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CAP 16

París era una ciudad preciosa, Annabella no dejaba de deleitarse de cada perfecta
estructura que ahí se encontrara construida; le agradaba absolutamente todo: las calles
adoquinadas, las iglesias con ventanales hermosos, los paseos por el río Sena, el bello
teatro y la deliciosa comida eran sólo algunos de los atractivos de la ciudad denominada del
amor.

"La cuidad del amor" se recordó. Llevaban más de tres días en aquel hermoso pedazo de
tierra, y su matrimonio seguía igual de inestable que cuando venían en aquel barco. Era
verdad que habían asistido a diferentes lugares juntos, algunas fiestas donde se percataba
que su marido era conocido, pero, generalmente, Thomas no le permitía quedarse hasta
noche, y regresaban al hotel sólo para dejarla a ella y que él se volviera a ir.

Muchas veces le había mencionado que deseaba quedarse, y no le importaba que opinara
de ella esa sociedad que sinceramente no era la suya. Pero Thomas, en medio de un
nerviosismo inusual, le dijo que las cosas en París solían descontrolarse y era mejor que no
estuviese presente. ¡Claro! Ella no, pero él sí.

Eso provocaba que, al día siguiente, cuando despertaban juntos, apenas y se hablasen,
Annabella seguía tan enojada como cuando la llevo al hotel, y Thomas tenía un malestar
que no se atrevía a hablarle por miedo a que ésta gritase. Mientras Thomas se quedaba
dormido en la recamara hasta sentirse mejor, que normalmente ocurría hasta en la tarde,
Annabella y Lizet se paseaban por todas partes de París. En eso sí la complacía, le daba el
dinero que necesitara para que entrara a los mejores restaurantes, y le había contratado
una carroza para su uso privado, la dejaba ir a la ópera, y al ballet, pero nunca juntos, sólo
en compañía de su adorada Lizet.

Pero eso no era lo que Annabella quería, de hecho, se sentía más estancada y sola que
nunca, incluso ni siquiera peleaban, más bien, eran como dos extraños que se veían
obligados a dormir en la misma cama. A veces, cuando él llegaba tarde y se metía junto a
ella, Annabella esperaba a que se durmiera. Y era entonces cuando lo veía, se sentaba
junto a él y admiraba su rostro, contorneaba su cara con sus dedos, provocándole
cosquillas, le gustaba observar desde su boca hasta su pecho, en ocasiones, se podía
pasar los minutos peinando su hermoso cabello negro... en una de las veces en que hacía
ese ritual escondido, se atrevió a besarlo. La reacción de Thomas fue simplemente girarse
hacia ella e intentar abrazarla, cosa imposible porque estaba sentada, aun así, ella disfruto
que por lo menos dormido, le mostrara algo de cariño. Ya lo había comprobado, Thomas
siempre la abrazaba mientras dormía, pero por alguna razón, se despertaba antes que ella
y se apartaba, como si reaccionara su cerebro, indicándole que debía tener sus distancias
con ella.

Esa noche, los invitaron a una fiesta en la mansión de los Flament, aparentemente unos
conocidos de su marido que deseaban conocerla. Annabella se colocó un hermoso vestido
verde que realzaba el color de sus ojos, con un escote sin hombros y unos guantes largos
hasta el codo hechos de ceda color perla, para terminar su atuendo; su cabello estaba
peinado en una media coleta, dejando el resto de su cabello suelto y ondulado
naturalmente. En su cuello lucían hermosas esmeraldas colgando de un hermoso collar de
oro, iguales a los adornos de sus oídos y muñeca. Para finalizar, una bella peineta con las
mismas joyas que el resto del repertorio. Se veía preciosa.

-¿Estás lista? - Thomas entró en la habitación sin tocar.

Annabella se giró para verlo, estaba completamente terminada, lo único que le faltaba, era
un fino perfume que compró hace poco, con extracto de gardenias, el olor favorito de la
joven. Lizet lo colocó sobre el cuello de la señora y la parte donde sus senos se juntaban.

-Sí- asintió la joven, despidiéndose con la mirada de su doncella quién se quedaría en el


hotel.

Thomas alargo el brazo para escoltarla hasta el carruaje, Annabella se congracio de


saberse observada durante todo el trayecto a la casa de los Flament, aparentemente su
marido no se encontraba nada conforme con la ropa que usaba esa noche, y era natural,
puesto que era un diseño nuevo, unos de los que Giorgiana le había confeccionado solo
para ella. Como ahora el gusto de su prima se derivaba a algo menos ampón y más pegado
al cuerpo, las curvas de Annabella resaltaban con gracia y serían llamativos no solo para su
esposo, sino para muchos otros.
-¿No estarás incomoda? - preguntó a solo unos metros para llegar -Si gustas puedo decir
que estas indispuesta.

-¿Por qué mentir? - se extrañó la joven -Estoy perfecta y arreglada, no veo por qué he de
sentirme incomoda.

-Bueno, no sé, no conoces a nadie.

-En ese caso procura no dejarme sola. - dió la resolución la joven, ya era mucho que él se
saliera y la dejara en la recamara del hotel, ahora no tenía forma de escapar, ella había sido
invitada expresamente por los Flament. -Al fin y al cabo, parece que todo París te conoce.

Thomas suspiró, era verdad que lo conocían, pero era mejor que su esposa no supiera bien
el por qué.

Cuando la carroza se detuvo frente a la fachada de grandes pilastras al estilo romano, la


joven comenzó a emocionarse. Miró los enormes ventanales y el resto de los carruajes. La
gente en Francia era diferente, les gustaban las cosas excéntricas y llamativas, las mujeres
portaban aquellas pelucas extravagantes con flores, en una ocasión vió a una con un ave,
aun así, todas eran elegantes y hermosas, se denotaba su clase social, pero también su
mente más liberal.

El salón en el que entraron estaba repleto de toda esa gente, no había una sola persona
que no paseara sus galas acompañadas de una copa de vino o algún pastelillo, la música
resonaba entre las paredes y los gritos eufóricos le recordaban a Annabella lo mucho que
estas fiestas se descontrolaban.

-¡Pero sí es la esposa de Thomas! - se acercó corriendo una bella mujer con aquel peinado
alargado que revotaba, al igual que su vestido que estaba confeccionado para que la
crinolina le agrandaba las caderas. Debía ser incómodo.

La mujer que tenía una pintura extrañamente blanca y dos lunares falsos, dio un beso a
cada una de sus mejillas y le tomó de la cara, moviéndola de un lado al otro para ver sus
facciones.

-¡Sí! ¡Es divina! - asintió la mujer -La odio fervientemente.

-¿Disculpe? - se adelantó Annabella, preocupada por causar tan mala impresión a primera
vista, tal vez la mujer había notado el desconcierto de Annabella al recibir dos besos, pero
no estaba tan acostumbrada a eso.

- Cariño, solo se refiere...- se acercó Thomas a su esposa con una sonrisa, pasando su
mano por la espalda de Anna -Que envidia tu belleza.

-Oh sí, muchísimo- asintió la mujer - Soy Lady Pamela Flament, pero sólo dime Pamela,
¡Dios mío! Pero pasen, no se queden ahí.
Las fiestas en París eran la clasificación perfecta de la palabra degenere, las alargadas
mesas con platillos deliciosos, basados sobre todo en postres. El vino que no faltaba en
ningún momento y la música que nunca paraba, solo propiciaba la que sería la mejor fiesta
en Londres, estaba segura, que ninguna de las veladas a las que hubiese ido se
comparaban con una "pequeña reunión" en París.

-Gordon- lady Pamela tocó el hombro de un caballero que se encontraba sumido en alguna
conversación.

-¿Si cariño? - se volvió el hombre, encontrándose con Thomas -¡Dios santo muchacho! ¡Al
fin se me hace verte! - los caballeros se saludaron con un apretón de manos y después los
ojos obscuros del hombre se clavaron en la joven que estaba parada junto a su amigo -
¡Santo cielo! ¡Han mandado a un ángel a mi fiesta!

-Hay cariño- le golpeó el hombre su esposa -Es la esposa de Tommy.

-Vaya, vaya, que hermosura- asintió hacia el hombre -¿Cómo se llama la invitada?

-Annabella- respondió la joven.

-Hasta el nombre es bello- se burló el hombre -Pero sigan-hizo un ademán efusivo -


Disfruten de la fiesta.

-Ven Annie, te llevaré a que conozcas a todo el mundo- le tomó del brazo Pamela,
alejándola de su esposo que la miraba divertido.

La joven no estaba nada complacida en alejarse de Thomas, ahora entendía lo que era
incomodidad, Pamela en realidad era una mujer muy alegre, de carácter divertido y
bondadoso, pero, desaparecía con constancia, más aun al ser ella la anfitriona de la fiesta.
Y como otras muchas veces, Pamela había desaparecido, dejando a Annabella a solas con
un grupo de jóvenes damas que al igual que ella, eran casadas.

-Dile Clara, cuéntale a Lady Annabella como es estar casada con ese vejete que te ha
tocado- dijo con burla malvada una rubia hacia otra castaña.

-Es una tortura- se quejó la mujer -Sobre todo cuando quiere hacer el amor.

-¡Dios mío! - se sonrojo otra dama, acercándose discretamente para agregar a su


exclamación -¿Aún puede?

El resto de las chicas la abuchearon ante esa pregunta desinhibida, pero segundos
después, todas estaban riendo nuevamente.
-Me gustaría decir que no- sonrió la joven de peinado en forma de triángulo.

-Unas porque si y otras porque no- la misma rubia malvada continúo dirigiendo la
conversación -¿No es así Adelaida? Tu marido es joven y aun así nada.

-Pues seria de más ayuda si al menos le gustara.

-O alguna de nuestro sexo- agrego otra, sacando otra carcajada del grupo, menos de
Annabella, quien se mantenía a raya de esa conversación venenosa y que además... no
entendía.

-Oh, pero tú no te salvas Frida- alguien señalo a la rubia malvada -¡Tu esposo es un hombre
extremadamente gordo!

-En dinero- asintió la rubia cruzándose de brazos.

-Y en cuerpo- continuo otra de sus antiguas presas, sacando esta vez la carcajada en su
contra.

-Y dígame Annabella- pregunto Clara, la mujer castaña que había sido atacada con
anterioridad -¿Su marido cómo es?

-Bueno...

-¡Oh! - se incluyó de pronto en la plática una mujer que pasaba por casualidad, una
desconocida para Annabella, pero no para el grupo. -Esa mujer ha venido con Thomas il
parfait - repentinamente la castaña tuvo unos enormes deseos de salir corriendo, la decena
de mujeres con las que estaba la miraron de una forma desafiante.

-¿Estás segura Anaé? - levantó la ceja Frida, la rubia malvada.

-Sí- asintió -yo la vi entrar con él.

Todas las miradas cayeron sobre su mano izquierda, comprobando que la joven
ciertamente estaba casada.

-¿Cómo lo ha logrado? - pregunto una -Digo, todas lo intentamos alguna vez.

-¿Disculpe? - preguntó Annabella sin entender.

-Thomas no se mete con mujeres casadas- contesto otra -¿Cómo ha hecho para que se
meta con usted?

-No es de su tipo- la miro con asco una de las francesas.

-Es desabrida y callada.

-Sí, no creo que sea verdad.


-¡Yo los he visto! - dijo nuevamente Anaé- Han saludado a lady y lord Flament.

-Maldita - sonrió una con gracia -Solo pásanos el truco linda, no te espantes.

Annabella las miraba a todas precisamente asustada. No sabía a qué venían todas esas
palabras y mucho menos lo que querían con su esposo.

-¿Qué truco? -dijo a la defensiva -Estoy casada con él.

Entonces, todas rieron, una carcajada estridente y atrayente de miradas. Annabella se


sentía avergonzada, confundida y herida. Pero no bajo la cabeza ni se amedrento,
simplemente se cruzó de brazos y espero a que callaran.

-No lo dirás en serio- dijo una de las jóvenes, limpiando una lagrima de sus ojos.

-Thomas siempre dijo que no se casaría - continuo la joven llamada Clare.

-Bueno, en ese caso mintió- contesto Annabella.

-Dios mío, pero que tonta- Frida intento alargar su mano para tocar la mejilla de Anna, pero
ella se alejó.

-Seguro fue una boda falsa en todo caso.

-Sí, seguramente si- asintió otra conforme con esa resolución.

Annabella giró los ojos y continuo con su postura despreocupada.

-Si estas tan segura, pruébalo- la reto una de las jóvenes -Prueba que estas casadas con él.

-No tengo que demostrar nada- dijo la joven con seguridad.

-Entonces es mentira.

-¡Claro que es mentira! - dijo otra -Thomas jamás se casaría con una mujer como ella.

Lo que más le dolía a Annabella, era que tal vez tuvieran razón, si Thomas hubiera tenido
que escoger esposa, ¿La habría elegido a ella?, lo dudaba, y por esa razón, no tenía armas
para refutar esa acusación, pero de que estaba casada con él, estaba, aunque les doliera.

-Annabella, al fin te encuentro, te he buscado por todas partes- las mujeres dieron un paso
hacia atrás cuando el hombre del que hablaban coloco una mano sobre la cintura de la
joven.
-Estuve aquí todo el tiempo- respondió la joven con una voz dulce e inocente.

-Bien, será mejor que nos vayamos- Annabella por primera vez estaba totalmente de
acuerdo con eso, quería irse de una buena vez.

-¡Espera! - gritó Frida -¿Estas...estas casado con ella?

Pero no hizo falta que nadie respondiera, inmediatamente, diez miradas cayeron sobre la
mano que Thomas mantenía en la cintura de su esposa, en aquel dedo anular, se
encontraba un anillo, exactamente igual al de la joven, dorado con aquella fina línea
plateada en medio.

-Sí- Thomas contestó de todas formas -¿Por qué?

-No... Nada- sonrió la rubia intentando encubrir su estado de impresión.

Thomas dirigió una mirada extrañada a su esposa, intentando comprender a que venía esa
pregunta y más precisamente, porque se atrevían a hacérsela, es más, él ni siquiera
recordaba el nombre de aquella joven, pero a ella parecía interesarle toda su vida, incluso
su matrimonio. Thomas se inclinó de hombros e hizo una pequeña reverencia hacia ellas.

-Nos retiramos, lamento abstenerlas de la presencia de mi esposa.

-Ah... si, digo... un placer- contesto una un poco confusa, provocando que el resto de las
mujeres hicieran una reverencia torpe en despedida.

Annabella abrió la puerta de su recamara en el hotel, dejando caer sobre la cama sus
guantes, yendo directamente hacia el tocador para comenzar a deshacer su peinado y
quitar sus joyas.

-¿Por qué esa mujer me pregunto eso? - comenzó Thomas, quitándose las mancuernas de
las muñecas de su camisa.

-No sé, al parecer parece difícil el verte casado conmigo- la joven se inclinó de hombros
despreocupada- has llegado en el momento indicado para ponerlas en su lugar.

-¿Por qué terminaron hablando de eso? - inquirió nuevamente, quitándose ahora su


corbatín de seda.

-Al parecer es un tema concurrido lo que se hace entre matrimonios, destruyendo de la


forma más cruel, claro está, la dignidad de tu marido.
Thomas soltó una breve risa que no pudo contener y se acercó a la mesita donde su licor
favorito descansaba en la botella de cristal cortado.

-¿Y en que los ridiculizaban en esta ocasión?

-No dejaban de repetir algo sobre como hacían el amor- explico la joven totalmente ajena al
significado de sus palabras. -Al parecer era un tema de burlas.

Thomas quien se había llevado el licor a sus labios, sufrió un pequeño ahogo ante las
palabras de su esposa, debiendo toser para salvar su vida.

-¡Dios! - se quejó el hombre -No lo puedo creer- siguió tosiendo.

-¿Te encuentras bien? - se acercó Annabella, pero el hombre asintió varias veces e inhalo
aire.

-Sí estoy bien- afirmo al ver que su esposa no quitaba aquella mirada preocupada.

La joven simplemente asintió y continuo con sus dudas.

-Thomas... ¿Qué es hacer el amor?

El conde la miro por un prolongado tiempo sin saber que contestar a esa pregunta, en su
cabeza se le pasaba la idea de enseñárselo prácticamente, pero no, debía controlarse...
tenía que alejarse de ella.

-Tengo... tengo que salir- dijo presuroso, tomando las prendas de las que había prescindido
y volviéndolas a colocar.

-¡Thomas! - le tomo la mano antes de que saliera -¿Hice algo mal? - la cara de lamento que
Annabella tenía era una de las muchas formas en la que lo podía controlar, por tal razón,
Thomas no la miro y suspiro.

-No, no hiciste nada malo, solo tengo que salir, volveré rápido- se acercó a ella y depositó
un beso en su frente.

-Thomas, pero hoy quisiera que no te fueras- lo siguió por la habitación- No sé, tengo un
mal presentimiento.

-Todo está bien, tranquilízate Annabella- la miro intentando infundirle tranquilidad -Ve a la
cama, ya vengo.

La joven vio cómo su esposo salía por la puerta. Casi parecía que había huido de ella. Con
un semblante decaído, llamó a Lizet para que la ayudara a quitarse la ropa y le colocara un
camisón. A pesar de que normalmente la selección tanto de su ropa como de sus
camisones eran hechos por Annabella, en esta ocasión la joven simplemente se dejó vestir
y arreglar para dormir sin ninguna señal de vida.
Lizet le intentó hacer platica lo mejor que pudo, pero al ver que Annabella en realidad no
quería hablar, dejo que la conversación decayera y se centró en peinar el cabello castaño
de su señora, mandándola a dormir en seguida. Tal vez estuviera muy cansada como para
seguirle su conversación, con esa resolución la mujer abandono a su señora y cerró la
puerta para dejarla dormir.

Annabella no mentía a su esposo con la mala sensación que tenía, desde hacía un par de
días la joven no se sentía segura en ningún lugar, constantemente escuchaba sonidos
afuera de su puerta o incluso en el día, cuando caminaba por la ciudad, una extraña
sensación de ser perseguida la invadía. Por supuesto, al estar con Lizet su miedo
aminoraba, pero en las noches, mientras Thomas no llegaba, cada pequeño ruido resonaba
en su cabeza y los pasos de los demás hospedantes quienes pasaban a dormir en sus
habitaciones, siempre le sonaban cercanos y amenazadores.

En varias ocasiones se le había pasado por la cabeza dormir con Lizet, pero solo sería una
incomodidad, la recamara de Anna era grande y con las comodidades que se les ofrecían a
los nobles, pero, el cuarto de su amiga, aunque era reconfortante y apropiado, no tenía una
cama doble, y si ella caía en sus brazos, seguramente Lizet le proporcionaría su cama y ella
dormiría en el suelo, no se sentía cómoda con eso.

De alguna forma se hizo a la idea de dormir sola, y de que todo formaba parte de su
imaginación descontrolada y llena de novelas en las que las jóvenes eran secuestradas en
la noche, probablemente fuera ese el motivo por el que se sintiera dentro en una historia
terrorífica.

Esa noche se durmió con esos pensamientos, en los que se proponía no volver a leer algo
que después la asustaría tanto, aunque siendo sincera con ella misma, era obvio que, si
tenía en manos un ejemplar nuevo de alguna de sus novelas, iría corriendo a comprarla y
las leería como una demencial, fueran o no de miedo. Solo esperaba que Thomas volviera
pronto como le había dicho.

A eso de las dos de la mañana, una hora más tarde desde que Thomas había salido,
Annabella estaba dormida, completamente relajada en el sopor del sueño, por primera vez
pasando inadvertidos los pasos que se acercaban a su recamara y los susurros que se
dirigían entre los intrusos.

La obscura habitación se abrió después de inhabilitar la cerradura de la recamara, dejando


entrar la luz del pasillo, dándose de esa forma ventaja para ver el interior y encontrar
rápidamente el objetivo.

-Cierra la puerta George- susurro un hombre alto y delgado como un poste, con nariz
ganchuda y labios delgados. Sus ropas eran de campesino y sus ojos de avaricia.
-Pero no veremos nada Dan- contesto el otro en un susurro.

-Trae una vela de ese candelabro- apunto el hombre hacia el pasillo, el hombre llamado
George fue corriendo y arranco una vela de su posición original en el candelabro de una
pequeña mesa en el exterior.

Cuando ambos hombres se internaron con la tenue vela indicándoles el camino, fueron
rápidamente hacia la cama, donde la joven yacía sola y desprotegida. Los hombres se
miraron con una sonrisa.

-Es tan bonita como decían- asintió el hombre alto y con nariz ganchuda.

-Sí...- asintió el otro que tenía un cuerpo fornido, pero su baja estatura y su cara
redondeada le quitaba el ímpetu de un hombre con esa musculatura.

-Tenemos que amordazarla o gritara- le dijo George a Dan.

-Sí, ¿Trajiste lo que te pedí? - el hombre saco un trapo de su bolsillo y se lo enseño a su


compañero.

-Bien- asintió -Comencemos.

El hombre más alto llamado Dan, tapo con brusquedad los labios de la mujer quien, por
supuesto abrió los ojos totalmente espantada, enfocando simultáneamente a las dos figuras
que se cernían sobre ella.

La muchacha intento gritar y pataleo con fuerza, pero al ser dos, tenía pocas probabilidades
de lograr algo.

-Cálmate preciosa- dijo la voz aguda y susurrante del hombre más alto -Si te portas bien no
te haremos daño.

La joven negó con brusquedad e intento apartarse de ellos. Pero fue un acto imposible,
entre los dos muchachos la sentaron sobre la cama y anudaron sus manos con una
pequeña soga. Sucesivamente, el que tenía su boca tapada la quito y rápidamente
posiciono el trapo y lo anudo, amordazándola.

Cuando estuvo amarrada, la aventaron sobre la cama y se alejaron de ella. Como si les
hiciera falta admirar a su presa.

-¿Sabes quién nos ha mandado cielo? - le dijo George con cinismo -Tu marido.

-Nos dijo que ya no quería se prisionero de este matrimonio- se burló el otro.

-Nos lo ha dejado fácil al salirse- ambos hombres se miraron y se inclinaron de hombros. -


Nunca he entendido bien a la gente rica.

-Son derrochadores, aunque yo estaría más que complacido de tenerte.


La joven los miro con incredulidad, Thomas no podía hacerle eso, era caer demasiado bajo,
no sería capaz. No les creería... su corazón esperaba que fuera mentira, deseaba que así
fuera.

-Lo siento George- se adelantó Dan -Pero no podré resistirme.

La mano fuerte de su compañero se posó en el hombro del otro hombre y lo miro a los ojos
antes de que cometiera una estupidez.

-Recuerda por que pagaran tan caro- le dijo George -Precisamente porque no la han
tocado. - le dio una palmada en el pecho -Seremos ricos si lo logramos.

-¡Pero mírala! - la apunto -Es perfecta... ese cuerpo escondido... ¡Por lo menos tengo que
verlo!

El hombre pareció pensárselo, pero negó rápidamente, el esposo de la chiquilla nunca


tardaba más de dos horas, seguramente si se entretenían divirtiéndose con el cuerpo de la
mujer, les volaría el tiempo y serian atrapados.

-Vamos George- sonrió malévolamente -¿Ni siquiera un beso?

La joven comenzó a retroceder, empujándose sobre la cama con sus piernas al ver que
esos hombres se le acercaban. Sintió como uno de ellos besaba su cuello y succionaba
fuertemente, dejándole una marca. Y el otro hacia lo mismo debajo de su clavícula.
Tocando sin predicamentos sus piernas y su abdomen.

-¡Basta! ¡Basta Dan! - exigió George al ver que su compañero se entusiasmaba con el
cuerpo de la mujer -Tenemos que irnos ahora.

Tomando a la mujer con fuerza para ponerla de pie y llevarla sobre sus propios pies por el
pasillo que la dirigiría a su horrible destino, poco interesados en que la joven llorará
desconsoladamente o si ponía resistencia.

Pero Annabella además de eso, estaba pensando, si lograba distraerlos lograría


deshacerse de sus brazos y tocar una puerta al azar. Intentó recordar cuales eran las
habitaciones que estaban ocupadas. Ellos estaban en la 342B en el mismo piso estaba
ocupada la recamara 344B, pero eso era justo para el otro lado del pasillo, tenía que
pensar... ¡El 330B! ¡Esa habitación quedaba por las escaleras que indiscutiblemente
tendrían que utilizar!

La joven se dejó llevar para acercarse a su objetivo, pero cuando vio que pasaron de largo
el pasillo que dirigía a las escaleras, su corazón se exalto, tenía que actuar ya. Dejó de
emplear fuerza sobre sus rodillas, fingiendo un pequeño desmayo, los hombres un poco
sacados de sus casillas, depositaron a la amarrada mujer sobre el suelo para ver que
sucedía. En cuanto la joven percibió ese momento de debilidad se puso en pie y corrió
desaforada por el pasillo, girando hacia las escaleras justo en el momento en que era
atrapada de nuevo.

-¿Annabella? - la voz de su esposo hizo que volviera su cabeza, desconcentrándose de su


lucha por zafarse de aquellos brazos.

Los dos hombres instantáneamente se pusieron lívidos al verlo, tal parecía que su plan
había fracasado, pero no había acabado, puesto que tanto el delgaducho como el fornido,
sacaron un arma, uno apuntando a Thomas y el otro a Annabella.

-Veo que tienen cosas que hacer- dijo Thomas tranquilamente, escondiendo su enojo en lo
más profundo de su ser, sacando su pistola.

-Su señor -se inclinó uno de los raptores, específicamente, el alto con cara de rata-
Queremos ayudarlo con su problema, sabemos que se casó con ella a la fuerza. - intentó
justificar sus acciones.

-Y por eso la toman sin permiso- levantó una ceja - Me agrada su ayuda- dijo con sarcasmo.

-La venderemos muy bien- le dijo el otro - incluso podemos darle una parte. El comprador
está obsesionado con ella.

-Entiendo, ¿y se puede saber quién es ese comprador? -dijo Thomas intentando indagar
sobre el idiota que había pedido ese secuestro. Pero ambos hombres se quedaron callados,
siendo fiel al bastardo que los mando -Vale, ¿y que les hace pensar que eso quería que se
hiciese?

-Bueno...- el fornido se rasco la cabeza, intentando recordar el por qué.

-La tengo conmigo por el simple hecho de que es codiciada, digo, mírenla es preciosa. -
apuntó a su esposa, quien, a pesar de estar en esa situación, se mantenía tranquila, y lo
miraba con determinación.

-Pero no la toca- recordó otro como en una ensoñación.

-¿Seguro de eso? - Thomas levantó una oscura ceja y sonrió -¿Creen que no lo he hecho, o
de alguna forma están seguros? - seguía con su constante voz de burla, pero, el trasfondo
era saber si la habían tocado de una forma en la que él no había hecho, si ese era el caso,
los mataría.
-Nos han informado. - dijeron los dos al mismo tiempo, aliviando inmensamente a Thomas,
seguramente no habían intentado más porque deseaban venderla como virgen.

-Vale, seguramente "sus informantes" nos acompañan en la cama cada noche.

La joven moría de vergüenza, no entendía totalmente a lo que se referían, pero de que


involucraba su cuerpo... si, de eso estaba segura.

Los hombres ante esas palabras se quedaron mudos, a pesar de que el hombre que los
había mandado aseguraba conocer a la pareja y les juro que la joven era virgen, aquel
hombre se notaba tan seguro que los hacia dudar.

-No parece ser una mujer experta. - intento el hombre. Tratando de convencerse más a si
mismo que al caballero frente a ellos.

-Lleva casada conmigo un mes, espero que no lo sea. - sonrió cínicamente y con sarcasmo
- siempre me ha gustado más enseñar.

Los hombres, al verse acorralados y sin ningún puto a su favor, apuntaron el arma a la
cabeza de Annabella, tal parecía que no iba a ser negocio, y ninguno de ellos deseaba salir
lastimado por una bala.

Annabella simplemente respiro profundamente y cerró los ojos.

-Saben que estuve en el ejercito ¿No? - les recordó Thomas, cargando su arma y
apuntando.

-No se le admira por su puntería especialmente, no es el hombre de las dos manos o el


demonio de las armas, además, sabemos que a ella le desagradan las armas de fuego- la
pegaron más a ellos y sonrieron - no lo hará.

-Veo que su informante sabe mucho de nosotros y me alegra saber que Robert y Adam son
tan populares en Francia, pero tienen razón, no soy ninguno de ellos- dijo inclinándose de
hombros con parsimonia y sonrió-Pero tienen una equivocación en su informe- los hombres
se miraron entre si -No me dejo guiar por lo que a mi mujer podría molestarle, menos aun si
está en peligro.

Sin dejar que los atacantes hicieran otra pregunta, Thomas disparó el arma hacia la pierna
de un hombre con una rapidez infalible y sin necesidad de volver a cargar disparo hacia el
hombro del otro hombre dejando a los atacantes fuera de combate. El arma de Thomas era
traída del nuevo mundo, específicamente de Estados Unidos. Un revolver también llamadas
pistolas rotativas, demasiado nuevas como para que esos dos hombres supieran de su
existencia. Thomas reviso su arma, cerciorándose de que aún le quedaban cuatro balas a
su disposición y sonrió, en definitiva, la mejor adquisición que había hecho.

La sonrisa de Thomas se desvaneció cuando su esposa simplemente soltó un sonido


desconsolado. Annabella comenzó a llorar intensamente, estaba aliviada de que Thomas
hubiese llegado, pero volver a escuchar aquel sonido que le recordaba que ella también
había usado aquellas armas la desestabilizaba totalmente.

-Annabella, ven acá- le indico Thomas con delicadeza.

La joven, antes de caminar hacia él, pateo las dos armas fuera del alcance de sus raptores,
para después dirigirse con pasos trémulos hacia su esposo, alejándose de los dos cuerpos
que se quejaban por los disparos de Thomas. La joven se acercó a su marido y este
rápidamente quito sus ataduras y la jalo hacía sí para acogerla contra su pecho.

-¿Estas bien? - le pregunto mientras miraba todo su rostro como sí buscara indicio de
cardenales. Annabella simplemente asintió y lo abrazó con fuerza, agradeciéndole de esa
forma que la salvara.

Thomas la acogió contra su pecho, enterrando su cabeza en el cuello de su esposa,


disfrutando de su olor e intentando calamar sus constantes temblores.

-Quédate aquí- indicó Thomas. -Bien señoritas, déjeme ver esas heridas- Thomas dejó a su
esposa parada en un lugar a sus espaldas y fue hacia los hombres.

-El famoso "caractère générique" - recordó uno de los hombres. -Jamás nos dijeron que nos
enfrentaríamos a él.

-Y ese es uno de los apodos más estúpidos que me han puesto- se inclinó el hombre para
ver las heridas que él mismo había hecho.

-Normalmente no falla ningún ataque, mata sin pensar, y dispara antes de que el raciocinio
se entere. - comenzó a relatar el que estaba herido del hombro, recordando las muchas
historias que se sabían de aquel hombre, según decían, tenía la capacidad de planificar
toda su estrategia en cuestión de segundos, dejando a su adversario en total desventaja.

-Claro, deje de hablar- Thomas quito la camisa del hombre para revisar las heridas con
detenimiento. -Annabella, ve a recepción y diles que hay dos hombres heridos en nuestro
piso, diles que traigan vendas y agua hervida. Enciérrate en nuestra habitación, no quiero
que salgas de ahí.

-Pero tu...- dudo la joven.

-Corre mujer, estaré contigo en un momento

Annabella asintió varias veces y se disponía a irse, pero la voz de su esposo la frenó
nuevamente.
-Espera, ven- la joven se dio vuelta y lo miro interrogante -No quiero que te pasees por ahí
así- le dijo quitándose su saco para colocárselo en los hombros, cubriendo su camisón. -Ve.

Thomas observo como su esposa corría para bajar las escaleras. Lo había impresionado,
tal parecía que les había dado problemas a sus captores, y ese era el motivo por el cual
llego a tiempo a su rescate. Dejo salir el aire de sus pulmones y volvió a inclinarse sobre los
dos cuerpos sangrantes de los hombres.

-Y después de eso, usted los cura- continúo recitando el hombre herido sobre las historias
que había en el mundo sobre Thomas. -Un asesino mezclado con un médico, que ironía.

-Estoy considerando seriamente el dejarlos desangrarse. - dijo Thomas comenzando a


desesperarse, pero tenía que concentrarse, no los estaba ayudando por buena voluntad, en
realidad quería asesinarlos, pero antes...-Díganme quien los ha mandado. Quien les dijo
todo eso sobre mí y mi mujer.

Los dos hombres, cerraron sus bocas, impacientando al hombre que estaba curando sus
heridas. Thomas entonces decidió no ser tan buena persona, y apretó las partes afectadas
de ambos hombres, sacándoles a gritos el nombre.

-¡Alexander Barcuad! - gritó uno.

Thomas dejó de ejercer presión y se quedó pensando unos segundos mientras los hombres
se retorcían de dolor. Ese bastardo, llevaba regando ese rumor desde que llegaron a París
y ahora, se atrevía a intentar secuestrar a Annabella.

En ese momento, un hombre alto, embarnecido y muy erecto subió las escaleras a toda
prisa, junto a él, su mujer llego junto con otra doncella que cargaba con una pequeña
cubeta de agua caliente. El hombre debía ser el encargado, ya que se puso a hablar sobre
el escándalo y a ofrecer disculpas hasta a los muebles.

-¿Pero qué paso? - dijo el hombre al bordo de un colapso.

-Estos hombres intentaron secuestrar a mi esposa- dijo Thomas. -Yo les dispare.

Annabella se acercó junto con la doncella, proporcionándole a Thomas el agua y las vendas
que había pedido. El hombre rápidamente cogió las cosas y comenzó a utilizarlas con
maestría que solo un médico puede tener.

-¡Su excelencia, no debe de mancharse las manos con estos ladrones! - se quejó el hombre
al ver que Thomas llenaba de sangre sus ropas por ayudarles a los dos ladrones -Ya varias
veces han intentado meterse. Llamare a un médico.

-Ya lo tiene. - dijo Thomas con esfuerzo al tener que levantar una pierna inerte y miro al
encargado con enojo -Sera mejor que llame a las autoridades, no se quedará así.

-Oh señor, le aseguro que no volverá a pasar- se mortificó el hombre.


-Le aseguro que no.

Thomas miro a su esposa quien continuaba a su lado ayudándole.

-Regresa a la habitación - dictaminó.

-No, yo puedo ayudar- le dijo segura.

-Has pasado por mucho esta noche- le dijo -Llama a Lizet, que se quede contigo hasta que
yo regrese.

-Thomas- se quejó la joven.

-Anda Annabella, por favor- le dijo prosiguiendo con lo que hacía.

La castaña que estaba de rodillas, se dejó caer sobre sus piernas derrotada. Thomas giro
su cabeza hacia ella y sonrió. Lentamente se acercó a su cara y deposito un suave beso en
sus labios.

-Por favor- volvió a repetir al ver que no se marchaba.

Annabella hizo una mueca y finalmente se puso de pie. Caminando hacia su habitación
resignada.

Thomas miro nuevamente a los hombres que seguían en su sufrimiento y volvió a aplicar
fuerza sobre sus heridas.

-¿Dónde se iban a ver? - pregunto contenido ante el grito de la doncella y el encargado -


¿Eh, donde?

-¡Rue Dutot! - exclamaron.

-Quiero que le ponga seguridad afuera de la recamara, llame a su dama de compañía,


duerme en la habitación 109F, llévele algo de comer sobre todo algo sólido, un pan estaría
bien- indico Thomas al encargado del hotel, cuando vio que las autoridades llegaban para
llevarse a los hombres.

-Mi señor, ¿A dónde va? - le hablo el encargado con una vocecilla de susto.

-A buscar a un idiota- le dijo con enojo -Haga lo que le pedí- exigió, sabiendo que ese
hombre haría lo que fuera con tal de que Thomas no presentara quejas.

CAP 17
Annabella no podía estar tranquila, aunque Lizet estaba con ella y la había ayudado a
lavarse y cambiarse el camisón, algo le decía que Thomas no había salido a otra cosa más
que en busca de la mente maestra del plan. Conociéndolo, no tardaría mucho en encontrar
al verdadero culpable. Pero estaba nerviosa, ¿Y si lo lastimaban? ¿Y si nunca volvía con
ella?, cerró los ojos e intentó apartar ese pensamiento de su cabeza.

-Annabella- la llamo Lizet -¿Por qué no te sientas? Has tenido una noche horrible.

-No, estoy bien solo quiero que...- en ese momento la puerta cedió, dando pase a su
esposo.

Annabella volvió rápidamente la vista, recorriendo inquisidora el cuerpo de su marido, como


si buscara alguna herida.

-Gracias Lizet- dijo Thomas hacia la muchacha quien inmediatamente se puso de pie de la
silla donde se encontraba y se inclinó.

-Mi señor- con eso dicho, salió de la habitación, dejándolos solos.

Annabella permaneció parada en el lugar, con una mano sobre su pecho, volviendo a
escuchar el sonido regular que se supone que ese órgano debía tener. Lo observo quitarse
las prendas que le eran un estorbo para dormir, dejando a la vista su pecho fornido. En ese
momento la miro, solo con sus pantalones puestos.

-Ven Annabella- indicó la cama donde él ya se encontraba sentado.

La joven camino hacia él y se sentó a su lado, sin mirarlo a los ojos, no atreviéndose a
enfocar aquellos azulados orbes.
-¿Qué te hicieron? - le dijo sin rodeos.

Annabella levanto rápidamente la cara, con unos ojos abiertos de par en par,
aparentemente sorprendida.

-Nada...- susurro con vergüenza.

-¿Nada? - lo dudó -No te creo.

-Es la verdad. - le dijo con inseguridad palpable.

-¿En serio? - se acercó a ella -Yo no recuerdo haberte hecho esa marca- miró directamente
a su cuello, lugar que Annabella rápidamente tapo con su mano.

-Yo...

-No estoy enojado Annabella- le toco la mejilla -Quiero ayudarte a superar esto o te pasara
lo mismo que con las armas.

La joven bajó su cabeza y fijo la vista en algún punto en la lejanía.

-Dime que te hicieron- volvió a decirle.

-Me besaron. - contestó después de un largo silencio.

-Dónde.
Annabella lo miró furtivamente y después se enfocó nuevamente en algún punto.

-Aquí- tocó su cuello en el lugar que Thomas ya había visto.

Su esposo sin pensarlo, se acercó a ella y colocó un beso en el lugar, causando un


escalofrió en el cuerpo de la joven.

-¿Dónde más? - la observo en medio de su sorpresa. La cara enrojecida de su esposa no


tenía comparativos. -¿Aquí? - le pregunto mientras besaba su mejilla detenidamente. -
Supongo que aquí también- bajo su camisón descubriendo uno de sus hombros y besando
el lugar.

Con la acción pasada, había descubierto un punto en el que realmente la habían besado,
una marca debajo de la clavícula era el indicio que necesitaba. La verdad era que lo ponía
furioso lo que le habían hecho, pero por una vez en su vida dejo de lado todo lo
concerniente a él y se concentró en su esposa.

Thomas bajó el camisón de ambos hombros, descubriendo por completo su cuello, hombros
y su clavícula, solo manteniendo protegido el pecho. Annabella sintió como su esposo
también besó esa parte donde el otro hombre le había causado dolor para formar esa
marca. Thomas recorrió de regreso su clavícula, sus hombros y su cuello, logrando sacar
suspiros de su esposa, unos que intentaba retener en su boca.

El conde tomo de la cara a su esposa y la unió a él, en un beso que robaba el aire y el
corazón de la joven. Thomas coloco sus manos sobre la cintura de su esposa, incitándola a
que se acercara a él. Annabella lo hizo, segada ante el más puro deseo, se acercó a su
esposo de tal forma que casi estaba sobre sus piernas. Fue capaz de sentir como las
manos de Thomas no se detenían en su cintura, sino que lentamente subieron hasta la
parte alta de su espalda, la cual estaba desnuda, y lánguidamente bajaba el camisón,
descubriendo el resto de su cuerpo. Annabella corto aquel beso que le dejaba sin uso de
razón y agachó la cabeza, logrando ver que su torso estaba desnudo, sus brazos actuaron
instantáneamente y la cubrieron, marcando un sonrojo en todo su cuerpo.

Su esposo simplemente rio y la acerco nuevamente, no importándole que los brazos de


Annabella le fueran un obstáculo, continúo besando sus hombros y su cuello con devoción y
ternura, avanzando lentamente hasta sus labios entreabiertos, lo que le facilitó tomarlos en
su posesión. La joven, presa de un sentimiento desconocido, no pudo más que abrazarse al
cuello de su esposo, desprotegiéndose ante él.

Thomas la recostó sobre la cama, tumbándose sobre ella parcialmente, sosteniéndose


sobre sus codos para no dejar caer por completo su peso sobre ella.

Poco a poco, se iba abriendo camino en la inocencia de su joven esposa. Llego el momento
en el que estaba completamente desnuda bajo él, pero Annabella apenas y se daba cuenta,
ella se encontraba en un mundo mágico en el que nada la atemorizaba. Hasta que llegó el
punto en el que su esposo también se deshizo de la única prenda que los separaba.

En ese momento llegaron todos los pensamientos negativos de golpe, el miedo, pudor y la
vergüenza se entremezclaron en su corazón, había permitido mucho, ahora su esposo
estaba sobre su cuerpo totalmente desnudo al igual que el de él... comenzó a temblar y
corto un beso pasional en el que Thomas estaba sumergido.

-¿Qué pasa? - le beso la mejilla repetidas veces-Tranquila Annabella, no intento hacerte


daño.

-Pero...- aparto la mirada -No entiendo... creo que... no sé, mejor...

-¿Acaso te desagrada algo? - la joven negó rápidamente, sería mentira que dijera lo
contrario, en realidad, se sentía cada vez más viva cuando él la besaba, cuando sus fuertes
manos se paseaban con suavidad sobre su cuerpo, provocando suspiros y gemidos que ella
simplemente no podía controlar. Esa extraña sensación que la hacía retorcerse no la dejaba
tranquila, y solo se atrevía a pensar que lo que hacían era algo malo, que tal vez no era
correcto.

-Tengo miedo- susurro tan despacio que ni siquiera estaba segura que su esposo la alcanzó
a oír.

Thomas sonrió con ternura y acaricio su rostro con su dedo, entreabriendo su boca para
tomarla en un furtivo beso que Annabella permitió.

-¿Nadie te dijo nada verdad? - pregunto con cariño, volviendo a besar sus labios.

-¿De qué? - se movió incomoda debajo de él.

-De la convivencia de un matrimonio, Annabella, esto es normal- Thomas sonrió <más bien
lo anormal era que no hubiera pasado antes>
-¿De verdad? - lo miro con dudas, pensando que su esposo la llegaría a engañar con tal de
hacer lo que quería.

-Te diré algo- le dijo en una sonrisa mientras se acercaba a su oído -Esa conversación que
escuchaste entre las francesas- le dijo susurrante -Es justamente de esto de lo que
hablaban.

-Entonces...- lo miro cuando se separó de ella -Esto es...

-Te estoy haciendo el amor.

Annabella se sonrojo por dos motivos en específico. El primero era obviamente el descaro
con el que esas mujeres hablaban de un tema tan privado; y el segundo, que no supiera
nada de eso y Thomas pensara que era una tonta.

-Lo siento...- dijo azorada -Yo no sabía que... bueno...

Thomas tomó sus labios nuevamente, silenciando toda disculpa que no entraba en el tema,
en todo caso, el culpable era él. Y en ese momento se arrepentía profundamente de
haberse negado durante tanto tiempo a sus derechos maritales, no se había dado cuenta al
estar cegado por su orgullo, pero en verdad deseaba a su esposa, y quería que ella lo
hiciera también.

-Ya no te disculpes, nunca lo hagas- le dijo entre besos -Aunque este enojado o grite, no
quiero que vuelvas a bajar la cabeza, ¿Entiendes?

-Thomas... yo... no sé qué hacer- sincero sus temores, ella no sabía nada de lo que estaban
haciendo, por alguna razón, sus parientes habían decidido mejor mantenerla en la
ignorancia.

-Tranquila- retomo sus labios -Déjate llevar.

Y así lo hizo, Annabella permitió que Thomas manejara su cuerpo a su antojo, que la
besase donde quisiera, que le susurrara palabras dulces, que le diera indicaciones. Y ella
no podía sentirse más feliz, realmente era una sensación agradable, pero parecía que cada
vez incrementaba en vez de menguar, era algo inalcanzable hasta que Thomas hizo algo
diferente. Un movimiento que provocó que Annabella se retorciera e intentara alejarse.

-Sshh- susurro Thomas -No te muevas Annabella.

-Me lastimas- lo abrazó intentando contener las lágrimas y sus movimientos de protesta.

-Lo sé- le dijo con una voz enronquecida -Solo es un momento, si te mueves solo te harás
daño.
Annabella cerro sus ojos con fuerza y lo abrazó, enterrándole las uñas en la espada para
menguar su dolor. Se quedaron así unos instantes abrazados, escuchando las palabras que
Thomas le dirigía, y los besos que le daba... hasta que la joven olvidó por que lloraba.

Junto con su esposo, se dio cuenta de que aquello que le parecía inalcanzable, podía llegar
a sus manos, acogiéndola en una nube de excitación que la llevaba a lo más alto de la
felicidad y la regresaba a su cama, junto a su esposo, el cual sentía que amaba aún más.

Thomas permitió que Annabella durmiera entre sus brazos. No podía más que observarla,
su cuerpo delgado y voluptuoso en las zonas correctas, estaba completamente pegado a él.
Hablarle hecho el amor había sido una de las sensaciones más diferentes con las que se
hubiese encontrado. Primeramente, por llamar así el acto sexual. Thomas jamás le había
dicho a una mujer que le hacia el amor, es más, ni siquiera lo pensaba. Para él eran
relaciones íntimas con mujeres que más bien se le proponían a él, de las cuales prescindía
después de un tiempo. Por alguna razón con su esposa había sido diferente, ninguna de las
sensaciones fue igual a las otras veces que estuvo con mujeres.

Se sentía extraño hasta dormir con ella después de eso, Thomas Hamilton era un
conquistador de una sola noche, detestaba el oDioso encariñamiento que las mujeres
desarrollaban si se acostaba más de una vez con ellas. Por lo cual, en cuanto se sentía
descansado, abandonaba la cama de la mujer con la que yacía y se marchaba.

Esa era la condición que siempre ponía si una mujer se le proponía. Y extrañamente todas
lo aceptaban. Se imaginó el siquiera proponérselo a Annabella, seguramente le daría una
bofetada y se iría corriendo de la habitación. Como aquella vez en el barco.

Sonrió al ver a la misma joven durmiendo como un ángel sobre su pecho, abrazada
fuertemente a él como si temiera que se fuera de su lado, Thomas recorrió su espalda
lentamente causando que la suave piel se erizara ante la caricia y una sonrisa dulce se
dibujara en aquellos labios que ahora eran tan suyos.

Lo que no comprendía aun, era que no podría alejarse de ella jamás... quizá Annabella aun
fuera inconsciente de eso, tal vez, ni siquiera él fuera consciente de ello.

El sol brillaba de una manera agradable, entrando lentamente por la ventana de aquella
habitación de hotel en la que una joven castaña yacía recostada, sumida en los
maravillosos sueños.

Annabella se estiro sobre la cama, se sentía extrañamente cansada a pesar de estar


levantándose, pero, al mismo tiempo, una sensación de satisfacción la invadió y provoco
una sonrisa en su rostro. Con un movimiento de su brazo, pasó su mano hacia el lado
donde se supondría que Thomas estaría dormido. Se sentó rápidamente en la cama cuando
se dio cuenta que estaba sola, sosteniendo la sabana a la altura de su pecho al sentir su
indefensa condición. Escudriño la habitación en busca de la presencia de cierto caballero,
pero era obvio que él no se encontraba ahí.

Al ser cada vez más consciente de su desnudez. Annabella busco su ropa, pero por alguna
razón, su camisón había desaparecido de la habitación, y lo único que encontró fue la
camisa de Thomas, se estiró un poco para alcanzarla, sintiendo una pequeña molestia en
algunos musculos que antes eran desconocidos para ella, se sonrojo sobremanera al
recordar lo sucedido la noche anterior, y comenzó poner la prenda sobre sus brazos.

Justo cuando acaba de abotonarla, su esposo entro por la puerta de la habitación, en las
manos tenía un vaso de cristal con alguna sustancia sospechosa y desagradable. Annabella
sonrió tan solo verlo y se cruzó de piernas sobre la cama, esperando a que se sentara a su
lado.

Thomas lo hizo, besando fugazmente los labios de su esposa para después entregarle el
vaso.

-Gracias, ¿Qué es? - preguntó al ver el extraño color de la sustancia.

Thomas resbalo su brazo hasta colocar su codo sobre el colchón y mirar a su esposa desde
esa postura.

-Es para que alivie un poco el malestar- acaricio su pierna semi desnuda, un poco cubierta
por su camisa y la sabana-¿Cómo te sientes?

-Extraña- sonrió la joven -Pero bien.

-Tómatelo- indicó con suavidad.

La joven hizo gestos giratorios con el vaso, revolviendo su contenido verdoso y


escalofriante. Fijó la vista en los ojos de su esposo, esperando a que le dijera que si
gustaba podía no tomársela, pero Thomas simplemente arqueó las cejas esperando a que
lo hiciera.

-¿Sabe mal? - preguntó la joven.

-Terrible, aunque nunca lo he tomado- sonrió Thomas.

Annabella hizo una mueca de asco y se empinó la sustancia desagradable, y sabía aun
peor. Tuvo que hacer un esfuerzo para no devolver el contenido, solo gracias a que Thomas
metió una fresa dentro de su boca, logro sobrellevar el sabor.

-No quiero volverlo a tomar- le dio el vaso a su esposo con una cara de asco.

-No te preocupes- sonrió burlón- Solo puedes entregarme tu castidad una vez.
Annabella se sonrojo ante esas palabras y lo miro en advertencia, indicándole que no
continuara. Él simplemente rio ante la mirada de su esposa y en un movimiento rápido la
tenía bajo su cuerpo, besando sus mejillas y su cuello.

-Thomas, puede venir Lizet - le advirtió, aceptando que besara sus labios en toques furtivos
y sonoros.

-Tocará.

Pero la joven seguía poniendo resistencia, aunque era mínima, su esposo comenzaba a
divertirse con el pudor que ella mantenía, sobre todo, al notar que ella portaba una prenda
que casualmente a él le faltaba.

-¡No! - gritó la joven al notar que su esposo comenzaba a hacerle cosquillas, provocándole
una risa alta y melódica -¡No Thomas! ¡Por favor! - suplicó entre risas, levantándose de la
cama para ir a cambiarse.

-Annabella- la llamó cuando ella caminaba hacia su valija para comenzar a cambiarse. -
Necesito esa camisa.

La joven levanto una ceja, sin recordar que tenía puesta la camisa de su esposo, Thomas le
indicó con una mano para que se acercara a él, quien comenzaba a sentarse en el borde de
la cama. Cuando Annabella estuvo a unos pasos de la cama, Thomas la acercó, subiendo
lentamente sus manos desde sus muslos hasta su cintura. Después, elevo la mano hasta el
primer botón, que estaba justo debajo del cuello de la joven.

-Te la devolveré en un momento- Annabella le tomó las manos para que no continuara
desabrochando.

-No. La quiero ahora- dictaminó el hombre, continuando con su labor de quitar su camisa de
los hombros de su esposa.

Se puso de pie y la presionó contra él, apreciando el rojizo color de sus mejillas y su
alterada respiración. Inclinó su cabeza y tomo los labios carnosos de su esposa,
deleitándose con el dulce sabor de sus labios, abriendo su boca para que su lengua tuviera
acceso absoluto. Annabella, aun bastante inexperta en todo eso, se sostuvo de los hombros
de su esposo, buscando tener control sobre sus piernas e intentando seguir el beso
demandante que Thomas le proponía.

Annabella resintió cuando los labios de él se separaron, dejándole la necesidad de seguir


presionando sus labios contra los suyos.

-Ve a cambiarte- le dijo de pronto más serio.


Ella simplemente asintió varias veces, ansiando no separarse de él, pero cuando Thomas
simplemente bajo sus brazos que antes se posaban en sus caderas, Annabella entendió
que no podía exigirle nada más y fue a ponerse ella misma el corsee y su ropa.

Después de terminar de arreglarse, aparto sus ojos del espejo del tocador y volvió la mirada
hacia su esposo. Thomas estaba recostado sobre la cama, con la mirada perdida en el
techo, aparentemente pensando en algo que lograba mantenerlo distraído.

Annabella camino entre los muebles de la hermosa habitación y se sentó a su lado,


observándolo por largo rato, paseando sus dedos por el rostro de su esposo, acariciando
sus mejillas, su nariz y sus labios, esperando a que le pusiera atención. Thomas por su
parte, ni siquiera hacia a un lado la mano que su esposa paseaba por su cara, aunque le
incomodaba sobremanera que se la acariciara debido a la sensación desagradable de sentir
escalofríos.

-¿Saldrás conmigo hoy? - le preguntó la joven con vergüenza. -Nos quedan todavía algunos
días en París y...

Thomas giró su cabeza hacía ella, mostrando un semblante serio y que la hizo tragarse el
resto de sus palabras. Tal parecía que su actitud cambio nuevamente, y volvía a ser el
hombre cortante que ella conocía tan bien.

Se apartó de él. Buscando no incordiarlo para que se enojara con ella por alguna razón
desconocida. La joven se dirigió nuevamente al tocador y coloco unas gotitas de perfume
sobre su cuello. Fue bastante consciente cuando Thomas se levantó de la cama y comenzó
a vestirse. No preguntó nada, tal vez se iría y era mejor que no le hiciera preguntas que solo
provocarían una pelea... y pensar que hace unas horas todo parecía estar perfecto.

Annabella suspiro sin dejar que esa actitud cambiante la afectara, era feliz, se sentía
extrañamente complacida y de alguna forma, completa. Atoró el sombrero que llevaría con
pasadores y colocó sus guantes, no se quedaría encerrada, si Thomas pensaba salir, ella
también lo haría.

La joven se puso de pie con actitud resuelta y se dirigió hacia la puerta, sin dirigirle ni una
mirada a su esposo.

-Espera- la detuvo la voz de Thomas -Te acompañare.

Annabella soltó el picaporte y lo miró con una cara dudosa, que ella supiera, Thomas no era
fanático de caminar, al menos, no con ella. Pero al verlo tan decidido y, si él mismo se lo
había pedido, no pondría ninguna oposición.
Ese día, Annabella planeaba ir de compras, Lizet no tenía vestidos que fueran para de
dama de compañía, por lo tanto, muchos de sus antiguos modelos se los pasaba a ella,
excepto, por supuesto, los que Giorgiana había hecho, para su desgracia, solo había traído
dos de aquellos ejemplares innovadores y hermosos, los demás eran algunos que tenía
desde hace tiempo y no le costaba nada regalárselos a la pobre de Lizet quien siempre se
mostraba feliz cuando la obligaba a usar uno nuevo.

Thomas la ayudó a bajar de la carroza, siendo consciente de la felicidad en la cara de su


esposa, claro que él no podía decir lo mismo, apenas se daba cuenta que Annabella había
indicado al mozo el peor lugar donde puedes llevar a un hombre. De compras.

La joven rápidamente se entusiasmó al estar en una ciudad donde la moda era algo
esencial, muchísimas mujeres caminaban por la acera bajo las hermosas sombrillas que las
cubrían del sol, los mozos iban detrás de ellas con un montón de paquetes de compras y las
tiendas tenían un aspecto encantador y atrayente.

Sin pensar demasiado lo que hacía, Annabella tomó la mano de su esposo, arrastrándolo
hacia la primera tienda en la que él sufriría. Ambos entraron, Annabella perdiéndose
rápidamente de vista, mientras que Thomas, al ser el único varón en el lugar, llamo la
atención en seguida. Además de que era un hombre apuesto, y las miradas de las jóvenes y
de las no tan joven mujeres se posaban continuamente sobre él.

El hombre suspiró y se recargó en una pequeña mesa, esperando a que su esposa le


encontrara, no creyó que le fuera difícil, debido a que era tremendamente alto y, sobre todo,
porque resaltaba entre los vestidos.

Mientras esperaba, los pensamientos de Thomas rápidamente lo reclamaron. Unos


turbulentos y desconsolantes que lo dejaban confuso entre las dos sensaciones que su
esposa le proporcionaba. Por un lado, el estar con ella le daba una paz increíble, la
necesitaba, de eso estaba seguro, el solo hecho de perderla le causaba un malestar; pero,
por otra parte, su orgullo y aquello que tanto ansiaba esconder le golpeaban la cabeza
constantemente, cuando la besaba, o la abrazaba. Siempre. Era un recordatorio de por qué
había decidido no enamorarse, la razón por la que Annabella era la última mujer de la que
quedaría prendado. Su madre...

-Disculpe señor- le llamaron, sacándolo de sus pensamientos -¿Podría ayudarme? -


pregunto de pronto una jovencita de unos dieciseis años.

-¿Qué desea? - preguntó, intentando no sonar brusco.

-Quisiera que eligiera un vestido por mi- le dijo con presunción remarcada.

-¿Por qué habría de hacer eso? - dijo el hombre totalmente asqueado que desde tan
temprana edad las mujeres solo buscaran al mejor postor. Al nivel de no importarles ir ellas
mismas a proponerse.

-Porque es usted un caballero ¿No señor? - le dijo otra joven acercándose por detrás.
-Sí, si no, ¿Qué haría un hombre como usted aquí?

-Tal vez busque una dama que le acompañe - le dijo otra mujer de edad más avanzada.

El conde se había mantenido en silencio, con la mirada sobre las cabezas de las mujeres
que apenas le llegaban al pecho, buscando a la culpable de que lo estuvieran irritando de
esa manera.

-Disculpen- se abrió paso Annabella entre el tumulto de gente que rodeaba a Thomas, sin
comprender la situación en la que se encontraba. -Thomas, tienes que ver esto.

El hombre bendijo al cielo, no se le había ocurrido que su esposa pudiera estar intentando
llegar a él, y cuando lo tomó de la mano, la detuvo.

-Preferiría esperarte afuera- le dijo.

-¿En serio? ¿Por qué? - Thomas la miro con escepticismo y volvió sus ojos hacia las
mujeres que seguían a su alrededor, no podía creer que su mujer fuera tan distraída. Negó
varias veces no queriendo creer eso y le dijo:

-Compra lo que quieras, ¿está bien? - la joven asintió varias veces como si le diera lo
mismo que él estuviera dentro o fuera de la tienda.

-Bien- se inclinó de hombros besando rápidamente los labios de su esposo e internándose


nuevamente en la tienda.

Cuando Thomas salió en busca del esperado suspiro, no fue capaz de medir su suerte. Ahí,
apenas a unos metros, se encontraba el tal Alexander Barcuad, el bastardo que había
planificado el secuestro de su esposa. Aquella noche cuando salió a buscarlo, el muy
cobarde había logrado escapar, aparentemente, el rumor del asalto a uno de los más
prestigiosos hoteles de París se había corrido con presura, a pesar de que sucedió en la
noche. Aunque había la posibilidad de que Barcuad tuviera un informante cerca por si algo
salía mal, y vaya que sí había sido.

Thomas Hamilton no era un hombre que perdonara con rapidez, así que cuando ese
hombre se dejó ver ante sus ojos, no había podido evitar caminar con paso decidido hacia
él, atemorizando a la población con esa fiera mirada y el aura peligrosa que emanaba.

En ese momento Alex Barcuad volvió la cabeza, como si la amenaza inminente en la que se
encontraba le llamara por la espalda. Ante las aparentes ganas de asesinato que el conde
remarcaba en cada una de sus acciones. Aquel amedrentado lord no pudo más que dar
unos pasos hacia atrás e intentar correr, desafortunadamente no conto que la joven que
hace un momento cortejaba estuviera justo atrás de él, impidiéndole su huida al caer sobre
ella.

Thomas llego hasta el desastre antes de que el cobarde pudiera huir, tomándolo con fuerza
de su camisa levantándolo desde el piso y pegarlo fuertemente contra una pared.
-Eres un maldito bastardo- aporreo su espalda nuevamente con la pared -Te atreviste a
todo eso- le dijo con seguridad -Te mataré.

-¡Ey Thomas tranquilízate! - Alex posiciono sus manos sobre los brazos de Thomas,
intentando de esa forma no asfixiarse con su misma camisa. - No iras a matarme en frente
de toda esta gente.

-Me importa poco lo que toda esta gente pueda decir- le dijo con furia marcada en cada
palaba.

Alex echo una mirada alrededor, donde muchas de las mujeres se habían detenido para ver
lo que sucedía, y algunos hombres se acercaban para separarles. Pero eso no detendría a
Thomas Hamilton, ese hombre era respetado hasta en Francia, se lo había ganado a pulso,
así que su única salvación era precisamente una hermosa castaña que se acercaba a trote
hacia ellos.

-¿Y qué me dices de tu esposa? - pregunto Alex con persuasión -No querrás que se entere
demasiado rápido de lo que eres en verdad... ¿Cierto?

-Thomas...- le hablo su esposa un tanto ofuscada por la corrida que no conjugaba nada bien
con el corsee -¿Qué pasa?

-Nada- golpeo a Barcuad contra la pared una vez más y lo dejo caer dolorido al piso.

Annabella abrió los ojos al reconocer al hombre que yacía en el suelo, completamente
lánguido, recordándole así la fuerza que Thomas podía llegar a tener si lo hacías enojar lo
suficiente.

-Vámonos- la tomó de la cintura y le dio la vuelta para volver a la tienda que su esposa
había abandonado alterada -¿Compraste lo que querías?

-S-Sí- le dijo en un murmullo.

-Bien, regresemos al hotel.

Annabella no hablo el resto del camino hacia el hotel, no hizo preguntas ni le dijo algún
comentario. Estaba anonadada por el altercado de esa tarde, al parecer Thomas seguía
molesto por lo que Lord Barcuad hacía, aunque en ninguna de las pasadas ocasiones había
visto en los ojos de su esposo lo que vio en ese momento de furia. En aquel instante, no
pudo evitar sentir un escalofrió aterrante y dar un paso hacia atrás. Si creía que conocía a
Thomas, nuevamente podía decir que era mentira, no lo conocía nada. Sobre todo, porque
le ocultaba gran parte de las cosas, y lo que estaba al corriente era solo porque lo
descubría, no le tenía confianza y eso era obvio.

CAP 18
París había sido grandioso, ahora Annabella entendía por que la excitación de todo el
mundo cuando se hablaba de esa ciudad, y es que no había comparativos, tenía un aura
que te hacia desear quedarte siempre; no sabía si se debía a sus hermosos caminos, o los
glamurosos hoteles, las alucinantes tiendas de moda, la excéntrica gente que se paseaba
alegre por la calle y era amigable con los extranjeros.

En París, todo era un sueño en donde se creía que se podría en realidad, la famosa ciudad
del amor era ahora una hermosa experiencia en los recuerdos de Annabella, y podía jurar
que había funcionado con su matrimonio. Ahora podían asegurar que eran marido y mujer.

Tras casi un mes en la perfecta Francia, visitando los lugares más hermosos, como lo era la
iglesia de Notre Dame, Sainte Chapelle o Montmartre; visitaron cementerios que tenían a
los grandes personajes del país, los mejores restaurantes, jardines con flores de todos los
colores, visitado a cada noble que los invitaba a sus bellas moradas, en realidad había
obligado a Thomas a acompañarle a todos los sitios que la gente parisina le recomendaba...

Y ahora, por fin llegaban a su nuevo destino, el cual era completamente diferente a su viaje
por París o cualquier otro lugar que conociese.

Italia era muy diferente a Francia, en aquel recinto del mundo, se podía contemplar la
majestuosidad de los imperios, el poder que los hombres habían llegado a obtener, era un
lugar con tanta historia que Annabella se avergonzó de no conocerla en su totalidad.

Su primera parada seria en la hermosa Florencia, Annabella estaba extasiada con aquella
bellísima ciudad, le fascinaba las estructuras de las casas, los adoquinados senderos, los
olores suaves, el cantar de las aves, las enormes iglesias. Tal vez no fuera París, pero era
igual de sorprendente. Solo que Florencia tenía ese estilo antiguo y reservado que al
parecer los citadinos apreciaban.

-Todo es tan hermoso- sonrió Annabella caminando por una de las calles que dirigían al
famoso puente Vecchio que atravesaba el río Arno. -¡No puedo creerlo! ¡Parece mágico!
-Annabella no te bajes de la acera por favor- indicó su esposo al ver que, en medio de su
asombro, a su esposa no le importaba ser atropellada por un carruaje, caballo o carreta.

-¡Me encanta! - le ignoro un poco, tomando su brazo para que la guiara.

-Si no te fijas en lo que haces, no te sacaré de nuevo- le advirtió con una sonrisa, tomando
su mano para que no se soltara de nuevo.

La joven hizo una mueca graciosa que mostraba su total indiferencia ante las palabras de
su esposo y continúo expresando su entusiasmo por la ciudad durante el resto del camino.

Cuando al fin estuvieron sobre el puente, donde las góndolas pasaban por debajo de los
arcos de la construcción, viajando a un lugar incierto de la ciudad con sus mercancías a
disposición, siendo llevadas por dos fuertes brazos que se apañaban con el remo que
impulsaba la barca sobre aquel río.

Annabella recargo sus codos sobre la estructura de piedra, admirando como el sol se metía,
casi se podía decir que se escondía detrás del agua, dando su reflejo naranjos y deforme
sobre el agua ondulante.

-Es hermoso- suspiro la joven -¿Has venido aquí muchas veces? - miró a su esposo de
soslayo.

-No tantas- se acercó a ella por detrás y pasó sus brazos por su cintura, estrechándola
contra su pecho.

-¿Qué lugar te gusta de Italia entonces? - sonrió Annabella, posicionando sus manos sobre
el agarre que Thomas mantenía en ella.

El hombre levantó la vista hacia el cielo como si se lo pensara por un momento.


-Roma- asintió -Es mi lugar favorito.

-¿En serio? - se giró entre sus brazos -¿Por qué?

-Bueno, tiene mucha historia, me encanta todo lo concerniente a esa ciudad, su cultura, y su
arte - la acogió en la nueva postura -Pero Venecia es hermosa también, Además, hay una
fiesta espectacular que los romanos clasifican como el tiempo de carnaval, hay
mascaradas, música y toda la población se encuentra en la calle, san nobles o plebeyos.

-Entonces, en realidad te gustaba la fiesta- arqueo la ceja.

-Bueno sí- aceptó -pero la ciudad en hermosa también.

Annabella entrecerró los ojos y negó varias veces, con una sonrisa juguetona acompañando
ese pequeño reproche.

-Claro- le dijo con sarcasmo.

-Pero ahora llevo a mi esposa-comprendió el punto de la joven.

-Así es, llevas esposa- se mofo la joven, tomando despreocupadamente las solapas del
saco de su esposo, como una advertencia y posesión, sacando una sonrisa deslumbrante
de su esposo.

En momentos como aquellos, Annabella disfrutaba al máximo a Thomas, en donde él se


comportaba amable, incluso cariñoso. Duraba un tiempo en ese estado, en el que parecía
disfrutar de la vida con ella y hasta aceptaba acompañarla a donde quisiera. Pero después,
como si recordara algo, volvía a su estado apático y cortante, recordando a Annabella que
le escondía algo... una cosa en específico que lo atormentaba y obligaba a alejarse de ella.

-¡Mira a quien me he encontrado! - dijo una voz alegre a sus espaldas.

La pareja regresó rápidamente la mirada al darse cuenta de que les hablaban a ellos.
Annabella se cubrió la boca por la impresión y se soltó de Thomas para ir y abrazar a su
querida prima.

-¡Giorgiana! - sonrió la joven entre sus brazos -¡¿qué haces aquí?!

La joven y soltera mujer la alejo de su cuerpo y la miro como si se hubiese vuelto loca.

-¿En serio? ¿Por qué otra razón vendría? - frunció el ceño, esperando a que su prima
contestara la obvia pregunta.
-Claro, trabajo- contesto Annabella.

-¡Claro que no tonta! - se burló la joven -¡El carnaval! - exclamo -Es tan obvio que creí que
lo sabrías, Venecia es la gloria de la fiesta por estas fechas.

-Dios mío Giorgiana, eres una calamidad- negó la joven con aquella sonrisa franca.

-Lo sé- se inclinó de hombros -Por cierto, hola guapo- saludo a Thomas desde lejos,
indicándole que era momento de acercarse, aunque en realidad no quería.

-Lady Charpentier- se inclinó ante ella.

-Hay Dios, no tantas formalidades niño bonito- le quitó importancia. -Solo Giorgiana, o mejor
solo G.

-¿G? - reitero Annabella -Desde cuándo te llamamos G.

-Desde que me di cuenta de que mi nombre es largo, y en cada país lo pronuncian


diferente- fingió un escalofrió. -Pero díganme, ¿Qué harán esta noche?

-Iremos a la opera- dijo Thomas.

-Vaya, iré también- asintió la joven rebuscando algo en su pequeño bolcito que colgaba en
su brazo -Nos veremos entonces, y supongo que en la recepción también. - les dijo
distraída mientras sonreía hacia un pequeño reloj, que parecía era lo que estaba buscando.

-Sí- afirmó la castaña.

-Molto bene, fino a notte.- dijo Giorgiana en un perfecto italiano, con todo y su acento.

Annabella siguió la corrida de su prima, al parecer tenía prisa y se detuvo solo a saludar,
aunque dijo que no estaba ahí por trabajo, la joven castaña sabía que Giorgiana nunca
desperdiciaba un viaje en solo placer, sino que siempre pensaba en cosas nuevas para
poner en marcha, a veces, le gustaría poder meterse en su cabeza para ver qué era lo que
había en ella.

-Parece una mujer que ha experimentado mucho- Thomas se cruzó de brazos detrás de
ella.

-Oh, si, solo espero que algún día logren que se quede cerca por más tiempo, a veces
desaparece por meses y de la nada, llega con telas de la India.
-Es interesante- le ofreció su brazo -Es la primera Bermont que veo totalmente fuera del
confort de una bonita casa a la espera de un marido.

Ante el comentario ácido, Annabella pudo prever que su tiempo de cordialidad y cariño
había terminado, por alguna razón, si de alguna forma se atrevían a recordarle a su esposo
de su procedencia, todo cambiaba, actuaba nuevamente como si fueran un par de extraños.

A pesar de que todas las noches ella sentía su presencia y sus brazos, al mismo tiempo
sabía que estaba tan alejado, que podrían estar en dos mundos totalmente diferentes.
Suspiró frustrada, la ópera era a las ocho en punto, tendría que estar lista para lo que se
enfrentaría, sobre todo porque cierta mujer estaría también, Giorgiana nunca había sido...
tranquila, sería mejor mantener a su esposo y a su prima lo más separados posible.

En Florencia, había tres cosas que no podías perderte: la arquitectura, las esculturas y
museos, y claro, la ópera. Se dice que los antiguos dramaturgos florentinos intentaron
reanimar el teatro original griego, que estaba perdiendo apogeo, por lo tanto, un círculo de
artistas y profesores llamados la Camerata Florentina, todos en torno al conde Giovanni
Bardi restauraron el hermoso arte.

Esa noche, por lo cual, Thomas le había concedido asistir a una de esas famosas óperas, la
famosa Eurídice estaría dando gala ese año, recordando que fue una de las primeras obras
en mantenerse en supervivencia.

-Señora, le agradezco que me lleve- le dijo emocionada la joven que ahora era su dama de
compañía.

Lizet no era una doncella normal, había sido educada fuertemente para ser una mujer que
pudiese acompañar a la alta sociedad, pero, debido a la escasez de trabajo, solo había
logrado el puesto de doncella, a pesar de su capacidad para algo mucho superior. Pero
ahora, gracias a que la adorable castaña había llegado a su vida, podía ejercer todo lo que
le había enseñado su madre desde que era una niña.

-Hay por Dios Lizet, es solo una ópera- le quito relevancia la joven -Además, no me digas
señora, solo Annabella, Anna, si gustas.

-Oh, seño... digo- se corrigió -Annabella, le agradezco tanto la oportunidad de servirle de


esta forma.

-Y también puedes tutearme- sonrió la joven -Se escucha raro que mi dama de compañía
me hable de tal forma.

-Pero...

-¿Estas lista Annabella? - las interrumpió la voz de Thomas.

Ambas jóvenes se giraron hacia el recién llegado, la castaña poniéndose de pie para ir
hacia su esposo quien solo la recibió colocando sus manos en las caderas de la joven,
dejando que ella le plantara un beso.
-Sí, estamos listas- volvió los ojos hacia Lizet, quien usaba un bonito vestido que fuera de
Annabella.

-Entonces vámonos- aconsejo el hombre, acercando juguetonamente el cuerpo de su


esposa a él. Acariciando con su nariz las mejillas de Annabella.

-Thomas...- le coloco una mano en el pecho para separarlo de ella. Annabella volvió una
cara de disculpa hacia Lizet y regreso su mirada recriminatoria hacia su marido.

-¿Qué? - preguntó con una sonrisa, como si no entendiera.

-Mejor nos vamos- recomendó la joven con las mejillas sonrojadas.

-Como quieras- se inclinó de hombros, invitándola a que caminara primero.

Lizet un tanto avergonzada por encontrarse en el lugar cuando la pareja claramente


deseaba intercambiar cariño, esperó a caminar detrás de ellos. No era difícil apreciar que la
pareja estaba diferente, el amo era cada vez más atento con su señora, cariñoso inclusive,
y la joven esposa, lucia una hermosa sonrisa que revelaba los frutos de su matrimonio. A
Lizet le costaba trabajo superar el ver al hombre con el que siempre soñó, a lado de otra
mujer, que, si bien no la había escogido precisamente, parecía quererla, de entre todas las
personas con la que Lizet hubiese visto a su señor, Annabella era la única que le sacaba
sonrisas y provocaba que deseara tocarla.

Subieron a la carroza, la pareja sentada frente a Lizet, permitiendo que esta los viera
jugueteando con sus manos que se entrelazaban y soltaban repetidamente, Annabella
sonreía contenta mientras le hacía miles de preguntas a su esposo con referencia a la
ópera y sus comienzos. Su señor respondía diplomáticamente, explicándole a su mujer los
acontecimientos y precedencias de todo lo que le preguntaba.

-Mira Lizet- le llamó la atención Annabella, tocando ligeramente la rodilla de la doncella -El
teatro al que iremos esta noche- apuntó un edificio que a simple vista parecía modesto, con
una bella enredadera que caía desde el techo hasta colarse por la puerta principal -El teatro
della pergola, es hermoso ¿Verdad?

Lizet asintió, aunque ella no veía la majestuosidad de la que su señora hablaba, sin
embargo, no la contradijo y simplemente le siguió el juego. Para ella era una simple casa de
paredes cafés y tres puertas para entrar.

Los tres pasajeros de la carroza bajaron en medio del desastre que había en el exterior, la
plebe esperaba formada fuera del teatro, aguardando a que los aristócratas tomaran sus
asientos en los palcos estrictamente clasificados para la clase poderosa del país. Mientras
el resto de la población, tomaba asiento en las elegantes sillas rojas que se posicionaban
frente al escenario, llenando por completo el enorme lugar.

En la entrada, un hombre elegantemente vestido y perfumado, portaba una lista en la que


revisaba a los asistentes de aristocracia para pasarlos a su balcón asignado. Thomas estiro
el brazo para que su esposa lo tomara y camino con seguridad hacia la fila de vestidos
elegantes y trajes de gala, que avanzaba con rapidez.

-buonanotte - saludó el hombre sin mirarlos -Mi daresti il tuo nome?

-Thomas H.C.M- cuando su esposo termino de dar su nombre, el hombre que los estaba
recibiendo levanto la vista esperando un poco más que solo su nombre de pila y algunas
iniciales, pero cuando las miradas de ambos se toparon, abrió los ojos de par en par,
claramente de sorpresa.

-Es un honor tenerlo con nosotros, eccellenza- se inclinó el caballero, hablando un inglés
con acento italiano marcado. Dejándoles pasar en seguida.

Cuando se internaron en el hall del teatro, tanto Annabella como Lizet quedaron
impresionadas. Todo lo que se veía brillaba como el mismo sol. Las hermosas pilastras de
forma cilíndrica hechas puramente de un mármol coral, en medio del inmenso salón un
enorme candil iluminando el hermoso techo con adornos y el piso hecho del mismo material
que las pilastras, solo que en cuadrados de colores blancos y negros.

-Thomas- Annabella se aferró al brazo de su esposo- es hermoso. - sonrió en medio de la


ensoñación.

El hombre simplemente asintió y comenzó a intercalarse entre las parejas que paseaban
por el lugar, esperando a que las dejaran pasar a sus designados lugares en los palcos de
la nobleza. Annabella notó que mucha gente saludaba con la cabeza a su marido,
mostrando un respeto del que la joven se admiraba, ¿Qué había hecho Thomas como para
ser respetado en cada lugar que pisaba? En definitiva, no le preguntaría, pero la curiosidad
la mataba y deseaba conocer a alguien que diera referencia de ello.

-Mio caro Thomas- gritó desde lejos una hermosa mujer enfundada en un vestido rojo que
apretaba su busto ocasionando que este saliera de su escote de manera provocativa.

La mujer agarró a Thomas por los hombros y lo hizo agacharse para darle un beso furtivo
en los labios que provoco el desconcierto de Thomas y el enojo de Annabella.

-¡Hace tanto que no te veía por Italia! - sonrió la mujer -Dios mío, tienes que visitarme por lo
menos una vez.
Thomas se aclaró la garganta incómodo, y miró a su esposa, quién se mantenía con los
brazos cruzados y lo miraba expectante.

-Lady Holden- dijo Thomas con pesar, esto estaba resultando peor de lo que esperaba.

-¿Lady Holden? - se burló la mujer -Dios mío, no me decías así cuando me...

-Mi esposa- la interrumpió antes de que la conversación se tornara peor, si es que era
posible.

La mujer abrió los ojos sorprendida y miro sucesivamente a Thomas y la figura de la joven
chiquilla que se encontraba parada a su lado. Tal parecía que un poco molesta y lo
entendía, puesto que había estado hablando de... ¡vaya! Eso le pasaba por boca suelta.

-¡Dios mío! - se tocó el pecho la mujer, Annabella no le recomendaba esa acción, a menos
que deseara que los hombres se la comieran con la mirada, o tal vez era lo que quería, miro
a su esposo para ver si había causado el efecto que quería, pero Thomas solo la miraba a
ella. -No tenía ni la menor idea.

-Sí bueno, me dió gusto verte- se apresuró Thomas con la despedida, que por supuesto no
sería algo fácil.

-Oh no querido- los detuvo rápidamente -Por favor, por lo menos me gustaría saber su
nombre, no seas tan descortés.

Annabella miró con reproche a su esposo y ella misma se adelantó hacia la mujer y se
inclinó con parsimonia ante la que aparentemente había tenido una relación
particularmente íntima con su esposo.

-Annabella- se presentó ella misma, disfrutando de la cara incrédula de la mujer.

-Esmeralda...- respondió un poco confusa aquella hermosa mujer, no entendiendo el motivo


por el cual esa niña se comportaba educada después de saber lo suyo con su esposo, o
bueno, lo que había querido aparentar que hubo entre ellos.

-Bien Lady Esmeralda- sonrió la joven con encanto -Espero verla... pronto- la joven marco el
silencio, dejando en evidencia su falta de entusiasmo ante las palabras que decía
únicamente por cortesía y se dio vuelta para comenzar a subir las escaleras que la llevarían
al palco que se les asigno.

Thomas vio cómo su esposa se alejaba y se cruzó de brazos, dirigiendo su molesta mirada
hacia la mujer que estaba frente a él.

-¡Yo que iba a saber! - se quejó la mujer levantando los brazos -Pensé que era otra de tus
conquistas y me pareció divertido.

-Claro, en todo caso no te lo hubiera agradecido- arqueó la ceja -Tendré que lidiar con ella.
-Tranquilo galán, todo mundo sabe que entre nosotros nunca ha habido nada- abrió su
abanico lentamente.

-A excepción de mi esposa, que ahora piensa que me acosté contigo y tú, descaradamente
me saludas como si así fuese.

-Explícale. - le dijo redundantemente, como si fuera obvio.

-Claro loca, solo que no me creerá.

-Bueno Thommy- le dijo sorprendida -Parece que te han atrapado, me pilla desprevenida,
en verdad. Hasta te preocupa que piense mal de ti, o se enoje por algo de tu vida pasada.

-No estoy atrapado.

-Claro, ¿entonces esta discusión es por...? - arqueó la ceja.

-Eres insoportable.

-Y tú, un mentiroso- se inclinó de hombros -Pero todos tenemos nuestros defectos.

-Adiós Esmeralda.

-Adiós guapo- sonrió la mujer -Aunque... no fue mentira que siempre quise algo contigo.

Thomas se giró lentamente ante las despreocupadas palabras de la mujer.

-Sigues casada.

-Sigues siendo aburrido- le sacó la lengua.

Annabella pasó entre la gente desconocida y permitió que un mozo del teatro le abriera la
puerta que la dirigiría a su palco, con una mirada furibunda y caminar resuelto, se introdujo
en el pequeño compartimiento y camino de un lado a otro, intentando serenarse, tenía
algunos sentimientos encontrados al ver a Thomas con esa mujer, por primera vez había
experimentado lo que se denominaba celos, leyó de ellos en muchas ocasiones, pero jamás
en su vida los sintió hasta ese momento en específico.

-Annabella- la llamó Lizet repentinamente, o tal vez no era tan repentino, solo que la joven
estaba demasiado distraída como para prevenir que le hablarían de un momento a otro.

-Dios mío Lizet- se quejó la joven -Me asustaste.


-Lo siento- dijo extrañada la joven, puesto que le siguió los pasos después de que se fue de
con su esposo.

-No importa- le quitó relevancia -Dime.

-Usted es mucho más bonita- le dijo sin más.

Annabella le sonrió en complicidad y asintió, como si con eso se sintiera mucho mejor, cosa
que no era cierta, la incertidumbre aun la carcomía y aquel sentimiento de hostilidad que
jamás experimento, aun se encontraba en su interior.

-No creo que los hombres piensen eso- negó la joven con su mano sobre su vientre,
intentando respirar.

-Yo creo que mi señor si lo piensa. - le tomo las manos -Además, ningún hombre se fijaría
en alguien con tan poco gusto y que tiene que apretarse los senos de esa forma para llamar
la atención- le continúo subiendo el ánimo- si me permite decirlo, usted no necesita nada
para resaltar sus dotes naturales.

-¡Dios mío Lizet, pero que dices! - se sonrojó la joven, aunque, en el fondo, apreciaba que
ella hiciera eso para hacerla sentir mejor.

-¿Quiere que pasemos de una vez? - pregunto la joven, esperando el momento ansiado de
abrir esa cortina roja que caía en separación de la pequeña habitación y el palco en el que
verían la opera.

-Sí- concordó la joven, caminando hacia la cortina que Lizet abría para ella.

Annabella observó impactada la preciosa vista que tenían del escenario, pero también, lo
bello de cada detalle que ese teatro tenía. Adornos de oro por doquier, pilastras de mármol
rosado, cortinas de seda roja para las separaciones, la baranda estaba cubierta de un
acolchonado de terciopelo rojo y las sillas forradas en el mismo material.

-Es impresionante- Lizet se dejó caer en una silla.

Annabella por su parte, se adelantó hasta tocar la baranda del palco y observó como
lentamente el teatro se llenaba, tanto en los demás palcos, como en las sillas de la parte
inferior. Se emocionó al pensar en la bella música que escucharían dentro de unos minutos.
Siempre apreció la ópera, en realidad, cualquier tipo de música era un mero placer para
Annabella, pero ahora, era mucho más trascendental, verían la ópera, en el lugar mismo
donde se había creado, al ser una amante de la música no podía menos que estar feliz.
-¿Te gusta? - le pregunto una voz susurrante que lentamente pasaba sus manos desde su
cintura hasta posarlas en su vientre, acogiéndola en un abrazo.

-Sí- le dijo cortantemente, haciendo patente su enojo.

-Muy poca expresión para ser una amante de la ópera- Thomas la volvió hacia él con un
movimiento rápido.

La joven frunció el ceño cuando lo vio de frente y se cruzó de brazos a pesar de que la tenía
aprisionada.

-¿Te divertiste? - levantó la ceja sarcásticamente.

-¿Haciendo qué? - soltó una ligera carcajada -¿Buscándote?

-Que yo recuerde, te deje entretenido con una antigua... colega- Thomas no pasó
inadvertida la pausa de su esposa, pero en vez de intimidarlo o ponerlo nervioso,
simplemente lo hacía reír, y es que Annabella no podía resultarle amenazante, si tenía esa
pequeña carita de ángel y su nariz se arrugaba de esa forma adorable.

-¿Colega? - le dijo entre risas.

-¡Suéltame! - le exigió al notar que solo lograba que se burlara de ella.

Thomas se inclinó hasta quedar muy cerca de sus labios, mirando directamente a sus ojos.
Encontrándose con la mirada acusadora de su esposa.

-¿Y si no lo hago? - preguntó divertido.

Annabella se removió intentando quitar los brazos que la mantenían presa. Pero Thomas
solo hacía más intenso su agarre y su sonrisa seguía en su boca, disfrutando de los celos
de su esposa.

-Thomas, por favor- le dijo con esfuerzo por intentar apartarle.

-Mira pecas, no sé por qué estás tan enojada, pero si es por Esmeralda, te diré que es solo
una amiga.

-Una "amiga" muy íntima ¿No crees? - le susurro para no causar revuelo. -Espero no tener
el gusto de conocer a más de tus "amigas" y sus saludos especiales.

Esta vez Thomas no pudo evitar otra carcajada y hasta tuvo que inclinarse para dejar de
reír. El juego de palabras que su esposa empleaba era perfecto y solo demostraba lo celosa
que estaba.

-Mira, tu sabes quién era en el pasado, no puedo negarlo- aclaro el hombre -Pero yo jamás
me metería con una mujer casada, y querida, Esmeralda está casada desde hace ocho
años.
-Se ve que se conocen muy bien- volvió a su postura de brazos cruzados.

-Somos de la edad hermosa, coincidimos en varias fiestas. - Annabella se quedó callada,


intentando esclarecer su mente ¿Le creía o no?, claramente prefería creerle, pero en
realidad no lo sabía. Además, el asunto de ese saludo le daba vueltas en la cabeza.

-¿Sabes? Me ha gustado esa forma en la que te saludo- le dijo malvada, provocado que
Thomas levantara una ceja -¿Puedo hacerlo también? ¿Es algo típico de Italia?

-No me tientes Annabella- le advirtió su esposo, entendiendo que deseaba cobrárselas.

-¿De qué? - se hizo la inocente -¿Parece que es normal, o no?

Thomas le lanzó una mirada aún más amenazadora, a lo que ella solo sonrió inocentemente
y le toco varias veces el pecho, como si le informara que también sabia jugar.

-Mis señores- llamó Lizet, quien había salido del palco para dejar que ellos hablaran con
tranquilidad. - Ya va a comenzar- informó la joven.

Thomas asintió y miro a su esposa, levantando una ceja inquisidora. Annabella sabía muy
bien que si no le daba la respuesta que él esperaba, seguramente se pasarían toda la ópera
hablando de lo mismo, y Thomas seguiría burlándose de su enfado, así que prefirió acortar
las cosas y apaciguar su genio por el momento. Asintió hacia su esposo, y este
simplemente la besó y acerco una silla para que ella tomara asiento. La joven lo hizo y
aceptó los pequeños y hermosos binoculares de teatro de un hombre que los portaba en un
elegante almohadón de terciopelo rojo. En cualquier momento, comenzaría la función.

Cuando las primeras notas se introdujeron lentamente en el ambiente, la piel de Annabella


reacciono en seguida, aquella sensación agradable que la recorría cada vez que escuchaba
música o ella misma la tocaba.

El conjunto de los instrumentos musicales daba la introducción perfecta para la hermosa


voz que se elevaba y se abría paso entre los oídos de la gente. Annabella se sorprendió al
comprender que no existían clases sociales, que todos disfrutaban por igual aquel perfecto
sonido, y todos lo percibían de la misma manera.

Annabella miró a su esposo quien estaba atento hacia el frente, al ver su concentración
sonrió, alargo su mano hasta el muslo de su esposo y la dejó ahí. Thomas ante el toque,
volvió los ojos hacia su esposa quien mantenía una sonrisa preciosa mientras presionaba
los binoculares contra sus ojos para apreciar a la perfección lo que se mostraba en el
escenario. El hombre asintió conforme y tomo la mano de la joven entre las suyas,
acariciando lentamente con su pulgar la suave y pequeña mano.
Cuando los aplausos se hicieron presentes y las personas comenzaron a abandonar la
parte inferior del teatro, era el indicio de que la gala estaría por empezar, una a la que por
cierto asistirían y donde seguro encontrarían a Giorgiana.

Thomas y Annabella caminaban juntos, mientras Lizet entablaba una amena conversación
del otro lado de su señora, las cuales no se callaban ni un momento, discutiendo sobre la
opera que habían disfrutado hacía unos segundos.

-¡Anna! - escuchó la voz de su prima a la lejanía.

Giorgiana se acercaba corriendo hacia ellos. Tomando su vestido para no tropezar, junto a
ella dos caballeros con una vestimenta extraña y un caminar divertido.

-Giorgi- sonrió Annabella, abriendo los brazos para recibir el abrazo en el que Giorgiana
rápidamente la acogió.

-Dios, te ves preciosa, pero claro, yo diseñe ese vestido- sonrió complacida la joven.

-Sí, es hermoso- alabó la joven.

-Hola guapo- Giorgiana saludo a Thomas, quien se mantenía detrás de su esposa, con
aquella cara impenetrable y pensativa.

-Lady Giorgiana- se inclinó ante ella y tomó su mano para besarla.

-Ugh, no hagas eso Thommy- se quejó la mujer -No me gusta que me traten así, mejor solo
dame la mano.

Thomas negó con la cabeza y volvió a su posición original, detrás de su esposa.


Observando como los otros dos hombres al fin le daban alcance a la atolondrada prima de
su esposa.

-Mon Dieu- se quejó uno de los dos caballeros, reclinándose sobre sus rodillas como si no
tolerara sus pulmones -Mon cher G- siguió quejándose en francés.

-¿Por qué no nos esperas? - dijo el otro, prácticamente en el mismo estado que el primero,
con un marcado acento italiano.

-Porque son un par de lentos- se quejó la joven.

-No te justifica- se quejó el francés.

-¡Y nosotros que siempre te esperamos! - le recrimino el italiano.

-¡Hay por favor! - le quitó importancia Giorgiana -¡Si ven rebajas me abandonan en tres
segundos!
Y de esa sencilla forma, los tres se enrollaron en una sarta de quejas unos contra otros,
aparentemente sin tomar en cuenta que la pareja Hamilton esperaba una presentación o por
lo menos una despedida para poder retirarse.

-Emm...- dudó Annabella -Giorgi...

-¿¡Que!? - gritaron los tres, como si de pronto todos se llamaran igual.

-Oh lo siento- se adelantó la mayor de los Charpentier al ver la cara confusa de su prima. -
Les presentaré a mis amigos.

-Ah, mira, ahora si somos tus amigos- se cruzó de brazos el francés.

-Ya no empieces- Giorgiana rápidamente los mandó a callar.

-No seas grosera- le advirtió el italiano.

-¡Bien, basta ya! - se alteró Giorgiana, mirando a los dos hombres y suspirando para hacer
pasar su berrinche -Annabella, ellos son Celio y Antoine.

Los dos caballeros se adelantaron y primeramente revisaron de arriba abajo a la joven, casi
parecía que le escudriñaban hasta los pensamientos.

-¡Molto Bella! - grito el hombre llamado Celio, quien tomo los hombros de Annabella para
jalarla hacia sí y plantarle dos besos en cada mejilla.

La joven los recibió un tanto desconcertada y miro al otro hombre quien seguía juzgándola,
revisando cada detalle de su rostro y de su cuerpo sin ninguna clase de miramientos.

-Il a une belle figure- asintió el hombre y le dio un beso en cada mejilla, bastante complacido
con lo que había visto.

Lo que no comprendían era porque ese hermoso hombre los miraba de esa forma tan
amenazante, casi pareciese que deseaba golpearlos, lo cual no tenía ningún sentido,
aunque era bello, no tenía razón de enojarse.

-Chicos, él es Thomas, el esposo de mi prima- lo apunto con la palma abierta.

-¡Oh! - dijeron al mismo tiempo ambos.

-Ahora entiendo- asintió el hombre llamado Celio -¿Habla usted italiano?

-Y francés también- dijo Thomas mirando a Antoine.


-En realidad Thommy, la que debería estar preocupada debe ser Annabella, no tú-
Giorgiana levantó una ceja hacía su primo político, haciéndolo entender con esa mirada a lo
que se refería.

-¿Qué? - dijo Annabella, no entendiendo a lo que se referían.

-Sí bueno, no he venido a hablar de mí- se quejó Antoine con una vocecilla lastimera.

-¿Y quién ha dicho que hablaban de ti? - le dijo Celio.

-Ustedes dos- apuntó Giorgiana -Basta ya.

Annabella se acercó lentamente a su esposo y se alzó sobre sus puntas para susurrarle al
oído, dejando a sus tres acompañantes en espera, claro que ellos no les prestaban
atención, debido a que rápidamente se habían sumido en una nueva discusión que no tenía
ni sol ni sombra.

-¿Entiendes algo de lo que está pasando? - le preguntó curiosa, sabía que Thomas
comprendió lo que sea que Giorgiana le dijo con la mirada, pero estaba segura que no se lo
diría, al menos, no antes de que le rogara media hora.

-Mi cielo, no te preocupes por ello- sonrió.

Justo como Annabella lo esperaba, Thomas simplemente se burlaba de su ingenuidad.

-¿Por qué te encanta hacerme enojar? - se cruzó de brazos, abriendo los ojos al recordar
momentáneamente que seguía molesta.

Sonrió vengativa hacia su esposo y caminó hasta pasar ambos brazos por los de Celio y
Antoine, quienes dejaron de lado sus peleas con Giorgiana y la miraron expectantes.

-¿Vamos a la fiesta? - les pregunto sonriente.

-Vale- se inclinaron de hombros los dos chicos y se dedicaron a escoltarla hacia el salón
donde se llevaba a cabo la fiesta después del inicio de temporada de ópera.

Thomas rio disimuladamente, tapando su sonrisa con la mano para que no se viera
expuesta a los ojos curiosos que se paseaban a su alrededor. Giorgiana levantó una ceja,
primero hacia sus dos amigos y su prima, y después, a su primo político, quién parecía
divertido con la situación.

-No sabe nada ¿Cierto? - Giorgiana lo miró expectante.


-Creo que ni siquiera se le pasa por la cabeza- se burló Thomas.

-Que malo eres por no decirle - se cruzó de brazos Giorgiana -Aunque debo admitir que
quiero ver su cara cuando lo procese.

-¿Y yo soy el malo?

-Yo no soy su esposa- se inclinó de hombros la joven -Además, ¿Por qué actuó así?
Annabella no es esa clase de joven que gusta en coquetear y dar celos.

-Creo que se quiere cobrar una deuda-Thomas comenzó a escoltarla por las grandes
escaleras.

-Mala suerte que le esté saliendo así de mal- sonrió Giorgiana -Ni crea que se lo dejare
pasar señor, la ayudare para la próxima.

- No dudaré de su palabra- asintió Thomas, sintiéndose extrañamente cómodo con la


plática.

Poco a poco, su cerebro iba captando que era una Bermont, al igual que lo era su mujer,
pero, no sentía más aquellas emociones resentidas, no buscaba dañarlas, aunque algo en
su conciencia le recriminaba el estar cómodo con su compañía.

-Dígame señor- la soltera y hermosa Giorgiana le miró de lado, volcando sus hermosos ojos
azules hacia su izquierda. -¿Sabe usted de todo lo que se dice sobre un tal "uomo cattivo"?

Thomas repentinamente tragó saliva y la miro.

-Hombre perverso- le dijo -Solo sé que significa eso.

-Yo también hablo el italiano con fluidez señor- se paró en su caminar y lo enfrentó con los
brazos cruzados.

-Me alegra, sirve mucho- la esquivó al igual que su conversación.

-Se dice que sólo se sabe su nombre: Thomas. Según escuché, ha logrado mantener oculto
su apellido...- lo miró interrogante- ¿Cómo has logrado eso? - se acercó Giorgiana.

Thomas se quedó paralizado en el final de las escaleras, sus manos se juntaron en puños y
su expresión se tornó divertida, aunque no era visible para nadie. El juego, eso era algo que
su padre y él tenían en común, les gustaba ganar, fuese lo que fuese. Incluso en una
conversación, todo era un reto para ellos.

-El que nos encontráramos no es una coincidencia- se volvió hacia ella, esperando a que se
terminara de acercar -Nos seguiste hasta aquí.
Giorgiana sonrió falsamente y asintió, con un sonido la joven abrió la boca, caminando a su
alrededor, inspeccionando al famoso hombre.

-En todos lados escucho de ti, en verdad es impresionante, pero, la seguridad de mi prima
es primordial para mí- entrecerró los ojos -No sé qué tramas, ni por qué te cásate con ella,
pero te recomiendo cuidado cuando de ella se trata.

-¿Me recomiendas? - sonrió divertido y se inclinó de hombros totalmente despreocupado


ante las amenazas de su prima política -Querida Giorgiana Charpentier, hija de los
marqueses de Millentmont, la francesa rebelde que fue renegada por su familia, una joven
sin virtud que vaga por el mundo y tiene la espalda de sus padres - recitó como si lo
estuviese leyendo de un papel, dejando anonadada a la joven - yo también tengo
información tuya, así que no me vengas a intentar amenazar.

-Siempre atacando ¿No? - negó Giorgiana mientras se alejaba un poco de él, dándose
cuenta de lo peligroso que podía ser meterse con ese hombre... pero, al mismo tiempo, muy
divertido-Se dice que lo traes de nacimiento.
-Lo aprendí con los años- corrigió -Y soy bueno.

-Buscas los puntos débiles de las personas y los atacas sin dudar, muy honorable de tu
parte- dijo sarcástica.

-Solo si me provocan.

-¿Te sientes provocado?

-Te falta mucho para lograr molestarme, no suelo actuar contra mujeres, pero tú... tienes
mentalidad de un hombre.

-Me siento alagada.

-No lo hagas- sonrió, pero no mostraba ningún semblante de felicidad, sino de advertencia,
una, que normalmente era tomada con la máxima precaución, si venia de ese hombre. -Te
pone bajo las mismas condiciones.

-¿Se supone que le debería temer? - le gritó mientras veía como se alejaba de ella.

-No lo sé, usted es la que ha escuchado esos rumores de mi- se inclinó de hombros -
Debería recordar lo que dicen.

-Es usted un hombre extraño- se adelantó la joven para dar alcance al hombre que se
alejaba de ella.

-Puedo decirle lo mismo- la miro de reojo.

Annabella había entendido rápidamente de su error, actuó de esa forma frente a Thomas
para darle una cucharada de su propia medicina, pero, resulta que los dos hombres con los
que estaba no la encontraban especialmente... atractiva. Ellos tenían otra clase de gustos.
Aunque así era, no desperdicio su tiempo ni un segundo, los dos chicos eran vivaces,
alegres y entretenidos. Llevaban media hora haciéndola reír con sus críticas hacia las
pobres italianas, y eso que Celio era italiano.

-No, no, no- negó con rotundidad Antoine -¿Cómo se le ocurrió hacerse ese color de
vestido, ¡Dios mío! En que estaba pensando.

-Hay Antoine, no seas lacra, tal vez solo le gustan sobre manera las calabazas de su jardín-
ambos chicos se echaron a reír, importándoles poco ser escuchados o no.

Annabella no podía más que negar varias veces ante las tremendas burlas que dirigían a la
sociedad, temiendo lo que pudieran decir de ella cuando no estuviera, aunque, con lo poco
que los conocía, podía asegurar que eran tremendamente leales, y por alguna razón y bajo
sus propias palabras, Annabella era "un tierno caramelo de vainilla", lo cual esperaba que
fuera algo positivo.

-Anna- le tocaron repentinamente el hombro.

La joven volvió su vista hacia su prima quien le sonreía, claramente tramando algo, siempre
que su mirada tenía ese brillo, uno tenía que decidir entre dos opciones; o le preguntas y te
atienes a las consecuencias, o dejas que haga lo que quiera y te haces la sorprendida.
Annabella prefería no ser cómplice, así que simplemente sonrió de regreso, ignorando la
maquiavélica mirada de Giorgiana.

-¡Uy, pero sí parece que nuestra G tiene un plan! - dijo Antoine en cuanto la vio.

-¿Es malo? - se adelantó Celio -Dime que es malo- suplicó.

-Claro que no- les lanzó una mirada silenciadora -Nosotros no somos malvados Annie, no te
preocupes.

Annabella sinceramente lo dudaba, pero eso ya no era cosa suya, ella no podía cambiar a
esa chica, nadie podía, por lo cual, simplemente asintió y siguió el juego en el que los tres
amigos la enrollaron.

-Giorgi, por cierto ¿Dónde está Thomas? - preguntó la castaña de pronto, que ella
recordara, su esposo se había rezagado junto con su prima hace unos momentos, pero
ahora Giorgiana estaba ahí y Thomas no hacia aparición.

-Tesoro mío- sonrió Celio -Mira por allá- apuntó a un grupo de jovencitas que se
arremolinaban a su alrededor mientras él hablaba con un hombre que Anna no conocía.

-Totalmente entendible- asintió Antoine -Es un bombón, además... ¿ya vieron ese enorme
trasero?

Giorgiana se aclaró la garganta, esperando que sus dos amigos tomaran compostura y
dejaran de incomodar, pero aparentemente, Annabella ni siquiera lo había escuchado, tenía
su vista clavada en aquel circulo de mustias que se arremolinaba alrededor de su esposo,
quien tampoco hacia esfuerzos por quitárselas de encima.

-Annabella- le tocó el brazo -¿Qué harán mañana?

La joven regresó su verdosa mirada con la confusión marcada dentro de los orbes, negó
con la cabeza e hizo un movimiento con su boca.

-No sé, supongo que no tenemos nada planeado.

-Creo que Thomas saldrá en la noche- levantó la ceja -Seguramente no te llevara porque es
un poco ... diferente.

-¡Oh, pero si es un lugar tan divertido! - le quitó importancia Celio con un ademán de manos.

-El punto es...- Giorgiana calló a sus amigos con la mirada -Que podemos ir a algún lugar a
cenar.

-¿Cenar? - se quejó Antoine - Dijiste que iríamos al...

-Cenar Antoine, cenar- Giorgiana abrió los ojos de forma peligrosa.

El pobre hombre la miró sin comprender su cambio de opinión, apenas les había dicho hace
media hora que irían a un club muy famoso en Florencia y ahora cambiaba de planes
bruscamente y de mala manera. Pero... algo en los ojos de su intrépida amiga le decía que
escondía algo, así que mejor decidió seguirle la corriente.

-Ah... claro, cenar- se corrigió el francés.

-¡Si querida bombón! ¡Te invitamos! - sonrió Celio comprendiendo las indirectas de su
amiga.

Y en ese momento comprendió que su prima había planeado todo esto desde hace un buen
rato, tal vez quisiera regresarle una pedrada a Thomas, y ayudarla a ella de pasada, pero,
seguramente si hacia lo que Giorgiana pedía, solo se ganaría una buena pelea con
Thomas, ¿Valía la pena?

-Vamos Annie, di que sí.

La joven rápidamente sintió la imposición de esos tres pares de ojos que en realidad no le
estaban dejando opción alguna. Suspiro cansado, esperando no arrepentirse de su
respuesta.

-Solo si me dice que él saldrá. - de esa forma no se sentiría culpable de salir.

Giorgiana aplaudió alegre y asintió varias veces, mirando a sus amigos con satisfacción.
Thomas iría, seguramente tendría algo que resolver en ese lugar, así que la presencia de
Annabella era fundamental en su plan. Y por esto era que nadie amenazaba a Giorgiana
Charpentier, ella también era buena buscando puntos de presión, y Annabella, para lastima
de Thomas, era su punto de presión.

CAP 19

Thomas abrió la puerta de la recamara del hostal, dejando que Annabella pasara primero,
acompañada de Lizet quien ya iniciaba a desabrocharle el vestido que su esposa portaba.
Thomas por su parte, simplemente se introdujo en la habitación y fue a sentarse en un sillón
cercano al fuego, de donde alcanzaba a ver como desvestían a su esposa con todo lujo de
detalle, aunque se escudara en su libro, los ojos de Thomas volaban repentinamente hacia
el cuerpo de Annabella sin poder evitarlo, casi como una adicción.

Suspiró cansado y se deshizo del corbatín y su chaqueta de gala, sintiéndose rápidamente


reconfortado al deshacerse de la excesiva vestidura que los aristócratas se obsesionaban
en llevar, si por él fuera, solo serían necesarias unas botas, pantalones y una camisa de
algodón, con eso sería completamente feliz. Rápidamente se dio cuenta que pensar sobre
sus ropas era un desperdicio de tiempo y era mejor emplearlo en algo mucho más
importante, como era aquella platica con la revoltosa Bermont. Giorgiana Charpentier, era
una mujer compleja y con conexiones, por lo cual, Thomas no dudaba que supiera varias
cosas sobre él, pero con sus palabras, apenas y sabía lo básico, aunque en algo llevaba
razón, tenía un punto débil, Annabella, era su nueva debilidad, normalmente no lo habría
aceptado y tal vez jamás lo hiciera en voz alta, pero, dado que ella era su esposa,
claramente era un punto de presión. Era una desventaja considerable para él, sobre todo en
los lugares a donde iban, sería necesario cada vez más protección para ella.

La joven Annabella miraba intrigada a su esposo por medio del espejo del tocador, lucía
abstraído y portaba un semblante impenetrable que le ponía los nervios de punta a la
castaña. Los ojos esmeraldas de Anna se fijaron en su dama de compañía, y percibió, que
ella no estaba más cómoda con la situación, Thomas normalmente era atemorizante,
intimidante y si uno lo tenía en frente daban ganas de correr. Pero, ahora parecía peor que
en aquellas ocasiones cuando te miraba con sus penetrantes ojos azules, no sabía que
podía ser, pero hasta sus pensamientos la aterraban, y eso que no podía escucharlos.

Annabella tocó las manos de su doncella para que dejara su cabello suelto y con una
mirada silenciosa la despidió de la habitación. Lizet simplemente asintió, caminando con
sutileza, mirando detenidamente a su amo ensimismado. Antes de salir, le dirigió a
Annabella una inclinación de hombros y levanto sus manos un poco, intentando decir en
silencio que no entendía lo que sucedía. La joven simplemente asintió y se puso en pie con
una economía grácil de movimientos. Se acercó lentamente, dándose cuenta de que,
aunque caminaba frente a los ojos de Thomas, él simplemente no la miraba.

Annabella sonrió y se sentó a los pies de la silla donde Thomas se encontraba, mantenía la
misma expresión seria mientras y su larga y fuerte mano derecha se tocaba distraídamente
la incipiente barba. Al notar que ni siquiera el sentarse frente a él llamó su atención, la joven
coloco sus manos sobre una de las rodillas de su esposo y recargó su barbilla sobre ellas,
mirándolo desde esa posición.

Thomas bajó la mirada al sentir el cariño de su esposa. Sonrió levemente al encontrarse


con la dulce mirada de un ángel, sentado a sus pies, con unos ojos verdes que expresaban
la preocupación que sentía.

-¿Qué haces ahí sentada? - le acarició el cabello -Ven aquí.

Thomas se inclinó y la tomó por los brazos para ayudarla a sentarse en la misma pierna en
la que anteriormente recargaba su barbilla.

-¿Sucede algo? - preguntó la joven, jugueteando con un botón de su chaleco.

El pelinegro la miro por un largo rato, simplemente observando como su esposa se


enfocaba en desabotonar su prenda, aparentemente no deseando verle a la cara.

-No- dijo el hombre acariciando su cadera con la mano que había pasado alrededor de ella.

-Te ves distraído- le dijo en un susurro, intentando no preguntar tanto para no molestarlo.
-No es nada, no te preocupes- recostó su cabeza en el respaldo de la silla.

-Entiendo. - asintió la joven, dando por hecho que él no le contaría nada, aunque era obvio
que algo le sucedía.

Annabella intentó ponerse de pie para dirigirse a la cama, pero el brazo de Thomas la
retuvo en su lugar. La joven le dirigió una mirada confusa, y se tornó peor al ver la sonrisa
que Thomas le dedico cuando se enderezo y la acercó a él.

- ¿Qué haces? - le preguntó con tono de juego.

- Voy a la cama- contestó la joven como si fuera algo obvio.

- ¿Y por qué lo haces?

-Pensé que estabas cansado.

-No lo suficientemente cansado- sonrió petulante, tomando rápidamente sus labios,


acariciándolos lentamente en un sedante ritmo que trataba de enloquecerla.

Annabella apenas sintió cuando él se levantó de la silla, tomándola en brazos para llevarla a
la cama, donde la deposito lentamente y con movimientos agiles se posiciono sobre ella,
besando su cuello con aprensión, bajando aquel camisón que comenzaba a estorbarles,
acariciando cada tentativa parte de su cuerpo.

Thomas volvió posicionar sus labios sobre los de su esposa de forma que los movimientos
lentos comenzaron a profundizarse y convertirse en una caricia pasional e incesante.

El cuerpo de su esposa era perfecto, siempre lo pensó, incluso alguna vez se lo dijo cuando
apenas se conocían, en ese entonces, solo deseaba incordiarla, pero ahora, que ese
cuerpo era suyo, y que tenía la total libertad de recorrerlo y besarlo a su gusto, podía
asegurar que era lo más hermoso que había tocado en la vida, se sentía afortunado de ser
el único que tenía derecho a hacerlo.

Comenzó acariciando su cintura aun enfundada en el camisón que en teoría utilizaría para
dormir esa noche. Bajó lentamente hasta sus muslos para subir la delicada seda, siendo
ayudado por ella para sacar la prenda y que dejara de ser un estorbo.

Annabella, subió sus brazos hasta el cuello de Thomas jalándolo a hacia ella, tal parecía
que el poco espacio que ya había entre ellos le molestara. Thomas simplemente accedió,
sonriendo entre los besos que le daba ante la acción anterior de su esposa. La ayudo a
sentar para terminar de sacar el camisón y permitió que se recostara nuevamente sobre la
cama, mirándolo expectante al notar que él no se recostaba sobre ella, sino que la
observaba con un detenimiento que la enrojecía.

-Ayúdame- le indicó en el oído.


Annabella subió sus manos trémulas hasta el primer botón de la camisa de Thomas,
intentando desabróchalo a pesar de sus temblores, le daba vergüenza el actuar tan
descaradamente, y la sonrisa enternecida que él le dirigía, tampoco la ayudaba a sentirse
más segura con lo que hacía. Thomas agarro entre sus manos las pequeñas y temblorosas
de Annabella, lentamente se las llevó a la boca, depositando dos suaves besos que
buscaban tranquilizarla y reconfortarla. Annabella sonrió tímidamente y elevó nuevamente
las manos para acercarlo a ella y besarlo de la mejor forma que podía. Thomas la acogió
con experiencia y posiciono una mano sobre su mejilla para dirigirla en la profundidad y
pasión que deseaba emplear.

Annabella era consciente de los besos que Thomas regaba por todo su cuerpo, la forma
delicada con la que la tocaba, actuaba con tanto cuidado, que no podía creer que fueran las
mismas manos fuertes que habían elevado a un hombre desde el suelo. Aquellas manos
que la recorrían eran cálidas y certeras, causaban escalofríos en el sitio que tocaran y
provocaban los más bochornosos sonidos que Annabella jamás había dejado salir.

En un momento determinado, Thomas giró sobre la cama, llevándosela para dejarla sobre
él mientras continuaba besándola, manteniéndola sobre sus caderas con un firme agarre en
sus piernas que se flexionaban a cada lado de su cuerpo, la joven, azorada ante esa
posición bochornosa, corto el beso y escondió su cara en el cuello de su esposo,
importándole poco que una leve risa saliera de la garganta de Thomas y continuara
besando su hombro mientras ella se recuperaba.

-¿Te da miedo? - le acarició la espalda.

-No...- dijo en un susurro - me da vergüenza- aclaro la joven aun enterrada en el cuello de


Thomas.

-Pero si conozco todo tu cuerpo- sonrió, aunque ella no podía verlo -No tienes de que
avergonzarte.

-Tus palabras solo lo empeoran. - indicó la joven aún más sonrojada que antes.

-Bien, ven aquí- tomo la bella cara entre sus manos y la obligo a levantarla -Veme a los
ojos. - le sonrió -¿Aun tienes vergüenza? - el semblante reconfortante de Thomas le calmo
el alma y provoco que ella misma se inclinara y besara sus labios. Comenzando así una
danza pasional e interminable, en la que ambos eran los protagonistas.

Después de lo que pareció un tiempo interminable, se encontraban recostados uno junto a


otro, intentando normalizar su respiración y Annabella, su corazón. Thomas fue consiente
de cuando su esposa se levantó parcialmente de la cama para alcanzar la camisa que
anteriormente él portaba, por alguna razón, se le había hecho costumbre a su esposa
colocársela después de que hacían el amor, posteriormente, regresaba a gatas sobre la
cama, sabiendo que Thomas la esperaba sentado con su espalda recargada en la cabecera
de la cama. Annabella simplemente se sentaba entre sus piernas y recargaba su espalda en
su pecho, sintiendo el leve y agradable cosquilleo que siempre tenía cuando su esposo la
abrazaba y dejaba sus fuertes manos sobre su vientre.

-Thomas- le acarició las manos.

-¿Mmm? - contestó adormilado.

-Tú...- se removió un poco en la cama para poder volver su cabeza y verlo a los ojos -
¿Estás... estás bien conmigo... digo...tú...?

Thomas la miro con una cara de confusión y simplemente hizo fuerza para acomodarla
sobre la cama, abrazándola por la espalda, al parecer, pretendiendo que no escucho nada
de los labios de su esposa. Annabella suspiro al darse cuenta que no le respondería y con
ese movimiento solo le indicaba que deseaba dormir y no escuchar más quejas, y ella no
volvió a preguntar, simplemente disfruto del calor que le proporcionaba el cuerpo de su
esposo y lo reconfortante de sus brazos, por lo menos ahora Thomas la abrazaba, para ella
era un logro tremendo, tal vez no era mucho, pero la hacía feliz.

Las calles de Florencia comenzaban a concurrirse por las personas que despertaban ante el
nuevo día que el cielo les ofrecía, el sol saliente calentaba los hogares, haciendo
innecesarias las chimeneas. Dentro de una habitación donde las cortinas abiertas dejaban
entrar los primeros rayos del sol sobre los parpados de cierta joven que parecía no querer
despertar, como ya era normal, la presencia de su esposo la mantenía cómoda,
impidiéndole quitarse la pereza y levantarse como lo hacía todos los días. Annabella giró
entre aquellos brazos y encaró a su esposo, pasando lentamente su mano por los labios,
mejillas y nariz que formaban los rasgos masculinos de Thomas.

Se divirtió al notar que claramente le incomodaba el que le acariciara la cara de esa forma,
puesto que en varias ocasiones intentó alejar su cara por la molestia, Annabella prosiguió
con su tortura hasta que los ojos de Thomas se abrieron y la enfocaron lentamente.

-Hola- sonrió la joven.

-No me gusta que hagas eso- le dijo mientras la soltaba y le daba la espalda -Me da ansia.

-Pero si no se siente nada, es solo una caricia- se sentó sobre la cama, recostando su
mejilla contra el hombro de su esposo - a mis primos les gustaba.

-A mí me desagrada- se acomodó sobre su almohada, buscando una mejor posición para


continuar durmiendo.

-¿Piensas quedarte mucho en la cama? - preguntó Annabella antes de que Thomas


perdiera el conocimiento.
-Sí, en definitiva, estoy cansado- contesto arrastrando las palabras.

-Entonces iré a desayunar con Lizet- anunció, encontrándose como única respuesta un
asentimiento de cabeza.

La joven se puso en pie y comenzó a vestirse por sí misma, no necesitaba mucho a Lizet y
para ser sincera, no quería que llegara y la viera en esas condiciones, con la camisa de su
esposo puesta y Thomas en la cama apenas cubierto por una sabana, no, prefería hacerlo
sola.

Rápidamente y como pudo, abrocho su corsee, obviamente mucho menos apretado de lo


que debía ser, pero aun así era un buen intento, sin colocarse todavía el vestido sobre sus
paños menores, Annabella fue a sentarse en su tocador, pasando sus manos por los
despeinados cabellos, intentando de alguna forma desenredarlos.

-Annabella ven aquí a que te ayude- la castaña dio un brinco sobre el banquillo. Giró
rápidamente la cabeza hacia la cama donde su esposo estaba sentado tranquilamente,
dejando de lado un libro para atenderla a ella.

-Pero si ya casi termino, si quieres ve a dormir.

-No tienes bien abrochado el corsee y seguramente no podrás con los botones del vestido-
le hizo una seña con la mano para que se acercara.

Annabella simplemente se inclinó de hombros y fue hacia él, no pondría oposición si ofrecía
sus servicios tan tranquilamente.

-Gracias- pronuncio la joven mientras se sentaba en el borde de la cama, apartando el


cabello de su espalda para que Thomas apretara como era debido el corsee.

Cuando el trabajo estuvo terminado, su esposo se dedicó a tocar ligeramente la parte


descubierta de sus hombros, besando lentamente la base de su cuello que se juntaba con
su espalda.

-¿Con quién dices que te iras a desayunar?

-Con Lizet- se volvió sobre la cama para verlo, sin poder evitarlo, alargo la mano y toco su
quijada, sintiendo bajo sus dedos la barba insipiente. -¿Tú?

-No sé, me quedaré- le dio un pequeño beso y se volvió a recostar sobre las almohadas.

-¿No saldrás en todo el día? - jugueteó con la mano que Thomas había dejado sobre sus
piernas.

-Creo que tengo que salir en la noche- la miró con disculpas -Una hora o dos.
-Quieres decir que no me llevaras- entendió la joven -¿Por qué?

-No quiero que vayas a ese lugar- le acarició pierna -No tardaré.

Annabella miró hacia la ventana, concentrándose en los rayos del sol que se introducían a
la habitación, brindándole tonos cálidos y alegres.

-No me quiero quedar sola- le dijo quedamente -Giorgiana me ha invitado a cenar... ¿Puedo
ir? - lo miró con suplica.

Thomas se removió incomodo en la cama, sinceramente no quería que fuera, pero,


tampoco deseaba dejarla en la recamara, claramente se sentía insegura por lo ocurrido
aquella noche en París, de hecho, él también tenía sus propias dudas, pero Giorgiana era
una mujer temible, de por sí ya le había jurado una venganza a nombre de su mujer. Sin
embargo, era la única opción en la que Annabella no se quedaba sola y estaría meramente
acompañada.

-Está bien- accedió después de un largo silencio.

-Entonces, puede que no nos veamos en todo el día de hoy- se entristeció la joven.

-Comeré contigo- le tomó la mano y la acercó a sus labios -Regresa aquí a las dos- le dijo
mientras depositaba un suave beso en su dorso.

La joven asintió y se puso de pie para traer el vestido en el que también necesitaría ayuda
de su esposo. Cuando estuvo todo en su lugar y Annabella lucia presentable para un simple
desayuno, fue hacia su esposo y estaba a punto de darle un beso cuando de pronto tocaron
la puerta. Ambos se miraron con curiosidad, Lizet no venía si no se lo pedían, y en el hotel
no conocían a nadie.
Annabella fue corriendo a abrir. Afuera, estaba parado un elegante hombre con un traje
negro impecable y una mirada serena. El joven ofreció a la dama una charola de plata,
donde se encontraban dos cartas.

-Gracias- sonrió la joven comenzando a cerrar la puerta, pero, en cuanto lo hizo, dos
nuevos toques la hicieron abrir nuevamente.

-Esperare respuesta signora condesa- se inclinó el hombre.

Annabella simplemente asintió y volvió a cerrar la puerta, el servicio francamente le aterraba


al tratarla con esa frialdad, tal parecía que actuaban con sumo cuidado cuando de ella se
trataba, como si... volvió la cabeza a su marido... como si estuvieran amenazados.

-¿Thomas? - se acercó la castaña subiendo sus faldas para sentarse sobre la cama -¿Tú
dijiste algo a los sirvientes?

-¿Por qué? ¿Has tenido inconvenientes? - le preguntó con tranquilidad.


-No, solo que...- observo su cara que prácticamente le decía que no entendía lo que le
quería decir -Nada.

Thomas se inclinó de hombros y se volvió hacia su libro.

-¿Quién era?

-Me trajeron estas cartas. - mostró la joven.

-¿De?

Annabella leyó los sobres, uno claramente era de Giorgiana, seguramente avisándole a qué
hora pasaría por ella, y la otra, era de una persona desconocida, inclusive la joven pensó
que se habían equivocado de recamara.

-No conozco a esta persona- le dijo a Thomas -¿Tú sabes quién es Lady Margarita Fiore? -
lo miró interrogante.

Thomas regreso la mirada con una expresión indescifrable y le quitó el sobre de sus manos
para leer él mismo el contenido.

-Thomas, ¡espera! ¿Qué dice? - intentó quitársela, pero su esposo fue más rápido y la
apartó de su alcance, poniéndose de pie y colocándose una bata para cubrir su desnudez.
La joven lo observo recriminatoria, sabiendo que con él de pie sería prácticamente
imposible quitarle la nota, así que simplemente se dedicó a esperar su turno de leer.

-No vayas- le dijo llanamente después de que terminó de leer.

-¿Qué? - le dijo confusa -¿Ir a dónde? - se acercó y le arrebato la carta.

Lady Annabella.

Sé que le parecerá sumamente confuso el recibir una carta de una mujer de la cual no tiene
conocimiento, debo disculparme por mis modales al atreverme a escribirle sin conocerla en
persona, pero estoy notificada de la presencia de usted desde hace unos días, y
verdaderamente muero por conocerla. El día de hoy celebrare un pequeño desayuno de
señoritas, siendo usted mi invitada de honor. Espero que pueda asistir y sepa que mi deseo
no es incordiar sus planes. La espero en el Restaurante Il Palagio en una hora.

Su nueva amiga. Margarita Fiore.

-No puedo simplemente no asistir Thomas- lo miró cuando terminó de leer.

-Anna- le tomó la cara -Sé quiénes son, no sé qué quieren, pero no desean ser tus amigas.

-Las conoces... - al ver la cara de su esposo Annabella abrió los ojos.


Ahora lo entendía, no pudo evitar enojarse. Sabía que tal vez había pasado hace mucho, o
quizá solo antes de que se casara, pero, no importaba, Annabella no podía dejar de tener
esa desagradable sensación de rabia y ganas de golpear algo.

-Mejor porque no...

-Iré - dijo con seguridad mientras guardaba la carta en el sobre.

-¿Qué? - la siguió por la habitación cuando ella se dirigió al pequeño escritorio y se dedicó a
sacar tinta, papel y pluma para responder aquella carta.

-Iré- repitió -Si tienen el valor de hablarme, seguramente será algo importante.

-No es nada importante, solo quieren molestarte- le dijo mientras la veía escribir la carta.

-Entonces quiero saber con qué me van a molestar. - continuó escribiendo la carta a pesar
de que Thomas se reusaba a dejarla ir.

-Por Dios Annabella- la tomó de los brazos para ponerla de pie, aplicando fuerza, pero no
dañándola en lo absoluto -No quiero que vayas.

-Pero si no lo hago, siempre se reirán de mi- le dijo enojada -Lo siento, pero quiero
defenderme.

-Yo puedo defenderte, de hecho, tu mejor carta es que estamos casados, no hace falta que
las enfrentes.

-Pensaran que tengo miedo- le dijo -Y no lo tengo.

Thomas la dejó libre cuando ella hizo amago de querer irse, la siguió con la mirada hasta
que entrego las dos cartas de respuesta. Estaba más que seguro que su esposa llegaría
enojada de ese maldito desayuno, y todo gracias a una mujer loca que nunca lo había
dejado en paz.

-Solo prométeme una cosa - la tomó en brazos cuando pasaba junto a él -Lo que te digan,
no lo creas, y si tienes dudas, me preguntas.

-¿Y por qué no me lo dices antes que ellas? - el estar celosa la hacía valiente.

-No sé qué te puedan inventar- vacilo Thomas, en realidad, prefería esperar a ver lo que le
decían, no deseaba hablar de más.

-Bien, entonces me tengo que cambiar- le dijo a su esposo, segura de que el lugar era
lujoso y quedaría muy mal con el simple vestido que portaba. -Ahora que te has levantado
espero que no te moleste que llame a Lizet.

Thomas se dejó caer en la cama y cubrió su cara con uno de sus brazos. Annabella sonrió
al verlo tan preocupado por una cosa tan simple como una mujer que estaba enamorado de
él. Solo tenía curiosidad, deseaba saber por qué todas parecían encantadas con su esposo,
bueno, ella lo quería, pero estaba casada con él al final de cuentas, pero ellas, ¿Por qué
perdurar con un cariño que no podía ser correspondido?

La joven doncella, ahora dama de compañía de Annabella, después de dos ligeros toques
en la puerta, dando aviso de que entraría. Su señora le había dicho que deseaba desayunar
con ella hace un rato, pero repentinamente había cambiado de opinión, y ahora ambas se
dirigía a un lugar completamente diferente.

Lizet miró hacia otro lado que no fuera la cama, donde el joven amo estaba tirado
perezosamente, cubierto únicamente por una bata roja, y esto lo aseguraba porque podía
ver partes de su pecho descubierto.

-Lizet- la llamo Annabella agachada frente a su baúl - toma, ayúdame a ponerme este- le
tendió un hermoso vestido blanco con estampados de flores en color pastel y mangas tres
cuartos.

-Si mi señora.

En ese momento Thomas se puso en pie, yendo hacia donde su esposa se comenzaba a
quitar el vestido azul que era un poco sencillo para la ocasión. Lizet se apartó de Annabella,
entendiendo que el hombre se dirigía justo hacia ella.

-¿Estás segura que quieres ir? - le dijo el hombre, todavía intentando que se retractara.

Annabella simplemente asintió varias veces y sonrió.

-Sí, estaré bien- afirmo la joven.

Thomas dejó salir un suspiro, dudando esa afirmación. Pero no le pondría más peros, le
había diado su punto de vista, incluso le dijo que no asistiera, si Annabella quería ir, era
bajo su propio riesgo. Le tomo la barbilla con una mano y le beso los labios lentamente,
despidiéndose de ella.

-Manda traer agua Lizet- ordenó Thomas a la doncella -Deseo bañarme.

La joven miro a su señora, esperando que le dijeran que hacer primero, si terminar con ella
o ir por el agua.

-Ve- resolvió la joven castaña -Yo avanzaré con esto- miró el vestido en sus manos e hizo
un movimiento con la cabeza para que se adelantara.

Definitivamente ese desayuno, que en un inicio iba a ser una parte simple y rutinaria en su
día, se había tornado en un torbellino de sensaciones y suposiciones, estaba ansiosa por
descubrir que era lo que esa mujer quería de ella, y porque ponía a Thomas en un estado
tan nervioso como el que le había mostrado.

CAP 20
Eran las once de la mañana cuando Annabella entraba por las puertas del fino restaurante
al que había sido expresamente invitada por una dama que parecía haber tenido un
romance con su esposo, en realidad, si lo pensaba, se estaba enfadando de las muchas
veces que tenía que soportar a una mujer celosa o que amaba a su esposo, bueno,
entendía por supuesto que le quisieran o les llamara la atención. Pero lo que no entraba en
su cabeza, era el hecho de que no les interesara que estuviera casado, es más, pareciese
que buscaran que ella se enterara de lo sucedido, ¡En vez de que les diera vergüenza! ¡Era
terrible!

El hombre que la recibió era un apuesto caballero de adusta mirada, claramente uno de los
camareros que servían en el lujoso lugar.

—¿La esperan? — preguntó el hombre amablemente.

—Tengo una invitación de Lady Margarita Fiore.

El hombre asintió.

—Sígame por favor.

El caballero camino entre los elegantes floreros repletos de rosas recién cortadas,
hermosas mesas decoradas con finos manteles blancos con la bajilla de porcelana
importada dispuesta junto con los múltiples cubiertos de plata que se usaban
específicamente para cada comida. Los candelabros colgaban sobre cada una de las
mesas que había dentro del lugar y las puertas que dirigían al jardín estaban cubiertas por
unas cortinas al estilo francés de un rosa claro que le permitían añorar los bellos pastizales
y el aire puro de un lugar repleto de plantas.
El camarero la llevo directamente a una mesa más larga que las demás, donde una docena
de jóvenes se encontraban parloteando en italiano alegremente. En cuanto la castaña
estuvo frente al conjunto de mujeres, la mesa quedó en total silencio, dirigiéndole una
mirada inquisidora que no amedrentaba ni un poco a Annabella, ellas no se comparaban
con una mirada de su esposo, con esas sí que te daban ganas de correr.

—Me disculpo, parece que soy la última— dijo Annabella mientras aceptaba que el
camarero recorriera la única silla vacía.

—No se preocupe Lady Annabella— sonrió la mujer que se encontraba a la cabecera de la


mesa. Seguramente su anfitriona. —La esperábamos.

—Muchas gracias.

—Deje que me presente— se tocó el pecho —Yo soy Lady Margarita.

—Un gusto— asintió la joven con la cabeza.

—Y ellas son mis amigas— abrió los brazos para abarcar la mesa —Son las mujeres
casadas o comprometidas con los hombres más importantes del país.

Annabella no creyó que fuera necesario lo último en la oración de Lady Margarita, la hacía
parecer convenenciera y superflua. Aun así, sonrió y paso sus ojos por el resto de los
rostros que la miraban de arriba abajo.

Lady Margarita era, por no decirlo de otra manera, una mujer... exótica. Tenía mucho de
todo, pero aun así era bonita, tenía que admitirlo. Lo cual no la alegraba para nada, puesto
que sabía que Thomas... bueno él...y ella... ¡Eso la enojaba tanto!, solo quería saber por
qué la mando llamar. Alguna intención tendrá, en su ingenuidad, Annabella pensaba que no
tendría malas intenciones, y a pesar de las advertencias de su esposo fue a su encuentro,
no negaba que la curiosidad había podido con ella, y ahora no tenía marcha atrás.
—Espero que no le importe que hablemos en italiano— sonrió lady Margarita— El resto de
mis amigas no sabe hablar inglés.

—Por mí no hay ningún problema— contestó Annabella en el mismo italiano, agradeciendo


profundamente que fuera uno de los idiomas que manejara.

—Me alegra saber que se encuentra en nuestra querida Florencia— se introdujo una dama
con una sonrisa alegre al oírla hablar en italiano —¿Qué le ha parecido?

—Me ha gustado mucho, es precioso— asintió la joven, recibiendo la fruta que uno de los
camareros ponía frente a ella.

—Me alegra ver que a los visitantes les agrade nuestra pequeña ciudad, supongo que no se
compara con Londres— afirmó la mujer, despreciando la fruta y simplemente comenzando
con un zumo de naranja.

—Pero si serás malvada— sonrió otra mujer —Deberíamos presentarnos.

Annabella en serio dudaba que aprendiera todos esos nombres que le decían, era un
bombardeo mental y cuando mucho se acordaba de dos, pero no sabía a quién le
pertenecían, así que procuraría mantenerse callada o si era imprescindible hablar, no se
dirigiría directamente a nadie.

Por un memento la joven pensó que tal vez no había sido tan mala idea asistir, la plática se
basaba en temas triviales y de poca intervención de su parte al ser una extranjera, por lo
tanto, la joven simplemente se dedicaba a escuchar y comer los deliciosos platillos que los
camareros intercambiaban sin ninguna orden.

—Dígame Lady Annabella, ¿Es feliz en su matrimonio? — preguntó una dama de facciones
alargadas, y una sonrisa intimidante. Y Annabella se dio cuenta que había hablado
demasiado rápido, aquí comenzaba.

—Sí Lady Magda— aseguro la joven, prescindiendo de momento de su delicioso asado —


Estoy feliz a su lado. — Annabella agradecía que le hubieran dado el tiempo de escuchar
las conversaciones para aprenderse un poco los nombres, pero no era algo bueno, tal
parecía que el tiempo de cordialidad había acabado y ahora comenzaba la verdadera
guerra.
—Sí sabrá que en un tiempo todas pensamos que su marido se casaría con nuestra querida
Margarita. — una mujer un poco mayor al resto de las invitadas apunto hacia la cabecera de
la mesa, donde Margarita intentaba esconder su supuesto rubor detrás de un abanico.

—Oh por favor Jill— hizo un ademan la mujer —Si eso fue hace mucho tiempo.

—¡Pero que mentira! ¡Si van tan solo seis meses! — dijo la otra joven con eufemismo.

—Es verdad, si recuerdo que se paseaban por todo Florencia juntos.

—Yo nunca había visto a una pareja tan perfecta.

—Es más, pensé que en nada se te declararía.

—Si apenas parece que todo sucedió ayer...

Annabella intentó llevar el ritmo de la conversación, en realidad se perdía entre los posibles
desplantes que le estaban haciendo, daba gracias a dios que el italiano se le facilitara, pero
no en demasía, por lo cual, ahora que las mujeres hablaban con más rapidez, le era
imposible seguirlas.

—Supongo que medio año se les hace muy poco tiempo, no sé qué tengan en la cabeza
jovencitas, me pregunto si saben contar o tienen el conocimiento de los meses en los que
viven— se burló una anciana que Annabella apenas notaba, se había mantenido callada y a
distancia desde que llegaron, tal parecía que solo observaba a las señoritas que se
aglomeraban a su alrededor. Debía ser alguien de importancia, puesto que sus ropas
elegantes y sus finas joyas, imponían poder y renombre.

—Duquesa— sonrió una joven —No deseábamos incordiarla.

—No, seguramente a mí no, pero a esta jovencita sí— miró a Annabella con disculpas y
sonrió —Me gustaría hablar contigo a solas— le dijo en inglés.

Annabella la miro estupefacta, y simplemente asintió, poniéndose de pie para acercarse a la


mujer y ayudarla a ponerse de pie. Pero como imaginaba, la anciana tenía carácter, se puso
de pie altivamente y sin ayuda, tomando su hermoso bastón de fina madera y pasando su
brazo por el de Annabella, indicándole con el soporte de madera que salieran al jardín.

Annabella pudo respirar tranquila nuevamente, admirando el hermoso jardín donde se


disponían más sillas para los que desearan tomar un desayuno al aire libre, que hubiera
sido la opción que Annabella habría tomado de ir sola o con Lizet.
—Parece que tienes problemas a dónde vas jovencita— la anciana le toco el brazo
delicadamente. —No me sorprende al ser la esposa de ese hombre.

La joven miro interrogante a la mujer, la cual solo sonrió y soltó una carcajada.

—¡No lo digo con mala intención muchacha! — negó con la cabeza —A tu esposo le debo la
vida, tal vez más que eso.

—¿A qué se refiere?

—No sabes nada, ¿verdad? — le sonrió con un deje de lastima —No me sorprende, es la
mejor forma de protegerte.

—Al parecer no se muchas cosas— recordó Annabella —¿Protegerme? — pregunto de


pronto al procesar la información.

—Mira niña, Thomas es un buen hombre, muy inteligente, pero, le encanta meterse en
problemas, al menos antes lo hacía, digo, hasta los buscaba. — rio fascinada la mujer —
Pero ahora que te tiene, seguramente intentara no meterse en más líos.

—¿Qué clase de líos? — la detuvo Annabella, no sintiéndose nada complacida con esa
platica a medias.

—¡Vaya! ¿Crees que esta anciana se pondrá en contra de ese hombre? — negó con
rotundidad —No gracias, me aprecia, pero no tanto.

—Pero no es en contra— le dijo —Yo no le haría nada.

—Oh querida, sé que no— le toco la mejilla —Pero si él no te ha dicho nada, no seré yo la
que te diga algo, te aseguro que nadie se atreverá a tanto.

—Con lo que me dice— comenzó la joven retomando la pequeña caminata en la que ambas
mujeres se envolvían —Solo provoca que me de miedo.

La anciana soltó una carcajada y la miro dando negativas con su cabeza.

—Normalmente diría que si deberías tenerlo — entrecerró esos oscuros ojos y sonrió de
lado —Pero algo me dice que tú puedes dominarle. — se inclinó de hombros y la incito a
caminar —Muchos desearían ese poder.

—Creo que se equivoca— se sorprendió la joven, ¿Ella? ¿Dominar a Thomas? ¡Por favor!

—No, creo que tú aun no te das cuenta de lo que eres— le dijo con seguridad —Pero te
darás cuenta tu solita.

Annabella no entendía nada de lo que esa señora hablaba, sabía que era algo relacionado
a Thomas, pero todo lo decía a la mitad, la revolvía y listo, la dejaba sin saber nada. Lo
único que le deba a entender era que el hombre con el que se había casado era temible y
respetado, de eso ya se había percatado, ¿Pero de qué forma? Tal parecía que todos lo
sabían menos ella, y según esa mujer, era lo mejor que se podía hacer para protegerla. En
realidad, preferiría saberlo todo, tal vez le ayudaría a entender un poco a Thomas y todas
esas facetas que constantemente se mostraban.

—Por lo pronto solo te recomiendo que no les hagas caso a ese grupo de cabezas de
chorlito— apunto con el bastón hacia el interior del restaurante —Solo tienen zapatos en
esos cerebros.

Annabella no pudo más que sonreír y asentir ante las palabras de la mujer, se encontraba
más distraída que nunca, por lo cual, ni siquiera sintió cuando su acompañante paro de
hablar.

—¿Señora? — le hablo Anna al ver que la anciana prescindía de ella y se alejaba


tranquilamente, sin dirigirle ni una palabra.

—Me voy querida, ya me he aburrido. — la anciana ni siquiera le dirigió una mirada, sino
que respondió sobre el paso, moviendo su bastón como si canturreara alguna canción.

—¿¡Al menos puedo saber su nombre!? — Annabella gritó, ayudada de sus manos
colocadas a cada lado de su boca para ampliar el sonido de su voz.

—Duquesa de Galliera cariño, manda saludar a ese demonio de mi parte. — la anciana se


despidió con la mano y terminó de alejarse, era una mujer interesante, no tenía duda, le
preguntaría a Thomas sobre ella.

Ahora solo le quedaba regresar al salón donde las damas víboras la esperarían con una
nueva sesión de preguntas. No podía simplemente irse, aunque eso fuera lo que deseaba,
seria de una pésima educación y Annabella había crecido con unos valores estrictos gracias
a su Abuela y su madre, valores que sus primas lanzaban por la borda claro está.

Con un semblante decaído, Annabella comenzó a caminar de regreso, pensando la forma


de zafarse de esas mujeres y volver cuanto antes al hotel, había quedado con Thomas de
comer a las dos, pero era aún muy temprano para usar esa excusa, seguramente sabrían
que es una mentira si les dijera que comerían más temprano.

Iba tan sumida en sus pensamientos, que por poco choca con un hombre que había ido a
su encuentro, cosa que Annabella no percató al estar en su mundo de lamentos en donde
nada más existía.

—Dios mío, lo lamento— la joven castaña se adelantó hacia el caballero que solo había
chocado contra una silla, intentando evitarla para no chocar.
—No se preocupe mi lady— sonrió el caballero encantadoramente, —Ha sido mi culpa por
acercarme tan desprevenidamente.

—Ni lo mencione, esto me pasa siempre, soy muy distraída y normalmente choco con la
gente— se lamentó la joven — en serio lo siento.

—No veo por qué debe ser conflictivo que una dama como usted choque conmigo— le dijo
galante —No más disculpas.

Annabella se sonrojo y asintió dos veces, aceptando los elogios que indirectamente le
lanzaban.

—Muy bien— aceptó la joven.

—Y dígame, ¿por lo menos me dejaría escoltarla a que conozca a mis amigos?

—¿A sus amigos? — frunció el ceño la joven.

—Resulta, mi bella dama, que hemos dictaminado que es usted el alma más hermosa que
jamás hayamos visto, por esa razón me he acercado a usted con la única intención de
conocerla— Annabella puso en su semblante una cara entre consternada y abrumada, las
palabras del caballero, aunque debían serle de agrado, simplemente le sonaban petulantes
y forzadas, como si lo obligara a alagarla.

—En realidad debo irme— se excusó la joven, pero el hombre tomo su mano y se la coloco
en el brazo.

—Serán solo unos minutos.

Annabella, un poco conflictuada y más que nada obligada, siguió los pasos que el hombre le
marcaba, caminando a una mesa donde dos hombres lo miraban impresionados,
remarcando su asombre de verla con él.

—Caballeros— sonrió el hombre que la escoltaba.

—¡No puedo creer que te atrevieras! — sonrió uno.

—¡Es más hermosa de cerca! — se inclinó sobre ella el otro, causándole incomodidad.

Todos esos caballeros serían más o menos de la edad de Annabella, tal vez más grandes,
veinte cuando mucho. Sus mentalidades seguían siendo de niños, impresionables ante una
belleza tan pura como la de Annabella, aburriéndola terriblemente con sus intentos de
seducirla o encantarla, no importaba cual fuera, en ambas eran un fracaso.

—Bien caballeros, creo que tengo que irme— dijo de pronto Annabella, perdiéndose de la
mitad de la conversación que ellos hacían en alemán, lo sentía, pero el alemán nunca fue
una de sus lenguas.
—¡No! — sonrió uno—Por favor, quédese. — suplico aquel rubio de ojos azules, con el
cabello muy corto y el cuerpo demasiado fuerte. Ahora que lo notaba, todos parecían
cortados por la misma navaja, únicamente uno tenía los ojos cafés, en lo demás, eran
iguales.

—Me están esperando— se excusó.

—¿Será acaso que le desagradamos? — se puso de pie uno de los chicos.

—No, pero en serio que solo podía unos segundos. — intentó la joven nuevamente,
intentando que su paciencia no se agotara.

—Bueno, dejadla en paz— intercedió el que la había llevado con ellos —Es verdad que solo
la prive de unos segundos de su camino, lamento haberla molestado tanto.

—No hay ningún problema— se clamó la joven al darse cuenta de que al fin la dejarían
marchar.

—Pero antes de que se vaya— la detuvo el de ojos cafés —Nuestros nombres.

—Claro— asintió uno de los de ojos azules — Somos · Adler, Barend y Edwin Scheck..

Annabella ahora entendía el parecido, eran todos hermanos, la joven simplemente se inclinó
ante ellos y sonrió.

—Annabella Korsakov...— rápidamente se detuvo, dándose cuenta que había dado su


nombre de soltera.

—Es usted rusa— afirmó uno de los hermanos —Es un placer.

—Sí... gracias— dijo confusa, que más daba, de todas formas, tal vez no los volverá a ver
jamás. —Bueno me tengo que ir.

—Adiós rusita— sonrieron los tres chicos.

Annabella volvió a entrar en el salón donde ya solo se encontraban cinco mujeres, las
cuales le dieron una sonrisa y le apuntaron una silla vacía que por supuesto ella ocuparía.

—¿Cómo te ha ido con la duquesa? — preguntó una de las jóvenes.


—Es una mujer muy buena, pero ya es de edad avanzada, no hagas caso a lo que te diga—
aconsejo Margarita, y Annabella haría justo lo contrario, la duquesa parecía saber más de
Thomas de lo que ella imaginaba, y se veía una mujer con cerebro y carácter.

—No lo sé, a mí me pareció muy lucida— se inclinó de hombros Annabella, tomando la taza
de té que ya estaba frente a ella.

—Si bueno— sonrió forzadamente otra —tiene sus momentos.

Annabella se escudó con su taza de té, deseando que las horas pasaran mucho más rápido
y pudiera irse de ese lugar. Por unos momentos, la mesa se sumió en el más terrible
silencio, claramente incómodo para Annabella, pero propiciado por las damas de Florencia.

—Dígame Annabella, ¿Cuánto lleva casada con Thomas? — preguntó por fin Margarita. La
castaña la miro con ojos entornados, sabía que comenzaba nuevamente, pero no podía
evitar preguntarse porque todo el mundo solo llamaba a su esposo por su nombre, nadie le
decía conde, o siquiera su apellido. Los sirvientes le llamaban esencia, pero nunca conde o
marques.

—Más de dos meses — respondió tajante no deseando que la plática girara en torno a eso.

—¡Bastante tiempo! — sonrió una de las amigas de Margarita, llamada Jill.

—Supongo que han pensado ya en los hijos— le dijo pícaramente otra, la cual sonreía
como caballo y reía como uno.

—De hecho, es raro que no esté esperando ya...— la miro inquisidora otra joven de la cual
Annabella ni se acordaba.

—No sé, solo especulo... ¿Pero tienen algún problema? — levanto la ceja la risa de caballo.

—No tenemos problemas— aseguró Annabella.

—No, Thommy seguro no tiene problemas— dijo Jill —Todas aquí lo sabemos bien...

Annabella cerró los ojos lentamente ante esa indiscreta y nada honrosa frase, ¿Qué no se
daban cuenta que solo quedaban en ridículo?, a lo que había entendido, ninguna de esas
cinco mujeres era casada, y ya habían sido tocadas por un hombre. No era una experta en
el campo, pero de algo estaba segura, a ningún hombre le gusta que otros toquen a sus
esposas, Thomas lo había demostrado claramente. Annabella no podía imaginar cuando
esas mujeres se casarán y no tuvieran la castidad necesaria.

—En realidad no quisiera hablar de sus relaciones con mi marido— les dijo con seguridad
—Son temas meramente suyos y que a mí no me conciernen.
—¡Claro querida! ¡No te alteres! — sonrió una como si hubiese ganado algo, al parecer, el
punto era hacerla enojar. —Solo intentamos saber sobre tu falta de embarazo.

—Se los agradezco— les dijo sarcástica.

—Bueno, solo nos preocupamos— dijo la mujer desconocida, o más bien, la que Annabella
no notaba. —Puede que tengas algún problema para engendrar herederos, y todos
sabemos que un noble sin herederos normalmente se divorcia.

Annabella se quedó callada, ¿Seria verdad? Tal vez no pudiera engendrar hijos... aunque
llevaba solo un mes conociendo sus deberes maritales, probablemente las mujeres tendrían
razón, debería estar embarazada, pero, no sabía si lo estaba, tal vez en ese justo momento
tendría al hijo de Thomas en su vientre.

—Agradezco su preocupación, pero no es necesaria, ambos estamos bien y si me disculpan


— se puso en pie —Me tengo que retirar. — sonrió hacia Margarita y le tomo de la mano —
Por favor evitémonos estos encuentros, son bochornosos para usted— le dijo en inglés para
que el resto de las mujeres no entendiera, pero la cara de su anfitriona le dijo que ella si
entendió. —Adiós.

La joven casi lloró de alegría cuando su carroza se detuvo frente al edificio donde se
quedaban hospedados y ver que su esposo se encontraba en la puerta, platicando
vívidamente con un hombre que ella jamás había visto en su vida. Bajo con ayuda del
chofer, y sonrió hacia Thomas, quien rápidamente despidió con una mirada severa a su
acompañante y se acercó a ella, dándole un beso en los labios como recibimiento.

—Llegas antes— le dijo Thomas comenzando a caminar a su lado.

—Tenías razón — sonrió la joven internándose en el hotel —No debí asistir.

—¿Qué te hicieron? — le dijo entre divertido y pesaroso.

La joven se detuvo y lo miró.

—Parece ser que Lady Margarita pensaba que se casarían.

Thomas como toda respuesta, dejo salir una carcajada estridente que casi le sacaba las
lágrimas y la miró como si esperara la verdadera respuesta. Pero la seriedad de la cara de
su esposa le hizo forzar un semblante un poco más serio, por supuesto resultando un total
fracaso.

—¿En serio? — disimulo su sonrisa con su mano.

—Eres de lo peor— rodó los ojos Annabella y continuo por el pasillo que conducía a su
dormitorio.
Cuando Thomas cerró la puerta detrás de él, rápidamente fue hacia ella y la tomó en sus
brazos, recibiendo gustoso la mala cara que su esposa le dirigía. Se inclinó y beso
dulcemente su nariz, la cual se encontraba arrugada por el mohín característico que
Annabella ponía cuando se molestaba.

—Vamos, no le creíste eso ¿Verdad?

—No— le dijo con seguridad al ver la forma en la que él se burlaba de la pobre mujer.

—Bien, porque ni siquiera se me paso por la mente— la soltó y fue hacia la cama, donde se
recostó.

—Siento que fui a una convención de tus amores del pasado. — se sentó a su lado en la
cama.

—Bueno, yo te dije que no fueras— se levantó sobre sus codos —Y seguro que yo no
conozco ni a la mitad de las personas que fueron.

—Todas te conocen muy bien. — levantó una ceja.

—Todo mundo me conoce querida. Ya debiste haberlo notado— le dijo sin pensar, no
dándose cuenta que abría paso a una conversación que quizá no deseaba tener aún.

—Sí, me he dado cuenta— le dijo con interés —Pero no sé por qué.

Thomas la miró por unos momentos, inspeccionando esa cara tan dulce y esos ojos
deslumbrantes que le provocaban sentimientos desconocidos en muchos sentidos. Tal vez
era el simple hecho de que jamás se había preocupado por una mujer que no fuera su
madre o su hermana.

—Bueno, he venido mucho— se inclinó de hombros, recostándose nuevamente.

—No creo que sea solo eso...

Thomas simplemente se levantó, quedando provisionalmente sentado sobre la cama y


presiono sus labios contra los de ella acallantando toda pregunta o replica que gustara
hacerle. Se deleitó masajeando lentamente sus comisuras para fundirla en un beso que
prometía dejarla sin razón. Con cuidado de no desprenderse de ella, se recostó sobre la
cama, dejándola parcialmente sobre él, deseando que el beso no se cortara.

Annabella abrió los ojos cuando de improviso el beso terminó, Thomas simplemente la incitó
a acostarse sobre su pecho y la mantuvo en el lugar, pensando que, con esa desviación, a
su esposa se le olvidaría de lo que hablaban.
—Te mandaron saludar— Annabella posiciono una mano en el pecho de su esposo,
usándolo como soporte para levantarse un poco —La duquesa de Galliera.

Thomas la miró expectante.

—¿Qué te dijo?

Annabella se inclinó de hombros y se volvió a recostar sobre él.

—Que te debía la vida, o tal vez más que eso.

—¿Nada más? — preguntó rápidamente acariciándole un hombro.

—Sí, sí dijo algo mas— se levantó nuevamente —¿Qué me escondes Thomas?

El hombre dejó salir un suspiro y la miro con disculpa marcada en sus ojos. Alargo la mano
y le toco la mejilla cariñosamente.

—Aún no— le dijo seriamente —No quiero decírtelo todavía.

—¿Es algo malo? — se acercó a él, tocándole el pecho tiernamente.

—No sé cómo lo puedas ver, pero te aseguro que nada te pasara— la tomó de la barbilla y
la acerco para darle un beso —Así que no te preocupes.

—No estaba hablando por mi— se molestó la joven —Quiero saber si tu corres peligro.

—Creí decirte que no te preocuparas— le repitió.

La joven hizo una mueca de descuerdo, la respuesta de su esposo no podía ser más vaga,
y siendo franca, le molestaba sobremanera que le tuviera secretos, sabía que Thomas era
un hombre complicado, que tenía que abrir barreras poco a poco, pero, comenzaba a sentir
que jamás llegaría el punto en el que se sintieran completamente unidos.

—¿Quieres ir a comer? — le preguntó Thomas después de una pausa en la que ambos


tuvieron tiempo de pensar en sus propias dudas.

—No...— dijo la joven con cansancio —Me siento realmente cansada ahora, creo que
preferiría dormir.

—¿Cansada? — se deshizo de sus brazos para sentarse en la cama —¿Te encuentras


mal?

—No, solo quiero descansar— respondió la joven con los ojos cerrados.

Thomas hizo que sus labios formaran una línea, era una clara expresión de desacuerdo y
frustración. Algo le pasaba, había una posibilidad infinita de que fuera por lo que discutían
anteriormente, pero no podía obligarla a entenderle, y ella tenía que comprender que aún
no era el momento, tal vez cuando salieran de Italia le diría, pero por lo pronto, era mejor
que viviera tranquila.

—¿Quieres que te ordene traer algo? — le acaricio la pierna enfundada por la falda de
satén rosado.

—No, puedes ir tu su gustas— le dijo con sosiego, aparentemente dejándose llevar por el
sueño.

El conde seguía mirando a su esposa de una forma preocupada, le parecía extraño que
repentinamente la invadiera esa pereza que claramente no tenía cuando llego, finalmente
suspiro, pensando que tal vez su esposa solo deseaba tener unos momentos a solas y si
eso deseaba así lo haría. Se puso en pie con tranquilidad y beso lentamente la mejilla
expuesta de Annabella, deteniéndose lo suficiente como para que lo notara antes de
desprenderse de ella y salir de la habitación.

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