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Lucia Geez LA CONQUISTA DEL PERU A ‘TRAVES DE TESTIGOS ESPANOLES E INDIGENAS Pizarro y Almagro exploran as nuevas tierras 1a de pueblos, Ia primera Mas que conquist tuna lucha con parte de Ia aventura peruana fue fra los elementos. Las ciénagas y manglares po- blades de caimanes, las selvas espesas, las infran- ueables montafas y, sobre codo, los mosquitos Gue infestaban toda esa desesperante geografla Sudamericana fueron, en los comienzos de esta empresa, mucho més importantes que Ja oposi- cién humana. Hacfa muchos afios que Francise: bfa llegado al Nuevo Mundo en pos de Ia fama y aventuras imposibles de alcanzar en la peninsula por su oscuro origen y su falta de medios. Junco a Riser de Balboa habia descubierto cl otro océa- no y habia ofdo hablar a los indigenas de reinos Tegendarios quie estaban mucho més hacia el Sur Como tantos avencureros sin dinero, habia for- mado compafiia con tin hidalgo pobre y extreme fo como él, llamado Diego de Almagro, quien pensaba "gue srs aventura, [os hombres munca a Pmzan Lo que quieren”. Acordaclo el permiso, par- tid Pizarro de Panama en un navio, ante las bur- las de los vecinos, en noviembre de 1523. Alma- gro quedaba buscando los hombres, armas y Pro- Briones necesarias para la conquista que seguiria 1 la exploracién, Se asoci6 también a ellos el clé- igo Luque, que tenia algunos ahorros Frente a la isla de las Perlas, Pizarro y sus hom- bres penetraron en el continente y llegaron a te ras del cacique Peruquete, de quien, segiin el Cronista Cieza de Ledn, provienc el nombre de “Pers”, *y no por el rio, porque no lo hay que ten- ‘ga tal nombre”. Rumbo al Sur s6lo habia tierras inhéspitas pobladas de selvas alimentadas por constantes Iluvias; ciénagas productoras de c: manes y mosquitos; exuberante vegetacién espi- rnosa que dificultaba el andar de hombres y caba- Ios; montafias altisimas; ningin sembrado; po- blaciones vacfas ante la fama de crueldad que los precedia desde el Darién. Todos los naturales te- nfan noticia del navio que rondaba la costa y los escasos pobladores huian quemando sus chozas para que no pudieran encontrar nada al llegar. -0 Pizarro ha- ‘Las Mily Una Historias de Ambricg “que eran vagabundos, ‘san de tierra en tierra’ | pies por momento en que eavieron dis ervir vee co de vaca para calma® el RambF= NS)POr- se agua, conscance © inclemene, les habia podrido la ropa, que cal hhecha pedazos, lo mis. pep que los bonetes y sombre’os: Ya habfan muer. mbreros to veinte hombres, Pero egusan la marcha en me- TRo de espantables rayos, trucnos Y relimpagel que hacian aun mas Fravasmal la pantanosa selva, En un lugar llamado ‘Chicama decidieron descan- ray esperar a Diego de Almagro, ae egarta fon refuerzos. Su Hegada ‘con sesenta y cuatro los const Decian de los espafioles pues por no trabajar a hombres no evité | antes ataques de los indigenas que no querian saber de ningtin trato iacttee imvasores. En cualquier momento apare: Gan ante ellos pintados de amarillo y negro y san ig alaridos para amedrentatlos. Sin ‘embargo, Jo que mas mortficaba a los espafioles eran los mosquitos y Ia Iluvia, la lluvia y los mosquito: vem nanzos cuenta Cieza de Leon gue por buir doesn importunidad se metian en Ia arena Los hom- Joon enterréndose hasta los ojos". Axodo estos el pk loto Bartolomé Ruiz seguia navegando hacia el iguiendo drdenes de Pizarro, en busca de las. "lades Hlenas de oro y plata por las an padeciendo. Un dia, los que iban en la nave, vieron acercarse desde el Sur una cuimafs embarcacién de vela latina. Era una balsa én la que venian tres muchachos y dos jévenes mujeres, nacurales de Tiimbez, segiin contestaron con sefias al ser interrogados. Estaban vestidos y Ilevaban lana hilada y por hilar. Sin demostrar te- mor, subieron a la nave de los espafioles, siendo muy cortésmente tratados por éstos, no sélo por Ia posibilidad de enseftarles castellano y usarlos de guias, sino también porque estaban apren- diendo por experiencia las ventajas obtenidas del buen trato inicial. Por sefias, les dieron a enten- der que més al Sur habja grandes ciudades con: oro y plata mientras repetian constantemente “Cuzco, Cuzco, Guaynacapa”. Todavia vivia dl gran Inca Huayna Cépac, padre de Hudscar Acahualpa, cuya desunién haria posible lo impo" sible: la cafda del inmenso Imperio de! Sol en ma nos de un centenar de aventureros. | | Sur, si importantes ciu que tanto estab = Pedro Cieza de Leén, Crénica de! Peri, tercera parte Obras Completa, Tomo Magid, 1984. 106: 14s Mily Una Hisories de Ambrica eee Niitez de Balboa descubre ‘el Grin Océano * en 1518, — Pizaro pane de Panamé en 1529, ecorido durante 1528, — Francizco Pizaro emprende a ‘conguista del my ia" Recorido de Diego de Almagro isso ‘mem Lite aproximado del Vilna de Para perio dels Incas en tiompos oe ig Da crraisapor Pane” sGunpesl 1530) Jag LENA aS : : , : ; a x if [> a f ° : te Ue es : 3 E Lucte Giver Vaelio Almagro en busca de més viveres y hombres, el nuevo gobernador de Panam, ente- rado de la cantidad de muertes y de lo que esta ba costando ese hipottico descubrimientoy dené que se volvieran todos los disconformes, sin importar lo que hubieran convenido. entonces el famoso episodio donde Pizarro, haciendo una linea en el suelo, prometié fama y honores a quienes quisieran seguir rumbo al Sur. Sélo rece la cruzaron. Los “trece de la fama! quedaron con Pizarro esperando en la isla de la Gorgona que Almagro consiguiera permiso, més hombres, viveres y un navio para seguir la explo- racién. Los largos meses de espera sirvieron para que los jévenes indigenas aprendieran algo de castellano. En cuanto volvié el barco partieron y Pronto los de Tiimbez, alborozados, les dijeron que legaban a su tierra. “Vieron venir por le mar sna bala tan grande que parecia navio... con quince 0 vente indios que en ella venian vestidos con mantas y camisetas y en habito de guerra’. Los invitaron a'subir a la nave por medio de los in- térpretes ‘y estaban admirados de ver el navio y sus instrumentos y a los espaiioles, como evan blanicosy barbados. El piloto Bartolomé Ruiz arribé a tierra J como vieron que no habla montaas ni mosqui: tos, dieron gracias a Dios por ello”. Durante esta segunda parte del viaje iban creciendo el asom- bro y Ia admiracién de los espafioles por las ca- sas de piedras, los tejidos y sobre todo los ador- nos de oro que aumentaban a medida que des- endian hacia el Sur. En todas partes eran bien recibidos, con curiosidad y amabilidad, como extrafios dioses. Lo que més llamé la atencién de tos naturales fue un negro servidor a quien que. tian lavar ‘para ver si su negrura era color... mas Gh con sus dentesblancosafuera, se reta, y lege. ban unos a velo y nego oto, tanto que rip a, Jaban ni comer”. Alonso de Molina, enviado aon, fue tan bien tratado, que quiso quedarce G2 une de estos pueblos esperando la segunds venida de Pizarro: “Venian a hablar con él muchas Indias muy hermasasy galanas, vestidas a ap modo, Todas e daban frutasy de lo que tentan para que * Pudo entonces hablatse di le un “roventt, y Cieza de Leén lo percibe ast hae mentando que no cidn, pues ‘# 07 vertir a las gentes que raban los que estaban; mas hubiera continuado esta situa. buenas palabras quisieran con. hhallaban tan mansas y pac, menester que volvieran, bay. cas, no hier ee cous de las Indi son juicios de Dios, y El sabe por qué ha permitidy lo que ha pasado”. \CUENTRO DE ESPANOLES ENC TON PUEBLOS DEL ‘TAHUANTISUYU alieron a recibirlos la cacica con muchos prin. cipales e indios con ramos verdes y espigas dle maiz, en gran orden. Tenian hecha una ramada donde habia asientos para todos los esparioles jun. tos, y los indios, algo desviados de ellos, se mira. | ban unos a otros. Y les dieron de comer mucho pes. cado y came de diferentes maneras, con muchas frutas y del vino y pan que ellos usan. Después de comer, los principales indios que ahi estaban con sus mujeres, por hacer més fiesta cantaron y baila. ron a su costumbre. El capitan Francisco Pizarro es. taba muy alegre al ver que eran tan entendidos y do- mésticas. Deseaba verse ya en Castilla del Oro pa. ‘a procurar volver con bastante gente para sojuzgar. ‘os y procurer su conversién. Después de haber co- ‘ido y holgado con aquellos sefiores que se habian Juntado para honrarlo, les hablo por medio de las lenguas (intérpretes) que tenian, diciéndoles que Confiaba en Dios poder pagarles un dia lo que ha- bian hecho y que queria avisarles de algo que mu. cho les convenia, que era olvidar sus creencias tan {anas y los sacrifcios que hacian a los dioses, tan sin provecho pues s6lo a Dios conventa hontar y Servir con buenas obras y no con derrame de san- ae de hombres ni de animales. Les afirmo también gue él Sol, @ quien adoraban por dios, no era mas aue una cosa creada para dar lumbre al mundo y) les dijo que to- | ‘mas como lo que les pedis taba nada, se to s peda no les cos- les decia’’ = (° COMCedieron,riéndose de fo que « "bid. capitules 23 y 24, wu wi act Gece Comienzo de los choques Después de lo que habfan visto, volvieron los espafioles con mucho entusiasmo a Panamé, car- tdos de regalos: prendas tejidas, adornos de oro y los nunca vistos guanacos y vicufias, a los que lamaron “ovejas de la tierra”. Pizarro traia tam- bién consigo un muchacho que le regalaron para que aprendiera la lengua y a quien bautizaron Fe- lipillo. Como el gobemnador de Castilla del Oro no queria dar la aurorizacién para la conquista, Piza- tro viaj6 a Espafia y consiguié de la reina el titulo de gobernador, adelantado y alguacil mayor de las tierras por conquistar. Almagro gobernaria la for- taleza de Tiimbez, con salario de cinco mil mara- yedies al afio, pagado con las rentas que diera la tierra, y Luque seria obispo de la misma ciudad y protector universal de todos los indios. Los “trece dela fama” serfan considerados hidalgos y los que yalo eran, “caballeros de espuelas doradas”. El viaje a Espaiia dio a Pizarro la oportunidad de hablar con Hernan Cortés, pariente suyo, que le dio importantes consejos basados en su expe- riencia. Acompafizdo por sus cuatro hermanos y sus titulos, pero sin un centavo, volvié a Panama dispuesto a conquistar el imperio apenas entrevis- to. Diego de Almagro no quedé nada conforme con el trato, pero no tuvo mas remedio que alla- narse por el momento. Mas adelante recibiria el ti- tulo de mariscal y la gobernacién de Nueva Tole- do, al sur de la de Pizarro, es decir, Chile. Esto no evitarfa el estallido de la discordia y las guerras ci- viles que por afios ensangrentaron el reino recién conquistado. Por entonces sélo pensaban cémo reunir la cantidad de hombres, barcos, caballos y viveres para la descomunal empresa de sojuzgar el Imperio del Sol. Pizarro tenia algunas ventajas sobre Cortés al conocer parte de la tierra que iba a conquistar. Mientras anduvo bordeando la costa, pudo reci- bir nuevos refuerzos desde Panama y Nicaragua, que fueron muy necesarios, pues la actitud de los naturales iba a ser muy distinta en esta segunda expedicién, En el primer viaje habia primado la curiosidad. Los semidioses barbados eran muy Pocos y no les pedian nada. Cuando aparecieron en mayor cantidad, con manifiestas intenciones de rapifia y dominacién, la cosa cambié. “Habia derramado la fama grandes cosas de los espafioles en- Las Mily Una Historias de América tre los indios, muy diferentes de lo que primero pen- saron y creyeron: que eran gente santa, no amiga de matar, ni de robar, ni de hacer dato, sino que les habtan sido amigables, teniendo con ellos toda paz. ‘Mas ahora dectan que eran gente cruel y sin razin ni verdad, porque andaban hechos ladrones de tie- 17a en tierra, robando y matando a los que no les habian ofendido; y que tratan grandes caballos que corrian como el viento y espadas que cortaban todo lo que alcanzaban, que asi decian de las lanzas. [...] Avisaron de ello en el Cuzco y en Quito, y en todas partes”. El inca sabia de la existencia de tales seres lle- gados por el mar desde que los primeros barcos aparecieron cerca de las costas de! Tahuantisuyu. Cuenta Cieza de Leén que al enterarse Huayna Capac que una nave rondaba las costas, habia pro- fetizado “que después de sus dias habia de mandar z reino gente extraia y semejante ala que venia en La temprana muerte de Huayna Cépac y la sublevacién de Atahualpa, el mas decidido de sus hijos ilegitimos, que no habia querido acarar In autoridad de Hudscar, a quien correspondia el imperio, habian precipitado la guerra civil, y es- to era para los incas mucho mds importante que Ia Hegada de los extranjeros. Atahualpa habia da- do el primer golpe al poner en prisién a su me- dio hermano y matado a gran parte de su fami lia, Las mujeres, tratadas con particular cruel- dad, fueron colgadas de arboles en las posturas mas inveros{miles, con sus hijos en brazos, de manera que cuando, extenuadas, los dejaban caer, se estrellaban contra el suelo". También se habia mostrado cruel con los indios cafiares, que vivian cerca de Quito y no habjan querido darle obediencia: cuando una delegacién de nifios y jovenes salié a su encuentro “levando en las ma- ‘nos ramos verdes y hojas de palma, pidiendo gracia y amistad para el pueblo sin mirar la injuria pasa- da’, mandé matar a todos, respetando tinica- mente a las mujeres sagradas del templo del Sol®. La safia con el enemigo era regla general en aquellos tiempos, tanto en América como en Europa. “bia, ® Ctade por el Inca Garclaso en sus Comentarios reales ‘sobre 6! Peri de fos Incas, Tomo It, capitulo XXXVI. ‘8 Cieza de Le6n, Op. ci ~COMQVITA PRIMER IBAADOR ——— LR Cpe xia Sitges SOR: ma) Envuelto en estos conflictos, Atahualpa subes- timé a los recién llegados, “porque como le dijeron ue tan poguitos eran se refa diciendo que los deja- sen, que ellas le servirian de anaconas® (ctiados-es- clavos). Sin embargo, la noticia le produjo bastan- te desasosiego. “Sabia por dias y aun por horas, o- do lo que habia pasado a los esparoles en la guerra aque tuvieron en la Pund y se admiraba de que pudie~ ran continuar siendo tan pocos"* Los espanoles ha- bian tenido bastantes dificultades hasta que los in- dios de Tiimbez decidieron convertirse en sus alia- dos después de un encuentro en el que salieron perdedores. A Francisco Pizarro le parecié enton- ces conveniente realizar cerca de alli la primera fundacién, como hiciera Cortés, para tener las es- paldas resguardadas, A mediados de 1532 fue fun- dada San Miguel de Piura, con cabildo y fortaleza. Mientras Pizarro avanzaba hacia el Sur, Ata- hualpa, persiguiendo a sus enemigos, parecia ir a + tid, ‘Las Mily Una Historias de Amerie, UN SOLDADO CATEQUISTA urante el segundo viaje, al legar 8 un pueblo, “encontraron una cruz alta y un crucifjo pints do en una puerta y una campanilla colgada. Asom, brados, orefan estar frente @ un milagro, hasta que vealioron de la casa més de treinta muchachos y ‘machachas diciendo: Alabado sea Jesucristo, Moy. ro, Molina”. Eran los discipulos de aquel soldadg espatiol que se habia quedado en el puerto de Pai a. Por los intérpretes supieron que apenas hacia Ln mes que habia sido muerto por indios enemigos, llorando ellos mucho la muerte de su maestro, + Relaciin de Diego de Trill, en Conde de Canite. ros, Tes testigas de fa conquista de! Perd, Espasa-Cal. pe, Madrid, 1964 D suencuentro. ‘Asi anduvo hasta que llegd a Caxa- ‘malea, adonde le legd nueva de cémo Pizarro se pa- 35 a Timber, donde se le juntaban cada dia cristia- nos y eaballos que ventan de ta mar” * En efecto, de Nicaragua habfan llegado Sebastién Benalcézar con 33 hombres y 40 caballos y el joven y experi- mentado capitin Hernando de Soto, que habla aportado cien hombres, armas y algunos caballos a Ja empresa, El y Francisco Pizarro tomaron la de- lantera con cuarenta hombres; dejando la costa, se incernaron por el dspero camino de montafia para ir al encuentro del inca Atahualpa, que se hallaba descansando en Cajamarca. El primer mensajero gue mands Atahualpa con el extrafio regalo de dos patos secos, rellenos de yerbas para sahum parecia venir més en visita de inspeccién que de bienvenida. Sin demostrar ningtin temor, se acer 6 a los extranjeros, palpé la fuerza de sus brazos, quiso ver de cerca sus espadas y hasta tiré a uno de Ia barba. Era uno de los principales u “orejones”, como les llamaron los espafioles por los enormes Idbulos de sus orejas, deformadas con el peso de grandes orejeras de oro. La cantidad de ricos ador- nos de oro que llevaba impresioné a los recién lle- gados. También les llamé la atencién la riqueza de su ropa, la profusién de colores del manto de algo- dén y lana, habilmente bordado con guardas y di- bujos de felinos y serpientes. La curiosidad y la ambicién dieron nuevos brios a la dificil marcha por la cordillera, “id, 110 oi lb suid “Aah «ener Piss Sebati sl wear Guam om) TS a vegetacién nabla cambiado. Los matorra- BLA jos tran ronitcos contorme escandien y empezaban @ 3's" i53 pajonales helados de los péremas. Acostu73u0% ya por varios afios al ca- for topical de P2:s2r3 v Nicaragua y a la vida al ni- vel del mar, la ‘tara y el fio penetrante se volvian insopert2iic re liombres y animales. Pe- 10 estaban resi suit y asi lo hacian, Piza- moy Soto con la vang:iaria, Hernando (Pizarro) con Je etaguardia. Un noche acamparon en una forta- leza aparentemente adandonada en donde los guesos muros, de enormes piedras juntas sin ar- gamasa pero con admirable precisi6n, llenaban de estupor a los castellanos. Cuando empezaron a trasponer la cordillera y a descender por las estriba- ciones orientales, llegé otro embajador de Atahual- a con varios presentes, inclusive algunas llamas que trotaban con su paso alborotado y gracil. El en- viado del Inca dijo ser su hemano; traia varios ser- Vidores, quienes les ofrectan chicha de maiz fer mentado en vasos de oro, ricamente labrados, que espertaban el brillo de los ojos espafioles. Pizarro {até cortésmente al enviado y le dio algunos pre-~ ‘Sentes para el Inca, reafirmandole su intencién pa- cifea de visitario y saludarlo en nombre del papa y del rey de Espajia, Prosiguieron entonces el des- Cense, y a los siete dias tuvieron a la vista el valle de Cajamarca, que mostraba intenso verdor, rica ve- etacion y amplias parcelas cuidadosamente culti- EL CAMINO HACIA EL HIJO DEL SOL Las Mily Una Hori: de Amica Cajamarca: matar 0 morir Sorprenden las semejanzas en las reacciones de asombro, temor y expectativa entre los empe- radores y stbditos de los grandes imperios fren- tea los espafioles. Del mismo modo que Mocte- zuma, Atahualpa creyé en un principio que se trataba del regreso de los dioses y que el rubio Pizarro cra una encarnacién de Viracocha, Co. ‘mo su par azteca, mandé también observadores ¥_mensajeros que le trajeron extrafias nuevas: “Decian que hablan visto legar a su tierra ciertas personas muy diferentes de nuestro hdbito y trae, que pareclan Viracochas, que es el nombre con que nombramos antiguamente al Creador de todas las cosas —cuenta la relacién que el inca Titu Cusi hiciera muchos afios después a fray Marcos Gar- cfa en la fortaleza de Vilcabamba— y nombraron vadas. Velozmente, con su paso elastico, pasaban &rupos de pobladores con vistosos trajes de colo- res oscuros, bordados en rojo, aparentando no mi- rar a los blancos directamente. Parecfan siempre abstraidos en atender al rebafio de llamas que avanzaban con los cuellos erguidos, siempre otean- do con la curiosidad de sus enormes ojos hacia el infinito. A un costado se veia la ciudad con las ca ‘sas blancas alineadas y una gran plaza central; al otro extremo del valle se divisaban las fuentes de humeante vapor de los famosos bafios termales de la regién, y algo més alla, en una ladera, se veta el espectéculo impresionante de miles y miles de tien- das de campana de blanco algodén, formadas con precisién matemética: era el campamento del inca con su ejército victorioso. “Creo, sefior gobemador -djo confidencialmente Soto a Pizarro al contemplar el imponente especté- culo de tal ejército- que esto va causar confusién 0 temor en nuestros soldados. Asi es en verdad -repuso tranquilamente el extre- mejio- pero no convendré mostrarlo. Menos podre- mos volver atrds, porque si sintieran alguna flaque- za en nosotros, los mismos indios que levamos ‘nos podrfan matar, Avancemos, pues, y bajemos al valle para entrar en la ciudad de Cajamarca”. is de 7 Niguel Albornoz: Hemando de Soto, el Amadis la Florida, Revista de Occidente, Madrid, 971. ire tea ee ee Lucie Gales de esta manera a aquellas personas que hablan vis- to, lo uno porque diferenciaban mucho nuestro tra- jey semblante, x lo otro porgue veian que andaban en unas animalias muy grandes, las cuales tenian los pies de plata: y esto dectan por el relumbrar de las herraduras, ¥ también los lamaban asi, porgue les habian visto hablar a solas en unos pais blan- os como una persona hablaba con otra, y esto por el leer en libros y cartas; y aun les laman Viraco- chas por la excelencia y parecer de sus personas... ‘porgie unos eran de barbas negras y otros berme- jas, y porque les vetan comer en plata. Y también ‘porque tenian yllapas, nombre que nosotros tene- ‘mos para los truenos, y esto dectan por los arcabu- ces, porque pensaban que eran truenos del cielo” Como el émperador de los mexicas, tampoco Atahualpa querfa que los extranjeros Ilegaran hasta dl pero, quizis por curiosidad, los dejaba acercarse pudiendo mandarlos matar a todos en cualquier momento. La dignidad y dominio de si que caracterizan al Inca son evidentes. Cuen- ta Cieza de Ledn que en la primera entrevista, Hernando de Soto, para impresionarlo, hizo corcovear y caracolear a su caballo llegando tan cerca “que los bufidos que daba el caballo sople ban en la borla que tenia en la frente, corona del reinado. No se movié Atabalipa, ni en el rostra se le conocid novedad. Extuvo con serenidad y bxen semblante como si hubiera pasado toda su vide do- ‘mando potros. Mas de los suyos hubo algunos que pasaron de cuarenta gue con el miedo que cobra- rom, cayeron al suelo”.® El primer error de Ata hualpa fue subestimar a los extranjeros por lo pocos que eran ~72 de a caballo y 96 a pie- al lado de los 120 000 disciplinados soldados de su gjército. “Habia visto los caballos, decia que no comian hombres, que, epor qué les habla de te- mer?”® El segundo error fue elegir la plaza de Cajamarca como lugar del encuentro. Esta pe- quefia plaza rodeada de muros, donde él pensa- ba que serfa mds ficil prender a los extranjeros, se convertiria en una verdadera ratonera donde a la multitud de sus hombres le serfa imposible escapar. El tercer error fue mandar decir a los cristianos que escondiesen los perros y caballos * Citado en Miguel Leén Portia, E everso do le conguis- fa, Pianeta, Méjico, 1064. © Cieza de Ledn, Op. cit. % Cieza de Leon, Op. cit Las Mily Une Historias de mag, para no asustar a sus hombres. Esto sirvié a pi, Zarro para preparar la estrategia, en la cual fe decisivo el factor sorpresa. Debemos tener en cuenta los distintos mundos de donde provenian conquistadores y aborigenes. Tanto los incas cg. mo los aztecas vivian pendientes de ritos y oy. mas del pasado: todo estaba establecido de ante. mano y nada quedaba librado al azar. Lo impre. 1 los aterroriz6. Cuando Arahualpa, rodeade de toda su gente y sin ningiin recelo, traté des. pectivamente al padre Valverde, no imaginé |g que pasaria. A una sefial convenida por Pizarro, Pedro de Candia dio los primeros tiros de arca. buz, “cosa nueva para ellos y de espanto”. Al mis. mo tiempo, de todas las casas que rodeaban la plaza salieron galopando los soldados con sus es. padas al aire mientras gritaban “Santiago y @ ellos!”. El panico provocé una desbandada impe- dida por la misma multicud. La matanza fue tre- menda y se tomaron cerca de cinco mil prisione- 108, el primero de todos, el Inca. Claro esta que si las cosas hubieran sucedido como las habla ado Atahualpa, la matanza hubiera sido de espafoles. Prisi Una vex prisionero el Inca, el desconcierto y la desazén entre fos quechuss fue evidente. Ya el dia anterior, cuarenta de ellos habian sido ejecutados por orden de Atahuaipa por correr despavoridos ante los caracoleos del caballo de Hernando de Soto. Huamdn Poma, el cronista y dibujante in- digena de principios del siglo XVII, recalca “el es- panto de los cascabeles y de las armas y de ver pri- ‘mer hombre jaméds visto”. El miedo y la sorpresa paralizaron a estos guerreros veteranos que, segin Cieza de Leén, llevaban sus armas (mazas de pie- dra y chuzas) escondidas bajo la ropa. Titu Cusi, en cambio, dice que slo habjan llevado “lezos y umes (para atar a los caballos) por el poco caso gue hicieron de los espanoles”. Lo cierto es que habia una gran diferencia de educacién y preparacién entre los aristécratas u “orejones” peruanos, enca- bezados por su Inca que nunca perdfa la digni- dad, y el pueblo acostumbrado a obedecer y ca” lar en un régimen paternalista pero duro y tota- litario. Como en toda la conquista de América, también en el Pert la ayuda de indigenas descon- bey x i ‘Las Mily Una Historias de América E nes a! mediodi fuerte que estabe en una esquina de un aposento, ‘que era cosa de ver. En medio de la plaza se paré, dijo estas palabras: cenar y te ruega que vayas porque no cenard sin ti, Errespondié: pasar de aguf si no me traéis todo el oro y la plata, de matara tods. tentos -pueblos enemistados o servidores yana- conas que odiaban o en 2o posible el t dliaban a sus amos- hi- info de ios espafioles. Altener prisionero 2 Atahualpa, sus capitanes ‘to cxhan ponerse en axmas contra los eistianes, por- te babia mandado que nolo hiciesen y que les sirvie- ser El ino se desquici6. “Las virgenes de los tem- pbs sesalin y andaban hechas unas placeras; en fin, Jno se guardaban las buenas leyes de los incas; todo 1 gobiemo se perdié. No tenian temor por no haber ‘ib catgase”® Atahualpa habfa prometido a Pizarro Ilenar una casa con objetos de oro y plata para pagar su ‘sate, Mientras iban llegando de todos los pun- ‘ss del imperio las maravillosas obras de arte que, * Cieza de Leén, Op. cit ste pueblo (Cajamarca) un vier- legato tO Y Ataballpa vino al otro dia, sie o> ganar: en us ee (aeae; dos fe Wi orem otras andes. Vervan en hombros de fares Cr nian delante de 6! mil Indios de ibrea eo. 1 ee rgd oan 10 on ae Nosotros estabamos, en cada aposento, vente de caballo. Entre un aposento y otro habia un cubo donde estaba el gobemador de pie con veinte peo- res. Teniamos concertado que cuando el goberne- or nas hciera una sefia, saliésemos todos en tro- pe. Entra Atabalipa en la plaza con tanto poderio ‘Como el gobernador vio aquello, mandé un fraile a decile que Se acercase m&s a él. El frale fue y le -Atabalipa, el gobernador te esté esperando para Me habéis robaco la tierra por donde habéis veni- doy ehora me esté esperando para cenar. No he de Entonces le respondié Mira Atabalipa, ida Dios eso, sino que ‘NOs amemos entre nosotros. Entonces le pregunt6 Atabalipa: =2Quién es ese Dios? El fraile le dijo: El que te hizo a tiy a todos te digo, lo dejé esciito en est sobre ella que la derribaron y por ail gente huyendo. Y todos los demas limos al campo tras ellos... Habia duré la batalla dos horas™. bre de 1532." estlavos y ropa que tenéis, y si no lo tragis os he ue no man Entonces le pidié Atabalipa el libro y el fralle se lo dio. Y una vez que Atabali ipa vio el libro lo arrojé por ahi, burlando del fraile. Toma éste su libro y vuelve donde el gob emador, llorando y llamando a Dios. gobernador hizo la sefia que estaba concertada. ¥ en cuanto la vir el, con grandes gritos to el temor que hubier cima de los otros, ‘ras, que se ahogaban unos a otros. Y en la murs: lla que cerraba la plaza cargé tanta ge Entonces el * En Tres testigos ok de Canilleros, Espasa ol fraile y fe dijo: Nosotros. ¥ esto que te libro, imos, salimos en tro- ¥ dimos en ellos. Y fue tan- ON que se subieron unos en- de tal manera que hicieron sie- fente de indios i salié mucha de a caballo sa- dos horas de sol; ‘Sucedi6 esto en noviem- e la conquista del Peni, Conde ‘Calpe, Madrid 1964, sin ninguna consideracién, fueron fundidas pata set convertidas en lingotes de oro y plata, sando los meses, iban pa- Cuando llegé Almagro, que venia desde Quito con mas hombres, encontrd que Ata- hualpa “ya sabia jugar al ajedrer y entendia algo de nuestra lengua. Hacia preguntas admirables, decia dichos agudos y donosos” Pizatto habia permitido que estuvieran con él sus mujeres y servidores, que segufan tratandolo como si nada hubiera sucedido, Habia trabado una especial amistad con el capién Hernando de Soto y con el mayor de los Pizarro, Hernando, a quienes el Inca consideraba como verdaderos sefiores. Otros, en cambio, creyendo tas intrigas de Felpillo, el incérprete,y de ottosin- dios, querian matarlo para evitar una sublevacién. a8 Aas * Ibid, cap. 50. ee Lis Mily Una Hinorias de Américg Lucta Galvez HISTORIA DE UNA HIJA DEL Soy ia, Atahualpa llamé a Pizarro ¥. presentén, ‘oie 2 una jovencita de unos 13 afios, le qi, jot “Mira aqui @ mi herman, Ma de mi padre, que 1 juiero mucho”. Su nombre era QUIZGUEZTa, pe. ta Bizarro ta llamo Pizpita, como un Pajaro de sy flere extremefia. La indiecita paso a formar parte Se Ta casa del gobernador. La bautizaron con ¢] CEmbre de tnés y con el tiempo se Convrti6 en lg Devante de Pizarro, quien la consideraba Su mujer, se scompaié al Cuzco y a Jauja, donde nacié ta pri. tours mestiza peruana de sangre real. M&S adelan, fe tuvo otro hijo. Sin embargo, al €x porquerizo, shore eon titulo de marqués, no le parecié suficien. ea hija del Sol como para ser su mujer legftima y Ia dio en matrimonio a su paje, Francisco de Am. joven inteligente y emprendedor. Sus my. ultiplicarian en el futuro virreinato puero, j hos hijos, se mi del Perd. LAOVIZEVACOLA apy i bye OY 5 F Gre case Prision y muerte de Atalnualpa. (Guamin Poma.) EI miedo, mal consejero, aumenté a cantidad de quienes deseaban Ia muerte de Atahualpa. Hernando Pizarro, que era quien con més fuerza se oponfa a este acto de traicién, habfa partido a Espaiia para dar cuenta al emperador de la mag- nitud del descubrimiento y Ievarle algunos de Jos tesoros del Inca. Como llegaron noticias de que la tierra estaba en armas, Francisco Pizarro mand6 a Hernando de Soto a averiguar si era cierto. En caso de que lo fuera, pensaba matar al Inca por instigador. Sus grandes enemigos apro- vecharon para presionar a Pizarro y se llevé a ca- bo, ‘la mds mala hazaita que los espaftoles han he- cho en todo este inperio de Indias, y por tal es vi- iuperada y tenida por gran pecado”, segin Cieza de Leén. El griterfo de las mujeres y los servido- res fue impresionante. Muchas quisieron ahor- Princesa inca, segtin Guamén Poma. a) buvuUurrmeuuy vu , i tee ston sux mismos cabelos con cordeles” para case “eit erasen con él, como era costumbre, gee ee es permiti6. Cieza de Leén concluye 10 Fo Nrusticia y ctucldad de esta muerte no I impune, ‘pues todos los culpables murieron 8 eros a Pizarro macaron a pusaladas i gagro le dieron garrote: a fray Vicente Val yadinittaron los indios en la Pund; Riquelme sede Mipnamente y 4 Sancho, que fue el escribax wi eronen Chile garroe vil” El que a hierro 0 hierto muere. mate Merte de Atahualpa fue en agosto de 7 ‘Tes generales reaccionaron contra los in- 1583 “Hernando de Soto partié hacia el Cuzco sos tira Quizquiz, y Benaledzar fue enviado ‘Gut, donde Rumiaby prosegufa la ressten- eSgn cuanto a Calicuchima, que estaba preso, femandado quemar por Pizarro. Almagro fue a Meena a Soto y en los Ilanos de Xaxijuana la fileria espafiola puso en fuga a los soldado: vein noviembre del mismo afi, los vencedo- Os hicieron su entrada triunfal en la capital del Tahuantisuyu, el ombligo del mundo, la fabulo- saciudad con templos cuyas paredes estaban fo- rradas de or0 y plata y un delicioso jardin zoolé- feo, integramente tallado en oro, alegraba uno de los patios del Coricancha, el templo dedica- doal Sol, donde luego se levancarfan la iglesia y convento de Santo Domingo. La accién violenca de los invasores se con- urarestaba con su plan sistematico de funda- ciones de ciudades y con los nacimientos de estizos que tenfan con sts concubinas 0 espo- sis indias, La instruccién y la evangelizacién Hegarfan mucho mas adelante. En este momento, la ma- yoria de los clérigos iban tras las riquezas, co- mo los soldados. El oro del Peri habia desqui- Gado a todos. La ambicién y la codicia iban de lr mano con la envidia y la soberbia. No debe ssombrarnos que a la rapifia siguieran en el Pe- ri las guerras entre espafioles y levantamientos contta el poder que veremos mds adelante. ue F ” Visién de los vencidos del ‘Tahuantisuyts A gg Post del miedo pavoroso hacia los caba- los, fueron los quechuas el pueblo americano S¥ tesistié por més tiempo a los invasores. ‘Let Mily Una Hisoras de América Manco Inca Yupanqui, Be | hijo de Huayna Ci quien Pizarro habia hecho dar la bo “To ungia como Inca, intenté ret ion hhuys dos veces del Cuzco hasta que Juat le hizo poner cadenas. Un criado suyo, llamado Alimanche, de muy buena memoria, recité aos después al cronista Cieza de Leén el di que el desdichado Inca habia hec naturales de las provincias de Cuntisuyn, zarro Anti- suyu, Collasuyu y Chinchasuyu, a quienes habia mandado llamar en secreto. Bastan algunos pé- rrafos para apreciar el dolor y la justa indigha- cién de los invadidos: “Os he enviado lamar en presencia de nuestros parientes y eriados, para de- ciras lo que siento sobre lo que estos extranjeros pre- tenden de nosotros... Acordaos que los Incas pasa- dos, mis padres, que descansan en el cielo con el Sol, mandaron desde Quito hasta Chile... No ro- baban ni mataban sino cuando conventa a la juis- ticia, y tenian en las provincias el orden y razon que sablis.... Nuestros pecados no merecieron tales sefiores, antes fueron ocasion de que entrasen en la “Fierra estos barbudos. Estanda la suya tan lejana de éta, predican lo uno y hacen lo otro. Tadas las amonestaciones que nos hacen lo obran ellos al re- vés, No tienen temor de Dios ni vergitenca... Su co- dicia ha sido tanta que no han dejado templo ni ‘palacio que no hayan robado ni se hartan, aunque toda la nieve sea oro y plata. Las hijas de mi pa- dre, con otras seRoras hermanas vuestras y parien- tas, las tienen por mancebas... Pretenden tenernos tan avasallados y sojuzgados que no tengamos mds proposito que buscarles metales y proveerlos de nuestras mujeres y nuestro ganado. Ademds, ban atraido a los yanaconas. Estos traidores antes no vestian ropa fina ni se ponian Mauto rico como és- tos que quieren ser tratados como incas. No les fal- ta més que quitarme la borla. No me honran cuando me ven, hablan de cualquier manera por- que aprenden de los ladrones con quienes andan... Pregunto yo, estos cristianos, zdéride lox comocin qué les debemos o a cudl de ellos injuriamos para que con estos caballos y armas de hierro nos hayan hecho tanta guerra’... Me parece cosa justa que procuremos con toda determinacién morir sin que~ dar ninguno o matar a estos enemigos nuestros tan crueles" + Ibid, cap. 90. See Feralas de Sacsabuamain. Con astucia, Manco consiguié captar la con- fianza de Hernando Pizarro y ser puesto en liber- tad, En cuanto pudo huyé hacia Caleas, donde menaé-arcorganizar su ¢jército. El efecto fue inmediato: el pueblo necesitaba la fuerza moral de sulnca y nuevos generales hicieron resurgir el im- Patio. Desde la fortaleza de Sacsahuaman, que dominaba la ciudad del Cuzco, comenz6 a caer una lluvia de piedras y flechas. Los noventa espa- files que alli quedaban se encontraron ante la diyuntiva de huir hacia Lima, donde estaba Francisco Pizarro, 0 quedarse a morir. Pero sus hermanos, considerando una deshonra abandonar |: ciudad ellos confiada, decidieron “vencer 0 ‘ori’. Finalmente, cayé la fortaleza y se pudo le- ‘antar el sitio del Cuzco con la ayuda de Almagro ¥ us hombres, que llegaban de su expe: hile. Mientras tanto, Pizarro, desde el convul- Sionado valle de Lima, mandaba un desesperado ‘mensaje por barco a los espafioles de Panamé, Ni- ‘rgua, Guatemala y Méjico pidiendo refucrzos its de que sea tarde y se pierda un imperio”. Her- “n Cortés le envié un navio con armas y alimen- Las Mily Una Historias de América 0s y otros-capitanes:acudieron personalment terribles encuentros donde los espatioles perdie- fol mis hombres. que en todo-el testo de Ainé -£% los ejércitos indigenas fueron derrotados. El pre Seaba muy desmoralizado y nunca falta n quienes, como los yanaconas de que habla Manco Inca, buscaran el favor de'los vencedores denunciando las conspiraciones y peleando a su Jado para recibir recompensas y cambiar dé éta- tus. Otros estaban cansados de la guerra y é6lo de- seaban la paz, sea quien fuere el que gobernara. Sin embargo, desde Ia fortaleza de Vilcabam- ba, Manco II y su sucesos, Titu Cusi, no dejaron de hostilizar a sus enemigos. A la muerte del se- gundo, su hermano Tiipac Amaru, de slo quin- ce afios, fue hecho prisionero ¢ inicuamente eje- cutado por el virrey Toledo en 1572. Esto termi né de desmoralizar a sus stibditos, que desde en- tonces optaron por un fatalismo resignado que atin espera su revancha. “Si el Pachaca'lo tiene ast ordenado, ¢qué podemos hacer sino obedecerle? Ha- _gamos nosotros lo que es razén y justicia, hagan ellos lo que quisieren.” Estas palabras puestas por el In- ca Garcilaso en boca de Manco II testimonian una actitud seguramente compartida por el ilus- tre mestizo, que prosigue diciendo: “Todo esto jo el Inca con gran majestad: sus capitanes y curacas se enternecieron de ofr sus tiltimas razones y derra- ‘maron muchas légrimas considerando que se acaba- ban los reyes incas”. Hijo de un capitin espaol y de una princesa inca, el cronista simboliza en su persona los encuentros que, a pesar de la violen- cia de la Conquista, se realizaron en el nivel per- sonal entre espafioles y mujeres indigenas, mu- chas de ellas finstas, es decir princesas, con quie- nes formaban sus hogares aunque raras veces se casaran con ellas*. Culturalmente més espafiol, el Inca Garcilaso siempre se consideré indio y escribié para dar a conocer las grandezas de sus antepasados. Distin- to ¢s el caso de Huaman Poma de Ayala, indio cristiano pero gtan crftico de los vencedores. En su obra hace burla de la ambicién desenfrenada de los espafioles que “entre suefios todos declan: stante esta- 5 Estos concubinatos, algunos por cierto bastante & bles, prolferaron sobre todo en las regiones del Tucumén ¥ Cuyoy en la cludad de Asuncion, donde escaseaban jtes espafiolas. eee Lcte Glos ‘Indias, Indias, oro, plata, oro, plata del Pirtts y asta los maisicos cantaban el romance ‘Indias, 070, plata.’ Existe un patético testimonio de que la reali- dad de la Conquista atin no ha sido olvidada en el Pent, Se trata de la dramatizacién en versos de autor indigena andnimo de La tragedia del fin de “Arawallpa, que hasta hoy se sigue representado ten lengua quechua en algunos lugares de la sie~ ra. Esta obra, traducida por Jestis Lara, profun- do conocedor del idioma y costumbres quechuas, muestra de un modo muy grifico el abismo de incomprensién entre vencedores y vencidos. El personaje que hace de Pizarro mueve sus labios como si hablara, pero sin emitir sonido alguno. Quien habla por él cs Felipillo, el intérprete. Ex- presidn de un problema que atin no ha sido re- suelto. Los textos son también muy explicitos. Dice, por ejemplo, el capitin quechua dirigiéndose a Pizarro: “Hombre rojo que ardes como el fuego / y en la quijada levas densa lana / me resulta impo~ sible comprender tu extraiia lengua’. Pizarro habla sin que se lo oiga y Felipillo contesta por él: “Es- re rubio seitor te dice: ;Qué necedades vienes a de- cirme, pobre salvaje? Me es imposible comprender Estan expresados también tu oscuro idioma’.” * los naturales sentimientos de asombro y temor %Huaman Poma de Ayala, Crénica y buen gobierno, Bi- blioteca Ayacucho, Caracas, 1985. Tragedia del fn de Atawallpa, version en espaol y es- tudio prelminar de Jesis Lara, Ediciones del Sol, Buenos Ai- res, 1989, Las Mily Una Hicorias de lea dre que debieron conmover a los peruanos al ver brimera ver cosas tan extrafias como Ia figura qe tun guerrero europeo con armadura, montado un caballo y echando fuego por un arcabuz, 0 UI sacerdote Waylla Wisa, en La tragedia... y ous dl eompara con una chala de male, con extralge Signos negros, describiéndolo de esta manera; “Vise de este costado es un bervidero de hop vas. La miro de este otro costado y se me antojan lag Fucllas que dejan las patas de los pdjaros en las ly. “dosas ovillas del rio. Vista ast se parece a las tarukay con la cabeza abajo y las patas arriba. Y si sélo ast La miramos, es semejante a llamas cabizbajas y cuer. nos de taruka. ;Quién comprender esto pudieral " "Al subestimarse y rechazarse unos a otros, e| encuentro no puede realizarse.... Después del choque y de la irremediable derrota sélo queda el lamento del pueblo quechua, reflejado en esta conmovedora estrofa de una elegia de autor ané- nimo, traducida por José Marfa Arguedas: “Per- pplejos, extraviados, negada la memoria 1 solos / ‘nuerta la sombra que protege; / loramos / sin tener a quién 0 a dinde volver / Estamos delirando, | ‘Soportard tu corazén, / inca, | nuestra errabunda vida dispersada por el peligro, | cercada, /en manos ajenas, pisoteada?”: ° Reproducido en el litro de Miguel Leén Portilla: El rever- 50 de la Conquista, elaciones aztecas, mayas e incas, Ed. Pla Majico, 1964. bi. neta, Hoy como ayer, en telares risticos (algunos reformados por nucwas sdenicas), los campesinos y artesanos contintian su labor de tejedores come sus antepasados indigenas. 118: meee

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