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Textos 98, Preguntas
Textos 98, Preguntas
EN SUS TEXTOS
J O S É C A R L O S GARCÍA LÓPEZ
IES Bachiller Sabuco. Albacete
P RO P Ó S I T O D E L A A N T O L O G Í A
REPERTORIO DE TEMAS
1. CRÍTICA SOCIAL
1.1. Crítica
1.2.
1.3.
1.4. Crítica a las clases acomodadas
2 . L O S PA I S A J E S N AC I O N A L E S
2.1. El paisaje interior
2.2. El paisaje periférico
3 . V I S I Ó N C R Í T I C A D E L A H I S T O R I A D E E S PA Ñ A
3.1. Crítica de la Historia reciente
3.2. La intrahistoria
4 . R E C U P E R AC I Ó N D E L A T R A D I C I Ó N L I T E R A R I A E S PA Ñ O L A
5 . AG N O S T I C I S M O R E L I G I O S O, V I S I Ó N E S C É P T I C A D E L M U N D O
5.1. (San Manuel Bueno, mártir)
5.2. (Niebla)
5.3. (La sombra)
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1. CRÍTICA SOCIAL
ÁNGEL GANIVET, I D EÁ R I U M ES PA Ñ O L
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
1. CRÍTICA SOCIAL
RAMIRO DE MAEZTU, H A C I A O T R A ES PA Ñ A
Arrastra España su existencia deleznable 1 , cerrando los ojos al caminar del tiem-
po, evocando en obsesión perenne glorias añejas 2 , figurándose siempre ser aquella
patria que describe la Historia. Este país de obispos gordos, de generales tontos,
de políticos usureros, enredadores y «analfabetos», no quiere verse en esas yermas 3
llanuras sin árboles, de suelo arenoso, en el que apenas si se destacan cabañas de
barro, donde viven vida animal doce millones de gusanos, que doblan el cuerpo, al
surcar la tierra con aquel arado que importaron los árabes al conquistar Iberia; no
se ve en esas provincias anchurosas, tan despobladas como estepas 4 rusas; no se
ve en esas fábricas catalanas, edificadas en el aire, sin materia prima, sin máquinas
inventadas por nosotros, sostenidas merced al artificio de protectores aranceles 5 ;
no se ve en esas minas de Vizcaya, de donde salen toneladas de hierro, que pagan
los ingleses a cuatro o cinco duros 6 , para devolvérnoslas en máquinas, cuyas to-
neladas pagamos nosotros en millares de pesetas; no se ve en esos vinos, que para
que encuentren compradores han de filtrarse por los alambiques de Burdeos; no
se ve en esas Universidades de profesores interinos; en este Madrid hambriento;
en esa prensa de palabras hueras 7 ; mírase siempre en la leyenda, donde se encuen-
tra grande y aprieta los párpados para no verse tan pequeña.
Si ella se viera tal como es, el posible desastre no la sorprendería tanto. Sirven
las colonias a pueblos apiñados, que necesitan hallar sus alimentos en tierras más
fecundas que la suya; con fortunas menesterosas de colocación; no a pueblos po-
bres, sin nada que ofrecer a los frutos del trópico, sin manufacturas que compitan
con las extrañas; de población escasa que aún no ha trabajado el patrio terruño 8 ;
tal vez sin capitales para las propias empresas. Nosotros no teníamos para Améri-
ca y Asia sino ladronzuelos de la política y órdenes religiosas. Eso enviamos; ¡así
nos lo pagan!
Muy triste, muy triste el desastre que amaga; pero si él nos sirviera para recon-
centrarnos en nosotros mismos, para meditar por un momento, y obrar en conse-
cuencia, removiendo con decidido espíritu los obstáculos que a nuestro bienestar
se opongan… ¡bienvenido el Sedán 9 doloroso!… Dentro de varios lustros ¡algo
habría en el mundo que se llamara España!
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
1. CRÍTICA SOCIAL
Los del 98
Estos jóvenes —Mairena aludía a los que hoy llamamos veteranos del 98— son,
acaso, la primera generación española que no sestea ya a la sombra de la iglesia.
Son españoles españolísimos, que despiertan más o menos malhumorados al grito
de: ¡sálvese quien pueda!
Y ellos se salvarán, porque no carecen de pies ligeros ni de plumas recias. Pero
vosotros tendréis que defender su obra del doble Index Librorum Prohibitorum 1 que
la espera: del eclesiástico, indefectible 2 y… del otro. Del otro también, porque,
frente a los que sestean a la sombra de la iglesia están los que duermen al sol,
sin miedo a la congestión cerebral, los cuales llevan también el lápiz rojo en el
bolsillo.
La patria grande
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
PÍO BAROJA , L A BU S C A
Embebido en estos pensamientos oyó, al pasar por la calle de Alcalá, que le llama-
ban repetidas veces. Eran la Mellá y la Rabanitos, acurrucadas en un portal.
—¿Qué queréis? —las dijo.
—Na, hombre, hablarte. ¿Has heredado?
—No; ¿qué hacéis?
—Aquí filando 1 —contestó la Mellá.
—¿Pues qué pasa?
—Que hay recogida, y ese morral 2 de ispetor, a pesar de que le pagamos, nos
quie llevar a la delega 3 . ¡Acompáñanos!
Manuel las acompañó un rato; pero una y otra se fueron con unos señores y él
quedó solo. Volvió a la Puerta del Sol.
La noche le pareció interminable: dio vueltas y más vueltas; apagaron la luz
eléctrica, los tranvías cesaron de pasar, la plaza quedó a oscuras.
Entre la calle de la Montera y la de Alcalá iban y venían delante de un café, con
las ventanas iluminadas, mujeres de trajes claros y pañuelos de crespón, cantando,
parando a los noctámbulos: unos cuantos chulos, agazapados tras de los faroles,
las vigilaban y charlaban con ellas, dándoles órdenes…
Luego fueron desfilando busconas, chulos y celestinas. Todo el Madrid parási-
to, holgazán, alegre, abandonaba en aquellas horas las tabernas, los garitos, las ca-
sas de juego, las madrigueras y los refugios del vicio, y por en medio de la miseria
que palpitaba en las calles, pasaban los trasnochadores con el cigarro encendido,
hablando, riendo, bromeando con las busconas, indiferentes a las agonías de tanto
miserable desharrapado 4 , sin pan y sin techo, que se refugiaba temblando de frío
en los quicios de las puertas. [...]
Tardó mucho en aclarar el cielo; aún de noche se armaron puestos de café; los
cocheros y los golfos se acercaron a tomar su vaso o su copa. Se apagaron los
faroles de gas.
Danzaban las claridades de las linternas de los serenos 5 en el suelo gris, alum-
brado vagamente por el pálido claror del alba, y las siluetas negras de los traperos
se detenían en los montones de basura, encorvándose para escarbar en ellos. To-
davía algún trasnochador pálido, con el cuello del gabán levantado, se deslizaba si-
niestro como un búho ante la luz, y mientras tanto comenzaban a pasar obreros…
El Madrid trabajador y honrado se preparaba para su ruda faena diaria.
Aquella transición del bullicio febril de la noche a la actividad serena y tranqui-
la de la mañana hizo pensar a Manuel largamente. Comprendía que eran las de los
noctámbulos y las de los trabajadores vidas paralelas que no llegaban ni un mo-
mento a encontrarse. Para los unos, el placer, el vicio, y la noche; para los otros,
el trabajo, la fatiga, el sol. Y pensaba también que él debía de ser de éstos, de los
que trabajan al sol, no de los que buscan el placer en la sombra.
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
AZORÍN, LA RUTA D E D O N QU I J O T E
este barranco un nacimiento tal como éstos; largo rato hemos contemplado sus
aguas; después, con un vago pesar, hemos escalado la vertiente de la cañada y
hemos vuelto a empapar nuestros ojos con la austeridad ancha del paisaje ya vis-
to. Y caminábamos, caminábamos, caminábamos. Nuestras cabalgaduras tuercen,
tornan a torcer, a la derecha, a la izquierda, entre cimas, entre chaparros, sobre
lomas negras. Suenan las esquilas 12 de un ganado; aparecen diseminadas acá y allá
las cabras negras, rojas, blancas, que nos miran un instante atónitas, curiosas, con
sus ojos brillantes.
La ruta de don Quijote, ed. José M.ª Martínez Cachero,
Madrid: Cátedra, 1995, pp. 126–128.
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
1. ¿Cuál de las que podríamos llamar «constantes» del 98 vemos en este texto de
Azorín ?
2. Azorín hace uso especial del presente de indicativo: ¿qué sensación transmite
el empleo de ese tiempo verbal? A ello también ayuda el uso de la estructuras
impersonales (se sale, se oye, se respira…).
3. ¿Qué rasgos de estilo propios de este autor se aprecian en el fragmento, aparte
los vistos en la cuestión anterior ?
4. El paisaje «natural» suele ir unido al paisaje «humano». Así, ¿cómo han de ser
las gentes de estas tierras manchegas que aquí nos presenta Azorín ?
5. En su rechazo de la literatura realista, Martínez Ruiz tiende a abandonar algunas
de las constantes de la narrativa de aquellos autores y se centra en cuestiones
más «novedosas». ¿Qué tiene de innovador, frente a la novela realista, el he-
cho de centrarse en el paisaje del campo ? ¿Y el narrador, en qué difiere del
realista ?
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PÍO BAROJA, LA DA M A D E U RT U BI
La ferrería de Olaundi estaba a orillas del Bidasoa, en la confluencia del río con un
arroyo que bajaba del monte. Olaundi se encontraba en un sitio húmedo y hundi-
do; era una ferrería antigua, vasta y en parte derruida. De lejos parecía un castillo
con varias torres; tenía una presa, en donde se embalsaba el agua del arroyo; un
antiguo taller arruinado, del que no quedaban más que unas enormes columnas de
piedra gigantes, que nacían entre hierbajos; dos grandes chimeneas y varios mura-
llones negros cubiertos de una vegetación parásita. Allí la hiedra y los helechos, la
hierba del pordiosero y el yaro, el asfódelo, la ortiga y la parietaria 1, dominaban de
tal modo, que las cercas, las paredes y los troncos de los árboles próximos estaban
cubiertos de un verde profundo. Los viejos tejados de la ferrería, tachonados por
las manchas redondas de los líquenes, tenían tonos de oro y plata.
Durante el invierno, entre las lianas de la flora parásita, marchita por los fríos,
a nivel del agua, se veían dos grandes arcos ojivales, que las gentes miraban como
obra del diablo. Olaundi no tenía vecino alguno; únicamente, a poca distancia, se
levantaba una ermita, abandonada desde que habían matado al ermitaño.
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
3. LA HISTORIA DE ESPAÑA: C R Í T I C A
VALLE-INCLÁN, LA CO RT E D E LO S M I L A G RO S
(AIRES NACIONALES)
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
3. LA HISTORIA DE ESPAÑA: I N T R A H I S T O R I A
MIGUEL DE UNAMUNO, EN T O R N O A L C A S T I C I S M O
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
1. ¿Qué idea intenta transmitir Unamuno ? Conéctala con las cuestiones generales
del 98. ¿Qué otras ideas noventayochistas se ven en el texto ?
2. ¿Qué es lo que los españoles aún tienen que descubrir de España ?
3. Explica el concepto de intrahistoria.
4. ¿Qué acarrea el no fijarse en lo intrahistórico y centrarse exclusivamente en lo
histórico ?
5. ¿Cómo, según el autor, se conseguirá una auténtica europeización de las clases
dominantes?
6. ¿Qué género sirve a Unamuno de modelo para expresar sus ideas? ¿Qué carac-
terísticas de éste se aprecian en el fragmento ?
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4. RECUPERACIÓN DE LA TR A D I C I Ó N L I T E R A R I A
AZORÍN, AN T O N I O A Z O R Í N
Los jóvenes que admiten sin regateos las innovaciones de la estética son más hu-
manos que los viejos. La innovación es al fin admitida por todos; pero los jóvenes
la acogen desde el primer momento con entusiasmo, y los viejos cuando la fuerza
del uso general les pone en el trance de admitirla, es decir, cuando ya está sancio-
nada 1 por dos o tres generaciones. De modo que los jóvenes tienen más espíritu
de justicia que los viejos, y además se dan el placer —¡el más intenso de todos
los placeres!— de gozar de una sensación estética todavía no desflorada por las
muchedumbres.
He dicho que los viejos admiten, al fin y al cabo, las innovaciones del moder-
nismo 2 (o como se quieran llamar tales audacias), y es muy cierto. Vicente Espinel
era un modernista, hizo lo que hoy están haciendo los poetas jóvenes: innovó
en la métrica. Y hoy los mismos viejos que denigran 3 a los poetas innovadores
encuentran muy lógico y natural componer una décima. El arcipreste de Hita se
complace en haber mostrado a los simples fablas et versos extrannos. Fue un innovador
estupendo, y esos versos extrannos causarían de seguro el horror de los viejos de su
tiempo. De Boscán y Garcilaso no hablemos; hoy se reprocha a los jóvenes poe-
tas americanos de lengua castellana que vayan a buscar a Francia su inspiración.
¿Dónde fue a buscarla Boscán, que nos trajo aquí todo el modernismo italiano?
Lope de Vega, el más furibundo 4 , el más brutal, el más enorme de todos los mo-
dernistas, puesto que rompe con una abrumadora tradición clásica, será, sin duda,
aplaudido por los viejos cuando se representa una obra suya, ¡una obra que es
un insulto a Aristóteles, a Vida, a López Pinciano 5 y a la multitud de gentes que
creían en ellos, es decir, a los viejos de aquel entonces!
«Imitad a los clásicos —se dice a los jóvenes— no intentéis innovar.» ¡Y esto
es contradictorio! La buena imitación de los clásicos consiste en apartar los ojos
de sus obras y ponerlos en lo porvenir; ellos lo hicieron así. No imitaban a sus
antecesores: innovaban. De los que fueron fieles a la tradición, ¿quién se acuerda?
Su obra es vulgar y anodina; es una repetición del arquetipo 6 ya creado…
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
5. AGNOSTICISMO RELIGIOS O, E S C E PT I C I S M O
MIGUEL DE UNAMUNO, SA N M A N U EL BU EN O, M Á RT I R
Y otra vez que me encontré con don Manuel, le pregunté, mirándole derechamen-
te a los ojos:
—¿Es que hay infierno, don Manuel?
Y él, sin inmutarse:
—¿Para ti, hija? No.
—¿Y para los otros, lo hay?
—¿Y a ti qué te importa, si no has de ir a él?
—Me importa por los otros. ¿Lo hay?
—Cree en el cielo, en el cielo que vemos. Míralo –y me lo mostraba sobre la
montaña y abajo, reflejado en el lago.
—Pero hay que creer en el infierno, como en el cielo –le repliqué.
—Sí, hay que creer todo lo que cree y enseña la Santa Madre Iglesia Católica
Apostólica Romana. ¡Y basta!
Leí no sé qué honda tristeza en sus ojos, azules como las aguas del lago.
—Pero tú, Angelina, tú crees como a los diez años, ¿no es así? ¿Tú crees?
—Sí creo, padre.
—Pues sigue creyendo. Y si se te ocurren dudas, cállatelas a ti misma. Hay que
vivir…
Me atreví, y toda temblorosa le dije:
—Pero usted, padre, ¿cree usted?
Vaciló un momento y reponiéndose me dijo:
—¡Creo!
—¿Pero en qué, padre, en qué? ¿Cree en la otra vida?, ¿cree usted que al morir
no nos morimos del todo?, ¿cree que volveremos a vernos, a querernos en otro
mundo venidero?, ¿cree en la otra vida?
El pobre santo sollozaba.
—¡Mira, hija, dejemos eso!
Y ahora, al escribir esta memoria, me digo: ¿Por qué no me engañó?, ¿por qué
no me engañó entonces como engañaba a los demás? ¿Por qué se acongojó?, ¿por-
que no podía engañarse a sí mismo, o porque no podía engañarme? Y quiero creer
que se acongojaba porque no podía engañarse para engañarme.
—Y ahora —añadió—, reza por mí, por tu hermano, por ti misma, por todos.
Hay que vivir. Y hay que dar vida.
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
5. AGNOSTICISMO RELIGIOS O, E S C E PT I C I S M O
MIGUEL DE UN A M U N O, N I EBL A
Y dime, Orfeo, ¿qué necesidad hay de que haya ni Dios ni mundo ni nada? ¿Por
qué ha de haber algo? ¿No te parece que esa idea de la necesidad no es sino la
forma suprema que el azar toma en nuestra mente?
¿De dónde ha brotado Eugenia? ¿Es ella creación mía o soy creación suya yo?
¿O somos los dos creaciones mutuas, ella de mí yo de ella? ¿No es acaso todo
creación de cada cosa y cada cosa creación de todo? Y ¿qué es creación?, ¿qué eres
tú, Orfeo?, ¿qué soy yo?
Muchas veces se me ha ocurrido pensar, Orfeo, que yo no soy, e iba por la calle
antojándoseme que los demás no me veían. Y otras veces he fantaseado que no
me veían como me veía yo, y que mientras yo creía ir formalmente, con toda com-
postura, estaba, sin saberlo, haciendo el payaso, y los demás riéndose y burlándose
de mí. ¿No te ha ocurrido alguna vez a ti esto, Orfeo? Aunque no, porque tú eres
joven todavía y no tienes experiencia de la vida. Y además eres perro.
Pero, dime, Orfeo, ¿no se os ocurrirá alguna vez a los perros creeros hombres,
así como ha habido hombres que se han creído perros 1 ?
¡Qué vida esta, Orfeo, qué vida, sobre todo desde que murió mi madre! Cada
hora me llega empujada por las horas que le precedieron; no he conocido el por-
venir. Y ahora que empiezo a vislumbrarlo me parece se me va a convertir en
pasado, Eugenia es ya casi un recuerdo para mí. Estos días que pasan… este día,
este eterno día que pasa… deslizándose en niebla de aburrimiento. Hoy como
ayer, mañana como hoy: Mira, Orfeo, mira la ceniza que dejó mi padre en aquel
cenicero…
Esta es la revelación de la eternidad, Orfeo, de la terrible eternidad. Cuando
el hombre se queda a solas y cierra los ojos al porvenir, al ensueño, se le revela el
abismo pavoroso de la eternidad. La eternidad no es porvenir. Cuando morimos
nos da la muerte media vuelta en nuestra órbita y emprendemos la marcha hacia
atrás, hacia el pasado, hacia lo que fue. Y así, sin término, devanando la madeja de
nuestro destino, deshaciendo todo el infinito que en una eternidad nos ha hecho,
caminando a la nada, sin llegar nunca a ella, pues que ella nunca fue.
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
5. AGNOSTICISMO RELIGIOS O, E S C E PT I C I S M O
PÍO BAROJA , L A S O M BR A
Había salido del hospital el día de Corpus Christi, y volvía, envejecida y macilen-
ta 1 , pero ya curada, a casa de su ama, a seguir nuevamente su vida miserable, su
vida miserable de prostituta. En su rostro, todas las miserias; en su corazón, todas
la ignominias 2 .
Ni una idea cruzaba su cerebro; tenía solamente un deseo de acabar, de des-
cansar para siempre sus huesos enfermos. Quizá hubiera preferido morir en aquel
hospital inmundo, en donde se concrecionaban los detritus 3 del vicio, que volver
a la vida.
Llevaba en la mano un fardelillo 4 con sus pobres ropas, unos cuantos harapos
para adornarse. Sus ojos, acostumbrados a la semioscuridad, estaban turbados por
la luz del día.
El sol amargo brillaba inexorable 5 en el cielo azul.
De pronto, la mujer se encontró rodeada de gente, y se detuvo a ver la proce-
sión que pasaba por la calle. ¡Hacía tanto tiempo que no la había visto! ¡Allá en el
pueblo, cuando era joven y tenía alegría y no era despreciada! ¡Pero aquello estaba
tan lejos!…
Veía la procesión que pasaba por la calle, cuando un hombre, a quien no mo-
lestaba, la insultó y le dio un codazo; otros, que estaban cerca, la llenaron también
de improperios 6 y de burlas.
Ella trató de buscar, para responder a los insultos, su antigua sonrisa, y no
pudo más que crispar sus labios con una dolorosa mueca, y echó a andar con la
cabeza baja y los ojos llenos de lágrimas.
En su rostro, todas las miserias; en su corazón, todas las ignominias.
Y el sol amargo brillaba inexorablemente en el cielo azul.
En la procesión, bajo el sol brillante, lanzaban destellos los mantos de las vír-
genes bordados en oro, las cruces de plata, las piedras preciosas de los estandartes
de terciopelo. Y luego venían los sacerdotes con sus casullas 7 , los magnates, los
guerreros de uniforme brillante, todos los grandes de la tierra, y venían andando
al compás de una música majestuosa, rodeados y vigilados por bayonetas, espadas
y sables.
Y la mujer trataba de huir; los chicos la seguían, gritando, acosándola, y trope-
zaba y sentía desmayarse; y, herida y destrozada por todos, seguía andando con la
cabeza baja y los ojos llenos de lágrimas.
En su rostro, todas las miserias; en su corazón, todas las ignominias.
De repente, la mujer sintió en su alma una dulzura infinita, y se volvió y quedó
deslumbrada, y vio luego una sombra banca y majestuosa que la seguía y que lle-
vaba fuera del pecho el corazón herido y traspasado por espinas.
EL 98 EN SUS TEXTOS 33
T R A B A J O E N C L A S E
CUESTIONES
SOLUCIONARIO. NO TA S Y S U G E R E N C I A S
Por ello, viene a decirnos Maeztu, el desastre que se palpa en las colonias po-
dría tener de positivo la eliminación de uno de los problema (el colonial) para así
podernos centrar en los problemas cercanos e intentar que España vuelva a ser
algo en el panorama internacional dentro de un tiempo.
La crítica social, la voluntad de construcción de un estado fuerte y más equi-
librado socialmente y la necesidad de europeización de España se dejan ver en el
texto del autor vasco, dando desarrollo a este llamado «problema de España» del
98. Pero no sólo en la temática coincide Maeztu con otros autores de la Genera-
ción; también en el estilo: falta de artificiosidad, impresión de antirretoricismo,
intento de que las ideas se comuniquen de modo claro, gusto por las palabras
populares (añejo, huero, terruño…). Todo ello hace de este texto un buen ejemplo
de lo que ocupará y preocupará a ese grupo de escritores que posteriormente se
conocerá con el nombre de Generación del 98.
BAROJA. LA BUSCA
Manuel, huérfano de orígenes humildes, conoce, tras su llegada a Madrid, la mise-
ria y el ambiente marginal de la periferia, llegando a entregarse al delito. En este
fragmento, el final de la novela, Manuel reflexiona acerca de su lugar en el mundo,
de su papel en la sociedad: se acaba el día de las francachelas de la bohemia aco-
modada y comienza la jornada para el obrero. En la frase final se nos hace ver esa
voluntad que el 98 muestra por la construcción de un «nuevo estado», basado en
el trabajo, no en el hedonismo, en el esfuerzo, no en las rentas heredadas.
De Baroja conocemos la afición por el suburbio madrileño (junto a la que
muestra por su tierra vasca), y en esta novela, el «problema de España» aparece
como una serie de hechos que criticar: la miseria y el sufrimiento de un sector
no es sino achacable al carácter clasista, inmovilista, de la sociedad española. El
narrador, por ello, no es imparcial al mostrarnos el ir y venir de las clases enfren-
tadas en el texto: busconas, chulos, gritos, vicio, golfos… son términos poco inocentes
que nos ponen en alerta ante las gentes nocturnas; tampoco nos dejan indiferentes
trabajadores, honrados, serena, obreros… y arrancan las simpatías del lector (como las
36 P E R A B BAT 6 ( 2 0 0 8 )
mite sus emociones: la inclusión del «yo» en la descripción le aporta a ésta subje-
tividad lírica; la inclusión del lector (yo os digo) hace a éste testigo «presencial» de
lo que se le cuenta.
de figurar…
El resto del estamento militar no es mejor visto por el autor, que acusa al
ejército de haber apoyado secretamente al bando monárquico hasta el final de los
acontecimientos: al fin y al cabo el nuestro ha sido un ejército que siempre ha
estado del lado del poderoso, nunca del lado del pueblo.
Prim aparece como colorista figura de baraja; la caracterización de la reina nos
ofrece un personaje «rebajado» por medio de la prosopopeya (animalización); el
pueblo, visto de modo colectivo en la muestra panorámica que el cuadro V nos
ofrece, tampoco obtendrá las simpatías de Valle: el pueblo, el campesinado, es
ruin, rebelde, rencoroso… El repaso social no puede dejarnos un regusto más
amargo: una sociedad agrietada en las bases y podrida en el vértice superior.
Estilísticamente, Valle-Inclán deja muestra de su magnífico dominio de la len-
gua, conjugando el léxico culto con la expresión más popular (rancho, cafelito, mal-
parir, uso del infinitivo por el imperativo…), todo al servicio de la crítica de una
realidad con la que el gallego no se muestra conforme.
UNAMUNO. NIEBLA
Augusto se ha enamorado de Eugenia y ésta, poco a poco, lo va aceptando tam-
bién a él tras haber roto con su novio, Mauricio. Sin embargo, a pocos días de su
boda con Augusto, Eugenia huye con Mauricio. Augusto, decidido a suicidarse,
visita a D. Miguel de Unamuno, sin saber que él es en realidad el autor de la novela
de su vida. Unamuno hace saber a Augusto que no es en absoluto dueño de su
destino y que, como autor, es él quien tiene el destino del personaje en sus manos.
Esa misma noche, Augusto muere.
En el fragmento, Orfeo, el perro de Augusto, sirve de «receptor» de las re-
flexiones del protagonista sobre la existencia (¿qué somos?, ¿qué orígenes tene-
mos?, ¿realmente existimos o somos proyecciones de otros?), para lo cual usa el
autor el recurso de la interrogación retórica, tan útil en este campo: la pregunta
reflexiva queda hecha, la respuesta habrá de venir de parte del propio lector o,
mejor dicho, de su experiencia vital.
En su «conversación» con el perro, Augusto llega a responderse (a responder-
nos) algunas de las cuestiones que ha planteado: «cada uno es lo que los demás
creen que es», «no somos sino como nos imaginan los otros».
Sin futuro, la persona no es más que una acumulación de pasados: el futuro,
inexistente, parece pasado antes incluso de llegar, y todo transcurre casi sin sen-
tido, deslizándose monótonamente… El paralelismo con el pensamiento barroco es
notable en estas líneas (recuérdese, por ejemplo, al Quevedo de «¡Ah de la vida!»):
la vida es breve, el tiempo fluye rápido.
La niebla impide ver claramente la realidad. Las vidas humanas se desarrollan
EL 98 EN SUS TEXTOS 41
BAROJA. LA SOMBRA
El texto supone el relato completo de La sombra, en el que los temas de la religión
(llena de falsedad y pompa) y la crítica social, tan queridos al 98, se dan la mano.
Nos presenta Baroja dos mundos paralelos que, en determinado momento, se
cruzan, para desgracia de uno de ellos. Pronto nos damos cuenta de que las des-
cripciones tienen las características de otras que hayamos podido ver de este au-
tor: nexuación casi inexistente, párrafo breve, enumeraciones… De una parte, el
personaje marginal, derrotado, de la prostituta miserable; de otra, la solemnidad,
el oro y la falta de piedad de quienes se tienen por cristianos. Ambos sectores no
pueden ser presentados más distantes de como lo hace Baroja: ella, miserable, po-
bre, con harapos… (la condición de la mujer queda bien patentizada a lo largo del
cuento con la repetición literal o casi literal de un par de frases que nos ayudan a
no olvidar la miseria de la prostituta y la amargura de su existencia, reflejada en el
brillo del sol); los procesionantes, de oro, de plata, de terciopelo… La prostituta,
golpeada, insultada, perseguida, denigrada; los sacerdotes, vigilados por bayonetas
y sables… siempre al lado del poder y alejados del pueblo. Unamuno dirá que los
grandes nombres le han robado la historia al pueblo; con Baroja llegamos a una
reflexión parecida: los grandes y poderosos le han robado al pueblo la religión.
En otros textos arremete Baroja también contra el boato y la pompa de la
Iglesia. Así, en La dama de Urtubi: «… en el fondo de estos cultos extravagantes
y bárbaros [se refiere a las reuniones de brujas o sorguiñas] latía un anhelo de fra-
ternidad humana quizá mayor que en las iglesias solemnes y pomposas, llenas de
oro y pedrerías». Ahí está la crítica: el escritor critica la falta de humanidad, de
empatía, el olvido del prójimo (del pueblo) por parte del poderoso.
Pero el hecho religioso va más allá, o debe ir más allá: una Iglesia verdadera,
vuelta a su esencia (representada aquí por la sombra) nunca podría dejar de lado
al pueblo. De ahí la elección que toma la sombra.
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