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La Peña Llorona

Al norte de la provincia de Huarochirí, cerca de un sinuoso cañón, se extiende una

serie de colinas rocosas y accidentadas, se halla en el corazón de un cerro, un

pintoresco pueblito llamado Pucchane. Está rodeado de arboledas de eucaliptos y

montañas gigantes. Las casitas del pueblo en su mayoría construidos con adobe

tienen tejados rojizos. Pero de todas ellas a la entrada del pueblo la que más

resalta, porque tiene un bello jardín lleno de flores de margaritas y azucenas, y un

portón tallado con imágenes de serpientes enroscadas, en esa morada vive don

Pablo Martínez, un anciano bondadoso y alegre, que posee un alto cargo y es

conocido por los pueblerinos como un gran sabio, por ser un gran mentor y saber

muchas historias de Pucchane.

Don pablo, sabía de una historia sobrenatural que le había contado su abuelo

cuando era un niño de siete años sobre una encantada y hermosa montaña llamada

la Peña Llorona que rodeaba por el norte a su querido pueblo, aquel terruño

remoto, en la que había habitado hasta el día de su muerte.

Hace dos años, seis meses antes de su fallecimiento, una mañana de julio me invitó

a caminar por su huerto lleno de frutales de manzanos y paltas. Anduvimos por una

hora cuesta abajo, hacia un valle boscoso, hasta llegar a aquel huerto cercado por

piedras, algunos cactus habían germinado por lo resquicios de las rocas de los

muros. Ingresamos al lugar, contemplamos los árboles frondosos, en el suelo

habían caído las frutas maduras, había matorrales y espinos que habían crecido,

don Pablo con un machete comenzó a franquear el camino. Y en el centro del paraje

se detuvo debajo de la copa de un molle grande y viejo, se sentó sobre el suelo

reclinándose sobre el tronco, también yo me senté sobre un banco de madera frente


a don Pablo. Mientras se quitaba el sombrero negro, comenzó a contarme sobre la

historia de una montaña encantada conocida como la Peña Llorona:

Fue hace muchos años atrás, en épocas dónde no habían inventado los

celulares ni automóviles. Donde en este pueblo no había luz ni ninguna

carretera accesible al lugar. Además, los habitantes bebían el agua de un

límpido arroyo. Mis ancestros criaban ganado vacuno, y teníamos nuestro

establo, en las afueras del pueblo. De pronto un hombre desconocido vino a

mudarse a nuestro pueblo, era un hombre misterioso y solitario, no sabíamos

de donde venía, él era ganadero de caprinos, era muy hermético, no hablaba

casi con nadie. Las personas y sobre todo los niños le tenían temor porque

parecía molesto e intratable. No se relacionaba con nadie, no tenía amigos, y

nadie se le acercaba, pero no le importaba se sentía cómodo así, mientras

permanecía en su soledad como un ermitaño rodeado solo con sus dos perros

pastores y su ganado.

Solía pastar sus cabras y chivos, por los montes, y el misterioso hombre que

había llegado meses antes; decidió llevar a sus cabras a la montaña más

hermosa del lugar, a la Peña Llorona, sin conocer que aquella montaña

ocultaba un encantamiento que estaba fuera de todas las posibilidades de la

realidad.

La leyenda local asegura que la montaña estaba hechizada, aunque nadie

sabía el porqué, muchos montañeses no habían vuelto jamás al pueblo, luego

de ir hacia la montaña La Peña Llorona, los lugareños no se atrevían a

aventurarse en sus misteriosas profundidades, porque daban crédito a las


historias que les contaba los antiguos moradores que de allí ya no se podía

volver y si lo hacía volvían en la más absoluta locura.

Y una mañana de junio, en pleno solsticio de invierno, a las nueve de la

mañana, partió hacia la bella montaña que tenía la forma de ave rapaz, le

escoltaban sus dos perros, sacó del redil al ganado caprino e iba ascendiendo

por un desfiladero hacia la Peña Llorona, estaba feliz porque había mucho

pasto para sus cabras y tenía mucha curiosidad por conocer que cosas más

podía encontrar en esa montaña, en el camino habían piedras hermosas,

estaba rodeado de flores blancas, amarillas y rosadas, en el cielo surcaban

unos halcones. Escaló por una ladera escarpada lleno de espinos y flores,

siguió subiendo y en un rellano encontró unos rocotos bien rojizos, asombrado

corrió a cosechar, sacando un viejo costal que traía con él, recolectó buena

cantidad, y luego siguió avanzando hacia la espesura de la montaña.

Era una montaña fecunda, era un bosque fértil, adentrándose en la espesura

en lo profundo, encontró un árbol solitario y gigante, de pronto comenzó a

sentir una especie de letargo, se tumbó sobre la hierba que crecía sobre el

árbol, se relajó mirando el cielo a través de las hojas, cerró sus ojos, entonces

se produjo una visión nebulosa y vaga, un sueño diurno, una ensoñación que

no se asemeja a nada familiar.

Estaba rodeado de seres espectrales en la que acudían a un gran templo, él

también se dirigía como si una fuerte atracción le jalara hacia el santuario, sin

resistirse, alrededor del lugar había enormes criptas y tumbas con esculturas

de ángeles alados, era una especie de panteón arcaico. Cuando

repentinamente despertó, estaba sudoroso y espantado. Al levantarse su


ganado se había dispersado. Ya casi anochecía, el sol se había ocultado y

comenzó a sentir un miedo espantoso, se apresuró por salir de aquel monte, y

descender, pero su ganado estaba incompleto, los perros empezaron a aullar,

cuando se producía una tormenta eléctrica y fuertes relámpagos. Recogió el

costal de rocotos y empezó a descender, noto un camino agosto en la

espesura y bajo con rapidez, el costal que llevaba sobre el hombro pesaba

cada vez más y comenzó a moverse, se detuvo para abrir el costal y los

rocotos se había convertido en sapos grandes y escamosos que despedían un

olor pestilente. El hombre con los cabellos de punta y la piel erizada se fue

corriendo tropezando dándose volatines, dejando a sus cabras sin parar hasta

llegar a la base de la montaña, donde se dio un golpe en la cabeza que lo

desmayó y al día siguiente amaneció adolorido, y algo debilitado.

Estaba inconsciente sobre el suelo, había perdido la ilación de sus

pensamientos. De nuevo se le aparecía el portón del templo queriéndolo

engullir, sentía que siempre bostezaba delante de él y que era atraído hacia

las tinieblas del interior, veía en su pensamiento a esos sapos que eran cosas

delirantes, salvajes y tan sutiles con la bruma del diablo. Su alma se encogió,

él tenía un pánico devastador.

Por fin pudo abrir los ojos, seguía intranquilo, pero ya no estaba debajo del

solitario árbol, su ropa estaba muy sucia y rota, tenían sangre que todavía

emanaba de la palma de sus manos, se levantó y al caminar cojeaba por una

rotura en la pierna, caminaba arrastrándose en dirección al pueblo y para

llegar faltaban unos cinco kilómetros, observo la posición del sol y ya era casi

el mediodía.

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