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25 Cuentos
25 Cuentos
Secreto a voces
Gretel, la hija del Alcalde, era muy curiosa. Quería saberlo todo, pero
no sabía guardar un secreto.
– “¿Qué hablabas con el Gobernador?”, le preguntó a su padre,
después de intentar escuchar una larga conversación entre los dos
hombres.
– “Estábamos hablando sobre el gran reloj que mañana, a las doce,
vamos a colocar en el Ayuntamiento. Pero es un secreto y no debes
divulgarlo”.
Gretel prometió callar, pero a las doce del día siguiente estaba en la
plaza con todas sus compañeras de la escuela para ver cómo
colocaban el reloj en el ayuntamiento. Sin embargo, grande fue su sorpresa al ver que tal reloj no
existía. El Alcalde quiso dar una lección a su hija y en verdad fue dura, pues las niñas del pueblo
estuvieron mofándose de ella durante varios años. Eso sí, le sirvió para saber callar a tiempo.
El papel y la tinta
Había una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas
iguales a ella, cuando una pluma, bañada en negrísima tinta,
la manchó completa y la llenó de palabras.
– “¿No podrías haberme ahorrado esta humillación?”, dijo
enojada la hoja de papel a la tinta. “Tu negro infernal me ha
arruinado para siempre”.
– “No te he ensuciado”, repuso la tinta. “Te he vestido de
palabras. Desde ahora ya no eres una hoja de papel sino un
mensaje. Custodias el pensamiento del hombre. Te has
convertido en algo precioso”.
En ese momento, alguien que estaba ordenando el despacho, vio aquellas hojas esparcidas y las
juntó para arrojarlas al fuego. Sin embargo, reparó en la hoja “sucia” de tinta y la devolvió a su
lugar porque llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra. Luego, arrojó el resto al fuego.
El árbol mágico
Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en
cuyo centro encontró un árbol con un cartel que decía: soy un
árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás.
El niño trató de acertar el hechizo, y probó
con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-
chán, y muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró suplicante,
diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se abrió una
gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel
que decía: "sigue haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió
dentro del árbol una luz que alumbraba un camino hacia una gran montaña de juguetes y
chocolate.
La princesa de fuego
Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y
sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a
ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría
con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a
la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los
tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas
enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos,
descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada,
hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su
curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:
- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también
es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor
se ablandará y será más tierno que ningún otro.
El cohete de papel
Había una vez un niño cuya mayor ilusión era tener un cohete y
dispararlo hacia la luna, pero tenía tan poco dinero que no
podía comprar ninguno. Un día, junto a la acera descubrió la
caja de uno de sus cohetes favoritos, pero al abrirla descubrió
que sólo contenía un pequeño cohete de papel averiado,
resultado de un error en la fábrica.
El niño se apenó mucho, pero pensando que por fin tenía un
cohete, comenzó a preparar un escenario para lanzarlo. Durante muchos días recogió papeles
de todas las formas y colores, y se dedicó con toda su alma a dibujar, recortar, pegar y
colorear todas las estrellas y planetas para crear un espacio de papel. Fue un trabajo
dificilísimo, pero el resultado final fue tan magnífico que la pared de su habitación parecía una
ventana abierta al espacio sideral.
Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete de papel, hasta que un
compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular escenario, le propuso cambiárselo
por un cohete auténtico que tenía en casa. Aquello casi le volvió loco de alegría, y aceptó el
cambio encantado.
El elefante fotógrafo
Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus
amigos se reían cada vez que le oían decir aquello:
- Qué tontería - decían unos- ¡no hay cámaras de fotos
para elefantes!
- Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay
nada que fotografíar...
Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue
reuniendo trastos y aparatos con los que fabricar una
gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo prácticamente
todo: desde un botón que se pulsara con la trompa, hasta un objetivo del tamaño del ojo de un
elefante, y finalmente un montón de hierros para poder colgarse la cámara sobre la cabeza.
Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara para elefantes era tan
grandota y extraña que paracecía una gran y ridícula máscara, y muchos se reían tanto al verle
aparecer, que el elefante comenzó a pensar en abandonar su sueño.. Para más
desgracia, parecían tener razón los que decían que no había nada que fotografiar en aquel
lugar...
Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida, que nadie
podía dejar de reir al verle, y usando un montón de buen humor, el elefante consiguió
divertidísimas e increíbles fotos de todos los animales, siempre alegres y contentos, ¡incluso
del malhumorado rino!; de esta forma se convirtió en el fotógrafo oficial de la sabana, y de
todas partes acudían los animales para sacarse una sonriente foto para el pasaporte al zoo.
El Hada fea
Había una vez una aprendiz de hada madrina, mágica y maravillosa, la más lista y amable de las
hadas. Pero era también una hada muy fea, y por mucho que se esforzaba en mostrar sus
muchas cualidades, parecía que todos estaban
empeñados en que lo más importante de una hada
tenía que ser su belleza. En la escuela de hadas no le
hacían caso, y cada vez que volaba a una misión para
ayudar a un niño o cualquier otra persona en
apuros, antes de poder abrir la boca, ya la estaban
chillando y gritando:
- ¡fea! ¡bicho!, ¡lárgate de aquí!.
Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y
más de una vez había pensado hacer un encantamiento para volverse bella; pero luego
pensaba en lo que le contaba su mamá de pequeña:
- tu eres como eres, con cada uno de tus granos y tus arrugas; y seguro que es así por
alguna razón especial...
Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a
todas las hadas y magos. Nuestra hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus
propios vestidos, y ayudada por su fea cara, se hizo pasar por bruja. Así, pudo
seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia preparó una gran fiesta
para todas, adornando la cueva con murciélagos, sapos y arañas, y música de
lobos aullando.
Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran
hechizo consiguieron encerrar a todas las brujas en la montaña durante los
siguientes 100 años.
Y durante esos 100 años, y muchos más, todos recordaron la valentía y la
inteligencia del hada fea. Nunca más se volvió a considerar en aquel país la
fealdad una desgracia, y cada vez que nacía alguien feo, todos se llenaban de
alegría sabiendo que tendría grandes cosas por
hacer.
El pingüino y el canguro
Había una vez un canguro que era un auténtico campeón de
las carreras, pero al que el éxito había vuelto vanidoso, burlón
y antipático. La principal víctima de sus burlas era un pequeño
pingüino, al que su andar lento y torpón impedía siquiera
acabar las carreras.
Un día el zorro, el encargado de organizarlas, publicó en todas
partes que su favorito para la siguiente carrera era el pobre
pingüino. Todos pensaban que era una broma, pero aún así el
vanidoso canguro se enfadó muchísimo, y sus burlas contra el pingüino se intensificaron. Este
no quería participar, pero era costumbre que todos lo hicieran, así que el día de la carrera se
unió al grupo que siguió al zorro hasta el lugar de inicio. El zorro los guió montaña arriba
durante un buen rato, siempre con las mofas sobre el pingüino, sobre que si bajaría rondando
o resbalando sobre su barriga...
Pero cuando llegaron a la cima, todos callaron. La cima de la montaña era un cráter que había
rellenado un gran lago. Entonces el zorro dio la señal de salida diciendo: "La carrera es cruzar
hasta el otro lado". El pingüino, emocionado, corrió torpemente a la orilla, pero una vez en el
agua, su velocidad era insuperable, y ganó con una gran diferencia, mientras el canguro
apenas consiguió llegar a la otra orilla, lloroso, humillado y medio ahogado. Y aunque parecía
que el pingüino le esperaba para devolverle las burlas, este había aprendido de su
sufrimiento, y en lugar de devolvérselas, se ofreció a enseñarle a nadar.
Aquel día todos se divirtieron de lo lindo jugando en el lago. Pero el que más lo hizo fue el
zorro, que con su ingenio había conseguido bajarle los humos al vanidoso canguro.
Un agujerito en la luna
Cuenta una antigua leyenda que en una época de gran
calor la gran montaña nevada perdió su manto de nieve, y
con él toda su alegría. Sus riachuelos se secaban, sus pinos
se morían, y la montaña se cubrió de una triste roca gris.
La Luna, entonces siempre llena y brillante, quiso ayudar a
su buena amiga. Y como tenía mucho corazón pero muy
poco cerebro, no se le ocurrió otra cosa que hacer un
agujero en su base y soplar suave, para que una pequeña
parte del mágico polvo blanco que le daba su brillo cayera sobre la montaña en forma de
nieve suave.
Una vez abierto, nadie alcanzaba a tapar ese agujero. Pero a la Luna no le importó. Siguió
soplando y, tras varias noches vaciándose, perdió todo su polvo blanco. Sin él estaba tan vacía
que parecía invisible, y las noches se volvieron completamente oscuras y tristes. La montaña,
apenada, quiso devolver la nieve a su amiga. Pero, como era imposible hacer que nevase hacia
arriba, se incendió por dentro hasta convertirse en un volcán. Su fuego transformó la nieve en
un denso humo blanco que subió hasta la luna, rellenándola un poquito cada noche, hasta que
esta se volvió a ver completamente redonda y brillante. Pero cuando la nieve se acabó, y con
ella el humo, el agujero seguía abierto en la Luna, obligada de nuevo a compartir su magia
hasta vaciarse por completo.
Viajaba con la esperanza de encontrar otra montaña dispuesta a convertirse en volcán,
cuando descubrió un pueblo que necesitaba urgentemente su magia. No tuvo fuerzas para
frenar su generoso corazón, y sopló sobre ellos, llenándolos de felicidad hasta apagarse ella
misma. Parecía que la Luna no volvería a brillar pero, al igual que la montaña, el agradecido
pueblo también encontró la forma de hacer nevar hacia arriba. Igual que hicieron los
siguientes, y los siguientes, y los siguientes…
Y así, cada mes, la Luna se reparte generosamente por el mundo hasta desaparecer, sabiendo
que en unos pocos días sus amigos hallarán la forma de volver a llenarla de luz.
Al ver la situación , el Gran Mago decidió intervenir con sus mismas armas, haciendo un
encantamiento sobre las orejas de todos. Las orejas cobraron vida, y cada vez que alguna de las
lenguas empezaba sus críticas, ellas se cerraban fuertemente, impidiendo que la gente
oyera. Así empezó la batalla terrible entre lenguas y orejas, unas criticando sin parar, y las otras
haciéndose las sordas...
¿Quién ganó la batalla? Pues con el paso del tiempo, las lenguas hechizadas empezaron a
sentirse inútiles: ¿para qué hablar si nadie les escuchaba?, y como eran lenguas, y preferían que
las escuchasen, empezaron a cambiar lo que decían. Y cuando comprobaron que diciendo cosas
buenas y bonitas de todo y de todos, volvían a escucharles, se llenaron de alegría y olvidaron
para siempre su hechizo.
Y aún hoy el brujo malvado sigue hechizando lenguas por el mundo, pero gracias al mago ya
todos saben que lo único que hay que hacer para acabar con las críticas y los criticones, es
cerrar las orejas, y no hacerles caso.
El concurso de belleza
En un precioso jardín vivía la mariposa más bonita del
mundo. Era tan bonita y había ganado tantos concursos de
belleza, que se había vuelto vanidosa. Tanto que un día, la
cucaracha lista se hartó de sus pavoneos y decidió darle
una lección.
Fue a ver a la mariposa, y delante de todos le dijo que no
era tan bonita, que si ganaba los concursos era porque los
jurados estaban comprados, y que todos sabían que la
cucaracha era más bella. Entonces la mariposa se
enfureció, y entre risas y desprecios le dijo a tí te gano un concurso con el jurado que
quieras. "Vale, acepto, nos vemos el sábado", respondió la cucaracha sin darle tiempo. Esos
sábados todos fueron a ver el concurso, y la mariposa iba confiada hasta que vio quiénes
formaban el jurado: cucarachas, lombrices, escarabajos y chinches. Todos ellos preferían el
aspecto rastrero y el mal olor de la cucaracha, que ganó el concurso claramente, dejando a la
mariposa tan llorosa y humillada, que nunca más volvió a participar en un concurso de belleza.
Por suerte, la cucaracha perdonó a la mariposa su vanidad y se hicieron amigas, y algún tiempo
después la mariposa ganó el premio a la humildad.
El Hada y la Sombra
Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los hombres y sus
ciudades llenaran la tierra, antes incluso de que muchas cosas
tuvieran un nombre, existía un lugar misterioso custodiado por
el hada del lago. Justa y generosa, todos sus vasallos siempre
estaban dispuestos a servirle. Y cuando unos malvados seres
amenazaron el lago y sus bosques, muchos se unieron al hada
cuando les pidió que la acompañaran en un peligroso viaje a
través de ríos, pantanos y desiertos en busca de la Piedra de Cristal, la única salvación posible
para todos.
El hada advirtió de los peligros y dificultades, de lo difícil que sería aguantar todo el viaje, pero
ninguno se asustó. Todos prometieron acompañarla hasta donde hiciera falta, y aquel mismo
día, el hada y sus 50 más leales vasallos comenzaron el viaje. El camino fue aún más terrible y
duro que lo había anunciado el hada. Se enfrentaron a bestias terribles, caminaron día y noche
y vagaron perdidos por el desierto sufriendo el hambre y la sed. Ante tantas adversidades
muchos se desanimaron y terminaron por abandonar el viaje a medio camino, hasta que sólo
quedó uno, llamado Sombra. No era el más valiente, ni el mejor luchador, ni siquiera el más
listo o divertido, pero continuó junto al hada hasta el final. Cuando ésta le preguntaba que por
qué no abandonaba como los demás, Sombra respondía siempre lo mismo "Os dije que os
acompañaría a pesar de las dificultades, y éso es lo que hago. No voy a dar media vuelta sólo
porque haya sido verdad que iba a ser duro".
Gracias a su leal Sombra pudo el hada por fin encontrar la Piedra de Cristal, pero el
monstruoso Guardián de la piedra no estaba dispuesto a entregársela. Entonces Sombra, en un
último gesto de lealtad, se ofreció a cambio de la piedra quedándose al servicio del Guardián
por el resto de sus días...
La poderosa magia de la Piedra de Cristal permitió al hada regresar al lago y expulsar a los
seres malvados, pero cada noche lloraba la ausencia de su fiel Sombra, pues de aquel firme y
generoso compromiso surgió un amor más fuerte que ningún otro. Y en su recuerdo,
queriendo mostrar a todos el valor de la lealtad y el compromiso, regaló a cada ser de la tierra
su propia sombra durante el día; pero al llegar la noche, todas las sombras acuden el lago,
donde consuelan y acompañan a su triste hada.
Y desde aquel día, el niño y el rey se hicieron muy amigos, y se acercaban juntos a tomar dos
de aquellas maravillosas flores, una para la niña, y otra para la reina.
La cabeza de colores
Esta es la increíble historia de un niño muy
singular. Siempre quería aquello que no tenía:
los juguetes de sus compañeros, la ropa de sus
primos, los libros de sus papás... y llegó a ser
tan envidioso, que hasta los pelos de su
cabeza eran envidiosos. Un día resultó que
uno de los pelos de la coronilla despertó de
color verde, y los demás pelos, al verlo tan
especial, sintieron tanta envidia que todos ellos
terminaron de color verde. Al día
siguiente, uno de los pelos de la frente se manchó de azul, y al verlo,
nuevamente todos los demás pelos acabaron azules. Y así, un día y otro, el
pelo del niño cambiaba de color, llevado por la envidia que sentían todos
sus pelos.
A todo el mundo le encantaba su pelo de colores, menos a él mismo, que
tenía tanta envidia que quería tener el pelo como los demás niños. Y
un día, estaba tan enfadado por ello, que se tiró de los pelos con rabia. Un
pelo delgadito no pudo aguantar el tirón y se soltó, cayendo hacia al
suelo en un suave vuelo... y entonces, los demás pelos, sintiendo envidia, se
soltaron también, y en un minuto el niño se había quedado calvo, y su
cara de sorpresa parecía un chiste malo.
Tras muchos lloros y rabias, el niño comprendió que todo había sido
resultado de su envidia, y decidió que a partir de entonces trataría de
disfrutar de lo que tenía sin fijarse en lo de los demás. Tratando de
disfrutar lo que tenía, se encontró con su cabeza lisa y brillante, sin
un solo pelo, y aprovechó para convertirla en su lienzo particular.
Desde aquel día comenzó a pintar
hermosos cuadros de colores en su
calva cabeza, que gustaron tantísimo a
todos, que con el tiempo se convirtió en
un original artista famoso en el mundo
entero.
El ladrón de rubíes
El en palacio de Rubilandia había un ladrón de rubíes.
Nadie sabía quién era, y a todos tenía tan engañados el
ladrón, que lo único que se sabía de él era que vivía en
palacio, y que en palacio debía tener ocultas las joyas.
Decidido el rey a descubrir quién era, pidió ayuda a un
enano sabio, famoso por su inteligencia. Estuvo el enano algunos días por allí, mirando y
escuchando, hasta que se volvió a producir un robo. A la mañana siguiente el sabio hizo reunir a
todos los habitantes del palacio en una misma sala. Tras inspeccionarlos a todos durante la
mañana y el almuerzo sin decir palabra, el enano comenzó a preguntar a todos, uno por uno,
qué sabían de las joyas robadas.
Una vez más, nadie parecía haber sido el ladrón. Pero de pronto, uno de los jardineros
comenzó a toser, a retorcerse y a quejarse, y finalmente cayó al suelo.
El enano, con una sonrisa malvada, explicó entonces que la comida que acababan de tomar
estaba envenenada, y que el único antídoto para aquel veneno estaba escondido dentro del
rubí que había desaparecido esa noche. Y explicó cómo él mismo había cambiado los rubíes
aunténticos por unos falsos pocos días antes, y cómo esperaba que sólo el ladrón salvara su
vida, si es que era especialmente rápido...
Las toses y quejidos se extendieron a otras personas, y el terror se apoderó de todos los
presentes. De todos, menos de uno. Un lacayo que al sentir los primeros dolores no tardó en
salir corriendo hacia el escondite en que guardaba las joyas, de donde tomó el último rubí.
Efectivamente, pudo abrirlo y beber el extraño líquido que contenía en su interior, salvando su
vida.
O eso creía él, porque el jardinero era uno de los ayudantes del enano, y el veneno no era más
que un jarabe preparado por el pequeño investigador para provocar unos fuertes dolores
durante un rato, pero nada más. Y el lacayo así descubierto fue detenido por los guardias y
llevado inmediatamente ante la justicia.
El rey, agradecido, premió generosamente a su sabio consejero, y cuando le preguntó cuál era
su secreto, sonrió diciendo:
- Yo sólo trato de conseguir que quien conoce la verdad, la de a conocer.
- ¿Y quién lo sabía? si el ladrón había engañado a todos...
- No, majestad, a todos no. Cualquiera puede engañar a
todo el mundo, pero nadie puede engañarse a sí mismo.
La nube avariciosa
Érase una vez una nube que vivía sobre un país muy bello. Un día, vio pasar otra nube mucho más
grande y sintió tanta envidia, que decidió que para ser más grande nunca más daría su agua a
nadie, y nunca más llovería.
Efectivamente, la nube fue creciendo, al tiempo que su país se secaba. Primero se secaron los ríos,
luego se fueron las personas, después los animales, y finalmente las plantas, hasta que aquel país se
convirtió en un desierto. A la nube no le importó mucho, pero no se dio cuenta de que al estar sobre
un desierto, ya no había ningún sitio de donde sacar agua para seguir creciendo, y lentamente, la nube
empezó a perder tamaño, sin poder hacer nada para evitarlo.
La nube comprendió entonces su error, y que su avaricia y egoísmo serían la causa de su desaparición,
pero justo antes de evaporarse, cuando sólo quedaba de ella un suspiro de algodón, apareció una
suave brisa. La nube era tan pequeña y pesaba tan poco, que el viento la llevó consigo mucho tiempo
hasta llegar a un país lejano, precioso, donde volvió a recuperar su tamaño.
Y aprendida la lección, siguió siendo una nube pequeña y modesta, pero dejaba lluvias tan generosas y
cuidadas, que aquel país se convirtió en el más verde, más bonito y con más arcoiris del mundo.