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MÚSICA, PERFORMATIVIDAD
Y REPRESENTACIÓN
MÚSICA VIVA, 13
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por
Comité editorial
Editor técnico
PATRIMONIOS VIVOS:
MÚSICA, PERFORMATIVIDAD
Y REPRESENTACIÓN
MÚSICA VIVA, 13
12. Marina GONZÁLEZ VARGA y Beatriz SÁNCHEZ PLAZA, Juicios de valor: Dicotomías
entre músicos callejeros y músicos de auditorio .................................................................. 173
13. Sonsoles RAMOS AHIJADO, De la canción popular al aula mediante los videojuegos
educativos ................................................................................................................................................ 181
14. Virginia SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, «La tarara»: presencias, metamorfosis y funcionalidad
en el cine español del desarrollismo.......................................................................................... 197
15. Juan Carlos MONTOYA RUBIO, Tambores y bombos: la reutilización del material
folklórico sonoro a través de la institucionalización .......................................................... 215
Resumen
Este artículo plantea una reflexión, desde la doble vertiente de la investiga-
ción musicológica y la práctica musical históricamente informada, acerca de la
recuperación de patrimonio musical histórico, sus problemas y virtualidades,
dentro de un panorama cambiante que, no obstante, sigue considerando «pe-
riférico» el papel histórico de la música española en el devenir de la música
occidental. Tal consideración, unida a diversos elementos de la historia reciente
—y no tanto— del país, ha favorecido la creación de una serie de prejuicios en
torno a lo español o hispánico, que condicionan, sea dentro o fuera de la óptica
centroeuropeísta, nuestra visión del fenómeno de la música histórica española,
desde las propias fuentes hasta la puesta en pie de proyectos de recuperación
musical práctica.
1
Este artículo tiene como punto de partida la ponencia pronunciada en la Academia Búlgara
de Ciencias (Българска академия на науките) durante la Sesión Espacial «Cultural Heritage» el 18
de abril de 2015 celebrada en la Biblioteca Pública de Sofia (Bulgaria), con el título Recovering
Historical Musical Heritage: Between Circumspection and Counterfeit. En su forma actual es re-
sultado del Proyecto de I+D+i del Ministerio de Ciencia e Innovación El patrimonio musical de la
España moderna (siglos XVII-XVIII): recuperación, digitalización, análisis, recepción y estructuras
retóricas de los discursos musicales (HAR2017-86039-C2-1-P), del que soy IP. Asimismo, se beneficia
del Protocolo General y Convenio Específico de Colaboración entre el CSIC y el Arzobispado de
Zaragoza para la investigación y recuperación de fondos musicales históricos, especialmente del
Archivo de Música de las Catedrales de Zaragoza.
258 LUIS ANTONIO GONZÁLEZ MARÍN
Abstract
This article proposes a reflection, from the double aspect of musicological
research and historically informed performance practice, on the recovery of
historical musical heritage, its problems and possibilities, within a changing
panorama that, nevertheless, continues to consider the historical role of Spani-
sh music in the evolution of Western music as «peripheral». Such consideration,
together with various elements of the recent —and not so recent— history of
the country, has favoured the creation of a series of prejudices regarding the
Spanish or Hispanic, which condition, whether within or outside the Central Eu-
ropean perspective, our vision of the phenomenon of Spanish historical music,
from the sources themselves to the implementation of projects for the musical
recovery in practice.
2
Utilizo este término, a sabiendas de su impropiedad, para referirme al mundo de la también
mal llamada «música clásica», para diferenciarlo de las músicas de tradición oral y también de la
creación contemporánea comercial (lo que a veces, de modo igualmente discutible se denomina
«músicas populares urbanas»).
¿VERDADERO O FALSO? CUESTIONES EN TORNO A LA RECUPERACIÓN DE PATRIMONIO MUSICAL HISTÓRICO 259
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Algunas pequeñas iniciativas privadas ofrecen «servicios musicológicos», no siempre con
la necesaria solvencia científica contrastada ni con la experiencia práctica requerida, y fuera de
cualquier filtro académico, prestando asesoramiento, confeccionando programas y vendiendo o
alquilando ediciones que van casi monopolizando el mercado, en sustitución de las que sigue
produciendo, en menor medida, la investigación «oficial». Por otro lado, la necesidad de ofrecer
nuevas «recuperaciones históricas», unida a la falta de escrúpulos y a la desmemoria característica
de tiempos de inmediatez y consumo rápido, ha promovido cierta picaresca, de modo que algunas
obras se «recuperan» reiteradamente una y otra vez.
260 LUIS ANTONIO GONZÁLEZ MARÍN
se denominan glosas, gala y también garganta; así que es muy posible que la
queja de D’Aulnoy se refiriese a que tal vez los cantantes españoles —al menos
los que ella escuchó— estaban habituados a glosar y ornamentar el canto de
manera inusual para ella. En otros lugares D’Aulnoy cita a alguien que canta
como un «gato ronco» acompañado por los rasgueos de una miserable guitarra:
«... quelqu’un qui racle impudemment una méchante guitarre, & qui chante
comme un chat enroüé», e insiste en el abuso de ornamentos por parte de los
cantantes españoles («... creo que cantan demasiado de garganta, y que sus
pasajes son tan largos que se vuelven aburridos» (1692: 148-149), concluyendo
que, aunque sus voces no son desagradables, carecen de buena escuela de
canto, es decir, cantan de una manera muy diferente a la de los cantantes fran-
ceses o italianos: «Ce nèst pas qu’ils n’eussent la voix belle, mais leur maniere
de chanter n’est pas bonne, & communement tout le monde ne chante pas en
Espagne comme l’on fait en France & en Italie» (1692: 149). Es decir, lo que lla-
ma la atención y molesta a D’Aulnoy es que los músicos españoles tienen una
manera peculiar de cantar, distinta de lo usado en Francia e Italia.
Si las apreciaciones de D’Aulnoy no son muy positivas —bien que podamos
darles la vuelta e interpretarlas a nuestro favor—, algunos de los extranjeros
que escribieron sobre música española en el siglo XVII podían llegar más lejos.
Este es el caso del poeta neerlandés, diplomático (sic!) y músico aficionado
Constantijn Huygens, quien, habiendo recibido una colección de tonos huma-
nos españoles de Hidalgo, Vado, Marín y Galán, enviados por un francés esta-
blecido en Madrid (Sébastien Chièze, embajador del Príncipe de Orange), no
dudó en aplicar un humor de tintes racistas al asunto tergiversando el nombre
de la tipología de composición y rebautizando las piezas como tonos huma-
no-bestiados, es decir, música propia de animales. El condescendiente Huygens
redondea su veredicto afirmando que encuentra la música española fort afri-
cain (Citado por Rasch, R. 2007).
Lo que estas críticas demuestran en todo caso, y al margen de valoraciones
extemporáneas, es que, tanto en lo tocante a su composición como a su prácti-
ca de interpretación, la música española de la época poseía algunas caracterís-
ticas propias muy específicas que la alejaban de las tradiciones musicales fran-
cesas, italianas, inglesas, alemanas, holandesas o de otros países europeas. El
estudio de las fuentes musicales españolas o hispánicas del siglo XVII muestra
peculiaridades de composición, especialmente en géneros religiosos paralitúr-
gicos (los villancicos) y en la música profana y teatral. También la música para
instrumentos solistas (tecla, guitarra, arpa, la trilogía instrumental tradicional
hispánica que con pocas variantes se remonta a un siglo antes) tenía sus par-
ticularidades, para empezar en el modo de anotar la música con sistemas de
tablatura o cifra diferentes de los practicados en otros países, aunque de algún
modo emparentados con algunos de ellos. Hoy, desde la distancia que nos pro-
porcionan varios siglos y numerosos estudios musicológicos, somos capaces de
apreciar esas diferencias nacionales, pero también numerosas similitudes entre
lo que se practicaba aquí y allá.
Por lo que se refiere a la música española del siglo XVIII, la idea de que esta
habría comenzado a sufrir una dependencia total —y execrable— de los mode-
los italianos ya estaba presente en los escritos de algunos críticos españoles del
siglo que en determinados asuntos se mostraron conservadores o defensores de
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Existe ya buen número de excelentes ediciones críticas. Otras, por desgracia, son definiti-
vamente malas, ni científicas ni prácticas. En cualquier caso debe resaltarse el importante esfuer-
zo editorial por parte de algunas instituciones académicas como el antiguo Instituto Español de
Musicología —hoy Departamento de Ciencias Históricas y Musicología de la Institución Milá y
Fontanals— del Consejo Superior de Investigaciones Científicas —CSIC— de Barcelona, la Insti-
tución Fernando el Católico —IFC— de Zaragoza, el Instituto Complutense de Ciencias Musicales
—ICCMU— de Madrid, el Centro de Investigación y Documentación Musical —CIDoM— de la
Universidad de Castilla-La Mancha —Unidad Asociada al CSIC—...
5
Como muestra, un botón ya otras veces mencionado: un solo archivo (importante, es cierto)
como el de las Catedrales de Zaragoza contiene más de 14.000 piezas de los siglos XV al XX. Su
264 LUIS ANTONIO GONZÁLEZ MARÍN
fondo del siglo XVII ronda las 1.500 composiciones. La estimación de RISM (Répertoire Internatio-
nal des Sources Musicales) es que España pueda conservar alrededor de 400.000 fuentes musicales
anteriores al siglo XIX.
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of the Music of the XVII and XVIII Century (Londres, 1915). Dolmetsch y sus
seguidores desarrollan un concepto muy interesante acerca de una supuesta
«ruptura de la tradición» que habría tenido lugar entre los siglos XVIII y XIX,
con las revoluciones sociales (la Revolución Francesa), la secularización de
la práctica musical en Europa (anteriormente las capillas musicales eran los
principales centros de producción, consumo y educación musical, y después
fue la sociedad civil la que en parte ocuparía este lugar), la fundación de los
primeros conservatorios (es decir, el fin de la enseñanza gremial de la música,
o de la antigua relación casi familiar entre maestro y discípulo, transformados
en profesores y alumnos), grandes cambios en la fabricación de instrumentos
(las válvulas en los instrumentos de metal, los sistemas complejos de llaves en
la madera, nuevos arcos más fuertes y pesados, el auge del pianoforte y la pro-
gresiva extinción del clave...).
Así fue como, durante el siglo XX, un número cada vez mayor de estudiosos
y músicos comenzaron a acercarse a la música medieval, renacentista y barroca
con un nuevo espíritu, con una gran curiosidad histórica, tratando de encontrar
instrumentos y técnicas adecuadas para las diferentes épocas, estilos y compo-
sitores, en busca de los fundamentos retóricos y estéticos de la composición
y la interpretación de los siglos pasados. Alrededor de los años 60 y 70 este
fenómeno se convirtió en una verdadera revolución cultural, encabezada por
personalidades como Nikolaus Harnoncourt (*1929; †2016)6 o Gustav Leonhardt
(*1928; †2012). Toda revolución acaba devorada por el establishment, y el caso
de la música antigua no ha sido una excepción.
¿Qué ocurría en España entretanto? Podríamos recurrir al cliché y concluir
de nuevo que «España es diferente». Y es cierto que encontramos particulari-
dades, o rémoras que el país arrastra por su peculiar historia, pero también si-
militudes. España, como otros países europeos, vivió sus revoluciones liberales
a lo largo del siglo XIX, pero aquellas no triunfaron, o no por mucho tiempo.
La iglesia conservó un poder social imbatible y no floreció una burguesía sufi-
cientemente pujante como para asumir una vida cultural y musical civil com-
parable a la de algunos países vecinos. Un cierto tipo de historicismo llegó a
la música española muy pronto, pero enclaustrado en la tradición de la música
eclesiástica (es decir, de las capillas de música como principales y hasta únicos
centros de producción, consumo, enseñanza y práctica musical en todos los
aspectos), muy poderosa aún durante gran parte del siglo XIX. Cuando aquella
fue perdiendo poder progresivamente debido a conflictos y cambios sociales,
guerras, nuevas ideas..., apenas existió una cultura y actividad musical civil que
ocupara su lugar, salvo en el teatro musical «popular»: la zarzuela. La fuerte tra-
dición eclesiástica sobrevive, aunque en franca decadencia, hasta mediados del
siglo XX, y mantiene pervivencias prácticas que hoy nos parecen asombrosas.
Como ejemplo de este tipo de tradiciones puedo recordar la historia narrada
por mosén Jaume Sirisi (*1921; †1999), maestro de capilla de La Seo de Zarago-
za entre 1958 y 1963, con quien tuve la oportunidad de conversar poco antes
de su muerte: al llegar a la catedral zaragozana encontró una capilla de músi-
ca, con sus cantores adultos y sus infanticos, que cantaba polifonía clásica a
6
Para entender los planteamientos de la interpretación históricamente informada es indispen-
sable Harnonocurt, N. (1983).
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cappella con acompañamiento de fagot, práctica que él suprimió, tal vez sin ser
plenamente consciente de que ponía fin a una costumbre (aunque nacida con
otro instrumento —el bajón—) que había sobrevivido allá más de cuatro siglos.
En esos círculos eclesiásticos, algunas obras del pasado —en particular de
compositores renacentistas como Morales, Guerrero, Robledo, Victoria...— per-
manecieron en uso en los siglos siguientes. Cuando un maestro de capilla de
una catedral española a principios del siglo XVIII dirigía música de Morales, po-
siblemente sabía que estaba haciendo música antigua, pero no tendría ninguna
duda en arreglar o adaptar estas piezas a su gusto o necesidades modernas: no
se trataba de una música histórica que requiriera un tipo de interpretación espe-
cial, sino sólo música de repertorio. Estas obras formaban parte de la tradición
viva y podían ser objeto de cambios, según la conveniencia.
A mediados del siglo XIX algunos músicos españoles comenzaron a recu-
perar composiciones antiguas que no formaban parte de esa tradición común.
Es conocida la labor de Hilarión Eslava (1807-1878) como editor de un gran
proyecto, la Lira sacro-hispana, especie de «Monumentos de la música sacra
española», que publicó entre 1852 y 1860, más de treinta años antes que las
colecciones de monumentos alemanes promovidas por Philipp Spitta. En esta
Lira sacro-hispana, Eslava presentó ediciones de música de los siglos XVI, XVII
y XVIII, así como algunas obras contemporáneas. La edición fue concebida con
un nuevo enfoque historicista, pero era esencialmente práctica, y Eslava solía
introducir algunos cambios —correcciones—, sin advertencia ni comentario,
cuando no estaba de acuerdo con el contenido de las fuentes. La colección pre-
tendía enriquecer el repertorio de las capillas de música españolas. Seguramen-
te ni Eslava ni sus suscriptores pensaron jamás en la necesidad o conveniencia
de acercarse a esta música antigua como si fuera merecedora de una interpre-
tación históricamente informada. El concepto no existía todavía en aquel con-
texto. Tampoco parece que preocupara especialmente a relevantes estudiosos
como Francisco Asenjo Barbieri (*1823; †1894), Felipe Pedrell (*1841; †1922),
Antonio Lozano (*1853; †1908) u otros, cuyos encomiables trabajos seguimos
citando y utilizando, al menos como referencias historiográficas y a menudo
como mucho más que eso.
El primer musicólogo español que parece realmente consciente de la ne-
cesidad de recuperar la música antigua española con criterios históricos es
Higinio Anglés (*1888; †1969). Seguramente fue su estancia en Alemania en
los años 20, donde trabajó bajo la dirección de Willibald Gurlitt (Friburgo) y
Friedrich Ludwig (Göttingen y Munich), lo que provocó esta novedosa manera
de entender la importancia de la práctica histórica: las nuevas ideas sobre la
Aufführungspraxis empezaban a dejar huella en algunas universidades alema-
nas. Cuando Anglés tuvo la oportunidad de crear el Instituto Español de Musi-
cología (Barcelona, 1943, dentro de la estructura del nuevo Consejo Superior
de Investigaciones Científicas) diseñó un centro de investigación construido
sobre tres pilares conectados entre sí: 1) la musicología histórica, 2) el estudio
crítico de las fuentes y documentos musicales y 3) el estudio del folklore. Los
intereses de Anglés se centraron en la música española medieval y renacentis-
ta. Era consciente de que la recuperación de dicho patrimonio pasaba por la
práctica y debía incluir la ejecución de esta música con los medios adecuados,
de modo que en diferentes momentos fichó como colaboradores del IEM a
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Acerca de cómo el folklore deviene «folklorismo» en función de nuestra aproximación a los
fenómenos de tradición oral, véase Martí, J. (1996).
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Cito dos «óperas» del siglo XVII, teniendo en cuenta que su diferente repercusión en el re-
pertorio habitual las aleja completamente. Mientras L’Orfeo es obra relativamente frecuente en los
escenarios, Celos se ha representado muy raramente en tiempos modernos y no existen grabaciones
discográficas comerciales, de modo que el público aún no ha tenido oportunidad de conocer dife-
rentes versiones de la pieza. Sin embargo, obviamente está sujeta a posibles cambios muy notables
en distintas interpretaciones.
270 LUIS ANTONIO GONZÁLEZ MARÍN
camino. La práctica rigurosa con música de los siglos XVII y XVIII es, por sí,
sumamente creativa, aunque ha de enmarcarse en un respetuoso conocimiento
histórico que, si se posee, no excluye grandes libertades interpretativas dentro
de lo históricamente verosímil.
Hace tiempo que el sentido común obligó a los músicos a renunciar a ex-
presiones como «interpretación auténtica» u «original» (Véase Kenyon, N.,1988),
pero, en mi opinión, no debe prescindirse de cierta pretensión de verosimilitud
histórica, por respeto a los músicos que nos precedieron y por la consideración
de que cualquier música resultará más convincente si las condiciones de su
interpretación actual se acercan en lo posible —y en aspectos verdaderamente
importantes, no en la simple cáscara— a las de su concepción. En otro tiempo
no se componía para la posteridad, sino, a menudo, para situaciones determi-
nadas e intérpretes e instrumentos concretos. Conocer esas circunstancias, o
intentarlo, permite moverse con algo más de seguridad en un terreno siempre
resbaladizo.
Ser intérprete conlleva una responsabilidad grande. Somos transmisores y a
la vez creadores, porque estamos poniendo en pie el edificio cuyos planos, a
veces muy precisos y pero en general no tanto, nos legaron compositores de
otros siglos. Debemos asegurarnos de que los materiales con los que levan-
tamos esa edificación son los adecuados, y hemos de pensar si la decoración
que le aplicamos habría satisfecho a quien imaginó la obra o si por el contrario
la habría encontrado superflua y gratuita, o tal vez insuficiente o de mal gus-
to. Cuando no extraemos de las composiciones el jugo que presumiblemente
contienen estamos cometiendo un fraude. Hemos de pensar que las obras de
los grandes maestros resultaban convincentes para buena parte de su público
(o en ocasiones quizá no para el público que asistió a los estrenos, sino al de
unos años más tarde, que ya había asimilado las novedades que esos gran-
des compositores proponían). Nuestras interpretaciones han de ser igualmente
convincentes, para un público actual. Pero eso no significa que deban hacerse
concesiones hacia sus gustos y hábitos. Por el contrario, los músicos hemos de
llevar al público a nuestro terreno. Para ello es preciso contar con los medios
idóneos, y eso abarca desde las propias fuentes y los materiales que se usarán
para hacer música (ediciones, las partituras y partichelas que los músicos utili-
zarán) hasta los instrumentos, las voces, las técnicas, la estética, la retórica del
discurso sonoro... No es fácil conjugar la distancia y la prudente duda, cons-
tructiva pero permanente, que han de caracterizar la investigación y producción
científica y el conocimiento histórico con el convencimiento apasionado que
necesariamente reclama una interpretación verdaderamente artística, pero creo
que justamente es ahí, en ese difícil encuentro, donde radican la calidad y el
valor de una recuperación histórica.
Usar irreflexivamente elementos de la tradición oral para interpretar la mú-
sica antigua española o aplicar criterios inadecuados y extemporáneos son ries-
gos que conducen a la «falsificación de la música antigua». Pero este peligro
no debe llevarnos a rechazar la investigación ni la metodología de la prácti-
ca de interpretación históricamente informada, ni tampoco un uso prudente,
consciente, preciso y riguroso del estudio de la música de tradición oral para
aumentar nuestro conocimiento de la música antigua escrita. Nunca podremos
saber cómo sonaron las interpretaciones de hace siglos ni podremos reproducir
272 LUIS ANTONIO GONZÁLEZ MARÍN
las interpretaciones de los siglos XVII o XVIII, ni es ese nuestro propósito. Pero,
con más estudio histórico combinado con la necesaria dosis de intuición artís-
tica, al menos, podemos proponer interpretaciones honestas e históricamente
plausibles, y, sobre todo, útiles, en un sentido estético, para nosotros, como
músicos y públicos modernos9.
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9
Una reflexión sobre el papel de la musicología y la interpretación históricamente informada
en la recuperación de patrimonio musical histórico hispánico puede verse en mi artículo González
Marín (2016).