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CAPÍTULO II

El pensamiento andino y el buen vivir como una ética alternativa al pensamiento ético
occidental

El presente capítulo tiene como objetivo reflexionar en torno a la ética andina, al buen
vivir y a la ética de la vida, las cuales son originarias del pensamiento ancestral andino y tienen
una estrecha relación con el territorio, con la espiritualidad, con la naturaleza y con el cosmos.
Por eso, analizar estos aspectos, teniendo en cuenta diferentes posturas disciplinares, es asumir el
reto de plantear, desde lo conceptual, lo valorativo y lo práctico, una ética alternativa a la ética
occidental. Asimismo, la ética, desde este punto de vista, constituye una propuesta práctica que se
comparte y se vivencia entre los seres humanos y demás elementos del territorio desde el
contexto de la vida cotidiana. En esa medida, se comprende que estos saberes propios de las
culturas amerindias, posibilitan espacios de convivencia a través del respeto de los seres humanos
hacia los no humanos, en un marco para la interacción recíproca desde lo comunitario.

Así, pues, desde esta perspectiva, la ética desde la visión del mundo andino, es
complementaria porque integra al ser humano y a todos los elementos que componen el universo,
para construir en lo comunitario, una ética vivencial que se da en lo cotidiano, puesto que se
propician momentos auténticos de interacción que se convierten en un potencial a partir de sus
diferentes variables; entre ellas la solidaridad y el respeto, que se originan entre los habitantes de
las diferentes culturas y sus entornos. Por lo tanto, profundizar en el estudio de la ética, desde la
visión ancestral, es de una importancia imperativa, ya que la ética acontece en diversos
escenarios y situaciones de las prácticas ancestrales.

Además, la ética –desde la perspectiva andina y del buen vivir– es entendida como un
ejercicio crítico que aporta a la reflexión de la vida, tejiendo un escenario armónico entre la
sociedad y el universo. Por eso, en este capítulo se concibe a la ética como una apuesta en común
que cuida y protege de todo el sistema vivo; por lo que esta propuesta, desde la visión del mundo
andino, es un camino que lucha por el bien del territorio y por la convivencia, puesto que debe ser
recíproca entre las comunidades indígenas y su entorno. Por lo tanto, la construcción de este
modelo ético se constituye a partir del respeto hacia la convivencia, ya que desde allí es posible
construir caminos de acción desde una postura social y equilibrada entre las distintas
comunidades.
Ahora bien, en lo que sigue del capítulo se abordan algunas reflexiones y conceptos
propuestos por distintos autores que son necesarios para consolidar los fundamentos teóricos y, a
la vez, prácticos del pensamiento andino, de la ética del buen vivir y de la ética de la vida.
Además, desde pensadores como el filósofo Josef Estermann y el investigador Nicolás Beauclair
(2009), se esbozan los principios de correspondencia, complementariedad y reciprocidad, los
cuales atraviesan todo el capítulo, puesto que se encuentran establecidos en los saberes
ancestrales y en las tradiciones culturales del pensamiento andino. Asimismo, se abordan ideas
relacionadas con la vida comunitaria, con la importancia de la palabra y la sabiduría de abuelos y
abuelas, con el territorio, con la dignidad humana y con el reconocimiento del Otro.

Aproximaciones a la ética andina

La base axiológica de la ética andina tiene como fundamento el orden cósmico, la


relacionalidad universal de todo lo que existe a partir de los principios de correspondencia,
complementariedad y reciprocidad propuestos por Josef Estermann, filósofo y teólogo suizo y
por Nicolás Beauclair, investigador de la filosofía y la espiritualidad de las comunidades
indígenas en Latinoamérica. Estos autores cobran relevancia en las exploraciones de las éticas
alternativas y conceptuales que se mueven entre los diferentes planteamientos del pensamiento
indígena. A partir de lo anterior, resulta necesario analizar el valor trascendente que tiene la ética
andina para las comunidades indígenas, su relación recíproca con la comunidad y la naturaleza.
Sus prácticas proyectan un horizonte de posibilidades que luchan por el reconocimiento y la
reivindicación cultural, la identidad y la vida comunitaria, el medio ambiente y la biodiversidad;
así, estos son algunos temas que se abordan dentro de esta propuesta.

La ética andina también es entendida como una propuesta autóctona de vida de las
comunidades ancestrales dentro y fuera de los contextos territoriales, y es a la vez, una manera
originaria de estos pueblos para comprender el mundo por medio de la interacción con todo lo
que habita en la naturaleza. Así, pues, esta propuesta proyecta alternativas que buscan reivindicar
que, en las experiencias cotidianas, se establece la vida en relación con sus prácticas que devela
el tejido entre el hombre y la naturaleza. Ese tejido que es la conexión espiritual y que se
convierte en la transmisión simbólica de valores que combaten los diferentes problemas éticos y
morales del mundo andino, la comunidad y el territorio. Por eso, la apuesta de la ética andina es
una alternativa para enfrentar los desafíos creados por el capitalismo y el desarrollo económico y
de consumo que afecta a las poblaciones indígenas.

Entonces, hablar de ética en los anteriores términos, es comprender la relación íntima que
existe entre el hombre y la naturaleza; pues, tanto el uno como el otro forman un carácter
complementario, por lo que Olivia Harris y Thérese Bouysee (1988) consideran que, para el
mundo andino: “el ‘universo’ no se concibe como una totalidad indiferenciada que abarca todo,
ni como un flujo primordial, sino como una composición, un encuentro de elementos iguales u
opuestos” (p. 225). Estas ideas permiten contextualizar, de manera crítica y reflexiva que, en la
ética andina, se encuentran sumergidos valores autóctonos que son el eje filosófico que permean
en el pensamiento, tanto individual como colectivo de los pueblos indígenas, en cuanto que en
esa relación cosmos (universo), naturaleza y humanidad, habitan una correlación complementaria
a partir de los elementos antes mencionados.

Ahora bien, es importante tener en cuenta que, desde la visión andina, el mundo se
concibe como una totalidad de todo lo existente, es algo complementario. Dicha categoría tiene
implicaciones éticas que deben ser comprendidas a partir de las tradiciones ancestrales y los
relatos míticos que, pese a la gran influencia de la academia en las culturas latinoamericanas, aún
son parte esencial de las prácticas socioculturales. Toda esta mirada, como punto de partida,
propone una configuración de la vida con el otro y con los otros, es decir, que la ética andina se
construye a través de la unidad, porque al ser complementaria, integra todo lo relacionado con el
mundo. Por consiguiente, para Nicolás Beauclair (2013), “los principios centrales que son
valorizados, como son la relacionalidad, la complementariedad y la reciprocidad, no se aplican
sólo al mundo de los humanos, sino a todos los componentes del universo” (p. 46). En otros
términos, la ética andina es una forma de concebir el mundo con todos los elementos que la
componen.

Por lo anterior, la ética andina, es una propuesta que rescata en las tradiciones y saberes
ancestrales el orden cósmico, teniendo presente aspectos fundamentales, tales como el respeto al
territorio, el derecho a la vida –tanto del hombre como de la mujer indígena– el respeto de su
dignidad y el cuidado integral de las culturales andinas como parte fundamental de la
relacionalidad universal. En esa medida, y trayendo a colación a Josef Estermann (2009), es
posible retomar los principios de correspondencia, complementariedad y reciprocidad como ejes
primordiales en la convivencia comunitaria (p. 249). Estos principios se podrían considerar como
la base principal de la riqueza cultural de las comunidades andinas, por lo tanto, esta ética
reconoce la necesidad de repensar la vida a partir del territorio.

De esta manera, la ética andina se puede concebir como un horizonte de posibilidades por
el hecho de construir relaciones armónicas bajo los principios de correspondencia,
complementariedad y reciprocidad. Asimismo, construye relaciones interpersonales con
habitantes de diferentes culturas; por eso, las culturas indígenas abarcan elementos esenciales de
la ética en planos existenciales, manteniendo siempre el equilibrio, el orden y la unidad –no
únicamente en términos normativos– sino en términos convivenciales. Esto, se complementa
desde lo que menciona Estermann (2009), cuando propone que “La ética aplica los principios
‘lógicos’ a la conservación y perpetuación de este orden, para lo cual el principio (ético) de la
reciprocidad es trascendental” (p. 249). En esa medida, es posible develar que la ética andina
posibilita un encuentro comunitario desde el principio de reciprocidad, el cual es un puente que
garantiza, a las comunidades ancestrales, una forma de existir a partir de las diversas formas de
vida, puesto que su propósito se sustenta en crear comunidades armónicas.

Por otro lado, la ética andina no se concibe como una normatividad del comportamiento
o las acciones humanas (algo común en las éticas tradicionales), sino que a través del tiempo
sigue persistiendo en dar a conocer que en las tradiciones ancestrales se encuentran valores que
reconocen la existencia del ser humano a partir del territorio, puesto que lo uno no puede ser sin
lo otro. Además, es importante mencionar que, para las culturas ancestrales, el territorio es
sagrado porque allí se da y se cría la vida. De esta manera, enfatizando en lo anterior, Josef
Estermann sostiene que:

La ética andina no es tanto una reflexión sobre la normatividad del


comportamiento humano, sino sobre su ‘estar’ dentro del todo holístico del
cosmos. Se ha observado que el pensamiento indígena de América Latina
en general es más un pensar del ‘estar’ que del ‘ser’, es decir: de la
concreción de la existencia dentro de las múltiples relaciones, y no de la
abstracción ontológica en términos de ‘sustancialidad’. (Estermann, 2009,
p. 426-247).
La ética andina, desde esta perspectiva, toma como prioridad la categoría del ‘estar´ y no
la categoría del ‘ser’, tampoco se sustenta en planos existencialistas o fenomenológicos como lo
comprenden los filósofos occidentales, sino que se plantea en un sentido “pachasófico”, categoría
utilizada por Josef Estermann (2009) para referirse a la Pachamama como lugar de enunciación,
lo cual es comprendido como un momento trascendental dentro del dinamismo de la vida andina;
pues, es a partir de la concreción de la vida en su diversidad y multiplicidad que el pensar del
‘estar’ cobra fuerza y sentido en el mundo andino, ya que permite buscar, crear y mantener el
tejido de la vida comunitaria a partir del territorio.

Desde este punto de vista, se puede considerar que la ética andina no es un conjunto de
valores individualistas, es por el contrario, una ética que se constituye a partir de las comunidades
de vida, que favorece la dignidad humana y, por ende, el merecimiento y reconocimiento de un
ser para la vida en comunidad y en su contexto territorial. Por lo tanto, esta ética es
corresponsable en el sentido que posibilita a las personas un modo de existir más digno y
humano. Asimismo, saber actuar en torno a los principios que propone Estermann (2009), es
también entrar en diálogo, reflexión y planteamientos críticos sobre la importancia de la vida en
la relación comunidad-territorio, puesto que, desde la comprensión de dichos principios, el vivir
andino cobra sentido cuando se tiene presente a la existencia humana en sus múltiples relaciones
con el cosmos.

Por otro lado, y siguiendo a Beauclair (2013), es posible comprender que existen
principios que no sólo se entienden en las dinámicas humanas, sino que se encuentran en otros
componentes que están presentes en la naturaleza. Estas múltiples formas de existencia
mantienen un equilibrio con el universo y se conciben como un compuesto de diferentes
elementos que permiten que el mundo funcione adecuadamente. Desde lo anterior y siguiendo al
autor, aparecen los principios de solidaridad, hospitalidad e inclusividad, los cuales promueven
la convivencia entre el ser humano y los demás componentes del mundo. Por eso, al hacer énfasis
en lo anterior, Nicolás Beauclair rescata estos principios que se complementan con lo que se
viene mencionado, y los plantea de la siguiente manera:

En la misma línea, otros principios como la solidaridad, la hospitalidad y la


inclusividad, aunque en un primer grado podríamos pensar que sólo se
aplican entre seres humanos, se nos revelan, a través de los símbolos andinos,
aplicables a los demás componentes del mundo, ya que se manifiestan
también hacia los huacas y otros elementos sagrados. (Beauclair 2009. p. 46)

En este sentido, la ética andina, tal como se menciona arriba, tiene en cuenta un conjunto
de principios y valores, tales como la solidaridad, la hospitalidad y la inclusividad que forman
parte de las relaciones humanas, pero que también acaecen en otros elementos no humanos que
hacen parte del contexto comunitario y territorial, y que suelen trascender al plano convivencial y
espiritual de los habitantes andinos. Por eso, es de carácter fundamental aprehender estas formas
de relacionarse entre los seres humanos y las demás manifestaciones del mundo, de tal manera
que se desvele el interés de sus habitantes por proteger y conservar el territorio y, junto a él, a
todos los componentes del mundo.

Enlazando lo anterior, el pensamiento andino que se da en la totalidad del universo, no


soslaya lo no humano de la naturaleza, por el contrario, este pensamiento abraza la totalidad del
cosmos y construye vínculos armónicos desde lo convivencial dentro y fuera del territorio; en
otros términos, se crean lazos recíprocos que fortalecen la unidad, el respeto y el diálogo entre
todo aquello que constituye al mundo. Es por ello por lo que, para las comunidades andinas, los
principios mencionados no se dan únicamente entre los humanos, sino que es una práctica
holística entre los indígenas y el territorio, siendo esto uno de los fundamentos primordiales del
discurso ético. En esa medida, es importante mencionar que, desde estos planteamientos, se
identifica que hay derechos y deberes autónomos que en ninguna instancia se deben obviar
porque podrían alterar el orden cósmico y el equilibrio entre la vida humana y la no humana que,
en definitiva, son parte del todo existente y que se complementan desde lo convivencial.

Ahora bien, al entrar a dialogar desde lo convivencial en el mundo ancestral, es pertinente


traer a colación a Mujica (2017), pues, este autor considera que “la ética es un conocimiento para
actuar racionalmente, vale decir que se trata de una manera de pensar la convivencia para volver
a realizar acciones de manera razonada y controlada” (p. 74). Como lo menciona el autor, se
puede comprender que la ética implica, desde su contexto, una acción reflexiva del quehacer del
ser humano, pero también de la forma en que este se relaciona con todos los elementos del
universo.

Desde lo anterior, y como se ha venido mencionando, los fundamentos del pensamiento


andino consisten en mantener el equilibrio entre los seres humanos y el cosmos, puesto que, para
crear relaciones armónicas se necesita de la capacidad de convivir con todos los seres y
elementos que constituyen la naturaleza. Por eso, para las comunidades indígenas la ética no es
individualista, por el contrario, es una ética comunitaria, recíproca y solidaria: elementos
ancestrales y primordiales en los cuales no se practica la exclusión, porque no se trata de
desarmonizar la convivencia sino de fortalecer la unidad con la naturaleza y todos sus elementos.
Por lo tanto, desde este punto de vista, el hombre es el responsable de velar por la vida del
territorio desde su diversidad y bastedad, manifestando en la praxis ancestral, el respeto y
cuidado hacia la naturaleza en su totalidad, con lo cual permite desvelar y poner en contexto el
verdadero sentir y actuar de la ética en perspectiva ancestral.

Ahora bien, el sentir y actuar de la ética andina también emerge en los saberes
tradicionales propios de las comunidades indígenas, pues, allí se devela el valor trascendental que
propone una ética que gira alrededor de los principios y valores como la unidad, la reciprocidad y
el respeto a la vida humana y no humana, y como tal, a la convivencia entre los habitantes y su
relación con el universo. De esta manera, Farah y Vasapallo (2011) afirman que los indígenas
tienen “la reputación de basarse en una relación armónica y respetuosa entre seres humanos y
entre estos y los otros seres que cohabitan la naturaleza” (p. 17). Esta perspectiva proyecta un
vínculo cultural cimentado en la reciprocidad, reconociendo que en el universo o cosmos está
incluida la humanidad y el territorio viviente, por lo cual, la interacción constituye un
conocimiento que integra en la cotidianidad un saber armónico sobre la vida comunitaria a partir
de lo complementario.

Entonces, como ya se ha venido mencionando, en la ética andina se encuentran


encarnados principios y valores imprescindibles para la vida comunitaria, para el cuidado del
territorio y para entender que el respeto no sólo aborda a lo humano sino que se desplaza a los
demás elementos del cosmos. Por eso, dentro de esos valores de altísima relevancia, emerge el
principio de dignidad, el cual puede ser entendido desde el planteamiento de Estermann, para
quien “El ser humano es ‘parte’ intrínseca del cosmos (pacha), esto justamente le da su dignidad
y posición excepcional. La ética entonces ‘juzga’ cada elemento de acuerdo a su conformidad con
el orden cósmico (Estermann, 2009. p. 521). Además, según el autor, desde la runasofía/jaqisofía,
la ética andina no toma al ser humano como <medida de todo> o fin en sí mismo, sino que su
dignidad excepcional radica en el lugar (topos) predilecto dentro de la totalidad de relaciones
cósmicas.

De modo que, la dignidad desde las relaciones cósmicas en la cosmovisión indígena, no


recaen en valores dogmáticos, ni toma al ser humano como centro o como fin en sí mismo, sino
que este forma un conjunto de valores vivos que se generan a través de la relación recíproca entre
el ser humano y la Pachamama, formando así una unión estrecha y perpetua con el mundo y
conservando, a través del respeto y la tolerancia, el orden en el cosmos. Por eso, al traer a
colación la concepción del mundo andino que propone Estermann (2009), es posible advertir que
“la ética andina trasciende el ámbito humano y se proyecta a dimensiones cósmicas, las
relaciones humanas y el ‘deber’ con respecto a los demás, también forman parte importante de la
reflexión ética” (p. 259). Entonces, teniendo en cuenta esta perspectiva, centrar la ética, es
comprender que todo gira a partir de la correspondencia, la complementariedad y la reciprocidad
desde la relacionalidad humana y no humana.

Con base en lo anterior, se puede considerar que la ética andina se interioriza desde las
dinámicas humanas y su relación con lo no humano manteniendo una vida enmarcada desde el
respeto, la dignidad y demás principios necesarios para encontrar un equilibrio con todo lo
existente (cosmos). Asimismo, el alto valor que tiene la vida comunitaria y el territorio emerge
desde el concepto de “Pachamama”, lo cual abarca la totalidad de la naturaleza y sus elementos,
separándose de esta manera del antropocentrismo hegemónico para resaltar que las concepciones
indígenas contribuyen a la reflexión crítica de la actualidad a partir de una propuesta ética,
cimentando pilares de respeto a la naturaleza y a las diferencias culturales de la sociedad.

Para ir cerrando este apartado, vale resaltar que la ética andina no se delimita únicamente
a un plano reflexivo, donde se dialoga y se comparten diversos puntos de vista sobre unos modos
de vida; por el contrario, es también una visión crítica que posee un horizonte de posibilidades
que, aunque utópicas, deja notar en su propuesta una lucha anhelosa desde la cual se busca el
cambio. Desde este aspecto, y teniendo en cuenta lo desarrollado a lo largo de este apartado, es
posible comprender que la ética andina proyecta una noción de vida acorde a los principios que,
aunque tradicionales, siguen resonando en la actualidad. Este pensar, además, no es ajeno a un
pasado reciente porque contribuye, a partir de los principios de correspondencia,
complementariedad y reciprocidad, a vivir en comunidad armónicamente, sin la necesidad de
trasgredir el territorio: lugar donde se crea y se cría la vida.

Finalmente, es pertinente mencionar que, en el siguiente apartado, se continúa


desarrollando y profundizando el pensamiento andino desde principios, valores, reflexiones y
diálogos que permiten ampliar el horizonte de comprensión de la vida ancestral y su relación con
el mundo (naturaleza-cosmos). Además, se aborda una propuesta de vida indígena,
principalmente desde la ética del Buen Vivir, que se presenta como una propuesta original y
significativa, y que irrumpe con fuerza en la actualidad de las comunidades indígenas en
contraste con las éticas occidentales y con los modos de vida tradicionales.

Aproximaciones al Buen Vivir.

En este apartado se pretende hacer una introducción al pensamiento propio de los pueblos
indígenas encaminados a la comprensión del Sumak Kawsay en Kiwcha o Buen Vivir; concepto
que es comprendido desde la cosmovisión andina como una alternativa de desarrollo enfocado en
una propuesta más humana, cuyo sentido es significativo porque manifiesta su posibilidad desde
el territorio, lugar de enunciación de la vida, de la comunidad y de la cultura. Pero, además, su
apuesta apela a una relación armónica entre el ser humano y la Pachamama. Por eso, Godenzi
(1999) propone el término desde lo siguiente: “podría definirse como ‘la abundancia o totalidad
de arquetipos germinantes del suelo’; como la matriz que da nacimiento a los dioses de los cerros,
los espíritus y al hombre y a todas sus pertenencias” (p. 99); esta postura asocia al espacio y al
tiempo como una composición, un conjunto unificado de elementos iguales y opuestos.

El concepto del sumak kawsay da cuenta de la posibilidad de vincular al hombre con la


naturaleza desde lo práctico, cuya finalidad es el respeto, puesto que se trata de construir el
sentido de la vida partiendo de una ética que se aparta del eurocentrismo, del individualismo y el
capitalismo, con la oportunidad de devolverle la ética a la convivencia humana de las culturas
ancestrales y, por ende, a todo su entorno. Esta idea es importante tenerla presente por el hecho
de que se constituye desde un contexto sociocultural y, que determinado por sus cosmovisiones,
creencias, saberes, usos y costumbres, ha puesto una nueva manera de proyectar la convivencia y
la unidad desde la diversidad, como una oportunidad de oponerse a ideales que han vulnerado ese
senti-pensar comunitario, configurado por las creencias y prácticas propias del pensamiento
andino.
El Sumak kawsay es la expresión ancestral del cuidado de la vida y el territorio, es un
fundamento ético, el cual se complementa en las relaciones armónicas que posibilitan una cultura
de paz constituida por el respeto y el vínculo recíproco con la humanidad y la naturaleza viviente.
De esta manera, Leonardo Boff sostiene que:

Hay que construir un nuevo ethos que permita una nueva convivencia entre
los seres humanos y los demás seres de la comunidad biótica, planetaria y
cósmica; que propicie nuevamente la fascinación ante la majestad del
universo y la complejidad de las relaciones que sustentan todos y cada uno de
los seres. (Boff, 2002, p. 26-27)

Así, pues, la ética para las comunidades ancestrales, se constituye de forma concreta a
partir del quehacer vivencial en equivalencia y armonía con la naturaleza, por lo que trata de un
estar con y en la naturaleza. Por lo tanto, esta propuesta, aparte de ser teórica, también es práctica
en su hacer; la razón de ello es porque en la sabiduría ancestral existe la memoria colectiva que
invita constantemente a recuperar la identidad y la dignidad de lo comunitario; por tal motivo, se
podría decir que, en la cosmovisión andina, se vincula la cultura y el medio ambiente; en otras
palabras, el buen vivir se caracteriza como una ética práctica.

Las características anteriormente mencionadas, expresan de alguna manera, la necesidad


de repensar la vida y dialogar sobre las diversas realidades que emergen en el sistema social con
el fin de dialogar a través de los saberes ancestrales sobre el respeto a la diversidad, a la
convivencia entre los seres humanos y, entre estos y el territorio. Desde este punto de vista, el
buen vivir busca el equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza, como posibilitadora de un
convivir armónico. En este orden de ideas, Farah y Vasapallo (2011) sostienen que: “El buen
vivir, así, es un camino y objetivo, una oportunidad para “construir colectivamente” una “nueva
forma de vida”, cuyo régimen económico se orienta por las equidades y por una relación
armónica, entre individuos y colectivos, y con la naturaleza” (p. 25). El buen vivir, desde esta
concepción, se convierte en una ética complementaria al integrar los saberes y costumbres
ancestrales con una filosofía práctica de los pueblos indígenas.

Además, es importante resaltar que el Sumak Kawsay o buen vivir es propio de los
pueblos indígenas, desde donde se comprende a la comunidad andina como un tejido de entidades
que la conforman los humanos, la tierra, las plantas, el agua, el aire, el fuego, la luna, el sol y
demás elementos que conforman el cosmos. Con base a estos presupuestos, la sabiduría ancestral
se entiende como un pensar holístico que percibe las relaciones dinámicas entre todas las
entidades del universo. Por consiguiente, el Sumak Kawsay es una noción que se expresa a partir
de las prácticas convivenciales, basadas en el respeto con la naturaleza, con las culturas y con
todas las sociedades, teniendo siempre presente la consecución de una vida armónica.

Por otra parte, esta propuesta cobra relevancia porque se vincula en las relaciones
sociales, articulando aspectos que posibiliten comprender que la conexión familiar, cultural y
económica, parten de ideales recíprocos que están marcados por aspectos éticos y morales. En
este orden de ideas, es necesario abordar este planteamiento del buen vivir como una ética que
avanza hacia la construcción de una comunidad complementaria y equilibrada. Por lo anterior, en
el siguiente apartado se pretende analizar el buen vivir y su relación con la espiritualidad
ancestral, pues, estas relaciones se construyen en la vivencia comunitaria teniendo siempre
presente al territorio y a todas las formas de vida y elementos que están presentes en la
naturaleza-cosmos.

El buen vivir y la espiritualidad ancestral.

En este apartado es importante reconocer que, para el pensamiento ancestral, la


espiritualidad hace parte de la ética del buen vivir y se fundamenta en el reconocimiento del
cosmos como un espacio sagrado que se expresa en manifestaciones particulares, a saber: las
costumbres, la convivencia, la educación, la música, la lengua, los ritos, los relatos, los mitos, las
leyendas, las formas de trabajo, la política, entre otros elementos que integran toda la
espiritualidad ancestral. Por lo anterior, la espiritualidad ancestral se da gracias a la conexión
recíproca entre el ser humano, la naturaleza y el universo. Así, la espiritualidad, desde la
cosmovisión indígena, crea lazos de unidad y se presenta de manera simbólica por las dinámicas
colectivas que se dan a raíz de las actividades cotidianas, especialmente en la convivencia, lugar
donde las prácticas y saberes ancestrales son sagradas porque hacen parte de la dimensión
comunitaria, la cual se sustenta desde un escenario cotidiano teniendo como base la
espiritualidad.

Uno de los elementos a tener en cuenta es que la espiritualidad, desde la cosmovisión de


los pueblos originarios, está relacionada íntimamente con el ritual por el carácter celebrativo que
las comunidades indígenas evocan en los distintos acontecimientos culturales. Existen en sus
prácticas distintas experiencias que suscitan un pensamiento cosmocéntrico que reconoce a la
naturaleza como un elemento sagrado que tiene vida y que goza de voluntad para proveer a todas
las comunidades el sustento necesario para subsistir. Por consiguiente, el principio de la
espiritualidad indígena se da en planos existenciales entre el ser humano y la naturaleza,
construyendo una propia identidad cultural que tiene que ver con la ética del buen vivir, ya que es
una propuesta constituida desde las acciones cotidianas y la relación con el otro y con los otros.

Esta comprensión reflexiona críticamente las prácticas y las costumbres de las


comunidades indígenas, en el sentido que, cada cultura vive la espiritualidad a partir de los
principios de reciprocidad, correspondencia y complementariedad, con el objetivo de reconocer
que, en la Pachamama, el orden cósmico se comprende desde lo simbólico, el cual se refleja en el
ritual por medio de las celebraciones colectivas que las comunidades ancestrales realizan a
manera de contacto con la naturaleza, en forma de agradecimiento por el espacio y tiempo que ha
sido otorgado a toda la población, en el marco de la convivencia comunitaria, por lo que el ser
humano, en este sentido, goza de una gran responsabilidad porque el valor trascendental radica en
el presente; en otros términos, la espiritualidad ancestral toma fuerza en lo vivencial.

De esta manera, se comprende que la espiritualidad andina se da en planos vivenciales


dentro de las prácticas cotidianas, teniendo presente que en las dinámicas autóctonas de los
pueblos indígenas, los valores ancestrales se dan gracias al vínculo recíproco con la madre
naturaleza. Por lo anterior, es importante enfatizar en lo que propone Sánchez desde los
siguientes términos:

La cosmovisión o (filosofía) de los pueblos originarios se nutre de las enseñanzas


de la naturaleza con la que conjuga su existencia y va estructurando su sabiduría, su
espiritualidad teogónica o cosmogónica y su ciencia con los valores constitutivos
propios de su identidad y cultura; así, van desentrañando sus secretos y van
corporizando sus símbolos y costumbres, controlan sus debilidades y enfermedades
físicas, mentales, y espirituales, armando sus identidades y el desarrollo armónico
de su cultura. (Sánchez, 2015 p. 59-60).

En este orden de ideas, cabe resaltar que, para las comunidades indígenas, el tiempo y el
espacio, lo humano y lo natural son complementarios porque se unifican. Así pues, para los
pueblos indígenas la ética supone reconocer la importancia de la construcción cultural desde los
territorios, teniendo en cuenta que, gracias al territorio, la vida es posible. Además, es de vital
importancia comprender que la espiritualidad, desde la comprensión amerindia, se relaciona con
la ética en el sentido que cuida del entorno y de la organización de las culturas ancestrales; es por
ello que, la espiritualidad ancestral no recae únicamente en lo metafísico, puesto que se da en lo
concreto, en el trabajo y en el compartir comunitario.

Por otro lado, el pensamiento propio, a través de la historia, ha construido en las prácticas
y costumbres ancestrales, un conjunto de elementos que, relacionados entre sí, forman un
complemento dinámico de todo lo existente. Por lo tanto, las reflexiones generadas alrededor de
la palabra, para los abuelos y las abuelas, suscitaban enseñanzas proyectadas en valores que
priorizaban el respeto, el equilibrio, el orden, la justicia, entre otros, que posibilitaban un sentido
ético. En este orden de ideas, se comprende que las tradiciones ancestrales integran lo espiritual
como la esencia del ser del indígena y la Madre Naturaleza, y como lugar donde se da y se cría la
vida, y también donde se garantiza el bienestar comunitario.

Desde lo anterior, hay que subrayar que los abuelos y las abuelas han sido consideradas
personas sabias, ya que gracias a su sabiduría aprendieron a leer el tiempo, logrando descubrir
distintas formas de comprender los ciclos telúricos de la Madre Naturaleza. Además,
descubrieron que los mitos y los rituales son parte del tejido espiritual de las tradiciones y
prácticas ancestrales tanto individuales como colectivas de las comunidades indígenas. Así, la
espiritualidad forma un tejido indisoluble entre el ser humano y la naturaleza, por lo que las
ceremonias y la ritualidad, desde esta perspectiva, son la base principal de las prácticas y saberes
propios de cada cultura.

En esta perspectiva, Myriam Sánchez, representante de la Comunidad Integradora del


Saber Andino identifica que:

Las Abuelas y Ancianos amautas (sabios) de AbyaYala descubrieron formas de


escudriñar las fases estelares, pudieron determinar los ciclos del sol y la luna; así
elaboraron sus calendarios y su cultura agrícola. Las observaciones astronómicas
fueron un medio necesario de subsistencia, que a su vez se convirtió en el eje
central de su espiritualidad, de su cosmogonía y cronología andina. Fueron
herederos de una cosmovisión rica en espiritualidad, conocimientos de agricultura,
astronomía, arquitectura, matemáticas, ética, gastronomía autóctona, medicina y
botánica entre otros muchos saberes. (Sánchez, 2015, p. 60).

Estas concepciones develan que, desde la sabiduría ancestral, se trasmiten diferentes


conocimientos que constituyen la génesis de la identidad y diversidad cultural de los pueblos
indígenas. En consecuencia, es factible afirmar que la raíz de la sabiduría de los abuelos y las
abuelas se encuentra plasmada en las tradiciones orales, por lo que en los usos y costumbres se
reflejan mediante la interacción del individuo con otras culturas y la conexión espiritual con la
Madre Naturaleza.

Esta convicción resignifica que la sabiduría ancestral es inherente a la espiritualidad, es


decir, que la conexión es la esencia orgánica de los valores y principios que constituyen las
comunidades y el universo; por lo tanto, el conocimiento de las comunidades indígenas es fruto
de la interacción entre los seres humanos, el espacio, el tiempo y todos los complementos de la
naturaleza. En vista de que la sabiduría de los abuelos y abuelas nace de los procesos colectivos y
de la interacción recíproca con la naturaleza, se comprende que el universo es orgánico, viviente
y espiritual; en otros términos, es el lugar de la existencia de todos los seres vivos y de los
espíritus mayores, puesto que todos forman parte del universo-cosmos.

A partir de lo anterior, Medina (2011), pensador boliviano sostiene que el pensamiento y


la espiritualidad indígena se debe comprender desde “los seres complementarios” tierra, agua,
serranía y cordilleras, donde los seres espirituales están latentes” (p. 47). Desde esta
comprensión, la espiritualidad indígena tiene una infinita presencia en todas las instancias de la
vida del ser humano y en la totalidad del cosmos. Asimismo, es representativa en el espacio
porque es el lugar de la existencia y de la convivencia; también, es el lugar de la reproducción de
la vida humana, los animales y los vegetales. Además, para el pensador boliviano, la
espiritualidad indígena está presente en todo el universo, especialmente, en el ritual celebrativo;
pues, allí, la comunidad busca armonizar las relaciones de convivencia y reciprocidad.

Se debe tener en cuenta que en todos los aspectos de la vida humana, el hombre está
expuesto a vivir en sociedad porque es y hace parte de ella; pero, especialmente, para las
comunidades indígenas, hay que enfatizar que vivir en sociedad implica abarcar a todo el sistema
cosmogónico. Entiéndase esto a partir de que los abuelos sabedores indígenas tienen en la
palabra, en el pensamiento y en la actitud, la certeza de integrar lo espiritual a través de los
rituales celebrativos: a la luna, al sol, a la naturaleza y a los espíritus mayores de todo el universo.
Por lo anterior, en todos los sentidos de la vida del ser humano debe estar presente la
reciprocidad, puesto que el principio ético desde la comprensión andina, tal cual lo indica
Estermann (2009) se enfatiza en: “Actúa de tal manera que contribuyas a la conservación y
perpetuación del orden cósmico de las relaciones vitales, evitando trastornos del mismo” (p. 252).
Por consiguiente, cabe resaltar que, en los rituales ancestrales, se integra el concepto de
complementariedad.

Por otro lado, las comunidades ancestrales, dependiendo de la época, hacen sus rituales
cuyo fin es interactuar con los seres humanos y no humanos; esta interacción se podría calificar
como una forma de comunicarse con los espíritus mayores, como la Pachamama y el Taita Sol;
esto, con el objetivo de que haya orden, justicia y equilibrio en los territorios indígenas. De igual
manera, lo anterior genera equilibrio en todos los entes del universo, proyectando espacios de
convivencia que fortalecen distintos encuentros armónicos entre pueblos y comunidades,
respetando de esta forma la diversidad e identidad cultural. En este orden de ideas, Sánchez
menciona que:

En determinadas épocas se hacen rituales de abundancia para la salud de los


pueblos en los que se agradece a la Pachamamita o Tierra por todas sus bondades y
la leche que nos brinda a la humanidad a través de sus frutos. Hay rituales al sol, ya
que es el que gesta la tierra y le da vida a toda semilla. Hay rituales a la luna que es
la que regula las fases del agua. Hay rituales del fuego para la transformación y para
obtener la presencia del espíritu creador en la tierra o Allpa. (Sánchez, 2016, p. 61)

La reflexión de Myriam Sánchez ayuda a constatar el papel tan importante que la


espiritualidad tiene para los pueblos indígenas; su fundamentación conceptual devela la necesidad
de aprender a leer el territorio para encontrar, desde un punto de vista ontológico, distintas
maneras de comprender y ser en el mundo. Esto, con el fin de llegar a concebir que en los saberes
y prácticas ancestrales existen diversas formas de ver y entender el universo. Esta realidad tiene
como objetivo dar cuenta de que la relacionalidad, la reciprocidad y la unidad entre las
comunidades indígenas y el mundo se dan a partir de la complementariedad, afirmando desde
esta perspectiva, que lo anterior posibilita un sentido de pertenencia y reivindicación de las
tradicionales indígenas.
Ahora bien, las comunidades indígenas reivindican los saberes tradicionales a partir de
una visión cosmogónica e integradora, de forma que se pueda poner en práctica los
conocimientos ancestrales. Por ello, para los abuelos y abuelas sabedores indígenas, la palabra es
vida y al mismo tiempo es movimiento, porque nace del diálogo entre los seres animados e
inanimados, entre lo femenino y lo masculino, entre la materia y la energía, entre el sentimiento y
la conciencia; en otros términos, en todo el complemento del universo. Desde este punto de vista
hay que mencionar que los ancestros, gracias la a observación, comprendieron que todo lo que
hay en el universo es sagrado; por lo tanto, el principio de correspondencia y reciprocidad son
valores éticos porque incluyen tanto a lo divino, a lo humano y a lo no humano.

A partir de esta concepción, el pensamiento ancestral consiste en analizar y comprender


los horizontes ontológicos de las formas de vivir y sentir de las comunidades. Asumir el
pensamiento amerindio como un lugar de reflexión de los distintos procesos de reconocimiento y
reivindicación cultural, es tener en cuenta que en los saberes propios de los abuelos y las abuelas
indígenas existe una ética de orden universal; pero también un orden particular por el mundo
mítico-espiritual que parte de las diversas formas de vida. Vale la pena enfatizar que la relación
de los seres humanos y el territorio está cimentada en valores éticos, los cuales ayudan a
comprender profundamente la dimensión humana porque gozan de armonía en lo vivencial, fruto
del valor y el respeto a la Madre Tierra.

Desde esta mirada, la cosmovisión de los pueblos originarios, a través de la historia, ha


marcado un hito importante en las tradiciones culturales indígenas de América Latina,
estructurando valores constitutivos propios de su identidad cultural como el cuidado a la Madre
Tierra (Pachamama), el respeto a las mujeres y hombres sabedores del valor trascendental que los
usos y costumbres asientan en los territorios, el respeto a la espiritualidad que, para el mundo
andino, consiste en la conexión con el universo, reconociendo la riqueza cultural, material y
simbólica.

En conclusión, la visión ancestral es universal porque en la génesis de los saberes


indígenas hay principios éticos que son visibles y que constituyen un modo de ser del indígena a
través del territorio. Por tal motivo, la espiritualidad desde la concepción andina es una fuerza
vital, puesto que abarca todos los elementos del universo a partir de espacios armónicos y
recíprocos. Así, la esencia central de este análisis acerca de los saberes ancestrales se encuentran
sumergidas en los procesos de autonomía, solidaridad, hospitalidad e inclusividad,
comprendiendo como, desde estos aspectos se constituye una ética que se relaciona con la vida;
tema que en el siguiente apartado se verá reflejado cómo desde lo práctico, lo comunitario y lo
convivencial se posibilita una ética de y para la vida.

El buen vivir y la ética de la vida.

La vida andina es una relación de crianza colectiva y recíproca, es una vivencia íntima y
holística, que posibilita una existencia armónica consigo mismo, con los demás y todos los
componentes del universo. De allí que, en la comunidad andina, no se da una vivencia
individualista sino una vivencia comunitaria, desde donde aflora el sentimiento de respeto de
cada miembro dentro de su territorio. Las comunidades andinas son expresión de un caminar
propio del territorio, expresión de conversación entre las entidades que los habitan por medio del
ritual, creando de esta manera un vínculo interrelacionado, ya que es un diálogo interior y la vez
exterior, de modo que, en las comunidades andinas encontramos valores que posibilitan una ética
de la vida.

Ahora bien, la vida, desde la cosmovisión andina, se constituye en y para la comunidad,


puesto que allí la convivencia se teje a partir de la autonomía, la solidaridad, la unidad, entre
otros aspectos que proyectan valores intrínsecos dentro y fuera del territorio. Por eso, es
importante mencionar que, este planteamiento también se comprende a partir de la postura de
Estermann (2009), desde los principios de correspondencia, complementariedad y reciprocidad
que, como ya se mencionó en el apartado de la ética andina, posibilitan una ética de la vida que se
relaciona con la convivencia, la identidad cultural, la educación, el agua, los ríos, los páramos, las
montañas, el sol, la luna y todos los seres celestes. Así, pues, Grimaldo Rengifo Vásquez sostiene
que:

En la comunidad se aprende lo que cada quien muestra, sin pretender


que lo escuchado, visto y practicado sea una verdad aplicable a toda
circunstancia. Como cada tramo de la tierra o del bosque es singular,
cada quién luego cría lo suyo a su manera. En este escenario existen
modos propios de regenerar saberes y haceres, en lugares como la
chacra, el bosque, el agua y la casa. (Rengifo, 2020, p. 1)
En este contexto, es importante tener en cuenta que, desde la visión del mundo indígena,
el ser humano no se constituye en una comunidad individualista, antropocéntrica o egoísta, sino
que es una expresión de un diálogo colectivo que se da dentro de una vida que se vive en
comunidad, de una vida cotidiana con el territorio. Por esta razón, para las comunidades andinas,
la existencia es un principio recíproco entres los habitantes del territorio. La vida, desde esta
perspectiva, se manifiesta y se configura desde los saberes propios en términos comunitarios y
prácticos.

En este orden de ideas, Josef Estermann (2009), sostiene que “hay que ‘cuidar’ la
naturaleza, con el fin de conservar el medio ambiente para la vida humana” (p. 251). En este
sentido, el ser humano es un ser cósmico, ya que su humanidad integra lo natural y lo espiritual,
por lo que la existencia desde esta perspectiva es complementaria en el sentido que lo sagrado y
lo simbólico se presentan en lo celebrativo a partir del ritual. Así pues, como se puede
comprender, el mundo andino, desde los saberes ancestrales, posibilita una ética para la vida
porque incluye a todas las manifestaciones que hacen parte del cosmos, las cuales contribuyen,
no solo a mantener la existencia de la humanidad, sino a darle sentido a la misma a través de
elementos complementarios del territorio.

Como se puede comprender, la ética del buen vivir es una constante reflexión sobre la
vida desde el quehacer cotidiano; así mismo, al ser complementaria posibilita valores autóctonos
que se vinculan en el respeto a la vida y a la dignidad de la misma. Con lo anterior, la ética de la
vida tiene, entre sus objetivos, dar a comprender que la existencia del ser humano se da en
términos cósmicos, recíprocos y complementarios; más no se da en planos individuales que
alteren el orden de la naturaleza. Por consiguiente, la vida humana está íntimamente relacionada
con la naturaleza y lo sagrado a partir del rito como un acto simbólico.

En este orden de ideas, es importante tener en cuenta que la existencia del ser humano se
da gracias al territorio, convirtiéndose este en un escenario sagrado, el cual goza de valores que
defienden la vida tanto humana y no humana. Por ello, es de vital importancia comprender que, la
existencia humana, se da gracias al universo, y el universo tiene sentido gracias a la existencia del
ser humano, por lo que la relacionalidad, la reciprocidad, complementariedad y el equilibrio
constituyen una ética de la vida desde una comprensión cosmogónica.
Todo este planteamiento debe ser comprendido desde de los saberes ancestrales, porque
es donde mujeres y hombres encuentran significado en la convivencia, tejiendo bases sólidas que
reivindican en los usos y costumbres el sentido comunitario. Por eso, Matta (2014) resalta que
“El modo de ser andino está íntimamente ligado a la idea de comunidad, de ayllu, en un ámbito
extenso de marka y cosmos” (p. 55). Así, desde lo anterior, en las comunidades ancestrales, la
unión es la fuente de las normas sociales y culturales, es una práctica de carácter fáctico que se da
a través de la observación y la experiencia, identificando que la ética parte de la colectividad,
puesto que su intencionalidad se presenta en las diversas contingencias que sucedan alrededor de
la familia, de la educación, del trabajo, de las fiestas, de las celebraciones de acontecimientos de
vida y rituales de la muerte.

Por lo tanto, en la comprensión amerindia, la ética es una práctica cuyo camino se


establece gracias a la conciencia, a la sabiduría, a la liberación y a la reivindicación de la vida
comunitaria. Por consiguiente, para las cosmovisiones indígenas, esta mirada es un proceso de
ver la existencia como un conjunto vivo por medio de los procesos culturales que se ven
reflejados en la familia, en la comunidad, en la política, en lo social, en lo espiritual, en la
educación y en la economía; creando nexos recíprocos, fomentados por relaciones armónicas,
solidarias y equitativas entre las diversas poblaciones que coexisten en el territorio.

En este orden de ideas, Duran (2011), considera que la vida el ser humano en relación con
la Madre Tierra es un conjunto vivo de carácter comunitario y solidario. Por tal motivo, sostiene
que:

La cosmovisión andina inca considera que el ser humano y la Pachamama


forman un conjunto vivo, un todo y que esta relación es estrecha y perpetua.
El significado más común de Pachamama es “Madre Tierra”, equivale a
tierra, universo, mundo o cosmos, tiempo y espacio que concibe la vida. Es
el todo, considerado más que la suma de las partes, de manera que lo que
afecta al todo afecta a las partes y viceversa. Se trata de una concepción de
un mundo comunitario y solidario en donde no se practica la exclusión.
(Duran, 2011, p. 53)

Siguiendo lo anterior se concibe que, en todos los espacios del convivir andino, se precisa
que lo comunitario es parte esencial del territorio, por lo que es indispensable dialogar para
fortalecer lazos solidarios con la Pachamma. Por esta razón, es necesario mostrar el valor
trascendental que la ética de la vida proyecta en las comunidades amerindias. Por lo tanto, en el
territorio se trabaja de manera integral para configurar relaciones recíprocas entre las
comunidades indígenas y la Madrea Tierra. Por eso, esta mirada se plasma a partir de factores
que dignifican la importancia inigualable de la Pachamama y sus elementos naturales.

Esto implica, a su vez, analizar que la ética de la vida proyecta diversas maneras de
comprender la vida humana desde el territorio, de tal suerte que, para las comunidades indígenas,
la meta es forjar una verdadera integración de sus culturas a partir de un diálogo interdisciplinario
y respeto entre ellas, facilitando de esta manera principios de soberanía, dignidad, solidaridad y
equidad. En toda esta mirada, la experiencia desde el pensamiento ancestral, encierra valores
espirituales, éticos y morales que se expresan a partir de un lenguaje cotidiano. En esa medida, es
pertinente traer a colación las palabras de Escandell, cuando menciona que:

… en una relación de reciprocidad entre seres humanos y naturaleza, la especie


humana al garantizarse a sí misma su continuidad garantiza la supervivencia de
todo lo demás, facilitando que los encadenamientos tróficos fluyan sin quebrantos y
los ecosistemas mantengan su equilibrio y así puedan cumplir su misión ecológica
de sustentar toda forma de vida; es, digamos, un círculo virtuoso de ecología viva.
(Escandell, 2011, p. 323)

Esta perspectiva comprende la necesidad de crear relaciones equilibradas y recíprocas


entre los seres humano y el territorio; es una estructura donde la agricultura, la ganadería, la
vivienda, la salud, la comida, la música, la danza, los ritos y las artes develan una ética de la vida
que se da en lo cotidiano, demostrando de esta manera que, en lo comunitario, existen valores
prácticos propios de las culturas ancestrales. De esta manera, se debe tener en cuenta que, la
existencia para el mundo andino es sagrada porque integra algunas dimensiones, tales como: los
secretos, los ritos y lo simbólico, que son expresiones de respeto, que defienden los derechos de
la Madre Tierra y de todos sus habitantes, posibilitando de esta manera una ética de la vida que
incluye todos los componentes del mundo andino.

En este orden de ideas, se puede decir que la ética es posible en todos los campos del
quehacer de la vida del ser humano en relación con el territorio. Por eso, comprender la ética
desde esta perspectiva, es considerar que la vida se constituye de manera recíproca con la
Pachamama, ya que lo comunitario, siendo el eje principal de la espiritualidad, de la unidad, de la
equidad, y de la solidaridad, son valores que, para las poblaciones indígenas, constituyen una
identidad cultural. En esa medida, la ética de la vida es una propuesta convivencial y comunitaria
para los habitantes del mundo andino, puesto que allí se constituye un modo de existir que abarca
éticamente al indígena en relación con el otro y con los otros.

Ahora bien, con lo que se ha dicho hasta aquí se ha podido develar que la ética de la vida
está inmersa en todos los procesos del devenir de las comunidades indígenas; su riqueza es
trascendental porque busca, de diversas maneras, velar por la vida de las culturas ancestrales y de
todo el universo que ellas habitan.

Por esta razón, es importante señalar que la ética de la vida para investigadores y
pensadores indígenas es un acontecimiento histórico, porque se da en los procesos de
recuperación que, reivindican a partir de las tradiciones ancestrales, un pensar alternativo, fruto
del diálogo y de la reflexión de las experiencias de los pueblos indígenas, por lo que la ética se
constituye a partir del caminar de una manera justa y equilibrada entre la comunidad y el
territorio. Por lo tanto, la ética de la vida se da en planos vivenciales y espirituales, puesto que en
la complementariedad y la reciprocidad se comprende la existencia.

Finalmente, se considera que es pertinente pensar en una ética de la vida, una ética que
construya al ser humano a partir del respeto por sí mismo y por el territorio. Por lo que el legado
más importante que los sabedores y sabedoras indígenas –que a lo largo de la historia han dejado
en las últimas décadas en el campo de la ética– es el respeto y la dignidad al territorio y a sus
habitantes, legado que se encuentra en la ética andina, en el buen vivir y en la ética de la vida, y
que sigue resonando en las entrañas del corazón de Latinoamérica. Empero, estas ideas han sido
construidas sobre la filosofía de los pueblos indígenas que promueve una visión integral de la
vida basada en la existencia armónica tal cual lo veremos en el siguiente capítulo, donde se
mostrará cómo en los usos y costumbres del Resguardo Indígena del Gran Cumbal, existe una
ética de la vida en relación al buen vivir desde un encuentro comunitario a través del territorio.

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