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Sobre el despojo del hogar y la mutilación del cuerpo

Maríajosé Ríos, Hagler Muñoz y Alejandro Giraldo

La estrategia del caracol

La estrategia del caracol de Sergio Cabrera (1993), que toma su nombre de La estrategia
de la araña de Bertolucci (1970) según confesó el propio Cabrera en una entrevista con
Bernardo Hoyos (1993), es un relato sobre las tensiones entre la clase de propietarios ricos no
habitantes y la clase inquilinal, un concepto acuñado por Cabrera y Ramón Jimeno y puesto
en la boca de un paisa narrador y palabroso, dueño de una culebra y, por tanto, un culebrero.
La película hizo una incursión considerablemente exitosa en el panorama cinematográfico
internacional a pesar de su reducido presupuesto (fundado en las contribuciones personales de
Silvia Jardim, mecenas y esposa de Cabrera). Tuvo una buena recepción entre el público y la
crítica, y no pocas veces es calificada como una de las mejores producciones nacionales.
Plantea una lógica según la cual no puede poseer quien no habita, que es una idea
parcialmente existente en el ordenamiento jurídico. Presenta un retrato de las técnicas de
acoso inmobiliario. Los propietarios utilizan su influencia para encauzar a los aparatos
estatales en beneficio de sus intereses. Los inquilinos, sin embargo, no aparecen como meros
sujetos pasivos que caen inobjetablemente en la categoría de víctimas que piden la compasión
del observador.

Jimeno y Cabrera no inventan desde cero, sino que se basan en eventos de la vida real.
Su obra es interpretativa más que creadora. La película es un compuesto contradictorio,
cómico y dramático, con hombres que se llaman Diógenes, Arquímedes, Lázaro, Justo y
Hermes. Los rivales jurídicos se llaman Perro Romero (del lado inquilinal), y, del partido
domicilio-teniente, Honorio Mosquera. Es difícil quedarse con la noción de personaje cuando
se ha visto la fe de Eulalia, que ve en la causticidad de la humedad la efigie de la Virgen.
Eulalia es esposa de un Lázaro que no se levanta y Honorio es un abogado poco honorable,
mañoso, tramposo y malévolo, pero Hermes lleva el correo, Diógenes es huraño y
Arquímedes es ingenioso.

Jacinto, aspecto de patriarca, barba abrahámica y santidad de extranjero, es una suerte de


religioso (hay un fraile que se desdobla y rompe su voto de castidad) o escogido. Con cierta
inclinación a la autarquía y a la desobediencia, organiza a los inquilinos alrededor de la
estrategia. Es una especie de Noé del arca, que es una casa, una caracola que debe resolverse
internamente para ponerse en movimiento: se desmonta ladrillo por ladrillo, teja por teja,
muro por muro, todo precedido por la Vírgen, en una procesión de cosas, de monte y
desmonte de un escenario, que es metáfora del teatro. No se trata, entonces, de la destrucción
clásica y vengativa. Las piezas de la casa son cuidadosamente puestas en un nuevo orden, en
un espacio libre y periférico, cuando los viejos dueños reclaman el espacio que perdieron
durante la conmoción social del Bogotazo, lanzados en una desmedida campaña de
reconversión de los inmuebles.

La casa ad útero. Una aproximación a la poiética germinal del espacio doméstico


popular

Valentina Mejía y Adolfo Grisales. (2016). Kepes, 13: 123-143.

Este artículo sobre la forma en que las personas se ubican en el mundo y centran su
corporeidad se sustenta en tres líneas teóricas principales. La primera de estas pertenece a la
escuela japonesa de la arquitectura crítica. Mejía y Grisales responden al concepto de casa
vivida desarrollado por Taki y ampliado por Ito con la noción de casa animada. Ambas ideas
hablan de una mística doméstica en que la casa tiene un lugar en la psiquis así como la
psiquis con el cuerpo habitan en la casa. Señala que una de las principales preocupaciones de
esta perspectiva crítica del diseño es la escisión entre las figuras del diseñador y el morador,
una unidad llevada casi hasta la extinción por la modernidad.

Construir la casa es un acto de creación continuo en el que la vida humana es


espacializada. Sobre esto recogen dos ideas de Bachelard: la casa como un espacio que se
«hace [...] con [el] movimiento o despliegue físico de [...la] corporeidad» y (2) la casa como
una extensión del propio cuerpo, como es la caracola al caracol. No pocas de estas cosas
tienen fundamento en las ideas simbólico-estructuralistas de Eliade y en el concepto
bourdiano de habitus. Fundar la casa es sacralizar el suelo, llevar las cosas del estado de no-
ser al de ser. Allí las personas encuentran su porción del espacio-tiempo y anudan sus vidas a
ese centro, un lugar sagrado del universo privado. Los habitus hacen a la casa porque la
personalidad se impregna en ella. Así, sea la casa una proyección o extensión del cuerpo,, su
despojo se parece a la mutilación. Esto se enuncia, aunque con poco éxito, en relación con la
gentrificación en la comuna San José de Manizales.

El derecho a la ciudad

David Harvey (2008). New Left Review, 53 (6): 23-39.

El artículo aborda el derecho a la ciudad como concepto principal. Según Harvey, los
derechos y los ideales humanos se han convertido en el centro de la contemporaneidad
política y éticamente, pero hay un derecho fundamental que permanece ignorado: el derecho
a la ciudad, que, como derecho, trasciende la individualidad y se manifiesta en la forma del
poder colectivo para renovar la vida y el espacio en la urbe. También tiene como
característica la facultad de desafiar las lógicas económicas regentes promovidas por el
capitalismo. La urbanización es un fenómeno de clase.

La ciudad se produjo desde el principio gracias a la existencia de excedentes. La absorción


del capital producido se logra en la forma de renovaciones urbanas. Esto no es algo casual. La
maquinaria de la construcción se pone en marcha para evitar el desgaste del capital. Las
ciudades, que son los espacios en que se concentran bienes y servicios, son el nicho del
capitalismo, que asegura un futuro para sí mismo añadiendo valor al suelo..
Harvey nos conduce a través de dos ejemplos de revoluciones urbanas (cf. concepto de
proceso urbano) en los últimos dos siglos. Hace un recorrido histórico por las
transformaciones de dos ciudades cosmopolitas arquetípicas. Habla del París del segundo
imperio (1848) y de la reestructuración urbana liderada por Haussmann, que llevaría a un
levantamiento general de la población obrera del centro de París, y de las reformas efectuadas
en la Nueva York de la posguerra. Harvey, de tendencia keynesiana, hace una disección del
proceso de acumulación por despojo y descubre su objetivo soterrado (la supervivencia del
capitalismo por un método parecido al lavado de dinero). Advierte que se trata de un
fenómeno global (p. ej., Bombay, las megalópolis chinas, etc.) y exhorta a los dispersos
movimientos que reclaman el derecho a la ciudad a articularse para contener la guetización.

La ciudad en disputa

«Una casa donde voy solo llamando


Un nombre que el silencio y los muros me devuelven

Una extraña casa que se sostiene en mi voz

[...]»

Pierre Seghers

Las ciudades, rebasando en importancia a la propiedad rural, se han convertido en el


campo de confrontación entre las clases. El espacio en la ciudad está en disputa, y en disputa
desequilibrada. Parafraseando a Lefebvre (1974), en el espacio urbano y por él nace la
relación dialéctica entre los dominados y los dominantes. La urbanización de la vida humana
se encuentra en el punto máximo de la historia y las poblaciones periféricas se han volcado
hacia la ciudad, que es simultáneamente constitutiva y derivativa del capitalismo, porque la
existencia de excedentes permitió su existencia y es clave para su reproducción.
Antes de la conmoción nacional del 48 las familias adineradas, empresariales y dirigentes
de Bogotá ocupaban preferentemente el centro de la ciudad, en donde, desde su fundación, se
había instalado la administración colonial y, luego, sobre los cimientos de sus edificios y
siguiendo el trazado de las mismas calles, se asentaron las instituciones republicanas. Las
grandes casas del centro fueron ocupadas progresivamente desde entonces por depauperados,
obreros (Manrique, 2013) y, en general, el ancho grupo de humanos homogeneizado bajo la
rótula de miserable. Por esos días se hizo común una forma de ocupación colectiva de las
casonas. Después de la apertura económica de finales de siglo los detentadores del capital
corporativo volvieron la mirada sobre el centro con el propósito de recuperar el espacio
perdido a manos del populacho. Hoy sabemos, sin embargo, que la ocupación del centro bajo
los intereses del capital no tiene un mero objetivo simbólico. Tampoco obedece simple y
únicamente a la búsqueda de utilidades.
La revolución urbana del centro de Bogotá (Manrique, ut supra) corresponde a un
mecanismo global empleado por los promotores del capitalismo para mantenerlo en marcha
(Harvey, 2008). Las intervenciones inmobiliarias se relacionan con un fenómeno global de
absorción del capital dirigido por grupos de poder que monopolizan el derecho a la ciudad.
La gentrificación es, en estricto sentido, una práctica capitalista. El espacio en la ciudad no es
infinito y, como la retención del capital depende de su circulación (razón por la cual el capital
financiero no se desgasta, porque, de otro modo, por fuera de circulación, el dinero puede
pudrirse; cf. Harvey, 2014), y ningún espacio puede albergar tanto valor por unidad de área
como el de la ciudad, las áreas ocupadas por la gente de bajos ingresos son, desde la
perspectiva del interés capitalista, subutilizadas e infravaloradas, algo que constituye una
traba seria para la salud del ecosistema del capital.
La permanencia de los desposeídos en el espacio de la ciudad, y específicamente en los
sitios sobre los que penden reformas inmobiliarias, no es la única forma en que los intereses
financieros y corporativos se ven amenazados. No obstante su desventaja política y
económica, los miserables se las apañan para (sobre)vivir, y no pocas veces para hacerlo
bien. Descartados por el proceso urbano, exiliados no espacial (aunque en cierto grado sí)
pero sí ontológicamente de la urbe, los excluidos no son exactamente su nombre. Más allá de
la urbe, o en sus confines, existen (piénsese en la propia comuna San José, en Manizales)
redes endógenas de intercambio y producción en cierto grado independientes. La periferia
semi-independiente, por fuerza y por elección, puede, entonces, centrarse a sí misma.
Apartándose así de las redes del mercado, aferrándose a un modo autónomo, casi autárquico,
de vivir (p. ej., solares convertidos en criaderos de gallinas), desafían la lógica del mercado,
oponiendo una alternativa sobre cuya funcionalidad no podemos aventurar mucho.
Esta argumentación entra en contrapunto con la mística doméstica de Mejía y Grisales
(2016). La casa puede ser como la concha que lleva el caracol al arrastrarse. Despojar a
alguien de ella puede ser equivalente a la mutilación. Quedarse sin la casa, el parche de
ciudad que es equiparable a uno, es perder el espacio en el mundo. La ciudad es más el
mundo ahora que antes, y ser acosados por el aparato judicial y por las fuerzas policiales,
llevados hasta sus confines, es como sentenciarme (a los pobres) al destierro y al no-mundo.
Por estas razones una señora centenaria de Rosas (Cauca) prefería perder la vida a perder la
casa. Por lo mismo Jacinto y Eulalia llevan la casa sobre los hombros para ganarse un pedazo
del mundo.

Bibliografía

Harvey, D. (2014 [2014]). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. (Trad. J. M.


Madariaga). Quito, Ecuador: IAEN-Instituto de Altos Estudios Nacionales del Ecuador.

Manrique-Gómez, A. (2013). Gentrificación de La Candelaria: reconfiguraciones de lugar de


residencia y consumo de grupos de altos ingresos. Revista colombiana de geografía, .

Lefebvre, H. (1974). La producción del espacio. Papers: revista de sociología, 3: 219‐229.

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