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EL SACRIFICIO DE UN HERMANO

La vida no siempre es justa, mucho menos lo a de ser la muerte.


A sus 14 años, Tomás lo aprendió de la manera más dura. Su padre, un
hombre sano, bien portado, educado militarmente y con voz de mando,
había sufrido un ataque al corazón tan repentino que tomó a todos por
sorpresa en la quinta en la que vivían.
Ni una sola alma en el lugar se lo esperaba, el sonido que se produjo al
impactar su cuerpo contra el piso hizo que todos los vecinos aparecieran
intentando auxiliarlo, sin embargo, ya era tarde. Murió a los pocos pasos de
la puerta de su casa, en esa calle destartalada pero bien pintada.
Ahora el turno de ver por su madre y sus hermanos recaía en el segundo
hijo varón de la familia, mi tío Tomás, ya que su hermano mayor, Felipe,
estaba en la espera de su primer hijo y tenía otras responsabilidades fuera
del hogar. Mi tío no había entendido lo que esto supondría.
No vería a su padre envejecer como lo prometió cuando era más chico, ya
no podría salir a jugar fútbol con sus amigos, le sería muy difícil juntarse con
la morena Lucia como lo hacía cada semana para calmar las ansias, mucho
menos perder el tiempo molestando a las muchachas que vivían en su
misma cuadra, porque sí, mi tío era de esos que aullaban tonterías cómo
perro enjaulado cuando veía a una chiquilla pasar y tenía que crecer. Tenía
que enfocarse en traer a la mesa algo que comer, su mamá no pasaría
hambre jamás, aunque eso le cueste todo lo que tenga para dar.
Tomás se prometió que apenas el dinero empezara a escasear, lustraría sus
zapatos y buscaría trabajo. Al cabo de dos días esto sucedió, se puso una de
las camisas que su hermana Juana le planchó y caminó hasta el mercado
que había cuadras más abajo.
Conversó con varios vendedores y estibadores en busca de algo que hacer,
de alguna forma tenía que ganar dinero, no podía llegar a casa y decirles a
todos que había fracasado, así que tomó la primera oportunidad que se le
presentó.
Un estibador, apenas unos años mayor que él, le pidió que lo ayudara a
cargar varios paquetes hasta la puerta del mercado, pero cuando llegó el
momento no le pagó, aducía que solo se lo pidió de favor y que nunca le dijo
que le iba a dar parte de sus ganancias. Esto lo enfureció, pero debía
calmarse.
Un vecino que vendía pescado, lo reconoció y quiso ayudarlo. "Te espero
aquí mañana" a las 4 de la madrugada irían al pesquero, sería mi tío quien
lo ayude a cargar y filetear toda la mercadería. Pasó meses en ese trabajo,
no dormía mucho, aún tenía que estudiar, pero por lo menos no faltaba el
pan.
Al poco tiempo, un amigo le pasó la voz, necesitaban ayuda a tres cuadras
de su casa en una distribuidora para cargar ladrillos y cementos. La paga
era mejor y solo en la mañana, lo que le daba tiempo para ir a la escuela
por la tarde y dormir por fin desde las 10 de la noche. Una sensación de
placer lo invadió de solo pensarlo y aceptó.

No tenía muchos problemas en ese trabajo de no ser porque llegaba muy


cansado, con la espalda adolorida, los brazos temblando y todas las uñas
rotas. No tenía problemas de no ser porque se quedaba dormido en clases y
sus profesores se molestaban, sus amigos le hacían bromas y las chicas ya
no se le acercaban porque les parecía aburrido alguien que solo pensaba en
el momento de irse a casa. No tenía problemas hasta que los tuvo, iba a
reprobar el curso, si no mejoraba en sus notas. Por más que los profesores
sabían de su situación, solo algunos lo ayudaban. "El chato era un
desgraciado", su profesor de matemáticas. Sí se dormía en su clase lo
sacaba y lo hacía hacer ranas o sentadillas o correr por todo el patio, lo que
fuese para verlo sufrir. Más de un problema si que tuvo con él, tanto así que
en algún momento cuando ya estaba a punto de terminar el colegio, se
fueron a los golpes o eso es lo que cuenta.
No era noticia que lo llamarán a la dirección por pelearse otra vez, pero en
esta ocasión le podría costar su permanencia en la escuela. Su hermana
Vilma intervino de milagro con el sub director. Al parecer, los profesores
también querían que Tomás se graduará de una vez, y no tener que
soportarlo otro año más.
Debía corregirse, sus
sacrificios hasta el
momento habían sido
muchos, como para que un
arrebato lo marqué de por
vida. Sus hermanos le
tenían mucha consideración y
agradecimiento,
no lo podía echar a perder.
Debí convertirse en
el hombre al que sus
hermanos admiren.

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