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La Humildad.
La Humildad.
EL ORGULLO Y LA HUMILDAD
2. La mansedumbre
Efesios 4.2 dice que “con toda humildad y mansedumbre” debemos
soportarnos con paciencia los unos a los otros en amor. Los humildes nunca caen
desde muy alto porque no se exaltan a sí mismos. Pero los que se exaltan a sí
mismos caen y sufren. Sería bueno notar aquí que hay una diferencia entre la
humildad y la humillación: la humillación, por lo general, es nada más que el
orgullo herido.
Los mansos no se ofenden fácilmente. “Ciertamente la soberbia concebirá
contienda” (Proverbios 13.10). Cuando se hiere el orgullo del hombre, él muy
pronto lo siente y el resultado es contención. Pero con los mansos es diferente.
Como su Salvador, cuando los maldicen, ellos no responden con maldición;
cuando son perseguidos, lo sufren todo con mansedumbre; cuando los injurian,
lo soportan todo sin responder. Los mansos oran por sus enemigos,
amontonando así “ascuas de fuego” sobre sus cabezas según Romanos 12.18–20.
Eso sí es humildad.
3. La modestia
La modestia se manifiesta en el semblante, en las costumbres y en el vestir
de la persona humilde. Uno que tiene un corazón humilde no tiene ojos altivos y
no sigue la moda. Los humildes se conocen por su manera de ser; son modestos
en cuanto a su apariencia y sus costumbres. Ellos no se jactan de ser más
importantes que los demás y no lucen ropa de gala. Cuando el corazón está lleno
de humildad el “gran yo” no se ve. La modestia es fruto natural de la humildad y
se manifiesta en toda área de la vida de la persona humilde.
LA HUMILDAD FINGIDA
Como Pablo menciona en Colosenses 2.18 hay algo que parece ser la humildad,
pero en verdad no lo es. Esta es la humildad fingida y la debemos evitar.
Algunos, al darse cuenta de los méritos de la humildad, la codician por su
excelencia o por la exaltación que buscan. Buscar la humildad por razones
egoístas trae como resultado la humildad fingida. Los que se sienten orgullosos
por su humildad algún día se darán cuenta de que era una humildad fingida la
que tenían.
Es la voluntad de Dios que seamos exaltados. Pero su camino a la exaltación
es distinto que el camino que llevan los que quieren exaltarse a sí mismos. Su
rumbo es distinto; su destino también lo es. La exaltación a la que aspira el
hombre siempre exalta su propia voluntad carnal, mientras que Dios desea
exaltar al hombre según su imagen y propósito. Para esto, la carne tiene que
estar muerta de tal manera que no responda a los deseos carnales. Algunos
piensan que los dones espirituales exaltan a la persona que los posee y por eso
los buscan con empeño. Pero la verdad es que el que recibe dones espirituales
auténticos tiene que humillarse más, crucificar más la carne y entregarse más
a Dios. Dios no da dones espirituales para promover nuestras propias metas y
aspiraciones. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os
exalte cuando fuere tiempo” (1 Pedro 5.6).