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PROMETEO:.

Te alabo por tu solicitud y no cesaré de hacerlo; en buena voluntad nada


descuidas. Pero no te esfuerces: traba- jarás en vano, sin provecho para mí, si es que
quieres hacerlo. Permanece tranquilo y mantente apartado. Porque yo, si soy
desgraciado, no por esto quisiera que a los más alcanzaran las desgracias. No, en
verdad, pues ya me consume la suerte de mi hermano, Atlas, que en las regiones de
occidente, de pie, sostiene en sus espaldas la columna del cielo y de la tierra, peso no
fácil para el brazo. También he compadecido, al verle, al hijo de la Tierra, habitante de
las cuevas cilicias, gran gigante de cien cabezas, domado por la fuerza, el impetuoso
Tifón. Se enfrentó a todos los dioses, silbando miedo de sus atroces fauces; de sus
ojos brillaba horrible esplendor, como si fuera a aniquilar violentamente la tiranía de
Zeus. Pero le alcanzó el dardo que no duerme de Zeus, cl rayo que desciende respi-
rando fuego y le derrotó de sus altivas fanfarronadas. Pues herido en el mismo
corazón, quedó reducido a cenizas y su fuerza disipada por el rayo. Y ahora, cuerpo
inútil y arrinco- nado, yace cerca del estrecho marino, oprimido bajo las raíces del Etna,
mientras Hefesto, instalado en las altas cimas, forja el hierro ardiente. De allí un día
irrumpirán torrentes de fuego que con feroces fauces devorarán las vastas llanuras de
la fe- cunda Sicilia. Tal ira exhalará Tifón con los ardientes dardos de una insaciable
tormenta de fuego, aunque carbonizado por el rayo de Zeus. Pero tú no eres inexperto
y no me necesitas como guía; sálvate, como sabes. Yo apuraré este mi destino hasta
que Zeus aplaque su ira.

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