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Universidad Nacional del Sur, Departamento de Humanidades, Historia de la Filosofía Antigua


Apunte de cátedra, resumen del libro:

Droit, Roger-Pol, Occidente explicado a todo el mundo, Madrid, Paidós, 2010, pp.
17-38 y 91-99.

Capítulo 1 ¿Dónde está Occidente?

- ¿De dónde procede este término: «Occidente»?

-En efecto, es necesario empezar por ahí, pues el origen del nombre y su evolución son un buen hilo conductor. El término
deriva del verbo latino occidere, que significa «caer», «desaparecer». De hecho, al principio, se trata sencillamente de una
historia del sol. Occidens, en latín, indica el lado por donde se «cae» el sol, es decir, la dirección por la que desaparece.
El sentido original del término «Occidente» es, pues, «poniente», «el ocaso», el lugar por donde el sol finaliza su trayecto
todos los días…()
Para empezar, se trata de una dirección en el espacio. En principio, «occidente» es el nombre de una dirección,
como lo son, por ejemplo, derecha o izquierda, arriba o abajo, delante o detrás. Por tanto, no se trata de una forma
particular de civilización, de religión o de política…()

()… Cuando situamos las direcciones en el espacio siempre existe un centro, sea explícito o no. «A la derecha»,
«arriba»o «delante» no son lugares que existan por ellos mismos. Sólo existen en relación con un punto de referencia (“a
la derecha” de la casa en la que nos encontramos, «arriba» o «delante» en relación con la posición de mi cuerpo, etc.).
Aunque uno no haya indicado cuál es el punto de referencia, siempre nos encontraremos en la misma situación: todos los
puntos del globo terrestre tienen «su» Oriente y «su» Occidente. Desde un punto de vista teórico, esto es exacto. Pero
resulta claro que ocurre algo completamente diferente cuando hablamos cotidianamente de Occidente y de Oriente.

En consecuencia, es necesario plantearse: ¿Quién ha creado históricamente el término «Occidente»? ¿Cuál es


el centro que se convirtió en la referencia inicial?...()
Grecia fue el centro a partir del cual Oriente y Occidente se definieron por primera vez. Hacia el este, los griegos
se encontraban con Persia (el actual Irán), la costa de Asia Menor (la actual Turquía mediterránea) y, más allá del mar
Negro, los primeros contrafuertes de la cordillera del Cáucaso y Asia central. Eso es lo que, para ellos, cubría el «Oriente».
Hacia el oeste, por el lado que pronto se denominaría «Occidente», se ubicaban Italia, Sicilia, España, la Galia, el
conjunto de tierras que separan Grecia de la otra orilla del Mediterráneo y, más allá, las que separan el Mediterráneo
del Atlántico. Desde el punto de vista geográfico, eso era Occidente». Esa división variará poco. Incluso cuando el centro
de referencia dejó de ser Atenas para trasladarse a Roma; incluso cuando el poder político, militar y económico se
concentró en el Imperio Romano, la división siguió siendo, poco más o menos, la misma. Así hemos pasado de una división
del espacio a la designación de una región del mundo.

-¿Cómo se delimitó esa región llamada «Occidente»?

-Sus fronteras han variado, pero básicamente lo que denominamos Occidente coincide en líneas generales con la actual
Europa occidental. En la Antigüedad, sólo designaba a una parte de esta Europa. Por aquel entonces, lo que se llamaba
Occidente no incluía Escandinavia (que casi no se conocía y se creía poblada por los «hiperbóreos», un pueblo legendario
del Norte), ni las llanuras de Europa central, ni los países bálticos, ni Polonia, ni Dinamarca, y apenas el sur de Inglaterra.
A lo largo de los siglos, nuevas regiones se fueron integrando a Occidente.
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¿A qué conclusión se puede llegar? ¡Que la geografía física no es suficiente! Occidente no es únicamente una
cuestión de lugar... Más que una región, Occidente es una forma de sociedad, un conjunto de convicciones y de actitudes
que han forjado su historia y han apoyado su expansión.

-¿No se trata de una región, sino de una civilización?


-No vayamos tan deprisa. A día de hoy, no estoy seguro de conocer el significado del concepto «civilización». Además, la
historia de Occidente es demasiado rica y compleja para que se pueda hablar, sin un examen previo, de una civilización.
No se puede asegurar que la diversidad de Occidente, o mejor aún de los Occidentes, se pueda reducir a una unidad. En
cualquier caso, eso habrá que analizado más adelante.

Lo que quería decir, sin referirme a una civilización única, es que se deben tener en cuenta los aspectos culturales
e históricos. Religión, política, ciencia, filosofía, economía, arte..., son planos que deben integrarse si uno quiere
comprender eso que se denomina «Occidente». También se ve que el campo es inmenso y sólo podremos dibujar las
grandes líneas.

Antes de recorrer esta historia, veamos primero los títulos de los capítulos con el objetivo de comprender cómo
se ha formado y transformado la imagen de Occidente. Todo empieza con los griegos, hacia los siglos VI y V a.C. ¡En unas
pocas generaciones inventaron la tragedia, el debate democrático, la investigación científica y la reflexión filosófica! Y,
sobre todo, tuvieron conciencia de haber creado valores y libertades que no existían antes. Los griegos llamaban
«bárbaros» al resto de los pueblos. En su espíritu, ese término no era forzosamente injurioso, ni siquiera peyorativo. Los
«bárbaros» eran «todos los demás», aquellos que no hablaban la lengua griega y que, sobre todo, no eran ciudadanos
libres. Algunos bárbaros eran groseros, otros eran sabios, pero todos tenían como denominador común que eran
súbditos de un emperador, de un rey o de un faraón. Sólo los griegos se daban a ellos mismos sus leyes y formaban
ciudades autónomas.

Después, los romanos siguieron a su manera ese edificio. Con sus legiones conquistaron casi todo el mundo
conocido en aquella época, pero garantizaron ciertos derechos a los habitantes del Imperio, cualquiera que fuera su
lengua, religión u origen.

Al final del Imperio Romano, el cristianismo se impuso sobre las antiguas religiones, y la Iglesia forjó de alguna
manera la nueva identidad de Occidente. A partir de la Edad Media, los términos Occidente y cristiandad se confunden.
Ser occidental es ser cristiano. Y seguirá así durante mucho tiempo. Pero este aspecto de la identidad occidental se ha ido
debilitando con el tiempo y ha dejado paso, en la época actual, a otras visiones de Occidente.

-¿Es que Occidente cambia continuamente?

-Eso es lo que trataremos más tarde. En cualquier caso, ha cambiado frecuentemente de apariencia. A partir del siglo XVI,
con el Renacimiento y enseguida con la Edad Contemporánea, Occidente conoció un desarrollo extraordinario.
Progresivamente se convirtió en el dominador del comercio mundial. Esta expansión económica estaba vinculada a la
llegada de oro y plata procedentes de América y al surgimiento de los sistemas bancarios y del capitalismo mercantil.
Pero también está ligada a los grandes descubrimientos científicos, al desarrollo de las técnicas y a la progresiva
extensión de los transportes y la industria.

Occidente se convertía entonces en sinónimo de ciencias, de máquinas, de industria. Y también de conquistas, de


colonización, de explotación y de masacres. El nuevo poderío de Occidente le permitió, entre los siglos XVIII y XX,
extender su dominio sobre prácticamente todo el planeta. Según una concepción racista, en boga durante el siglo XIX,
que dividía la humanidad en razas de distintos colores, Occidente encarnaba la civilización de la «raza blanca». Esta
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pretendida raza se proclamaba superior a partir de una confusión entre el desarrollo científico y técnico y unas
cualidades biológicas imaginarias.

En el siglo XIX, en la historia del mundo y de Occidente, los cambios son considerables. Lo que denominamos
«Occidente» ya no es sólo Europa. También lo es Estados Unidos, país que a partir del siglo xx dominará cada vez con
mayor fuerza la economía mundial. La expansión del dominio norteamericano, primero económico, después político y
militar, ha cambiado profundamente la situación de Occidente. Al dejar de confundirse con Europa, cambia de
significado.

Después de la Segunda Guerra Mundial y durante la guerra fría que confrontó al bloque soviético con lo que se
ha denominado «mundo libre», Occidente se asoció a menudo, desde un punto de vista a la vez militar y político, a los
países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); es decir, Estados Unidos y los países de
Europa occidental, los cuales en 1949, tras la guerra contra el nazismo, habían firmado un tratado de alianza militar.

Durante este período, que finalizó con el hundimiento del bloque soviético, simbolizado por la caída del muro
de Berlín en 1989, se utilizó el término «Occidente», u «oeste», para referirse al mundo de la libre empresa y del libre
intercambio, dirigido por gobiernos democráticos, en oposición al mundo comunista, en el que reinaba una economía
planificada y poderes dictatoriales.

- Y en la actualidad, ¿qué quiere decir «Occidente»?

-En los últimos años, «Occidente» ha acabado por designar cada vez menos un lugar y cada vez más un tipo de sociedad.
En la actualidad, la palabra evoca sobre todo desarrollo, técnica y modernidad. Riqueza frente a pobreza, consumo frente
a escasez. O, aún mejor dicho, Norte contra Sur, pues la última evolución de Occidente le ha proporcionado otro lugar
físico: ¡el Norte por encima del Oeste!

Desde el punto de vista del desarrollo económico y del equipamiento técnico, ni Europa occidental ni Europa en
su conjunto son suficientes para representar ese nuevo aspecto de Occidente. Estados Unidos, Canadá y Australia son,
evidentemente, elementos esenciales de dicho conjunto. Pero eso no es suficiente. Es necesario añadir los países que
desde el punto de vista técnico y comercial, así como desde su forma de vida, se encuentran «occidentalizados» en
todos los aspectos, como Japón o Corea del Sur.

La localización geográfica no tiene ya demasiado sentido. Occidente se ha mundializado a grandes rasgos, de


manera que en la actualidad se encuentra en países de Asia y Extremo Oriente. A Japón y Corea del Sur hay que añadir
China e India, grandes potencias económicas en plena expansión. Comercialmente, todos esos países son competidores
de Europa y Estados Unidos. Pero también son socios y clientes. Sobre todo, compiten con los occidentales sobre el terreno
con sus propios métodos, hasta tal punto que no es exagerado decir que en ese aspecto ellos también pertenecen, a fin
de cuentas, a Occidente.

Lo que se denomina «globalización» constituye una «occidentalización» del mundo…()

-Pero finalmente, ¿qué es Occidente? ¿Un país, una región, una idea?

-Es una representación, es decir, una idea que sirve para interpretar lo que ocurre. Nadie se va a encontrar nunca el
Occidente de carne y hueso, como nos podemos encontrar con la gente por la calle o los elefantes en el circo. Pero, al
escuchar ese nombre, todos tenemos algo en la cabeza. Es eso precisamente lo que hemos empezado a examinar. Ese
«algo en la cabeza» es quizá nebuloso, o se compone de muchos trozos diferentes, procedentes de épocas distintas de la
historia.
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CAPÍTULO 2 Historias de familia

-¿Qué ingredientes entran en la composición de Occidente?

-No es fácil responder en pocas palabras, pues sus ingredientes son múltiples. Tienen procedencias diversas y entran en
escena, si lo podemos decir así, en épocas diferentes, a veces incluso con retraso: un descubrimiento hecho en una época,
puede pasar desapercibido y tener consecuencias importantes mucho tiempo después.

Se puede decir que la particularidad de Occidente tiende a tres familias de influencias, tres herencias mayores
que han construido su identidad y que siguen singularizando en mayor o menor medida su lugar y su papel. Estas tres
grandes familias que han dado a Occidente su rostro son: los griegos y los romanos; los judíos y los cristianos, y los
científicos y los ingenieros. Intentaremos describir lo que cada una de ellas ha aportado a Occidente. Una primera raíz se
sitúa en la cultura griega de la Antigiiedad. De hecho, los griegos inventaron la filosofía, la exigencia científica, la
investigación racional, la democracia y los debates populares, el teatro con la tragedia y la comedia..., de manera que
estos aspectos diferentes constituyen características principales de la cultura occidental. No han estado siempre
presentes a lo largo de los siglos, pero han resurgido en numerosas ocasiones. Por eso, la conjugación de la democracia,
el debate público, la crítica filosófica, el análisis libre y racional y la investigación científica siguen siendo lo que define
actualmente, de forma esencial, la sociedad occidental moderna.

No todas las ciudades de la Antigua Grecia eran democráticas. Pero el modelo establecido por la democracia
ateniense ha desempeñado un papel crucial en la Europa moderna. Lo que tiene más importancia desde ese punto de
vista es que la libertad de los atenienses se concreta al distanciarse de la dependencia respecto de los dioses. Por
primera vez, son los humanos, y sólo ellos, quienes dictan sus propias leyes. En lugar de recibidas del más allá, en vez
de someterse a una supuesta voluntad divina, los ciudadanos de la antigua Atenas se dieron a ellos mismos las reglas de
su sociedad. Eso es lo que significa el concepto «autonomía» (del griego autos, «sí mismo», y nomos, «ley»). Los griegos
fueron los primeros en establecer una separación entre la política y la religión. Si subrayamos este punto es porque esa
herencia lejana se encuentra, en la actualidad, en el centro del debate sobre la laicidad occidental. La separación entre
política y religión se sitúa en el lugar opuesto a la sumisión a Dios en todos los dominios, incluidos los asuntos políticos,
que preconiza actualmente una gran parte del islam.
Los griegos también legaron a Occidente la idea de una superioridad particular de su civilización por encima de
las demás. Los griegos no se creían sencillamente superiores. Todas las civilizaciones se encuentran en el mismo caso y
todas están convencidas de encarnar el modelo más perfecto de la humanidad. La singularidad de los griegos reside en
el hecho de que proponen que todos compartan una cierta forma de ideal. Este modelo descansa en una educación que
transmite el uso exacto de la lengua y del razonamiento, al mismo tiempo que las referencias literarias o artísticas, y
los valores fundamentales (coraje, honradez, veracidad, etc.).

El punto esencial es que ese tipo de educación se puede adquirir. No se trata de un rasgo de nacimiento ni una
cuestión de sangre o nacionalidad. Isócrates ya lo decía claramente hace dos mil quinientos años: «Se llama griegos más
a las personas que participan de nuestra educación que aquellos que comparten nuestro mismo origen». Aunque existe
una superioridad supuesta y reivindicada, se puede acceder a ella. Esta convicción de encontrarse en una situación de
superioridad, aunque se subraye que la misma es compartible, es una característica perdurable de la identidad occidental.
Quien aún no está tan civilizado, puede llegar a estado. Quien ha sido deficientemente educado, se puede transformar.
No se trata de afirmar una superioridad cerrada, sino de proponer a los demás un modelo a compartir.

Evidentemente, se puede decir que esta forma de prescribir un modelo válido para todos constituye una
arrogancia extraordinaria. Se trata de un debate que todavía no está cerrado y que nos volveremos a encontrar, pues
se refiere en última instancia a una de las constantes de la actitud occidental.
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CAPÍTULO 5 Idea sin fronteras

-¿Cómo resumir brevemente las características de Occidente?

-Tres rasgos pueden unificar, o mejor dicho conectar, todos los puntos mencionados. El primero de ellos se refiere a la
universalidad, que se ha manifestado, bajo diversas formas, en toda esta larga historia. De forma constante, Occidente
se dirige a todos. No se contenta jamás con su dominio sino que extiende su verdad y la cree capaz de unir a todos los
seres dotados de razón. Forja así métodos, ideas, conocimientos o valores que pretenden en cada caso referirse a la
humanidad en su conjunto.

Ése ya era el objetivo de los griegos de la Antigüedad, que no tenían como finalidad hablarles a otros griegos,
sino a todos sus semejantes, es decir, a todos los humanos, en tanto que seres hablantes y pensantes, dotados de razón.
Desde ese punto de vista, los «bárbaros», los no griegos, no están menos dotados ni son menos aptos, porque se trata de
seres hablantes, aunque hablen lenguas que no son el griego. La universalidad de la razón, de la lógica, de los
argumentos, se coloca en el punto de partida de la aventura de Occidente, así como la universalidad de la moral, de lo
justo y de lo injusto.
En la fase cristiana de Occidente se manifiesta la misma voluntad de universalidad. «Católico» deriva de una
expresión griega que puede traducirse como «universal». El mensaje de los Evangelios es una verdad revelada y no una
verdad descubierta mediante la razón. Pero también se dirige a todos los seres humanos. Por eso, la Iglesia católica no
tenía la vocación de convertir únicamente a Europa sino a todos los pueblos del mundo. La cara sombría de esta
universalidad de la Iglesia es la conducta adoptada hacia aquellos que no se dejaban convertir ni convencer: la
Inquisición, las torturas y las hogueras se encargaron de eliminados.

Los filósofos ilustrados y los revolucionarios de 1789 tampoco dejan de dirigirse al género humano. Incluso
llegan a hablar en su nombre y proclaman una declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano.
Aunque critican a la Iglesia y la fe, aunque algunos de ellos son totalmente ateos, conservan en un nivel laico y profano
un proyecto muy parecido al del catolicismo: convertir a los ideales del progreso a todo el género humano.

Al seguir adelante nos podemos dar cuenta de que se trata de una constante en Occidente. Todas sus grandes
creaciones de la época moderna están destinadas al mundo entero, nunca a un uso particular. El capitalismo, el
comunismo, la sociedad de consumo, la informática y las redes de Internet son evidentemente muy diferentes, pero
todos tienen en común que han sido creados para englobar la totalidad del planeta, y no para quedar confinados a un
dominio restringido.

- ¿Esta vocación universal no corre el riesgo de concebir proyectos totalitarios, tentativas de someter a los demás a su
autoridad?
-Desde luego, en la medida en que un proyecto totalitario es como una patología de lo universal: en vez de proponer a
todos una verdad para compartir, se esfuerza en imponer a todos, por cualquier medio, una verdad que se cree
indispensable para la felicidad, el perfeccionamiento, o incluso la supervivencia de la humanidad…()

- ¿Cuál es el segundo rasgo que caracteriza a Occidente?

-La búsqueda de la novedad. Una de las preguntas principales de Occidente podría ser: ¿Qué hay de nuevo? Al contrario
de todas las sociedades para las que la novedad está bajo sospecha o es peligrosa, Occidente parece vivir una fascinación
por las rupturas en el pensamiento, la forma de vivir, la técnica y la política. Desde los griegos, su tentación permanente,
para lo mejor como para lo peor, es la búsqueda de cualquier cosa más allá de lo que ya existe. Todos los temas del
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progreso, de la aceleración de la historia, de las revoluciones (políticas, técnicas, intelectual es o estéticas) giran alrededor
de esta idea de novedad permanente.

Una forma simple de tomar conciencia de este hecho es recordar que la moda es una invención occidental. En
todas partes, las ropas son idénticas de una generación a la siguiente o sólo evolucionan lentamente en función de la
mezcla de poblaciones. Con Occidente nace el cambio por el cambio, tanto en el corte como en los tejidos, en los calores
como en los accesorios. Este gusto insaciable por lo nuevo ha llegado también a los edificios, los muebles, las obras de
arte y los estilos literarios.

El sentido de la novedad, que es un motor esencial de la historia de Occidente, también tiene su patología. Se
trata de la futilidad, la multiplicación de artilugios, las falsas novedades que no son más que antigüedades presentadas
con otros colores. También es una especie de impaciencia permanente que exige el cambio a cualquier precio, aunque no
sea ni útil ni positivo.

- ¿Se podría decir, finalmente, que Occidente sueña con el cambio continuo, mientras que las demás sociedades
sueñan con la fijeza permanente?
-En efecto, existen dos modelos fundamentales de relacionarse con el mundo y de actitud frente a la existencia. El primero
consiste en elegir siempre la novedad, dispuesto a caer quizás en el error, a perderse en una especie de fuga hacia delante.
Esta alternativa prefiere sistemáticamente lo desconocido, los horizontes que no se parecen a nada que se haya visto con
anterioridad. Esta alternativa es la que encarna Occidente.

La otra actitud fundamental, a la que Occidente se opone la mayor parte del tiempo, es la alternativa de la
repetición, de la reconducción hacia lo idéntico, de la inmovilidad. Eso es lo que quieren todas las tradiciones: que las
cosas queden fijadas, que permanezcan en su inmovilidad, conserven su verdad inmutable, que recuperen su pureza
cuando la hayan perdido. Las ilusiones tampoco están ausentes de esta perspectiva: se corre el riesgo de creer eterno e
inmutable lo que no es más que una invención relativamente reciente.

Estas dos opciones fundamentales no se corresponden necesariamente con realidades de la historia. Existen
inmovilismos en Occidente y novedades en las sociedades tradicionales. Se trata de una cuestión de representación, de la
forma en la que se explica qué es lo que se hace y qué hacen los demás. Ahí, las actitudes fundamentales se oponen
claramente: o es siempre nuevo, o es siempre antiguo. La inestabilidad o la estabilidad. El movimiento o la inmovilidad.
La modernidad o la tradición.

Esta potenciación de la duda está ligada a la búsqueda de la novedad. Se podría decir que siempre se trata de
poner a prueba lo que parece adquirido, de intentar socavar lo que parece más sólido. Como si uno de los recursos de
Occidente fuera siempre ir más allá de la puesta en cuestión, tanto en la crítica como en la autocrítica. Esta actitud, a la
que no le falta ni poder ni grandeza, también sufre su patología. Así llega hasta la denigración de sí mismo, autoacusación,
la falta de confianza en su historia y en el sentido de su identidad.

- ¿Occidente se puede resumir como una perpetua puesta en cuestión?

-Ése podría ser el tercer rasgo que atraviesa su historia y permite caracterizarlo. Pero no es suficiente hablar de puesta
en cuestión, porque se trata de una actitud más diversificada y fundamental. La crítica, la duda, el examen de los dogmas
y de las creencias se encuentran en el centro del pensamiento durante toda la historia de Occidente. Las formas son
múltiples: investigación filosófica, comedia, sátira, libertad de prensa y constitución sistemática de contrapoderes. El
núcleo central es siempre el mismo: intentar corroer las verdades inmutables.

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