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EDICIÓN 289 - JULIO 2023

La razón peronista

Por José Natanson

En su clásico Estudios sobre los orígenes del peronismo (1), Miguel Murmis y Juan Carlos
Portantiero se propusieron discutir la interpretación canónica de Gino Germani, que
explicaba el surgimiento del peronismo a partir del apoyo de los “nuevos trabajadores”,
aquellos que, a diferencia de los “viejos obreros” dotados de conciencia de clase y experiencia
sindical, eran migrantes internos recién incorporados al proceso de industrialización y
carecientes por lo tanto de la formación necesaria para evitar ser manipulados por líderes
populistas como Perón. Frente a este enfoque europeizado, que escondía el desconcierto ante
la evidencia de que los trabajadores no se volcaban hacia el clasismo socialista sino hacia un
sospechoso coronel nacionalista, Murmis y Portantiero sostuvieron que la distinción entre
trabajadores viejos y nuevos no existió nunca, y que el peronismo fue resultado de un proceso
previo de uni�cación de la clase obrera luego de años de intensa industrialización. Como la
industrialización de la Década Infame fue en esencia una industrialización excluyente, que
creó masas obreras pero no mejoró los salarios ni extendió los bene�cios sociales, la promesa
que vino a ofrecer Perón, y que comenzó a cumplir desde la Secretaría de Trabajo y Previsión
antes de ser elegido Presidente, era la justicia social. Un proceso de homogenización de clase
tras un período de exclusión conservadora alrededor de un programa de reparación social, tal
el verdadero origen del peronismo.

Hoy el peronismo enfrenta el gigantesco desafío de recrear su promesa. La pregunta es tan


simple como difícil la respuesta: ¿qué tiene para ofrecerle hoy el peronismo a la sociedad? Si
en los 40 fue la inclusión social de las masas, su segunda versión, la que protagonizó Menem
en los 90, también tuvo una dimensión inclusiva, al menos en sus inicios. En efecto, la
sanción de la ley de convertibilidad y el consecuente derrumbe de la in�ación permitieron
recomponer el poder de compra de los salarios y atizar el consumo popular. Es cierto que fue
un impulso de una vez y que luego sobrevendría una década de pobreza y desempleo, pero la
convertibilidad, como cualquier plan anti-in�acionario exitoso, fue, al comienzo, un
programa inclusivo. Y después, en los 2000, la nueva versión del peronismo, que es siempre Privacidad Términos
un cover de sí mismo, esta vez liderada por Néstor Kirchner, también avanzó en un camino de
reparación social mediante la recuperación de los ingresos, la extensión de las jubilaciones y,
ya con Cristina, la universalización de la asistencia social.

En un artículo publicado en la revista Desarrollo Económico y titulado justamente “Del


peronismo como  promesa” (2), la historiadora Silvia Sigal se preguntaba por la
extraordinaria perdurabilidad del peronismo. Discutiendo las interpretaciones que banalizan
la idea de carisma como si se tratara de la simple irracionalidad de un pueblo dispuesto a
seguir ciegamente a un líder iluminado, Sigal vuelve a Max Weber para señalar que la
relación carismática –que es sobre todo eso: una relación– descansa en el reconocimiento que
las masas le otorgan al líder, de quien valoran ciertos atributos, aquellos que le permiten
hacer cosas inesperadas (Weber hablaba de acciones extra-ordinarias). La relación
carismática no es permanente; de hecho puede extinguirse, en la medida en que el pueblo
deje de con�ar en su líder. Para Sigal, la promesa del peronismo es la promesa de un futuro
más equitativo, una promesa que siempre puede renovarse precisamente porque nunca puede
alcanzarse. De ahí su vigencia.

¿Cuál será, esta vez, la promesa peronista? La respuesta rápida es –claro– recuperar los
ingresos. Con el desempleo en mínimos históricos y la economía en crecimiento (el PIB
aumentó 1,3% en el primer trimestre), el retraso salarial, producto a su vez de la persistencia
de la in�ación, sigue siendo la gran asignatura pendiente. Pero para poder bajar la in�ación
es necesario mantener el dólar en calma mientras se avanza por un sendero de realineamiento
de las variables o, como de�enden muchos economistas, para implementar un programa de
shock. Uno u otro, ambos caminos exigen como paso previo recomponer las reservas, lo que
requiere morigerar la restricción externa, lo que a su vez exige dólares, lo que presupone
aumentar las exportaciones… el cable submarino que conecta la mejora del salario con el
ingreso de divisas. ¿Y qué hay que hacer para generar dólares? Garantizar inversiones
privadas (el Estado está quebrado), sustituir importaciones y relanzar exportaciones, todo lo
cual demanda estabilidad macroeconómica, plani�cación de largo plazo y, en algunos casos,
enfrentar regulaciones laborales y sindicales, además de mejoras logísticas, obras en
carreteras, gasoductos, puertos… La lista es larga y alcanza con hundir un poco la cuchara en
la densidad real de los problemas para entender la dimensión del desafío.

Pero es el único camino posible: insertar la vieja promesa peronista de justicia social en las
difíciles condiciones del mundo actual. ¿De qué condiciones hablamos? En el plano
geopolítico, de la creciente competencia entre Estados Unidos y China; en el tecnológico, de
la irrupción de la digitalidad como nuevo paradigma productivo; en el laboral, de la
propagación del emprendedorismo y el cuentapropismo; en el social, de la consolidación de
un núcleo de pobreza estructural que lleva ya un cuarto de siglo. Podríamos seguir con la
enumeración, pero lo que queremos señalar aquí es que aceptar los cambios de contexto no
implica necesariamente claudicar, esa palabra maldita. Hasta donde sabemos, fue Perón
quien implementó el Plan de Austeridad del 52 y �rmó el primer contrato con la Standard Oil
de California. Asumiendo que la única verdad es la realidad, el peronismo debe buscar una
agenda de desarrollo que le permita romper la inercia de bajo crecimiento, nula creación de
empleo privado y estancamiento exportador que ya lleva casi quince años. Si no, continuará
mordiéndose la cola, atrapado en su laberinto. Podrá seguir existiendo; podrá, incluso, ganar,
como en 2019, pero será un peronismo vaciado de potencia transformadora, esterilizado.

¿Por dónde empezar? Menciono a la pasada un ejemplo, entre muchos otros posibles. Para
aumentar las exportaciones, es decir para mejorar los ingresos de la población, Argentina
debe impulsar el despegue de los complejos extractivos hidrocarburífero y minero. Por
supuesto que hay otras ramas prometedoras de la economía (biotecnología, economía del
conocimiento, turismo), pero los hidrocarburos y los minerales se encuentran claramente por
debajo de su potencial. Hacerlo es un modo no sólo de conseguir dólares sino también de
ganar autonomía política respecto del agro, que al ostentar de facto el monopolio de la
generación de divisas puede imponer sus condiciones, única explicación razonable al hecho
de que el exportador de soja –dólar diferencial mediante– obtenga al �nal de la ecuación más
pesos que el exportador de máquinas. Vaca Muerta se está desarrollando a buen ritmo gracias
a una continuidad regulatoria que comenzó con el acuerdo con Chevron en el segundo
gobierno de Cristina, continuó con Macri y siguió con Alberto, una Moncloa implícita que
apenas se menciona pero que convirtió a Neuquén en la provincia con los salarios más altos
del país. Sin embargo, la demora en la construcción del gasoducto, atribuible sobre todo a la
interna del gobierno, presionó sobre las importaciones durante el invierno pasado e impidió
aprovechar los altos precios de los últimos años.

El desarrollo de la minería, en cambio, se demora. A diferencia de los pozos petroleros,


concentrados en áreas delimitadas, las vetas de las minas cruzan los límites provinciales y
exigen para su explotación (se trata de inversiones gigantescas) una coordinación
interjurisdiccional que la Constitución del 94, que devolvió el dominio sobre el subsuelo a los
estados provinciales, di�culta. Esta atomización debilita a los gobernadores tanto a la hora de
negociar con las multinacionales australianas o canadienses como de enfrentar el lobby
prohibicionista del ambientalismo bobo. Y es lo que explica que Chile, al otro lado de la
Cordillera pero con una administración centralizada y un desarrollo sostenido, exporte 15
veces más metales que Argentina (3).

Podríamos mencionar otros ítems para una agenda, más microeconómicos pero no menos
importantes. Por ejemplo, una política para los monotributistas, castigado universo de clase
media que sufre al ritmo de los pagos que se estiran mientras la in�ación pulveriza sus
ingresos, la tensa espera de la transferencia o el cheque a 90 días. Ajuste automático de las
escalas, créditos a tasa blanda, algún tipo de aguinaldo… resulta notable que en cuatro años
de gobierno el Frente de Todos no haya creado una estrategia orientada a las necesidades de
este sector. Una ausencia de imaginación gestionaria que se nota también en el mercado de
los alquileres, que como resultado de la in�ación y el fracaso de la legislación está
directamente roto. Alquilar un departamento de tres ambientes en Almagro, incluso con un
buen sueldo, resulta hoy prácticamente imposible.

Con el ala ro t a
¿Podrá Massa liderar esta necesaria renovación del peronismo? Por supuesto que no lo
sabemos, aunque sí podemos identi�car tres cuestiones que nos permiten ser –en un contexto
muy hostil– cautelosamente optimistas.

La primera es que su candidatura es resultado de la declinación relativa del kirchnerismo y


del atardecer del liderazgo de Cristina. Por tercera vez consecutiva, el kirchnerismo no puede
ofrecerle a la sociedad un candidato presidencial propio y se ve obligado a recurrir a un
cuerpo extraño, del que además desconfía: Scioli en 2015, Alberto en 2019, Massa hoy.
Notable dé�cit para un movimiento popular con vocación de disputar el poder y modi�car la
realidad por vía de la política que es la principal herramienta de transformación y bla bla bla…
Un año atrás, cuando en plena corrida cambiaria y ante el riesgo de un colapso �nal de la
economía Alberto designó a Massa como superministro, dijimos que la decisión revelaba el
hecho de que Cristina carecía de una solución económica a los problemas de los argentinos.
¿Por qué la “accionista mayoritaria” de la coalición no impulsaba a uno de los suyos? ¿Por qué
Massa y no Augusto Costa para –por ejemplo– llevar a la práctica la sencilla idea de repudiar
el acuerdo con el FMI? Esta defección programática del kirchnerismo abre hoy el espacio
para imaginar un peronismo anti-dogmático y modernizante.

La segunda cuestión es que en los últimos años, justamente como producto de la frustración
económica, la parálisis de la gestión y la ausencia de rumbo, han ido surgiendo algunos
planteos intelectuales interesantes en la línea de una renovación conceptual del peronismo: el
libro de Matías Kulfas (4) y la idea de biodesarrollismo de Federico Zapata (5) son solo dos
ejemplos.

Si las primeras dos cuestiones son de contexto, la tercera está directamente relacionada con el
per�l y la historia de Massa. ¿Qué representa Massa hoy? ¿Cuál de sus mil caras se juega en
esta elección? O mejor, ¿quién es realmente Sergio Massa? No lo sabemos, pero sí sabemos
qué fue primero, a dónde hay que ir a buscar el germen de su estrella: a la intendencia de
Tigre.

La utilización del estado municipal como plataforma de despegue es toda una novedad si se
tiene en cuenta que históricamente los intendentes habían carecido de relevancia en la
política argentina, que fue siempre un juego entre Nación y provincias (el hecho de que la
última dictadura haya intervenido todos los poderes del Estado mientras permitía que cientos
de civiles radicales y peronistas siguieran en las intendencias demuestra la escasa
importancia que les asignaban los militares). Esto comenzó a cambiar con el aumento de la
pobreza registrado a partir de los 70 y su visibilización durante la recuperación de la
democracia. De hecho, la primera función política realmente importante que asumieron los
jefes municipales fue la elaboración de los registros para la distribución de las cajas PAN
durante el gobierno de Alfonsín, es decir el reparto de la ayuda social –y su re�ejo en votos
(6)–. Con el tiempo, la municipalización de la asistencia a través de los sucesivos programas
–el Plan Trabajar menemista, el Plan Jefas y Jefes de Hogar duhaldista, la Asignación
Universal kirchnerista– marcó la continuidad ampliada del poder de los intendentes.
Finalmente, durante el kirchnerismo los municipios comenzaron a ejecutar obras públicas
�nanciadas por el gobierno nacional, ingenioso by pass creado por Kirchner para romper la
lógica de un aparato provincial de jefe único al estilo duhaldista (y explicación última de por
qué Scioli nunca pudo ser Duhalde).

¿Qué es un buen intendente? Una máquina de resolver problemas, alguien con una antena en
las necesidades de los barrios y otra en la alta política; como un buen sindicalista, alguien
capaz de ganar una asamblea en la fábrica un día y sentarse a negociar con el Presidente el
siguiente.

Golden boy, junto a dirigentes como Martín Insaurralde, de la era pos-barones del
Conurbano, Massa trasladó la hiperkinesis municipalista a su carrera política primero y al
Ministerio de Economía después. Ahí donde va arma un Massapalooza (el chiste es de Daniel
Tognetti). Pero la política también es eso: asumir un lugar y ensancharlo. Hacer un asado con
un tomate y dos lechugas. Matías Lammens, por citar un ejemplo ajeno a Massa, recibió el
caramelo de madera del Ministerio de Turismo de un gobierno que a los tres meses tuvo que
prohibir los desplazamientos e inventó el PreViaje. Hoy encabeza la lista porteña.

Pero Massa vuela con un ala rota. Asumió el timón de una economía detonada y logró apenas
estabilizarla; la in�ación no cede y los salarios reptan por el suelo. Sin embargo, con el solo
argumento de su capacidad para unir las piezas sueltas del o�cialismo y evitar el estallido
de�nitivo logró coronarse, en un cierre agónico, como candidato prácticamente único (el
hecho de que sea la economía que él conduce la que lo catapultó a ese lugar no deja de ser una
paradoja). Massa viene de perder dos elecciones, en 2015 y 2017, y su vínculo con la sociedad,
según valoran las encuestas, está dañado. Sin embargo conserva un set de relaciones (con
políticos, sindicalistas, empresarios, medios) que lo ubica en el corazón mismo del círculo
rojo. Un candidato del sistema político para resolver los problemas que fabricó el sistema
político. No funcionó con Alberto, ¿funcionará con Massa?

A 70 años de su nacimiento como representante de los obreros excluidos, el peronismo no


puede ofrecerle a la sociedad solamente la solución de su interna: tiene que construir un plan
y hacerlo creíble, renovarse y recrear su promesa. ¿A dónde irá a buscar Massa su razón
peronista?

1. Siglo XXI, 2011.

2. Vol. 48, Nº 190/191, julio-diciembre de 2008.

3. https://www.iprofesional.com/economia/381387-la-mineria-de-chile-exporta-15-veces-mas-
que-la-de-argentina

4. Siglo XXI, 2023.

5. https://panamarevista.com/biodesarrollismo-hacia-una-nueva-coalicion/

6. https://www.eldiplo.org/173-la-politica-que-viene/alumbrado-barrido-y-politica/
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.
Sitio web por Polenta
Capital Intelectual S.A.

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