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Esa casa había estado deshabitada por muchos años, por eso era el lugar perfecto para

drogarse y beber licor sin que la policía los molestase. Eran cinco en total los hombres que
entraron al lugar sin importarles las consecuencias de aquel acto. Ellos rompieron las
ventanas y forzaron la puerta, que cedió rápidamente a causa de la madera podrida y
maloliente. La sala estaba totalmente a oscuras y alguien encendió una vela mugrienta y la
puso dentro del pico de una botella. La casona era muy grande, con finas alfombras que
habían sido devoradas por las polillas y candelabros majestuosos repletos de telarañas. En sus
buenas épocas, cualquier persona hubiese matado tan solo para poner un pie en aquella
impresionante sala.
Había muchas leyendas urbanas sobre aquella casa, historias escalofriantes, pero a la vez
demasiado fantasiosas. Las personas cambiaban el relato tantas veces que era imposible saber
cuál era la verdad detrás de todo aquello. Sin embargo, todas esas historias tenían un punto en
común, y esto era que en la casa vagaban las almas de dos personas que habían sido
brutalmente asesinadas hace más de cien años. Pero, a esos hombres no les importaba en lo
más mínimo aquellos cuentos para asustar a los niños. Solo querían tirarse en el suelo,
drogarse y tener un lugar donde pasar la noche.
Ellos estuvieron así por largo rato, riéndose a carcajadas mientras compartían aquel polvo
blanco y se pasaban una botella con el licor barato que robaron. Hablaban cosas sin sentido, a
esa hora algunos estaban borrachos y otros no podían ponerse de pie a causa de la droga. De
repente, empezaron a discutir llegada la una de la madrugada, retándose entre ellos a subir las
escaleras hasta el tercer piso; en dónde, según la leyenda, se podían ver las escalofriantes
apariciones.
Al no ponerse de acuerdo, todos coincidieron en mandar al más joven de ellos. Un hombre de
mediana edad, cuyas cicatrices en brazos y piernas mostraban las constantes peleas que tenía
en las calles. Hace poco había sido incluido al grupo y por eso lo retaron a que subiera hasta
el tercer piso como una especie de ritual de iniciación. El hombre estaba ebrio, pero podía
caminar sin dificultad y aceptó el reto, no creía ni en Dios ni en el diablo, mucho menos en
fantasmas y tontos cuentos urbanos. Y a pesar de las advertencias de los mayores, se rió de
ellos y empezó a subir las escaleras para demostrarles que no había nada más que insectos y
suciedad por todos lados. El hombre subió hasta el tercer piso escuchando sus propios pasos y
la madera crujir conforme avanzaba, por un momento se detuvo al escuchar un extraño
sonido y por poco pierde el equilibrio al sentir una enorme rata corriendo espantada por su
presencia. Al recuperar el control de sus piernas, siguió avanzando mientras maldecía
mentalmente a las pestes que se habían apoderado del lugar.
El polvo acumulado por años lo hizo toser, empezó a patear algunos muebles y jalar viejos
cajones, buscando algo de valor. El viento frío de la noche se colaba por las ventanas rotas.
La borrachera y la oscuridad del lugar no le permitían ver nada. En aquel momento, escuchó
otro sonido proveniente de los pisos inferiores, solo eran esos hombres empezando una nueva
ronda de bebidas. Juan, como se llamaba, siguió curioseando por los alrededores. Abriendo
muchas puertas y volviéndolas a cerrar al no encontrar más que sillas viejas y lámparas
destrozadas. La casa había sido saqueada por delincuentes muchas veces.
Aun así, continuó avanzando hasta llegar a una habitación con la puerta pintada de color rojo,
la única diferente a las demás. Juan la observó por algunos segundos. Quizás se trataba de
una bodega o tal vez de un despacho, a lo mucho una biblioteca, pero al estirar la mano para
coger el picaporte y abrir la puerta, la sintió muy helada, como si fuese un trozo de hielo en
vez de metal. Esto era una clara advertencia para que no siguiera adelante, pero, hizo caso
omiso e ingresó a la habitación. Juan se quedó sorprendido, a pesar de la suciedad, los objetos
estaban colocados de tal manera como si alguien viviera ahí. Por ejemplo, esos viejos libros
apilados, dos de ellos estaban abiertos y tenían marcas de lápiz en ellas, anotaciones que no
podía entender; también, una taza se encontraba sobre la mesa, al lado de una vieja lámpara
de bombilla grande. Las ventanas estaban abiertas, las cortinas polvorientas se mecían
tristemente con el viento y la cama estaba correctamente tendida.
Aquello no tenía sentido alguno. Era el único cuarto que tenía objetos y se encontraba en esas
condiciones. Juan abrió las cajas rápidamente en busca de algo de valor, pero no encontró
nada. De repente, su mirada se posó en el marco de fotos que estaba sobre la mesita de noche,
este parecía ser de plata o de algún material valioso, ya que al levantarlo pesaba mucho. Juan
pensó en esconder el cuadro de los demás, así todas las ganancias serían para él. Iba a
cubrirlo con papel cuando sus ojos castaños contemplaron aquella vieja fotografía en blanco y
negro de una familia: un hombre con sombrero y bigote, una señora muy hermosa con vestido
largo y en el medio estaban dos chicos. Uno era más alto que el otro, pero por sus finos
rasgos no llegaban a pasar de los doce años. Juan dirigió su mirada hacia la figura del más
pequeño, ese chico era realmente atrayente. Sus cabellos ensortijados, esa bonita sonrisa y su
mirada tierna lo empezaron a hipnotizar. Juan no podía moverse ni soltar el cuadro, sus
manos habían quedado momentáneamente pegadas a este.
Y fue en esos momentos, cuando empezó a escuchar unos pasos provenientes del corredor.
Pasos que se acercaban lentamente hacia la habitación. Juan creyó que se trataba de uno de
sus compañeros que venía a jugarle una broma y burlarse de él; pero, al levantar la mirada y
ver en el reflejo de los cristales de la ventana, soltó el cuadro de golpe, al darse cuenta que
alguien lo observaba fijamente desde un rincón de la puerta. Podía vislumbrar una figura
borrosa, pero no estaba seguro que fuese una persona. Creía que la borrachera empezaba a
hacerlo alucinar cosas. Juan giró por completo para apreciar mejor aquella imagen, pero esta
desapareció y escuchó unos pasos avanzando rápidamente por el corredor. Era como si
alguien estuviese corriendo. Juan sonrió burlonamente, creía que algún ladronzuelo había
buscado refugio en la casa al igual que ellos; en ese caso, tendría diversión si lograba
capturarlo.
Cuando salió de la habitación y empezó a llamar a gritos a ese supuesto chico que había
creído ver, se dio cuenta que el frío se había apoderado por completo de aquel piso. Sentía
escalofríos y el aire que entraba por su nariz parecía estar a punto de congelar sus pulmones.
Todo estaba muy silencioso, demasiado silencioso, como si el sonido hubiese sido suprimido
por completo. El hombre se dispuso a bajar las escaleras para contarles a los demás lo que
había visto, así entre todos, le darían un buen escarmiento al desconocido. Pero, apenas
avanzó un poco sintió el roce de una mano sobre su hombro, deteniéndolo. Un contacto
suave, como si fuese el mismo viento que lo tocase, junto a una voz muy débil que susurró: -
Ayúdame -.
El agarre se hizo más fuerte, claramente podía sentir aquellos delgados y frágiles dedos sobre
su hombro, aferrándose a él. Pero Juan no podía reaccionar ante eso, se quedó parado en
medio del pasillo sin comprender lo que sucedía. En poco tiempo volvió a escuchar aquella
voz y el hombre pensó que se trataba de un ladronzuelo. Pero, cuando volteó para verlo, sus
ojos se abrieron mucho por la sorpresa. Frente a él, se encontraba un joven de finos rasgos y
mirada asustada. Sus labios estaban entreabiertos por el encuentro inesperado y llevaba
puesta una camisa con algunos botones sueltos, haciendo que pudiese contemplar su blanca y
de seguro, suave piel.
- Que lindo niño - dijo el hombre mirándolo con deseo. El chico era demasiado hermoso para
compartirlo con los demás; por eso, pensó en divertirse solo. Pero, al intentar tocarlo este
retrocedió, haciendo que sus enfermos deseos aumentasen. El jovencito siguió mirándolo
inocentemente, podía ver esos ojos verdes a pesar de la oscuridad y esto lo embrujó por
completo. Cuando vio que su presa le daba la espalda y empezaba a correr, no lo pensó dos
veces y comenzó a seguirlo. Pero las tablas sueltas hicieron que tropezara y cayese
bruscamente sobre el piso. Juan empezó a lanzar maldiciones, y antes de levantarse se dio
cuenta que se encontraba muy cerca de aquella habitación con puerta roja. Estaba convencido
que el chico se había refugiado ahí.
Rápidamente se puso de pie y abrió la puerta. Pero reaccionó de inmediato dando un paso
hacia atrás al ver la macabra escena. Aquella hermosa cama, el suelo y las paredes tenían
manchas de sangre fresca, parecía como si hubiesen degollado animales y fuese un matadero.
Juan no sabía que estaba sucediendo ahí, y al levantar la mirada hacia la cama vio en la
esquina de esta una sombra, una pequeña sombra encorvada que parecía estar con el rostro
escondido entre los brazos, dejando ver una cabellera con algunos risos que caían por su
frente. - ¿Acaso te rendiste y me harás esto más fácil? - preguntó el hombre sonriendo
burlonamente. Estaba tan fascinado por el chico, que no se dio cuenta que la puerta iba
cerrándose lentamente detrás de él. Aquella sombra permanecía en silencio, parecía estar
llorando.
Juan iba a acercarse, pero la sombra se movió en esos momentos. Pudo ver sus ojos brillantes
en la oscuridad, deslumbraban como esmeraldas, pronto se levantó de la cama y empezó a
acercarse a él en silencio. El hombre sintió aquella presencia enfrente de él, apoyándose
contra su pecho, como un niño buscando protección. Su cuerpo se sentía extremadamente
helado pero sus manos insistieron en tocarlo, y fue ahí cuando reaccionó al notar que le era
imposible hacerlo.
- ¿Qué carajos ocurre? ¿Por qué no te puedo tocar? - dijo alejándose inmediatamente. Quiso
salir de la habitación, pero la puerta estaba cerrada.
- Ayúdame… no quiero que me lastimen de nuevo. - dijo en sollozos el niño.
- ¡Solo estoy borracho! ¡No creo en fantasmas! – empezó a gritar creyendo que con esto todo
se acabaría.
Al apoyarse contra la pared la sintió húmeda y pegajosa, un olor inmundo inundó el
ambiente. Tuvo que ver su reflejo en la ventana para darse cuenta que su espalda, brazos y
manos estaban manchados con la sangre que parecía emanar de las paredes. Juan iba a forzar
la puerta para salir, cuando escuchó los gritos de terror de sus compañeros. Eran gritos
desgarradores, ruidos extraños, pasos torpes, y luego de eso todo quedó en silencio. El
hombre se acercó a la puerta para empezar a patearla, tenía que abrirla como fuera.
- Francisco, mi amado hermano - dijo el chico mostrando un rostro empapado con lágrimas
negras - Él me quiere hacer daño… tengo miedo…
- No llores… - respondió otra voz. De repente, una sombra atravesó las paredes y se detuvo
frente a Juan. El hombre estaba aterrado, todo su valor se había ido a la basura y solo quería
salir de esa horrible casa. Esta aparición era terrorífica. Si bien la sombra tomó la figura de un
jovencito delgado, las cuencas vacías de sus ojos lo dejaron paralizado. Podía sentirlo, esa
cosa lo miraba fijamente, por unos segundos una mueca torcida simuló una sonrisa y lo
último que vio Juan, fue a los demonios acercándose.
“Según la leyenda una familia rica habitaba en aquella casona del centro de Lima. Esas
personas vivían tranquilamente, pero todo cambio cuando el hijo menor fue violado y
asesinado sin piedad, el cuerpo ensangrentado fue encontrado por su hermano mayor, se trató
de un secuestro y el padre se negó a pagar el rescate. El hombre usando sus influencias ocultó
aquel crimen por varios meses, la madre cedió ante la presión y los maltratos, pero, todo
terminó cuando los habitantes de aquella casona murieron degollados en una sola noche. El
tiempo pasó, pero la leyenda urbana nació y se fortaleció con los años. Desde ese momento,
dos sombras custodian la casa, el mayor entregó su alma al demonio para acompañar a su
hermano por toda la eternidad”
Aquella mañana, solo se pudo ver a una multitud y a los periodistas tomando fotografías de
los cuerpos que salían en fila, cubiertos por una sabana blanca que se manchó rápidamente de
sangre, debajo de la tela los cadáveres escondían una expresión macabra, rostros cuyos ojos
habían sido arrancados de sus cuencas. Y desde las ventanas del tercer piso, dos chicos
agarrados de la mano, contemplaban tranquilamente la escena.

- Fin –
Autora: Merrilyn Rosevo (Mi nombre real es Diana Maria Bacalla Pantoja, pero publico mis
historias en Internet bajo este seudónimo, nunca uso mi nombre real ni está vinculado a mi
cuenta personal, muchas gracias por su comprensión)
Nacionalidad: peruana
Ciudad: Lima
Fecha de Nacimiento: 11 de mayo de 1990
Correo:
merrilynrosevo@gmail.com (Mail con el cuál publico mis relatos).
dianapantoja1105@gmail.com (Mail privado).
Teléfono: 994982757
Breve hoja de vida literaria:
Soy Merrilyn Rosevo, tengo treinta dos años y estudié Literatura y lingüística en la
Universidad Federico Villarreal. Publico relatos breves y poemas en Internet, mis géneros
favoritos son el terror, suspenso y misterio, también escribo relatos LGTB. Mi sueño es
publicar novelas de esta temática. Muchas gracias.

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