Está en la página 1de 7

27 de agosto de 2023

Buscar... 

CONTRATAPA

Homo Equivocado

Por Rodrigo Fresán

27 de junio de 2023 - 00:01

Desde Barcelona

UNO La idea era buena ya desde la portada del libro (Rodríguez lo


leyó y comentó de pasada hace ya unos años, en 2016): invertida,
como si algo fuera de lugar hubiese sucedido en la imprenta, blanca
y negra y tipográfica y titulando But What If We're Wrong? / Thinking About the
Present As If It Were the Past (¿Pero y si estamos equivocados? y subtitulando con
un Pensando en el presente como si fuese el pasado). Y la idea era aún mejor --
y todavía más graciosamente inquietante, Rodríguez vuelve a leer el
libro-- ahí dentro. La idea --correspondiéndose con la defectuosamente
adrede gráfica del volumen-- es/era la siguiente: hace unos quinientos años,
contemplada desde la óptica y conocimiento de nuestros días, la humanidad
toda vivía y moría completamente equivocada en casi todo. Y sin demasiados
problemas más allá del estar casi constantemente ciertamente en lo cierto.
Hasta que Newton y su Ley de Gravedad (con dos milenios de retraso)
comenzaron a erigir el armazón que soporta a nuestro agudo presente.

Y lo que se preguntaba allí y entonces el ensayista y novelista y


pensador pop Chuck Klosterman (Minesotta, 1972) era si entonces
era así ¿no sería también posible que, de aquí a medio milenio, se
comprenda que todas nuestras certezas cotidianas no son más que
frágil y submarina y implosiva e imaginativa/imaginaria superchería?
Empezando por el absurdo ese de la Ley de Gravedad, que ya
algunos físicos comienzan a cuestionar como "algo que no es del
todo como postulo" o "apenas la punta visible de una fuerza que
aún no estamos capacitados ni intelectual ni técnicamente para
vislumbrar y comprender". En resumen: según Klosterman, estamos
incapacitados para juzgar y calibrar nuestro ahora hasta que no se
convierta en nuestro entonces.

Así nos va. Así venimos, así vamos, así seguimos.

DOS Dicho lo anterior --superado el costado ominoso y críptico de la


cuestión-- hay que decir que lo de Klosterman es de lo más ágil y divertido.
Klosterman --con look de quien empezó siendo hipster para acabar siendo
hip-- un poco como otro escritor movedizo y polimorfo-perverso: Geoff Dyer.
Y, sí, lo de Klosterman entonces era y sigue siendo de lo muy y más
personal que se ha escrito últimamente a la hora de la divulgación
científico-sociológica-literaria-multi-mediática. Klosterman --
conocido por sus columnas de muy personal opinión para Spin, The
Believer, Esquire, el dominical de The New York Times (hay varios títulos
suyos traducidos al español)-- se pasea por las páginas de su
certero concepto acerca de lo erróneo pensando cosas en voz alta
y, en ocasiones, con dicción tan creativamente irresponsable como
saludablemente irritante. Saltando de un tema a otro, de un libro a
una película, de una innovación técnica a una sitcom, reflexionando si
la injusticia sufrida en su momento por la ignorada y
posteriormente redimida Moby-Dick de Herman Melville será síntoma
más o menos parecido pero diferente a lo que experimentará con
los siglos la muy invocada pero poco leída La broma infinita de David
Foster Wallace (resignificada por Klosterman como "la novela más
importante sobre el 9/11 aunque haya sido publicada cinco años
antes de la caída del World Trade Center"). Y si, tal vez, uno de los
escritores del aquí y ahora más admirado en el mañana no será un
absoluto e inédito y kafkiano desconocido del hoy o una nota al pie
o colgada bajo la entrada del suicidio literario. Y Klosterman también
se hace sitio para postular la posibilidad si nuestra realidad no será otra cosa
que la polución informática de un adolescente nerd en el garaje de su casa,
en una dimensión alternativa. O si será cierto aquello que todo lo
históricamente anterior a la Edad Media no es más que un invento
de monjes letrados empeñados en sostener su dogma. O si Barack
Obama no fue el mejor presidente para una sociedad con derecho a
no votar. O si la supuesta "Edad Dorada de la Televisión" que
sintonizamos por estas noches no es más que un fenómeno de
histeria colectiva. O si la figura de Chuck Berry acabará eclipsando a
las de Elvis Presley y Bob Dylan, aunque "todavía haya cosas acerca
de The Beatles que no pueden ser explicadas".

Como la Ley de Gravedad.

TRES Y en su racional delirio, Klosterman no está solo y está más que


bien acompañado. Y sus hipótesis aparecen puntuadas, a lo largo
de su deambular, por "especialistas" en diversos campos que
intentan --casi siempre en vano-- ordenarle un poco su cabeza. Un
poquito. Lo que se pueda y casi como le avisa de que no quedarse
un poco quieto se va a quedar sin postre. Y Klosterman llama a las
puertas de profesionales como el astrónomo Neil de Grasse Tyson y del
teórico de cuerdas Brian Greene, de los músicos David Byrne y Ryan Adams,
de la crítica literaria Kathryn Schulz, del director de cine Richard Linklater, y
de los escritores Junot Díaz y George Saunders y Jonathan Lethem entre
otros. Y una pequeña muestra de su modus operandi: en un momento
del libro Klosterman propone un "Supongamos que los arqueólogos
hacen el bizarro descubrimiento de que los antiguos egipcios ya
tenían la televisión y que su relación con ella era parecida a la que
tenemos nosotros". Y que, además, de pronto tenemos acceso a
todas las series que se emitían y sintonizaban en las pirámides (The
Americans se llamaría The Egyptians, aclara Klosterman). Y semejante
despropósito injustificable tiene el justificado propósito para
Klosterman de hacernos imaginar el cómo seremos vistos nosotros
(a partir de la manera en que se intenta ser realísticamente
inteligente en la irreal caja boba) dentro de milenios a partir de lo
que miramos ahora mismo.

Y, claro, entonces cuesta tanto apagar o cambiar el canal de este


libro.

CUATRO La tesis de Klosterman, finalmente, es muy plural y


abarcadora en su caprichosa singularidad: la Historia --tal como la
conocemos y usamos-- es un animal de hábitos selectivos y
simplificantes y sintetizadores. De acuerdo: Shakespeare y Bach son
cumbres de vértigo; pero, también, impiden con su majestuosidad
que le prestemos atención a muchos de los escaladores que
podrían llegar a clavarles bandera en sus cimas tan sólo si
dejásemos de admirar un poco a Will y a Johann Sebastian. Y --no
del todo seguro pero sí bastante preocupado-- Chuck aquí y ya
antes del Covid, advertía de que el acceso al Todo vía internet ya ha
probado ser una epidémica maldita bendición o una maldición
bendita erosionando nuestra capacidad de juicio y concentración.

De ahí que --entre conservador y revolucionario-- Klosterman se despide con


un "estoy listo para un nuevo mañana siempre y cuando se parezca mucho al
ayer".

Pero --se sabe, aunque lo ignoremos; Rodríguez ha vuelto a este


libro de Klosterman porque en los últimos días ha leído otros dos
libros de Klosterman, más recientes, acerca de los que pensará algo
correcto o incorrecto tal vez la semana que viene o tal vez la otra
o...-- va a ser que no, que no se va a parecer mucho a lo que fue
sino a lo que vendrá.

Mientras tanto y hasta entonces, entonces, Chuck Klosterman


estaba más o menos seguro que (de ser menos o más recordado de
aquí a unos muchísimos años) lo sería por este libro rebosante de
certeros errores y precisos malentendidos y preguntas sin repuesta.
Por ahora.

Suscribite a los
newsletters del
Grupo Octubre
Conocé todas las opciones del
contenido que podés recibir en tu
correo. Noticias, cultura, ciencia,
economía, diversidad, lifestyle y
mucho más, con la calidad de
información del Grupo Octubre, el
motor cultural de América Latina.
ver más newsletters

Este es un contenido original realizado por nuestra redacción.


Sabemos que valorás la información rigurosa, con una mirada que va
más allá de los datos y del bombardeo cotidiano.

Hace 35 años Página|12 asumió un compromiso con el periodismo, lo


sostiene y cuenta con vos para renovarlo cada día.

Unite a Página|12
Contribuciones

Contribuciones 2 Opcionesarrow_drop_down

eroberto hace 2 meses

Ya que estamos, y alargando no poco la cuestión espinosa y repulsiva de


la equivocación (o necesario “error” evolutivo para mí), le recuerdo Don
Rodrigo que la Humanidad se puede explicar negativamente partiendo
de un postulado de la Metafísica y su axioma hasta ahora incontestable:
de que todo sistema binario es por definición inestable (disculpen la
sanata repetitiva) y en la mayoria de los casos lo lleva a la
autodestrucción o crísis continua: hombre- mujer, derecha-izquierda,
inteligencia lógica (la mejor)- inteligencia emocional (con resultados en
espera), dia-noche, paz- guerra, malo- bueno, singular-plural (y sus
implicaciones políticas), subjetivo-objetivo (y sus implicaciones
cotidianas).etc.etc. Que nosotros, los varones, hayamos aparecido a un
cierto punto de la evolución como mutuación genética de lo femenino,
fue un evento necesario (y bastante ofensivo para mí, un varon
satisfecho y orondo); y si hoy los tiempos son convulsos y crueles, no se
necesita demasiada imaginación para llegar a la conclusión de que
aquellos lejanos tiempos en donde aparece esa “elección evolutiva” por
primera vez, o sea el desdoble (femenino por convención) para
conquistar con tanto éxito el planeta, haya sido un tiempo peor del
nuestro, con un medio ambiente hostil en donde ganaba el más fuerte; y
he ahí nosotros, listos para el conflicto. (Y aquí me voy un poco del tema:
las mujeres son el más antiguo fósil, el resultado o restos bastante
sofisticados de la “idea” en contínuo cambio que la evolución tuvo para
adueñarse de este planeta, objeto físico femenino que todavía podemos
estudiar sin llegar a entenderlo en su totalidad por la simple razón de
que somo varones. Hay tantas películas en donde se oye decir “¿Quién
entiende a las mujeres? Y si esta “elección”, “idea” o “ sistema” de la
evolución tuvo exito, ¿por qué no probar con la perpetuación de las
mujeres al poder?) Para evitar agregar más caos al caos cuando se busca
el responsable de esta “humanidad equivocada”, teniendo la respuesta
delante de las narices pero para adentro, o sea nuestro cerebro
masculino, el autor de todo lo “creado”, creo que ya sería hora de
comenzar a extinguirnos o cambiar antropológicamente, tal vez un poco
más femenizados, condición antropológica que es lo más cercano al
Humanismo. Como gesto de grandeza del cual somos capaces,
tendríamos que aceptar quedarnos en casa a cuidar la prole, cocinar,
planchar, jardinear, limpiar, reunirnos a chusmear con nuestros
congéneres rememorando tiempos mejores y auto prohibirnos acceder
a la política, la religión, la filosofía, las armas, los mercados financieros y
sus dificultades conceptuales con la seguridad de que las mujeres no
llegarían a entenderlo nunca pero estaríamos a salvo de “fluctuaciones”
y “burbujas” siempre dañinas, todas prohibiciones o imposiciones
iguales a las que las obligamos en tiempos no tan lejanos. 

Compartir link Reportar flag


Respetar  1 Responder reply
eroberto hace 2 meses

Todo esto, por cierto, sería de un aburrimiento galáctico para


nosotros, pero prefiero aburrirme con otro paradigma social en
vez de continuar a ver los horrores cotidianos. Quizás hagan las
cosas mejor que nosotros. No se necesita tanto.

C i R

También podría gustarte