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BORGES, Jorge Luis.

No todo lo que voy a decirte es verdad. ¿Y quién me dijo que esto es lo


que querías? Me juraste un día que sos de la ficción, que buscás la invención.
Lo dudo. A cada tanto, observo tu psicología de ratón, resbaladizo, asustado,
gris y con aquellas asquerosas ganas de encontrarte a través del adjetivo
correcto. Concreto. Tu casa es la palabra, cada ladrillo se vuelve coma, la
puerta cierra el párrafo, las ventanas son como estrofas en esta prosa poética y
los grifos, bueno, ya son puntos suspensivos que irradian el oxígeno por la
sangre de la inspiración. Pero te olvidaste que cada texto es como un hogar:
solo hace sentido si lo rellenás con tu alma. Nuestra historia universal es de la
infamia, por eso arriesgate más. Me enseñaste una vez que todos los caminos
nos llevan al anonimato, pero los mediocres llegan con antelación, ¿verdad?
Respirá.
En lo que me toque siempre, ya estarás sentenciado a escribir un único
libro de arena. Cada verso ajeno, cada capítulo de aquellas novelas que no las
leíste y que siguen empacadas representan quién serás un día.

Arena…
Aren...
Are...
Ar…
A…

Tiempo. Dame un rato porque la palabra me resulta irresistible.

Pis.

Salto. Avancemos en nuestra relación. Quiero buscar a tu otro yo. ¿De


qué estoy hablando? No me entendés nunca. Te parecés a tu perro, sometido
a tus certidumbres ingenuas, lamiendo los pocos elogios que te dan en los
encuentros casi diarios en los salones de clases. Listas. Fichas. Computadora.
Y seguís escribiendo toda la madrugada. ¿Necesito llamarte más la atención?
Me quedo preguntando como te recibiste hace tantos años en la carrera de tu
vida (¡hay que reconocer que sos dedicado y que la llevás con chorros de
sorpresa), convirtiéndote en esta persona tartamuda, sencilla, ordinaria. Ve-ve-
ve-vení a-a-cá. To-to-to-ma-te un-un tro-tro-zo de sangucho. Por Dios, ¡tengo
prisa de vivir! Me agradezco siempre que me gusta el sangucho y eso me salvó
de tu ritmo de caminos de senderos que se bifurcan.
Puedo perdonarte por todo lo que hacés y lo que no me ofertás, pero
esa inercia de vida, señor, no la banco. Sé corajoso. Busco la realidad – éste
es tu mantra. ¡Por favor! Andá a crecer y déjame de joder. No tengo
imaginación para vos, de verdad. ¿Qué es esto? No, no vas a engancharme
una vez más. No, no. ¡Luz! ¡Luz! Ah, la luz especial… Dicen que estos rayos se
parecen a los mundos paralelos titulados Tlon Uqbar Orbis Tertius. Palabrotas.
¿Creés que te llevan a serio tus alumnos? Tengo sueño. Tengo sueño
de vos. Sueño con vos como alguien memorioso, el señor de las memorias.
Funes es un nombre que me convence. Raro esto, ¿eh?
Me acusaste en la biblioteca una vez que te había juzgado con una
mirada felina, condenándote como un ser sin el lenguaje de los argentinos. Te
mentí. Cada uno de los espejos en los que buscás tu verdadero yo son tus
ruinas circulares, fijate bien. No te vas encontrar porque no nos repetimos
nunca. Esa es la ley que nos hace guion de nosotros mismos. Somos nuestros
propios aleph. Yo, ya lo sabés: no soy nada corazón. Bochornoso. Irascible.
Caprichoso. Todo eso sos vos. ¡No me etiquetes! Te permito que se me
acerque solo cuando quiero yo. Yo. Soy pronombre sujeto de mi existencia,
boca arriba percibo que necesitás más atención.
Hay que tener paciencia, nadie me dijo que sería fácil. Es enero aquí y te
confieso que algo puedo entender por el título de aquel poemario que estabas
leyendo en la cama. Si no me equivoco, el título es Fervor de Buenos Aires. No
estamos en Baires, se quejó a mí una vez. Lejos de eso. No es de plata, pero
nuestro rio es igual de maravilloso. No te olvides de eso. ¿Quién? No me quejo
– soy crítico con los problemas. Pero ya te dije algunas veces que me acerco a
los que me rechazan y comparto con cada uno de ellos la idea de que puedo
también ser enemigo de mis reflexiones.
Solo ahora me he percatado de que ya estás durmiendo. ¿Viste? Voy a
tu lado, quiero reencontrarme. Cabeza. Panza. Lomo. Pies. Cabeza. La cama
se vuelve Universo. Dame, espacio, ¡che!
Cantás – con tu tono pegadizo y cariñoso – mi nombre susurrando:

- Borges.

- Jorge Luis (te contesto en modo cifrado).

Maúllo. Pero nosotros que amamos la literatura sabemos el significado


de cada miau.

Phelipe Cerdeira

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