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HERTZ

ALBERTO BALSALM
Una mujer sale a la calle para bailar a la vista de todos los transeúntes, y continúa haciéndolo
hasta que cae exhausta en la noche. Al salir el sol, despierta y nuevamente, baila, poco a poco
se van uniendo algunos compañeros que se encuentran en las mismas condiciones que ella,
este fenómeno se extendió por semanas. En un punto, al menos cuatrocientas personas se
encontraban bailando bajo el sol con los pies ensangrentados pidiendo clemencia al ser
incapaces de detenerse, hasta que eventualmente morían a causa del cansancio. El extraño
acontecimiento recibió el nombre de “La Plaga del Baile”.
Julio de 1518, Estrasburgo
I
Verano, son las once de la noche, el sudor me escurre a través de los auriculares, y se termina

deslizando hasta mi barba, la laptop que tengo frente a mí, es un obsequio, me lo dio una

chica con la que salí hace un tiempo, una profesora de preescolar, cuatro años mayor que yo,

decidió terminar conmigo por razones que hasta la fecha sigo sin entender, falleció la Navidad

pasada, después de Nochebuena. Regresó a casa, se desvistió, puso una canción en repetición,

y se suministró con mucha paciencia tanta morfina como pudo. Es duro acudir a un funeral

donde la mayoría de los presentes son niños sosteniendo dibujos, y es aún más duro entender

que fui a ofrecer mis condolencias a sus padres, estando completamente drogado.

—¿Ves? Te dije que sería buena idea… —Grita Irving mientras se pega incómodamente

a mi oído—

Irving, lo conocí hace un par de meses y lo invité a trabajar conmigo por una sencilla razón,

es más leal que un puto Pastor Alemán, no sé si realmente me ama a mí, o a todos los excesos

que le consigo.

Una noche, al concluir mi tercera presentación para ser preciso, mientras subía el equipo a

mi Volvo se acerca un hombre, lánguido, aproximándose relativamente rápido, lo sé porque

la loción que tenía se iba tornando cada vez más penetrante, se para justo detrás, y me toma

fuerte del brazo, estaba preparándome para asestar un golpe, pero al girarme lo que veo es,

básicamente, el rostro de una chica de secundaria que acaba de conocer a su actor favorito.

—Viejo eres asombroso, de verdad, esto es para ti, es la tercera vez que vengo a un show

tuyo y quería darte algo, de corazón.


Bajo la vista y advierto algo impactante, el hijo de perra está sosteniendo una tablilla

completa de LSD envuelto en aluminio, y me la extiende con toda la convicción del mundo,

honestamente, dudo que algún día pueda olvidar esa escena.

—Gracias, esto es… Es impresionante, en serio

—Y es toda para ti, ¡tú sí que eres impresionante!

Examiné la escena por un momento, eché un vistazo alrededor y después de observar la

expresión del chico me animé a hacerle una pregunta peligrosa, advirtiendo que no iba a

marcharse, no hasta que yo lo hiciera.

—Bueno, yo… De verdad, muchas gracias, pero, en fin. ¿Y si vamos por una

hamburguesa?

No pensé que accedería, esa fue la única ocasión en la que fallé a mi propia regla desde que

decidí comenzar a hacer música. “No conozcas a tus fans”. Hacer esa excepción fue una de

las mejores decisiones que pude haber tomado, es el perfecto miembro de staff, después de

un par de shows, pudo dirigir sin problema a otros cuatro chicos, y los espectáculos se

volvieron más cómodos. Pero, retrocedamos un poco, volvamos a la noche en la que supe de

su existencia, este sujeto me generó confianza desde el principio, tanto como para dejarlo

subir a mi auto, e invitarle la cena. En el camino, le presenté la idea de trabajar conmigo,

puse algo de música, estaba emocionado contándole sobre las ideas que tenía para desarrollar

los espectáculos, él por su parte, también se escuchaba entusiasmado, todo estaba

funcionando, hasta que entramos al restaurante, ordenamos, y mordió su hamburguesa con

queso…

—Tengo dieciséis
Hay una fotografía de 1933, Joseph Goebbels es la figura dominante de la imagen, una

imagen que ya es fuerte en si misma, y adquiere mucha más potencia gracias a que está en

blanco y negro. El ministro encargado en ese entonces de la propaganda nazi, se encontraba

en una conferencia, y la verdad es que el bastardo estuvo feliz durante todo el evento, incluso

segundos antes de que le tomaran la fotografía, y tal vez hubiese sonreído, de no ser por qué

le avisaron que el fotógrafo que tenía frente a él, era judío. Su expresión cambió totalmente,

se puede apreciar amargura en su mirada, y quedó evidenciado para la posteridad, esa foto

recibió el nombre: Ojos de Odio. Bueno, yo puse exactamente esa cara cuando lo escuché.

—¿Qué? Vamos Irving, no me jodas


.

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