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Gabriel Insausti

(1969)

1. ¿Recuerda cuándo empezó a escribir a aforismos de una forma consciente, es decir,


comprometido con el género en cuanto autor?

Hacia 2008. Hasta entonces sólo hacía poesía, ensayo, traducción y diarios. Acababa de
publicar un libro de haikus y me di cuenta de que algunas ocurrencias que había
descartado eran más bien greguerías: seguían teniendo ese anclaje en lo visual, pero sin
la disciplina del metro, y a menudo eran más lúdicas que líricas. Luego empezaron a
llegar otras frases, también muy breves por lo general, que venían despojadas de
imagen; se trataba más bien de ideas expresadas en forma de sentencias. De ahí nació un
cuaderno de notas que ha terminado por cuajar en Preámbulos.

2. ¿Cuál es su método de creación y composición de aforismos? ¿Los corrige de forma


concienzuda, o prefiere respetar la primera intuición?

No creo que nadie se levante y se ponga a la tarea de escribir aforismos, de nueve a tres.
Simplemente, mientras estoy en otra cosa oigo o veo algo que despierta en mí una idea,
una asociación de cosas, y lo apunto. Luego lo traslado a un documento en el ordenador
y empieza esa labor de criba y escrutinio periódicos. Lo decisivo en estos libros de
aluvión, desde luego en mi caso, es tener inaugurados varios cajones en el armario,
varios géneros bien definidos, y de ese modo saber en cuál encaja mejor la idea que
llega de improviso.

3. ¿Cuáles son sus aforistas de cabecera?

No soy un buen conocedor del género, la verdad. El cinismo moral de La


Rochefoucauld resulta muy higiénico, pero a ratos se necesita un Pascal que levante el
vuelo. Entre esos dos Escila y Caribdis me muevo, creo. Cioran está en la lista lo mismo
que Porchia (que cuenta con una edición magnífica en Pre-Textos), aunque veo en las
Voces de este último -más que una mera serie de frases- una especie de testamento,
indisociable de ese asceta laico que fue.

En más cercano, Ramón Eder es un aforista muy notable. Hay libros como Hormigas
blancas de Jordi Doce, o Soliloquios y divinanzas, de José Mateos, que contienen
apuntes o divagaciones muy perspicaces, y que cuando buscan la concisión se acercan al
aforismo o abren posibles nuevas vías para el género. Me interesan también las
observaciones que descienden del plano de los temas universales al asfalto de la
actualidad social, como sucede a menudo con las de Manuel Neila. Tienen el obvio
peligro de la caducidad, pero salteadas sirven para anclar las cosas en el tiempo. Dar
que pensar, de Sergio García Clemente, está muy bien…

También me gusta leer a autores que no escribieron exactamente aforismos o que


escribieron muy pocos, como Wilde y Pessoa, por distintas razones: en el primero por
ese ingenio brillantísimo y provocativo, en el segundo por las entretelas y la capacidad
de autoanálisis del personaje –o los personajes, debería decir– que fue el poeta
portugués. Muchos dísticos de Pope se pueden desgajar de sus largas ristras de versos y
convertir en aforismos.

4. Dígame su aforismo favorito, aquel que envidia no haber escrito usted.

Uno de Wilde: “Hay dos tragedias en la vida: una es no conseguir lo que se busca; la
otra, conseguirlo”.

5. ¿Recuerda el mejor aforismo sobre el aforismo que haya leído?

Uno de Joubert: “Los pensamientos tienen que enlazarse como los sonidos en la música,
y no como los eslabones de una cadena o como perlas enhebradas”.

6. ¿Qué lugar ocupa el aforismo en su actividad creadora, respecto a otros géneros?

Creo que me sirve para caer mejor en la cuenta de lo indisociable que son forma y
significado, para buscar la expresión más feliz, concisa y memorable. No se trata, claro,
de un simple “menos es más”, puramente cuantitativo; se trata de que ha de haber más
cera que la que arde pero al mismo tiempo el aforismo ha de ser autónomo, ha de
sostenerse por sí mismo. Y en alguien, como yo, tan tendente por naturaleza a lo
discursivo y lo argumentativo, resulta muy saludable ese ejercicio. El “por
consiguiente”, el “de aquí se deduce que”, están desechados de antemano: en esa
inmediatez que alumbra por un instante la habitación estriba el juego, me parece. Al
mismo tiempo, como sugiere el citado aforismo de Joubert, la secuencia va originando
pautas, recurrencias, ecos, de modo que a veces la sombra de un aforismo termina por
alcanzar a otros y modificar un poco su sentido. O sea, que aquella autonomía es
relativa.

Algunos de los aforismos incluidos en Preámbulos debería haberlos cribado


precisamente por esto: porque resultan demasiado largos y ese chispazo de luz queda en
algo difuso, desdibujado; o porque para escribirlos me he subido a un púlpito; o porque
son poco autónomos, digo en ellos algo demasiado personal, cuando de lo que se trata
es de buscar el lugar común. Resabios de aquel cuaderno de notas que empezó siendo el
libro.

7. ¿Cree que se está produciendo en España cierta burbuja aforística?

Si es así, bienvenida sea. No hace falta acercarse travieso con un alfiler, estallará por sí
sola.

8. ¿Qué influencia cree que pueden haber ocasionado ciertos fenómenos sociales (como
la publicidad o las redes sociales) en el actual boom del aforismo?
No creo que mucha. A lo que dan lugar es más bien al slogan, cuando no al exabrupto
gratuito y sumarísimo. O sea, a regurgitaciones –con variantes, quizá– de la consigna
que sirve ya cocinada la propaganda.

9. ¿Qué virtud y qué peligro puede tener el aforismo respecto a otros géneros literarios?

La virtud: guardar en odres nuevos el vino de una vieja verdad. El defecto: la sensación
de que todo vale, de que la ocurrencia gratuita y poco meditada merece el mismo lugar
que el pensamiento.

10. Para terminar, obséquieme con un aforismo inédito, nunca antes publicado en
ningún otro sitio.

A veces una ausencia es lo más real de todo.

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