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Las orejas del rey Augusto

Al sur de Alemania, en una región llamada Baviera, reinaba hace muchísimos años un rey
que se llamaba Augusto.

Era un rey muy querido por todos sus súbditos, pero tenía un extraño comportamiento que
todos conocían y al que nadie encontraba explicación. Resulta que siempre llevaba una
túnica sobre la cabeza para proteger su pelo y solo se lo cortaba una vez al año. Para el día
elegido, el rey hacía un sorteo público en su reino y entonces decidía quién tendría el honor
de ser su peluquero por un día.

Sin embargo, lo más extraño de esta costumbre era que la persona encargada de esta tarea
jamás volvía a su casa. En su lugar llegaba una bolsa de oro a la familia, pero no volvían a
saber del peluquero. Era como si la tierra se lo tragase. Después de cortar el pelo al rey,
nadie volvía a saber de esa persona porque el rey Augusto lo hacía desaparecer. Por
supuesto, como era de esperar cuando se acercaba ese día, todos los súbitos comenzaban a
estar nerviosos porque sabían que si eran elegidos nunca más volverían a sus hogares.

¿A qué se debía este extraño comportamiento? Nadie lo sabía, pero la razón era que el rey
tenía unas orejas enormes, feas y puntiagudas, como las de un elfo y no quería que nadie lo
descubriera. Tenía el secreto tan bien guardado que cuando llegaba el día de cortarse el pelo
quería evitar que el rumor se expandiese por todo el reino, de manera que después de hacer
el trabajo encerraba a su peluquero en una mazmorra de por vida.

Sin embargo, un año el “agraciado” que ganó el sorteo fue un joven campesino llamado
Marcos que, sin quererlo, fue conducido hasta una habitación recóndita del palacio donde el
rey le estaba esperando.

– Adelante. Este año has sido tú el elegido para cortarme el cabello.

Marcos, nervioso y con ganas de salir huyendo, vio cómo el rey se quitaba muy lentamente
la túnica de su cabeza y al momento comprendió por qué el rey actuaba de esa manera.
Sintió un pánico que le recorrió todo el cuerpo y quiso escapar de inmediato, pero no tenía
opción. Así que, sin otra alternativa, cogió las tijeras y empezó a cortarle el pelo al rey.

Cuando terminó, el rey se miró al espejo antes de volver a colocarse la túnica. En ese
momento, Marcos se temió lo peor, así que no dudó en arrodillarse ante el rey y suplicarle
entre lágrimas:

– Majestad, lo ruego que deje que me vaya. Tengo una familia a la que debo cuidar y
proteger. Si no regreso ¿quién le proveerá alimento? ¿Quién llevará el dinero a casa?

– Lo siento mucho muchacho, pero ahora que conoces mi secreto sabes que no puedo
dejarte en libertad, le dijo.
– Majestad, por favor ¡le prometo que nunca se lo contaré a nadie! Soy un hombre de
palabra, se lo juro.

Al rey le pareció un hombre sincero y sintió pena por él.

– ¡Está bien, deja de llorar! Solo por esta vez voy a hacer una excepción y permitiré que te
marches a tu casa con tu familia, pero espero que nunca le cuentes a nadie el secreto de mis
orejas o no podrás escapar de mi. Te advierto, si lo cuentas, iré a por ti y el castigo que
recibirás será terrible ¿lo has entendido?

– ¡Gracias, su majestad! Le prometo que no lo contaré nunca y me llevaré el secreto a la


tumba.

Así, el joven campesino se convirtió en el primero en salir sano y salvo tras haber visto las
horribles orejas del rey. Entonces, volvió corriendo a su hogar con su familia.

Se sentía muy feliz y afortunado porque el rey le había liberado. Sin embargo, a medida que
pasó el tiempo empezó a encontrase mal porque le resultaba insoportable tener que guardar
un secreto tan importante que sabía podía acabar con la vida de otros del pueblo. ¡Le
torturaba no poder contárselo a nadie!

Poco a poco el secreto se convirtió en una obsesión en la que no dejaba de pensar en ningún
momento del día. Esto no solo afectó su mente, sino que su cuerpo también se fue
debilitando como si de una planta mustia y sin agua se tratase. Así que una mañana no pudo
más y se desmayó.

Su esposa llevaba un tiempo viendo que a su marido le pasaba algo raro, pero ese día
comprendió que había caído gravemente enfermo. Desesperada fue a buscar al médico, el
hombre más sabio del pueblo, para que lo viera y le diera un remedio que pudiera curarlo.

El hombre la acompañó a la casa y vio a Marcos completamente inmóvil, encima de la


cama y empapado en sudor. No tardó en darse cuenta de lo que sucedía y le dijo a la mujer:

– El problema de su marido es que guarda un secreto muy importante y ese gran peso está
acabando con su vida. Solo podrá curarse si se lo cuenta a alguien.

La pobre mujer se quedó sin habla. No hubiese podido imaginar que su marido hubiese
enfermado por culpa de un secreto.

– Créame señora, es la única alternativa y debe darse prisa antes de que sea muy tarde.

Tras decir esto, el médico se acercó al tembloroso Marcos y le habló al oído para que
pudiera comprender bien sus palabras.

– Escúchame muchacho, te diré lo que tienes que hacer si quieres recuperarte: ponte una
capa para protegerte del frío y ve al bosque. Una vez allí, busca el punto en el que se cruzan
cuatro caminos y toma el que va a la izquierda. Encontrarás un roble enorme y a él le
contarás el secreto. El árbol no se lo contará a nadie y tú habrás soltado ese secreto de una
vez por todas.

El joven obedeció. A pesar de que estaba muy débil fue al bosque, encontró el roble y
acercándose todo lo que pudo al tronco le contó en voz baja su secreto. De repente empezó
a sentirse mejor, la fiebre desapareció, dejó de tiritar y recuperó la fuerza en su cuerpo
¡Estaba curado!

Unas semanas después, un fabricante de arpa que buscaba madera en el bosque vio el
enorme roble y le llamó la atención.

– ¡Qué árbol tan impresionante! Esta madera es perfecta para fabricar un arpa. ¡Voy a
talarlo!

Y así lo hizo. Cogió un hacha muy afilada y derribó el tronco. Luego, se llevó la madera al
taller. Allí, con sus propias manos, fabricó un arpa hermosísima y se la llevó al músico que
se la había encargado. El músico quedó prendado del instrumento y sin pensarlo dos veces
se fue a recorrer el pueblo para deleitar con su música a todo aquel que quisiera escucharle.
Las melodías eran tan bellas que rápidamente su fama traspasó fronteras.

Tal fue su popularidad que llegó a oídos del rey, quien un día le dijo a un sirviente:

– Esta noche daré un gran banquete. Encuentra a ese músico del que todos hablan y tráelo
para que toque para mis invitados ¡Ve a buscarlo ahora mismo!

El sirviente obedeció y esa noche el músico se presentó con sus mejores galas ante la corte.
Al finalizar la comida, el rey le pidió que tocase una pieza. El músico fue hasta el centro del
salón y con mucha soltura puso sus manos sobre las cuerdas de su instrumento.

Sin embargo, algo inesperado sucedió. El arpa, confeccionada con la madera del roble que
sabía el secreto del rey, no pudo callarse y empezó a decir:

¡DOS FEAS OREJAS TIENE EL REY AUGUSTO!

¡DOS FEAS OREJAS TIENE EL REY AUGUSTO!

El rey se quedó de piedra al escuchar lo que decía el arpa y rápidamente le invadió una gran
vergüenza. Sin embargo, se dio cuenta que nadie se reía de él, por lo que pensó ya no tenía
sentido seguir ocultando su secreto por más tiempo.

Así que, muy dignamente como corresponde a un monarca, se levantó del trono y se quitó
la túnica para que todos vieran sus feas orejas. Los invitados se pusieron en pie y alabaron
su valentía. En ese momento, el rey Augusto se sintió liberado y muy feliz. Y, a partir de
ese día dejó de taparse la cabeza y no volvió a encerrar a nadie por cortarle el pelo.

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