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“UNAS DE CAL Y OTRAS DE ARENA: CRÓNICAS SOBRE EL TURISMO EN


CHOACHÍ”

CRISTIAN CAMILO GUTIÉRREZ CUBILLOS

TRABAJO DE GRADO PARA OPTAR POR EL TÍTULO DE COMUNICADOR SOCIAL


CAMPO PROFESIONAL PERIODISMO

DIRECTOR DE TRABAJO DE GRADO: MARTÍN FRANCO VÉLEZ

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA


FACULTAD DE COMUNICACIÓN Y LENGUAJE
COMUNICACIÓN SOCIAL
BOGOTÁ
2018
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ARTÍCULO 23:

“La Universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por los alumnos en sus trabajos

de grado, solo velará porque no se publique nada contrario al dogma y la moral católicos y porque

el trabajo no contenga ataques y polémicas putamente personales, antes bien, se vean en ella el

anhelo de buscar la verdad y la justicia”


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Agradecimientos

Quiero agradecer a Dios y a La Virgen, a mi padre por brindarme la capacidad de soñar y el amor

por su tierra; a mi madre por su amor incondicional y confianza al respaldar cada uno de mis

sueños, cada día su recuerdo está presente; a mi hermana y a mi novia por sus palabras de aliento,

paciencia y amor; a mis abuelas, tíos y amigos, que siempre han estado ahí para apoyarme; a mi

asesor Martín Franco Vélez por su trabajo y dedicación, siendo una pieza fundamental en el

desarrollo de este proyecto; y a Choachí, por permitirme conocer diferentes personas, paisajes y

tradiciones, que me han llevado a entender de dónde vengo y lo que significa ser chiguano.
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Planteamiento del problema

La hipótesis de que el turismo se implantó en la identidad chiguana nació gracias a las

siguientes preguntas: ¿Se ha ido perdiendo la identidad chiguana por un proceso de

transculturización reciente? ¿El turismo tiene alguna responsabilidad en este proceso identitario?

¿El turismo puede llegar a intervenir en la identidad y hasta en el patrimonio del pueblo

chiguano? Estos fueron los primeros interrogantes planteados acerca de la situación reciente en

Choachí, Cundinamarca. En este pueblo se observa que la gente, en el casco urbano y sus

veredas, han dejado de lado actividades importantes dentro de su desarrollo histórico, económico

y cultural, como la agricultura o la ganadería, para convertir sus hectáreas y hasta sus hogares en

locales que llamen la atención para turistas, y con eso generar un fin lucrativo. Sin saber que de a

poco se van perdiendo las raíces y se está formando un pensamiento más citadino que autóctono.

El turismo es actualmente un factor determinante tanto para la economía, el progreso

social-laboral y hasta para la construcción de imaginarios del municipio de más de 10 mil

habitantes, ya que al colindar con municipios como Ubaque, Fómeque y La Calera, pero, sobre

todo, con Bogotá, hace que sea un pueblo con gran afluencia de gente y donde vienen a vivir

muchas personas de todas partes, tanto colombianas como extranjeras, generando cambios

constantes en el mismo.

En primer lugar, me parece una razón importante dar respuestas a las preguntas que el

turismo ha traído en cuestión de transformaciones de pensamientos y rutinas en los habitantes de

Choachí. Cambios que van dejando de lado muchas veces costumbres y tradiciones que venían
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de hace años, siendo un ejemplo curioso el que no haya mucho interés, por parte de los

chiguanos, en conservar sitios y caminos donde hay muestras chibchas o la poca atención

brindada a los museos que allí se encuentran, algo que sí aprecia el turista. Asimismo, cómo las

tradiciones, oficios y productos —gastronómicos, artesanales, culturales—— son poco

practicados en la cotidianidad chiguana, pero ahora son indispensables en el sostenimiento y

reconocimiento de gran parte de la población que reside en el municipio, viéndolo como un

negocio y mejorando su nivel de vida. Todo esto sobre el eje del desarrollo turístico. Igualmente,

los espacios y la arquitectura son referentes de este cambio, pues se han modificado para atraer y

conquistar a los forasteros.

Por ejemplo, lo que antes era una carretera llena de ganado y gente del pueblo arriándolo,

ahora se ve como un espectáculo de personas con banderas rojas que señalan parqueaderos o

bandejas que invitan al visitante a degustar la picada y la cuajada con melao. De igual forma, los

termales, que eran un lugar de esparcimiento chiguano, se volvieron uno de los mayores

atractivos turísticos tanto en Cundinamarca, como en el país, debido a su ubicación en la vereda

Resguardo y su cercanía a la capital, pues tan solo 39 kilómetros los separan de esta. Caso

similar es el que ocurre con La Chorrera, la cascada escalonada más alta de Colombia con 590

metros de altura, ubicada entre las veredas de El Curí y La Palma a 35 kilómetros de Bogotá.

Adicionalmente, estos sitios cuentan con una relevancia mediática y publicitaria importante. Dos

factores demostrados en situaciones específicas como lo son las notas periodistas realizadas

sobre ambos sitios en medios como El Espectador; asimismo, en grandes pancartas alusivas al

complejo termal en restaurantes muy visitados del centro de Bogotá, y la presencia de la

cascada, muy recomendada, en las carteleras de actividades de hostales de La Candelaria,


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dándole así un carácter turístico tanto nacional como internacional. Los dos atractivos turísticos

cuentan con apropiadas instalaciones, rodeadas por montañas y paisajes desconocidos o poco

comunes para muchos de sus visitantes, quienes se enamoran de estos.

Por otro lado, Choachí ha ido cambiando su fuerte en la producción agrícola con

productos de “pancoger” que se dan una vez al año, entre estos están la habichuela, el tomate, la

cebolla, papa, frijol y maíz, para darle paso al turismo como uno de sus principales renglones

económicos. Manifestado este efecto en que por lo menos dieseis de sus treinta y cuatro veredas

ya tienen sitios con función y visión turística, acaparando la mano de obra calificada, de las

veredas y del casco urbano, en labores y trabajos ligados al turismo.

La seguridad en su vía en los últimos diez años —algo muy reciente en su historia— es

otro factor que ha impulsado de manera notoria el turismo, puesto que hasta hace unas décadas el

municipio llego a estar estigmatizado por ser lugar de paso de actores armados y donde se hacían

las famosas “pescas milagrosas” de las Farc. Teniendo en el secuestro de Guillermo “La Chiva”

Cortés, por parte de este grupo guerrillero en una de las vías del pueblo en el año 2000, solo un

ejemplo claro del horror y el imaginario de un pueblo afectado directamente por la violencia.

Imaginario que se ha ido cambiando con estrategias de reivindicación, pero, sobre todo, con el

turismo como principal columna para borrar esta fatídica imagen. Por otra parte, algo que llama

al visitante es la variedad de climas y cercanía a la capital colombiana, ya que esto facilita la

llegada al pueblo, haciéndolo conocido para muchos bogotanos y visitantes de la capital. Todos

estos casos son una pequeña muestra de lo que ocurre en este territorio cundinamarqués y que, de

una u otra manera, cambian rutinas, tradiciones y hasta la cultura del mismo municipio.
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Justificación

La cercanía con este territorio, donde he pasado gran parte de mi vida, es la que me

motiva a realizar este gran reportaje. Asimismo, otro factor que me lleva a realizar este ejercicio

es que me apasionan sus costumbres, sus paisajes, sus gentes y la nobleza que los caracteriza; al

mismo tiempo, su historia local y lo que hay escrito sobre esta. Además de conocer diversidad de

sitios y personas que me puedan orientar para hacer una gran exploración del tema.

Por otra parte, el crecimiento del turismo en Choachí, sus iniciativas, la relación del

pueblo con esta actividad y la aceptación de los chiguanos hacia este nuevo renglón de su

economía, son cuestiones que el área de comunicación social puede resolver a partir de

herramientas conceptuales que brinden el abordaje tanto del individuo, la comunidad y sus

entornos, guiados desde la comunicación y el periodismo.

Igualmente, considero que la temática y la pregunta problema son pertinentes para

contextos municipales o rurales similares a los del pueblo que se analizará, donde el turismo es

un factor determinante tanto para la economía, el progreso social-laboral del municipio, y hasta

para la construcción de imaginarios, que se puede explicar de manera más sencilla desde el

periodismo y, en este caso, con un gran reportaje.

Son estas las razones que me originan mostrar un Choachí de todos los días —no solo el

turístico—, salido de la fachada de todo lo bello, que es lo que muestra el turismo, para mostrar

la cotidianidad de sus gentes, sus conflictos y sus sueños de progreso.


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Objetivos

Objetivo general

Demostrar cómo el turismo se implantó en la identidad chiguana en los últimos diez años.

Objetivos específicos

* Mostrar el turismo como una actividad de emprendimiento y cooperación de la población.

* Describir cómo se ha ido modificando la identidad chiguana gracias a un fenómeno de

transculturación.

* Identificar el patrimonio tangible e intangible, reconocido y desconocido por propios y extraños

de Choachí.

Corpus de la investigación

La propuesta es narrar en un gran reportaje, consolidado en la memoria oral y con datos

oficiales, un gran relato, el cual tendrá como protagonista a Choachí, pero siendo abordado en

diferentes aspectos como el turístico, el cultural, la historia y su población. A partir de esto, el

enfoque del trabajo será contar como se ha trasformado Choachí y su población desde las

vivencias de sus habitantes y, sobre todo, como se ha venido acoplando cada vez más con el

turismo.
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Este gran reportaje estará dividido por varios capítulos que, en su orden, abordarán estas

temáticas:

Capítulos:

1. La postal de hoy: El gran reportaje puede comenzar con el recuento

de lo que es Choachí hoy en día, una descripción del pueblo y un choque con lo

que era antes. Sobre todo, mostrar cómo ha cambiado en los últimos 10 años.

2. El chiguano: Este sería una descripción de lo que es un habitante y

una persona oriunda de Choachí. Lo que le gustaba y le gusta frecuentar, cómo es

su día a día, cómo se han transformado las nuevas generaciones, que se les inculca

sobre su municipio. Todo esto en una o dos historias de vida que muestren al

chiguano y sus prácticas.

3. La imitación: Fenómeno que se ha producido en el pueblo y más

que nada en sus habitantes, quienes han imitado e implantado tradiciones y

actividades de otras culturas. Estas situaciones, lugares y actividades se deben

mostrar en casos concretos y mediante las crónicas. El fenómeno de

transculturación es algo que hace rico el paisaje chiguano, pero empobrece la

identidad de sus habitantes y las nuevas generaciones.

4. El emprendimiento: En este capítulo se mostraría como grupos de

habitantes, sobre todo de las veredas, se reúnen para crear microempresas,


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mostrando facetas diferentes a las del agricultor, volviéndose microempresarios y

administrativos. Además de mostrar como las relaciones en el campo siguen

siendo de cooperación y de confianza, e igualmente generar nuevas

oportunidades y empleos tanto para hombres como mujeres. Asimismo, se haría

mención a la economía turbia y los negocios ilícitos que también han ayudado al

pueblo en su transformación y avance turístico.

5. Lo olvidado: Este sería el capítulo que mostraría como los

chiguanos han dejado de lado las tradiciones y algunos lugares que marcaron a

sus antecesores. De la misma forma, estas tradiciones y sitios han sido apartados

del imaginario de las nuevas generaciones.

6. Lo mediatizado: Lo que han mostrado los medios: escándalos,

imaginarios o estereotipos, que marcaron a Choachí e hicieron ver en él un sitio

que no se podía visitar, para trasladarse a la pauta publicitaria que muchos de

ellos hacen el día de hoy para con el municipio.

Red de Fuentes

o Eliana Zarate-Funcionaria de Choachí( Capitulo 5 y 6)

o Jairo Daza-Autor de varias piezas musicales realizadas al

municipio (Capitulo 2 y 1)
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o Fabio Pardo-Autor del libro “Historia chiguana” (Todos los

capítulos, sobre todo el 1)

o Martha Espinel-Propietaria Finca y posada Choachimilco (Capítulo

3)

o Isabel Rodríguez- Ama de casa chiguana, lleva 80 años en el

pueblo (Capítulo 2)

o Gilberto Rincón-Concejal del pueblo (Capítulo 1 y 2)

o Augusto Alayón-Propietario de termales Santa Monica (Capítulo 3

y 6)

o María Helena Rincón-Integrante Agrolacteos “Potrerogrande”

(Capítulo 4)

o Teresa Pardo-Integrante Agrolacteos “Potrerogrande” (Capítulo 4)

o Carlos Rivera-Concejal del pueblo y presidente de junta

comunitario del sitio turístico “La Chorrera” (Capitulo 2 y 5)

o Jairo Pulido-Párroco de la iglesia de Choachì (Capitulo 1 y 2)

o Pedro Medina-Impulsor turístico de Choachí (Capitulo 4, 5 y 6

Delimitación temporal

Debido al auge que ha tenido el turismo en Choachí y el incremento de empresas con

fines turísticos en el municipio desde 2008, los últimos diez años serán el lapso donde se
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abordará la mayor parte de la investigación. Sin embargo, también se tendrá que acudir a

periodos históricos de la historia chiguana para dar contexto y entender facetas importantes para

el pueblo, y que hoy permiten el desarrollo turístico dentro de este.

Técnicas e instrumentos

Debido a que el enfoque de esta investigación es dirigido al estudio cualitativo, es

conveniente utilizar herramientas que permitan recoger una información veraz que le aporte a las

características del campo cualitativo. Por este motivo, la entrevista, la observación, la etnografía

y la comparación entre los distintos lugares estudiados, pueden brindar una amplia información

para después realizar testimonios, perfiles, historias de vida y crónicas que contengan datos

recogidos a lo largo de la investigación y brinden un espectro amplio sobre ¿Cómo el turismo se

implantó en la identidad chiguana los últimos 10 años?

En lo que concierne a textos sobre Choachí se puede hablar de que hay documentos,

artículos periodísticos y blogs que muestran el turismo chiguano, pero a grandes rasgos.

Asimismo, son muy pocos los textos de historia del municipio, pero muy útiles y que son de gran

provecho en un análisis del ayer y el hoy en el municipio. Por otra parte, cuando se profundiza en

la categoría del turismo chiguano en libros, blogs o artículos, se llega a sitios en específico,

encontrándose con reseñas de la historia o la belleza del sitio en cuestión. Sin embargo, en estos

documentos, páginas y blogs no hay aproximación a la gente, solo descripciones de los lugares,

cómo llegar y hasta tablas de precios. Para finalizar, el producto contaría con historias de vida
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realizadas desde la crónica y el perfil, teniendo como tema central el turismo, con fotos para

hacer un proyecto escrito, con apoyo visual, que llame la atención.

Metodología

Tipo de Investigación: Cualitativa

La investigación que se hará para este trabajo es de tipo cualitativa. Asimismo, la

descripción y el análisis harán parte esencial de esta. Por lo general, las investigaciones tienen

un orden ya establecido. Primero, se hace una proyección de la investigación, comenzando,

obviamente, desde el planeamiento del problema para después ir planeando cómo se irán

realizando, de principio a fin, los requisitos e instrucciones que se deben cumplir. Luego, se

presenta el resultado, que en este caso no son solo las conclusiones, sino también un producto.

Según Taylor y Bogdan (1986), la investigación cualitativa es la que produce datos

descriptivos, pues da a conocer y son observables tanto las conductas como las palabras de las

personas, ya sean habladas o escritas. Este tipo de investigación aporta gran parte de lo que se

quiere hacer en el proyecto, que es el darse cuenta de cómo es un chiguano, sus expresiones,

intereses, ideología y manera de ganarse la vida, aspectos que permiten hablar en general de una

habitante del pueblo y dar una imagen clara sobre la identidad chiguana.
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De la misma manera, Margarte LeCompte (1995) comprende a la investigación

cualitativa como una “categoría de diseño de investigación”, la cual consigue las descripciones

gracias a la observación, que, paso a seguir, puede tomar forma de entrevista, narración,

grabaciones o fotografías. La investigación cualitativa en el caso de Choachí, se hará en gran

parte de la observación de los habitantes del pueblo y su actitud frente al turismo. Al mismo

tiempo, esta investigación tomará forma de crónicas, capítulos y fotos, que harán parte de un

gran reportaje.

Gran reportaje

El formato elegido para demostrar cómo el turismo transformó la identidad chiguana en

los últimos diez años es el gran reportaje. Esto debido a que la temática es compleja y no se

podría contar en una crónica o en una historia de vida, mucho menos en una entrevista —

técnicas y géneros para desarrollar el gran reportaje—. El contenido, la riqueza de paisajes y

diferentes personajes hacen que las crónicas e historias tengan un contenido no solo extenso sino

muy rico en diferentes aspectos. Por esta razón, se necesita de investigación e inmersión para

poder comprobar o debatir la hipótesis propuesta.

La Escuela Mexicana de Periodismo Carlos Septién García y su texto los “lineamientos

para la elaboración de el gran reportaje” (2016) considera al género como “el resultado de la

más completa labor de investigación de un tema” (p. 38) expresando, de esta manera, como con

este género puede exponer en su totalidad la investigación sobre Choachí, Igualmente, La

Escuela Mexicana de Periodismo Carlos Septién García (2016) sostiene que:


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El reportaje profundo es el que cuenta, no solamente lo que pasa, sino lo que pasa por dentro de lo
que acontece. Las noticias, los acontecimientos que las producen no son fenómenos aislados, sino
que forman parte de un contexto histórico y cultural. Lo que sucede, sucede por algo, dentro de
algo (p.38).

Esta afirmación quiere demostrar como un gran reportaje puede dar una visión desde

todas las perspectivas y con una cantidad de voces impensadas, las cuales cuentan hasta el más

micro detalle de lo que ha pasado en la historia, como también de los sucesos más recientes del

pueblo.

Por su parte, el nobel de literatura colombiano, Gabriel García Márquez (2014), pensaba

esto sobre el reportaje:

Mi problema original como periodista fue el mismo de escritor: cuál de los géneros me gustaba
más, y terminé por escoger el reportaje, que me parece el más natural y útil del periodismo. El
que puede llegar a ser no solo igual a la vida, sino más aún: mejor que la vida. Puede ser igual a
un cuento o una novela con la única diferencia —sagrada e inviolable— de que la novela y el
cuento admiten la fantasía sin límites pero el reportaje tiene que ser verdad hasta la última coma.
Aunque nadie lo sepa ni lo crea. (p.1).

García Márquez recalca que el reportaje es un retrato idéntico de la realidad, algo que

debe ser presentado con la mayor autentificación y verificación posible sobre la situación

turística de Choachí, sin mentir ni en una coma como lo dice el autor colombiano.

Como lo afirma el manual de consejos periodísticos de EL PAIS (2016):

“Para que el reportaje cuente con la información más completa y fiel posible, se deberá llevar a
cabo una investigación exhaustiva en búsqueda de datos y testimonios de otras personas, para
ofrecer al lector la opción de sacar sus propias conclusiones, al disponer de distintos puntos de
vista sobre el tema tratado” (p.1).
19

Todo esto debe aplicarse en una indagación, documentación y diálogos con quien

entiende y está inmerso en el pueblo, entre más protagonistas más puntos de visita que se

pueden confrontar teniendo como fin abrir el panorama en este reportaje.

Es por esto, que el reportaje se adapta a las condiciones de mi hipótesis al ver una

temática desde muchos aspectos, intentando contar una problemática con la mayoría de

situaciones, personajes, hechos y paisajes de lo que ha venido aconteciendo en un territorio con

muchos ambientes, además de imaginarios y prototipos instaurados en él.

PTG‐E‐3
Referencia: Formato Resumen del Trabajo de Grado

FORMATO RESUMEN DEL TRABAJO DE GRADO CARRERA DE COMUNICACIÓN


SOCIAL

Este formato tiene por objeto recoger la información pertinente sobre los Trabajos de Grado que
se presentan para sustentación, con el fin de contar con un material de consulta para profesores y
estudiantes. Es indispensable que el resumen contemple el mayor número de datos posibles en
forma clara y concisa.

FICHA TÉCNICA DEL TRABAJO

Título del Trabajo: “Unas de cal y otras de arena: crónicas sobre el turismo en Choachí”

Autor (es):

Cristian Camilo Gutiérrez Cubillos D.I. 1018468868


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Campo profesional: Periodismo

Asesor del Trabajo: Martín Franco Vélez

Tema central: Turismo en Choachí

Palabras Claves: Choachí, turismo, crónicas, memoria oral, patrimonio, transculturación

Fecha de presentación: 21/05/2018

No. Páginas: 133

RESEÑA DEL TRABAJO DE GRADO

1. Objetivos del trabajo (Transcriba los objetivos general y específicos del trabajo)
Objetivo general:
Demostrar cómo el turismo se implantó en la identidad chiguana en los últimos diez años.

Objetivos específicos:
—Mostrar el turismo como una actividad de emprendimiento y cooperación de la población.
—Describir cómo se ha ido modificando la identidad chiguana gracias a un fenómeno de
transculturación.
—Describir el patrimonio tangible e intangible, reconocido y desconocidos por propios y
extraños de Choachí

2. Contenido (Transcriba el título de cada uno de los capítulos del trabajo)


Objetivos, Marco teórico (Choachí, Turismo, Turismo en Choachí, Identidad Chiguana,
transculturación, Patrimonio), Marco Metodológico (Investigación cualitativa, Corpus de la
investigación, Técnicas e instrumentos, Guía para un pueblo), La Crónica, “Unas de cal y otras
de arena: crónicas de turismo en Choachí” (Chiguano, ciguano ya muy poco; Amasando
sueños; Atlas chiguano; El que trabaja no come paja) Conclusiones y Referencias
bibliográficas

3. Autores principales
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Fabio Pardo – Guía para la historia y tradición de Choachí.


Germán Ferro – Observación y principales elementos para analizar y conocer un pueblo.
Amparo Sancho – Concepciones del turismo.

4. Conceptos Clave
Choachí, Turismo, Memoria Oral, Crónicas, Patrimonio, Transculturación.

5. Proceso metodológico.
El trabajo es un producto (compilado de crónicas). El procedimiento realizado se basó en
ejercicios etnográficos, además de observación y entrevistas a personas de Choachí,
Cundinamarca, quienes son testigos del turismo y lo que ha traído este en el municipio. A lo
largo de cuatro meses visité el pueblo para conocer más a fondo las historias y realidades de la
población y de esta manera lograr los objetivos propuestos.

6. Resumen del trabajo


Este compilado de crónicas son historias de un pueblo en el oriente de Cundinamarca, llamado
Choachí. En estos cuatro relatos se cuentan las historias de hogares, empresas y diferentes
habitantes del pueblo, tanto chiguanos como procedentes de otras partes del país, quienes, de una
u otra manera, presentan contextos, voces e historias distintas entorno a un tema y una actividad
que se ha vuelto común en el municipio los últimos diez años: el turismo.

La historia de un matrimonio chiguano; una empresa que le ha cambiado el pensamiento a una


vereda; la manera cómo un “neochiguano” quiere dar a conocer el pueblo a partir de su hogar y su
narrativa; un restaurante con tradición europea y una posada turística con temática mexicana; son
trabajos periodísticos que, directa o indirectamente, hablan del turismo en tierras chiguanas, pero,
a su vez, brindan un buen soporte para conocer gran parte de la historia de Choachí. Al mismo
tiempo, ofrecen una imagen muy completa de cómo son sus gentes, sus costumbres y sus paisajes.

I. PRODUCCIONES TÉCNICAS O MULTIMEDIALES ANEXAS

Si su trabajo incluye algún tipo de producción, Indique sus características:

1. Tipo de producto (Video, material impreso, audio, multimedia, otros): No aplica.


2. Cantidad y soporte (por ejemplo: 1 dvd): No aplica.
3. Descripción del contenido de material entregado: No aplica.
22

Tabla de contenido

OBJETIVOS………………………………………………………………….23

MARCO TEÓRICO………………………………………………………….24

Choachí………………………………………………………………………...24

Turismo………………………………………………………………………...27

Turismo en Choachí…………………………………………………………....28

Identidad chiguana……………………………………………………………..30

Transculturación………………………………………………………………..30

Patrimonio……………………………………………………………………...31

MARCO METODOLÓGICO………………………………………………..32

Investigación cualitativa………………………………………………………..32

Corpus de la investigación……………………………………………………...33

Técnicas e instrumentos………………………………………………………...35

Guía para un pueblo…………………………………………………………….36

LA CRÓNICA………………………………………………………………....38

UNAS DE CAL Y OTRAS DE ARENA……………………………………...40

Introducción……………………………………………………………………..40

Chiguano, chiguano ya muy poco……………………………………………….43

Amasando sueños………………………………………………………………..58

Atlas chiguano…………………………………………………………………...79

El que trabaja no come paja…………………………………………………….102

CONCLUSIONES……………………………………………………………..123

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS………………………………………..128
23

OBJETIVOS

Objetivo general

Demostrar cómo el turismo se implantó en la identidad chiguana en los últimos diez años.

Objetivos específicos

* Mostrar el turismo como una actividad de emprendimiento y cooperación de la población.

* Describir cómo se ha ido modificando la identidad chiguana gracias a un fenómeno de

transculturación.

* Identificar el patrimonio tangible e intangible, reconocido y desconocido por propios y extraños

de Choachí.
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MARCO TEÓRICO

Choachí

Ubicado en el oriente de Cundinamarca, Choachí limita en el norte con el municipio de

La Calera; en el sur, con Ubaque; en el oriente, con Foméque; y en el occidente, tan solo 38

kilómetros lo separan de la capital colombiana, Bogotá. El municipio en su totalidad se compone

por una cabecera municipal —formada por 6 barrios— y 34 veredas. Según los indicadores del

sitio web de la Alcaldía (2012), hasta hace seis años contaba con 4.921 habitantes en la cabecera

municipal y 7.333 habitantes en la zona rural, con una totalidad de 12.254 personas. En la

actualidad, Choachí no cuenta con un censo más reciente, pero según el DANE y sus

proyecciones de poblaciones municipales (2005), finalizando el 2017, el municipio debería haber

disminuido su población a un estimado de 10.614 personas en toda el área municipal, incluyendo

casco urbano y zona rural.

Su economía, actualmente, se basa en las explotaciones agrícolas, y pecuarias, además del

turismo y la gastronomía. Por otra parte, la temperatura del municipio promedia los 18 grados

centígrados. En lo que tiene que ver con el medio ambiente, como recita la canción A Choachí

(2016) “En el oriente, donde el sol viene saliendo por la mañana detrás de la cordillera, allá en el

fondo del paisaje hay un pueblito, hecho por Dios cual dibujo de acuarela” (p.1) Choachí es un

pueblo rico en naturaleza, pues posee 11 cerros y 12 quebradas, estas últimas van a desembocar

al río principal que lo atraviesa: el Río Blanco (Alcaldía de Choachí-Cundinamarca, 2012).


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El nombre del pueblo reside desde la época precolombina, cuando los chibchas llamaban

a este territorio con el nombre Chiguachí —después convertido en Choachí—, siempre

relacionando y definido con la luna. Sin embargo, la definición más pertinente puede ser la de

Joaquín Acosta Ortegón (1938), quien afirmaba que cada sílaba tenía un significado, <Chigua>

definía nuestro monte y <Chíe> o <Chí> expresaba la luna, dándole como nombre: “Nuestro

monte luna”.

El 29 de septiembre de 1560, el soldado Antonio Bermúdez fundó el pueblo; un proceso

enfocado en la religiosidad, pues lo primero fue construir una cabaña que oficiara como iglesia y

después vinieron las demás viviendas, convirtiendo a esta cabaña en el centro de la población.

Orientación religiosa que hizo que los españoles peregrinaran y cambiaran las creencias de los

chibchas que aún permanecían en tierras chiguanas (Pardo, 1996). Hoy la idea española sigue

vigente y la Iglesia San Miguel Arcángel y el Parque Chiguachía son el centro del pueblo.

Choachí fue un pueblo real en la época La Colonia, ya que después de la quiebra de su

fundador, Antonio Bermúdez, y su posterior partida hacia Cartagena, el municipio quedó en

manos de La Corona española. Por esta razón cuenta con el tramo de un camino real que

conectaba —hasta hoy lo hace— desde Bogotá hasta Villavicencio, y por donde transitarían

Simón Bolívar y las mismas tropas españolas (Quiñonez, 2018). Por otro lado, en parte de este

camino real, hacia Chingaza, aún hay muestras del aposentamiento indígena por estas tierras.

Pictogramas en piedras gigantescas, realizadas por los chibchas, eran utilizados como

señalización de fronteras y puntos estratégicos de defensa (Triana, 1970).


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Otro rasgo importante de la historia de Choachí es su aporte a la Independencia de

Colombia, debido a que 323 chiguanos participaron en la revuelta del 20 de julio de 1810. De la

misma manera, José Ignacio pescador, único indígena en firmar el Acta de Independencia de

Colombia en 1810, era de procedencia chiguana (Alcaldía de Choachí, 2018).

Por su terreno montañoso, desde su fundación, Choachí siempre ha inclinado su

economía por la agricultura. La producción agrícola varía dependiendo del sector pues sus

terrenos ofrecen distintas condiciones y paisajes: cultivos de papa o cubios, en zonas frías, de

maíz y tomate, en terrenos más templados, además de café y caña de azúcar, en los sitios más

calientes del municipio. Igualmente, actividades como la ganadería, la avicultura y porcicultura

se han ido desarrollando a través de los años (Pardo, 1996).

Para finales de los 90’s e inicios del 2000, el territorio sería catalogado como zona de

paso guerrillero, adquiriendo el calificativo de peligroso, debido a que se hacían retenes y se

efectuaban las famosas “pescas milagrosas” en la carretera, por parte de las Farc. El camino real

volvía a tomar relevancia, pero ahora era utilizado por los guerrilleros para pasar a secuestrados,

de la talla de Jerónimo Pimentel —reconocido en el mundo de las corridas de toros por ser

ganadero y padre de la periodista Arritokieta Pimentel— y Guillermo “La Chiva” Cortés, yendo

de Choachí hacia Chingaza, y de ahí rumbo hacia el departamento del Meta (Antía, 2017).

Para el 2004, el municipio tuvo sus dos primeros colegios en áreas rurales; las veredas de

El Hato y Ferralarada, fueron las privilegiadas en recibirlos. Para el 2005, ambas instituciones

graduarían sus primeras promociones de grados onces (Colegio Ferralarada, 2018). Un hecho
27

que revolucionó las veredas y disminuyó notablemente la deserción estudiantil, que muchas

veces fue excusada por el motivo de que el colegio solo se encontraba en la cabecera municipal,

un gasto altísimo para muchos chiguanos residentes en las veredas.

En la última década un factor ha sido el centro de atención de los chiguanos y lo ha

convertido, para el ojo del visitante, en todo un paraíso con cantidad de experiencias, paisajes y

sabores. Este factor es el turismo.

Turismo

Cada una de las crónicas tendrá como temática, principal o secundaria, al turismo. Por

esta razón, se debe a aclarar este concepto. La base será la definición aportada por WTO (1995),

la cual define que “el turismo comprende las actividades que realizan las personas durante sus

viajes y estancias en lugares distintos al de su entorno habitual, por un período de tiempo

consecutivo inferior a un año con fines de ocio, por negocios y otros” (p.10).

Esta definición de World Tourism Organization, llegó después de un sinfín de

concepciones aportadas por intelectuales de todo el mundo, alcanzando cuatro consensos

generales:

• Existe un movimiento físico de los turistas que, por definición, son quienes
se desplazan fuera de su lugar de residencia.
• La estancia en el destino ha de ser durante un período determinado de
tiempo, no permanente.
• El turismo comprende tanto el viaje hacia el destino como las actividades
realizadas durante la estancia.
28

• Cualquiera que sea la motivación para viajar, el turismo abarca los


servicios y productos creados para satisfacer las necesidades de los turistas
(Sancho, 1998, p.47).

Turismo en Choachí

El turismo en Choachí es un factor que viene desde principios del siglo XX: desde los

años treinta están abiertos los termales, fenómeno por el que también fue y es famoso el pueblo a

través de los años. De igual forma, La Unión, Foméque —una vereda que tiene como paso

obligado a Choachí—, fue el lugar de descanso de familias de alta alcurnia de la capital, ya que

por la cercanía a Bogotá, el clima y el Río Blanco, los capitalinos elegían este sitio para construir

sus fincas y quintas, tanto así que en 1947 Miguel Abadía Méndez, expresidente colombiano,

falleció en una de estas propiedades (Pardo, 1996).

Quintas y fincas que siguieron reproduciéndose y trajeron, a su vez, a políticos,

periodistas, humoristas y artistas en los 90’s acrecentando la fama de Choachí, que cambiaría

años más adelante por las Farc. Con el resurgir de los termales, tomando un nuevo aire gracias a

una nueva administración, se comenzó la idea que acaparó por más de cinco años, entre el 2003

y el 2008, todo el renglón turístico del municipio: el complejo turístico Termales Santa Mónica.

Un proyecto visualizado desde 2001 y que hoy cuenta con hotel y cuatro piscinas (Termales

Santa Mónica, 2018).

Cada enero, desde 1969, el pueblo celebra sus ferias y fiestas, una tradición anual que se

realiza en el festivo de reyes y que hasta hoy lleva 49 ediciones, una tradición a la cual no solo

acuden chiguanos, sino también turistas gracias a los artistas, orquestas y fiestas presentadas en
29

el municipio durante cinco días. Un factor también rescatado por el compositor Jairo Daza en su

canción A Choachí pues como él mismo lo afirma: “La canción toca una tradición y una

festividad a la que uno trae amigos de todas partes, que son las ferias. Los versos ‘He de volver a

tu parque Chiguachía, en una noche de enero con amigos de parranda’ es el homenaje también a

la feria” (Daza, 2018, p.1)

En 2009 comienzan a surgir más iniciativas turísticas como Agrolácteos Potrerogrande

Choachímilco y la Chorrera, con encantos propios —como los amasijos, las cascadas y los

deportes de aventura— y que mostraron cosas distintas a los termales (Pardo, 2017). Asimismo,

el turismo gastronómico es un factor a resaltar en Choachí, pues en 2010 el cocido Chiguachía

obtiene el premio nacional de gastronomía como plato bicentenario. (Alcaldía de Choachí,

2018). En la crónica “La ruta del pan de oro” (2016) se puede hacer a una pequeña idea de los

sabores de Choachí:

Los olores que reciben al turista le van dando pistas de lo que puede encontrar más adelante. Es
una mezcla de aroma a leche caliente, leña y maíz quemado, que marca una ruta invisible hacia
todas las panaderías que se dedican a vender los productos derivados del amasijo de maíz. (p.1).

Ricardo Flórez (2018), empresario del pueblo, afirma que “Choachí está cambiando de

ser una región agrícola a ser una de descanso y de turismo; un dato que me dieron en Planeación

fue que Choachí tenía 2000 hectáreas sembradas en agricultura, actualmente tiene 500” (p.4).

Una noción apoyada por el historiador Fabio Pardo (2018), quien considera la agricultura “como

un mal negocio, pues ya no es rentable. Ya se gasta más en insecticidas que en semillas” (p.5).
30

Según David Medina (2018), coordinador de cultura y turismo en el municipio,

actualmente hay 19 prestadores de servicios turísticos legalmente constituidos. Todos estos con

registro nacional de turismo vigente, y se están proyectando dos proyectos más. Entre las nuevas

alternativas se rescata el senderismo en cerros y la propuesta de pasar por el camino real de

Chingaza, como un recorrido histórico y turístico.

Identidad Chiguana

Teniendo definida la identidad como un proceso de relaciones que son producto del

tiempo y dan como resultado una construcción social, (Merchán, 2015), se puede decir que el

turismo ha hecho parte de a la identidad del pueblo en los últimos años, pues gracias a este factor

los chiguanos han constituido todo tipo de redes entorno al bienestar municipal, veredal y

personal. Relaciones que han hecho que vuelvan a creer en ellos y en su pueblo. Muestra de ello

son las asociaciones, corporaciones y restaurantes —todos con fines turísticos— que hoy acogen

a chiguanos de todas las edades y condiciones, ya sea como emprendedores, jefes y empleados.

Afirmación que será demostrada y detallada en las crónicas, pues el chiguano en sus

rutinas diarias trabaja, piensa y consume turismo.

Transculturación

La transculturación es un paradigma y concepto implantado en la antropología, pero

sobre todo con un énfasis cultural. Este concepto fue efectuado por el antropólogo y arqueólogo

cubano Fernando Ortiz (1940), quien afirma que transculturación puede ser la mejor expresión
31

para el fenómeno transitivo de una cultura a otra. Ortiz (1940) también llega a sostener que este

concepto no solo trae la idea de adquirir una nueva cultura, sino que en el proceso se va

perdiendo la cultura precedente, creando nuevos fenómenos culturales.

Tesis apropiada para el caso chiguano y que quiero exponer en una de las crónicas, puesto

que se van dejando de lado costumbres y aspectos característicos del pueblo y la sociedad

chiguana, mientras, a la par, se incorporan actividades, edificaciones y hasta tradiciones

desconocidas, hace unos cuantos años, por muchos chiguanos. Este fenómeno está evidenciado

directamente en una ganadería con influencias española, posadas con características propias de

México y restaurantes con esencia europea.

Patrimonio

El patrimonio está ligado a la historia, a las raíces, al desarrollo y hasta las generaciones

futuras del pueblo. Mireia Viladevall, profesora española y experta en patrimonio, propone en su

libro Gestión del patrimonio cultural (2003) que es el aspecto cultural al cual se le dan ciertos

valores que podrían ser históricos, estéticos y de uso. De la misma manera, Viladevall (2003)

argumenta que lo que es llamado como patrimonio son construcciones socioculturales que llegan

a tener cierta importancia para quienes lo realizan, lo heredan y lo conservan (Viladevall, 2003)

mostrándonos cómo el patrimonio es un tema relevante para cualquier cultura, en este caso el

patrimonio chiguano.
32

También se tiene que hablar del patrimonio tangible e intangible. El primero puede ser

entendido como aquello que es propio de la belleza de una cultura. Puede ser mueble e inmueble,

ya que mueble pueden ser obras artísticas, históricas o arqueológicas, mientras que el inmueble

pueden llegar a ser obras de ingeniería o centros industriales o un lugar con valor desde el punto

arquitectónico histórico o artístico (Patrimonio y cultura, 2002)

Mientras que el intangible, también conocido como inmaterial, es:

"todo aquel patrimonio que debe salvaguardarse y consiste en el reconocimiento de los usos,
representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas transmitidos de generación en
generación y que infunden a las comunidades y a los grupos un sentimiento de identidad y
continuidad, contribuyendo así a promover el respeto a la diversidad cultural y la creatividad
humana" (UNESCO, 2003, p.1)

El patrimonio chiguano puede ser de las cuestiones más complejas en estas tierras

cundinamarquesas, ya que tanto el patrimonio tangible e intangible muchas veces no son

reconocidos como tal; al mismo tiempo, no son tan conocidos por los pobladores chiguanos,

MARCO METODOLÓGICO

Tipo de Investigación: Cualitativa

La investigación que se hará para este trabajo es de tipo cualitativa. Asimismo, la

descripción y el análisis harán parte esencial de esta. Por lo general, las investigaciones tienen

un orden ya establecido. Primero, se hace una proyección de la investigación, comenzando,

obviamente, desde el planeamiento del problema para después ir planeando cómo se irá
33

realizando, de principio a fin, los requisitos e instrucciones que se deben cumplir. Luego, se

presenta el resultado, que en este caso no son solo las conclusiones, sino también un producto.

Según Taylor y Bogdan (1986), la investigación cualitativa es la que produce datos

descriptivos, pues da a conocer y son observables tanto las conductas como las palabras de las

personas, ya sean habladas o escritas. Este tipo de investigación aporta gran parte de lo que se

quiere hacer en el proyecto, que es el darse cuenta de cómo es un chiguano, sus expresiones,

intereses, ideología y manera de ganarse la vida, aspectos que permiten hablar en general de una

habitante del pueblo y dar una imagen clara sobre la identidad chiguana.

De la misma manera, Margarte LeCompte (1995) comprende a la investigación

cualitativa como una “categoría de diseño de investigación”, la cual consigue las descripciones

gracias a la observación, que, paso a seguir, puede tomar forma de entrevista, narración,

grabaciones o fotografías. La investigación cualitativa en el caso de Choachí, se hará en gran

parte de la observación de los habitantes del pueblo y su actitud frente al turismo. Al mismo

tiempo, esta investigación —que en principio se planteó como un gran reportaje— tomará forma

de crónicas.

Corpus de la investigación

Choachí cuenta con más de 20 iniciativas turísticas en todo el municipio. Entre estas hay

hoteles, museos, restaurantes, senderos y fincas dedicadas a brindarle diferentes experiencias y

atención al turista.
34

Los sitios que harán parte de la investigación y que serán visualizados, junto a su entorno,

son:

—Agrolácteos Potrerogrande: Empresa productora de amasijos y lácteos, ubicada en la

vereda Potrerogrande.

—Choachímilco: Rancho y posada turística con temática mexicana ubicada en la vereda

Resguardo.

—Restaurante Suizo: Restaurante de comida europea, pero con más de siete décadas de

fundación, ubicado en el casco urbano de Choachí.

—La Minga: Hogar y finca de Pedro Medina, lugar donde se brindan conferencias y

seminarios, además de realizarse el trueque municipal cada año, ubicada en la vereda Resguardo

Alto.

De la misma forma, se visualizara una familia chiguana para mostrar cómo es hoy el

pueblo y sus habitantes, además de cuanto han cambiado con el pasar del tiempo. Para esta

crónica elegí la historia de mis abuelos maternos:

—Isabel Rodríguez- ama de casa y oriunda de la vereda Barronegro.

—Lázaro Cubillos- campesino y nacido en el pueblo.


35

Técnicas e instrumentos

Debido a que el enfoque de esta investigación es dirigido al estudio cualitativo, es

conveniente utilizar herramientas que permitan recoger una información veraz que le aporte a las

características del campo cualitativo. Por este motivo, la entrevista, la observación, la etnografía

y la comparación entre los distintos lugares estudiados, pueden brindar una amplia información

para después realizar testimonios, perfiles, historias de vida y crónicas que contengan datos

recogidos a lo largo de la investigación y brinden un espectro amplio sobre ¿Cómo el turismo se

implantó en identidad chiguana los últimos 10 años?

En lo que concierne a textos sobre Choachí se puede hablar de que hay documentos,

artículos periodísticos y blogs que muestran el turismo chiguano, pero a grandes rasgos.

Asimismo, son muy pocos los textos de historia del municipio, pero muy útiles y que son de gran

provecho en un análisis del ayer y el hoy en el municipio. Por otra parte, cuando se profundiza en

la categoría del turismo chiguano en libros, blogs o artículos, se llega a sitios en específico,

encontrándose con reseñas de la historia o la belleza del sitio en cuestión. Sin embargo, en estos

documentos y paginas no hay aproximación a la gente, solo descripciones de los lugares, cómo

llegar y hasta tablas de precios. Para finalizar, el producto contaría con historias de vida

realizadas desde la crónica y el perfil, teniendo como tema central el turismo, con fotos para

hacer un proyecto escrito, con apoyo visual, que llame la atención.


36

Guía para un pueblo

Según el texto “Guías de observación y valoración cultural” (2009) estos son los

aspectos a resaltar para hacer un buen trabajo de campo y que me ayudarían a conocer a

profundidad el pueblo:

 ¿Dónde está el pueblo?

 Régimen climático y tipo de vegetación.

 Tamaño de población.

 Nombre del pueblo y significados.

 Referentes históricos.

 Visita al Pueblo.

 Reconocer el paisaje y el entorno al que pertenece.

 Reconocer la arquitectura, variaciones del clima.

 Elabore un mapa conceptual de localización y comunicaciones con referentes geográficos

(caminos, montañas, fronteras, veredas, ríos enfocados en el turismo).

 Interactuar con cualquier persona (puede ser una muy buena fuente).

 Entrar en un hogar para comenzar de manera practica el trabajo en un ambiente cotidiano.

 Describir la plaza o el parque principal, pues ahí se aloja el poder religioso, civil y hasta

de las familias más poderosas del pueblo.

 Visitar y describir la iglesia.

 Prestar atención a casas y viviendas antiguas, además de estatuas y placas, orden social es

un orden espacial.

 Observar y describir la plaza de mercado y el cementerio.


37

 Ir al matadero y a los negocios.

 Negocios con más acogida en el pueblo hacer una lista con la densidad y su convocatoria

¿a dónde van los turistas?

 En el mercado se ve la economía rural, los hábitos alimenticios, la variedad de productos

y sus precios.

 Tradición culinaria y restaurantes.

 Entrar y conversar con gente de las veredas.

 Organización social: organizaciones económicas, organizaciones comunitarias, medios,

deportistas, organizaciones políticas, organizaciones al margen de la ley.

 Política en el pueblo

 Artesanos y saberes.

 Experiencia musical, hablar con músicos y cantantes del pueblo.

 Participar en las ferias y fiestas

 Escuchar los habitantes y su tradición oral, visualizada en el dicho, el chiste, la poesía, el

cuento, el mito, la leyenda el apodo, la localidad.

 Todo acompañado de entrevistas de protagonistas tanto de los hechos, como de los

momentos que se quieren mostrar.


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LA CRÓNICA

La crónica es un género periodístico que puede darse el lujo de brindar una mirada

profunda sobre un hecho noticioso o un tema de interés. Su narrativa permite una descripción y

una explicación más amplia acerca de un fenómeno, suceso o personaje; algo que la

instantaneidad de una noticia o los datos de un reportaje no admiten. De igual forma, la inclusión

de todo tipo de elementos en este género hace que el lector se sienta atraído, pues los datos,

testimonios, y descripciones son los que forman y dan contexto a una buena historia. Además de

informar el cronista narra con tantos detalles que sus lectores pueden hacerse una imagen o

recrear en su cabeza lo que ha acontecido (Ronderos, León, Sáenz, Grillo, & García, 2002).

Todos estos datos, descripciones y detalles, teniendo como principio fundamental a la

verdad, pues al utilizar estos elementos, más usuales en la literatura, no hay ni la más mínima

posibilidad de que la ficción haga parte de estos relatos. En la crónica todo lo que se dice tiene

que ser comprobable y verdadero. Asimismo, la crónica puede llegar a utilizar “los giros

narrativos, el suspenso, los diálogos, la descripción de escenas, la presentación de los

protagonistas y todos los elementos que caracterizan una buena historia” (EL TIEMPO, 2017,

p.41).

Este género como lo titulo Alberto Salcedo Ramos (2018) es el rostro humano de la

noticia, pues se da un aspecto referente o que represente la temática propuesta, dándole vida

propia al relato y humanizando a personajes e historias que aparecen en sus líneas.


39

El inicio de una crónica debe tener un enganche que cautive al lector y el final tiene que

ser glorioso, pero siempre sabiendo manejar la expectativa y los detalles para que la atención se

mantenga activa. La reportería y trabajo de campo son primordiales para llegar a un final

deseado con la crónica, pues con las entrevistas y el ejercicio etnográfico se pueden a explicar

fenómenos, situaciones, personas y hasta cifras, además de poder tener testimonios fidedignos de

lo acontecido.

Es por esta razón que la decisión final fue proyectar la investigación y el trabajo de

campo en crónicas, debido a que estas aportan una manera para contar los hechos con un soporte

más detallado, efectivo y diciente, pero, sobre todo, con un toque humano. Una columna

requerida en los escenarios de Choachí y su relación en los últimos 10 años con el turismo.
40

UNAS DE CAL Y OTRAS DE ARENA: CRÓNICAS SOBRE EL

TURISMO EN CHOACHÍ

Introducción

Este compilado de crónicas son historias de un pueblo en el oriente de Cundinamarca,

llamado Choachí. En estos cuatro relatos se cuentan las historias de hogares, empresas y

diferentes habitantes del pueblo, tanto chiguanos como procedentes de otras partes del país,

quienes, de una u otra manera, presentan contextos, voces e historias distintas entorno a un tema

y una actividad que se ha vuelto común en el municipio los últimos diez años: el turismo.

La historia de un matrimonio chiguano; una empresa que le ha cambiado el pensamiento

a una vereda; la manera cómo un “neochiguano” quiere dar a conocer el pueblo a partir de su

hogar y su narrativa; un restaurante con tradición europea y una posada turística con temática

mexicana, son trabajos periodísticos que, directa o indirectamente, hablan del turismo en tierras

chiguanas, pero, a su vez, brindan un buen soporte para conocer gran parte de la historia de

Choachí. Al mismo tiempo, ofrecen una imagen muy completa de cómo son sus gentes, sus

costumbres y sus paisajes.


41

Para poder hablar de los habitantes del pueblo se tuvo que, en la investigación previa,

acudir a una etnografía rigurosa del pueblo, sus territorios insignias, sitios donde acude gran

parte de la población y lugares donde toman forma las tradiciones que vienen de generación en

generación; igualmente, se hizo, este mismo trabajo de campo, con varias de las veredas que

componen el municipio. La revisión de textos históricos, artículos en periódicos y revistas,

además de la información proporcionada por la misma Alcaldia de Choachí, son una columna

importante para dar veracidad a lo que se relató. Choachí son más de quinientos años de historia,

pocas veces registrados pero que se tienen que tomar en cuenta a la hora de hablar de la última

década y el fenómeno turístico.

Gran parte de los insumos de estas narraciones se obtuvieron a través de la memoria oral,

un recurso valioso para mi trabajo como periodista. La memoria oral logra conocimientos

detallados de vivencias personales, del grupo y de lo local. Igualmente, mediante este recurso, se

obtiene conocimiento acerca de la sociedad actual —de la comunidad o sitio investigado—, pero,

más importante aún, que la investigación se relacione con el entorno y los sujetos que lo

componen (Peppino, 2011). La memorial oral en este proyecto fue parte vital, pues, al no tener

suficientes datos, se rescataron personajes y testimonios que dieron a conocer parte del

patrimonio material e inmaterial del pueblo, e igualmente aportaron hilos que unieron y me

dieron claridad sobre lapsos y situaciones de la historia chiguana que parecían fragmentados.

La reportería también fue parte fundamental para estas crónicas y la mejor manera para

entablar una conversación profunda con 12 chiguanos —sin contar opiniones que unos cuantos

brindaron en temas específicos—, entre los que se entrevistaron profesores, historiadores,


42

funcionarios de la alcaldía, campesinos, madres de familia, compositores, empresarios y

estudiantes. Sus testimonios y opiniones están proyectadas en cada una de las historias, donde,

aparte de las temáticas centrales, se narran situaciones y temas como la historia, la arquitectura,

el paso de las Farc por el territorio, los cambios recientes del pueblo, el turismo en la región, la

educación en los sectores rurales, la economía, el emprendimiento, las oportunidades laborales

en el pueblo, el desarraigo, la Perimetral de Oriente, el futuro cercano y los hechos de la

actualidad de Choachí.

“Unas de cal y otras de arena: crónicas sobre el turismo en Choachí” aparte de ser un

trabajo hecho con investigación y a pulso, es un homenaje a mis raíces, a los mejores recuerdos

de mi vida y al pueblo que vio nacer a mis dos máximos ídolos: mis padres.
43

Chiguano, chiguano ya muy poco

Isabel Rodríguez se rehúsa hacer un mapa de Colombia; no le gustan los mapas, ni

mucho menos hacerlos. Para ella, la noción de dónde queda ubicado su departamento, su pueblo

o su vereda no importa, mucho menos le da relevancia a la nota. Su educación no es primordial,

tan solo es una obligación por imposición de sus padres.

Isabel es oriunda de Barronegro una de las 34 veredas de Choachí, un pueblo al oriente de

Cundinamarca y a 42 km de Bogotá, y como buena chiguana —gentilicio del nacido en

Choachí— sabe más de la tierra o los oficios en el hogar que de números o literatura. A su vez,

es la mayor de cinco hermanos y, más que una hermana mayor, parece una segunda madre, pues

cuida, cocina y vela por cada uno de ellos.

Isabel no se debe al estudio sino a su familia.

El mapa de Colombia nunca fue realizado y la profesora de Isabel no solo le puso el cero

en su trabajo, sino que también le preguntó el porqué de su negativa ante el croquis colombiano,

a lo que la niña, de unos diez años, respondió: “Profesora, para hacer mazamorras no necesito de

mapas”.

La niña entendía que su futuro no era el de ser una doctora o una abogada; era 1945, y en

Colombia la mujer no tenía voz ni voto. Si acaso obedecía órdenes de sus padres, sabía utilizar el
44

trapiche para moler la caña y solo podía soñar con tener un buen esposo y una gran familia. Ella

estaba destinada para levantar un hogar y su futuro, como se lo había dicho a su profesora, era

hacer mazamorra. A sus 19 años —10 años después de la célebre frase—, Isabel decidió casarse

porque pensaba que al conseguir marido ya no tendría que trabajar más con su padre y solo se

dedicaría a su nuevo hogar. Sin embargo, nada cambió. Vivía la misma rutina que con Manuel,

su papá; hacer mazamorra para su esposo y sus trabajadores, organizar la casa y hacer más

mazamorra para no morir de hambre día tras día, pero ahora esperaba su primer hijo.

****

A las cinco de la mañana Lázaro se levantaba todos los días. Su trabajo era el campo y su

principal herramienta, como le había enseñado la vida a temprana edad con el fallecimiento de su

padre, eran sus manos. Recorría cada mañana alrededor de unos tres kilómetros, a veces

caminando, otras veces montado en alguno de sus corceles, entre los cuales se encontraban

caballos, mulas y burros. Al llegar a su rancho —una finca de tres hectáreas, con suelo

semiplano y producto de una herencia que le había tocado—, en la vereda el Resguardo,

Choachí, se ponía a ordeñar las vacas; después le daba de comer a todos los animales, cortaba la

caña y el pasto, ese era su orden. Sus movimientos, además de las botas de caucho y su camisa

ya gastadas, revelaban que era un zorro viejo en lo que hacía, le rendía bastante y su trabajo era

perfecto e impecable.

Su piel cuarteada demostraba que el tiempo, y especialmente sus 76 años, no solo traían

disgustos o experiencias sino también “achaques” o “malestares”. Su voluptuosa manzana de

Adán era un rasgo particular de su apariencia y producto de una tiroides sufrida por varios años,
45

su bigote abultado y su cabello corto a los lados, aparte de la calvicie en su cabeza, mostraban

una sapiencia notoria. Su gorro y sus buzos de lana eran de uso habitual en su atuendo, y los

esqueletos que se colocaba debajo de sus camisas eran las prendas que predominaban en su

armario. Era un viejo tradicional.

Lázaro era un agricultor de antaño, de esos que araba la tierra con su yunta de bueyes,

echaba azadón y fumigaba con fumigadora de palanca a la espalda. Él dependía de su esfuerzo,

de su mano de obra, pues la tierra era fértil y generosa. Las cosechas traían ganancias que eran

invertidas por muchos agricultores de la época en compra de tierras, reconstrucciones y mejoras

de sus casas —este era el caso de Lázaro—, así como carros, en especial camperos, y

desplazamientos de mucha gente del campo hacia el casco urbano de Choachí.

Su rancho tenía un zaguán, una casa prefabricada, una enramada, las cocheras de los

cerdos, potreros para las vacas y sus perros, además de corrales para sus gallinas y conejos. Al

mismo tiempo, poseía sembrados de tomate, cilantro, cocombro, calabacín, maíz y cebolla,

siendo esta última el producto insignia en la agricultura chiguana del siglo XX, pues dinamizaba

la economía del pueblo, aparte era la que generaba los más altos dividendos y no faltaba en la

cosecha de ningún campesino.

Aunque Lázaro trabajó como obrero por varios años en la carretera entre Choachí y

Bogotá —vía inaugurada por Rojas Pinilla en su mandato presidencial—, su pasión, vocación y

oficio innato era el campo, puntualmente labrar la tierra y ver de sus animales.
46

Las mujeres siempre fueron su mayor debilidad. Comenzando por su madre, Reyes, a

quien amó como un buen hijo y que la recordaba en sus borracheras con canciones rancheras de

uno de sus artistas favoritos, Antonio Aguilar, como “Por el amor a mi madre” o “ni por mil

puñados de oro”. Prosiguiendo con sus hermanas a quienes despidió y enterró una por una,

especialmente a Lucía, quien estaba volviéndose loca y perdiendo la cordura por “Lazarito” y su

partida hacia la guerra. Ella lo detuvo en 1952 —cuando fue militar— para no marcharse a la

guerra de Corea, donde Colombia se había unido a los Estados Unidos aportando sus tropas para

apoyar la causa de Corea del sur, en su lucha contra Corea del norte y su disputa por la división

de su territorio.

Su vida giraba en torno y en servicio a las mujeres, algo que nunca desapareció, pues su

esposa le regalaría sus próximos seis talones de Aquiles, sus hijas.

****

Choachí no es tan solo un pueblo cercano a Bogotá o una vía perfecta, al no tener peajes,

para que academias de conducción envíen chóferes principiantes a poner en práctica sus

destrezas frente al volante. Choachí son más de quinientos años de historia. Historias de todo

tipo, con diversidad de escenarios y también de personajes.


47

Historias indígenas, pues en la época precolombina allí habitaron los chibchas, quienes

bautizaron por primera vez al pueblo con el nombre de Chiguachí, algo que según el experto en

la lengua chibcha, Joaquín Acosta Ortegón, significaba “nuestro monte luna” o “nuestro monte

de la luna”, ya que cada silaba del nombre tenía un significado.

Historias colonizadoras, debido a que fueron los españoles los que en 1560 y de la mano

del soldado Antonio Bermúdez, compañero de Gonzalo Jiménez de Quesada, quienes fundaron

y bautizaron el municipio. Sin embargo, los colonizadores, como no es un secreto de la época,

peregrinarían y harían cambiar las creencias a los indígenas, además de ponerlos a trabajar para

ellos.

Historias que hoy pocos saben y que casi no se difunden, debido a que son solo

necesarias para tareas de los niños en los colegios del municipio.

Las muestras arquitectónicas también dan pistas de la antigüedad del pueblo, en especial

su iglesia. El Templo San Miguel Arcángel, nombre de la iglesia de Choachí por el patrono del

pueblo, es una estructura que data de más de 300 años, ya que en 1646 fue cuando se levantaría

la majestuosa obra —llevándose a cabo cambios en su interior en 1783, 1890, 1899, 1905 y 1940

para tener la iglesia de la actualidad— y hasta el día de hoy su fachada no ha cambiado

rigurosamente. Iglesia que hoy reúne a chiguanos y gente que visita el pueblo. Visitas que se

hacen por parte de los habitantes de Choachí en práctica de su fe; mientras que el ciudadano

acude los domingos al templo para orar y después salir a comer piquete, plato tradicional

chiguano.
48

Desde su fundación Choachí, por su terreno montañoso, siempre ha inclinado su

economía por la agricultura. Su temperatura, al igual que el de muchas zonas de Colombia, sufre

de bipolaridad y no es definida, pero promedia entre los 15 y 20 grados centígrados. Por este

motivo, en los 223 kilómetros cuadrados del municipio —contando área urbana y área rural— y

dependiendo el sector se pueden ver todo tipos de cultivos. Desde papa o cubios, en zonas frías,

pasando por maíz o tomate, en terrenos más templados, hasta café y caña de azúcar, en los sitios

más calientes del municipio. Igualmente, actividades como la ganadería, la avicultura y

porcicultura se han ido desarrollando a través de los años.

Choachí es atravesado por el Rio Blanco, donde desembocan las 12 quebradas que posee

el municipio. Por otro lado, la vegetación, al igual que los cultivos, es diversa y depende de la

zona. Encontrando en el paisaje uva de monte, laurel, sietecueros, gaques, acacias, en sectores

fríos; arrayanes, guayabos, dividivis y alcaparros en zonas más calientes.

La cercanía a Bogotá llevó al pueblo personajes reconocidos, tanto de la política, el

periodismo y la farándula nacional. Laureano Gómez, Misael Pastrana, Belisario Betancourt,

Julio Cesar Turbay, Ernesto Samper y Álvaro Uribe han pisado territorio chiguano, ya sea por

invitaciones de amigos —durmiendo en Choachí—, eventos políticos, diplomacia o

inauguraciones de proyectos viales.

De la misma manera, artistas como Olimpo Cárdenas, Rómulo Caicedo, Silva y Villalba,

Alci Acosta, Los Hispanos, Pastor López, El Binomio de Oro y J Balvin, entre otros, han hecho
49

parte de las ferias y fiestas llevadas a cabo todos los años en enero. Festividades que son una

costumbre gracias a que cada seis de enero o seis de reyes Pastor Amaya, impulsor del turismo

en los primeros años del siglo XX en Choachí, hacia parrandas en su balneario, los termales,

hasta que se formaron como una tradición anual y un evento de gran magnitud para el pueblo.

Espectáculo que hoy en día hace reconocido a Choachí en toda la región.

Por su lado, humoristas del famoso programa “Sábados Felices”, el torero Pepe Cáceres,

el ganadero Jerónimo Pimentel y periodistas como Daniel Samper Pizano, Fernando González

Pacheco y Guillermo “La Chiva” Cortes, serían propietarios de lujo para el municipio, pero que

también saldrían perjudicados por la situación difícil del país en los años 90. Un ejemplo claro

fue el secuestro de “La Chiva” cerca de su finca, El Zancudo.

En Choachí también hay leyendas. “El mohan”, por ejemplo, es la historia de un

chiguano, Custodio Díaz, quien era extremadamente rico, pero vivía como pobre. Su riqueza se

debía a que le gustaba recoger morrocotas de oro, las cuales tenia de a montones y las contaban

todas las noches para saber lo rico que era. Antes de morir el hombre enterró un baúl, con toda su

fortuna, en una cueva; un acto, que según muchos chiguanos, castigaría Dios y lo condenaría a

vivir y cuidar sus monedas, pero ahora como una especie de mico grande y ahuyentando al que

se acerque al lugar donde está enterrado su oro. Así hay otros relatos como los son: “El Juaica” o

“La cueva del Indio”, que no solo asustan sino que enriquecen el patrimonio oral de Choachí.

Choachí es historia y tradición. Choachí son vivencias como las de Isabel y Lázaro,

chiguanos y habitantes del municipio, quienes demuestran un antes y un hoy de Choachí.


50

Igualmente, el cambio que ha sufrido el chiguano tanto en sus labores, intereses, economía y

proyección a futuro.

****

Lázaro e Isabel se conocieron por casualidad en un camino de herradura, —uno de esos

caminos destapados y sin pavimentar que comunican las veredas del municipio con el pueblo—.

Mientras que ella acompañaba a su madre hacia el campo, él se dirigía a su rancho a trabajar. Y

fue ahí donde, según Isabel, las miradas y los coqueteos surgieron además de repetirse en varias

ocasiones.

—Y de eso que ya uno se mira o no sé qué pu’ ahí sería. De pronto otro día volvimos y

nos encontramos, y otro día otra vez. Por último, ya resultamos de novios.

El tiempo era oro en sus salidas; se veían de vez en cuando y tan solo un cuarto de hora

gracias a que una prima de Isabel le decía que la acompañara a hacer favores. Era una maniobra

con el fin de que los enamorados se encontraran así fuera un par de minutos. Sus encuentros

siempre estuvieron acompañados de mucho temor, pues en 1955 no era bien visto cortejar a una

mujer a escondidas de sus padres. Si eran descubiertos, el papá de Isabel le daría una ‘muenda’.

Tan solo seis meses y de a cuarticos de hora les bastaron a Lázaro para cautivar a Isabel, su

futura esposa.

A las cinco de la mañana, como era tradición en los matrimonios en Choachí, el 26 de

diciembre de 1955 Isabel le daría el sí a Lázaro. Ya estaban casados y los hijos no se harían
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esperar. En tan solo 11 años la pareja tuvo ocho: seis mujeres (Flor, Graciela, Dora, Marta,

Claudia y Sandra) y dos gemelos (Manuel y Enrique).

Los dos trabajaban en equipo, ya que todos los días Lázaro no podía irse de su casa

rumbo a su finca sin tomar un sorbo del tinto o del chocolate que Isabel le preparaba. Paso a

seguir era marcharse a cultivar la tierra, desayunar la yunta y ver los animales. Por su lado, Isabel

cocinaba el caldo para llevarles a su marido y los trabajadores. Los tres kilómetros hasta el

rancho los caminaba con una mochila vieja a su espalda repleta de platos de barro, que hacían la

función de vajilla para servirles a todos en la enramada. El mismo proceso se llevaba a la hora

del almuerzo, pero esta vez Isabel cocinaba mazamorra, esa misma por la cual se había rehusado

hacer el mapa de Colombia y la pequeña, de aquel entonces, entendía que haría parte de su

futuro. La mazamorra de piste no faltaba y había para todos, tanto para ella, su esposo, sus

trabajadores y sus hijos.

Isabel ordeñaba las vacas y la leche que dejaban estas era vendida después por Lázaro. Ya

con dinero en mano, el hombre de la casa le daba lo recaudado a su esposa, quien con ese

ingreso pagaba las deudas que tenía donde don Pedro Castillo y Cecilia Ladino, comerciantes de

la época, a causa de las compras de la ropa, los uniformes, los zapatos y los libros de sus hijos. El

cultivar la tierra, la venta de la leche y los cerdos de engorde para su posterior comercialización,

fueron el sustento diario y lo que les daría de comer a la familia por más de tres décadas.

Eran un dueto que se entendían a las maravillas, pero que también tenían sus discusiones

fuertes. Sus problemas eran originados sobre todo por el gusto de Lázaro a la bebida y los gallos
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de pelea, dos ‘vicios’, como los calificaba Isabel, que ponían en riesgo la integridad de Lázaro y,

al mismo tiempo, lo hacían despilfarrar el dinero. Estas dos problemáticas eran comunes en el

pueblo, sobre todo la bebida, —factor que creció tanto a través de los años, que convirtió a

Choachí en 1996 en uno de los pueblos que más consumía licor, calculando un consumo de

130.000 unidades de cerveza y 1.000 botellas de aguardiente al mes— ya que las tabernas

abundaban además de que no faltaba la gallera e igualmente quien buscara a Lázaro para echar

sus gallos a pelear. Eran sitios donde la riña y el alcohol predominaba, aparte de la presencia de

mujeres de la vida fácil. Esos eran los porqués de Chavita cuando se agarraban con su marido.

****

Ya han pasado 70 años de aquel “Profesora, para hacer mazamorras no necesito de

mapas” y, como todos los días a las cinco de la mañana, Isabel o ‘Chavita’ como le decía

cariñosamente su padre, y ahora lo hacen sus nietos, está de pie. Utiliza una bata de color rosa

que le da más abajo de las rodillas, la cual hace la función de pijama. A su vez tiene puesta una

ruana particular —más que el típico atuendo gris y felpudo de Boyacá, parece un costal de lona

por el color amarillento y las formas ovaladas dibujadas en el frente— para el frío mañanero.

Su cabello blanco demuestra la sabiduría que le han traído los años; su estatura pequeña

la hace ver frágil, pero no demuestra el haber parido ocho hijos, mientras que su piel morena y

arrugas la hacen ver como una abuela tradicional, pero su carácter es fuerte, no es tierna, por el

contrario, demuestra su afecto de una manera diferente, criticando por el bien de los suyos.

Chavita tiene un reloj en su cabeza, ella no necesita de ningún tipo de alarma para saber que le

pica la cama después de las cinco de la mañana, y su cerebro como sus piernas cortas necesitan
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moverse. Ni sus 80 años, ni su osteoporosis, ni mucho menos sus tres lesiones de gravedad en su

pierna derecha le impiden caminar por los siete barrios que tiene el municipio, tampoco el

recorrido de más de 20 minutos para visitar a sus más allegadas o las seis cuadras que hay entre

su casa y el cementerio, lugar donde reza por los que ya fallecieron.

La plaza de mercado, que está en la loma más empinada del pueblo, es su sitio predilecto.

Isabel va todos los días. Sin embargo, de mercado “más bien poco”, como lo dice Isabel, pues,

según ella, en años atrás se comercializaba más productos, eran más baratos y de mejor calidad.

Ahora ella no conoce a quien grita “le tengo la guatila mi señora” y mucho menos distingue a

todo aquel que vive en el pueblo. Ahora Choachí es diferente.

Su casa se encuentra en la calle de los burros, una calle famosa y apodada de esa forma

por el hecho de que ahí los chiguanos, ya hace algunos años, podían encontrar más de 150 burros

cargados de tomate, calabaza, papas o cebolla para la venta. Burros que no solo harían presencia

en su cuadra, sino que también sería el apodo con el que los conocerían en el pueblo. Ellos no

son los Cubillos, son los “burros”, todo esto debido a que en Choachí el sobrenombre va de la

mano con el reconocimiento y el gen familiar. Allá hay “burros”, “machacos”, “cuchillos”,

“jetas”, “mazamorras”, “calabazos”, “runchos”, entre otros calificativos familiares.

La casa de Chavita y Lázaro es enorme. Hay dos patios, dos baños, tres habitaciones, un

comedor, una cocina, una sala, una alberca y un montón de recuerdos regados en todas sus

paredes. Recuerdos como cuando Isabel tuvo su segundo parto, donde dio a luz a dos gemelos

que la sorprendieron, pues al traer al primero al mundo Chavita se desmayó. A la mañana


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siguiente, fue ella misma quien pegó un alarido al ver no solo un hijo sino dos a su lado: eran

idénticos, no los esperaba y más que eso le preocupaba su alimentación, ya que se vivía con el

diario. Sin embargo, la solidaridad y comunicación, virtudes del pueblo y sus habitantes, según el

historiador chiguano Fabio Pardo, hicieron gala en la casa de los Cubillos después del

nacimiento de Enrique y Manuel, los gemelos y el boom del momento. Chavita recibió

multitudinarias visitas que querían conocer la sensación del pueblo, sus gemelos, llegando a

recolectar casi 55 libras y media de chocolate, entre los presentes y detalles que daban los

visitantes de los pequeños.

El patio trasero le recuerdan a su pasado en el campo, del cual hoy ya no queda nada,

pues hay un corral de gallinas, las cuales ponen huevos y dependiendo de una fecha especial son

llevadas a la olla para un suculento festín, un sancocho. Caso opuesto es el primer jardín —que

aunque con guayabos y orquídeas le den la bienvenida a quien entre a la casa— es utilizado para

un negocio rentable y moderno: un parqueadero. Este espacio hace la función que cumplió

alguna vez la leche, el de ser un ingreso, pero esta vez en el siglo XXI, en plena crisis de la

agricultura chiguana —por el costo tan alto de los cultivos y el cambio de actividades

económicas en el pueblo— y donde el tener animales ya ni garantiza lo del diario.

****

Lázaro sostiene el mango del machete con la mano derecha mientras que, con la

izquierda, más específicamente con la yema de tres de sus dedos y con un movimiento circular,

estrella la cuchilla contra una piedra. Lo realiza rápidamente y con precaución para evitar
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cualquier tipo de accidente. Es un ejercicio que repite por varios minutos; lo entiende y lo vuelve

a realizar, demostrando que lo ha hecho por muchísimo tiempo.

¡Chiss chiss! se escucha cuando se produce el choque entre el cuchillo y la piedra. Él solo

hace su labor, afilar su machete.

La afilada de un machete con una piedra es una actividad común para el campesino, pero

extraña para el citadino. El pulir una de sus herramientas es una actividad que lo apasiona, que

no lo distrae, que lo arraiga, que le permite desarrollar su trabajo y le da de comer.

Termina de afilar y, para probar que el filo tiene toda su rigidez, corta un pedazo de caña

antes de hacerlo con la hierba mala que es su principal objetivo, lo corta con suavidad y en

pequeñas porciones para que pueda ser digerida como cualquier pan, paso a seguir es compartir

ese diminuto manjar azucarado con quienes están presentes. Como buen anfitrión, ofrece.

Esta acción es el recuerdo más memorable de muchos de sus nietos, que perdura en sus

mentes como si fueran un videoclip, y ese instante de compartir con su abuelo se hubiera

quedado para siempre en sus mentes. Nietos que hoy son cineastas, fotógrafos, arquitectos,

contadores, topógrafos y hasta futbolistas. Nietos que en su mayoría no vivieron en el pueblo de

su abuelo e igualmente no sienten el arraigo a la tierra que por muchos años trabajo Lázaro,

además de ver y crecer a sus padres.


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Lázaro Martin Cubillos Díaz, aquel cultivador de tierras incansable el 24 de Noviembre

de 2004 perdió la lucha contra el cáncer, esa enfermedad que derriba al más fuerte de los robles.

No obstante, su figura sigue presente tanto en la mente y corazones de cada uno de sus

familiares, por su actitud tranquila, su paciencia, su bondad y su cariño hacia cada uno de ellos,

además de las fotos colgadas en la sala de su casa, que hacen permanecer su memoria y su

sonrisa viva.

Son 14 años de la muerte de Lázaro y su rancho no es ni la huella de lo que fue: la maleza

—como se le dice al pasto que crece en potreros en el campo— crece sin ningún control, y es

comida para animales ajenos, específicamente vacas, vacas que ya no son del patrimonio

Cubillos Rodríguez, sino de otras personas quienes le pagan a Chavita por el pasto, siendo esta

una nueva forma de ingreso que utiliza la viuda para subsistir.

Si el alma de Lázaro pudiera decir algo repetiría “allá al pie de la montaña donde se

oculta temprano el sol quedo mi ranchito triste y abandonada ya mi labor” un verso de una

canción de Antonio Aguilar, “Mi ranchito”.

****

De la unión entre Chavita y Lázaro hay ocho hijos, dieciséis nietos y seis bisnietos, de

los cuales ninguno se dedicó al trabajo en el campo; por el contrario, la mayoría de sus herederos

emigraron hacia la ciudad. Este es un ejemplo que el chiguano ha cambiado con los años, ya no

se dedica en su totalidad a la agricultura como lo hacían sus abuelos y hasta sus padres, pues ve

en ella una ruleta e igualmente una actividad desligada a sus nuevas expectativas de vida.
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Como lo dice el historiador chiguano, Fabio Pardo, “la tierra se ha vuelto infértil” siendo

un problema principal en la agricultura chiguana, pues como él mismo lo argumenta “los

terrenos han sido tantas veces sobre abonados que están muy explotados y tienen muchos

nitratos. Ya de tanto echarle abono a la tierra, la tierra se volvió infértil”. De igual forma, Pardo

recalca que el rendimiento de las semillas, las cuales son certificadas por el ICA (Instituto

Colombiano Agropecuario) ya no dan lo mismo que antes y no producen lo que es.

El también escritor habla de otros factores que dificultan la actividad agrícola en tierras

chiguanas, como lo son el problema de conseguir mano de obra, ya que “gente que se dedique a

echar azadón es muy difícil de conseguir, pues muchos quieren irse a la ciudad a conseguir plata

para que no le toque la vida de los abuelos”. Asimismo, las enfermedades o plagas que se dan en

los cultivos generan un gasto continuo, pues ya no es solo el abono, sino también las drogas,

fungicidas y herbicidas, en los que hay que invertir para mantener viva la cosecha. Por último, la

inestabilidad en los precios de los productos en el mercado es otro motivo que demuestra el

juego de azar que se ha vuelto cultivar y trabajar la tierra, ya que como otra vez Pardo lo dice “se

saca la cosecha y se pesca un bajo precio, no hay una sostenibilidad en el mercado y entonces

perdida. No les alcanza a los campesinos las ganancias ni para pagar las deudas, de lo aburridos

muchos se pegan una jartera y antes se endeudan más. Definitivamente la agricultura es una

lotería”.

El chiguano no ha cambiado solo de ver lo ingrata que es la agricultura con él, sino

también, y como se dijo antes, sus expectativas de vida son distintas a la de sus antepasados.

Tanto así que la vida en el campo no lo seduce y de la misma manera va cambiando el labrar la
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tierra por actividades de enfoques estudiantil y comercial. Estos nuevos rumbos de los chiguanos

dan como resultado el dejar de lado la identidad campesina del ayer, para ahora convertirse en

profesionales, empresarios, empleadores, comerciantes, estudiantes y empleados, pues sus

entornos han cambiado y ellos se han redefinido.

Amasando sueños

En un cuarto lleno de utensilios para panadería, las mujeres amasan. El espacio, aunque

es grande, parece pequeño por el gran horno rojo que hay en el fondo; el mesón metálico que se

encuentra en medio del salón, dificulta el caminar con comodidad por aquel recinto. La

mezcladora, las latas para hornear y las canastas —estas últimas contienen ponqués y

mantecadas— están por doquier. Aquí, en vez de una panificadora, debería de haber

concentrado, abonos o semillas. Así está la realidad del campo. Así ha cambiado el papel de

estas amas de casa, quienes hace más de 10 años decidieron no solo ser mujeres de hogar sino

también empresarias.

Este es un escenario habitual en una casa adecuada como fábrica en el centro de

Potrerogrande, una vereda al nororiente de Choachí, a una hora y media de Bogotá. Esta vereda

no se podría bautizar mejor, pues potrero es definido por la RAE como un “terreno cercado con
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pasto para alimentar y guardar el ganado” y, como si fuera una descripción, son estos espacios

los que abundan allí. Sin embargo, el paisaje no solo muestra cercas o prados; también hay

montañas, riachuelos, peñas, casas, perros, vacas, cerdos, gallinas, campesinos y amas de casa.

Muy cerca de donde se da el amasijo se escuchan niños gritar. Las mujeres no se

espabilan sino que siguen en lo suyo. El griterío es normal; a menos de 15 metros de su área de

trabajo está la Escuela Rural de Potrerogrande, y ahí los niños casi aúllan jugando a las cogidas

—un juego consistente en que un niño debe seguir a otros infantes hasta atrapar alguno; quien

sea atrapado será el nuevo perseguidor, y así sucesivamente—. En este plantel, más conocido por

ellas como “la escuela”, fue donde estudiaron la primaria sus hijos y ahora lo hacen sobrinos o

conocidos. Primaria que muchas de las 30 mujeres que iniciaron este proyecto no terminaron,

pues desde pequeñas les inculcaron las labores en el hogar, además de cómo ordeñar una vaca y

hacer un buen pan. En Potrerogrande no se compraba el pan sino que el pan se hacía en casa.

Para ellas, más que una tradición, el saber amasar y hacer un gran pan era una obligación.

Ahora, como en su niñez, las mujeres se disponen a elaborar pan y tortas, pero a su

catálogo culinario le han sumado colaciones, almojábanas, achiras y mantecadas; productos que

hacen parte de la línea de panadería de su empresa, Agrolácteos Potrerogrande.

****

En Potrerogrande hombres y mujeres no lucen trajes ni vestidos. Lo primero es el trabajo,

ya después habrá tiempo para las camisas, blusas o corbatas en eventos religiosos y fiestas. La

gente tampoco viste de marca, pues la mayoría de sus camisetas y pantalones son de manufactura
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nacional; casi toda es ropa de trabajo y hay que gastarla. En lo único que concuerda su vestuario

es en algunas ruanas para el frío y las botas de caucho, necesarias para los pastizales, además del

barro que hay en caminos y carreteras. Algunos tienen los cachetes rojos —ya sea por sus genes

o a causa del frío que hace—. Otro rasgo común en la población son las manos ajadas, producto

del trabajo en el campo a través de los años.

Aquí todos sonríen, saludan y trabajan. Más que cualidades pareciera que estos procesos

no se aprenden; por el contrario, con la naturalidad que lo hacen, se podría decir que son innatos

en la gente de la vereda. Acá los Rincón, Pardo, Gutiérrez, Rodríguez, Barón, Amórtegui, Díaz y

Aya —apellidos que predominan en el sector— se conocen desde hace más de 100 años, cuando

sus bisabuelos y abuelos decidieron hacerse de esas porciones de tierra y trabajarlas.

La población tiene un acento con sonsonete, algo que se nota desde el primer momento al

hablar. De la misma forma, expresiones como “mamita”, “mijitico”, “vaquita”, “hijoeputa” o

“malparida”, son frecuentes; demostrando que los diminutivos y las groserías no pueden faltar en

sus expresiones. Potrerogrande es un sitio tranquilo. Si acaso se escucha bulla con gritos como

“Compraditooo ohhh compadritooo… hágame un favorcito” de lote a lote, o el rugir de motores

y pitos provenientes de turbos —camiones— como de motos, vehículos comunes en el sector y

apropiados para sus trochas.

Las peleas no son pan de cada día. Si hay algún tipo de choque es tan solo de palabra, por

un mal negocio o en tiempos electorales. La elección de alcalde de Choachí es la contienda más

predecible, debido a que casi toda la vereda va tras la línea política de ‘los fiques’, mientras que
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una pequeña porción son ‘cotrinistas’. Las dos tendencias son de pensamiento conservador y sin

grandes diferencias ideológicas. Lo único que las hace distintas son los dirigentes, puesto que

cada uno, así diga querer ayudar a todo Choachí, tiene por herencia política ayudar a las veredas

y a las familias que lo han apoyado. Un cuento viejo del pueblo, pero que en la actualidad aún se

vive con fiereza.

Potrerogrande es una gran familia. La vereda es reconocida en todo el municipio por la

unión de su comunidad, sus amasijos, sus parrandas y comilonas. Los potrerunos —como se les

conoce en el municipio— no discriminan al foráneo, lo reciben como si fuera uno de ellos y si no

lo conocen lo pueden llamar ‘primo’: al fin y al cabo casi todos en la vereda terminan siéndolo.

El haber nacido en esta tierra —y que sus herederos también lo hicieran— es motivo de orgullo

para cada potreruno, es un sello de originalidad. Esa es su identidad.

****

Elsa, Marta, Esperanza y Belén dejan su ropa para ponerse su atuendo de trabajo. Ahora

están completamente de blanco; tienen botas de caucho de ese color, un impermeable limpio, el

cual no solo les cubre desde los tobillos hasta más abajo del cuello, sino que lleva en su espalda

el logo de su empresa —una vaca animada que está en la mayoría de los envases de sus

productos más conocida como la ‘jirafa’ por muchos niños de la vereda, por su cuello largo y su

color albino combinado con castaño—. Las cuatro mujeres tienen sujetados, a sus cuellos y

espaldas, unos delantales; por último, en sus cabezas hay mallas para el pelo que pasan

desapercibidas por las gorras que llevan puestas. Luego de su cambio de prendas se lavan con

rigurosidad, por varios minutos, sus brazos y manos con jabón líquido. Ya están limpiecitas y
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con las condiciones adecuadas que les exige el Invima (Instituto Nacional de Vigilancia de

Medicamentos y Alimentos) para poder iniciar su jornada de trabajo.

El próximo procedimiento es automático. Ninguna reparte roles, ni mucho menos delega

labores. Cada quien sabe lo que mejor hace y escoge un puesto de trabajo. Marta toma la

iniciativa y se pone frente a una vasija llena de masa de maíz pelado. La próxima es Belén, quien

se dirige hacia la mezcladora a elaborar la masa para tortas y ponqués. Luego, Esperanza camina

hasta una olla enorme y repleta de una mezcla de queso, azúcar, mantequilla, sal y levadura.

Finalmente, Elsa —una de las líderes y portavoces de la empresa—, se mueve hasta el final del

cuarto, verifica que el horno rojo esté limpio y, con mucho cuidado, lo prende. Las mujeres se

entienden a la perfección.

No todo fue color de rosa como lo es hoy. El sueño de Agrolácteos nació en junio de

2007, cuando 30 mujeres y un hombre iniciaron capacitaciones para la producción de derivados

lácteos con el Sena. Preparación que se complementaba con cursos de ordeño e higiene con la

leche, dirigidos por la Alcaldía de Choachí, que años atrás habían tomado varias mujeres del

grupo. La capacitación duraría hasta diciembre del mismo año. En total fueron seis meses de

mucho aprendizaje, pero que también dejarían cambios de pensamientos, nuevos proyectos,

anécdotas y llanto.

Al principio todo era jolgorio. Nadie tomaba en serio el aprendizaje, iban más por

obligación que por motivación, y hasta se le hacían chistes de mal gusto al instructor del Sena.

“Cuando ese profesor llegaba a obligarnos a aprender y aplicar sobre lácteos, nuestros esposos y
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familiares nos decían: ‘que le van a comer cuento a ese hijoeputa’. También decían que acá se

habían dado muchos cursos y que nunca iba a pasar nada, que no creyéramos en la empresa”,

dice Elsa Barón, socia y vocera de Agrolácteos.

Lilia Rincón, fundadora y socia de la empresa, es una mujer bajita, de pelo corto y que

siempre sonríe —como buena potreruna—. Ella, al igual que muchas de sus socias, no sabía nada

de informática y fue en una de las capacitaciones en computadores donde la simpática mujer les

sacaría carcajadas a sus asociadas, pero traería, a su vez, la llamada de atención de su instructor.

Lilia no conocía de computadores; si acaso, entendía que al mouse se le decía ratón, un aparato

que de roedor, para ella, solo tenía la cola. Cuando el profesor dio la instrucción de mover hacia

arriba el mouse para que el puntero se deslizara por la pantalla, Lilia no tuvo ningún reparo en

tomar el pequeño artefacto y levantarlo como una pluma a la altura de sus hombros. Llevaban

una hora en la instrucción y en evidencia quedaba que estaba perdida. La mujer no estaba

prestando atención a nada de la clase, acto que acarrearía un ‘vaciadón’, como ella cataloga el

regaño, de su profesor.

En la capacitación del cuarto frío —lugar adaptado como una nevera gigante e ideal para

la manipulación y almacenamiento de productos frescos—, Lilia haría comentarios poco serios.

“Entonces, ¿cuándo estemos calientes nos metemos ahí, profesor?”, decía, en chiste, sobre el

área de capacitación.

María Helena Rincón, socia y administrativa de Agrolácteos, es una mujer de contextura

gruesa, manos anchas y cachetes rojos. María Helena recuerda con mucho cariño la pregunta que
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con frecuencia les hacía Wilfrido Perea, su profesor del Sena, al inicio de cada clase para

motivarlas a hacer empresa. Pregunta que, como era costumbre, tendría una respuesta salida de

contexto: “Él llegaba a preguntarnos: ‘¿Quién se va a subir al bus?’, y yo por molestar le decía;

´yo me le subo profesor, yo me le subo’ y mis compañeras se reían no más”. Esa era la actitud de

más de una, pues creían que en la capacitación tan solo se les enseñaría a hacer un buen yogur

para sus casas y nada más.

Agrolácteos se legalizó ante Cámara de Comercio en 2008: factor importante que le daba

seriedad a la iniciativa de una empresa de ellas y para ellas. A pesar de esto, las mujeres tardaron

un tiempo más para darse cuenta que una empresa, sobre todo de lácteos, necesitaba de su

entrega y no de la recocha con que habían tomado, muchas veces, las capacitaciones brindadas

por el Sena. La primera contadora de la empresa, Dora Rincón, tuvo varios choques con las

socias en su primer año de fundación. Conflictos que se daban por la falta de disciplina de las

mujeres al comienzo del proyecto, pues como Elsa lo confiesa: “Nosotras nos demoramos en

entender la seriedad de una empresa. En época navideña de 2008, hubo 7 días donde ninguna

trabajó. No teníamos la concepción de negocio y pensábamos que eso era solo hacer yogures o

quesos uno que otro día”.

Hoy todo es distinto. Lilia se caracteriza por ser una de las socias que más se esmera en la

producción de cuajadas y quesos. María Helena es la encargada de las cuentas y quien le

colabora al contador. Por su parte, Elsa es la delegada en reuniones, congresos y hasta premios

obtenidos por la empresa. Todas están comprometidas y enamoradas de Agrolácteos.


65

****

El potreruno fue testigo —como la mayoría de los habitantes de las veredas de Choachí—

de hechos no tan agradables. La circulación masiva de la guerrilla de las Farc en los 90 por

territorio chiguano hacia el páramo de Chingaza, fue algo repetitivo, pues sus tierras fueron

corredor estratégico entre Cundinamarca y los llanos orientales. Potrerogrande, como muchas

veredas de Choachí, fue un lugar de paso para los guerrilleros. Sitios donde los subversivos

comían y descansaban un poco tras sus largas caminatas. Sin embargo, en sus fugaces paradas,

los guerrilleros atemorizaban a los dueños de las fincas, pues amenazaban a quienes no

colaboraban con su causa, aparte de andar armados hasta los dientes y del factor sorpresa de su

llegada a los ranchos, que se podía dar a cualquier hora. De igual manera, muchos habitantes de

Potrerogrande presenciaron, en otras veredas, ataques de esta misma guerrilla a policías y

soldados. Emboscadas que daban como resultado muertes de servidores públicos y también de

gente inocente.

Entre 1995 y los primeros años del nuevo milenio, los chiguanos vivirían en carne propia

la pesadilla del secuestro. Este acto delictivo era común sobre todo en fincas, como el ocurrido

en la vereda de Fonté, donde se raptaría al español y dueño de la famosa ganadería “El Paraíso”,

Jerónimo Pimentel. Un rapto de un personaje importante, el cual se prolongaría alrededor de 90

días y mostraba a Choachí como zona clave, por su cercanía a Bogotá, para las actividades

criminales de las Farc.

Los habitantes de Choachí también entenderían de primera mano lo que eran las famosas

pescas milagrosas, un método para secuestrar gente por azar en carretera. Esta inédita y delictiva
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técnica de las Farc consistía en hacer retenes en lugares específicos de la vía —en este caso en la

ruta que lleva de Bogotá a Choachí—, para después llevarse a todo el que detuvieran. No

discriminaban a nadie, retenían a todos y luego averiguaban quiénes eran. Su importancia era

cuantificada en el valor de su rescate. El secuestro dio su golpe más fuerte cuando el periodista,

político y empresario, Guillermo “la Chiva” Cortés, fue secuestrado en su finca, El Zancudo —

que también era propiedad de los periodistas Daniel Samper Pizano y Fernando González

Pacheco—, el 23 de enero del año 2000. Secuestro que tendría una duración de 205 días y en vilo

a todo el territorio nacional.

Más que una zona roja para el gobierno nacional, Choachí parecía la finca de los frentes

53 y 54 de las Farc. Titulares como “Secuestros en Choachí” o “Choachí: 5 muertos en ataque de

CG” en El Tiempo, apoyaban la noción de que no era fiable el desplazarse en la carretera

Bogotá-Choachí, mucho menos el acercarse o visitar el pueblo en aquella época. Factor que

cambiaría en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez gracias a su propuesta de seguridad democrática

(una política que trazaba la necesidad del fortalecimiento de las fuerzas militares y públicas por

todo el país, para llegar a una rendición parcial o desmovilización de grupos armados al margen

de la ley, que beneficiaría a Choachí).

No era un secreto para nadie que Choachí era la salida de Bogotá más cercana al Palacio

de Nariño —residencia presidencial— y un punto estratégico para atentar contra el Presidente de

la República. Algo que quedó demostrado el 7 de agosto de 2002, día de la posesión de Uribe

como Presidente, con atentados por parte de las Farc al Palacio y al Batallón Guardia

Presidencial, dejando la fatídica suma de 17 muertos y más de 50 heridos. Ese era el momento
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para darle inicio a la política de Uribe. Fue por eso que el pueblo sería de los primeros sectores

en reforzar su fuerza militar y pública tanto en la carretera como en el municipio, teniendo como

resultado la recuperación del territorio chiguano por parte del Gobierno y la posterior huida del

grupo subversivo.

El secuestro, el asesinato y la barbarie hicieron visible al pueblo, sus veredas y sus

habitantes en todo el país. Estos factores, que hacen parte de la historia negra y poco comentada

del municipio, además de afectar a los residentes del casco urbano, lo hacía también a la gente en

las veredas.

Ahora todo es diferente para Potrerogrande y su gente. La vereda y quienes la habitan han

sido testigos de sucesos importantes que han cambiado a Choachí. Acontecimientos como la

entrada en vigencia, a partir del 2004, de instituciones rurales autorizadas para dictar hasta el

grado once (Institución Educativa Departamental El Hato e Institución Educativa Departamental

Técnica Agropecuaria Ferralarada). Colegios diseñados y creados para evitar la deserción

estudiantil, ya que antes a los niños se les daba hasta quinto —máximo grado que dictaban las

pequeñas escuelas rurales— y les era imposible pagar transportes caros hasta Choachí para

completar su formación académica (por lo que preferían, en la mayoría de casos, no terminar el

colegio y dedicarse a “echar azadón” o ayudar en las labores de la casa). Oportunidad que no

tuvieron las mujeres de Agrolácteos, pero que sí la disfrutaron la mayoría de sus hijos, quienes

gracias a ese estudio han salido de la vereda con expectativas diferentes a las de sus padres y a

buscar un futuro en Bogotá.


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Otro suceso sería la implementación de nuevos métodos y maquinaria en la agricultura

chiguana. Era el primer paso para que la agricultura tradicional diera un salto hacia el campo

tecnificado. Hoy, en muchos campos chiguanos aún dedicados a la agricultura, los tractores

suplen a los bueyes y los cultivos hidropónicos a la tierra. Asimismo, elementos principales en

cultivos —como semillas e insecticidas— han cambiado sus compuestos, volviéndose, según los

laboratorios, más eficientes, pero también más caros. La agricultura se ha vuelto costosa e

insostenible para muchos, y ahora los campesinos, en veredas como Potrerogrande, prefieren

salir adelante con actividades como la ganadería, la porcicultura y la avicultura.

Por último, todos los chiguanos hoy viven una situación confusa por la Perimetral de

Oriente de Cundinamarca; una vía de cuarta generación financiada por concesiones privadas,

pero ejecutada con el asesoramiento y los lineamientos del Departamento Nacional de

Planeación (DNP) y La Agencia Nacional de Infraestructura (ANI), que busca conectar los llanos

orientales con La Calera, sin tener que pasar por Bogotá, además de atravesar a Choachí y sus

veredas.

Dicha vía se ha puesto como tema diario en cada rincón del pueblo, pues los contratistas

se han cambiado varias veces a causa de la improvisación en el estudio, planeamiento y

ejecución de la ruta, dando como resultado la inestabilidad laboral de muchos chiguanos, el

abandono de maquinaria y varias obras a medio hacer. “No sé si este vivo para ver esa carretera.

Con esta falta de oportunidades es que mis paisanos se han ido yendo para Bogotá” dice Gabriel

Gutiérrez, un anciano de Potrerogrande, preocupado por la demora en el proyecto e igualmente al

enterarse de que muchos de sus vecinos —en la vereda— fueron despedidos de sus trabajos
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relacionados con la Perimetral. Una realidad problemática que no es tan distinta a la del inicio de

este programa vial en 2015, cuando casi no se define la ruta por dónde iría a pasar la carretera y

donde aún se discute el valor de los predios vendidos.

Para muchos chiguanos la puesta en marcha de esta vía traería grandes beneficios, como

por ejemplo las mejoras de sus patrimonios económicos y la infraestructura del pueblo, pero,

sobre todo, convertir el territorio chiguano en un catalizador de turismo (ecoturismo, turismo de

aventura, turismo gastronómico). Un modelo turístico parecido al establecido en el Quindío con

sus fincas cafeteras.

Sin embargo, hay personas como Gerard Ochoa, Antonina Rincón y Martha Espinel,

voceros de la comunidad y el turismo en Choachí, que mostraron su disconformidad con la

Perimetral ante la Alcaldía y en medios —como lo demuestra el titular “Los desacuerdos por la

vía Perimetral de Oriente” en El Espectador—, pues creían, y aún lo hacen, que llevar a cabo este

proyecto vial era más riesgoso que benéfico, ya que sería un fenómeno dañino con el ambiente,

pero principalmente con los nacederos de agua.

“Nosotros demandamos, porque de lo que la gente nos hizo saber eran de ocho a diez

nacederos por la parte de arriba, pero en Ubaque está pasando igual, en La Calera lo mismo” dice

Martha Espinel, promotora del turismo consiente en Choachí e impulsora de la campaña

“Perimetral sí, pero no así”. Esto sin contar de que, en un futuro cercano, Choachí se

transformaría en una mini urbe al estilo de Chía o Soacha, donde el chiguano sería desplazado

por el citadino y se podrían enterrar las costumbres chiguanas para siempre, afectando de manera
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directa el patrimonio tangible e intangible del pueblo, su seguridad y aún más su medio

ambiente.

Para el potreruno el asunto de la ‘Perimetral’ es un tema beneficioso, pues una de las

veredas por donde la ruta atravesaría sería precisamente Potrerogrande. “La perimetral traerá

turismo en este sector y nosotros prosperaremos”, afirma Andrés Amórtegui, presidente de la

Junta de Acción Comunal de la vereda. Por su parte, Elsa tiene un pensamiento parecido, pero

más enfocado en Agrolácteos “esperamos ser reconocidas y un punto obligado para todo el que

pase por la Perimetral”.

Elsa, como sus socias potrerunas, ama su tierra y sueñan con que sea visible, pero ahora

lo hacen a su modo y con perspectiva de emprendedoras.

****

Marta observa tranquila la gran cantidad de la mezcla y sin pensarlo tanto pone su mente,

sus ojos negros, pero sobre todo sus manos morenas y dedos gruesos, en marcha. Su mano

derecha toma una cuchara, la cual se sumerge en la masa, mientras que la izquierda sostiene y

conserva firme una hoja de chisgua, que cumple la función de envoltorio. Paso a seguir es que la

mujer ponga dos cucharadas de la mezcla en la hoja y a su vez las esparza dentro de la misma.

Luego, y como si se tratara de un origami, hace unos dobleces con fuerza en la parte derecha de

la chisgua, prosigue con el mismo ejercicio en la parte izquierda, la inferior y la superior,

sellando la hoja. Al final, pone la hoja rellena en una lata para hornear. Marta repite este ejercicio
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una y otra vez hasta llenar la lata. Ya hay 12 de estas hojas, organizadas en tres columnas y

cuatro filas, esperando a ser horneadas. Ese es el orden para hacer un envuelto de maíz pelado.

Marta Pardo es una de las 30 mujeres que empezó con el sueño de Agrolácteos y hoy,

diez años después de estar constituida la empresa, trabaja como si fuera el primer día, siempre

optimista y con una sonrisa. Pero si hay que hablar de lágrimas en este proceso ella es una de las

indicadas para hacerlo. Marta tiene una familia tradicional: un esposo, Jesús, y tres hijos, que son

lo más importante de su vida y no los cambia por nada.

Diego, Oswaldo y Fernando, de mayor a menor y como los bautizaría Marta, su madre,

tienen más de 20 años, viven en Bogotá y cada vez que pueden ‘bajan’ a Potrerogrande para

volver a su tierra y saludar a sus papás. Cada uno de ellos trabaja, cocina y sobrevive gracias a la

formación que recibieron desde niños hasta que fueron adolescentes. A pesar del amor de su

madre, ellos fueron, en especial los dos menores, los principales enemigos de que Marta hiciera

parte de la empresa. Marta ya no era solo ama de casa, se debía también a su trabajo y a las

capacitaciones de este. Oswaldo y Fernando estaban enfurecidos porque Agrolácteos les había

quitado el tiempo y las atenciones de su mamá, provocando fuertes discusiones a diario entre los

muchachos y su progenitora; peleas que desanimaban a Marta para continuar con la empresa y

solo la hacían llorar. Los jóvenes no se hallaban en su casa sin la figura maternal que les lavara y

les diera un buen almuerzo, además de que su padre tampoco sabía nada del hogar, lo de él era el

campo. La negativa ante el trabajo de Marta era machismo puro y una situación que mortificaba

de gran manera a Oswaldo y Fernando. Tanto era el enfado y la impotencia de los adolescentes,
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que se atrevieron a decirle a su mamá: “Si no se va de esa mierda, nosotros vamos y le ponemos

una bomba”, refiriéndose a la casa donde hoy funciona la empresa.

Con el paso del tiempo todo fue cambiando. Los muchachos entendieron que la empresa

era el nuevo trabajo de su madre y una ayuda extra para la casa; igualmente, la ausencia temporal

de Marta les haría entender lo que era limpiar una olla, hacer un almuerzo y lavar sus uniformes

de colegio. Lecciones que hoy agradecen no solo Marta y sus hijos sino también todos aquellos

que en ausencia de una madre o una abuela, por su ocupación en la empresa, entendieron que ser

ama de casa no es para nada fácil.

El machismo en Potrerogrande era un asunto común en la vereda. Situaciones como las

de Marta predominaron desde la época de su abuela y durante décadas en todo Choachí, porque

el chiguano estaba criado para el campo, pero la chiguana se debía a su esposo y a sus hijos. Para

ponerle un pero y darles más motivos a los hombres con su actitud machista, el único socio de la

empresa, Rodrigo Amórtegui, es gay. Rodrigo era un hombre joven, quien impartía buena

energía, pero a su vez le gustaba la ‘recocha’ con sus compañeras y socias. Bromas como las de

meter a sus compinches en canecas de basura o de ponerles apodos como ‘bruja’ o ‘la gorda de

Botero’ animaban el día en la empresa. Sin embargo, todos los días no todas estaban de humor

para los sabotajes de Rodrigo, dándose muchas veces encontrones con él. Razón por la cual

muchos hombres solo hacían comentarios de mal gusto diciendo: “esas viejas chismosas,

incluyendo a Rodrigo, no duran más de tres meses y se agarran de las mechas”. Los hombres no

le daban el valor que merecía la empresa y la veían como un distractor en su vida familiar.
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Al inicio de la empresa los encontrones con esposos e hijos fueron duros. Alicia

Amórtegui una mujer de cachetes grandes, ojos pequeños y pelo corto es una de las 21 socias,

aún activas en la empresa —9 de las 30 inicialistas se han desvinculado por problemas familiares

o de salud; por su lado, Rodrigo dejó la empresa por razones de emprendimiento personal—, y

que también tendría problemas con su esposo.

El hombre todos los días le reprochaba por su poca estadía en la casa y estaba intrigado,

como él mismo decía, de qué “putas” hacían en las capacitaciones. Sin dudarlo, y por cosas del

destino, aquel individuo perseguiría a su mujer a una actividad psicológica, brindada también por

el Sena. Alicia cantaba: “los pollitos dicen ‘pio, pio, pio’ ”—actividad propuesta en el curso—,

mientras que Alberto, su esposo, la miraba ofuscado. Alberto no había escogido mejor día para

armarse ideas en la cabeza y poder al fin reclamarle airadamente a su esposa, pero ese no era el

momento, ni el lugar; el reclamo se tenía que hacer en la casa.

—Jueputa ¿Alicia usted que maricadas hace en ese curso? —Dijo casi gritando Alberto.

—Pues aprender, Albertico —contestó asustada Alicia.

—Más bien quédese ayudando en la casa y no jugando pu’ allá en el centro.

Lo siguiente sería una lluvia de improperios hacia la mujer y su empresa. Bastante trabajo

le costaría a Alicia para convencer a su marido de que era una actividad fuera de lo común,
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además de que los lácteos podrían ser a futuro una ayuda económica en su patrimonio familiar y

un trabajo para ella.

A través de los años, y con la consolidación de la empresa, ese pensamiento machista ha

cambiado en Potrerogrande. Muestra de ello es que hoy tres esposos de las socias son quienes

distribuyen la mercancía de la empresa y manejan las ventas en Choachí, Bogotá, Fómeque,

Ubaque y La Calera. No obstante, el ejemplo más claro de este cambio es Roberto Garzón,

esposo de una socia y único empleado de Agrolácteos.

Roberto no solo aplaudió la decisión que tomó Martha Rincón, su esposa, hace diez años,

sino que con el tiempo la siguió. Hace seis años dejó su mundo de campo, pues lo consideraba

“desgastante” y “apenas para el diario”, para dedicarse de lleno a ser trabajador de la empresa.

En principio, Roberto solo recogía la leche en la vereda y la dejaba en la empresa. Con el pasar

de los años ya parece un socio más, aunque no lo sea. Sus funciones están en casi toda la

empresa. Su labor va desde hacer cuajadas o atender el punto de venta hasta poner a trabajar la

maquinaria de la empresa. Roberto es lo que llaman hoy en día un ‘todero’.

—Venir a la empresa es una terapia —dice Roberto, mientras el humo de la leche

hirviendo pega en su cara.


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Roberto está en la marmita, una especie de olleta gigante donde se puede calentar y

enfriar la leche; ya entiende su proceso y no necesita de instrucciones. Le gusta lo que hace y,

sobre todo, que muchas de las mujeres ven en esto una labor relajante, pues se comparten más

risas y chismes que órdenes. Como dice un adagio popular, Roberto “está bendito entre las

mujeres”. Su apodo es ‘zorro’, y así lo conocen sus compañeras. Él no utiliza uniforme, es único

en Agrolácteos, no solo por ser hombre o por su cantidad de labores sino por su vestimenta. El

rojo en su camisa es un poco más intenso que el de sus cachetes. El beige en su pantalón no lo

hace ver más delgado y la pequeña plataforma de sus botas de caucho no disimula su 1,60 de

estatura. Es una pinta que no combina para nada, pero eso no le importa y nadie lo critica.

Roberto es feliz y no tiene queja alguna de su trabajo. Si acaso le aburre trabajar todos los días,

pues quisiera compartir más tiempo con sus hijos y su nieta, pero al no hacerlo se sentiría inútil y

no sabría qué hacer. Agrolácteos ya no es solo la empresa donde Roberto trabaja y su esposa es

dueña, ahora se ha convertido en su segunda casa y todas sus compañeras en una nueva familia.

****

Aunque es difícil transitar por el lugar, las cuatro mujeres lo hacen solo para contestar

llamadas de sus familiares o atender la tienda de la empresa.

La casa que funciona como empresa es gigante. En su entrada está la tienda. Este sitio

tiene un espacio más reducido que el de la panadería, pero está mejor distribuido. Hay tres

vitrinas que guardan chocolate en pastilla, gelatinas, harina, pasta, café, mantecadas, colaciones,

achiras y dulces. No solo se venden productos de la empresa, también hay productos de


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necesidad diaria para la gente de la vereda y las golosinas que les gustan a los niños de la

escuela.

Dentro de la tienda también hay una nevera pequeña. Ahí, como lo hacen Alpina o

Colanta, se guardan la exclusividad de su marca (si acaso se cuelan dos botellas de agua, pero

nada más). Los quesos, yogures de uno o dos litros y yogures de presentación personal hacen

gala y muestran la diversidad de Agrolácteos. Aquí los yogures con sabor a fresa, melocotón y

mora son los menos pedidos. Sus clientes en Bogotá, municipios vecinos y la gente en la vereda

prefieren los sabores no tradicionales como lo son: el yogur de sábila, papayuela, guatila, café o

kiwi. Estos han sido desarrollados con la complicidad de profesores y agrónomos de la

Universidad Nacional, quienes les han brindado asesoramiento, capacitaciones y

acompañamiento para desarrollar nuevos productos.

“Nosotras hacemos el proyecto, entonces uno va a Bogotá y allá va al Instituto de

Alimentos. Ahí es donde hacemos los productos, ahí se hacen las pruebas de calidad y luego

ellos vienen a la planta a hacerlo acá para capacitarnos y enseñarnos como hacer el producto”

dice Elsa, quien ahora quiebra los huevos en el borde de una olla para hacer la masa del ponqué.

Por último, en la tienda hay un computador, un escritorio y un cuaderno. El escritorio no

es el más elegante. El vidrio de la mesa está desportillado y entre este hay fotos de la vereda,

recortes de periódico y hasta boletas de rifas. Por el polvo en su monitor, el computador

demuestra que casi ni lo prenden; pareciera que fuera más de adorno o para darle imponencia al

rincón adaptado como oficina. El cuaderno si es vital para María Helena, en sus hojas está el
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valor fiado a los niños de la escuela, pero con los nombre de sus padres. Asimismo, este

cuaderno lleva todas las cuentas con los potrerunos que venden su leche a Agrolácteos. La

empresa le compra a casi toda la vereda, siendo Roberto, en compañía de otro hombre en un

furgón, quien pasa por cada finca para recogerla.

Además de ser la empresa de ellas, Agrolácteos es la empresa de todos en la vereda, pues

brinda empleo y un ingreso económico a las familias que tengan una vaca de leche, mejor dicho

a casi todas las familias potrerunas. El litro es pagado a 850 pesos y los proveedores, en su

mayoría, van el día sábado a cobrar lo de su ganancia a la tienda, o mejor dicho a la oficina de

María Helena. Un negocio redondo y que ha impulsado sistemas de préstamo. “Acá tenemos un

sistema o forma de crédito para los lecheros, donde se les hace un ahorro y hay un crédito

rotativo. Entonces, si usted necesita plata, pues se le presta y la devuelve a los seis meses con un

interés más bajo, es un fondo aparte, pero que surgió gracias a la empresa. También la gente que

nos provee la leche hace un ahorro cada ocho días y si alguien necesita plata, pues se le va

prestando y paga un interés. Ahí todos vamos ganando”, dice la simpática María Helena,

señalando el cuaderno y su letra poco legible.

Además de la tienda las mujeres cuentan con cuatro máquinas. El cuarto frío, el del

particular comentario de Lilia; la marmita, aquella de la que se encarga Roberto; la caldera, que

hace funcionar la marmita; la última es la selladora del vaso del yogur más pequeño. Todos son

proyectos que se han llevado a cabo en conjunto con el Sena, el Ministerio de Agricultura, la

Universidad Nacional, la Gobernación de Cundinamarca y el DPS (Departamento para la

prosperidad social). Del mismo modo, han sido capacitadores del Sena y la Universidad
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Nacional los que les han enseñado el buen uso y, como ellos lo califican, los “gallos” de cada

una de estas máquinas.

La empresa es también dueña de un Thermo King —un camión con todas las condiciones

de refrigeración y transporte de alimentos— que lleva todos sus productos a los sitios de

distribución. Este vehículo fue obtenido mediante un crédito de todas, ya pagado, con el banco

de Bogotá.

Agrolácteos no es una empresa consolidada, pero está dando pasos agigantados para

serlo. La fábrica ya no para ningún día, gracias a que las socias diseñaron un plan de trabajo

donde cada día tienen un turno cuatro de ellas. En total son cinco grupos que laboran cada cuatro

días de ocho de la mañana a seis de la tarde. Su descanso es el día que no trabajan, pero este

lapso es dedicado a su casa y a sus esposos, ya que sus hijos ya no están, emigraron. Gracias a

sus familiares y la calidad de lo que se hace en la empresa, muchos de los productos de

“lácteos”, como llaman las socias a la empresa, han llegado a otros países del mundo como

México, Estados Unidos, Canadá y Australia.

Ahora las mujeres procesan más de 2000 litros semanales y los ingresos mensuales

superan los 30 millones, demostrando que cada día la empresa está creciendo y las utilidades van

mejorando. La calidad de sus productos, así como el respaldo de instituciones y sobre todo de sus

familias, han llenado a las mujeres de valentía y confianza. Una gallardía que se retrató en un

evento de empresas de lácteos a nivel nacional, llevado a cabo en Sopó y donde no solo

participaban multinacionales como Alpina o Colanta sino que también se encontraba el


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Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, haciendo de moderador con los participantes del

evento. En un momento Santos se volteó hacia Elsa, la representante de Agrolácteos, y le

preguntó:

—¿Qué opina del Yogur de Alpina y cómo se siente al lado de ese producto?

—Con todo el respeto que merecen, pues por el monstruo que es Alpina, nunca los

podremos alcanzar, pero en la calidad del producto creo que le ganamos —contestó Elsa sin

titubear.

Situación que hizo reír al gerente de Alpina, pero a Elsa no le importaba: esa era su

convicción. Esto es Agrolácteos un sueño hecho realidad, pero que busca un final feliz, uno

donde se mantenga viva la empresa por muchos años, pero no en manos de cualquiera sino en

manos de generaciones venideras, manos potrerunas.

Atlas chiguano

Un Suzuki gris, con corte de jeepao y carpa negra, atraviesa Choachí con afán desde un

letrero que dice “Aquí terminan las vanidades del mundo”, en el cementerio, hasta el colegio

Ignacio Pescador, un recorrido de más de siete cuadras de oriente a occidente. En su veloz

travesía el carro hace una parada y una mujer se baja frente a una papelería ubicada a una cuadra
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del Parque Chiguachía. El conductor del carro, quien se mantiene inmóvil frente al timón, es un

tipo de barba abultada y cabello castaño muy claro, casi naranja; la mujer que lo acompaña es de

tez blanca y pelo rubio, su nariz gruesa y los labios delgados dejan a entrever que hay algún

parentesco entre ambos. La mujer compra algo en la papelería y el tipo vuelve a hacer sonar los

motores del carro con un pisotón suave sobre el acelerador del vehículo. Prosiguen su trayecto.

Una cuadra antes de llegar al colegio, en el “Campín” —cancha de fútbol de Choachí, apodada

así por los habitantes gracias a una analogía con el famoso estadio bogotano ubicado en la 57—,

una mujer les hace señas para que paren. El Suzuki baja la velocidad y la mujer camina rápido

hacia el campero.

—Marthica y Dieguito, buenos días ¿Qué tanto afán es el que llevan? —dice la mujer

mientras los aborda asomándose a las ventanas del Suzuki.

—Sandrita, vamos a llevarle algo a Emilio al colegio. Es que se le olvidó y por eso vamos

corriendo —dice fatigada la copiloto.

—Ah bueno, Marthica. Entonces con cuidado, más tarde nos hablamos —responde la

mujer y se aleja del vehículo que hasta hace 10 segundos parecía un bólido.

Martha y Diego han cumplido con su tarea y también con la de Emilio. No obstante, esos

segundos de aceleración del carro hicieron que la mayoría de comerciantes —si es que no fueron

todos—, los observaran, los reconocieran y, al mismo tiempo, una mujer dijera: “Esa es la loca

de Choachímilco”.
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Choachí es un pueblo tranquilo y al escuchar un carro acelerar un viernes a las ocho de la

mañana, cualquier chiguano desviaría su mirada ante “semejante” suceso y más si ocurre cerca al

parque.

****

El Parque Chiguachía, inaugurado el 28 de mayo de 1988 por la alcaldesa Stella

Rodríguez de Clavijo, y que fuera hasta 1987 la plaza de mercado —hoy a tres cuadras del

parque en la carrera quinta con calle tercera—, es un sitio emblemático para el pueblo. Este

parque, el principal de Choachí, ha sido el anfitrión en las últimas tres décadas de hechos que

han reunido a multitudes en un solo lugar en el municipio. Ejemplos claros son eventos como las

ferias y fiestas, conciertos, muestras culturales, misas campales y exposiciones empresariales.

Por su baldosa han transitado miles de chiguanos, pues es el lugar favorito de los habitantes del

pueblo cada domingo, por su cercanía a la iglesia, para esperar el anuncio de que la misa ya va a

empezar mediante las campanas.

El parque es el centro del pueblo y el lugar donde las instituciones civiles y católicas

están reunidas. Chiguachía colinda con la iglesia San Miguel Arcángel, en el norte; la casa de la

cultura y la Alcaldía, en el occidente; con un banco, un bar y un casino, al oriente; y con

cafeterías y una droguería, al sur.

Dentro de este lugar, insignia para los chiguanos, hay árboles, arbustos, bancas, una

tarima en cemento —para la presentación de todo tipo de eventos artísticos—, y una fuente de
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suelo, que casi no se prende y es más bien utilizada por la gente como una improvisada grada

para sentarse. Acá, entre diciembre y abril —época donde el parque parece un jardín, pues los

cámbulos florecen— todo el que se asome se disfraza de fotógrafo y, por unos minutos, con su

celular o cámara intenta tomar el mejor ángulo de los cámbulos, el árbol tradicional en Choachí,

y sus pétalos rosados.

Chiguachía acoge cada día ancianos, jóvenes, niños y turistas. Las bancas, ubicadas

estratégicamente en los costados para no obstruir el caminar de nadie, son los puntos de

encuentro y de tertulia escogidos por los viejos. Ahí, bajo la sombra de los árboles y bien

sentados, los adultos reposan el almuerzo, echan chisme o discuten algún tema de interés. El

atrio, las puertas de la casa cural y las escaleras de la iglesia, son los lugares predilectos de los

jóvenes, quienes, así no estén cómodos, se reúnen a comerse un helado, pactar una cita de amor o

hacer lo mismo que sus padres y familiares: echar chisme. En el centro del parque, los niños son

los protagonistas. Pelotas de todos los colores, bicicletas y patinetas se pasean de arriba abajo

impulsados por los infantes, mientras que sus padres sentados en la fuente, situada en todo el

centro del lugar, hacen la labor de vigilantes y salvavidas por si alguien llega a caerse de sus

pequeños vehículos o un balón llegase a pegarle a los más pequeños. Turista, téngalo claro: aquí

se reúne todo el mundo.

A una cuadra del parque, hacia el suroriente sobre la carrera tercera, hay todo tipo de

comercio. Supermercados, droguerías, restaurantes y almacenes de ropa son los que predominan

en el sector. Sin embargo, una casa amarilla y de baldosas de colores en su entrada, es la única

que no tiene abiertas sus puertas al público. Su nombre está escrito arriba de la dirección:
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Choachímilco, una edificación que, por cuenta de lo colorida que resulta, rinde un homenaje a

México. Todo es distinto al noroccidente del parque, debido a que en esta zona escasean los

comercios y es un sitio netamente residencial, pero donde sobresale una bandera roja con una

cruz en el medio —bandera suiza—, que cuelga de una casa esquinera en la calle segunda, dando

la señal de que el Restaurante Suizo está por abrir.

****

Un letreo bien alto, un portón de madera a medio abrir y un tablero donde está escrito en

mayúscula y con tizas: “Arte y Artesanía Mexicana”, dan la bienvenida a una de las enormes

fincas en la vereda de Resguardo, a menos de un kilómetro del casco urbano de Choachí. El

nombre de la finca es el que está inscrito, con tipografía grande y gruesa, en el letrero de la

entrada: Choachímilco.

No es solamente uno sino dos “Choachímilcos” en tierras chiguanas. Las diferencias

entre la casa del centro y la propiedad a las afueras del municipio, son el tamaño de los predios

además de que, por su ubicación, uno es urbano y el otro rural. No obstante, en ambas partes se

le hace honor a una cultura y se alaba a un país: México.

La casa y la finca son propiedad de Martha Espinel, una bogotana de nacimiento,

chiguana de crianza, mexicana de corazón y, como ella misma se define, embajadora de México

en Choachí. Ambos lugares empezarían siendo posadas turísticas en 2009 y funcionarían como

tal hasta agosto de 2017. “Restauramos la casa del pueblo y ya vivíamos full, compramos la finca

y fue creciendo el proyecto. Empezamos con el arreglo de una cabañita y la alquilábamos, con lo
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que nos generaba íbamos arreglando otra habitación, otra, otra y otra y luego hacíamos eventos”,

dice Martha recordando los primeros años de su proyecto turístico.

Martha tiene un acento golpeado —muy diferente al de los chiguanos—, el cual da rastro

de los 22 años que vivió y trabajó en Ciudad de México. Ella piensa que Choachí tiene muchas

cosas en común con la cultura mexicana. “Yo creo que en mi vida nunca he escuchado más

mariachis que en Choachí, o sea realmente los mexicanos se quedaban aterrados conmigo porque

como yo vivía al lado de la cancha de tejo, entonces me sabía todas las rancheras y las norteñas,

pues desde niño las escuchaba, y competíamos con los mexicanos para ver quien se sabía más

canciones. Ganaba casi siempre. Pero no es solo la música, aquí y en México la gente es muy

cálida, son muy buenas personas”. La música mexicana es algo que une a este país con este

municipio y lugares como los campos de tejo “El compaito” y “Central de tejo”; los billares, “El

monarca” y “El sevillano” y los bares-cafeterías, “Sol de Oriente” y “Donde Lolita”, dan muestra

que la similitud propuesta por Martha es cierta. Las rancheras y la norteña son, la mayoría de

veces, las melodías escogidas por los chiguanos tomándose una ‘pola’ y jugando billar, cartas o

tejo.

Cinco metros más adelante a la puerta que da entrada a la finca, una camioneta vieja de

platón, destartalada por donde se le mire, es el guardián silencioso de Choachímilco. El carro,

que apenas si se sostiene gracias a las llantas, está pintado de verde, blanco y rojo —tonalidades

de la bandera mexicana—, sin mencionar los parches cafés del óxido que la están corroyendo

poco a poco. El vehículo tiene mensajes grabados en sus puertas que dicen: “¡Que viva México

cabrones!” Y “Tequila”, palabra que está encerrada en un corazón. Este modelo a comparación
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de la Jeep Renegade 2017 y el remodelado Suzuki Lj del 83, carros que están en la finca y son

propiedad de Martha, solo cumple una función: llamar la atención de todo conductor o turista

que pase por enfrente del “rancho”, como Martha denomina a su finca.

Al costado del deteriorado carro hay una pequeña cabaña que sobresale no solo por el

azul y el verde brillante de su estructura —que hace contraste con la paupérrima pintura del

antiguo vehículo—, sino por los cuadros que cuelgan en sus paredes. Retratos como el de Simón

Bolívar o el de Vincent van Gogh, en materiales no convencionales como palos y piedras,

prueban que piezas artísticas y “Arte”, divulgado desde el inicio en el tablero de la entrada, son

algo que se puede encontrar en toda la extensión de la finca. Igualmente, Bolívar y van Gogh son

los primeros rostros para quienes merodean o se atreven a dar un pequeño vistazo por

Choachímilco.

En la finca no hay puntos de registro ni tampoco celadores o perros guardianes. Este es

un lugar donde las obras de arte no son lo único que sobra, sino que la confianza abunda por el

vecino y también por quien no es de allí. Todo es tranquilo. El único ruido que se escucha es el

de los carros pasar por la carretera que conecta al pueblo con veredas como El Hato, Maza, El

Alto Del Palo y Quiuza, además de sitios como los termales y las escuelas rurales.

Toda la tranquilidad y el paisaje de Choachímilco hicieron que bastantes turistas, durante

más de ocho años, buscaran un descanso y hasta una reflexión en estas hectáreas repletas de

naturaleza. La gran cantidad de espacio en la finca no solo hacia posible el vivir, caminar,

respirar, hacer yoga y meditar, sino que se adecuaran espacios verdes y se diseñaran
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construcciones para salones de eventos, canchas de fútbol, canopy, muro de escalar y paintball

—instalaciones que hoy hacen parte del paisaje, pero que no son utilizadas desde hace ocho

meses—.

El paisaje, el color, la naturaleza y los deportes de aventura, con los que contaba la

posada rural, sin duda atraerían al turista y llamarían la atención de los chiguanos a la hora de

celebrar una fiesta o disfrutar de un plan distinto como lo era escalar o jugar paintball. “En

Choachí casi no hay sitios para eventos grandes y Choachimilco es un espacio ideal para estas

reuniones, además tiene lugares, que por su decoración y naturaleza, son perfectos para las fotos”

dice Ligia Martínez, una chiguana que celebró los 15 años de su hija y los 50 años de casados de

sus padres en las instalaciones de la particular finca.

Para llegar hasta el último rincón de Choachímilco se debe seguir un ancho camino sin

pavimentar —que hace también la labor de carretera para aquel curioso conductor que decida

entrar al predio—, el cual comienza en la cabaña de los retratos y termina en la casa principal. El

camino comienza a descender y con él se aprecian otros dos rasgos característicos de la finca: las

cabañas y los colores.

“Las cabañas son muy bonitas. Asimismo cuidan cada espacio para que esté acorde con el

lugar” afirma Daniela Rincón, una huésped bogotana enamorada de la decoración de

Choachímilco desde su estadía cuando era posada turística. De la entrada a la casa principal hay

unos 80 metros, distancia donde la empinada loma presenta tres cabañas blancas techadas con

ladrillo, que tienen factores comunes en sus fachadas. En primer lugar, los balcones con las
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barandas pintadas de múltiples tonalidades —de purpura, amarillo y naranja, que hacen parte de

la colección de más de 15 colores—, es algo común de cada una. También se divisan gran

cantidad de ventanas en cada vivienda, concluyendo que la luz del sol y la belleza de las

palmeras y los frondosos árboles —que tienen a su alrededor las cabañas—, debe ser

aprovechada por el ojo humano al máximo. Por último, en sus paredes hay colgadas todo tipo de

artesanías, siendo los soles, los protagonistas en la última y más grande de las cabaña; las lunas,

los insectos y las flores, en la de en medio; y los ángeles y corazones, en la más cercana al inicio

del camino. Las artesanías, así tengan el mismo sentido, poseen diferentes colores, tamaños y

estilos.

Aquí cohabitan la naturaleza, el arte y las viviendas. Al mismo tiempo, se respira aire

puro y el color y las artesanías, por donde quiera que se camine, están presentes. Esto más que

una finca parece una galería y cada cabaña un estand.

Jorge Velosa, famoso exponente de la música de carranguera, funcionarios de la

embajada de Francia y chiguanos con buen nivel de vida, fueron clientes destacados y

potenciales del lugar, pues no era solo la finca y sus instalaciones lo que hacía que cualquiera se

fascinara con el lugar, sino que su propietaria y los empleados hacían sentir al huésped como en

su casa. La familiaridad, además de sus instalaciones eran su diferencial, “Aquí nadie se metía

con nadie y el trato era directo con nosotros. Dependiendo del cliente nosotros les ofrecíamos

café orgánico de aquí de la finca en la mañana, si mi mamá hacia pan les ofrecíamos y en la

noche les dábamos un tequilita, compartíamos y hasta jugábamos con ellos”, afirma Martha

mientras enciende un cigarrillo.


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La última edificación en todo el predio es la casa principal. En estas paredes vive Martha,

su hijo, su gato y parte de su familia. Una razón más para que esta chiguana lleve a México en el

corazón es que en territorio azteca sería donde hallaría el amor y fruto de este el mejor regalo que

le pudo dar la tierra mexicana: su hijo Emilio. Él, un muchacho de 15 años, moreno y delgado, es

por quien Martha da la vida y es capaz de hacer lo imposible por su bienestar. Ella, como toda

madre, lo considera como el más guapo de todos los muchachos y siempre hace énfasis, al

presentarlo, que su muchacho es fruto del amor con el país centroamericano, pero sobre todo que

él es más mexicano que el mismo tequila.

El tequila, a través de los años, se convirtió en el trago preferido de Martha y en uno de

sus más fieles compañeros. Muestra de esto es que hoy una de las repisas de su hogar cuenta con

más de 60 botellas de trago sin abrir, entre las cuales se destacan los tequilas y mezcales —

bebidas tradicionales en México—, de todas las marcas, diferentes sabores y oriundos de

distintas regiones mexicanas.

La casa de Martha y Emilio, en su construcción y decoración, no tiene nada que

envidiarle nada a las otras cabañas. Esto gracias a que su tamaño triplica al de sus vecinas, está

construida con ladrillos y se encuentra empotrada en la parte más plana de todo el predio. Su

decoración es extravagante. En su frente hay un camino de piedra que engalana el paso de quien

camine por sus alrededores y es utilizado como parqueadero para el Suzuki y la Jeep; del mismo

modo, en la puerta principal de la casa se divisan materas pintadas con un mar de colores,

cuadros de gallos finos y ángeles en relieve de todos los diseños.


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Con las múltiples creaciones artísticas que cuenta la finca, el tablero de la entrada debería

tener mejor escrito: Choachímilco: Casa del arte y la artesanía mexicana.

La casa por dentro es todo un espectáculo y tranquilamente podría ser un museo. La

Revolución Mexicana, conflicto armado comenzado en 1910 y acontecimiento más importante

en el siglo XX para México, y grandes personajes de la cultura azteca son los huéspedes de lujo

dentro de ella. De Choachí en estas hectáreas solo se destaca la naturaleza; el resto todo es

mexicano.

Frida Kahlo y Emiliano Zapata, caras históricas y globalmente relacionadas con México,

son los héroes que más admira Martha. No obstante, en Choachímilco se ignora o no hay ningún

reconocimiento para personajes simbólicos de la historia chiguana tales como Ignacio Pescador,

chiguano y único indígena en firmar el acta de Independencia de nuestro país en 1810. Todo un

prócer para Choachí.

Frente a mí 10 cuadros y 12 estatuillas. La más centrada y grande de las imágenes es un

retrato de Emiliano Zapata —héroe de la revolución mexicana—, quien además de usar un

sombrero grande —como el de un mariachi—, se encuentra frunciendo el ceño, que lo hace ver

como un tipo rudo y de armas tomar; esto sin hablar de su bigote poblado —igual de peludo a

sus cejas—, lo cual apoya el imaginario de que el revolucionario era un hombre estricto. Más

abajo del retrato sobresale una foto histórica del mismo Zapata y Francisco ‘Pancho’ Villa —

comandantes de las guerrillas en la revolución, posteriormente asesinados ambos—, en el salón


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presidencial, junto a otros rebeldes después de consagrarse victoriosos y llegar a la capital en

diciembre de 1914. Los ocho cuadros restantes son de un tamaño más pequeño y son imágenes

referentes a la revolución mexicana o retratos de los principales hombres que encabezaron

aquella gesta.

Las 12 estatuillas están debajo de los cuadros y se dividen en dos filas. En la primera

línea hay cinco figuritas de hombres con sombreros y completamente vestidos de blanco, quienes

están tocando instrumentos como el tambor, el clarinete, los platillos y el trombón, recreando a

pequeña escala bandas de viento, las cuales son agrupaciones musicales tradicionales en gran

parte del territorio mexicano desde mediados del siglo XIX. En la segunda fila se encuentran los

pequeños bustos de siete próceres de la revolución mexicana entre ellos Francisco L. Madero,

Emiliano Zapata, Miguel Hidalgo, Venustiano Carranza, Francisco Villa, José María Morelos y

Vicente Guerrero, en ese respectivo orden de izquierda a derecha.

Las mesas y hamacas tienen colores y flores pintadas por donde se les mire. La casa tiene

luz propia, pero por el multicolor no se podría definir de qué tonalidad, sino más bien tendría que

ser asemejada con un arcoíris.

Tres metros en diagonal a la esquina conmemorativa a la revolución y los próceres del

país azteca, se encuentra un letrero, con los colores de la bandera mexicana de fondo, que cuelga

de uno de los muchos palos anchos que hay en el techo —que hacen la labor de vigas en la

casa—. En el centro del letrero resalta el nombre “Frida Kahlo” y entre el nombre y el apellido

de la famosa pintora, hay un retrato de la misma Frida; por otra parte, el costado derecho del
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cartel lo adorna un dibujo de un corazón y en el izquierdo el de una mano. Esta es la entrada a la

sala de Frida. Todo en este espacio tiene que ver con la mujer insignia y la cara femenina más

representativa de México en el mundo. Copias de sus famosos autorretratos en las paredes,

representaciones en muñecas, cojines, individuales, artesanías y catrinas —famosas calaveras de

colores y tradicionales en México— con sus cejas y su peinado, de todos los tamaños, y hasta

baldosas de la chimenea con su cara de fondo manifiestan que en esta casa se idolatra a Frida y

su obra.

Por cualquier lugar donde se parpadee se encuentra algo de la cultura Mexicana.

****

Un joven de unos 17 años, vestido con zapatos negros, pantalón de dril del mismo color,

camisa blanca, chaleco café a cuadros y corbatín rojo en el cuello, ondea la bandera de Suiza sin

descanso. Su misión es la de captar la atención y atraer la curiosidad gastronómica de todo el que

pase por la calle segunda. La ecuación es sencilla: a mayor cantidad de clientes para el

restaurante, mayor es la propina para él y sus compañeros de trabajo, esto sin contar los 25 mil

pesos de su sueldo diario. Por ese motivo, el muchacho sonríe y, así pasen minutos sin que nadie

entre, sigue ondeando la bandera con entusiasmo.

El banderín y el muchacho apuntan hacia una casa amarilla de dos niveles. Este inmueble

que posee acabados en madera, vitrales —con formas de colinas y montañas—, cortinas blancas,

balcones, flores y materas, es el que da vida desde 1944 al Restaurante Suizo. Un nombre y un

año que son corroborados en un aviso pegado al lado del portón de madera, en la entrada del
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establecimiento. Esta puerta da acceso a una cultura muy distinta a la chiguana, pues se entra en

un mundo refinadísimo.

Lo primero, es la carta y sus platos. Términos en otros idiomas y recetas culinarias de

otros países como Fondue de queso, Entremeses de Salchicha Suiza, Goulash a la Húngara,

Pechuga de Pollo al Oporto y Trucha Bearnesa contrastan con la rellena, la papa, el chorizo, la

criolla, el chicharrón, la yuca y el hueso de “marrano”, tradicionales en el piquete chiguano, que

se vende en cada esquina del pueblo. Sin embargo, en estas cuatro paredes la comida típica del

municipio pasa desapercibida; en su lugar, se ofrecen platos de cocina cantonesa y de tradición

campesina de países como Suiza, Francia, Alemania y Portugal.

La carta, a su vez, plantea una pregunta: ¿Por qué un restaurante suizo en Choachí?, que

es contestada en la misma hoja con una reseña histórica. En el texto se dan a conocer que tres

suizos, Fritz Brodbeck, su hermano Jacob y su amigo Antonio Riedberger, emigraron a

Colombia a principios del siglo pasado y quedaron enamorados por el parentesco del pueblo con

su país de origen, gracias a los paisaje y las montañas de Choachí, tomando la decisión de

quedarse en el pueblo. Siendo Antonio el que decidiera fundar en 1944 el restaurante junto a su

esposa, Doña Julita Espinel. Matrimonio que no tendría hijos y que tras la muerte de ambos

dejaría al restaurante huérfano y en manos de unos sobrinos. Hoy, por cosas del destino, el

“Suizo” —como le dicen coloquialmente los chiguanos al restaurante— mantiene su receta, pero

ahora pertenece a una familia poderosa de la región, los Flórez.


93

Un almuerzo en el Restaurante Suizo, por económico, redondea los 35 mil pesos, los

cuales servirían para cinco “corrientazos” en cualquier otro restaurante del pueblo o podrían ser

invertidos en una picada para cuatro personas en piqueteaderos como “Donde Julia”, “Beto

Mora”, “La Paradita” y “Donde Aguilar”. Por este motivo, el chiguano promedio —quien vive

con el diario—, ocasionalmente acude a este restaurante para celebrar fechas importantes. Algo

contrario ocurre con el campesino, pues este considera que este almuerzo no lo llena y, sobre

todo, le cuesta un ojo de la cara. “De Choachí viene muy poca gente, la mayoría viene de

Bogotá y más que todo turistas de otros países” certifica Manuel, un muchacho alto, de 20 años y

vestido con el mismo atuendo al joven del banderín, quien es mesero capitán del restaurante.

Aquí, casi todos los domingos, almuerzan turistas, extranjeros, el alcalde y los concejales del

pueblo.

El turismo gastronómico es uno de los atractivos principales que atraen a cualquiera hacia

el municipio. El cocido Chiguachía —ganador de un premio nacional gastronómico en 2010—

las arepas y los envueltos de pelado, los chorizos, el piquete, el pan de maíz, el pan de yuca, el

pan de sagú, las garullas, las repollas, la cuajada con melao, el kumis, el masato, el dulce de

papayuela y los yogures, hacen parte de los secretos de las abuelas que cautivan a quienes visitan

tierras chiguanas. Lugares como el Restaurante Suizo, La Bella Suiza, La Bella Italia, La

Montaña y la Plazeta, acuden a menús extranjeros en busca de deleitar al chiguano y al visitante

con una propuesta culinaria diferente, una cocina y un sabor internacional.

El servicio a la mesa es otro factor a resaltar del “Suizo”. El trato y cordialidad de sus

meseros hacen sentir al cliente a gusto; al mismo tiempo, los cocineros, con sus creaciones,
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deleitan el paladar de quien espera ansioso y hambriento por su plato. Siete empleados entre

semana y quince, en total, los sábados y domingos, son el grupo del trabajo del “Suizo”. Los

ocho adicionales de los fines de semana son jóvenes chiguanos —como el de la bandera— que

ofrecen sus servicios como meseros y parrilleros para conseguir un sustento antes de graduarse o

para su vida universitaria. Ellos no quieren la vida campesina de sus abuelos, lo que se les ha

incentivado es a una vida y una universidad en Bogotá o, en su defecto, en Villavicencio. Los

jóvenes, en todo el municipio, se rebuscan en restaurantes como el “Suizo” la financiación de sus

proyectos a futuro.

Santiago Díaz Pardo, un chiguano delgado, de cabello rubio y 1,80 de estatura, es el

parrillero del restaurante, un cargo que lleva desempeñando desde hace un año. Él, como Sofía,

Manuela, Cristian, Juan, Manuel, y Diego, sus compañeros de trabajo, baja cada fin de semana a

Choachí en busca del calor de su hogar y la camaradería de sus amigos, pero también para

hacerse una “platica extra”, como el mismo cataloga su sueldo, para sus gastos en Bogotá.

Santiago tiene 18 años y desde hace tres trabaja para el restaurante. Este parrillero, que sería

mesero en sus primeros dos años como empleado, se enamoró de la cocina en el restaurante y

decidió estudiar gastronomía en Bogotá, una carrera que se sostiene en gran parte gracias a los

100 mil pesos que se gana cada fin de semana.

“Uno va dos días para que le enseñen. En esas dos sesiones se le indica al mesero tres

actividades principales: la primera, presentarse. La segunda, cómo cargar la charola. Por último,

la más importante: que el cliente tiene la razón”, dice Santiago, recordando como a los 15 años

aprendió a ser mesero, con dos inducciones por parte de su jefe.


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Santiago y Manuel son dirigidos y orientados por Felipe Flórez, el administrador de este

negocio, un tipo de estatura baja, moreno y barbudo, quien también es hijo del empresario y

dueño del restaurante, Ricardo Flórez.

****

Martha Espinel es una mujer de contextura gruesa, cabello rubio, piel blanca y de 1,60 de

estatura. Sus ideas, a comparación de los pensamientos conservadores o tradicionales de sus

paisanos y vecinos, son liberales y contemporáneas. Martha ama su pueblo, le apasiona el medio

ambiente y lo defiende a como dé lugar. Ella, como Frida Kahlo o Emiliano Zapata, sus ídolos,

tiene un pensamiento crítico, el cual la ha llevado a impulsar y encabezar varias causas en busca

del bienestar chiguano, pero más que nada por el agua y los nacederos que hay en el municipio.

Campañas como “Perimetral sí, pero no así”, “Choachí sin minería” y “Agua sí, Minería no”,

donde Martha ha sido promotora, demuestran que a esta mujer le importa su pueblo, su hábitat,

su gente y todo lo que ocurra en Choachí.

Martha no es solo una mujer luchadora sino alegre y sencilla. Le gusta el cigarrillo, la

fiesta y un buen “tequitilita”; no obstante, también disfruta de los espacios tranquilos, caminar

por su finca, cocinar, hacer artesanías, pintar cuadros y deleitarse con la belleza natural de

Choachí, lugar donde se crio y actualmente vive.

En sus caminatas, por las 3 hectáreas de Choachímilco, Martha se ríe, reflexiona y

recuerda acerca de su infancia inolvidable en tierras chiguanas: “El pueblo era hermoso. Como
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no había casi carros jugábamos mucho en la calle. Antes había mucha gente que conocíamos,

ahora yo no vivo en el pueblo sino en el campo, pero cuando salgo veo mucha gente que no

conozco”, dice sonriendo antes de llevarse la mano hacia su saco en busca de un encendedor. Los

primeros recuerdos de Martha se remontan a los 70’s, una época distinta y un Choachí exclusivo

para chiguanos, pues turistas casi no había y muy pocos habitantes del pueblo emigraban a

Bogotá u otras ciudades. Por este motivo, casi todos se distinguían. Ahora todo es diferente.

Tanto su infancia como su adolescencia transcurrieron en Choachí gracias a que su padre

era chiguano; sin embargo, por falta de oportunidades en Colombia optó, en su juventud, por

tomar el riesgo e irse a aventurar en México. Su aventura y estadía en el país ‘manito’ no serían

pasajeras y la marcarían para siempre. Allí encontró un gran empleo en una empresa de logística,

el cual le brindó experiencias enriquecedoras por más de dos décadas; igualmente, su trabajo le

dio la posibilidad de viajar por todo el país. Un motivo para enamorarse aún más de México, su

segunda patria. Martha, ya establecida en México, viajó a Colombia muchas veces en vacaciones

y por cuestiones de negocios, situaciones que aprovechaba para visitar a su familia y su amado

Choachí.

Desde que se fue a vivir a México, Martha siempre tuvo un anhelo: volver a Colombia,

pero no a Cartagena, Santa Marta, Cali, Medellín o Bogotá, sino a su pueblo natal. Un deseo que

se convertiría en una realidad, pero que en visitas de sus amigos mexicanos a Choachí, al son de

rancheras y con unos tequilas en la cabeza, iría tomando forma de posada turística. Lo primero

sería el nombre. “Cuando veníamos de vacaciones y en ferias, mis amigos me decían: ‘vámonos

para Choachímilco, mezclando Choachí con un lugar que en México se llama Xochimilco, que
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significa tierra fértil para las flores y Choachí, para mí, es un lugar de flores. También me

encanta el colorido de ese lugar, sus trajineras y yo quería algo así”, dice Martha ya fumándose

un nuevo cigarrillo. Las trajineras —embarcaciones coloridas, bautizadas en sus frentes con

letreros grandes y que brindan pequeños viajes, música, comida y bebida en el lago de

Xochimilco en Ciudad de México— están representadas en los letreros de la finca y la casa en el

centro, pues son igual de grandes, llamativos y coloridos que las de las famosas embarcaciones.

Sin embargo, ocho años duraría el proyecto que alcanzó a brindar sustento, cuando era

casa de eventos, a más de diez jóvenes y donde cinco chiguanas tenían empleo fijo con la estadía

de turistas. Este fue el lapso que Choachímilco duro como empresa y posada turística, pues

Martha se aburrió que la DIAN (Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales de Colombia) le

cobrara impuestos, según ella “como un gran hotel”. Actualmente Martha es rentista capital —

consistente en que una persona natural o persona jurídica, empresa, registrada ante la DIAN

puede arrendar inmuebles— y hoy Choachímilco es una “urbanización”, donde gente de

Bogotá, quienes fueron huéspedes de la posada turística, se han traslado para vivir más

plácidamente.

Choachímilco ya no se alquila para fiestas ni eventos de particulares, ahora en los sitios

para reuniones se busca hacer obras de teatro, encuentros de poesía, exposiciones de pintura,

clases de yoga y fiestas entre los vecinos, buscando el bienestar, la unión y la paz para la

comunidad que vive allí. Por otro lado, cada espacio verde, frente a las cabañas arrendadas, ha

sido delegado por Martha a sus vecinos como una zona para crear y organizar una huerta

orgánica.
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La embajadora Espinel y una de sus arrendatarias, la pintora colombo venezolana

Adriana Uribe, adaptaron un cuarto y un jardín como taller artístico. En estos recintos las dos

mujeres siguen produciendo artesanías mexicanas, en todos los tamaños y todos los colores,

como corazones, hombres con sombreros y catrinas, además de pinturas para el goce del público

que sigue entrando a la finca para conocerla,o chiguanos que mediante Facebook —medio por

donde Martha notifica de los problemas de Choachí a sus paisanos y ocasionalmente ofrece

platos mexicanos bajo encargo— le han apartado un plato de enchiladas, tacos o quesadillas para

disfrutarlos en un ambiente único, como lo es el de su rancho.

Choachímilco se describe con un cuadro que se resalta en su entrada y donde dice: “Este

es un lugar para ser feliz…”

****

Ricardo Flórez es un tipo bajito de tez blanca con lentes y que viste de pies a cabeza de

marca. Su saco Polo Ralph Lauren, su jean Levis y sus zapatos Arturo Calle, dan pista de que es

un tipo “con plata”. Ricardo es oriundo de Bogotá, pero criado entre La Calera y Choachí;

también es un hombre serio, consagrado al trabajo y un personaje sin pelos en la lengua—como

popularmente se le conoce a una persona sincera— para hablar de Choachí.

La familia Flórez es una marca autorizada en todo el oriente cundinamarqués. Obras en

Choachí, Fómeque, Ubaque y Cáqueza en cuestión de plazas de mercado, bodegas y casas de

descanso, son la carta de presentación para que Ricardo, al igual que sus hermanos, hable con
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autoridad de infraestructura y modernización. El propietario del “Suizo”, a su vez, es narcisista

con su trabajo e igualmente critica lo no vistoso, barato y mediocre en cualquier edificación del

pueblo. “Los chiguanos no tienen la conciencia de lo importante que es conservar la

arquitectura, la belleza, la estética de las cosas, entonces cada quien hace lo que quiere y lo que

puede y ya, se saltan las normas urbanísticas” dice Ricardo con un tono fuerte y preocupado. Él,

antes de ser un conocedor de países, culturas y arquitectura, es un amante de la belleza y la

estética.

Para él su labor es crucial en el desarrollo de un pueblo como Choachí, donde sus

empresas no solo brindan trabajo para el chiguano sino que también han introducido un concepto

estético, elegante y adecuado a la hora de construir y comer en el municipio. Ricardo no es solo

dueño del “Suizo” sino también del grupo Box, el cual está compuesto por tres empresas, donde

cada una se encarga de diferentes nichos de mercado. La primera es la comercializadora Box,

encargada en labores de distribuir materiales al por mayor en el oriente de Cundinamarca,

además de concentrar el comercio de estos mismos materiales en Choachí. La segunda es la

constructora Box, delegada para diseñar y llevar a cabo procesos urbanísticos en todo el oriente

de Cundinamarca. La última es la inmobiliaria Box, un negocio a futuro, como lo describe el

mismo Ricardo, pero que de a poco va tomando forma, pues con la Perimetral el destino de

Choachí, según Flórez, es el de ser “fincas de descanso”.

Alrededor de 30 empleados, entre la comercializadora box y el restaurante, son las

personas que están bajo su mando. Ricardo es el jefe y propietario de todo un imperio. Desde la

entrada al pueblo, por la vía a Bogotá, se puede ver el poderío que tiene este hombre en Choachí,
100

debido a que la primera magna construcción en el pueblo son unas bodegas de propiedad del

grupo Box, donde, además de recibir material para comercializar en toda la región, hay un

pendón promocionando prontas urbanizaciones en el pueblo. Un negocio bien planteado, pues

todos —sin excluir a nadie, por el tamaño de las bodegas y el pendón— divisan, se enteran y

hasta se antojan de las nuevas casas. Un negocio redondo.

Luz Miriam Beltrán, más chiguana que el piquete, denuncia como Flórez también ha

incurrido en interrumpir la belleza, pero de algo más trascendental para el pueblo: su naturaleza.

“Toca que le diga a él (Ricardo Flórez) que le quedo muy bonita la urbanización, lástima que nos

quitó esos potreros tan lindos que habían y la vista hacia el monte, por poner solo paredes y más

paredes” afirma Luz Miriam señalando varias casas de dos y tres pisos con el mismo diseño,

pero diferentes colores en sus techos. Esto es el proyecto —que paradójicamente se llama—

Buenavista, propiedad de la constructora Box.

“Uno construye es pensando en hacer espacios agradables, funcionales y estéticos, donde

el ser humano viva bien y eso es lo que hay que hacer” afirma Ricardo, cuando se le pregunta por

la reacción de sus vecinos ante sus construcciones. El “Suizo” también da muestra, no solo del

poderío de Ricardo Flórez en el municipio, sino que la estética y la belleza son lo más importante

para él; desde el servicio y la comida hasta los vitrales, con diseños de paisajes suizos, y las

mesas con manteles a cuadros limpiecitos, todo lo que tiene que ver con él es bello.

Ricardo es uno de los muchos empresarios de quien difaman en el pueblo y hasta han

sido capaz de decir que su patrimonio económico fue adquirido gracias a un noviazgo con un
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hombre mayor, quien al morir dejo todo a nombre del dueño del restaurante. Por otra parte,

Flórez es un modelo a seguir por muchachos visionarios, pues no es solo Ricardo sino “Don”

Ricardo, quien le ha dado un vuelco a la fachada del pueblo e igualmente ha adquirido beneficios

económicos por hacerlo.

“El municipio ya no es del todo una región agrícola. Un dato que me dieron en

Planeación: Choachí tenía 2000 hectáreas sembradas en agricultura actualmente tiene 500”

afirma Ricardo y mira al cielo como pensando en un nuevo negocio.

Este hombre es visto por varios jóvenes en Choachí como un ejemplo a seguir,

esforzándose por salir de su pueblo, para convertirse en profesionales, montar empresa y

conseguir plata. Ricardo Flórez es un tipo de negocios, con una mente europea —gracias a sus

ideas mercantilistas—, con fascinación por el goulash a la húngara y dueño de un restaurante

suizo, motivos que le dan más fuerza y ayuda a validar la noción de que: Ricardo Flórez es un

tipo que parece del otro lado del charco.

****

Choachí es un mar de colores, personajes y olores propios; no obstante, otras culturas y

diferentes países se han enamorado de sus paisajes y sus gentes, influyendo también en el

imaginario del pueblo e infundiendo, en estos últimos años, nuevos pensamientos, héroes,

actividades y costumbres en la población chiguana.


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El pueblo ha dejado de ser tan tranquilo, pues el movimiento del turista, el crecimiento

del casco urbano y la apertura todos los días de nuevos negocios hacen que sea un Choachí

diferente, un Choachí más citadino.

El que trabaja no come paja

Dos jóvenes hacen una parada obligada. Llevan caminados casi 700 metros empinados y

sus corazones palpitan cada vez más fuerte, su respiración está agitada, y sus miradas hacia el

horizonte solo manifiestan que buscan algo o alguien, pero aún no lo han visto. Su vestuario

tampoco es el ideal. Uno tiene mocasines cafés, un jean entubado, un reloj de correa de cuero en

la mano izquierda, y una camisa Tommy Hilfiger azul a rayas, que parece un mapamundi por los

parches de sudor que le escurren por la espalda; el otro lleva puesto una chaqueta Lacoste azul

oscuro, un jean negro, más entubado al de su compañero, unos tenis negros de la misma marca,

y una gorra del mismo color, que disimula un poco el sudor que hay en su frente. Su vestimenta

es la adecuada para ir a clase en una universidad en Bogotá y no para la loma a la que se están

enfrentando.

Si acaso lo único que concuerda con la naturaleza y la caminata que están haciendo, es el

cocodrilo, logo de la marca francesa, que el segundo lleva estampado en su abrigo y zapatillas.

Ellos no son de por acá y parecen perdidos. En su parada, casi ahogados, el de la camisa a rayas

saca su celular y hace una llamada.


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¬—Pedro, seguimos por la destapada y no vemos nada —dice jadeando.

Espera por la respuesta de Pedro y segundos después, en seguida de colgar, le dice a su

compañero:

—Dijo que ya estamos llegando y que le metamos la doble —con tono más aliviado.

—Todo sea por llegar a La Minga —contesta el de la gorra poniéndose en posición para

volver a caminar.

Un camino real, una loma que parece una eternidad, un camino de herradura por donde

han pasado muchas generaciones chiguanas, una carretera destapada donde se tiene que poner la

doble al carro para que no se cuelgue o una prueba de senderismo para novatos en esta disciplina,

son algunas de las descripciones que dan empresarios, reinas de belleza, extranjeros, estudiantes,

turistas y los mismos chiguanos, sobre estos 850 metros inclinados que separan la vía principal

Bogotá-Choachí de La Minga. Cada uno lo explica según su experiencia llegando hasta allí.

El trayecto, que hace sudar a casi todo el que lo emprende, también fue el escenario de un

camino real —caminos que hacían el papel de vías en La Colonia, pues unían los grandes centros

poblados de la Nueva Granada—, que conectaba a Bogotá con Villavicencio, teniendo como

paso obligado a Choachí y sus veredas. Este camino real no solo fue utilizado frecuentemente en

La Colonia, sino hasta mediados de los cincuenta, cuando era de los más transitados por
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campesinos de todo el oriente de Cundinamarca, quienes, a lomo de mula y a pie limpio,

llevaban lo que cosechaban para venderlo en la plaza de mercado del barrio Egipto. Igualmente,

transportaban para sus pueblos y veredas víveres como la sal y el aceite que escaseaban en el

mercado local, pero que en Bogotá se conseguían. Las alpargatas no se ponían por el camino,

pues se gastaban y era costoso volver a comprar otras; sin embargo, el calzado era necesario para

dar una buena imagen en la plaza bogotana, y ahí sí los usaban. El resultado de no ponerse

zapatos en estos viajes mercantiles, era que los caminos resultaban totalmente ensangrentados.

Este camino es un recorrido, históricamente hablando, de “sangre, sudor y lágrimas”, como dice

un adagio popular.

Las cosas han cambiado. La carretera facilitó el paso entre el municipio y la capital. Hoy

tanto el bogotano “baja” a Choachí, por motivos de turismo y descanso, como el chiguano

“sube” a Bogotá por compromisos laborales, universitarios, médicos y hasta de esparcimiento.

La Minga, ubicada en la vereda Resguardo Alto, a 3 kilómetros del pueblo, es el mejor

ejemplo de que Choachí, para muchos turistas, es un paraíso terrenal y uno de los mejores

lugares para vivir cuando llegue la tan anhelada pensión. No obstante, en la Minga el descanso es

importante pero primordial; para sus visitantes representa las ganas de cambiar la mentalidad de

nuestros país, reconocer al otro como semejante —sin importar la raza o la condición social—,

valorar nuestras especies e igualmente nuestra flora y fauna, generar conciencia sobre las

riquezas naturales y patrimoniales de Choachí y Colombia, y lo más valioso: trabajar y estar


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dispuesto a echar una mano en todo trabajo —por más complicado y sencillo— que pueda haber

allí.

En La Minga la mano de obra no tiene remuneración económica, pero quien ayuda no se

va con la barriga, ni la mente, ni las manos vacías.

****

Una carretera compuesta por un CAI, una electrificadora, seis piqueteaderos, siete

cafeterías, un monumento a la virgen y alrededor de 140 curvas, son los que separan al barrio

Egipto, en la salida oriental de Bogotá, de Choachí.

En este recorrido de más de una hora, por un camino curvo que puede marear a

cualquiera, la vegetación y las montañas —además de las curvas de la carretera— predominan.

Una peña y un páramo también hacen parte del paisaje. Por esta vía, a comparación de otras

salidas de Bogotá hacia municipios como La Calera, Soacha, Funza, Chía o Chipaque, no hay

trancones y el flujo de carros no muestra largas filas. Camiones, flotas y uno que otro campero,

son los que más la transitan entre semana. Los sábados, domingos y festivos, en este moderado

desfile de carros, se suman nuevos participantes como automóviles, camionetas, motocicletas y

hasta bicicletas, pues los ciclistas han encontrado en esta carretera las condiciones de una prueba

de alta montaña, lo cual los lleva a retarse a sí mismos y a sus piernas.


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Choachí, desde su entrada, es un pueblo que ofrece escenarios repletos de naturaleza y

contrastes. Variedad podría ser el mejor sinónimo o el equivalente cuando se escuche el nombre

del municipio. Algo que, como si fuera una primera cita, atrae o aburre a quien recorre por

primera vez esta vía. Para Pedro Medina, dueño y creador de La Minga, la serenidad, el olor a

tierra, el carisma de la gente, el cantar de los pájaros y paisajes como el de “La Chorrera”, la

cascada escalonada más alta de Colombia con 590 metros de distancia, lo enamoraron a primera

vista de Choachí.

****

Pedro es un hombre calvo, viste con pantalón de dril, botas a medio amarrar y camisa de

cuadros. Podría pasar inadvertido en el pueblo y hasta ser uno chiguano más, debido a su

sencillez, actitud tranquila y atuendo sobrio. Eso es lo que él busca y lo que quiere en Choachí:

no generar ningún tipo de escándalo. Para esto, Pedro acude a un término inventado por él:

“Neochiguano”. Con esta palabra —compuesta por neo, que significa nuevo, y chiguano,

gentilicio de los nacidos en Choachí—, Pedro se define a sí mismo desde que llegó a hacer parte

activa de Resguardo Alto. El neochiguano es todo aquel que llega a ocupar un espacio en el

pueblo; al mismo tiempo, este personaje convive todos los días con los chiguanos, sus

costumbres y sus pensamientos.

Sin embargo, para ser un neochiguano se necesita más que simplemente tener un terreno

y pasearse por el pueblo. “Los que vamos llegando tenemos que ser conscientes que debemos

cuidar el pueblo y no llegar a imponer y decir ‘es que todo en Bogotá es mejor’, no eso no.
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Llegar a valorar lo de aquí y, sobre todo, a trabajar por el pueblo. Eso me parece importante. Si

mejoramos nuestra cuadra, nuestra casa mejora. Aprender a trabajar por lo de aquí” recomienda

Pedro a todo el que llegue a vivir a un pedacito de Choachí y no sea de procedencia chiguana.

El propietario de La Minga no es solo verso. Él predica y aplica. Medina se intriga por la

historia del pueblo, sus habitantes, sus tradiciones, además de rescatar lo que él califica como

“activos ocultos”: atractivos que hay en el entorno y que la gente no ve. “Tesoros que vemos día

a día y no los valoramos”, dice. Ejemplos claros en Choachí son el aviturismo y el chulque,

pues, según Pedro, “la mayoría de personas que viven aquí no saben de esto, pero en Choachí

tenemos el 1,3 % de las especies de aves del mundo, que equivale a 135 especies. Esto lo revela

un estudio que hemos venido realizando también con registro junto a Hernán Borbón, un

muchacho de Guaza —una vereda que pertenece a Choachí— apasionado por el avistamiento de

aves. El aviturismo es una forma de hacer turismo que genera grandes dividendos y anualmente

factura la pequeña suma de 115.000 millones de dólares. Igualmente pasa con el chulque, pues

tiene más vitamina C que una naranja y se produce en cualquier camino de la región y muchos ni

lo miran, menos lo van a utilizar. Esos son activos ocultos”.

Pedro Medina también es un tipo que observa y escucha. Algunos días le gusta bajar al

pueblo y allí hacer mercado en la plaza, “parar oído” y mantener una charla productiva con

alguien que le proponga un tema que beneficie al pueblo, iniciativas de emprendimiento y

hechos que tal vez desconozca de la historia de Choachí. “Él es muy formal. Cada vez que entra
108

al almacén saluda, pregunta cómo estamos y nos regala galletas de coco”, afirma Sandra

Cubillos, quien trabaja en un almacén de víveres cerca al centro del pueblo.

Este neochiguano, a diferencia del chiguano, no le gusta el chisme y lo cree nocivo tanto

para la comunidad como para la salud del ser humano; si escucha críticas y cuentos negativos de

parte de alguien, prefiere alejarse y seguir aprendiendo, generando cambios de paradigmas y

enamorarse de su nueva tierra.

“Choachí no es un pueblo mudo. Aquí todos hablan y se relacionan. La gente de Choachí

camina por la vía principal y, lo más increíble, los carros los siguen y no les pitan; cuando algún

conductor pita es porque esa persona no es de aquí, es de Bogotá”, dice Pedro casi carcajeando.

“A pesar de no ser silencioso este es un pueblo tranquilo donde hay tres ladrones y todo el

mundo los conoce”. Estas son unas de las muchísimas conclusiones a las que ha llegado este

hombre en los nueve años desde que planeó su proyecto y compro el terreno, pero también de los

últimos dos que lleva viviendo, observando y escuchando a Choachí.

Sus 56 años solo se pueden verificar gracias a su calva, porque la energía y la vitalidad

con que afronta cada actividad es la de un muchacho de 20. Todo se lo debe a su cambio de vida.

Este hombre que en 1995 trajo Mc Donald’s a Colombia, la franquicia de comidas rápidas más

importante del mundo, hoy prefiere comerse unas semillas de calabaza, llenas de proteína, antes

que una cheese Burger, repleta de grasa. Hoy Pedro disfruta de lo nuestro y se deleita con las

cosas bellas que le brinda Colombia. Este estudiante de Historia, Economía y Relaciones
109

Internacionales de la Universidad de Virginia en Estados Unidos, y catedrático de Los Andes por

varios años, actualmente no sabe nada de la famosa cadena global de hamburguesas. Ese ya no es

su cuento ni su interés. Por el contrario, aunque suene paradójico, es vegetariano, aunque a veces

hace excepciones y se anima a comer la única carne que él considera saludable: el pescado.

Igualmente, ahora entiende de la biodiversidad de nuestra nación, que es verdaderamente

Colombia y su gente. Su búsqueda de activos ocultos lo ha llevado por toda la geografía

nacional, llevándolo a rincones desconocidos hasta para el atlas colombiano.

Las fotos y su celular —un iphone 5 s con carcaza amarilla— son sus mejores

herramientas para crear comunidades y redes con las mismas ganas de trabajar por un mejor país

y un mejor pueblo. Pedro le habla a Siri como en aquellos tiempos donde era administrativo y

las secretarias estaban pendiente a todas sus directrices. Por medio del micrófono guarda sus

contactos y hasta les hace pequeñas descripciones. La tecnología no le queda grande: postea cada

día en sus redes sociales imágenes referentes a temas de naturaleza, paisajes únicos, historias de

emprendimiento, personajes fuera de lo común, reflexiones educativas y relatos entusiastas.

Pedro dice que para generar “capital social”, lo que llama el eslabón perdido de la

sociedad colombiana, se deben establecer redes bien tejidas y unidas —colocando el ejemplo de

Potrerogrande y su comunidad tan unida—, lo cual genera que la gente sea menos propensa a

hacer trampa. Teniendo como resultado una sociedad con bajos índices de corrupción y así

mucho más equitativa. Algo que en sus estudios universitarios demostró y hoy lo ha llevado a
110

planear más de 15 conferencias alrededor del tema, y a dictar seminarios en 168 ciudades y 36

países.

Sus conferencias y seminarios no son nada baratos. Una sola charla, dependiendo del

tiempo, podría llegar a costar entre dos a cuatro millones pesos y según el país el monto puede

subir, pero como buen neochiguano y amante de su pueblo, los precios para sus vecinos son

diferentes. Una charla para campesinos y comunidades veredales que podría significarle una hora

de su tiempo, es cambiada por dos kilos de queso y unos yogures. El trueque es algo simbólico y

primario en su ideología.

Su labia e ingenio es complementado por la biblioteca y el banco de datos que lleva en su

cabeza. Sin embargo, lo que más le importa es el bienestar de su comunidad. Por esto es el

promotor y presidente de “Yo creo en Colombia”, una iniciativa que busca promover nuestra

nación como un país capaz, recursivo, innovador, solidario y confiable. Un proyecto impulsado

por el mismo Pedro en el municipio, que junto a José Luis Quiñones, joven chiguano, son

promotores de “Yo Creo en Choachí”. Un proyecto que se han trazado para destacar lo bueno, lo

útil y lo desconocido de Choachí. El primer paso: crear un grupo de WhatsApp y compartir con

chiguanos entusiastas todas las ideas, fotos e historias para dar más motivos sobre la

majestuosidad y el paraíso que es Choachí.

Este es el neochiguano más chiguano que hay. Tanto es el boom de este hombre, que fue

elegido como Presidente de la Junta de Acción Comunal de su vereda y aconseja a los otros
111

presidentes para avanzar en sus territorios de la mano de sus comunidades, como él lo hace. Este

es Pedro Medina un enamorado de la naturaleza, la gente y la confianza en lo nuestro.

****

Después de ascender la loma, por la que más de un siglo atrás caminaría Simón Bolívar

en La Colonia y ahora recorren ejecutivos, actores y arquitectos —pupilos universitarios y

amigos de Pedro—en busca de La Minga, lo primero que se encuentran es una pared levantada

con bareque y guadua. Este muro posee una puerta, una venta —primeros elementos que compró

Pedro después de divorciarse y tomar la decisión de hacer una vida diferente en una casa de

barro—, un letrero con el nombre de la finca, que da la bienvenida en español y en inglés, y un

mapa de La Minga. El croquis del lugar lleva inscrito: “La Minga es un ave que vuela libre, es un

pez que aprendió a volar”. Y es que el predio, aunque no fue planeado de esa manera, tiene

silueta de pájaro, esos animales que tanto Pedro admira, y considera como activo oculto.

La banda sonora en La Minga es el agua. Cada paso en este sitio viene acompañado por el

ruido que procede de la quebrada, donde Pedro acostumbra bañarse; esta misma melodía, es la

que ameniza las noches de Medina y sus más cercanos vecinos.

“Cuando entras a la casa hay letreros en un pasillo que dicen: ¿Qué quieres cambiar?

¿Qué quieres dejar atrás? Y si estás dispuesto a asumir los retos que vienen con esa toma de

decisiones”, dice Mariana Rolón, una periodista bogotana de Las Naciones Unidas, quien durmió
112

y visitó hace poco La Minga. Esta mujer se refiere al umbral del riesgo, un pasillo largo hecho

con mallas en el que Pedro hace comprometer a sus visitantes a que harán cambios, de ahí en

adelante, en sus actitudes y pensamientos.

Minga es un término que en quechua significa trabajar juntos y eso es lo que se realiza en

el hogar de Pedro Medina: se trabaja codo a codo. Desde su creación, el trabajo ha sido una

práctica habitual. Hombres de Choachí, Santander y Boyacá, 16 en total, fueron quienes

construyeron el sueño de Pedro y hoy gozan de una particular placa dentro de La Minga; sus

nombres están esculpidos en 16 en tablas en la entrada de la casa más grande. “La única vez

donde los comedores tuvieron manteles, hubo servicio a la mesa, se hizo una fiesta y La Minga

se vistió de gala, fue en una celebración para aquellos que construyeron esta casa”, dice Pedro

mientras señala el homenaje a sus obreros.

La Minga se compone de seis casas. Cada una de las construcciones son con bases de

tapia pisada, adobo y bareque. La más grande es la “casa gestante”, donde vive Pedro y la

primera en ser construida. Pedro la cataloga como “sismo indiferente”, pues gracias a los

materiales con que está hecha le “vale huevo si hay una catástrofe natural”; es una casa rústica

no solo por la forma en que fue construida sino por los escenarios que se encuentran dentro de

ella.

Una de las paredes de la cocina es la roca de la montaña con que limita la casa, algo a que

es denominado por Pedro como un “accidente feliz”. Aquí la nevera fue desconectada y es
113

utilizada como alacena, pues la energía que consume el electrodoméstico es exagerada; si se

necesita poner a enfriar una cuajada o unas cervezas, se utiliza la quebrada que pasa por la casa.

La sala o como fue bautizada por su dueño “el salón oval” —gracias a su forma y la creencia

que las grandes cosas que nos dan la vida, como la tierra y los ovarios, son ovaladas— es donde

Pedro ofrece, crea y desarrolla cada una de sus conferencias. En este mismo salón las paredes

son en barro, haciendo una metáfora en contra a los estratos, pues desde que se llega a La Minga

las clases sociales no existen. La misma casa tiene una biblioteca comunitaria con gran cantidad

de ejemplares en sus vitrinas, pero lo más curioso es que se encuentra interrumpida por un baño,

este espacio fue apodado la “Inoteca”, por la combinación de inodoro y biblioteca.

La habitación de Pedro, conectada con el salón oval por unas escaleras, es diferente. Este

es su espacio favorito y el que lleva a su mente el recuerdo más bello vivido en La Minga: el

nacimiento de su nieto Alun. Su hijo y su nuera no lo tuvieron en una clínica o un hospital; ellos

querían que naciera en medio de la naturaleza y mediante un parto natural. 40 días y 40 noches

fue lo que la pareja duró en el cuarto junto al recién nacido. Desde el primer lloriqueo de Alun y

sabiendo que su hijo, Felipe, se trasladaría con su familia a la casa del colibrí —otra de las casas

que hay en la Minga—, Pedro decidió cuál sería su dormitorio, ese mismo donde nació y paso

sus primeros días el más pequeño de sus primogénitos.

Esta alcoba, Pedro —como si ya fuera rutina inventar nombre para las cosas— la define

como “caordica”, una mezcla entre caos y orden. Aunque parezca una ola de basura, todo tiene

su orden y funcionalidad. Su cama y su mesa de noche son desechos de los cafetales de


114

Starbucks en Colombia; las bases de ambos muebles están hechos con las raíces de árboles

cafeteros, provenientes de Nariño; al lado de estos, libros, artesanías y un salterio —una caja de

resonancia que hace la labor de instrumento—, el cual lo está aprendiendo a tocar

empíricamente. Frente a su cama hay viejos disquetes y video cassettes de VHS, los cuales están

pegados entre ellos con cintas, formando inusuales cajas que están repletas de artesanías como

casas, ladrillos, palomas y machetes a pequeña escala, por solo nombrar algunas. Estas pequeñas

obras son entregadas por Pedro a los más participativos en sus conferencias, por eso la gran

cantidad que tiene.

Las artesanías fueron otro motivo que llevarían a Pedro a mudarse de la 74 con primera

en Bogotá, y a enamorarse aún más de Choachí y su gente. Pedro llegó a la casa de la cultura de

Choachí, se enamoró de una exposición de muñecas y preguntó quién era la autora y que si la

podría conocer para preguntarle por su obra. La respuesta fue que era la primera dama de aquel

entonces, Doña Myriam Barbosa, le dieron la dirección de su casa pero también le dijeron que

era difícil que lo atendiera. Pero la primera dama lo recibió en su casa, atendió sus inquietudes y,

como un acto de nobleza, sin saber quién era, le regalo artesanías hechas por ella. Ya no había

ninguna duda, el verde de las tierras, la tranquilidad en la zona, el poco flujo de carros y la

amabilidad de los chiguanos —reflejado en su primera dama— lo inclinaron por decantarse por

Choachí y hacer su tan soñada casa de barro.

Al mejor estilo de una película de drama, Pedro tiene un pasadizo en su cuarto, el cual se

encuentra camuflado gracias a una biblioteca, ubicada al lado de donde se guardan las artesanías.
115

Es demasiado simple pero al ser tan “caordica” la habitación, el ojo no capta, a simple vista, una

pequeña división que hay entre los libros, que al correrse abre un portón. Sin embargo, este no

lleva a un lugar de fortunas sino que abre las puertas de su baño. Es ahí, donde Pedro guarda los

recuerdos, placas y diplomas —en español y en inglés— de cuando era el más alto funcionario

de Mc Donalds e igualmente un gran vendedor. Por su ubicación —los diplomas están colgados

cerca al inodoro y al lavamanos— pareciera que estos reconocimientos a Pedro ya no le

importaran; es como si estos hicieran parte de un pasado del cual no quiere vanagloriarse ni al

que tampoco quisiera condenar a su hijo, nieto y futuras generaciones.

La casa gestante, al ser la más enorme y majestuosa, cuenta con otros espacios como la

terraza de la paz, que se caracteriza por un balcón con la mejor vista de la vereda, y donde las

barandas están elaboradas con palos y en formas de “Yes” o Y griegas, pues, según la filosofía

de Medina, representan oportunidades. Éstas se dan tomando decisiones, que muchas veces son

dualidades, como lo es la forma de una Y: un camino que se divide en dos. Por último, la casa

tiene un jardín construido en todo el techo. Un techo verde y medicinal, donde se planta ortiga,

caléndula y otras plantas medicinales. En este espacio se emplea el reciclar, reutilizar y reducir

como lema, algo confirmado con las 11 ventanas de carros viejos puestos sobre bases en el techo,

que hacen el papel de ventanas para una mejor ventilación y que le entre mucha luz a la casa

principal.

Las otras cinco edificaciones restantes son la casa del colibrí, la más pequeña y hogar del

hijo de Pedro; la casa del cóndor, lugar colorido, con una terraza llena de cojines además de
116

hamacas, y con el techo con forma de alas; la casa del armadillo, con forma redonda y donde

funciona el museo para la paz; la casa del jaguar, donde hay solo dormitorios e imágenes

referentes al jaguar, y la casa en el aire, un homenaje de Pedro a sus padres y donde tiene la cama

donde, según él, lo concibieron hace 57 años. Todas tienen su propia magia y camas para los

huéspedes.

En total hay 24 camas en todas las casas y la noche por persona tiene un costo de 100.000

pesos —incluyendo las tres comidas y el recorrido por La Minga, con su respectivo guía

turístico— pero si alguien no tiene dinero y quiere disfrutar de la serenidad de este lugar, se hace

un trueque. Este proceso consiste en trabajar para pagar el hospedaje; acá, el trabajo vale, y

mucho. Pedro les pide a sus huéspedes e invitados que le enseñen cualquier saber y le colaboren

en todo tipo de labores, de cualquier índole, pero donde se sientan más útiles. Cargar palos, hacer

y cocinar envueltos, pintar cuadros y hasta tejer, son tareas que Pedro premia con la estadía en su

casa. Para él, cualquier ayuda, desde que sea constante, con buena energía y bien hecha, es

valiosísima.

El trueque y las mingas son algo a destacar en este lugar.

Las mingas o trabajos en conjunto son llevadas a cabo cada dos o tres meses dependiendo

la rigurosidad y la cantidad de trabajo requerido. Las actividades consisten en prestar mano de

obra —en reparaciones o modificaciones que necesite las edificaciones y el terreno— por medio

día, mientras que el otro medio se festeja con actividades lúdicas, conociendo personas o
117

compartiendo algo de comida. Estas mingas incluyen muchas veces el hospedaje de quien aporta

su granito de arena.

Por otra parte, el trueque no solo ocurre con quien quiera quedarse en casa de Pedro o

recibir una de sus charlas, sino que este método de canje ya se instituyó en todo Choachí, por lo

menos una vez al año. Trueque es definido por la RAE (Real Academia Española) como el

“intercambio de bienes y servicios, sin mediar la intervención del dinero” y esto es lo que ocurre

cada agosto en La Minga desde hace nueve años.

En este espacio es donde habitantes de Choachí, del pueblo o de las veredas, llegan con

productos como huevos, quesos, kumis y hasta plantas —difíciles de conseguir en la ciudad— y

hacen un canje con personas de Bogotá por elementos como computadores o bicicletas —los

cuales sirven pero ya no son usados en sus casas—. “Este intercambio empezó con 90 personas

en su primer año (2009) y va creciendo cada año, tanto así, que al último trueque, realizado en

2017 y llamado “maíz y Hip Hop”, fueron más de 1300 personas” dice José Luis Quiñones, guía

turístico de La Minga y mano derecha cuando Pedro emprende viajes para dar sus conferencias y

deja La Minga. Una actividad masiva y con gran acogida donde no están presentes ni el dinero ni

el trago.

El trueque municipal ha sido tan atractivo y benéfico para los chiguanos que ya hasta la

Alcaldía hace parte de la organización del evento, lo promociona, da las pautas para participar y

hasta ayuda a otros municipios —como La Calera— a implementarlo.


118

La Minga no son solo edificaciones de barro que conviven con la naturaleza, es trabajo,

tranquilidad, ecosistemas, sabiduría, amor por lo que se hace y conciencia de donde se habita.

Ese es el encanto y lo que atrae a muchas personas a La Minga.

****

El Museo de La Paz, ubicado en la casa del armadillo y espacio adecuado por Pedro y

José Luis para montar su propio recorrido de concientización, es un homenaje a Colombia y el

intento más fidedigno por cambiar paradigmas y estereotipos de nuestro territorio. “El cuento

que no contamos no vale”, es lo primero que dice Pedro al empezar su recorrido.

Lavadoras viejas, en la entrada del Museo de La Paz, son la metáfora de que “la ropa

sucia se lava en casa”, una práctica para solucionar problemas entre los directamente implicados

y que hace falta en Colombia, además de que podría aumentar significativamente el respeto en

una comunidad. Rocas y palos de todo tipo, con agujeros en sus formas y recogidas por Pedro

por toda Colombia —que tanto José Luis y Pedro llevan a sus ojos para hacer la primera

demostración a los visitantes del museo—, ofrece n diferentes ángulos para la visión de quien las

utiliza como lupas. El mensaje con estos objetos es que cada colombiano tiene diferentes puntos

de vista y todos son igual de importantes, un factor que generaría tolerancia pero que ha faltado

en la historia de Colombia, causando todo tipo de guerras en el territorio nacional. Artesanías,

juguetes y hasta pastas de laboratorio, son utilizadas, por el guía de turno, para mostrar el ingenio
119

de los colombianos, la capacidad de innovar y lo que nos hace diferentes: nuestra diversidad de

culturas y costumbres.

Este museo es el pretexto perfecto para hablar de los cuatro que hay en Choachí. El

primero es el museo de los ángeles, constituido por más de 8000 estatuillas de ángeles, de todos

los tamaños y hechos en materiales como mierda de caballo, que se encuentra en una casa en el

pueblo. Su propietario es el profesor e historiador chiguano, Fabio Pardo. El segundo es el museo

etnográfico “El Bosque”, ubicado en la vereda de Maza, del profesor Miguel Cruz, quien vivió

en el Amazonas y recogió más de 100 piezas en su estadía como esqueletos y cañas de pescar,

que hoy hacen parte de su finca-museo. Esta idea es complementada con una pequeña granja

orgánica, la cual ha sido desarrollada también por el profesor Cruz. El tercero es el museo de La

Paz en La Minga. Finalmente, el cuarto es el museo al Nissan Patrol, ubicado en la vereda de

Potrerogrande, donde una gruta en honor a la Virgen del Carmen —considerada como la patrona

de los conductores— tiene empotrado un Nissan blanco y rojo del 78, haciéndole reverencia a la

Virgen, quien, a su vez, tiene una estatua encima del Nissan.

El último le trae un gran recuerdo a Pedro, pues fue gracias a este que conseguiría un

motor nuevo para su Nissan Frontier. Su carro en un viaje de vuelta hacia La Minga no venía del

todo bien y se terminó descomponiendo. El problema era que el motor estaba fundido. Medina

acudió al gerente de Nissan Colombia, pupilo suyo en Los Andes, para solucionar su problema e

intentar negociar el precio de la pieza para su vehículo. El precio por el motor eran ocho millones

de pesos, de los cuales Medina tenía cuatro, pero era urgente el arreglo de su Nissan. Por medio
120

del grupo en Whatsapp “Yo Creo en Choachì” le llegó una foto de la gruta y de inmediato

pensó enviarla al gerente de Nissan. El alto dirigente quedó impresionado, era la mejor

publicidad para la marca en Colombia, “una marca de tradición y de fè”, podría ser el eslogan.

La foto no la podía dejar pasar. El retrato valió el bono de cuatro millones de pesos y el arreglo,

con las mejores condiciones, de la Frontier.

Estos lugares son patrimonios chiguanos y sitios que han enriquecido el pensamiento de

la gente del pueblo además de quien lo visita. Por estos museos es que existe “Yo creo en

Choachí”.

“Si no se le inculca a la sangre joven volver a sus raíces se acaban los pueblos”, es lo

primero que se le viene a la mente a Pedro al hablar de José Luis, su joven escudero de 17 años.

Este muchacho, campeón nacional de ajedrez —deporte donde Choachí es potencia nacional—,

es moreno, 1,70 de estatura, con gafas y rapado, pero, sobre todo, orgullosamente chiguano.

José Luis es la segunda cabeza visible de “Yo Creo en Choachí”, una iniciativa basada

“en enorgullecer al pueblo chiguano y que cuando se escuche la palabra Choachí se les infle el

pecho. Que digamos ‘Soy chiguano, soy campesino’ eso es lo que busca este proyecto”, afirma

José Luis sobre la iniciativa planeada desde hace más de un año y donde un grupo en Whatsapp,

una cuenta en Twitter e Instagram, son los primeros medios para que los chiguanos, sobre todo

los jóvenes, entiendan lo que es el plan trazado, por Pedro y José Luis, para resaltar lo bello y lo

bueno de Choachí.
121

José Luis llegó a ser el promotor de “Yo creo en Choachí” siendo primero el guía

turístico del La Minga gracias a la cercanía de esta con la casa de su abuelo, Don Hernando

Martínez. Este viejo de múltiples arrugas en su cara es un hombre de talla baja, moreno, vecino

de La Minga y amigo personal de Pedro. Sus historias y aventuras en su juventud lo llevaron a

viajar por todo el país y en Sevilla, Valle del Cauca, haría algo que impresionó a todo el

municipio vallecaucano. “Bandoleros llegaron a la finca donde vivía y comenzaron a disparar, yo

saqué una escopeta y como pude le di a mis vecinos fuerza para que sacaran sus escopetas y nos

enfrentáramos a esos guerrilleros, haciéndolos huir de nuestro territorio. El comandante de ese

grupo era un tal Manuel Marulanda Vélez, sí, ‘Tirofijo’, el mismo”. Historias y testimonios

como estos son los que busca resaltar “Yo Creo en Choachí”.

Este proyecto es una cuestión multipropósito, pues se indagan las riquezas

(gastronómicas, históricas, geográficas y orales) de todo el municipio, para enaltecer y darle el

reconocimiento que se merece Choachí, pero buscando la reivindicación de los chiguanos con su

pueblo y recobrar el amor por este, que algunos han perdido.

El grupo de Whatsapp ha pasado del chat a ser una realidad.

José Luis ya da sus primeros pasos como conferencista hablando con los más chicos del

pueblo, debido a las charlas brindadas por parte de la iniciativa a los colegios del municipio. En
122

esos discursos se les hace a conocer a los niños de primaria que Choachí fue un pueblo real, que

tiene tres caminos reales —uno con pictogramas— que comunican a Bogotá con Villavicencio;

que Ignacio Pescador, único indígena en firmar el Acta de Independencia de Colombia en 1810,

era chiguano; que Choachí tiene dos páramos, parte de Chingaza y el de Cruz Verde; que

Choachí cuenta con aguas termales que van desde pozos y piscinas tradicionales hasta un gran

complejo turísticos; que Choachì cuenta con más de 130 especies de aves.

Asimismo, Pedro tiene un programa en Chiguachia estéreo —emisora institucional de

Choachí— todos los martes de ocho a nueve de la mañana, donde da a conocer nuevas cosas

sobre el municipio, habla con invitados y recalca todos estos patrimonios chiguanos expuestos

por Jose Luis a los más pequeños del pueblo.

“Yo Creo en Choachí” y La Minga son herramientas para mostrar que: Choachí es un

pueblo rico, por donde se le mire.


123

CONCLUSIONES

A lo largo de esta investigación y de la realización de las crónicas, pude encontrar

diferentes aspectos a resaltar acerca del turismo en Choachí, lo que es el chiguano y el

patrimonio de este territorio. Como muchos descendientes de chiguanos, no tuve la oportunidad

de crecer y vivir en Choachí, pero sí de tener experiencias que me hacían tener una idea sobre el

pueblo; sin embargo, al decidir investigar sobre este territorio y su población, no solo rememoré

mi infancia, sino que me enfrenté al diario vivir de un pueblo lleno de escenarios, personajes y

costumbres. Una tierra llena de contrastes.

Cuando empecé la reportería, mi idea de turismo en Choachí se centraba en dos lugares

específicos: Termales Santa Mónica y La Chorrera. Ambos sitios son los primeros nombres que

aparecen al indagar —a bogotanos, en medios de comunicación, reseñas turísticas e internet—

sobre turismo en Choachí. No obstante, mientras fui desarrollando el trabajo de campo y

hablando con los habitantes del pueblo, acerca de diferentes temáticas del municipio sin perder el

hilo central del turismo, me encontré con la existencia de más de 10 iniciativas turísticas y

gastronómicas creadas en los últimos diez años. La idea principal, junto a mi asesor, no era la de

hacer un publirreportaje —como se le conoce a los productos periodísticos que buscan publicitar

lugares o empresas—, sino mostrar, mediante crónicas, al pueblo, su gente y sus realidades en

escenarios turísticos. Por esta razón, cuatro historias fueron las escogidas para hacer un análisis

sobre el turismo en Choachí.


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“Unas de cal y otras de arena: crónicas sobre el turismo en Choachí”, son relatos que

cumplen el objetivo planteado en la investigación y dan a conocer cómo el turismo es un factor

que ha dinamizado la economía en Choachí, pero, a su vez, también ha intervenido de diferentes

maneras en el pensamiento y la identidad chiguana. El primer factor expuesto en este compilado

de crónicas es que el turismo fue la primera alternativa comercial a una crisis presentada por la

agricultura, principal renglón económico de Choachí hasta hace 10 años. En “Chiguano,

chiguano ya muy poco” —además de dar a conocer el gentilicio de quien es oriundo de Choachí,

un aspecto a resaltar, pues su gente no tartamudea cuando se le pregunta ¿Cómo se le dice al que

es de acá?, sino que responde con seguridad su gentilicio—, se describe cómo el chiguano, en

otras épocas, tenía como labor principal trabajar con su azadón y sus manos la tierra. Sin

embargo, la crónica también explica el porqué se ha venido dejando de lado la agricultura,

considerada por muchos como una ruleta gracias a factores como la infertilidad de la tierra, los

gastos de producción y el precio de los productos agrícolas en el mercado. Una apuesta a la que

no todo el mundo piensa y puede entrar.

En este mismo texto —y con el apoyo de apartes de “Amasando sueños” y “Atlas

chiguano”, segunda y tercera crónica—, se dan a conocer diferencias entre el chiguano de antes

y el de hoy. Un cambio notorio es que las nuevas generaciones piensan diferente a las de antes,

pues factores como estudiar un bachillerato —oportunidades que no tuvieron muchos chiguanos

antes del 2005, cuando se llegó a impartir por primera vez de sexto a once en las zonas rurales de

Choachí—, les han abierto nuevas expectativas de vida, como la creación de empresas y el ser

profesionales; esto último es algo que a muchos jóvenes los obliga a trabajar en el municipio,
125

debido a que algunos no tienen el dinero suficiente para pagar una carrera o mantenerse fuera del

pueblo.

Las más de 14 empresas prestadoras de servicios turísticos, fundadas en la última década,

o los restaurantes que se encuentran en todo el municipio, son los lugares elegidos para que los

jóvenes trabajen y puedan recaudar dinero para sus estudios y mantenimiento en ciudades

cercanas como Bogotá o Villavicencio. Una emigración masiva año tras año y que genera de a

poco un desarraigo con el pueblo, pues, según algunos entrevistados para estas crónicas, la vida

en la ciudad tiene más oportunidades. Echar azadón ya no es el pensamiento de casi nadie y

como se muestra en el caso de Martha Espinel, si se vuelve al pueblo es para visitar a los viejos y

trabajar con el turismo.

El turismo también le inculcó al chiguano que hombres y mujeres tienen la misma

capacidad cognitiva y pueden desempeñarse en cualquier cargo. Un factor que queda demostrado

en “Amasando sueños”, segundo relato, donde un grupo de mujeres emprendieron un proyecto

hace 10 años, Agrolácteos, que ha sido todo un éxito y ha cooperado en su vereda, ya que la

empresa, con su crecimiento, ha generado ofertas de trabajo, un sustento diario —gracias a la

compra de la leche día tras día en la vereda—, y un sistema de crédito. Todos estos beneficios

son para colaborar, de una u otra manera, a sus familias y paisanos, en una época complicada

para quien se dedica a la agricultura, ya que se ha vuelto una labor poco lucrativa en la región.

Casos similares ocurren en asociaciones como La Chorrera y Agua Dulce, donde las

comunidades, mediante la cooperatividad y el emprendimiento, se preocupan por sus veredas

además de atender sus necesidades y problemas.


126

El amasijo —como lo llamaban sus madres y también sus abuelas— así como la

preparación de yogures, hoy cobran más vida que nunca en Agrolácteos. Estos conocimientos y

técnicas no solo se aplican en empresas como esta o Asociación de Productores y Procesadores

de Frutas, Hortalizas y Lácteos, en la vereda El Pulpito, sino en todo el municipio; las mujeres

chiguanas, en veredas y en el casco urbano, trabajan en artesa —recipiente artesanal hecho en

madera y usado para amasar o mezclar sustancias— y conocen de memoria cómo preparar un

pan de yuca, un pan de sagú, un pan de maíz, una torta o un ponqué, pues es un saber que ha

venido pasando de generación en generación, y algo que sin duda puede ser calificado como

patrimonio intangible de los chiguanos.

Tradiciones y patrimonios desconocidos por muchos chiguanos, pero que hoy el turismo

hace lo que el estudio debería hacer: dar a conocer el Choachí rico y ancestral. Agrolácteos, con

sus productos; los piqueteaderos, con sus comidas, y las cooperativas, recobrando senderos por

donde caminaron sus padres y abuelos, son un ejemplo claro. El caso de Pedro Medina, dueño de

La Minga, es excepcional; este hombre ha intentado cambiar la narrativa del pueblo a través de

cosas buenas sobre este territorio y quien lo habita. Él como José Luis Quiñones, en “El que

trabaja no come paja”, son los responsables de identificar y relatar a chiguanos o visitantes

acerca del patrimonio tangible e intangible del pueblo.

El seminario, el noviciado, la iglesia San Miguel Arcángel, la casa de la cultura, la casa

cural y todo lo que rodea el parque son considerados patrimonios históricos; no obstante, esto se

habla poco cuando de convencer al turista se refiere, pues al chiguano no se lo han infundido a
127

conciencia ni sus padres ni su educación. Fenómeno paradójico es que en el colegio del pueblo

—llamado Ignacio Pescador, por el prócer chiguano— poco se les recalca a los muchachos sobre

la historia de su municipio, los personajes insignias, sus tradiciones y riquezas. Los jóvenes si

acaso se saben el himno del pueblo pero nada más. Dándoles más motivos para desarraigarse de

sus raíces.

Patrimonio y cultura que también se ve en peligro con la Perimetral de Oriente, vía que

podría traer más visitantes, pero también podría tener un efecto negativo, pues los nuevos

inquilinos llegarían a implantar otros pensamientos y costumbres, enterrando de a poco y

desterrando al chiguano, su historia, paisajes y tradiciones.

Choachí está compuesto por personajes, paisajes y olores propios; sin embargo, como se

deja a entrever en “Atlas chiguano”, otras culturas y hasta extranjeros, desde hace años, se han

adentrado en Choachí, imponiendo costumbres, pensamientos y actividades a un pueblo que está

llenándose de estos lugares, exaltándolos sin ni siquiera conocer lo que es propio y lo que hace

rico al pueblo.

Estas historias para mí significaron acercarme un poco más a una realidad con aspectos

positivos, pero también negativos de lo que ha generado el turismo en Choachí —algo expuesto

desde el nombre con el adagio popular “una de cal y otra de arena”—. Un vaivén de situaciones

que han llevado al pueblo a dejar de ser un territorio netamente para chiguanos y con un enfoque

pecuario o agrícola, para convertirlo en un destino turístico.


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