La herbolaria mexicana ha sido importante como remedio curativo de
enfermedades por medio de plantas medicinales, volviéndose parte de una tradición y una práctica común. En el siglo XVI se escribió el Códice de la Cruz-Badiano y en el siglo XVII surgieron más libros adversos que estudiaban el uso de plantas que se utilizan de forma medicinal en la actualidad. Posteriormente, en el siglo XVIII se dictó La primera cátedra de botánica en México, con la cual se educó a los primeros estudiantes de lo que antiguamente era la facultad de medicina. Al final del siglo XIX se creó el Instituto Médico Nacional, y con él, el estudio científico de las plantas medicinales. En el siglo XX surgió el Instituto Mexicano para el Estudio de las Plantas Medicinales, y la etnobotánica médica que trajo consigo la formación del primer herbario de flora medicinal del país con más de 4 mil especies. Esto sirvió para tener una validación científica de los usos populares de las plantas medicinales, y como resultado, productos con sus compuestos. Estos productos posteriormente necesitaron etiquetas que hicieran notar un cumplimento de ciertos requisitos establecidos por las autoridades sanitarias. Estos requisitos están regulados por el INVIMA (Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos) y por la COFEPRIS (Comisión Federal para Protección contra Riesgos Sanitarios) en el caso de México. De acuerdo con el artículo 2° del decreto 677 de 1995, se define medicamento como “Aquel preparado farmacéutico obtenido a partir de principios activos, con o sin sustancias auxiliares, presentado bajo forma farmacéutica que se utiliza para la prevención, alivio, diagnóstico, tratamiento, curación o rehabilitación de la enfermedad. Los envases, rótulos, etiquetas y empaques hacen parte integral del medicamento, por cuanto estos garantizan su calidad, estabilidad y uso adecuado.” Esto a su vez significa que estos etiquetados deben ser aprobados por el registro sanitario, además de ser fácilmente legibles, comprensibles e indelebles.