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Clase 3 - Escatología
Clase 3 - Escatología
Introducción
De acuerdo con las indicaciones que hemos dado antes con respecto a la división
que hacemos en la escatología —entre la escatología individual o personal y la
escatología general— iniciamos hoy una consideración de los temas de la
escatología individual. Se recordará que la diferencia está relacionada con saber si
el acontecimiento tiene que ver con cada individuo en particular, o si tiene que ver
con las personas en grupo. La muerte es un ejemplo del primer tipo de
acontecimiento, y la segunda venida de Cristo, del segundo tipo. La primera
división, la de la escatología individual, es más sencilla, de menos extensión, y ha
causado menor controversia. Esto no quiere decir, desde luego, que todos hayan
puesto la suficiente atención en lo que la Biblia enseña sobre el asunto; existen
muchas ideas sobre el asunto que no tienen fundamento bíblico. Para no caer en
este error tenemos que estudiar diligentemente lo que la Biblia enseña sobre estos
puntos. El tema de la muerte, que estudiamos hoy, es el primero en la escatología
individual.
I. La mortalidad humana
Para hablar de la mortalidad humana tenemos que poner nuestra atención en los
términos, pues se habla mucho del “alma inmortal” del ser humano. Desde los
grandes filósofos hasta nuestros días se ha hablado de la inmortalidad del alma,
pero a la luz de muchos textos bíblicos, los cristianos no podemos usar estos
términos, por lo menos no en el sentido literal de las palabras. “...el día que de él
comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17) y “...el alma que pecare, esa morirá” (Ez.
18:4-20) son dos de estos textos. (Si busca en su Concordancia, encontrará una
multitud más de textos que hablan del hecho de que el alma sí puede morir). Si
queremos decir que la muerte no acaba con la existencia del alma, y que solamente
Dios, quien ha creado el alma, puede hacer que deje de existir, entonces la frase
tendrá sentido, aunque la expresión es fallida. Afirmamos, con base bíblica, que el
alma persiste después de la muerte, pero esto está lejos de afirmar que el alma no
pueda morir, que es el sentido literal de las palabras “inmortalidad del alma”.
Afirmamos también, y también con base bíblica, que el alma persiste más allá de la
muerte: los creyentes en un estado de vida eterna, y los no creyentes en el estado
de muerte eterna. Pablo (Ef. 2:1) insiste en que todos los creyentes estuvimos
muertos en pecados y delitos, un estado permanente si Dios no nos da vida
juntamente con Cristo (Ef. 2:5). Por otro lado, tenemos que decir que el hombre fue
creado para vivir para siempre, aunque (obviamente) pudo morir. Vivir para
siempre (que no es lo mismo que tener vida eterna, pues esta solamente se obtiene
en Cristo) tenía por condición la perfecta obediencia. La desobediencia acarreó al
ser humano la muerte, reversible solamente mediante la operación de la Gracia de
Dios en Jesucristo. Esto hace que la muerte sea permanente, a menos que esta
gracia sea efectuada en el ser humano.
Lo que hemos dicho es terriblemente triste, porque el ser humano que muere fue
hecho para vivir. La muerte va en contra del propósito del ser humano; la muerte
del ser humano es algo antinatural. Las personas, muy bien intencionadas, que
quieren dar una especie de consuelo aludiendo a lo “natural” de la muerte, se
equivocan. Parte de lo terrible de la muerte es el hecho de que no es natural. La
muerte es el castigo por el pecado. Es el pecado el que trajo la muerte humana al
universo.