entre los verduscos cañaverales, entre el grito de la fábrica, entre la peonada de la masa trabajadora, entre macheteros, palaneros y los de fábrica, entre la Casa Hacienda de los Grace y Caraballo, explotadores americanos de la tierra y el hombre, principalmente andino de Ancash y Cajamarca, traídos con engaños por enganchadores desde su paisaje serrano, allá por las décadas de los 20, 30, 40 y 50. Allá en nuestro Cartavio querido, allí nos formamos con nuestra familia proletaria, aprendimos desde niños juntos con nuestro hermano Juan , lo que es sudar a raudales por el mísero pan, aprendimos de papá Miguel el sindicalismo proletario, luchador y sin miedo a la patronal. Fuimos aquellos serranitos cicatrizados en los cortes de la caña las manos y pies, fuimos aquellos de la inmensa masa de lágrimas, ceniza, melaza y ron, fuimos los niños "parchados" y llanques que muy temprano nos quitaron el paisaje cajabambino y su olor, nuestro cerro Chochoconday y valle de Condebamba. En Cartavio: El magro sueldo del obrero engañado, obligó a unirse en el hambre y valientemente exigió: ¡Huelga indefinida! nos amenazaron con despidos masivos, la masa no cedió jamás, ¡Descuenten lo que quieran! ¡Masa unida, pueblo unido! con mítines y luchas aprendimos que las calles eran nuestras, aprendimos a conocer la represión, la voz insurgente del campesino estaba naciendo, brotaba a diario de los bolsillos quebrados, los dirigentes sindicales eran los paladines de la palabra. ¡Cómo aprendíamos oratoria popular! sin retórica ni metáforas, eran palabras que mordían justicia. Cada día perdían dinero, ganábamos más unión, al final ganamos miserias, era y es la vida del explotador y el explotado. Han pasado tantos años hermano, que el tiempo de luz no llega, la tierra se come las palabras y luchas, cuantas memorias se han apagado, solo la historia es inmortal, Cartavio es una ciudad que circula por nuestra sangre y mi poema un bosque buscando ecos.