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CALLE PRESA DE CERDAN

Copla

Dicen que Cerdán de Landa


trajo un Cristo de marfil,
para pasear por Cuenca
con la Virgen del candil.

Para subir al chocolate


que lo llaman Buena vista,
dicen que la cruz del Cristo
están los evangelistas.

Todo este vasto terreno


a los pobres regalado,
son las cosas de otros tiempos
no las hemos olvidado.

La pobreza se hace fuerte


cuando la naturaleza,
cubre las cosas más simples,
aquí donde todo empieza.

El río Júcar desvía


el agua a los hortelanos,
parra comer hortalizas
y otros frutos en verano.

Para terminar, nombrando


al huerto y los hortelanos
en nuestra Semana Santa
con otros vientos léjanos.

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EL OTRO LADO DEL RÍO


FOTO 1 BARRIO DE LA GUINDALERA: “LA CANGREJERA

JESÚS DEL PESO BELTRÁN

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A mi mujer Pilar
a mis hijos Eugenia y Julio,
por su comprensión
a mi forma de querer hacer cosas.

Hay un dicho de mi barrio


que nunca pude olvidar,
el vive y deja vivir
que dicho tan popular.

Cuando veas la tristeza


hasta tú puerta llegar,
piensa solo en una cosa
que igual que viene se va.

Este libro lo escribí pensando en todos los seres humanos que


caminan de un lado para otro, por el camino de la verdad, hacía donde quiera
que vaya.

Deposito legal y demás cosas

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TRILOGÍA FOTO 2 JESÚS DEL PESO

INTRODUCCIÓN

La vida en España a mediados del siglo XX, cuando dejaba tanto


que desear para todas sus gentes, pero todavía aún más, para todos aquellos
muchachos que solo tuvieron un defecto, equivocarse de sitio al nacer y por
supuesto, haber nacido en la Posguerra Española, donde no había, por no
haber de nada, con tan solo una cosa de sobra, los piojos y los piojosos. Este
mi libro El Otro Lado del Río, es más que nada un paseo por la España de
entonces, con el bienestar de ahora, visto desde el espejo retrovisor que
siempre ha sido la vida, sin ponerle mucho, pero también sin quitarle nada, de
aquella España que fue cuando nunca debería de haber sido.

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De una España Caciquil, que por su ignorancia dejaron ese talento
español que nada más abrirle las puertas de la cultura, comenzará a florecer
pudiéndose ver todos estos frutos tan reservados a ciertos privilegios, que
daban vergüenza ajena con solo tener que tomarle el bolígrafo; alguno de los
enchufados de entonces y hacerle las cosas, porque el pobre hombre podía
saber llevar la Camisa Azul de Falangista, pero no sabía escribir. Como solía
pasar por aquellos tiempos, si el General llevaba el paso cambiado, eso nunca
podría ser, era toda la tropa quienes así lo llevaban.

En una palabra; ¡El tonto hacía relojes y hasta creo que andaban!
Aunque no con unas horas de retraso, sino que yo me atrevería a decir que
con unos siglos de retraso respecto a Europa a Dios gracias, ahora parece que
nuestro estilo y nuestras ganas de hacer cosas, ya estamos llegando, aunque
diría con más esfuerzo del que en realidad nos hacía falta, pero no un esfuerzo
de nuestros gobernantes, sino un esfuerzo de todos los españoles, que esto si
lo puedo decir que una vez abiertas las puertas del saber, hemos podido
demostrar y así lo hemos demostrado, que el talento y el hambre son las
únicas verdades, que no les han podido fabricar, estos pobres mentecatos un
muro capaz de detenerlos; así que echen cuentas y verán Españoles en todas
las Élites, estos son ellos mismos, sin ayudas tales como dirían los del
Antiguo Régimen.

Por eso con este libro “El Otro Lado del Río” quiero comenzar
diciendo: como un chico de ocho años, que era yo por el año de mil
novecientos cincuenta y tres, era ya capaz de ganarme el poco pan que me
comía, llevando canastillos de fruta a aquellas personas más poderosas de la
ciudad que hoy con orgullo, puedo decir, que en estudios mis hijos los han
dejado a todos ellos atrás. Por esto solo no quepo de satisfacción dentro de mí
mismo. Si este libro viera la luz algún día, entonces, solo entonces, me
atrevería a poner los otros dos que completan esta trilogía, que son el bien
estar mío, junto con toda mi familia, a base de nuestro trabajo desafiando al
mundo entero, sobre todo a la ciudad de Cuenca por si hubiera alguien que
nos pudiera decir que nos han regalado algo, tanto a mis hijos como a mí
mismo.

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TRILOGÍA FOTO 3 JOSÉ SARAMAGO

CAPITULO PRIMERO

Es una mañana de lluvia, “el escribidor” ha salido de casa, como


venía haciendo todas las mañanas desde el año de su jubilación, que aunque
aún no tenía la edad para poder jubilarse, si que tenía suficientes años
acumulados en la Seguridad Social para poderlo hacer.
Una vez en la calle se planteó la necesidad de volverse a su casa
para recoger su paraguas, o por el contrario seguir su camino, aún a expensas
de mojarse un poco, que aunque estaba lloviendo, tampoco era para tener
miedo de este tiempo en la ciudad de Cuenca.
Esta mañana de un mes de Febrero ya terminándose este tiempo
que según “el escribidor” era ese tiempo español por excelencia que a él tanto
le gustaba, ya que últimos de Febrero primeros de Marzo, es cuando en
Cuenca suele todos los años mover esa naturaleza que se ha estado todo un
santo invierno dormida, ante los fríos vientos serranos de esta capital de la
Meseta Castellana de España.

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Todo esto para “el escribidor” era de las cosas que a él más le
llamaban la atención, de observar la naturaleza todos los días.
El escribidor que se había jubilado más que nada por hacer un
sueño que había tenido durante toda su vida. Este sueño no era otro, que el de
poder hacer una carrera en la Universidad, ahora que sus hijos ya habían
terminado sus estudios Universitarios que ya se cuido él y mucho de que así
lo hicieran, porque él por las circunstancias que poco a poco él mismo nos irá
contando; no pudo estudiar, aquellos eran otros tiempos y cada uno tenía su
sitio en la vida.
Pero él siempre había dicho que nunca es tarde para nada, sí que lo
había intentado, por eso esa mañana se dirigía hacia la Universidad de Castilla
la Mancha, más que nada, para ver que solución le podría dar al problema que
ahora se le había presentado, ya que aunque había intentado pasar las pruebas
de la Universidad para Mayores de Veinticinco Años por la Universidad a
Distancia, la tarde anterior le habían comunicado la noticia de que no era apto
para la Universidad.
Esto aunque un palo muy gordo para él, tampoco lo sería tanto si
como le habían comentado, se podía apuntar a la Universidad de Mayores de
José Saramago y allí poder coger esos pequeños o grandes conocimientos que
decía que le harían falta para intentar escribir un libro; como había sido toda
su vida, una pasión que siempre había guardado para el final de su vida, o en
otras palabras, que terminaran sus hijos sus estudios.
Con esta negativa de la Universidad a Distancia, él se había
frustrado un poco, pero tampoco tanto como para no intentarlo de nuevo, a
eso se dirigía esta mañana de este mes de Febrero, que aunque lloviendo un
poco “el escribidor” iba tan ilusionado que sus pensamientos no le dejaban
que se mojara; una vez de vuelta para su casa, su alegría aún era bastante
mayor, ya que en la Universidad de Castilla la Mancha, le habían dicho que
si, a su petición de ingresar como alumno de primero de la Universidad de
Mayores de José Saramago.
Estaba admitido pero que se tendría que esperar hasta que diera
comienzo el próximo curso, que eso sería para el mes de Octubre poco más o
menos, pero que contara que si que podría ir, que allí no hacían ninguna clase
de exámenes, que esa Universidad de José Saramago, estaba pensada
precisamente para todos aquellos que como él, en su día, por las causas que
fueran no habían podido estudiar.
Con estas palabras “el escribidor” quiso hacer una presentación
suya personal, antes de comenzar lo que pasaría a llamar su novela, que esta

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no era otra cosa, que todo aquello que le había ido ocurriendo durante toda su
larga vida; y comenzaría contándolo de esta manera.
Año del dos mil cinco, he recibido una carta de la Universidad y
puedo ver con mis propios ojos, que esto que llevo entre manos de intentar
hacer una carrera Universitaria de letras, o sea, una Filología Española, que
según me ha contado mi hija, es así como se llama, de ir cogiéndole el
truquillo a las palabras, para poderlas escribir con la mayor corrección
posible y así no hacerlas zahúrdas, como diría el bueno de Torrente Ballester;
en su libro “El Dardo a la Palabra”.
Pero esto que tan fácil me había parecido al principio va a ser un
rato difícil, ya que en la única asignatura que había pensado que iba bastante
sobrado, solo he podido sacar un cinco, así que seguiré estudiando, esto más
que nada por darle una de las mayores alegrías a mi hija, porque ha sido ella
la que me ha incitado a mí, para esta mi aventura estudiantil.
Que si yo tenía bastantes ganas, ella pienso que me ha superado en
ganas y en ilusión. Aunque un poco desengañado por no poder hacer esta
carrera que tanto me había ilusionado más que nada, para poder escribir mis
cosas y saber corregirme a mi mismo, mis propios defectos y también mis
virtudes, por lo tanto no tener que dárselos a nadie para tal menester. Una vez
visto que una Filología Hispánica nunca seré capaz de estudiar, aunque a
decir verdad ganas no me han faltado nunca, pero ahora no soy quien tiene la
última palabra, porque tu puedes poner muchas ganas, pero tienes que hacer
las cosas como te las manden los profesores, o sea los Catedráticos de dicha
Universidad.
Esto que me está pasando a mí ahora, lo veo de lo más natural del
mundo, puesto que ahora tengo las ideas de hace cincuenta años, que son a la
postre los que ahora llevaría de retraso en la Universidad con respecto a los
estudios académicos.
Pero claro esto es así para todos y no vale darle más vueltas de
hoja, lo mejor que puedo hacer es callarme, ya que si algo no va a estar
acorde con los tiempos me podrán llamar ignorante, ¡que sabrás tú si no has
estudiado! porque una cosa que si que tengo muy clara, es que las gentes de
ahora nunca van a llegar a comprender porqué en una misma nación existían
unas personas con todos los privilegios y otras personas con ninguna clase de
estos privilegios y solo con una diferencia, el sitio de nacimiento.
Pero esto tan simple nunca serían capaces de situarse
empíricamente en esa persona, para así poder llegar por si solos a esta
pequeña observación y tratar de buscar la causa por la cuál dicha persona, no

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es que no había estudiado, sino, que ni tan siquiera había podido acudir a la
escuela. Eso era lo que más he deseado en toda mi vida.
Por eso siempre he dicho que tocante a estas cosas, lo mejor que
podía hacer era callar, pero claro, si nunca decía nada con el mejor de los
criterios, al final también terminaran por llamarme tonto, tan solo por
callarme, así que nunca podré llegar a saber a que carta quedarme, pero lo que
si comienzo a tener claro, es que mi mejor y único confidente de ahora en
adelante, será el papel en donde escriba, que estoy seguro que dicho papel
guardará los secretos y todo aquello que tenga que decir mejor que nadie; por
eso siendo esto de escribir un sueño que he tenido toda mi vida, ahora ya por
fin lo podré hacer realidad, como lo que pretendo escribir, son todas esas
cosas que me han ido pasando a lo largo de mi vida, y pienso que algún día
tendrán que ver la luz.
Así pienso poner el espejo retrovisor que siempre ha sido la vida,
para poder situarme en mi niñez, unos años que aunque fueron muy difíciles
en España, como fueron los años cincuenta del pasado siglo XX. Que
estábamos en plena Posguerra Española, que hacía también muy poquito
tiempo que había terminado la Segunda Guerra Mundial, esta guerra que
terminó con el lanzamiento de la Bomba Atómica dejando a media Europa
destruida, recordando que había nacido en un barrio muy pobre, pero con
unas reglas de convivencia que no le tenían envidia a ninguno de los otros
barrios, aunque más ricos que el mió, pero sin estas reglas que tanto
respetábamos allí en el barrio del río.
Cada barrio tenía sus mandamientos que se cumplían a raja tabla,
así que todos mis recuerdos de aquellos días se centran ahora en un barrio de
Cuenca, un barrio muy pobre, me atrevería a decir el más pobre de todos,
aunque allí, si faltaba algo de la clase de vida de la bendita abundancia, era
solamente ese egoísmo que siempre ha tenido el poderoso, de guardar para
cuando nos falte.
Así que lo que pretendo decir con estas reglas, es que esos valores
humanos en aquel barrio se mamaban desde la cuna y se transmitían de padres
a hijos así sucesivamente.
Estos valores que personalmente nunca los llegue a ver en ningún
otro lugar, y como todos los chicos de aquel barrio soñábamos desde que
teníamos uso de razón, pero poca razón, con una cosa que no era ni más ni
menos que poder cruzar el río, esto de cruzar el río, no era otra cosa que poder
subir hasta Cuenca, como por aquellos andurriales se llamaba eso de estar por
el centro de la ciudad, esto que escribo aquí parece tan fácil, para

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nosotros los chicos de aquel barrio, esto suponía soñar despierto y salir del
barrio solos.
Esto era un peligro que ni nosotros nos atrevíamos, ni nuestros
padres nos dejaban que subiéramos solos hasta el centro de la ciudad de
Cuenca; más que nada, porque si nosotros subíamos por el puente de la vía, el
puente de hierro, como era conocido por todos nosotros, por allí como no
estuviéramos muy listo nos podía pillar el tren, si por el contrario elegíamos
el puente de San Antón, por ese lado también tenía su peligro ya que por allí
nos podía pillar un coche, o sea que tan malo era una cosa, como la otra, y los
padres no estaban para poder ir con nosotros a ninguna parte, ya tenían ellos
bastantes problemas con tener que salir todos los días para buscarnos algo de
comer.
Así que la mejor solución siempre era la misma, o sea cruzarlo el
río a nado por la presa de la cangrejera, que esta presa era una presa que
habían hecho los hortelanos de la Alameda Baja, y con ella poder regar sus
hortalizas.

TRILOGÍA FOTO 4 CHICOS POR EL RÍO.


Así que para todos nosotros esta era la mejor forma de cruzar el
río, nos desnudábamos allí en la orilla, en una mano la ropa, con la otra mano
a nadar hasta la otra orilla del río, porque cruzar el río por otro lado era una
temeridad, ya que los perros de aquellas huertas, no solían pedir explicaciones
a ningún muchacho. Por eso siempre cruzábamos por el mismo lado y esto los
que nos atrevíamos a cruzar esto de cruzar el río era siempre por lo mismo,

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poder ver con nuestros propios ojos, lo que había al otro lado del río, ya que
en aquel barrio había unas reglas desde siempre, que se cumplían a raja tabla,
desde el mismo día de nacer, ya trataban nuestros padres de enseñárnoslas,
que siempre suponía que aquello allí eran como los Mandamientos de la Ley
de Dios, estas reglas eran: no robar, no matar y por supuesto no perderle el
respeto a las personas mayores, también por supuesto saber nadar, esto de
saber nadar allí había que saber casi antes de saber andar, cumpliendo estas
cuatro reglas ya podías hacer todo lo que te viniera en gana, porque allí valía
todo.
El río era para todos nosotros, todo, tanto es así, que el río era
nuestra despensa, nuestra diversión y nuestro medio de vida.
Esto más que nada, porque el río nos traía de todo lo que nosotros
necesitábamos tanto para nuestro aseo personal, como para pescar, y así poder
comer, incluso con la pesca que nos sobraba, la vendíamos y con el poquito
dinero que sacábamos de su venta, comprábamos los artículos de primera
necesidad, esos pocos que no nos bajaba el río, como por ejemplo el pan y las
legumbres.
Allí en aquel barrio con lo que más soñábamos todos los chicos era
con el día que una de las personas mayores nos eligiera, porque le habían
dicho en alguna tienda, o en algún taller de mecánico, que les hacía falta un
aprendiz, cuando ese día llegaba, era el día más feliz de la vida de aquellos
muchachos del barrio, afín de que nuestras grandes ganas y nuestra ignorancia
nos llevaban muchas veces a que las mujeres mayores del barrio nos gastaran
muchas bromas con estas cosas, que para nosotros era más que un código de
honor, todo esto a lo mejor con siete u ocho años, sabedoras ellas, de nuestras
ganas de cruzar el río, más que nada para no ser una carga para los padres y
poderte ganar tu mismo el sustento o lo que es lo mismo el pan nuestro de
cada día.
Aún recuerdo el día que mi madre me dijo con las mejores
intenciones, hijo mío, me han dicho que en la Confitería de “Arrazola”
necesitan a un chico para redondear pasteles, así que si quieres ir te llevo, ni
que decir tiene que salí corriendo hacia el río para lavarme bien lavado,
porque eso si, por el barrio íbamos de cualquier manera, pero cuando
salíamos de allí, siempre se iba bien lavado y bien peinado, por supuesto con
las mejores ropas que en mi caso aunque nunca había estrenado nada, porque
siempre me vestía con todo aquello que ya no les servia a mi hermano, y, de
lo que ya no le servia a mi padre, así un día llegué a escribir este dicho.

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Estoy loco de contento
porque me ha hecho mi madre,
unos pantalones nuevos
de unos viejos de mi padre.
Esto que me dijo mi madre, de ir a redondear pasteles me ocurría
cuando tenía ocho años y aún hoy en día que ya han pasado muchos años, aún
siento al recordarlo esa amarga sensación que te da el hacerte una ilusión y
luego poder ver que esto no es verdad, nunca pude llegar a saber si fue la cara
que le puse a mi madre, o lo mal que me sentía que unos días más tarde me
dijo otra vez mi madre que al día siguiente teníamos que subir los dos a
Cuenca ya que le había dicho Aniceto el de la frutería, que me subiera por
allí para que él me viera y pudiera comprobar si ya era capaz de poder llevar
los canastillos con la frutas que encargaban desde las casas.
En esta ocasión no quise hacerme muchas ilusiones por si acaso
era otra broma de aquellas que tanto nos gastaban las mujeres del barrio, pero
esta vez no era broma, esta vez era de verdad, pero como pasa siempre en
todas las cosas de la vida, que las alegrías nunca son completas; así cuando
llegamos al otro día junto con mi madre para hablar con Aniceto este le dijo a
mi madre, que pensaba que era mayor, pero que todavía era muy pequeño,
para andar solo por las calles de Cuenca, que aunque no había todavía muchos
coches me podía pillar alguno; así que este hombre hizo una marca en la
pared y me dijo: cuando llegues a esta raya ya podrás venirte.
Ni que decir tiene que me llevé tal desengaño, que aquella noche
me tuvo que dar mi padre un poco de gaseosa con bicarbonato, porque le dije
que me dolía mucho la tripa , ahora mismo no recuerdo si era cierto que me
dolía la tripa, pero lo que si recuerdo casi como si estuviera pasando ahora
mismo, es que ese día fue unos de los días mas amargos de mi vida, ahora eso
sí, desde ese día aprendí a caminar solo por la ciudad de Cuenca, esto porque
una vez cruzado el río, ya podías subir cuando quisieras a Cuenca. Como por
aquella época Cuenca no tenía casi coches por lo tanto era bastante difícil que
te pudieran pillar.
Así que día sí, y el otro también, me pasaba todos los días por la
frutería para poder ver con mis propios ojos la marca que hizo Aniceto en
aquella pared, para poder comprobar si ya llegaba hasta dicha marca, que
Aniceto en su día había hecho en la pared de la escalera. Que decir tiene, que
debí de cansarlo tanto, que al poco tiempo de ir casi todos los días, llegó el
día que me dijo bájate para tu casa y le dices a tu madre que suba hablar

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conmigo, porque parece que ya te vas a venir para que me ayudes con los
pedidos de las casas, si es verdad que te quieres venir.
Aquel día me bajé hasta mi casa corriendo para podérselo decir a
mi madre lo que el señor Aniceto me había dicho. Esta simple cosa que fue el
haberme buscado mi primer trabajo tan solo con ocho años, era la cosa más
maravillosa que a mí me había ocurrido en toda mi vida, porque esto de poder
trabajar, era a lo máximo que un chico de aquel barrio del otro lado del río, o
sea, de “la Guindalera” podía aspirar.
Esa noche no pude pegar ojo, solo hacía que levantarme para ver si
ya era de día, que una vez que se hiciera de día junto a mi madre nos
subiríamos hasta la frutería de Aniceto, para comenzar a cumplir un sueño, el
sueño de todos aquellos chicos del barrio que siempre era el mismo cruzar el
río para comenzar a trabajar, una vez trabajando, ya por lo menos la tripa
estaría llena, que de esto era más que nada de lo que se trataba, que ahora
pienso que la única aspiración que teníamos era la de comer todos los días,
porque los sueños de todos los chicos de esa edad que siempre han sido los
mismos, tanto en aquellos tiempos como ahora mismo, que no eran otros que
ser Artistas, Toreros o Futbolistas, todas esas cosas que en aquel barrio
sabíamos que esas cosas estaban reservadas para los señoritos, que esos
sueños nosotros nunca los podíamos tener.
Cansado de dar vueltas en la cama por fin llegó la hora y cuando
mi madre ya iba a llamarme ella pudo ver que ya estaba levantado y estaba
lavándome en la orilla del río, como era la costumbre en aquel barrio, porque
el río era también nuestro servicio más principal, mi madre me peino como
solo las madres saben peinar, en esas edades, una vez bien lavado también
bien peinado, para arriba a la frutería, la que iba a ser desde aquel día mi casa
por unos cuantos años, ocho para ser más exactos. Esta frutería que estaba
ubicada en la Calle de Cervantes numero doce, que ya nunca me olvidaría
porque desde aquel día esa calle y ese número serían mi casa durante los
próximos ocho años.
Llegamos a la frutería, tanto Aniceto, como su hermana María,
estaban los dos colocando la fruta; mi madre parece que aún la estoy viendo,
como ella dirigiéndose Aniceto le decía, Aniceto aquí está el chico, que ayer
bajó a casa diciéndome que le habías dicho que lo subiera. Aniceto al que ella
lo llamaba Any y así sería como lo iba a llamar también yo toda la vida.
Mi madre dirigiéndose a él prosiguió diciéndole, pero no vayas a
creer que me gusta, que no me gusta, porque es muy pequeño pero si le das de
comer y me lo vistes ya me quitas una carga de encima.

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Aniceto me miro de arriba abajo, me dijo, bien tienes ganas de
empezar porque si has estado viniendo tantos días por aquí ahora espero que
no te rajes, él con estas palabras me hablo como si fuera ya una persona
mayor, eso fue para mí lo que más satisfacción me causó, porque por aquellos
años el jefe era casi sagrado. Bueno era sagrado y punto. Pero Aniceto para
mí fue más que un jefe, porque él fue mi segundo padre.

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TRILOGÍA FOTO 5 ANICETO VILLANUEVA EN EL BAR TORREMOCHA
Así que también me dijo que él esperaba que nos lleváramos bien,
como mi madre ya se había marchado, así fue como me encare a mi primer
trabajo sin la ayuda de nadie.
Así comencé mi peregrinar por el mundo del trabajo en esta
frutería, el trabajo consistía en colocar muy bien la fruta, esto más que nada
para que dicha fruta tuviera muy buena presencia; luego una vez colocada la
fruta, la señora Rosa, o sea la madre de Aniceto, nos preparaba un buen tazón
de leche con una barrita de pan para mojar, éste era el desayuno, poco
después ya comenzaban a venir las clientas y nosotros las teníamos que
despachar, comenzaban a llamar por teléfono para hacer los pedidos, y ese era
más bien mi cometido llevarles a las casas de las señoritas la cestilla con todo
lo que ellas hubieran encargado.
Mi primer pedido que aún lo recuerdo, porque fue enfrente de la
frutería a la señora de Don Nicasio Guardia, una de las personas más

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influyentes de la capital de Cuenca por aquéllos años, no lo puedo asegurar


pero el pedido no llevaba más de seis kilos y para esta cantidad de peso
Aniceto me hizo echar dos viajes, pienso que le daba miedo que me partiera
en dos. Si me cargaba mucho peso en mi primer pedido que servía como
frutero.
Aniceto le hizo que me acompañara Florencia que era la criada de
la frutería, me dijo que ella iría conmigo para ir enseñándome las casas. A mí
me dijo que procurara fijarme bien, porqué Florencia solo iba a ir conmigo
una vez, que después ya tenía que ser yo el que se espabilara para hacer solo
todas las cosas.
De todas formas como por aquellos años Cuenca no era muy
grande y como no he sido muy torpe nunca, pronto me hice con las casas de
todas las clientas, en los primeros días de mí primer trabajo, siempre se subía
mi madre conmigo, más que nada, para enseñarme lo que tenía que hacer
cuando viera venir el tren, porque siempre nos subíamos por el puente de la
vía.
Para mí, allí en la frutería todos los días eran iguales, colocar la
fruta y a esperar los pedidos para llevarlos a las casas, así un día y otro, y
como digo todos los días igual, de todas las formas los primeros días estaba
muy atento y no me distraía con nada, pero conforme iban pasando los días
me iba espabilando, y ya me pude dar cuenta que con las propinas que me
daban aquellas señoras por ser el fruterito mas servicial de toda Cuenca, me
podía ir a los Futbolines de Silvio y al cine, también a jugar en las eras del tío
Cañamón al fútbol, que estas eran por aquellos tiempos las únicas diversiones
que teníamos todos los muchachos de Cuenca, no solo los del barrio de “La
Guindalera” sino todos los barrios, tanto los llamados ricos, como los otros
llamados pobres.
Así también llegó el día que me tuve que subir solo, bueno solo no,
sin mi madre, porque de aquel barrio para subir a Cuenca como decíamos
nosotros, todos los días nos subíamos todos los muchachos juntos; unos a
vender teas, que por aquellos tiempos esto era una forma de ganarse la vida
como otra cualquiera, ya que como no había casi calefacciones, eran las
estufas de leña las que solían dar el calor a las casas, otros chicos se subían
con un cubo de arena blanca, que esta clase de arena la usaban por aquellos
tiempos para fregar las sartenes, otros se habían podido colocar en los talleres
mecánicos, que entonces no era como ahora, que se tiene un coche diez o a lo
sumo doce años y se tira al desguace para comprar otro nuevo, entonces eran

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los talleres mecánicos los que les hacían las piezas de todo cuanto se rompía.
Así un coche podía durar una eternidad, ya que por aquellos años había
coches circulando de los primeros que se Fabricaron en España.
Este oficio de mecánico por aquellos tiempos era de los mejores
que había, pero era muy difícil entrar en este oficio ya que pasaba de padres a
hijos, o familiares muy allegados, de fuera de estas familias no les interesaba
nadie. También había muchos chicos que trabajaban en las tiendas de esta
ciudad de Cuenca, otros también los había que trabajaban en los bares bien
como limpiabotas, o bien como chico de los recados.
Así por las mañanas no había problemas para subir porque al ser
de día nadie tenía miedo, para estos chicos del barrio lo peor eran los
inviernos por la noche, como en invierno anochece tan pronto, entonces quien
más quien menos tenía miedo, esto no por nada, solo porque a los muchachos
mayores del barrio les gustaba asustarnos a los más pequeños, por este motivo
nos esperábamos los unos a los otros para no bajar solos, porque desde el
puente de hierro al medidor que era por donde estaba la primera casa, en
donde vivía la Pili “la gitana” este trecho que siempre estaba sembrado de
trigo, era el sitio ideal para que los muchachos mayores de aquel barrio se
escondieran para asustarnos a los más chicos. También por aquellos años
había fantasma; lo del fantasma, era ni más ni menos que un hombre se ponía
una sabana por encima y hacía aspavientos con las manos y unos ruidos raros
con la boca, para poder asustar a las gentes, que por aquellos años éramos
bastantes asustadizos, esto era para que le dejaran el camino libre, ya que el
susodicho fantasma, iba acostarse con alguna de las mujeres del barrio, y no
quería que se enterase nadie de los que allí vivían.
Ellos se solían valer de estos trucos, pero que a los muchachos nos
metían el miedo en el cuerpo. Así con estas cosas y otras que iré contando
más adelante me iba familiarizando con mi trabajo como frutero en la frutería
Villanueva de esta capital de Cuenca.
Tendré que decir que valiéndome de todas estas cosas, me las
apañaba bastante bien, tanto para subir, como para bajar del trabajo, para
subir ya me atrevía algunos días a cruzar por el canal andando, esto siempre
que no estuviera al otro lado del río el hortelano que le llamaban el Evaristo,
porque este hombre tenía muy malas pulgas y hasta era capaz de achucharnos
a los perros, así que cuando no veíamos por el otro lado del canal al tío José,
que este tío José nunca nos regañaba por cruzar por este sitio, te podías evitar
la mitad del camino, desde allí subíamos al Colegio Menor.

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Pero si estaba el hermano del tío José, Evaristo, entonces era mejor
que nos fuéramos por el puente aunque el camino fuera el doble y todo por el
mal genio que este hombre tenía, que no le gustaba vernos por los caminos de
su huerta a ninguno de nosotros.
Una vez que Aniceto comprobó que era bastante espabilado,
decidió que antes de subir a la frutería pasara por la huerta que ellos tenían
en la “Alameda Baja” y que me subiera la mula llevándola del ramal con las
verduras que se cosechaban en las huertas de Cuenca, y que en la huerta, la
mula me la cargaría su hermano Luis, así solo tendría que llevarla del ramal y
vigilar la carga para que no se me volcara, como pasaba muchas veces.
Así que en poco tiempo ya tenía otra misión más que a decir
verdad esto era lo que más nos gustaba a los muchachos de aquellos tiempos,
más que nada por sentirnos útiles, porque el sueldo seguía siendo el mismo,
nada y todo, ya que comer en aquellos tiempos, también era un artículo de
primera necesidad, que no todos lo teníamos al alcance de la mano, también
con unas alpargatas nuevas que cuando se rompían unas siempre iban y
compraban otras.
Con todas estas cosas, cada día que pasaba iba más contento,
porque los chicos del barrio a mí, casi todos me envidiaban y esta envidia más
que nada era, porque podía comer toda la fruta que quisiera sin costarme
nada, sin embargo ellos, no todos, pero la mayoría como no le dieran un
bocado a un algodón manchado de grasa, no tenían otra cosa para poder
comer en sus respectivos trabajos.
Los que no comían nada más que lo que les tuviera su madre, si es
que está había podido bajarse algo de patearse toda Cuenca, pero la vida por
aquellos años era así, si querías lo tomabas y si no lo podías dejar, pero si te
marchabas de un trabajo por alguna protesta tuya quedabas marcado de por
vida con esta sola cosa, así que procurabas no protestar por nada, porque sino
lo mejor que podías hacer era marcharte de Cuenca, porque allí sería difícil
que nadie te cogiera para darte trabajo, estábamos en una dictadura y eso era
muy malo.
Así que para todos aquellos muchachos era un privilegiado, pasaba
los días, los meses y también los años, en mí privilegiado trabajo y por cierto
tan contento. Mi jefe Aniceto digo: que él también estaba contento conmigo,
porque cuando vinieron las fiestas de “San Julián” en la capital de Cuenca que
por entonces eran en el mes de septiembre, me llevó con él a los toros,
también me dio cincuenta pesetas para que me las gastara en lo que quisiera.
Por aquel tiempo una atracción de feria por supuesto de las que más gustaba

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eran las cadenas voladoras, ni que decir tiene que en estas cadenas se
quedaron parte de las cincuenta pesetas, también parte de aquel dinero de mis
propinas que me había guardado para estos menesteres, ya que las cincuenta
pesetas que me había dado Aniceto, me duraron muy poco, porque nada más
llegar a la feria, compré un boleto en una tómbola con tan buena suerte que
me tocaron un torreón de cacerolas, un total de siete cacerolas, una de ellas
que era muy grande, pensé: esta habrá sido ideada para una gran familia, de
aquellas que por aquel entonces tanto existían, las otras un poco más
pequeñas una tras de otra hasta siete, las baje a toda prisa a mi casa, ni que
decir tiene que mi madre se puso tan contenta.
Me dije para mis adentros: que si con un duro o sea cinco pesetas,
que me había costado la rifa me habían tocado tantas cacerolas, con los otros
nueve duros que aún me quedaban, me podía bajar media feria a mi casa, así
lo hice subirme otra vez a la feria y tanto me cebe echándole a dicha tómbola,
en aquella, que media hora antes me habían tocado las cacerolas, una y otra y
otra vez hasta que gaste todo mi dinero y no me toco nada o sea que mi
ignorancia o mi egoísmo me habían dejado sin nada.
Pero lo que sí es cierto es que de esta lección aprendí, que a la
suerte no se le puede tentar, que cuando te toca algo, lo mejor es tomar el
premio dar las gracias por tu suerte e irte lo más pronto posible de dicho
lugar, porque sino lo haces así, siempre se termina perdiendo, ya que todos
los juegos están preparados para que gane el que hace dicho juego.
Aún recuerdo y eso que han pasado muchos años, la forma que
tenía aquel hombre de la tómbola para vender sus boletos que siempre decía
lo mismo, ánimo, ánimo señores, que el tiempo es oro y los minutos billetes
de mil pesetas, esto como pude comprobar lo decía así porque la rifa duraba
exactamente un minuto y la recaudación de cada rifa era eso, las mil pesetas
(que este hombre decía).
Estas mis primeras fiestas con dinero mío propio, que podía
subirme en todas las atracciones de la feria, sin la necesidad de tener que
ayudar a todos los feriantes, para que estos nos dieran tikes, y con estos tikes
poder subir en todo, pero para ello teníamos que estar toda la mañana cuando
la feria esta cerrada, que es cuando los feriantes preparan sus cosas, dichos
feriantes siempre nos llamaban a los chicos del barrio para que les llenáramos
bolsas de caramelos, limpiar las pistas y todo cuanto ellos nos mandaran. De
allí del barrio, eran muchos los chicos que los llamaban para toda la feria,
como por ejemplo a mi buen amigo “el pato” que este gitanillo, creó yo que
se iba con los feriantes también a otras ferias lejos de Cuenca o sea a todas las

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ferias de España. A mí de todas formas era mi primera feria en plan
capitalista, porque el tener algo de dinero era eso, ser capitalista, aunque a
decir verdad me quede muy pronto sin nada, pero si había sido capaz de juntar
más de doscientas pesetas de aquellas de papel de la época, que me duraron
muy poco en mis bolsillos.

Cuando mi hermano y su amigo niñito “cara güevo” me llevaron a


un bar que tenía el padre de este, “cara de guevo” el tío Bernardino “ pata de
palo” esto no era un apodo que le hubiéramos puesto nosotros, era porque en
la guerra le había dado con un trozo de metralla y le tuvieron que cortar una
pierna. Este hombre que en gloria esté, fue quien me enseño a fumar y todos
los pequeños vicios de la época, con esto quiero decir que él no se opuso a
que su hijo y mi hermano me dieran a beber anís, y como a mí el anís me
estaba bueno, al estar tan dulce, me hicieron coger una melopea de padre y
muy señor mío, y a todo esto con tan solo nueve años. Ellos al ser mayores
aprovecharon para quitarme el dinero que tanto trabajo me había costado
ganar, aunque siempre me dijeron que no habían sido los que se llevaron mi
dinero, pero conociéndolos si hubiera sido otro el que se hubiera atrevido a
quitármelo, sí que tengo seguro que ellos me lo habrían recuperado.

Así que desde ese día decidí que ya nunca guardaría el dinero que
me dieran de propina en las casas a donde les llevaba la fruta, que me lo
gastaría en ir al cine o al futbolín de Silvio que ya comenzaba a gustarme.

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TRILOGÍA FOTO 6 FAUSTINA VICENTA MANOLI ADELA CON ALGUNOS NIETOS

CAPITULO SEGUNDO

En los billares y futbolines era donde nos juntábamos todos los


chicos de los barrios de Cuenca, cuando íbamos terminando nuestro trabajo,
allí fue donde comencé a conocer a todos los muchachos del barrio de “la
Ventilla,” que así era como se le conocía al barrio en donde estaba situada la
frutería Villanueva, también conocí a otros chicos de otros barrios, como “los
Tiradores,” o el barrio Chocolate, que dicho barrio estaba por encima del
barrio de “La Guindalera” el barrio del Cerrillo Molina, el Cerrillo de San
Roque, o sea la flor y nata de los barrios de Cuenca de aquella época.
En los billares de Silvio, aunque este señor no era el dueño, pero
como si lo fuera, y nos llevaba a todos los muchachos más derechos que una
vela. Este hombre sabía siempre lo que tenía que hacer para tenernos

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contentos y también controlados, así de esta forma iban pasando los años de
mi niñez sin grandes cosas que relatar pero sí con muchas aventuras.
Los domingos como no trabajaba en la frutería, le ayudaba a mi
padre en una huerta que nosotros llevábamos a renta en la Alameda Baja, al
lado de la huerta de mi jefe Aniceto, a mi padre le tenía que ayudar siempre
que yo no estuviera haciendo cosas de mi trabajo, o sea los domingos,
también por las noches si teníamos que bajarnos desde el barrio del río a
regar, porque por el día no saliera agua, esto era así, y así, no, lo tomábamos
todos los chicos de aquellos barrios de entonces. Así me pase mis dos o tres
primeros años en la frutería y según iba cumpliendo años las faenas eran cada
vez más grandes, ya no era solo el subir la verdura por las mañanas desde la
huerta hasta la frutería con la mula, sino el tener que colocar la fruta y llevar
los canastillos de fruta a las casas ya me buscaron otra obligación que por las
tardes como en la frutería no había casi nada de faena era mejor que me bajara
a la huerta para hacer allí lo que me mandara Luis.
Este Luis, era el hermano mayor de Aniceto, desde luego la faena
que Luis me mandaba no era muy dura, ya que consistía en regar, y él era, el
que manejaba la azada para ir abriendo los tajeros, como se les llamaba a los
sitios por donde tenía que entrar el agua en las eras de lo sembrado. Como mi
misión allí consistía en controlar el agua, si el agua a Luis le parecía mucha,
le tenía que poner una piedra, si por el contrario le iba poca, le tenía que abrir
un poco más el ladrón del caz, que este ladrón era la compuerta que los
hortelanos tenían para desviar el agua hacia sus verduras.
Otra de las faenas que tenía que hacer allí en la huerta era el
quitarles el sapo de las matas de las patatas, también llevarle las varas para las
judías y para los tomates, desde luego el trabajo no era muy duro pero nunca
te podías estar parado.
Aún recuerdo el día, que mi cuñado Teófilo, el novio de mi
hermana Rosario que luego se casaría con ella, me dijo te están explotando, a
esta afirmación le dije que no, que lo que él pensaba que era explotación,
seguro que en mi vida me serviría de mucho, que de momento tenía la comida
segura todos los días, que esto no todos los chicos del barrio podían decir lo
mismo, al final terminó por darme la razón y me dijo que si lo veía con esa
óptica, que era quien lo tenía que decidir y buscarme mi forma de vivir, ya
que las cosas no estaban para tirar cohetes.
Pero todo esto con el buen hacer de Aniceto, que este hombre ha
sido al único que le he tenido temor, más que temor, diría mucho respeto y
eso que él a mi nunca me pego, ni me hizo una mala pasada ni cosas por el

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estilo, que en aquellos tiempos también existían esas clases de gentuza, que a
mí sin embargo cuando hacía alguna picia, como son las picias de los chicos
de doce a trece años, temía más que se lo dijeran a él, más aún que si se lo
decían a mi padre.
Esto nunca he llegado a saber porque sería, pero lo cierto y verdad
es que era así, y siempre que recuerdo estas cosas no dejo de maravillarme
por el respeto que los muchachos de los barrios más pobres de Cuenca
solíamos tener hacía nuestros mayores. Aún puedo recordar mi primer
cigarrillo, que se lo compre al tío Matías: que este hombre ponía su carrillo en
la esquina de lo que era el bar de la Victoria en cuatro caminos, todas las
noches cuando me bajaba para mi casa, me solía comprar un cigarrillo de
aquellos de Bisonte, cuando llegaba a la altura de lo que eran los cocherones
de “La Rápida” lo encendía, una de las noches estaba allí Faustino, que como
él trabajaba de chófer en los autobuses de “La Rápida” me gritó y me dijo
así que fumando ¡eh!, ya se lo diré a Aniceto esto para mí era lo peor que me
podía pasar, ni que decir tiene que esa noche no pegue un ojo pensando en lo
que me diría Aniceto.
Al día siguiente cuando llegué di los buenos días, tanto a Mari,
como Aniceto, ellos me contestaron igual que siempre o sea que de momento
aún no les había dicho nada.
Así que a esperar para ir viendo los acontecimientos que no
tardaron mucho en producirse, porque a media mañana, llegó Faustino y
aunque este no le dijo nada a mi jefe, lo que saque en claro de aquel miedo
fue, que me sirvió para retrasar un poco más mis primeros cigarrillos que no
sería mucho, dados los motivos que nos movían a todos los chiquillos para
comenzar a fumar y hacer todo lo que toda la vida ha estado mal visto, ya que
por aquellos tiempos todas las cosas para ser hombres se basaban en estas
cosas, como el fumar y beber.
Pero llegué a tener catorce años y esto que ocurría por los últimos
años de los cincuenta, o sea, el año cincuenta y nueve.
Esta época, ahora pienso que fue la época más feliz de mi vida,
porque todo era de color de rosa, o que era de este color, por lo menos me
parecía a mí, porque les caía bien a casi todos los chicos del barrio de la
Ventilla, y también a los chicos del barrio de “La Guindalera”.
Por aquellos años, se hacían en los billares de Silvio, un
campeonato local de fútbol, y a mí me dejaron jugar; con solo esta cosa me
sentía muy orgulloso, porque los chicos del barrio de “La Guindalera” no nos
dejaban jugar a nada, decían los otros chicos de los barrios más pudientes de

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Cuenca, que nosotros éramos como los gitanos y en parte ellos tenían razón,
porque era verdad, ya que si en el barrio había cuarenta chabolas, por lo
menos veinte de ellas eran de gitanos, de las otras veinte payos y quincalleros,
aunque para mí a estas gentes siempre las he llevado en el corazón.
Porque estas gentes los que son buenos, no les tienen que envidiar
nada a los payos, como los gitanos nos llaman a nosotros, en el barrio eran
uno más entre tantos y fueron mis mejores años.
Aniceto también tenía una hermana que era maestra me enseñó a
leer, porque hasta aquella fecha no había ido nunca a una escuela y aunque
sabía leer de lo que había leído en los letreros de las tiendas, esto no era
suficiente, esta mujer Pilar, hermana de Aniceto, terminó de enseñarme; ella
me dijo que con la facilidad que tenía para aprender, podía estudiar y que
tenía muy buena cabeza.
Pero en aquellos tiempos el talento no tenía sitio en ningún sitio y
valga la redundancia; por eso ahora España es una nación más entre las
naciones de Europa, lo que antes éramos el culo del mundo; hasta el extremo
que los franceses nos decían a los españoles; que África comenzaba en los
Pirineos. Puedo decir que aquello a mí por lo menos me sentaba muy mal por
entonces, pero una vez vista la realidad algunas veces pienso que los
franceses tenían toda la razón del mundo.
Estas palabras de Pilar, diciéndome que podía estudiar, a mí, me
dieron así como por pensar y no solo me propuse estudiar, sino, que me
busqué un profesor para ir por las noches, el profesor que se llamaba Don
Nicasio, y estaba al lado de la Brigada de Sanidad, me dijo que me cobraría
cincuenta pesetas todos los meses, estas eran bastantes pesetas para mi
economía de entonces, pero las juntaba con las propinas que me iban dando
por llevar los canastillos de fruta por las casas, llegando a pensar que era lo
mejor que podía hacer en vez de llevárselas a Silvio a sus futbolines. Para este
menester Aniceto me dijo; que si algún mes por lo que fuera, no tenía
bastante, que él me pondría lo que me faltara, pero con la condición de que no
lo engañara, que sabía, que a mí me gustaban los billares y también echarme
algún cigarrillo.
Cuando le dije que no fumaba y que no iba tanto a los futbolines,
él con cuatro palabras me sacó todo lo que de mí quería saber, una vez que le
conté todo lo que él quería saber, me dijo que no se había dedicado nunca a
vigilar a nadie, pero que todas esas cosas también le habían pasado a él
cuando era un chico, como entonces era yo.

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Que estas cosas eran lo más natural del mundo, con estas palabras
Aniceto me quitó un gran peso de encima, aunque nunca me hizo falta que él
me prestara nada, por lo menos pude ver su buena intención, y esto para mí
siempre ha sido lo máximo en una persona.
Aunque leer y todo eso no era mucho lo que sabía, sí por el
contrario podía presumir y así lo hacía que a trabajar no me ganaba nadie. Por
eso me busque un bar en donde trabajar los domingos.
En el ambigú del cine Xucar hacía falta un chico para vender las
patatas fritas, los caramelos y las palomitas, cuando fui a ver si podía ir me
dijeron que sí, que allí el trabajo consistía en rellenar las bolsas de patatas
fritas, con las más menuditas abajo, con dos de las más grandes arriba, para
que pareciera que la bolsa estaba tan llena, cuando la realidad era que no
llevaban nada, estas bolsas de patatas eran las que un día tras otro, tenía que
rellenar y también que vender en los intermedios del cine, por la sala del cine
Xúcar con unas voces que hoy en día todavía recuerdo así como si aún
estuviera haciéndolo. ¿Hay patatas fritas, caramelos, palomitas?
Todo esto con voz en grito, un poco antes de comenzar el nodo,
luego una vez que el nodo terminaba, siempre se hacía un cuarto de hora de
descanso, en el cuál, se invitaba a los señores clientes del cine, a visitar
nuestro ambigú, entonces también aprovechaba para vender todo lo que podía
con mis ya conocidas voces por la sala del cine Xúcar.
En este trabajo además de poder ver el cine gratis, a mí me
pagaban el diez por ciento del porcentaje de las ventas, es decir, de cada diez
pesetas que vendía, me daban una peseta para mí, con este trabajo no era para
hacerme rico, pensé que tenía que vender todos los días treinta pesetas, para
con ellas poderme pagar mis clases nocturnas en casa de Don Nicasio que así
era como se llamaba dicho Señor.
Con este dinero también podía comprarme algún que otro
bocadillo, porque con estas mis nuevas aficiones por los estudios, me llevaban
a la carrera durante todo el día, ya que salía de la frutería y al cine, que por
aquellos tiempos la primera función comenzaba sobre las siete y media de la
tarde, a las ocho ya comenzaba la película, a esta misma hora entraba con
Don Nicasio, a las diez que salía de clase, otra vez corriendo al cine, porque a
las diez y media comenzaba la segunda función, a las once para casa a
descansar, a dormir, así un día tras otro, con muy pocos cambios, o sea, que
en mi niñez a mí no me daba tiempo para aburrirme como dicen ahora los
muchachos.

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Así en el cine muy pronto me hice amigo de todo el personal, tanto
de los porteros, como de los acomodadores, más todo el personal de cabina, o
sea en una palabra de toda aquella plantilla del cine Xúcar. Un día de aquellos
que venia a Cuenca una de aquellas revistas de “Zori, Santos y Codeso” con
“Lilian de Celis” como primera vedette, estas revistas, antes de hacer su
primera función tenían que hacer una prueba para la censura y también para
que el señor Mariano las siguiera con las luces, este señor Mariano Villalba,
era quién las seguía con las luces en estas funciones extraordinarias y también
era el acomodador de los sillones de club, como el Teatro Cine Xúcar estaba
preparado para acoger sobre unas mil personas, en su patio de butacas, sillón
de club y el gallinero, como vulgarmente se les llamaba a las sillas de arriba
del todo.
Este señor Mariano, me dijo en una de estas revistas, si quieres
vienes y las ves, te acomodas en el palco y no tiene porque verte nadie, así fue
como nosotros lo hicimos. Pero como suele pasar siempre cuando no quieras
que se sepa una cosa, mejor es que no lo hagas, porque si lo haces, si no es el
primer día, es el segundo o el tercero, pero al final terminan por verte.
Por aquel tiempo que aunque era muy jovencito pero que ya me
gustaba ver a las mujeres así como se decía vulgarmente casi en cueros,
cuando más encandilado estaba mirando como bailaban aquellas señoritas del
escenario, que parecía que estaban hechas de cera, y que me imagino que
tendría unos ojos como platos y por supuesto todos mis sentidos puestos en el
escenario, que ni el señor Mariano, ni por supuesto nadie nos dimos cuenta
que detrás de nosotros estaba el señor Pinós, este señor era de la Policía
Secreta, que por lo visto a él también le gustaba ver a aquellas señoritas
bailando casi desnudas, en dicha función de prueba para que la censura dijera
lo que se podía ver y lo que no se podía.
Este hombre cuando me vio, me dijo ¿que haces tú ahí? a esto no
supe que contestar ni el señor Mariano tampoco, así que había que apechugar
con lo que viniera, que por aquellos tiempos no podía ser nada bueno.
Este Policía me saco del cine y en la puerta me dijo que lo que
había hecho que era una falta muy grave, también me preguntó porqué estaba
allí, si es que me habían dicho los mayores que pasara, o si había entrado por
mi cuenta, le contesté que estaba llenando las bolsas de las patatas fritas para
luego venderlas en la función y viendo que no había nadie era por eso por lo
que estaba allí, pero que de ninguna manera me habían dicho las personas
mayores nada y menos que pasara a ver a esas señoritas de aquella revista
bailando casi en cueros.

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Así que sabiendo lo serio que este hombre era, me preparé para lo
peor y lo peor fueron tres días en el Tribunal de Menores de Cuenca, me dijo
que tenía que estar todo el día allí en dicho Tribunal, que por las noches me
podía bajar a dormir a mi casa, cuando me dijo esto, le dije que estaba
trabajando todo el día con Aniceto en la frutería de Villanueva.

TRILOGÍA FOTO 7 MI PASO POR LA FRUTERÍA VILLANUEVA CON OCHO AÑOS.

Porque sabía que este hombre conocía mucho Aniceto; resumiendo


en esta mi primera metedura de pata, pude ver que en el otro lado del río o sea
en Cuenca había más falsedad.

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Así me llevé mi primera gran desilusión ya que Aniceto, por el que


sentía tanto respeto, no hizo nada en mi favor, ya no era pagar la multa que
me pusieran sino haber sacado la cara por mí, que con solo que él hubiera
dicho que eso solo era una chiquillada, porque era un chico muy formal, con
eso me hubiera evitado esto de estar toda la vida fichado porque los tiempos
de Franco eran así.
Pero ni aún eso se ve que me merecía en aquellos tiempos, por eso
comencé a sentir una tristeza enorme y unas ganas de llorar con un
sentimiento amargo, todo esto solamente pensando lo poco que valíamos
algunas personas y sobre todo los pobres, que hasta me dieron ganas de no
volver más a la frutería.
Cuando al día siguiente me dijo la señora que estaba encargada del
Tribunal de Menores, que ya no subiera más; pensé irme a mi casa al barrio
de “La Guindalera” y no subir más a la frutería. Pero estos pensamientos
pronto tuvieron que desaparecer, porque aún no habían pasado dos horas y
mis tripas ya me pedían algo de comer y en el barrio no había nada de
comida, porque la vida estaba en el otro lado del río, no al lado del barrio,
sino al lado de Cuenca.
Así que pensándolo mucho, decidí seguir con mi ruta de siempre
con la frutería, la mula, la huerta y todas las mañanas a las siete arriba, para
comenzar con todos los menesteres que ya eran tan comunes en mi, que
parecía que cuando no los hacía me faltaba algo en lo más hondo de mi ser,
pero esto que para mí siempre había sido una bendición de Dios, con aquel
fallo de un chiquillo que nadie se mojaba por él, a mí por lo menos, me sirvió
hasta para desconfiar del Altísimo, que hasta a aquellas fechas le rezaba
religiosamente todo lo que mi madre me había enseñado a rezar, porque al no
saber leer ni ella ni yo, todo lo teníamos que hacer de oído, como se aprendían
entonces las cosas o lo que se llamaba cultura popular. Que para mí era la
mejor cultura del mundo, porque esta cultura pasaba de padres a hijos de
oídas.
Esta cultura que según he podido saber después, es la forma que
han tenido siempre los israelitas de traspasar su cultura de generación en
generación. Así que decidí que continuaba con mis cosas la frutería, las clases
con Don Nicasio; el cine y otra vez al cine, una vez terminada toda esta
marabunta, otra vez a casa a dormir, al día siguiente otro día más, eso sí,
ahora con un poco más de tristeza, porque ya me comenzaba a dar cuenta
aunque por aquellos años solo tenía catorce o quince años, que la gente

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cuanto más pudiente menos sentimientos tenían, que todo era más falso, así se
lo dije a mi madre nada más que pude hablar con ella y ella me miró y se echó
a llorar, no tuvo que decirme nada.
Porque su tristeza me lo decía todo. Ella me trató de hacer
comprender que la vida para los pobres cada día que va pasando se iba
haciendo más dura y si no espabilas, te espabilan, pero esto para mí también
es bueno que lo aprendas con poca edad, así te enseñaras a no soñar y poder
saber desde muy joven hasta donde puedes llegar. En aquel bajonazo
comencé a pensar si podría hacer alguna otra cosa que por lo menos me
sintiera mas protegido, pero en Cuenca era esto lo que había y seguro que si te
ibas a otro lado estarías igual o peor, así que decidí seguir como si nada
hubiera pasado.
Por la tarde cuando fui al futbolín de Silvio, me estaban esperando
los chicos del barrio de la Ventilla; o sea, “Juanjo” “Andrés”, “el rubio”
también ” Goyo” y todos los demás, para decirme que habían hecho un
equipo de fútbol y que habían pensado que jugara con ellos.
Aquello me pareció muy bien, pero les dije que contra quien
íbamos a jugar, ellos me contestaron que Silvio iba a hacer un campeonato,
que se estaban buscando equipos que quisieran jugar, que ya se habían
apuntado unos cuantos, como eran “los leones, el escardillo, el trébol y los
estudiantes” que ellos estaban ahora allí para apuntarse también, que en vez
de “la Ventilla” se iban a llamar Cervantes Club de Fútbol.
A todo esto me dijeron si quería jugar, les dije que si que jugaría
con ellos, pero que les tenía que preguntar a los chicos de mi barrio por si
ellos querían que nosotros presentáramos un equipo también, así que les dije
que iba a jugar o con ellos o con “La Guindalera” en esto fue en lo que
nosotros habíamos quedado, cuando pude ver a los chicos de mi barrio y se
lo dije esto del campeonato que si nos apuntábamos todos me dijeron que sí,
al que más ilusión le hizo fue “al pato” a Luis, creo que desde aquel instante
“el pato” se enrolló de por vida en el fútbol conquense.
Hoy en día después de más de cuarenta años, aún se le puede ver
en las puertas del campo de fútbol de la Fuensanta, con su gorra de plato con
las letras de la U. B. C.
Así que hicimos nuestro equipo y me subí para arriba a inscribirlo,
pero cual no sería mi sorpresa, cuando Silvio con toda su buena fe, me dijo,
que con ese nombre no podíamos jugar, que le habían dicho los otros equipos
que “La Guindalera” tenía muy mala fama, que nos gustaba mucho reñir, que
para el campeonato era mucho mejor que nosotros no jugáramos. No obstante,

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Silvio me dijo que lo que podíamos hacer era ponerle otro nombre al equipo y
así nadie sabría de donde era dicho equipo, porque ese era un campeonato de
los barrios de Cuenca, que a él personalmente le sentaba muy mal que
nosotros no pudiéramos jugar.
Así que le dije, porqué en vez de llamarnos “La Guindalera” no
nos llamamos “El Júcar” al fin de cuentas es el río, el que nos hace parecer así
como si nosotros no fuéramos de Cuenca, dicho y hecho, ese día comenzó una
buena armonía entre todos los chicos de los barrios de Cuenca y dio comienzo
dicho campeonato de fútbol, el primer partido del Júcar C. de F como así
terminó por llamarse el equipo de fútbol del barrio de “La Guindalera” para
aquel campeonato, fue contra los Estudiantes. Teniendo como único campo
donde se podían jugar los partidos, las eras del “tío Cañamón” ni que decir
tiene, que perdimos el partido por goleada, cuatro goles a cero, personalmente
me enfadé mucho, esto más que nada porque en los días antes del partido
había visto y oído tratarnos con desprecio a los chicos de mi barrio, todo esto
tan solo por una cosa que no era otra, que el tener de sobra en tú casa, sin
tener que ir a sacarle las castañas del fuego a nadie.
Por aquellos años pude ver con mis propios ojos que ser pobre no
era malo, pero era lo peor que le podía pasar a un chico de nuestra edad; el
equipo rival “Los Estudiantes” eran de los más ricos y porqué no decirlo
también de los mejores, ya que con mejores jugadores que ellos solo había un
equipo, éstos eran Los Leones. Este equipo fue el único de aquellos tiempos
que saco varios jugadores para la copa de Apolonio Pérez, también alguno
para el Conquense, pero volvamos a este nuestro primer partido, allí nos
juntamos todos los chicos del barrio en edad de jugar, ya que no había
categorías, el mayor de todos nosotros Antonio “El parrillano” y “El lenteja”
que por aquellos tiempos tendrían diecisiete años, el más joven “El Nastis”
con doce años, todos los demás tendríamos trece catorce y quince años; y los
otros chicos de “Los Estudiantes”, les había oído decir en los futbolines de
Silvio. El domingo contra los quinquis y los gitanos, así como con desprecio
decían, ¡bah! a esos les ganamos con la gorra. Sabéis lo que tenemos que
hacer, como la mayoría de ellos juegan descalzos, hinchamos mucho el balón
y así ellos no le podrán dar fuerte porque se harán daño y les ganamos como
queramos.
Cuando llegó la hora del partido y comenzó dicho partido, también
pude ver que era cierto que la mayoría de los chicos del Júcar jugábamos
descalzos, por lo tanto no le dábamos fuerte al balón, el árbitro que era un
muchacho que todos los demás chicos de los otros barrios lo conocían por el

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mote de “Popo”, este árbitro se tiró todo este partido diciéndoles a los chicos
del Júcar, “popo” que te expulso y a la final, fue expulsando a los dos
mayores, después a “ruanillo” “el Nastis” también a Basilio, que era de los
mayores.

TRILOGÍA FOTO 8 EQUIPO DE FÚTBOL CON ALGUNOS GUINDALEROS, COMO EL PORTERO “MANITAS”

O sea a medio equipo, al final solo fueron cuatro a cero, con


Pajarón de portero, para este portero fue para el único que le sirvió de algo
este partido, ya que al poco tiempo dicho portero comenzó a jugar en las
Centurias del Frente de Juventudes.
Un poco tiempo después lo probaría el Conquense aunque sin
éxito, pues su vocabulario dejaba mucho que desear, como todo buen
guindalero pero aún era más especial que los demás, ya que tenía una boca
peor que un destral.
Por aquellos años en el Conquense jugaban varios futbolistas de
los que estaban estudiando en el Seminario de Cuenca. Así me pude dar
cuenta que era muy difícil que un chico de los barrios pobres, pudiera llegar a
nada, pero no solo en el fútbol, sino en ninguna cosa, lo mejor era soñar con
esto y con lo otro pero sabiendo que eso nunca llegaría hacerse realidad. Ya
que en el fútbol de Cuenca jugaban los señoritos y el dueño del balón, en los

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campeonatos, si te dejaban entrar en alguno, era muy difícil que pudiéramos
ganar algún partido.
El ganar estaba reservado para los de los barrios más pudientes,
que podían entrenar y por supuesto jugaban entre ellos, nosotros todos
teníamos que trabajar para poder comer, era así, y solo el pensar en jugar en el
primer equipo de Cuenca o a nivel profesional eso era imposible para
nosotros, los futbolistas profesionales de la época esos solían tener tres
piernas, nosotros los del barrio de “La Guindalera” solo teníamos dos.
Dentro de lo malo nos sirvió para ir haciendo amistades con los
otros chicos de los demás barrios, ya que en los futbolines, era donde nos
juntábamos todos, tanto para comentar los partidos de los domingos, como
para hacernos alguna partida de billar o de futbolín, sobre todo cuando no
teníamos nada que hacer, allí era uno de los sitios que más picias se
aprendían, no solo en el de Silvio, sino, en todos los billares de Cuenca, que
por aquellos años había muchos.
Que yo recuerde tres, más los privados como la Constancia y las
mesas que tenían en algunos bares; casi todas nuestras picias, estaban
dirigidas a tratar de jugar gratis, cosa que Silvio aunque parecía que no,
también lo sabía, que era así.
Lo de jugar gratis, se hacia poniéndole un palote que ya teníamos
cortado a la medida, para que por el sitio que se metía la peseta y se tiraba
para que salieran las bolas, de esta forma poniéndole dicho palote no se
cerraba, así se metía el gol y la bolita salía otra vez, hasta que nos pillaba
Silvio, si teníamos una poca suerte y no nos pillaba podíamos estarnos todo el
día jugando gratis, sin la necesidad que entraran las seis bolas para tener que
meter otra peseta y poder jugar, esta trampa nos duraba hasta que se daba
cuenta Silvio, que este hombre se las sabía todas, pero nosotros también
estábamos todo el día ideando algo para ver de qué forma le dábamos la
vuelta y le hacíamos algunas de nuestras picias.
Pero si se daba cuenta, nosotros teníamos que decir aquello de pies
para que os quiero. También otra de las formas de jugar gratis, consistía en
poner un pañuelo en cada una de las porterías por donde tenían que entrar las
bolas, así otra vez igual hasta que se enteraba Silvio que nunca era mucho lo
que tardaba en enterarse.
De todas estas patrañas, particularmente la que más me gustaba era
que me mandara Silvio algún recado, entonces él nos dejaba jugar cuando en
el futbolín no había mucha gente, y sin ningún miedo de que te pudiera pillar.

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Otras de las cosas que también se hacían muy a menudo era el
comernos el bocadillo de los otros chicos, que no era mucho lo que lo
vigilaban porque aunque los dejáramos un día sí y otro también sin bocadillo,
al rato aparecían con otro bocadillo nuevo.
Así que nosotros los de los barrios más pobres pensábamos que
eso es que ellos habían hecho una obra de caridad, de aquellas que hacían
estos muchachos y muchachas que por el día iban al instituto Alfonso VIII.
Y que un día a la semana ellos tenían que dejar el bocadillo para
los chicos más pobres, o sea para los muchachos de San Antón, la Guindalera
y los Tiradores. Con esto quiero decir que nosotros no lo tomábamos por
adelantado, así les ahorrábamos el tener que llevarlo a ellos y el trabajo de
tener que repartirlo a las chicas de la Sección Femenina, y en esto consistía
parte del trabajo que las chicas tenían que hacer, repartiendo todos aquellos
bocadillos por estos barrios antes citados.
Otro de los que también repartía bocadillos era Don Amadeo el
cura de San Antón. Pero era más duro que las muchachas, este cura me hizo
que me aprendiera el catecismo del padre Ripalda de memoria, cuando ibas a
ver si caía algo, él siempre te preguntaba por alguna de las cosas de dicho
catecismo, si lo sabías, siempre te daba algo, bien un poco de leche en polvo,
de aquella que mandaban los americanos, o por el contrario un trozo de queso
del llamado queso americano; porque ahora creo que era el único país con el
que se llevaba bien el Jefe del Estado Español, o sea El Generalísimo Franco.
Pero aquellos tiempos eran así y tonterías son sopas, el estómago te pedía, y
al trozo de pan nunca le pedías la documentación ni por supuesto tampoco su
lugar de procedencia.
Por aquel entonces se casó mi hermana la mayor, sin tardar mucho
mis otros hermanos, así que me tuve que borrar de las clases de Don Nicasio,
porque todas las propinas se las tenía que entregar a mi madre, ya que todo lo
que entraba en la casa era poco. Al dejar de ir a la clase de Don Nicasio me
apunte en la calle de Colón a una escuela nocturna que allí había y cuyo
maestro era Don Marcelo. Este hombre ya metido en años con el pelo blanco
y su cara de hombre bonachón, al verlo me dije para mis adentros que allí iba
a estar bien, porque el único requisito que pedían para poder ir a esa escuela,
era el tener catorce años o más, y por aquellos años ya los había cumplido
hacia unos meses.
Así que comencé a ir allí pues al fin y al cabo eran las mismas
horas solo que para poder ir al cine Xúcar a la venta de mis patatas fritas y
caramelos, desde allí tenía que correr un poco más, porque la Calle de Colón

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estaba más lejos del cine, que desde la Brigada de Sanidad, que era donde
estaba el piso donde daba las clases Don Nicasio.
En este colegio estaba la flor y nata de todos los chicos de los
barrios de Cuenca, el colegio al ser gratis se le notaba otra clase de cultura, o
sea otra cultura diferente, no era como la del otro profesor, pero de todas las
formas pronto me hice amigo de todos aquellos muchachos, más que nada,
porque todos tenían su historia, y con la edad que ellos tenían ya todos
trabajaban. No era como en el otro sitio, que el único que trabajaba era yo.
Así que la primera noche, ya pude ver que allí el que llevaba la voz cantante
era Paco “El gordo” que tenía su madre un puesto de quincalla en la Plaza de
los Carros. En la escuela de la calle de Colón “Paco el gordo” que era uno de
los mayores junto con Ramón el hermano del “Tablillas” y espejo.
Este Paco se traía cosas del puesto de quincalla de su madre y
todas ellas eran la mayoría para que jugáramos todos nosotros, allí en la
escuela, porque si se traía un balón para qué iba a ser sino, para que
jugáramos todos los chicos de aquella escuela, así cuando terminábamos,
poníamos dos piedras en medio de la carretera y a jugar al fútbol, hasta que el
cuerpo aguante, al fútbol era a lo que más se jugaba por aquellos tiempos.
Aquí en la Calle de Colón, era por aquellos años por donde habían
comenzado a desmontar el cerro de los Moralejos y allí era donde iban todos
los hombres de Cuenca cuando no tenían otro trabajo en donde poder echar la
peonada, porque por aquel entonces toda la Calle de Colón era el Cerrillo de
los Moralejos y habían comenzado a desmontarlo a base de pico y pala, con
carros y con mulas lo iban llevando hasta la explanada de la feria, o sea hasta
el Colegio Menor y allí lo basculaban al terraplén, ya llevaban unos años
haciendo esta faena y todavía no era mucho lo que le habían quitado al cerro.
Pero como por esta calle apenas pasaban coches, a nosotros nos servia para
poder jugar a nuestras anchas, tanto al fútbol, como al potreo.
Así una noche sí y otra también, se nos encanó el balón en el
balcón de un señor que le llamaban “Minuto” y el señor era por aquellos
tiempos banderillero, y a nosotros que no se nos ponía nada por delante,
cogiendo los palos que les ponían a los camiones para descargarlos de las
cubas del vino, que por aquel entonces, era de las mercancías que más se
traían hasta Cuenca; con dichos palos subíamos hasta el balcón y bajamos
nuestro balón para seguir jugando.
Pero nuestra sorpresa fue grande cuando el señor, pensando que
nosotros queríamos robarle, nos denuncio a las autoridades de la época o por

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lo menos eso fue lo que pensábamos nosotros de este acontecimiento porque
el caso fue, que este señor nos denuncio.
Al día siguiente en el periódico de Cuenca “El Ofensiva” decía en la
primera página: gamberros en la Escuela de la Calle de Colón, los chicos de la
Escuela de Adultos de la Calle de Colón, donde el maestro titular es Don
Marcelo, anoche se subieron al balcón de Don Fulano de tal y tal, más
conocido por “Minuto” por su afición a los toros, sin saber con que
intenciones, pero lo cierto y verdad es que el hombre se llevó un susto de
muerte.
Nosotros en seguida le contamos a nuestro maestro Don Marcelo
todo aquello que allí en la noche anterior había pasado, porque todo lo que allí
había pasado, era que se nos había encanado nuestro balón y que nosotros
habíamos subido a dicho balcón del citado señor Minuto para recogerlo, pero
que nosotros no habíamos tocado nada ni cosa por el estilo.
Este hombre en seguida había sacado la cara por nosotros
defendiéndonos a capa y espada, en todos los sitios, y por eso allí no pasó
nada; porque entonces por menos de eso te podían sancionar, y las sanciones
por aquellos tiempos eran todas económicas, que decir tiene que si no
teníamos para comer, menos íbamos a tener para pagar las multas, de las que
solían poner las autoridades de la época, por nuestras gamberradas que no
eran pocas.
En esta escuela siempre pasaban cosas curiosas de esas que te
hacían sentirte bien. Así una noche dijo Paco en la puerta de la escuela, hoy
vamos hacer que Don Marcelo suspenda la clase, nosotros le preguntamos
que como lo iba hacer, él nos contestó que muy fácil, consiste en que vosotros
le digáis a Don Marcelo lo que le diga el primero que pase a la escuela, con
esto ya veréis como suspende la clase; nosotros todos intrigados le
preguntamos a Paco y bien ¿que es lo que le vas a decir? Le voy a preguntar
que es lo que le pasa en el ojo, para que vosotros lo veáis como se lo restriega
y entonces todos le tenéis que preguntar lo mismo que ya le he preguntado, de
acuerdo; vale de acuerdo, le contestamos todos a una, así Paco fue el primero
en dar las buenas noches a Don Marcelo, añadiendo acto seguido.
¡Huy! que le pasa a usted en el ojo, a mí en el ojo nada, y él, se lo
restregaba; luego Dado, Ramón, Espejo y así uno, por uno, todos los
muchachos que íbamos a aquella escuela. Aún no había pasado media hora
cuando Don Marcelo, levantándose de donde estaba sentado, se fue a los
servicios y cuando salio de dichos servicios, dijo; chicos hoy no hay escuela,
me voy a casa, porque debo de tener algo en el ojo y no me encuentro bien.

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Así con estas cosas Paco se apuntaba un punto; él nos decía chicos
hoy es fiesta, Don Marcelo está malo, así que a jugar todo el mundo, ese truco
era unas noches, otras noches echaba polvos de estornudar de los que vendía
su madre en la quincalla de la Plaza de los Carros, así entre estornudo y
estornudo otra vez a jugar, porque en la escuela era fiesta. Yo si he de ser
sincero no me gustaban todas estas cosas, porque si iba a clase de noche, era
porque no podía ir de día, pero a mí personalmente me gustaba bastante más
saber que todas aquellas bromas, por eso este plan como que no me gustaba
mucho. Así que me marche de aquella escuela y me fui a la Escuela Normal,
le dije al Dado y a Alejandro, que fuéramos apuntarnos allí y así lo hicimos
los tres, pero al llegar a la puerta de la Escuela Normal, ellos no quisieron
subir y tuve que subir solo.

Aquel señor que estaba allí me conocía se llamaba Don Miguel y


él me dijo: tú estás en la frutería de Villanueva con Aniceto. Le dije que si y
también le dije que dos amigos míos que habían ido conmigo les había dado
vergüenza subir, que se habían quedado abajo, aquel hombre me dijo con
estas palabras, pues el que tiene vergüenza ni come ni almuerza, y así de esta
manera comencé mi andadura por otra Escuela de la capital de Cuenca, que
no iba a ser mucho el tiempo que fuera, porque al ser solo del barrio, tampoco
me encontraba muy a gusto. Así que decidí dedicarme a las clases que me
daba por las tardes y cuando ella podía, la hermana de Aniceto, que al ser
Maestra Nacional por aquel entonces estaba capacitada para poderlo hacer.

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TRILOGÍA FOTO 9 LOS HERNANSAIZ CON SUS SEÑORAS.

CAPITULO TERCERO

También se rumoreaba por el barrio que nos iban a echar de allí


porque iban a construir un puente para que los camiones que vinieran de
Valencia, para ir a Madrid, no tuvieran que atravesar toda Cuenca, para quitar
el embudo que se formaba en la salida hacía Madrid por el puente de San
Antón.
Esto que ocurría en el año de 1960, en este año sucedieron muchas
cosas cómo que hicieron la primeras oficinas de lo que sería la Caja de
Ahorros de Cuenca y Monte de Piedad, esta oficina estaba en la Plaza de la
Hispanidad y fui uno de los primeros que puse allí mi cartilla de ahorros con
dos pesetas. El primer Director de esta entidad fue Don Pascual Berenguer.
También en la Plaza de los Carros se comenzaron a vender las
primeras latas de petróleo, para “los infiernillos” aquellos, que eran toda una
novedad. Allí me tire muchas de aquellas tardes enteras, guardando cola para
poder coger las latas de cinco litros que era lo que le daban a cada usuario, ya
que no eran todas las latas que cada uno quisiera coger. Sino las que te podían

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dar, ya que el petróleo por aquellos tiempos estaba racionado como casi todas
las cosas.
También le dije a mi jefe que me tenía que poner en la Seguridad
Social; que me parece aunque no estoy seguro, que también se invento en
Cuenca por aquel entonces. Ya que en Cuenca los ricos se iban a Madrid y si
el dolor no era muy grande, había tres o cuatro médicos que hacían de todo,
también las curanderas de los barrios, que te quitaban los asientos sobándote
la tripa, luego también estaba el Hospital de Santiago, y dicho Hospital, era a
lo máximo que Cuenca podía aspirar por aquel entonces. Por entonces Cuenca
avanzo un poquito y se hizo el otro Hospital.
Este Hospital de Santiago ya lo dejaron para los pobres, como por
aquellos años ya me iba haciendo mayor, cada vez tenía más inquietudes, le
dije a Aniceto que me tenía que asegurar porque si a mí me pasaba algo, que
hacíamos, porque en aquel año ya cumplía los quince años y todas las
empresas tenían que asegurar a todos sus trabajadores desde los catorce años
en adelante. Así que en eso quedamos, mi madre también le dijo que ya tenía
que ir pensando en ir pagándome algo. Porque ya comenzaba a querer salir
los domingos a mirar a las chicas, y que mi madre tenía que comprarme algo
para que estrenará alguna vez.
Así creo que Aniceto y mi madre acordaron que me pagaría
cincuenta pesetas al mes desde aquel mismo instante, mi madre cobraba
trescientas o cuatrocientas pesetas de una vez, con ellas íbamos a casa de
Rosalino, que era una tienda donde se vestían todas las personas del barrio de
“La Guindalera” tanto mayores como pequeños, porque allí era un sitio en
donde les fiaban a nuestras madres, y le podían ir pagando poco a poco, este
hombre nunca exigía nada a nadie.
Así que esta era nuestra tienda de moda, allí pasaba un guindalero,
todo lleno de harapos y de allí salía hecho un marques.
Por aquellos años en mi casa en lo poco que podíamos ayudar
todos los hermanos, la dábamos de buena gana, pero en casa del pobre no hay
casi nunca alegría.
Lo único que puedo decir de todo esto es que lo que hay nunca es
falso, si hay alegría esta siempre es total, si por el contrario son penas lo que
abunda pues es igual. Cuando le ayudaba a mi padre en la huerta ya no era a
él solo sino, que les tenía que hacer la faena para todos los demás hortelanos
de la Alameda Baja, y ellos le decían a mi padre, Julio puede venirse el chico
para que me ayude a sembrar las patatas y siempre ponían el mismo pretexto;
que según me han dicho las tira muy bien.

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A todo esto mi padre siempre les contestaba lo mismo, bien que
vaya, y solucionado tu problema. Así cuando llegaba San José por el mes de
marzo, que era cuando se sembraban las patatas, tenía por lo menos para un
mes de levantarme todos los días a las cinco de la mañana y para la huerta,
siempre le preguntaba a mi padre lo mismo, con quien me tocaba cada día, él
me decía hoy le ayudas a Félix Mozo, al día siguiente con Jesús el de la
Vitoriana, así todo el mes de marzo empleado pero sin sueldo, otro día con
Luis y otro con Mariano.
En fin toda la Alameda Baja, porque en aquellos tiempos se
sembraba toda esta Alameda sobre todo de patatas, y en aquellas fechas, era
de lo que más se comía en Cuenca, cuántas mañanas me toco llorar de frío,
todavía recuerdo a mi padre, que hacía una hoguera para que me calentara las
manos, o él me ponía mis manos en sus sobacos y así me las calentaba. Esto
ya venía siendo habitual desde hacía un par de años, aunque me sentía
orgulloso de poder serles útil a mis padres, pero cada día que pasaba me podía
dar más cuenta que nunca sería nada en la vida, que si tenía algo que hacer
eso lo tenía que hacer yo, porque la gente pudiente nunca se moja por los
pobres, estas gentes te pueden dar muy buenas palabras, pero siempre se
queda en eso en palabras, y por regla general casi siempre se las lleva el
viento.
Ya que si alguna vez tú te atreves a decir, de aquello que me
dijiste, que me ayudarías que pasa, esto podía ser si tú llevabas la idea de
hacer algún negocio, estas personas siempre te decían lo mismo, mira si será
mala suerte que hace unos días que se ha marchado de la empresa la persona
que nos podía echar una mano, y todo por el provecho de servirse de tí
siempre, porque aunque parezca mentira, el pobre le hace más falta al rico,
que al contrario, si a estas personas, les estas haciendo algo de provecho,
entonces ellas aún se atreverán a decir: no te preocupes que no lo tengo en
olvido, quizás el primo de fulanito que está metido en esto, seguro que éste
nos podrá echar una mano, porque tengo mucha amistad con su primo, esto
que ha sido así, siempre suele pasar mientras estos buscavidas tengan algo
que sacar de tí o de tu familia.
Y si no es así ni tan siquiera te van a escuchar, el pobre solo tiene
algo de valor para esta gente si es sumiso y no protesta por nada, en el
momento que el pobre levante un poco la voz, ya es un borde, un comunista y
un degenerado, por supuesto un holgazán, todo lo que les venga en gana, a
todas estas personas que hoy por hoy son los que rigen el mundo.

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El pobre por el mero hecho de ser pobre, no puede tener ni tan
siquiera dignidad. Claro que a mí por lo menos esto me sirvió para fijarme
más en las personas, en las gentes de mi barrio, allí entre tanta humildad había
algo que Al Otro Lado del Río esta gente desconocía, no era ni más ni menos
que el compañerismo, y sobre todo las ganas de compartir las cosas, tanto
cuando era la comida lo que había que compartir, como cuando era alguna
buena noticia de las pocas buenas que solían llegar hasta aquel barrio. Que en
estos casos todos los vecinos se unían como si dicha noticia fuera en realidad
de todos, y en realidad así era, si por el contrario eran las penas de una
desgracia todo se compartía con el corazón y por supuesto sin ningún
egoísmo.
Así que me iba haciendo mayor iba tomando estos derroteros que
había comenzado a soñar aunque casi siempre despierto, con el sueño de
todos los chicos del barrio, que por aquellos tiempos no podía ser otro sueño
que ser toreros. Con estos sueños, como a mí me gustaba tanto madrugar,
comencé a subir hasta el campo de fútbol de la Fuensanta, que estaba encima
de nuestras casas del barrio de “La Guindalera,” allí era donde se juntaban
todas las mañanas todos los torerillos de Cuenca para su entrenamiento. Y por
aquellos años de los sesenta estos toreros eran un montón; de todas formas mí
ídolo era Ciriaco Hernansaiz (cepillo) que este apodo sería el primer nombre
artístico de Ciriaco, aquellos tiempos había mucha afición a los toros en
Cuenca. Tanta afición que yo mismo que siempre se me ha dado muy bien
hacer cosas con rima, le hice a mi buen amigo Ciriaco esta retahíla.

CIRIACO
Ciriaco Hernansaiz cepillo
locuaz y dicharachero,
un día en un tentadero
a un periodista contaba,
yo que tanto alterne
en el gran mundo torero,
serví al Viti con frecuencia,
Ostos, Camino, Valencia,
a Pedrés y al Inclusero,
y algunos más tome nota
--es usted banderillero;
--no señor soy limpiabotas

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De todas estas clases de coplillas a mí personalmente me gustaba
mucho hacer y siempre estaba componiendo alguna, como esta de mi buen
amigo más que amigo hermano Ciriaco Hernansaiz Moreno.

TRILOGÍA FOTO 10 CIRIACO ESPERANDO PARA HACER EL PASEÍLLO.


A continuación pongo una foto de Ciriaco vestido de torero a
punto de hacer el paseíllo me imagino que por alguna de aquellas plazas de la
parte de Jaén que fue por donde más tardes él se vistiera de torero o como se
dice ahora de luces. Cada torero tenía su peña en un bar de esta capital,
aunque me llevaba muy bien con casi todos ellos, porque al fin de cuentas era
mejor llevarse bien que no el llevarse mal, para este menester lo mejor era no
tomar mucho partido con ninguna peña, así iba al bar Torremocha que era
donde estaba la peña de los hermanos “chicuelo” o sea Manuel Jiménez
chicuelo II. Y su hermano Ángel Jiménez chicuelo III. Cuando llegaba allí
hablaba bien de ellos, iba al bar Avenida que era donde tenían la peña los
hermanos Recuenco, Juanito y el “nene” y la misma operación, por aquellos
tiempos me llevaba bien con todo el mundo al fin de cuentas era del género
tonto el llevarse mal.
Iba al bar de la Victoria en este bar era donde tenía la peña
“Cabañero” pues decía que cabañero era el mejor y con esto ya estaba todo
dicho. Aunque mi sitio y mis toreros de aquellos tiempos eran “los garrudos”

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o sea Jesús y Tomas Sánchez Jiménez, que tenían su peña en el bar “El
sotanillo” y encima eran estos los toreros que defendían los otros fruteros de
al lado de Aniceto, o sea la frutería de los Domínguez; este hombre el señor
Paco el padre de Eusebio, hacía muchas excursiones a Madrid para verlos
torear en las Ventas y siempre me preguntaba si quería ir porque él no me iba
a cobrar nada, y en los trasportines que tenían los autobuses en el medio del
pasillo, allí podía ir sin molestar a nadie así no me costaría nada; así fue como
sin aún tener quince años me fui solo a Madrid. Y sin dinero pero eso no era
problema porque si era capaz de vivir en Cuenca sin nada, como no iba a ser
capaz de vivir en Madrid siendo muchas veces más grande.
Y solo un día pues al fin de cuentas eso era lo que duraban las
excursiones a Madrid, así que me subí al autobús y para Madrid; para comer,
con un bocadillo que me dio la señora Pili la mujer del señor Paco tuve
bastante, de todas formas todos los de la excursión me daban algo de comer,
entonces había mucha humanidad, además como era muy conocido en este
mundillo del toro, o sea el mundillo Taurino Conquense para unos más que
para otros, pero todos me animaban.
Para entrar en la plaza de toros de las Ventas a mí no me fue nada
difícil, pase con la cuadrilla de Tomás con el botijo del agua; así fue como vi
por primera vez una plaza tan grande como es la Monumental de las Ventas
de Madrid. Para decir la verdad, la plaza de las Ventas de Madrid a mí por lo
menos me impresiono, bastante aunque también todo Madrid. Esas grandes
hileras de farolas que en mi vida había visto ninguna farola, porque aquí en
Cuenca todavía no había ninguna por las calles, aquí solo eran las bombillas
que las enchufaba todas las tardes cuando anochecía con una vara, el tío
Benjamín, con esto era con lo que nos alumbrábamos los conquenses por las
noches; como luces encendidas por las calles sólo había visto las de Cuenca,
puedo asegurar que aquello me impresiono; pero volvamos a lo que fuimos
nosotros a Madrid que era ni más ni menos que ver torear a Tomás Sánchez
Jiménez; sí aquella plaza me causo una gran impresión, más que nada porque
allí todo era Monumental, ver esa plaza llena de gente, es una cosa que
impresiona ya de por vida, si encima esa plaza te está aplaudiendo a tí, eso ya
debe de ser el no va más de la grandeza.
Por lo tanto es lo más grande que en esta vida le puede pasar a un
torero; esa tarde Tomás triunfo y cortó una oreja, en esos tiempos era a lo
máximo que se podía aspirar en aquella plaza. Esto eran síntomas de que ese
torero tenía algo, por lo menos con esta oreja tenía asegurada la participación
en otro par de tardes por lo menos; salimos de aquella plaza toda la

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expedición conquense, nos llevo el señor Paco a una casa en una avenida muy
grande, cuando todos estábamos allí llegaron los dos hermanos Sánchez
Jiménez, los dos hermanos toreros porque aquella era su casa, por lo menos
donde vivían ellos dos en Madrid junto a su madre. Su madre se abrazo a
Tomás esta mujer emocionada le dio la enhorabuena por el triunfo a Jesús
también lo saludo, como solo una madre es capaz de saludar a un hijo que
regresaba de jugarse la vida en el coso taurino más grande del mundo.
Aquella tarde pude comprobar que en esa familia sabían muy bien
lo que era el amor, con ver la forma de saludarse esa madre con aquellos sus
dos hijos, después del triunfo que había cosechado uno de ellos en una de sus
tardes taurinas.
Esta señora nos convido a unos canapés, esto lo pongo aquí en
plan fino, porque en realidad lo que aquella señora hizo fue convidarnos a
merendar. Tomás y Jesús estaban discutiendo no recuerdo bien porqué, si fue
en esa tarde, o en otra de las muchas que fui a verlos torear a Madrid, pero
pienso que la discusión era porque uno de los dos hermanos fumaba, creo que
este era Tomás y aquella tarde a Jesús le habían echado muchos paquetes de
tabaco al ruedo, y según Tomás, no le había guardado ningún paquete de
tabaco, ni ningún puro y eso según Tomás no era de recibo y menos entre
hermanos.
Pero como siempre la discusión no llego al río, y al rato ya estaban
los dos hermanos junto con todos los paisanos de Cuenca, contándonos como
les iba la vida, que por aquellos tiempos a los dos toreros les iba bastante
bien, porque cuando los toreros lo hacían bien o muy bien la gente les tiraba
de todo a la plaza.
Así fue como comencé a cambiar la afición que antes tenía por el
fútbol, por mi nueva afición a los toros, y me subía todas las mañanas a
entrenar al campo de fútbol de la Fuensanta, porque si salía alguna becerrada,
o alguna capea por los pueblos, había que estar siempre preparados, y torear
con traje de luces en Cuenca era casi un sueño al que muy pocos se podían
apuntar, por la cantidad de matadores de toros y novilleros que por aquí había
por aquellos años, eran a las capeas de los pueblos a las que se podía aspirar,
fuera de eso ya no había nada que hacer.
Como en casi todos los pueblos de la provincia de Cuenca en las
fiesta patronales hacían su becerrada, y se solían matar dos toros, ya fuera en
Villalba de la Sierra, en Sotos, o en Villar de Olalla y así por todos los
pueblos de la provincia, porque becerristas éramos muchos y siempre nos
ayudábamos los unos a los otros en todo lo que podíamos, así pasábamos de

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una plaza de carros a otra jugándonos la vida muchas veces por nada, porque
el premio siempre era el mismo, el que mejor lo hacía pasaba el guante, esto
consistía en coger un capote el que mejor lo había hecho y ayudado por los
otros compañeros, daba toda la vuelta al ruedo, la gente les solía echar
algunas perras, porque las economías no estaban por aquellos tiempos muy
boyantes y las gentes solían echar lo que buenamente podían: una peseta, dos
reales y así cada uno lo que buenamente podía, porque voluntad si que había
lo que no había era dinero.
En fin lo que la gente podían pero que al contarlo nunca había
quinientas pesetas, siempre estaba entre trescientas cincuenta o cuatrocientas
pesetas. Estas pesetas siempre se las llevaba el torerillo más necesitado y
estando por tierras de Cuenca nunca el más necesitado éramos nosotros los de
Cuenca; porque esto siempre era para uno de los toreros de fuera de la tierra,
por donde estuviéramos, que siempre solían ser de Albacete o de Valencia, y
de estas tierras venían muchos torerillos, también muchos toreros ya
consagrados, como Juan Montero, Abelardo Vergara, José Gómez Cabañero,
Pedrés y el valenciano Francisco Barrios El Turía.
De los maletillas de Cuenca o aficionados, los que más sonaban
eran Tablillas, Joselito “El espontáneo”. Antonio Lara Larita, Santos
Mazantini y otros muchos que ahora no recuerdo, pero aquí en Cuenca eran
muchos los que soñaban con las glorias del toreo.
Así estando en estos menesteres me dijo un día el señor que
regentaba el ambigú de la plaza de toros de Cuenca, este señor también se
dedicaba a llevar toreros como apoderado y llevaba entre otros a: Ángel
Tomillo, que era de San Lorenzo de la Parrilla, y por aquellos años por el
pueblo de San Lorenzo de la Parrilla y también por Cuenca, circulaba una
cuarteta que decía más o menos esto.
Para las tarantas Marchena
el cante jondo angelillo,
y de toreros valientes
tenemos Ángel Tomillo.
Este hombre el señor Pozuelo me dijo si podría ayudarle a vender
las gaseosas de la plaza de los toros, que si me comprometía, él me daría el
diez por ciento de todo cuanto vendiera, por supuesto que le dije que sí,
porque ver los toros gratis esto era lo máximo que a mí por aquellos tiempos
me podían proponer.
Así que a este señor de la plaza de los toros le dije que si pues al
fin de cuentas siempre tenía que estar ideando alguna picia para poderme

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colar a los toros, así por lo menos la entrada la tendría gratis como todos
aquellos vendedores de la plaza de los toros de Cuenca.

F
OTO 11 ÁNGEL TOMILLO CON UNOS BUENOS AFICIONADOS A LOS TOROS DE SU PUEBLO FOTO DE CASIMIRO.

Así que sin dudarlo ni un minuto porque por aquellos tiempos en


Cuenca había toros todos los domingos, algunas veces también becerradas
nocturnas aunque llevaba mucho tiempo sin pasar a la plaza de toros de
Cuenca, creo no lo puedo recordar muy bien, que no la pisaba desde la
coronación de a Virgen de las Angustias, y ese día me llevó mi padre a los
toros, y pude ver la mayor corrida de toros que se recuerda en las tardes de
tauromaquias de Cuenca. Una tarde en la que todos los toros se fueron sin
orejas, sin rabo y sin pata al desolladero, esta corrida pienso que fue la mejor
que en este coso taurino se había dado desde su inauguración, allá por el año
de mil novecientos veintiocho.
Esa tarde de agosto del cincuenta y siete torearon en Cuenca tres
toreros de mucho cartel, tres toreros que hicieron historia en el mundo del
toreo. Hasta aquella fecha estos tres espadas, no había sido capaz ningún
empresario de juntarlos a los tres en un festejo, por lo que ni que decir tiene,
que en Cuenca ese día se juntaron toda la flor y nata del toreo español, el no
haberlos juntado todavía, se debía a que dichos toreros eran de tierras muy

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distantes, siendo muy difícil juntarlos a los tres ya que por aquellos tiempos
los toreros eran muy supersticiosos no les gustaba torear en ciertas plazas de
provincias. Ya que Miguel Báez “Litri” era de Huelva; el otro espada
“Antonio Borrero “Chamaco” era de Extremadura, Chicuelo era de aquí de
Cuenca, aunque afincado en Albacete, porque de niño se lo llevaron a vivir
allí y siempre se pensó que este torero era de Albacete, cuando en realidad
este torero era de Iniesta o sea de la provincia de Cuenca, este hombre que
jamás negó sus raíces conquenses y cuando él tuvo el accidente de aviación,
Cuenca en el momento que pudo, le levanto un monumento, un busto allí en
la puerta de la plaza de toros de Cuenca.
La que fuera testigo de tantas tardes de gloria que este torero había
derramado por toda la geografía española, sin olvidar nunca la que sería su
tierra, como la memorable tarde de la Coronación de la Virgen de las
Angustias en Cuenca; que esa tarde está puesta en los anales del toreo del
coso taurino de nuestra capital.
Con una de las notas curiosas de aquella época como pudo ser el
grito del señor Obispo de Cuenca cuando colocaron el busto de este torero en
la puerta de la plaza de toros, para aquella inauguración este Obispo gritaba
viva Chicuelo, viva Chicuelo y a todo esto, cuando ya el pobre “Chicuelo”
estaba muerto.
Fue en este año que volvía otra vez a la plaza, aunque fuera para
vender gaseosas, el señor encargado de la plaza de toros de Cuenca, para estos
menesteres, era Eusebio Pozuelo Leal, este hombre me dijo el primer día que
fui, que a mí me parecía bien, me iba a encargar de vender los caramelos; y
que los caramelos los tenía que llevar en una bandeja, mi misión era el darme
vueltas por todos los tendidos de la plaza de toros al grito de ¿hay caramelos?
y quien me pediera una bolsa vendérsela, y con la música a otra parte, como
vulgarmente se dice, y a otro tendido, esto lo hacíamos entre toro y toro,
porque durante la lidia no estaba permitido pasar por los tendidos para no
molestar a los asistentes a los festejos taurinos, o por lo menos esto era lo que
ponía en el reglamento taurino por aquel entonces. Te podías saltar algunas
cosas, pero las ordenanzas esas no había un Dios que se las saltara, porque
esas ordenanzas eran sagradas y había que respetarlas al pie de la letra. En
este año íbamos a cambiar muchas cosas las gentes de la orilla del río o sea
“La Guindalera”. Porque por aquel entonces, se comenzó a decir que el barrio
lo iban a hundir y que a todos “los guindaleros” nos iban a dar una casa al
otro lado del río, pero esto bastante lejos en un poblado que por aquel
entonces lo estaban comenzando a construir y que se iba a llamar el poblado

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Obispo La Plana, aunque a dicho barrio nada más llegar ya se le comenzó a
llamar “Las Quinientas”. Porque en aquel barrio había gente muy humilde y
también bastantes familias de Raza Gitana éstos decían que nos traería mal
fario, el ponerle a este barrio un nombre, de un Obispo de la Iglesia, que lo
habían matado un poco más adelante de donde estaba el barrio en tiempos de
la guerra.
A este Obispo La Plana sí que era cierto que lo habían matado en
la carretera de Alcázar a la altura del puente de la sierra, así que el poblado se
quedo ya de por vida con el nombre de “Las Quinientas” y por sobrenombre
Kananga. Esto nos ocurría a las gentes del barrio del río en el mes de
Noviembre del 1960, en dicho mes y en dicho año bajó un Ministro de
aquellos de Franco, hasta el barrio; por aquellos tiempos las gentes se ponían
por las aceras como si estuvieran viendo las procesiones, tan solo para poder
ver al Ministro de turno, ya que a Cuenca, estos Ministros, solían venir poco y
cuando venían, era todo un acontecimiento digno de ver.
Así este señor bajó al barrio con todas las autoridades de Cuenca
de aquella época, y en presencia de ellos, se hundieron tres, de aquellas casas,
estas casas estaban en el paraje más conocido del barrio por el que todos
conocíamos como “La Cangrejera”. Allí vivían “El tío Benjamín” “El tío
Pajaron y la señora Dionisia, la del tío Gallego, estas casas ni que decir tiene
que con un soplo se podían hundir.
Ya que dichas casas estaban hechas de barro y paja, lo que por
aquellos años se le conocía como adobes, que así era como le llamaban a este
material que para nosotros era el único que podíamos usar por aquel entonces,
porque eso si, a la gente que iba llegando al barrio nosotros les hacíamos una
chabola en menos que cantaba un gallo, luego ya tenían que ser ellos los que
se preocuparan de que su chabola tuviera más o menos comodidades. Hoy un
saco de yeso, mañana unas tejas, cada uno como buenamente pudiera. Así se
lograba que las pequeñas chabolas, algunas hasta resultaran confortables.
Porque también hay que decirlo, que allí había algunas casas que
estaban muy bien hechas, otras con solo mirarlas se podían hundir, pero esto
era cuestión de tiempo ya que cada uno se preocupaba de lo suyo, aunque el
compañerismo que en aquel barrio había, nunca llegué a verlo en ningún otro
sitio, en ese barrio lo mejor que teníamos era precisamente eso, el
compañerismo y la buena armonía, allí que convivían gentes de todos los
rincones de España a nadie se les pedía la documentación, todos eran
bienvenidos no estaban los tiempos para florituras, bastante teníamos con
tener que buscar para comer todos los días del año.

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Lo que sí puedo decir es que allí vivíamos juntos, personas de toda
España, ahora quiero refrescar mi memoria, para recordar todas las personas
que vivían en el barrio, porque mi padre decidió que nos fuéramos a vivir a
aquel barrio nuevo con todos los vecinos del barrio del río, o sea al barrio de
“las Quinientas”.
Bueno con casi todos porque unos pocos decidieron quedarse
según sus criterios, para irse, tiempo tendrían y si allí vivíamos treinta o
treinta y cinco familias, la mayoría sí que decidimos irnos, pero también los
hubo que optaron por quedarse en el barrio hasta nueva orden, como por
ejemplo: la tía Máxima, también Sotero, el Mudo y el Abuelo, todos ellos
decidieron quedarse allí, nunca llegué a saber si con buen criterio o con mal
criterio.
Pero son decisiones que se toman en la vida unas veces acertadas
otras no tanto, como se decía por aquellos tiempos a lo hecho pecho. Así le
voy a dar un repaso al barrio porque nosotros sí que nos fuimos y todo ello
antes de que se terminara dicho año del 1960.
Que si empezamos por la parte del puente de hierro, la primera
casa que te encontrabas era la de la Pili “La Gitana” esta familia no se bajo
para las quinientas, pero tampoco se quedaron en el barrio, ya que aquellas
gentes se marcharon para el Levante español, creo que para la parte de
Alicante. De está familia que nunca supe su procedencia; solo que vivieron
allí en el barrio ya con eso sobraba todo lo demás, que eran buenas personas,
y que era en lo único que se fijaban las personas mayores del barrio, que las
gentes que allí vivíamos no diéramos ningún problema, con solo eso dichas
personas mayores se sentían satisfechos.
El siguiente vecino era el tío Francisco, con su tropa de muchachos
fui muy amigo de su hijo Silverio, esta gente creo que procedían de la parte
de Toledo, y se marcharon en el momento que ellos lo tuvieron un poco claro
que ya podían volver.
La siguiente casa era la tía Julia, “La cocina” esta mujer por la
forma de tener la casa y su forma de actuar, siempre pensé que el vivir allí era
por algunas circunstancias especiales, que por supuesto nunca llegue a saber a
ciencia cierta cuales eran. Es decir las hechuras que veía a mi corto entender
eran que aquella mujer era gente de dinero, por las circunstancias que fuera,
había venidos a menos, porque sus formas de actuar ya dejaban bastante claro
que no eran igual que la de los otros vecinos del barrio. Esta mujer murió en
el barrio en su casa.

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Para que les dieran una casa a aquellos sus herederos en el barrio
de “Las Quinientas”, debió de dejar sus papeles bien hechos, porque unas
personas que nunca las habían visto por el barrio, mientras esta mujer estuvo
viva. Luego a “Las Quinientas” llegaron como herederos de dicha mujer y les
dieron su casita como a todos los demás del barrio.

TRILOGÍA FOTO 12 TONY UNO DE LOS COLORAILLOS DE LA ANGUSTIAS CON OTROS BOSEADORES.
La siguiente casa era de la Ramos, la mujer de Niño el de la
Marcelina, estos hijos e hijas de la tía Marcelina, eran una institución en el
barrio, tanto que he llegado a pensar que aquellas gentes eran los fundadores
de dicho barrio.
Ramos venía de gente de algún pueblo cercano a Cuenca, pero de
las gentes que con solo verlas ya podías adivinar que comían todos los días;
ella era hija única y su padre tenía una taberna que por aquellos tiempos se le
conocía como “La viña de Oro”
Así pasamos al siguiente vecino Vidal y su señora “la Vicentilla”
ellos también eran de por aquí de la parte de Cuenca, muy buena gente, su
hijo “Vidalín” nos sacaba la cabeza a casi todos los chicos de la pandilla de
aquella época, siempre fuimos muy amigos, ya que nosotros dos, teníamos la
misma edad.

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La siguiente casa era del abuelo Teyo, con su mujer la tía
Guadalupe; con su hija Angustias y su yerno Antonio, “el Zapatero remendón
del barrio” junto a su tropa de coloradillos. Ángel, Toni, Juan, Luis, y un par
de ellos más que ahora no recuerdo sus nombres, todos ellos muy buenas
gentes. Toni por aquellos años quería sacar a su familia de la pobreza a base
de mamporros, y trató por todos los medios de ser boxeador y por cierto, llego
a ser, muy pero que muy bueno.
Pero lo que pasa siempre, los chicos con talento de las capitales
pequeñas se quedaban en eso, en eternos aspirantes a todo lo que ellos se
propusieran hacer, y como digó. Toni no fue una excepción.
Así llegamos al tío Demetrio y su señora “La Agustina” con sus
cuatro hijos, dos chicos y dos chicas, su casa tenía una parra cuyas uvas
estaban muy ricas, luego vamos a la casa de Enrique “El Gitano”. Este
hombre era un gran vecino, siempre dispuesto para lo que hiciera falta,
también tenía una gran tropa de chiquillos, este hombre se bajo hasta “Las
Quinientas”, pero pronto se fue de allí según dijeron, para la parte de
Tarragona por la costa Brava.
Así llegamos al fortín de “Las Marcelinas” como se las llamaba en
el barrio, a las hijas e hijos de la abuela Marcelina, eran; Paca, Encarna,
Pedro, Felicía, Niño y Benito, con la propia tía Marcelina al frente de todos
ellos.
Esta familia tenía un record por el barrio, y dicho record era, que
fue la familia que más discutían de todo el barrio, amén de ser la más grande
y por lo tanto la de tener más miembros que los demás, así que siempre tenían
desavenencias, si no era entre ellos era con los demás vecinos, siempre
terminaban igual o sea a voces. Un día le pregunte a mi padre sobre esta
forma de ser de algunas personas, y mi padre me dijo ojo, con las personas
que discuten y se enfadan con su primo, con su hermano, o con quien sea y al
día siguiente las ves hablando otra vez como si nada hubiera pasado, de ellas
te puedes fiar siempre, porque su corazón es noble y no tiene odio, y esto era
verdad, porque todas las desgracias que solían ocurrir en aquel barrio siempre
estaban las Marcelinas allí, si era una persona que había fallecido, ellas solo
ellas, solían preparar al muerto, para que éste fuera tan guapo a su última
morada; con evitar un poco el dolor de esa familia que en ese instante no
tiene ganas ni de verse y menos de tener que preparar un funeral.
Estas gentes me traen muchos recuerdos de mi niñez, que Dios los
tenga en el cielo a todos los fallecidos, junto a la abuela Marcelina, pues

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cuando escribo esto, han fallecido todos, menos la Encarna, y el Benito, que
era el más joven de todos ellos.
Así llegamos al “tío Cesáreo” este hombre que se iba todos los
años andando hasta Zaragoza para el pilar, recuerdo cuando volvía de dicho
viaje, como todos los chicos del barrio nos reuníamos en su casa, para poder
ver lo que él nos había traído de su viaje por tierras de Zaragoza, que después
de tantos años lo teníamos que saber de memoria, porque siempre era lo
mismo, una imagen chiquitina de la Virgen del Pilar, para que nos trajera
suerte en nuestras vidas, según este hombre que era muy creyente; como
todos los chicos del barrio siempre íbamos para ver lo que este hombre nos
había traído porque sí que es cierto que siempre nos traía algo.
Este hombre era muy devoto y también muy silencioso, nunca
llegué a saber de donde era, ya que era muy reservado, dicho hombre tenía un
hijo al que todo el barrio le llamaba Tomás “El lila” también una hija, que no
se como se llamaba, su mujer se llamaba Polonia, nunca pude comprender
como aquel hombre, no sabía leer, si él era capaz de rimar palabras, con el
solo hecho de estar hablando con otras personas. De él, son estos ripios, de
cuando nos fuimos del viejo barrio del “Río”, al barrio de “Las Quinientas”,
creo que no sabía escribir, ya que si hubiera sabido escribir las hubiera
escrito; estas rimas que decían así.
Eran unas cuartetas de las muchas composiciones poéticas que él
hacia, por el mero hecho de hacer versos.
Gente de la guindalera
gente de muy poca letra,
que abandonan sus hogares
para irse a las quinientas
También este otro, que más o menos decía así, que a mí por
gustarme tanto hacer versos, los guarde en mi cabeza de por vida.
Gente de la guindalera
refugio de pescadores,
que abandonan sus hogares
¡Con fatigas y dolores!
El hombre no salió del barrio, pero se fueron de allí aunque no
supe nunca donde, siempre pensé que se fue con su hijo Tomas El lila que se
había marchado para las tierras del Mediterráneo; aunque nadie dijo a donde
vivía.
Al lado del tío Cesáreo, vivía el tío Ignacio, un hombre muy alto, y
su mujer la tía María, nunca pude saber de donde habían venido. Creo que era

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uno de los pocos del barrio que sabía poner su nombre en un papel, y el buen
provecho que le sacaba al hecho de saber mal firmar; así cuando algún vecino
del barrio tenía que firmar algún papel, como la mayoría de ellos no sabían
hacerlo, por no saber leer ni escribir, entonces allí iba el tío Ignacio, y por su
firma cobraba unos buenos dineros porque según él era un arte, y el arte se
pagaba, según le habían contado muy caro. Al lado del tío Ignacio, estaba la
chabola del viejo, como todo el barrio le llamaba a Pepe, y junto con su
hermano Isidro y “el Mudo” formaban la cuadrilla de artistas de los que
dijeron aquel dicho, cuando estaban estañando un puchero y vieron pasar un
avión: los tres exclamaron al unísono. ¡Lo que hacemos los Artistas!
Los tres junto con la Sinfo, y la Fausta, como mujeres de la casa,
eran de esas personas con un talento innato, que siempre las hemos tenido en
todos los barrios, estas personas que con solo ver sus ojos una cosa, ya eran
capaces de hacerla, no diría igual, pero sí perfecta.
De esta familia me podía estar escribiendo mucho tiempo porque
muchas de las cosas que se hacen; se aprenden cuando se es un niño, yo tengo
que decir que las aprendí de estas personas, que lo mismo arreglaban un
paraguas, que un puchero, que todo aquello que les mandaran hacer, ellos
nunca decían no se hacerlo.

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TRILOGÍA FOTO 13 EL MINISTRO CON LAS AUTORIDADES CONQUENSES DE LA ÉPOCA EN LA GUINDALERA.

CAPITULO CUARTO

Eran capaces de todo lo que vieran sus ojos con solo que les diera
un poco de tiempo como buenos estañadores que eran todos ellos, y sobre
todo la Sinfo, era una artista para toda clase de manualidades, de ella aprendí
hacer remolinos de papel; las flores y los abanicos era a las chicas del barrio a
quienes les enseñaba como se hacían, porque eso sí ella guardaba mucho las
formas.
Porque esta mujer todo lo que sus ojos veían, al otro día ya lo tenía
ella vendiéndolo en la Plaza de los Carros del Mercado de Cuenca. “El
Mudo” también era un artista, sobre todo para curarse las picaduras de las
avispas, que las picaduras se las quemaba con el hierro que ellos llevaban
para estañar los cacharros, que les mandaban a remendar; estos tres hermanos,
junto con sus respectivas mujeres, eran una institución del arte al precio de
ganga en el barrio.

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Así llegamos hasta una casa que su dueña creo que se llamaba
“Pura”. Esta familia tenía una hija estudiando y dicha hija se les murió y
entonces se fueron del barrio. Por aquel entonces que era muy chico, casi no
puedo acordarme de dicha familia, solo se me quedo grabada en mi memoria
la cara tan triste de aquella mujer por la perdida de su hija.
Esa casa la ocuparon Tomás y la Celestina; un matrimonio que no
tenían hijos eran muy callados, muy buenas gentes; pero también algo
roñosos, ya que según decía su vecino “El tío nariz” el de la tía Paca, que era
el que vivía al lado de dicho matrimonio, según sus palabras: la Celestina
metía un hueso del jamón en el puchero atado con una cuerda, y cuando ella
pensaba que el cocido ya había cogido gusto, lo sacaba y lo guardaba para
otro día, así un día y otro hasta que el cocido no tenía nada de gusto, entonces
según el “El tío nariz” había que cambiar el hueso.
Este hombre tenía para todos en el barrio, aunque a él lo llamaban
Felipe y tenía un batallón de muchachos, dicho hombre se había hecho a la
buena vida y los mandaba bien temprano a sus hijos al otro lado del río, o sea
a Cuenca, como se le solía decir por el barrio a eso de cruzar el río. Estos
muchachos con unos cuantos platos que él se traía de Manises (Valencia)
unos manojos de teas, para venderlas por las casas de las señoritas de Cuenca;
él les decía que le bajaran lo que fuera, pero que le bajaran algo, y siempre
tomaba lo mejor y los demás que se apañaran como pudieran. Así toda esta
familia que se dedicaba al trapicheo, o sea a cambiar cacharros como son, los
platos, tazas y vasos, por “chatarra”, hierros, cobre, metal y todo lo que para
otros no servía para nada, para el “tío nariz” esto podía ser una mina. Ellos
cambiaban y juntaban de todo, y cuando tenían una camioneta, entonces lo
llevaban a Valencia. Su hijo el mayor que por aquellos tiempos ya tenía carné
de conducir; dejaban este camión de chatarra y se traían otro camión de
platos, bien es verdad que aquel camión no cargaría más de mil quilos con
toda su carga.
Esta era la vida de toda esta gente, que tampoco se fueron a “Las
Quinientas”, pero sí se fueron del barrio; se marcharon a Valencia, porque
según decía el “tío nariz”; en Valencia desde los catorce años ya podían
trabajar toda la familia y por lo tanto todos traerían un jornal a la casa.
Por lo que pude averiguar, era lo que más le gustaba a este
hombre, que todos trabajaran para que él se llevara la buena vida. Así que
toda esta familia se fue para Valencia, y ya no se supo en el barrio nada de
ellos tan solo que vivían en Valencia al lado del Aeropuerto de Manises.

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De este hombre; nos vamos hasta la casa del “zaino” Saturnino el
de la Basilisa, esta pareja tampoco tenían familia, lo que si puedo decir es que
no se si sería que Dios no les daba, o es que ellos, no sabían lo que tenían que
hacer para poderlos tener, es decir porque por mi forma de ser o de ver las
cosas y sobre todo por gustarme mucho observar, más que nada por haber
nacido en este barrio tan peculiar; puedo decir que he visto personajes de
todas clases, pero personas tan raras como éstas, pienso que no existen, que se
rompió el molde con ellos y Dios ya no fabrico ninguno más.
Este hombre, al que tanto los chicos, como los mayores,
llamábamos el “zaino” como sobrenombre por todo el barrio. Llevaba
medallas de todos los Santos de su devoción, cosidas por la carne con
alfileres. Nunca se las vimos cosidas en la ropa, que era, como la mayoría de
las personas que se ponían alguna imagen, lo solían hacer, se las enganchaba
en la misma carne y siempre lo veías con sus rezos, nunca llegué a saber cual
sería el Santo de su devoción, pero de rodillas rezando sí que lo vi y no una
vez sola, sino una montonada de veces, era un bicho raro en donde los
hubiera.
De aquí nos vamos al tío Genaro, padre de la Tere, la de Ramón
hijo de la Adela; esta familia que se marcharon a la parte de Castellón,
siempre he querido saber donde estaban, a la Tere siempre que le he
preguntado, me ha ido dando cuenta de donde estaban todos sus hermanos,
que algunos de sus hermanos estaban por Palma de Mallorca.
Siguiendo nuestro recorrido por el barrio del río, llegamos hasta la
casa del Tío Victorio y de la señora prudencia, los padres de “Dado” y
también del (Biscúter) que estos dos hermanos fueron los primeros
conductores mecánicos, que hubo en el barrio del río.
Y Todo porque estos dos muchachos, comenzaron a trabajar en un
taller de mecánico al que todos llamaban “Abilio”, siendo ellos muy
jovencillos. A su padre el tío Victorio le pico un alacrán y siempre llevaba
una pierna casi arrastras con muchas vendas.
Así nos vamos desde esta casa a la casa de los abuelos, los padres
de la Hermelinda, que eran una familia que había vivido siempre en “casa
sola”, al lado del Cementerio del Cristo del Perdón de la capital conquense.
Desde allí se vinieron al barrio del río, siempre pensé que habían
cambiado a mejor pues de una casa sola, allí pegada al Cementerio, aquí por
lo menos tenían más compañía, en el barrio ellos eran uno más, como pasaba
con todo aquel que al barrio iba llegando, porque allí a nadie se le había
pedido la documentación nunca. Llegaban y en pocos días, si se sabían

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amoldar al barrio, ya eran vecinos de pleno derecho, siempre que no se
metieran con nadie, porque en eso sí que se metían las personas mayores, con
un dicho de entonces; si no tenemos bastante con vivir privados de todas las
libertades, no seáis tan brutos de hacernos llevar mal entre nosotros, que eso y
solo eso, es lo que pretenden ciertos sectores de nuestra sociedad.
Para apaciguar a todas las gentes que al barrio iban llegando, mi
padre se las pintaba solo, porque mi padre por aquellos años era eso, un
hombre bueno, aunque a él nunca le gusto que le cargaran con lo que decían
los más pudientes, siempre tratando de enredar las cosas, al hombre bueno
ellos lo llamaban buen hombre, que aunque parece igual, según mi padre no
era lo mismo.
Ahora escribiendo todas estas cosas, pienso que era la única
condición que el barrio tenía por norma de convivencia. En aquellos años se
tenía más preocupación en buscar algo de comer que de otra cosa, como son
las de pensar en otras cosas.
De está familia nos vamos al tío “pancil” un hombre muy gordo y
también muy buena persona; este hombre el tío Julián, que así era como se
llamaba y su mujer la tía Felisa, este matrimonio que tuvieron muchos hijos.
Siempre me preguntaba como un hombre tan gordo y tan grande, podía tener
una mujer tan pequeña y tan delgada, porque la tía Felisa vestida y todo, no
pesaba treinta kilos, sin embargo tuvo por lo menos diez hijos y todos ellos
bastante fuertes, este hombre bonachón se dormía al lado de la estufa y sus
dos hijos más pequeños Alejandro y “el Nastis” y yo mismo, le quitábamos la
petaca del tabaco, para subirnos hasta el cerro a fumar, o a intentar fumar,
porque aquello era muy difícil eso de liar un cigarrillo. Pero lo que sí es cierto
es que él no se enteraba nunca de todas las picias que nosotros le hacíamos a
su tabaco, o por el contrario no quería enterarse es lo que siempre he creído,
que esto último era lo más lógico.
Así dejando atrás la casa del tío pancil, llegamos a la casa del tío
León y de la tía Gabina. Este matrimonio eran dos viudos con varios hijos
cada uno de ellos, de dicho matrimonio nacieron otros dos, una chica y un
chico, Angelines y Toñín que así era como se llamaban estos dos muchachos
del tío León y la señora Gabina.
De aquí nos vamos hasta mi casa, ni que decir tiene, que mi casa
no era la mejor del barrio pero como era mi casa, por lo menos a mí si que me
parecía la mejor, por lo menos en la que más a gusto me encontraba, mi casa
tenía hasta cuadra con borrico y todo, que en el barrio eran muy pocas las
casas que tenían un burro y, también un corral lleno de gallinas, por lo que

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nosotros podíamos comer los huevos siempre frescos del día, también tenía
un cerdo y conejos, y al tener mi padre una huerta, con todas las sobras de las
hortalizas, allí se mantenía toda aquella marabunta de animales. Ni que decir
tiene que en esa casa pase los mejores años de mi vida y fueron esos años que
sin tener de nada, iba muy sobrado de todo, como no me hacía falta tampoco
de nada, o casi de nada, ya que la ilusión de todos los chicos del barrio por
aquellos años consistía en llenar la tripa entre otros cosas.
En mi casa siempre había algo que comer. Mis padres ni que decir
tiene que eran los mejores padres del mundo, sin que ellos nos pudieran
atender, nunca estuvimos desatendidos, o sea que ellos tenían tiempo para
todo, personalmente de mis padres todos mis recuerdos son buenos, mi
madre, aún regañaba alguna vez con alguien, mi padre creo que nunca
regaño con nadie, y casi todas las personas mayores del barrio le pedían
consejo, y todo esto lo escribo no porque fuera mi padre un hombre bueno a
carta cabal; lo escribo porque hablando de mi casa y de mis padres, se me
olvida que estoy haciendo un relato de todas las gentes de mi barrio, “el barrio
del río” o el barrio de “La Guindalera”.
y ahora tengo que llegar hasta la casa de al lado o mejor dicho la
casa de Fernando “El tuerto” junto con su mujer la señora Dolores. Este
matrimonio tuvieron dos hijos; Pilar e Isidro, muy buenas gentes ellos, la
Dolores murió el mismo día que mi padre, por lo que ese día enterramos a dos
guindaleros y hubo que repartirse el personal.
Estas personas se bajaron a “Las Quinientas,” allí vivían también
al lado de mi casa en el barrio nuevo de “Las Quinientas,” pero al matrimonio
no les debió de gustar mucho “Las Quinientas,” al no haber hundido la casa
del barrio de “La Guindalera,” se volvieron otra vez al barrio viejo del río, y
allí vivieron hasta que los echaron porque ya no podía vivir nadie en el barrio
de “La Guindalera” que según las ordenanzas de aquel entonces, allí tenían
que hacer un puente, para que pasara todo el tráfico rodado que pudiera venir
a Cuenca, tanto desde Madrid, como desde Valencia, aunque tardarían como
unos diez o doce años en hacerlo, estos años son los que dichas gentes
vivieron en el viejo barrio más que todos nosotros.
Ya estamos en casa de la Adela, esta casa era como una institución
en el barrio, allí siempre había un puchero de café puesto en la lumbre,
porque en esta casa varios de sus hijos siempre habían trabajado en los bares
como camareros. Uno de los mayores en el Café Colón y los otros hijos en
otros bares; siempre entre los posos del café se podía disimular algún cacillo

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del bueno, por eso en esa casa siempre había un café dispuesto para todo
aquel que por allí pasaba, siempre había café y por supuesto sitio para dormir.

TRILOGÍA FOTO 14 EL TÍO JULIÁN EL PADRE DE LA SEÑORA ADELA.

Como la señora Adela no tenía más que chicos, algunos cuando bajábamos al
barrio al no estar nuestros padres por las circunstancias que fueran, entonces
todos tomábamos la misma resolución, que no era otra que la de irnos a casa

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de la Adela a dormir y a comer de lo que hubiera, que a decir verdad, era poco
lo que había, pero siempre era del primero que llegara.

FOTO 15 LA SEÑORA ADELA: UNA DE LAS PERSONAS MAYORES DEL BARRIO, CUANDO YO ERA CHICO.
Y seguro que iba a ser allí donde primero mirarían nuestros padres,
cuando ellos bajaran al barrio, siempre había sido así, si ellos no miraban
siempre le preguntarían a Adela si estaban allí sus hijos -durmiendo, si había
algo de comer, y llegabas el primero te lo podías comer, allí nadie te decía
nada, ni tampoco te pedía nadie cuentas.
Vamos donde la tía Maxi, la madre de Eduardo, junto con otros
cuatro hijos más. Bueno antes de ir con la tía Máxi, voy a volver un poco
atrás, porque me he dejado unas cuantas casas del barrio que por estar en
medio del camino, las quería dejar para las últimas, pero como también son
personas del barrio, entre todas ellas mi hermana Rosario, que por aquel
entonces ya estaba casada y tenía a su hijo el mayor Luis.

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Así diré que en este rincón de casas, siguiendo el orden establecido
que he traído hasta aquí, decir que aquí vivía la Victoriana la de los mellizos,
hasta que esta familia se hicieron una casa en la Cangrejera, que fue por cierto
una de las que se hundieron el día que a este barrio bajó un Ministro; para
poder ver con sus propios ojos las condiciones de dichas casas.
Esta mujer y su marido Luis, tenían muchos chicos, entre todos
ellos uno al que todo el barrio le llamábamos “el chete,” un muchacho
bastante famoso en el barrio tan solo por sus extravagancias. También vivía la
Herminia hermana de la Victoriana, junto con su otra hermana la Carmen de
Goyo, hasta que se fueron a vivir a la casa que se hizo el amigo Goyo, en la
entrada del barrio, que fue donde él comenzó a criar a su tropa, ya eran tres o
cuatro, y luego en “Las Quinientas” se aumentaron hasta un montón, mientras
vivieron en aquella casa, eran dignos de ver todos los días como si la familia
fueran causa del paisaje del barrio, que se podían llevar, por si alguien
intentaba hacer una película. Hablando de Goyo y la Carmen decir que su
hijo mayor Rafa, a este chico le había dado la polio como a muchos chicos de
aquella época, este muchacho llegaras a la hora que llegaras al barrio, siempre
lo podías ver sentado en una roca enorme que había al lado de la fuente del
Caño Gordo, con una varita entre sus manos pescando; con una edad que no
sería mayor de dos o tres años; pasando los años sería uno de los mejores
pescadores de aquel barrio, de lo que más fama tenía el barrio era
precisamente de eso de saber pescar y de buenos pescadores.
A Rafa tengo que decir, que hubo que sacarlo unas cuantas veces
del río con su tripa que no le cabía ni una gota más de agua, de la que había
tragado, todo esto con solo la subida del río, cuando abrían las compuertas del
embalse de la Toba, como él siempre estaba allí pescando, las vecinas
miraban al río y si no lo veían allí, ellas ya sabían que a Rafa se lo había
llevado esa corriente que todas las tardes bajaba el río, porque habían soltado
dicha presa de arriba del pantano de la Toba.
Si ellas veían a “rafillla” peleándose con las aguas, siempre bajaba
alguna vecina para ayudarle a salir, aunque a decir verdad, él tenía pocos
problemas para salir del río; en el momento que era capaz de dominar las
corrientes, porque este chico nadaba muy bien también, que muchos
pensábamos que el chico había nacido ya sabiendo nadar.
El segundo hijo de la Carmen y de Goyo, ya había nacido en la
casa que su padre había hecho en la entrada del barrio, era Salvador como así
se llamaba; a la edad de ocho o nueve años, era capaz de bajar agua para todo
el barrio desde la fuente de San Antón, hasta el barrio del río, él siempre hacía

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la misma operación, asomaba su cabeza a las casas del barrio y decía: tía
Vicenta, tiene usted el cántaro lleno de agua o se lo traigo de la fuente de San
Antón ahora mismo.

FOTO 16 TONI SALVADOR Y ULTAIN


Era igual todos los días y en todas las casas, si la mujer preguntada
le decía que sí, él tomaba su cántaro y para San Antón; y así con todas las
mujeres que lo necesitaban.
También el amigo Salva, era muy capaz de comer en todas las
casas del barrio, sin que nunca dijera que no tenía gana, tampoco era de los
que había que porfiarle mucho y lo que era comer, comía más que entre
cuatro personas mayores juntas, de eso puedo dar fe, porque por
circunstancias de la vida, comimos muchas veces juntos.
Para este muchacho su único enemigo, siempre fue él mismo, o
sea, el hambre, el hambre no era capaz de soportarlo; aún recuerdo siendo
muy niño como le decía a su padre Goyo, que cuando iban a desnudar al
burro que su padre había comprado, más que nada, para bajar las piedras y
hacerse aquella chabola que él había bautizado con el sobrenombre del “fortín
de Goyo” en la misma entrada del barrio.
Lo de desnudar el burro, no era otra cosa, que matarlo, para
podérselo comer, o sea que las hambres de este muchacho, estuvieron siempre

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en buen uso. Allí también vivía el tío Gallego, en una de las cinco o seis
chabolas, que estaban separadas de las rocas en medio del barrio del río.
Este hombre vivía solo, por eso era con el hombre que más se
metían los chicos mayores del barrio, con el único propósito de hacerle de
rabiar, porque a los muchachos mayores del barrio les gustaba oírlo decir, con
aquel su deje gallego, que los iba a matar y todo lo que a él le venia a la boca,
todo ello, porque entre el acento y lo mal que hablaba, era casi digno de
escuchar su relato, casi siempre lo comenzaba con esta frase, me cago en dica
la hostia y, luego proseguía con esta otra: a los de la Adela los tengo que
matar, después de un buen rato de azarosa discusión, solía quedar todo en
nada, o como vulgarmente se dice en aguas de borrajas, y todo ello, como no
podía ser de otra forma; porque si este hombre hubiera cumplido todas sus
amenazas, hoy no estaría escribiendo todas estas cosas, porque no hubiéramos
quedado ni uno solo vivo para poderlo contar.
En esta manzana de casas también vivía “El Mono” con toda su
tropa, de este hombre no llegué nunca a saber como se llamaba, pues toda la
gente tanto del barrio como de fuera del barrio, lo llamaban siempre así, o sea
“El Mono”. Era gitano, pero gitano de los de verdad de los de antes, de
aquellos que eran capaces de convivir con payos y con gitanos sin saber cual
era cuál; este hombre era de los que vivía en el barrio como uno más, él era
capaz de compartir penas y alegrías, como todos los demás vecinos, porque
allí las alegrías eran pocas, aunque eso sí siempre eran compartidas por todos,
allí el compañerismo era total, tanto para lo bueno como para lo menos
bueno; de este hombre voy a contar aquí una anécdota que paso cuando nos
bajábamos a “Las Quinientas,” que siempre la he querido escribir, para que
no se me olvide cuando llegue la hora de escribir de la bajada de toda la gente
de “La Guindalera” hasta el barrio de “Las Quinientas”.
Este hombre “El mono” cargo su burro con todas sus pertenencias
y como no eran muchas, porque por no haber, no había ni aún camas, ya que
la mayoría de las gentes dormían en el suelo, esto no por ser gitanos, sino que
éramos todos, tanto payos como los gitanos, así que cuando este hombre llegó
a su nueva casa de la calle de Fuencaliente del nuevo barrio de “Las
Quinientas”. Cuando abrió su puerta, nada más abrirla lo primero que se veía
en aquellas casitas de “Las Quinientas,” era la cocina, con su pila del agua tan
hermosa, “El Mono” dijo; con estas palabras: mira que son listos estos payos,
que pesebre le han preparado para mi burro, lo del pesebre del burro ya se
quedó de estribillo entre gitanos y no gitanos.

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Así eran la mayoría de las salidas de este hombre, en forma de
observación de buen gitano; llamado por todos “El Mono” del barrio del río,
pienso que aquel día sería uno de los pocos que él saliera de su casa, para
cruzar el río y llegarse a la otra Cuenca, como nosotros solíamos decir.
Por último en otra casa de la manzana central del barrio de “La
Guindalera,” vivía el tío Abrahán, un hombre del que recuerdo muy poco ya
que murió siendo yo muy joven, lo que más recuerdo de él era que cuando
empinaba un poco el codo, este hombre se salía a la calle, se sentaba en una
piedra que él mismo había puesto allí para tal menester, y se ponía a cantar;
sus cantares siempre eran críticas hacia los demás, una de sus más grandes
fuentes de inspiración para sus canciones eran hacia su propia hija mayor
llamada Pilar. Que por aquellos tiempos la chica comenzaba a tontear con los
muchachos, se echo su noviejo y esto al tío Abrahán, no le gustaba mucho,
por lo que se le oía esta canción muchas veces que decía así:
Si os queréis divertir
iros a la cangrejera,
que hay una pareja de novios
que se van a la Alameda.
Estas canciones y otras por el estilo, eran la mayoría de su
repertorio principal, pero como dije al principio, este hombre que murió muy
pronto y la tía Fernanda como así se llamaba su mujer, viendo que sus hijos se
iban haciendo mayores, de la noche a la mañana desaparecieron del barrio y
según tengo entendido se marcharon todos a Madrid, sus hijos Pilar, Carmen,
“Cuquito” que este, “Cuquito” era José Mari, él más pequeño.
Porque Antonio que era uno de los mayores, no quiso irse y se
quedo en el barrio, más concretamente en mi casa. Pienso que sería por el
dicho de aquel barrio que decía, que donde comían tres, comían cuatro y así
sucesivamente.
Así que esta casa al quedarse vacía fue la que ocupara mi hermana
Rosario al casarse con su novio de siempre “El gordo”. Este matrimonio de
mi hermana con “El gordo” allí tuvo a su primer retoño, que no podía ser otro
que mi sobrino Luis, todo esto antes de bajarnos a “Las Quinientas.”
Ahora si vamos con la tía maxi, esta mujer como dije era la madre
de Eduardo, uno de los mejores pescadores de este nuestro barrio, que allí, se
encontraban los mejores pescadores de aquellos tiempos de Cuenca. Eduardo,
junto con el señor Lumbreras y “El choncho” serían de lo mejorcito, ya no
solo de este barrio, sino que me atrevería a decir de toda Cuenca y porqué no

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ir más lejos, de toda España. Pues no en vano, Eduardo estuvo en dos finales
del campeonato de España, quedando entre los mejores de pesca con caña.
La tía Maxi junto con su marido Benito Llorens, tuvieron otros
cuatro hijos más, todos ellos muy buena gente, y muy buenos profesionales en
sus respectivos oficios, siendo uno de ellos zapatero remendón, en la zapatería
del señor Patro que dicho muchacho llegaría a despuntar en un campeonato
del mundo de zapatería artesana. Los otros tres hermanos que eran mecánicos
de profesión y muy buenos por cierto, siempre pudieron vivir de los coches.
La tía Maxi, sabía sacar el sol de la cabeza como le llamaban
entonces a una insolación, ella le ponía al que padecía este mal, un vaso con
agua en su cabeza y se podía ver como el agua del vaso se iban haciendo
golgoritas, hasta que el enfermo en cuestión decía que ya se encontraba
bastante mejor. Nunca pude llegar a saber si este sistema era efectivo, lo que
si puedo decir, es que a la gente que se les hacia, después de hacérselo decían
que se sentían muy bien.
Así que personalmente siempre he dicho que esto era a lo que
había que atenerse, cuando se observan cosas que todos nosotros
desconocíamos hasta verlas hacer en el barrio.
La siguiente casa era la de Juan José y Leonor, una familia que
vinieron desde San Lorenzo de la Parrilla y que en el barrio formaron una
gran tropa; según decían los viejos esto se hacía para hacer grande aquel
barrio pequeño. Porque allí la media de hijos estaba por encima de los cinco o
seis, en cada una de las familias.
Desde aquí, de la casa del señor Juan José que estaba por encima
de la Fuente del Caño Gordo, había que avanzar un trecho de unos cincuenta
metros y no había ninguna casa; por esta zona era por donde bajaban todas
las aguas que se recogían en el cerro en las puertas del campo de fútbol de la
Fuensanta, y allí mismo era por donde estaba la Fuente del Caño Gordo, como
era conocida por todos nosotros, lo de no haber casas sería por el miedo a una
avalancha de agua, en esos inviernos tan duros que no dejaban de llover, o
porque ese trozo estaba desprotegido del cerro, que era nuestro mejor
parapeto, para todo lo que pudiera venir del cerro que no fuera bueno. Por
esto o por lo que fuera nunca lo pude llegar a saber, pero lo que sí supe
siempre, es que allí nunca hubo casa alguna.
Entre medias de esta distancia, donde el cerro se hace un poco más
agreste, sí que se construyó una casa a Agustín, este hombre había llegado

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hasta el barrio procedente de Andalucía, con su señora Micaela. Como ya he
dicho muchas veces, en aquel barrio no se le pedían a nadie explicaciones y
por supuesto, todo el mundo allí, tenía cabida, como a otros tantos se les hizo
una casa en poco tiempo, y estos andaluces eran del barrio del río de pleno
derecho, como todos los demás vecinos.
Un poco más adelante, estaba la señora Visita, con su hija María, y
otra hija que no recuerdo como se llamaba, que se caso con Carrascosa un
hombre muy grande. La otra hija María, con su marido al que todos
llamábamos “El moro” y a decir verdad conocí a toda la familia del “moro”,
pero nunca supe como se llamaba, me imagino que nombre si que tendría,
aunque esto era difícil de definir, porque pasaban cosas que en otros sitios
jamás podían ocurrir.
Lo que si puedo decir es que a este matrimonio, se les veía siempre
por Cuenca, con un carro y una mula, que iba lleno de sacos de serrín, que lo
llevaban a las casas para las estufas, porque por aquellos tiempos casi todas
las casas funcionaban con estufas, ya que las calefacciones se podían contar
con los dedos de las manos, las pocas que existían en Cuenca, solo había en
los sitios oficiales, porque las casas particulares con calefacción eran
contadas.
En este mismo rincón, vivían dos viejecitos, que vinieron de
Valencia, ellos se dedicaban a la venta del palo duz, también las trufas y
tramusos, todo encima de un carrito que ellos mismos se construyeron; este
hombre nadie sabía como se llamaba y todo el barrio lo conocíamos como
“El abuelo” con este nombre se quedo de por vida, a su mujer que también la
llamábamos “La abuela,” a todos los chicos del barrio esta mujer nos daba
mucho miedo, porque las personas mayores decían que ella hacia mal de ojo,
que no la mirásemos porque nos podía echar el mal de ojo y que estaríamos
siempre malos, como por aquellos tiempos se creía tanto en todas estas
patrañas.
Así que con todas estas cosas, aquella mujer se fue al otro barrio,
sin haber recibido nunca el beso de ningún chiquillo, ya que ella no había
tenido hijos para poderlos besar. Cuando llegamos hasta estas tres casas que
en su día había bajado el Ministro y con esta visita de este hombre por el
barrio, poder quedar en alguna fotografía para la historia; y poder contar
algunas gentes lo buenos que eran los Ministros de por aquel entonces. Estas
gentes pudientes, cuando tenían que relacionarse con las otras gentes
necesitadas, que en ningún momento de su vida se habían preocupado por
ellos. Pero cuando se hacia algo, había que hacerlo a bombo y platillo, para

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que se enterara hasta el mismísimo Jefe del Estado Español el Generalísimo
Franco.
Esto ya lo dije al principio de este relato, eran las casas del abuelo
Benjamín, el tío Pajaron y la Dionisia. Con todo esto llegamos a la casa del
tío Sotero y su señora Anacleta, esta mujer se murió muy joven, pero que aún
así ella dejo cinco hijos, cuatro chicos y una chica, a todos ellos se les conocía
con el sobrenombre de “Los Lentejas” aunque esté mote solo se lo decían al
segundo de los muchachos, o sea a Jesús. Pero sin embargo este apodo lo
heredaron todos ellos y allí en el barrio era por el único mote que se les
conocía, a dicha familia ellos eran muy buena gente.
Encima de ellos, vivía la abuela Águeda, era una mujer muy mayor
era la abuela de los “Lentejas.” Al lado de esta mujer vivía la “Tartalera” la
madre de “La pava” “el popa”, “el chele”, y el Juan “El moro,” esta mujer
vivía de engañar a todo aquel que se dejaba, se la podía ver bien temprano,
cuando salía de su casa con su cesta debajo del brazo, vacía por supuesto,
cuando bajaba la cesta siempre estaba llena, de lo que fuera, según ella decía
su única misión consistía, en llenarle la tripa a su tropa.
De esta familia salio un talento natural “El chele” este muchacho
llegó a bailar en los grandes tablaos de la época, por lo tanto decir que
desapareció muy pronto del barrio junto con su hermano Juan, allí se
quedaron “El Popa”, y también “La Pava”. Estos dos no se fueron al barrio de
“Las Quinientas”, de ellos dos poco tengo que decir, “El Popa” que era un
gran compositor de canciones de barrio, así por ejemplo comenzaba su
repertorio de muy buena mañana, con letras de fácil rima pero de muy mala
intención, de esta índole casi todas igual.
El tango será fínete
el tango será fínete,
sale la burra a la puerta
viene el burro y se la mete.
O esta otra, todas ellas de su creación que era muy grande, y decía
así, con una letra muy parecida a la anterior.
Me subí a un pino cebolludo
y como estaba arresinao,
se me apegaron los pelos del culo.
La mayoría de su repertorio era de esta guisa, ahora eso sí, cuando
en el barrio había juerga ni que decir tiene que “El Popa” era el que llevaba la
voz cantante, y no porque no hubieran más cantantes, que sí, que los había, lo
que pasa es que “El Popa” según todos ellos, era el mejor en su género y

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repertorio. Para terminar con esta familia, decir que de su hermana “La pava”
podría escribir siete libros, ya que dicha mujer con sus alabanzas hacia mi,
que en vez de beneficio, lo que más me hacían era perjuicio, aunque a mí
nunca me diera que pensar, porque siempre decía como decía mi padre,
cuando él se gastaba el dinero que tenía guardado para otras cosas, su frase
siempre era la misma: una mata que no echo.
A todo esto mi madre siempre solía decirle, Julio hijo mió, a este
paso llegaremos al día que no eche ninguna mata. Pues eso me ha pasado a mí
con “La Pava.” Esta mujer acudía todos los días del año hasta mi bar, ella me
decía con toda su gracia, buenos días Jesús, dame un vasico de café con leche
un día sí y otro también, me contaba las historias menos creíbles que una
cabeza humana se pudiera imaginar, que le iban a cortar la luz, o que no tenía
para pagar el alquiler, lo que si puedo decir es que siempre me sacaba algo,
que para eso era puro arte lo qué tenía. Ya para rematar la faena, cuando una
hija que tenía por las tierras de Valencia, comenzó a mandarle churumbeles
cada año uno, dinero nunca le mandaba, pero el churumbel si que era seguro.
Todos estos churumbeles que comenzaron hacerse grandes y por lo
tanto como buenos gitanos que eran, empezaron hacer picias y a subir por los
Juzgados de Cuenca, como yo tenía un bar al lado de dichos juzgados en
todos los juicios que los gitanillos tenían, siempre salía a relucir el Jesús, y
aunque siempre me ha gustado decir que había nacido y me había criado en el
barrio del río, por si alguien en los Juzgados no lo sabían, ya se encargaba mi
buena amiga “La pava” de decírselo a todo el mundo, siempre con las mismas
palabras para que no hubiera dudas.
Señor Juez soy muy buena y muy honra, se lo pueden ustedes
preguntar al chico del bar, que nos vamos criado junto y él es muy buena
presona, a todas estas observaciones, un Magistrado siempre le contestaba lo
mismo, deje usted en paz a ese señor, que él, si es una buena persona, pero
usted no lo es, y esto ya lo puede decir quien lo diga de usted y toda su
camarilla juntos.
Así llegamos hasta la casa de mi buen amigo Luis “El pato” Pato
padre y sus patitos, éstos que eran gitanos entreveraos, según decían ellos,
como el jamón, ya que su madre era paya y su padre gitano. Su madre paya
conocida por el barrio como María “La prejuicios” por lo menos dentro del
ámbito del barrio, esta mujer con sus artimañas crió a sus tres hijos, tres
mocetones; Luis, Gilonte y Mane. Con muchas penurias pero eso sí, con las
reglas más esenciales de la vida, las de respetar para que así te respeten.

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El hijo mayor de este matrimonio siempre fuimos muy amigos y
por supuesto siempre nos respetamos, aunque me dijo cuando nos fuimos a la
mili, que él siempre tendría presente que le había enseñado a leer y las cosas
más básicas de esta vida, pero que si un día se liaba una pelea entre payos y
gitanos, que él siempre se pondría en el bando de los gitanos porque eso nacía
con la sangre. Lo que si puedo decir es que ya somos los dos muy mayores y
que aún seguimos siendo amigos, que sus hijos jamás me han perdido el
respeto, y los míos a él tampoco, aunque mi hija mayor no lo haya conocido
como un buen amigo mío.
Estos muchachos del Pato que aunque son muchos, estoy seguro
que ellos siempre han respetado las reglas de la buena convivencia entre las
personas, esto lo puedo decir al tener el bar en la plaza de la Audiencia de
Cuenca y nunca he visto que trajeran a estos Juzgados a ninguno de los hijos
de mi buen amigo Luis “El pato”.
Así llegamos a la casa de “Los Parríllanos” a ellos se les conocía
por el sobrenombre aunque eran de la Mota de Altarejos. El matrimonio si
que se bajaron a “Las Quinientas”, pero los hijos al ser mayores se fueron por
ahí, creó que viven todos por la parte de San Sebastián.
Así llegamos a casa del tío Pedro él de la Felipa, un buen albañil y
después llegamos a casa del tío Vicente y la tía María, el padre de Basilio y
también de “La nana” de la Isabel, estos muchachos que todos se criaron en la
Casa de Misericordia, que era la casa cuna donde las familias que no podían
criar a sus hijos los llevaban allí, y ellos crecían dentro de aquella pobreza
extrema que tanto asustaba por aquellos años. Según contaban en el barrio al
tío Vicente, que se quedo viudo se le vino el mundo encima y él, no vio mejor
solución que meter a todos sus chicos a la casa cuna de la capital de Cuenca.
Por aquel entonces eran tres pequeños y, al tener que salir todos
los días para buscar algo con lo que poder comer, que por aquellos tiempos
era el máximo que un pobre como el tío Vicente podía aspirar, así sus hijos se
habían criado en “La bene” como solíamos llamar nosotros a la casa de la
“Beneficencia” de Cuenca.

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FOTO 17 FEDERICO PESCANDO UNA TRUCHA COMO EN ÉL ERA HABITUAL.

CAPITULO QUINTO

En la casa siguiente vivía” La Julia y el parrillano” y la siguiente


“Los tangas” El kiko, Joaquín y Esteban, con su padre “el tío de la pipa” un
gran pescador y siempre por la orilla del río con su caña y con su pipa, esta
familia eran unos artistas para sacar todo aquello que por el río bajaba, ya
fuera lo que fuera, desde un piano, hasta un balón de aquellos que se les caían
a los seminaristas de Mangana cuando jugaban allí al fútbol.
Aún recuerdo que estando una tarde mirando el río, porque hacía
ya mucho tiempo que nosotros nos habíamos marchado de allí, estando como
digo mirando al río vi, como bajaba un balón y que venían tres de los
“Tangas” ellos al ver que miraba al balón me dijeron con tono amenazante, no
se te ocurra ir a por el balón que ese es nuestro.

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A todo esto les dije viendo que ellos a mí no me habían conocido,
nunca tuvo dueño nada que bajara por el río, y el que lo coja siempre será
suyo, o acaso han cambiado las normas en este barrio, ellos mirándome de
arriba abajo me dijeron y tú que sabrás, así se metieron al río a por el balón.
Cuando me baje un poco más abajo y lo espere por el pozo morón ya que allí,
por la corriente del agua todo lo que el río bajaba por aquella zona se orillaba
tanto a la orilla, que se podía coger sin tan siquiera meterte al agua
Así fue como lo hice, ya que éstos dos hermanos, estaban
esperando el balón un poco más abajo donde el agua no te llega a la cintura,
claro que ellos debieron pensar que no conocía el río. Porque la maniobra que
ellos hicieron de meterse al río por aquella parte, pensé nada más verlos que
esto lo hacían para impresionarme a mí. Porque para coger el balón sabían lo
mismo que yo, que el mejor sitio era aquel que escogí, si en el pozo morón,
no se podía coger, ya había que bajarse hasta el medidor, pero esto lo sabía
todo buen guindalero; he llegado a pensar que desde antes de nacer.
Estos hermanos cuando salieron del río y llegaron a mí altura me
dijeron: parece que conoces el río, enseñándoles el balón les dije, es esto lo
que ibais a coger del río, claro pero ya lo tienes tú, yo no lo quiero para nada,
y nosotros crees tú que lo queremos para algo, si por aquí están bajando todos
los días balones, mejores que ese, a nosotros lo que nos ha sentado mal es que
venga alguien de fuera a quitarnos algo de lo que baja por el río, que siempre
ha sido nuestro, por derecho de propiedad, no de nosotros solos sino de las
gentes de este barrio.
¡Ah sí! y de donde pensáis que soy de Carreteria, al decir esto me
miró Joaquín y dijo: vámonos hermano, este es el hijo pequeño del tío Julio el
de la Vicenta. El río traía muchas cosas y siempre eran de quien pudiera
sacarlas con sus manos o con sus artes.
En la siguiente casa de los “Tangas” vivía Felipe, un hermano de
la señora Lucía, un buen albañil yesaire de profesión, tuve la suerte de
trabajar unas cuantas chapuzas con él, y decir que este hombre era un buen
profesional, también una gran persona. Su hijo el mayor que venia con
nosotros para ayudarnos, lo crió su tía la hermana de Felipe, la señora Lucía,
ya que Felipe se había quedado viudo muy joven.
Esto era una cosa muy buena que tenía el barrio, que aunque las
cosas se pusieran muy negras, siempre existía un trocito de luz, donde
poderse agarrar y esta era nuestra mayor y única esperanza, pensar sobre todo
que el barrio nunca abandonaba a nadie y menos aún a uno de los allí nacidos.

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El siguiente era Fidel, este hombre también era hermano de la
señora Lucía, se hizo una casa, entre el cascajar de la cacharrería de Castillo,
y el huerto del abuelo Benjamín, era un gran pescador y muy conocedor de
todo lo que en el campo se cría, como collejas, cardillos y espárragos
trigueros, siempre que salía de su casa, volvía con algo de comer, que según
contaba le había regalado el campo. A este hombre se le llevó una hija el río,
mi hermana la mayor que fue una de las que vio a esta chica flotando en el río
me dijo una vez, que ella siempre pensó que lo que bajaba el río no era una
chica, sino que era una muñeca. Esto era como por el río bajaban tantas cosas.
Me quedan ya muy pocos vecinos para terminar mi paseo, por
todas las chabolas, casas y cuevas del río, y poder así situarlos a todos ellos en
su lugar, que ocuparon dentro de aquel magistral barrio del río, los que
quedaron son: Valiente “El gitano” hermano del “Pato” un gitano como su
apodo indica muy valiente, no temía a nada ni a nadie, él con la Consuelo
criaron a una buena tropa; su negocio consistía en vender teas por las casas,
teas de monte como ellos decían, si que eran de monte, porque se las
compraban a los muchachos mayores del barrio, que éstos eran los que se
iban bien de mañana hasta “la dehesa Santiago” y se dedicaban a eso, a sacar
los tocones de los pinos que eran teas, casi como el jamón serrano, y a todo
esto los hijos de Valiente y la Consuelo sabían sacarle buen partido.
Ya la última casa empezando por el puente de hierro es la primera
comenzando desde el puente de San Antón, era la de la señora Lucía y del tío
Jesús, Jesús que era un buen ebanista, con su trabajo logro sacar adelante a su
familia y hasta darles estudios a sus hijos Lucía y Jesús, como sus padres, que
por entonces se llevaba mucho; de todas formas, esta familia no parecían
pobres, si lo eran lo llevaban también, que hasta me atrevería a decir que con
mucha más dignidad que muchos de los ricos de aquellos años, pues hasta los
rosquillos y las cosas que nos daba la señora Lucía por Nochebuena, sabían
diferente.
Ya me queda poner a Julián, con Gavina, más conocidos en el
barrio como “forra gaitas” este matrimonio vivían casi en el cerro en una
cueva, y que todas las mañanas se les veía salir de su cueva siempre juntos
por la orilla del río, para recoger algunos trozos de pinos y de chopos que las
aguas solían bajar, ellos lo recogían para leña de su estufa, recogían un
hacecillo y otra vez para casa, era su faena de todos los días, ya para terminar
diré: que también llegaron al barrio los padres de la Victoriana la de “los
mellizos” y sus dos hermanos solteros José y la Ino, que también vivieron
muy poco tiempo en el barrio, porque al poco de llegar ya nos dieron a todos

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el aviso que teníamos que bajarnos a “Las Quinientas”, así que en el último
mes de 1960 nos pusimos en marcha para cambiarnos de casa e irnos a vivir
al otro lado del río.
Ni que decir tiene que la mayoría de la gente le daba mucha pena
tener que dejar el barrio, que a la mayoría de los chicos los había visto nacer,
pero en aquellos tiempos las ordenes y las leyes eran sagradas, aunque
algunos vecinos, se hicieran los remolones y se quedaron, en el momento que
comenzaron el puente, sí que se tuvieron que ir y esta vez a donde los
quisieran llevar, por supuesto con bastante más pena que antes, ya que ahora
no estarían junto a sus vecinos de toda la vida.
Pero la vida de los pobres siempre ha sido triste, y estos cambios
nunca serían para alegrar nada. Siempre he dicho que en el nuevo barrio había
más comodidad, ya qué las nuevas casas que teníamos, tenían agua potable, y
luz, pero sin embargo las puertas estaban cerradas, una cosa muy difícil de
comprender, para cualquiera de este barrio de “La Guindalera” yo pude
comprobar que ya queríamos ser cómo la gente del otro lado del río, como las
gentes de Cuenca con todas las puertas cerradas: pensaba mientras logremos
tener el corazón abierto, no será todo malo, y por lo tanto seremos nosotros,
pero lo que sí estaba claro era que aquello no era igual.
Seguí como la mayoría de los chicos del barrio trabajando en la
frutería, como siempre en la multitud de trabajos extra que iba acumulando,
porque un niño pobre cuando empieza a hacerse adulto, también tiene los
mismos sueños y los mismos vicios que el niño rico y solo con una diferencia,
que a los niños ricos se los suelen costear sus padres, y a los chicos de “La
Guindalera” y ahora de “Las Quinientas” los vicios y todo lo que nosotros
queramos hacer, no lo tenemos que costear nosotros mismos.
Por aquel tiempo del año del 1961 ya iba para los dieciséis años
que era la edad que te dejaban entrar en los cines de mayores, también con
esta edad, era cuando nos teníamos que hacer el carné de Identidad; esta edad
antes por ser antes, y ahora por ser ahora, siempre he pensado que es la peor
edad del ser humano, del muchacho adolescente y se pueden cometer las
mayores sandeces y tonterías de toda la vida. En esta edad es cuando más
falta hace que tú padre esté a tu lado, pero es muy fácil decirlo y escribirlo,
que pueda haber personas que le puedan dedicar de verdad el tiempo para su
hijo, pero cualquier hijo de un pobre, sabrá desde muy pequeño, que en la
vida se tendrá que defender él solo, porque sus padres bastante tendrán con
tratar de buscar algo de dinero, para poder comprar comida y los artículos de
primera necesidad para poder sacar adelante la familia.

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Esto un día si y otro también, porque lo de comer todos los días,
tampoco es muy bueno para los pobres, y pensar para muy largo tampoco,
porque al pensar para largo, suele pasar como en el cuento de la lechera que
todo el mundo sabe.

TRILOGÍA FOTO 18 UNOS VIAJEROS A PUNTO DE PARTIR.

Así estando en la frutería siempre me cortaba el pelo el mismo


peluquero el señor Agustín, en una peluquería que había en el cine Xucar; así
llegué una tarde para cortarme el pelo y estaba allí Isidro “el sastre” que tenía
un local en las casas que estaban pegadas a “Las Quinientas”, y él, estaba
comentándole al señor Agustín, “El peluquero” que llevaba pensado hacer
una taberna en aquel local, porque eso era lo que más dejaba en aquellos
tiempos, pero que aún no sabía como ponerle de nombre, entonces yo que
estaba callado escuchando la conversación, ¡les dije! no se llama esa calle
paseo de San Antonio. Ellos me contestaron que sí, entonces les dije, pues ya
tenéis el nombre de la taberna “Vinos el Paseo”. Ellos dos se callaron a mi
propuesta, pero cual sería mi sorpresa, cuando unos meses después, bajaba a
mi casa desde mi trabajo, cuando pude ver un letrero en el que ponía “Vinos
el Paseo” pase para felicitar al sastre por haberme hecho casó, me llamó y me
dijo que quería hablar conmigo, le dije que era lo que quería de mi, fue
directo al grano y me dijo: quiero que te vengas a trabajar aquí conmigo.

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Cuando le dije que estaba en la frutería, me dijo que podría seguir
allí, pero que los domingos que no trabajaba y algún otro rato por las noches,
que eso sería lo que le haría falta en aquella taberna y eso era lo que él quería
de mí. Así que sin buscarlo ya tenía otro trabajo más.
En aquella taberna, como ya habíamos acordado, iba todos los
domingos, mi faena mayor parte consistía en llenar las botellas de vino, que
las mujeres del barrio iban allí a que se las llenase el señor Isidro “El sastre”
con un vino que él había traído de no se de donde, pero que todos comentaban
que aquel vino estaba muy bueno.
Esta era una de las principales formas de hacer negocio, primero
había que coger buena fama y después te podías echar a dormir, lo de llenar
las botellas que era mi misión más principal. Este hombre me preparó un
barreño con un embudo y tenía que llenar las botellas hasta que no les cogiera
ni una gota más, lo de que no les cojiera ni una gota más, fue un invento mío,
que me costó mi primera regañina en aquella taberna del Paseo.
Este hombre me dijo que las botellas las tenía que llenar hasta
donde empezaba el cuello de la botella, así según él un cuello de botella y
otro cuello y otro más, al final del día, se hacían muchos cuellos de botella, al
cabo de muchos cuellos salían algunos litros extras, con estos litros extras, las
ganancias serían más, para él, por supuesto; pero también me dijo: que al no
tener que llenar todo el cuello de la botella haría mi faena bastante mejor, en
eso sí que tenía razón. Este hombre ni que decir tiene que me enseño todas las
tacañerías habidas y por haber, aunque él era de aquellos que se creía que él
había inventado la pólvora. En poco tiempo pude ver que allí tenía muy poco
que hacer.
Así que como el sueldo no era muy grande, no tuve que pedir ni
cuenta ni nada, para irme de allí y por supuesto no volver más.
Como me enseño por aquellos tiempos un Concejal del
Ayuntamiento de Cuenca el señor Basiliso, en el barrio de la “Ventilla” este
hombre me dijo con estas palabras: que donde no había ganancia la perdida
siempre era segura; también me dijo, que esto no se me olvidara nunca
porque era muy importante. Así que me fui de la taberna “del Sastre” y ya no
volví más allí.
Ya empezaba hacerme mayor, y me gustaba tomarme aquellos
cortos de vermú que estaban tan ricos, junto con un platillo de berberechos,
por supuesto también a irme con las chavalitas a esos guateques que
comenzaban en Cuenca a hacer historia, que los armábamos nada más que

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con un Picú, como nosotros le llamábamos al tocadiscos, cada domingo en
una casa diferente.
Así que para mis gastos extraordinarios, me tuve que buscar algo,
y este algo, consistía en ir algunos días al restaurante “El Sotanillo” o al
“Juanito, de esta ciudad de Cuenca, para ayudar a mi buen amigo y maestro
de aquel entonces, “Ratoncillo” como cariñosamente le decía a Don Antonio
López-Tofiño, así fue como me sacaba unas pesetillas, dichos menesteres.

TRILOGÍA FOTO 19 PLAZA DE TOROS DE CUENCA.


En la frutería, Aniceto se seguía portando muy bien conmigo,
siempre he dicho que este hombre fue quien me hizo persona ya que allí
llegué sin civilizar desde el barrio del río. Fue quien me enseño todo lo más
básico de la vida, como a caminar por este mundo sin ningún miedo a nada,
aunque eso sí con muchísimo respeto a todos los demás. Me enseño una de las
cosas más valiosas que hay en la vida, como es la gramática parda, que esta
no se aprende en ninguna Universidad del mundo. Gramática de la vida, que
aunque se viva muchos años, son muy pocos los que llegan a graduarse, pero
también suelo decir que con esta escuela, ya se puede caminar por el mundo,
y que te será de gran ayuda para no verte nunca perdido ni por supuesto
ahogado en un vaso de agua.
Seguía bajando también cuando había toros, que era casi todos los
domingos a vender mis caramelos en la plaza de toros de Cuenca, donde me

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tenía contratado el señor Pozuelo. Así una tarde que se ganó la oreja de oro,
Juanito Recuento, esto de la oreja de oro era un trofeo que se le otorgaba a un
maestro una tarde, para hacer más amena dicha corrida o novillada, lo que no
recuerdo muy bien, fue el cartel de aquella tarde, uno de ellos si que era
Morenito de Talavera. El otro como no podía ser de otra forma era Juanito
Recuenco, y un tercero que pudo ser “Tomillo o Francisco Barrios “El Turía”.
Lo que si quiero contar es lo que a mí me pasó aquella tarde.
Estaba vendiendo mis caramelos, cuando me pidieron una bolsa y
la señora que me los había pedido, me dio cinco duros, de aquellos de papel
para que me los cobrara, los cinco duros eran de un color así como moradillo,
cuando deje los cinco duros en mi bandeja donde llevaba la exposición de mis
caramelos, y buscar el cambio de dicha cantidad de dinero, que por aquel
entonces era mucho, en ese momento vino una ráfaga de aire fresco, y mis
cinco duros se volaron dentro de la plaza, como diría cualquier castizo dentro
del redondel, a todo esto con el toro lidiándose, como yo estaba en los túneles
que dan acceso a los tendidos, porque con el toro lidiándose, no podíamos ir
por medio de los tendidos porque estaba prohibido, así que ni corto ni
perezoso, dejé mi bandeja en las escalerillas, y salté al ruedo, por supuesto a
por mis cinco duros.
Pero lo que pasa siempre en estas ciudades pequeñas y que nos
conocemos todos, al ver quien era y que la mayoría de la gente sabía que
quería ser torero, sin pararse a pensar en otra cosa, gritaron un espontáneo,
cosa que no era así, porque nada más coger mis cinco duros, salté otra vez la
barrera y me salí del redondel, claro en estos casos, la Policía tiene que
intervenir y, esta vez fue Antonio el marido de la Chón, una prima de
Aniceto, pensé lo peor, pero este hombre me dijo que lo acompañara y cuando
íbamos para la calle, él me preguntó ¿no te habrás tirado de espontáneo?
Le dije que no, que él podía hacer lo que quisiera, pero que ese día
había saltado a la plaza a recoger mis cinco duros nada mas. Este hombre me
acompaño hasta la puerta y me dijo con estas palabras: mira hoy es mejor que
ya no vuelvas y que te vayas a tu casa, mañana ya te diré si tienes alguna
sanción, todo dependerá de como me hablé Aniceto de tí.
Esa noche no pegué ojo, pensando en lo que le diría Aniceto de mi,
pero esta vez se ve que le hablo muy bien de mí porque ya no ví a Don
Antonio por ningún lado, de esta salí muy bien parado, porque aquella época
en Cuenca las travesuras les solían costar bastantes caras a nuestros padres.
Por aquella época y con dieciséis años, llevaba la fruta a todos los sitios de
Cuenca; así puedo decir que al principio de los sesenta en el Seminario de San

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Julián, que estaba al lado de la Torre de Mangana, había muchos seminaristas,
que bajaban por la calle de Alfonso VIII en parejas y parecía que no se
terminaba nunca de ver pasar parejas de curillas.
Estos muchachos aprendices de cura, bajaban hasta el campo de la
Fuensanta de fútbol para entrenar con el equipo de Cuenca, con el Conquense,
vivían y comían allí en el Seminario. Personalmente lo conocía muy bien ya
que le llevábamos la fruta a uno de los curas mayores, de aquellos que estaban
al cuidado de estos muchachos.
Este hombre tenía su despacho bajando en el tercer entresuelo,
porque el seminario tiene lo que se ve para arriba, pero hacia abajo, tiene otro
tanto, como para arriba, allí pasaba mucho miedo, y pensaba si algún día me
dejaban allí encerrado; cosa que aunque lo pensaba, nunca podía suceder
conmigo ni con ningún otro chico de los recados, ya que por aquellos tiempos
no quería nadie alhajas con dientes; lo que si me gustaba era que me
mandaran allí, porque este señor siempre me daba un duro de aquellos
grandes, que con él ya tenía para mis cortos de vermú, mi bocata y hasta para
alguna partida de billar o de futbolín.
Con esto quiero decir, que siempre tuve sitios que me gustaban
más que otros, pero también siempre hice las cosas con mis mejores deseos,
porque si no hubiera sido así, estoy seguro que algunas casas, aún hoy en día
estarían esperando verme aparecer con mi canastillo, porque estas personas no
se merecían que nadie les llevará nada.
Así quiero contar aquí, lo que me pasó con una de estas clientas de
la frutería, de las mujeres que les gustaba llamarse señora de… y de señoras
no tenían nada, ya que para ser señora, hay que serlo siempre, está de mi
relato siempre pensé que quería hacerse grande haciéndome a mí más chico
aún de lo que ya era, tirándome por tierra, sin ninguna contemplación, a mí
precisamente, a un muchacho del otro lado del río y que mi único sueño era
poder comer todos los días del año, que ya era un sueño casi inalcanzable. Ya
que todos los demás sueños estaban vedados a ciertos chicos de Cuenca; que
no tenían más falta que la de haber nacido pobres, no era solo para un barrio
de Cuenca sino, para todos ellos: “La Guindalera” “San Antón” “El Barrio
Chocolate” “Los Tiradores” y otro nuevo que se nos terminaba de unir como
era él de “Las Quinientas”.
Así que lo que quería contar es, que un día de estos del mes de
enero en Cuenca, con un nevazo de esos que llegaban hasta la rodilla, iba a
llevarle la fruta a una mujer que vivía por el Camino de Cañete, en una de
esas casas que son casas con porche y que ahora son verdaderas casas de lujo,

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pero que por aquellos tiempos les llamaban las casas baratas, aunque nunca
supe el porqué de ese nombre.
Así que como dije, con la nieve y mis alpargatas que no estarían
muy nuevas, me escurrí y tanto mi canastillo como yo mismo rodamos por el
suelo; que decir tiene, que tanto los huevos, como el aceite, que llevaba en
aquel canastillo, junto con todas las cosas más frágiles quedaron hechas
papilla, lo recogí todo y como me tenía dicho Aniceto: cuando ocurría algo
así. no tenía que llevar el pedido hasta la casa, sino volverme hasta la frutería
y él me preparaba otro pedido igual, de esta forma no tenía que enterarse el
cliente, en este caso la clienta.
Pero esta mujer no se conformó con llamar ella a la frutería por
teléfono y ponerme a mí de vuelta y media con palabras como: que era un
tonto y también un despreocupado, que siempre iba haciendo tonterías, que
ella no se podía explicar como llegaba algún canastillo sano a las casas.
Así como ella no se conformó con llamar y decir todas estas
alabanzas hacia mi persona, resaltando de forma muy especial mis cualidades
intelectuales, sin conformarse con todo, esto dicha señora se presentó en la
frutería para terminar de resaltar algunas de mis cualidades que se le podían
haber olvidado por el teléfono.
A todo esto cuando esta mujer abrió su boca y ya comenzaba a
decir este chico, la callé diciéndole señora: me ha oído usted a mí decir alguna
vez lo guapa, que a mí me pareció usted la primera vez que la ví, cuando le
llevé mi primer canastillo de fruta a su casa, así que si no me lo ha oído decir,
me gustaría que usted tampoco resalte mis virtudes.
Porque Aniceto a mí me conoce desde antes de que yo naciera y
por lo tanto no le va a descubrir nada nuevo sobre mí, que él no conozca.
Ni que decir tiene que Aniceto me mandó callar, con una torta de
las que no se olvidan en la vida, pero que a mí ese día, me hizo mucho bien.
Otro de los sitios que también me gustaba mucho ir porque daban muy buena
propina, aunque a decir verdad nunca supe de quien era esa casa que estaba en
la Calle de San Pedro numero nueve, solo recuerdo aún hoy que ya han
pasado muchos años, que esta casa tenía un portal muy ancho y unas escaleras
también muy anchas, y al terminar de subirlas, siempre me estremecía y casi
se me paraba el corazón, porque allí había una piel de un leopardo o de un
tigre con la cabeza y todo, y parecía que este animal me iba a comer, esta
sensación de miedo, no pude quitármela nunca de las muchas veces, que tuve
que subir la fruta hasta aquella casa. Hoy que ya han pasado muchos pero que
muchos años, en mi inconsciente aún veo aquel animal salvaje, como si de

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verdad él me quisiera comer, siempre he pensado que esto eran cosas de
chicos, pero de todas las formas nunca me atreví averiguar si aquello era mi
miedo juvenil o por el contrario era verdadera esta fobia para con todos estos
animales salvajes.
De la frutería tengo que decir, que los recuerdos de los últimos
años que estuve allí, estos recuerdos me han acompañado siempre; también
que mis últimos años en la frutería, por mi edad, son los años más conflictivos
que siempre ha tenido una persona como puede ser la edad de la adolescencia,
los años precisamente que más falta le hace a un chico cualquiera que sea su
condición (sus padres.)

TRILOGÍA FOTO 20 ANICETO CON UNOS AMIGOS CUANDO ÉL TENÍA PELO.


Yo que si tenía padre y quizás el mejor del mundo, pero a mi padre
no le quedaba tiempo para pensar que a cualquiera de sus cinco hijos le podía
estar pasando por la cabeza el sentirse solo, bastante tenía él, con tener que
levantarse todas las mañanas antes de hacerse de día, para coger su par de
mulas, e irse a labrar, o a lo que hiciera falta, para podernos traer algo de
comer a la casa, aunque solo fuera un trocito de pan, por lo menos al día y no
solo eso, sino, que aún tengo la imagen de mi padre cuando él llegaba al
barrio por la tarde, y siempre salíamos a esperarle tanto mi hermana como yo
mismo, cuando aún éramos muy pequeños, siempre nos traía algo de su
meriendo aunque solo fuera un trocito de pan, algo de lo que le había puesto

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mi madre, que casi siempre era lo mismo un boniato, o una patata asada, con
un trozo de pan.
Hoy después de muchos años, cuando en mi soledad regreso a aquellos
años, aún se me llenan los ojos de lágrimas, y siempre para mis adentros digo
gracias padre por haberme dado la sensibilidad y la vida.
También voy a recordar aquí, una torta que me dio Aniceto, en esa
edad que ya no te gusta que te toque nadie, que eran por aquel entonces los
dieciséis años y pico los que yo tenía.
Así que una tarde me dijo Aniceto, toma las llaves del cajón y si
viene alguien lo despachas le cobras y lo cierras otra vez y ten mucho
cuidado, que me voy a la peluquería del señor Agustín a afeitarme, así que
ten mucho cuidado y no te vayas de la frutería para nada; esto fue lo que él
me dijo, pero en cuanto dio la vuelta a la esquina, me eche la llave del cajón
en mi bolsillo para que nadie me quitara nada y salí tras él, para las eras del
“Tío Cañamón” a jugar al fútbol, iba con la idea de volver prontito para que
no se enterara, pero esto que también me lo había enseñado él, que cuando no
quieras que se sepa una cosa, lo mejor que puedes hacer es no hacerla, porque
si la haces, al final termina por saberse.
Así que se me fue el Santo al Cielo; jugando en las eras del “Tío
Cañamón” y cuando bajé estaba Aniceto despachando con la frutería llena de
clientas, no me dio tiempo a inventarme ninguna excusa, me dio tal bofetada,
que se oyó en toda la tienda; con mi mala leche habitual le dije: que cuando
fuera mayor lo iba a buscar y le iba a dar otro guantazo como el que él me
había dado a mí, o quizás aún mayor, que bien podría conmigo. Esto ya se
quedó así después me regañó dentro de la frutería y me hizo ver que aquello
que había hecho no estaba bien, pero le dije que ya sabía que lo había hecho
mal y que la tienda nunca debí de dejarla sola bajo ningún concepto, pero que
todo eso lo sabía, como sabía también que esos no eran motivos para que me
diera esa torta, que esa se la tenía que devolver.
Aún recuerdo el día que vine de haber cumplido “el servicio
militar”, estaba Aniceto tomándose un chato en el “Bar el Sotanillo” me
llamó, me dio un cigarro, y me dijo: quieres tomarte un chato de vino
conmigo, o lo que quieras, porque ya eres un hombre y no te puedo decir nada
porque te tomes algo de alcohol, tú sabes bien que no me gusta que toméis
alcohol, pero ahora ya eres tú el que tiene que tomar las decisiones.
Estábamos los dos charlando y tomándonos un vino, cuando Aniceto me
preguntó, bueno ¿cuando me vas a devolver aquella torta del día que tú
dejaste sola la frutería cuando me fuí a casa de Agustín el barbero para

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afeitarme? a esta pregunta yo le hice otra pregunta, ¿de verdad quieres que te
la devuelva? hombre tú veras, pues será mejor darte un abrazo y pedirte
perdón, por todas las picias que te pude hacer en mi juventud, que ahora sé
que fueron muchas; y al mismo tiempo también darte las gracias por haber
sido capaz de hacerme persona, que seguro que sin tu ayuda nunca lo hubiera
conseguido. También por todas las enseñanzas que me has dado, que aunque
tú no te lo creas, fueron muchas y por cierto muy buenas, así que un millón de
gracias Aniceto.

TRILOGÍA FOTO 21 CON MI HERMANA ROSARIO EN UNA BODA.


Pero volvamos otra vez a mis últimos años como frutero, que
fueron los años del sesenta y uno o sesenta y dos y principios del sesenta y
tres, que fue cuando dejé la frutería, por aquellos años ya me gustaba más la
fiesta que las obligaciones.
Así que dejé el cine por las noches y no ayudaba a ningún
restaurante de la ciudad, como había venido haciendo hasta entonces, esto
más que nada fue porque al bajarnos a “Las Quinientas,” pusieron en la plaza
de San José Obrero una escuela nocturna y me fuí para apuntarme en esta
escuela, allí bajaban para enseñarnos unas chicas de “La Sección Femenina”
de aquellas que tenían que hacer el Servicio Social las chicas que hacían
Magisterio en Cuenca en la Escuela Normal, o del anormal como la
conocíamos en Cuenca.
Estas chicas eran las que solían hacer esta clase de servicios,
enseñar a los que no sabíamos casi nada de nada, como una de las obras de

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Misericordia, eran las escuelas de adultos de las que había en los barrios más
pobres de Cuenca, dichas chicas solían ser muy jóvenes para algunos de los
alumnos que íbamos a estas clases, que podían ser sus padres por la edad,
porque en aquellos tiempos que hoy parece hasta mentira, hasta más de un
cuarenta por ciento de la población española era analfabeta.
Con estudios superiores, quizás Cuenca en los últimos años de los
cincuenta y principios de los sesenta, seguro que no tenía ni un cinco por
ciento de Licenciados Universitarios; nunca he tenido la curiosidad de mirar
las estadísticas, pero si mirabas que en las casas de los ricos, si es que se les
podía llamar así porque como dinero no había, el rico era aquel que tenía
tierras de labor y un par de mulas era rico, y él que tenía dos pares más rico
todavía. Estos ricos de entonces solían mandar a uno de los hijos a estudiar y
todos los demás a trabajar; con esto quiero decir que una familia como la de
mi jefe Aniceto, eran cinco, tres chicos y dos chicas, los chicos Luis el mayor
en la huerta, el segundo en la frutería, y Andrés el más chico, estaba de
dependiente con sus primos los Forrioles en las tiendas que tenían en
Carretería. Las chicas la mayor Mari, estaba en la frutería con Aniceto y la
pequeña Pilar, fue la que en esta familia la mandaron a estudiar, y la familia
era de un par de mulas como ya dije antes.
Así que nunca me hizo falta hacer cuentas para poder ver que en
Cuenca los estudios superiores brillaban por su ausencia, por eso siempre dije
que los estudios superiores no llegaban al cinco por ciento, pues si de una
familia de cinco mandaban a una a estudiar, esto no quería decir que en
Cuenca estudiaran un veinte por ciento, porque de las familias pudientes
había muy pocas y los pobres no estudiaba nadie; no porque no nos gustara
sino, que era más necesario aprender a trabajar, porque con el trabajo se
podía comer ya que con los estudios, un pobre lo tenía más crudo.
Hoy repasando esto “El Escribidor” comienza a darse cuenta que
se le están llenando los ojos de lágrimas, porque al fin de cuentas en España
también hemos llegado a poder estudiar todos, no porque nos gusté sino
también por obligación, nadie podrá el día de mañana decir que él no tuvo
oportunidades, porque ahora ya las tiene todo el mundo, tanto ricos como
pobres.
Hoy “El Escribidor” ha tenido en la Universidad de Mayores de
José Saramago: en la clase de Literatura, que descifrar cómo en un relato,
cuando el escritor haciéndolo en tercera persona, como cambia el mismo

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relato, a cuando el escritor es el narrador, más todavía si el escritor es el
personaje.
Estas cosas que para mí eran impensables el año pasado, este ya
las hago como dirían los castizos de antes, como si fueran churros, me hace
pensar que siempre hay que buscar en esta vida y en todas las cosas, las partes
positivas, porque si hubiera tenido la mala suerte de aprobar el examen de
ingreso a la Universidad de Mayores de Veinticinco Años. Ahora
seguramente estaría comiéndome las uñas de los nervios de no aprobar ni una
y por lo tanto no disfrutando de todas estas cosas que ahora me están pasando;
como por ejemplo escuchar los aplausos de todos mis compañeros, ante un
trabajo como este de ver las facetas del escritor en sus tres dimensiones. Un
escritor con malos pensamientos puede pasar a ser un buen narrador con los
sentimientos más suaves, para terminar siendo mi historia, porque al fin de
cuentas el profesor nos ha dicho que hiciéramos de ese personaje nuestro
personaje ideal.

TRILOGÍA FOTO 22 ALUMNOS DE JOSÉ SARAMAGO .


Con todas estas cosas comienzo a sentirme el hombre más feliz del
mundo, pensando siempre que la suerte como las desgracias vienen cuando
menos se les espera, aún con todo esto nunca diré que tuve mala suerte,

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aunque gustándome mucho estudiar, nunca pude hacerlo, y decir que mi
infancia no la cambiaría por nada del mundo.

Siempre me he sentido muy orgulloso de mí mismo y por supuesto


de mi familia, junto a todo lo que me ha tocado vivir, que ahora sí lo puedo
decir y por supuesto sentirme orgulloso de ello, que todo lo de aquellos años
en los que colaboré a quitar alguno de los analfabetos de entonces, porque lo
que aprendía en las escuelas nocturnas, luego trataba de enseñárselo a otros
chicos de mi barrio, que ellos aún estaban peor, porque estos chicos no sabían
nada de nada.
Como mi buen amigo Luis “El Pato” o Silverio, el del “tío
Francisco” otro chico que le llamaban “El Cano” que era de una familia que
por aquellos tiempos llegaron hasta “La Guindalera” para que después les
dieran una de aquellas casas de “Las Quinientas”; también “Luis el Negro”
El de “Los Mellizos” “El Moña” y otros muchos más que les daba clases en
casa de uno de ellos, cada vez en una casa distinta, esto lo hacía porque los
padres de estos muchachos eran los primeros que querían que sus hijos
supieran por lo menos leer, porque en su inmensa mayoría no sabían hacer la
o con un canuto, como vulgarmente se decía por aquellos tiempos; tampoco
tuvieron la oportunidad de poder hacerla.
Con aquellas clases, lo que más pude aprender fue que el talento
no era patrimonio del dinero, que este se tiene o no se tiene, ya que uno de
estos muchachos conocido como Felipe “el de la Herminia” era puro talento
natural, lo pude ver porque no había terminado aún de explicar una cosa,
cuando dicho muchacho ya la sabía. Luego pasando el tiempo pude saber que
se ganaba bastante bien la vida por Madrid, así que esto a mí me hace
sentirme orgulloso de mi manera de ser y por supuesto de actuar.
Ahora me gustaría relatar algunas de las correrías de los
muchachos de aquella época, que una de las más grandes diversiones que por
aquel entonces teníamos eran “las guerrillas entre barrios” estas guerrillas,
consistían en liarnos a pedradas, un barrio contra otro barrio. Cuando nos
cortaban el pelo nuestras madres, nos veían la cabeza llena de mataduras, las
señales que dejaban las pedradas; he llegado a decir de aquellas marcas, que
eran los tatuajes de los muchachos de entonces, porque los tatuajes de verdad
por aquellos tiempos tenían un precio muy caro, ya que aquellos tatuajes eran
casi todos productos de haber estado en la cárcel o en “La Legión” así que
hacérselos por hacérselos no se los hacía nadie.

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De estos juegos las riñas entre barrios, era una de las más grandes
diversiones que teníamos todos los muchachos. Hoy en día todavía recuerdo
esas grandes batallas entre “El Chocolate y La Guindalera”. El último año
cuando nos bajamos a “Las Quinientas”, fue un año de mucha nieve, no era
una novedad porque entonces nevaba mucho, por supuesto todos los años,
algunas veces más de medio metro; nosotros siempre estábamos haciendo la
guerrilla a bolazos de nieve, pero en estas guerrillas los del “Chocolate”
siempre eran más que nosotros los del barrio de “La Guindalera” y siempre
podían con nosotros.
El capitán del equipo del barrio de “La Guindalera” que no podía
ser otro más que Jesús “El lenteja,” cuando veía las cosas mal paradas,
siempre decía lo mismo, meter una buena piedra entre la nieve y apuntar a
donde no se cojea, que este sitio no era otro que a la cabeza, ya veréis como
les ganamos, era dicho y hecho y en poco tiempo se cambiaron las tornas y
entonces éramos nosotros los ganadores y ellos los perdedores, con algún
tatuaje en sus cabezas o alguna descalabradura.
Esto por aquellos barrios era de lo más normal y ningún muchacho
le decía nada a sus padres, lo primero porque el quejarse era de chivatos y por
supuesto de cobardes; segundo porque si les decías algo tanto a la madre
como a tu padre, ellos siempre contestaban lo mismo si hoy te ha tocado a tí,
ya sabes lo que tienes que hacer mañana lo escalabras tú, a quien te haya
escalabrado a tí hoy, y así ya estaréis en paz. Ni los padres se preocupaban
por aquellas cosas, ni a nosotros nos duraba el rencor más de una noche, así al
día siguiente ya estábamos otra vez planeando otra batalla, o otra guerrilla
como solíamos llamarlas nosotros.
Luego en el barrio de “Las Quinientas” como barrio nuevo que
era, por aquel entonces, empezaron a nacer actividades de barrio nuevo, el
cura que en la puesta en marcha de este nuevo barrio era Don Domingo
Muelas Alcocer. Que para mi forma de ver las cosas, este cura era el mejor
que le podían poner a dicho barrio, porque al juntar allí a todas las gentes más
pobres de Cuenca, y que me perdonen si alguien se siente molesto por este
comentario, junto a estos pocos, que siempre están para sacar algo en su
propio beneficio.
En el barrio tampoco podían faltar, unas cuantas familias que se
podían comprar una casa, pero si se la regalaban, para ellos era bastante
mejor, así allí también vivían gentes del Antiguo Régimen, enchufados por
todos lados.

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En aquel barrio había muchos gitanos, pero gitanos de verdad,
gitanos elegantes de aquellos que les gustaba mucho cambiar, vender o
comprar, hacer negocio aunque se pierda o se gane, pero lo que más importa
es hacer el trato, lo del trato o de estar en la jerga, también le gustaba mucho a
Don Domingo.

Así allí se juntaron el hambre con las ganas de comer, este cura
también fue el fundador del equipo de fútbol del barrio de “Las Quinientas”,
cuyo equipo bautizó con el nombre del patrón del barrio, que no podía ser
otro que San José Obrero, en este equipo en el que jugaron muchas personas
muy queridas en Cuenca y que defendieron la camiseta negra del obrero,
como se solía decir por aquellos tiempos con uñas y dientes, que si hoy en día
les dijeran a sus nietos que ellos jugaron al fútbol en el San José Obrero,
seguro que sus nietos les contestarían tú ¿estás tonto abuelo?, si el San José
Obrero se fundó en mil novecientos noventa y cinco, como nos dices que tú
has jugado en este equipo.

Esto ahora en cuanto pase un poco de tiempo y no quedemos


personas mayores para poder recordar estas cosas, este simpático equipo que
unos pocos conquenses con el mayor de los desprecios hacia los demás, se
han encargado que este equipo desaparezca.

Como comenté al principio, este equipo había nacido con el barrio


de “Las Quinientas”, es decir con el poblado Obispo la Plana, que su principal

fundador fue el párroco de aquella época Don Domingo Muelas Alcocer.

En su fundación llegó a tener hasta una canción que hablaba de


dicho equipo como el orgullo del barrio, por su coraje y nobleza, que por
entonces le había compuesto un enamorado del fútbol y también del barrio de
“Las Quinientas”, como era Don Félix Sarria. Que hoy que este equipo no
existe, puedo asegurar que estos aficionados lo hicieron sin pensamientos en
glorias futuras, así como dije, el primer valedor de este equipo, sería el cura
de dicho barrio, en unos tiempos bastantes más difíciles que ahora. Que
escogió estos colores para su equipo, porque de este hombre si me atrevo a
decir su equipo, estos colores fueron camiseta negra, con vueltas en el cuello,
en las mangas rojas, el pantalón rojo, y las medias negras con vueltas rojas,
estos fueron los primeros colores de este equipo llamado por todos los que
tuvimos algo que ver con dicho equipo, “San José Obrero” Asociación
Deportiva, esto solo al principio de la fundación.

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TRILOGÍA FOTO 23 AL NO ENCONTRAR LO FOTO DEL OBRERO VESTIDO DE NEGRO PONGO ESTA CON EL AMIGO BAEZA

CAPITULO SEXTO

Con este equipo que al principio casi nadie estaba metido en los
menesteres de ayudar, pero el que pudiera echar algún rato para estas cosas de
la nueva fundación, sería bien recibido, así que yo al principio colaborar y
ayudar muy poco por no decir nada económicamente, también es verdad que
por entonces era muy joven para dichos menesteres, también que por aquella
época yo no era una persona de las que me sobrara de nada ni a mi familia
tampoco.
Aunque por aquella época la ayuda consistía en hacer cada uno lo
que pudiera con su trabajo personal, por supuesto sin cobrar nada, todo el
trabajo era para dicho equipo, ya que el dinero escaseaba bastante en las más
altas esferas de Cuenca. Así que en un barrio obrero ya no lo quiero ni decir,
y más en el de “Las Quinientas”, que era poco o nulo el dinero que allí había,
eso mirando en las casas de los más ricos, que si miro en mi casa aún había
menos, pero esto no es historia del club. Así que ya conté sus colores y
también a su fundador, ahora trataré de recordar aquellos primeros futbolistas,

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que tan orgullosos se sintieron de vestir sus colores, y trataré de recordar a
todos porque seguro que algunos de aquellos nombres se me habrán olvidado,
porque esto lo escribo de memoria, y aunque con buena memoria en aquellos
años era muy joven, y a mí personalmente me gustaba más la fiesta de los
toros que la del fútbol.
De los que recuerdo estaba Santiago, como portero, no recuerdo si
había algún portero más, me figuro que si pero casi siempre era este el que
jugaba en dicho puesto. Como pretendo decir los que empezaron en este
equipo, fue este muchacho por aquel entonces, y abuelo ahora; este muchacho
del barrio que no era muy alto ya que si llegaba al 1,70 era rabiando, también
estaban los hermanos Soria, que jugaban los tres Alejandro, Carlos y Antonio,
el otro hermano más pequeño no puedo decir si también llegó a jugar, otros
hermanos eran los hermanos Cañamares, de estos hermanos jugaron dos el
más chico de estos hermanos no empezó jugando en el Obrero porque era
muy joven.
Aun hubo más hermanos, eran los hermanos Blanco el menor de
ellos Ángel, taxista de profesión, ha estado siempre vinculado al fútbol, otro
de los que jugaba era un defensa muy fuerte llamado Miguel, otro que sin ser
muy alto imponía por su coraje y por sus ganas, le llamaban “El lobo” nunca
pude saber si este apodo era por comerse a los delanteros crudos o porqué;
pero lo cierto es que así le llamaban todos sus compañeros del equipo.
Otro de los primeros en llegar fue Librado. Me dejo para el último
de mis recuerdos “El chiqui” al Señor Lujan, que en paz descanse, que fue la
persona que con más sentimiento llevó al “Obrero” dentro de su corazón,
siempre estuvo luchando en todos los frentes con la camiseta, en la Directiva,
o como Presidente del Club, que con este señor Luján, el Club del San José
Obrero vivió su etapa más gloriosa. Con este señor fue el ascenso a la
Regional Preferente, en esta etapa el Presidente era mi buen amigo y
recordado “El chiqui” por lo que me siento orgulloso de haber pertenecido a
aquella Junta Directiva, presidida por el señor Luján, un pequeño pero gran
hombre, muy defensor del fútbol modesto, que se encargo junto a otros
tantos buenos aficionados, de quitarle la modestia y hacerlo un gran equipo
para esta ciudad de Cuenca, que otras personas se encargaron de hacer
desaparecer, aunque creo también y sinceramente que sin ánimo de lucro.
Esta Junta Directiva que hacíamos las reuniones en el “bar.
Alaska” ya que su dueño Don Mariano, también pertenecía a dicha junta. Otro
de los directivos era Ángel Carralero, el señor Caro, La Maña, Rafa y yo
mismo, y como presidente “El chiqui” todos en aquella Junta Directiva

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teníamos una misión, otro de aquellos directivos era un tal Antonio, seguro
que me dejo alguno más, porque ya han pasado muchos años de estas
historias, pero es sin ninguna mala intención.
En aquellos tres o cuatro años que yo estuve, lo que más reinaba
era el compañerismo y por supuesto la buena armonía. Colaboradores también
había unos cuantos, uno de los más grandes colaboradores que ha tenido este
club, siempre fue el amigo Goyo el hijo del “Tío Riau” o sea el de la cantina
de “Las Quinientas”, que este hombre menos jugar, ha sido de todo en este
equipo, desde portero de cortar las entradas, hasta Presidente del club mi buen
amigo Gregorio.
Otro de los grandes colaboradores fue Jesús, más conocido por el
loco a este muchacho lo tenía “El Chiqui” para que aburriera al entrenador del
equipo contrario, cosa que se le daba muy bien y todo ello sin usar para nada
la violencia, tan de moda en el fútbol actual, trabajaba con toda la amabilidad
del mundo, él se colocaba detrás de éste señor y con estas frases conseguía
que el tal señor se fuera al vestuario, con su cabeza echándole humo, sus
frases siempre eran las mismas. “Macho que equipazo tienes” un golpecito en
la cabeza, y otra vez a la carga. ¿Madre mía que piazo equipo?, otro golpecito
en la cabeza, con estas cosas sin dejar de darle golpecitos en la cabeza hasta
que el pobre hombre de turno, terminaba por ponerse malo y se marchaba al
vestuario.
A este muchacho “El loquillo” como le llamaban todas las gentes
del barrio de “Las Quinientas” cuando se le mandaba esta misión, calibrada
de especial, porque ese día llegaba al Campo Municipal de Deportes del
Obispo la Plana, uno de los equipos llamados de “Los Gallitos”, y se sentía
más motivado que nadie para dicha misión, recuerdo que no hubo ningún
entrenador que fuera capaz de aguantarle todo un partido, para ello Jesús “El
loco” se las pintaba solo.
Otros buenos colaboradores para este equipo fueron los hermanos
Sarria, tanto Félix como Reyes; el pequeño de estos dos hermanos, que fue
también uno de los primeros en enfundarse la camiseta negra del San José
Obrero, el hermano mayor Félix, fue el que diseñó el escudo de dicho equipo.
Por aquellos años a mediados de los setenta, fue cuando el equipo tenía
escudo en sus camisetas y hasta un himno, compuesta su letra por este mismo
señor o sea por Don Félix Sarria.
Para mi forma de ver las cosas, aquellos años fueron los mejores
con mucha diferencia de este equipo, con una rivalidad a muerte contra
Tarancón, pero siempre en buena lid. Aún recuerdo un año que los dos

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equipos marchaban muy bien en la tabla de clasificación, los dos con
opciones de ascenso de categoría, de la Preferente a la Tercera División, que
por aquellos años esta categoría ya era categoría Nacional.
Así que fuimos a jugar a Tarancón, aquello no parecía un partido
de fútbol normal, más parecía un partido de copa de Europa; a la entrada del
pueblo nos recibieron con una gran pancarta que decía así: ¿La Ciudad de
Tarancón saluda al Pueblo de Cuenca? también con una charanga, o sea de
rivalidad a tope, pero con buena armonía.
En el partido de vuelta se les recibió también con todos los
honores, “El Chiqui” nuestro Presidente en el San José Obrero, mandó hacer
unos banderines blancos con los colores del club que por aquellos años su
indumentaria era de camiseta negra y pantalón rojo, se paso a vestir todo de
blanco, porque ya se habían quedado atrás los colores del negro del primer
equipo.
En éste equipo de nuevos colores, jugaron jugadores como “Perico
el Botas” Rubí, Ramírez, Javier, “Mora” como portero” García, Carboneras,
Ricardo, Lumbreras y por supuesto los hermanos Caro, “Los Gil”, jugadores
del Conquense de siempre, pero que dieron sus últimas patadas balompédicas
en este club del barrio de “Las Quinientas”, seguramente aún me habré
olvidado de alguno de aquellos jugadores de entonces.
Sobre los hermanos Caro, quiero contar una anécdota que nos pasó
en un partido jugado contra el Residencia Provincial de Ávila, en cuyo
campo, hacía muy poco tiempo que lo habían inaugurado, con el nombre del
que sería el primer Presidente de la Transición Española a la Democracia, su
nombre era campo de Adolfo Suárez. Jugamos allí éste partido de la Regional
Preferente, que por aquel tiempo está regional era bastante más fuerte que la
Tercera División que se hizo después, cuando la Tercera División se hizo
Regional, o sea, cada región un grupo de la Tercera División.
Así Cuenca pasó de jugar con equipos de Madrid, Castilla la Vieja
y Extremadura, a jugar con Toledo, Guadalajara, Albacete, Ciudad Real, estos
equipos que sin despreciarlos pero sin comparación con aquellos otros como
la Segoviana de Segovia, Mostoles, Girod, o porqué no decirlo Rayo
Vallecano y también el Getafe, estos equipos últimamente han estado y están
en Primera División del Fútbol Español, aquellos equipos extremeños como
Don Benito, Badajoz o Diter de Zafra.
Ya es mejor no acordarse, porque por mi cabeza solo pasa que aquí
en Cuenca no hemos dado ni un paso adelante en fútbol ni en nada.

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Pero volvamos a la anécdota de los hermanos Caro, una vez
terminado el partido en Ávila nos fuimos todos, subiendo en el autobús, uno
de los últimos en subir fue uno de los hijos del señor Caro, una vez subido en
dicho autobús él dijo estas palabras; ya estamos todos pues vámonos; dicho y
hecho el conductor de dicho autobús lo puso en marcha y para Cuenca, a todo
esto nadie se tomó la molestia de contar a la gente para poder comprobar si
nos faltaba alguien, llegamos a Madrid y alguien comunicó que faltaba el
señor Caro, claro otra vez vuelta para atrás hacia Ávila, para poder recogerlo
o por lo menos saber donde podía estar; esto es lo más raro que nos pasó de
todos aquellos viajes, que hacíamos tan llenos de armonía y también de buen
humor.

T
RILOGÍA FOTO 24 EL AMIGO GOYO JUNTO CON “EL CHETE”.
No es raro dejarte a una persona olvidada pero que esta persona
sea el jefe de expedición y por lo tanto el Delegado del equipo, esto si era
raro, si encima es su propio hijo el que dice: si ya estamos todos vámonos,
cuando esta orden era precisamente la que tenía que dar el señor Caro, para
ponernos en marcha, todavía más llamativo sabiendo que este hombre venía a
todos los viajes como jefe de expedición, a este hombre le gustaba mucho el
fútbol si encima jugaban sus dos hijos como un buen padre los acompañaba a
todos los desplazamientos.

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Cuando llegamos a Ávila para poder recoger al señor Caro, nos
llevamos la agradable sorpresa, que los directivos del Residencia Provincial
de Ávila ya le habían preparado un hotel para dormir, y según nos dijo el
señor Caro con un trato súper especial, como correspondía al trato de la buena
convivencia, que tan de moda estaba por aquella época.
Ni que decir tiene que con todos los equipos, y con este en
particular, El San José Obrero y toda su Junta Directiva, con jugadores y
afición se les tuvo siempre en todas sus visitas a Cuenca y más al campo de
fútbol del Obispo la Plana de “Las Quinientas” que era donde jugaba nuestro
equipo un trato muy especial.
Con este equipo ya todo vestido de blanco, uno de sus más grandes
colaboradores fue Goyo el hijo del “Tío Riau.”
Estas cosas las recuerdo por ser las últimas temporadas de este
equipo como San José Obrero, ya que solo unos años después pasaría a
llamarse San José Cuenca. “El escribidor” para aquel cambio de nombre, no
estaba en Cuenca para verlo, por lo que le dio las gracias a Dios porque le
hubiera sentado muy mal, este cambio, más que nada por el nombre de este
equipo que fue capaz de llevar al campo de “Las Quinientas”; casi a dos mil
personas, tantas como el Conquense siendo el equipo de Cuenca, llevaba
hasta el campo de la Fuensanta.
Fueron unos buenos años, para el fútbol Regional de Cuenca, me
atrevería a decir que muy buenos.
Ahora contaremos otras pequeñas cosas de lo que eran nuestras
grandes aficiones como por ejemplo los toros: de esta faceta habría para
escribir unos cuantos libros, pero me voy a dedicar a resaltar unas cuantas
peripecias, de mi gran amigo como si fuera mi hermano Fernando de la Torre
Ortega, con su nombre taurino, “el Nastis.”
Este muchacho del antiguo barrio, sentíamos una gran afición por
los toros, con unas ansias locas por ser toreros, porque era la gran afición
para poder salir de la pobreza, una gran afición para todos los chicos más
pobres, soñar con llegar a ser toreros y así poder sacar a sus familias de
aquella pobreza
Cosa que nunca sucedía en Cuenca, y menos en el barrio de “Las
Quinientas”, porque esto siempre se ha movido así, si eres de una gran ciudad
como por ejemplo Madrid, o Barcelona, por esas ciudades siempre podrás
tener alguna oportunidad, pero por las provincias siempre ha sido un poco
más difícil, aunque cuando tienes pocos años y la cabeza llena de pájaros, en
estas cosas, es en lo que menos se piensa.

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Unas veces con el capote y la muleta de Ciriaco, o sea, con sus
trastos de torear, que a nosotros nos los dejaba, porque al comenzar a torear
con caballos, ya tenía algunas muletas y capotes demás, otras veces con una
muleta de torear que nos hicimos nosotros mismos, con un abrigo rojo de
franela que tenía la hermana del “Nastis,” con estos trastos y con toda la
ilusión del mundo, nos corrimos todas las capeas de todos los pueblos de la
provincia de Cuenca, que todas estas capeas eran por los meses de agosto y de
septiembre.

TRILOGÍA FOTO 25 CIRIACO TOREANDO EN UN TENTADERO.


Estas eran en Villar de Olalla, Villalba de la Sierra, Sotos,
Mariana, a todos estos pueblos nos íbamos en bicicletas. Aún recuerdo una
tarde que había toros en Villalba de la Sierra, “El Nastis” me comentó quieres
que subamos a dar unos capotazos, como siempre estaba dispuesto le dije
pues vamos, así que nos subimos en la bicicleta con los trastos de torear y
para arriba a Villalba de la Sierra, aquel día no iba a ser de mucha suerte para
nosotros, cuando llegamos a unos tres kilómetros de Villalba, un lugar que era
conocido como el Sitio de Abajo, nos paro la Guardia Civil, el bueno del
“Nastis nada más verlos me dijo: para, y se bajó de la bicicleta comenzando a
cojear, al verlo en este trance le pregunté que hacía y el me contestó que me
callara.
Los Guardias al echarnos el alto nos preguntaron que donde
íbamos, en esto el “Nastis” que estaba más próximo a ellos les dijo; miren

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ustedes somos maletillas y vamos hasta ese pueblo de hay arriba para ver si
podemos torear algo. Los Guardias a todo esto nos dijeron van ustedes dos en
la bicicleta, a esto “El Nastis” que siempre tenía salida para todo, les dijo:
miren ustedes estuvimos ayer toreando en otro pueblo y recibí un puntazo
aquí en el muslo, como no podía caminar le dije a este compañero si él me
podía subir en su bicicleta, y ya ven ustedes aquí estamos, pero si quieren
ustedes nos volvemos y aquí no ha pasado nada, los Guardias que no se fiaban
mucho de estos argumentos y encima toda la tarde allí aburridos, dijeron:
¿que tal toreros son ustedes? armen los trastos y toreen un poco de salón aquí
para nosotros.
Estos Guardias nos tuvieron allí toda la tarde toreando de salón, o
sea dándole muletazos y capotazos al aire, no nos gustó mucho, pero aquellos
tiempos eran así, y si mirábamos la cara positiva de las cosas, lo mismo con
tenernos allí toreando para ellos nos salvaron la vida.
Ya que por los pueblos de Cuenca echaban unos “barracos” que
metían miedo al más pintado, con más de quinientos kilos de peso, y nosotros
éramos muy jóvenes y también muy endebles, así que nunca sabíamos si nos
fastidiaron la tarde o por el contrario nos hicieron un gran favor.
Ahora dándole un descanso a nuestras aventuras toreras, voy a
cambiar el tercio, para decir, como me va en la Universidad de Mayores de
José Saramago.
Estoy terminando el primer curso de dicha Universidad, y creo que
con esto también me está pasando como aquella tarde con los toros, que lo
mismo con haber suspendido el acceso para Mayores de Veinticinco Años
me hicieron un favor, porque en esta Universidad de José Saramago, estoy
haciendo lo que he pretendido siempre hacer respecto a los estudios, que no
es otra cosa, que coger conocimientos para poder escribir un libro.
Y estoy viendo que todos los Catedráticos que estoy llevando en
este curso son los mismos que los de la Universidad de Mayores de
Veinticinco Años. Que las metas también son las mismas, o sea, las que tú te
quieras marcar, pero desde luego con las verdaderas disciplinas para cada
cosa y me encuentro súper contento, si ya en primero soy capaz de
comprender una montonada de cosas, esto tan solo porque los profesores que
nos han tocado las han sabido explicar, con toda la paciencia del mundo.
Ahora que ya estamos en el sexto mes del primer curso, por lo
menos me encuentro más feliz que en toda mi vida, respecto a los estudios,
cuando vaya pasando el tiempo, podré hacer otros nuevos comentarios, que
podré comprobar con mi estado de ánimo, pero si sigo como hasta ahora, el

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apuntarme a la Universidad de Mayores de José Saramago, ha sido la mejor
decisión que he tomado en toda mi vida. Porque partiendo con diferentes
enseñanzas como son mis estudios basados en la cultura popular, frente a las
enseñanzas que han llevado mis hijos, uno de ellos haciendo magisterio en
este mismo lugar.
Con esto puedo decir, que estos señores Catedráticos te abren la
puerta diciéndote como se hacen las cosas, ahora ya puedes desarrollar tu
talento hasta límites de Universidad, que es donde estoy comenzando a
comprobar que están las verdaderas sabidurías.
Estas sabidurías que siempre estuvieron puestas en los libros han
salido del mismo sitio, y que no puede ser otro, que la Universidad; a Dios
gracias, en España ya podemos ir todos sin límite de edad. Con estas
pequeñas observaciones “el escribidor” de Cuenca, quiso seguir relatando este
relato de las cosas que le fueron pasando a lo largo de su vida, retornando al
lugar que lo había dejado.
Prosiguió con sus andanzas taurinas, junto con su gran amigo y
compañero de fatigas; “El Nastis” por esas capeas de los pueblos de Cuenca.
Después de aquella capea de la parada de los Guardias, la siguiente prueba de
fuego para mi buen amigo “El Nastis” fue en el pueblo de Sotos, en dicho
pueblo soltaron un toro guapo de verdad, de esos toros que todos los toreros
sueñan con poder torear, era un toro de carril, un toro que aún no había dado
una vuelta completa por la plaza fabricada con carros para dicha ocasión,
cuando ya estaba plantado en medio de la plaza, con mis trastos de torear y la
mejor de mis intenciones, cuál no sería mi sorpresa, cuando nada más darle el
primer lance a este toro, solo se oyeran los gritos de fuera, fuera.
Así me acerqué hasta los carros con la mayor pesadumbre que se
podía tener en estos casos, los mozos de este pueblo me invitaron a que ya no
saliera más, que los toros en este pueblo eran para divertirse ellos, y que si me
veían otra vez dentro de la plaza, ya tomarían ellos medidas.
Así que me fui hacia donde estaba mi buen amigo y también
compañero Fernando;”El Nastis” para decirle que no saliera, que allí no nos
dejaban torear a los maletillas de fuera del pueblo, que los toros eran solo para
los mozos de dicho pueblo, esto lo iba pensando, y no me dió tiempo para
podérselo decir, porque cuando estaba llegando hasta donde se encontraba, ya
lo pude ver que estaba en el centro de la plaza y mi sorpresa fue que a él nadie
le decía nada, había salido airoso de los tres primeros lances que son siempre
los que hacían que un torerillo se envalentonara, en ese momento se siente
como hierve la sangre, y es en el momento que siempre te suele pillar.

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Porque pasado el primer lance, cada uno que sigue, se va cogiendo
más y más confianza hasta que ¡zás! eres arrollado por el toro de turno, esto
fue lo que le pasó a Fernando aquella tarde, la cogida no fue grave, solo un
puntazo en el muslo, le pregunté cuando nos bajábamos para casa, si era
mucho lo que le dolía, me contestó con estas palabras, que el dolor no lo
tenía en la carne, que su dolor esa tarde le salía del alma.
Todo su afán aquella tarde era preguntarme que tal había estado,
que si lo había hecho bien. Esto por aquellos años, era una de las pruebas para
poder demostrar el valor, también era la prueba para seguir o para quedarte,
ya que si por un simple puntazo te entraba en “Canguelo” lo mejor que
podías hacer era colgar los trastos, porque según decían los entendidos no se
servía para ser torero, ya que según ellos para ser torero, si un toro te echaba
las tripas fuera, había que metérselas entre la faja para seguir toreando,
siempre era así si querías lo tomabas y si no lo podías dejar, que nadie te iba a
echar en falta, ni tampoco de menos en estas capeas.
Como en esta capea no se nos había dado nada bien, pues había
que hacer borrón y cuenta nueva, y a buscar otra que se nos diera mejor. Así
unos días después llegamos a las fiesta de Villar de Olalla, allí ya se nos dió
bastante mejor, también, que fuimos nosotros dos los que pasamos “el
guante” ni que decir tiene, que esa noche cenamos bien, ya que si había
guante, había para comprar buena comida y hasta poder invitar a otros
maletillas de otros lugares; era una afición que todos los años nos costaba
algún revolcón, aunque eran gajes del oficio, por lo tanto ya estábamos
hechos a ellos.
Así fiesta tras fiesta, y capea tras capea, y porqué no decirlo
revolcón tras revolcón, pasábamos la temporada. Una vez que finalizaba
dicha temporada, no nos quedaba más que esperar al año siguiente, si en este
no habíamos tenido suerte, pensar que el siguiente año siempre sería mejor, si
este solo se había dado medio regular, siempre se pedía lo mismo que no era
otra cosa, que el próximo año fuera un poco mejor, así día tras día, y año tras
año, ahora eso sí sin perder nunca la ilusión.
Otra de nuestras grandes aficiones eran las bicicletas, no era raro
ver una pandilla de muchachos entre trece y dieciocho años, en pleno verano
cuando más cantaba “La chicharra” por ser el tiempo de más calor por
nuestras carreteras.
Desde la sombra de sus verdes olmos, que por aquellas épocas
estaban en todas las carreteras de España, con un sol de justicia haciendo
carreras desde Cuenca, a un pueblo de la provincia con nuestro equipo ciclista

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que casi siempre hacíamos el mismo recorrido, como era el de Cuenca a
Priego, ida y vuelta para los más mayores; y Cuenca el Villar de Domingo
García para los más pequeños.
Esto lo hacíamos casi todos los domingos, ya que era el único día
que nosotros no trabajábamos, por eso podíamos montar estas correrías y lo
pasábamos bastante bien. Ya por aquellos tiempos se empezaban a ver
bicicletas de marcas extranjeras, como por ejemplo las marcas italianas
“Macario” y “Cinellí” y esto lo podíamos conocer gracias a que en España
por aquellos tiempos había un ciclista, que ya había ganado un Tour de
Francia, como era Federico Martín Bahamontes.

TRILOGÍA FOTO 26 LOS INSTRUIDOS: NICOLÁS ÁNGEL Y TONI CON SU PADRE.


Esto siempre ha sido igual, cuando se tiene un campeón en
cualquiera de las disciplinas deportivas, los chicos más jóvenes siempre han
querido ser como este campeón, eso era lo que pasaba, si encima este
campeón tenía una guerra a muerte con otro de los mejores ciclistas del
pelotón español, como era por aquel entonces Jesús Loroño, que ellos dos
ciclistas se llevaban a matar, junto al también ciclista de primera, como era
por aquel entonces Salvador Botella.
Así hubo una temporada muy grande que todos los muchachos de
estos barrios pobres soñábamos con ser ciclistas, con estos nuestros sueños,
nos hacíamos kilómetros y kilómetros, sin otra meta que la de poder algún

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día correr junto alguno de estos nuestros héroes. A nosotros en la pandilla de
ciclistas que nos juntábamos, estuvimos a punto que nos patrocinara un firma
comercial conquense, como era por aquellos tiempos, Autovíl Villar, este
señor según pudimos saber después, ya tenía compradas las camisetas de este
equipo, que solo le faltaba que les pusieran el nombre, pero a este señor se ve
que no le debió gustar la broma, de Ángel “El Parrillano” que era el que
hacia de nuestro jefe de filas como se dice en el ardor ciclista, cuando le
pregunto Felipe Villar nuestro patrocinador, que como se iba a llamar nuestro
equipo de ciclistas, este muchacho ni corto ni perezoso le contestó, que se
llamaría “La tortuga paralítica” broma que se ve, que no le gustó mucho a
este hombre, porque ya no dijo nada de patrocinarnos.
Aunque nosotros seguíamos saliendo todos los domingos para
hacer nuestra ruta; aún recuerdo una caída que tuvimos todo el equipo, si es
que aquello se les podía llamar un equipo, caída que tuvo lugar en la cuesta
de “Los colladillos” un par de kilómetros antes de llegar al pueblo del Villar
de Domingo García. Cuando íbamos todos juntos tratando como los buenos
profesionales de ir todos el primero, a uno le hizo un extraño la bicicleta y
¡Zas! cayó al suelo, y detrás de este, todos los demás. En aquella caída
tuvimos lesiones desde el brazo roto de “Lenteja” hasta las heridas normales
de aquellos tiempos que las grapaban con cuatro o cinco lañas, porque los
puntos todavía no los habían inventado, por lo menos para nosotros los
aprendices de ciclistas de entonces; puedo decir que a mí me pusieron como
ocho de estas lañas en mi brazo derecho, que ahí están las cicatrices para
mientras viva.
Pero estas cosas a nosotros no nos quitaban el ánimo, ya que
cuando nos curábamos, ya estábamos otra vez sobre la bicicleta, dispuestos
para hacer más kilómetros que “la maleta del fugitivo” como se decía por
aquellos tiempos, y todo esto con la peor edad, en esa edad que ni eres un
niño ni tampoco eres un hombre, es cuando más falta nos hacían nuestros
padres en nuestra desesperación, cuando teníamos que preguntarles algo ellos
nunca estaban, ya que nuestros padres tenían bastante faena con tener que
buscar el pan nuestro de cada día, que muchos de nosotros era a lo máximo
que aspirábamos, a comer todos los días, que algunos ni aún eso.
Aquí quiero dejar mis correrías con las bicicletas, porque me dí
cuenta que para ser ciclista, había que tener una capacidad pulmonar muy
grande, y yo era por aquellos tiempos más bien muy enclenque, también
pensé que nunca tendría la suficiente fuerza para poder ser ciclista.

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Así que otra de mis manías que pasó a la historia, como me solía
decir por aquellos tiempos mi pobre padre, que me llamaba cariñosamente “El
tío manías” según me contó cuando ya era bastante mayor porque siempre
que hablaba con él, siempre era para decirle a que me iba a dedicar cuando
fuera mayor, y según mi padre siempre era un titulillo distinto, por lo que
comenzó a llamarme este sobrenombre del “tío manías”.
Por aquel tiempo seguía trabajando con Aniceto en la frutería,
aunque empezaba a darme cuenta, que no estaría allí por mucho tiempo, ya
que en mi casa escaseaba el dinero, y todo el dinero que entraba, aún nos
parecía poco, porque en el barrio de “Las Quinientas” había que pagarlo todo,
no era como en el barrio del río, que por no tener, no teníamos ni luz y nos
teníamos que alumbrar con un candil, que no gastaba más que una gota de
aceite y una torcía; que las solía sacar mi madre de una manta que ella tenía
para estos menesteres, con esto pretendo decir que de luz, allí nosotros, nunca
pagamos nada y de agua tampoco, ya que teníamos toda el agua del río Júcar
pasando por nuestra puerta durante todo el año.
Pero claro todo esto cambió, cuando nos bajamos a vivir al barrio
nuevo allí todo era a base de pagos, agua, luz, alcantarillado, basuras, en fín
todo de todo. Cuando nos mudamos al otro lado del río, en el momento que
pude ver que allí las casas ya no estaban las puertas abiertas como en el viejo
barrio, comencé a dudar y por supuesto a no verlo muy claro, pero también si
pensamos que nunca me había preocupado de estas cosas pues ni que decir
tiene que estas cosas a mí no me quitaban el sueño.
Cuando de verdad comencé a pensar en este problema, fue cuando
una tarde vi a mi madre llorar; mi madre era una mujer muy fuerte, pero se
veía que su fortaleza se estaba derrumbando, todo esto al ver que ella quería
pagar y no podía.
Por aquel entonces las tiendas si que te daban fiado, pero siempre
que fueras pagando, porque en el momento que los tenderos veían que te
retrasabas en los pagos ya no te daban más fiado, que por un lado era con
buen criterio, porque si un mes no podías pagar doscientas pesetas, menos
ibas a poder al siguiente cuatrocientas.
Eso si los pagos si que eran puntuales en estas casas de “Las
Quinientas” que a nosotros nos las vendieron, que no fueron regaladas, como
las gentes de la clase alta querían dar a entender; porque estas casas que las
valoraron en cincuenta mil pesetas, las teníamos que ir pagando poco a poco,
ciento cinco pesetas al mes, según me dijo mi padre teníamos que estar
pagando durante cincuenta años.

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Aún recuerdo cuando nos bajamos allí en el mes de noviembre de
mil novecientos sesenta, que me dijo mi padre con estas palabras, esta casa
cuando tú Jesús te jubiles, será del que este vivo para entonces.
Así de largo fiaban las cosas por aquellos tiempos, con este pago
de la casa, la luz, la tienda y la poca contabilidad, que ya no solo mi madre,
sino que casi toda la gente que en aquel barrio vivía, se comenzó hacer la
trampa cada vez más y más grande, y que algunos de aquellos vecinos de este
barrio debían entre seis y ocho meses de alquiler de estas casas, y si tenemos
en cuenta que los trabajos tampoco eran muy boyantes, ¡como para no
preocuparte!
Esto de ver a mi madre llorar, me marcó, y me marcó tanto, que
desde aquel mismo instante empecé a plantearme la necesidad que tenía de
buscarme otro trabajo, esto ocurría a últimos del año de mil novecientos
sesenta y dos, y como al año siguiente, ya cumplía los dieciocho años que era
la edad que exigían para poder trabajar en las obras, o en las fábricas de
maderas, que por aquel entonces eran las industrias que teníamos.

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TRILOGÍA FOTO 27 LA ENTREGA DE LLAVES EN LAS QUINIENTAS.

CAPITULO SÉPTIMO

Así que comencé a cavilar donde me podría meter y poder llevar


algo de dinero a la casa, porque esperar un año entero que me faltaba para los
dieciocho años, a mí me parecía una eternidad; me fui hasta la frutería con
intención de explicarle a mi jefe Aniceto mi situación, y decirle que se podía
ir buscando otro chico para los recados, porque seguramente me iba a ir nada
más que encontrara algo, donde ganara un poco de dinero, para poder ayudar
en mi casa, porque en esta casa nueva había muchos gastos, y con lo que mi
padre ganaba no podíamos hacerles frente.
Aunque mi pensamiento iba con la idea de decirle esto a mi jefe,
cuando estuve allí frente a él, no me atreví a decirle nada, eran muchos años
allí y no tuve valor.
Así que aún a mi pesar, seguí en “El Barrio de La Ventilla” que así
era como le llamaban aquel barrio donde Aniceto tenía la frutería, o sea, la

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Calle de Cervantes, para toda la gente de Cuenca. En esta calle aunque era
muy pequeña y todavía sigue siendo muy pequeña, en ella había de toda clase
de comercios, en sus ochenta a cien metros que tiene la calle de larga.
Esta Calle comenzaba su numeración con el numero dos, donde
siempre estuvo la Telefónica; el siguiente número ya era la panadería de la
señora Esperanza, en esta panadería era donde por aquellos años solía
comprar mi barrita de pan casi todos los días, dicha barrita me costaba sesenta
céntimos de peseta, si algún día no tenía estos sesenta céntimos, la señora
Esperanza por lo menos a mí me daba la barra de pan aunque fuera sin dinero.
El siguiente número era la pescadería de Benita, este era un hombre muy
gordo que lo recuerdo siempre con su boina,
En el siguiente estaba la frutería Domínguez, esta frutería era de
mi buen amigo Eusebio, estaba muy gordo, por lo que deduje que este chico
debería de comer bien. Luego era Luciano Bermejo, que por aquel entonces
creo que estaban los tres hermanos Bermejos juntos en esta charcutería, es
decir Nicolás, Celestino y el mayor que era el señor Luciano, junto con su
señora Gloria, que por aquel tiempo ya tenían a su hijo Luciano, que así era
como nosotros siempre lo llamábamos.
Este chico por aquel entonces de mi vida en la frutería, este no
sabía aún hablar y no decía casi nada, lo poco que decía, lo decía muy mal, y
a mí me hacía mucha gracia, tanta que siempre que podía estaba jugando con
este renacuajo de Luciano; también es verdad que sus padres de vez en
cuando me llenaban la barrita de pan de aquello que yo llamaba los
desperdicios, eran todas las puntas cuando se terminaba cualquier barra de
chorizo, o de salchichón, a todas estas puntas que son donde llevan la chapa
de la marca, el señor Luciano Bermejo, las hacía trocitos muy pequeños, y
con estos trocitos, él nos llenaba la barra de pan, a mí por lo menos me estaba
riquísimo, sí encima tenía suerte y no me lo cobraba, pues entonces más rico
todavía, lo de no cobrarme a mí por lo menos me lo hacía muy a menudo,
ahora que también cuando él me mandaba algún recado, nunca le ponía
ninguna pega y eso era lo que más se miraba.
En la casa siguiente era el número diez y pertenecía al señor
Barrios, que se dedicaba a la compra y venta de pieles y lanas, por aquí por
los pueblos de Cuenca, luego se las bajaba a un almacén que él tenía en el
Paseo de la Pechina en la ciudad de Valencia.
En este almacén tenía un letrero que mandó pintar allí el señor
Barrios y que decía así.

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Si queréis dormir a gusto
y que no os duelan los riñones,
comprar la lana de Cuenca
y rellenar vuestros colchones.
Este hombre era muy ocurrente con sus cosas. De aquí de la casa
de las pieles, hasta la frutería, que fue mi casa durante muchos años, la
frutería Villanueva; estos fruteros también eran conocidos con el sobrenombre
de los “Cálalos”, este apodo nunca llegué a saber el porqué se lo dirían, ni
tampoco me preocupé en preguntarles, seguro que me lo hubieran dicho,
porque Aniceto Villanueva Vergara, era y es, una persona a la que siempre
admiré, al mismo tiempo que lo respetaba más que a nadie en este mundo.
Al lado de la frutería y con el numero catorce, estaba los muebles
de don Luis Escutia y de la señora Concha, con su única hija Marcelina, este
hombre dentro de la tienda tenía un corral muy grande, allí se dedicaba hacer
telas de alambre para los somieres de las camas. También me gustaba
pasarme cuando podía, bien para darle vueltas a la rueda, aquella que era la
que iba soltando el alambre, para entrelazarlo unos con otros y así ir
formando la tela del somier para el colchón, o bien me ponía a dirigir dicho
alambre, para que no se saliera por fuera de donde tenía que ir metido.
Estos trabajos los chicos del barrio los hacíamos sin ningún
interés, solo con el afán de ayudar, este hombre siempre que a Cuenca venía
algún teatro o alguna de las revistas, que había muchas por aquellos años, les
dejaba los muebles que los del teatro necesitaban para poder hacer el
espectáculo, por eso siempre le daban alguna entrada, y se dedicaba a
repartirlas entre nosotros, los más mocetes del barrio, cuando tenía ganas de ir
al teatro le pedía alguna entrada para mí o para algún amiguete de mi barrio.
Este señor siempre me las daba, aunque él sabía que en el cine Xúcar yo
tenía acceso libre y no pagaba nunca.
En lo que era esta casa del “Tío Luis,” levantaron una casa que
todos la llamamos, “La Casa de los Pinós,” que desde el callejón, antes de
hacer esta casa, yo podía vigilar la frutería y estar jugando al fútbol, desde
que levantaron dicha casa allá por el año de mil novecientos cincuenta y ocho,
año arriba año abajo, me fastidiaron más que nada, porque ya no podía irme
allí a jugar al fútbol, este siempre había sido el sitio donde jugábamos los
chicos del barrio de “La Ventilla”.
Allí tenía un localcete muy pequeño Aniceto, que le servía para
guardar el carro que usábamos por las mañanas para subir la fruta desde la
Plaza de los Carros.

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En este callejón que recuerde, solo vivía una señora con su madre,
que le llamaban “La muda” porque en realidad ella era muda de no hablar
nada de nada. La siguiente casa era la farmacia de Castellanos, con un
dependiente que se llamaba Ángel; este dependiente se fue a la farmacia que
abriera Don Félix de la Muela en el barrio de “Las Quinientas” pero yo lo
conocí en esta farmacia de “La Ventilla” como se le llamaba al barrio por
aquel entonces.
Esta farmacia de Castellanos era de las más importantes de
Cuenca; por lo menos una de las que ya solían tener de todo como en botica
que así se decía.

FOTO 28 FARMACIA CASTELLANOS ANTIGUA EN LA VENTILLA

Siguiendo nuestro repaso a este barrio de “La Ventilla” llegamos a


lo que era “La droguería la Aurora, con Gonzalo y Encarna, como dueños;
muy buenas gentes, a esta droguería me mandaba mi jefe Aniceto a que le
comprara “Azufre Veri” un potingue que él se echaba en la cabeza, porque ya
empezaba a quedarse calvo, y entonces a los hombres no les gustaba ser
calvos. Hasta en los cuentos de “Jaimito” anunciaban unos brebajes que
crecía el pelo, que ni entonces, ni ahora, nunca dieron resultado. Pero la gente
se los echaba, y las industrias iban creciendo, con los que no querían ser

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calvos, con estas cosas les nacía una nueva esperanza, así fue siempre y así
será, este hombre que con su loción de “Azufre Veri” ya pensaba que su pelo,
se le iba a poner más fuerte que el mío, aunque siempre pensé que aquello era
una forma de tirar el dinero, de las cientos de miles de formas que ya existían
por aquellos tiempos.
En esta casa de la droguería, también era la casa del señor
Sinforoso Cerdán, este señor tenía una fábrica de lejías en el Pozo de las
Nieves de la capital Conquense, se llamaban “Lejías Cerdán” con solo un
empleado, todos lo conocíamos con el sobrenombre de “Colchón” se dedicaba
con un triciclo a repartir dichas lejías por toda la ciudad de Cuenca y por toda
clase de tiendas.
Ya llegamos a la última casa de este lado de la frutería, y era el
número treinta de dicha Calle Cervantes, una casa con tres pisos en cuyo bajo
vivía el señor Pita, un hombre que era muy fuerte y con sus bromas siempre
nos hacia daño. Recuerdo un día que iba “El botones” del Centro de la
Constancia, enfundado en su traje verde y su gorrito del mismo color, este
señor Pita, sabía, que aquel gorrito era una lata de aquellas que venían las
anchoas en aquellos años forrada de tela verde, para este hombre una de sus
grandes diversiones, era darle a este chico un golpe con la palma de su mano
en dicho gorrito y que al muchacho, le hacía ver las estrellas y por la cara que
ponía debería de hacerle mucho daño.
En el primer piso de este edificio, vivía el Doctor Don Fernando
Sarmiento, ya por aquellos años no había licenciados, porque todos eran
doctores y si no lo eran, así se les llamaba, porque así se hacían llamar ellos
mismos, este hombre también era muy bromista con sus pacientes y contaban
cosas de él con verdadero jolgorio.
Ya nos cruzamos de cera, para desde el bar Xúcar del señor
Sergio, comenzar a caminar hacia Carreteria, con todos los comercios que
sea capaz de acordarme, ya que por esta cera solía tener bastante menos
trato, que por la que estaba la frutería donde yo trabajaba.
El siguiente negocio era el Teatro Cine Xúcar, con su patio de
butacas y encima estaba sillón de club, más arriba “El gallinero, como era
normalmente llamada esta zona de la general, estas zonas eran las más
económicas de los cines por aquellos años.
Luego estaba la peluquería del señor Agustín, este hombre era el
peluquero no solo de mi jefe, sino también de mi padre, y por supuesto
también mío. El quiosco del Xúcar, siempre estuvo allí, por entonces el señor
que lo llevaba se llamaba Juan; nosotros para hacerle de rabiar le llamábamos

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“Juan el valiente” y siempre le preguntábamos lo mismo que si tenía cromos
de “Juan el valiente”, era una serie que a los muchachos de aquellos tiempos
nos gustaba mucho, él siempre solía salir detrás de nosotros con un palo, pero
allí nunca pasaba nada, era lo normal, para un barrio con muy buena armonía.
Auto salón era el siguiente comercio, de allí salieron los primeros vehículos
de motor que se vendieron en Cuenca. Encima de este local vivían “Los
Guardias” un apellido muy conocido en Cuenca por su tradición de haber sido
desde tiempos inmemoriales, los Ingenieros de Montes de Cuenca, eran Don
Nicasio, con todos sus hijos y también el Oculista Señor Castro.
Cruzamos la calle de Alférez Rubiones que sube desde “La Ventilla”
hasta “El Cerrillo de San Roque.” En esa misma esquina estaba la tienda del
señor Escutia, con la señora Amparo, junto a sus dos hijas Amparito y
Maritere, y también su hijo Manolo. Era una tienda que allí tenían de todo,
pero lo mejor de todo, o por lo menos así me lo parecía, eran unos higos secos
que tenían, que estaban riquísimos, que muchas veces por nuestra insistencia
terminaban por darnos un puñado de higos sin que nosotros le hiciéramos
nada a cambio.
Lo siguiente eran los calzados de Segundo Escutia Vicente, que
por entonces cambió de dueño y la compró Santiago García y así pasó a
llamarse calzados SAN GAR.
Un poco más
adelante, había una casona que
nunca supe de quien sería ¿ni si
allí vivía alguien? porque
siempre estaba cerrada, esto a
mí nunca me quito el sueño por
llegar a saberlo; aunque estuve
en aquella calle muchos años
me fui de ella sin saber a quien
pertenecía aquella casa tan
misteriosa. ¡Como sombría!
Por no entrarle nunca el sol.
Ya hemos llegado a
la taberna más famosa de
Cuenca, taberna como no
podía ser de otra forma era
“Casa Aparicio”, esta taberna
para mí, no era solo la taberna

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más famosa, sino también la Taberna que más recuerdos me trae de aquellos
mis años de adolescente y por supuesto de aquel barrio llamado “La Ventilla”.
En esta taberna me tomé mis primeros cortitos de vermút, con
aquellos pepinillos en vinagre y la aceitunas, con las que nos solía invitar el
señor Aparicio. Aquel hombre aún me parece que lo estoy viendo en medio
de aquella calle, arreglando sus cubas para el vino, con su blusón y su boina,
también recuerdo a su nuera la señora Pepa; una buena mujer en donde las
haya, de su casa nunca se fue un pobre sin comer un plato de judías, o una
cabeza de cordero asada, que en esta casa, tenían fama de ser las mejores de
todo Cuenca. Allí siempre había algo que comer y toda esta familia eran
personas de las de antes. Primitivo un chico que tenían en el mostrador para
ayudarles, era también de esta familia, nobleza obliga, porque este muchacho
era noble de verdad.

TRILOGÍA FOTO 29 ALUMNOS DE LAS ESCUELAS AGUIRRE CON CHICOS DE LA VENTILLA.


De esta taberna y de esta familia, estaría escribiendo tres días, o
los días que quisiera, ¡muy bien de ellos! y siempre me quedaría corto.

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En el siguiente portal vivía el abogado Suárez; también estaba la
peluquería de señoras Edelmira, estas personas eran muy queridas en aquel
barrio. En el local debajo de esta finca, estaba la taberna del señor Aurelio, y
un paso más adelante, la librería Ruiz de Lara.
En esta librería me llevé mi primer chasco, una tarde que me
mandó Aniceto, a por una libreta y como por aquel entonces a los panecillos
pequeños les llamaban libretas, me fui a la panadería de la señora Esperanza,
y le llevé a mi jefe una libreta, pero de pan.
Tuve que devolver la libreta de pan, y llevarle una libreta para
escribir, aquel día yo diferencié una libreta de la otra, a mí personalmente,
esta libreta me gustaba menos, pero había que hacer lo que mandara el jefe.
Luego estaba la carnicería del señor Manolo, porque como ya dije
al principio, en esta calle había toda clase de negocios; por último los
Almacenes Cervantes, estos almacenes que por aquellos tiempos ya vendían
bastante, porque su dependiente principal el amigo Cristóbal, era uno de los
mejores profesionales del sector.
Y de esta forma quiero despedirme de este barrio, por supuesto
pidiendo perdón a esos muchos que se me puedan haber olvidado, pero puedo
decir, que de este barrio guardo mis mejores recuerdos de la infancia. Por esta
razón he querido hacer un recorrido total de este mi segundo barrio.
Llevaba un poco tiempo con solo una idea en mi cabeza, que no
era otra que la de dejar la frutería, para irme a otro sitio donde ganara algo
más, solo para poder ayudar a mi familia.
Ya que en la casa nueva del otro lado del río, esto era lo más
necesario, porque con lo poco que mi padre ganaba no había bastante y con lo
que mi madre llevara tampoco; estaba seguro que con lo que yo pudiera llevar
tampoco habría bastante, eso que ya no vivían mis hermanos, porque se
habían casado todos ellos, aunque mi hermana Maruja, si vivía allí con
nosotros, junto con su marido y con su hija que nació allí.
Una casa que a mí nunca me gustó, y no era porque no fuera
bonita, que si que lo era y mucho, y encima no tenía goteras, ni tampoco
ningún defecto, y si que tenía muchas comodidades, pero para mí la
encontraba bastante rara, se debía a que no estaba acostumbrado a las puertas
cerradas, y en está casa las tenía cerradas y no solo una, sino todas.
Cuando había que ir a casa de algún vecino, había que llamar, cosa
que en el viejo barrio nunca había que hacer. Así que como ya dije, me
busqué otro trabajo, que me pagaran algo de dinero para poder llevar los
gastos de aquella casa junto a mis padres, ya que mi hermana Maruja también

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se había marchado a vivir a otra ciudad, a Valencia con su marido y mi
sobrina María Jesús y otra más que llevaba en su tripa, aunque mi cuñado
Víctor se vino con mi hermana para que su hija naciera en Cuenca, esta ya era
más valenciana que conquense.
En Valencia por aquellos años había mucho trabajo, y por lo tanto
más calidad de vida; como los pobres a donde fueran, si querían comer tenían
que trabajar, mi cuñado pensó que sus hijas tendrían más opciones de salir
adelante en Valencia que en Cuenca; si acertó o no eso él lo sabrá.
Yo no lo pensé y me fui a trabajar con unos primos míos al bar
Monterrey que se lo habían quedado en alquiler y yo les hacía falta según me
dijeron ellos. El nombre del bar Monterrey creo que se lo puso mi primo
Mariano.
Ese bar lo conocía bastante, porque como ya he dicho antes,
llevaba muchos años pateándome Cuenca. Lo conocía con el nombre de la
taberna de la “Tía Teresa” ya que era de tres hermanos de los más ricos de
aquellos tiempos como eran; el señor Gregorio, que era muletero, otro que era
taxista y que se le conocía con el apodo del “Tío remaches” y de Julián el de
los vinos.
Pero el que hacía por aquel tiempo de dueño, era el señor
Gregorio, este hombre fue el que hizo el trato con mi tío el señor Losa, que
era de San Lorenzo de la Parrilla, estaba casado con mi tía Emiliana, que ella
era a su vez la hermana más chica de mi padre y según me contó a mí esta
mujer, mi padre tenía nueve hermanas, que chico solo había sido él, al ser el
último en nacer se lo habían dado a una tía suya del pueblo de Palomera para
que lo criara, porque a su padre mi abuelo Jesús, se le habían helado las
piernas y se las tuvieron que cortar. A mi abuela María, la tuvieron que
ingresar en el Hospital de Santiago porque según me dijo esta hija suya, o sea
mi tía Emiliana, se había vuelto loca.
Por aquel tiempo no sabía nada de la familia de mi padre, pero
esta tía mía me puso al corriente de todo, así y según me contara ella, mi
padre con seis o siete años iba con su padre mi abuelo Jesús, pidiendo por los
pueblos de la provincia de Cuenca.
Mi abuelo montado en el burro y mi padre estirando del ramal;
según me contó mi madre cuando un día le dije lo que me había contado mí
tía Emiliana. Ella me dijo que a mi padre sus hermanas, a pesar de ser tantas,
lo tenían casi abandonado, que cuando se conocieron, él comía muchas veces,
porque ella de lo que podía coger de las casas donde estaba sirviendo, se lo
llevaba que sino seguro que se habría muerto de hambre. También me contaba

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mi madre, que ella le lavaba la poca ropa que él tenía, y se la remendaba para
que fuera algo decente.
Mi madre que de sus padres nunca me contaba nada, siempre me
solía decir lo mismo que si era verdad que había Dios, que su madre seguro
que estaba en el Cielo, ¡porque era muy buena! pero que sin embargo su padre
seguro que estaría ardiendo en los infiernos, que no lo quería ni recordar.
Siempre que le intentaba preguntar que me contara algo, siempre me decía lo
mismo que me callara, y que dejara las cosas estar; según ella estaba el Cielo,
el Infierno y el Purgatorio, para todo aquel que tuviera algo que purgar, que
esperara y que cada uno cargara con sus cosas y que procuraran dejar en paz a
los demás, al saber las opiniones de mi madre, mi tía Emiliana ya no me
contaba nada.
Así que estuve en el bar Monterrey con mis primos un poco
tiempo, menos de un año, me gustaba mucho el oficio de camarero y lo que
me pagaban también me venia muy bien ya que mi sueldo era de quinientas
pesetas al mes, más las propinas del bote que las tenía que compartir con mi
primo el más chico llamado Emilio, esto aún nos suponía otras doscientas o
trescientas pesetas más al mes para cada uno, también comía, cenaba y
desayunaba en el bar, más o menos con todos los gastos pagados, estaba
bastante bien y muy contento.
A lo primero todo iba muy bien, ya que cada uno hacía su faena y
mis tíos, tanto el tío Jesús, como mi tía Emiliana, eran los que organizaban
aquello y por eso pienso que iba sobre ruedas.
Allí todos teníamos nuestro sueldo, pero todos igual y cada uno
podía hacer lo que le viniera en gana con el suyo, con lo que me sobraba a mí
que no me sobraba nada, porque todo lo entregaba en mi casa para que con
esto mi madre pudiera hacer frente a tantos pagos como aquella casa del otro
lado del río tenía, mis primos con sus sobras pagaban el alquiler de aquel bar,
que eran novecientas pesetas todos los meses.
Los meses corrían como el agua, como aquella que corría por el
viejo barrio del río, de mi tan añorada “Guindalera.” En el bar cada uno
teníamos nuestra misión., mi prima María Josefa, ésta era la cocinera, mi
primo Emilio y mi prima Emilia, eran los encargados de servir las mesas del
comedor, y yo junto con mi primo Mariano, éramos los encargados de atender
el mostrador, y según decía nuestra clientela, los dos lo hacíamos muy bien,
siendo los dos muy buenos camareros y muy activos.

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TRILOGÍA FOTO 30 PRESUMIENDO DE TRUCHA EN EL BAR MONTERREY

Que recuerde solo teníamos un fallo entre mi primo Mariano y yo,


y era, que no lográbamos entendernos en el mostrador, todo porque mi primo
era muy serio y muy profesional; no comprendía que con mis diecisiete años
me lo tomara todo a broma, esto a él, se lo llevaban los demonios, y para
llevarnos aún peor siempre me iba por ahí de juerga con mi otro primo
Emilio, porque aunque era dos años mayor que yo, si que nos entendíamos a
la perfección, por lo tanto hacíamos muy buenas migas, cuando nos
tomábamos algún vasito demás o nos mareábamos, nos metíamos en el piso
de arriba del bar, a dormir la mona y luego nos levantábamos tan panchos.
Así con esto no se enteraba mi padre, y mi tía Emiliana, nos tapaba las faltas,
tanto a su hijo Emilio, como las mías, y todo porque con esa edad ya
comenzábamos a beber y no un poco, sino que más de la cuenta, pero esto por
aquellos años era así.
Aquel bar funcionó mientras estuvieron mis tíos aquí en Cuenca
con nosotros, cuando ellos se marcharon para San Lorenzo de la Parrilla, en
poco tiempo se fue todo al traste, porque entre los hermanos regañaban, cada
uno hacía lo que le venía en gana, así que viendo aquel panorama me fui el
primero de todos, porque tuve dos broncas con mi primo Mariano.

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Como por aquel tiempo sin hacer nada no se podía estar, pensé
irme alguno de aquellos bares de la época, como eran Miami, Torre mocha,
Colón, La Martina o el Ruiz.
Porque había mucho donde elegir, pero estando en estos
pensamientos y aún no llevaba un día sin trabajar o lo que es lo mismo sin
hacer nada, me dijo un chico de mi edad, de mi barrio de “Las Quinientas,”
este muchacho se llamaba Miguel Larrea, me pregunto. ¿es que no trabajas?
al contestarle que no, y decirle lo que me había pasado con mis primos,
entonces él me dijo, que en la panadería en la que trabajaba, que necesitaban a
uno de mi edad, para repartir el pan y ayudar a elaborarlo por las noches,
cuando le dije que aún no tenía los dieciocho años, que eran la edad
reglamentaria para comenzar a trabajar como un hombre.
Miguel me contestó que no hacía falta que los tuviera que el
hombre de la panadería de momento, lo que necesitaba era un aprendiz, y que
si a mí me gustaba y el hombre estaba contento, entonces ya será cuestión de
hablar, le dije a este amigo Miguel, que cuando podría subir para hablar con
este señor de la panadería, me dijo, que si quería que me podía subir aquella
misma noche con él, y que me lo presentaría.
Pero que seguro que me diría que si, que si quería que me subiera
ya preparado para empezar aquella misma noche a trabajar como panadero,
que no me llevara pan para el bocadillo, porque allí podría comer todo el pan
que quisiera, también me dijo mi amigo Miguel que este hombre era un
valenciano del pueblo de Chiva que se llamaba Giordano Salvo; y que era
muy buena persona, que seguro me iba a gustar trabajar para él, que el mismo
ya llevaba mucho tiempo con este hombre y que estaba cada día más
contento.
Así que Miguel quedó en llamarme, cuando se subiera nos
subíamos juntos, y que se entraba a trabajar a las diez de la noche, y se salía
cuando se terminaba de repartir a todas la panaderías de Cuenca, que se solía
terminar sobre las nueve de la mañana.
Pues así lo hicimos y cuando llegamos sobre las diez menos
cuarto, porque siempre se llegaba un poco antes de la hora a todos los
trabajos, este hombre me dijo que me podía quedar, así comencé en mi nuevo
trabajo como panadero, unos meses antes de haber cumplido los dieciocho
años.
Mi primera noche en mi nuevo trabajo de panadero, no me pareció
tan mal, lo único que no me gustó mucho, fue el sueldo que este señor
valenciano me dijo que me pagaría. Esto a mi parecer, iba hacer el cambio

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del mocoso, dos higos, por una pasa. Pero lo que tenía muy claro era que sin
hacer nada no me podía estar. Así que acepté sus condiciones, que como dije
antes no eran muy rentables porque me dijo que me pagaría veintiún duros, o
sea ciento cinco pesetas a la semana, y un pan diario, lo del pan diario me dijo
que me daría todo el que hiciera falta en mi casa, que también podía comer el
que yo quisiera con el bocadillo y también podía comer algún bollo. Así que
esa misma noche ya me quedé a trabajar; el trabajo no era ni duro ni pesado lo
que más cansaba era la noche, solo por el sueño; porque este hombre por
aquellos años ya tenía mecanizado todo el proceso de hacer el pan, y en mi
caso, era la primera vez que lo veía.

TRILOGÍA FOTO 31 FAMILIA GALACHE CON FELIPE GONZÁLEZ ANEANDO SILLAS.

A la amasadora le echabas el agua y la harina y ella sola hacía la


masa, una vez hecha la masa, la cortadora cortaba los trozos de masa para
hacer las barras de pan, esto según el peso que las quisiera hacer, estos trozos
se metían en otra máquina que ya hacía las barritas y solo nos quedaba a
nosotros que aplastarlas un poco y ponerlas en una plataforma grande, para
que ellas se fueran hinchando; después con una especie de “Gubia” poder
hacerles las rayas, esas que llevan todas las barras de pan.

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En esta panadería lo único que este hombre hacía con sus manos
eran los panes redondos; tenía una práctica algo fuera de lo común, después
cuando ya estaba todo el pan fermentado, bien hinchado por la levadura,
entonces comenzaba la faena de cocerlo, esto según aquel hombre, era el arte
de hacer el pan, el saber darle el punto de cocción
Esto este hombre lo hacía muy bien, ponía las barras de pan en la
pala del horno, porque aquel horno aún era de leña y para dentro, allí estaban
las barras y los panes, el tiempo que este hombre tenía calculado, para cada
una de las cosas, una vez cocido, lo sacaba con la pala del horno, y era ahí
donde comenzaba otra vez mi misión, que consistía en quitarles toda la ceniza
que sacaran de aquel horno dichas barritas de pan, con un trapo muy limpio
para que estuviera lo más presentable posible en los despachos del pan por la
mañana.
Así a la mañana siguiente, cuando ya comenzaba a amanecer, se
hacía la bollería, que se hacía solo de encargos, los pedidos que hubieran
hecho nada más; una vez que ya teníamos todo el pan y también la bollería,
entonces comenzaba la faena del reparto a todos los despachos, que este
panadero les servía el pan a esta ciudad de Cuenca que eran muchos.
En un despacho cien barras, en otro cincuenta, así hasta que
repartíamos todas las unidades de pan hechas durante toda la noche, y una vez
terminadas, para casa que siempre era pasadas las nueve de la mañana. Así
todos los días igual, ni que decir tiene, que de dormir, dormía poco con mi
nuevo oficio, porque con todas mis aficiones de aquellos tiempos, fútbol,
toros, y por las tardes irme al vivero a decirles cosas a las muchachas, que
entonces se les conocía con el sobrenombre de “Marmotas,” estas eran las
chavalillas que se bajaban al vivero de Santa Ana, a cuidar a los chiquillos de
las personas más pudientes de Cuenca.
Allí era donde nos echábamos la primera novia, todos los chicos
del barrio, José María, Vidal, Felipe González, o sea casi todos. Con solo un
par de horas que durmiera ya tenía bastante, y a las diez de la noche otra vez a
la panadería, con mi trozo de salchicha en el bolsillo, como me había
enseñado un zorro viejo, entre los panaderos de aquella época, como era mi
amigo Mariano “El churrero”.
Este me había contado que para comer todo el pan que quisieras,
el mejor truco consistía en atarle un cordoncillo a un trozo de salchicha, y
bocado al pan, tirón a la cuerda, así te comías toda la barra de pan y sin haber
empezado la salchicha y con la siguiente barra, puedes hacer lo mismo, así te
puedes comer tres o cuatro barras de pan y la salchicha te la puedes comer

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con la última barra, y si no, la puedes guardar para el día siguiente, esto era
casi todos los días igual.
En este oficio de panadero con el plan de vida que llevaba, no iba a
durar mucho tiempo; así unos días después mi madre me dijo que tenía que
dejar aquel trabajo, porque me estaba quedando muy delgado, que trabajar y
no dormir, aún no conocía ella a nadie que fuera capaz de resistirlo.
Así que le hice caso a mi madre y cuando aún no llevaba dos
meses me despedí, aunque esta vez ya tenía otro trabajo, fue mi primer
trabajo serio, con mi cuñado Amadeo, en la construcción.
Esto ya fue con mis dieciocho años recién cumplidos, por aquel
mismo mes, es decir octubre de mil novecientos sesenta y tres.
El trabajo que me ofreció mi cuñado Amadeo, consistía en
acercarle a él y a otro albañil unas calderetas de pasta, o sea cemento con
arena, para ir enluciendo las fachadas de la obra que estábamos por aquellos
días, esta obra estaba en la fábrica de maderas de Don Justo Fernández
Sánchez. Este hombre dejaba el negocio de la madera, y se quería dedicar a la
construcción de viviendas, ni que decir tiene, que mis primeros días como
peón de albañil, no fueron muy buenos, más de una vez pensé dejar aquello,
porque mis manos, poco acostumbradas a estos trabajos, estaban llenas de
burras, como se les llamaba a aquellas llagas que se hacían en las manos,
cuando estaban poco acostumbradas a trabajar.
Como nunca lo había tenido, pensaba que era solo a mí a quien le
pasaban estas cosas y pensaba que no podría aguantar, pero cada vez que me
acordaba de lo que me había dicho mi cuñado Amadeo; que en aquella obra
ganaría trescientas noventa y una pesetas, más una propina que él me daría,
junto con su compañero Jesús, “El quinto”.
Esta propina más que nada, era la prisa que me diera por llevarles
las calderetas de pasta, para que ellos les cundieran más en enlucir aquellas
paredes, ya que cuantos más metros hacían, más ganábamos todos, así que no
paraba en todo el día.
Cuando llegó el sábado pude comprobar que sí, que en aquel
sobre había casi cuatrocientas pesetas, ellos me dieron otras cien pesetas más;
puedo decir que con aquello se me pasaron todos los males de golpe, y ya no
volvieron a dolerme nunca más las manos.
Mi cuñado me dijo que si seguía así, en un par de semanas más, él
me haría su ayudante, que los ayudantes ganaban más que los peones, y
también el trabajo es bastante menor, aunque claro, este trabajo es más fino;
pero si tú pones interés, yo estoy seguro que podrás hacerlo bastante mejor

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que muchos de estos “gárrulos” que ves por aquí. Yo le pregunté que era lo
que tendría que hacer, mi cuñado me dijo que ante todo, de momento lo que
tenía que hacer, era fijarme mucho y sobre todo poner mucho interés.
Le puse tantas ganas, que a la semana siguiente ya estaba haciendo
el trabajo del ayudante, como mi cuñado me dijera, era menos cansado y por
supuesto más fino; el secreto solo consistía en poner mucho interés, así
cuando todos se marchaban porque la jornada había terminado, aún me
quedaba en la obra y mi cuñado me ponía dos reglas con mi cuerda bien
tensada para hacer un tabique y hacerlo bien derecho.
Así al día siguiente el señor encargado, si este tabique no le
parecía bien lo hundía y aquí no había pasado nada, este hombre casi nunca
decía nada, según pude llegar a saber después, era lo que más le gustaba, que
los muchachos fuéramos aplicados. Pero seguía en mis trece y me dije para
mis adentros, aunque me los hunda todos, tengo que seguir así, si quiero que
alguno, lo de por bueno, y por la tarde otra vez igual; unas veces tabique,
otras tabicón, otras fratasado del enlucido de los últimos llanazos que los
oficiales se habían dejado sin fratasarlos ellos, para que me fuera entrenando
en aquellos menesteres.
Por fin llegó aquel día que el señor “Corteza” que era el
encargado, dijo que ¿quién había hecho aquel tabique? cuando mi cuñado le
dijo quien lo había hecho, que lo había hecho su ayudante porque ponía
mucho interés, ya que tenía muchas ganas de aprender. Este hombre le dijo a
mi cuñado que comenzara a tabicar porque aquel tabique estaba muy bien
hecho, que quería hablar conmigo porque si me gustaba el oficio de albañil,
tenía que subirme de categoría.

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TRILOGÍA FOTO 32 MIS DOS CUÑADOS AMADEO Y EL GORDO CON SUS CHICOS PATATO Y EDU.

CAPITULO OCTAVO

Así que nada más que me lo dijo mi cuñado Amadeo, me puse


muy contento y enseguida me fui a buscar al señor encargado, el señor
“Corteza,” que era su apodo que se lo decía todo el mundo y como nunca vi
que se enfadara, pues se lo decía yo también. Cuando llegué a la oficina y le
dije que me había mandado Amadeo, me dijo siéntate ahí, a ver que te parece
esto que te quiero decir, me a dicho Amadeo, que pones mucho interés,
también te he visto muchas tardes quedarte en la obra cuando se marchan
todos. Así que he pensado en tí para que seas uno de los ayudantes que
destacan, porque nos han pedido del Ministerio de Trabajo, que les tenemos
que mandar a ocho o diez para que hagan un curso en la escuela de (San
José), que han pensado enseñaros de planos y también de dibujo lineal, y las
cargas que llevan los hierros de los hormigones, para que vosotros podáis
saber la resistencia de una viga de carga, y para así poder saber el calibre de
hierro que debe llevar dicha viga.

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En una palabra, que tienen que enseñar a los más aplicados para
que podáis ser delineantes, o lo que os venga en gana, hasta donde seáis
capaces de llegar por vosotros mismos, me puse muy contento, y cada día que
pasaba era un poco más feliz, porque veía a mi madre muy contenta y cada
día más orgullosa de su hijo Jesús, ya que mi cuñado le había dicho que era
muy trabajador. Esto era lo máximo que podían decir de tí por aquellos
tiempos, que las personas mayores dijeran que eras muy trabajador y si
encima, le añadían que también eras muy buena persona, entonces ya podías
dormir tranquilo, porque tus padres estarían muy orgullosos de tí, esto para
nosotros los muchachos de los barrios más pobres era a lo máximo que se
podía aspirar.
Así comenzamos aquel curso unos cincuenta aspirantes de albañil,
según nos dijo el señor “Corteza” de los más adelantados, pero en este curso
pude ver que allí uno de los más jóvenes era yo, algunos tenían más de treinta
años, lo que si puedo decir es que aquello por lo menos me sirvió de mucho.
Allí aprendí de planos y a conocer lo que era un arco de medio punto
románico, u ojival, y las cosas más imprescindibles que hay en la
construcción, para poder hacer las cimbras sin ayuda de nadie. Si he de ser
sincero, muchas, pero que muchas picardías, que antes no tenía idea que
pudieran existir, ni que se podían usar en la construcción; encima de
enseñarnos, nos pagaban igual que si estuviéramos en la obra trabajando: los
tres meses que aquello duró, nos dieron lo mismo que ganaba en la obra,
cuatrocientas veinte pesetas. Y en la obra, la misma cantidad de dinero que
en este curso.
Por aquel tiempo en mi casa, ya se comían chuletas algún día que
otro, no todos por supuesto, pero sí que es verdad, que aquello había
cambiado en muy poco tiempo como de la noche al día.
Por lo tanto nuestra vida dio un cambio de noventa grados, mi
madre había vuelto a estar otra vez contenta y con sus ganas de broma,
también de juerga, esa era la madre que había tenido siempre en aquel viejo
barrio del río y esa era la madre que quería tener.
Aquel barrio de “Las Quinientas” seguía sin gustarme, echaba
mucho de menos el barrio del río, aquel barrio que sin tener de nada, tampoco
nos faltaba nada, en el cual era muy feliz, el motivo de esta felicidad que no
era otro, que el no tener nada, pero tampoco desear nada de aquello que no se
pudiera tener, y por supuesto tener bastante con aquello que se tenía aunque
esto no fuera nada o muy poco.

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Por aquellos años ya teníamos una pandilla, que siempre nos
esperábamos para podernos bajar todos juntos, y también para irnos a
tomarnos unos vasitos de vino (Mochuelos) como los solían llamar en las
tascas de Cuenca; en las tabernas y similares, ya que cafeterías por aquellos
tiempos había muy pocas, y estas pocas que había, estaban reservadas para los
señoritos, eran que recuerde “El Colón” “El Ruiz” y también “El Circulo de la
Constancia” y para echar la partida “El Miami”.

FOTO 33 PEÑA EL MANDIL CON “EL CHORI” HACIENDO EL PASEÍLLO.


Aunque por aquellos años yo estaba pasando por los mejores años
de mi vida; pero como pasa siempre que se tiene todo o casi todo, que tiene
que pasar algo, para que la vida nunca pueda llegar a tener la felicidad
completa.
Así este año que me iba a marchar a trabajar en Valencia, fue el
año que se hizo las vaquillas de San Mateo en la Plaza de Toros de Cuenca,
por estar la Plaza Mayor su sitio habitual en obras.
Aunque ya por aquello años había dejado bastante de lado mi
afición por los toros, porque mi trabajo era bastante más serio, aún a pesar de
estas cosas, pasaba por la puerta de dicha plaza y viendo que las puertas
estaban abiertas, no pude resistirme a la tentación de entrar; cual no sería mi
sorpresa, que allí dentro de la plaza no había nadie, ni siquiera el señor

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Manolo “El Negro,” que era el guarda de la Plaza de Toros en aquel tiempo,
ni tampoco ninguna de sus hijas que siempre estaban allí.
Dentro de aquellos corrales se encontraban “Las vaquillas” que se
tenían que correr por la tarde, ahora no puedo recordar como lo hice pero en
un santiamén, estaba dentro de aquellos corrales toreando una de aquellas
vaquillas; estando en este quehacer, pude ver como pasaba otro muchacho a
dichos corrales de esta plaza al cual lo conocía muy bien, porque habíamos
trabajado juntos en las obras de Don Justo, el de las maderas.
Este muchacho al que todos lo conocíamos como “El Botija”
porque Este era su apellido, este muchacho comenzó a animarme por lo que
aquella tarde me sentía el más grande de los toreros, por aquel entonces, era
en Cuenca Manuel Jiménez “Chicuelo”. Pero un rato después de estar “El
Botija” dentro de la plaza, esta se llenó de Guardias de la Policía Armada;
todos ellos estaban por los pasillos que usan los toreros para el sorteo de los
toros, y poder ver los toros que a cada uno de los toreros les toca en suerte, los
Policías con muy buenas palabras me invitaron a salirme de los corrales. Me
dijeron que por las buenas, porque sino, ellos me sacarían por las malas, así
que me obligaron a salir de los corrales y desde allí nos llevaron a un tendido,
a Botija y también a mí. Conmigo en aquel tendido, los Guardias se portaron
muy bien, ellos solo hacían que preguntarme si es que pretendía ser torero de
verdad; lo peor fue luego en la Comisaría, a mí no me tocaron pero “El
Botija” si que se llevó un buen pescozón. Estando allí sentado donde ellos me
dijeron; aunque estaba tranquilo porque no había hecho nada de lo que me
tuviera que arrepentir, tengo que decir, que aquel fue uno de los peores tragos
de mi vida.
Aunque no tenía miedo ni nada, cuando al cuartucho aquel
pasaron, primero a “Botija” y después a mí, y cuando estaba dentro me dijo
el señor Comisario, que no le dijera que no había hecho nada, porque mi
compañero ya lo había confesado todo con pelos y señales. Así que no me
digas que no has sido tú el individuo, que ha tirado piedras contra el balcón
del señor Alcalde de Cuenca, en su casa de la Calle Republica Argentina.
Que has ayudado a tirar abajo la puerta de la Plaza de Toros hasta que esta se
a abierto, ¿no me lo negaras verdad? a todo esto, como no podía ser de otra
forma, cuando la conciencia está tranquila, le contesté que si qué se lo
negaba, porque le hubieran dicho lo que le hubieran dicho no había hecho
nada, de todo cuanto él decía y también me dirás que tú no estabas toreando
en los corrales de la Plaza de Toros de Cuenca una vaquilla, y todo sin tener
autorización de nada, ni de nadie, le contesté que eso no se lo podía negar,

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porque eso era la verdad, pero de todo lo que él me dijo al principio, que eso
no, porque eso no lo había hecho.
Todo aquello se quedó en una multa por las buenas composturas,
como se decía entonces las multas no fueron a los dos por igual a “Botija” le
pusieron quinientas pesetas de multa, a mí tan solo doscientas cincuenta
pesetas, que las tuve que pagar al día siguiente, en papel del estado, y no veas
las que tuvieron qué hacer mis padres para poder reunir dichas doscientas
cincuenta pesetas.
Esto por aquel tiempo era mucho dinero, y esto no era lo peor,
porque lo peor era que esta falta ya estaría en la Comisaría de por vida, y
como se decía sin haber hecho nada. Pero aún había que dar las gracias a
Dios, porque otras personas por menos podían hasta ir a la cárcel, aquellos
eran otros tiempos, eran tiempos de dictadura, eran los tiempos de Franco.
Como llevaba pensado me fui a trabajar a Valencia a casa de mi hermana
Maruja y mi cuñado Víctor y sus chicas María Jesús y Charo. Así llegó el día
que me subí en un tren, que salía uno para Madrid y otro para Valencia a las
seis y cinco de la mañana, y le llamaban “El Automotor” de las seis, este
automotor que por aquel entonces costaba sesenta y ocho pesetas, con otras
pocas pesetas más, que tanto costaban ganar y lo escasas que siempre estaban
por lo menos en mi casa.
Con dos pantalones viejos, dos camisas remendadas, y dos mudas,
este era todo mi equipaje rumbo a lo desconocido, esto sería todo lo que
tuviera que fuera mío, por aquellos tiempos de amor y rosas, más doscientas
pesetas en el bolsillo, y sin tener todavía los diecinueve años, a ver el mundo
con unas ganas locas de trabajar y porque no decirlo de comerme el mundo,
porque a esa edad no existe ninguna barrera que sea capaz de frenarte, menos
cuando ya te has hecho una idea. Y si hay algún peligro nunca lo llegaras a
ver.
Con todas estas ilusiones llegué a Valencia, para ser más exacto,
al “Barrio del Cristo” que era donde vivía mi hermana Maruja, en una casa
que les había dejado Félix un hermano de mi cuñado Víctor, que la había
comprado allí en la Calle de Reyes Católicos de este “Barrio del Cristo;” y
que la mitad de la calle pertenecía a Cuart y la otra mitad Aldaya, y era
precisamente en esta casa donde vivía mi hermana, que se partían los dos
pueblos Aldaya y Cuart.
Este hombre “El escribidor”, que hoy siente el pasado en sus
carnes, piensa que con más fuerza que nunca; al llegar a esta estación del
pueblecito valenciano de Aldaya, le vienen cientos de miles de recuerdos a su

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cabeza. Cuando mira su reloj y comprueba que él se tiene que marchar a la
Universidad de Mayores de José Saramago, donde aún no ha terminado su
primer año como alumno, y ya casi se siente capacitado para ponerse a
escribir, cosas de todo lo que a él le han ido pasando a lo largo de su tan
dilatada vida.

FOTO 34 COMPAÑEROS DE JOSÉ SARAMAGO.


Y todo ello gracias a suspender el examen de Ingreso a dicha
Universidad para Mayores de Veinticinco Años, que aunque en aquel
momento sin quererlo reconocer, le había sentado tan mal, ahora y más que
nada, al comprobar que si hubiera aprobado, ahora estaría obligándose en los
estudios y por lo tanto sin disfrutar de ellos, como ahora mismo; lo esta
haciendo porque su orgullo le haría estudiar hasta reventar antes de suspender
nada.
Sin embargo en esta Universidad de Mayores de José Saramago le
han enseñado estos Catedráticos jóvenes y bien enterados de su materia, como
se abre la única puerta para escribir, cómo él puede desarrollar su imaginación
hasta límites incalculables, por lo que está muy agradecido: primero de haber
suspendido su ingreso a la Universidad, después por haber podido conocer a
estos Catedráticos de la Universidad de Castilla la Mancha, que con unas
simples palabras han sido capaces de trasmitirle todos los secretos de la

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“Literatura,” para poder decir como dice el poeta: (el primer verso lo escribe
Dios.) y todos los restantes, los tiene que escribir El poeta.
Una vez hecha esta aclaración, “El escribidor” ha comenzando a
notar el aroma de azahar en sus narices, de la huerta valenciana con sus
naranjos en flor, por hacer solo unos minutos que ha pasado por el pueblecito
de ¡La Reval! donde ya blanqueaban los naranjos, con esa flor de azahar, (tan
característica de toda la huerta valenciana). De la que tanto había oído hablar,
bien a su cuñado, y a tantos y tantos de su barrio, que por esas circunstancias
de la vida, se habían tenido que marchar a trabajar fuera, y habían elegido
Valencia.
Como él se había bajado en el pequeño, pero agradable pueblecito
de Aldaya, sobre las diez o diez y cuarto de la mañana, aunque “El
Automotor” de las seis, era por aquel entonces el medio de transporte más
rápido que nosotros teníamos para poder viajar hasta las tierras valencianas en
poco tiempo, dicho transporte aún tardaba entre cuatro a cinco horas. Y si esto
no nos gustaba, teníamos “El correo” que aún era peor, porque este salía de
Madrid sobre las nueve de la mañana, y solía llegar a Valencia sobre las siete
de la tarde, todo esto contando que se diera bien el viaje.
Cuando por fin llegué a la estación de Aldaya, más perdido que
como dice el refrán “El barco del arroz” ahora eso sí, con más ganas y con
más ilusión que nadie de comerme el mundo, aunque cuando te vas dando
cuenta de como se mueve el mundo, es cuando llegas a comprender, que es el
mundo el que te come a ti.
Cuando me bajé en aquella estación de Aldaya estaba embobado
mirando todo a mi alrededor, porque verdaderamente me sentía, el ser más
grande del mundo, y también el más pequeño, tanto que no sabía por donde
meterle mano a esta nueva etapa de mi vida, pero me tuve que bajar de las
nubes y preguntándole a un señor que en aquel momento pasaba por mi lado,
si él era tan amable de poder decirme por donde se iba al “Barrio del Cristo,
este hombre me dijo, vente conmigo y te pongo en el camino del Cementerio,
pienso que lo miré de tan mala manera, porque enseguida rectificó, y me dijo,
que el camino desde Aldaya hasta “El Barrio del Cristo,” era un camino de
unos dos kilómetros de largo, que no había ninguna casa, y que solo estaba el
Cementerio en medio de dicho camino.
Así que este señor me puso en ese camino y era cierto, que eran
muy pocas las casas que allí había, pero cual no sería mi sorpresa, que en la
primera casa que pude ver de aquellas del camino, la señora que estaba
sentada en la puerta era la Bienvenida, la hija del “Tío Nariz” y de la “Tía

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Paca,” que esta familia se habían ido a Valencia, todos desde el barrio de “La
Guindalera,” esta mujer nada más verme me conoció y me dijo: que ella vivía
allí mismo donde estaba sentada y me dijo con estas palabras; ves a esa casa
de ahí delante, es la casa del “Zaino”, el de la Basilisa, Saturnino que seguro
que te acodarás y que lo conocerás en el momento que lo veas, una vez que
ella me dijo esto le pregunté si es que vivían por allí toda la gente del barrio
de “La Guindalera” que en su día se habían marchado a Valencia, ella me
contestó que todos no, pero una mayoría que sí, me dijo que me esperara a
que ella cerrara la puerta y me acompañaba hasta la casa de mi hermana
Maruja. En “El Barrio del Cristo”, también vivía su madre la señora Paca, y
su hermana Andrea y los tres o cuatro hijos que aún le quedaban sin casar.
Así que empezamos a andar hacia “El Barrio del Cristo”, todo me
parecía extraño, pero lo que más me llamaba la atención, era aquel camino de
barro y sin suelo firme, que se parecía más al barrio del río, que a un barrio
donde se suponía que ya había llegado el progreso, aunque por un lado era
mejor para mi, porque esta clase de caminos los conocía bastante bien.
Llegamos hasta las tapias del “Cementerio” y le dije a mi
acompañante que aquello por las noches daría un poco de “Repelús” pasar
por allí, ella me dijo que no, que al estar todos los cementerios así entre
pueblo y pueblo, la gente terminaba por acostumbrarse, que aquellos
cementerios no eran como el de Cuenca; (en medio del campo tan solitario).
Por aquellos caminos no dejaba de pasar gente; llegamos al
“Barrio del Cristo” y ella me acompañó hasta casa de mi hermana Maruja, y
me dijo, le dices a tu hermana que te acompañe a ver a mi madre, que se
alegrara mucho de verte, y también de saber algo de aquellas gentes del viejo
barrio del río, porque aquel barrio de Cuenca, no se olvida así como así.
Este “Barrio del Cristo,” no me causó mala impresión, sería como
nosotros estábamos acostumbrados a vivir con gentes más bien de clase media
tirando a pobres, y aquel barrio también era muy pobre, en sus formas de
construir, por lo menos allí aunque diferente, no note ninguna diferencia de
mi barrio de Cuenca, a mi nuevo barrio de Valencia.
En aquella casa donde vivía mi hermana, eran más bien dos casas
en una, la principal daba a la calle principal, valga la redundancia y otra más
pequeña que estaba dentro del todo, era donde vivía mi hermana con su
todavía pequeña familia.
Esta casa tenía una habitación, donde dormía mi hermana y mi
cuñado con sus dos hijas, otra habitación en la parte de fuera un poco más
grande , que era la que servia de cocina, comedor y cuarto de estar, y desde

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ese día, de dormitorio también para mí, así por la noche extendíamos un
colchón en el suelo y era donde dormía, pero por supuesto más feliz que
nadie.
Al día siguiente de llegar a Valencia me fui con mi cuñado a la
fabrica donde él trabajaba, que según me había dicho le dijeron que si quería,
que podía ir a trabajar allí, esta noticia me hizo muy feliz, porque lo que más
deseaba en aquellos momentos, era ser útil, tanto para mi hermana, como para
mis padres, que aunque se habían quedado en Cuenca les dije que desde
Valencia les iría mandando todo el dinero que pudiera.

TRILOGÍA FOTO 35 MI CUÑADO VICTORIANO CARBALLO.


Ya con mi trabajo buscado me fui a ver a la “Tía Paca” y pude
comprobar que esta mujer y su familia, seguían siendo igual que en el viejo
barrio del río, “La Guindalera” de Cuenca.
Mis andaduras por Valencia eran como si estuviera otra vez en
aquel barrio del río, porque comencé a salir con toda la gente que ya conocía,
así que la adaptación a este nuevo barrio, no se me hizo nada de pesada; la
fábrica donde trabajaba mi cuñado era “La fábrica Porta” esta fábrica también
le daba el nombre a este “Barrio del Cristo,” que era conocido como “El
barrio de Porta”.

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Así que comencé a trabajar, en esta fábrica se dedicaban hacer
ladrillos para la construcción y toda clase de materiales para las obras.
Mi primer trabajo fue el de cargar camiones, en “El Rancho” como
era conocida la zona de carga, que era un vasto patio, donde se amontonaban
toda clase de ladrillos, habidos y por haber.
Una de mis obligaciones desde aquel día que comencé a trabajar,
seria que dichos ladrillos estuvieran bien colocados, los obreros de aquella
fabrica se esmeraban mucho, estos ladrillos estaban colocados por sus
nombres y por sus categorías, que en Valencia se usa mucho el ponerle al
“Ladrillo” su nombre, con arreglo a los centímetros que este medía, (es decir
lo que en Cuenca, era un sencillo) allí se le decía uno del cuatro, y uno doble,
allí era uno del siete, de Bilbao, macizo, del once y así sucesivamente.
Pero esto no me costó mucho tiempo cogerle el truquillo, porque
desde el primer día, no lo encontré nada de complicado, era en lo que más
miedo me había metido mi cuñado, así como queriendo decir, que eso de
quedarse con todos los nombres de los ladrillos era la cosa más complicada
del mundo; pero no se me hizo nada de complicado, aprenderlo. Porque como
ya dije antes, en el curso de la escuela de “San José” de Cuenca, nos habían
enseñado bastante de estas cosas.
Así que este fue mi primer trabajo en Valencia cargando camiones
de “Atabons” como así les llaman ellos a los ladrillos, según mi cuñado era la
faena más baja que había en toda la fábrica, así que pensé, como he pensado
siempre en positivo, diciendo más bajo ya no puedo ir, de aquí para adelante
todo será subir de categoría y comencé mi escalada.
En esta fábrica se trabajaba a turno seguido, es decir turnos de
ocho horas cada uno, de mañana, tarde y noche, en ella podías hacer tus ocho
horas y ya habías terminado tu faena, pero si por el contrario, querías ir por
las tardes, si es que habías terminado por ejemplo el turno de la noche, pues
podías ir, allí te dejaban trabajar todas las horas que tu cuerpo fuera capaz de
resistir.
Esto era lo único bueno que teníamos los obreros de aquella época,
que el trabajo sobraba por todos los lados; personalmente echaba tres o cuatro
horas extras, todos los días, esto me suponía cuarenta y cinco o sesenta
pesetas más, todos los días, porque estas horas extras nos las pagaban a
quince pesetas, el trabajo en estas horas que nos mandaban, no era muy
pesado, y consistía en regar los ladrillos, y tapar los más tiernos por si acaso
llovía.

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La fábrica tenía todo su patio lleno de ladrillos por todas partes,
unos más secos otros menos y había que estar también dándoles la vuelta para
que dichos ladrillos se fueran secando todos por igual, también teníamos que
barrer toda la fábrica para que estuviera muy limpia.
Así que con mis horas extras y todo, solía ganar alrededor de unas
setecientas pesetas a la semana y de ellas tenía que darle a mi hermana para
que ella pudiera darme de comer, y por supuesto, mandarle algo a mi madre,
así que a mí que era el que lo ganaba nunca me quedaba nada, pero esto era lo
que había, aunque a decir verdad, era muy feliz con solo sentirme útil.
Así fue como pasé mis primeros meses en Valencia, con la única
esperanza de que me subieran de categoría en mi trabajo en la fábrica, para
poder ganar un poco más, y poder disfrutar algo también de esta vida por
Valencia.
Si que era cierto que la gente no pasaba hambre, ya que allí en
cualquier campo había naranjas, peras, melocotones, albaricoques, que
aunque no se podían coger, así como así, porque estos árboles tenían dueño,
pero si tomabas alguno del suelo, tampoco pasaba nada.
Así pronto me pude dar cuenta que aquel barrio era muy parecido
al barrio del río de la capital de Cuenca, o si me apuras un poco, pienso que
aún era peor.
Nunca peor por los medios de vida de una ciudad a otra, sino peor,
porque en aquel barrio se mezclaban muchas culturas, gentes de todos los
rincones de España, y por supuesto gente mayor sin ninguna ilusión y sin
ninguna esperanza, con solo un propósito, querer darles a sus hijos aquello
que ellos no pudieron tener, que no era otra cosa que un trozo de suelo que
fuera de su propiedad, aunque fuera en tierra extraña, y con una sola
esperanza, que sus hijos crecieran sin rencor.
Ese rencor que todos ellos se habían dejado en sus tierras de
origen, precisamente en la tierra que los había visto nacer, y que por ciertas
circunstancias que a veces nos reserva la vida, sin olerlo, ni catarlo, te hace
emigrar a otras tierras, con toda la tristeza del mundo en tu pecho, pero
también con toda esa fuerza que te da el saber, que lo pasado, pasado está y
que la vida sigue, y esos chicos que ahora son pequeños, tienen que hacerse
mayores.
Estos hombres mayores de aquel barrio sabían, y lo sabían muy
bien, que lo mejor que podían hacer por sus hijos, no era otro cosa que
emigrar, y por supuesto no contarles nunca porqué se tuvieron que marchar de
su pueblo de origen, de aquel pueblo que los vio nacer y también crecer junto

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a toda la familia, abuelos, tíos, primos y todo aquello que se fue creando en la
posguerra española, que generó tanto odio, entre las familias y entre padres e
hijos, todo esto había que olvidarlo. Pero toda esta gente sabía que aquello no
iba a ser fácil, ni por supuesto rápido.
En aquel barrio me adapté muy pronto, después de todo venía de
otro barrio que era por el estilo así que mi vida allí era relativamente casi
igual que en Cuenca.
Me iba casi todas las tardes a casa de “La tía Paca” y con los que
más me juntaba era con su hijo Jesús, o con su hija María del Carmen con
estos muchachos que eran de mi edad, me iba a todos los sitios; los domingos
a la playa, si teníamos poco o nada de dinero, nos íbamos a la playa de (La
Malvarrosa) o de (Las Arenas) que eran las playas más cercanas a Valencia; y
por lo tanto la que menos nos costaba el autobús, por el contrario si teníamos
algo de dinero, nos íbamos hasta la Calle de San Vicente, que desde allí salían
los autobuses para la playa del (“Saler”), que era por aquel entonces la mejor
playa que tenía el litoral valenciano; porque esta playa tenía una arena
finísima, en su parte trasera, un pinar precioso, con unos pinos piñoneros que
no tenían que envidiar en nada a los pinares de Cuenca, aunque si he de decir
la verdad, a un conquense no es mucho el entusiasmo que le pueda levantar
un pinar, aunque sea el mejor pinar del mundo.
Los pinos no era lo que más nos llamara la atención, pero aquí lo
resalto con tanto entusiasmo, porque aquellas playas eran su mayor atractivo
por aquellos años, así que con todas esas cosas era una persona muy feliz.
Mi trabajo en la fábrica se vio recompensado y me pasaron “Del
rancho” que era lo último, a las máquinas, a coger “Los ladrillos” cuando los
hace “El barro,” faena que según mi cuñado, era la más fina que había en toda
la fábrica, y por supuesto se ganaba más que cargando los camiones, pero un
poco menos que en los hornos. En la máquina ya se estaba más cerca de las
mil pesetas que de las novecientas, mi hermana Maruja se portaba muy bien
conmigo, y mi cuñado Víctor también, aunque siempre les daba lo máximo
que podía y eso que mi hermana nunca me pidió nada, pero mi cuñado
siempre fue un poco más egoísta, aunque eso sí muy buena persona.
Conmigo siempre se portó muy bien, mis sobrinas por aquellos
años eran muy pequeñas y como vivíamos al lado de la fábrica, siempre
cuando sonaba “La sirena” que era el toque que teníamos para salir, ellas se
iban las dos a esperarme. Como tenía por vicio aquello que me hacía a mí mi
padre cuando era chico, de traerme siempre algo de su merienda y que a mí
me estaba tan bueno, esto mismo ahora lo hacía con mis sobrinitas y me hacía

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mucha ilusión, verlas con qué ganas se comían aquel trozo de pan con lo que
tuviera dentro, y si mi hermana me ponía un plátano, también se lo guardaba a
ellas, tan solo por la satisfacción de verlas comérselo con aquellas ganas;
verlas a ellas comiendo, ya me sentía feliz y por lo tanto alimentado.

TRILOGÍA FOTO 36 MIS SOBRINAS CHARITO MARÍA JESÚS Y BEGONIA


En aquella máquina que a mí me costó bastante, hasta poderle ver
el truquillo, porque a lo primero se me esclafaban casi todos los ladrillos, pero
cuando le tomé la manera más fácil; aquello era coser y cantar, como solía
decir muchas veces mi madre.
Así con lo que ganaba en aquella fábrica, tenía bastante y eso que
le daba la mitad de mi sueldo a mi hermana, y cada tres o cuatro semanas,
también le mandaba algo a mi madre, no era mucho, ya que le mandaba
quinientas pesetas más o menos; aunque mi madre siempre me decía que no
les mandaba nada, que los tenía abandonados, bien es verdad que les mandaba
lo que podía y todo ello a costa de no poder ir a ningún lado, pero tanto para
mi, como para todos los chicos de aquella época, los padres siempre eran lo
primero.
Por aquel tiempo ya comencé a coger vicios, como a fumar y más
de un paquete al día, este sería mi primer paso en falso.
Luego también a beber y porqué no decirlo, a alguna que otra vez,
también con las mujeres, aquellas que decía mi madre que eran de mala vida,
y los curas nos decían que esas mujeres, eran el camino de la perdición, pero

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pensé que en esta vida es mejor conocer todas sus cosas, tanto las malas como
las buenas, por uno mismo y sin que nadie te diga lo que tienes que hacer.
De aquellas mujeres malas, según decía siempre mi madre, a mí
me quedo el gusto de poder decir: que algunas estaban pero que muy buenas.
Esto no era por llevarles la contraria a estos curas de la época, que te
excomulgaban por cualquier cosa, esas mujeres que para mí estaban
riquísimas, siempre he pensado que era debido al hambre de estos menesteres,
que nos hacían pasar a los españoles, cuando todo era pecado, y en los cines
cuando salía alguna artista con la pechuga un poco al aire, enseguida le
colocaban un anuncio que le tapara lo poquito que se tenía que ver, esto era
así y así había que tomárselo.
Personalmente he de decir que de aquella época no tengo ni
buenos, ni malos recuerdos, y lo mejor que nosotros teníamos, era aquel
compañerismo, que junto con las amistades que se hacían si que era de clase
superior, con gentes que antes no las habías visto nunca.
Por aquellos años tengo que decir, que me iba bien dentro de lo
que se podía decir bien, en aquellos tiempos, ahora eso sí, con unas ganas
locas de trabajar, pero no era mi caso solo porque entonces todos los
muchachos éramos igual y nos picábamos solo para poder ver, cual era el más
trabajador de nuestro barrio.
Esto le daba grandeza a tu tierra, y daba mucho gusto cuando los
señores encargados de la fábrica “Porta” decían, que la mejor gente para
trabajar en la fábrica eran la gente de Cuenca, esto nos hacía a los conquenses
sacar pecho, ya que en “El Barrio del Cristo,” había muchos conquenses,
también muchos “extremeños” “andaluces”; y de la parte de Ciudad Real, así
que esa era nuestra mejor satisfacción.
En Valencia en casa de mi hermana, estuve todo el tiempo. Porque
en esta fábrica subía de categoría como la espuma, pienso que eso sería como
había comenzado desde lo más bajo.
Así recuerdo el día que vino hasta mí el señor García, diciendo que
le hacía falta uno para los hornos, esta faena de los hornos era a lo máximo
que se podía aspirar allí en aquella fábrica, porque en los hornos era donde
más se ganaba de todos los trabajos y por supuesto también, donde más riesgo
había de coger una enfermedad.
Así que como digo, no hacía más que venir el señor García hasta la
máquina donde nosotros estábamos trabajando y decía como si esto se lo
dijera así mismo, no, es muy joven para los hornos y se marchaba, así estuvo
un par de días, hasta que un día se armó de valor y me dijo, ¿oye Jesús? A ti

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te interesaría entrar en los hornos, y sin pensármelo dos veces le dije que sí.
En los hornos se trabajaba entre siete horas o un poquito más, allí se ganaba
más que en ningún otro sitio de toda “La fábrica” porque siempre se trabajaba
a destajo, el jornal de los hornos, no había ninguna semana que se bajara de
las mil quinientas pesetas.

TRILOGÍA FOTO 37 MI HERMANA MARUJA MI CUÑADO VÍCTOR Y MI HERMANA ENCARNA

Así que no lo dudé ni un segundo, cuando le dije al señor García,


que cuando empezaba, terminé aquella semana, y la próxima a los hornos, a
ganar un jornal de los mejores de aquella época, no me lo podía creer, aunque
mi cuñado me dijo que en los hornos con la ceniza que hacen “los ladrillos”
que se tragaba a muchos de los que allí trabajaban a esas temperaturas tan
altas, muchos de los hombres enfermaban de los pulmones, que debería de
pensármelo antes de entrar a trabajar en dichos hornos siendo tan joven, pero
lo que sí es cierto, es que a mi cuñado no le hice mucho caso, pensaba que me
lo decía al ser yo el elegido para dicho trabajo, siendo uno de los trabajos más
duros de la fábrica, pero también en el que más se ganaba de todos. En los
hornos les caí muy bien a todos mis compañeros.
Se trabajaba en chollas como dicen por Valencia; o sea tres
personas, dos cargando las vagonetas, dentro de los hornos, y otro fuera en el
rancho, descargándolas, y colocándolas en las garberas de ladrillos, cada uno

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en su medida, para después cargarlas en los camiones; si tenías suerte cuando
te tocaba el rancho y venían camiones a cargar, si los ladrillos que salían era
de los que se tenía que cargar el camión, los hombres del rancho te ayudaban
mucho y así ibas sobrado, pero si esto no era así, te tenías que tirar las siete
horas del turno sin levantar cabeza, y esto estaba muy mal visto, que tuvieran
que salir los compañeros del horno para ayudar, cuando ellos ya no tuvieran
más vagonetas donde colocar los ladrillos.
Porque todas ellas estaban ocupadas en el patio; al que le hubiera
tocado en ese turno de dicho patio, no se daban abasto y entonces los de
dentro de los hornos, teníamos que salir para ayudarles, porque así era como
se había hecho siempre.
Esto era así para cualquier turno, mañana, tarde o noche, y estos
compañeros solo tenían que salir al final, cuando ellos ya habían terminado su
misión dentro de los hornos, que dicha misión consistía en dejar el horno
bien limpio para el próximo turno; entonces era cuando se salía al patio y se
descargaban todas las vagonetas que quedaran, y todos a las duchas con la
misión terminada y a casa hasta la entrada del próximo turno, esto era todas
las semanas igual, una semana por la mañana, otra semana por la tarde, y otra
por la noche, todos los días igual.
En la cholla en la que trabajaba, uno de sus componentes era de
Torrente, aunque él siempre decía que había nacido en Alacúas, que él no era
rico, por cuatro centímetros, esto me lo decía a mí cuando estábamos juntos
en los hornos sacando aquellos ladrillos del cuatro, siempre me hacía el
mismo comentario; por este grueso que tiene este ladrillo, yo no soy rico, y su
explicación siempre era la misma, que en la casa de al lado, de la que él había
nacido, allí había nacido “El Conde de Romanonés” ya ves tú Jesús; este
señor, que según cuentan todos aquellos que lo conocieron, era muy rico, y
siempre terminaba diciéndome lo mismo, será que esto de ser rico o de ser
pobre, tendrá que ser así, o porque así está escrito como siempre dice la Biblia
en los casos de la Religión.

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TRILOGÍA FOTO 38 MI MADRE UNA DE LAS CUATRO VERDADES DE MÍ VIDA

CAPITULO NOVENO

El otro compañero Manolo era de Paterna, Manuel también era


muy buen chico, un poco menos dicharachero que el Torrentino, pero muy
buen chico también.
Estos dos hombres tendrían entre cuarenta o cuarenta y cinco años,
al lado de ellos era casi un niño, pero se portaban muy bien conmigo, si bien
es cierto, que en el trabajo nadie te podía ayudar, porque si no ponías
ladrillos, tu parte no subía y la única ayuda que se le podía dar a un
compañero solo era de ánimo
Esto a veces era más de agradecer que otras ayudas, y allí lo
comprobé por mis propias carnes, estos compañeros comenzaron a llamarme
de broma “El Niño Jesús” y por dicho apodo me conocían en toda la fábrica,
cosa que a mí no me disgustaba ni tampoco me parecía mal.
En este trabajo no estuve mucho tiempo, pues como ya me había
dicho mi cuñado allí se enfermaba mucho, como no podía ser de otra forma
no iba a ser una excepción, con mi poco comer ya que todos los días me

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gustaba llevarles algo de mi merienda a mis sobrinitas y
durmiendo en el suelo, porque mi hermana no tenía espacio para poder
colocar una cama, como he dicho me dio ese mal, que no supe nunca como se
llamaba y enfermé de los pulmones, y me tuve que venir a mi casa de Cuenca.
Al volver a mi casa, me busqué un trabajo en una fábrica de
maderas de la zona de la carretera de Valencia, pero pronto noté que no podía
con el trabajo que me habían mandado, ya que me cansaba mucho y por el
contrario no rendía nada, así que determiné por cambiar de oficio.
Me fui a una fabrica de hacer baldosas para el suelo, donde estaba
un buen amigo mío del viejo barrio del río; la empresa que por aquel entonces
estaba haciendo lo que después sería “El Cine Avenida,” que se encargada de
fabricar las baldosas para el suelo de dicho Cine Avenida. Las baldosas se
hacían con una máquina llamada Tirsen, que fue la primera máquina de estas
características que vino a Cuenca. En este trabajo tampoco pude rendir lo que
de mí se esperaba, o sea que estaba enfermo de verdad.
Por aquel entonces no tenía aún veinte años, con esa edad, no hay
enfermedad ni nada que pueda con una persona, pero a mí si que me pudo
esta enfermedad y el médico del pulmón y corazón de Cuenca, me recetó
reposo y buena comida, esto era lo mejor para mi mal, este especialista Don
Teodomiro, era lo mejor que teníamos en Cuenca para el pulmón y el
corazón, después sería su hijo el que siguiera la buena fama de su padre.
En esta etapa de mi vida fue la que más me marcó como persona y
pude ver la gente que te quiere y, esa otra que huía de mí. Mi madre que no
tenía dinero, se empeñó hasta los ojos, porque a mí no me faltara de nada, ni
una buena chuleta, ni nada de lo que mi enfermedad requería, como era carne
roja muy poco hecha, que según le dijo el médico esto era lo mejor que yo
podía comer, para curar lo antes posible dicha enfermedad.
Esto ahora lo escribo con un sentimiento de tristeza, al recordar y
verme tan impotente el no poder ayudarle a mi madre, y encima de lo poco
que entraba en mi casa, era casi todo para mí; cuantas veces se iba mi padre a
labrar todo el santo día, con un boniato en el talego de la merienda, y aún
volvía con medio para mi madre o para mí, ese desinterés, y esa falta de
egoísmo, eso lo llevaré siempre guardado en lo más hondo de mi corazón, ese
amor de mis padres. Esto fue para mí la cara buena de una enfermedad, si es
que una enfermedad puede tener alguna cara buena.
También tengo de aquellos años un recuerdo a una persona, que no
era nada mío, porque era un hermano de mi cuñado “El gordo” este muchacho
fue otro que por aquella época, me demostró lo que significaba el valor de la

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amistad, este hombre Ciriaco, siempre fue para mí como un
hermano, él nunca me pidió nada, pero sabe que si alguna vez necesitara algo
de mí, no tendría más que pedirlo, si es que no me hubiera dado cuenta antes
y se lo llevaría sin necesidad de que él lo pidiera.

TRILOGÍA FOTO 39 UNOS CUANTOS GUINDALEROS EN LA BODA DE CIRIACO.

Este hombre que por aquellos años, trabajaba como conductor de un camión,
llevando el trigo de siembra por los pueblos de la provincia de Cuenca,
siempre me decía que me fuera con él, que así me daría el aire, porque el aire
de la sierra era muy bueno para mi enfermedad, no solo me sacaba de mi casa,
sino que también me compraba un bocadillo para que no pasara hambre, y a
todo esto no le podía ayudar en nada, no porque no quisiera, sino porque no
podía, por aquella lesión en el pulmón. De aquella etapa de mi vida no guardo
buenos recuerdos; porque una de las peores cosas que le pueden pasar a un ser
humano, es querer y no poder, como en esa época me pasaba a mí.
Pero este tiempo también me enseñó una cosa buena, como es
querer a tus padres, junto a otras personas con verdadero cariño, porque a esa
edad, crees que no te hace falta nadie y es precisamente cuando más falta les
hace a todos los seres humanos, lo que pasa es que cuando de verdad te falta
alguien que te pueda ayudar, entonces siempre están los mismos, y estos son
los que nunca fallan, como son los padres y en mi caso, mí buen amigo que es
Ciriaco Hernansaiz Moreno.

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Así estuve no recuerdo bien, pero más de medio año, y cuando me
dijo el médico que podía comenzar a hacer algo, me fui otra vez con mi
cuñado Amadeo, que por aquel entonces estaba haciendo la casa más alta que
había en Cuenca, en la Calle de Fermín Caballero, que tenía nueve alturas y la
construyo Luis Cruz. Este hombre era un constructor de aquella época, estuve
unos meses con el y luego me puse por mi cuenta para hacer unas viviendas
en el barrio de “Las Quinientas,” que estas viviendas las hacía un constructor,
que por aquellos años se dedicaba a hacer carreteras, pero le salieron unas
viviendas y también se atrevió con ellas,
Este señor Crispín Olmeda Díaz, me dio trabajo ya como oficial de
la construcción, así fue mi comienzo a construir viviendas, unas viviendas que
eran un solar muy pequeñito, que este señor tenía en la Avenida de los Reyes
Católicos, que el local daba a esta calle y también al paseo de San Antonio,
este hombre sacó ocho viviendas donde no había sitio para dos, hizo cuatro
plantas de dos viviendas, por planta, o sea cuatro plantas por dos viviendas
igual a ocho viviendas, de cincuenta metros cada una, para que le dieran la
ayuda que por aquellos años, daban por medio del Ministerio de la Vivienda.
Las casas deberían tener tres dormitorios, para poder lograr eso,
allí tuve que hacer encaje de bolillos. Así que tabicaba una vivienda y si no le
faltaban centímetros a una habitación, le faltaban a otra, así una y otra vez,
hasta que pude por fin tabicarlas.
Por aquel tiempo se me empezaron a dar oportunidades, pero lo
que pasa siempre, tenía buena visión de la vida, pero sin embargo no tenía
dinero, ni a nadie que me pudiera prestar, porque por aquella época un pobre
no tenía ningún crédito. Si por aquellos años hubiera tenido cuarenta mil
pesetas, o quién me las pudiera haber prestado, seguramente que me hubiera
quedado con aquellas ocho viviendas, porque este señor solo pedía cinco mil
pesetas de entrada por cada vivienda, el precio de cada vivienda era de
ochenta mil pesetas.
Para pagar esas ochenta mil pesetas, este hombre daba hasta veinte
años en una hipoteca, que ya comenzábamos los españoles de mi pelaje, a
saber lo que eso era por aquellos años, pero para que te pudieran dar y meterte
en una hipoteca, siempre tenías que poner algo de valor en prenda, y yo por
aquellos años no tenía nada más que mi buena voluntad, ¡pero nada más!
Pero claro esto en el año de mil novecientos sesenta y cinco era
mucho dinero, quien lo tenía, no lo empleaba en estas cosas, ya que los ricos
eran ricos por las tierras de labor que tenían, los pisos comenzaron a dar
dividendos unos años después, así que con esto comencé a darme cuenta que

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cuando una cosa que empiezo con toda la ilusión del mundo, no
me sale como yo la he pensado, entonces me paro a pensar y siempre digo lo
mismo, si esto que lo veo tan claro no me ha salido, seguro que es porque
Dios no quiere que esto salga.
Porque aunque no había créditos ni nada para los pobres, pero los
créditos del cielo eran todos para nosotros, ya que de las personas pudientes
no podíamos esperar nada, siempre nos quedaba la esperanza que Dios se
acordara de nosotros, para llegar a triunfar por méritos divinos, que a decir
verdad, eran más fáciles que los mundanos.
Por estos años ya con más de veinte años, me pude dar cuenta de
lo hipócrita que era la gente, cuando no tienes nada, nadie te mira, incluso hay
quien dice, pero dónde va este.
Nadie te paga un vaso de vino en una taberna, o sea, no eres nada
pero sin embargo, si trabajas bien y te vas abriendo camino, por suerte, o por
lo que sea, te sobra un duro, entonces todo son parabienes y te convidan en
todos los lados, esto siempre es lo mismo, cuando estás a medio camino te
dicen si te hace falta algo, no tienes más que decirlo, pero cuando ya eres
pájaro baqueteado de estos tipejos, les contestas con la misma forma que
ellos, pero si eres un poco inteligente, con un poco más de jaboncillo. Cuando
ellos piensan que tienen ganada tu voluntad, ellos te van a decir siempre tuve
confianza en tí, porque eso sí, hay que mantenerte siempre cerca, por si
necesitan algo de tí.
Pero si tú no tienes nada, por parte de ellos te vas a morir de asco;
pero como esta gente, vea que tú tienes lo más mínimo que ellos se puedan
aprovechar, no te dejarán en paz. Esta gente se hacen pasar por clase media o
media alta, siempre trabajan igual, te hincharán de palmaditas en la espalda y
luego si te he visto no me acuerdo.
Cuando “El escribidor” está escribiendo esto, con una sonrisa en
su rostro, porque acaba de venir de la Universidad de Mayores de José
Saramago, y le han explicado los profesores que antes los niños venían con un
pan debajo del brazo, pero que ahora sin embargo, los niños venían con un
bloc de notas, donde poder escribir, todos sus sueños.
Le hace pensar que aunque tarde, todavía tiene tiempo para poder
desarrollar aquellas ideas suyas de cuando niño, porque ahora todo el mundo
puede estudiar y sus hijos ya le están demostrando sus ganas, su hija Geny ya
es Licenciada en Ciencias de la Información, por la rama de “Periodismo” y
su hijo Julio también parece ser que le gustan los estudios y ha terminado
Magisterio, en la Universidad de Castilla la Mancha.

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Y ahora le ha pedido seguir en la Universidad de Salamanca, sus
estudios de Pedagogía. Con estas cosas y algunas más, ahora “El escribidor”
puede ver, que un pobre con talento, puede llegar a donde él se proponga, y
porqué no decirlo, aunque él ya está más en la clase media alta, que en su
pobreza extrema de su nacimiento, si que es cierto que siempre se alegra
mucho, con los avances de las clases sociales más bajas.
Porque siempre ha pensado, que eso del talento no lo puede
comprar el dinero, se tiene o no se tiene, otra cosa bien distinta, es su
explotación, y según él, esto no mira barrios de lujo ni barrios pobres, suele
ser un regalo de Dios.
Volviendo con mi historia tengo que decir que con este contratista
con su hijo Paulino estuve bastante tiempo, más de un año, en una huerta que
ellos tenían por la zona de “La grillera” frente al terminillo de Cuenca.
Allí en aquella huerta les hice unas naves, para poder guardar el
ganado, un pozo, y también una piscina. En todos estos trabajos siempre me
ayudaba Valiente que por aquellos años él ya era mayor, también el hijo del
señor Crispín Paulino, que este muchacho no quiso estudiar, su hermano
“Miguelote” si que estudió, y según me dijeron “miguelote” era uno de los
que mandaban en la Universidad de Navarra; su hermana “Chonín” también
estudió y se hizo Magistrado y está por Valencia.
Con este hombre el señor Crispín y con su hijo Paulino, llegué eso
sí, con mucho empeño, a hacerme un oficial completo de la construcción, y
cuando terminamos de hacer todos aquellos trabajos en la huerta, no tenía
nada más que hacer.
Me fui a buscarme trabajo a otra empresa de Cuenca, conocida con
el nombre de los Hermanos Segarra, empresa que era de dos hermanos pero
que trabajaban por separado, el nombre de la empresa era igual, solo se
diferenciaba por el nombre de cada uno de ellos, porque uno era Mariano y el
otro Agustín.
Uno de estos hermanos estaba haciendo por aquellos años el
Cuartel de la Guardia Civil de Cuenca, allí me dieron trabajo de oficial de
segunda de la construcción y comencé a trabajar junto a otros tres oficiales,
que los había conocido en el bar.
Allí nos mandaron hacer las cubiertas de todos los edificios de
dicho cuartel, trabajábamos a destajo y cuantas más tabicas, o cerramientos,
capas de compresión, o tejados hacíamos, más ganábamos todos.
Así que cuando los otros oficiales pudieron comprobar mi
habilidad para untar los ladrillos con el yeso, pensaron que me tenía que

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dedicar a untarles ladrillos a los otros oficiales, porque mi habilidad era tal,
que yo solo era capaz de untarles a todos ellos, los ladrillos que eran capaces
de poner, así los demás ayudantes, se podían dedicar a otras cosas y todos
ganaríamos más dinero.
En este trabajo estaba muy contento porque no me resentía de nada
de mi antigua lesión, y encima mi trabajo, era muy valorado.
Cuando terminamos en el Cuartel de la Guardia Civil, nos
mandaron a unos cuantos, hacer “La Fabrica de Maderas del Ayuntamiento de
Cuenca” que por aquellas fechas, fue cuando la quitaron de la Calle de Cuatro
Caminos, y se la llevaron a la carretera de Valencia, como a un par de
kilómetros de Cuenca.

TRILOGÍA FOTO 40 ADALBERTO Y FAUSTINO CON UNOS AMIGOS EN EL BAR PAQUITO EN EL BARRIO DEL CRISTO.

Allí en la construcción de esta fábrica, estuve como tres o cuatro


meses y conocí a un muchacho de Valdecolmenas de Arriba, que también
trabajaba allí, era un par de años más joven que yo. Este muchacho un día me
dijo que a él Cuenca no le gustaba, que en el momento que pudiera se iría a
trabajar a Valencia, cuando le pregunté si tenía familia en Valencia, me dijo

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que no, pero que una hermana de su madre tenía allí un piso, y le había dicho
ya varias veces, que si se iba a trabajar allí que podía contar con él.
Le dije que cuando hiciera la idea de marcharse, que me lo dijera
para irnos los dos juntos a trabajar a Valencia, que como ya había estado
trabajando allí, me gustaba mucho Valencia, este muchacho me dijo igual,
que cuando pensara en irme, que se lo dijera y lo mismo nos marchábamos
juntos.
Unos días después de esta conversación, nos fuimos a su pueblo
para decírselo a su madre que nos marchábamos a Valencia, y al día siguiente
preparamos los bártulos y para las tierras del Cid. Se nos unió un hermano de
mi cuñado Amadeo, al que todos le llamábamos Adalberto; así que nos
subimos en el tren de las seis de la mañana y para Valencia.
Cuando llegamos a Valencia, lo primero que teníamos que hacer
era buscar trabajo, ya que para dormir ya teníamos la casa de la tía de
Faustino, y para comer, como todas nuestras pertenencias las llevábamos
encima, pues donde nos pillara más próximo. Una vez que estuve otra vez en
Valencia, me fui a la fábrica de Porta que ya estuve en la otra ocasión y les
pedí trabajo, me dijeron que si; aunque ahora no eran los mismos dueños,
pero la mayoría de la gente que allí trabajaba, si que eran los mismos de la
otra vez cuando estuve, así que me conocían casi todos los compañeros que
había tenido en los hornos, y me preguntaron todos como estaba, y si iba a
trabajar en los hornos otra vez, les contesté que no, que en los hornos no
volvería a trabajar nunca más.
Esta vez trabajaría en el rancho cargando camiones, ellos me
dijeron que si cambiaba de idea, con ellos siempre tendría sitio, cosas que
siempre son de agradecer. Pude ver que en esta fábrica me seguían
apreciando, por las muestras de agrado recibidas diría que bastante.
Estuve cargando camiones como un par de meses, y allí en (El
barrio del Cristo) nos buscamos una pensión que era un bar, conocido como el
Bar. Paquito
Sus propietarios Paquito y la señora Asunción, aún guardo los
mejores recuerdos de aquellos mis primeros años por las tierras de Valencia, y
de toda aquella mi primera etapa fuera de Cuenca, o lo que es lo mismo, lejos
de mis padres y de todas aquellas gentes del río: tanto que me atrevería a ir
más lejos, y decir de casi toda mi vida. Siempre me he preguntado como
podía haber personas tan buenas por el mundo, que sean capaces de darte todo
a cambio de nada, ya que esta familia era así. A la pensión nos fuimos los tres
de Cuenca, Adalberto, que ya le habían puesto de apodo, “El viejo,”

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Faustino, que toda la gente de aquel barrio lo conocía como “El
chaval” y a mí que todos me conocían por el sobrenombre de “El bala” este
apodo nunca llegué a saber porqué, sería como a mí por aquellos años me
gustaban tanto los toros y por aquel entonces había un torero muy parecido a
mí que le llamaban así.
En aquella casa de Paquito, pronto me dieron confianza plena y
como había trabajado de camarero cuando veía el bar lleno, me metía detrás
del mostrador para ayudarles, así que en muy poco tiempo, en aquella casa era
como de la familia, y la verdad es que este matrimonio se merecía que les
ayudásemos, ya que ellos nunca pidieron nada a nadie. Si trabajabas y podías
pagar pagabas, y si no trabajabas, en aquella casa que se sepa, nunca se quedó
nadie sin un plato de comida, tuviera dinero o no tuviera nada, y por supuesto
sin una cama.
Este matrimonio me buscó un trabajo en el Ayuntamiento de Cuart
de Poblet; porque el señor que llevaba las obras de este Ayuntamiento, era
muy amigo de la casa de Paquito, y era un tal Forqueta, ellos me dijeron que
allí estaría mejor, que en la fábrica de Porta, que esta fábrica, era para gente
más mayor, porque los jóvenes teníamos que aspirar a más.
Así que comencé a trabajar con este contratista, y mi trabajo
consistía en ir arreglando todo lo que se fuera rompiendo por todas las calles
del pueblo, y los centros que dependían del Ayuntamiento. Este contratista era
muy buena persona, y conmigo se portaba muy bien, de todas formas por
aquellos años, la gente solía ser muy humana, y si eras cumplidor de tu
trabajo, con eso ya era suficiente para ser bien mirado por todos.
Así fui pasando el tiempo en mi nuevo trabajo y en esta pensión,
que para mí, guarda los mejores momentos de mi existencia hasta entonces.
Paquito el marido de la patrona era una enciclopedia abierta,
contándonos cosas de las muchas que a él le habían pasado. Por aquel
entonces todo mi afán era saber, como me pasaba todo el día trabajando,
estaba deseando subir a las habitaciones donde nosotros dormíamos y todavía
abría un libro para poder leer un rato, aunque solo fuera media hora, si no,
hacía esta media hora de lectura, parecía que me faltaba algo.
Esto era una afición que me ha acompañado toda mi vida y de la
cual, siempre me he sentido muy orgulloso, eran libros que me dejaban, por
eso no podía exigir, pero cuando tenía los cinco duros de sobra que solían
costar los libros por aquel entonces, me lo compraba y entonces sí que exigía
que el libro en cuestión fuera muy bueno; para mí que los libros fueran muy
buenos, eran los de esos personajes del pasado como Espronceda, Unamuno,

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“Las leyendas de Bécquer” y la poesía de “Góngora,” si caía en mis manos
algún escrito de aquel hombre que dijo “yo soy yo y mis circunstancias,” ni
que decir tiene que me estoy refiriendo a Don José Ortega y Gassett, aunque
si he de decir todo lo que entendía de Literatura de la época que ahora estoy
hablando, era desde José de Larra un romántico, hasta (la generación del 27)
que para mí con esta generación se terminó el esplendor que había tenido la
Literatura Española hasta entonces, ya que estos escritores y poetas, o estos
hombres de letras, como los queramos llamar, ellos tenían una frase en común
y que la han dicho a lo largo de la historia infinidad de escritores, lo mismo
que la decían ellos hablo como pienso, y pienso como hablo, frase que si no,
se analiza no nos dice nada, si la estudiáramos un poco, podríamos ver que
tiene un sentido muy trascendental y que muchas roturas, de muchas
personas, vienen por estas cosas de decir algo sin pensarlo.
Por eso estos iluminados de la palabra, cuando decían algo, lo
habían pensado tantas veces, que era casi imposible que le hubieran dejado en
esa palabra que ellos decían alguna espinita indecible.
Es por eso por lo que estos hombres molestaban muy pocas veces,
amén que su misión por las circunstancias que llevan todas las épocas
literarias; estos personajes siempre han estado al lado del más débil, eso sí,
siempre que lo asistiera “La razón,” pero esto era siempre igual o casi igual,
en el momento que el Gobierno de turno, les daba una Cátedra en una
Universidad o algún puesto de resonancia, allí se terminaba su defensa del
más débil, para pasar a los dichos de su época, como por ejemplo eran estos
de Góngora: ande yo caliente, y ríase la gente, o este otro, dame pan y dime
tonto, o de lo que no cuesta se llena la cesta, y así podríamos enumerar un
montón de ellos más, pero a lo largo del tiempo ya los iré poniendo y ahora
voy a volver a los dichos y las cosas de mi patrón en el “Bar. Paquito” del
“Barrio del Cristo” en Valencia.
Paquito que solía casi siempre estar contento, bien por su forma de
ser, que para aquellos años era muy dicharachera o bien por haberse tomado
unas cuantas copas demás, como solía decir una de las canciones de por
aquellos tiempos, así que ya no era por aquel refrán que decía que cuando el
español canta, o esta loco o poco le falta; no, era por eso, era porque esté
hombre cantaba y ya está, y una de sus letras preferidas que la cantaba
infinidad de veces decía así.
La mosca chupa la araña
la araña chupa la miel,
y en el bolsillo del hombre la que chupa es la mujer.

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Este hombre tenía muchos dichos, y algunos tan raros, que por lo
menos a mí me hacía muchas veces dudar, si lo que decía era cierto, o por el
contrario era porque él siempre tenía que decir algo. Un hombre que iba
mucho por su bar que su oficio era de enterrador, él siempre lo llamaba Fulta
Mort, según me pude enterar bastantes años después, significa (Roba
Muertos) en valenciano.

TRILOGÍA FOTO 41 PAQUITO EL CHAVAL LA SEÑORA ASUNCIÓN EL BALA Y DRÁCULA.


Aún recuerdo el día que se me ocurrió preguntarle que donde había
nacido, él me contestó con estas palabras, que su pueblo era donde se acababa
el mundo; a mí me dejó bastante perplejo, pero ya no me atreví a seguir
preguntándole más cosas, por si acaso me salía por los cerros de Úbeda como
se decía por aquel entonces.
Pero cuando llevaba un poco tiempo en aquella casa, ya no tuve
que preguntarle más; porque el bueno de Paquito unos días por iniciativa
propia, y otros días porque tenía ganas de charlar; me fue contando todas las
cosas que él quería contarme. Así fueron los muchos años que estuve en
aquella pensión, más que pensión diría mi casa.

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También decir que cuando ya se me habían olvidado dichas cosas;
él me solía decir; ¡oye! “Bala” ¿has descubierto ya de qué pueblo soy?,
¿hombre si se acaba el mundo allí, tampoco tengo muchas ganas de
conocerlo?, Paquito me preguntó ¿pero te has parado a pensar por lo menos,
porqué se termina el mundo allí? ¿pues mire no?, eso lo dicen en mi pueblo
que es Bétera, por que allí se terminan los raíles de los trenes, o sea (El
trenecillo de vía estrecha), no el que viene de tu pueblo de Cuenca, sino, ese
otro tren que lo habrás podido ver más de una vez, ese que pasa por el pueblo
de Cuart de Poblet, y que tú desde tu nuevo trabajo, lo verás todos los días, le
contesté que sí que lo había visto, y le dije que porque su pueblo fuera la
última estación, no era motivo para decir que se terminaba el mundo, me dijo
que así lo decían sus paisanos y que así lo decía él también, le dije pues como
decía aquel ¿yo tampoco le voy a llevar la contraria?
En este “Barrio del Cristo”, conocí a gentes de diversas formas de
vida y de diferentes Regiones como Extremadura, Andalucía y por supuesto
de Castilla la Nueva, que era así como se le llamaba por aquel entonces a
Castilla la Mancha, y esto ocurría cuando estábamos con Madrid en vez de
con Albacete.
Los andaluces del “Barrio del Cristo”, eran de casi toda Andalucía
pero de donde más había, eran de la parte de Jaén, estas gentes eran más bien
de clases bajas, o sea, de los perdedores de la Guerra Civil Española.
Este barrio lo que tenía que lo diferenciaba de los demás, era la
humanidad de sus gentes, allí nadie le preguntaba a nadie de donde era, ni
porqué había escogido aquel sitio por destino, allí solo había una pregunta
cuando alguien llegaba a aquel barrio, con la tristeza en el alma y el miedo de
la desesperación saliéndoles por los ojos y reflejado en su rostro, en su cuerpo
y en todo su ser.
Solo se les preguntaba si tenían sitio para vivir, que la mayoría de
las veces la contestación era que no; acto seguido se les improvisaba una
chabola que no se tardaba nunca más de una noche en su construcción, porque
aquello se componía de cuatro paredes, dos chapas de Uralita en su tejado, y
ya se podían meter a vivir en ella, con esto ya no se les podía echar, luego con
el tiempo ya se encargarían la familia en cuestión de hacerse una casa a su
gusto.
En este barrio era un vivir en culturas de diferentes pueblos, pero
con una misma causa en común, que era vivir con unas gentes de las que nada
sabías y que nunca habías visto, sin embargo, te trataban bastante mejor que

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tus paisanos, o incluso mejor que tu propia familia, y que aquellos de la tierra
donde habías nacido.
De esa parte de Jaén me hice muy amigo de Modesto; que este
muchacho era hermano de “Joselito el Pequeño Ruiseñor”. Este hombre tenía
un bar, en el “Barrio del Cristo” y que se llamaba “Bar. Tres Estrellas,” que
según me dijo, estaba casado con una chica de Cuenca. Por aquella época su
hermano Joselito era una celebridad en el cine y hacía muchas películas,
llegando a situar a todos sus hermanos que eran muchos.

TRILOGÍA FOTO 42 PERSONAS MAYORES DEL BARRIO DEL CRISTO JUNTO AL CHAVAL Y EL BALA.
Unos en el “Barrio del Cristo”, a otros en el pueblo de Torrente, a
una de sus hermanas en este barrio le puso un bodegón, que quiero resaltar
porque su eslogan decía así.
Visite el bodegón
beberá bueno y barato,
y verá televisión.
Por aquellos años fue cuando comenzaron a ponerse las
televisiones en los bares, muy poquitas, por no decir ninguna, en las casas de

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la clase social más bien baja. Está clase social era la que se daba
cita en aquel “Barrio del Cristo”. Por aquellos años la televisión era un lujo de
la alta sociedad, que en las casas de los pobres, aún tardaría más de diez años
en llegar.
También de la Región de Extremadura, conocí al tío Jacinto y su
tropa, una familia que era de una parte de Badajoz, que estaba a un paso de
Portugal y según me contaba este hombre allá en su pueblo; casi toda la gente
vivía de lo mismo, o sea del estraperlo del café de Portugal, este hombre que
todos lo llamaban “El tío pitengué” me contaba muchas aventuras de su tierra
y llegué hacerme muy amigo de esta familia.
Con su hijo el mayor Paco, por entonces visitábamos los mismos
bares y estábamos siempre juntos, en un bar, que se llamaba Bar Amor. Este
bar era de una familia de Murcia de un pueblecito llamado “Bullas,” pues por
aquellos tiempos todas las grandes amistades se hacían en los bares. Por
aquellos años estaba comenzando a beber quizás más de la cuenta, claro que
también es cierto, que la juventud de entonces no le veíamos ningún porvenir
a la vida.
Este era el sino de las gentes más pobres, trabajar para sobrevivir y
todo esto, sin poder mirar más allá de donde tus narices fueran capaces de
mirar. Siempre era igual, sabías que el talento y el buen trabajo, estaban
reservados de padres a hijos; todo el talento obrero estaba destinado, para el
beneficio del patrón, con esta condición salías de tu casa, sabiendo que no se
podía aspirar a más.
El dueño del Bar Amor tenía una sobrina muy guapa, que cantaba
muy bien, y como por aquellos años a mí todo lo que fuera juerga me parecía
bien, pronto me hice de la pandilla de esta chica. Cuando la conocí fuimos un
poco tiempo novios, hasta se la presenté a mis padres, pero el destino te tiene
reservado siempre el sitio, y hasta que tú no llegas a él, por demás a de ser,
siendo una gran tontería tratar de cambiarlo. Esta chica estaba escrito, que no
iba a ser la que me tuviera reservado el destino.
También en aquel barrio se hablaba muy mal del Régimen Político
que había por aquel entonces, como no podía ser de otra forma, era el
Régimen del Generalísimo Franco. Palabras como trapajo, traidor,
degenerado y otras peores, en aquel barrio estaban a la orden del día, estas
palabras si se te ocurría decirlas en otros sitios, que no fueran en este barrio,
te podían costar muy caras, tanto como hasta la cárcel y todo esto sin
remisión.

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En este barrio a muchas personas mayores, con solo nombrarles a
Franco, ya las podías ver como se les hinchaban las narices y su furia
comenzaba a subir de tono, algunas de estas personas, parecía que echaban
espuma por la boca; o sea, que hablar de este señor por el barrio, te podía
costar caro y tratar de defender sus ideas, con esto seguro que salías caliente
de allí, todo aquel que a tal hazaña se atreviera.
También hay que decir que allí había personas muy introvertidas, y
que miraban la vida desde otra óptica, por lo tanto más resignados a su suerte.
Estaba un señor que me hice muy amigo suyo, porque este hombre aunque él
tenía veinte años más que yo, siempre estaba alegre, así como si la vida no
fuera para nada con él; aquel hombre era muy alto, casi de uno noventa, que
para aquellos tiempos era mucho, su mujer era muy chiquitina, estoy seguro
que no llegaba al metro y medio; pero lo que sí recuerdo de este matrimonio,
es que ellos se llevaban muy bien y por tal motivo los quería todo el barrio; a
él le llamaban “Drácula” y a ella “Mari” este hombre como buen sevillano,
siempre estaba de broma y de juerga.
Siempre recordaré que cuando se tomaba unos vasitos demás, que
era un día sí, y otro también, se iba al lado del aeropuerto de Manises y se
preparaba un buen puñado de cardos seteros que se crían por el campo; tobas
como se les conoce por Castilla; a todo el que veía, siempre le decía lo
mismo, acercándole dicho cardo a las narices. Toma y huele que estos son
claveles del parque de María Luisa, y todo aquel que los huele se le hinchan
las narices.
Claro que se hinchaban las narices, pero era de los pinchazos que
el amigo “Drácula” te daba con los cardos en dichas narices.
También otros muchos personajes, porque este era un barrio donde
te podías encontrar con un familiar de un famoso torero, o artista, o porqué no
decirlo, con el más afamado de los carteristas del momento; porque por
aquella época abundaban mucho, ya fuera para bien o para mal. Como solían
decir ellos; de tejas para abajo, cada uno vive de su trabajo.
Así que esta era mi forma de vivir en este “Barrio del Cristo”,
hasta que a últimos de aquel año de mil novecientos sesenta y siete, me
llamaron mis padres porque me tenía que incorporar a filas, o sea, que a mí
me esperaba el Servicio Militar. Me vine a Cuenca, más que nada, por saber
donde me había tocado hacer la mili; cuando mis padres me dijeron que tenía
que irme a Madrid al Centro de Instrucción de Reclutas número dos, y que
este Centro según les habían dicho a ellos, estaba por Alcalá de Henares en la
provincia de Madrid.

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Cuando pregunté en Cuenca me volvieron a decir aquello que ya
sabía, que tenía que ir tal día al Centro de Reclutamiento de Cuenca. Allí me
dijeron que me había tocado al Centro de Reclutamiento número dos, o sea
“al manicomio” que había en Alcalá de Henares, que lo habían hecho Centro
de Reclutamiento, y que nosotros pertenecíamos al sesenta y seis, al tercer
llamamiento de septiembre.
Así que el día veintiuno de septiembre del año sesenta y siete,
salimos en un tren desde la estación de Cuenca, rumbo donde nos quisieran
llevar; aunque nos dijeron que nos llevaban a Madrid, para hacer nuestro
Servicio Militar. Este tren era un borreguero como los llamaban por aquel
entonces a estos trenes, que no reunían la mínima decencia, para llamarlos
trenes de viajeros, por eso se les llamaba borregueros.
Estos trenes eran los que tenían para transportar el ganado, eran
tan lentos que había que echar bota y merienda para ir de Cuenca a Madrid, o
para hacer cualquier recorrido que fuera más de cien kilómetros. en este tren
llegamos hacia el medio día a Madrid, a la estación de Atocha y desde allí,
nos llevaron andando pero formados hasta un cuartel que había encima de la
estación de Atocha; este cuartel lo llamaban de León Treinta y Ocho, allí
comimos a eso de la media tarde.
Un sargento nos mandó a formar, para que por el mismo camino,
otra vez a la estación de Atocha; una vez en dicha estación, subir a ese tren
que nos llevaría hasta la estación de Alcalá de Henares.
A todo esto eran ya las siete de la tarde, y aún nos quedaban treinta
kilómetros para llegar a nuestro destino final, que no era otro, que Alcalá de
Henares.
Cuando llegamos allí ya era hora de cenar, así que a formar otra
vez y para el comedor, nos dieron un plato de sopa y unos pescados, con un
poco de vino y una fruta. Esto lo relato así porque fui uno de los pocos de
aquella expedición, que me tocó hacer toda la mili en Alcalá de Henares, o
sea, los catorce meses, los tres meses de la Instrucción, y los otros once
restantes en Alcalá de Henares.
Casi todas las noches la cena era la misma, sopa y pescado, es
decir siempre o casi siempre lo mismo, y como diría mi madre, que no faltara,
lo único que solían cambiar era el postre, que unas noches te ponían una
manzana, otras era una naranja, pero por lo demás todas las noches eran igual.
Así terminábamos de cenar y al batallón a dormir.

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TRILOGÍA FOTO 43 VALIENTE CON UNOS AMIGOS EN LA MILI

CAPITULO DÉCIMO

Este fue el viaje hasta esa zona en la que iba a estar nuestra casa
por unos meses. Esa noche ni que decir tiene, que no pegamos ojo ninguno de
los allí encerrados, más que nada por el miedo a lo desconocido, eso que
éramos unos cuantos del barrio de “La Guindalera” y con ello nos podíamos
sentir algo más protegidos, pero ni por esas, el miedo a lo desconocido pudo
más que nuestra amistad del barrio del río. El miedo a lo desconocido era más
grande que otra cosa, ya que la mayor parte de los muchachos que allí
estábamos, era la primera vez que salíamos de casa de los padres. No era mi
caso, pero sí que ahora, era distinto de mis otras salidas de mi casa.
Muchos de aquellos muchachos eran lo primero que veía que no
fueran los cerros de su pueblo, y para más INRI, siendo una gran mayoría
analfabeta. Pero analfabetos, no de estos de ahora, de saber leer y escribir
muy poco, entonces eran de no saber ni leer, ni escribir, pero nada de nada.

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Al día siguiente a las seis de la mañana el Corneta tocó diana y
otra vez todos a formar, solo para contarnos, por ver si estábamos todos, no se
donde nos íbamos a ir sin conocer a nadie, pero el Servicio Militar se movía
así y nosotros no éramos nadie para cambiarlo.
Así que una vez contados y visto que allí no faltaba nadie, otra vez
para arriba a la compañía, para hacer la cama y colocar un poco el petate en la
taquilla, a las ocho, otra vez para el patio a formar e ir al comedor a
desayunar. El desayuno consistía en un chocolate con leche y un trozo de pan,
el chocolate que así se llamaba, llevaba de todo, menos chocolate, ya que
aquello era una aguachirri, que había que tener muchas, pero que muchas
ganas de chocolate, para poderte beber aquello. Desayunamos y al patio, que
lo llamaban el patio de la Jura de Bandera.
Allí estaban los angares, donde nos harían la ficha de la filiación
para tomar todos nuestros datos, la mayoría de estos datos, eran de obligado
cumplimiento y otros de pura invención, porque nosotros no teníamos historia
militar para sacar realidades.
Estos datos eran, el nombre y los apellidos, el lugar y fecha de
nacimiento, todo esto, más los otros de carácter militar, que esos eran una
pura chorrada, pero que los ponían ellos, y casi nunca te preguntaban para que
ponían el color del pelo y de los ojos, y si tenías algún rasgo de los que no
fueran muy común, así como cicatrices y otras cosas, luego venía la Religión;
en esto de la Religión, éramos todos Católicos por significar Religión
Mundial; Apostólicos esto según me dijeron por venir de los Apóstoles, y
Romanos, que al llegar a esta definición, ya sabía que esto era por venir de
Roma.
Otro de los datos a tener en cuenta, era el valor, en esto solían
poner. Valor se le Supone. Y pasando un poco de tiempo en estas
Giringocias, entonces nos hacían las hojas de castigo; que en esta hoja se
ponían todos los datos personales, y como no nos había dado tiempo de
ponerle ningún castigo, y la hoja estaba en blanco, se le ponía ¿ninguno hasta
la fecha?
Este expediente estaba metido en una carpetilla, era tu
salvoconducto, había que procurar mantenerlo lo más limpio posible, hasta el
final, ya que allí se apuntaba todo, pero más lo malo, que lo bueno, porque
alguna picia para ir al calabozo, sí que se podía hacer, porque eso estaba a la
orden del día, pero los méritos para conseguir una medalla, eso ya estaba
reservado para otra clase de Ejército, que nosotros nunca por méritos propios

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llegaríamos a tener; nosotros allí siempre seríamos los de sacar la corte, pero
la del gorrino.
Y por supuesto nunca llegaríamos a probar dicho gorrino, o sea,
que éramos aquella frase que se hizo tan popular en España, soldado muerto,
otro al puesto, o que un soldado valía una peseta, así que con otra peseta, la
falta de uno, estaba cubierta con otro; porque si nos pagaban treinta y cinco
pesetas al mes, el día que nos las pagaban, íbamos de tres en tres, para que
nos pagaran las ciento cinco pesetas. Que con dichas pesetas, nunca
llegaríamos a tomarles cariño a este dinero, ya que estaba todo también
montado, que desde la explanada donde nos pagaban, hasta la cantina, había
como cuarenta metros, esta distancia y este tiempo que nos costaba llegar
hasta dicha cantina, era el tiempo que estaba dicho dinero con nosotros en los
bolsillos de uno de los tres reclutas que lo habíamos cobrado.
En la cantina nos daban un paquete de tabaco de Celtas Cortos, un
botellín de vino de plástico como de veinte centilitros, y un bocadillo, que si
tenías mucha hambre, estaba muy bueno, pero si no tenías hambre, lo tirabas
nada más salir a la calle.
En aquella cantina que olía a rayos encendidos, tenían en la calle
unos bidones que era donde dejábamos estos bocadillos, dichos bidones que
nunca estaban llenos, porque los soldados encargados de la limpieza, los
vaciaban, y comida para los gorrinos, no he visto en mi vida una organización
como aquello; en una palabra, que allí se aprovechaba todo, al terminar esta
operación, ya podíamos irnos cada uno por nuestro lado, porque la sociedad
de tres, se terminaba de disolver hasta el próximo mes.
Así todos los meses del año igual, porque reclutas había todos los
días del año, porque allí juraban bandera unos y llegaban otros; el siguiente
paso ya era darnos la ropa, o sea el traje de granito, que era así como le
llamaban ellos (los jefes). nosotros allí lo mejor que podíamos hacer era bien
sencillo, solo hacer caso a todo cuanto te dijeran.
Junto con el traje de faena, nos daban los correajes y demás
utensilios de la ropa, también el cubierto, la cantimplora, y la marmita, todos
estos utensilios te daban ganas de tirarlos, de la mierda que aquello tenía.
Ahora eso si, podías hacer lo que tú quisieras con todo este material que te
habían entregado, pero el día que te licenciaras allí tenías que llevar todo
aquello, y no valía decir que estaba sucio y que lo habías tirado, además ellos
te exigían que todo estuviera en perfectas condiciones, para que le pudiera
servir al recluta del próximo reemplazo y por supuesto con los mismos
miramientos, que siempre eran los mismos, entregar todo lo que te prestaran

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en las mejores condiciones posibles. Una vez que ya tenías toda la ropa,
había que subirse hasta la compañía que le había sido asignada a cada uno.
Este Centro de Reclutas de Alcalá de Henares era muy grande,
tenía cinco batallones y cada batallón, cuatro compañías, también una Unidad
de Servicios, igual de grande, que allí era donde dormían los veteranos que
hacíamos la mili allí, como mecánicos, instructores, cocineros y todo el
personal que hace falta para llevar un Centro de Reclutas de esta índole.
Con más de siete mil personas, entre todos los militares de carrera
desde el Coronel para abajo hasta el Cabo Primero, luego después la tropa con
los Cabos tomateros como les llamaban, aquellos de los tres galones coloraos,
Soldado de Primera, Soldado raso y por último nosotros, (Los reclutas). Yo
fui destinado al tercer batallón y tercera compañía que se le conocía como la
de “Los gorilas” y también como la treinta y tres.
Cada compañía tenía un apodo, así nosotros éramos los gorilas, la
treinta y una eran, los leones, la segunda eran, los yeyés, y la cuarta eran, los
tigres. Cuando entré en mi compañía todo cargado con los bártulos que iba a
necesitar para cumplir con mi Servicio Militar, lo primero que allí vi fue un
gran cartel que decía: (Gorila mantén limpio tu dormitorio, es tan bonito,)
también nos habían entregado “el mosquetón Máuser” que por aquel entonces
era el arma reglamentaria, y nos habían asignado la cama donde cada uno de
nosotros, tenía que dormir mientras durara nuestro Servicio Militar.
Todo lo hacían por estaturas, de tal manera que las compañías
constaban de tres secciones, cada sección, de tres filas, que constaban de
veinte a veintiún reclutas en cada una de dichas filas.
Así se colocaban los nueve más altos, y el más alto de todos, era el
primero de la primera sección, así los tres siguientes, eran de la segunda y los
otros tres restantes, de la tercera sección. Como por aquellos años los
españoles no éramos muy altos, con mí uno setenta, formaba en la novena
posición de mi fila, luego en medio de la fila; por lo que no era muy difícil
deducir, que la media de estatura de la compañía era sobre uno setenta. Pero
el más alto de todos nosotros, solo media uno noventa, por aquel entonces el
español medio, tenía una talla por debajo del uno setenta.
Así me puse a colocar todas mis cosas en la taquilla que me había
tocado y una vez que ya estaba todo colocado, había que comenzar por
conocer a todos los compañeros de la sección, que nos había tocado, ya que
ahora era cuando comenzaba la mili de verdad, los amigos y compañeros de
tu pueblo se habían terminado.

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A mí por ejemplo me tocó de compañero de litera, un chico de
Almería “Del Campo Legio” como él mismo decía. Este muchacho y yo
llegamos a ser tan amigos, que parecíamos hermanos; su nombre era Manuel
Ocaña Gutiérrez. Este muchacho tenía allí otro hermano, porque eran dos
hermanos mellizos que estaban allí los dos juntos haciendo la mili; aunque
ellos no estaban en la misma compañía; esto lo apunto, porque de todo lo que
cuente de la mili, seguro que a este muchacho lo tendré que nombrar más
veces, ya que como he dicho antes, parecíamos hermanos, más nosotros dos,
que con su propio hermano.

TRILOGÍA FOTO 44 CINCO CONQUENSES HACIENDO LA MILI EN ALCALÁ DE HENARES.


En las literas que nos designaron, a mí me tocó dormir en la litera de arriba y
a Manuel en la de abajo, aunque este muchacho solo durmió en la litera de
abajo un par de noches, ya que al tercer día de estar allí, Manuel llevaba un
parche de esparadrapo en la frente, de todos los golpes que se iba dando
contra mi litera. Me cambie y le dije que él durmiera en la litera de arriba que
yo dormiría en la de abajo. Este muchacho que se ponía de pie estando
durmiendo y siempre decía lo mismo, ¿yo si he venido a la mili, es porque me
han traío no te joes?, este chico era sonámbulo, y por lo tanto al hacer dicha
operación, siempre se daba con el somier de la cama de arriba en la cabeza,
llevando siempre el pobre muchacho, un esparadrapo en la frente, así como si
dicho esparadrapo, fuera parte de su integridad y que la mejor solución era
que durmiera arriba y así todo solucionado de momento.

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Así solía ser la vida en el cuartel y todos los días igual, a las seis
de la mañana el corneta solía tocar diana y había que levantarse, todo lo
deprisa que éramos capaces y bajar corriendo hasta el patio, allí cada uno
formaba en su sitio, que sabiendo detrás de quien ibas, eso era de lo más
fácil, o si no, por el sitio que más o menos ocupabas todos los días, estas
cosas tan simples, para algunos de aquellos muchachos, era un verdadero
rompecabezas, pero se solía suplir con el gran compañerismo que allí existía.
Por su gusto, eran muy pocos los muchachos que allí había, y por
regla general se solía decir. Si tengo que estar aquí catorce meses, me guste o
no me guste, cuanto más a gusto sea capaz de llevarlo, será para mí lo único
bueno que saque de este lió, así que personalmente, me hice la idea que esta
era la cuenta que nos hacíamos todos.
Una vez contados para ver si estábamos todos, mandaban romper
filas, y en diez minutos teníamos que estar todos abajo otra vez, con el
bañador y la toalla, y con estos apechusques para las duchas, en este cuarto
de hora, teníamos que hacer la cama y por supuesto, dejarnos todo bien
recogido y para abajo otra vez.
La cama nos decían que se tenía que parecer a una televisión, para
conseguir esto, había que doblar el colchón con las sabanas puestas encima y
todo liado con una manta, así era lo más parecido a una televisión.
Una vez que hacíamos esto, abajo todos otra vez, y por supuesto
formados todos con el bañador puesto, en el mismo sitio nos ponían en
marcha y todos para las duchas, eran como una especie de túnel, que allí salía
agua por todos los lados, por arriba, por abajo, por las paredes, en una palabra
por todas partes. Lo más esencial era enjabonarte muy bien nada más entrar
en las duchas y después, avanzar con mucho cuidado para no caerte, aún
llevando el mayor cuidado del mundo, rara era la vez, que teníamos ducha, y
no había algún incidente, allí nos lo pegamos todos, el batacazo, que era la
forma de saber si el suelo de las duchas era duro, o por el contrario, era
blando.
Una vez fuera de las duchas, te secabas lo mejor que podías y otra
vez corriendo para la compañía; dejabas el bañador y la toalla y te ponías el
traje de faena, para ir a desayunar al comedor; para ello era necesario formar
otra vez, y una vez formados, a paso de instrucción, nos llevaban hasta el
comedor a tomar el chocolate con leche y bocadillo, como rezaba por las
noches, en el parte del día siguiente, todos los días era lo mismo, porque todas
las noches nos lo leía el Sargento.

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En este parte ya nos decía lo que teníamos que desayunar al día
siguiente, claro que como siempre era lo mismo, era muy difícil que se
equivocaran. Para ser sincero, en los catorce meses que estuve allí, pude ver
que el bocadillo siempre era lo mismo un chusquete pequeño que nos daban
para mojarlo en aquel agua chirri que nuestro Sargento llamaba chocolate.
Pero era lo que había y así teníamos que tomarlo, después del
desayuno, salíamos del comedor y nos marchábamos para el campo donde
hacíamos la instrucción, unos días nos tocaba gimnasia, otros días deporte y
todos los días clases, estas clases, eran para que aprendiéramos a saludar a
nuestros superiores, que de eso era más que nada de lo que se trataba la mili
de aquellos tiempos, también para saber distinguir los diferentes mandos, ya
no solo de tu compañía, sino de todo el Ejercito Español, tanto de Tierra,
como del Mar y también del Aire, en una palabra de todo el Ejercito en
General.
Esto desde el Generalísimo Franco, hasta el último Cabo tomatero
del Ejercito Español. Franco llevaba cuatro estrellas de cuatro puntas y bastón
sobre bastón; era lo que le correspondía a un Capitán General del Ejercito
Español, con esta graduación por aquellos años, solo había dos Capitanes
Generales que eran: el Generalísimo Franco y el Presidente del Gobierno el
Capitán General Carrero Blanco. Según decían los estudiosos de la época,
estos dos Generales ganaban ellos dos solos, más que todo el Ejercito Español
juntos. Nunca llegué a saber si eso sería verdad, pero eso era lo que se decía
por aquellos años.
Así llegábamos al medio día y otra vez teníamos que lavarnos y
nos tumbábamos a descansar, hasta que el corneta tocaba fajina, y vuelta a
formar para irnos a comer, era el toque que más nos gustaba a casi todos los
reclutas que allí estábamos, y creo que al que más de todos a mi buen amigo
(Manolo), este muchacho cuando oía tocar fajina siempre decía lo mismo:
¿Soldadito de España no tengas pena que tocando fajina barriga llena?
Cuando tocaban esta oración, nos formaban y así para el comedor,
que se entraba en fila de uno, y se iban llenando las mesas, que eran de diez
personas cada una, en una punta de dicha mesa, estaba la fruta, el pan y
también el vino, que se iba cogiendo mientras te preparabas para sentarte en
la mesa.
Por aquellos años yo no comía fruta, y mi buen amigo Manolo no
bebía vino, así que siempre hacíamos lo mismo, para él la fruta y para mí el
vino, que entre los dos vasos, no hacían ni una quinta parte de un litro.

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La comida estaba toda junta en una caldereta, como las que tenían
en las obras para acarrear el cemento, aunque sea una mala comparación pero
es que eran igual, aunque a estas del Ejército les tocara otra misión un poco
más fina que la de las obras.
Cada uno se llenaba su plato y cuando terminábamos de comer, se
traía cada uno su plato y su vaso a la parte de la mesa que diera al pasillo, así
los reclutas que nos tocaba el servicio de cocina, tardaban menos en hacer su
faena. Esta faena no era exclusiva de nadie, cada día nos tocaba a reclutas
distintos.
Con esto quiero decir, que la sección de servicios no era
patrimonio de nadie, y cada día eran de una compañía distinta, luego después
de comer, ya todo era bastante más descansado, ya que te podías echar un rato
la siesta, o por el contrario, aprovechar para poder escribir a los padres o a
quien te viniera en gana, porque ese tiempo era de nosotros hasta las cinco o
las seis de la tarde, que a esa hora, era cuando nos solían dar las clases
teóricas.
En dichas clases nos enseñaban a saludar, a saber presentarse a un
superior, y sobre todo, a conocer todas las graduaciones de la escala militar de
cada uno, y en lo que más empeño ponían era, en enseñarnos a montar y
desmontar las armas. El mosquetón no era difícil de desmontar, lo
desmontábamos y lo limpiábamos todos los días.
El cetme y la pistola, eran de los más difíciles, estas dos armas nos
enseñaban a que supiéramos como eran, pero en realidad la pistola no
llegamos a verla en toda la mili y a utilizarla ninguna vez. Con el cetme solo
tiré en una práctica de tiro como unas treinta o cuarenta balas y ahí se terminó
mi conocimiento de dichas armas.
En este campo de tiro más conocido por el Campo del Ángel de
Alcalá de Henares, el arma que siempre iba con nosotros a todos lados, era el
Mosquetón Máuser y nos decían que teníamos que tratarlo mejor que a la
novia.
Luego cuando terminábamos las clases teóricas, nos daban un
descanso hasta que tocaban para cenar. En este descanso nos juntábamos en
cuadrillas en la cantina y a merendar, cada uno ponía lo que tuviera, allí venia
muy bien todo; siempre era igual cuadrillas de gente conocida, bien por ser
del mismo pueblo, o por lo que fuera, pero esto siempre era así y por lo tanto
así lo hacíamos.

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La merienda consistía en llevar cada uno lo que tuviera, nos
sacábamos una cerveza o un litro de vino y en esto consistía dicha merienda.
Aunque siempre pensé que aquello de la merienda era lo de menos, ya que lo
que más nos gustaba, era contarnos todas las peripecias que nos había pasado
durante el día y que por regla general no eran nunca pocas. Al juntarnos era
de obligación el tema de ver que ha pasado hoy en el campamento; un día
contaba uno, Juan Rada está en el calabozo, la pregunta obligada era. ¿Pues
que ha hecho el amigo Juan?, lo han pillado saltando la valla por la puerta del
Ángel, pero si eso no se puede hacer siendo recluta, ya, pero ya sabéis como
es el amigo Juan.

TRILOGÍA FOTO 45 FELIPE EL CANO QUE EN PAZ DESCANSE

Este muchacho allí en Alcalá era el terror de nuestra cuadrilla,


siempre teníamos que estar cerca de él, para hacerle comprender lo que se
podía hacer y también lo que no estaba bien que se hiciera, ya que le daba
todo igual, y no sentía miedo por nadie ni por nada.
Otra de las noticias de estas reuniones, fue un día que dijo “Luis el
pato,” que Juanito el hijo de Amadeo llevaba ya tres días sin ir al comedor a
comer, porque según dijo “el Pato,” este muchacho había perdido el cubierto
y le daba vergüenza, como no podíamos salir del cuartel para ir a comprarse
otro aunque fuera en el rastro, tanto Juan como yo, le dimos nuestro cubierto,
para que se lo llevara a este muchacho ya que estos dos estaban en la misma

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compañía, le dijimos también, que le dijera que fuera por las tardes a esa
merienda, que las hacíamos todos los paisanos en la cantina.
“El Pato” se llevó a su batallón el cubierto de Juan “El rada,”para
que así pudiera Juanito ir al comedor, y que le dijera, que no le tenía que dar
vergüenza; cuando yo le pregunté a Juan si sabía comer sin cubierto, él me
contestó, que mientras pusieran todos los días naranjas de postre, que no
tendría ninguna pega, que ya se cortaría un trozo de palo de donde fuera, y
con media naranja, ya tenía preparada la cuchara, seguro que no se le caía
nada, porque estaba hecho a estas cosas desde muy chico, se fue a correr
mundo siendo muy joven y como él decía, la escuela del mundo sí que
agudiza el ingenio.
Juan se había enterado que en quince días ya nos dejarían salir, y
por aquellos días, estos estaban a punto de cumplirse, aunque los comentarios
nosotros ya llevábamos oyéndolos más de la mitad del tiempo que llevábamos
allí en el campamento de Alcalá de Henares. Le pregunté donde podríamos ir,
me dijo que no me preocupara, porque no era yo solo el que estaba fuera de su
casa. Que él hacía ya mucho tiempo que estaba por Madrid, y que de todas
formas, no era tan simple como Juanito, en eso llevaba toda la razón del
mundo, porque lo que Juanito tenía de simple, este otro Juan siempre he dicho
que era de los más espabilados que había de Cuenca por Alcalá de Henares.
Cuando merendábamos, nos íbamos cada uno a nuestra compañía
a esperar que tocaran para la cena; la sopa y el pescado del Capitán Pelegrín,
porque así se llamaba el Capitán de cocina, y la cena siempre era pescado
frito; una vez cenados nos íbamos a la compañía para charlar un rato hasta
que tocaban silencio, y entonces ya no se podía oír ni una mosca.
Así fueron todos mis días del periodo de la instrucción, unos días
gimnasia, otros saludar, otros deportes, en varios de estos deportes, se
tomaban mucho interés para ver si allí había algún atleta, y nos hacían correr
los cien metros, salto de altura, carreras de resistencia y sobre todo una clase
de carrera, que a mí por lo menos no me gustaba nada, esta consistía en correr
con un saco de arena en la espalda, con la mitad del peso que cada uno de
nosotros pesáramos, así como yo pesaba sesenta kilos, mi saco llevaba treinta
kilos de peso en arena, y así para todos igual.
Así que como he dicho antes, esto fue lo que menos me gustó de
aquellos deportes de la mili, día tras día y noche tras noche, hasta que llegó
aquel día tan esperado por todos, que ya nos dejaron salir por el pueblo de
Alcalá de Henares o por Madrid, o por donde quisiéramos irnos; yo por

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ejemplo estaba un poco nervioso, más que nada, porque nunca me gustó hacer
las cosas mal.
Salimos Juan “El rada”, Manolo “El andaluz” y nos dimos los tres
una vuelta por Madrid, coincidimos en lo mismo que lo mejor que podíamos
hacer para no confundirnos con los saludos, era saludar a todo el mundo. Así
nosotros saludábamos a todo aquel que llevaba un uniforme, ya fuera de
portero de una finca, como si era un General del Ejército, así en esta nuestra
primera salida, así lo hicimos y nadie nos llamo la atención.
Cuando se hizo de noche, otra vez al cuartel y al día siguiente, otra
vez la misma función, que al saberla todos casi de memoria ya se nos hacía
más llevadera.
En aquella semana nos dijeron que a la próxima semana, ya nos
dejarían irnos a nuestras casas a ver a nuestros padres, a la novia, a la familia,
que todos teníamos ganas de verlos o por lo menos, yo tenía muchas ganas de
darles un beso a mis padres ya para mí en estos días había aprendido a querer
a mis padres, más que los había querido en toda mi vida.
El ejercito solo me enseñó dos cosas: a querer a tus padres, que
hasta llegar allí habías pasado de ellos como sino estuvieran, y a odiar, (fea es
la palabra), ya que por lo menos a mí, me habían enseñado más a querer que a
odiar, pero este odio iba dirigido a esas personas que tú tenías que hacer lo
que ellas te mandaban, y nada más porque ellos llevaban un galón de Cabo, o
de Sargento, o de lo que fuera, a todo esto sin haber escogido esa vida militar.
Con la esperanza que la próxima semana ya nos iban a dejar viajar
a nuestras casas, parece que se hizo más corta, y un veterano que había allí de
Cuenca, nos fue apuntando a todos los de Cuenca para sacar un autobús, y
salir del cuartel rumbo a Cuenca todos los conquenses juntos, para no
perdernos por el camino de vuelta a casa.
Este autobús siempre salía de la explanada desde donde se juraba
la bandera, y también siempre los sábados a medio día. El lunes a las ocho de
la mañana, teníamos que estar otra vez allí, ahora eso sí, ya con las pilas
cargadas, para poder aguantar otra semana y así, llegar al sábado siguiente y
otra vez la misma operación.
La vida en el campamento, cuanto más tiempo íbamos llevando
allí, más picias se nos iban ocurriendo, de que no era uno, era otro, pero
siempre nos teníamos que quedar allí alguno un fin de semana, por causas
internas del Servicio Militar. Solo porque conforme iban pasando los días,
más sabíamos como funcionaba aquello. Todo esto te llevaba a pisar el
calabozo, la prevención, los arrestos de cocina y limpieza.

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El teniente Agromán como le llamábamos al Teniente “Padilla,” le


daba una compañía diaria de reclutas, y era capaz de colocar a otra compañía
entera de los arrestados.

Este hombre tenía anécdotas, que iban pasando, de los veteranos, a


los reclutas, de un reemplazo a otro, así la gente que se iba licenciando, solía
decirles a los reclutas las peripecias del Teniente Padilla y aunque casi todos
los reclutas, conocían dicha fama de este Teniente, él siempre se escondía
alguna cosa nueva en la manga, y siempre le daba buen resultado, ya que la
gente que después de estar avisada por los veteranos, recibía el engaño, no
solían decir nada, solo para que el próximo recluta también picara.

Así por la época que nosotros estuvimos allí, estaban haciendo un


comedor nuevo, este Teniente solía llegar allí y preguntaba de esta manera:
vamos a ver si hay entre ustedes algún conductor de primera, que de un paso
al frente, así solían dar el paso al frente a lo mejor cinco o seis conductores de
primera

A todo esto decía, (¿son pocos?) entonces solía añadir, si hay


alguno de segunda que salga también, salían otros tantos, y una vez que
habían salido, siempre había algún recluta que decía, mi Teniente yo no tengo
carné todavía, pero se conducir, él entonces les decía así; pues un paso al
frente que también vales tú; estos conductores son para ir llevando las
carretillas llenas de ladrillos, para los albañiles al nuevo comedor.

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FOTO 46 SOLDADOS HACIENDO LA MILI ENTRE ELLOS EL ESPONJA.

CAPITULO DECIMOPRIMERO

Esto siempre era igual, los muchachos que pensaban que les iban a
dar un camión, que por aquellos años, era el sueño de todos aquellos
conductores noveles, luego les daban una carretilla, pero esto no era lo peor
del Teniente “Padilla”, el Teniente tenía solución hasta para lo no
solucionable. Otra de sus cosas y que nadie la contaba, porque era la más
graciosa de todas, ya que a todos los veteranos les gustaba mucho reírse de los
reclutas que habían picado con ella, ocultando siempre, que antes les había
tocado picar a ellos.
Esta otra ocurrencia del Teniente “Padilla”, que solía preguntar
así: ¿cuántos hay aquí que sepan idiomas?, que de un paso al frente; solían
salir unos cuantos, y cuando ya parecía que no iban a salir ninguno más,
entonces él preguntaba, ¿hay alguno más?, entonces solía salir alguno de los
que están cerca de la frontera con Portugal, y solía decir, mi Teniente yo se

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bastante portugués ¿cree usted que serviré también?, entonces él contestaba
con aquella sonrisa triunfal, si hijo, sí que sirves. Es para ir con los gorrinos,
que tienen un idioma que no hay quien los entienda. Este hombre era así por
naturaleza, llevaba un montón de años haciendo sus picias, y según se
comentaba por todo el CIR número dos de Alcalá de Henares, siempre le
había dado resultado, y todo ello, porque nadie solía decir en que consistía el
engaño.
Con estas cosas y otras muchas que nos pasaban, pasábamos las
semanas siempre con la misma ilusión, que llegara el sábado para todos los
conquenses juntos, venirnos a pasar un día con nuestros padres.
Así llegamos a la Jura de Bandera, era el acto más grande que el
recluta tenía dentro de sus obligaciones del CIR. Una vez jurada la Bandera,
se pasaba de recluta sin cuerpo, ya que de reclutas, no pertenecíamos a
ninguno, y nuestros rombos eran las dos águilas del Ejército de Tierra.
Una en cada lado del cuello de la camisa, y arma, tampoco
teníamos, esa arma que llaman en el Ejercito para en caso de guerra, porque
una vez jurada la Bandera, pasábamos a ser Soldados del Ejercito Español.
Mí arma me dijeron que pertenecía a la fiel Infantería, que aunque
me quedaba allí en Alcalá de Henares, en caso de movimiento, pertenecía a
dicha arma de Infantería. De la otra alma, el alma de Dios; pienso que de esta
sí que tendría. Porque a todos nos obligaban a ser Católicos, Apostólicos y
también Romanos, de España, pero romanos; así que al jurar la bandera ya
teníamos las dos cosas, cuerpo y arma; que seguía perteneciendo al Ejército
de Tierra porque a mí, me dejaron para hacer toda la mili en el CIR número
dos de Alcalá de Henares y mi arma fue la fiel Infantería.
Después de jurar bandera nos dieron unos días de permiso, cuatro
para ser más exactos, que cada uno se fuera donde quisiera, me fui a Valencia
con mis antiguos compañeros y amigos, como he dicho solo eran cuatro los
días que teníamos que estar fuera del cuartel, pero por aquel entonces, no me
enteraba de nada, por estarme cuatro días, me estuve una semana y cuando
volví al cuartel, no sabía a quién tenía que presentarme, así que estuve
perdido tres o cuatro días.
Hasta que un día le pregunté al Teniente de la Plana Mayor del
Cuarto Batallón, si él me podía decir a qué unidad pertenecía, porque antes de
irme de permiso, me habían dicho que no iba a ningún cuartel, y que haría
toda la mili allí en el CIR.
Este teniente que pecaba de puro bueno que era, me dijo que lo
acompañara a su oficina una vez en dicha oficina me pregunto si sabía leer y

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escribir, le conteste que sí sabía leer y también escribir, que tenía el bachiller
elemental, pero que no lo podía justificar, porque lo había hecho por libre en
las escuelas nocturnas; me dijo que eso era igual y me dio un papel, me dictó
unas palabras para que las escribiera; creo que lo debí de hacer bien, o es que
le gustó mi forma de ser, porque acto seguido me dijo que ya no buscara más,
que si me gustaban las oficinas, que aquel era mi destino, las oficinas del
Cuarto Batallón del Centro de Instrucción de Reclutas número dos de Alcalá
de Henares en la provincia de Madrid.
Así puedo decir que este fue el paso que mejor di en todo el
tiempo que estuve en el Servicio Militar, eso que con esa edad se tiene muy
poca picardía y se suelen despreciar cosas, que luego te puedes estar
acordando toda la vida, y esto contando que a mí no me ha ido nada mal.
Mis compañeros eran extraordinarios, con unos jefes también de
los que daba gusto trabajar, porque el Teniente con el paso de los días, me
pude dar cuenta que este hombre era una de esas personas que solía decir, mi
madre, muchas veces, que eran buenas porque no sabían ser de otra forma.
Y si les preguntabas que como eran así, ellos nunca sabrían
contestar, y si te contestaban, siempre sería lo mismo porque hay que serlo,
porque lo mandan los Mandamientos y también porque lo mandan los padres
diciéndoselo a sus hijos, porque no se gana nada con ser de otra forma. Este
hombre lo creía así, y así lo teníamos que creer todos, y teníamos que
acatarlo, nos gustara más, o nos gustara menos, para ser sincero más que
gustarme me encantó.
El trabajo en las oficinas consistía en llevar todo el papeleo del
Batallón, hacer los estadillos de formación, de toda la gente que allí teníamos,
para llevarlos a la cocina, y que supieran los que teníamos que comer,
también había que llevárselos todos los meses al Coronel, para poder cobrar
las sobras; las ciento cinco pesetas entre los tres soldados que íbamos a
cobrarlas cogiditos de la mano, para no perdernos, y tampoco perderlas,
aunque bien es cierto que no daban tiempo para tal cosa.
Estos primeros días después de la jura de la bandera, eran muy
aburridos, porque no había casi nada que hacer, como no había reclutas, todo
aquello era muy tranquilo. Pero enseguida llegó enero y ya nos preparamos
para recibir al primer reemplazo del año mil novecientos sesenta y siete, que
en realidad era enero del sesenta y ocho.
Me dijo el teniente que si quería, me podía ir a por los reclutas de
mi tierra, el reemplazo de los reclutas de Cuenca, a mí esto me hizo mucha
ilusión. Así fue como vine a Cuenca a por el primer reemplazo. Al llegar nos

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dijo el Teniente que era el que mandaba la expedición, que teníamos que
dormir en la Zona de Reclutamiento de Cuenca, le pedí permiso para bajar al
barrio de “Las Quinientas” y poder saludar a mis padres, él me contestó que sí
que podía ir, pero que tenía que volver a la Zona de Reclutamiento de Cuenca
para dormir allí.
Así me bajé hasta mi barrio y les di un beso a mis padres y otra
vez para la Zona; cuando llegué hasta la puerta de la Zona estaba de guardia
un chico, que había estado haciendo el periodo de instrucción conmigo en
Alcalá de Henares, era el amigo Juan Merchante. Al verme Juan, me preguntó
que era lo que hacía allí, le dije que había venido con el Teniente Alcázar para
llevarnos a los reclutas del reemplazo del mes de enero, también le dije que
me había quedado en Alcalá como instructor, pero que ahora estaba en las
oficinas del Cuarto Batallón, y que por lo tanto pertenecía a la Plana Mayor
de Mando del Cuarto Batallón en el CIR.
Este muchacho ni corto ni perezoso colgó el mosquetón detrás de
la puerta del Cuerpo de Guardia, y me dijo, vámonos a tomarnos una copa al
otemilla, le había dicho que no, que me había dicho el Teniente que tenía que
dormir allí, y estando en Cuenca, no me gustaría que me arrestaran, y menos
todavía en mi tierra.
Cuando le dije que ya vendrían tiempos mejores, Juan echándose a
reír me dijo: déjate de sandeces y vámonos a tomar esa copichuela que te digo
que esto no es como Alcalá de Henares, que allí te meten un puro por menos
que nada, aquí pasamos olímpicamente de muchas cosas, aunque es cierto que
los servicios hay que hacerlos, no es menos cierto, que aquí nunca ha pasado
nada por estas cosas, porque se suelen tapar los unos a los otros, en el Ejercito
todos somos necesarios desde el General al recluta..
No se porqué sería pero me convenció, quizás sería porque llevaba
ya bastante tiempo sin correrme ninguna juerga, de todas formas Juan me dijo
que aquí en Cuenca no pasaba nada, y en caso que pasara, total por un par de
días en el calabazo, si es que salía mal, tampoco era para tanto. Así que Juan
cerró la puerta de la Zona, y los dos en buena compañía, nos marchamos
hacia el Otema. Me imagino que los soldados que estuvieran de guardia con
el amigo Juan, seguirían la guardia sin él, y tendrían aquello bien vigilado,
porque lo que es nosotros no volvimos hasta la mañana siguiente.
Cuando llegué para formar a los reclutas, el Teniente no me dijo
nada, pensaría si es de Cuenca se habrá ido un rato con sus amigos, esto era lo
que pensaba. Pero lo que si puedo decir es que allí iba con mucho miedo, y
cuando pude comprobar que él no me decía nada, entonces se me pasó un

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poco dicho miedo. En el Ejército bien es cierto que no se comían a nadie pero
lo cierto y verdad era, que tampoco te podías fiar por si acaso.
Formamos a todos los reclutas y para la Estación del Ferrocarril y
otra vez la misma operación que cuando nos fuimos nosotros, con la sola
diferencia que ahora nosotros sabíamos a donde íbamos, con lo cual ya
íbamos más contentos, y con otra ilusión, que la otra vez no teníamos. Así que
hicimos lo mismo que cuando íbamos nosotros como reclutas, todos los pasos
eran igual, solo que cuando pasamos al Cuartel de Alcalá de Henares, sin
detenerme en nada, me fui al comedor derecho para cenar un poco de
pescado, de aquel que nos ponían todas las noches, y después me acosté,
porque estaba reventado de la lucha con los reclutas y también, de mi juerga
por Cuenca con el amigo Juan que en paz descanse.
En aquella hornada de reclutas de aquel reemplazo, también se
vendría conmigo hasta Alcalá de Henares, el que poco tiempo después, sería
en Cuenca el último “Tonto chorra,” según él mismo, se hacía llamar. Como
se habrán podido dar cuenta todos los conquenses, de verdad aquí y ahora
estoy hablando de José Luis Lucas Aledón, según todos los conquenses, él es
el que más sabe de las Fuentes de Cuenca, aunque que yo sepa, no ha sido
nunca muy aficionado al agua, ni a las menudencias de la vida que mi buen
amigo Lucas, siempre le ha gustado más, la buena vida y por supuesto la de la
abundancia.
De estos reclutas que nosotros llevamos, ya se hicieron cargo los
auxiliares del CIR de Alcalá de Henares, para llevarlos a cenar y por supuesto
a los batallones para dormir. Al día siguiente ya me incorporaría otra vez a las
oficinas del Batallón, y ponerme a las órdenes del Teniente Don Francisco Gil
Cholla, que así era como se llamaba nuestro Teniente de las oficinas, un
hombre tan sumamente bueno para nosotros, que más que un mando, parecía
nuestro padre, por lo bien que se portaba con todos nosotros.
Este Teniente nada más verme, me hizo coger una máquina de
escribir, y me dijo tenemos que irnos para la explanada de la jura de bandera,
y hacer las filiaciones a los reclutas que hayan venido, así que allí iba a
debutar como escribiente del Cuarto Batallón de pleno derecho, así como si
yo supiera algo de este mi nuevo oficio de escribiente, de un batallón de
analfabetos que se contaban en aquellos tiempos en España por cientos.
En mi primer reemplazo como escribiente, me pasaron bastantes
cosas curiosas, que voy a resaltar algunas de las más llamativas, por supuesto
dejándome otras muchas en el tintero, que irán saliendo seguramente, en otros
de los muchos recuerdos que tengo pensado dejar, en este mi primer libro.

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Lo primero que me pasó fue que al preguntarle a un recluta el
nombre de su padre, me dijo que no tenía padre, le puse una rayita, como nos
había dicho el Teniente que lo teníamos que hacer; porque según él, hijos de
madres solteras, siempre había habido, pero mi extrañeza fue, cuando le
pregunté por el nombre de su madre y este muchacho me contestó, que
tampoco tenía madre.
Esto ya no sabía como tenía que solucionarlo, por lo que le
pregunté al Teniente que siempre estaba con nosotros, por si surgía algún
improvisto como este, y poder darle la solución. El Teniente me dijo pon una
rayita igual que en el nombre de su padre, y me lo mandas para mí que yo
terminaré de hacerle la filiación de su ficha.
Así se hizo y cada uno seguimos con nuestra tarea, hasta la nueva
cosa curiosa que no tardó mucho en llegar, como por ejemplo: cuando le
pregunté a otro recluta, cual era su oficio, me respondió que era cerero, a esta
observación, le contesté como resumiendo lo que para mí era ser cerero, le
dije si es que él trabajaba en una cerera, haciendo velas de cera, me contesto
que no, y con toda la naturalidad del mundo me dijo, que él iba de cera en
cera, para ver a quien le podía quitar la cartera, que este oficio en Madrid se
les conocía como cereros, aún me dijo más ¿es que no conoces el oficio? yo
le contesté que no, pero que estaba seguro que él era muy bueno en su oficio.
Esto se lo dije más que nada, por el desparpajo que este muchacho
tenía.
Después por el cuartel me enteré que sí que era cierto que su vida
era esa, robar lo que podía.
Cuando terminamos aquella mañana me llamó el Teniente y me
dijo que si es que no sabía, lo que era un hospicio, o es que en Cuenca no
había, le contesté que en Cuenca estaba “La Casa de Beneficencia” que allí
era donde si algún hombre se quedaba viudo, solía llevar a los chicos que
tuviera.
El Teniente me dijo que si también a los recién nacidos que suelen
dejar las madres en los hospicios, porque no podían o porque no querían
atenderlos, le contesté que de eso era muy poco lo que sabía, que gracias a
Dios a mí nunca me hizo falta saber de estas cosas, porque tenía los mejores
padres del mundo.
Este hombre me dio un cariñoso capón y me dijo, esa es la suerte
que has tenido, me dio un recital de lo que era un hospicio, y me dijo que en
estos hospicios les solían poner un apellido. Por la parte de Valladolid que era

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al hospicio que él pertenecía, les ponían Expósito, de la Cruz y de Dios, eran
por la zona del centro de España o sea, por Madrid y las provincias limítrofes.
El Teniente prosiguió diciéndome, no has visto como ese chico de
antes se apellida de la Cruz, eso es debido a que él, es de la parte de Cuenca, y
que su apellido era Expósito, hasta que lo adoptaron, así pude saber que mi
Teniente también era del hospicio, y puedo decir y lo digo, que no vi en todo
el Ejército una persona más humana que este hombre, que además del
Teniente hacía las veces de nuestro padre.
Allí en las oficinas del Cuarto Batallón del CIR, de Alcalá de
Henares; éramos siete u ocho oficinistas y todos teníamos el pase pernota, o
sea, que podíamos salir por las tardes, a donde nosotros quisiéramos ir. Todos
mis compañeros en la oficina eran de Madrid, así que estos se marchaban
todos los días a dormir a sus casas, todos menos el que se quedaba de guardia
en las oficinas, que todos los días se tenía que quedar uno, y su misión era
coger el teléfono y si algún jefe le pedía algún papel, podérselo hacer.
Esto fue así un poco tiempo, porque nada más que me di cuenta
que allí nos teníamos que quedar uno, como yo no era de Madrid, a mi casa
no me podía ir todos los días, y decidimos que fuera yo el que se quedara
todos los días de guardia.
Este gesto mio me lo agradecieron mucho todos mis compañeros,
aunque como suele pasar, cuando se hacen las cosas sin ningún interés, en vez
de salir perjudicado, se sale casi siempre beneficiado, eso fue lo que a mí me
pasó con quedarme voluntario todos los días allí, con la misión de coger el
teléfono y hacer cuatro cosillas que no cansaban a nadie.
Porque estas cuatro cosillas solían ser, como pedirme un
justificante, como que el recluta de turno, se encontraba cumpliendo los
Servicios de su Clase en el Centro de Instrucción de Reclutas número dos de
Alcalá de Henares.
Dichos escritos terminaban diciendo, y para que conste a efectos
oportunos, firmo la presente en Alcalá de Henares a tantos de tantos, ni
siquiera tenía que firmarlo el Comandante, ya que era yo mismo quien los
firmaba, ahora eso sí, con el sello que el Comandante tenía con su firma para
estos efectos.
Para estas cosas con esta firma valía, y si era para casos de más
envergadura que tuviera que llevar la verdadera firma, del Comandante del
Batallón, o la del Capitán Administrador de su puño y letra, entonces los tenía
que dejar en sus respectivas oficinas y, al día siguiente si les decía que me
urgía ellos me lo firmaban lo primero.

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Esta era más o menos mi misión, cuando no había nadie en las
oficinas por las tardes siempre tenía que estar allí, eso sí por mi propia
voluntad, siempre me ha gustado el poder hacer algo para el beneficio de los
demás.
Además de pasármelo muy bien, cuando en el cuartel había un
permiso especial, siempre decían todos que fuera yo el que me fuera de
permiso, estos permisos eran pasando los primeros quince días del
Campamento.
Con la llegada de los reclutas era, cuando nosotros teníamos
mucho trabajo, porque teníamos que hacer los expedientes y las listas de
formación de todas las compañías, con las hojas de castigo y también las
hojas de ascensos, y todo lo que nos pidiera la Plana Mayor de Mando del
Centro de Instrucción.
Una vez terminadas todas estas cosas, ya nos podíamos ir quince
días de permiso, así cuando veníamos unos, se iban los otros, en estos
permisos extras, siempre salía elegido y no por nada, sino porque lo decían así
mis otros compañeros, con todo ello estaba quince días en el cuartel, y otros
quince días en mi casa.
Esto a mi por aquellos años, me venía muy bien, podía trabajar
algo y además, de sacar para mis gastos, podía ayudarles a mis padres
también, si no trabajaba, siempre tenía a mi hermana que me daba doscientas
pesetas, que por aquellos años, era mucho dinero, ella siempre me decía lo
mismo, toma y no le digas nada a mi marido, y cuando iba para decirle adiós
a mi cuñado, este me recibía con la misma canción, toma y no le digas nada a
tu hermana, y me daba otras doscientas pesetas, que me venían muy bien.
Aunque a decir verdad, me hacían estas cosas sentirme muy mal,
ya que me hubiera gustado poderles decir, tanto a mi hermana, como a mi
cuñado, cuando ellos me daban el dinero, decir que ya me había dado el otro,
tanto si era mi hermana, como si era mi cuñado. Además estoy seguro
conociendo a mi hermana y a mi cuñado, que ellos me lo hubieran dado igual,
pero al menos me hubiera sentido bastante mejor, y por lo tanto, estar menos
en deuda conmigo mismo, por sentirme un poco, por no decir muy egoísta.
Con los escritos que me pedían los reclutas, me solía pasar igual,
se los hacía porque esa era nuestra obligación, casi todos estos muchachos
querían pagármelos. Esto era otra de las cosas que a mí me hacían sentirme
mal, siempre que les hacía uno, me preguntaban lo mismo, que cuanto me
tenían que pagar, siempre les contestaba igual diciéndoles lo mismo, que
nada, que se guardaran el dinero, que la mili era muy larga.

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Como no quería cobrarles nunca nada, siempre que pasaba a la
cantina, ya tenía allí algún recluta de estos que les había hecho algún papel,
con una cerveza en la mano, para darme las gracias por dicho papel, cuando
aquello era mi obligación, pienso que en toda la mili, no pagué ninguna
cerveza, cosa que no era mucho lo que esto me gustaba, pero tampoco me
gustaba ser un cardo, y mi economía no estaba por aquel entonces para tirar
cohetes.

T
RILOGÍA FOTO 47 BAR LA VICTORIA CELEBRANDO EL REGRESO DE UN QUINTO.

Así que con todo el respeto que era capaz, les daba las gracias, me
las bebía, porque también hay que decirlo, por aquel entonces me gustaba
beber a todas horas.
Esto de quedarse siempre en las oficinas, tenía todas estas cosas
buenas, pero también tenía su lado malo. Una noche me estuve toda ella
trabajando, haciendo las hojas de castigo de todo el cuarto batallón; consistía
en poner el nombre, los apellidos, la compañía y el reemplazo del citado
recluta, así uno por uno, los ochocientos y pico que eran en cada batallón, y
después a mano, ninguno hasta la fecha, y meterlo en el expediente
correspondiente. Sí tenían suerte ya no se escribía más en estos expedientes,
porque todo lo que se escribiera después en ellos, más de lo que hubiéramos
puesto o escrito aquella noche, ya no podía ser nada bueno. Así que una vez

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que tenía todo organizado, lo tenía que meter en las carpetas de cada recluta,
y de esta forma irlos guardando.
Como digo me estuve toda aquella noche, cuando me iba acostar,
los reclutas ya bajaban para formar, y marcharse al comedor a tomar el
desayuno, pero mi mala suerte quiso que ese día, fuera un Teniente para hacer
una Inspección por la Compañía, al verme a mí allí acostado, le dijo al Cabo
Furriel, que me pagara la pensión por una semana, que ¿quien era yo para
estar a esas horas en la cama?
Este Cabo Furriel le dijo al Teniente, que era de las oficinas, pero
ni por esas, le dijo, págale la pensión, esto consistía en que te fueras al
calabozo a dormir o la prevención.
Así que esa noche me tuve que ir a dormir a la prevención. Esto
era lo malo, que nos podía pasar al no tener horas para hacer las cosas, pero
esto también nos servía para poder comprobar, en nuestras propias carnes,
como eran las gentes que nos mandaban, por esto puedo decir que los jefes de
las oficinas del cuarto batallón, eran buenas y también muy humanas.
A la mañana siguiente y comprobar que yo no estaba en las
oficinas, preguntaron por mÍ y cuando les dijeron que estaba en la
prevención, según me dijeron luego mis compañeros Tirado y compañía, no
preguntaron siquiera lo que había hecho ni nada, y tanto el Teniente como el
Comandante le dijeron a un Sargento, baje ahora mismo a la prevención y
dígale al oficial que esté de guardia, que mande a este soldado ahora mismo
para las oficinas del cuarto batallón, que le hace mucha falta al Comandante,
para hacer unos papeles, y que le quiten todo el arresto que tenga.
Esto fue una de las cosas que me hizo mucho bien, ya que si un
soldado, no tenía por aquellos años ningún valor, que se preocupara nada más
ni nada menos que el Comandante por mí, eso si que tenía mérito y hasta
diría que mucho. Así que dentro de las cosas malas que te podían pasar,
también había sitio para que ciertas cosas, no fueran tan malas.
Así fui pasando mi Servicio Militar, con más satisfacciones que
penas, y como siempre he creído que esto sucede así, cuando haces lo que
tienes que hacer con ganas, no a regañadientes como lo hacían otros, que se
les hacían los meses siglos, según contaban ellos mismos.
Ahora lo que también puedo decir, es que cuanto más tiempo
llevas en un sitio, para algunas personas, como que es peor, ya que el tiempo
te hace coger confianza, y una vez cogida no se tiene miedo a nada, claro que
tampoco es bueno tener como al principio, miedo por todo; ya que por
cualquier falta leve ibas a la prevención o al calabozo y las graves te podían

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llevar, desde Prisiones Militares, hasta el fusilamiento directo y sin juicio
previo.
Otros castigos que nunca llegué a saber a qué se referían, era eso
que nos dijeron a todos en la Zona de Reclutamiento de Cuenca, que el
desertar, o perderle el respeto a un superior, podía llevarte a la pena de
muerte y a otras mayores.
La verdad es que mayor que la pena de muerte una vez ejecutada,
no se si habrá alguna, por lo menos nunca supe lo que era mayor que eso;
aunque puedo dar fe que tampoco traté de averiguarlo.
Así con unas cosas y otras, pasé los meses por el Ejército Español,
con más glorias que penas, porque me lo pasé bastante bien.
Ahora voy a reseñar que me pasaron unas cuantas cosas dignas de
mención especial. No recuerdo muy bien en qué reemplazo pasaron, por eso
las quiero contar aquí, para dar por terminado mi paso por el Ejercito Español
en el Centro de Instrucción de Reclutas numero dos de Alcalá de Henares en
la provincia de Madrid.
Una de estas cosas fue, que como a nosotros nos daban permisos y
no eran permisos oficiales, en uno de estos me pusieron un telegrama urgente
que tenía un servicio de armas, o sea, una guardia, así que sin pensármelo dos
veces, me fui hasta el bar donde se juntaban los camioneros, y al primero que
salía para Madrid le dije si me podía llevar y a las siete de la mañana, ya
estábamos en Alcalá de Henares entrando por las puertas del CIR.
Aquel día el soldado que estaba en la puerta de guardia era, mi
amigo Manolo el de Almería, me dijo que donde iba, le conteste que había
recibido un telegrama diciéndome que tenía un servicio de armas, y que tenía
que estar allí lo antes posible, Manolo me dijo que mi guardia, era la que
estaba haciendo él, que como no estaba en el cuartel, que se había presentado
él a la guardia por mí.
A todo esto le dije y ahora qué, y con toda la naturalidad del
mundo me dijo, ahora te vas otra vez a tu casa, y ya que la he comenzado la
guardia la terminaré.
Me volví otra vez para Madrid, y cuál no sería mi sorpresa, que ese
día, no había ningún tren que viniera a Cuenca, entonces me subí para arriba
de Atocha andando hacía Conde de Casal, que era desde donde salía Auto-res,
pero tampoco salía ninguno, así que pude ver de primera mano, que aquel no
iba a ser mi día. Con muy poco dinero en mi bolsillo y con bastantes menos
ganas de quedarme en Madrid, miré el letrero de la Nacional tres donde
marcaba la distancia de Madrid a Valencia pasando por Tarancón.

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Ni corto ni perezoso eché andar carretera alante pensando, que
alguien me subiría por el camino, pero conforme iba caminando, podía
comprobar que cada vez eran menos los coches en la carretera, y anda que te
andarás, me presenté en Tarancón.
Si por la Nacional tres venían pocos coches, por la de Tarancón a
Cuenca no venia ninguno, pero seguía andando, así hasta que me monte en un
camión, con las puertas atadas con cuerdas, este hombre que me montó en el
cruce de Horcajada de la Torre, me evitó que subiera andando todo el Puerto
del alto de Cabrejas, me dijo que allí se tenía que desviar para ir a Huete, y
este fue el único trozo que no anduve, desde Madrid a Cuenca.
Creó que por aquellos años, aunque solo tenía veintidós, me costó
esta hazaña la friolera de veinticinco horas andando, porque si había salido de
Madrid sobre las diez de la mañana, y había llegado a Cuenca, sobre las once
horas del día siguiente, eso son exactamente veinticinco horas andando.
Cuando aquella mañana llegué a mi casa, me tumbé en la cama, y
estuve dos días durmiendo, con los pies reventados, pero lo bueno que tienen
estas cosas, es que así hay algo para contar porque sino, la vida sería muy
triste.
Otras de las cosas dignas de mención, o por lo menos de contarlas,
fueron en mi último reemplazo en Alcalá de Henares, cuando apareció por el
CIR un muchacho que era de mi barrio, por lo tanto un gran amigo mío, este
era conocido en Cuenca por el sobrenombre de “El Chavo”, lo conocía desde
que éramos niños porque él también era del barrio del río, aunque viviera en
la parte de arriba del cerro.
Este muchacho siempre había sido un despreocupado, pero allí en
el Centro de Instrucción de Reclutas, ya se estaba pasando, y llevaba tres
Listas de Retreta sin presentarse a ninguna. El que tenía que dar la ficha de
los reclutas cuando pasaban estas cosas siempre era yo, por eso todos los días
venían a las oficinas del batallón, algún auxiliar de su compañía para pedirme
la ficha de este recluta, a mí que nunca me ha gustado mentir, tenía que
mentirles a todos, con esas mentiras piadosas que eran siempre del mismo
estilo; como que no tenía las llaves de los archivos, a todo esto y más que
nada, para poder ir dándole largas y más largas, con la
única esperanza que mi buen amigo “El Chavo” apareciera algún día.
Esto estuvo siendo así, hasta que otro recluta me dijo donde lo
había visto, entonces le comenté a este muchacho por si lo volvía a ver, que le
dijera que se estaba jugando ir a Prisiones Militares de por vida, que esto de la
mili era más serio de lo que parecía a primera vista.

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Mi buen amigo “El Chavo” se presentó cuando ya faltaba unos
cuantos días con sus correspondientes noches, cuando llegó a la oficina del
batallón que como pasaba siempre, era el único que estaba de guardia en
dicha oficina, porque siempre me quedaba voluntario, serían sobre las diez de
la noche, me preguntó que era lo que él tenía que hacer, le aconsejé que se
presentara al Oficial de Guardia y se acostara, y que al día siguiente ya
veríamos a ver como se presentaba el panorama, una vez que él se presentara
al Capitán de su Compañía.
Con su simpleza de siempre me contestó pues si todo hay que
hacerlo mañana, mejor me voy otra vez y mañana Dios dirá, no le dejé que se
fuera, y no lo mandé esa noche a dormir al calabozo, por el hecho de ser
paisano y además amigo, pero lo que sí puedo decir es que este muchacho,
fue el único que me dió quebraderos de cabeza sin ninguna necesidad.
Como ya se estaba aproximando la fecha para licenciarnos tanto
Manolo como yo, y no habíamos bajado aún ninguna vez a casa de “La chata”
que por aquellas fechas era nombrada por toda España, y de obligada visita
para todos los militares que pasábamos por Alcalá de Henares, que por cierto,
éramos muchos, con los paracaidistas, los reclutas del CIR Y el Cuartel de los
Sementales que también estaban allí.
Esta casa “La Chata” era una casa de putas, pero en realidad era un
bar, que se llamaba Casa de Aurelio y se encontraba ubicado en la Calle Río
Miño de dicho pueblo de Alcalá de Henares.
Así que allí nos fuimos y allí nos metimos. Las mujeres que había
no llevaban más que una batita de un color verde clarito, y ya no llevaban más
ropa ni por encima, ni por debajo de aquella batita verde. Contratamos a una
para mi amigo Manolo y otra para mí, nos metimos en una habitación.
Ya nos habían dicho que el servicio eran quince duros, o sea,
setenta y cinco pesetas, le dije a la mujer que estaba conmigo, si ella me podía
rebajar algo, porque como éramos militares nuestra economía no era muy
boyante que dijéramos; ella me contestó a mi pretensión de rebaja, que a los
militares, lo que tenían que hacer, era cobrarnos el doble que a los demás,
pero no por ser militares, sino por lo mucho que tardábamos en desnudarnos,
por la cantidad de aparejos que llevábamos puestos. Como me gustó su forma
de definirnos, ya no segui con el tema de las rebajas, con una de aquellas
mujeres de las que la mayoría de las gentes llamaba, mujeres de vida alegre,
que siempre pensé y pienso todo lo contrario, que había más tristeza, que
alegría en sus vidas.

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Así unos días antes de Navidad del año mil novecientos sesenta y
ocho, nos licenciamos y me fui a Cuenca con mis padres. Nada más llegar ya
tendría trabajo, como me había pasado siempre y esta vez también, ya que al
primero que fui a pedirle trabajo, fue al abuelo “Emiliano” que era el padre
del Contratista Luis Cruz.
Este hombre lo primero que me dijo fue, que cuánto tiempo le
echaría esta vez, porque ya me había dado bastantes veces trabajo. Y por ese
motivo él sabía, que le dijera lo que le dijera, no era de estar mucho tiempo en
el mismo sitio, pero no debía de ser mal trabajador, cuando siempre que le
pedía trabajo me solía dar. Luego cuando le decía que me preparara la cuenta
como ocurría siempre y por supuesto también esta vez, me echaba una bronca
monumental, que a decir verdad no era mucho el caso que le hacía.
Ya me conocía de memoria aquello de, ya no vengas más a
pedirme trabajo que aunque no encuentre otro obrero en todo Cuenca ya no te
voy a dar más, esto era siempre así, luego cuando me cansaba de estar solo
por el mundo y me volvía para mi casa, nada más que iba y le pedía
nuevamente siempre tenía un lugar para mi.
Cuando comenzaba a calentar el tiempo allá por el año del sesenta
y nueve me fui otra vez para Valencia, a casa de “Paquito” y de la señora
“Asunción” que me recibieron con los brazos abiertos, porque aquella familia
a mí me dieron muchas muestras de cariño, pero cariño del bueno, del único
que sale gratis porque sale del corazón más humano, ese corazón que es capaz
de darlo todo, sin pedir nada a cambio.
Nada más llegar hice como hacía siempre, irme hasta la Fábrica de
Porta, para preguntarles si tenían trabajo, y que siempre me daban, porque
procuraba quedar bien siempre. Cuando me cansaba de este trabajo, nunca
tenía que estarme parado mientras buscaba otro; en la construcción era en lo
que más me gustaba para trabajar por aquellos años.
Así que me estuve en la Fábrica Porta como un par de meses, y me
salió un trabajo para el Plan Sur. Que era cuando pensaron desviar el Río
Turía por las afueras de Valencia, porque habían quedado muy escarmentados
de la famosa, aunque triste riada del cincuenta y siete. Este río lo desviaron
por Chirivella y así ya no pasaría más por el centro de la ciudad de Valencia,
como este río se desbordó y nada más recordar aquello, a los valencianos se
les ponía los pelos de punta y no era para menos, ya que se llevaron un susto
de muerte.
En el Plan Sur me estuve unos meses, con la empresa de Cubiertas
y Tejados, estaba muy bien, pero en mi pensión en casa de Paquito, estaba

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también un chico que era un capataz de la empresa de Dragados y
Construcciones, este muchacho me dijo que tenía una buena faena para mí en
un Polígono Industrial que estaban haciendo en Valencia, ya que por aquellos
años pretendían sacar toda la Industria de Valencia, a las afueras de la ciudad
y por eso estaban haciendo dicho polígono.

TRILOGÍA FOTO 48 UNA PANDILLA DE GENTE DE TODA ESPAÑA EN LAS PUERTAS DEL BAR PAQUITO.

Este se llamaba “Polígono Industrial de Vara de Cuart,” que se


encontraba por el barrio de “La Fuensanta” y que si me interesaba no me
pillaría muy lejos desde “El Barrio de Cristo”, así que no lo pensé y me fui a
trabajar donde me dijo este amigo y compañero de pensión, además allí
estaban trabajando también. “El viejo y el Chaval,” o sea, mis compañeros de
siempre, los que nos habíamos marchado juntos desde Cuenca.
Ya estábamos otra vez los tres juntos en la misma empresa, se
trabajaba muy bien y a mi me mandaron hacer las arquetas para los desagües
y esto lo pagaban bastante bien, aunque trabajaba a destajo, y cuantos más
metros de pozo hacía, más cobraba. Este trabajo era perfecto, solo le encontré
una pega, era que donde instalaron el polígono, era toda la huerta valenciana,
y los hombres de las huertas estaban muy enfadados, y era para estarlo.
Cuando estaba haciendo aquellos pozos, como mi padre siempre había sido

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hortelano, él nos había infundido algo de cariño para la tierra, esto me hizo
ver, que allí que había pozos de hasta siete u ocho metros de hondura, y toda
la tierra que se sacaba de dichos pozos, no llevaban ni un solo guijarro, o sea,
toda una tierra virgen, como suelen llamar a esta clase de tierra los hombres
del campo.
Por todas estas causas no me extrañaba el enfado de estos
valencianos, tampoco me asustaba cuando ellos decían que por allí, tenían que
correr ríos de sangre, estos hortelanos me dijeron que contra nosotros los
obreros no iba nada, que su enfado era más, con los del casco blanco, con los
Ingenieros y demás jefes.
Y que cuando nosotros tuviéramos que pedirles algo como agua, o
lo que fuera, sin ningún temor que se lo pidiéramos, que bastante desgracia
teníamos con tener que estar lejos de nuestras tierras de origen, para poder
ganarnos el pan, pero que a esos del casco blanco, ni agua.
Así fueron pasando los años, Adalberto y también Faustino me
dijeron que se querían ir a Palma de Mallorca, y que si quería, que me fuera
con ellos, les dije que me lo pensaría, me dijeron que ya teníamos el trabajo
buscado desde Valencia. Para esta excursión no tuve que pensar nada, porque
aquella misma tarde, se me perforó el estómago y me tuvieron que ingresar de
urgencias en el Sanatorio de la Seguridad Social de La Fe de Valencia, me
operaron con solo veinticuatro años, pero entre la bebida que por aquellos
años bebía mucho, el tabaco y también la mala alimentación, todo un poco de
cada cosa, fue el caldo de cautivo para que siendo tan joven, estuviera hecho
polvo del estómago.
Mi patrona en este episodio se portó muy bien, fue la que llamó a
la ambulancia, la que me acompaño para que no estuviera solo en un Hospital
tan grande como es La Fe de Valencia, estuvo todo el tiempo a mi lado, luego
el Chaval me dijo que le había mandado un telegrama a mi madre. Llegó a
los tres días de estar operado, junto con mi padre y ellos me dijeron que
habían tardado tanto, porque mi hermano les había dicho que su jefe le dejaría
un autocar, para que vinieran todos juntos con mis hermanas y ellos, pero que
al ver que pasaron dos días, y mi hermano no iba con ninguna solución, no
quisieron esperar más y tanto mi padre como mi madre, habían decidido irse
por su cuenta, para estar lo antes posible conmigo, como era su obligación.
Mi madre me contó que ella había ido a la tía Rosa, la madre del
Aniceto, mi antiguo jefe, ella le dijo lo que pasaba y que si le podía prestar
para el viaje, y que la tía Rosa no le puso ningún inconveniente, llamó a
Aniceto y le dijo, dale a la Vicenta lo que ella te pida y que allí estaban.

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En el Hospital de la Fe estuve diez días ingresado, y mi madre se
estuvo conmigo, mi padre se volvió para Cuenca ya que tenía que trabajar. La
señora Asunción y Paquito le dijeron a mi madre, que se quedara allí y que se
sintiera como si estuviera en su casa, que se podía quedar el tiempo que
quisiera.

TRILOGÍA FOTO 49 UNA FAMILIA NUMEROSA DE LAS MUCHAS DE AQUELLOS TIEMPOS.


A mi madre siempre le gustaba ganarse lo que se comía, le
ayudaba a la señora Asunción en las tareas de la casa, como lavarnos la ropa,
hacer la comida, y todo lo que ella podía, de la mucha faena que en aquella
casa siempre había. La señora Asunción no le cobraba nada por la pensión,
aunque ella con el trabajo que hacía, se ganaba muy bien el plato de comida
que se comía.
Asunción y Paquito, no eran nada de egoístas, cuando les dije, que
les daría la mitad de lo que me pagaba la empresa por estar de baja, los dos
me contestaron lo mismo, que lo que ahora tenía que hacer, era procurar
ponerme bien, y una vez que ya estuviera bien, entonces ya hablaríamos, pero
que tuviera por seguro, que en aquella casa toda mi familia, siempre tendría
un plato de comida caliente en la mesa.
Esta época sin ser nada buena para mí, fue sin embargo la época
que más gratos recuerdos me trae, ya que por aquellos años pude comprobar,
que por la vida y por el mundo, siempre hay, ha habido y habrá, personas de
buen corazón, aunque solo traten de querer hacernos ver que solo hay maldad.

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Pude comprobar que no solo mis padres, sino también mis
patronos, eran gente que siempre merece la pena de tenerlos cerca, tanto la
señora Asunción como Paquito, se portaron muy bien conmigo y me atrevería
a decir, que casi igual como si ellos fueran mis padres.

Pero el que verdaderamente me maravilló fue Toni, a este chico yo


solo lo conocía porque estaba allí en aquella pensión, y sin embargo el mes y
medio que estuve de baja por la operación de estómago, todas las mañanas
dejaba setenta y cinco pesetas o cien, según andará su economía, que por
aquellos años no era muy boyante para nadie y siempre me decía: no te
preocupes de nada, toma te compras el periódico y te tomas un vaso de leche
en el “Bar Amor.”

En este bar era donde nos juntábamos toda la cuadrilla cuando


salíamos de trabajar por las tardes. Era de un matrimonio de Murcia y yo
comencé a salir con una sobrina de este matrimonio, por eso a mí me gustaba
mucho ir a ese bar. Y esto que mi buen amigo Toni lo sabía, por eso me decía
que me tomara un vaso de leche en dicho bar, que estaba a la entrada del
“Barrio del Cristo” por la zona del Aeropuerto o lo que era lo mismo, por
donde pasaba la Nacional tres.

La Empresa de Dragados y Construcciones me pagaba por mi baja


quinientas pesetas, con esto no tenía para todos mis gastos, pero lo que es
cierto y verdad, es que nadie me pidió nada de nada, en todo aquel tiempo que
estuve de baja. Así desde entonces me enseñé a no prestar, y si dejaba algo,
era con la condición de que no me lo tenían que devolver, como toda aquella
gente había hecho conmigo, así que lo que podía hacer por quien fuera, lo
hacia sin mirar nada más.

Estas formas de hacer las cosas Toni, a mí por lo menos, me


enseñaron a no tener ningún egoísmo y por supuesto, a tener siempre bastante
con aquello que tuviera, aunque no tuviera nada.

Con el triste pasar de los días, llegó ese día tan esperado, que el
médico me dió el alta, y ya comencé a trabajar otra vez, en el Polígono
Industrial de Vara de Cuart.

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TRILOGÍA FOTO 50 VENDIMIADORES EN FRANCIA FOTO TOMADA DE INTERNET

CAPITULO DUODÉCIMO

Por aquellas fechas, Toni me dijo que lo habían llamado desde


Francia, ellos se iban todos los años, su tío Juan y sus primos hasta la
vendimia francesa, pero este año le había dicho su tío, que ellos ya no querían
ir más, y el patrón de Francia el señor Ramírez, le había dicho si él podía
prepararle una cuadrilla de cuatro vendimiadores. Ya contaba con su primo
Afrodisio y con Ginés el de Murcia, y que si me daba un poco de prisa, en
pedir el Certificado de Penales para el Pasaporte, ya estábamos los cuatro.
Aquel mismo día me fui a la Comisaría de Valencia y poder hacer todos los
trámites para el Pasaporte, dejé todos mis datos y las fotos y ya se encargaban
ellos de pedirme todos los papeles que hubiera que pedir a Madrid, me dijeron
que ya me avisarían cuando tenía que ir a firmarlo.

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Para firmarlo, me tuve que estar guardando cola toda una noche y
parte de la mañana siguiente, ya que había miles de personas y todas para lo
mismo, hacerse los papeles para irse a la vendimia francesa. Bien es verdad,
que en veinte o veinticinco días de la vendimia en Francia, se ganaba más
dinero, que aquí en España en dos meses de trabajo. Así que me hice mi
Pasaporte y ya estaba listo, para cuando dijera Toni que nos teníamos que ir,
esto fue por el mes de septiembre.
Por aquella época salía, de España miles y miles de personas, para
la vendimia francesa. Puedo decir que no era un plato de gusto, pero la
necesidad obligaba y por cierto obligaba mucho.
En Valencia teníamos que coger un tren de aquellos que por aquel
entonces, se les solían llamar borregueros, que íbamos como la palabra indica
como borregos. Este tren nos llevaba hasta la frontera con Francia, desde el
pueblo de Figueres; allí nos hacían un reconocimiento médico, de aquellos de
antes, que para no hacerte nada de nada, te miraban desde las uñas de los pies,
hasta el último pelo del cogote, y esto para ir a vendimiar que más parecía un
reconocimiento para vendernos como esclavos.
Puedo decir que de las tres o cuatro veces que pasé este
reconocimiento, sentí miedo porque te metían en una habitación grande, allí
todos pegados a la pared y al rato pasaban un par de señores con una bata
blanca, y nos decían muy serios, que nos bajáramos los pantalones, también
los calzoncillos, nos miraban por todas partes. Conforme iban haciendo esta
inspección, nos decían que nos metiéramos el dedo en la boca y que
sopláramos, esto según decían los compañeros de otros años, lo hacían para
ver si alguno estaba quebrado, y cuando terminaban con todas estas herejías,
nos decían que nos podíamos vestir.
Entonces nos daban una pastilla, que nunca supe para qué eran
dichas pastillas, la mayoría de aquellas gentes las escupían antes de
tragárselas, yo me las tomé sin rechistar, los tres o cuatro viajes que hice a la
vendimia francesa.
Esto más que nada porque siempre decía, que de algún mal hay
que morir, y ahora puedo decirlo que no era mucho el aprecio que por aquel
tiempo, le tenías a la vida, más que nada a esta vida que llevábamos la
mayoría de las gentes pobres de aquellos años, sin aspiraciones de ninguna
clase, eso eran para otra clase de gentes, donde nosotros aún no estábamos ni
siquiera apuntados, esto era para personas de otra casta y nunca como me
diría mi padre, para la clase obrera.

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En la frontera con Francia había que pasar por un subterráneo que
un lado era de los Ferrocarriles Españoles, y al otro lado los Ferrocarriles
Franceses. En el lado de Francia, teníamos que subirnos en un tren que nos
iría dejando a cada uno en su destino, nosotros nos teníamos que bajar en la
capital de Francia de Toulouse, y allí nos estaría esperando el hijo de nuestro
patrón, que el amigo Toni lo llamaba Lulú.
Este muchacho nos llevaría hasta el pueblecito de Salles d Aude,
en el distrito once de Francia. Toni que ya llevaba muchos años de vendimia
se camino y sabía donde nos teníamos que bajar, así cuando ya íbamos
llegando a Toulouse, él ya pudo ver a Lulú como llamaba al hijo del patrón,
que nos estaba esperando. Allí mismo fueron las presentaciones, después
subimos todos los bultos que nosotros llevábamos a la camioneta del Lulú,
como lo llamaríamos nosotros también desde aquel día, una vez cargados
todos nuestros bártulos que no eran muchos, nos pusimos rumbo para el
pueblecito de Salles d Aude.
Escribiendo estos recuerdos “El escribidor” de Cuenca, hoy en la
Universidad de Mayores de José Saramago, le ha tocado un tema de
Literatura de los que más le gustan, como es la forma de narrar una historia,
piensa que ahora ya sería capaz de atreverse con la historia que le echaran,
esta historieta trata sobre la sumisión, y que es un pequeño escrito sobre una
mujer que está tomando un helado en la terraza de un café; este escrito que al
escribidor le parece más que otra cosa, una reflexión del escritor “Quím.
Monzón”.
En la Universidad nos mandan que analicemos estas reflexiones,
desde nuestro punto de vista. Así leyendo unas cuantas veces dicho texto, de
“la sumisión” lo primero que deduzco, es que este escritor está escribiendo en
tercera persona, trata de poner en los labios de esta señora del helado, las
normas o palabras que más le gustan a él, en boca de las mujeres, tengo que
decir que a mí por lo menos, me resultan bastantes desagradables. Si
analizamos a la señora del helado, como la segunda persona de este escritor,
puede llevarnos entonces a la radical conclusión, de que esta señora es
demasiado egoísta, en su forma de ver al hombre de su vida, por lo tanto esto
nos lleva, a lo que en realidad quiere, o por el contrario busca nuestra
profesora de Literatura, que no es otra cosa, que nos metamos nosotros
mismos, así como con un ejemplo de “Empatía” en la piel de esta señora de la
terraza del café, y contemos nuestros propios pensamientos. Así de mi
pequeña historia, me ha salido esto que lo cuento aquí al completo, porque

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cuando me lo mandaron leer en clase, fui ovacionado y yo lo quise ver de esta
manera.
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Estoy tomando un café en la soledad de una terraza en una
cafetería, de un lugar del mundo, porque he tenido que hacer un viaje yo solo,
el primero desde que me casé, sin mí mujer Pilar; ella no ha podido venir
conmigo, así dándole vueltas a la cucharilla del café, yo diría que casi igual
que a mi cabeza, puedo comprobar que mi mujer perfecta, es ella, solo un día
sin ella, y ya no se me puede escapar de mi cabeza; claro que una mujer tan
sumisa, tan buena, pienso que Dios rompió el molde con ella. Tengo que
comprarle un regalo, desde aquí y desde ahora, darle las gracias a Dios, por
esta vida que me ha tocado vivir, más que nada, porque pienso que una vida
ahora lejos de Pilar, no me sería posible.
Una vez terminado este trabajo, cada día que voy pasando en esta
Universidad de Mayores, me siento con mas ganas de hacer cosas, y sobre
todo de mi gran afición de escribir, que si antes escribir me gustaba mucho sin
saber hacerlo, ahora que pienso que sé escribir menos, pero que soy capaz de
alcanzar mucho más. Cada día que paso en dicha Universidad me encanta un
poco más escribir, hasta el extremo de comenzar a sentirme casi un escritor.
“El escribidor” suspira hondo y se marcha, desde la Universidad
de Mayores José Saramago hasta ese pueblecito del sur de Francia, donde sus
recuerdos estaban comenzando la vendimia de aquellos últimos años de los
sesenta.
Allí en el pueblecito francés de Salles d Aude, nos estaba
esperando el señor Ramírez, que era el patrón y padre de Lulú, personalmente
este hombre nada más verlo no me causó muy buena impresión. Sin embargo
su hijo Lulú, como le llamaríamos siempre desde aquel día que nos lo
presentó a toda nuestra expedición Toni, sí que me pareció un muchacho
extraordinario, como así sería una vez que fueron pasando los días, y nosotros
lo fuimos conociendo cada día un poco más.
Estos patronos nos presentaron a las señoras de la casa, la señora
de Ramírez y Fransina que era la mujer de Lulú: por cierto, la que mejor me
pareció de todos aquellos franceses, que para mí era la primera vez que me
saludaba con ellos en suelo francés.
Al juzgarlos a primera vista, desde la casa nueva que ellos se
habían comprado aquel mismo año, porque esta casa, lo que en España
llamamos un chalet, esta casa según me comentó Toni, él no la conocía de los
años anteriores, según me dijera el año de antes se quedaban él y su tío Juan

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con sus primos, en una casa que había a las afueras del pueblo muy vieja a la
que iríamos todos nosotros, ya que era allí donde teníamos que dormir, por
tanto donde nos tendríamos que hacer la comida y todas nuestras cosas, el
tiempo que estuviéramos allí en Francia.
A Francia había que llevarse de todo, ya que allí nosotros solo
íbamos a ganarnos unas miles de pesetas, por si acaso el invierno venía con
maldades, por lo menos estar preparados siempre para lo peor, y poder tener
donde echar mano en caso que el invierno no fuera muy bueno. Para
hacernos las comidas, nosotros nos llevábamos unos huesos de jamón, que los
llevábamos ya hechos trozos, y un chorizo, o una morcilla, con unas judías y
nos estaban tan ricas, otros días hacíamos cocido, o unas patatas con carne,
que ya Fransina me traía siempre algún trozo de falda de cordero, o del cuello
del mismo animal las patatas estaban tan ricas.
Para los almuerzos en el campo, nos solíamos llevar panceta, por
las noches cada uno se hacía lo que podía, un trozo de bacalao, un trozo de
chorizo, o de salchichón. Así eran todos nuestros días por aquellas tierras de
Francia, el tabaco también no lo llevábamos de España, así si nosotros íbamos
a estar veinte días, nos llevábamos treinta paquetes de aquellos de
Peninsulares, que eran los más baratos aunque eran muy malos, por lo menos
nos quitaban las ganas de fumar, que si he de ser sincero, eran por aquellos
años más que las ganas de comer. Como de eso era de lo que se trataba todos
y cada uno de nosotros ya sabía lo que tenía que hacer. Por entonces a todo se
le solía sacar alguna copla, estos cigarrillos de Peninsulares tenían la suya en
un dicho que más o menos decía así.
Si te quieres suicidar
no busques río ni puente,
fúmate un Peninsular
y morirás de repente.
Así que estando todo preparado nos llevaron hasta la casa vieja,
que según dijeron era donde nos quedaríamos, sacamos todas nuestras cosas y
las comenzamos a colocar, porque Toni para estas cosas era muy organizado,
y aunque aquello, era una casa destartalada y en muy malas condiciones, le
dije a Toni que aquella casa no reunía las condiciones mínimas que una
persona necesitaba para poder vivir dignamente, me contestó que allí se
habían quedado todos los años, y que nunca les había pasado nada, para ser
sincero la primera noche que dormíamos allí, no pegué ojo y creo que oía
ruidos por todas partes.

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Esa noche descansé muy poco, en el momento que se hizo de día
había que irse a la viña, ya para la noche siguiente fue otra cosa, más que
nada porque al estar bastante cansado, creo que dormí toda la noche de un
tirón.
En Francia todos los días eran iguales, nada más hacerse de día nos
íbamos a la viña y a media mañana nos comíamos el bocata, que siempre era
de lo mismo, de panceta, porque no teníamos otra cosa, a medio día veníamos
con el camión lleno de uvas a la bodega, allí lo descargábamos, la descarga la
hacían siempre Toni y Afrodisio, Ginés y yo, nos íbamos hasta la casa para
hacer la comida, comíamos y otra vez para la viña, por la tarde cuando
veníamos descargábamos el camión entre todos, y luego todos también a
fregar los cacharros, hacer la cena, limpiar la casa y si alguno tenía algo que
lavar a lavárselo.
Porque si no querías ir sucio por aquellos pueblos de Francia, ya
sabías lo que tenías que hacer, cada uno se tenía que hacer sus cosas, porque
nadie hacía nada por nadie, de no ser que fuera de extrema necesidad, así que
te espabilabas, o por el contrario te comía la mierda, estas cosas por aquellos
tiempos se miraban mucho. Cuando ya teníamos todo hecho, si nos sobraba
algo de tiempo, nos íbamos todos a la plaza del pueblo, y nos comprábamos
una cerveza de litro nos la bebíamos allí mismo, sentados en un banco que
tenían dichas plazas por los pueblos franceses, en amor y buena compaña.
Tengo que decir que nos la bebíamos los cuatro juntos como
buenos hermanos, que de la gente que íbamos a la vendimia de Francia, más
de un setenta por ciento, eran analfabetos totales, de no saber ni leer ni
escribir. De nosotros que éramos cuatro compañeros, solo sabía yo y no
mucho.
Los otros tres no sabían ningún, también he de decir, que ellos no
querían escribirle nunca a nadie, aunque me ofrecí el primer día que llegamos
allí hacerlo por ellos, en los veinticinco días que solía durar la vendimia, solo
Afrodisio me pidió si quería escribirle una carta para su señora, pero una nada
más.
La vez que este muchacho se encontraba inspirado, a lo mejor eran
dos cartas las que me pedía que le escribiera, le ponía lo que él me iba
dictando y me decía cosas, que nunca se las diría a nadie para que las
escribiera a mi mujer. Bien es verdad que nosotros nos llevábamos como
hermanos; Ginés como por aquellos tiempos yo salía con una hermana suya,
cuando le escribía a mi novia, ya me encargaba de decirle como se encontraba

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su hermano. Para que ella se lo contara a toda la familia y así supieran como
estábamos todos.
Ginés estaba separado de su mujer y por lo tanto vivía solo, Toni
no tenía a nadie a quien escribir, ya que esté muchacho no tenía ni padre, ni
madre, con sus hermanos no era mucho el trato que tenía, así que en este
sentido, me gastaba poco papel y lápiz.

TRILOGÍA FOTO 51 UNA PANDA DE AMIGOS EL CHETE GOYO VALIENTE FRUGENCIO Y CARLOS.
La primera vez que fui a Francia, mi decepción fue bastante
grande, más que nada como les había oído decir tanto a Toni, a sus primos, y
a su tío Juan, que allí en Francia te podías dejar lo que fuera en la calle que no
lo tocaba nadie; pero la realidad era que allí como en todos los sitios, había
gente muy buena, pero también había muchos chorizos.
Esto viene a cuento, porque en los primeros días de estar allí en
Francia, pronto pude ver que la señora de la tienda donde comprábamos las
cosas, era más o menos lo mismo que los capitalistas españoles, que no se
preocupaban nada más que de su dinero, y por supuesto, de sacar el máximo
posible.
En aquellos años en la vendimia francesa, se hacía un contrato con
el precio de lo que nos tenían que pagar la hora, con tantos litros de vino para
el consumo personal, los litros de vino si no te los bebías, ellos te los tenían
que pagar. Al señor Ramírez, siempre o casi siempre, se le olvidaba ponerlo

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en la cuenta, se lo quedaba siempre para él, este hombre pude comprobar que
era muy roñoso y pensaba hasta el extremo de creérselo, (que los españoles
éramos tontos), que teníamos muy poca cultura.
a su nuera Fransina, un día le dije más que nada, porque esta mujer
era la única que me inspiraba algo de confianza, que por España también
estábamos personas, que sabíamos muy bien lo que teníamos entre manos, y
que no éramos todos igual como su suegro pensaba de nosotros, una vez que
le había hablado a esta señora, pienso que por este motivo desde aquel día, su
suegro comenzó a ser un poco menos usurero.
Con esto llegué a pensar que esta le dijo que yo le había
comentado de su suegro, y desde entonces este hombre ya trataba de hacer las
cuentas bastante mejor y por supuesto, cuando nosotros estuviéramos delante
de él, bien su nuera Fransina o yo mismo.
Aquel mi primer año en la Vendimia de Francia, salimos de esta
Nación por la misma Frontera que habíamos entrado, o sea por el Pirineo
Catalán. Una vez en el lado de España, estábamos los cuatro sentados en la
estación, Ginés, Afrodisio, Toni y yo, esperando para poder coger algún tren
que nos llevara a la estación de Valencia.
De estos trenes había muchos, el viaje duraba unas seis horas,
siendo su precio bastante barato. Estando allí en este tiempo de espera, se nos
acercó un señor, preguntándonos que para donde íbamos, le dije que
esperábamos un tren que nos dejara lo más cerca de Valencia. Este hombre
me dijo que él era taxista, y que por un precio poco más, que nos costara el
tren, él nos podía traer hasta Valencia; lo consulté con Toni y los demás y me
dijeron que sí, que se iba mejor en coche, que en el tren, y lo que nos costara
más, nos lo ahorraríamos al llegar antes, así que al estar todos de acuerdo, nos
subimos en aquel coche y hasta Valencia.
Este hombre nos dijo que tenía que pasar por su pueblo primero,
para decirle a su señora que salía de viaje, como el viaje era largo y no sabía
cuando iba a volver. Así que esto fue lo que hizo, y una vez hecho, nos
pusimos todos en marcha rumbo a las tierras del Cid.
Cuando llegamos a los Pirineos tienen unas subidas y unas bajadas
que viajando de noche, le suelen dar al más pintado verdadero pánico, a mí
que no me pasaba siempre por no decir nunca; no se si sería por la
desconfianza, o porque la vida que nosotros habíamos vivido nos había
enseñado a no fiarnos de nadie, pero lo que sí tengo que decir, es que mi
desconfianza aquella noche era total, más de miedo, que de otras cosas, todo

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esto porque llevábamos unos cuantos francos en los bolsillos, y nosotros
pensábamos que nos los robarían nada más que nos descuidáramos un
segundo.

TRILOGÍA FOTO 52 VENDIMIADORA EN FRANCIA.


Es cierto que por todo aquello, siempre pensé que sería por este
motivo, porque siempre que subía a un coche por los Pirineos, siempre solía
pasarme lo mismo, estaba en guardia todo el tramo de dichos Pirineos. Ahora
escribiendo estas cosas me vienen a la cabeza ciertos recuerdos de este viaje,
sobre todo cuando estábamos en pleno monte, y se le ocurre a este señor
taxista que nos traía, decir que tenía que parar para hacer sus necesidades; aún
parece si cierro los ojos estar oyendo a Toni decir, tire para adelante y no se le
ocurra parar aquí bajo ningún concepto, ya que se puede encontrar lo que no
busca, nunca llegué a saber lo que Toni quería decir con aquellas palabras,
pero aquel hombre no paró ni volvió a decir nada de parar en todo el viaje.
Cuando ya por fin llegamos a un acampado, le dijo Toni a este
hombre, ya puede usted parar y hacer lo que tenga que hacer. El señor paró y
se puso detrás de unos matorrales hacer sus necesidades, nosotros también
nos bajamos para hacer lo mismo. Le pregunté a Toni porqué no le había
dejado parar, cuando se lo pidió la primera vez, Toni me dijo que la vida le

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había enseñado a ser muy desconfiado; que estaba seguro que aquel hombre,
cuando se lo pidió, tenía ganas de hacer de vientre, pero quién le aseguraba a
él, que no había quedado con otros compinches, para sacarnos en estos
montes una escopeta y quitarnos las cuatro perras que traíamos.
Toni continuó diciéndome no crees tú que es mejor así; ahora
cuando subamos al coche, ya le pediré perdón al hombre. Pero que a él, tanto
sus padres como la vida, le habían enseñado a no fiarse de nadie, y esto fue lo
que Toni hizo nada más ponernos otra vez en marcha.
Con su forma de decir las cosas, le dijo aquel hombre que lo
comprendiera, que no estaban los tiempos para ir haciendo tonterías, el señor
le dijo que no se preocupara que lo comprendía, y que él hubiera hecho lo
mismo.
Así que sobre las cuatro de la madrugada llegamos a Valencia, le
pagamos al señor y nos dijo que se volvía otra vez para Barcelona aquella
misma noche, porque estaba muy cansado y no era cuestión de buscar otro
viaje.
Tanto Toni, como yo, nos quedábamos en la pensión de paquito,
llamamos a la puerta y nos abrió paquito con su habitual buen humor.
Nosotros nos acostamos nada más pasar a la pensión, porque estos
viajes a Francia, siempre resultaban muy pesados: Afrodisio y Ginés, tenían
casa propia en el “Barrio del Cristo”. A la mañana siguiente cuando nos
levantamos, nos fuimos a cambiar los francos por pesetas, esta era siempre la
peor época para cambiar el dinero, porque la mayoría de la gente que hacía la
vendimia, optaba nada más llegar a España por ir a cambiarlo, había quien se
esperaba unos meses y era bastante mejor porque les pagaban más. Pero a
nosotros esto nos solía dar igual, un poco más como un poco menos, ya que
las trece o catorce mil pesetas que nosotros solíamos traer nos solían durar
muy poco.
En mi caso le mandaba a mi madre entre dos o tres mil pesetas, me
compraba un pantalón, una camisa, con unos zapatos, que solía costar entre
dos o tres mil pesetas, con el resto ya eran unas cuantas noches de borracheras
en el “Bar Amor” que era donde nos juntábamos toda la cuadrilla. Una
cuadrilla a la que el amigo “Drácula” había bautizado con un sobrenombre
como era de “La banda borracha” a toda nuestra cuadrilla, para estas cosas de
sacar motes el amigo “Drácula” se las pintaba solo.
Seguía trabajando en la empresa de Dragados y Construcciones en
el Polígono Industrial de Vara de Cuart. Allí estuve casi hasta que se
terminaron las obras de aquel desvío del Río Turia, ya que un poco antes de

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terminarse aquellas obras, me había llamado el Ingeniero a las oficinas y me
dijo: que la empresa estaba muy contenta con mi trabajo y que les gustaría
que siguiera con ellos.
Pero que más que nada me había llamado, para decirme que
cuando terminaran en aquel Polígono Industrial, ya no tenían nada de trabajo
en España, pero que en Bélgica sí que tenían mucho. Y que ellos habían
pensado de mandarme a Bélgica, si a mí me parecía bien.
Porque allí era donde más faena tenía en aquel momento, les dije
que de momento no llevaba idea de marcharme fuera de España, que si no
tenían nada por aquí, que no se preocuparan, que ya me buscaría la vida como
pudiera, por no decirles que lo llevaba haciendo durante toda mi vida.
Pero que de momento no me iba ni a Bélgica ni a ningún otro sitio
donde tuviera que usar el Pasaporte; que en España, no me importaba ir a
donde fuera, así que en eso quedamos.
Pero no hizo falta que me buscara nada, porque un mes después de
esta conversación, me fui con una cuadrilla que se dedicaban hacer naves por
el campo, para hacer una granja en Catarroja. Toda esta gente que eran de la
parte de Ciudad Real y eran muy buenas personas, de estas gentes aprendí a
compartirlo todo, porque así eran ellos, lo compartían todo, tanto lo malo,
como lo menos malo, ya que por aquella época bueno había muy poco, por no
decir nada.
Esta cuadrilla o Cholla, como por aquellos años se decía por
Valencia, tenían cosas que no las habían visto nunca llevaban a un señor
mayor, que todos le llamaban Donelio. Este hombre solo se encargaba de
hacer la comida, siempre lo veía con su escopeta al hombro, en su moto era
donde viajaban, tanto las sartenes, como los utensilios de cocina.
Algunas tardes cuando terminábamos de trabajar este hombre
Donelio, me solía decir si me gustaría irme con él, porque tenía que comprar
el suministro para toda la semana y para él solo, era un poco pesado.
Me iba con él y nunca en todo el tiempo que lo acompañé para
dicho menester, pude ver que comprara nada de carne, pero sin embargo todas
sus comidas siempre llevaban algo de carne. Según pasaba el tiempo y ya
llevábamos bastantes años juntos, me dijeron los otros compañeros, qué el
amigo Dónelio, era un lince para la caza, que era capaz de usar los lazos, la
escopeta, la liga y todas las trampas que se le pusieran a su alcance, mejor que
nadie.
Era uno de los mejores cazadores furtivos que había por la parte de
Ciudad Real. Cuando los demás compañeros me dijeron esto, no pude por

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menos que acordarme de mi antiguo barrio, donde también se presumía de ser
los mejores pescadores del mundo, en el arte de pescadores furtivos.
También en esta Cholla el día que alguno de ellos no tenía ganas
de trabajar, bien porque esa noche hubiera estado de juerga, o por los motivos
que fueran, no se enfadaban nunca con dicho componente de la Cholla,
solamente y con toda la amabilidad del mundo, lo invitaban para que ese día
que no tenía ganas de hacer nada, que hiciera de perro y así se podía ganar el
pan. Esto no sabía lo que era, pero Donelio que ya me había tomado un gran
cariño, me lo explicó. Aunque un día estés muy cansado, nunca hagas de
perro, el día que no te encuentres bien, es mejor que no vengas a trabajar
antes que hacer de perro.
Entonces le pregunté que, qué era eso de hacer de perro, y él me
dijo, que eso consistía en no hacer nada, que podías estar tumbado todo el día,
pero todo aquel que pasaba por tu lado, te podía dar una patada y decirte, tuso
fuera de ahí, te ataban a un árbol y eso sí, estabas tumbado todo el día, pero lo
que si te puedo asegurar, es que el que hace de perro, no se va a la cama con
frío ese día, porque se lleva palos y patadas para dar y vender; por supuesto
de comida nada de nada, si es capaz de coger algún trozo de pan bien, sino ni
aun eso, te tenías que buscar la vida, que para eso eras el perro.
Lo vi hacer una vez nada más a uno de la cuadrilla, aunque creo
que no se enteró de nada, y si alguno le dió una patada de todo cuanto le
hicimos aquel día, porque este perro se estuvo todo el día durmiendo de lo
cansado que estaba. Aunque el que hacía de perro, no decía nunca porqué lo
hacía, debería de tener muy buena causa, ya que no se entero de nada en todo
el día.
Con está cuadrilla estuve casi un año, ellos también se iban todos
los años a la vendimia de Francia, me dijeron que si quería, que me podía ir
con ellos al año siguiente, les contesté que no, que como ellos sabían, me
había ido el primer año con “Toni, “el Mariolo” que era el mote por el que era
conocido Toni, por todas estas gentes, y que este año me volvería a ir otra vez
con él, y toda la cuadrilla que habíamos ido siempre juntos.
Estos hombres me dijeron, lo que todo el mundo sabía, y por
supuesto desde hacía ya mucho tiempo, que Toni era muy buena persona y
también muy buen compañero. Cuando fuimos tomando confianza, les dije lo
que me había pasado con este muchacho, cuando me operaron del estomago,
que se había portado muy bien conmigo y que para mí sería desde aquel día
como un hermano. Así que nos fuimos otra vez a la Vendimia los cuatro,
Toni, Ginés Afrodisio y yo.

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Ese año ya iba bastante más contento, siempre me ha pasado igual,
que cuando conocía el camino a donde iba, ya me sentía bastante mejor; fue
igual que el año de mi primera vendimia, cogimos un tren en Valencia que
nos llevaría hasta la frontera con Francia.
Allí otra vez la misma parafernalia, que el año anterior; metidos
otra vez y creo que era la misma habitación y vuelta con mirarnos desde el
último pelo del cogote, hasta las uñas de los pies. Mi buen amigo Toni,
siempre que emprendíamos un viaje de larga duración se compraba un
periódico, y por aquellos años no era mi fuerte la discreción, siempre le
preguntaba lo mismo, para qué quería un periódico si aún no sabía leer.

TRI
LOGÍA FOTO 53 COMPAÑEROS DEL BARRIO DEL CRISTO Y DE LAS OBRAS
Esto siempre le enfurecía mucho y me solía decir lo mismo, no te
callarás ni debajo del agua, el día que seas capaz de estarte callado cuando
veas una cosa que no te cuadre, le mandare al cura del “Barrio del Cristo”
algo de dinero, para que repiquen las campanas todo el día, estas palabras me
las decía siempre, y siempre por lo mismo; no lo hacía a malas pero era
comprar el periódico y zas, la misma pregunta, y eso que me lo había dicho
infinidad de veces.
Ese año nos subimos en el tren, en la Estación Francesa y cuando
nosotros llegábamos a Toulouse; ya nos estaba esperando el hijo del patrón

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Lulú como el año de antes. Nos subimos a su camioneta y todos juntos, hacia
el viraje, como les llaman los franceses a sus pueblos.
Ese año ya se habían comprado tanto el señor Ramírez, como su
hijo Lulú, un chalet nuevo cada uno de ellos, de los muchos que estaban
haciendo a la salida del pueblo. El señor Ramírez padre nos dijo que esta vez
no nos quedaríamos en la casona vieja como en los años anteriores, que nos
quedaríamos en lo que era el garaje del chalet nuevo de su hijo Lulú como le
decíamos nosotros, aunque fue Toni quien comenzó llamándolo así, al final se
lo decíamos todos y hasta su mismo padre.
Así que nos fuimos todos para ver la casa nueva, y para colocar
nuestras cosas, porque nosotros no nos podíamos estar echando la chompa.
Llegamos a la casa, y el señor Ramírez ya lo tenía todo organizado, según él,
en el garaje haríamos la vida nosotros y por la noche para dormir, en la parte
de arriba de dicho garaje, que allí habían dejado un hueco de no más de
cincuenta centímetros, entre el tejado y las tejas donde se formaban las
goteras hasta la calle, nos lo dijo tan convencido que allí dormiríamos
nosotros.
Con estas cosas me pude dar cuenta, del cinismo de este hombre,
cuando le dije que él conmigo, dormiríamos allí, pero que tanto Toni, Ginés y
Afrodisio, tenían que dormir en un sitio donde se pudieran estirar. Que a ellos
tres había que buscarles otro sitio para dormir, me dijo: que claro que aquello
parecía un poco estrecho para poder meter allí las camas; de todas formas con
este detalle ya pude darme cuenta, que este hombre no era trigo limpio y que
no debería fiarme de este señor.
Nosotros ocupamos todo el garaje de Lulú y su señora Fransina,
este matrimonio, si que eran buenas personas, tanto ella, como él. Esta
muchacha nos ayudaba mucho, en todo lo que ella nos podía hacer, como
lavarnos alguna vez la ropa en su lavadora y cosas por el estilo de vez en
cuando; también me compraba cosas en la carnecería del pueblo como un
trozo de tocino, un hueso de jamón y cosas así para que nosotros pudiéramos
poner todos los días el puchero, tanto Gines como yo éramos los encargados
de dicho menester.
Fransina siempre me decía, que por lo que más quisiera, que no le
dijera nada a su suegro. A este hombre por lo que pude comprobar le tenían
miedo toda la familia, tanto su mujer, como sus hijos, también su nuera
Fransina, que era con mucha diferencia, la mejor de toda esta familia, por lo
menos así me pareció a mi desde el primer día que la conocí.

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Ese año se nos dió muy bien, terminamos en veintidós días sin
ningún incidente que reseñar.
Cuando me dijeron que por el Norte de Francia, se comenzaba a
vendimiar, cuando se terminaba en el Sur, que era donde estábamos ahora, y
que quien quisiera hacer esa vendimia, se podía apuntar que saldría un
autobús una vez que se hubiera terminado en aquella zona; y que el autobús
estaría saliendo siempre que se estuvieran apuntando gente para irse a dicha
vendimia. Así que nos apuntamos y Lulú nos sacó en su coche hasta Bizier,
que era desde donde salía el autobús, que nos llevaría hasta Mont de Marsant,
en el distrito treinta y dos. Cuando nos apuntamos nos dijeron que una vez
allí, saldrían los agricultores franceses de aquella zona a recogernos, y así fue
como pasó, cada uno de aquellos labradores, se iba llevando los
vendimiadores que le hacían falta.
Lulú nos sacó hasta aquel pueblo y él se volvió a su casa, no sin
antes decirnos, vosotros os estáis aquí sentados que ya vendrá alguien a
recogeros, para llevaros hacia el Norte de Francia, y se fue para su pueblo.
Ya llevábamos allí un buen rato sentados, y no aparecía nadie que
tuviera pintas de labrador.
Tampoco se le veía a aquello ninguna traza de que fuera a ir
alguien a recogernos. Así que me puse a preguntar y siempre obtenía la
misma respuesta ¿No compre Pa? ¿No compre Pa?, –por lo que ya estaba
comenzando a ponerme mosca.
Toni y Afrodisio no decían nada, pero Ginés, que tenía menos
paciencia que yo mismo, ya estaba comenzando a decir ¿pero estás seguro
que es aquí donde nos tenemos que esperar? que sí Ginés, que sí, siéntate ahí
con ellos y calla que estas más guapo callado.
Pero esté su forma de ser era así, y no paraba de despotricar tanto
que ya me hizo enfadar y como pasa siempre, que aquel enfado lo pago el que
menos culpa tenía.
Cuando comencé a poner de vuelta y media, a todos los franceses
sin excepción, con voz casi en grito diciendo palabras; como que no había
visto a ningún francés que fuera listo, y también que eran unos hijos de p… y
cosas aún más fuertes. Hasta que un señor me dijo, español que se te entiende
todo, a este señor le dije que me perdonara pero que era a él, a quien iba
buscando. Le pregunté si me podía decir de donde salía el autobús que nos
llevaría a los vendimiadores españoles hasta el Norte de Francia para
llevarnos hasta el distrito treinta y dos, que me habían dicho que se llamaba
Mont De Marsant.

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Este señor echándose a reír por mi ocurrencia el mismo nos
acompañó hasta una plaza que estaba allí mismo para que nos pudiéramos
subir a aquel autobús, que nos llevaría del Sur al Norte de Francia, más o
menos de una punta a otra. Pero nosotros estábamos acostumbrados a estos
viajes tan largos, porque por suerte o por desgracia, eran muchos de estos
viajes los que los obreros españoles teníamos que hacer, hasta en la propia
España, para poder ganarnos el pan nuestro de cada día honradamente, como
se solía decir por aquellos años.
Una vez escrito esto, y subidos en el autobús que nos llevaría de
punta a punta de Francia, para seguir con nuestro trabajo, o lo que es lo
mismo, para poder echar unos pocos días más de Vendimia en Francia y con
ello, poder traernos unas cuantas pesetas más para que nuestras pobres
economías, fueran un poco más boyantes.
Ahora quiero cerrar por unos momentos mis historietas por las
tierras de Francia, y con este comentario, volver a retomarlo otra vez.
Después de comentar mí último día de clase en la Universidad de Castilla la
Mancha, y por lo tanto del Primer Curso de Mayores, de las clases de José
Saramago que lo comenzaré con estas palabras mías.
Hoy es veintiséis de mayo y hemos tenido que entregar el trabajo
de todo el año de Literatura, que este trabajo consistía en el Poeta Granadino
Federico García Lorca. Era un trabajo sobre “El Romance a la luna, luna”
(Del Romancero Gitano).
Sobre un análisis de este romance, y al ser posible sacarle el
máximo jugo de dicho romance; como quién era, quien hablaba, más o menos
lo que quería decir Lorca en dicho romance, también situarnos nosotros, como
periodistas de aquella época ,y hacerle tres preguntas a Federico García
Lorca.
De toda la clase me han escogido a mí para leer el trabajo y una
vez leído, todos mis compañeros me han obsequiado con una gran ovación,
cosa que me hizo sentir muy satisfecho, tanto que por eso he decidido pasar
aquí dicho trabajo y era así más o menos.

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TRILOGÍA FOTO 54 ARACELI DE NUESTRO CURSO CON LOS RESPONSABLES DEL ACTO

CAPITULO DECIMOTERCERO

Este es un romance de treinta y seis versos octosílabos, donde el


poeta comienza hablando en tercera persona, desde el primer verso hasta el
verso octavo. En el verso siguiente toma la palabra el niño diciendo: ¡huye
luna, luna, luna! Así desde este verso noveno hasta el verso numero veinte en
el que dice a luna mi blancor almidonado. Estos doce versos son un diálogo
entre el niño y la luna. Y desde el verso veintiuno hasta el verso treinta y seis
vuelve el poeta a tomar la palabra.
Este poema es un Romance de Rima Imperfecta en los pares, o
sea, Rima Asonante. Los versos como todo romance son octosílabos. En este
poema, el poeta nos cuenta la muerte de un niño gitano.
Sabiendo la afición de Lorca, por poner a la luna como símbolo de
muerte. Para llegar a esta conclusión me baso en los versos tres y cuatro:
El niño la mira, mira. El niño la está mirando. Los signos más repetitivos del
poema son “El niño” “la luna” y “los gitanos.” Luego ya nos tenemos que ir
hasta el verso treinta y uno y treinta y dos, donde el poeta dice “por el cielo va
la luna” (muerte) “con un niño de la mano” (muerto). Para el cierre del poema

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nos dice: “El aire la vela, vela” (a la muerte). El aire la esta velando, estos son
los gitanos dando gritos dentro de la fragua.
Mis tres preguntas como periodista del Diario La Esfera de Madrid
a este gran poeta, situándonos en el año de mil novecientos veintisiete, serían
las siguientes:
Jesús del Peso. Conocidas sus aficiones a todas las artes, como la
música, sabido es que toca bastante bien el piano; ahora también expone
veinticuatro dibujos en la Galería Palma de Barcelona; y Margarita Sirgo, le
estrenará en el Teatro Goya de esta capital de Barcelona, su obra de teatro
“Mariana Pineda”. Con todo esto lo que queda claro, es que usted cultiva
todas las artes. ¿Cuál de todas ellas es su preferida?
Federico García Lorca. ¡Todas!

JDP. Este poema que termina usted de publicar en verso y en prosa. Romance
de la luna de los gitanos. Quiere esto decir que pronto se publicará “el
Romancero Gitano.”

FGL. Como es sabido “el Romancero Gitano” recoge poemas desde el


mil novecientos veinticuatro, hasta el día de hoy. Pienso que si Dios quiere,
estará publicado a primeros del año que viene, o sea en mil novecientos
veintiocho.

JDP. Perdone mi falta de conocimientos, pero al ser usted íntimo amigo


de Luis Rosales, que por todos es sabido sus tendencias Falangistas. ¿Es usted
también Falangista?
FGL. Mire usted, el profesor que más me ha aconsejado siempre ha
sido Fernando de los Ríos, profesor que todo el mundo sabe es Socialista. Por
esta regla de tres yo sería Socialista, pero le voy a decir más soy un Católico
de todas las condiciones e ideologías que nunca le negará el saludo a ninguna
persona por sus tendencias políticas.
Un amante de todas las artes, al que no le dieron tiempo a disfrutar
de ninguna, cosas de la maldad de los hombres.
Así que volviendo a aquel autobús, que nos tenía que llevar hasta
el pueblecito francés de Mont De Marsant, una vez que nosotros ya sabíamos
donde estaba y que aún tardaría un par de horas en salir dejamos allí nuestros
bártulos y nos fuimos a darnos una vuelta, eso sí sin alejarnos mucho de dicho
autobús.

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En el autobús nos subimos a media tarde y una vez en el
pueblecito de Mont De Marsant, ya era noche cerrada, como diría mi madre
por todo el mundo, allí nos bajamos todos y los hombres del autobús nos iban
nombrando, de tal manera, que un nombre de un agricultor, junto los
vendimiadores que dicho agricultor había pedido.
Estos vendimiadores se montaban con aquellos hombres y
desaparecían con ellos, así unos tras otros. De todos los vendimiadores
nosotros fuimos los últimos en nombrar, cuando dijeron Messier Dubos Luis,
usted pidió cuatro hombres, este hombre contestó que sí Así que, nos subimos
en su coche y partimos hacia su casa, en la zona del distrito treinta y dos.
El hombre nos dijo que su casa estaba muy cerca cuando habíamos
subido con él en su coche, si es que se puede decir que nos dijo algo, porque
este hombre no hablaba ni una palabra en español, y nosotros no sabíamos
ninguna en Francés, así que la conversación como se pueden figurar, fue larga
y tendida. Lo de que su casa estaba muy cerca, fueron figuraciones nuestras,
pudimos comprobar que íbamos a formar un equipo perfecto. Desde luego sí
que estaba cerca su casa, ya que en menos de media hora ya estábamos en un
caserío en medio del campo, y más oscuro todo aquello que la boca de un
lobo, sin más casas que un caserío hecho mitad de obra y mitad de madera.
A mí por lo menos me impresionó y eso que nunca he sido nada
impresionable.
Nos miramos los cuatro y creo que estábamos pensando lo mismo,
que donde habíamos llegado a parar, aquí nos dan la del gorrino, como diría
Toni; y no hay quien nos pueda amparar solos en medio de tanto bosque.
Así que dijimos, que sea lo que Dios quiera, ya que por aquellos
bosques se oían aullar a los lobos, con ese aullido lastimero que estos
animales tienen. Ahora recuerdo porqué teníamos tanto miedo, pienso que si
esa noche alguien me hubiera pinchado estoy seguro que no hubiera echado ni
una gota de sangre. Este señor Luis nos invitó a entrar a su casa, donde
estaban esperándonos su señora y la hija que este matrimonio tenían.
Aunque por esta vida me he cruzado con toda clase de personas,
pero como este hombre, junto con su señora, puedo decir que eran de las
mejores personas que he conocido en toda mi vida. Es decir que no he visto
personas con mejor corazón que ellos dos, todo cuanto nos daban se les hacía
poco; tanto de comer como de beber.
Por supuesto el trabajo poquito a poquito sin que nos cansáramos.
Cuando menos te lo esperabas, venía aquel hombre con una botella de vino y
unos pinchos que nos había preparado su señora, para que hiciéramos una

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parada y diéramos un tente en pie, como le dijimos nosotros que así lo
llamábamos a estas cosas en España.
Esta gente era como le dije a mi buen amigo Toni, bastante mejor
que las otras gentes de abajo del Sur de Francia; que hasta se les podía hacer
la faena gratis, todo ello porque con estas personas te sentías valorado, y por
supuesto querido, dentro del cariño que se pudiera tener por un vendimiador
que por aquellos tiempos, era muy poco.
Cuando nosotros pasamos a aquella casa saludando con el saludo
de buenas noches, la hija de este matrimonio, nos contestó con unas buenas
noches en el más perfecto castellano, que nosotros habíamos escuchado en
mucho tiempo.
Luego pasando unos días, ella me diría que estaba estudiando en
una escuela el español. Puedo decir que con el solo hecho de oírla hablando el
castellano, ya se me alegró el corazón, el miedo que llevaba dentro de mí, se
me disipó de una vez por todas. Le pregunté a esta chica, si ella sabía si su
padre tenía para muchos días de vendimia, me contestó que tenían mucha
viña, pero que ella no sabía para cuantos días, le dije que le podía preguntar a
su padre, que para cuanto pensaba él que tenía, si nosotros le podíamos coger
dos remolques de uvas todos los días, de los remolques que habíamos visto en
la puerta de su bodega.
La chica le preguntó a su padre y al día siguiente, nos dijo que le
había dicho que dos remolques era mucho, que por aquella zona las uvas eran
más pequeñas que las que nosotros habíamos terminado de vendimiar, que
por lo tanto costaban mucho más de cogerlas, su padre le había dicho, que
nosotros no nos preocupáramos de nada, que en lo único que teníamos que
pensar, era en sentirnos a gusto con nuestro trabajo, que él estaba muy
contento con tenernos allí con ellos.
Según la chica nos dijo que su padre le había dicho también, que
nosotros no tuviéramos prisa, que allí con ellos íbamos a estar muy bien. Esta
familia nos daba de comer, y para dormir en una habitación de la casa con
unos plumajes para que no tuviéramos frío. Por la forma de comportarse
aquella familia aún tengo que decir que los quince días que estuvimos, fue
mejor que en un hotel.
La mujer cocinaba de cine, allí se comían muchos platos al estilo
francés; que si uno estaba bueno, el siguiente aún estaba mejor. Con un trato
humano, un agrado, y una humanidad, que a mí por lo menos lo puedo decir
no lo había visto en toda mi vida, también es cierto que por aquellos años era
bastante joven.

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Viendo la forma de comportarse de esta familia, desde entonces
creo que nunca he juzgado a una Nación, como a una Región, tanto dentro
como fuera de España, sin antes haberla conocido; por supuesto nunca
juzgaré a todos sus seres por igual, porque por aquella experiencia pude
comprobar que en todos los lugares del mundo hay mucho bueno, pero
también hay mucho malo, todo esto sin la necesidad de tenerlo que buscar,
que suele salir al paso y sin que nadie lo llame.

TRILOGÍA FOTO 55 LA VENDIMIA FOTO DE INTERNET


Todo esto pensando que si cuando veníamos a esta casa, tuve que
insultar con voz en grito para que alguien nos pudiera sacar de aquellas
nuestras dudas, aquí sin pedir nada, ellos te lo daban todo.
Estos eran los contrastes que no me entraban en mi cabeza por las
tierras de Francia, pero desde entonces me di cuenta que esto es así en todos
los lados. Que en todos los sitios hay gente buena, y gente mala, y que solo
hay que saber distinguirla y por supuesto, procurar que la mala gente nunca te
llegue a crear malestar, y al ser posible pasar de ellos.
Porque la mayoría de las veces estas malas personas, solo pretenden que te
enfades, con la sola condición que pierdas tus energías, estas cosas a estas
clases de gentes, les suele hacer sentirse bien, pero si por el contrario no les

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haces caso, entonces los que suelen perder las energías serán ellos, y los
podrás ver de muy mala leche, solo por no haber podido lograr sus objetivos.
En esta casa de Francia, nos encontrábamos muy bien, y el bueno
de Afrodisio que era de muy buen comer, un día me dijo, que estaba por
decirle al patrón, si lo podía contratar para todo el año, que no quería sueldo
ni nada, que solo con que le diera de comer, ya tenía bastante.
Cuando terminamos allí aquel hombre nos hizo la cuenta,
dándonos unos Francos demás, le dije que se había equivocado que había más
dinero del que nos tenía que pagar; este hombre me contestó por medio del
castellano de su hija, que estaba muy contento con nosotros y que no se había
equivocado, que aquello era una propina, para que nos tomáramos algo en
España, como solíamos decir nosotros a su salud.
Nos dijo también que al año siguiente contaba con todos nosotros
otra vez, con los cuatro, y que él no se comprometía con nadie más, que iría a
la casa del señor Ramírez a recogernos en su coche. También nos dijo su hija,
que al día siguiente su padre nos llevaría hasta la Frontera de Hendaya, para
que no tuviéramos que estar nosotros por los Ferrocarriles Franceses dando
vueltas sin conocerlos. Así que este hombre se portó como un auténtico
caballero con todos nosotros, todo ello sin tener ninguna necesidad.
Al día siguiente salimos desde su casa rumbo a la Frontera de Irún;
esta era la primera vez que cruzaba la frontera por la parte del Norte de
España, ya que todas las veces anteriores, la habíamos cruzado por la parte de
Barcelona. Antes de llevarnos a la frontera, el patrón paró en un pueblecito
que se encontraba a unos tres kilómetros de su casa solo para que nosotros
tomáramos algo.
Estando sentados en aquel bar, me dijo Toni que porqué no iba al
kiosco y compraba alguna de esas revistas, que salían las señoritas tan ligeras
de ropa, le dije que porqué no iba a compraba él, me dijo que le daba
vergüenza, así como si a los demás no nos diera, al final terminamos por
mandar a Afrodisio, que era el más descarado de los cuatro, cuando se lo dijo
Toni, Afrodisio le contestó que no, que él era casado y que podía ver a su
mujer desnuda cuando quisiera, que las revistas le gustaba verlas, pero que no
era pasión lo que sentía por esa clase de revistas, así que como siempre, tuve
que ser yo quien fuera al kiosco, con el ánimo de comprar dicha revista más
que nada, para dárnoslas en el “Barrio del Cristo,” y decir que por Francia
hacías el amor cuando y como querías.
Una cosa tan simple como comprar una revista pornográfica, o de
lo que sea, puedo decir que se convirtió en una tarea casi imposible de realizar

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Lo primero que hice fue esperar que el señor del kiosco se quedara
solo, entonces fuí y le dije que me diera una de aquellas revistas, se lo tuve
que decir por señas porque no sabía francés; el hombre me la dió con toda la
naturalidad del mundo nunca supe porqué sería, pero me encontraba sudando
a chorros, eso que siempre he sido y he presumido de ser muy lanzado para
estas cosas.
Estas cosas en España por aquellos años, aún estaban muy mal
vistas y nosotros no llegábamos acostumbrarnos a las primeras de cambio.
Así que el primer paso ya estaba dado, luego el siguiente paso, era ver quien
la guardaba porque en España estaban prohibidas, y si te pillaba la Guardia
Civil con una de aquellas revistas, podían llamarte la atención, y no era
cuestión de llegar a estos extremos, así que se la dimos a Toni para que fuera
él quien la guardara. Nos tomamos una cerveza y para España, porque ya
teníamos ganas de estar otra vez con los amigotes, de aquel entrañable
“Barrio del Cristo” en las afueras de Valencia.
Cuando llegamos a la Frontera, como siempre al pasarla desde
Francia para España, nosotros teníamos siempre mucho miedo, este miedo era
debido a que nos podían quitar los cuatro regalos que nosotros habíamos
comprado para los amigotes de España.
Estos regalos podían ser como un paquete de cigarrillos y cosas
por el estilo, ya que por aquellos años los españoles no teníamos ni idea de los
gustos de los franceses, y eso que a estos los teníamos en la puerta de nuestra
casa, pero para ellos, la Frontera de África estaba en los Pirineos.
Aquellas pequeñas tonterías de las compras de mecheros franceses
y cosas así, que en España estaban más baratos, pero la sola tontería de
decirle a los amigos y amigas que les traías un mechero de Francia, solo era
una forma de hacerte el importante en España con tus amigos, y por lo menos
a mí me hacía pasar un rato bastante malo en la Frontera de Francia. Ahora
con solo estos recuerdos, me suelo reír de lo ignorante que éramos, o por el
contrario que nos hacían ser.
Aquel año para más INRI con la revista de las mujeres desnudas,
que nosotros pensábamos que si no la hubiéramos comprado, ahora
estaríamos todos bastante mejor, pero como solía decir Toni a lo hecho pecho;
no se donde se la guardaría Toni, pero en la Frontera no nos dijeron nada, ni
que les iban a decir a unos vendimiadores, que estaban un mes o un mes y
pico por Francia pasando miles de calamidades, y con dichas calamidades
poderse traer unas cuantas pesetas para sus casas, y también para sus hijos,
porque la mayoría de los vendimiadores eran casados y estos iban a Francia, a

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por unas cuantas pesetas, para tratar de hacerles la vida más llevadera a sus
hijos ganadas con tanto sudor y privaciones como marcaran las
circunstancias.
Aquellos Gendarmes aún sin mirar, sabían que nosotros no
llevábamos nada de lo que no fuera legal; o por lo que tuviéramos que
arrepentirnos. Una vez cruzado aquel puente en el lado de España, estaba el
pueblo de Irún, una vez en este pueblo nos fuimos hacia la estación del
Ferrocarril, para hacer lo que siempre hacíamos, que no era otra cosa, que
sentarnos allí hasta que anunciaban algún tren para Madrid. Nos dijeron que
el único que faltaba por salir hacia Madrid, era uno de aquellos trenes correos
que se iba parando en todas las estaciones, y que los viajes en estos trenes se
solían hacer eternos, por lo tanto muy cansados.
Este tren salía a las nueve de la noche de la estación de Irún,
siendo las cuatro de la tarde, no nos quedaba otro remedio que sentarnos allí y
esperar con la mayor paciencia del mundo, a que fueran pasando las horas,
como solíamos hacer siempre que de estos viajes se trataba, si no te lo
tomabas con calma, te podía dar algo.
Siempre era igual, allí había que estar muy atento por si acaso se
acercaba algún taxista y por poco dinero, nos podía llevar hasta la Estación de
Chamartín de Madrid o hasta incluso, a nuestra casa en Valencia. Por estas
estaciones en aquellos tiempos, había muchos taxistas que más que nada se
dedicaban solamente a esta clase de viajes; si no teníamos suerte, pues
entonces a esperar a que fueran las nueve para poder subirnos al tren rumbo a
Madrid.
Una vez que llegábamos a Madrid, desde la Estación del Norte,
hasta la Estación de Atocha, siempre solíamos subirnos en un taxi porque
sino, no llegábamos a tiempo de la salida del tren de Valencia.
Esta vez no tuvimos suerte y nos tuvimos que esperar hasta la
salida del tren de las nueve de la noche, el tren ya salió de la estación de Irún
lleno hasta la bola; o sea, que ya no era solo un viaje de largo recorrido, con
más de seiscientos kilómetros, sino que encima teníamos que viajar de pie; o
lo que aún era mucho peor, tumbados por los pasillos como pobres
vendimiadores que éramos.
En ese tren no había ningún departamento libre, pero sin embargo,
sí que iban varios departamentos cerrados, con un letrero que decía reservado
para Valladolid, o reservado para Burgos. Esto por aquellos tiempos se movía
de esta forma, había personas con muchos privilegios, otras como nosotros,
no teníamos derecho a nada, sin embargo otras tenían hasta los derechos

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reservados; le dije a Toni, que iba a darme una vuelta, para ver si veía algún
sitio libre, donde nos pudiéramos sentar.
Pero todos mis intentos fueron inútiles, en aquel tren iba bastante
gente por los pasillos de pie, así que casi con toda seguridad no iría ningún
asiento libre en todo el tren. Porque en España, desde que terminó la guerra,
había españoles con muchos privilegios y otros ni siquiera los más básicos.
Por entonces era muy preguntón, hasta el extremo de pecar de
imprudente por dichas cosas; así que ni corto ni perezoso le pregunté al señor
revisor, si nosotros nos podíamos sentar en aquellos asientos que estaban
reservados. El señor revisor no me dijo nada, ni siquiera se dignó a
contestarme, con la mirada que me echó de arriba abajo, pude comprender
que lo mejor que podía hacer en tales circunstancias era que me callara, no
continuar por ese camino, que por lo que estaba viendo no conducía a ningún
sitio bueno.
Este hombre como refunfuñando me dijo: de ninguna manera, eso
no se puede hacer; así que no nos quedó otro remedio, que tirarnos toda la
noche tumbados por los pasillos de aquel tren. Cuando pude ver los
personajes que si tenían derecho a viajar sentados, viendo a aquellas personas,
me hice un juramento para mis adentros, que jamás le cedería en ningún sitio,
ni tren, ni autobús, ni siquiera la acera; a alguien que usara corbata. Solo por
la poca consideración que tanto estos señores, como aquel revisor, habían
tenido para con nosotros.
Por aquellos tiempos pude comprobar que había gente buena, pero
en el momento que estas gentes tenían un cargo, cumplían las órdenes de
dicho cargo como si en ello les fuera la vida; con esto quiero decir que ellos
tampoco podían hacer la vista gorda y cuando la hacían, lo disimulaban muy
bien tanto, que todos lo podíamos ver.
Con lo poco que cuesta decir sentaros ahí y una vez que vayamos
llegando a Burgos, os levantáis, y aquí Paz y después Gloria. Pero coger un
cargo en los Gobiernos de Franco, era sinónimo de no casarte ni con tu propia
madre, por eso ahora me jacto de no haber pertenecido a aquella parafernalia
en ninguna de sus formas.
Porque aquellas personas que se sentían de casta superior, en
realidad lo que fueron es unos esclavos de sus propias circunstancias, o lo que
es lo mismo, de los de las corbatas que les daban las órdenes; ya que estos
mismos los ponían y quitaban como si de una partida de damas se tratara. Así
que bien seguro estaba, que si la orden era que aquel departamento estuviera

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vacío para cuando ciertas personas subieran al tren, este departamento estaría
vacío, aunque tuviera que ir así hasta el Fin del Mundo.
Esto solo porque era un privilegio para ciertos españoles de
segunda clase, ni que decir tiene, que nunca soñé con tener esta clase de
privilegios, que te hacían comprender, lo tontas que eran ciertas clases de
personas.
Así que sobre las nueve de la mañana llegábamos a la estación del
Norte, o sea a la estación de Chamartín, desde allí a coger otro tren en la
estación de Atocha, que nos llevaría hasta la estación de Valencia. Aquel día
nada más llegar a la estación de Atocha el tren con destino a Valencia
terminaba de salir.
Otra vez a dar una vuelta por los alrededores de aquella estación;
para ver si por allí había algún taxi de aquellos que los llamaban taxis piratas,
que por muy poco dinero nos podían llevar hasta Valencia, ellos se ganaban
su jornal y nosotros tan contentos de no tener que estarnos medio día en
Madrid; hasta que pudiéramos coger otro tren para Valencia.
Así que dándome una vuelta por los alrededores de Atocha, pude
contratar uno de estos taxis, te cobraban lo mismo que el tren, o un poquito
más y te solían llevar hasta la puerta de tu casa, no eran taxis, porque eran
coches particulares, que tenían esta forma de ganarse la vida, pero esto estaba
prohibido.
Pero si no los descubrían, con un servicio que hicieran al día, ya
tenían bastante. Estos hombres no le hacían mal a nadie, solo le hacían mal al
sistema, pero es que aquel sistema estaba montado de tal forma, que a unos
nos les faltara de nada, mientras que a otros no les sobrara de nada. Esto se
movía así, si otras personas con más saber que nosotros, no podían hacer
nada, no íbamos a ser nosotros, los que se complicaran la vida en buscar las
soluciones para dichos casos. Así que nos pusimos en camino.
Por aquel tiempo un coche de los mejores del mercado, tardaban
desde Madrid hasta Valencia, entre seis o siete horas, aún así, era bastante
mejor que el tren que nosotros habíamos perdido que salió a las nueve de la
mañana y solía llegar a Valencia sobre las ocho de la tarde.
Sobre las cinco de la tarde llegábamos a la gasolinera Alas, a unos
cinco o seis kilómetros de Valencia, al lado del Aeropuerto de Manises, le
dijimos a este hombre que nos podía dejar, ya que desde allí hasta el “Barrio
del Cristo” era un paseo, como unos cinco minutos andando. Aunque íbamos
muy cansados, lo hicimos así, más que nada por estirar las piernas un poco, ya
que llevábamos dos días y una noche viajando y esto revienta al más pintado.

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Una vez que llegamos al “Barrio del Cristo” pensé como el año de
antes, de estarme unos días sin hacer nada. Al día siguiente iría a comprarme
algo, y ya con todo nuevo otra vez, tenía que tratar de que me durara por lo
menos un año, porque dinero para poder mandarles un poco a mis padres,
comprarme ropa y pagar todas las deudas que pudiera tener, solo me pasaba
una vez al año y era cuando veníamos de la vendimia de Francia.
Por esta época había mucha gente de Cuenca de mi edad
trabajando por Valencia y donde nos solíamos juntar todos, era en el Teatro
Alcázar este estaba situado en la Calle de San Vicente. En este Teatro por
aquellos tiempos era en el que más ligeras de ropa solían salir las artistas, por
lo tanto era donde más desmadre había.

TRILOGÍA FOTO 56 BOXEANDO EN LA PLAZA DE TOROS DE CUENCA SALVADOR ABRIL ABAD.


Se hizo famoso un artista que todos lo conocíamos con el
sobrenombre de “El Titi” que solía hacer de “mariquita”, que por aquellos
tiempos esto era peor que hacer de (Diabolo). Porque estas cosas estaban muy
mal vistas, tan mal vistas que al que pillaban en estos menesteres, les solían
hacer la ley de vagos y maleantes, que tan de moda la pusieron aquellos
tapados puritanos del Régimen del Generalísimo Franco.

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Para esta clase de gentes no había más que crítica y nadie se
atrevía a defenderlos, no era ni para bien ni para mal, solamente que al que se
le ocurría ayudar a una de estas personas, siempre le colgaban el mismo San
Benito, con el dicho de, ¡claro el será igual!, en fin que era el cantar de unos
tiempos un tanto raros en España.
Ya que por entonces comenzaba a sobrarnos el pan con su
correspondiente mezcla; pero todavía nos faltaba toda esa Cultura Europea,
que tanto costaba que nos entrara a los españoles. Así recordando el nivel de
vida que tenían en Francia sin ir más lejos. Cuando llegábamos a España,
siempre pensaba si nos habíamos ido cien años atrás en el tiempo.
Bueno como ya dije antes, que por aquellos años había llegado a
Valencia mucha gente de Cuenca, en esta última remesa había venido mi buen
amigo Salvador, el de “La Guindalera” con sus ganas de abrirse camino en el
mundo del boxeo.

FIN

CONTINUARA

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