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La Economía del Amor, el Matrimonio y el Aborto

Nicolás Baldino Mayer

La Economía de la Familia

Desde un punto de vista económico (y más específicamente microeconómico), se


suelen analizar los hogares no solo como unidades de consumo, sino que también como
unidades de producción. En este sentido, como productores, nosotros incorporamos
determinados insumos a esta “caja negra” llamada hogar (alimentos, ropa, inmuebles,
muebles, medicinas, etc.) y ella, a través de un proceso productivo, elabora determinados
bienes (nutrientes, calor, afecto, hijos, etc.). En la familia tradicional existen procesos
económicos de escala, caracterizados por una alta división del trabajo y un mecanismo de
control llamado “amor” (u otras barreras de salida).

Desde este enfoque, se suele ver a los “hijos” como el bien principal del matrimonio
(la sociedad comercial de la empresa llamada “hogar”). Es por ello que tradicionalmente la
mujer ha adoptado un rol específico respecto al del hombre. Las sociedades en su conjunto
apreciaban de sobremanera este bien, de modo que debía de procurárselo. En tiempos
pasados, en donde las condiciones higiénicas eran pésimas y las tasas de mortalidad
neonatal e infantil muy altas, es normal que la mujer adoptara un rol en el cual se ocupase
de las labores de la casa, dado que, para producir el bien “hijo” y que llegara a una etapa
adulta, ella debía de estar continuamente preñada y criando a sus hijos1.

Sin embargo, esta sociedad no implicó la igualdad entre sus socios. En cambio, se
padecía de una distribución de los ingresos inequitativas (siendo el hombre quien se lleva la
mayor parte de la ganancia, lo que se evidencia en el poder que este ejercía como pagos por
la participación en la sociedad). Además, esta sociedad contaba con fuerte barreras de
salida (una vez adentro, no existían mecanismos para salir sin asumir costos altísimos; era
un contrato a largo plazo).

1
POSNER, Richard A., “El análisis económico del derecho”, 1° Ed., Fondo de Cultura Económica, Mexico
DF, 2000, pp. 135 – 137.
En la actualidad, este panorama ha cambiado radicalmente. La expectativa de vida
creció muchísimo, las tasas de mortalidad neonatal e infantil se redujeron, la simplificación
del acto y la connotación laica del matrimonio redujeron los costos de transacción, y el
divorcio redujo los costos de barrera de salida. Como consecuencia, la mujer comenzó a
trabajar fuera del hogar, hubo una redistribución de los ingresos de la sociedad en favor de
la mujer, y los hijos dejaron de tener la misma valoración social.

Como consecuencia, los costos de tener hijos aumentaron dado que, al subir las
expectativas laborales de la mujer y bajar el valor del bien en cuestión, los costos de
oportunidad de quedarse en la casa y tener hijos se fue a las nubes (los hijos pasaron a tener
precios sombras muy altos).

Las razones más plausibles por las que aún tenemos incentivos de procrear es el
placer que tenemos como subproducto del afecto que nos provee un hijo. Consumimos de
él una serie de servicios intangibles (llámense a estos: afecto, sentimiento de trascendencia,
etc). Sin embargo, cuando el placer de tener hijos no supera sus costos, el bien “hijo” se
transforma en un mal.

Perspectivas del Matrimonio

Podemos ver al matrimonio como una institución dirigida a reducir los costos de
transacción en la adquisición de determinados bienes de los individuos de una sociedad.

En este sentido, Gary Becker sostiene que muchos de los servicios y beneficios del
matrimonio podrían ser conseguidos en el libre mercado: sexo, servicios domésticos y
cuidado de niños, afecto, seguro por pobreza, etc. El matrimonio nos provee (o puede
proveer) de todos estos bienes sin la necesidad de tener que ir a buscarlo a cada uno de
estos mercados.

Así, por ejemplo, podemos ir a buscar relaciones sexuales en el mercado de la


prostitución; y mientras más costos exista dentro de ese mercado (por ejemplo, por su
prohibición), más necesitaré de otros bienes sustitutos como lo es una relación de pareja o
matrimonial; y viceversa, mientras más opciones tenga (como adquirir servicios sexuales
por parte de una o un meretriz, o una relación sexual de una pareja sin comprometerse en
matrimonio), menos valioso será el matrimonio.

Gary Becker realiza una excepción respecto de los hijos y de los sentimientos de
amor (los cuales no podrían encontrarse en el mercado). Sin embargo, el mundo ha
cambiado, y hoy resulta perfectamente factible y común (sin el nivel de reproche propio del
pasado) tener hijos extramatrimoniales, o adoptarlos, o incluso “comprar” hijos (a través
del alquiler de vientres, y los bancos de semen y óvulos); así como el de enamorarse de
personas con las cuales no se tiene ningún interés en adquirir matrimonio.

Lo cierto es que todos los costos de transacción se ven minimizados. Debe de


esperarse que, a medida que el desarrollo tecnológico lo permita, se pueda acceder a los
mercados y realizar transacciones cada vez más económicas, haciendo que la institución del
matrimonio se debilite dado el resurgimiento (baja de precios) de sus sustitutos.

El Aborto

El resultado óptimo de un individuo racional frente a un mal es sencillo de


conseguir, el individuo maximizará sus utilidades a medida que vaya disminuyendo el
consumo de dicho mal. Cuando la producción del mal es consecuencia no buscada de una
actividad sexual, su eliminación generará externalidades (dado que, al querer eliminar el
embarazo, afectará a otro individuo llamado “sociedad”). Si bien las sociedades actuales
valoran menos al bien “hijo”, aun así, valoran su no eliminación (en tanto a que valoran el
“no atentado contra la vida”, la protección del bien jurídico “vida”).

En un país con mayor valoración de la vida que de la libertad, el resultado puede ser
la penalización de la conducta del aborto, de modo que la mujer deba internalizar el costo
que le representará el mal “hijo”; en cambio, si el Estado valora más la libertad de la mujer,
y permite la práctica del aborto, la mujer podrá deshacerse del mal y las pérdidas del Estado
no serán tan cuantiosas, de modo que no le resultará conveniente su penalización.

Sin embargo, aún en el primer supuesto, una vez que se produce un aborto, puede
que, al Estado, según otro tipo de circunstancias y valoraciones, no le convenga sancionar
la práctica. Analizar desde una perspectiva económica el autoaborto o aborto consentido,
desde los incentivos que tienen estas dos partes, Estado y mujer con embarazo no deseado,
y según las distintas circunstancias y valoraciones sociales que pueden surgir, constituirá el
objeto de estudio de este trabajo.

Plantemos la problemática como un juego a través de la siguiente matriz:

(Madre/Estado) Penalizar el Aborto No Penalizar el Aborto

Abortar (-200; -180) (-60; -150)

Padecer tener un hijo no (-100; -10) (-110; -50)


deseado

Si ambos agentes actúan de modo racional y conocen como actuará el otro, los pares
de estrategias de “Padecer tener un hijo no deseado y Penalizar el aborto” y “Abortar y No
Penalizar el aborto” son equilibrios de Nash, dado que en estos puntos ninguna de las partes
encuentra un incentivo para modificar su estrategia de manera simultánea.

Por una parte, el Estado, si la mujer decide “Padecer tener un hijo no deseado”,
entonces este no tendrá ningún incentivo de “No penalizar el aborto”, siendo que, de este
modo, obtendrá como perjuicio un detrimento a la valoración de la vida intrauterina que
sostiene. Por su parte, si el Estado “Penaliza el aborto”, la Mujer tendría un mayor
perjuicio, dado que no solo sufriría tener que realizarse un aborto, sino que también sufrirá
la sanción estatal.

A su vez, si el Estado decide “No penalizar el aborto” y la madre “Aborta”, tampoco


ambos agentes encontrarán incentivos para cambiar sus comportamientos. Por parte del
Estado, si la mujer decidirá abortar, penalizar el aborto implicará tener que hacer frente a
las intervenciones por abortos mal realizados en un régimen sancionador, además del costo
judicial que implica la investigación, juzgamiento y ejecución de la pena. Por otra parte, si
el Estado decide “No penalizar el Aborto”, la mujer no tendrá incentivos en modificar su
comportamiento dado que valora más el no continuar con el embarazo que asumir el daño
en el interrumpirlo. Por ende, estos son equilibrios de Nash.

Este análisis es una poderosa herramienta para entender la situación actual respecto
a la penalización del aborto. Se coloca en evidencia la razón por la cual existe una sanción
al comportamiento de la interrupción voluntaria del embarazo, pero una penalización
errática a la madre una vez que esta es captada por el poder judicial.

Siguiendo este análisis, la penalización del aborto asegura un comportamiento por el


cual se optará por la no realización de la práctica fundamentada en la única libertad de la
mujer. Sin embargo, una vez realizada la práctica, los tribunales serían renuentes a aplicar
una pena. Siendo errática la decisión entre abortar y no abortar por parte de la mujer.

Así, si planteamos un juego consecutivo, si el Estado debe decidir primero, por


ejemplo, a través de una Legislación, si penaliza o no al Aborto, y la mujer cuenta con la
información de que el Estado penaliza esta práctica, entonces ella no procederá a realizar la
práctica. Sin embargo, si la iniciativa la tiene la mujer, y esta decide abortar, el Estado será
renuente a aplicarle una pena, así los Tribunales no la penalizarán. Esta situación puede
expresarse a través del siguiente árbol decisorio:

Estado Madre

P NP A NA

Madre Madre Estado Estado

A NA A NA P NP P NP

(-200; -180) (-100; -10) (-60; -150) (-200; -180) (-60; -150) (-100; -10)
(-110; -50) (-110; -50)

P: Penaliza P: Penaliza
NP: No Penaliza NP: No Penaliza

A: Aborta A: Aborta

NA: No Aborta NA: No Aborta

Por ende, al Estado le convendrá penalizar el aborto; pero si la mujer lo comete, le


convendrá no imponerle una pena.

La Legalización del Aborto y el Problema del Moral Hazard.

Si se legaliza el aborto, en el sentido de darle cobertura médica gratuita para su


realización, en términos del análisis económicos tendremos el problema del Moral Hazard
por parte de la mujer, quien no tendrá los incentivos adecuados para invertir en la
prevención de los embarazos no deseados y, por ende, aumentaría su cantidad.

El Contrato Matrimonial

Si partimos de suponer que el matrimonio es una institución dada. Al existir


personas dispuestas a suscribir este acuerdo implica que la institución incrementa sus
bienestares.

Suponemos a su vez que las partes tienen derechos de propiedad bien definidos, y
que cada una de las partes se pertenece a sí misma.

Ahora podemos suponer que “el precio” es lo que las partes aceptan, o ceden,
respecto al otro cuando se casan.

Supongamos que los hombres ofrecen casarse (los acuerdos), mientras que las
mujeres demandan dichos acuerdos. Si se produce una escasez de mujeres, los precios se
modifican y los hombres deberían aceptar más cosas de la mujer que en una situación
donde la oferta sea normal, lo que es lo mismo que bajan.

Por otra parte, clasificaremos los contratos de casamiento según los atributos más o
menos favorables para las partes como:

- Normal: en donde las partes presentan atributos “promedio”;

- Plus: que representa un casamiento favorable a la mujer;

- Minus: un casamiento más favorable para el hombre.

Planteado de este modo, los mercados se comportan de forma normal y simétrica (la
cantidad de mujeres dispuestas a casarse sube con el precio, es decir, con las cosas que se
aceptan de ellas antes de entrar en el contrato. Y viceversa).

Poligamia

La legalización de la poligamia no es más que firmar un contrato de matrimonio


entre más de dos personas.

Por una parte, la poliandria (un hombre casado con varias mujeres) implicará, en el
mercado planteado, un incremento en la demanda de mujeres para casamiento
(desplazamiento de la curva de demanda). Ante el exceso de demanda, por el efecto
escasez, se producirá una suba del precio. De este modo, habrá una mejora en los beneficios
que percibirán las mujeres. P

Por otra parte, legalizar la poliandria (una mujer con varios hombres) beneficiaría a
los hombres (aumento y desplazamiento de la curva de oferta).

Poligamia: La Elección de la Pareja Conforme a la Deseabilidad

Si sacamos el mecanismo de precios y ordenamos a los hombres y a las mujeres


desde los “más deseables” a los “menos deseables”. En el caso de que sólo la monogamia
fuese posible, el mecanismo de asignación de recursos sería simplemente la selección de
cada una de las partes de un individuo del otro conjunto.

A cada persona de un conjunto le corresponderá, en términos de deseabilidad, a una


del otro conjunto, existiendo una persona con determinado grado de deseabilidad para cada
persona ubicada en la misma escala de deseabilidad en el otro conjunto (cada quien tiene su
media naranja).

Si introducimos, por ejemplo, la poliandria produciremos desutilidad en los


hombres, y un exceso de utilidad en las mujeres. El hombre deseable estará con la mujer
deseable, pero este puede maximizar su utilidad eligiendo a otra mujer menos deseables. De
este modo, las mujeres podrán acceder a hombres más deseables, mientras que el hombre
deseable perjudicará a los hombres menos deseables que él, y así sucesivamente hasta
llegar a los último quienes se quedarán sin beneficio alguno (se acumuló la “riqueza” entre
unos pocos).

Sucede un caso análogo respecto a la poliandria.

El Poliamor: Una Solución a la Poligamia


Una posible solución para la poligamia será eliminar el deber de fidelidad de los
matrimonios (es decir, el “poliamor” o “parejas abiertas”). De este modo, las parejas que
están en un contrato matrimonial podrían suscribir otros contratos con otros individuos. De
este modo se maximizarían las utilidades sociales. Es así como, si dividimos la sociedad en
“personas deseables” y “personas menos deseables”, ambos grupos maximizan sus
utilidades respecto a la monogamia:

- Personas deseables: dado que un hombre deseable tendría los beneficios de estar
con una mujer deseable y una mujer menos deseables (aumentando su utilidad
respecto a la situación en donde sólo puede estar con una sola), la mujer deseable
también obtendría la utilidad del hombre deseable y uno menos deseable.
- Personas menos deseables: en este escenario se maximizaría la utilidad de estas
personas dado que no sólo obtendrán la utilidad que puedan extraer de más de una
persona, sino que además podrán acceder a personas más deseables que ellos
mismos.

Elección de la Pareja

Supongamos que las partes eligen a sus parejas conforme a su aspecto físico, y a su
personalidad. Dado estos supuestos podemos establecer la siguiente función de utilidad:

U=f(F;P)

F: Aspecto Físico

P: Personalidad

Bajo este supuesto podemos definir las siguientes curvas de indiferencia (que
indicará la intercambiabilidad entre personalidad y físico):

P
F

A su vez, tendremos una restricción presupuestaria conforme la cual nos indicará


cuanto estamos dispuestos a pagar por la personalidad y el aspecto físico de la otra persona:

w = pF F + p P P

F
Nótese que acá los precios no serán todos monetarios (inversión de entrada y
mantenimiento de la relación), sino que también tendremos precios que implicarán cuanto
estamos dispuestos a hacer y ceder en otros aspectos para conseguir el físico y la
personalidad que deseamos.
Ahora, supongamos que los hombres prefieren el físico en las mujeres, y las
mujeres la personalidad en el hombre, siendo que sus curvas de indiferencias, bajo este
razonamiento, serían:

Hombre

P
F

Mujer

Dada estas circunstancias, la conclusión será que en las parejas predominará


hombres con mejores personalidades que aquellas que tienen las mujeres, mientras que las
mujeres serán más tractivas en relación a sus parejas hombres. Esta situación puede verse
reflejada en la siguiente cada de Edgeworth:

A S P E C T O F Í S I C O H
P P

E E

R R

S S

O O

N N

A A

L L

I I

D D

A A

D D

M A S P E C T O F Í S I C O

Lo que sucede en este escenario es que las partes están intercambiando aspecto
físico por personalidad en sus otras parejas. Las mujeres ofrecerán sus apariencias físicas a
cambio de las personalidades de los hombres.

Naturalmente podemos pensar que existen otras variables que buscan las personas
en sus parejas, como puede ser la riqueza económica (R), definiéndose las funciones de
utilidad como:

U=f(F;P;R)

En donde, por ejemplo, si un hombre se encuentra más interesado en el aspecto


físico de una mujer y tiene mucha riqueza para intercambiar, llegará a un acuerdo con una
mujer cuyo aspecto satisfaga las exigencias físicas del hombre y esté más interesada en el
aspecto económica de su pareja.

Los Iguales También se Atraen

Si bien analizamos que cuando existen diferencias entre aquello que las personas
quieren intercambiar se promueven acuerdos voluntarios, lo cierto es que también las
características e intereses similares hace que las partes tengan menos costos de transacción,
a la vez que le reporta una cierta utilidad. Es así como, personas que pertenecen a la misma
religión, o al mismo grupo étnico (compartiendo una serie de gustos, vivencias y “visión
del mundo”), o a la misma nacionalidad, o etc., prefieran juntarse con otras que pertenecen
o presentan ciertas características similares.

Los Costos del Contrato Matrimonial: el Divorcio y el Problema del Moral Hazard

Inicialmente, en el pasado, la expresión “para toda la vida” podía no haber sido


mucho tiempo, dado que, en términos generales, las personas no vivían mucho tiempo. Con
el aumento de la expectativa de vida, “toda la vida” se hizo sumamente costoso.

Por otra parte, también se encuentra en el “para toda la vida” la causa del “ya no me
tratas como antes”, o del “cuando éramos novios…”. El matrimonio, por los altos costos de
salida del contrato, genera el problema del Moral Hazard entre las partes. Mientras que
antes de la firma del contrato las partes tenían incentivos positivos para invertir en afecto,
cuando están casadas ya no, dado que tienen “asegurada” a su pareja, la cual no romperá la
relación por los altos costos que esto implica.

Ante esta situación el divorcio surgió como una solución que logra morigerar dichos
costos, al posibilitar y abaratar romper el contrato.

La Homosexualidad y la Problemática de la Intervención Estatal


Bajo la perspectiva del análisis económico el Estado genera mucho al intentar
regular un acuerdo libre de voluntad como lo es el de matrimonio. Esta intervención se
manifiesta desde dos perspectivas:

- Al limitar las clausulas, y quitándole libertad a las partes para poder regular sus
negocios privados, se genera una menor demanda y oferta de acuerdos, no
lográndose la obtención de todos los beneficios que estos generan; quedando
algunos agentes “fuera del mercado”. Así, por ejemplo, genera esta pérdida de
beneficios cuando regula el número de integrantes, el género de los integrantes, las
obligaciones de las partes (como lo es el de fidelidad), etc.
- Monopoliza funciones que le son propias, imponiéndole a las partes costos que estas
no desean (externalidades negativas). Dado que el matrimonio tiene una
connotación simbólica, el Estado al hacerse cargo a través de la regulación del
contrato con dicha connotación, le impone, por ejemplo, a una persona religiosa que
rechaza las uniones de las personas del mismo sexo, una visión moralizante de la
unión contraria a sus creencias (para las cuales estos acuerdos están reservados sólo
a ciertas personas). De este modo, al monopolizar dicha función, y no dejarla en
manos de los privados y las instituciones que estos creen en acuerdos libres de
voluntades para regular dichos asuntos (como lo son las Iglesias, y en específico, los
matrimonios religiosos), deberá necesariamente perjudicar a unos u otros (sea a la
comunidad LGBT+ con la imposición de los valores de las personas religiosas y en
desacuerdo con dichas uniones, o sea a las personas religiosas y en favor de la
comunidad LGBT+).

En este sentido, la solución que no perjudique a ninguna comunidad será la


desregularización del contrato de matrimonio, permitiendo a las partes que firmen entre
ellas, de la manera que crean más convenientes y donde quieran, los acuerdos que
deseen; limitándose a regular el cumplimiento de los mismos.

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