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CAPÍTULO XI. EL ESPAÑOL DEL SIGLO DE ORO. LA EXPANSIÓN IMPERIAL. EL CLASICISMO.

Carlos V dio al español el rango de lengua universal de política y lo propagó en América como empresa nacional. La conquista de tierras equivalió a
honor, a prestigio.

Fue fuerte la influencia hispana también en Italia y Francia mediante el arquetipo social del Renacimiento difundido por los libros de caballerías: el
valor caballeresco, la sutileza del ingenio y la agilidad en el trato. Amadís, la Cárcel de Amor y la Celestina inauguraron las letras españolas en el
exterior. Las imprentas de Venecia, Milán, Amberes, Bruselas, París y Lyon publicaron constantemente obras de autores españoles: Marco Aurelio y el
Relox de príncipes de Guevara, el Lazarillo anónimo, la Diana de Montemayor (la visión platónica de una naturaleza perfecta se destacó por medio de
epítetos que respondieran mejor al arquetipo: agua corriente y clara, robusta y verde encina, colorada rosa), obras de Santa Teresa, Cervantes, Gracián,
Lope de Vega. Con ello, la lengua española alcanzó extraordinaria difusión. Muchos aprendían la lengua por la necesidad que tenían de ella. Fueron
muchos los diccionarios y gramáticas españolas aparecieron en el extranjero. La influencia de la lengua española, sobre todo en Italia y Francia,
conllevó la introducción de numerosos hispanismos:

 La expresión buen gusto era una innovación española. En Italia buon o miglior gusto, en Francia go ût, en inglés gusto y en alemán el calco
geschmack.
 El concepto de los compatriotas es denominado sforzato, sforzo, grandioso, fanfarone por los italianos, brave, bravoure, grandiose, fanfarron,
matamore, hâbler (hablar con jactancia) por los franceses.
 La sociedad cortesana adoptó crianza y cumplimiento.
 Francia registra menino y grandesse, que también aparece en inglés como grandeza,
 De aspectos de la vida española hablan piccaro en italiano, sieste en francés, galan en alemán, desperado en inglés.
 Danzas como la chacona y la zarabanda tuvieron músicos franceses, italianos y alemanes, quienes elaboraron sus ritmos ciaconna y sarabanda
en italiano, chaconne y sarabande en francés.
 Guitare, castagnette, passacaille en francés, passagaglio en italiano, guitarre en alemán hablan del poder expansivo de la música española.
 Otros préstamos refieren a la vida militar: rancio (rancho), morion, adjudant, a la guerra y tráfico marítimos: armada, flota, embargo,
karavelle, al vestido: gorra, ropille, sombrero, mantilla, a la vivienda: alcôbe, a relaciones sociales y domésticas: camarade, creato, al juego:
quínola, matador, a productos naturales y elaborados: manteca, salsapariglia, vainiglia, mancenille.
 De la ortografía española procede el signo ç y con él el vocablo francés cédille y de los místicos la expresión la folle du logis: la loca de la casa.
 A través de España llegaron a Europa multitud de americanismos: batate, patate, ca îman, canot, cochenille, hamac, maîs, pirogue, tabac
(francés) cocciniglia, tabacco, piragua, (italiano) patato, canoe (inglés).
 En francés négre, créole, mulatre, en inglés negro, mestizo, mulatto y en alemán neger, mestize, mulatte.

Al venir a España Carlos V, desconocía el idioma de los súbditos a quienes había de gobernar pero España le proporcionó apoyo para hablar y vestir
a lo español. Según versiones para dirigirse a las damas prefería el italiano; para tratar a los hombres el francés; pero para hablar con Dios el español. El
imperialismo lingüístico, unido al político, halló horizontes de universalidad.

En el siglo XVI se completa la unificación de la lengua literaria con el auge del castellano. Coincide el descenso vertical de la literatura catalana. La
unidad política-nacional, la necesidad de comunicación con las demás regiones y el extranjero, donde sólo tenía curso el castellano y el uso de éste en
la corte, acabaron por recluir al catalán en los límites de habla familiar.

Se produjo el florecimiento de la literatura escrita en la lengua castellana en obras de escritores catalanés como Boscán, aragoneses como Zurita,
los Argensola y Gracián, los valencianos como Timoneda, Gil Polo, Guillén, De Castro, Moncada. Lusitanos como Sá de Miranda, Cam ôes, Rodrigues
Lobo y Melo, practicarán el bilingüismo. Montemayor pertenece íntegramente a la literatura castellana.

Juan de Valdés opina que la lengua castellana no se habla solamente en Castilla, y esto es porque el castellano se había convertido en idioma
nacional. Se sobrepuso dicho nombre con el de lengua española porque fuera de España dicha designación era adecuada para representar el idioma de
la nación recién unificada y dentro de España aragoneses y andaluces no se sentían partícipes del adjetivo castellano pero sí del español.

Contienda entre el latín y el romance

El Renacimiento incrementó el uso del latín entre los doctos en sus obras doctrinales, como lengua del mundo civilizado, mientras los humanistas
intentaron resucitar el latín de Cicerón repartiendo la frase en miembros contrapesados. Nebrija, que inició el estudio de nuestro idioma, Luis Vives,
García Matamoros, Fox Morcillo, Arias Montano y Luis de León compusieron sus obras en latín. Sólo se concedía a la lengua nativa el campo de la
literatura novelística y de amores.

La exaltación nacionalista que acompañó a la creación de los estados modernos se reflejó en un mayor aprecio de las lenguas nacionales. Pero su
origen fue explicado como corrupción del latín a causa de la mezcla de pueblos. Valdés consideraba al castellano como lengua rica en vocablos latinos,
aun cuando estuviesen corrompidos. Para refutar ello se intentó buscar semejanzas entre el romance materno y el latín.
En 1498, Garcilaso de la Vega, padre del poeta, había pronunciado en Roma siendo embajador de los Reyes Católicos, un discurso que pretendía ser
a la vez latino y castellano. Todavía en el siglo XVII se produjeron composiciones hispano-latinas.

Pero el Renacimiento no se limitó al retorno hacia la Antigüedad. Una corriente era la exaltación de la naturaleza en sus productos más inmediatos y
espontáneos, por eso rehabilitó el cultivo de las lenguas vulgares. En los distintos países aparecieron apologías de lenguas respectivas: en Italia las
Prose della volgar lingua de Pietro Bembo, en Francia la Défence et illustration de la langue Françoise de Du Bellay, en España el Diálogo de la Lengua
de Juan de Valdés. Uno de los defensores del español en el siglo XVI, Cristóbal de Villalón proclama a la lengua española como algo no inferior, si se la
ensalza y pule como los griegos y latinos hacen con la suya.

A partir de la obra de Bernabé Busto, Arte para aprender a leer y escrevir perfectamente en romance y latín, Pedro Simón Abril propuso a Fernando
II la conveniencia de que las enseñanzas se dieran en lengua vulgar y que los niños aprendieran la gramática española antes que la latina. Había que
enriquecer e ilustrar la lengua, empleándola en asuntos dignos y cuidando el estilo.

El español recién salido de su evolución medieval carecía de textos que satisficiesen las apetencias de perfección formal. Por ello domina el criterio
de naturalidad y selección (XVI), a diferencia del barroco que se basará en el ornato y el artificio (XVII).

La norma general del lenguaje era la expresión llana, libre de afectación, pero depurada según los gustos del habla cortesana. La doctrina estilística
de la época se encierra en la frase de Valdés: el estilo que tengo me es natural y sin afetación nunguna escrivo como hablo. Aunque el autor destaca
que es cuidadoso en el uso de vocablos que respondan a determinados matices significativos. Para él, la lengua española es tan digna y gentil como la
toscana, pero más vulgar y menos elaborada como las lenguas clásicas.

Ejemplo de dicho gusto literario es Boscán. Garcilaso lo elogia porque usó términos muy cortesanos, no nuevos ni desusados, fue muy fiel traductor
sin atarse al rigor de la letra pero sí a la verdad de las sentencias. Boscán y Garcilaso introducen la versificación italiana: endecasílabos selectos y
reflexivos, de suma simplicidad, con comparaciones fáciles y metáforas consagradas por la tradición literaria. El arte de Garcilaso consiste en
transformar las palabras en susurro de abejas. Se destaca por introducir:

 Cultismos asentados previamente, pero con significación distinta de la habitual: animoso viento: impetuoso, conducido mercenario:
contratado, importuno dolor: grave.
 Acusativo griego de relación o parte: los alemanes/ el fiero cuello atados.
 Tipos de hipérbaton raros o desusados: que este velo/rompa del cuerpo, una extraña y no vista al mundo idea.
Estos recursos empleados sin alarde no son fácilmente visualizados por el lector normal, su lenguaje poético fue modelo para toda la poesía
española del Siglo de Oro.

El prosista más artificioso de la época de Carlos V es Fray Antonio de Guevara. Utiliza frases simétricas y contrapuestas: siguiendo la arquitectura
ciceroniana, enumeraciones abundosas y finales en consonancia, paralelismos, antítesis, enumeraciones frecuentes y largas. Anticipa la preocupación
barroca por la exuberancia formal. Su huella es indudable en la prosa cervantina. Sus obras son Marco Aurelio, Menosprecio de corte, Epístolas
familiares, Arnalte y Lucenda.

Juan Boscán 
Coplas (fragmento)

" Siento mi congoxa tal


que mi mal,
aunques malo de sentirse,
es tan bueno de sufrirse
que no puede ser mortal.

Es tan fuerte
que bien puede dar la muerte;
mas la vida
va muy lexos de perdida,
pues gana la mejor suerte.

Dizen que mi fantasía


no se guía
sino toda contra mí;
yo respondo que's así,
porque no sufro porfía. (…)

VALDÉS: ¿Qué es lo que queréis?


MARCIO: Que nos digáis lo que observáis y guardáis acerca del escribir, y hablar en vuestro romance castellano cuanto al estilo.
VALDÉS: Para deciros la verdad, muy pocas cosas observo, porque el estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de
vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y lo digo cuanto más llanamente me es posible, porque a mi parecer en ninguna lengua está bien el afectación. Cuanto al hacer
diferencia en el alzar o abajar el estilo, según lo que escribo, o a quién escribo, guardo lo mismo que guardáis vosotros en el latín.
MARCIO: Declaradnos más eso.
[...]
VALDÉS: Con deciros esto, pienso concluir este razonamiento desabrido: que todo el bien hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras que pudiereis, de
tal manera que, explicando bien el concepto de vuestro ánimo, y dando a entender lo que queréis decir, de las palabras que pusiereis en una cláusula o razón no se pueda quitar ninguna
sin ofender a la sentencia de ella o al encarecimiento o a la elegancia.
[...]
MARCIO: Tenéis razón, y en efecto es así, que en todas las lenguas del mundo hay unos que escriben mejor, más propia y más galanamente que otros; y por esto los que quieren aprender
una lengua de nuevo deberían mucho mirar en qué libros leen; porque siempre acontece que, así como, naturalmente, tales son nuestras costumbres, cuales son las de aquellos con quien
conversamos y platicamos, de la misma manera tal es nuestro estilo, cuales son los libros en que leemos.
VALDÉS: Decís muy gran verdad.

Juan Valdés “Diálogo de la lengua”

Fragmento Poético...de Garcilaso de la Vega


SONETO XXIII

En tanto que de rosa y d’azucena

se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto,

con clara luz la tempestad serena;

y en tanto que’l cabello, que’n la vena

del oro s’escogió, con vuelo presto

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera


el dulce fruto antes que’l tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,

todo lo mudará la edad ligera

por no hacer mudanza en su costumbre.

Capítulo XX último capítulo de Menosprecio de corte y alabanza de aldea, de Fray Antonio de Guevara.
De cómo el autor se despide del mundo con muy delicadas palabras. Es capítulo muy notable.

Quédate adiós, mundo, pues no hay que fiar de ti ni tiempo para gozar de ti; porque en tu casa, ¡oh, mundo!, lo pasado ya pasó, lo presente entre las manos se pasa,
lo por venir aún no comienza, lo más firme ello se cae, lo más recio muy presto quiebra y aun lo más perpetuo luego fenece; por manera que eres más difunto que un
difunto y que en cien años de vida no nos dejas vivir una hora.

Quédate adiós, mundo, pues prendes y no sueltas, atas y no aflojas, lastimas y no consuelas, robas y no restituyes, alteras y no pacificas, deshonras y no halagas,
acusas sin que haya quejas y sentencias sin oír partes; por manera que en tu casa, ¡oh, mundo!, nos matan sin sentenciar y nos entierran sin nos morir.

Quédate adiós, mundo, pues en ti ni cabe ti no hay gozo sin sobresalto, no hay paz sin discordia, no hay amor sin sospecha, no hay reposo sin miedo, no hay
abundancia sin falta, no hay honra sin mácula, no hay hacienda sin conciencia, ni aun hay estado sin queja, ni amistad sin malicia.

Quédate adiós, mundo, pues en tu palacio prometen para no dar, sirven a no pagar, convidan para engañar, trabajan para no descansar, halagan para matar,
subliman para abatir, ríen para morder, ayudan para derrocar, toman para no dar, prestan a luego tornar, y aun honran para infamar y castigan sin perdonar.

Valdés juzga con discreta severidad las Trescientas, el Amadís, otros libros de caballerías, la Celestina. Lo hace acudiendo a los refranes; que atraían
el interés de los renacentistas; por ser manifestación de la sabiduría natural.

Valdés para dictaminar en materia de lenguaje alega los títulos de ser “hombre criado en el reino de Toledo y en la corte de España”, y
consecuentemente rechaza rusticismos como engeño, hucia, pescudar, prodigados en las farsas pastoriles de Encina y sus seguidores, prefiriendo
ingenio, confianza y preguntar. No le agrada el habla de Andalucía “donde la lengua no está muy pura”. Su elección coincide por lo general con las
tendencias que habían de prevalecer: así recomienda vanidad, invernar, abundar, cubrir, començar, tropeçar, de ponerlos, por traerlos, ponedlo,
dezirlo, que se han sobrepuesto a sus oponentes vanedad, envernar, abondar, cobrir, escomen çar, estropeçar, de los poner, por los traer, poneldo,
dezillo. Rehúye el latinismo excesivo, tanto en la pronunciación de los grupos cultos de consonantes como en la introducción de cultismos léxicos.
Después de examinar la conveniencia y valor significativo de vocablos como paradoxa, tiranizar, idiota, ortografía, ambición, dócil, insolencia, persuadir,
ecepción, aboga por su adopción definitiva.

No pretendió formular una doctrina sistemática sobre las cuestiones de lenguaje, sino mostrar sus puntos de vista acerca de ellas; tampoco ofreció
soluciones definitivas para los casos de duda sino simplemente sus gustos personales. Incurre en frecuentes contradicciones pues las reglas que da no
están siempre de acuerdo con lo que él mismo práctica.

La crisis religiosa y social da lugar a que surja una literatura polémica que gusta de la expresión llana, aunque selecta y cargada de intención satírica.
Es el tipo de prosa más característica del erasmismo. En los Diálogos de Alfonso de Valdés abunda el paralelismo antitético, que obedece al propósito
de subrayar el contraste entre la doctrina evangélica y la práctica real. El despojo de retórica y la vivacidad de narración y coloquio animan la crítica en
el Viaje de Turquía atribuido a Cristóbal Villalón y a Andrés Laguna.

La actitud de protesta logra su representación más genial en el Lazarillo de Tormes: por primera vez en la literatura europea el protagonista es un
ser humano que ha crecido en la miseria y se ha librado de ella, a costa de su propia degradación, en un mundo hostil. Haciendo uso constante de la
ironía el narrador deja escaso margen a los artificios formales: algún verbo al final de frase, algún paralelismo, acusativos internos y otras formas de
figuras etimológicas, alguna rima, alguna paronimia (su passo y compás en orden, le cozia y comía los ojos). Narración, descripciones y diálogo son
escuetos, sólo registran lo significativo, de situaciones y actitudes. Frases de los libros sagrados de aplican a lo profano, a veces con doble sentido
sarcástico. Se forjan derivados ocasionales: panal hace referencia al pan y su dulzura en el hallazgo. La adjetivación refleja el punto de vista: hambriento
colchón, dulce y amargo jarro. La bondad natural alivia el amargor de un relato que resulta divertido. Todo esto dio nacimiento a la novela moderna.

Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de


presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas
durome poco, que en los tragos conocía la falta, y, por reservar su vino a
salvo, nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido.
Mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga
de centeno que para aquel menester tenía hecha, la cual, metiéndola en
la boca del jarro, chupando el vino, lo dejaba a buenas noches. Mas, como
fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante mudó
propósito y asentaba su jarro entre las piernas y atapábale con la mano,
y así bebía seguro.
Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio
de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle
una fuentecilla y agujero sutil, y, delicadamente, con una muy delgada tortilla
de cera, taparlo; y, al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame
entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre
que teníamos, y, al calor de ella luego derretida la cera, por ser muy poca,
comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera
ponía, que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no
hallaba nada. Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no
sabiendo qué podía ser.
–No diréis, tío, que os lo bebo yo –decía–, pues no le quitáis de la mano.
Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla;
mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido.
Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando
el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía,
sentéme como solía; estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara
puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso
licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de
mí venganza, y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce
y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con
todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada de esto se
guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente
me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había
caído encima.
Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan
grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela
por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día
me quedé.
Lope de Rueda da cuenta en su teatro del caudal del habla popular.

"Entra ALOJA, un vecino


ALOJA.- ¿Qué es esto, vecinos? ¿Por qué maltratáis así a la mochacha?
ÁGUEDA.- ¡Ay, señor! Este mal hombre que me quiere dar las cosas a menos precio y quiere echar a perder mi casa; ¡unas aceitunas que son como
nueces!
TORUVIO.- Yo juro a los huesos de mi linaje que no son ni aun como piñones.
ÁGUEDA.- Sí son.
TORUVIO.- No son.
ALOJA.- Ora, señora vecina, háceme tamaño placer que os entréis allá dentro, que yo lo averiguaré todo.
ÁGUEDA.- Averigüe y póngase todo del quebranto.
ALOJA.- Señor vecino, ¿qué son de las aceitunas? Sacarlas acá fuera, que yo las compraré, aunque sean veinte fanegas.
TORUVIO.- Que no, señor; que no es de esa manera que vuesa merced se piensa, que no están las aceitunas aquí en casa, sino en la heredad.
ALOJA.- Pues traerlas aquí, que yo las compraré todas al precio que justo fuera.
MENCIGÜELA.- A dos reales quiere mi madre que se venda el celemín.
ALOJA.- Cara cosa es esa.
TORUVIO,- ¿No le parece a vuesa merced?
MENCIGÜELA.- Y mi padre a quince dineros.
ALOJA.- Tenga yo una muestra de ellas.
TORUVIO.- ¡Válgame Dios, señor! Vuesa merced no me quiere entender. Hoy he plantado un renuevo de aceitunas, y dice mi mujer que de aquí a seis o
siete años llevará cuatro o cinco fanegas de aceituna, y que ella la cogería, y que yo la acarrease y la mochacha la vendiese, y que a fuerza de derecho había
de pedir a dos reales por cada celemín; yo que no, y ella que si, y sobre esto ha sido la quistión.
ALOJA.- ¡Oh, qué graciosa quistión; nunca tal se ha visto! Las aceitunas no están plantadas y ¡ha llevado la mochacha tarea sobre ellas!
MENCIGÜELA.- ¿Qué le parece, señor?
TORUVIO.- No llores, rapaza. La mochacha, señor, es como un oro. Ora andad, hija, y ponedme la mesa, que yo os prometo de hacer sayuelo de las
primeras aceitunas que se vendieren.
ALOJA.- Ahora andad, vecino, entraos allá adentro y tened paz con vuestra mujer.
TORUVIO.- Adiós, señor.
ALOJA.- Ora, por cierto, ¡qué cosas vemos en esta vida que ponen espanto! Las aceitunas no están plantadas, y ya las habemos visto reñidas. Razón
será que dé fin a mi embajada."

Época de Felipe II. Los místicos.

Los cuarenta últimos años de siglo impregnados del espíritu de la Contrarreforma se caracterizan por el esplendor que alcanza la literatura religiosa.
Sobresale del fervor místico. Los escritores místicos nos hablan del proceso del alma que, despojada de todo apego a lo terrenal y concreto se encierra
en sí para lanzarse en busca de Dios, alentada por el amor y sin más guía que la fe. Refieren a la experiencia penosa y deslumbradora del amor divino, el
lento ascender del espíritu hasta fundirse en íntima unión con el Amado. La meta suprema de la vida mística excede a todo conocimiento. En la pugna
por expresar lo inexpresable, los místicos se valen de símbolos, alegorías, metáforas, y comparaciones, aplican al amor de Dios el lenguaje más ardiente
del amor humano, y acuden a sublimes contrasentidos: entender no entendiendo, glorioso desatino, divinal locura, rayo de tiniebla. Forjan el
instrumento léxico y las palabras amplían sus dimensiones conceptuales para abarcar la infinitud vivida. Tal es el horizonte que nos descubren Santa
Teresa y San Juan de la Cruz.
Santa Teresa no es una monja inculta: en sus años juveniles leía libros de caballería y poesía de cancionero, después en el convento, fue asidua
lectora de libros ascéticos y místicos. Pero no escribe con propósito literario, ni por iniciativa suya, sino por mandato de sus confesoras o a
requerimiento de sus monjas.

Le importa declarar bien las cosas del espíritu; pero no el cuidado de la forma y emplea el lenguaje corriente, el habla hidalga de Castilla la Vieja (no
aspiración de la h-, confusión de las sibilantes sordas y sonoras), sin atenerse al gusto cortesano ni buscar galas cultas, busca la expresión menos
estimada o rústica, lo que llamaba estilo de ermitaños y gente retirada. La consecuencia de las ideas no obliga al desarrollo lógico de la frase, se pierde
en cambios repentinos de construcción y abandona a veces lo que ha comenzado a decir. Esta humildad teresiana está ajena a la fijación del idioma por
la literatura; conserva formas anticuadas o en trance de arrinconarse: en tramos (ambos), sabién, sabían, mijor, siguir, dispusición, enclinar, mormurar,
vulgarismos: an (aún), anque, relisión, ilesia, naide, cuantimás, train (traen), y deformaciones literarias de voces latinas: teulogía, iproquesia, primitir,
intrevalo. Sin pretenderlo este lenguaje es eminentemente artístico por sus alegorías. Gracias a las imágenes se resuelven dificultades de exposición y
se expresan con acierto los conceptos. La unión del alma con Dios es definida como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo que toda la luz fuese
una. La feminidad afectiva se explaya en diminutivos: esta encarceladita de esta pobre alma, como avecita que tiene pelo malo, cansa y queda. La
huella de sus lecturas subsiste en sus escritos. Sabe construir frases de gran complejidad, con incorporación de varias subordinadas, sin perder el hilo
conductor. Su obra Exclamaciones se desborda en apóstrofes, interrogaciones, miembros semejantes, anáforas, antítesis. Los escritos teresianos
inspirados por el amor y rebosantes de emoción, obtenían por añadidura la suprema belleza literaria.

Santa Teresa de Jesús 


Las Moradas (fragmento)

" Son tan oscuras de entender estas cosas interiores, que a quien tan poco sabe como yo, forzado habrá de decir muchas cosas superfluas y aun desatinadas para decir alguna que acierte.
Es menester tenga paciencia quien lo leyere, pues yo la tengo para escribir lo que no sé; que, cierto algunas veces tomo el papel como una cosa boba, que ni sé qué decir ni cómo
comenzar. Bien entiendo que es cosa importante para vosotras declarar algunas interiores, como pudiere; porque siempre oímos cuán buena es la oración, y tenemos de constitución
tenerla tantas horas, y no se nos declara más de lo que podemos nosotras; y de cosas que obra el Señor en un alma declárase poco, digo sobrenatural. Diciéndose y dándose a entender de
muchas maneras, sernos ha mucho consuelo considerar este artificio celestial interior tan poco entendido de los mortales aunque vayan muchos por él. Y aunque en otras cosas que he
escrito ha dado el Señor algo a entender, entiendo que algunas no las había entendido como después acá, en especial de las más dificultosas. El trabajo es que para llegar a ellas -como
he dicho- se habrán de decir muchas muy sabidas porque no puede ser menos para mi rudo ingenio. "

Las «exclamaciones del alma a Dios»


CAPÍTULO 1
1. ¡Oh vida, vida!, ¿cómo puedes sustentarte estando ausente de tu Vida? En tanta soledad, ¿en qué te empleas? ¿Qué haces, pues todas tus obras son imperfectas y faltas? ¿Qué te
consuela, oh ánima mía, en este tempestuoso mar? Lástima tengo de mí y mayor del tiempo que no viví lastimada. ¡Oh Señor, que vuestros caminos son suaves! Mas ¿quién caminará sin
temor? Temo de estar sin serviros, y cuando os voy a servir no hallo cosa que me satisfaga para pagar algo de lo que debo. Parece que me querría emplear toda en esto, y cuando bien
considero mi miseria veo que no puedo hacer nada que sea bueno, si no me lo dais Vos.
2. ¡Oh Dios mío y misericordia mía!, ¿qué haré para que no deshaga yo las grandezas que Vos hacéis conmigo? Vuestras obras son santas, son justas, son de inestimable valor y con
gran sabiduría, pues la misma sois Vos, Señor. Si en ella se ocupa mi entendimiento, quéjase la voluntad, porque querría que nadie la estorbase a amaros, pues no puede el entendimiento en
tan grandes grandezas alcanzar quién es su Dios, y deséale gozar y no ve cómo, puesta en cárcel tan penosa como esta mortalidad. Todo la estorba, aunque primero fue ayudada en la
consideración de vuestras grandezas, adonde se hallan mejor las innumerables bajezas mías.
3. ¿Para qué he dicho esto, mi Dios? ¿A quién me quejo? ¿Quién me oye sino Vos, Padre y Criador mío? Pues para entender Vos mi pena, ¿qué necesidad tengo de hablar, pues tan
claramente veo que estáis dentro de mí? Este es mi desatino. Mas ¡ay Dios mío!, ¿cómo podré yo saber cierto que no estoy apartada de Vos? ¡Oh vida mía, que has de vivir con tan poca
seguridad de cosa tan importante! ¿Quién te deseará, pues la ganancia que de ti se puede.sacar o esperar, que es contentar en todo a Dios, está tan incierta y llena de peligros?
Los tratados de San Juan de la Cruz aspiran a transformar en teoría objetiva la experiencia personal. Busca palabras justas acudiendo a cultismos
técnicos. Pero como no opera sobre conceptos abstractos, sino sobre un drama vivido con intensidad inigualable. Los tratados consisten en
comentarios de poemas previamente escritos, nacidos en la inmediatez del estado místico, y que intentan expresar con el lenguaje humano las
experiencias de la vida sobrenatural. Por ello escribe en primera persona, como desahogo de la sacudida emocional. Alude también a la belleza de las
criaturas. San Juan de la Cruz conoce y aprovecha el legado poético de Garcilaso y el de los villancicos y glosas a la manera castellana, pero transfigura
el sentimiento de la naturaleza y del amor al elevarlos.

¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno,


donde secretamente solo moras!  Y en tu aspirar sabroso de bien y gloria lleno ¡cuán delicadamente me enamoras!
¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya si quieres,
rompe la tela deste dulce encuentro.
"Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura,
al monte y al collado
do mana el agua pura.
Entremos más adentro en la espesura"
Los dos Luises
La Contrarreforma reconocía el valor de muchas conquistas del Renacimiento que quiso aprovechar con fines religiosos. No rechazó el amor a las
letras antiguas: intentaba hermanarlo con el cristianismo y contrarrestar la influencia de los libros profanos. En Castilla Fray Luis de Granada
descubrió en las doctrinas platónicas la principal parte de la filosofía cristiana, la sigue y perfecciona Fray Luis de León.
Fray Luis de Granada se esfuerza por aplicar a temas sagrados las elegancias retóricas de Cicerón. Es, ante todo, orador y sus tratados parecen
compuestos para la predicación, atento a la magnificencia de la forma.
Luis de León somete al lenguaje a minuciosa selección. Afirma que hablar romance no es hablar sólo como habla el vulgo, sino que consiste en
contar las letras, pesarlas, medirlas para que digan con claridad, armonía y dulzura lo que se pretende decir. Su innovación consiste en poner
números en la prosa, esto es, dotarla de musicalidad mediante la hábil disposición de ritmos y melodías tonales. La configuración armónica del
período está acompañada por el dominio de los recursos retóricos. Es prosa poética.
Antepone el artículo a los antropónimos mitológicos: el Júpiter, el Éolo, según el uso griego y el uso de ille (aquel famoso) en latín. Emplea el
superlativo –ísimo como relativo y no como absoluto: el pesadísimo elemento: en relación con los otros elementos la tierra es el más pesado.
Introduce el uso del predicativo elíptico que sobrentiende comparación: quien se deja seducir por Circe o arde oso en ira o hecho jabalí gime y
suspira. El hipérbaton es más abundante que en Garcilaso. No desdeña los términos concretos y vulgares: pajizo, aoja, con los que obtiene
onomatopeyas: bien como la ñudosa/carrasca en alto risco desmochada/con hacha poderosa. Utiliza muchas exclamaciones y encabalgamiento.
Como Garcilaso, es refractario a introducir vocablos cuyo significante denuncie latinismo o helenismo llamativo, las voces cultas que empleó
contaban con precedentes en la literatura española y muchas de ellas tenían sinónimos clásicos: leño (nave), aplicar (dirigir), luces (días), decir
(cantar), pacer (alimentar).
De los nombres de Cristo de Fray Luis de Leon (fragmento).

El nombre, si habemos de decirlo en pocas palabras, es una palabra breve, que se sustituye por aquello de quien se dice y se toma por ello mismo.
O nombre es aquello mismo que se nombra, no en el ser rel y verdadero que ello tiene, sino en el ser que le da nuestra boc y entendimiento.

Porque se ha de entender que la perfección de todas las cosas, y señaladamente de aquellas que son capaces de entendimiento y razón, consiste en que cada una de
ellas tenga en sí a todas las otras y en que, siendo una, sea todas cuanto le fuere posible; porque en esto se avecina a Dios, que en sí lo contiene todo.
Y cuanto más en esto creciere, tanto se allegará más a El, haciéndosele semejante. La cual semejanza es, si conviene decirlo así, el pío general de todas las cosas, y el
fin y como el blanco adonde envían sus deseos todas las criaturas.

Consiste, pues, la perfección de las cosas en que cada uno de nosotros sea un mundo perfecto, para que por esta manera, estando todos en mí y yo en todos los otros,
y teniendo yo su ser de todos ellos, y todos y cada uno de ellos teniendo el ser mío, se abrace y eslabone toda esta máquina del Universo, y se reduzca a unidad la
muchedumbre de sus diferencias, y quedando no mezcladas, se mezclen
Fernando de Herrera

Mientras en Castilla florecía la lírica de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz, los literatos sevillanos gestaban nuevas tendencias poéticas. El
manifiesto de la escuela sevillana fueron las Anotaciones de Fernando de Herrera a las obras de Garcilaso. En el Prólogo Francisco de Medina se duele
de ver tan descompuesto al español como si no mereciese ornamento, pues los escritores derraman palabras con ímpetu natural.

Medina, como Herrera, pretendió ennoblecer el lenguaje por caminos distintos a los seguidos por Garcilaso y Fray Luis de León. Mientras éstos
crearon belleza con palabras de uso común, Herrera se esforzaba por dar a la poesía una lengua autónoma, diferente del habla general. La postura
herreriana consiste en el sistemático apartamiento del vulgo. Pero la obra poética ya no será para todos, sino sólo para los escogidos, los doctos llenos
de erudición. Herrera prodiga recuerdos mitológicos en los que muestra su familiaridad con textos grecolatinos y atiende por ello a la majestad de la
forma. La oscuridad no le pareció un defecto por ser hija del refinamiento culto. El neologismo para él presentaba enriquecimiento idiomático. Así
justifica la creación de derivados como languideza, ondoso, lassamiento, de lánguido, onda y lasso (triste), y la adopción de palabras latinas y
extranjeras. Herrera emplea cultismos como: sublimar, consilio, cura, horrísono, argentar, hercúleo, luxuriante, y formas latinas como: pluvia, prora,
ímpio. Se repiten con insistencia: ardor, esplendor, yerto, ledo (alegre), ufano. En la sintaxis reproduce variedades de hipérbaton latino.

ROJO SOL

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