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PROPUESTA DE VIDA EREMÍTICA

MARTIN ALSINA QUINTERO


LA VOLUNTAD DIVINA ES LA REGLA
SUPREMA DE NUESTRA VIDA.
VOLUNTAD MANIFIESTA EN LA
PALABRA REVELADA, EN EL
MAGISTERIO DE LA IGLESIA, EN EL
OBISPO DIOCESANO, EN EL SERVIDOR
DE LA ERMITA Y EN LOS SIGNOS DE
LOS TIEMPOS INTERPRETADOS
OFICIALMENTE POR LA IGLESIA.

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“INAUDITO MINISTERIO
DEL SACERDOCIO CRISTIANO:
EL HOMBRE ES A LA VEZ VICTIMA Y SACERDOTE”

San Pedro Crisólogo, Obispo.

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PRESENTACION

La propuesta que hago a quienes se sientan llamados por el


Señor a “dejarlo todo” para dedicarse, como ermitaños, a la
oración y penitencia de reparación y a la intercesión a favor de la
Iglesia, especialmente por los sacerdotes; esta basada en el
discipulado, porque Jesús llama a seguirle:

“El que quiera seguirme que RENUNCIE A SI MISMO, tome su


cruz y me siga” (Mc 8, 34).

Y para estar con Jesús, en calidad de discípulo, es necesario


dejarlo todo, incluso la vida, para nacer de Dios a una nueva vida:
la del cristiano, discípulo, victima y misionero.

Identificado con Cristo para ser como Cristo en el mundo y así,


alcanzar la vida eterna:

“El que sacrifique su vida por mí y por el Evangelio se salvará”


(Mc 8, 35).

Nos unirá la caridad, según la enseñanza del Amigo que sacrificó


su vida en el Altar de su propio Cuerpo, como Sumo y Eterno
Sacerdote:

“Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies,


también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he
dado ejemplo, y ustedes deben hacer como he hecho yo.
Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los
otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he
amado. En esto conocerán todos que son mis discípulos: en que
se amen unos a otros” (Jn 13, 14-15. 34-35).

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1. JUSTIFICACION.

1.1 LA PALABRA REVELADA.

“HE VENIDO A LLAMAR A LOS PECADORES”


( Mc 2, 17 ).

Al hacerse conocedor de la voluntad salvadora de Jesús


Misericordioso, que ha venido a llamar a los pecadores, el
discípulo acepta que tiene debilidades, para que la fuerza de
Cristo actúe en él. Es el gran reto de la humildad. Es hora de
impulsar la conversión. Es hora de fijar los ojos en Jesús; es
hora de mirarse a sí mismo, mirando a Jesús.

Entonces, con humildad, aceptar el abismo del “Todo” de Jesús y


el “Nada” de su pobre ser. Y con la fuerza del Espíritu Santo,
levantarse para tomar el camino del amor misericordioso de
Jesús, para crecer en el configurarse con el Todo Perfecto, con el
Todo Santo, Jesús de Nazaret.

Y contará con la intercesión amorosa de la Madre de Jesús, María


Auxiliadora, que sabe, como Madre, que le falta al hijo y le
alcanzará al discípulo las gracias necesarias para convertir el
“agua” de su vida en el “vino” de las bendiciones divinas (cf. Jn 2,
1-11 ).

“EL QUE QUIERA VENIR DETRÁS DE MÍ, QUE RENUNCIE A


SÍ MISMO, QUE CARGUE CON SU CRUZ Y ME SIGA. PUES
EL QUE QUIERA SALVAR SU VIDA, LA PERDERÁ; Y EL QUE
PIERDA SU VIDA A CAUSA DE MÍ, LA ENCONTRARÁ” ( Mt 16,
24-25; cf Lc 14, 25-27 ).

Renunciar a sí mismo es hacerse persona: como Jesús. El


discípulo configura toda su vida, sus acciones, sus aptitudes con
la Verdad de la Buena Nueva, la del Evangelio, la de Jesús. Y se
deja crucificar con Cristo, para ser libre desde lo alto de la Cruz,
donde se proclama la misericordia de Dios, pues, “no hay amor
más grande que dar la vida por los amigos” ( Jn 15, 13 ). Vivencia
de la verdadera pobreza, la evangélica. El hombre maduro es el
que sabe del dolor y acoge al que sufre. Entonces encontrará su
vida, definirá su ser como persona, como cristiano. “¿No era

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necesario que Cristo sufriera todo eso, para entrar en su gloria?” (
Lc 24, 26 ), les dice Jesús a sus discípulos camino de Emaús.
¡Encontrar la Vida, será la gloria del discípulo.

Juan, el discípulo que estuvo al pie de la Cruz, el que siempre


conoció y reconoció a Jesús, con su ejemplo le ayudará, a todo
discípulo, a vivir con alegría y amor el camino del seguimiento.

“NINGUNO QUE HAYA DEJADO CASA, HERMANOS,


HERMANAS, MADRE, PADRE, HIJOS O CAMPOS POR AMOR
A MÍ Y LA BUENA NUEVA QUEDARÁ SIN RECOMPENSA.
PUES RECIBIRÁ CIEN VECES MÁS EN LA PRESENTE VIDA
EN CASAS, HERMANOS, HERMANAS, HIJOS Y CAMPOS;
ESTO, NO OBSTANTE LAS PERSECUCIONES. Y EN EL
MUNDO VENIDERO RECIBIRÁ LA VIDA ETERNA” ( Mc 10, 29-
30 ).

El discípulo no puede dar paso atrás. Lo ha dejado todo y ahora le


espera la recompensa: cien veces más, persecuciones y la vida
eterna. Cada hombre será su hermano y su hermana; por todo el
que ora y se sacrifique, será su hijo; y la inmensidad del mundo,
será su campo. Y al testimoniar con el seguimiento a Jesús, se
ganará muchas persecuciones. Los enemigos de la Buena
Nueva, serán sus adversarios. Y querrán hacerle desaparecer,
como también pretenden acabar con el Evangelio, con la persona
de Jesús. Hasta los mismos por quienes ora y se sacrifica le
perseguirán ( cf. Jn 16, 33 ).

Y al final, cuando el discípulo haya corrido la carrera y haya


alcanzado la meta: la vida eterna. Por eso sus ojos nunca se
apartarán del cielo. Querrá resucitar para la vida eterna. “Pues
esta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al
que enviaste, Jesús, el Cristo” ( Jn 17, 3 ).

Y María, la “vestida del Sol” (Ap 12, 1 ), la que en cuerpo y alma


fue asunta al cielo, alcanzará al discípulo del Resucitado, las
gracias necesarias para perseverar en las exigencias, promesas y
obras del que da la vida eterna: Jesucristo, nuestro único adorable
Señor.

“USTEDES NO ME ELIGIERON A MÍ; HE SIDO YO QUIEN LOS


ELIGÍ A USTEDES” ( Jn 15, 16 ).

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¡Cuanta gratitud! El Señor ha tomado la iniciativa al llamar al
discípulo. Ser discípulo es llegar a ser pertenencia o propiedad
de Dios. Ello implica una singular proximidad a Dios. Esta
cercanía divina es, en otros términos, una toma de posesión por
parte de Dios, de aquello que le pertenece por gratuita elección de
Dios: “Yo los elegí a ustedes”. Entonces sucede para el
discípulo una transformación real, la santificación. No entendida
como algo puramente moral, sino ontológico; es decir, que afecta
al ser mismo de la persona.

“Este “dejarse poseer”, visto desde la psicología, es un proceso;


un largo, difícil y, en ocasiones, doloroso proceso. En la medida
en que la criatura libremente accede, colabora, corresponde, la
gracia actúa. Entonces el proceso avanza y la transformación , la
consagración será un hecho. Este resultado, sin embargo, ya no
es medible ni descriptible por la ciencia psicológica. Pertenece al
misterio de lo trascendente” (Jaime Moreno, Psicología y
consagración religiosa ).

Para el discípulo, llamado por iniciativa de Dios, queda claro que


su consagración esencialmente es una manera de vivir, al modo
de Cristo, el seguimiento que facilita la acción transformante de la
gracia. El resultado final, debe ser la configuración con Cristo.

1.2 EL TESTIMONIO DE JESUS.

“MI ALIMENTO ES HACER LA VOLUNTAD DEL QUE ME


ENVIÓ Y LLEVAR A CABO SU OBRA ( Jn 4, 34 ).

Para Jesús, solo hay un amor, el del Padre; en Jesús, solo hay
una confianza, en el Padre. Los dos son Uno. Solo una misión
en su corazón: hacer la voluntad del Padre. Desde la
adolescencia lo sabía y lo manifestaba abiertamente: “¿Por qué
me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos
de mi Padre?” ( Lc 2, 49).

Y en el huerto de Getsemaní, ante de su pasión, así charlaba con


su Padre: “Padre, si quieres, aparta de mí esta prueba, que no se
haga mi voluntad sino la tuya” ( Lc 22, 42 ). Su encarnación, su

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vida, obras, palabras, pasión, muerte, resurrección y ascensión,
son la respuesta del Hijo a la voluntad del Padre.

Para el discípulo, para el “alma victima”, la regla suprema de su


vida será la voluntad de Dios, la que se conoce a través de la
Palabra Revelada, del Magisterio y de la Tradición de la Iglesia,
del Obispo diocesano, del Servidor de la Ermita y de los Signos
de los Tiempos, interpretados oficialmente por la Iglesia.

“PERO ÉL BUSCABA SIEMPRE LUGARES


TRANQUILOS Y ALLÍ SE PONIA A ORAR” ( Lc 5,16 ). “JESUS
SE RETIRÓ A LA MONTAÑA PARA ORAR Y PASÓ LA NOCHE
ORANDO A DIOS” ( Lc 6, 12 ). “JESUS LLEVÓ CONSIGO A
PEDRO, A SANTIAGO Y A JUAN, Y SUBIÓ A UNA MONTAÑA
PARA ORAR” ( Lc 9, 28 ).

Jesús, hace silencio, busca lugares tranquilos. Él, la Palabra,


busca el silencio. Él, la Paz, busca tranquilidad. El
Todopoderoso, sube a la montaña; ella no baja a Él. Le acoge y
le permite encontrarse con el Padre. Silencio, soledad,
tranquilidad, oración, ayuno y vigilias. También se hace
acompañar de tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan.
Ellos también comparten la experiencia del Padre, del Tabor y
gozan con la acción de Dios. El Hijo y el Padre en comunión
orando.

La oración es encuentro, es intimidad, es unidad. Silencio,


soledad, oración y observación de todo lo que le rodea: bosques y
desiertos, nidos y pájaros, zarzas y trigo, ovejas y lobos; también
el hombre y su vida, los pueblos y sus costumbres.

Jesús, Dios y Hombre, pisando firme la tierra, con los pies


puestos en la tierra. Sus sandalias pisando barro. No se aísla y
no es ajeno a la realidad de su contorno. Las parábolas nos dejan
ver el profundo conocimiento de Jesús sobre el hombre.

“Él es la imagen del Dios que no se puede ver, el primogénito de


toda la creación, ya que en Él fueron hechas todas las cosas; las
del cielo y las de la tierra; lo visible y también lo invisible” (Col 1,
15-16 ).

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“TE DOY GRACIAS, PADRE, PORQUE HAS
ESCUCHADO MI ORACIÓN” ( Jn 11, 41 ). “YO TE BENDIGO,
PADRE, PORQUE HAS OCULTADO ESTAS COSAS A LOS
SABIOS E INTELIGENTES Y SE LAS HAS MOSTRADO A LOS
PEQUEÑITOS. SI, PADRE, ASÍ TE PARECIÓ BIEN” ( Lc 10, 21)
“YO RUEGO POR ELLOS…POR LOS QUE TÚ ME DISTE” (Jn
17, 9 ).

Agradece, alaba y ruega. Así es la oración de Jesús. Y así


enseña a orar: “Ustedes oren de esta forma: Padre nuestro…” (
Mt 6, 9 ). Alabanza y súplica. Reconoce lo que el Padre es e
intercede por todos. Una mirada al cielo y se desprende una
lluvia de bendiciones. Jesús contempla y adora al Padre: “Jesús
elevó los ojos al cielo” (Jn 17, 1; Mt 14, 19 ). “Y doblando las
rodillas, oraba” ( Lc 22, 41 ). Le mira y se postra delante del
Padre. Le contempla y le adora. Lo reconoce en el lugar de su
presencia: el cielo; y se arrodilla ante el Padre. Suplica, da
gracias, alaba, contempla y adora. Y sobre todo, vive en la
voluntad del Padre.

El testimonio de Jesús le hace el único modelo a imitar; el único


camino a seguir; la única verdad para creer y anunciar; la única
vida para vivir y alcanzar. El “alma victima” será discípulo,
únicamente discípulo de Jesús.

Los santos, que se han destacado como hombres de Dios, serán


para todo discípulo un ánimo, un estímulo, un aplauso en el
esfuerzo por imitar a Jesús de Nazaret. Son compañeros válidos
de camino, porque ya alcanzaron la meta. Y se contará con su
intercesión ante el único Santo, Dios, Uno y Trino.

1. 3 EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

CONCILIO VATICANO II

“Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, de


pobreza y obediencia, como fundados en las palabras y ejemplos
del Señor, y recomendados por los Apóstoles y Padres, así como

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por los doctores y pastores de la Iglesia, son un don divino que la
Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre.
La autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se
preocupó de interpretar estos consejos, de regular su práctica e
incluso de fijar formas estables de vivirlos. Esta es la causa de
que, como en árbol que se ramifica espléndido y pujante en el
campo del Señor partiendo de una semilla puesta por Dios, se
haya desarrollado formas diversas de vida solitaria o comunitaria
y variedad de familias que acrecientan los recursos ya para
provecho de los propios miembros, ya para bien de todo el
Cuerpo de Cristo” ( L G 43 ).

“Los consejos evangélicos, mediante la caridad hacia la que


impulsan, unen especialmente con la Iglesia y con su misterio a
quienes los practican, es necesario que la vida espiritual de éstos
se consagre también al provecho de toda la Iglesia. De aquí
nace el deber de trabajar según las fuerzas y según la forma de la
propia vocación, sea con la oración, sea también con el ministerio
apostólico, para que el reino de Cristo se asiente y consolide en
las almas y para dilatarlo por todo el mundo” ( L G 44 ).

“Siendo deber de la Jerarquía eclesiástica apacentar al Pueblo de


Dios y conducirlo a los mejores pastos, a ella compete dirigir
sabiamente con sus leyes la práctica de los consejos evangélicos,
mediante los cuales se fomenta singularmente la caridad para con
Dios y para con el prójimo. La misma Jerarquía, siguiendo
dócilmente el impulso del Espíritu Santo, admite las reglas
propuestas por varones y mujeres ilustres, las aprueba
auténticamente después de haberlas revisado y ASISTE CON SU
AUTORIDAD VIGILANTE Y PROTECTORA a los institutos
erigidos por todas partes para edificación del Cuerpo de Cristo,
con el fin de que en todo caso crezcan y florezcan según el
espíritu de los fundadores” ( L G 45 ).

“Los religiosos cuiden con atenta solicitud de que, por su medio,


la Iglesia muestre de hecho mejor cada día ante fieles e infieles a
Cristo, ya entregado a la contemplación en el monte, ya
anunciando el reino de Dios a las multitudes, o curando a los
enfermos y pacientes y convirtiendo a los pecadores al buen
camino, o bendiciendo a los niños y haciendo bien a todos,
siempre, sin embargo, obediente a la voluntad del Padre que lo
envió.

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Tengan todos bien entendido que la profesión de los consejos
evangélicos, aunque implica la renuncia de bienes que
indudablemente han de ser estimados en mucho, no es sin
embargo, un impedimento para el verdadero desarrollo de la
persona humana, antes por su propia naturaleza lo favorece en
gran medida “ ( L G 46 ).

“Consérvese fielmente y brille más y más cada día en su genuino


espíritu, tanto en Oriente como en Occidente, la venerable
institución de la vida monástica, que en el largo curso de los siglos
ha adquirido méritos preclaros en la Iglesia y en la sociedad
humana. EL OFICIO PRINCIPAL DE LOS MONJES ES RENDIR
A LA DIVINA MAJESTAD UN SERVICIO A LA VEZ HUMILDE Y
NOBLE DENTRO DE LOS MUROS DEL MONASTERIO, ORA SE
CONSAGREN INTEGRALMENTE, EN VIDA RETIRADA, AL
CULTO DIVINO, ORA EMPRENDAN LEGITIMAMENTE
ALGUNAS OBRAS DE APOSTOLADO O DE CRISTIANA
CARIDAD” ( P C 9 ).

CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO.

N. 573

1. La vida consagrada por la profesión de los consejos


evangélicos es una forma estable de vivir en la cual los fieles,
siguiendo más de cerca de Cristo bajo la acción del Espíritu
Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor
supremo, para que, entregados por un nuevo y peculiar título
a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del
mundo, consigan la perfección de la caridad en el servicio del
Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia,
prenuncien la gloria celestial.

2. Adoptan con libertad esta forma de vida en institutos de vida


consagrada canónicamente erigidos por la autoridad
competente de la Iglesia aquellos fieles que, mediante votos u
otros vínculos sagrados, según las leyes propias de los
institutos, profesan los consejos evangélicos de castidad,
pobreza y obediencia, y por la caridad a los que éstos
conducen, se unen de modo especial a la Iglesia y a su
misterio.

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N. 574

1. El estado de quienes profesan los consejos evangélicos en


esos institutos pertenece a la vida y a la santidad de la
Iglesia; por ello todos en la Iglesia deben apoyarlo y
promoverlo.

2. Dios llama especialmente a algunos fieles a dicho estado,


para que gocen de este don peculiar en la vida de la Iglesia y
favorezcan su misión salvífica de acuerdo con el fin y el
espíritu del instituto.

N. 575

Los consejos evangélicos, fundados en la doctrina y ejemplo de


Cristo Maestro, son un don divino que la Iglesia ha recibido del
Señor y conserva siempre con su gracia.

N. 576

Corresponde a la autoridad competente de la Iglesia interpretar


los consejos evangélicos, regular con leyes su práctica y
determinar mediante la aprobación canónica las formas estables
de vivirlos, así como también cuidar por su parte de que los
institutos crezcan y florezcan según el espíritu de sus fundadores
y las sanas tradiciones.

N.577

En la Iglesia hay muchos institutos de vida consagrada, que han


recibido dones diversos, según la gracia propia de cada uno: pues
siguen más de cerca de Cristo ya cuando ora, ya cuando anuncia
el reino de Dios, ya cuando hace el bien a los hombres, ya cuando
vive con ellos en el mundo, aunque cumpliendo siempre la
voluntad del Padre.

N. 603

1. Además de los institutos de vida consagrada, la Iglesia


reconoce la vida eremítica o anacorética, en la cual los
fieles, con un apartamiento más estricto del mundo, el
silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia,

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dedican su vida a la alabanza de Dios y salvación del
mundo.

2. Un ermitaño es reconocido por el derecho como entregado a


Dios dentro de la vida consagrada, si profesa públicamente
los tres consejos evangélicos, corroborados mediante voto u
otro vínculo sagrado, en manos del Obispo diocesano, y
sigue su forma propia de vida bajo la dirección de éste.

MAGISTERIO LATINOAMERICANO

Santo Domingo N. 37

“Queremos concluir estas palabras acerca de la Iglesia como


misterio de comunión que se realiza plenamente en la santidad de
sus miembros, recordando y agradeciendo a Dios la vida
contemplativa y monástica presente hoy en América Latina. La
santidad, que es el desarrollo de la vida de la fe, la esperanza y la
caridad recibida desde el bautismo, busca la contemplación del
Dios que ama y de Jesucristo su Hijo. La acción profética no se
entiende ni es verdadera y auténtica sino a partir de un real y
amorosos encuentro con Dios que atrae irresistiblemente. Sin una
capacidad de contemplación, la liturgia, que es acceso a Dios a
través de signos, se convierte en acción carente de profundidad.
Agradecemos a Dios la presencia de hombres y mujeres
consagrados a la contemplación en una vida según los consejos
evangélicos; ellos son un signo viviente de la santidad de todo el
Pueblo de Dios y un llamado poderoso a todos los cristianos a
crecer en la oración como expresión de fe ardorosa y
comprometida, de amor fiel que contempla a Dios en su vida
íntima trinitaria y en su acción salvífica en la historia, y de
esperanza inquebrantable en el que ha de volver para
introducirnos en la gloria de su Padre, que es también nuestro
Padre”.

Puebla N. 738 “Las comunidades contemplativas constituyen


como el corazón de la vida religiosa. Animan y estimulan a todos
a intensificar el sentido trascendente de la vida cristiana. Son
también ellas mismas evangelizadoras, pues, “el ser
contemplativa no supone cortar radicalmente con el mundo, con el
apostolado. La contemplativa tiene que encontrar su modo
específico de extender el reino de Dios”.

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N. 856: “La Vida Consagrada, en todas sus
modalidades, con mención explícita de la Contemplativa, es en sí
misma, por la radicalidad de su testimonio, “un medio privilegiado
de evangelización eficaz” ( EN 69).

Medellín 12. 1. 5: “El testimonio del mundo futuro se manifiesta


de un modo especial en la vida religiosa contemplativa que es una
presencia y una mediación del misterio de Dios en el mundo. Le
corresponde un gran papel en la situación latinoamericana, ya que
los contemplativos con su vida de fe y abnegación invitan a una
visión más cristiana, del hombre y del mundo.

Para que este testimonio sea autentico, se requiere, tanto en la


vida activa como en la contemplativa, un íntimo trato con Dios a
través de la oración personal y una profundización en el sentido
de la caridad cuya mejor expresión es la celebración eucarística.”

1. 4. EL TESTIMONIO DE HOMBRES DE IGLESIA.

SAN ANTONIO ABAD ( 251-356): Nació en Qeman (Egipto).


Vive durante veinte años en un castillo abandonado y desde el
año 315 hasta su muerte en un monte de Tebaida oriental.
Rodeado de muchos discípulos, de los que fue ejemplo, maestro y
director espiritual, pero no propiamente un superior.
La doctrina brota de su ejemplo: caducidad de los bienes terrenos
y la eternidad de los celestiales. Importancia de la meditación.
Perseverancia en el estado libremente escogido. Importancia del
sometimiento a la autoridad eclesiástica. Armas para la
santificación: oración, ayuno, vigilias, pureza de vida, mantener el
nombre de Cristo y la señal de la Cruz.

SAN MARTIN DE TOURS (315-397): Nace en Panonia, en la


región occidental del Danubio, de padre pagano, que ostentaba
en el ejercito romano el grado de tribuno militar. Recibió en
Pavía una esmerada educación, y allí conoció el cristianismo.

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Para librarle de las influencias cristianas, su padre le hace
soldado contra su voluntad y le incorpora al arma de caballería, y
nos dice su historiador, Sulpicio Severo, que supo conciliar sus
nuevos deberes con las aspiraciones de su alma, haciendo una
vida de monje y soldado, casta y sobria, amable y valerosa,
caritativo con todos. En el año 339, recibe el bautismo y se
entrega exclusivamente el servicio de Dios.
Al lado de San Hilario, en Poitiers, es formado por el santo Obispo
en la disciplina religiosa. Vuelve a Panonia para trabajar en la
conversión de sus padres. Su celo por la ortodoxia le acarrea el
odio de los herejes. Le persiguen, le maltratan y lo dejan medio
muerto. En Milán, el obispo arriano Maxencio le expulsa de la
ciudad después de haberlo azotado; despojado y malherido por
los hombres, se retira a un islote salvaje, la ínsula Gallinaria, una
roca que se halla en la costa de Génova, allí medita y hace
penitencia.

El apóstol de las Galias había estudiado bastante a los hombres,


había orado, sufrido y meditado bastante para creer llegada la
hora de realizar sus destinos.
Introduce en la Galia la vida monástica, se ubica cerca de Poitiers,
en un lugar llamado Ligugé, no tardan en reunírsele otros
cristianos deseosos de formarse en la vida penitente. Monasterio
que se volvió un refugio para los que huían del mundo y una
escuela de apóstoles destinados a evangelizar la comarca.

En el año 371 le hacen Obispo de Tours, impulsando la


evangelización de su extensa diócesis, organizo numerosas
parroquias, entre ellas las rurales.
Jamás se le vio triste ni irritado; brillaba en su rostro una alegría
celestial, y parecía levantado sobre la naturaleza. Tenía siempre
en nombre de Cristo en los labios, y en el corazón la piedad, la
paz y la misericordia.

SAN JERÓNIMO ( 340- 420 ) : Nació en Estridón (Dalmacia).


Estudio en Roma y allí fue bautizado. Practica la vida eremitita en
Calcis, cerca de Antioquía. Fue secretario del Papa Dámaso
(382-385) y comienza la traducción latina de la Biblia. Resalta la
abnegación personal, la penitencia y la ascesis, en especial el
amor a la soledad y al silencio.

SAN BENITO DE NURSIA ( 480 – 547 ): Practicó la vida


eremítica en Affile y en Subiaco, al oeste de Roma.

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La Regla Benedictina es uno de los documentos más importantes
de la historia de la espiritualidad. Consta de setenta y tres
capítulos: Ascética general, código litúrgico, código penitencial,
ordenamiento interno. Recoge toda la tradición clásica monástica,
con referencias a San Agustín, Casiano, San Jerónimo, San
basilio y otros.
Le da un tono personal, lleno de sentido común y sobrenatural,
más practico y eficaz, lo que explica su éxito.
Expone doce grados en la virtud de la humildad: Temor de Dios
siempre ante los ojos. No amar los propios deseos ni buscar
placer en ellos. Obediencia en todo al superior por amor a Dios.
Obediencia serena y sin escaparse ante las dificultades e
injusticias. Confesar con sencillez todas las faltas, aún secretas, al
Abad. Estar alegre ante malos tratos, trabajos miserables y
duros. Considerarse menor a todos, no solo con la lengua, sino
también de corazón. Hacer sólo lo que manda la Regla y el
ejemplo de sus superiores. Silencio: controlar la lengua y no
hablar si no se le pregunta. No reír con estrépito. Hablar con
gravedad, gentileza, modestia, breve y razonablemente, sin alzar
la voz. Manifestar no menos humildad en la conducta que el
corazón.

1. 5 EL LLAMADO DE JESUS A SER


“ALMA VICTIMA”.

“Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy sencillo y


humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas.
Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” ( Mt 11, 29-30).
“Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su
cruz y sígame. Pues quien quiera asegurar su vida la perderá; y
quien sacrifique su vida por mí y por el Evangelio se salvará” (Mc
8, 34-35).
“El que no cargue con su cruz para seguirme, no puede ser mi
discípulo” ( Lc 14, 27 ).

El discípulo ofrecerá todo su ser a favor de los demás, si pone a


Cristo crucificado como fundamento de su vida. Pues la medida
del amor del Padre es la sangre derramada del Hijo. Un amor
apoyado en la mansedumbre y la humildad. Un amor lleno de
ternura y misericordia.

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El “alma victima”, imitando a Jesucristo, se despoja de todo: sin
multitudes a su lado, sin aclamaciones ruidosas, sin
manifestaciones de apoyo, sin ostentaciones, en la soledad, en la
marginación y el desprecio.

El discípulo no puede olvidar que el camino de la purificación es la


cruz. La cruz deja al discípulo con lo esencial: el CRUCIFICADO.
Sólo quiere vivir para Él y por Él. Sólo quiere estar clavado en la
cruz. Y en ella morir libre, lleno de plenitud.

“A la cruz, a su sentido profundo y gozoso, no se llega sino a


través de una larga experiencia. El hombre de la cruz es un
hombre que ha pasado por el dolor asumiendo el dolor, orando el
dolor, situando el dolor en el plan de Dios, uniéndose al Cristo
crucificado que en su dolor libera al hombre. Lo profundo (el dolor
es lo más profundo del hombre) solo es visible al corazón y se
entiende desde el SILENCIO” (EMILIO MAZARIEGOS. Seducido
por el Crucificado).

Todo discípulo tendrá que decir como el Apóstol Pablo: “Estoy


crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en
mí. Todo lo que vivo en lo humano se hace vida mía por la fe en el
Hijo de Dios, QUE ME AMO Y SE ENTREGO POR MÍ” (Gal 2,
19-20).
“Se pasar privaciones, como vivir en la abundancia. Estoy
entrenado para cualquier momento o situación: estar satisfecho o
hambriento, en la abundancia o en la escasez. TODO LO PUEDO
EN AQUEL QUE ME FORTALECE” (Fil. 4, 12-13).

2. VIVENCIA DEL LLAMADO.

2.1. USTEDES SERAN MIS DISCIPULOS.

“Ustedes serán mis verdaderos discípulos si guardan siempre


mi palabra; entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará
libres” (Jn 8, 31-32 ).

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La libertad es el gran anhelo del discípulo. Por eso, su gran lucha,
su tarea, será conocer al que es la Verdad: Jesús de Nazaret. La
libertad nace en el corazón del discípulo, pues se es libre en el
interior. Esa libertad es lo que ofrece el consejo evangélico de la
OBEDIENCIA. Una libertad experimentada por Jesús en plenitud
sometiéndose libre y gozosamente a la voluntad del Padre. El
discípulo entenderá que el espacio infinito de la libertad está en el
querer de Dios.

Por eso el discípulo se dejará conducir por el Espíritu Santo;


porque donde está el Espíritu está la libertad. Dejarse guiar por el
espíritu es adentrarse en la Verdad (cf. Jn 16, 13), en la persona
de Jesús; es adentrarse en la verdad sobre la Iglesia y hacerse
comunión con Ella; es adentrarse en la verdad sobre el hombre y
así, poder conocerse y valorarse, amar y servir a todo hombre.
Ser fiel al plan salvifico de Dios en libertad, encamina al discípulo,
por la misma misericordia de Dios a la posesión un día del Reino
de Dios.

María Santísima, es modelo de libertad y fidelidad; modelo en la


vivencia del llamado; modelo en su protagonismo en la Iglesia
naciente. Ella es la Reina victoriosa del Reino de Dios Padre: la
Asunta a los Cielos y Reina de todo lo creado.

2. 2. VOCACION A LA SANTIDAD.

“La Iglesia, cuyo misterio está exponiendo el Sagrado Concilio,


creemos que es indefectiblemente santa. Pues Cristo el Hijo de
Dios, quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado “el
único santo”, amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a
Sí mismo por ella para santificarla (cf. Ef. 5, 25-26), la unió a Sí
como a su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu
Santo para gloria de Dios. Por ellos, en la Iglesia, todos, lo mismo
quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella,
están llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: “Porque
esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación (1Tes 4,3)” ( L
G N. 39).

El discípulo comprenderá que abriendo su corazón a la acción del


Espíritu Santo recibirá los frutos de gracia, sus dones y carismas.

18
Y también comprenderá que aceptando su debilidad sentirá la
necesidad de mirar y acudir al “Amor de los amores”, porque Él
está pronto a ayudar a su consagrado. Solamente se requiere
pedir misericordia, pedir apoyo.

Cuando el discípulo se atreve a mirarse a sí mismo, se ve


necesitado, frágil, amenazado. Este es el misterio que abre el
camino a la santidad, que abre el camino al Santo, para que tenga
la certeza en quien se ha fiado.

La santidad exige estar alerta en fidelidad, exige humildad y


prudencia. El Apóstol que todo lo puede en Aquel que le conforta,
dice:
“Por lo demás, háganse robustos en el Señor con su poder y su
fuerza. Pónganse la armadura de Dios, para poder resistir las
maniobras del diablo. Porque nuestra lucha no es contra fuerzas
humanas, sino contra los Gobernantes y Autoridades que dirigen
este mundo y sus fuerzas oscuras. Nos enfrentamos con los
espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal. Por eso pónganse
la armadura de Dios, para que en el día malo puedan resistir y
mantenerse en fila, valiéndose de todas sus armas. Tomen la
Verdad como cinturón, la Justicia como coraza, y, como calzado,
el celo por propagar el Evangelio de la Paz. Tengan siempre en
la mano el escudo de la Fe, y así podrán atajar las flechas
incendiarias del demonio. Por último usen el casco de la
Salvación y la espada del Espíritu Santo, o sea, la Palabra de
Dios. Vivan orando y suplicando. Oren en todo tiempo según les
inspire el Espíritu. VELEN EN COMÚN y prosigan sus oraciones
sin desanimarse nunca, intercediendo a favor de todos los
hermanos” (Ef. 6, 10-18 ) .

El discípulo que busca, espera y cree en Dios, por la misma


misericordia de Dios, jamás se desanima frente al propio pecado y
jamás se escandaliza del pecado ajeno. Hay que intentarlo de
nuevo, ponerse nuevamente en camino de conversión y de
misericordia, hay que abrirse a la gracia de Dios ( cf. Lc 5, 1-11 ).
Hay que creer en la Palabra Divina, que instruye, corrige, exhorta
y anima.

2.3 EL “ALMA VICTIMA” ASOCIA SU OBLACION AL .


SACRIFICIO EUCARÍSTICO

19
“El que como mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo
en él” ( Jn 6, 56 ).

“La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el bautismo, se


renueva y se consolida continuamente con la participación en el
Sacrificio Eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante
la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada
uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos
recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con
nosotros: “Vosotros sois mis amigos” (Jn 15, 14). Más aún,
nosotros vivimos gracias a Él: “el que me coma vivirá por mí” (Jn
6, 57).

En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que


Cristo y el discípulo “estén” el uno en el otro: “permaneced en mí,
como yo en vosotros” ( Jn 15, 4)” (JUAN PABLO II. Carta Jueves
Santo, año 2003).

El discípulo al igual que Cristo, ofrece todo su ser y lo une a la


“ofrenda de valor eterno, ofrenda redentora que nos ha abierto
para siempre el camino de la comunión con Dios. Ilumina este
misterio la Carta a los Hebreos, poniendo en labios de Cristo
algunos versos del Salmo 40: “Sacrificio y oblación no quisiste;
pero me has formado un cuerpo…¡He aquí que vengo…a hacer,
oh Dios, tu voluntad” (Heb 10, 5-7)” (JUAN PABLO II, Carta
Jueves Santo, año 2000).
Con alegría ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio
Eucarístico es “fuente y cima de toda la vida cristiana” ( L G 11).
“La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual
de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de
Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo”
(P O 5).

En la Eucaristía el discípulo descubre el inmenso amor de Dios,


por eso celebra diariamente el Sacrificio Redentor y le contempla
en la prolongación de su oración diaria al pie de Jesús
Sacramentado.

“Permanezcamos fieles a esta “entrega” del Cenáculo, al don del


Jueves Santo. Celebremos siempre con fervor la Santa Eucaristía.
Postrémonos con frecuencia y prolongadamente en adoración

20
delante de Cristo Eucaristía. Entremos, de algún modo, “en la
escuela” de la Eucaristía. Muchos sacerdotes, a través de los
siglos, han encontrado en ella el consuelo prometido por Jesús la
noche de la Última Cena, el secreto para vencer la soledad, el
apoyo para soportar sus sufrimientos, el aliento para retomar el
camino después de cada desaliento, la luz interior para confirmar
la propia elección de fidelidad.

El testimonio que daremos al Pueblo de Dios en la celebración


eucarística depende mucho de nuestra relación personal con la
Eucaristía” (JUAN PABLO II . Carta Jueves Santo, año 2000).

“Nada nos hace tan perecidos a Nuestro Señor como llevar su


cruz, y todas las penas son dulces cuando se sufren en unión con
Él” (SANTO CURA DE ARS).

“María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el


Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía.
Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén “para
presentarle al Señor” (Lc 2,22), oyó anunciar al anciano Simeón
que aquel niño sería “señal de contradicción” y también que una
“espada” traspasaría su propia alma ( cf. Lc 2. 34.35 ). Se
pronunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se
prefiguraba el “stabat Mater” de la Virgen al pie de la cruz.
Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie
de “Eucaristía anticipada” se podría decir, una “comunión
espiritual” de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con
el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período
postpascual, en su participación en la celebración eucarística,
presidida por los Apóstoles, como “memorial” de la pasión.

¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca


de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la
Última Cena: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros?.

Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos


sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno!
Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera
de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el
suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al
pie de la Cruz.

21
Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica
también recibir continuamente este don. Significa tomar con
nosotros a ejemplo de Juan a quien una vez nos fue entregada
como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso
de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos
acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como
Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas.

En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su


sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que
se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva
eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de Maria, es
ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama
“mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi
Salvador, “lleva a Jesús en su seno”. Alaba al Padre “por”
Jesús, pero también lo alaba “en” Jesús y “con” Jesús. Esto es
precisamente la verdadera “actitud eucarística” (JUAN PABLO II,
Carta Jueves Santo, año 2003).

2. 4 EL DISCIPULO SE CONVIERTE PARA QUE HAYA


“MAS ALEGRIA EN EL CIELO”

“Yo les declaro que de igual modo habrá más alegría en el cielo
por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve
justos que no tienen necesidad de convertirse” ( Lc 15, 7 ).

“Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al


conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4), habiendo hablado
antiguamente en muchas ocasiones de diferentes maneras a
nuestros padres por medio de los profetas (Hebr 1,1), cuando
llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho
carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres
y curar los contritos de corazón como “Médico corporal y
espiritual”, Mediador entre Dios y los hombres.

El discípulo sabe, por su condición de hombre pecador, que debe


orar por sí mismo, pidiendo la misericordia de Dios, y como
hombre pecador, que ha experimentado la debilidad, sus propias
flaquezas y errores; en el amor podrá disculpar a los demás,
perdonarlos y nunca juzgarlos. La enseñanza de Jesús en el altar
de la Cruz es clave para no condenar: “Padre, perdónalos,

22
porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). “Hoy mismo estarás
conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43).

Entonces, el discípulo asume la tarea de orar también por los


demás para que haya más alegría en el cielo por la conversión de
todos.

El discípulo no puede ser ajeno a la voluntad de Dios, que “quiere


que todos los hombres se salven” (1Tim 2, 4 ); tampoco puede
ser indiferente al sacrificio redentor de Jesús, ni a la tarea
sacramental de la Iglesia, instrumento de Dios para salvar a la
humanidad. El discípulo orará por sí mismo y por los demás.

2. 5 “ALMA VICTIMA” POR LOS SACERDOTES

El discípulo, al igual que S.S. Juan Pablo II, tendrá que decir y
vivir con el Papa: “En todos los sacerdotes quiero venerar la
imagen de Cristo que habéis recibido con la consagración, el
“carácter” que marca indeleblemente a cada uno de vosotros”
(Carta Jueves Santo. Año 2000).

El discípulo comprende que al ofrendarse por la santificación de


los sacerdotes, lo hace porque en ellos amará a Cristo y por
Cristo ofrece su vida respondiendo con generosidad al llamado
que Dios le ha hecho para ser “alma victima”; pues, “LAS ALMAS
VICTIMAS SON LAS VELAS ENCENDIDAS, QUE ARDEN Y SE
CONSUMEN EN SILENCIO, PARA SOSTENER EL
SACERDOCIO Y A CADA UNO DE LOS SACERDOTES EN
SUS LUCHAS”

“Nos apremia el amor de Cristo para que ya no vivan para sí


los que viven, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos”
(2 Cor. 5, 14-15).

“Os exhorto por la misericordia de Dios (cf Rm 12, 1ss). Pablo, o,


mejor dicho, Dios por boca de Pablo, nos exhorta porque prefiere
ser amado antes que temido. Nos exhorta porque prefiere ser
padre antes que Señor. Nos exhorta Dios, por su misericordia,
para que no tenga que castigarnos por su rigor.

Oye lo que dice el Señor: “Ved, ved en mí, vuestro propio


cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos,

23
vuestra sangre y si teméis lo que es de Dios, ¿por qué no amáis
lo que es también vuestro?. Si rehuís al que es Señor, ¿por qué
no recurrís al que es padre?.

Quizás os avergüence la magnitud de mis sufrimientos, de los


que vosotros habéis sido la causa. No temáis.

La cruz, más que herirme a mí, hirió a la muerte. Estos clavos,


más que infligirme dolor, fijan en mí un amor más grande hacia
vosotros. Estas heridas, más que hacerme gemir, os introducen
más profundamente en mi interior. La extensión de mi cuerpo en
la cruz, más que aumentar mi sufrimiento, sirve para prepararos
un regazo más amplio. La efusión de mi sangre, más que una
pérdida para mí, es el precio de vuestra redención.

Venid, pues, volved a mí, y comprobaréis que soy padre, al ver


como devuelvo bien por mal, amor por injurias, tan gran caridad
por tan graves heridas.”

Pero oigamos ya qué es lo que os pide el Apóstol: Os exhorto


dice, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos.
Este ruego del Apóstol promueve a todos los hombres a la
altísima dignidad del sacerdocio; a presentar vuestros cuerpos
como hostia viva.

Inaudito ministerio del sacerdocio cristiano: EL HOMBRE ES A LA


VEZ VICTIMA Y SACERDOTE; el hombre no ha de buscar fuera
de sí que ofrecer a Dios, sino que aporta consigo, en su misma
persona, lo que ha de sacrificar a Dios; la victima y el sacerdote
permanecen inalterados; LA VICTIMA ES INMOLADA Y
CONTINÚA VIVA, el sacerdote oficiante no puede matarla.

Admirable sacrificio, en el que se ofrece el cuerpo sin que sea


destruido y la sangre sin que sea derramada. Os exhorto –dice-
por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como
hostia viva.

Este sacrificio, hermanos, es semejante al de Cristo, quien inmoló


su cuerpo vivo por la vida del mundo: él hizo realmente de su
cuerpo una hostia viva, ya que fue muerto y ahora vive. Esta
victima admirable pagó su tributo a la muerte, pero permanece
viva, después de haber castigado a la muerte. Por esta razón,
LOS MÁRTIRES NACEN AL MORIR, SU FIN SIGNIFICA EL

24
PRINCIPIO; AL MATARLOS SE LES DIO LA VIDA, Y AHORA
BRILLAN EN EL CIELO, CUANDO SE PENSABA HABERLOS
SUPRIMIDO EN LA TIERRA.

Os exhorto –dice- por la misericordia de Dios, a presentar


vuestros cuerpos como hostia viva y santa. Es lo que había
cantado el profeta: No quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me
has preparado un cuerpo.

Sé, pues, hombre, SACRIFICIO Y SACERDOTE PARA DIOS, no


pierdas lo que te ha sido dado por el poder de Dios; REVÍSTETE
DE LA VESTIDURA DE LA SANTIDAD, CÍÑETE EL CÍNGULO
DE LA CASTIDAD; SEA CRISTO EL CASCO DE PROTECCION
PARA TU CABEZA Y QUE LA CRUZ SE MANTENGA EN TU
FRENTE COMO UNA DEFENSA. PON SOBRE TU PECHO EL
MISTERIO DEL CONOCIMIENTO DE DIOS, HAZ QUE ARDA
CONTINUAMENTE EL INCIENSO AROMÁTICO DE TU
ORACIÓN, EMPUÑA LA ESPADA DEL ESPÍRITU, HAZ DE TU
CORAZÓN UN ALTAR Y ASÍ, PUESTA EN DIOS TU
CONFIANZA, LLEVA TU CUERPO AL SACRIFICIO.” ( SAN
PEDRO CRISOLOGO, Obispo ).

2.6 “PERMACED EN MÍ, COMO YO EN VOSOTROS”


(Jn 15,4).

“La oración es indispensable para conservar la sensibilidad hacia


todo lo que viene del “Espíritu”, para “discernir” justamente y
emplear bien esos carismas, que llevan a la unión y están unidos
al servicio sacerdotal en la Iglesia. La oración nos permitirá, a
pesar de muchas contrariedades, dar esa prueba de amor que ha
de ofrecer la vida de cada hombre; cuando parezca que esa
prueba supera nuestras fuerzas, recordemos lo que el evangelista
dice de Jesús en Getsemaní: “Lleno de angustia, oraba con más
insistencia” (Lc 22,44) (JUAN PABLO II, Carta Jueves Santo,
1987).

25
El discípulo orante, sabe que todo lo puede en Aquel que lo
conforta, porque está crucificado con Cristo; entonces, la oración
es el guardián de la CASTIDAD, la pureza le llenará de Dios y el
poder de lo Alto se mostrará en la fidelidad y en la certeza en las
promesas divinas. Fluirá en el discípulo el poder de Dios porque
en la oración constante le ha permito a Dios actuar en él y
llenarse del que lo puede todo.

Por la presencia fuerte de Dios y en Dios, el corazón del discípulo


no estará dividido. Su único amor será el Amor de los amores.

El discípulo también comprende que la oración, le dará sentido a


su POBREZA y no dejará que su corazón se llene de cosas o de
conocimientos desplazando a Dios. Solo los pobres se llenarán
de Dios y se harán ricos en el conocimiento del Todopoderoso,
del Padre providente, del creador del cielo y de la tierra, de lo
visible e invisible.

La oración hará al discípulo, OBEDIENTE, la oración pondrá al


discípulo al servicio de la voluntad divina. Como María: “he aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” ( Lc 1,38).
Solo unidos a Jesús se podrá dar mucho fruto (Cf. Jn 15, 1ss).

Un corazón OBEDIENTE, POBRE y CASTO, se da, se gasta, se


quema al servicio de Dios y de su Santa Iglesia. LA RIQUEZA
DEL DISCIPULO ES EL MISMO DIOS. Un corazón pobre que se
siente pura arcilla (cf 2Cor 4, 7; Is 18, 1-6) sabe de la fragilidad
de su corazón, por eso no descuida la oración y marca el itinerario
de cada día al ritmo del Oficio Divino.

“Por una antigua tradición cristiana, el Oficio Divino está


estructurado de tal manera, que la alabanza de Dios consagra el
curso entero del día y de la noche, y cuando los sacerdotes y
todos aquellos que han sido destinados a esta función por
institución de la Iglesia cumplen debidamente ese admirable
cántico de alabanza o cuando los fieles oran junto con el
sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz
de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, en la oración
de Cristo con su Cuerpo al Padre” ( SC 84).

2. 7 EN LA ESCUELA DE MARIA.

26
“Cuando celebrando la Eucaristía nos encontramos cada día en el
Gólgota, conviene que esté a nuestro lado Aquella que, mediante
una fe heroica, realizó al máximo su unión con el Hijo,
precisamente allí en el Gólgota” (JUAN PABLO II, carta Jueves
Santo 1988).

“María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en


todas nuestras celebraciones eucarísticas” (Juan Pablo II, Carta
Jueves Santo 2003).

La experiencia y el testimonio de María lo prolonga el discípulo


que al comulgar está en Jesús y Jesús en él (Cf Jn 6,56). Si el
Divino Maestro está en el discípulo por la comunión, María, la
Madre de Jesús, también acompaña al que está con Jesús. Si la
Madre no se desprende del Hijo, tampoco se desprende del
discípulo de su Hijo.

Teniéndola como Madre, según la voluntad de Jesús en el


Gólgota, la tendremos también como Maestra. De Ella
aprendemos su fidelidad a la vocación, que comienza con la
elección desde su inmaculada concepción y que, se prolonga con
la anunciación y la vivencia de su fidelidad al Hijo de sus
entrañas.

Un sí permanente acompaña el silencio y la soledad de María. Sí,


en la anunciación; sí, a cada gesto y palabra de Jesús; sí, al pie
de la cruz, en su nueva maternidad, sí, cada vez que unida a los
Apóstoles, entre ellos al evangelista Juan, recibía el Cuerpo del
Hijo amado, Jesús hecho Eucaristía, cuando pronunciaban las
palabras de la institución: “Tomad y comed todos de él”.

El discípulo se encontrará cada día con Jesús de la mano de


María. Con Ella se acerca al misterio entrañable de la
encarnación y contempla la obra del Padre en el Hijo Amado.
Con Ella se acerca al misterio profundo de la redención y aprende
de su corazón, que guarda todo el misterio del amor
misericordioso de Jesús en la hora del Gólgota, a entrar en la
herida del costado de Cristo.

Con Ella el discípulo se adentra en el misterio de santificación de


todo hombre, en el misterio de Pentecostés e inundado de la vida
del Espíritu Santo contempla los misterios de la gloria de Jesús.
Por eso, para el discípulo, el Rosario diario, meditado, orado y

27
prolongado en los acontecimientos del día, es la contemplación de
las bondades de Dios Padre al ritmo del Ave María.

“El Rosario nos transporta místicamente junto a María, dedicada a


seguir el crecimiento humano de Cristo en la casa de Nazaret.
Esto le permite educarnos con la misma diligencia, hasta que
Cristo “sea formado” plenamente en nosotros.

Siendo María, de todas las criaturas, la más conforme a


Jesucristo, se sigue que, DE TODAS LAS DEVOCIONES, LA
QUE MÁS CONSAGRA Y CONFORMA UN ALMA A
JESUCRISTO ES LA DEVOCIÓN A MARÍA, SU SANTÍSIMA
MADRE, Y QUE CUANTO MÁS CONSAGRADA ESTÉ UN ALMA
A LA SANTÍSIMA VIRGEN, TANTO MÁS LO ESTARÁ A
JESUCRISTO” (JUAN PABLO II. Rosarium Virginis Mariae. N.
15).

El discípulo, como el apóstol San Juan, acoge en su casa a María


y se consagra a Ella como hijo, según el gran honor que
Jesucristo concede a sus discípulos, al declararlos hijos de María,
su Madre Santísima.

Alégrate. Llena de gracia. No temas. Palabras que encontramos


en el saludo del Ángel Gabriel a la Virgen, son palabras que en la
escuela de María, el discípulo deberá aprender y vivir para no
turbarse, no inquietarse, no calcular egoístamente, no perder la
armonía. La única garantía para María y para todo discípulo es
la Palabra que se hizo Hombre y del corazón del discípulo, como
del corazón de María, solo deberá surgir el “Magnificat”, “se
alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Cf Lc 1, 46-55). Gozo,
en la llamada; gozo, en la respuesta a la llamada; aptitud que le
ofrece María, desde la encarnación, desde la pasión y la cruz,
desde la visión escatológica de la “mujer vestida de sol” ( Cf Ap
12, 1ss), la Reina Victoriosa de todo lo creado llevada al cielo; no
podrá el discípulo apartar sus ojos del cielo para contemplar a la
REINA DEL REINO DE DIOS PADRE, y así jamás, perder la
esperanza en las promesas de vida eterna del Hijo de María.

28
3. DESARROLLO DEL DISCIPULO.

3.1 JAMÁS DESANIMARSE FRENTE AL PROPIO


PECADO.

Como dice su santidad Juan Pablo II:

29
“Pensemos en la escena de la pesca milagrosa, tal como la
describe el Evangelio de Lucas (5, 1-11). Jesús pide a Pedro
un acto de confianza en su palabra, invitándole a remar mar
adentro para pescar. Una petición humanamente
desconcertante: ¿Cómo hacerle caso tras una noche sin
dormir y agotadora, pasada echando las redes sin resultado
alguno? Pero intentarlo de nuevo, basado “en la palabra de
Jesús”, cambia todo. Se recogen tantos peces, que se
rompen las redes. La Palabra revela su poder. Surge la
sorpresa, pero también el susto y el temor, como cuando nos
llega de repente un intenso haz de luz, que pone al
descubierto los propios límites. Pedro exclama: “Aléjate de
mi, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5, 8). Pero apenas
ha terminado su confesión, la misericordia del Maestro se
convierte para él en comienzo de una vida nueva: “No temas.
Desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10). El
pecador se convierte en ministro de misericordia; de pescador
de peces, a pescador de hombres.

Misterio grande, queridos sacerdotes: Cristo no ha tenido


miedo de elegir a sus ministros de entre los pecadores. ¿No
es esta nuestra experiencia? Será también Pedro quien tome
una conciencia más viva de ello en el conmovedor diálogo con
Jesús después de la resurrección. Antes de otorgarle el
mandato pastoral, el Maestro le hace una pregunta
embarazosa: ¿me amas más que estos? (Jn 21,15). Se lo
pregunta a uno, que pocos días antes ha renegado de él por
tres veces. Se comprende bien el tono humilde de su
respuesta: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero”
(Lc 21, 17). Precisamente en base a este amor consciente de
la propia fragilidad, un amor tan tímido como confiadamente
confesado, Pedro recibe el ministerio “apacienta mis corderos”,
“apacienta mis ovejas” (vv 15.16.17). Apoyado en este amor.
Corroborado por el friego de Pentecostés, Pedro podrá cumplir
el ministerio recibido” (Carta Jueves Santo. 2001).

El discípulo, cada día, será más consciente de sus debilidades


para enfrentarlas con el amor misericordioso del Salvador, el
que se hizo Hombre para perdonar los pecados; el que se
hace uno con el discípulo para llenarlo de sí y fortalecerlo. De
allí que para el discípulo, la Palabra de Jesús se hace de
imperiosa práctica:

30
“Estén despiertos y oren, para que no caigan en tentación; el
espíritu es animoso, pero la carne es débil” (Mc 14, 38).

Y acudirá a la dirección espiritual, servicio que deberá buscar


en un sacerdote de vida y doctrina ejemplar, con una
espiritualidad definida; buscando la orientación debida y el
Sacramento de la Penitencia, Sacramento de liberación y
sanación interior. Comprenderá, entonces, el discípulo, que
nada lo podrá apartar del amor de Dios.

“También sabemos que Dios dispone todas las cosas para


bien de los que lo aman, a quienes él ha escogido y llamado.
A los que de antemano conoció, también los predestinó a ser
como su Hijo y semejantes a él, a fin de que sea el
primogénito en medio de numerosos hermanos. Por eso, a
los que eligió de ante mano, también los llama, y cuando los
llama, los hace justos, y después de hacerlos justos, les dará
la Gloria.

¿Qué decir después de esto? Si Dios está con nosotros,


¿quién estará contra nosotros? Dios, que no perdonó a su
propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos concederá con él todo lo demás? ¿Quién acusará a los
elegidos de Dios, si El fue quien los hizo justos? ¿Quién los
condenará? ¿Acaso será Cristo Jesús, el que murió, más aún
el que resucitó y está a la derecha de Dios rogando por
nosotros?
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Las pruebas o la
angustia, la persecución o el hambre, la falta de ropa, los
peligros o la espada? Como dice la Escritura: Por su causa,
nos arrastran continuamente a la muerte; nos tratan como
ovejas destinadas a la matanza.
Pero no, en todo esto triunfaremos gracias al que nos amó.
Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni
los poderes espirituales, ni el presente ni el futuro, ni las
fuerzas del universo, sean de los cielos, sean de los abismos,
ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios, que
encontramos en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 28-39).

3.2 COMUNION EFECTIVA Y AFECTIVA.

31
El discípulo comprenderá día tras día, que el centro de la vida
comunitaria es la persona adorable de JESUS y su Evangelio.

La vida espiritual para el discípulo la centrará en la LECTIO


continua y la oración. La Palabra de Dios marca el ritmo de su
oración personal y comunitaria; su vida litúrgica,
profundamente cultivada, es el alma de su experiencia de Dios
y de la vida comunitaria. Así el discípulo, vivirá, a través de la
liturgia, en comunión continua con la Iglesia universal.

La Palabra irá penetrando la vida del discípulo, cambiando su


manera de pensar, de ver las cosas; la Palabra va removiendo
en su corazón el mundo escondido de los sentimientos y le va
a dar el clima de los sentimientos de Jesús. La Palabra va
moviendo la voluntad del discípulo, llevándole a tener el mismo
querer que pide la voluntad de Dios, expresada en la Palabra.

Los discípulos unidos en la Palabra, entrelazan sus vidas en


fe profunda. Cuando la palabra de Dios y el Magisterio de la
Iglesia que la interpreta válidamente, es el centro de la
comunidad; cuando en la oración personal y comunitaria
todos interiorizan la misma Palabra, los mismos textos
litúrgicos del día, el Espíritu Santo va uniendo mentes,
corazones, voluntades. Así, todos, tendrán el mismo estilo de
vida de Jesús de Nazaret.

Permanecer en unidad –comunión efectiva y afectiva- es la


pasión del seguidor de Jesús. La experiencia del Resucitado
solo se logra en clima de comunidad.

Para el discípulo, “vivir el amor de Jesús es contar con el


hermano; es aceptar que él sea mi cirineo y yo su cayado. El
joven es vara fresca para el hermano cansado y anciano; y el
hermano anciano es para el joven sandalia que sabe marcar el
camino cierto del amor fiel; y el hermano de mediana edad es
puente para pasar de una orilla a la otra. Todo lo podemos
porque somos hermanos; todo es posible entre nosotros
porque Jesús vive en medio; todo el fácil para nosotros
porque la Madre nueva de la comunidad, María, lo simplifica
todo con su don y presencia” (EMILIO MAZARIEGOS. Una
barca mar adentro).

32
“Quien no haya aprendido a adorar la voluntad del Padre en el
silencio de la oración, difícilmente logrará hacerlo cuando su
condición de hermano le exija renuncia, dolor, humillación”
(Puebla 251).

El discípulo cuando más se acerca a Jesús por la


contemplación, más fecundo será su apostolado. Cuanto más
interioridad tenga, más tocará los corazones. El discípulo irá a
la misión con un corazón pobre por el reino, despojado de
cosas y dinero, para ser libre, disponible al servicio del Reino.
A la misión va con un corazón indiviso, lleno de amor de Dios,
hecho castidad por el Reino en amor universal. A la misión va
con un corazón libre, en comunión con la voluntad de Dios y
en ejercicio del mandato de los Superiores: Obispo Diocesano,
Servidor de la Ermita.

A la misión va desde una comunidad donde vive en fe,


fraternidad y servicio; es descubrir la IGLESIA, sentirse Iglesia
de Jesús, identificarse con la Iglesia Particular (Diócesis de
Ocaña); saberse seguidor de Jesús con otros seguidores –
Obispo, Párroco, Diáconos, laicos comprometidos, otros
religiosos- formando una comunidad eclesial de servicio al
Reino. Al ritmo de la Parroquia en comunión con su Párroco;
el ritmo de la Diócesis en comunión con su Obispo; al ritmo de
la Iglesia Universal en comunión con el Santo Padre, el Papa.

El discípulo ha de entrarse en el corazón de la Iglesia, ser


iglesia, vivir como Iglesia, pensar y actuar como Iglesia.

Y en la Iglesia acoger el amor de María Santísima, al estilo del


discípulo amado, de San Juan. “Jesús sabía que su discípulo
predilecto necesitaba un calor afectivo en su consagración y le
pidió que recibiera a María por madre. Los consagrados
encuentran en sus relaciones con María un calor afectivo que
les ayuda a asumir correctamente todas las exigencias de su
consagración.

No hay porque extrañarse, pues, de la piedad mariana que se


desarrollo en los monasterios y en las comunidades religiosas.
Responde a una necesidad esencial de la vida consagrada y a
su finalidad más fundamental” ( JEAN GALOT, Presencia de
María en la vida consagrada)

33
“De la dimensión oblativa nace la fuerza para:
• Abandonar los apegos,
• La capacidad de dar sin esperar recompensa,
• La superación de naturales repugnancias,
• La apertura y la disponibilidad para todos,
• La prudencia para saber adaptarse a situaciones
cambiantes,
• La sensibilidad para acoger los valores de una cultura
diversa.
• La flexibilidad en los comportamientos.
• El esfuerzo para estar continuamente al día”
(REVISTA DE MISIONES N. 751)

3.3 FORMACION PERMANENTE.

El discípulo para lograr un mayor conocimiento de sí mismo,


del hombre, de la Iglesia, de Dios y su obra, cultivará el
estudio permanente: espiritual, pastoral y doctrinal.
El discípulo tendrá que responder los interrogantes sobre sí
mismo, conocerse a través de las ciencias humanas logrando
su unidad de vida o madurez humana. El desarrollo de la
madurez permite al discípulo dialogar, captar la realidad,
expresar juicios serenos y firmes, y tomar las decisiones
convenientes para su vida.

Además responderá a los interrogantes de quienes le rodean y


acuden a él. El discípulo sabrá explicar su fe y su esperanza
y dará luces al desarrollo integral del mundo que le rodea.

“la autorrealización es un proceso cuya definición implica


conceptos como crecimiento, desarrollo, madurez…Es un
proceso que tiende hacia la plenitud vital. Una persona
interesada en su autorrealización se propone cumplir la misión
de su vida en este mundo, hacer fecunda su existencia, llevar
al máximo desarrollo sus habilidades, cualidades y
potencialidades, aprovechar bien su tiempo, promover el
progreso del medio en que vive, etc. Es decir, aludiendo a la
parábola evangélica, negociar con los talentos que le han sido
confiados y de los que debe rendir cuentas( Cf Lc 19, 11-27)”

34
(JAIME MORENO, Psicología y consagración religiosa. Ed.
San Pablo).

Mediante el esfuerzo, la autoexigencia, el control de sí mismo,


la privación y el desprendimiento se pretende asegurar la
fidelidad a la gracia, a la propia opción, al compromiso
contraído; se pretende SER MAS HUMANO PARA SER
MEJOR CONSAGRADO. Es un esfuerzo deliberado y
persistente para no convertirse en un ser infrahumano, un
anormal, un infante por involución, un salvaje. Ninguno de
estos tipos es apto para realizar la consagración. Y, sin una
mínima ascesis, tarde o temprano se cae en tales anomalías.
La ASCESIS no hay que entenderla sólo como represión de
las tendencias perniciosas, ni como mortificación y penitencia.
Es también un esfuerzo metódico, unos ejercicios
pedagógicamente asumidos, sistemáticamente practicados, en
orden a desarrollar las virtudes o crecer en los dones o
ministerios recibidos de Dios.

3.4 ADENTRARSE EN EL CORAZON DE LA IGLESIA.

“La Iglesia es inseparable de Cristo porque El mismo la fundó por


un acto expreso de su voluntad sobre los Doce cuya cabeza es
Pedro, constituyéndola como sacramento universal y necesario de
salvación. La Iglesia no es un “resultado” posterior ni una simple
consecuencia “desencadenada” por la acción evangelizadora de
Jesús. Ella nace ciertamente de esta acción, pero de modo
directo, pues es el mismo Señor quien convoca a sus discípulos y
les participa del poder de su Espíritu, dotando a la naciente
comunidad de todos los medios y elementos esenciales para que
el pueblo católico profesa como de institución divina.

Además, Jesús señala a su Iglesia como camino normativo. No


queda, pues, a discreción del hombre el aceptarla o no sin
consecuencias. “Quien a vosotros escucha a mí me escucha;
quien a vosotros rechaza, a mi me rechaza” (Lc 10, 16), dice el
Señor a sus apóstoles Por lo mismo, aceptar a Cristo exige
aceptar su Iglesia. Esta es parte del Evangelio, del legado de
Jesús y objeto de nuestra fe, amor y lealtad. Lo manifestamos
cuando rezamos: “Creo en la Iglesia una, santa, católica,
apostólica” ( Puebla 222-223).

35
“Remar hacia el fondo de la vida de la Iglesia es situarse en el
clima de la Palabra. Esa Palabra de Vida que guarda la Iglesia y
que la lleva a ser PROFETA de la nueva evangelización. Por eso
que estos años de formación del discípulo el contacto de la
Palabra, ya en base de su estudio, de su lectura, de su
interiorización, de su oración. Son claves para que el Profeta surja
desde dentro y sea auténtico.

La SOLEDAD y el SILENCIO serán espacios fuertes de forjar al


profeta de hoy. Sin esta experiencia será palabrero, informador,
dados de datos, pero no TESTIFICADOR. El Evangelio de Jesús
será el espacio más frecuentado por los consagrados. Junto con
el libro de los Hechos de los Apóstoles en la medida que anuncia
la Palabra y catequiza. Con Pablo de Tarso, en la interiorización
de sus cartas, aprenderá ese ardor nuevo, ese fuego del apóstol
enamorado de Jesús y su Iglesia.

Un reto serio lo encontrará en el corazón de la Iglesia: la


ORACION que es el alma de la evangelización, de la catequesis,
de los servicios fraternos, de los mil ministerios que los
consagrados llevan adelante. Y también en el corazón de la
Iglesia encontrará espacio para ser BUEN PASTOR; pastor que
sana, cura, libera, da la vida por sus ovejas. Pastor que toca el
dolor, abre los ojos ciegos, pone en pie al tullido, resucita a los
muertos. Pastor que se enfrenta con los demonios de hoy que
esclavizan a las personas: sexo, trago, dinero, droga, violencia,
superficialidad, injusticias, corrupciones, impunidades, abusos de
poder, mentiras, esoterismo, etc.

En comunión con la Iglesia, en su nombre que es el de Cristo,


realizará el servicio al Reino con la fe y esperanzas firmes de que
la gracia de Cristo es más fuerte que el pecado” (EMILIO
MAZARIEGOS. Una barca mar adentro. Ediciones Paulinas).

El amor a la Iglesia, será tarea fundamental y diaria del discípulo;


pues no se puede amar a Cristo sino se ama su Cuerpo que es la
Iglesia. El amor y la obediencia a la Jerarquía, que preside
legítimamente la Iglesia, es consecuencia viva del amor a Cristo y
a su Iglesia.

36
4. “SOMOS SIERVOS INUTILES” (Lc 17, 10).

El discípulo llegará, al concluir cada día, a expresar la enseñanza


de Jesús: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos
hacer.” Nada se le tiene que agradecer al discípulo, es siervo,
es llamado y enviado a realizar una labor. Se le han dado dones,
carismas y ministerios. No hay méritos propios. El llamado, lo
hace Dios; el envío, lo da Dios; el don para realizarlo, viene de

37
Dios; el crecimiento, lo realiza Dios, y los frutos, son para la gloria
de Dios.

El discípulo sabe que todo lo que es y tiene lo ha recibido de Dios,


y gratis debe darse a sus hermanos:
“Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos,
expulsad demonios. GRATIS LO RECIBISTEIS; DADLO
GRATIS” (Mt 10, 8).

Comprenderá, entonces, el discípulo que no ha renunciado a


nada, pues nada inventó o creó para sí. Solo sabe que ha hecho
una elección libre de un modo de vida mejor. Se hace POBRE
para tener en abundancia las bendiciones del cielo, para tener
una mayor apertura a las personas. El discípulo pobre sabe y
experimenta que todos los bienes penden de Dios. Se es libre no
teniendo nada y, también se es libre, sabiendo usar y en provecho
común, todos los bienes espirituales, culturales y materiales que
Dios pone en nuestras manos para ser administrados.

“La vida consagrada aspira a perderlo todo para ganar solo a


Cristo; a encadenar toda su libertad al Señor Jesús por amor a Él,
en su servicio, por fidelidad a la misión recibida. A quien le
conceda el don de entender que las cadenas del Evangelio son
una gracia, y no un castigo de Dios o señal de que nos ignora o la
prueba de un fracaso en el apostolado, comprenderá entonces la
lógica que lleva inscrita el deseo de martirio, la dinámica interna
que alimenta el tipo de seguimiento que quiere ser la vida
consagrada.

Quien cargue gustoso con las cadenas del Evangelio y se


considere, en circunstancias muy diversas, pero reales, el
prisionero de Cristo Jesús, comprenderá el sentido de querer
estar tan configurados por Cristo Jesús, que se opte por imitar su
propio estilo de vida: POBREZA voluntaria, CELIBATO por el
reino de los cielos y OBEDIENCIA filial hasta la muerte” (GABINO
URRIBARRI BILBAO. Portar las marcas de Jesús).

El discípulo sabe que su opción no es ideológica, sino la imitación


del modo de vida de una persona: Jesús de Nazaret. Por ello, no
se puede vivir sin empaparse del estilo de Jesús, sin asimilar su
manera de sentir a Dios, de sentir el Reino de Dios y
comprometerse con El.

38
Sentirse “siervo inútil” es una forma de fidelidad a Cristo pobre,
casto y obediente. A Cristo que se da en gratuidad. El discípulo
no puede olvidar que es Dios quien ha tomado la iniciativa de
configurarnos con Cristo, pues “solo Dios basta” (Santa Teresa de
Jesús).

La figura de la Virgen, la modelo del creyente, a quien felicitarán


todas las generaciones (Cf. Lc 1, 48), nos puede dar las mejores
pistas:
Entregar todo nuestro ser, como hizo nuestra Señora, y así
confiarnos completamente a Dios; como la servidora, la esclava
del Señor (Cf. Lc 1, 38). Es abandonarse sin más a las armas
de la fe en toda su desnudez, esplendor, impotencia, simplicidad y
belleza.

El pobre, el “siervo inútil”, conscientemente, se relaciona con Dios


desde la humildad, como nuestra Señora. Dios se complace en
los pobres y sencillos (Cf. Lc 10,21). Es a ellos a quienes se da a
conocer.

¿QUIÉN PUEDE DESANIMAR O DERROTAR AL QUE


ENCUENTRA AL SEÑOR EN LA CRUZ Y EN LA POBREZA?

“La Madre Iglesia goza de que en su seno se hallen muchos


varones y mujeres que siguen más de cerca el anonadamiento del
Salvador y dan un testimonio más evidente de él al abrazar la
pobreza en la libertad de los hijos de Dios y al renunciar a su
propia voluntad” ( L G 42).

El discípulo sabe que por la abnegación propia se llega a un


verdadero acatamiento de la voluntad de Dios, abnegación que
consiste, esencial e ineludiblemente, en la renuncia a la propia
voluntad.

La OBEDIENCIA es camino privilegiado para salir de sí, para


conformarse con la voluntad de Dios, acogiendo todas las
mediaciones de la voluntad de Dios. Estas mediaciones son el
Obispo diocesano o servidor de la Ermita.

No sorprende en absoluto que del discípulo se pida lo mismo que


del Maestro y que la gloria del discípulo radique, precisamente, el
compartir el destino del Maestro. Jesús no buscó la cruz, se la

39
ENCONTRÓ como consecuencia de su obediencia al Padre (Cf.
Jn 12, 24).

El discípulo podrá orar de esta manera:

Señor:
Cuando mi voz se apague
y mis oídos no retengan las notas,
cuando mis brazos no se levanten
y mis manos no aplaudan,
cuando los dedos no sean capaces
de rasguear un instrumento,
que no sea tarde,
que haya aprendido
a contemplarte en el silencio
y entonces los dos,
sólo los dos,
para enfrentar el presente
y volar al infinito.

5. LA ERMITA, TIEMPO DE DESIERTO.

“Jesús volvió de las orillas del Jordán lleno del Espíritu Santo y se
dejó guiar por el Espíritu a través del desierto” (Lc 4, 1).

Jesús sube al desierto y se interna en la montaña en busca de


soledad y silencio, en busca de un lugar tranquilo para orar (Cf. Lc
5,16; Mt 17,1); necesita fortalecerse para la misión (Cf. Mt 26,

40
36); necesita hablar con su Abba (Cf. Mt 26, 42); necesita tomar
decisiones (Cf. Mc 3, 13).

El discípulo que llega a la Ermita, despojado de todo para llenarse


de Dios, se identifica con el Divino Maestro que sube a la
montaña buscando un lugar tranquilo para el silencio y la soledad;
buscando el “desierto” para vencer al demonio, pues,
“el hombre no vive solamente de pan y adorará únicamente al
Señor, su Dios y a El solo servirá y no tentará el Señor su Dios”
(Cf. Lc 4, 1- 13).

El silencio, para encontrarse con Dios y consigo mismo; el


silencio, para ordenar la vida y dedicarla totalmente a Dios y
sacrificarla por la Iglesia; el silencio, para escuchar a los hombres
y consagrarlos a Dios y María.

La soledad para hacer intimidad con Dios, para estar con él, para
contemplarle y adorarle; soledad para ver el rostro de Cristo en
cada hombre y amarle y servirle en el hermano con sus dones y
carencias, su pobreza y riqueza, su gracia o pecado.

Soledad y silencio para no estar “solo”, sino envuelto en la


inmensidad de Dios y en el amor de María Auxiliadora.

El discípulo que llega a la Ermita, dispuesto a llenarse de Dios


para entregarlo en la comunión y en la misión, se esforzará por
leer, estudiar, reflexionar y profundizar las diferentes áreas de
estudio que le ayuden a alcanzar la adecuada madurez humana
integral.

6. LA REPARACION CON LA AYUDA DE MARIA


AUXILIADORA.

“Me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes; así completo en
mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, para bien de su
cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24).

41
La Almas Victimas, ya sea porque han sido llamadas por Dios
para tal fin, ya sea porque en esta vida les toca sufrir dolores
espirituales o corporales, ya sea por largas y penosas
enfermedades (Cf. Catecismo Iglesia Católica N. 1502 ) o por
ser conscientes de la necesidad de ofrendarse con sacrificios y
horas de oración frente al Santísimo Sacramento del Altar. Los
discípulos ofrecerán por amor sus vidas a Dios a través del
Corazón Inmaculado de María, siempre tomados de su mano
santísima y maternal, acompañados por el Auxilio de los
cristianos, María, la Reina victoriosa del mundo.

Ciertamente, no hay reparación por los pecados personales, ni de


los consagrados, ni de la humanidad, si ésta, no va acompañada
de la conversión personal. Será la lucha de todos los días del
Alma Victima: cambio de vida, cambio de actitudes.

El Alma Victima tendrá presente que tres grandes virtudes le han


de acompañar: la pureza, el amor y la humildad, maestra de las
demás virtudes.

El discípulo que se dedique a la reparación podrá hacer vigilias,


ayunos, oración prolongada al pie de Jesús Sacramentado, que
permanecerá expuesto para la adoración en la Capilla de la
Reparación, sin ser afectada la salud integral del discípulo. El
rezo del Santo Rosario unirá al discípulo a María, Madre de Jesús
y Madre nuestra, y con María Inmaculada, recorrerá los misterios
de nuestra redención y por sus méritos pedirá al Padre su
misericordia para los pecadores y ofrecerá el sacrificio de Jesús
en reparación de todos los pecados.

También las Almas Victimas, con los ojos y el corazón inmaculado


de María, meditará el viacrucis, desde el huerto de Getsemaní
hasta la Cruz. Camino de sangre y dolor redentores, también
recorrido por María y Juan, el discípulo amado (Cf. Jn 21, 20).

“Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores. Así serán


hijos de su Padre que está en los cielos. El hace brillar el sol
sobre malos y buenos, y caer la lluvia sobre justos y pecadores”
(Mt 5, 43-45) (Cf. Lc 6, 28-28).

“Recomiendo, ante todo, que se hagan peticiones, oraciones,


súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los
jefes de estado y todos los gobernantes, para que podamos llevar

42
una vida tranquila y de paz, con toda piedad y dignidad. Estas
oraciones son buenas y agradan a Dios. Pues él quiere que todos
los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”
(1Tim 2, 1-4).

“Tengan esperanza y estén alegres. En las pruebas: sean


pacientes. Oren en todo tiempo. Bendigan a quienes los
persigan: bendigan y no maldigan” (Rm 12, 12.14).

Además el discípulo orará por la Iglesia, pues “antes del


advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba
final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (Cf. Lc 18, 8; Mt
24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre
la tierra (Cf Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “Misterio de
iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que
proporcionará a los hombres una solución aparente a sus
problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad.

La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de


un seudomesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo
colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la
carne (Cf. 2Tes 2, 4-12; 1Tes 5, 2-3; 2Jn 7; 1Jn 2,18.22)”
(Catecismo Iglesia Católica N. 675).

“¿Te imaginas qué clase de pastores son aquellos que, para no


disgustar a sus oyentes, dejan no sólo de prepararlos para las
pruebas, sino que incluso llegan a prometerles una felicidad que
ni el mismo Señor jamás prometió? El Señor anunció
sufrimientos y trabajos sin medida hasta el fin de los tiempos, y tú,
¿pretendes que el cristiano puede vivir exento del sufrimiento?
Por el solo hecho de ser cristiano el hombre sufrirá en este mundo
más que sus semejantes.

Fíjate bien como construyes, que fundamentos pones. Estás


edificando sobre arena. Arranca, pues, a tus ovejas de este
fundamento de arena y colócalas sobre la roca; quien desee ser
cristiano debe estar cimentado sobre Cristo. Espere, pues, los
sufrimientos humillantes de Cristo, esté atento a imitar a Aquel
que sin haber cometido pecado, no devolvió mal por mal, y
escuche la Escritura que dice: El Señor azota a todo el que por
hijo acoge. Que el cristiano, pues, o bien se prepare para ser
azotado, o bien renuncie a ser acogido” (San Agustín, Prepárate

43
para las pruebas. Sermón 46, 10-11, Oficio Divino Tomo IV,
página 248).

INDICE GENERAL

PORTADA……………………………………………………………..1
PRESENTACION……………………………………………………..2

1. JUSTIFICACION
1.1. LA PALABRA REVELADA………………………………..3
1.2. EL TESTIMONIO DE JESUS……………………………..5

44
1.3. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA……………………….8
1.4. EL TESTIMONIO DE HOMBRES DE IGLESIA………..12
1.5. EL LLAMADO DE JESUS A SER ALMA VICTIMA……14

2. VIVENCIA DEL LLAMADO


2.1. USTEDES SERAN MIS DISCIPULOS………………….16
2.2. LA VOCACIONA LA SANTIDAD………………………..17
2.3. EL ALMA VICTIMA ASOCIA SU OBLACION
AL SACRIFICIO EUCARISTICO………………………..18
2.4. EL DISCIPULO SE CONVIERTE PARA QUE HAYA
“MAS ALEGRIA EN EL CIELO”………………………..20
2.5. “ALMA VICTIMA” POR LOS SECERDOTES………….21
2.6. “PERMANECED EN MI, COMO YO EN
VOSOTROS”………………………………………………24
2.7. EN LA ESCUELA DE MARIA…………………………..25

3. DESARROLLO DEL DISCIPULO


3.1. JAMAS DESANIMARSE FRENTE AL PROPIO
PECADO………………………………………………….28
3.2. COMUNION EFECTIVA Y AFECTIVA………………...30
3.3. FORMACION PERMANENETE………………………..32
3.4. ADENTRARSE EN EL CORAZON DE LA IGLESIA…33

4. “SOMOS SIERVOS INUTILES”………………………...36

5. LA ERMITA, TIEMPO DE DESIERTO………………….39

6. LA REPARACION CON LA AYUDA DE MARIA


AUXILIADORA……………………………………………40

45

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