Edm ond Halley, y fuese preparado para su publicación. Pero Flam st eed llevó
el caso a los t ribunales y, en el últ im o m om ent o, consiguió una orden j udicial
im pidiendo la dist ribución del t rabaj o robado. Newt on se encolerizó, y buscó su
venganza elim inando sist em át icam ent e t odas las referencias a Flam st eed en
post eriores ediciones de los Principia.
Mant uvo una disput a m ás seria con el filósofo alem án Got t fried Leibniz. Am bos,
Leibniz y Newt on, habían desarrollado independient em ent e el uno del ot ro una ram a
de las m at em át icas llam ada cálculo, que est á en la base de la m ayor part e de la
física m oderna. Aunque sabem os ahora que Newt on descubrió el cálculo años ant es
que Leibniz, publicó su t rabaj o m ucho después. Sobrevino un gran escándalo sobre
quién había sido el prim ero, con cient íficos que defendían vigorosam ent e a cada uno
de los cont endient es. Hay que señalar, no obst ant e, que la m ayoría de los art ículos
que aparecieron en defensa de Newt on est aban escrit os originalm ent e por su propia
m ano, ¡y publicados baj o el nom bre de am igos! Cuando el escándalo creció, Leibniz
com et ió el error de recurrir a la Royal Societ y para resolver la disput a. Newt on,
com o president e, nom bró un com it é «im parcial» para que invest igase, ¡casualm ent e
com puest o en su t ot alidad por am igos suyos! Pero eso no fue t odo: Newt on escribió

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ent onces él m ism o los inform es del com it é e hizo que la Royal Societ y los publicara,
acusando oficialm ent e a Leibniz de plagio. No sat isfecho t odavía, escribió adem ás
un análisis anónim o del inform e en la propia revist a de la Royal Societ y. Después de
la m uert e de Leibniz, se cuent a que Newt on declaró que había sent ido gran
sat isfacción «rom piendo el corazón de Leibniz».
En la época de est as dos disput as, Newt on había abandonado ya Cam bridge y la
vida universit aria. Había part icipado act ivam ent e en la polít ica ant icat ólica en dicha
ciudad, y post eriorm ent e en el Parlam ent o, y fue recom pensado finalm ent e con el
lucrat ivo puest o de direct or de la Real Casa de la Moneda. Allí pudo desplegar su
caráct er t aim ado y corrosivo de una m anera socialm ent e m ás acept able, dirigiendo
con éxit o una im port ant e cam paña cont ra la falsificación de m oneda que llevó
incluso a varios hom bres a la horca.

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Glosa r io

Ace le r a ción Rit m o al que cam bia la velocidad de un obj et o.


Ace le r a dor de Máquina que, em pleando elect roim anes, puede
pa r t ícu la s acelerar part ículas cargadas en m ovim ient o, dándoles
m ás energía.
Agu j e r o n e gr o Región del espacio- t iem po de la cual nada, ni siquiera
la luz, puede escapar, debido a la enorm e int ensidad
de la gravedad ( capít ulo 6) .
Agu j e r o n e gr o Aguj ero negro creado en el universo prim it ivo.
pr im it ivo
An t ipa r t ícu la Cada t ipo de part ícula m at erial t iene una ant ipart ícula
correspondient e. Cuando una part ícula choca con su
ant ipart ícula se aniquilan am bas, quedando sólo
energía.
Át om o Unidad básica de la m at eria ordinaria, com puest a de
un núcleo dim inut o ( consist ent e en prot ones y
neut rones) rodeado por elect rones que giran alrededor
de él.
Big ba n g La singularidad en el principio del universo.
Big cr u n ch La singularidad en el final del universo.
Ca m po Algo que exist e a t ravés de t odo el t iem po y el
espacio, en oposición a una part ícula que exist e en un
solo punt o en un inst ant e.
Ca m po m a gn é t ico El responsable de las fuerzas m agnét icas, act ualm ent e
incluido, j unt o con el cam po eléct rico, dent ro del
cam po elect rom agnét ico.
Ca r ga e lé ct r ica Propiedad de una part ícula por la cual puede repeler
( o at raer) a ot ras part ículas que t engan una carga del
m ism o ( u opuest o) signo.
Ce r o a bsolu t o La t em perat ura m ás baj a posible, en la cual una

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sust ancia no cont iene ninguna energía calorífica.


Con dición qu e no Tesis que el universo es finit o, pero no t iene ninguna
h a ya fr on t e r a front era ( en el t iem po im aginario) .
Con o de lu z Superficie en el espacio- t iem po que m arca las posibles
direcciones para los rayos de luz que pasan por un
suceso dado.
Con se r va ción de la Ley de la ciencia que afirm a que la energía ( o su
e n e r gía equivalent e en m asa) no puede ser creada ni
dest ruida.
Con st a n t e Recurso m at em át ico em pleado por Einst ein para dar al
cosm ológica espacio- t iem po una t endencia inherent e a expandirse.
Coor de n a da s Núm eros que especifican la posición de un punt o en el
espacio y en el t iem po.
Cosm ología Est udio del universo com o un t odo.
Cu a n t o Unidad indivisible, en la que las ondas pueden ser
em it idas o absorbidas.
D e spla za m ie n t o h a cia Enroj ecim ient o de la luz de una est rella que se est á
e l r oj o alej ando de nosot ros, debido al efect o Doppler.
D im e n sión e spa cia l Cualquiera de las t res dim ensiones del espacio- t iem po
que son espaciales - es decir, cualquiera except o la
dim ensión t em poral.
D u a lida d on da / En m ecánica cuánt ica, concept o que no hay dist inción
pa r t ícu la ent re ondas y part ículas; las part ículas pueden a veces
com port arse com o ondas, y las ondas com o part ículas.
Ele ct r ón Part ícula con carga eléct rica negat iva que gira
alrededor del núcleo de un át om o.
Ena na bla nca Est rella fría est able, m ant enida por la repulsión debida
al principio de exclusión ent re elect rones.
En e r gía de la gr a n La energía por encim a de la cual se cree que la fuerza
u n ifica ción elect rom agnét ica, la fuerza débil y la int eracción
fuert e se hacen indist inguibles unas de ot ras.
En e r gía de u n ifica ción La energía ( alrededor de 100 GeV) por encim a de la

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e le ct r o dé bil cual la dist inción ent re la fuerza elect rom agnét ica y la
fuerza débil desaparece.
Espa cio t ie m po El espacio de cuat ro dim ensiones, cuyos punt os son
los sucesos.
Espe ct r o Separación de, por ej em plo, una onda
elect rom agnét ica en sus frecuencias com ponent es.
Espín Propiedad int erna de las part ículas elem ent ales,
relacionada con, pero no idént ica a, el concept o
ordinario de giro.
Est a do e st a cion a r io El que no cam bia con el t iem po una esfera girando a
un át om o const ant e est á est acionaria porque t iene
una apariencia idént ica en cualquier inst ant e, aunque
no est é est át ica.
Est r e lla de n e u t r on e s Una est rella fría, m ant enida por la repulsión debida al
principio de exclusión ent re neut rones.
Fa se En una onda, posición en su ciclo en un inst ant e
especificado una m edida de si est á en una crest a, en
un valle, o en algún punt o ent re ellos.
Fot ón Un cuant o de luz.
Fr e cu e n cia Para una onda, núm ero de ciclos com plet os por
segundo.
Fu e r za n u cle a r dé bil La segunda m ás débil de las cuat ro fuerzas
fundam ent ales, con un alcance m uy cort o. Afect a a
t odas las part ículas m at eriales, pero no a las
part ículas port adoras de fuerzas.
Fu e r za La que se produce ent re part ículas con carga eléct rica,
e le ct r om a gn é t ica la segunda m ás fuert e de las cuat ro fuerzas
fundam ent ales.
Fusión n u cle a r Proceso en el que dos núcleos chocan y se funden
para form ar un único núcleo, m ás pesado.
Ge odé sico El cam ino m ás cort o ( o m ás largo) ent re dos punt os.
H or izon t e de su ce sos Front era de un aguj ero negro.

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I n t e r a cción n ucle a r La m ás fuert e de las cuat ro fuerzas fundam ent ales y la


fu e r t e que t iene el alcance m enor de t odas. Mant iene j unt os
a los quarks dent ro de los prot ones y los neut rones, y
une los prot ones y los neut rones para form ar los
núcleos de los át om os.
Lím it e de Máxim a m asa posible de una est rella fría est able, por
Ch a n dr a se k h a r encim a de la cual t iene que colapsar a un aguj ero
negro.
Lon git u d de on da En una onda, dist ancia ent re dos valles o dos crest as
adyacent es.
M a sa Cant idad de m at eria de un cuerpo; su inercia, o
resist encia a la aceleración.
M e cá n ica cu á n t ica Teoría desarrollada a part ir del principio cuánt ico de
Planck y del principio de incert idum bre de Heisenberg
( capít ulo 4) .
N e u t r in o Part ícula m at erial elem ent al ext rem adam ent e ligera
( posiblem ent e sin m asa) , que se ve afect ada
solam ent e por la fuerza débil y la gravedad.
N e u t r ón Part ícula sin carga, m uy sim ilar al prot ón, que
represent a aproxim adam ent e la m it ad de las
part ículas en el núcleo de la m ayoría de los át om os.
N ú cle o Part e cent ral del át om o, que const a sólo de prot ones y
neut rones, m ant enidos j unt os por la int eracción
fuert e.
Pa r t ícu la e le m e n t a l La que se cree que no puede ser subdividida.
Pa r t ícu la vir t u a l En m ecánica cuánt ica, part ícula que no puede ser
nunca det ect ada direct am ent e, pero cuya exist encia sí
t iene efect os m edibles.
Pe so La fuerza ej ercida sobre un cuerpo por un cam po
gravit at orio. Es proporcional, pero no igual, a su
m asa.
Posit r ón La ant ipart ícula ( cargada posit ivam ent e) del elect rón.

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Pr in cipio a n t r ópico Vem os el universo de la form a que es porque, si fuese


diferent e, no est aríam os aquí para observarlo.
Pr in cipio cu á n t ico de La idea que la luz ( o cualquier ot ra onda clásica)
Pla n ck puede ser em it ida o absorbida solam ent e en cuant os
discret os, cuya energía es proporcional a la frecuencia.
Pr in cipio de e x clu sión Dos part ículas de espín 1/ 2 idént icas no pueden t ener
( dent ro de los lím it es est ablecidos por el principio de
incert idum bre) la m ism a posición y la m ism a
velocidad.
Pr in cipio de Nunca se puede est ar t ot alm ent e seguro acerca de la
in ce r t idu m br e posición y la velocidad de una part ícula; cuant o con
m ás exact it ud se conozca una de ellas, con m enos
precisión puede conocerse la ot ra.
Pr opor cion a l «X es proporcional a Y» significa que cuando Y se
m ult iplica por cualquier núm ero, lo m ism o le ocurre a
X. «X es inversam ent e proporcional a Y» significa que
cuando Y se m ult iplica por cualquier núm ero, X se
divide por ese núm ero.
Pr ot ón Cada una de las part ículas cargadas posit ivam ent e
que const it uyen aproxim adam ent e la m it ad de las
part ículas en el núcleo de la m ayoría de los át om os.
Qu a r k Part ícula elem ent al ( cargada) que sient e la int eracción
fuert e. Prot ones y neut rones est án com puest os cada
uno por t res quarks.
Ra da r Sist em a que em plea pulsos de ondas de radio para
det ect ar la posición de obj et os, m idiendo el t iem po
que un único pulso t arda en alcanzar el obj et o y ser
reflej ado.
Ra dia ción de fon do de La procedent e del brillo del universo prim it ivo calient e,
m icr oon da s en la act ualidad t an fuert em ent e desplazada hacia el
roj o que no aparece com o luz, sino com o m icroondas
( ondas de radio con una longit ud de onda de unos

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pocos cent ím et ros) .


Ra dia ct ivida d Descom posición espont ánea de un t ipo de núcleo
at óm ico en ot ro.
Ra yo ga m m a Ondas elect rom agnét icas de longit ud de onda m uy
cort a, producidas en la desint egración radioact iva o
por colisiones de part ículas elem ent ales.
Re la t ivida d e spe cia l Teoría de Einst ein basada en la idea que las leyes de
la ciencia deben ser las m ism as para t odos los
observadores que se m ueven librem ent e, no im port a
cual sea su velocidad.
Re la t ivida d ge n e r a l Teoría de Einst ein basada en la idea que las leyes de
la ciencia deben ser las m ism as para t odos los
observadores, no im port a cóm o se est én m oviendo.
Explica la fuerza de la gravedad en t érm inos de la
curvat ura de un espacio- t iem po de cuat ro
dim ensiones.
Se gu n do- lu z ( a ñ o- lu z ) Dist ancia recorrida por la luz en un segundo ( o en un
año) .
Sin gu la r ida d Un punt o en el espacio- t iem po en el cual la curvat ura
del espacio t iem po se hace infinit a.
Sin gu la r ida d de sn u da Singularidad del espacio- t iem po no rodeada por un
aguj ero negro.
Su ce so Un punt o en el espacio- t iem po, especificado por su
t iem po y su lugar.
Te or e m a de la El que dem uest ra que t iene que exist ir una
sin gu la r ida d singularidad en det erm inadas circunst ancias; en
part icular, que el universo t uvo que haber com enzado
con una singularidad.
Te or ía s de gr a n Las que unifican las fuerzas elect rom agnét icas, fuert e
u n ifica ción ( TGU) y débil.
Tie m po im a gin a r io Tiem po m edido ut ilizando núm eros im aginarios.

196 Preparado por Pat ricio Barros

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