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Hacia una crítica sobre el debate del Cambio Climático centrado en el CO2
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actores, sus distintos intereses y las diversas escalas en las que se encuentran. En este
sentido, sería importante analizar cómo el reto de la comunicación, de la coordinación y de
los procesos de gobernanza, pueden ayudar a superar el reto metabólico fósil para así
transcender hacia la construcción de un mundo mejor, más justo y más equitativo en
términos climáticos.
Se puede definir el cambio climático como la alteración del clima a escala planetaria
producto del calentamiento global generado por las emisiones antropógenas de Gases de
Efecto de Invernadero (GEI) como el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso y los
clorofluorocarbonos ('CFC), producto de la quema de combustibles fósiles y biomasa, así
como también de la deforestación, urbanización y atenuación global. Todas estas
actividades antrópicas hacen parte de un proceso histórico iniciado desde la segunda mitad
del siglo XIX con la revolución industrial. Como consecuencia, se han presentado cambios
a nivel meteorológico, climático y ecosistémico, como el aumento extremo de las
temperaturas, la intensificación de las precipitaciones, la elevación del nivel del mar y los
impactos en los ecosistemas terrestres y marinos (IPCC, 2014).
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Energético (EROI), es decir, la cantidad de energía y dinero para la exploración y
extracción de crudo, sea cada vez mayor (Hall y Klitgaard, 2012).
A pesar de lo descrito anteriormente, el cambio climático es una cuestión que no tiene una
mirada objetiva, sino que está enfocado a una percepción social que va ligada a intereses de
diversos actores. Por ejemplo, desde los Estados Unidos, se ha extendido
internacionalmente la negación al cambio climático; cuestión que se comenzó a gestar
durante las postrimerías del siglo XX con la presidencia de Ronald Reagan quien
contribuye a crear un movimiento para lanzar una guerra nacional y global contra el
ambientalismo; asumiendo que la ciencia, la tecnología y el mercado libre serían la panacea
para asegurar la inexistencia de los limites ecológicos. De esta manera, ciertos sectores del
país norteamericano como los think thank o conservadores y los dueños de las industrias de
carbón, petróleo, compañías de energía y empresas manufactureras entre otras, se han
encargado en afirmar que el calentamiento global no existe; valiéndose de estrategias como
la fabricación y difusión de la incertidumbre, invitando a científicos contrarios para
legitimar el invento del cambio climático y claro está, manipulando los medios de
comunicación (Dunlap y McCright, 2010).
Todo lo anterior está relacionado con el análisis postestructuralista que realiza Michel
Foucault sobre el discurso como función legitimadora del poder. En este sentido, el poder
contribuye a imponer una verdad que no existe, sinó que son interpretaciones de esa verdad,
con la finalidad de moldear las conciencias. Desde esta perspectiva, El poder es la
capacidad que tiene un determinado grupo de imponer su verdad como verdad para todos,
haciéndolo por medio de la manipulación de la información y de los medios de
comunicación para dominar las masas (Foucault citado en Revel 2008, 114). Así pues, los
sectores más poderosos de Estados Unidos que tienen intereses en negar la existencia del
cambio climático, buscan estrategias para sofocar las otras verdades, mediante la creación
de discursos científicos legitimadores de la inexistencia del cambio climático y de la
manipulación de los medios de comunicación, ya que cuentan con los recursos económicos
para hacerlo. Vemos pues que, por medio del discurso también se pueden moldear
conciencias; toda una especie de biopoder que lo que busca es “disciplinar los cuerpos para
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aumentar su rendimiento económico en términos de fuerza de trabajo y disminuir su
peligrosidad en términos políticos” (Foucault, citado en Latorre 2018).
De acuerdo a lo anterior, se puede identificar que el reto comunicacional está en cómo los
diversos actores que estamos afrontando el cambio climático (Comunidad científica,
medios de comunicación, comunidad política y la Sociedad civil), tomemos posturas reales
frente al calentamiento global. Por un lado, tanto la comunidad política y científica y los
medios de comunicación, requieren una transformación de sus narrativas, que impliquen
objetivar la problemática para no seguir cayendo en el discurso apocalíptico o en la
manufacturación de la incertidumbre. Por otro, la sociedad civil debe empoderarse en los
procesos de gobernanza, buscando una interacción con sus representantes, para que, desde
lo local, se busque hacer pequeños cambios, que, a una escala más grande, pueden
contribuir a transformaciones estructurales.
Con relación al siguiente reto, el de la coordinación, el cual está avanzando a pasos lentos,
en la medida que está inmersa en una gobernanza ambiental internacional que más que ser
impositiva, es una relación de acuerdos entre los Estados, así como también de relaciones
de poder entre éstos. Bajo esta lógica se emergen ciertas características de esta gobernanza
ambiental que son pertinentes abordarlas: Primero, una lógica flexible, donde impera por lo
general las normas soft law. Segundo, los Estados más ricos son los que tienen la mayor
influencia en las negociaciones, las cuales están vinculadas a los intereses internos de cada
nación. Tercero, las naciones están enquistadas en una competencia individual enfocada
hacia la lógica del capital sin buscar mecanismos de cooperación entre todos. Este tipo de
actitud denominado “dilema del prisionero”, simboliza la falta de cooperación entre los
Estados para luchar por un objetivo común que busque un beneficio ambiental para todos.
Cuarto, la incapacidad para regular las emisiones en la afectación de bienes públicos como
la atmósfera o el oxígeno. Quinto, la inexistencia de un organismo supraestatal que penalice
las acciones ambientales inadecuadas, a diferencia del sector económico, el cual cuenta con
un organismo como la OMC, que puede imponer sanciones a los Estados cuando éstos
incumplen las normas comerciales (Thompson, 2006). Sexto, la configuración de principios
del régimen del cambio climático, en especial, el de las responsabilidades comunes pero
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diferenciadas, el cual no se materializa, porque países con una deuda ambiental como
Estados Unidos, principal emisor de gases de efecto de invernadero, no ejerce su
compromiso y responsabilidad ambiental frente al resto de los Estados, sino de acuerdo a
sus intereses económicos y de expansión del capital. Por último, la fetichización del CO2,
mediante la creación de instrumentos ficcionales como los créditos de carbono, todo un
sofisma creado en el Protocolo de Kioto que supuestamente busca la descontaminación
atmosférica bajo un sistema que genera créditos para seguir contaminando en otras partes.
Bajo esta anarquía de lógicas de poder y de intereses económicos establecidos por los
Estados, donde lo ambiental pasa a un segundo plano, porque lo que prima es lo económico
y la concentración de capital natural y mercantilizar absolutamente todo, Martin O'Connor
expone claramente cómo los seres humanos de una forma cada vez más profunda están
sometidos al control social del aire, agua, oxígeno, en nombre de la protección ambiental
(O’Connor 1990, 15). De esta manera, “el régimen capitalista de producción busca
apropiarse cada vez más de su entorno natural. Dicha apropiación es entendida como
subsunción real de la naturaleza al capital” (Sabbatella 2010, 71). Así pues, la tendencia a
privatizar los bienes de uso común, así como también los de uso público, es una muestra
fehaciente de que ya no son sólo las personas con su fuerza de trabajo, sinó que también la
naturaleza está sometida al capital. Esto se legitima y se materializa en una gobernanza
ambiental internacional que, a través de medidas ficcionales como los mercados de
carbono, busca instituir negocios a partir de los bienes de uso público.
De acuerdo a todo lo anterior, se hace necesario pensar en estrategias locales que permitan
hacer cambios paulatinos frente a la anarquía gestada en la gobernanza ambiental
internacional. Dichas estrategias tienen que ver con la propuesta de una gestión adaptativa,
como estrategia política que puede ayudar a superar problemas de cooperación (Thompson,
2006). Este mecanismo descentralizado de autoayuda, busca involucrar en un plano más
local a los actores sociales; donde cada uno cumple con rol diferente, sumergiéndose en una
multiciplidad de procesos políticos donde el Estado y la sociedad civil interaccionan,
llevando a cabo una variedad de implicaciones políticas. A esto se le puede denominar
gobernanza. En este sentido, lograr una interacción de los múltiples actores sociales en un
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plano local, puede conllevar a buscar estrategias adecuadas de adaptación y mitigación al
cambio climático, contribuyendo a configurar ciudades más resistentes y flexibles a las
perturbaciones, es decir, más resilientes.
Por otro lado, se necesita un cambio en los patrones de consumo, sobre todo en el Norte
global, ya que éstos son insostenibles a escala planetaria. Es por ello que se requiere de
nuevas formas de conducta individual diferentes a la racionalidad economicista, la cual está
conllevando a una crisis ecológica, además de la crisis económica y cultural que hemos
venimos padeciendo desde varios siglos atrás. De esta manera y en términos de los
intelectuales Alberto Acosta y Ulrich Brand, pensar en dos conceptos utópicos pero viables,
podrían contribuir a reconstruir un mundo mejor, más equitativo y más justo en términos
ambientales. Así pues, pensar en el decrecimiento para el Norte global y en el
postextractivismo para el Sur global, como dos caras de una misma moneda, “centra el
debate en las relaciones de producción, extracción, uso y consumo que unen a Nortes y
Sures en el mundo capitalista” (Acosta y Brand, 2017). Esto significa que, si el Norte
decrece, el Sur global no sería víctima de los procesos extractivos que son producto de un
capitalismo cada vez más depredador. Por consiguiente, se reduciría la degradación
ambiental, contribuyendo a modificar los escenarios RCP propuestos por el IPCC.
Así las cosas, el nuevo debate estaría enfocado a pensar dos cuestiones esenciales: Primero,
¿Cómo empoderar a la sociedad civil del Sur global para que implemente desde lo local,
acciones eficaces que contribuyan a establecer sistemas adaptativos y de mitigación frente
al cambio climático? Segundo, ¿cómo lograr que el Norte global decrezca en sus patrones
de consumo?
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desafío tendrá que ver con el clientelismo que, aunado con la corrupción, no permite que
los procesos sean transparentes, meritocráticos y articulados, lo que hace que las
instituciones gubernamentales trabajen de una manera descoordinada, más bien por pagar
favores políticos y donde los funcionarios estatales en muchas ocasiones no cuentan con los
méritos formativos para implementar acciones que generen impactos sociales y
ambientales.
El otro asunto tiene que ver con el decrecimiento en el Norte global, buscando alternativas
para frenar los niveles de consumo existentes y deteniendo sus procesos de acumulación
que a su vez son modelos en el Sur y que son dignos de deconstrucción. Así pues, se debe
pensar en reducir el consumo de una manera paulatina, así como también, la producción
desenfrenada. En este sentido, se da inicio al debate, el cual está enfocado a las dos
preguntas citadas con relación a los procesos de gobernanza para el Sur global y el pensar
un decrecimiento para el Norte global.
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Lista de referencias
Acosta, Alberto y Brand, Ulrich. 2017. Salidas del laberinto capitalista. Decrecimiento y
postextractivismo. Editado por la Fundación Rosa Luxemburgo, Quito-Ecuador. 33-90.
Dunlap, Riley E. and Aaron M. McCright. 2010. Chapter 14. Climate change denial:
sources, actors and strategies. In. Lever-Tracy, C. (ed). Routledge Handbook of climate
change and society. Pp. 240-260.
Hall, C.A.S. and K.A. Klitgaard. 2012. Chapter 15. Peak Oil, EROI, Investments, and Our
Financial Future. Energy and the wealth of nations. Understanding the biophysical
economy. Springer. Pp. 321-338.
Revel, Judith. 2008. Diccionario Foucault. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires-
Argentina.