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LOS PELIGROS DE UN HOMBRE PASIVO

1 REYES 16:29-30

Un hombre no cambia mucho por hacer votos y ponerse un anillo, pero ese día muchas
cosas cambian para un hombre. Dios lo dijo por medio del apóstol Pablo:

«El soltero se preocupa por las cosas del Señor, cómo puede agradar al Señor. Pero el
casado se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, y sus intereses
están divididos» (1 Co 7:32-34).

Al principio, de solteros no estamos tan pasivos ni nos tenemos autocompasión. Siempre


decimos: “te quiero, yo te quiero hacer feliz”. Ahora casados, durante el primer o segundo
año de matrimonio muchas veces las cosas cambian, la pasividad en el esposo pasó a ser un
problema extraño a uno profundamente familiar. La visión y la iniciativa son más fáciles,
en cierto modo, cuando estaba pesado en uno mismo, pero cuando dos se convierten en
uno, toda la vida requiere de un amor que lidera.

¿Volveré a entregarme hoy por el bien de mi esposa?

Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí


mismo por ella. Efesios 5:25

¿Seguiré buscándola, estudiándola, cortejándola? ¿Desarrollaré y llevaré a cabo una visión


para mi familia? ¿Abriré consistentemente la Biblia y oraré con ellos? ¿Lideraré a mi
familia en amar y servir a la iglesia? ¿Me acercaré a los conflictos con paciencia y amor, o
tenderé a alejarme cada vez que se vuelve en un campo de batalla? ¿Me anticiparé a las
necesidades de mi familia y dejaré espacio para pasar tiempo con ellos? ¿Disciplinaré a mis
hijos, aunque esté cansado? ¿Tocaré temas y tomaré decisiones difíciles? O, como Adán,
cuando Dios venga a llamarme, ¿me esconderé y buscaré culpables?

Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.
Genesis 3:12

Un ejemplo de debilidad y maldad

Dios, en muchas veces, entrena a los hombres para ser esposos y padres fieles dándonos
grandes ejemplos a seguir:

la fe de Abraham, la convicción de Moisés, el liderazgo de Josué,


la sabiduría de Salomón, el corazón de David.
Pero a veces, Dios nos entrena hacia la fidelidad mostrándonos lo malvados que los
hombres pueden ser. Nos enseña a amar mostrándonos a hombres que no supieron amar, a

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liderar mostrándonos hombres que no supieron liderar, a luchar mostrándonos a hombres
que se negaron a luchar, a morir por los demás mostrándonos a hombres que se salvaron a
sí mismos.

A veces, Dios nos entrena hacia la fidelidad mostrándonos lo malvados que los
hombres pueden ser. 
En cuanto a los esposos y padres, pocos fueron tan corruptos y vergonzosos como el rey
Acab.

De este hombre, las Escrituras nos dicen: «Acab, hijo de Omri, comenzó a reinar sobre
Israel en el año treinta y ocho de Asa, rey de Judá, y Acab, hijo de Omri, reinó veintidós
años sobre Israel en Samaria. Y Acab, hijo de Omri, hizo lo malo a los ojos del Señor más
que todos los que fueron antes que él» (1 Reyes 16:29-30).

Los reyes que fueron antes que Acab fueron muy malos: conspiraron, engañaron, robaron,
asesinaron y, en todo ello, insultaron a Dios al elegir a los ídolos en vez de a Dios. Pero
Acab, fue peor que todos ellos.

Su matrimonio fue el centro de su rebelión:

«Como si fuera poco el andar en los pecados de Jeroboam, hijo de Nabat, tomó por mujer a
Jezabel, hija de Et Baal, rey de los sidonios, y fue a servir a Baal y lo adoró» (1 Reyes
16:31).

Primero se burló de Dios casándose con una idólatra, y luego, cedió y se inclinó en
sumisión ante ella y su dios.

De esta actitud pecaminosa, Dios nos enseña entre otras cosas importantes, de El peligro de
la pasividad.

La seducción de la autocompasión

Cuando 1 Reyes 21 comienza, Acab codicia la viña de su vecino, Nabot, y le pide que se la
venda, haciendo caso omiso de la ley de Dios que impedía la venta permanente de tierras:

La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros


forasteros y extranjeros sois para conmigo. Lv 25:23

Nabot no se niega simplemente porque quiere conservar su tierra, sino porque hacerlo es ir
contrario al mandato de Dios respecto a este asunto.

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Acab responde derrumbándose en la autocompasión y la pasividad. Se fue a su casa
disgustado y molesto a causa de la palabra que Nabot le había dicho:

«No le daré la herencia de mis padres». Acab se acostó en su cama, volvió su rostro y no
comió (1 Reyes 21:4).

El hombre más poderoso de la tierra se doblegó como un adolescente con el corazón roto.
Se negaba a comer. Hizo pucheros porque no se salió con la suya. Es casi una parodia de la
pasividad. Tenemos a un rey berrinchudo. Como muchos esposos conocemos en parte esta
actitud, como cuando ya no quieres comer porque tu esposa no te dio lo que querías.

La autocompasión puede paralizarte. Puede impedir que un hombre confiese su pecado, que
inicie la reconciliación, que levante el teléfono, que intente llevar adelante los devocionales
familiares, que tome una decisión difícil o que dé el siguiente paso.

Continuemos, mientras Acab alimenta sus sentimientos heridos, agrava aún más su
vergüenza. La autocompasión lo aprisiona y lo incapacita.

Conociendo a su esposa y lo que era capaz de hacer, Acab debió haber tomado medidas
para detenerla, por el bien de Nabot y de los que lo amaban, por el bien del reino, por el
bien de su propia alma, por el bien de su esposa. Un esposo pasivo inevitablemente
permitirá y alentará los pecados de su esposa (¡y viceversa!). Cuando Jezabel ve lo
miserable y conmovedor que es el pobre rey Acab, toma cartas en el asunto. Le dice:

«¿No reinas ahora sobre Israel? Levántate, come, y alégrese tu corazón. Yo te daré la viña
de Nabot de Jezreel» (1 Reyes 21:7).

El lamentable silencio de Acab sugiere que estaba muy de acuerdo en aceptar las siguientes
acciones de su malvada esposa.

Así que Jezabel instruyó a los líderes de la ciudad de Nabot para que lo mataran. Ella
escribió cartas (y las firmó con el nombre y el sello de Acab), diciendo:

«Sienten a dos hombres malvados delante de él que testifiquen contra él, diciendo: “Tú has
blasfemado a Dios y al rey”. Entonces sáquenlo y apedréenlo para que muera» (1 Reyes
21:10).

La codicia, el engaño, el robo, la conspiración, el asesinato de un hombre intachable, fueron


el consumo de toda esta atroz maldad.

Los pecados de Jezabel fueron alimentados por la pasividad de Acab. Si él hubiera tenido la
convicción y el valor de actuar según el llamado de Dios, probablemente podría haber
salvado la vida de un buen hombre.

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A veces un hombre que no hace nada es tan dañino como el que hace lo incorrecto.
como vemos aquí en el caso de Acab.

Un buen esposo no puede evitar que su esposa peque, pero tampoco se quedará con los
brazos cruzados mientras ella lo hace. Un mal esposo, especialmente un esposo pasivo, la
alentará a pecar aún más.

En los momentos desafiantes de nuestros propios matrimonios, algunos hombres quedarán


pasivos como Acab. No harán lo debido para que evitar que otros pequen.

La historia continua: Jezabel le dice a Acab que Nabot ha muerto y que su viña ahora está
disponible:

«Así que cuando Acab oyó que Nabot había muerto, se levantó para descender a la viña de
Nabot de Jezreel, para tomar posesión de ella» (1 Reyes 21:16).

Vemos aquí nuevamente una actitud pasiva. No reacciona diciendo: ¿Qué has


hecho? Tampoco dice: ¿Cómo ha muerto? Ni: ¿Es justo que yo tome la viña de este
muerto? No, en cambio: «cuando Acab oyó que Nabot había muerto», encontró por fin
fuerzas para abandonar su pasividad e ir a disfrutar el bien de otro hombre.

La historia no termina. Continúa en el V. 17:

«Entonces vino la palabra del Señor a Elías el tisbita» (1 Reyes 21:17).

Ante esta injusticia y pecado, el profeta Elías llamó a la puerta de Acab con una palabra del
Señor: «Te has vendido para hacer el mal ante los ojos del Señor» (1 Reyes 21:20).

Mientras otros hombres observaban y permanecían en silencio (e incluso participaban en la


injusticia), uno, el profeta Elías rechazó la atracción de la pasividad y abrazó el precio de la
obediencia. Prefería morir antes que sentarse a contemplar cómo se quebrantaba la ley de
Dios.

La pasividad de Acab volvería no solo afectará sobre él, sino también sobre las cabezas de
todos los que amaba: sus hijos, los hijos de sus hijos, su esposa: 1 Reyes 21:21 He aquí yo
traigo mal sobre ti, y barreré tu posteridad y destruiré hasta el último varón de la casa de Acab,
tanto el siervo como el libre en Israel.

22 Y pondré tu casa como la casa de Jeroboam hijo de Nabat, y como la casa de Baasa hijo de
Ahías, por la rebelión con que me provocaste a ira, y con que has hecho pecar a Israel.
23 De Jezabel también ha hablado Jehová, diciendo: Los perros comerán a Jezabel en el muro de
Jezreel.

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El juicio contra Acab es una imagen vívida y sangrienta de cómo el pecado sin control
arruina un hogar. Cuando un esposo se vuelve pasivo, toda la familia sufre, tal vez no en
juicio como Jezabel, pero igualmente sufrirán.

Sin embargo, en la gracia de Dios, hay misericordia para los hombres pasivos

La propia Escritura describe la clase de vida que llevó Acab: «Ciertamente no hubo nadie
como Acab que se vendiera para hacer lo malo ante los ojos del Señor, porque Jezabel su
mujer lo incitaba» (1 Reyes 21:25).

Sin embargo, la Escritura misma dice que cuando Acab oyó las palabras de condenación, se
humilló ante Dios:

1 Reyes 21:27 sucedió que cuando Acab oyó estas palabras, rasgó sus
vestidos y puso cilicio sobre su carne, ayunó, y durmió en cilicio, y anduvo
humillado.

Uno podría pensar que se trata del mismo hombre que encontramos sumido en su tristeza
por no lograr lo que quería, compadeciéndose de sí mismo y negándose a comer. Sin
embargo, no es el mismo hombre, no es el mismo ante los ojos de Dios. En lugar de
enojarse contra el profeta, en lugar de refugiarse en la autocompasión y la pasividad, se
humilla en señal de arrepentimiento. Mira su pecado, la aborrece y busca la misericordia
del Señor.

«Entonces la palabra del Señor vino a Elías el tisbita, diciendo: “¿Ves como Acab se ha
humillado delante de Mí? Porque se ha humillado delante de Mí, no traeré el mal en sus
días; pero en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa”» (1 Reyes 21:27-29).

El esposo egoísta, orgulloso y pasivo se convirtió en uno humilde, al menos por un tiempo,
dando esperanza a los esposos egoístas, orgullosos y pasivos. Es fácil detestar la pasividad
de Acab: un rey que se abandona en la tristeza y se queda sin hacer lo correcto, que
desprecia los llamados de Dios a liderar y amar, y que pone con egoísmo la voluntad de
Dios por debajo de sus propios deseos. Sin embargo, es más difícil odiar la pasividad en
nosotros mismos. ¿Practicaremos, como esposos cristianos, un amor intencional, costoso
y activo? ¿Seguiremos liderando cuando sea inconveniente hacerlo? ¿Recibiremos la
misericordia de Dios, nos humillaremos ante Él, abandonaremos nuestro orgullo y
autocompasión, y resistiremos la atracción de la pasividad?

1 Cor. 16:13 Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos.


1 Cor. 16:14 Todas vuestras cosas sean hechas con amor.

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