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Acerca de los pequeños fuegos en el mar

En 1989 es publicado El Libro de los Abrazos del escritor uruguayo Eduardo Galeano, el
cual incluye casi 200 relatos breves de diversas temáticas tales como la religión, la política y la
cultura. Entre estos textos se encuentra “Mar de Fueguito”, un poema de 17 versos, que trata
sobre la diversidad de la humanidad y su conexión con la vida misma. Si bien esta parece constituir
una lectura sencilla y sin mucho desarrollo, su amplitud metafórica permite una interpretación
profunda en varios aspectos del plano humano. De este modo, el texto lírico narra la visión de un
hombre tras su muerte y posterior retorno a la tierra: la imagen de un mar de fueguitos en el
mundo, la cual metaforiza el espíritu y la individualidad de cada ser humano, y su relación con
otros elementos naturales como el agua y el aire.
Primero que todo, es importante destacar que el poema se construye por medio de la voz
de una persona que recuerda el testimonio de otra, es decir, la visión del “hombre del pueblo de
Neguá”. Este último, como rememora el hablante, fue capaz de ascender a los cielos para luego
volver a la tierra y compartir lo que vio desde las alturas: “un hombre del pueblo de Neguá, en la
costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. / Y a la vuelta, contó”. De este manera, el texto se
posiciona desde un comienzo como la enunciación de una visión divina, una suerte de revelación o
epifanía de alguien que pudo retornar de la muerte (el cielo) y expresar su experiencia. Esto
último, a su vez, implica una herencia de la palabra, el testimonio de la muerte y la resurrección
del hombre quien logra que su verdad sea expresada por otros a lo largo del tiempo.
Por otro lado, la visión del hombre, quien declara que el mundo es eso, “un montón de
gente, un mar de fueguitos”, establece así una relación comparativa y metafórica con esta imagen.
Primero, el mar de pequeños fuegos es asimilado al montón de personas que definen la
humanidad y, de esta forma, la noción de agua (que cubre tres cuartas partes de la esfera
terrestre) incorpora una dimensión de inmensidad, generando la escena de un planeta iluminado
por los océanos de su gente. Segundo, propone una metáfora de la individualidad del espíritu en
cada persona por medio de la distintiva y variada figura del fuego. De manera que, cada sujeto
posee el carácter único e individual de su propio brillo que destaca entre la colectividad: “cada
persona brilla con luz propia entre todas las demás. / No hay dos fuegos iguales”. En consecuencia,
las imágenes de la metáfora contrastan, generando una choque y una tensión entre sus mismas
cualidades: el agua y el fuego, la masa líquida y cada brillo especifico, la homogeneidad y la
heterogeneidad, colectividad, individualidad, entre otras.
Por otra parte, el poema establece una especificidad respecto a cada fuego, debido a que
cada uno ilumina y quema la vida a su propio ritmo y modo, con distinto color y tono, y mayor o
menor intensidad. Así la figura del fuego adquiere matices más complejos como la capacidad de
reacción frente al entorno:
Hay fuegos grandes y fuegos chicos
y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno que ni se entera del viento,
y gente de fuego loco que llena el aire de chispas.
Esta operación invierte la formula clásica instaurada, por ejemplo, en la declaración universal de
los derechos humanos, donde la igualdad es valorada por sobre la diferencia (“pese a nuestras
diferencias todos estamos en igualdad de condiciones y derechos”). Asimismo, la aparición del aire
en el poema opera como un elemento capaz de afectar el espíritu de cada persona, quien, por un
lado, puede reaccionar ignorándolo o, por otro, enardecer con su presencia. Entonces, ¿es posible
asociar la imagen del viento con la noción de la adversidad? o más bien, ¿este elemento alude al
deseo de cada sujeto, capaz de enloquecer su alma?
Ahora bien, para el hablante testigo, no todo fuego brilla de manera positiva, quien llega a
juzgar la naturaleza del espíritu inerte de algunos individuos calificándolos de bobos: “algunos
fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman”. En este sentido, las capacidades de arder e
iluminar emergen como un guiño a la pasión, la personalidad y las acciones de las gente que
pueden llegar a determinar luz u oscuridad a quienes los rodea, esto es, afectarlos directamente:
pero otros, otros arden la vida con tantas ganas
que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca, se enciende.
De esta forma, el texto declara una total inclinación hacia el deseo a la vida y la fogosidad del
alma, capaz de manifestar un poder tal, que llega a enceguecer a quienes se acercan, y luego
encender o iluminar su propia espíritu.
En conclusión, el texto se construye como un testimonio trascendente que, a su vez,
representa las diferencias de cada individuo, expresándolas en las diversas figuras del fuego que se
vinculan al cuerpo. Algunas personas se destacan por su empatía, otras por su perseverancia o por
su carisma. Galeano propone una dimensión colectiva y abstracta simbolizada por el mar de luz,
primero, homogeneiza el individuo en la masa, para luego extraerlo y rescatar la belleza única e
irrepetible de su fuego. Por lo demás, esta imagen ígnea recuerda a las representaciones pictóricas
ortodoxas, donde el espíritu es retratado como una llama posada sobre la cabeza de los fieles. A su
vez, el imagen del mar de fuego, rememora la celebración china de año nuevo, donde millones de
linternas flotantes son arrojadas al cielo por la gente, cada una con una intención distinta, creando
un verdadero mar de fueguitos en el aire. De este modo, la voz testimonial del poema proclama a
favor de la vida y del espíritu, reconoce la diversidad emocional y ética, subrayando la riqueza de
la subjetividad humana y su singular impulso de existencia.

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