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Santidad del Creyente

Dios llama a sus hijos a ser santos. Él desea que sus hijos vivan vidas puras, consagradas y
dedicadas a él. Por eso, el día a día de los que aman y sirven a Dios debe reflejar el corazón y la
naturaleza del Padre. Esto debe ser así en todo momento y en todo lo que se haga, tal como
leemos en 1 Pedro 1:13-16
Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por
su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del
comienzo del tiempo. (2 Timoteo 1:9)

Por un lado, los hijos de Dios ya son santos gracias a su relación con él. En el mismo momento
en el que aceptaron a Jesús como Señor y Salvador se convirtieron en hijos de Dios. Todo lo
anterior quedó atrás y gracias a la obra redentora de Cristo en la cruz ahora son santos, puros y
limpios de todo pecado. Esa es su identidad.

Por otro lado, los hijos de Dios son llamados a vivir en santidad: «Sean santos» (1 Pedro 1:16).
Esto quiere decir que sus vidas deben mostrar que han escogido seguir a Jesús y que han
permitido que él transforme su ser. O sea, esa santidad se notará en su carácter, en sus acciones
y en sus palabras.

Algunas áreas para vivir en santidad:

Nuestra relación con los demás: (Hebreos 12:14-15) (1 Tesalonicenses 3:12-13)

La pureza del cuerpo y del espíritu: (1 Corintios 3:16-17) (1 Tesalonicenses 4:3-4)

Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santidad.


(1 Tesalonicenses 4:7)

La mente renovada (Romanos 12:1-2) (Efesios 4:22-24)

La proclamación del evangelio: Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel
que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. (1 Pedro 2:9)

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