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Encubierto
Aunque lo intentemos, se nota igual
Sebastián Campos Garrido

Primera edición digital de distribución gratuita.


Diciembre, 2017

Diseño, diagramación e ilustraciones


Solange Rodriguez Lagos
solange.rodriguezlagos@gmail.com
instagram.com/solangeerl

Edición
Luisa Fernanda Restrepo
lrestrepo@fraternas.org

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.


Esta publicación no podrá ser reproducida, grabada o transmitida de manera completa o parcial, en
ningún formato o a través de ninguna forma electrónica, fotocopia u otro medio, excepto como citas
breves, sin el previo consentimiento previo del autor.

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índice

¿Quiénes son los encubiertos?................................................................................... 7


1. Libre pensador ............................................................................................................. 12
2. Curioso investigador ................................................................................................. 14
3. En problemas ................................................................................................................ 16
4. Efeméride ........................................................................................................................ 18
5. A medio camino ........................................................................................................... 20
6. Igualar la balanza ........................................................................................................ 22
7. Simpatizante ................................................................................................................. 24
8. Mundos paralelos......................................................................................................... 26
9. El que le cuesta renunciar ....................................................................................... 28
10. Ropa de hombre viejo ............................................................................................. 30
11. Mirar de reojo ............................................................................................................. 33
12. Pasaporte extranjero ............................................................................................... 34
13. Perfumado ................................................................................................................... 36
14. Encubierto .................................................................................................................... 38

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¿Quiénes son los encubiertos?
Inexplicablemente nos pasamos la vida intentando que algún rasgo de ella pase completamente
encubierto.

Todos pertenecemos a un grupo por nuestra innegable naturaleza, como por ejemplo: ser de los de
baja estatura, del grupo de los que les gusta el brócoli, de los que les apasiona el Karaoke; o como
cuando te dicen ¬­cierra un ojo­¬ siempre cierras el mismo (con el otro no te resulta). Muchas veces
procuramos hacer que los rasgos propios de pertenecer a ese grupo pasen desapercibidos para los
demás. Obviamente comer brócoli o cerrar un ojo en vez de otro no es algo que la gente busque esconder,
pero sí es común la escena en que gente no quiere verse tan baja de estatura y busca “suplementos”
para regalarse algunos centímetros.

Pertenecer a cualquiera a esos grupos, en la mayoría de los casos, no es una elección sino una condición
que viene dada de forma natural, y aquí es donde quiero entrar en el tema desde lo que vendría siendo el
prisma por el cual yo miro la realidad: la fe.
No es que quiera fundamentar todo desde una inexplicable superstición, ni que quiera dividir el mundo
en dos (los que tienen fe y los que no), sino que a mí me ayuda mucho a comprender el comportamiento
humano, la experiencia espiritual, una experiencia que sin lugar a dudas es fundamental en la vida de
las personas.

La fe, por definición, es un don sobrenatural. Como todo don, es dado, es decir: no puedo auto generarlo
en mí. Sería como decirme a mí mismo que me crezca el hígado o que se me baje la fiebre. No es un
acto consciente, es un don (perdón lo majadero). Por lo tanto, es recibido de forma gratuita (incluso
muchas veces sin haberlo pedido). Si no les queda claro, nos juntamos un día de estos con una cerveza
y les cuento la enorme cantidad de veces en que me he visto mirando al cielo, enojado por tener fe. Yo
no la pedí, venía con el pack. Esta parte puede que aburra a los que no son muy espirituales, pero sería
teológicamente incorrecto decirle a otra persona “ten fe”, pues no depende de nadie poseerla. Es igual
de raro que decirle a un deprimido que tenga ánimo al levantarse, o pedirle a un niño que sea maduro.
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Siendo aún más riguroso en la mirada religiosa, Jesús muchas veces recalcó que los misterios espirituales
y divinos le son ocultos a los sabios y poderosos y le son revelados a los sencillos y humildes de corazón.
Siempre me he preguntado el porqué de eso y sinceramente me genera cierto temor el que algún día (si
llego a tener un poco de plata y poder) quizás Dios no me dé bola. Les confieso que me parece raro, pero
de todas formas, todos podemos poner de nuestra parte, pues como dice un capo de la fe, san Agustín:
«Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti», y como la fe no es magia, sino que es una forma de relación
espiritual y no basta con tenerla o pedirla, sino que hay que disponerse para vivirla para que ella tenga
efectos en nuestra vida, me quedo tranquilo. Entiendo que quizás esto te parezca raro si eres de los sin
fe o de aquellos que la tienen y se declaran públicamente creyentes pero no practicantes. Para eso habrá
que leer otro libro para entender qué es eso de ser practicantes y a que se refiere el practicar la fe… yo
aquí solo quiero tomarme el asunto con jugo de naranja y disfrutar de la siempre presente dualidad que
experimentamos todos (incluso los que dicen no tener fe).

Aquí viene la parte para los que tenemos fe (o al menos eso queremos creer). Muchas veces la tenemos,
no por ser gente de vida intachable y hacer siempre las cosas bien, pues ya dijimos que la fe es un don
y no un premio. Más bien, para un grupo no menor, es fruto de una experiencia de prueba, de dificultad
y de un dolor que quizás sobrepasó sus capacidades humanas y que cuando no tenían nada que hacer,
dieron un paso para atrás como esperando a que alguien hiciera algo, y ahí, misteriosamente, apareció
la fe. No obstante eso, muchos lo pasan terrible y de fe ¡ni hablar!

Tampoco es una regla (volviendo a la parcela de los que sí tienen fe) que este creer sea una cosa ciega
ni mucho menos incondicional. Al contrario, está constantemente siendo bombardeado de dudas,
cuestionamientos, vacíos y contradicciones. En todo caso, eso es absolutamente esperable, pues el
mismo Jesús nos previno sobre lo complicado del asunto este de vivir la fe. El rollo es que, teniendo fe,
aunque sea un poquito, la vida se convierte en un juego de opciones y de decisiones, pues la fe empuja
al corazón a ser vivida, no quiere ser solo una construcción ideológica, sentimental o ser parte solo de
la vida espiritual. La fe quiere expresarse, actuar, quiere dar frutos, hacerse notar y, por lo tanto, sufre de
hambre, quiere crecer y necesita espacio: comienza a abarcar más lugares de la vida y va influenciando

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en ellos.

Ahí es cuando el asunto se pone complicado; pues pasar de tener una fe privada e interior a tener una fe
vivida en lo público y que se expresa en las opciones personales, es un gran salto que siempre termina
afectando todas las áreas de la vida. Los que tenemos fe somos tratados distinto (ni mejor ni peor, pero
distinto). Hay quienes se nos acercarán con cariño y nos tratarán como hermanos solo por el hecho de
creer; otros nos pedirán ayuda y consejo, como si la fe nos capacitara para hacer cosas especiales (y
claro que lo hace); y habrá también quien se nos distancie y desacredite todo lo que digamos y hagamos
pues viene teñido de fe. Como sea, la vida cambia cuando la fe comienza a ser vivida.

Mi historia personal ha sido irregular, de altos y bajos en cuanto a la vivencia y la práctica de mi fe. Por
una parte, siempre he pretendido ser alguien racional, alguien lógico, con quien la gente pueda conversar
usando argumentos empíricos, libre de dogmas y creencias impuestas por otros. En ese sentido, la fe,
durante mucho tiempo, fue para mí algo inapropiado con esta concepción de persona que pretendía vivir
para mí mismo.

Justo en ese tiempo, cuando más radical estaba, tuve una experiencia mística, en donde la fe y la vida
espiritual comenzaron formar parte de mí, pero por mi historial de “hombre lógico y racional” vivir la fe
públicamente se convertía en algo incómodo y transformar mi vida y mis conductas conforme a esa fe,
por decirlo menos, era desafiante. Es que la vida con fe parecía ser en cierto sentido, más exigente, más
privativa de cosas, menos entretenida, y obviamente, nadie quiere complicarse la vida.
Entonces, dada esta “doble vida”, comencé a vivir mi fe pero de forma encubierta, es decir, en secreto. Se
escondía y asomaba según la ocasión, sin que nadie supiera que estaba ahí.

Con el paso de los años y habiendo decantado esa primera experiencia de doble militancia o lucha interior,
creo que justamente la experiencia de fe y vida espiritual me capacitaron para que hoy en día yo me
asuma como un hombre de fe. Dejé de estar encubierto pero seguía en mí una semilla de desconfianza,
de falta de compromiso, de duda sobre lo que realmente implicaba creer. ¿Será que si hago las cosas
mal me irá mal? Me cuestionaba a menudo, con ese temor propio de los que han sido educados en la

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fe de un Dios castigador y de mal carácter. Pero miraba a mi alrededor, a mis pares (personas sin fe
que hacían de las suyas a diestra y siniestra) y nunca los vi castigados por Dios, entonces no lograba
comprender.

Al mismo tiempo, esperaba que ocurriera algo, que Dios se manifestara, sobre todo cuando creía haber
hecho las cosas bien pero tampoco pasaba mucho. Es decir, el Dios en que creía no castigaba a los
malos ni premiaba a los buenos; difícil de comprender para alguien que recién da sus pasos en la fe.
Entonces, ¿cómo entender la incondicionalidad del amor de Dios a buenas y a primeras?

Entonces había una parte de mí que se rebelaba, que tendía a frenar la marcha, que pretendía vivir al
margen de la fe, bajo su propia ley, sin moral, esperando no tener que vivir las consecuencias de mis
actos. Pero esa parte que se rebelaba estaba encubierta, en secreto, no vaya a ser que mis amigos de la
Iglesia se enteren de mis fechorías.

De forma autodidacta me fue entrenando inconscientemente para mentir, para hacerme quedar bien
delante de los demás, para esconder mis ganas de lucir y hacerlas parecer buena voluntad; pero seguía
siendo hipócrita, mediocre, un tipo que no decía lo que pensaba, que miraba de reojo, que deseaba sin
tapujos y que no tenía límites. No lo digo por hacerme daño o por falta de amor propio, sino porque sabía
lo que hacía y a consciencia perseveraba en aquello.

Pero dentro de esa lucha interior se fermentaba un vacío, una falta de sentido, esa sensación de que lo
hecho no llevaba a ningún lado ni llenaba el alma. Volvía entonces al redil, al lugar de misericordia de los
que creen y caen, a recibir consuelo y sanar las heridas. Lamentablemente, habiendo cicatrizado de las
caídas, volvía a arremeter en contra de todo aquello que me había consolado, a pasar de “practicante”, a
solamente “creyente”; volvía la lucha interior, la fe acomodada a la conveniencia.
Pertenezco innegablemente al grupo de los que tienen fe. No puedo salir de ahí aunque quisiera. Me
guste o no, algo en mi interior cree y necesita de Dios. Siendo así el asunto, me he descubierto como un
encubierto, y quiero dejar de serlo. No quiero tener que seguir luchando contra mí, como si mis deseos
y anhelos interiores fueran en dirección completamente opuesta a la que se dirigen mis decisiones

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maduras, responsables y racionales.

Constantemente soy dos hombres diferentes, que nunca se cruzan como si no se conocieran. Y esos
dos muchachos en distintas etapas de mi vida han sido uno más fuerte que el otro, tomando así más
protagonismo. Ese es el que la gente a mi alrededor ha conocido y por eso, con el pasar de los años, no
se explican quién soy. Los de ahora no pueden creer quien era antes, los de antes no entienden como
llegue a convertirme en el que soy hoy.

Como lo mío es lo que tiene que ver con la vida espiritual, no porque sea un experto en el tema, sino
porque es lo que me mueve las tripas, tiendo a mirar todo el asunto desde ahí. No se trata de ser un
monotemático cerrado de mente e intransigente que desea poner su punto de vista sobre el de los
demás, sino porque creo que la dimensión espiritual de las personas o su ausencia, afecta directamente
todos los demás aspectos de la vida. Todo lo que hacemos, tiene al final del bocado, un sabor a la forma
en la que nos relacionamos con nuestro yo y si es que nos permitimos un espacio para algún tipo de
espiritualidad. No se trata solamente de buenos y malos, ovejas y cabritos; no son los buenos intentando
parecer buenos en público mientras en secreto hacen todo mal o los malos escondiendo su dulzura y
buen corazón para no perder rudeza. Es que somos de todo un poco y mirarnos con amor, conscientes
de eso, nos ayudará a avanzar hacia donde sea que queramos ir, sin dar tantas vueltas en círculo.

Entonces, basado únicamente en mi subjetiva experiencia (que tampoco es menor, pues me dedico a
esto), la que constantemente se complementa con las historias de otros, es que me aventuro a dejar de
dar la lata con esta introducción con aires de marco teórico y te presento mis múltiples categorías, esas
que yo mismo he sido, o que las he visto en los que han hecho (y siguen haciendo) la ruta junto a mí.
No quiero burlarme o buscar que cambies, eso no es asunto mío. Tampoco ridiculizarte o avergonzar a
nadie producto de sus decisiones Lo que quiero es que nos miremos en un espejo, y que con un poco
de buena onda, decidamos si estamos de acuerdo con lo que hemos optado como forma de vida, o si
tenemos dentro de nosotros un agente encubierto que constantemente boicotea nuestra vida.

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1. Libre pensador
Solo le valen aquellas cosas que tienen un argumento
lógico, racional, empírico y si no, al menos que
provenga de cualquier parte, menos de algo que tenga
que ver con Dios, alguna religión o credo. Sostiene que
la Iglesia (la católica principalmente aunque todas le
caen mal) y la fe son construcciones ilusas basadas
en una fábula milenaria inventada para gobernar a los
ignorantes. Desestima todos aquellos seres inferiores
que tienen la mala idea de creer en algo. No permite
que nadie le diga en qué creer o cómo llevar su vida,
sobre todo en asuntos de carácter moral, pero aunque
sostiene obstinadamente no dejarse influenciar por
nadie, ni adoctrinar y al mismo tiempo jura inflando
el pecho que su libre pensar es un tesoro; su discurso
y sus conclusiones sobre todos los asuntos de
la vida se basa en argumentos y conclusiones de
grandes hombres, muy influyentes e inteligentes, que
amablemente le dicen a los librepensadores en qué
tienen que pensar.

Aún dentro de esta sobredosis de intelectualidad


y racionalismo a toda prueba, se complica el
asunto cuando se tienen que definir o interpretar
conceptos como el amor, la familia o ese tipo
de cosas. Extrañamente, dentro de este grupo,
hay quienes involuntariamente, tienen actos que
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podríamos denominar de “fe gestacional”, en donde
encubiertamente expresan su deseo de que algo más
allá exista, verbalizando para sí mismos sus anhelos
como hablándole a la nada. Entonces quienes hemos
pertenecido a este elitista círculo de intelectuales,
nos hemos visto conjugando frases como: -Que
pase luego el bus-, ¬­espero que quede algo de pan
en la casa-, ¬ ­ ojalá hoy no llueva­¬. Deseos que sin
duda esperan cumplirse y luego, en caso de ser
cumplidos, elaborar alguna hipótesis que les permita
liberarse de atribuírselos a alguna divinidad, destino,
fortuna u otro. El problema no radica en pensar o
decir estas frases, sino a quién están dirigidas esas
palabras. Son dichas como al aire, pero desean que
por efecto de algún extraño acontecimiento evolutivo
fortuito, que obviamente nada tiene que ver con Dios,
ocurra el milagrito y el bus se haya demorado cinco
minutos más para alcanzar a llegar a él. Al final de
la historia, sin quererlo e incluso sin tener conciencia
de aquello, estos librepensadores (o sea yo), hacen
algo así como sus primeras oraciones. Pareciera
ser una primera semilla de fe creciendo de forma
encubierta y entre las rocas de la lógica, la tierra seca
del desprecio y los espinos del escepticismo, se abre
camino en medio del corazón.

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2. Curioso investigador
Este personaje se ha permitido a sí mismo el beneficio de la duda, pero bajo el supuesto de “fines
científicos”, como si su interés por lo religioso fuera nada más por curiosidad o buscando desenmascarar
las mentiras de la Iglesia y toda esa gente supersticiosa. Como sea, el tipo está interesadísimo en el
asunto religioso, es fiel seguidor de todo tipo de documentales y series de televisión por cable del tipo:
“Los hijos de Jesús” o “Los evangelios perdidos”, y obviamente toda esa literatura conspirativa como
el “Código Da Vinci”, son piezas fundamentales en la biblioteca personal. El asunto es que parece tan
interesado en el tema (y realmente lo está), que su formación espiritual es envidiable por cualquier
cristiano promedio.

Pero no solo sabe de cristianismo. Las horas invertidas en YouTube, blogs, libros y documentales, le
han vuelto un religioso no practicante interdisciplinario: alguien realmente ecuménico en cuanto al
conocimiento almacenado en su cabeza. Esa curiosidad por comprender el fenómeno religioso, en la
mayoría de las veces (y en mi caso) significa también una búsqueda personal por encontrar razones
lógicas para creer. Sin querer, se vuelve importante el tener argumentos racionales y empíricos para
justificar la fe en caso de llegar a tenerla en algún momento. Sin quererlo, es un creyente que busca
respuestas en lugares que no siempre son los más idóneos. Se guarda para sí mismo la posibilidad y
la esperanza de que no todo son conspiraciones, mentiras o maquinaciones políticas para ganar poder,
sino que de verdad ocurra algo en su vida como lo que le ha ocurrido a otra gente, sobre lo que él
mismo ha leído, pero de los cuales casi nunca comenta porque carecen de datos empíricos. Un creyente
encubierto entre argumentos que lo único que quiere, es comprender que tener fe, si es algo lógico.

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3. En problemas
Fui de esos a los que la vida se les desplomó, y que los pedazos que quedaron, solo servían para rellenar
la ropa que tenía en el closet. En el transcurso de cuatro años, pasé de tener la vida de un adolescente
normal, a ser hijo de un padre cesante, una madre con diagnóstico de cáncer, una hermana en camino
con incompatibilidades genéticas que la volvían “inviable” con la vida; un estudiante de una carrera con
poco futuro y con muchas dudas de fe. Al final del proceso, terminé siendo hijo de padres separados,
con una hermana en el cielo y estudiante becado de pedagogía, con un poco de fe, pero producto de los
golpes de la vida.

Estando sumergido en estas incómodas situaciones, se me acercó un buen cristiano e hizo el camino
conmigo. No solo me invitó a actividades y eventos, o compartió mensajes motivacionales relacionados
con la fe. Él, al igual que el Cireneo que ayuda Jesús a cargar su cruz camino al calvario, se puso a mi
lado y me ayudó a cargar la mía. A estas alturas de mi vida, el asunto de lo religioso y la fe ya estaban
medio resueltos, pues para ese entonces yo ya me definía como una persona creyente. No obstante,
decir que tenía fe no implicaba ser un simpatizante de las instituciones relacionadas a ella; de hecho,
todo lo contrario. De todas formas, no practicaba mi fe en público ni tampoco en privado, sino que era
algo así como un acuerdo moral conmigo mismo. Es decir: hay algo más, creo en eso y bien por ello.
Nada más.

En vistas de lo complejo de la situación y lo poco que yo podía hacer al respecto, me vi en la necesidad


de complementar con recursos espirituales mi estrategia para sobrevivir y me vi dando pasos de fe, pero
obviamente discretos y privados. Me confesé (sí, con un cura en una Iglesia) por segunda vez en mi vida
luego de mi primera comunión. Comencé a frecuentar la Misa, aunque sinceramente no entendía nada
(además iba a lugares donde sabía que nadie me conocía) comencé a rezar y a pedir ayuda a Dios. Este
primer impulso espiritual fue tan privado que de mi vida de fe, solo sabía este amigo. Pasados algunos
meses, la tormenta se calmó y mi necesidad de ser atendido por Dios también, por lo tanto volví a
declararme creyente, pero no practicante. Mi fe volvió a estar encubierta. No tengo claro si después de
esa experiencia, volví a caminar de encubierto.

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4. Efeméride
Los latinoamericanos en muchos casos parece que somos somos cristianos por defecto, parece que
es muy influyente el hecho de que los países que nos colonizaron hayan sido católicos. Entonces no
solo nuestra cultura está impregnada de esa visión de las cosas, sino que nuestro calendario civil tiene
algunos feriados religiosos que son obligados para todos, cristianos o no. Estos practicantes de la fe,
en fechas especiales son personas bien intencionadas: no se avergüenzan de llamarse a sí mismos
creyentes; pero su práctica de la fe no siempre es la esperada, pero para ellos (y para mí en su momento),
era más que suficiente.

Los cristianos de efeméride pasamos gran parte del año viviendo sin Dios ni ley, tenemos conciencia de
nuestra fe y de la existencia del Señor, pero se nos olvida, no es de malos, es que la rutina nos empuja y
se nos va. Pero cuando se acerca la fiesta de algún santo al que le deben (debemos) un favor concedido
o del cual están esperando un favorcito, o bien alguna fiesta religiosa de las que son más grandes
durante el año, como el Domingo de Ramos y la Semana Santa, alguna de las fiestas de la Virgen María o

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alguna de similares características, todo se detiene y se vuelven cristocéntricos. No es que de hipócritas
que se acomodan donde calienta el sol, ni tampoco se trata de ser personas interesadas que hacen todo
por puro recibir favores de parte de Dios, ni mucho menos son supersticiosos que viven esas fechas con
un poco de escrúpulos más bien por temor a que si no realizan los ritos, serán castigados por Dios. Yo
no creo que sean así o al menos eso quiero creer, yo no era así, pero era uno de esos. Lo que pasa es
que hemos sido educados en las piedades populares, celebrando y viviendo la fe, solamente en algunas
fechas de año y eso no genera ningún conflicto interno. Es tanto así, que para aquellos días de profunda
piedad y fe, no solo cambian las actividades, también hay quienes modifican su vestuario y otros hasta
tienen un menú acorde a la fiesta religiosa. Por ejemplo en Chile, para la fiesta de san Juan y algunos
en la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, por tradición se cocina carne estofada y ¡Ay de aquel que
no coma! Otros, para Semana Santa, no escuchan música ni ven televisión y así otros tantos rituales
que pretenden ser expresiones de fe y esto está fantástico. El único problema es que solo aplica para
aquellos días del calendario que están en rojo, el resto del año llevan una vida de fe encubierta. Sin duda
la fe no es una cosa de calendario ni de fechas, es algo que se vive a diario.

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5. A medio camino
Están atravesando un tiempo de búsqueda, un
proceso de definición personal ¿Quién no ha
pasado un tiempo así? No son una cosa ni la otra,
¡esa indefinición tan propia de la juventud! Están
interesados por encontrar algo más, algún dato que
no manejaban, tener alguna experiencia sensitiva
que los cambie o simplemente comprender por qué
esos otros tienen fe y ellos no.
Su búsqueda sincera es buena y desinteresada, de
verdad buscan a Dios (o lo espiritual) y es por eso que
se dan licencia para hacer turismo espiritual. ¿Qué
levante la mano aquel que no acogió una invitación
a un retiro u otra actividad de pura curiosidad? A
los que están a medio camino es fácil encontrarlos
en todo tipo de reuniones, encuentros, seminarios
y retiros. Ya dijeron que sí, que están buscando,
entonces los cristianos, frecuentemente pisando
la raya del proselitismo y preocupados por que el
grupo reciba nuevos integrantes, aprovechamos
cualquier oportunidad para invitarlos a nuestras
actividades a ver si logramos pescarlos para que
formen parte de nuestro grupo.
No se trata de una mala intención, es que abrimos
las puertas para acoger nuevos hermanos y ellos
felices van; al menos yo iba. Prueban de todo con
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tal de aumentar estadísticamente sus posibilidades de tener esa experiencia espiritual que les cambiará
la vida. Te soy sincero: yo fui de esos y durante mucho tiempo, pero todo esto que relato, no lo hacía
conscientemente. Uno está en la búsqueda, pero no sabe que lo está. El riesgo de esta promiscuidad
espiritual es que en medio de ésta, también hay lugar para todo tipo actitudes encubiertas que poco
tienen que ver con una real búsqueda espiritual aunque ésta es sincera. Aquí es donde aparecen
personas extrañamente comprometidas con el grupo aunque llevan asistiendo solo un par de reuniones.
Pero muchas veces ese compromiso más bien pasa por factores complementarios a la experiencia
cristiana. No es tanto que los momentos de oración les hayan cambiado la vida, o que la reflexión que
se compartió tenía las respuestas que esperaba.

Una cantidad no menor de veces, tiene más que ver con la agradable acogida, la oportunidad de ser
escuchado, de tener un espacio en donde se es aceptado y obviamente, muchas veces tiene que ver con
lo lindas que están las muchachas y lo guapos que están los chiquillos. Eso siempre es un buen gancho
para atraer gente. Seamos sinceros (incómodamente sinceros), un grupo de gente linda tiene más éxito
atrayendo integrantes que uno de gente no tan linda. Al mismo tiempo, como todos saben que están
en búsqueda, nadie cuestiona su posible falta de compromiso o que desaparezca de las reuniones por
un par de semanas o meses. Lo que muchas veces ignoramos y que ellos y yo tampoco comentamos,
es que no estaban precisamente de misiones en África, sino que le dieron un descanso al corazón para
volver a la rutina de antes de Cristo, y darse un poco de espacio dentro de toda esa presión moral y
religiosa. Nadie nunca supo donde estuvieron. Lo mantenían encubierto. Pero eso sí, nos dejan saber
que les hicimos falta, que el camino los hace regresar adoloridos del alma y siguen buscando.

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6. Igualar la balanza
Este, no tiene pudor y a decir verdad, tampoco es muy encubierto que digamos. De hecho hace públicas
todas sus interacciones y participaciones relacionadas con lo espiritual, lo religioso y todo aquello en lo
que Dios (o sus instituciones) esté metido y lo hace con mucho orgullo; por lo que, en cierto sentido, es
un promotor de la fe y los valores cristianos en ambientes que no lo son. Viste con orgullo camisetas
de pasados trabajos voluntarios, rosario al cuello y cancionero en la funda de la guitarra. No es que sea
un voluntario todo el año, pero seguro pasó las vacaciones de verano o invierno construyendo algo en
algún lugar apartado. Se inscribe en estas cosas (y generalmente paga por ello) por algunos días del
año. Es que cuando hace mucho frío o calor, parece que los pobres son más pobres. Además en verano
se combina el ayudar al prójimo con algún viaje a conocer la naturaleza y algún maravilloso paisaje
apartado de la urbe.

Hay en ellos una influencia espiritual del oriente, cosa que no es menor en nuestro continente y que
influencia mucho del quehacer espiritual popular, relacionadas generalmente con el karma, el destino
y el hacer el bien para recibir el bien o para compensar el mal hecho. Pareciera ser esa la razón que los
mueve: compensar las metidas de pata y aquello que saben a conciencia que han hecho mal, con aquello
que saben que sí está bien y que hace bien. Compensar el mal con el bien. No son mal intencionados ni
tampoco es que se quieran sentar a la mesa a negociar con Dios o con las fuerzas cósmicas que rigen el
universo o sea cual sea su creencia, sino que, de recta intención, intentan compensar, corregir y reparar
lo malo y junto con ello, blanquear un poco su imagen pública, pues no es lo mismo un estudiante
mediocre, a un estudiante mediocre que hace voluntariado. Claramente, el segundo, es mucho mejor
persona.

Distinto es aquel que renuncia a sí mismo para servir al otro de forma desinteresada, que ofrece sus
vacaciones y es voluntario solo de forma esporádica porque no tiene más tiempo en el año. Eso no es
igualar la balanza, sino que ofrecer lo que se tiene.

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7. Simpatizante
No tiene complejos y la verdad es que la gente que cree en algo le cae bien. Su participación es como la
de un hincha de un equipo de fútbol: no juega ni entrena, en efecto, la mayoría de las veces ni siquiera
va al estadio a ver los partidos, pero si le preguntan, responde con seguridad que es hincha del equipo
de sus amores y defiende sus colores con orgullo. Nunca gasta un peso en comprar la camiseta de la
temporada actual, ni tampoco conoce el nombre de la nueva figura del equipo, pero si llega a haber algún
triunfo importante, es de los primeros que se pinta la cara, se sube a su auto y con bandera en mano sale
tocando la bocina a celebrar por las calles.

Lo mismo pero aplicado a la fe y la vida espiritual. No se juega por nada pero si le preguntan se define
como creyente y si lo apuras un poco, incluso defiende su creencia y piensa que es bueno e importante
que sus hijos también crean, que sean bautizados de niños y que estudien en colegio confesional. Estos
son los responsables del error estadístico, en donde se dice que en Latinoamérica somos muchos los
cristianos y sobre todo los católicos, de hecho la mayoría.

El simpatizante va si lo invitas y si le recuerdas. Actúa si es necesario y cuando busca, sabe dónde


encontrar. Le parece bien esto de creer, aunque no se jugaría la vida por esto y alega si la Misa resulta
unos minutos más larga de lo que esperaba. Suele ser conservador en cuanto a sus valores y el asunto
moral, aunque no siempre tiene argumentos que justifiquen esa concepción de la vida. A su favor, es que
la docilidad de su corazón le hace altamente permeable a las cosas espirituales y está a pocos pasos
de ser algo más que simpatizante. Se sabe con fe y la cuida, la defiende y cree que es bueno que otros
crean.

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8. Mundos paralelos
Yo fui de este tipo de encubiertos durante muchos
años. Dos grupos de amigos, dos formas de mirar
la vida, dos morales, dos mundos en paralelo que
nunca se cruzaron y los cuales me encargaba de
mantener alejados.

Yo tenía fe, era un asunto de dominio público por


aquellos más cercanos a mí. Frecuentaba la Misa,
las cosas de la Iglesia y las que tienen que ver con
Dios sin avergonzarme; y eso en cierta medida,
ya no lo hacía encubiertamente. El pero, estaba
en que mi vida consistía en dos grandes parcelas:
una con Dios y otra sin Dios, y ambas, fuertemente
delimitadas. En la de Dios, estaba permitido tener
fe y esperanza, expresar afecto, querer ser mejor,
alejarme de lo que me hacía mal; e incluso acoger
la idea de la santidad. Mis amigos y mi novia, la
gente que según yo iba a trascender en mi vida,
todos ellos estaban aquí. Mis planes y mis sueños
se construían en este lugar.

En la parcela del frente, un montón de amigos,


actividades, pensamientos, hábitos y en fin, una
vida no solo paralela sino que opuesta, sin relación
con la otra. Como si al salir de las cosas de la Iglesia

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me quedara sin señal y perdiera la conexión, por lo
que todo este asunto de la fe y lo espiritual quedaba
reducido a ciertos momentos de la semana, ciertos
lugares de la ciudad y sobre todo a ciertos aspectos
de la vida. Dios y todo lo religioso tenían que ver con
mis problemas económicos, con mi proyecto de
familia y con la delicada salud de algunos amigos y
familiares. En cambio, no tenían nada que ver con el
uso y administración de mi dinero, de mi sexualidad,
de mi tiempo libre y ni hablar sobre el consumo y
uso de algunas sustancias bastante entretenidas
que pasaban por mis manos durante esos años. “Lo
bueno”, muy entre comillas, es que ninguno de los
dos mundos eran un misterio el uno para el otro. Se
conocían y sabían de mi comportamiento al cruzar
la calle.

De forma muy errática, tener dos mundos paralelos


se convirtió en el factor clave para mirar la vida que
llevaba y la que definitivamente quería construir,
una sin lugares encubiertos.

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9. El que le cuesta renunciar
Yo tengo un amigo muy cercano que a todo le pone
ketchup. Y cuando digo a todo, no estoy exagerando,
hasta a las lentejas van con ketchup. El ketchup no
hace mal, pero es un hábito extraño y que él atesora
sin querer dejarlo, aunque reconoce que es un poco
raro. Todo lo demás en su dieta es normal y de
hecho muy saludable.

En la vereda de lo espiritual, hay quienes tenemos


un “aderezo especial”, al cual no queremos
renunciar. Algunos lo llevamos escondido, en
secreto, encubierto. A otros, inevitablemente se
les nota y lo hacen público. Es que pretender
resolver la vida y girarla en 180º es muy difícil, la
gran mayoría de nosotros queda a medio camino,
como en 90º mirando para ambos lados en medio
de la nada, aunque algunos son capaces de llegar
más lejos, dando la espalda y renunciando a sus
tesoros (el ketchup) pero guardando algunas
porciones pequeñas en caso emergencia. Como
esos pequeños sobres de aderezo que te dan en los
restoranes de comida rápida.

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Si para mi amigo es difícil dejar el ketchup, seguro para nosotros será difícil dejar cosas como el egoísmo,
la mediocridad, los celos, la avaricia, la infidelidad, la hipocresía y todos esos hábitos y rasgos de nuestro
carácter tan desagradables y opuestos a lo que esperamos de nosotros mismos.

Quienes hemos dado el primer paso hacia Dios, e incluso varios pasos más después del primero, nos
vemos enfrenados a la renuncia, al dolor de tener que aligerar el equipaje y deshacernos de cosas
innecesarias y que hacen mal a nuestra alma y a los que nos rodean. Aquí es donde aparecen los
encubiertos, quienes ya tenemos resuelto el asunto con estrategias y métodos que nos permiten tener
todos estos frascos de ketchup en la vida, pero sin que nadie los note. Una especie de reserva secreta
especial. Alguien más moralista diría que somos pecadores profesionales, expertos en la disciplina de
caer voluntariamente y sin ser descubiertos. Convengamos una cosa, la mayoría de esas caídas son
agradables, pues una de las características del pecado es que es rico (al menos un buen número de
ellos).

Desenmascarar ese aspecto de la vida, renunciar valientemente, seguir dando pasitos hacia Dios, hacia
lo espiritual, ese es el desafío.

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10. Ropa de hombre viejo
Cada 3 ó 4 meces, mi esposa regala mi closet. Dice que tengo mal de Diógenes, pues se me hace muy
difícil deshacerme de mis cosas, sin importar si las ocupo o no. Soy un acumulador. Yo tengo zapatillas
y pantalones. Realmente muchos. Pero uso dos o tres, los demás están ahí colgados y las zapatillas
descansando en sus cajas.
En el corazón lo mismo, tengo cosas ahí guardadas, que no tienen nada que ver con el hombre que soy
hoy en día. Están fuera de moda, son de temporadas pasadas, ya no me quedan bien y si las uso, seguro
hago el ridículo, pero me gusta tenerlas ahí, con la secreta esperanza de algún día, volver a usarlas.
Viejos amores, vicios, recuerdos dolorosos, grandes culpas, sueños egoístas y así todo un closet lleno
de ropa de hombre viejo, del que yo era antes.

Nadie sabe que es lo que realmente hay ahí dentro, aunque a veces se me nota. Por mi parte, no en pocas
oportunidades, muero de ganas de sacarme la ropa espiritual que uso hoy, la ropa afectiva, la ropa de
madurez y salir corriendo a colocarme mis prendas de antaño, las que probablemente aún tienen el olor
de los lugares que frecuentaba y las personas con las que me relacionaba en ese entonces. Obviamente
me contengo y no lo hago, aunque frecuentemente soy tentado y a mi alrededor muchos lo hacen: se
visten de hombre viejo sin pensarlo dos veces. Me reprimo voluntariamente, pensando que es por mi
propio bien y busco formas de sacarme la idea de la cabeza, aunque abro levemente la puerta, miro los
colgadores y entre esas perchas sé que están mis cosas listas para ser usadas. No solo haría el ridículo
si las uso, sino que haría daño. Pero aunque no lo haga, sigo fantaseando y me pregunto: “¿cómo sería
si…?”, y, dejando ese rincón del corazón encubierto, sigo atesorando mi ropa de hombre viejo.

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11. Mirar de reojo
Los varones tenemos la tendencia natural a quedar encandilados con la belleza femenina. No sé si por
cultura, por naturaleza o por perversión, pero miramos. Nos descoloca y sin importar lo ocupados o
concentrados que estemos, una mujer bella, siempre capta nuestra atención. Pero quienes estamos
en pareja (especialmente los casados) no podemos darnos el lujo de mirar a diestra y siniestra a las
mujeres bellas que se nos cruzan durante el día. No por miedo al codazo de la patrona y que a futuro
nos castiga en casa, sino que por amor y respeto, también por fidelidad de pensamiento. Pero hay
ocasiones en que la belleza es abrumadoramente llamativa y la naturaleza primitiva que muchas veces
rige el comportamiento de los varones, toma el control de nuestra voluntad; por lo que no nos queda
más remedio que mirar de reojo, obviamente intentando no ser vistos, de forma encubierta.

No pienses que estoy justificando desde la naturaleza el acoso y la perversión de algunos hombres. No
se trata de eso. Solo que nos pasa lo mismo pero en lo espiritual, nos hemos comprometido en cuerpo y
alma con Dios, con nuestra fe, con los valores y las virtudes que deseamos vivir, y queremos cambiar el
rumbo. Pero aparecen bellezas que nublan la razón y empujan a desviar la mirada. Así, miramos de reojo
montones de cosas que nos atraen y que quisiéramos que fueran nuestras, así como prefiriéndolas
sobre las que tenemos actualmente. Proyectos de vida, familias, empleos, vacaciones, comidas y
bebidas, relaciones de pareja, etc. Aunque no niego que por dentro sean también atractivas, pero eso lo
desconozco. Mirar de reojo es desear. Mirar de reojo es no mirar de frente. Esa no es una mirada sincera,
porque no da la cara, no quiere dejarse ver mientras mira.

Que la vida nos sorprenda siempre mirando hacia adelante, apasionados con lo que tenemos, sin desear
lo ajeno, anhelando lo que no fue. Regalarnos a nosotros mismos una mirada sincera. ¡Qué buen regalo!

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12. Pasaporte extranjero
Tener visa para entrar a otro país es un privilegio no solo práctico, sino también simbólico. Aunque no
visites nunca aquel lugar, sabes que puedes traspasar sus fronteras sin problemas ni cuestionamientos.
Ya el hecho de saberse visado, genera en uno un estado mental diferente. Yo tengo algo así. Pasaporte
de ciudadano en un bar de mi ciudad. Por años he hecho música en vivo, música secular, de esa que se
escucha en clubes nocturnos, presentándome en varios lugares, pero en uno con mayor frecuencia, mi
“país”. Hace mucho que no he vuelto a presentar ningún show, pero sí he vuelto como público o como
cliente. Sin excepción cada vez que voy y me acerco a la barra, el barman, sin importar quien sea, me
saluda como siempre, con cariño y cercanía (reconoce mi ciudadanía) y me prepara el mismo trago
de siempre. Ha pasado incluso más de un año en que no he ido, pero cada vez que regreso, parece
que la diplomacia hace lo suyo y soy recibido como si siempre fuera para allá, como si fuera de ahí.
Soy ciudadano de ese lugar, y créanme, no soy un gran bebedor ni bohemio, solo que ahí, por alguna
extraña razón, más ligadas los afectos y las amistades, tengo pasaporte. ¿Nos pasará lo mismo en otros
aspectos de la vida? ¡Seguro que sí!

Hay situaciones, personas, ambientes e incluso estados de ánimo o conductas que nos han visado, que
nos dan permiso y acceso. Eso es fantástico cuando se trata de gente que nos ama, de sentimientos
positivos o de conductas virtuosas y provechosas. Todo el mundo quiere tener ciudadanía en países
desarrollados y reconocidos en todo el mundo. Pero nadie reconocer en público el ser ciudadano de
países pobres, países corruptos, países con poco futuro y sin duda, cuantos tenemos ciudadanía en
estos lugares del corazón. Entramos sin mayor trámite en infidelidades, mentiras, violencia, en excesos
y descontrol; en mediocridad y pereza; en falta de esperanza y desánimo.
Ni hablar de cómo cruzamos con toda calma las fronteras de amistades que transforman nuestro
carácter, de hábitos que nos esclavizan y así, nos permitimos traspasar los límites territoriales de
lugares de los cuales no estamos orgullosos, a los que entramos escondidos, encubiertos, pero que por
el hábito, por la frecuencia y la fidelidad a ellos, se nos ha dado ciudadanía.

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13. Perfumado
De profesión universitaria soy profesor de Educación Física y deportes. Hace algunos años trabajaba
en un colegio con niños de pre-escolar, primaria y secundaria, y cada vez que podía y el clima del sur
de Chile lo permitía, me iba en bicicleta. Un trayecto de 4 kilómetros, que siempre hice contra reloj
porque tomé la mala costumbre de salir sobre la hora. En el establecimiento, me esperaba todos los
días una visita por la inspectoría y por la sala de profesores, para dejar mis cosas y retirar llaves y otros
documentos. Como bien saben, la gran mayoría de los docentes son mujeres, por lo tanto eso (sumado
a mis escrúpulos e inseguridad sobre mi PH cambiante e iracundo) tomaba todas las medidas del caso
al momento de usar desodorante y perfume, sobre todo aquellos días de viaje en bicicleta.
Nadie quiere llegar maloliente a primera hora de la mañana entrando al trabajo. Un buen día, al parecer
por el apuro de siempre, usé más perfume de lo acostumbrado. Quizás la nariz tapada me jugó una
mala pasada, no sé. El asunto es que llegando a la sala de profesores, la primera colega que se acerca
a saludarme, arrugando la nariz y frunciendo el ceño me increpa: “uff, estás hediondo a perfume”. La
frase me descolocó, a tal punto que fui a lavarme la cara y estuve toda la jornada de clases sintiéndome
hediondo. ¿Cómo es posible que una fragancia que usamos para ser atractivos y hacer sentir cómodos
a los demás, se vuelva desagradable? La verdad es que el problema estaba en la dosis.
El perfume no es algo malo, pero claro, en exceso, apesta. A los días de esta situación e intentando
nuevamente arreglármelas con mi fe, con mis valores, con mi incipiente y encubierta lucha entre el bien
y el mal que tenía en el corazón, me vi intentando vivir los valores y los principios que hasta el día de hoy
defiendo; pero extrañamente, haciendo el bien; caía mal, intentando iluminar; parece que encandilaba,
tratando de mostrar el camino; hacía tropezar. Era un hediondo a perfume en todos los aspectos de mi
vida.

Esto no es una invitación a la mediocridad, pero muchas veces el querer ser bueno te vuelve malo. El
querer agradar, te hace desagradable. ¿De qué sirve querer lo mejor para los demás si el método que
usas es violento y agresivo? Pasé de encubierto y discreto al extremo completamente opuesto. Salir del
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“closet” de la fe, me convirtió rápidamente en un
fanático, en un violento e intolerante. Pasé de
encubierto a ser el presidente mundial de lo que “se
debe hacer”, de la “forma correcta” y del juicio sin
piedad.

Hoy, años después, sé que lo hice pésimo, porque


yo mismo he recibido esa bofetada de perfume
hediondo contra mi cara, que no tiene misericordia
de los errores, que no considera la humanidad del
otro, que ve a los demás como personas sin historia
y que no hace ningún esfuerzo por comprenderlos.
Quiero oler bien y te invito a que tú también busques
tu fragancia. ¡Qué gran valor hay que tener para
dejar de estar de encubierto y reconocer en público
el olor de tu corazón! pero cuidado, no vaya a ser
que al sentir tu abrazo y tu cariño te digan ­“uff,
estás hediondo a perfume”­.

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14. Encubierto
He sido parte de ambos equipos, de los encubiertos y de los que andan a cara descubierta gritando a
medio mundo su vida y sus virtudes. En ambos caminos he errado, he tropezado, he dañado. Escribí esto
porque creo que no estoy solo en este viaje. Es real que nos cuesta vivir en los grises y nos pasamos la
vida mirando en blancos y negros, en amigos y enemigos, en me gusta o me desagrada. Por eso es lindo
revisarse, mirar para adentro, contrastar la vida, aunque sea para descartar y terminar diciendo: “perdí el
tiempo leyendo esta tontera del Seba”. Pasar la vida con la inercia que te mueve desde que tu mamá te
pujó al salir de ella, no es una buena forma de vivir.

Creo firmemente que no somos un simple producto del azar cósmico, predestinado y con nuestra vida
escrita. Somos creados por amor, libres y nuestras decisiones cuentan, cambian en rumbo, afectan. No
hay un destino secreto que se vaya a cumplir sí o sí independiente de nuestras acciones y decisiones.
Por eso nos examinamos, porque sí podemos marcar la diferencia en nuestras vidas y en la de quienes
nos rodean.

Soy un encubierto, soy un descarado al mismo tiempo.

Te invito a ir sacándote la capucha y la máscara que cubre tu corazón. Te invito a desafiar el probable
juicio público de quienes comparten tu día. Te invito a que tu cara descubierta sea una cara alegre, dulce,
acogedora.

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