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La tierra sin hombres

Estos escritos fueron encontrados en el 2009 luego de que se realizara la

inspecció n previa a la apertura de esta isla para el turismo. Hashima es una de las

quinientas cinco islas deshabitadas del distrito de Nagasaki, sin embargo no todas

tienen su atractivo turístico. Antes de que desembarcaran los primeros visitantes,

la municipalidad del distrito mandó a hacer una inspecció n general para definir los

espacios habilitados para el trá nsito. Por peligros que resultan obvios al ver el

estado de las construcciones, el recorrido só lo se limita a algunas calles internas.

Cuando encontré estos escritos yo formaba parte del cuerpo de exploració n.

Estaban junto a una mochila revuelta en la cercanía de uno de los descensos hacia

las minas de carbó n. También se encontró una cá mara en un estado irrecuperable

y una carpa, pero no se pudo encontrar rastros de que esa persona siguiera

viviendo ahí. Para evitar problemas decidimos tapiar la entrada. Yo agarré los

papeles y los llevé a mi casa por simple curiosidad. Hoy en día sé que no voy a

volver a pisar esa isla. No sé si lo que leí es verdad o no, pero algo puedo percibir

en esa belleza decadente que no es comú n. Al viajar en la lancha hacia la isla, desde

lejos se podía ver ese aire de encanto turbio que te atrae como las plantas

carnívoras a los insectos.

No sé cuá ndo habrá n escrito esto, no sé qué habrá sido del infeliz que vivió

estas experiencias. A continuació n reproduciré sin alteració n el diario que

encontré.

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Día 1 Tarde

El viento trae una humedad corrosiva. Puede sentirse al tocar las paredes de

los edificios. Cuando uno apoya la mano, un frio penetrante traspasa la piel hasta

llegar al hueso. Parece hielo eterno. Ahí estoy yo, tratando de ver el puerto de

Nagasaki desde uno de los extremos de la isla Hashima. Hacía ya treinta añ os que

había dejado de ser un lugar apto para la vida. Desde 1974 que las construcciones

no paran de desmoronarse. A cualquiera que pise esta tierra, solo se le asomará a

la cabeza la imagen de una ciudad después de un bombardeo, sin embargo nada

artificial ha actuado como factor de destrucció n, só lo el agua, el aire y el tiempo.

Un político que soborné logró obtener un permiso para que yo visite la isla,

siempre y cuando me las arreglara por mi cuenta. Los posibles derrumbes habían

definido su clausura definitiva hace al menos diez añ os. Este pequeñ o terruñ o que

parece una ciudadela fortificada tuvo alguna vez 139.100 personas/km² en la zona

residencial y de 83.500 personas/km² para toda su superficie. Lo sorprendente es

que la isla solo tiene 480 metros de largo y 150 de ancho. Ahora está habitada por

el musgo y las plantas que crecen en las rajaduras de los edificios, en las murallas

que antes protegía a la població n de las rá fagas de agua y viento.

Estoy solo, con la cá mara en mano y traje suficiente comida como para estar

unos cuantos días. Cuando se terminen las reservas y el gas en lata para cocinar,

volveré a tomar mi lancha hacia la costa. Para dormir armé una carpa cerca del

ú nico templo shinto que hay en la isla. Ahora lo ú nico que se puede ver es un

pequeñ o arco torii que se abre como una puerta dimensional hacia el mar

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profundo. Aun así de destruida, aun habiendo sido só lo una ciudad creada para la

explotació n de combustible fó sil, los escombros parecen conservar algo de divino.

Algo imperturbable parece levantarse como una presencia total, algo que asecha.

Yo estoy con mi cá mara, unas luces portá tiles y un micró fono para grabar el sonido

ambiente. Quiero hacer un documental breve que muestre al mundo este paisaje

tan cautivador y lú gubre, donde el gris del cemento y el verde oscuro del musgo y

las plantas transforma todo en la ruina de un cuento de fantasía.

El viento golpea tan fuerte que se escucha como empuja las construcciones,

el sonido de sus cuchillos helados al golpear contra los bordes de la muralla, de las

paredes rotas. Cada tanto se oye el ruido de algú n desmoronamiento, por má s

mínimo que sea. Son las cinco de la tarde y está nublado. Agradezco que esto sobre

lo que estoy parado sea só lido y no un barco, aunque a veces sospecho que la isla

se mueve. Culpo a la melodía del agua, que va y viene, y al paisaje inquieto de las

olas que a la distancia me hacen creer que no hay nada só lido en el mundo. Cuando

llegue la noche saldré a filmar. Ya me imagino como se verá el cielo desde acá , sin

luces, entre este abandono que parece agrandar la soledad que uno siente,

poniéndolo frente al vació en la inmensidad y en la inmensidad del vacío.

Día 1 Noche

La oscuridad me inquieta. Cuando me acuesto en mi carpa oigo el eco del

viento sonar como un cuerpo vikingo. Estoy contento de las imá genes que logré

captar. Me acerqué a varios edificios, incluso entré a algunos para filmarlos desde

adentro. No queda nada de la gente que alguna vez vivió , ni los juguetes, ni los

muebles, nada. Parece que la gente abandonó la isla de forma totalmente ordenada,

como cualquier mudanza. Las plantas que resisten al frío y a la salinidad del agua

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tienen una vivacidad particular, el verde es oscuro como el de la selva profunda.

Parecen reflejar levemente la luz del reflector, incluso diría que se mueven de

forma casi imperceptible al ser iluminadas. No intenté tocarlas.

Día 2 Mañana

Hoy el sol brilla. El viento parece no calmarse, pero no hay nubes. La isla,

con un clima así, parece ajena, parece perder su identidad. El sol devela todo, no

deja ningú n misterio oculto a los ojos, al menos en la superficie visible. Quisiera

subir a alguna de las terrazas y filmar todo desde un punto alto, pero sé que es

peligroso. Hoy solo haré planos generales de la isla. Quizá entre en algunos de los

lugares de acceso a las minas, que parece ser lo ú nico que se mantiene firme en

esta pila de concreto endeble.

Si uno mueve los escombros encuentra cucarachas por todos lados. Son

bastante grandes. También hay ratas, pero no se específicamente qué pueden

comer. La ú nica fauna del lugar parece estar compuesta por estas dos alimañ as.

Espero que no agujereen mi carpa y busquen comerse la comida, o a mí. Supongo

que en las minas debe haber má s vida.

Día 2 Tarde

El paisaje comienza a ponerse interesante. El sol ya no inflige su juicio

vertical y ahora acaricia de forma oblicua los edificios, entrando por las ventanas,

iluminando fragmentos de los interiores como otorgando su bendició n. Pequeñ as

partículas de polvo se arremolinan con el aire que se cuela por los lugares rotos y

danzan frente a mis ojos. Es un plano espectacular, aú n má s hermoso en cá mara

lenta.

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Es extrañ o ver como en tan poco tiempo algo hecho por el hombre parece

deshacerse sin problemas, con naturaleza. Quisiera saber có mo deben haber vivido

desde acá la segunda guerra mundial, có mo vieron el destello de la bomba, como

sintieron su impacto. ¿Habrá n sufrido los efectos de la radiació n? Este viento debe

haber traído algo, el agua también. La energía liberada por la bomba fue tan

poderosa que incluso quemó por debajo de la ropa a quienes no habían sido

afectados directamente por la explosió n. Esta isla está a nada má s que veinte

kiló metros de Nagasaki. Veinte kiló metros no son nada. Ojalá hubiera tenido una

cá mara acá para filmar la explosió n, aú n mejor, para filmar la caída de la bomba

desde la bomba misma. Debe haber sido sorprendente.  ¿Existe algo llamado

humanidad después de eso? Al menos acá no.

Dia 2 Noche

Hace frío y la humedad hace que penetre hasta los huesos. Esta vez saldré

con mi cá mara y sin ningú n equipo de iluminació n complementario. Quiero poder

moverme con má s agilidad por el terreno, subir algunas escaleras. La ciudad debe

verse como un punto brilloso. Las vistas panorá micas y la del cielo deben ser

sublimes. Quiero sentir la furia del viento golpeá ndome, el viento que parece

soplar con el ú nico fin de alejar esta isla lo má s lejos posible.

Dia 2 Noche (más tarde)

Logré subir a una de las terrazas. Cada paso en ese concreto es una lotería.

Hay que ir tanteando suavemente para no apoyarse en un lugar que esté suelto o a

punto de derrumbarse. Varias de las escaleras está n rotas y hay que saltar para

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llegar al otro extremo. Es un peligro. Sobre todo en la oscuridad en la que solo

ilumina la luz de mi cá mara.

Desde la terraza de uno de los edificios de la zona residencial lograba ver mi

carpa. La luna llena iluminaba de forma tenue toda la superficie. Era una luz etérea,

como un manto fino. Vi movimiento. Abajo corrían de punta a punta cuerpos

demasiado grandes para ser ratas, muy pequeñ os para ser otro tipo de animales.

Por un momento me reí, pareciera que Japó n tiene una isla para cada animal. La

isla de Fukoka era conocida como “La isla de los gatos” por su gran població n de

gatos salvajes, pero ahí hay gente y los pescadores los cuidan y les dan de comer.

Acá sería algo raro. Los gatos tienen un aspecto muy vital como para vivir entre

estas ruinas frías. Sin embargo, las ratas no, las ratas parecen poder vivir en

cualquier lado, como las cucarachas, pero con dientes y con pelo. Yo estaba a unos

diez pisos de altura, si podía observar algo moviéndose desde ahí, es porque no era

tan pequeñ o.

Cuando bajé, me dirigí rá pido a mi carpa. El cierre estaba abierto y mis

cosas revueltas. No se habían comido nada. Yo no recuerdo haber dejado la carpa

abierta, justamente por las alimañ as que pueden entrar y ensuciar y comerse todo.

Capá z hay otros animales. ¿Monos? No creo.

Me siento incó modo. No sé con que animales o bichos estoy conviviendo.

Debí pensar que décadas en soledad, en este ambiente cruel, deben haber creado

razas algo distintas a las que viven en la ciudad.

Si las plantas pueden resistir este ambiente hostil y crecer entre las grietas

con la fuerza de un roble, ¿qué pasará con los animales?

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Día 3 Mediodía

Durante la noche escuché ruidos raros. Ya no era el sonido del viento sino

algo similar a un deslizamiento de piedras, a pisadas sigilosas sobre los escombros

cerca de la carpa. Cuando prendí mi linterna, se escuchó el paso rá pido, como el de

un animal cuando escapa.

Algo se llevó el plato de acero que había dejado fuera de la carpa. Por suerte

tengo otro, pero esto no me está gustando.

Me quedan dos días para filmar el resto del material. No puedo irme antes.

Todavía falta visitar las minas. Desde la entrada no puede verse nada, tendré que ir

con mi cá mara y sin ningú n equipo má s.

Tengo miedo de las ratas o lo que sea que haya.

Dia 3 tarde

Armé una mochila y plegué la carpa. Si voy a caminar por los tú neles voy a

tener que viajar con las provisiones encima. No puedo llevar la iluminació n má s

que una linterna de bolsillo y la luz que tiene la cá mara. El cuchillo lo llevo a mano

en el cinturó n. Hay un solo problema, el celular, el ú nico método de comunicació n

que tengo tiene poca batería, la necesaria para prenderse y apagarse mañ ana y

pasado en caso de emergencia. Supongo que si no me comunico en estos dos días,

Hikari va a mandar alguien a buscarme. ¿Cuá nto tiempo puede uno sobrevivir en

esta isla si no?

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Hoy el sol amenaza con su verticalidad. Las piedras parecen calentarse y

despojarse de su humedad. Antes no me había dado cuenta, pero cuando el sol

brilla sin nubes a la vista, la humedad contenida en las piedras parece comenzar

evaporarse y una neblina blanca flota al nivel del suelo. Es increíble. Pareciera que

la luz despoja a la isla de algo que le pertenece o que se niega a soltar. Abajo, en la

mina, la temperatura debe bajar mucho má s que en la superficie los días de

tormenta. ¿Qué animales pueden vivir ahí? ¿Se habrá n reproducido las mascotas

de los viejos habitantes?

Tengo miedo, pero algo en este paisaje me invita a resistir, como si hubiera

algo que debe ser mostrado. Algo así como una historia que nadie parece haber

vivido. Puede que algú n loco –o un grupo de ellos- haya decidido venir a vivir acá , a

habitar los tú neles. En estos días no encontré ninguna señ al de vida. No pude

recorrer cada rincó n, pero el lugar es pequeñ o, creo que si alguien viviera en la

superficie, yo a lo hubiera notado.

Ahora mismo voy a entrar. Estas son las ú ltimas palabras antes de bajar por

este tú nel negro, dó nde alguna vez trabajaron miles de personas y ahora solo

trabajan el tiempo y los elementos. Estoy en la puerta del tú nel. Escucho el ruido

casi imperceptible de piedras deslizá ndose en el suelo.

Dia 3 Tarde (horas después)

Logré avanzar unos cientos de metros hacia el interior, quizá incluso un

kiló metro, no puedo decirlo. Camino a paso lento porque no puedo observar a la

distancia. La superficie del tú nel tiene una textura indescriptible, no es rígida como

pensé, tampoco blanda. Hay charcos de un líquido oscuro por todos lados, supongo

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que es el agua mezclada con el carbó n. Hay algo similar al moho por todos lados,

también prolifera el musgo. El carbó n no es visible casi nunca. A decir verdad no

podría decir si la superficie negra que a veces logro ver entre el musgo y el moho

sea carbó n. El ruido de piedras deslizá ndose no terminan nunca, pero siempre es

lejos. Siento que me lleva con su distancia y yo camino cada vez má s adentro.

Ahora quiero llegar al fondo, quiero grabar eso que nadie grabó nunca. Mi linterna

a penas sirve para iluminar este cuaderno y el piso que me rodea. La cá mara aú n

tiene una batería de repuesto, supongo que va a alcanzar para lo que queda del

recorrido. Voy a usarla para iluminar y grabar todo el recorrido.

Aú n no encontré ningú n animal o insecto, supongo que escapan de la luz. A

veces veo que a la distancia algo brilla, peor parece ser una cualidad del musgo que

refracta la luz. No sé có mo lo hace, dudo que eso sea musgo. Voy a seguir

caminando, antes de que llegue la noche tengo que haber vuelto. Me da pá nico

pensar que esta oscuridad se pueda prolongar por fuera del tú nel.

Noche

Mi bote desapareció , no está atado en el muelle. No sé có mo irme y el celular

ya no tiene baterías. Puede que la humedad lo haya arruinado, la cá mara tampoco

funciona. Yo siento un frio incó modo que me carcome hasta los huesos. No sé qué

toqué pero mis manos está n rojas e irritadas, como si hubiera tocado algo similar

al á cido.

No puedo describir lo que vi adentro. No sé cuá les habrá n sido las causas

para que suceda esto. El centro…el centro al que llega el sistema de tú neles no es

un centro de piedras y carbó n. Vi pequeñ as ratas deshacerse en los pequeñ os

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piletones de agua oscura. Una pequeñ a sociedad vive acá , en estos tú neles que

parecen digerir todo lo que entre. Pequeñ os humanoides albinos cuidan del lugar

como si fuera una madre, los vi tirando ratas muertas y cadá veres a los charcos. En

pocos minutos no quedaba nada. Ni bien vieron la luz de mi cá mara, corriendo

haciendo sonidos guturales que hicieron eco en todo el sistema. Yo corrí para el

lado opuesto y volví sobre mis pasos. En un momento la luz se apagó y tuve que

caminar de memoria, despacio, tanteando las paredes. A veces mi mano se hundía

en algo que parecía carne.

Ahora estoy afuera, cerca del templo Shinto, donde antes tenía la carpa. No

puedo dormir. La isla no es monstruosa, es un monstruo.

Madrugada

Veo a la distancia los brillos de los ojos que me vigilan. No puedo escapar,

no puedo nadar veinte kiló metros hasta Nagasaki. Puedo tratar de resistir hasta

que vengan a buscarme. ¿Có mo sé que me van a venir a buscar? A ese hijo de puta

no le debe importar nada. É l se lavó las manos desde un comienzo. Si lanza un

operativo para buscarme qué va a decir al pú blico ¿que aceptó un soborno? ¿En

Japó n? Estoy muerto. Só lo puedo esperar resistir hasta que llegue el sol.

La isla se llenó de brillos diminutos por todos lados. Está n en los edificios,

detrá s de los escombros, en cualquier lugar. Me está n vigilando. Só lo la luz de la

linterna impide que se acerquen, pero la luz está cada vez má s tenue, a veces titila.

Cuando la oscuridad gana su espacio escucho que se acercan y me envuelven.

Escribir es lo ú nico que puedo hacer.

La luz falla, ellos se acercan, estoy perdido.

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