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LIBERTAD

Cuando converso con alguien siempre trato, hago lo posible, porque el interlocutor tenga la
razón. Además la idea de una discusión es errónea. Debiera ser una colaboración, una
investigación para llegar a un fin y no importa si el fin queda de este lado o del otro. Los chinos
dicen que no hay que discutir para ganar, sino para dar con la verdad.

J. L. Borges

Que esto que expondré sea tomado como una respuesta al amigo Luis Bardamu, y de paso
como una exposición de las bases de mis afirmaciones del otro día. Ya me retaron, en otras
oportunidades, por exponer ideas en el aire y no sustentarlas, sentarle bases para que no se
caigan; es verdad, a veces prima la pereza, aquella que me engaña y convence de que quien
gasta su tiempo para leer lo que escribo siempre llegará a la misma conclusión que yo;
razonamiento no sólo falaz, sino también infantil. Lo que mata no es sólo la humedad sino
también la falta de tiempo. Aprovecharé este carnaval bahiano -que de a ratos me exime de
alguna actividad- para pagar esta deuda.

Luis me acusa de no ir al fondo del problema y tiene toda la razón, sin embargo si bien no fui al
fondo del problema en mis afirmaciones en este espacio, llevo, alimento y descarto desde mi
temprana adolescencia (cuando comencé a interesarme por lo político) cada una de mis
convicciones. Los años a veces nos hacen cambiar de parecer en algunas cosas así como
también reforzar otras, supongo que mi concepción de la libertad de expresión aún carga con
algunas dudas, pero trataré de exponer ahora las ínfimas certezas, que en vez de aclarame
más el panorama, me lo confunden. Los chinos –citados por Borges en alguna entrevista- dicen
que hay que discutir para dar con la verdad, me gusta ese concepto pero aún lo conservo falaz;
falaz porque no podría afirmar -sin mentir- que exista alguna verdad, no podría afirmar que sólo
existe una posición inamovible al respecto de algo, lo contrario sería el concepto base del
fundamentalismo.

I. Comunidad de la libertad

Hace algunos años (muchos), en el bar La Academia, en las conversaciones habituales que
tenía con un amigo anarquista –como yo-, decidimos que sería bueno irnos al sur e intentar una
comunidad autónoma que no se rigiera por ningún Estado. A partir de esta visión hubo surgido
la idea de un libro que se llamaría La comunidad de la libertad. No estábamos influenciados por
More ni por su Utopía, quizá más por Proudhon y por la idea de que otro tipo de relación
social era posible partiendo de las bases de que el concepto de propiedad era contrario a lo
justo. Comenzamos a intercambiar ideas de cómo serían organizadas las economías y cómo
nos relacionaríamos con el mundo exterior (surgieron problemas muy difíciles de resolver, pero
de alguna manera conseguimos resolverlos). Llegamos al punto de cómo se regirían las
relaciones internas sin ningún tipo de autoridad pues iría en contra de la base de nuestra
utopía, sin embargo aceptamos el hecho de que podríamos encontrarnos en situaciones
embarazosas al respecto de las relaciones internas y suscribimos a que los principios base de
la sociedad serían la libertad, la igualdad y la fraternidad, los mismos que primaron en la
Revolución Francesa. Si alguien no se adaptaba a estos principios quedaba excluido de la
comunidad junto a cierta ayuda económica para que pudiera sustentarse los primeros tiempos
en que estuviera desempleado. Después de mucho indagar, preguntar y responder, desistí del
libro y de la comunidad porque llegué a la conclusión de que para una persona que se
desarrolló en una de las sociedades modernas que nos aplastan, sería imposible una
adaptación inmediata a semejante empresa. Intenté una abstracción de los vicios sociales que
nos marginan e imaginé que el principio podría haber sido muy duro pero bueno, los primeros
años, décadas, quizá siglos, pero que la naturaleza humana habría llevado a esa comunidad a
algo parecido a la sociedad en que vivimos actualmente; quizá lo más probable sea que
estuviera equivocado, no lo sé ni estoy seguro de que alguien tenga una respuesta a este
dilema, aún así preferí quedarme con la duda; buen intento.

II. Institucional, individual, reacción grupal espontánea, odio racial


Hace algunos años también, había surgido una discusión acerca de la Pena de muerte, un
flagelo que existe hasta el día de hoy y que pareciera que en este siglo XXI avanza en vez de
retroceder. Me planteé una situación: estoy en casa con mis padres y entran ladrones armados
para robar. Alguno de ellos golpea a mi padre y amenaza al resto de la familia con matarnos a
todos. Si yo tuviera un arma en mi mano, y la oportunidad de salvarnos, mataría a los ladrones.
Me expliqué que esto no tiene nada que ver con la pena de muerte pues es una situación
individual de defensa natural, el problema surge cuando la muerte está avalada por las
instituciones y la fomenta condenando a quienes ya están cautivos, eso sería inaceptable.

Me planteé el mismo caso con la expresión acompañada de agresión que traspasa los límites
de alguna convivencia.

Caso 1: Voy por la calle con mi madre y alguien la insulta diciéndole que es “una vieja de
mierda”. Mi reacción natural será agredir a esa persona. En términos de libertad de expresión
no se aplicaría una falta porque también resulta de una acción individual –producto de una
pasión humana, la ira- que no fue avalada por las instituciones; sin embargo ese instinto de
reprimir palabras existe. La maquinaria legal no penaría a este individuo por haber insultado.
Aquí notamos la primera diferencia, en el caso de los ladrones condenados a muerte, esta
condena surge en cautiverio, cuando desde el punto de vista legal el cautiverio no sería una
forma de castigo sino una manera de proteger a la sociedad de personas que puedan atentar
en contra de ella (claro que esto hoy en día no es así, en prisión el reo es castigado por todos
los flancos, sin contar que fue castigado mucho más antes de entrar en ella).

Caso 2: Este es un caso real que no intenta inmiscuirse en la libertad de expresión, sí en el


accionar espontáneo de un grupo social. En mi domicilio anterior, aquí en Brasil, un barrio muy
tranquilo de pescadores, un día apareció un ladrón que asaltó y golpeó a una persona de edad
avanzada. Desde una ventana, una señora que lavaba la ropa vio la escena completa y gritó
hacia la calle “Ladrón, ladrón”. Todos los vecinos, de manera espontánea, salieron de sus
casas –eran más o menos unas veinte personas- y persiguieron al ladrón hasta alcanzarlo. Lo
ataron a un poste y lo golpearon hasta desmayarlo; la idea originar era matarlo. Fue una
viejecita que salvó su vida al implorar a los vecinos que no lo golpearan más. A los pocos
minutos llegó la policía, desató al hombre desvanecido y bañado de sangre y se lo llevaron. Ni
preguntaron quién lo habían hecho, pues sabían que había sido Fuente ovejuna.

Caso 3: Subte (Metro) línea B; en Pueyrredón sube a un vagón lleno un judío clásico
(disculpen el eufemismo) de trenzas y sombrero. Cuando quiere bajarse en Callao, sin querer
da un golpe con su hombro a una persona que estaba estacionada en la puerta. Esta persona
le dice “jabón tendrías que ser ahora”. El judío colorea con sangre sus mejillas y se va. Cuando
el subte arrancó de nuevo el hombre murmura “a estos hay que matarlos a todos”.

III. Agresión

Las agresiones, si pudieran clasificarse, estarían divididas como:

• Agresión física (mortal o no)


• Agresión verbal
• Agresión psicológica

Si buscásemos una curiosidad en la relación de estas tres agresiones y su condenación


institucionalizada, podríamos ver que la más penada es la agresión física (aunque existen
penas para las otras dos). El hecho es claro, es la única de las tres que puede verse con
claridad. Penamos más lo visual, lo táctil, no tanto lo auditivo o escrito; la agresión física es
indiscutible, sin embargo no son tan discutibles la verbal o la psicológica, aunque existan casos
que van de la mano y ambas son sólo una. Una agresión psicológica puede hacer mucho más
estragos que una agresión física, sin embargo muchas veces esos estragos no son
mensurables ni pueden detectarse con facilidad. En Brasil, por ejemplo, agredir a los negros
verbalmente con expresiones racistas es un delito penal que se castiga con trabajos sociales
hacia las comunidades carentes (donde el cien por ciento de las personas son de raza negra).
En cierta manera el aliciente resulta falaz ya que el negro es agredido desde su nacimiento con
una paupérrima educación (a la que es difícil tener acceso, los niños salen a trabajar a las
calles desde que tienen uso de razón), un sistema de salud que es capaz de remover la
dignidad de un puerco y oportunidades de trabajo con un salario que no consigue sustentar a
una sola persona por tres días (y con condiciones de empleo con muchos menos derechos que
las que tiene un blanco). Esto sólo para aquel “afortunado” que está empleado, el resto junta
latas de cerveza por la calle o vende maní en la playa. El “negro de mierda”, aquí, está
institucionalizado hasta su extremo. En Argentina ocurre algo similar, sin embargo en esta
ciudad del nordeste brasileño está potenciado. En Salvador el 90% de las personas son de
raza negra, siendo que el 95% del dinero está distribuido entre el 10% de raza blanca. Para dar
un pequeño panorama a manera de ejemplo obtenemos el siguiente informe (julio de 2004):

Entre as principais regiões metropolitanas do Brasil, Salvador é a cidade que apresenta a maior
desigualdade entre negros e brancos no mercado de trabalho. Segundo estudo do IBGE, em
março deste ano, 18,3% das pessoas de cor preta e parda estavam desempregadas na capital
baiana - parcela 96% maior do que à porcentagem de brancos desempregados (9,3%).

Além de apresentar a maior relação de desigualdade no mercado de trabalho, a região de


Salvador apresentou a maior taxa geral de desocupação (17,1%). Salvador é também a cidade
que apresenta a maior porcentagem de negros entre as seis regiões pesquisadas pelo IBGE.
Na divisão por cor, 64,8% da população da capital baiana é composta por pardos, 21,8% por
pretos e apenas 13% de brancos.

[…]

Por ramo de atividade, o setor de serviços é que mais emprega as negras, respondendo por
41,6% das ocupações, dentre os quais o trabalho doméstico, sozinho, responde por 8,5% do
total de ocupações, sendo este, em geral, de natureza informal, com baixa remuneração e
exploratório.

Os salários proporcionalmente inferiores são outra constatação. Enquanto o rendimento médio


de um trabalhador não-negro é de R$ 1.379 em São Paulo, para as mulheres não-negras ele
fica em R$ 896 e para as negras, R$ 494. Ou seja, quase três vezes inferior ao de homens
não-negros e praticamente a metade (55,4%) daquele de não-negras.

[…]

Neste sentido além das políticas públicas que visam democratizar o acesso da população
negra ao ensino superior é apontada a necessidade de ampliação das políticas de ações
afirmativas em outras áreas, incluindo a do mercado do trabalho, visando a redução das
desigualdades raciais e o combate ao racismo.

La vergonzosa desigualdad social no está penada por la ley. Esto no admite coherencia, sin
embargo que no se los agreda verbalmente, convengamos, es algún tipo de comienzo. Esta
parte podría verse desde otro punto de vista, por ejemplo imaginándonos que nosotros somos
negros, situación no demasiado lejana a quien escribe estas líneas conviviendo con una mulata
y con hijos mestizos, situación que es por demás ilustrativa, por ejemplo, cuando en el
supermercado la mulata es instada a presentar todo tipo de documentos para que se cercioren
que es la titular de la tarjeta de crédito que porta, mientras que con los blancos, eso no sucede.
Y no menciono de cuando es destratada por la suposición de que es una sierva.

IV. Me vinieron a buscar a mí

Este es un poema (aludido en alguna de las respuestas que recibí) que atribuyen de una
manera errónea a Bertolt Bretch y que en realidad pertenece al pastor alemán y pacifista
Martin Niemoeller.
Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie a quien decir nada.

Muchos proclamamos y denunciamos desigualdades sociales, nos cansamos de escribir día a


día acerca de ello (y algunos nos seguiremos cansando -inútilmente- el resto de nuestra vida).
Muchos queremos una sociedad justa, un ideal intangible e imposible, pero que nos mantiene
vivos. Si decimos “Bush es malo” o “respetemos a los negros” no es suficiente el lugar común,
las revoluciones –absolutamente todas- no se hicieron con las palabras sino con los fusiles, con
muertes, con enfrentamientos empapados en sangre. Cuando fueron a buscar al escritor
Rodolfo Walsh, no se defendió con su máquina de escribir ni con su último cuento ni con su
última denuncia mecanografiada.

Podríamos redactar de otra manera el “poema” de Niemoeller y su proclama pacifista se


enriquece a sí misma, Primero vinieron a buscar a los comunistas y yo dije que no se los
llevaran, me llevaron a mí también acusado de comunista y ya no pude defender a nadie más
porque terminé en una fosa común

Vinieron a buscar al refugiado nazi que vive al lado de mi casa, en Bariloche, y yo mismo lo
entregué.

Vinieron a buscar a los comunistas y los defendí con mi fusil, murieron cinco de los de ellos y
cinco de los nuestros.

Mahatma Gandhi se defendió del ejército británico de una manera pacífica y tuvo éxito, me
gustaría ver al Mahatma defendiéndose de la misma manera en China, Irak o en Abu Ghraib.

Y a pesar de todos estos argumentos me considero un pacifista acérrimo, sólo que el ser un
pacifista en estos días conlleva a acarrear algunas complejidades de forma que se deben tomar
en cuenta. En ciertas circunstancias extremas, un pacifista acérrimo también mata (si no,
muere). Esto lo expresa muy bien el Subcomandante Marcos, cuando en una de sus cartas
retrata el momento en que un niño le pregunta acerca del fusil que tiene en la mano: Este fusil
era de un militar, lo usaban para matar indios. Ahora nosotros lo usamos para defenderlos.

V. Libertad de expresión vs. Libertad de agresión

Creo que ahí es donde –desde mi exclusivo punto de vista- persiste alguna confusión. Desde
aquí, sería capaz de morir por la perpetuación de la libertad de expresión. Es un derecho
inherente del ser humano que no admite discusión ninguna.

No se trata de cuestionar la libertad de expresión, pues quienes emiten proclamas de agresión


tienen todo el derecho a hacerlo. Esa agresión no se transforma en tal hasta ese momento en
que fue perpetrada, es decir, quien sostiene sentencias racistas y de odio se expresó, la
libertad la tuvo, la libertad no falló. Lo inevitable es que todas las acciones tienen una
consecuencia, ante una acción siempre existe una reacción, no hay cómo evitarlo, aún la
reacción sea el silencio y la quietud, pues quien permaneció en silencio y quieto sostuvo su
voluntad para no hacer lo contrario.

Quizá no sea lo mejor institucionalizar esta reacción (que no tiene nada que ver con ser
reaccionario, intuyo la maldad de alguno u otro), pero las reacciones individuales escapan a las
instituciones y también forman parte de esa libertad, y posiblemente también acarrearán otro
tipo de reacciones (ver los “casos” presentados al principio de este texto).
Es claro el ejemplo reciente de las viñetas danesas que resultó en las más diversas reacciones,
desde el incendio de embajadas, hasta protestas pacíficas. Este es un ejemplo claro de lo
complejo que resultan algunas situaciones de expresión y podemos ver que no sólo la
expresión es lo que cuenta sino también su contexto, pues en Egipto se habían publicado, con
anterioridad, las mismas viñetas, y no hubo causado ningún revuelo. Según pudimos ver,
algunos musulmanes poseen representaciones de Mahoma y eso no altera ningún orden
social. Sin embargo, el contexto de la presentación de estas viñetas fue decisivo para la
ofensa: que nació desde un país que es altamente hostil hacia la cultura árabe en general y con
claras muestras de xenofobia. Este punto es interesante ya que demuestra que la “libertad de
expresión” no es un concepto aislado de sus circunstancias. Cuando saludo a un amigo y digo
“qué hacés, negro” se distingue, por ejemplo, de un grupo de skinheads que, mirando a una
persona de raza negra le dicen “qué hacés, negro”. Las palabras no difieren, inclusive tampoco
podría diferir la entonación con que fueron dichas, pero el contexto difiere y lo primero es un
saludo, lo segundo una ofensa.

El libro Mi Lucha, de Adolf Hitler, puede comprarse en cualquier librería de cualquier ciudad,
inclusive en Alemania donde las expresiones racistas son castigadas con furia (como en
Austria). Esto está muy bien, supongo que ese tipo de libros deberían ser estudiados a fondo
en las escuelas y universidades.

Aparece el historiador Irving promocionando que el holocausto no existió y es condenado a


tres años de prisión. Irving es un conocido activista nacionalsocialista y promueve el odio racial,
el contexto está claro. Autores como Irving escribieron una cantidad significativa de libros y
ninguno de esos libros fue censurado, no fueron retirados de las librerías, sin embargo en
algunos casos el autor fue condenado por la justicia penal, como es el caso de Irving o el de
Ernst Zündel en Canadá.

Los países que tienen leyes que penan la negación del holocausto son los siguientes: Austria,
Bélgica, República Checa, Francia, Alemania, Israel, Lituania, Polonia, Eslovaquia, Suiza.

En paralelo, la académica judía estadounidense Deborah Lipstadt, quien ya alguna vez se


enfrentó a Irving en un juicio en el que demostró abiertamente que las teorías del historiador no
tenían sustento, pidió que lo liberen porque de otra manera harían de él un mártir de la
ultraderecha. Este argumento es el más usado por quienes –desde mi punto de vista-
confunden la libertad de expresión con la libertad de agresión, y como argumento es muy
peligroso, y acaban expresando –con otras palabras- que en realidad no es que no hay que
castigar a Irving porque es libre de expresarse, sino que no hay que castigarlo porque
sería estratégicamente perjudicial; “se transformaría en un mártir de la ultraderecha”. Más
que una defensa a la libertad pareciera alguna alianza para no desembocar en males que
podrían considerarse peores. Si la expresión es libre, lo es y punto, deja de ser libre en el
momento que exista alguna condición para ofrecer esa libertad, algún estratagema táctico.

En alguna parte de esta discusión, se mencionó al sionismo criminal, objeto que existe como
actor de agresiones directas y criminales en contra de los palestinos, si bien ese tema está
relacionado íntimamente con este, la extensión de este texto y el tiempo que utilicé para
desarrollarlo ya está interrumpiendo otras tareas que me exigen otro tipo de compromiso al que
no puedo faltar; quedará para la próxima oportunidad, en el caso que la hubiera, y si no,
pueden recurrir al texto que expuso Luis Menéndez y que reprodujimos en este espacio, que si
bien no trata directamente lo que atañe a la libertad de expresión, aclara el panorama en
diversos aspectos.

Pues mis queridos señores, suscribo a la libertad de expresión en todas sus variantes, no
suscribo a que mi hijo, por la calle, tenga que ver a un grupo de neonazis gritándole negro de
mierda o queriendo agredirlo o matarlo; su libertad de expresión existió, sin embargo un acto
criminal de esa naturaleza no puede ser aceptado, yo no lo acepto. No suscribo a la expresión
de nadie que aliente a este tipo de crímenes en contra de la humanidad, de la igualdad, de la
libertad, de la fraternidad, de la vida. No suscribo y veo esa acción como una acción criminal
que debe tener una dura pena en honor a la sana convivencia entre los que compartimos
alguna sociedad, que lo que menos tiene, es socios.
Sé que esto no será el principio de ningún acuerdo, pero como ya había expresado, prefería
que no estemos de acuerdo pero de otra manera. Creo que con esta exposición logré mi
objetivo, y si no, no perdamos la tranquilidad, ya vendrán exposiciones peores.

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