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Calibán reapropiado

Por: Doctor Tavito

Próspero, aquel noble destronado del legítimo ducado de Milán, elucubra en una isla de
ultramar un plan para volverse a hacer del poder. A su servicio tiene dos esclavos. Uno es
Ariel, una suerte de sílfide a quien Próspero liberó de los hechizos de la bruja Sycorax solo
para volverle a someter; Ariel le sirve a Próspero con la esperanza de que algún día le
libere. Por otro lado está Calibán, el propio hijo de Sycorax, aquel esclavo que nunca tiene
palabra amable para su amo, pero a quien éste último requiere por brindarle fuego, leña y
diversos servicios; Calibán por su parte también maquina su propio plan de liberación. En
esta última obra de William Shakespeare es clara la influencia del “Nuevo Mundo” en
imaginario europeo. Lo que el dramaturgo inglés quería representar con los tres personajes
mostrados ha sido motivo de diversas especulaciones y discusiones. Calibán, a quien el
propio Shakespeare definía como un esclavo salvaje y deforme, es una figura a la que vale
la pena suponerle diversas adjetivaciones y características que en la narrativa muy apenas
quedan entredichas. Quizás, ver a través de los ojos de Calibán permita vernos en la historia
de un subcontinente; y, sobretodo, entendernos en la condición tan frecuentemente
soterrada que es constitutiva de nuestras culturas: la negritud.
Hace 405 que fue publicada, la que sería la última obra de teatro de Shakespeare, La
Tempestad. Algunos de sus personajes centrales serán, siglos después, fuentes de
inspiración e interpretación para diversas mentes latinoamericanas. Asimismo, tales
lecturas han sido sumamente diversas: ciertas voces —como Rubén Darío o Rodó— vean
en el personaje de Ariel la figura que debemos adoptar en América Latina para ser
culturalmente auténticos, y para otros —como Leopoldo Zea o Retamar— la figura de
Calibán cumple tal papel. No es el interés de estas líneas dar cuenta del contenido de las
tales discusiones, ni si quiera exponer un catálogo que las agote.
Procuro con este texto una aproximación novedosa a la identidad cultural en
América Latina. Más que serle fiel a los planteamientos de Shakesperare, pretendo sacar
provecho de las figuras y metáforas que nos ofrece; emplearlas para ilustrar y acceder a
nuestro propio entendimiento de América Latina.
Negritud y mestizaje son dos características que no es descabellado suponer en
Calibán. Las múltiples interpretaciones que se han hecho a partir de Calibán dan cuenta de
la riqueza y plasticidad semiótica que le es intrínseca. Además, tales significaciones que se
le han impuesto al personaje permiten concebirlo como un arquetipo o una figura-metáfora
a través de la cual nos podemos apropiar de forma consciente de nuestra propiedad
identidad latinoamericana.
Advierto que los personajes de Calibán, Ariel y Próspero (así como cualquier otra
figura literaria o mítica) son útiles para ilustrar, mas no son conceptos o categorías de
análisis. Es imprescindible sortear la trampa de querer que estas construcciones ficcionales
nos expliquen el mundo desde sí mismas. Lograr ello es lo que nos posibilita el acceso a su
potencialidad simbólica, y también la opción de abandonarles cuando nos dejen de ser
utilidad.

Revisitar la Tempestad

Aunque Sycorax es un personaje apenas mencionado en La Tempestad, es necesario


destacar que Shakespeare le confiere a esta bruja un origen en Argelia y que su destierro a
ultramar es un castigo practicar de la hechicería. Su expulsión la experimenta al estar
embarazada, y de este proceso nace Calibán (Acto primero, escena II). Dar énfasis en ello,
permite tener presente que madre e hijo son afrodescendientes y que, para los fines de esta
disertación, conviene admitir que llevan en su piel la marca de la negritud.
Asimismo, no queda muy claro el origen de Ariel. Una vez en la isla, Sycorax le
mantiene como su sirviente, y por su desobediencia lo aprisiona en un pino hasta que
Próspero le libera y hace que ahora sea su esclavo. No se especifica si el genio del aire es
oriundo de la isla y la bruja lo somete al encontrarlo; o bien, si aquella ya mantenía
autoridad sobre este desde el África y consiguió que le persiguiera en su travesía oceánica
rumbo al exilio definitivo. Como fuere, Próspero aclara que en el lapso entre su arribo a la
isla y la previa muerte de Sycorax, la única figura humana del paisaje era Calibán (Acto
primero, escena II). La ruta argumentativa se muestra entonces insinuante: Ariel, podrá ser
genio, espíritu o sílfide, pero no es humano, por lo que la isla resulta ser una región
inhabitada y dispuesta a ser domesticada. Shakespeare, al igual que los autores propiamente
utópicos —Moro, Bacon, Campanella— concibe al Nuevo Mundo como un espacio de
esperanza y fantasía, pero también vacío y que será objeto para cumplir los ensueños
europeos que no se podían llevar a cabo en sus propias tierras.
Una acción de Calibán que diversas plumas se han interesado en enfatizar es el
hecho de que recibe la instrucción de la lengua por parte de Próspero, el esclavizador, y con
esta lo maldice (Acto primero, escena II). Sin embargo, un momento de la obra que no se
ha acentuado lo suficiente es cuando Próspero le recrimina al salvaje el intento de violar a
su hija Miranda, Calibán con tufos de cinismo solo se arrepiente de no haberlo logrado, de
lo contrario —afirma— hubiera poblado la isla de Calibanes (Acto primero, escena II). El
filósofo chileno José Santos-Herceg1 hace ver que Calibán con esta forma de proceder no
solo busca perjudicar al colonizador, sino también multiplicar su propia estirpe. Esto puede
ser interpretado como el actuar del subalterno que busca acceder al legado de Occidente (su
cultura, sus ideas, sus filosofías), mismo que le es prohibido, para hacerlo suyo y engendrar
su propia ralea cultural. El hecho de que Próspero para recuperar su trono urda que su
propia hija Miranda se enamore y case con Fernando, el hijo del rey de Nápoles, da cuenta
de que el colonizador es consciente de su legado le sirve para sus propios fines y que
evidentemente no está dispuesto a que alguien más haga uso de él.
Líneas adelante, se introducen los personajes de Trínculo y Stéfano, un borracho y
un arlequín inglés que por azar llegan a la isla, y junto a estos Calibán teje un plan de
rebelión contra Próspero con el cual conseguirá su emancipación (Acto segundo, escena II).
Si bien, el salvaje le promete a Trínculo que se pondrá a su servicio si le ayuda a vencer a
Próspero, no es forzada la sospecha de que Calibán usara al dipsómano para sus intereses y
que su finalidad real era volverse independiente y no simplemente cambiar de dueño.
Aunque la intriga termina sofocada por Ariel, el ansia de libertad de Calibán es patente,
tanto que se vale de cualquier elemento y cualquier potencial aliado para redimirse del yugo
de Próspero.

Mestizajes y negritudes

1
José Santos-Herceg, Conflicto de representaciones. América Latina como lugar para la filosofía, FCE,
Santiago, 2010, p. 275.
Este recorrido a través de selectos momentos de La Tempestad permite un acercamiento
original y sustancioso hacia dos fenómenos que ya se adelantaban como nodales de todo mi
argumento: la negritud y el mestizaje.
La procedencia de Sycorax y Calibán no solo dan cuenta de su configuración
fenotípica y étnica, sino también permiten inferir a la condición colonial a la que son
sujetos. Tanto a Próspero como a Sycorax se les adjudican habilidades mágicas, sin
embargo las del primero nunca son vistas como artes diabólicas, mientras que las de la
segunda lo son a tal punto que por eso los marineros la conducen hasta una isla desierta.
Por otro lado, Calibán, cual esclavo africano, es subyugado a la autoridad de un amo
eurodescendiente, motivo por el que experimenta la aculturación desde una posición
subalterna.
Históricamente no se puede entender la condición afrodescendiente en América sin
atender a la esclavitud moderna. En este proceso de esclavización, las personas arrancadas
del África, además de perder la libertad también ven despedazadas sus propias culturas.2
Las personas transportadas a la fuerza en los buques negreros no pertenecían a una misma
nación o etnia, en ocasiones incluso sus lenguas resultaban tan distintas que no tenían
forma de entablar diálogo. Para intentar sortear esta dificultad lingüística está el caso de los
colonialistas franceses quienes buena medida instrumentalizan las lenguas criollas o créole
para entenderse con sus esclavos.3 Una vez en tierra, no fueron pocas manifestaciones
culturales con las que los afrodescendientes buscaban reconfigurar y aglutinar sus
identidades desde y a pesar de su situación esclava. Como ejemplo están el candomblé, la
santería y el vudú en donde se mezclan —sin fundirse— aquellas reminiscencias de las
religiosidades africanas con la cristiandad colonizante. Combinaciones y recombinaciones
invitan a adentrarse al tema del mestizaje.
Al abordar dicho tópico es preciso mencionar que el fenómeno no siempre ha tenido
las mismas valoraciones. La socióloga hondureña Breny Mendoza4 argumenta que en no

2
David Gómez Arredondo, Calibán en cuestión. Aportes teóricos y filosóficos desde nuestra América, Desde
abajo, Bogotá, 2014, pp. 75-80.
3
Eduardo Grüner, “Teoría crítica y contra-modernidad. El color negro: de como una singularidad histórica
deviene en una dialéctica crítica para ‘nuestra América’, y algunas modestas proposiciones finales” en José
Guadalupe Gandarilla Salgado (coord.), La crítica en el margen. Hacia una cartografía conceptual para
rediscutir la modernidad, Aka, México, 2016, p. 51.
4
Breny Mendoza, “La desmitologización del mestizaje en Honduras: Evaluando nuevos aportes” en Ensayos
de crítica feminista en nuestra América, Herder, México, 2014, p. 139.
pocos casos en América Latina el mestizaje ha sido utilizado como un discurso de Estado
para encubrir contradicciones y desigualdades existentes en la población .Ver el mestizaje a
partir de la figura-metáfora de Calibán posibilita por un lado denunciar sus intenciones de
borradura y, por el otro, redimir su potencialidad cultural y simbólica; ello sin caer en los
equívocos de reivindicarlo acríticamente o de repudiarlo de tajo.
De igual manera, conviene matizar las diferencias entre el mestizaje que concierne a
lo biológico y el referido al plano cultural. Respecto al primero, es conocido el amplísimo
catálogo de castas surgidas desde la invasión europea a la Ameridia y con el transplante de
poblaciones africanas que conlleva. Aquello que conocemos por “raza” ha sido en no pocas
ocasiones desenmascarado como la falsedad que es. Desde la perspectiva del sociólogo
peruano Aníbal Quijano5 la “raza” es forma de clasificación de la población que carece de
sustento, mas su condición falaz no es impedimento para que se instrumentalice como un
dispositivo de dominación a partir del momento colonial inaugurado con Colón. En este
sentido, al develar que, en efecto, las razas no existen permite conjeturar que la inmensa
diversidad fenotípica de toda la humanidad es producto de múltiples encadenamientos de
mestizajes.
Por otro lado, el mestizaje cultural también es una constante de la historia humana.
Variado grupos humanos desde tiempos antiquísimos han presentado apropiaciones de
rituales, costumbres, tradiciones, símbolos y fonemas procedentes de poblaciones humanas
que les son externas. Ello por muchas causas, como lo han sido tanto procesos de conquista
como intercambios comerciales y arreglos familiares.
Con estas observaciones acerca los mestizajes biológico y cultural, no pretendo ni
ocultar las condiciones materiales de dominación que se han edificado sobre el primero, ni
tampoco defender una postura celebratoria y despolitizada del segundo.
El filósofo cubano Jorge J. E. Gracia6 explica el mestizaje como una mezcla
particular que nunca es una fusión o amalgamiento. Tal proceso ocurre a través de la
incorporación de componentes externos a la mezcla “original” y para que ello ocurra es
necesario que determinados componentes antiguos sean desechados. Asimismo, surgirán
elementos nuevos, que ni antiguos ni externos, son posibles gracias a la nueva de

5
Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” en Cuestiones y horizontes. De la
histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder, CLACSO, Buenos Aires, 2014, pp. 777-832.
6
Jorge J. E. Gracia, Identidad hispánica/latina. Una perspectiva filosófica, Paidós, México, 2006, pp. 140-142.
configuración. Es así que en el proceso de mestizaje se llevan a cabo acciones de adopción,
rechazo y desarrollo
Sin dejar de observar la condición afrodescendiente de Calibán, el personaje
también puede ser reconocido como mestizo debido al intercambio simbólico y cultural que
experimenta tanto por provenir de madre migrante, así como por el dominio al que es sujeto
por parte de Próspero. Es preciso apuntar que la pérdida de elementos culturales en la
condición mestiza de Calibán se puede rastrear desde el hecho de que, a pesar de ser hijo de
bruja, desconoce el arte de la hechicería. Del mismo modo, entre los elementos adquiridos
está la lengua de Próspero.
Conviene echar mano del enfoque acerca de lo barroco que desarrolló el filósofo
ecuatoriano-mexicano Bolívar Echeverría.7 Este autor desarrolla su concepto de ethos
barroco, como una parte del cuádruple ethe de la modernidad capitalista. Explica este ethos
en particular fue ejercido por indígenas y afrodescendientes como táctica de sobrevivencia
frente al orden colonial, con especial énfasis durante el siglo XVII. Resulta un ejercicio de
teatralización y estetización de la vida que combina la tanto la mesura como la rebelión.
Las resistencias de Calibán ante las órdenes de Próspero, así como las desobediencias,
insultos y recriminaciones dan cuento de ello.
No obstante, el propio Echeverría aclara que el ethos barroco no es suficiente en sí
mismo. Es un refugio y un arma que permite la sobrevivencia dentro del sistema, mas no es
un ethos revolucionario que ofrezca la posibilidad de demoler el orden social. Con esta
aclaración se puede atribuir que Calibán ejercita el ethos barroco cuando se alía con un
payaso y un borracho para emanciparse, y por supuesto también se entiende el motivo por
el que dicha sublevación no haya prosperado.
Por ello es que se han rescatado otras propuestas que sean de utilidad cuando el
ethos barroco ya no alcanza, Samuel Arriarán recupera lo neobarroco y Armando Bartra lo
grotesco. No hurgaré en éstos. Me interesa aclarar que la noción de ethos barroco es útil en
tanto que ayuda explicar, pero resulta insuficiente al momento generar una estrategia de
liberación.
Consecuentemente, no por inocencia he obviado hasta ahora que el nombre de
Calibán sugiere su naturaleza de caníbal. No es fortuita la semejanza fonética entre caníbal,

7
Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, Era, México, 2005, p. 32-56.
Calibán y, por supuesto, Caribe. La antropofagia que es presumible en este personaje no se
circunscribe a alimentarse de carne humana, sino de incorporar a su constitución prácticas,
saberes y estéticas provenientes de otros grupos humanos. El vínculo de este proceder
antropofágico con el mestizaje cultural es evidente, mas la figura de Calibán otorga una
perspectiva particular. Tanto el aprendizaje y uso que el salvaje le da a la lengua del amo,
así como el intento de procrear una estirpe que poblara la isla son hechos claros de que su
apropiación no es neutral, e inclusive que ésta puede ir en contra de las intenciones del
propio colonizador. Así, históricamente las lenguas criollas, de las que se hizo mención
anteriormente, en ocasiones fueron empleadas por los esclavos rebeldes para entenderse
entre sí. El elemento lingüístico, tanto histórico como literario, que se subvierte contra el
propio conquistador da cuenta de un mestizaje calibanesco; con agudeza habrá que indagar
en otras prácticas de esta naturaleza.

Más allá del colonialismo y la negritud

A través de la figura-metáfora de Calibán he sugerido un acercamiento a la condición de los


afrodescendientes esclavizados. Parecería que esa es la limitación de propuesta, ya que con
el fin del orden propiamente colonial, así como las independencias de la mayoría de los
países en América Latina, muchas de estas reflexiones quedan constreñidas a un momento
ya concluido.
No obstante, el lúcido psiquiatra y filósofo martiniqués Frantz Fanon8 aporta
múltiples elementos para desnudar la colonialidad introyectada que aqueja a múltiples
personas afrodescendientes aún en la actualidad. Analizó tal fenómeno desde el lenguaje, el
deseo sexual y la psicopatología y, en contraste con la visión esperanzadora que he
presentado hacia las manifestaciones culturales afromestizas, devela que existe la
subjetividad afrodescendiente una degradación del mundo negro frente al mundo blanco.
Ello direcciona a concluir que en múltiples momentos la propia persona afrodescendiente
antes que liberarse del dominio blanco busca emularlo, busca de algún modo
“blanquearse”.

8
Frantz Fanon, Piel negra, máscaras blancas, Akal, Madrid, 2009.
Aclarado lo anterior, es innegable que desde Calibán no se accede a toda la
experiencia e historia afrodescendiente. Sin embargo, el personaje de Ariel, el espíritu
mercenario y servil, ayuda para ilustrar y aproximarse a la situación descrita por Fanon.
En cuanto a la negritud que he intuido en Calibán no se trata de algo petrificado. El
personaje ha sido empleado en diversas ocasiones para mostrar la condición del sujeto
subalterno en general, y no solamente del afrodescendiente. Se trata de una postura que
conviene mantener. De este modo, lo indígena y lo “mestizo” pueden ser vistos a través de
la experiencia calibanesca.
Asimismo, el hecho de ver a Calibán como un subalterno explícitamente negro,
posibilita vislumbrar la condición indígena con un crisol particular. Esta aseveración podrá
parecer una conjetura arriesgada mas guarda una lógica de alteridad que expongo a
continuación. Aquellas posturas que ven la conquista como una caricatura de lo europeo
contra lo indígena resultan ser las más frecuentes; su discurso reza que hay una identidad
que merecedora de todas las cualidades y otra que solo representa todo los defectos.
Hispanistas e indigenistas, con sus respectivas preferencias, coinciden en esta postura
maniquea. La gran ausente es la tercera raíz que procuro reivindicar. Asimismo, ciertas
perspectivas que procuran defender y recuperar lo indígena, suelen tropezarse con
esencialismos que conciben esta condición tal como si se tratara de la misma previa a la
conquista y donde cualquier mestizaje o proceso de aculturación se ve como algo
indeseable. Por ello es que explicitar las formas de sobrevivencia, resistencia y
reconfiguración cultural desde la experiencia afrodescendiente permite tanto desafiar las
visiones puristas de lo étnico, así como comprender que los mestizajes (tanto biológicos
como culturales) son procesos constantes y humanos, y que por lo tanto entrar en las
prácticas de mestizaje no implica forzosamente una borradura o pérdida la identidad étnica.
De igual manera, para no caer tampoco en posturas celebratorias del mestizaje la figura de
Calibán nos puede servir de brújula y advertencia.
Dedico las últimas líneas de este texto, para aquellas identidades explícitamente
“mestizas” que, en este ejercicio de ocultamiento y homogeneización, no nos reconocemos
ni se nos reconoce como indígenas ni afro. No es raro que frente a estas identidades los
sujetos mestizos hayamos ejecutado el papel del mercenario Ariel, siempre fiel al amo
colonizador.
En contraste, encuentro muy sugerente la noción ch’ixi que la socióloga boliviana
Silvia Rivera Cusicanqui9 recupera desde la tradición aymara. Desde esta posición el
mestizaje puede ser visto como una mezcla abigarrada en donde se yuxtaponen diversos
elementos heterogéneos, los cuales nunca llegan fundirse entre sí. Concebir nuestro
“mestizaje” desde el enfoque de mestizaje ch’ixi no borra las contradicciones y
antagonismos que nos constituyen, sino que los visibilizan, y así tenemos la opción de
superarles.
Por ello es que atender a las experiencias de calibanización afrodescendiente nos
marca una ruta de rastreo e interpretación de nuestras propias historias de mestizaje. Darnos
cuenta que nuestro mestizaje cultural en muchas ocasiones es análogo con los mestizajes de
subjetividades subalternas de América Latina —como lo afro y lo indígena— nos quita
cierto velo. Con la vista menos obstruida, tendremos la capacidad tanto de admitir nuestra
propia condición subalterna en el orden colonial —estructural e introyectado— aún vigente,
así como de tejer lazos de alianza con otras identidades subalternas latinoamericanas, en
vez de encarnar el espíritu de Ariel.
Calibán nos mira, y al hacerlo nos invita a mirarnos con sus ojos. Su constitución
abigarrada da cuenta del flujo y reflujo simbólico. Pero hay que ser perspicaces para no
caer en la seducción de imaginar posibilidades de resistencia donde no las hay. Quizás así
exista la oportunidad de que los planes de liberación urdidos del salvaje en esta ocasión
tengan éxito.

9
Silvia Rivera Cusicanqui, “Ch’ixinakax Utxiwa. Una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores”
en Hambre de huelga. Ch’ixinakax Utxiwa y otros textos, La mirada salvaje, Querétaro, 2014, pp. 75-80.

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