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el mate?”
¿Qué es esa satisfacción, en los bordes
del cuerpo, donde “uno se concentra
como si fuese un concierto”? ¿Por qué
esa “mirada que coagula, mirada que
atrapa, de la que uno no se puede
despegar”? ¿Qué pasa cuando “un padre
ejerce el goce de la voz”? ¿Por qué las
agendas viejas son decepcionantes?
¿Cuál es el ancla que consiguieron
Mozart y Borges? Y otras cuestiones
desde el psicoanálisis.
Con la pulsión pasan cosas raras. Cuando decimos
pulsión oral, por ejemplo, hay una fuerza, un empuje que
no funciona acorde con las reglas de una biología pura,
que sólo estuviera comandada por el orden de la vida. Yo
planto trigo, pongo los fertilizantes, hay sol suficiente y el
agua necesaria, el trigo crece, proporciona sus granos. El
ser humano come todos los ingredientes que necesita,
una dieta balanceada, sabe qué es necesario, termina de
comer, ¿y qué hace?: “¿Tomamos un cafecito?” “¿Y una
copita de coñac?” “¿Querés un cigarro?” “¿Lemoncello?”
“Bueno, es el Día de la Madre, brindemos, champagne.”
“Yo traje una tortita.” Entre una cosa y la otra, ya son las
cinco de la tarde: “¿Alguien trajo facturas para el mate?”.
¿Qué pasa con ese empuje que, a pesar de lograr su
satisfacción, persiste? ¿Por qué persiste?
Ronquido de padre
Agenda vieja
El ancla