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LA SAGA DE LA CALLE DEL TERROR

De R.L Stine

CÍRCULO DE FUEGO

Sus juegos se han tornado diábolicos...

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TENGO QUE DESCUBRIR SU SECRETO...

“¿Por qué demonios Joanna y sus amigas se dirigían al establo

por la noche para cantar?”, pensó Mia.

Entonces Mia se dio cuenta de que no estaban cantando sino

canturreando. Las palabras le resultaban extrañas, nada

familiares.

Mia notó que el corazón le empezaba a latir al ritmo de ese

extraño cántico. Las palabras parecían atravesar la puerta y

envolverla como el aire nocturno.

Mia dio un paso adelante, hacia la puerta, hacia el sonido;

como si estuviera hipnotizada por la repetición de aquellas

extrañas palabras.

Sintió una especie de mareo. ¿Por qué le daba tantas vueltas

la cabeza?

Se apoyó en la puerta para no perder el equilibrio. Sintió la

calidez y suavidad de la madera en los dedos. Mia se dio cuenta de

que al tacto parecía piel.

Entonces, desde el interior de la madera, empezó a latir un

corazón.

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LA SAGA DE LA CALLE DEL TERROR

CÍRCULO DE FUEGO

DE R.L. STINE

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La maldición de la familia Fear

Comenzó con un fuego... un virulento fuego que hizo que Susannah

Goode ardiera en la hoguera

En 1662 Benjamin Fier, el juez de Wickham Village, acusó a

Susannah Goode de poseer poderes malévolos y la condenó a la

hoguera.

William Goode, padre de Susannah, prometió vengarse de la

familia Fier. Aunque Susannah no tenía nada que ver con la magia

negra, su padre sí que era brujo. Invocó a los espíritus del mal y

les exigió justicia.

"Mi odio perdurará durante generaciones -prometió William-. ¡La

hoguera que ha ardido hoy no se apagará hasta que consiga vengarme

y los Fier se consuman para siempre en el fuego de mi maldición!"

Así pues los Fier estaban malditos y ninguno de ellos ha logrado

evitar la maldición.

Simon Fier lo intentó. Una pitonisa le advirtió que estaba

condenado a morir quemado porque cambiando el orden de las letras

de su apellido en inglés se formaba la palabra "fuego". Entonces

Simon se cambió el apellido de Fier por Fear con la intención de

escapar a ese terrible destino. Pero su suerte estaba echada.

Murió consumido por las llamas y la maldición siguió en pie.

Una maldición tan fuerte que llegó a filtrarse en el terreno

donde Simon Fear construyó su mansión y que convertiría el

tranquilo pueblo de Shadyside en un lugar maldito.

Una maldición tan fuerte que perjudica a toda persona que se

cruce en el camino de la predestinada familia Fear.


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PRÓLOGO

...aunque estoy convencida de que este querido libro, con todos

sus conjuros y secretos, no se perderá para futuras generaciones

Un día, otra joven de carácter descubrirá el poder que contienen

estas preciosas páginas. Pronto dejaré este mundo. Como no tengo

ninguna hija, utilizo el poder que me queda para suplicar que este

conocimiento no muera conmigo. Sólo entonces descansaré en paz.

Emma Fier Reade

La Granja

3 de septiembre de 1745

Emma soltó la pluma. Sopló con delicadeza la tinta húmeda para

que se secara en las gruesas páginas de su diario.

Otra punzada de dolor le recorrió el cuerpo. Emma cerró los ojos

con fuerza para impedir que le saltaran las lágrimas. No le

gustaba dar muestras de debilidad, del tipo que fueran. Incluso

ahora, en las últimas horas de su vida, se negaba a ceder ante la

sensación de incapacidad que la embargaba. Tenía una última misión

que desempeñar.

Emma guardó el diario en el cajón más hondo de su escritorio.

Sin embargo, el libro, su preciado libro, se merecía un escondite

mejor.

Emma lo levantó y lo estrechó entre sus brazos unos instantes.

Recorrió la suave cubierta de piel con mano débil y temblorosa y

se sintió sumamente reconfortada. Exhaló un suspiro y luego se

obligó a levantarse, a caminar con sus débiles piernas por el


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salón. Se detuvo en el vestíbulo y se volvió para cerrar la puerta

detrás de ella. Acto seguido se dirigió lenta y pesadamente hacia

la escalera.

Subió los escalones.

En el rellano del desván una súbita corriente de aire frío y

cortante la atravesó como un cuchillo. Se asustó y agarró el libro

con más fuerza. Sólo faltaban unos minutos, se dijo, entonces

podría descansar.

Abrió la puerta del desván y parpadeó para acostumbrar los ojos

a la oscuridad. Recorrió la estancia con la mirada. Ahí... al

fondo, bajo ese tablón suelto... ¡Es el escondite perfecto!

Emma se arrodilló. Besó el libro con delicadeza y lo introdujo

en el agujero oscuro. Colocó bien el tablón suelto para que no se

viera el compartimento secreto. Se sintió satisfecha. Haciendo

acopio de sus últimas fuerzas, salió del desván. Por última vez,

bajó lentamente la escalera de la residencia familiar.

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CAPÍTULO UNO

-¡Oh, no! –suspiró Mia Saxton para sí mientras corría por el

pasillo que conducía al aula-. ¡Voy a llegar tarde otra vez!

Sólo llevaba algunos días en el internado para jovencitas de la

señorita Pemberthy y ya había llegado tarde dos días. Ésta sería

la tercera vez.

Lo cierto es que Mia no acababa de acostumbrarse al horario

académico. Además, orientarse por los pasillos y recovecos de

aquella enorme granja reconvertida le parecía sumamente

complicado.

Esa misma mañana, Mia se había presentado a la clase de Inglés y

había esperado diez minutos. Al final, cuando se dio cuenta de que

no venía nadie más, cayó en la cuenta de que debía asistir a clase

de Geografía, no a la de Inglés.

Mia dobló la esquina con rapidez. La voz nasal de la señorita

Pemberthy resonaba por la puerta del aula de la parte delantera,

donde tenía lugar la clase de Geografía.

-Chicas, hoy vamos a estudiar el mapa de Europa -explicó-.

Empezaremos por Inglaterra y luego... ¿dónde está la señorita

Saxton?

-Presente, señorita Pemberthy. -Mia entró por la puerta tan

rápidamente que estuvo a punto de pisarse el dobladillo de las

enaguas y la falda larga que vestía.

El rostro largo y enjuto de la señorita Pemberthy no dejaba

lugar a dudas de su desaprobación.


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-¿Otra vez tarde, señorita Saxton?

-Lo siento –murmuró Mia al tiempo que tomaba asiento. Notó que

una gota de sudor le corría por la frente. “Debo de tener un

aspecto horrible”, pensó.

-Dicen por ahí que la señorita Saxton está acostumbrada a vivir

en una granja –afirmó Alicia Bainbridge con su característico tono

altanero-. A lo mejor tenemos que hacer que el gallo cacaree a la

hora de la clase de Geografía.

El resto de las muchachas rieron disimuladamente. Mia notó que

se sonrojaba. ¡Oh, cuánto odiaba ese internado!

Se sentía incómoda y fuera de lugar entre chicas como Alicia.

Era rubia y hermosa y tenía un aspecto mundano que hacía que

aparentase más de 17 años. Siempre iba a la última moda, con los

trajes que su rico padre le compraba.

Todas las muchachas la admiraban y seguían al pie de la letra

todas sus sugerencias.

Además, a Alicia le desagradó Mia al instante. “A Alicia le cae

mal casi todo el mundo -se recordó Mia-. No sólo yo”.

Pero eso no le servía de consuelo. Como Mia no era santo de su

devoción, nadie quería ser su amiga. Nadie quería siquiera hablar

con ella.

-¡Eh! –susurró alguien-. ¡Mia!

Mia levantó la mirada. Alicia había levantado el libro para

taparse la boca y que la señorita Pemberthy no la viera.

-¿Eso es lo que se lleva en Virgina en esta época? –Alica miró

con desdén el vestido de Mia-. ¡Parece más propio de 1825 que de

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1845! Aquí en Broad River, Louisiana, nos gusta ser un poco más

modernos.

Mia no respondió. Sabía que, dijera lo que dijera, no daría con

la respuesta adecuada.

A Mia le gustaba el vestido de algodón estampado que llevaba. El

cuello con volantes y las mangas abombadas le habían parecido

bonitos. Sin embargo, era consciente de que ya estaba pasado de

moda.

Le hubiera gustado -¡oh, cuánto le hubiera gustado!- que sus

padres tuvieran dinero para comprarle vestidos de seda como el de

Alicia.

La joven rubia sonrió a Mia.

-Usas más o menos la misma talla que mi criada. A lo mejor te

podría prestar algo decente para llevar.

Mia se volvió y se puso a mirar por la ventana. No soportaba ver

el rostro despectivo de Alicia.

A Mia le hubiera gustado salir del aula y marcharse del

internado para siempre. Pero no tenía ningún sentido mandar una

carta a su casa diciendo que quería dejar la escuela de la

señorita Pemberthy. Sus padres se limitarían a decir que la habían

enviado allí para que recibiera una buena educación, no para que

hiciera amistades.

“Qué fácil les resulta decir eso”, pensó.

Sus padres no tenían que ser la forastera, la muchacha con quien

nadie quería hablar. Y tampoco tenían que escuchar los comentarios

despectivos de Alicia.

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-¿Está prestando atención, señorita Saxton? –preguntó la

señorita Pemberty.

-Sí, señorita –musitó Mia. La señorita Pemberthy siguió con la

clase hablando sobre Bélgica.

Mia empezó a garabatear notas con frenesí. Se alegraba de poder

centrarse en un país situado a miles de kilómetros. No levantó la

mirada del papel hasta que la señorita Pemberthy acabó la clase.

-Se acabó por hoy, jovencitas. Ahora ya pueden ir a cenar –

anunció la señorita Pemberthy-. Recuerden que esta noche tienen

que estudiar el mapa. Mañana las examinaré sobre todas las

capitales de Europa.

A Mia le apenó que acabara la clase. Para ella, las horas de

comer eran las peores. Se sentía muy sola comiendo en el gran

comedor sin nadie con quien hablar.

Mia recogió sus cosas y siguió al resto de las alumnas hacia el

vestíbulo. Vio que Alicia y sus amiguitas habían formado un

círculo alrededor de una muchacha baja y regordeta de pelo rizado

que llevaba recogido en un moño medio suelto. Era Clara Godert, la

compañera de habitación de Mia.

“Pobre Clara”, pensó Mia. No era ni lista ni guapa y a Alicia le

encantaba burlarse de ella.

-Clara, ¿a qué peluquería has ido? –preguntó Alicia con

sarcasmo-. ¿A la del manicomio, quizá?

Clara bajó la cabeza y no respondió.

“Dile algo, Clara –pensó Mia-. No te quedes ahí parada”.

Pero sabía que Clara no hablaba absolutamente con nadie. Ni

siquiera con Mia. Ella había intentado entablar conversación con


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Clara en varias ocasiones pero sólo había obtenido una mirada

vacía como respuesta.

No obstante, no podía quedarse inmóvil ante la crueldad de

Alicia. Mia se dirigió hacia el vestíbulo, donde se arremolinaban

las muchachas. Alicia la miró por encima del hombro y arqueó sus

perfectas cejas rubias.

-Vaya, la granjera –dijo con sorna.

Mia hizo caso omiso de sus palabras.

-Clara, prometiste ayudarme con las lecciones de Historia,

¿recuerdas?

-Yo, eh... –tartamudeó Clara.

-Ella no te servirá de gran ayuda –declaró Alicia-. Ni

siquiera...

-Oh, a Clara se le da muy bien la Historia –interrumpió Mia.

Alicia abrió la boca para decir algo más. Pero la señorita

Pemberthy salió del aula y Alicia se dio la vuelta. Mia exhaló un

suspiro de alivio.

-A cenar, jovencitas –ordenó la directora con una palmada

contundente.

-Sí, señorita Pemberthy. –Alicia desplegó la mejor de sus

sonrisas.

Mia esperó a que la directora pasara de largo. Entonces se

dirigió hacia la escalera que conducía al dormitorio del tercer

piso que compartía con Clara. Preferiría quedarse ahí que comer

sola en el gran comedor. Por supuesto podía cenar con Clara, pero

tampoco es que fuera muy simpática con ella.

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-¡Mia, espera, por favor! –gritó Clara. Mia se detuvo en las

escaleras. Era la primera vez que Clara le había dirigido más de

dos palabras.

Clara subió rápidamente las escaleras.

-¿Por qué has hecho eso? –preguntó.

-¿Que por qué? –repitió Mia-. Sencillamente estoy harta de ver

que Alicia se burla de ti. Además, me gustaría que fuésemos

amigas.

-¿Amigas? ¿Tú y yo? –inquirió Clara. Parecía sorprendida.

Mia asintió. Clara la observó durante un tiempo considerable.

Luego ella también asintió.

>>¿Te gustaría sentarte conmigo a la hora de cenar? –sugirió.

-Me encantaría –respondió Mia. Sonrió. ¡Por fin tenía una amiga!

Justo antes de la hora de acostarse, Mia bajó la jarra de agua a

la cocina. Tenía una mano en el surtidor cuando oyó una especie de

arañazo.

“¿Qué es eso?”, se preguntó. Dejó la jarra y se acercó

rápidamente a la puerta. La abrió y encontró a un gran gato

atigrado sentado en el porche.

-Goliat –susurró cariñosamente-. ¿Otra vez pidiendo, gatito

gordo y glotón?

Los ojos amarillos del gato parecían brillar en la oscuridad.

Por supuesto que estaba pidiendo. Ella le había estado dando

restos de comida cada noche. El gato entró en la cocina

paseándose.

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>>La señorita Pemberthy te atizará con la escoba si te encuentra

dentro –susurró Mia al tiempo que se inclinaba para acariciarlo.

Ronroneó en voz alta y arqueó la espalda para acercarla a su

mano. Mia le dio los restos de carne que se había guardado en el

bolsillo. El gato los engulló con avidez emitiendo todo tipo de

sonidos mientras comía.

Una tabla del suelo crujió detrás de ella. Soltó un grito

ahogado y se volvió para ver de dónde procedía el ruido. Se sintió

aliviada al ver a Clara en el umbral de la puerta.

-Me has dado un susto de muerte –reconoció Mia.

Clara echó un vistazo por encima de su hombro y luego entró en

la cocina para acariciar al gato.

-Que bonito es. –Levantó la mirada hacia Mia-. Así que aquí es

donde vienes cada noche.

-Echo de menos el contacto con los animales –confesó Mia. Sonrió

cuando se le pasó una idea por la cabeza-. ¿Por qué no lo llevamos

arriba un ratito? Puedo sacarlo luego, mientras las demás duerman.

Clara le devolvió la sonrisa.

-Me gusta la idea.

Consiguieron llevar al gato a su dormitorio sin que les vieran.

A Mia le alegró comprobar que Clara y Goliat congeniaban tan bien.

Así Clara ya tenía dos amigos.

Cuando el reloj del vestíbulo tocó las once, Mia se colocó a

Goliat bajo el brazo.

-Será mejor que lo lleve afuera –susurró a Clara.

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Mia salió a hurtadillas al corredor silencioso y poco iluminado.

Pasó de puntillas junto a las puertas cerradas de los dormitorios

en su camino hacia la oscura cocina.

Cuando abrió la puerta notó el frío aire invernal que

transportaba unos cuantos copos de nieve. Tras dejar

cuidadosamente a Goliat en el exterior, éste se apresuró a entrar

de nuevo para que quedara claro que prefería la cálida cocina.

-Eres un vago –murmuró Mia, frotándole las orejas-. Deberías

estar cazando ratones en el establo.

Lo sacó fuera y lo dejó en los escalones del porche. Él le

dedicó una mirada de reproche durante unos instantes antes de

desaparecer en el jardín cubierto de nieve.

Entonces se detuvo. Se le erizaron las orejas. Empezó a

ronronear por lo bajo al tiempo que observaba el establo.

-¿Qué ocurre, chiquito? –preguntó Mia.

Entonces lo vio.

Había algo junto al establo. Algo con unas enormes alas oscuras.

Mia retrocedió hacia la zona sin luz. “¿Qué es eso? –pensó-.

¿Qué es esa cosa?”

Mia oyó el batir de las enormes alas. Profirió un grito de

terror ahogado cuando se dio cuenta de que la criatura estaba

girándose.

E iba a verla.

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CAPÍTULO DOS

Mia notó que el corazón le palpitaba a toda velocidad. ¿Tendría

tiempo de volver al edificio antes de que la criatura la viera?

La puerta del establo se abrió. La luz iluminó a la criatura

alada y oscura.

¡Era una chica! Mia se dio cuenta de que no era más que una

muchacha. Las alas que le había parecido ver no eran sino la larga

capa de la joven flotando en el aire.

Mia observó el rostro de la joven. ¡Joanna Kershaw! Joanna era

la principal competidora de Alicia en cuanto a asumir el liderazgo

entre las internas.

-¿Qué estás haciendo aquí tan tarde, Joanna? –murmuró Mia para

sí. En el umbral de la puerta del establo apareció otra chica que

le hizo señas para que entrase.

Joanna se quedó quieta un momento y miró a su alrededor como si

quisiera asegurarse de que nadie la observaba. Acto seguido, entró

de nuevo en el establo. La puerta se cerró detrás de ella.

Mia se rascó la mejilla con aire pensativo. Joanna tenía su

propio grupo de seguidoras. Eran bastante reservadas y no se

relacionaban demasiado con el resto de las internas. Mia había

imaginado que se consideraban superiores a las demás. Pero era

obvio que había algo más.

¿Qué estaban haciendo? ¿Por qué se reunían a escondidas en el

establo a altas horas de la noche?, se preguntó Mia.

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Por supuesto debían de estar haciendo algo que no querían que

nadie supiese. Tenía que ser algo tan prohibido que ni siquiera

sus dormitorios les parecían lo bastante privados.

Mia ardía en deseos de saberlo. Se moría de ganas por saber qué

hacían en el establo. Actuó de forma impulsiva y salió corriendo

al patio. La nieve crujió bajo sus zapatos de cordones mientras se

dirigía al establo.

Cuando llegó a la puerta, se sorprendió al ver que no salía luz

alguna debajo de ésta. Era imposible que Joanna y la otra muchacha

estuvieran sentadas a oscuras. ¿Adónde habían ido? ¿Se habían

escabullido por la puerta trasera del establo?

Levantó el pestillo de hierro y la puerta se abrió sin emitir

ningún ruido. El establo estaba oscuro y en silencio.

Uno de los caballos de los compartimentos relinchó ligeramente

al verla.

-Ssshhh –susurró ella, acariciando el sedoso cuello del animal-.

Tranquilo. No quiero que sepan que estoy aquí.

El caballo, más calmado, le mordisqueó el cabello. Mia le

acarició el cuello una vez más. Inspiró para imbuirse del olor a

caballo y a heno recién segado. Un olor familiar, esperado. Pero

bajo esos efluvios distinguió el aroma de las velas encendidas.

Acto seguido, se dispuso a buscar el origen del humo de las velas.

Siguió ese olor hasta el cuarto de arreos situado en la parte

posterior del establo. La puerta estaba cerrada. A través de las

tablas se filtraba una luz parpadeante. Ahora Mia oía voces, de

personas distintas. Estaban cantando, en voz muy baja, casi en un

susurro.
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¿Por qué demonios Joanna y sus amigas se escapaban al establo

por la noche para cantar?

Entonces Mia se dio cuenta de que no estaban cantando sino

canturreando. Las palabras le resultaban extrañas, nada

familiares.

Mia se acercó más sigilosamente.

Ahora las percibía con más claridad. Sin embargo, no era capaz

de entender lo que decían.

No estaban canturreando en inglés. Ni en francés ni alemán, ni

tampoco en latín. No había oído nunca ese idioma. Las palabras

sonaban cortantes. Se cortaban de forma abrupta al final de cada

sílaba.

Mia notó que el corazón le empezaba a latir al ritmo de esa

lengua extraña. Las palabras parecían atravesar la puerta y

envolverla como el aire nocturno.

-¿Qué es esto? –susurró.

Mia dio un paso adelante, hacia la puerta, hacia el sonido; como

si estuviera hipnotizada por aquellas extrañas palabras.

Extendió la mano en dirección a la manecilla de la puerta y

empezó a sentir un hormigueo en los dedos.

Mia sacudió las manos y la sensación de cosquilleo le atravesó

todo el cuerpo como si de un rayo se tratase. Soltó un grito

ahogado.

¡Era el cántico! El cántico era lo que le hacía sentir así. Lo

sabía aunque no sabía muy bien por qué. Era como si algo que

conocía y que había olvidado hacía tiempo despertara dentro de su

ser.
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El cántico parecía recorrerle las venas al compás de los latidos

del corazón.

El cosquilleo era cada vez más acusado y le recorría todo el

cuerpo.

Tenía que salir de allí.

Mia se volvió para escapar pero sintió una especie de mareo. Se

tambaleó y estuvo a punto de caer.

¿Por qué le daba tantas vueltas la cabeza?

Se apoyó en la puerta para no perder el equilibrio. Sintió la

calidez y suavidad de la madera en los dedos. Mia se dio cuenta de

que al tacto parecía piel.

Entonces, desde el interior de la madera, empezó a latir un

corazón.

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CAPÍTULO TRES

“No puede ser que la puerta esté latiendo -pensó Mia-. Es

imposible”.

“El corazón me late tan fuerte que lo siento en las yemas de los

dedos”, decidió. Ésa era la única explicación.

Mia apoyó la mano contra la puerta con más fuerza y ésta se

abrió. Cayó de bruces en la habitación y aterrizó en el duro suelo

de madera.

Se percató de que el canturreo se había detenido. La sensación

de hormigueo y quemazón que tenía en el cuerpo había desaparecido.

Mia se apartó el cabello de la cara y levantó la mirada.

Estaba rodeada por Joanna y tres muchachas más. Mia las

reconoció: Phoebe Dixon, Irene Weathersby y Anabel Tritt. Eran las

amigas incondicionales de Joanna.

Mia intentó ponerse en pie. Joanna se colocó frente a la puerta

para impedirle que escapara.

Joanna agarraba con fuerza un libro con tapas de cuero bastante

estropeado. Parecía antiguo.

-¿Qué estás haciendo aquí? –inquirió Joanna. Echó para atrás su

cabellera de rizos pelirrojos.

-Na... nada –tartamudeó Mia-. No estaba haciendo nada. Yo

sólo... –Se quedó muda. Estaba demasiado sorprendida por lo que

tenía ante sus ojos como para articular palabra.

Había velas largas y negras encendidas por todas partes, sobre

estanterías y cajas, y algunas estaban adheridas al suelo con cera

derretida. Alguien había utilizado carboncillo para dibujar un


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círculo en los duros tablones del suelo. En el interior del

círculo había un extraño símbolo de ocho lados. Mia no había visto

nunca nada parecido.

En el centro del símbolo se encontraba un trozo de metal gris en

forma de cuña. Tenía motivos en forma de espiral a los lados.

Mia notó que el vello de la nuca se le erizaba. Ese símbolo

desconocido y el trozo de metal le resultaban repelentes. Era algo

siniestro.

Sin embargo, al igual que el cántico, el símbolo le resultaba

remotamente... familiar.

-Dime –espetó Joanna- ¿te ha mandado alguien aquí para que nos

espíes?

Mia negó con la cabeza.

-No estaba espiando. Lo que pasa es que os he visto venir aquí y

os he seguido.

-Nos delatará –intervino Irene.

-¡No! –exclamó Mia-. Me da lo mismo lo que estéis haciendo, sólo

quiero marcharme.

Las chicas tenían idénticas expresiones de sorpresa. Incluso

Irene, que se caracterizaba por su rostro redondo y sonriente.

Joanna agarró todavía con más fuerza el libro que tenía bien

pegado al pecho.

-¿Y por qué íbamos a creerte? Ni siquiera te conocemos.

Mia abrió la boca para hablar pero fue incapaz de articular

palabra. Notaba el pulso como un tambor en los oídos. Volvía a

sentir aquel extraño mareo. ¡Y el cosquilleo! Lo notaba de nuevo

en las yemas de los dedos.


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Mia se frotó las manos contra la falda pero el cosquilleo no

hizo más que aumentar.

-¡Mirad! –exclamó Anabel. Le temblaba la mano mientras señalaba

el símbolo de carboncillo del suelo.

El símbolo se estaba moviendo. Palpitaba.

No podía ser, pensó Mia. Debía de ser un efecto de la luz. Pero,

en lo más profundo de su ser, sabía que era real.

-¿Qué es eso? –preguntó Joanna, con voz aguda debido al miedo

que sentía-. ¿Qué ocurre?

De repente, las llamas de las velas se inclinaron hacia Mia.

Todas y cada una de ellas. Era como si le hicieran una reverencia.

El chisporroteo de la cera quemándose llenó la habitación.

Todos los ojos se fijaron en Mia.

Mia respiró hondo. ¿Por qué ocurría eso? ¿Por qué se inclinaban

las llamas en su dirección? Ella no tenía nada que ver con todo

eso.

Acto seguido, Phoebe profirió un grito agudo y prolongado.

Las muchachas siguieron la mirada horrorizada de Phoebe hasta el

centro del cuarto de arreos. Ahí, en medio del dibujo palpitante

hecho con carboncillo, la cuña de metal emitía un brillo candente,

como si recibiera calor de alguna llama interior.

Empezó a girar lentamente. Acto seguido, se elevó en el aire sin

dejar de dar vueltas.

Mia oyó el grito ahogado de las demás pero era incapaz de

apartar la mirada del trozo de metal resplandeciente.

Seguía dando vueltas, sin parar y cada vez más rápido.

Entonces se detuvo y se quedó suspendido en el aire.


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Señalaba directamente a Mia.

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CAPÍTULO CUATRO

-¿Por qué me señala? –se preguntó Mia aterrorizada.

El trozo de metal cayó al suelo y Mia seguía sin poder dejar de

apartar los ojos de él. ¿Qué había sucedido?

-¿Lo... lo hemos hecho nosotras? –preguntó Irene.

-Yo pensaba que no saldría bien. Creía que no era más que un

juego –afirmó Phoebe.

-¡Mia! ¡Has sido tú! –exclamó Joanna con voz temblorosa.

Mia elevó la mirada bruscamente y parpadeó.

Joanna levantó la mano y señaló a Mia con el dedo. Le temblaba

el brazo.

>>Has sido tú –afirmó.

Mia no sabía de qué estaba hablando Joanna y tampoco quería

descubrirlo. Quería volver a su habitación y olvidar todo lo

ocurrido.

-Te... tengo que irme. No diré nada a nadie. Lo prometo –

tartamudeó Mia.

Joanna no se movió del lado de la puerta.

-Mira, voy a enseñarte algo. -Abrió el libro antiguo y se lo

mostró a Mia-. Mira –ordenó.

En la primera página había un grabado a tinta en blanco y negro.

El grabado representaba a cinco jovencitas sentadas en círculo

alrededor de un símbolo igual al del suelo del cuarto de arreos.

Había una cuña de metal dibujada sobre sus cabezas.

Casi en contra de su voluntad, Mia alargó la mano y tocó la

página.
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Apartó la mano con brusquedad.

El contacto con la página había hecho que el cosquilleo se le

extendiera por todo el brazo. Era la misma sensación que había

tenido en la puerta y justo antes de que el dibujo del suelo

empezara a palpitar.

-¿Qué es? –preguntó con voz temblorosa.

-Es un libro de conjuros –explicó Joanna.

“Qué tranquila parece -pensó Mia-. ¿Cómo puede hablar con tanta

calma?”

-Lo encontré el mes pasado en el desván –dijo Joanna-. Hemos

intentado utilizarlo.

Phoebe se acercó a Joanna. Su tez pálida parecía todavía más

pálida tras el fenómeno que acababa de presenciar. Jugueteaba con

una mecha de pelo rubio que tenía entre los dedos.

-Hemos intentado poner en práctica los conjuros pero no ha

pasado nada –explicó Phoebe. Miró a Joanna con expresión de

culpabilidad-. Nunca pensé que funcionara –confesó-. Pero la

señorita Pemberthy es tan estirada. Además me parecía divertido lo

de salir a escondidas. No me esperaba que...

Joanna miró a Phoebe frunciendo el ceño.

-Si hubiera sabido que no te lo tomabas en serio no te habría

pedido que te unieras al círculo.

Phoebe reaccionó al comentario de Joanna con una mirada

desafiante.

Volvió a centrar su atención en Mia. Los ojos verdes le

brillaban de emoción.

-Tú lo has conseguido, Mia. Tienes que ayudarnos.


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Mia negó con la cabeza.

-No puedo...

-¡Tienes que colaborar! –insistió Joanna-. Por alguna extraña

razón, los conjuros no funcionan sin ti. Por eso la cuña de metal

se quedó suspendida en el aire y te señaló. Eso debe de ser lo que

nos estaba diciendo.

Joanna señaló el dibujo.

-Mira, en esta imagen aparecen cinco chicas. Los conjuros no

debían de funcionar porque sólo éramos cuatro. Mia completa el

círculo.

-¿Cómo no se nos había ocurrido antes? –preguntó Anabel.

-Tiene sentido que tuvierais que ser cinco –declaró Mia.

-Quizás tendríamos que olvidarnos de todo esto –intervino Irene

con voz queda. Se sujetó el cuerpo con los brazos. Mia se percató

de que estaba temblando.

-Tú estuviste de acuerdo en participar, Irene –espetó Joanna.

-Lo sé, pero nunca creí... –Irene movió la cabeza-. Nunca creí

que fuera a ocurrir nada.

-¿Y ahora que has visto que sí, te asustas? –inquirió Joanna-.

Nunca nos ha pasado nada tan emocionante en la vida.

Joanna dejó el libro de los conjuros en manos de Mia.

>>Ayúdanos –le rogó, agarrándola por la muñeca-. Tienes que

ayudarnos.

Miró a las otras tres muchachas.

-Por favor, Mia –suplicó Phoebe-. ¿No tienes curiosidad? Yo sí.

-¿No hay nada que desees fervientemente? –preguntó Anabel a

Mia-. Quién sabe lo que podemos conseguir con los conjuros.


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-No estoy segura –balbuceó Mia.

Irene echó una mirada a la cuña de metal. Al final levantó los

ojos y miró a Mia.

-Lo haré si vosotras estáis conmigo –susurró.

Mia percibió un cambio en el ambiente. El aire parecía espeso y

cargado, como antes de una tormenta.

La sensación de hormigueo se tornó más intensa que antes. A Mia

le empezaron a temblar los dedos. Dejó caer el libro.

Joanna se arrodilló para recogerlo pero se quedó quieta.

La cuña de metal volvía a elevarse en el aire. Anabel soltó un

grito ahogado y agarró a Mia de la mano.

La cuña empezó a girar, cada vez más rápido hasta que el puntero

se veía borroso. Las inscripciones de los lados empezaron a

brillar.

“¡Somos nosotras! -pensó Mia-. Nosotras hacemos que gire así”.

Era imposible, increíble... pero era verdad. Sentía el eco de

ese brillo candente y ardiente fluyendo por sus venas.

El símbolo de carboncillo que había en el suelo emitió un

destello de luz. Alrededor de la inscripción surgieron

fantasmagóricas llamas de color azul blanquecino.

Mia reaccionó con la rapidez propia de las muchachas de campo.

Agarró un cubo de agua y sofocó las llamas. Para su sorpresa vio

que el suelo ni siquiera estaba chamuscado.

-Tenemos mucho poder juntas –declaró Joanna-. Tenía razón.

Mia observó el símbolo. Ahora parecía insignificante, un dibujo

hecho con carboncillo. Pero habían conseguido que ardiera. Oh, sí.

No podía negarlo. Había sentido el poder que recorría su cuerpo.


26
Tenía que saber lo fuerte que realmente era. Tenía que saber qué

era capaz de hacer.

-Sí –les dijo-. Me uniré a vosotras.

-¡Oh, bravo! –exclamó Phoebe. Sus ojos azules estaban rebosantes

de emoción-. Probemos otra cosa ahora mismo.

Joanna negó con la cabeza.

-Ya es casi medianoche. Será mejor que regresemos antes de que

alguien nos eche de menos. Pero antes tenemos que jurar que nunca

contaremos nada a nadie sobre estas reuniones secretas.

-¿Jurar? –preguntó Anabel-. ¿Cómo?

Joanna sostuvo el libro de conjuros delante de ella.

-Poned una mano aquí encima –ordenó.

Anabel, Phoebe e Irene obedecieron. Mia vaciló durante unos

instantes pero, acto seguido, colocó la mano sobre el libro. Lo

notó caliente en contacto con su palma. Escudriñó el rostro de sus

compañeras para ver cómo reaccionaban. Nadie parecía experimentar

esa sensación.

>>Ahora repetid después de mí –les dijo Joanna-. Por el poder

del libro de conjuros juramos no hablar a nadie de nuestras

reuniones ni de lo que hacemos en ellas. Quien rompa este

juramento sufrirá un castigo terrible. Por mucho que intente huir,

por mucho que intente esconderse, el poder la encontrará.

Joanna miró a Mia con expectación. Aunque el instinto decía a

Mia que no aceptara tal juramento, sabía que era demasiado tarde

para echarse atrás.

Además, aquellas muchachas iban a convertirse en sus amigas.

Tenía que ayudarlas.


27
Así pues, repitió las palabras de Joanna junto con las demás.

Mientras lo hacía, volvió a notar que el cosquilleo le empezaba en

las yemas de los dedos y se extendía por todo el cuerpo.

Ella había invocado el poder. O quizá, como le decía una voz en

su interior, el poder la había invocado a ella.

-Joanna, ¿qué le ocurrirá a quién rompa el juramento? –preguntó

Irene. Parecía nerviosa.

-No lo sé –respondió Joanna-. Tal vez arda en ese fuego blanco

azulado. Quizá se convierta en un animal o en un árbol. A lo mejor

desaparece. Sea lo que sea, yo estoy segura de que nunca me

arriesgaré a hacerlo.

Phoebe soltó una risita nerviosa.

-¡Qué emocionante!

-¡Sí! –convino Anabel con voz entrecortada y ansiosa.

Borraron la marca de carboncillo del suelo y apagaron las velas.

A continuación, cruzaron el patio nevado rápidamente y regresaron

a la casa por la puerta de la cocina.

Joanna iba en cabeza cuando subieron en fila las escaleras. Mia

era la última.

-Mañana desayunaremos todas juntas –susurró Joanna cuando

llegaron al rellano del segundo piso-. Tú también, Mia.

Phoebe rió entre dientes.

-Sí y no llegues tarde. ¡Siempre que pueden Alicia y sus amigas

se zampan todas las galletas!

Mia rió alegremente y se tapó la boca con la mano para

amortiguar el sonido. ¡Ahora ya tenía amigas! Aunque esa noche

había pasado miedo de verdad, había valido la pena.


28
Las otras muchachas siguieron subiendo las escaleras en

dirección a sus dormitorios del tercer piso. Mia empezó a

seguirlas pero se detuvo en seco. Tenía la sensación de haber

olvidado algo.

¡La jarra de agua! Se dio cuenta de que se la había dejado en la

cocina.

Tenía que ir a buscarla. Se volvió y dio un grito ahogado.

-¡Oh, no! ¡No puede ser!

29
CAPÍTULO CINCO

-¿Se puede saber qué están haciendo? –preguntó la señorita

Pemberthy.

-Le dije que había oído a algunas chicas saliendo afuera –dijo

Alicia con una sonrisa tonta.

-Gracias, Alicia –respondió la directora. Dedicó una sonrisa a

su alumna preferida.

La directora lanzó una mirada intimidante a Mia y al resto de

las muchachas.

-Ahora quiero que me digan qué estaban haciendo fuera a estas

horas.

Mia miró a las demás y vio su propio temor reflejado en sus

rostros. Se habían metido en un buen lío. No existía una excusa lo

suficientemente buena para salir sin permiso.

Joanna bajó corriendo las escaleras y se colocó junto a Mia.

-No queríamos hacer nada malo, señorita Pemberthy –explicó-. No

ha sido más que un juego tonto. Hemos hecho apuestas y, antes de

darnos cuenta, ya estábamos fuera.

Alicia entornó los ojos.

La señorita Pemberthy se cruzó de brazos.

-Supongo que su pequeña escapada les habrá divertido, ¿no? –

preguntó.

-Sí, señorita –respondió Anabel-. Quiero decir, no, señorita. –

Anabel se ruborizó por completo.

La directora asintió con severidad.

30
-Muy bien. Ahora que ya se han divertido, jovencitas, tendrán

que lavar los platos después de cada comida durante los dos

próximos días.

-Pero, señorita Pemberthy... –gimió Phoebe-. Nosotras no somos

sirvientas.

-Me da lo mismo –prosiguió la señorita Pemberthy-, lavarán las

ollas y las sartenes y se ocuparán de que la cocina y el comedor

estén impecables. Las sirvientas se tomarán unas horas de

descanso.

-Sí, señorita –dijo Irene rápidamente.

-¡Pero no es justo! –protestó Anabel.

-¿Prefiere que envíe una carta a sus padres? –amenazó la

señorita Pemberthy.

-No, señorita –murmuró Anabel.

-Muy bien. Así pues, mañana por la mañana pueden empezar con los

platos del desayuno. Y espero que a ninguna de ustedes se le

ocurra hacer otra excursioncita nocturna. –La señorita Pemberthy

se volvió y se marchó.

En cuanto la directora se alejó lo suficiente para no poder

oírlas, Joanna se volvió hacia Alicia.

-Eres una víbora –susurró Joanna-. A ver si dejas de meter la

nariz donde no te llaman.

-Meto la nariz donde me da la gana –replicó Alicia-. Y no podrás

evitarlo. Mi padre es el hombre más rico del estado y a la

señorita Pemberthy nunca se le olvida.

31
Las dos muchachas intercambiaron sus miradas. Acto seguido,

Joanna giró en redondo y se dirigió a su dormitorio con paso

decidido.

Mia exhaló un suspiro y se encaminó hacia las escaleras. Miró a

Alica por encima del hombro. La muchacha rubia sonrió,

regodeándose por los problemas que había causado.

-Pequeño monstruo –musitó Mia por lo bajo. Corrió por el pasillo

y entró de puntillas en su dormitorio pues no quería despertar a

Clara.

No obstante, Clara se incorporó en cuanto vio a Mia. Parecía

preocupada.

-¿Dónde te habías metido? –inquirió. Se apartó el cabello de la

cara-. He estado mucho rato esperando pero no venías. Incluso he

ido abajo a buscarte. ¡Ni siquiera estabas en el edificio!

Mia tragó saliva. Deseaba poder contar a Clara lo ocurrido pues,

al fin y al cabo, era su amiga, la primera persona con quien había

entablado amistad. Pero había jurado no explicar lo sucedido a

nadie y no podía romper ese juramento.

-He... he ido a un sitio –dijo.

-¿Dónde?

Mia exhaló un suspiro. Se sentía muy incómoda por todo aquello

pero no podía hacer nada.

-No puedo decírtelo –repuso-. Lo siento, Clara. Pero he

prometido no contárselo a nadie.

-Oh –farfulló Clara-. Bueno.

No, no tenía nada de bueno, Mia era perfectamente consciente de

ello. Había herido los sentimientos de Clara.


32
Pero, por muy mal que se sintiera, no podía contárselo. Así

pues, le dio las buenas noches y se acostó.

Mientras intentaba conciliar el sueño, pensó en la solución

perfecta para el problema. ¡Preguntaría a las demás si Clara podía

unirse al grupo!

Aunque Clara no pudiera participar activamente en los conjuros,

podía hacer de vigilante o algo así, pensó Mia. Así no se sentiría

excluida.

-La señorita Pemberthy está equivocada si piensa que esto va a

detenernos –declaró Joanna con insolencia a las demás después del

desayuno a la mañana siguiente. Sumergió una pila de platos en un

barreño de agua jabonosa.

-Pero... si nos descubre otra vez... nos mandarán a casa –dijo

Irene con voz entrecortada.

-Pues entonces tendremos cuidado de que no nos vuelva a

descubrir –insistió Joanna.

-Ahora no podemos detenernos –declaró Phoebe-. ¿No tienes

curiosidad? ¡Me muero de impaciencia!

-Lo que vamos a hacer es increíble –convino Anabel.

-No vas a echarte atrás ahora, ¿verdad Mia? –Joanna la miró.

-No –respondió Mia-. Acepté ayudaros y lo haré.

Mia pasó a Joanna otra pila de platos sucios.

>>Tengo que pediros una cosa. Se trata de Clara. ¿Puede unirse a

nuestro grupo?

-¿Clara Godert? –preguntó Anabel.

-¡Ni hablar! –exclamó Irene.


33
-Dadle una oportunidad –suplicó Mia-. Si os tomáis la molestia

de conocerla un poco veréis que es buena persona.

Joanna negó con la cabeza.

-No, ni hablar. En el libro de conjuros aparecen cinco chicas.

Si no funcionaba con cuatro, con seis tampoco.

-Pero aunque no participe en los conjuros, podría servirnos de

vigilante –insistió Mia.

-No –repitió Joanna-. No podemos confiar nuestro secreto a

cualquiera. ¿Estáis de acuerdo, chicas?

-Estamos de acuerdo –responden a coro.

Mia las miró una por una. No entendía por qué estaban tan en

contra de aceptar a Clara. Pero era obvio que no servía de nada

discutir con ellas.

-Nos reuniremos en el establo a las once –anunció Joanna.

Cuando Mia oyó que el reloj marcaba las once menos cuarto salió

de la cama. Se acercaba el momento de reunirse con las demás.

Mia se vistió rápidamente. Echó una mirada a Clara. Perfecto.

Estaba dormida.

Mia abrió la puerta con cuidado y miró a uno y otro lado del

pasillo. Estaba vacío.

Salió del dormitorio y cerró la puerta detrás de ella en

silencio. Entonces bajó de puntillas a la cocina.

Cuando abrió la puerta que conducía al porche trasero encontró a

Goliat esperándola.

34
-Pobre gatito. Hoy hace mucho frío –musitó. Le lanzó los restos

de la cena que llevaba en el bolsillo cuando pasó rápidamente

junto a él.

La luz de la media luna iluminaba el camino hasta los establos.

Cuando llegó se encontró a Joanna y a las demás sentadas en un

círculo. La parpadeante luz de la vela proyectaba sombras

pronunciadas en sus rostros.

-Ocupa tu lugar en el círculo –ordenó Joanna-. Ha llegado el

momento de empezar.

Mia se sentó entre Irene y Anabel. Se dio cuenta de que Irene

estaba tan nerviosa que no paraba de retorcerse el dobladillo de

la falda.

-¿Qué conjuro vamos a probar? –preguntó Phoebe.

Joanna dejó el libro en el suelo delante de ella. Lo abrió por

el primer conjuro. Mia se inclinó hacia adelante para verlo más de

cerca.

El conjuro estaba escrito en forma de poema o como las estrofas

de una canción. Ninguna de las palabras le resultaba familiar. La

tinta tenía un color pardo rojizo.

“Como sangre seca”, pensó Mia.

-Aquí no pone para qué es el conjuro –dijo Mia.

-Nunca lo pone –repuso Joanna-. Nos hemos limitado a repetir las

palabras exactamente con la esperanza de que ocurriera algo.

A Mia se le erizó el vello de la nuca.

-¡No lo dirás en serio! –exclamó-. No podéis poneros a

canturrear sin saber qué va a ocurrir.

-¿Tienes miedo? –la retó Joanna.


35
Mia estaba asustada pero no quería reconocerlo. Ahora que por

fin había hecho nuevas amigas quería caerles bien.

“No seas tonta –se dijo-. No va a ocurrir nada malo".

-¿Por qué no empezamos por el primer conjuro? –propuso Mia-. A

lo mejor nos sirve para no tener que lavar platos.

Las demás se echaron a reír, incluso la tímida de Irene.

Joanna extrajo un trozo de carboncillo del bolsillo.

-¿A quién le toca? –preguntó.

-A mí –le dijo Anabel.

Joanna le pasó el carboncillo y entonces cerró el libro de

conjuros para que Anabel pudiera ver la imagen de la tapa. Ésta

empezó a dibujar.

Mia se agarró las manos con nerviosismo mientras veía que el

dibujo iba tomando forma. Era como si sintiera que la magia negra

entraba en la estancia con cada trazo del carboncillo. Anabel lo

terminó.

-Cogeos todas de la mano –ordenó Joanna.

Las muchachas obedecieron. Mia notó que Irene tenía las manos

heladas. “Ella también está asustada”, pensó.

Joanna abrió el libro por el primer conjuro y lo levantó un poco

para que todas vieran las páginas.

-Recordad –les dijo-. Pronunciad las palabras tal como están

escritas.

-Ojalá supiéramos lo que significan –intervino Irene.

-No importa lo que signifiquen –repuso Joanna-. Mientras sirvan

de algo. ¿Preparadas, chicas?

36
Todas asintieron. Mia agarró con fuerza la mano de sus amigas y

empezó a canturrear. Las palabras le producían una sensación

extraña en la boca.

Empezó a sentir un cosquilleo en los dedos. Era la misma

impresión desconocida que había sentido la noche anterior. El

cosquilleo se extendió por su cuerpo. Le subió por los brazos y se

le introdujo en el pecho.

Igual que el día anterior, la cadencia del canturreo le llegó

hasta los huesos, hasta la sangre.

Pero esta noche no luchaba para vencer esa sensación. La noche

anterior se había quedado aterrorizada. Ahora seguía asustada pero

todo había cambiado. Ya no era una extraña, formaba parte de aquel

grupo. Y había prometido colaborar.

Mia sabía que debía dejarse llevar por la sensación.

Un arnés empezó a agitarse en el gancho que lo sostenía y la

hebilla de latón golpeó contra la pared. Mia se sobresaltó.

¡Está ocurriendo algo!

Phoebe tenía el labio superior perlado de sudor. Anabel agarró

la mano de Mia con tanta fuerza que le hizo daño. Pero Mia no

podía soltarse. No podía soltarle la mano hasta que el conjuro

finalizara.

En la mesa de trabajo empezaron a temblar los clavos. Luego

vibraron las herramientas. Las riendas que colgaban de las paredes

comenzaron a balancearse.

Mia advirtió que una de las velas de la caja más cercana estaba

temblando. Se movía cada vez más hasta que cayó al suelo. La llama

se extinguió formando un charco de cera derretida.


37
Pero la vela seguía moviéndose. Rodaba de lado a lado, una y

otra vez. Mia se dio cuenta de que lo hacía al compás del

canturreo. Se le revolvió el estómago.

Varios trozos de heno rodaban por el suelo. Uno estaba en

posición vertical, girando como una peonza. Un cubo de hojalata se

puso a temblar y luego se volcó hacia un lado.

Mia estaba presa de la emoción. Nunca había imaginado que algo

semejante pudiera ocurrir.

“¡Lo estamos haciendo nosotras!”, pensó.

Poder. Estaban utilizando el poder del libro de conjuros. Podían

hacer que ocurrieran cosas, cosas increíbles.

Un ratón recorrió la estancia con rapidez. Corrió junto al borde

de la caja y se dirigió hacia las bolsas de comida situadas al

fondo del cuarto.

Pero entonces se detuvo, se quedó paralizado.

Mia lo observó. La única vez que había visto a un ratón haciendo

eso era cuando lo acechaba un gato. A veces, cuando los ratones

creían no tener escapatoria, se hacían los muertos.

El ratón empezó a moverse de nuevo lentamente. Se volvió hacia

un lado y luego hacia el otro. La pequeña criatura se levantó

sobre las patas traseras. Pegó las patas delanteras a su pecho

peludo.

Mia oyó que Irene gimoteaba al ver que el ratón empezaba a

bailar. Giraba a un lado y a otro, movía los bigotes, bailaba al

compás del cántico.

“Nosotras lo controlamos –pensó Mia-. Hacemos que baile”.

-¡Mirad! –exclamó Anabel-. ¡Mirad el ratón!


38
Su exclamación hizo que Mia perdiera la concentración y se le

trabó la lengua en la siguiente palabra del cántico.

En el establo dejó de haber movimiento. Todo quedó quieto. El

súbito silencio casi parecía un eco. Mia tenía una extraña

sensación en la garganta y tuvo que tragar saliva para

aclarársela.

El ratón se cayó hacia adelante. Mia esperó a que escapara pero

se quedó ahí, respirando agitadamente, con la boca bien abierta.

Como si... como si intentara gritar.

Observó la boca abierta del animal. ¿Sentía dolor? ¿Habían

herido a la pequeña criatura?

-¡No era más que un baile! –susurró-. No le hemos hecho daño.

¡Sólo le hemos hecho bailar! ¡Sólo...!

Se calló de repente cuando el ratón rodó sobre su costado. Tenía

las cuatro patas tiesas. La pequeña boca rosada se abrió todavía

más.

Entonces el ratón se quedó inmóvil.

Mia dio un salto.

-¡Está muerto! –exclamó-. ¡Lo hemos matado!

39
CAPÍTULO SEIS

-Mia tiene razón. Lo hemos matado. Sa... sabía que no

debíamos... –farfulló Irene.

-Oh, no seáis infantiles –dijo Joanna de mal talante-. No es más

que un ratón. Además, no estamos seguras de que esté muerto.

Mia contempló al ratón. Sus ojos redondos y brillantes le

devolvieron una mirada vítrea.

-Parece muerto –afirmó Irene.

Joanna cogió un palo y se inclinó sobre el ratón. Le dio un

suave golpecito. El animal permaneció inmóvil.

-No sabíamos qué efecto tendría el conjuro –declaró Mia con voz

queda-. No sabíamos que podía resultar peligroso.

El ratón profirió un grito ensordecedor y se incorporó.

Mia dio un salto hacia atrás y Phoebe soltó un chillido.

El ratón se puso a corretear por el cuarto.

-Oh, Dios mío –dijo Irene jadeando, llevándose la mano al

corazón-. ¡Me ha dado un susto de muerte!

Anabel y Phoebe asintieron.

-¡A mí también! –reconoció Mia-. Menos mal que no le ha pasado

nada.

Joanna resopló.

-¡Vaya peligro! Si nuestro conjuro ni siquiera hace daño a un

ratoncillo, no tenemos por qué preocuparnos. ¿Verdad, Mia?

-Bueno, yo... –La voz de Mia fue apagándose.

Joanna le puso cara de pocos amigos. Mia sabía que no esperaba

otra cosa de ella que un convencimiento total.


40
>>Supongo que no –convino Mia, no sin cierto reparo.

-Eso es lo que os había dicho –declaró Joanna con una sonrisa de

superioridad-. Ahora que nos hemos recuperado de este pequeño

susto, probemos otro conjuro.

Joanna pasó las páginas del libro y escogió uno de los conjuros

del final.

>>Éste parece interesante –afirmó-. ¿Estáis listas?

Anabel volvió a coger a Mia de la mano y ésta la de Irene. Mia

echó una mirada a las viejas palabras de la página amarillenta.

Este conjuro era más largo y complicado.

“¿Para qué servirá?”, pensó Mia.

-Empecemos –ordenó Joanna. Entonces comenzaron a canturrear.

Las palabras eran más cortas y duras. Mia no acababa de seguir

el ritmo y se sentía un tanto incómoda al respecto.

Echó una mirada a sus compañeras. No parecían tener ningún

problema.

Empezaron la segunda estrofa del cántico. Volvió a sentir el

cosquilleo en las manos que ya empezaba a resultarle familiar. Le

llegó hasta la nuca y le bajó por la columna. El cosquilleo acabó

instalándosele en el centro de la frente.

Mia oyó que empezaba a soplar viento y levantó la mirada en

dirección a la ventana. El viento azotaba los árboles. Las ramas

desnudas raspaban el lado del establo como si fueran huesos secos.

Entonces Mia reparó en algo que la sobresaltó. Los árboles que

se encontraban más allá del establo estaban totalmente inmóviles.

El viento no azotaba sus ramas.

41
“El viento nos pertenece -pensó Mia-. Le hemos dado vida con

nuestro cántico”. Se estremeció sólo de pensarlo.

Mia volvió a centrar la mirada en el libro de conjuros. Un

momento. Mientras miraba por la ventana había seguido

canturreando. Eso significaba que lo había hecho sin leer las

letras. ¡Había canturreado palabras que no había oído en su vida!

Notó que el cosquilleo latente que sentía en la frente se

acentuaba.

Mia miró a las demás. Seguían canturreando con expresión

tranquila. No parecían haber oído el viento sollozando contra los

cristales de las ventanas como si quisiera que se le permitiera la

entrada. No parecían sentir aquel horrible hormigueo.

“Tal vez deberíamos dejar de hacer esto –pensó Mia-. ¿Y si

ocurre algo malo?”

Pero sus labios seguían pronunciando las palabras extrañas. La

cadencia del cántico embargó todo su ser, la alentaba a seguir.

Mia se dio cuenta de que tenía mucho frío. El viento helado se

estaba filtrando en el establo por las rendijas de las paredes de

tablones de madera.

Siguió canturreando. Ya casi habían terminado el conjuro.

El quejido del viento se hizo más profundo. Los árboles cercanos

al establo se mecían adelante y atrás debido a las ráfagas de

aire.

Mia sintió un rugido en los oídos. ¿Se trataba del viento o del

poder de su interior? Las voces de las demás fueron debilitándose

como si estuvieran muy lejos.

42
Faltaba un verso más del conjuro. Mia no necesitaba mirar el

libro para saber las palabras. Seguía mirando fijamente a la

ventana.

Vio sombras cerca del árbol de mayor tamaño. Se doblaban y

giraban. Crecían y se ensanchaban hasta que fueron un poco más

altas que un hombre.

Mia se percató de que las sombras estaban formando algo. Vio

aparecer dos motas brillantes y plateadas entre las sombras. Se

preguntó si sería la luz de la luna.

No, ojos.

Entonces se dio cuenta de lo que habían conseguido. El conjuro.

Había sido una llamada. Un llamamiento.

Y algo había respondido.

43
CAPÍTULO SIETE

-¡Parad! –exclamó Mia, obligando a su garganta seca a articular

esa palabra.

Las llamas de la vela parpadeaban sin cesar. Acto seguido se

extinguieron y el cuarto quedó a oscuras.

Irene profirió un grito.

No habían pronunciado las últimas palabras. ¡El conjuro no había

finalizado!

Mia confió en que no fuera demasiado tarde. Sabía que tenía que

mirar por la ventana para cerciorarse de que se habían detenido a

tiempo. Pero estaba asustada, muy asustada.

¿Qué pasaría si... al mirar al exterior algo le devolviera la

mirada?

Mia levantó la mirada hacia la ventana. La criatura de las

sombras había desaparecido.

Los árboles estaban quietos. El ulular del viento había cesado.

-Que alguien vaya a buscar una cerilla –ordenó Joanna.

A Mia le temblaban las manos de forma descontrolada. Apretó los

puños para dejar de tiritar pero no le sirvió de gran cosa.

“Estás bien –se dijo-. Estás a salvo. Todas estamos a salvo”.

Phoebe volvió a encender las velas con una cerilla.

-¡Mia! ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué has interrumpido el conjuro? –

inquirió Anabel.

-¡Lo has arruinado! –la acusó Joanna.

-¿No habéis visto lo que había ahí fuera? –preguntó Mia-. ¿No

habéis oído el ulular del viento? ¿Es que ninguna de vosotras se


44
ha dado cuenta de lo que ocurría en el exterior? ¿No lo habéis

notado?

-¿Notar qué? –inquirió Joanna, desconcertada.

-Hemos invocado algo... y algo ha respondido –repuso Mia-. Algo

malvado.

-Oh, Mia –musitó Irene.

-Ha tomado forma delante de mis ojos. No creo que estuviera

totalmente formado antes de que detuviera el cántico –prosiguió,

hablando rápido y casi sin aliento-. Pero quién sabe qué era o qué

podía haber hecho. Y ninguna de nosotras tenía la más remota idea

de cómo controlarlo. Tuve que detener el conjuro antes de que la

criatura se formara totalmente. ¡No tenía otra opción!

Joanna la miró con fijeza durante unos instantes. Entonces

frunció el ceño.

-Mia Saxton, te lo estás inventando todo. Te has asustado y has

malogrado el conjuro, así de claro.

-No es cierto –protestó Mia.

-Sí que lo es –insistió Joanna-. Te has asustado y ahora te

inventas esta historia absurda para excusarte. ¡Pues no te lo

vamos a permitir!

Recogió el libro del suelo y se marchó ofendida del cuarto de

arreos. La puerta se cerró con fuerza detrás de ella.

-¡Pero sí que lo he visto! –gimoteó Mia, dirigiéndose a las

demás.

-Entonces, ¿por qué ninguna de nosotras lo ha visto? –preguntó

Anabel-. Me he dado cuenta de que mirabas hacia la ventana y yo

también he mirado pero no he visto nada de nada.


45
-¿Ni siquiera has visto los árboles moviéndose? –insistió Mia.

Anabel se encogió de hombros.

-Eso no me resulta sorprendente. Estamos en invierno. A veces

los árboles se mueven. Lo que está claro es que no he visto ningún

ser demoníaco. No sé qué has visto.

-Yo tampoco lo sé –repuso Mia entristecida-. ¿Ninguna de

vosotras ha visto nada? –preguntó a Phoebe e Irene.

Las dos negaron con la cabeza.

>>A lo mejor me he dejado llevar por la imaginación –afirmó-.

Quizá no haya visto más que sombras. A lo mejor el viento no era

más que viento.

-No te preocupes, no pasa nada –la tranquilizó Irene-. Joanna se

ha enfadado contigo pero mañana ya se le habrá pasado.

Mia se alegró de que las otras muchachas no estuvieran enfadadas

con ella. Las ayudó a recoger las velas y a borrar el dibujo de

carboncillo del suelo. Sólo tardaron unos minutos en limpiarlo

todo.

Anabel dio un último vistazo al lugar.

-Será mejor que volvamos antes de que Alicia empiece a

fisgonear. Le encantaría volver a descubrirnos.

Mia cogió su abrigo y encabezó la marcha. Abrió la puerta del

establo y miró al exterior para cerciorarse de que nadie las

observaba. La luna estaba oculta por las nubes.

“¿Y si esa cosa sigue ahí? –pensó-. ¿Y si se esconde ahí fuera,

al acecho?

-Date prisa –le susurró Phoebe-. Hace mucho frío.

Mia salió al patio y estuvo a punto de chocar con Joanna.


46
-Creía que habías vuelto a la casa –dijo Mia.

Joanna ni siquiera se volvió. No parecía haberse dado cuenta de

que Mia le había dirigido la palabra. Permaneció inmóvil junto al

árbol más cercano al establo.

Las nubes se apartaron de la luna y ésta derramó sus rayos

plateados sobre el suelo. Mia tenía la sensación de estar

congelada.

Ahora sabía por qué Joanna se había detenido. Ahora sabía por

qué Joanna se comportaba de forma tan extraña.

El tronco del árbol tenía marcas de cortes. La madera se veía

blanca bajo los restos destrozados de la corteza.

“Son marcas de garras –pensó Mia-. Algo ha arañado ese árbol,

algún ser enorme".

47
CAPÍTULO OCHO

-Mia estaba en lo cierto –farfulló Anabel-. ¡Sí, sí que ha... ha

visto algo!

-Ya os lo he dicho –susurró Mia.

-¿Sigue ahí fuera? –preguntó Phoebe con voz queda.

Mia movió la cabeza.

-No lo sé. Creo que no. Me parece que desapareció cuando dejamos

de canturrear.

Tocó ligeramente el hombro de Joanna.

-¿Estás bien?

-Sí, estoy bien –respondió.

Pero Mia notó que a Joanna le temblaba la voz. Y cuando ésta se

apartó un mechón pelirrojo de la cara, Mia se fijó en que le

temblaba la mano.

-Regresemos al establo –propuso Mia-. Tenemos que hablar sobre

esto.

Entraron rápidamente en el establo. Nadie se opuso cuando Phoebe

encendió la lámpara que colgaba del otro lado de la puerta.

Durante un momento permanecieron en silencio, mirándose las unas

a las otras. Nadie parecía saber qué decir.

-Hiciste bien en detener el conjuro, Mia –reconoció Joanna al

final-. Era algo más de lo que estamos preparadas para hacer

ahora.

“¿Ahora?” Mia tragó saliva al recordar los cortes del árbol. No

creía que pudiera ser capaz de prepararse para algo así en el

futuro. Ni tampoco quería.


48
-No quiero seguir con esto –les dijo.

-A lo mejor Mia tiene razón –dijo Irene. Joanna la miró-. Pero

seguiré si las demás queréis –añadió acto seguido.

-No podemos dejarlo –protestó Joanna-. Recordad que el primer

conjuro no fue malo. Al ratón no le pasó nada.

-¡Sí! –convino Phoebe eufóricamente-. El conjuro de hoy era del

final del libro. Yo no dejaba de pensar que era más complicado que

los que ya habíamos probado.

Joanna asintió.

-Los conjuros del comienzo del libro son más cortos y sencillos.

Si seguimos con esos no habrá problema. Cuando tengamos más

experiencia podemos intentarlo con otros más complicados.

-Mia, por favor... –suplicó Anabel.

Lo que Joanna decía tenía sentido. Pero a Mia no le agradaba la

idea de arriesgarse de nuevo.

-¿Y si ocurre algo horrible? –preguntó.

-¿Y si no? –replicó Anabel.

Mia exhaló un suspiro. Si ella abandonaba, las demás se verían

obligadas a hacerlo. No sería justo. Además, Joanna tenía razón.

No había ocurrido nada malo cuando lanzaron el primer conjuro. Si

ponían en práctica los más sencillos no tenía por qué pasar nada.

“Y quiero aprender a emplear mi poder –pensó Mia-. Quiero

controlarlo. Reconocerlo".

-De acuerdo –les dijo Mia-. Pero debemos seguir el orden del

libro.

-Trato hecho –respondió Joanna.

49
Una vez alcanzado el acuerdo, Mia y las demás regresaron

rápidamente a la casa y subieron a sus dormitorios sin ser vistas.

Clara estaba dormida cuando Mia entró en la habitación que

compartían.

Mia se desvistió y se acostó. Permaneció despierta algún tiempo,

escuchando la respiración pausada de Clara.

Se sentía culpable. Deseaba poder contar a Clara lo que había

ocurrido esa noche. Estaría bien hablar con alguien que no

estuviera implicada en esa aventura. Además, le resultaba

sumamente duro ocultar ese gran secreto a su amiga.

-¿Clara? –susurró.

-¿Umm? –respondió Clara adormecida-. ¿Pasa algo?

Mia exhaló un suspiro. No podía arriesgarse a incumplir un

juramento realizado sobre el poder del libro de conjuros. No

después de lo que había sucedido esa noche.

-No –musitó-. No pasa nada.

-Date prisa, Mia o llegaremos tarde a clase –la exhortó Clara.

Con un quejido, Mia se levantó de la cama haciendo un gran

esfuerzo y se vistió. Bostezó con tanta fuerza que casi se le

desencajó la mandíbula.

>>Pareces un mapache con las ojeras que tienes –comentó Clara.

Mia volvió a bostezar.

-Me he pasado la noche dando vueltas en la cama –dijo, al tiempo

que se calzaba los zapatos-. Ya estoy lista, vamos.

Salieron apresuradamente al pasillo. Clara chocó con Alicia y

ambas muchachas cayeron al suelo.


50
“Lo que nos faltaba”, pensó Mia cuando vio a Clara cayéndose.

Otras internas se arremolinaron a poca distancia para observar la

caída.

-¿Estáis bien? –preguntó Mia.

-Estoy perfectamente –espetó Alicia. Empezó a incorporarse pero

se hizo un lío con los faldones de seda.

-Deja que te ayude –se ofreció Mia, extendiendo la mano.

Alicia rechazó su ayuda.

-¡No necesito tu ayuda, granjera!

Se puso en pie finalmente. Tenía el rostro contraído por el odio

cuando se volvió para mirar a la chica contra la que había

chocado.

>>Vaya, esto está muy bien, Clara Godert –dijo con sorna-. Por

lo que parece eres tan patosa como fea. Y además todo el mundo

sabe que eres tonta. Incluso la señorita Pemberthy piensa que aquí

estás perdiendo el tiempo.

Clara se ruborizó y luego empalideció. Mia notó que también se

sonrojaba. Se colocó delante de Clara. Nunca había estado tan

enfadada en su vida.

-¡Déjala en paz, Alicia Bainbridge! –exclamó Mia.

La muchacha rubia entrecerró los ojos.

-¿Y tú quién te has creído que eres?

-Crees que el dinero de tu padre te da derecho a decir o hacer

cualquier cosa –repuso Mia-. Pues a mí me da lo mismo el dinero de

tu padre, tus vestidos caros o tus aires de superioridad. Eres la

persona más cruel y malvada que he conocido en la vida...

-¿Cómo te atreves?
51
Mia levantó el mentón en señal de desafío.

-En mi pueblo tenemos un refrán que dice que no puedes hacer un

bolso de seda con la oreja de un cerdo. Ahora mismo eres una oreja

de cerdo, Alicia Bainbridge. Mezquina, malvada y pobre de

espíritu. Todas las sedas del mundo no te van a convertir en otra

cosa distinta a la que eres.

Alicia abrió y cerró la boca varias veces pero no articuló

palabra. Alguien soltó una risa ahogada.

Mia agarró a Clara del brazo y se la llevó escaleras abajo.

-No me lo puedo creer –murmuró Clara.

-¿Qué? –preguntó Mia, todavía enfurecida.

-Has ganado. Has ganado de verdad. –Clara esbozó una sonrisa-.

Creo que es la primera vez que alguien se enfrenta a Alicia con

éxito.

Mia se echó a reír.

-Pues hace tiempo que se lo merecía.

Se dirigieron a la planta baja. Joanna se encontraba en el

vestíbulo. Su cabello cobrizo brillaba bajo la luz matutina.

Saludó a Mia, se volvió y entró en el aula.

-Anoche volviste a salir –le dijo Clara-. Ya sé que piensas que

dormía pero estaba despierta.

Mia observó a su amiga unos instantes y luego exhaló un suspiro.

-Sí, salí a hurtadillas. Clara, de verdad me gustaría contarte

lo que ocurre, pero he jurado seriamente no hacerlo.

-¿Ni siquiera a mí? –preguntó Clara.

-Lo siento –respondió Mia con impotencia.

52
-Me estoy hartando de lavar platos –se quejó Phoebe mientras se

dirigían a la cocina-. ¡Me parece que no he trabajado tanto en mi

vida!

Mia se echó a reír.

-Tendrías que vivir una temporada en una granja. Yo estoy

acostumbrada a levantarme con las gallinas y a ocuparme del ganado

antes de desayunar.

-¡Yo me moriría! –exclamó Phoebe.

-Yo también –convino Joanna.

Mia abrió la puerta de la cocina y dio un grito de asombro. Se

detuvo tan bruscamente que Phoebe chocó contra ella.

Alguien había derramado agua sobre toda la cocina y luego había

desparramado una bolsa de harina por encima. Todo ello había

formado una masa en el suelo... en las paredes... por todas

partes.

Mia soltó un grito de asombro. ¿Quién podía haber hecho una cosa

así?

-¡Oh, no! –gimió Phoebe, mirando por encima del hombro de Mia.

-¡Pero qué pasa! –preguntó Joanna. ¡Moveos, venga, para que

podamos verlo!

Mia y Phoebe entraron en la cocina. Joanna, Irene y Anabel

entraron en fila detrás de ellas. Sus rostros se llenaron de

consternación al ver tal desastre.

-No me lo puedo creer –exclamó Anabel.

-Oh, pues es verdad –musitó Joanna.

53
Mia se acercó a la mesa. Los manteles y servilletas que habían

utilizado a la hora de la cena del día anterior estaban ahí

apilados.

Recogió una de las servilletas y la aguanto con cuidado entre el

pulgar y el dedo índice. La tela estaba empapada de la pasta que

había formado la harina y el agua. La dejó caer y emitió un ligero

plaf al llegar al suelo.

-¡Qué asco! –exclamó Irene.

-También lo han puesto en los manteles –informó Mia-. Tendremos

que mojar y restregar todas las mantelerías antes de que puedan

utilizarse de nuevo.

-¡Vamos a tardar horas en hacerlo! –se quejó Irene.

Joanna golpeó ligeramente el suelo con los pies.

-La señorita Pemberthy no va a dejarnos perder las clases de la

tarde para hacerlo. Tendremos que lavar la ropa después de cenar.

Mia reparó en algo que había en el suelo cerca de ella y se

inclinó para recogerlo. Era una escarapela amarilla de satén, como

las que adornaban el caro vestido de seda que llevaba Alicia aquel

día.

-Mirad. –La mostró a las demás.

-¡Alicia! –exclamaron al unísono.

-Ha sido su venganza por la pelea de antes –dijo Mia-. Siento

que tengáis que pagarla vosotras.

Phoebe se tocó el pelo.

-Por lo menos le has plantado cara a esa insolente. Desde que

llegué aquí tenía ganas de que alguien le dijera las cosas claras.

54
Mia dio un puntapié a la servilleta y la envió hacia un charco

de harina y agua que había en el suelo.

-Ojalá pudiera hacerla bailar como el ratón el otro día –

musitó-. Me encantaría dejarla en ridículo delante de toda la

escuela. ¡Se lo tendría bien merecido!

-¿Qué has dicho? –inquirió Joanna con un brillo renovado en los

ojos.

-¿Eh? Oh, he dicho que me gustaría hacer que Alicia bailara como

ese ratón...

-¡Sí! –exclamó Joanna-. ¡Perfecto! ¡Hagámoslo!

-¿Quieres que ahora lancemos un conjuro? ¿Aquí? –preguntó Mia

sorprendida-. Pero si no tenemos el libro de conjuros. ¿Cómo crees

que iba a funcionar?

-A lo mejor no necesitamos el libro –señaló Joanna-. Al fin y al

cabo, hemos practicado ese conjuro varias veces. Bueno, menos tú,

Mia. ¿Lo recuerdas?

-Creo que sí –respondió Mia.

Phoebe aplaudió.

-Me parece una idea excelente.

Incluso Irene sonrió.

-Alicia es siempre tan mezquina con todo el mundo... Se lo

merece.

Mia volvió a echar un vistazo a la cocina. Entonces asintió. No

iban a causarle ningún daño, sólo iban a humillarla como ella

había humillado a otros. Había llegado el momento de que supiera

qué se sentía.

55
-Sentémonos en círculo –dijo Mia. Extendió la mano hacia las

otras chicas.

-Pensemos todas en Alicia mientras canturreamos –ordenó Joanna-.

Imagináosla bailando como el ratón.

La obedecieron. Mia dejó que el ritmo del canturreo se apoderara

de ella. El poder fluyó por su interior, rápidamente. Casi como si

esperara su llamada.

En el centro del círculo, en el aire, se formaron unas volutas

de humo de color azul blanquecino.

“El poder es cada vez mayor a medida que lo utilizamos”, pensó

Mia.

Las luces pequeñas y brillantes parecían danzar al compás del

canturreo. “Son hermosas”, pensó Mia.

Las chispas se transformaron en una espiral que empezó a girar,

despacio al comienzo y luego cada vez más rápido hasta que Mia

sólo era capaz de distinguir una mancha de luz.

Se imaginó a Alicia y a continuación pensó en el ratón bailando.

“Girando. Moviendo los pies y meneando los bigotes".

La espiral de chispas redujo la velocidad. Entonces formaron el

símbolo mágico que aparecía en la cubierta del libro de conjuros.

Mia echó un vistazo a las demás mientras acababan el canturreo.

La luz blanco azulada otorgaba a sus rostros el aspecto de unas

máscaras pálidas y fantasmagóricas.

-Alicia –musitaron con ojos relucientes-. ¡Alicia, Alicia,

Alicia!

Alguien profirió un grito en una de las clases.

56
CAPÍTULO NUEVE

-¡Es Alicia! –exclamó Phoebe.

Mia se dio la vuelta y salió disparada de la cocina.

¿Había ocurrido algo terrible? ¿Habían ido demasiado lejos y

Alicia había resultado herida de algún modo?

-¡Espera, Mia! –la llamó Joanna. Mia, sin embargo, siguió

corriendo.

Cuando se acercó al aula, oyó que los gritos se convertían en

risas. El eco de las risas se oía por todo el internado.

Mia dobló una esquina y se detuvo repentinamente en el umbral de

la puerta. Se quedó boquiabierta cuando vio lo que sucedía en el

aula.

Alicia estaba bailando. Tenía el pelo suelto y le caía en forma

de mechones lacios sobre los hombros. Estaba roja y sudorosa. Su

exquisito vestido de seda hacía frufrú mientras ella giraba y

saltaba.

-¡Oh! –exclamó Mia.

Madame Guillaume, la profesora de francés, golpeó la mesa con el

puntero.

-¡Mademoiselle Bainbridge! –gritó-. ¡Deje de hacer tonterías

inmediatamente!

Alica siguió bailando. Mia sabía que no podía parar, por mucho

que quisiera.

Alicia movía los brazos torpemente mientras giraba y se

contorneaba. El resto de las muchachas se retorcían de la risa,

incluso las amigas íntimas de Alicia.


57
-¡Alicia, Alicia! –exclamó Irene riendo-. ¡Baila, Alicia!

-¡Mademoiselle! –Madame Guillaume gritó con todas sus fuerzas-.

¡Pare inmediatamente o llamaré a la directora!

Alicia tenía una mirada de terror mientras saltaba y giraba,

giraba y saltaba. Respiraba con jadeos entrecortados.

Mia sabía que empezaba a cansarse, pero el conjuro la obligaba a

bailar y le impedía parar.

Mia observó a Alicia. ¿Y si no podían detener el conjuro? ¿Y si

Alicia seguía bailando sin parar? ¿Seguiría bailando hasta...

hasta morir?

-No –susurró Mia-. ¡Basta!

En cuanto habló notó que el poder la abandonaba. El conjuro

desapareció.

Alicia dejó de bailar. Se quedó temblando, respirando con gran

dificultad. Tenía el rostro bañado de sudor. De la nariz le

colgaba, temblorosa, una gota que acabó cayendo al suelo.

Eso hizo que las chicas se rieran todavía más. Las amigas de

Alicia, las muchachas que la habían seguido y admirado y hecho

todo lo que ella quería, se reían y la señalaban como las demás.

Mia miró a Joanna y percibió la señal de triunfo en sus ojos.

Mia sabía que estaba disfrutando del espectáculo.

-Alicia, ¿no sabías que es impropio de una dama gotear sobre el

suelo? –se burló Joanna.

A Alicia le temblaban los labios. Acto seguido, se echó a llorar

y fue corriendo hacia la puerta. Apartó a Joanna con tal fuerza

que estuvo a punto de hacerla caer.

58
Mia agarró a Joanna del brazo y la ayudó a no perder el

equilibrio. La mirada de Joanna despedía chispas de odio mientras

contemplaba cómo Alicia subía las escaleras hecha un mar de

lágrimas.

-¡Chicas, chicas! –gritó madame Guillaume-. ¡Cállense ya!

Poco a poco las risas fueron apagándose. La profesora miró a Mia

y a las demás.

>>No tienen los apuntes de la asignatura, señoritas.

-Están arriba, madame Guillaume –le dijo Joanna-. Estábamos en

la cocina lavando los platos pero hemos venido corriendo al oír

los gritos.

-Pues vayan arriba y recojan lo que necesiten –ordenó la

profesora, dando una palmada.

-Pero no hemos acabado con la cocina –protestó Anabel.

-Ya le explicaré lo ocurrido a la señorita Pemberthy –les dijo

madame Guillaume-. Pueden acabar con los platos al término de las

clases del día.

-Sí, madame –repuso Joanna.

Agarró a Mia por el brazo y la llevó casi a rastras hacia la

puerta. Se dirigieron rápidamente a las escaleras.

-¡Ha sido maravilloso! –susurró Anabel-. ¡Nunca me había

divertido tanto en mi vida!

Phoebe soltó una risita nerviosa.

-¿Le habéis visto la cara? Hasta sus amigas se reían de ella. Ya

no volverá a tratarnos con prepotencia.

-No –convino Joanna. Entonces entrecerró los ojos-. Pero vaya

empujón me ha dado.
59
-No me lo puedo creer –declaró Irene-. Bailando en medio de la

clase como una posesa. ¡Qué buena idea has tenido, Mia!

Mia asintió y sonrió. Pero no estaba tan contenta como se

pensaba que estaría. No creía poder olvidar jamás el sufrimiento

que había visto en los ojos de Alicia.

Mia notó un cosquilleo en la mano izquierda. La abrió y se miró

la palma.

¡Tenía grabado en la piel el símbolo de la cubierta del libro de

conjuros!

60
CAPÍTULO DIEZ

Mia se quedó contemplando la palma de su mano. El símbolo

parecía estar marcado a fuego en la piel pero no le dolía.

Se frotó la mano contra la falda y volvió a mirarse la palma. El

símbolo había desaparecido.

-¿Ocurre algo? –preguntó Joanna.

-Enseñadme las manos –susurró Mia.

La miraron extrañadas pero hicieron lo que les pedía. Ninguna de

ellas tenía una marca en la palma.

-¿Qué te pasa? –inquirió Joanna.

-Nada –respondió Mia-. Nada.

¿Por qué era la única que estaba marcada? ¿Qué le estaba

ocurriendo?

-Eres igual de asustadiza que el caballo que tengo en mi casa –

se quejó Joanna-. Mia, tienes que hacer algo para controlarte.

-A veces... a veces me pregunto si está bien que hagamos esto –

confesó Mia.

Joanna apretó los labios. Mia percibió un brillo de ira en sus

ojos.

-Ya hemos hablado de eso. Sería positivo que alguien nos dijera

exactamente qué hay que hacer. Pero eso no va a pasar. Así que

tenemos que ir probando conjuros y aprender sobre la marcha.

¿Estás de acuerdo?

-Bueno, sí –acabó diciendo. Aun así, no lograba evitar recordar

el malestar que había sentido al ver bailar a Alicia-. Pero...

61
-Es muy sencillo, Mia –dijo Joanna. Se cruzó de brazos-. Vamos a

seguir haciéndolo. O estás con nosotras o no.

Mia no deseaba perder su amistad. Y eso es lo que ocurriría si

no decía que sí.

-Por supuesto que estoy con vosotras –les dijo.

***

Mia se encontraba junto a la ventana en clase de Historia,

esperando el inicio de la asignatura.

Miró al exterior y sonrió. El mundo se había vuelto de color

blanco. Llevaba nevando toda la tarde y los gruesos copos blancos

seguían cayendo. Desde su posición ni siquiera vislumbraba el

establo.

“Esto significa que esta noche no habrá reunión –pensó-. No

habrá conjuros. Bien".

-Espero que Goliat esté bien –le dijo Clara desde atrás.

Mia se volvió para mirar a su compañera de habitación.

-No te preocupes por él. Los gatos saben qué hacer. Estará

calentito y cómodo en el establo.

Clara asintió. Miró por la ventana un momento y luego a Mia.

-Lo que le ocurrió a Alicia fue un tanto extraño, ¿no crees?

-La verdad es que sí –convino Mia. Confiaba en que su rostro

no la delatara.

En ese preciso instante Alicia entró en el aula despacio.

Llevaba un vestido de seda del mismo tono azul que sus ojos. Tenía

62
su habitual expresión altanera. Sus seguidoras aparecieron en masa

detrás de ella.

Hizo una mueca de desprecio al ver a Mia y a Clara. Las miró

airada y se sentó en su sitio. Se oyó el frufrú de sus faldones de

seda en el aula silenciosa.

-Supongo que cuando tu padre es el hombre más rico del estado

no puedes comportarte de otra manera –susurró Clara.

El resto de las alumnas fueron sentándose en sus sitios poco a

poco.

>>Será mejor que nos sentemos –dijo Clara-. La señorita

Pemberthy llegará de un momento a otro.

Mia respiró hondo y se dirigió a su asiento. Se sentaba al

otro lado del pasillo junto al que estaba Alicia. ¡Qué mala

suerte!

-He oído decir que tu padre cría cerdos, granjera –murmuró

Alicia cuando Mia pasó por su lado.

-Cerdos castrados –puntualizó Mia. Acto seguido hizo una

mueca. No tenía que haber respondido. Aquello no era más que una

excusa para que Alicia se burlara de ella.

-Oh, cerdos castrados –repitió Alicia-. Perdona mi ignorancia.

He tenido tan poca relación con... con ese tipo de animales. Pero

me fascinan. –Sonrió con malicia-. Cuéntame, Mia... ¿los cerdos

castrados huelen mejor que los cerdos normales?

Joanna apareció justo a tiempo de oír la pregunta de Alicia.

Le echó una mirada.

-Sí –contestó antes de que Mia pensara en una respuesta-. Y

tienen mejores modales que algunas personas que conozco.


63
-¿Ah sí? –dijo Alicia alargando las palabras-. ¿Y qué iba a

saber de buenos modales la hija de un tendero?

Joanna frunció el ceño.

-La verdad es que te estás dando muchos aires de grandeza para

haber hecho antes el ridículo de esa manera.

-¿Eso? –Alicia movió la mano en señal de despreocupación-. Lo

hice a propósito. Sólo intentaba animar un poco la escuela.

-Pues lo conseguiste –dijo una de sus seguidoras con una

sonrisa tonta-. Hacía meses que no me reía tanto. ¡Y a madame

Guillaume casi le da un ataque!

La mirada de Alicia despedía un brillo triunfalista. Echó la

cabeza hacia atrás y miró a Joanna.

-Así pues, señorita Kershaw, ¿quién está haciendo ahora el

ridículo?

-Pues... yo propondría a la persona que piensa que porque algo

haya ocurrido una sola vez no puede volver a suceder –respondió

Joanna.

Alicia se quedó pálida.

“¿Por qué ha tenido que decir eso Joanna? –pensó Mia-. Lo

único que va a conseguir es levantar las sospechas de Alicia".

-¿A qué te refieres exactamente? –inquirió Alicia.

Joanna sonrió.

-Sabes exactamente a qué me refiero.

La señorita Pemberthy entró por la puerta y Joanna tomó

asiento.

Mia exhaló un suspiro de alivio. Sinceramente no quería que

Joanna dijera nada más.


64
-Hoy vamos a hacer algo distinto a lo habitual, jovencitas –

informó la señorita Pemberthy-. Creo que ya va siendo hora de que

estudiemos algo de la historia de nuestro propio pueblo, de

Shadyside. –Se frotó las manos-. Vaya, qué frío hace. Parece que

el viento atraviesa las paredes. Clara, tú que estás cerca de la

chimenea. ¿Te importaría añadir otro leño?

Clara se levantó en silencio. Lanzó dos leños al fuego y los

colocó bien con ayuda del atizador. La señorita Pemberthy acercó

una silla a la chimenea. Indicó a las muchachas que se sentaran

formando un semicírculo delante de ella.

>>Bien, así estamos mejor –dijo la directora-. Supongo que

creen que este pueblecito no tiene nada de interesante.

Mia movió la cabeza.

-Las cosas más sencillas pueden resultar interesantes –declaró

la señorita Pemberthy-. Esta granja fue uno de los primeros

edificios que se construyó aquí. ¿Os imagináis cuánto hace de eso?

-Alguien grabó 1728 en una de las piedras que sostiene el

porche delantero –intervino una de las muchachas.

“Hace más de cien años –pensó Mia sorprendida-. Parece una

eternidad".

La señorita Pemberthy bajó la cabeza.

-Sí. Un hombre llamado Jacob Reade se trasladó aquí desde

Salem, Massachusetts, ese mismo año. Construyó esta casa para su

mujer y su hijo pequeño.

-¿Señorita Pemberthy? –llamó Anabel.

-¿Sí, Anabel?

65
-¿No fue en Salem donde se produjo la caza de brujas? –

preguntó la muchacha.

-Sí, ahí fue –les informó la señorita Pemberthy-. Pero eso fue

hace muchísimos años y esa gente se dejó llevar por la superchería

en vez de actuar con sentido común. Ahora estamos en el siglo XIX.

Sabemos más acerca de todo eso.

Mia miró a Joanna de reojo y ésta le guiñó un ojo.

La señorita Pemberthy se colocó bien los faldones antes de

proseguir.

>>Sin embargo, hubo algunas personas del pueblo que dijeron

que la esposa de Jacob practicaba la magia negra. Aquello era una

tontería, por supuesto, fruto de la ignorancia de la gente porque

los Reade procedían de Salem.

-¿Pero cómo lo sabe? –preguntó Alicia.

-¿Saber el qué, jovencita?

-¿Cómo sabe que la esposa de Jacob no practicaba la magia

negra? –insistió Alicia.

La señorita Pemberthy dedicó una cariñosa sonrisa a su alumna

preferida.

-Porque la magia negra no existe –repuso-. Bueno, dediquémonos

al pueblo, a Shadyside, que fue fundado en...

Los pensamientos de Mia la transportaron lejos del aula. Vaya,

así pues los habitantes del lugar habían acusado a la esposa de

Jacob Reade de practicar la magia negra. Y había vivido en esa

misma casa.

Donde Joanna había encontrado el libro de conjuros.

66
Mia se quedó helada aunque aquella sensación no tenía nada que

ver con la tormenta de nieve que se había desencadenado en el

exterior. Levantó la mano.

La señorita Pemberthy la miró.

-¿Sí, señorita Saxton?

-¿Qué decía la gente que la señora Reade hacía... –Mia se

quedó callada un momento y luego siguió hablando apresuradamente-.

¿Decían que con su poder hacía cosas buenas o malas?

-Señorita Saxton, ya hemos pasado a otra tema –la reprendió

levemente la señorita Pemberthy-. Pero parece que usted se ha

quedado atrás.

Mia bajó la cabeza para disimular lo ruborizada que estaba.

-Lo siento, señorita.

-Bueno, de acuerdo. –La directora reposó las manos sobre sus

rodillas-. Para responder a su pregunta –prosiguió-, diré que Emma

Reade no tenía poderes, ni buenos ni malos. Esos poderes no

existen, ¿entendido?

-Sí, señorita –contestó Mia. Se preguntaba si la señorita

Pemberthy se habría mostrado tan segura si hubiera sentido el

poder una sola vez.

La directora siguió con la lección. Mia lanzó otra mirada a

Joanna y ésta movió la cabeza ligeramente. Por su expresión, Mia

dedujo que quería que permaneciera callada, que no hiciera más

preguntas.

Mia sabía que tenía razón. Pero nada iba a evitar que se

planteara esas preguntas en su interior.

67
El poder existía. Era real. Mia lo había tocado, lo había

sentido. Incluso lo había utilizado.

¿Lo había empleado también Emma Reade?

¿Había escrito sus conjuros en ese libro y lo había dejado

para que alguien lo pudiera utilizar?

¿Y si así era... por qué?

Mia alzó la vista y vio que Alicia observaba a Joanna. Los

ojos de la joven rubia estaban llenos de sospecha.

Entonces Alicia dirigió su mirada a Mia. “Lo sabe –pensó Mia-.

¡Lo sabe!”

68
CAPÍTULO ONCE

“Va a decir algo –pensó Mia-. En cualquier momento, y se sabrá

todo. Va a contar a todo el mundo que practicamos la magia negra".

Mia estaba asustada. De todas las personas que podían desvelar

su secreto, Alicia era a quien más temía.

Alicia siguió mirando a Joanna. Entonces abrió la boca

completamente... y profirió un grito.

Mia notó que se le encogía el corazón. ¿Qué estaba haciendo

Alicia?

-¡Una araña! –gritó Alicia, señalando en dirección a la falda

de Joanna.

Mia se sintió aliviada. Una araña. ¡Se había puesto a gritar

por una pequeña araña!

La señorita Pemberthy se puso en pie de un salto.

-¡Alicia Bainbridge, vaya susto me ha dado!

Joanna alargó la mano y se sacudió a la araña de encima.

-No es más que una pequeña araña, Alicia. No puede hacernos

ningún daño.

-¡Odio las arañas! –exclamó Alicia-. ¡Las odio, las odio, las

odio! -Agarró un libro y chafó con él al animal-. ¡Agh! Qué bicho

más asqueroso –dijo jadeando.

Clara se inclinó hacia Mia.

-Supongo que en casa de los ricos no entran arañas –susurró.

Mia intentó contener la risa. No quería que la señorita

Pemberthy la regañara.

69
La señorita Pemberthy empezó a hablar de nuevo. Mia se esforzó

por ahuyentar sus pensamientos y concentrarse en la asignatura.

Pero le resultaba prácticamente imposible. No dejaba de

preocuparse sobre qué ocurriría si Alicia descubría lo que se

llevaban entre manos.

Tenía que hablar con las demás. Debía advertirles que tuvieran

especial cuidado cuando se encontraran cerca de Alicia.

-Bueno, jovencitas –dijo al final la directora-. Hemos

terminado. Y no lleguen tarde a la clase de dibujo.

“¡Menos mal!”, pensó Mia. ¡Tenía que hablar con las demás

antes de que Joanna dijera otra palabra a Alicia!

Pero Joanna y las demás estaban más cerca de la puerta y

salieron antes de que Mia pudiera reunirse con ellas. Mia se

apresuró detrás de ellas.

Por el rabillo del ojo vio a Clara acercándose a ella. “¡Oh,

no!”, pensó. En aquel momento no le convenía pararse a hablar con

Clara.

Mia recogió sus enseres y salió corriendo del aula. Fingió no

haber visto a Clara porque tenía que alcanzar a sus amigas.

-¡Joanna! –llamó Mia-. ¡Espera!

Joanna se volvió y Anabel, Phoebe e Irene hicieron otro tanto.

Mia se acercó a ellas rápidamente. Antes de hablar echó un vistazo

por encima del hombro para cerciorarse de que nadie las observaba.

>>Creo que Alicia sospecha que alguien le ha lanzado un

conjuro –susurró.

-¿Qué te hace pensar eso? –inquirió Joanna.

70
-No importa lo que haya dicho a las demás, sabe perfectamente

que ella no quería bailar de ese modo –les dijo Mia-. Entonces le

dijiste que podía volver a ocurrir y, al cabo de unos minutos, la

señorita Pemberthy contó la historia de que Emma Reade practicaba

la magia negra...

-Sshh –siseó Joanna-. Será mejor que no hablemos aquí de esto.

Nos reuniremos en mi dormitorio esta noche, todas nosotras.

El reloj del vestíbulo había tocado la medianoche cuando Mia

llegó al dormitorio de Joanna. Irene, Phoebe y Anabel ya estaban

allí.

-¿Por qué has tardado tanto? –inquirió Joanna.

-Clara no se ha dormido hasta hace poco –explicó Mia-.

Recordad que soy la única que comparte habitación con alguien que

no forma parte del grupo. Si Clara pudiera...

-No –espetó Anabel-. Ella no. Es demasiado, eh...

-Rara –acabó de decir Irene.

-No, es buena persona –protestó Mia-. Si hicierais un esfuerzo

por hablar con ella...

-Tenemos temas más importantes que hablar –intervino Joanna-.

Como por ejemplo lo que vamos a hacer con Alicia.

-Lancémosle otro conjuro –sugirió Anabel con entusiasmo.

-¡Sí, sí! –convino Phoebe-. Hagámosle hacer algo tan ridículo

que tenga que marcharse del internado.

Mia no quería poner en práctica más conjuros. Pero tenían que

encontrar la manera de asegurarse de que Alicia no descubría su

secreto.
71
Joanna movió la cabeza.

-Si vuelve a ocurrir algo parecido, es probable que la

señorita Pemberthy empiece a hacer preguntas. Ya sabéis que Alicia

es su preferida.

Las demás muchachas asintieron. Mia también.

>>Así pues, lo mejor –prosiguió Joanna- es ser muy discretas y

cautelosas. Alicia carece de pruebas. Al fin y al cabo, no es muy

probable que piense que poseemos el poder de lanzar conjuros. Eso

no se lo creería ni la señorita Pemberthy.

-De todos modos, hay que reconocer que verla bailar ha sido

muy divertido –afirmó Anabel con una sonrisa.

Ahora que todo había terminado, Mia debía reconocer que había

sido muy, pero que muy divertido. Alicia no había sufrido ningún

daño, sólo había hecho el ridículo. Además, se había comportado de

forma tan mezquina que era difícil apiadarse de ella.

-Probemos otro conjuro –sugirió Joanna.

-¿Aquí? –preguntó Phoebe.

-Mientras seamos discretas nadie se dará cuenta –afirmó

Joanna-. Recordad que a Alicia le lanzamos el conjuro sin utilizar

el libro ni el símbolo. Creo que es importante que volvamos a

intentarlo para ver si podemos hacerlo cuando queramos.

Joanna extrajo el libro de su escondite situado en uno de los

cajones de su cómoda.

>>He encontrado uno de los conjuros más sencillos. Podemos

memorizarlo en unos minutos.

Dejó el libro sobre la cama y les hizo una seña para que se

reunieran a su alrededor. Era un conjuro fácil. Mia lo memorizó


72
con sólo leerlo un par de veces. Entonces alargó la mano y tocó la

frágil página.

-Es muy viejo –afirmó-. Me pregunto si será el libro de

conjuros de Emma Reade.

-No importa –le dijo Joanna-. Nosotras lo encontramos, ahora

nos pertenece.

Mia asintió. Sin embargo, en un pequeño resquicio de su mente

se preguntaba si eran ellas quienes lo habían encontrado... o el

libro a ellas.

>>¿Preparadas? –preguntó Joanna. Dejó el libro abierto sobre

la cama. Acto seguido apagó la lámpara de un soplido y la

habitación quedó iluminada por una única vela.

Dejó el candelero en el suelo. Las muchachas se sentaron a su

alrededor y empezaron su cántico con un susurro.

Mia sintió un hormigueo en la palma de la mano. El símbolo

comenzaba a formarse en su piel. Su presencia se hacía más

evidente con cada palabra del cántico.

Le estaba ocurriendo algo extraño.

El cántico resonaba en sus oídos como si cien personas

estuvieran susurrándolo con ella. Oía los latidos de su corazón.

Incluso era capaz de sentir los latidos de sus amigas.

El poder corría por sus venas. Con fuerza, con una fuerza

indescriptible.

Algo hizo que centrara su atención en la cama, hacia el libro

de conjuros. Se levantó una página y giró. Otra página se movió y

también giró.

73
Mia notó un cambio en el ambiente. El cosquilleo de su mano

era tan fuerte que casi le causaba dolor.

Giró otra página y otra más. Las páginas empezaron a pasar

solas, como movidas por una brisa.

“Pero no hay ninguna brisa”, pensó Mia.

Mia bajó la mirada hacia la llama de la vela. Estaba inmóvil.

La llama amarilla ardía de forma regular, sin parpadeos. Acto

seguido, la llama oscureció y adoptó un intenso color naranja.

Mia sintió una repentina somnolencia.

Entonces la llama oscureció todavía más y pasó a ser de color

marrón brillante.

Mia notó que tenía la lengua pastosa mientras seguía

canturreando. Le costaba un gran esfuerzo articular las palabras.

Y la llama seguía cambiando. Oscurecía cada vez más hasta parecer

negra.

74
CAPÍTULO DOCE

Mia observó que la llama negra parpadeaba y bailaba. Emitía

una luz violeta y fantasmagórica en el dormitorio.

Observó a las otras chicas. Aquella luz extraña transformaba

sus rostros. “Parecen demonios –pensó-. Yo también debo de parecer

un demonio”.

Mia se preguntó si una llama negra significaba que el conjuro

era negro.

Notó que la piel de los brazos se le ponía de piel de gallina.

¿Debían detener el conjuro?

Pom. Pom.

Mia dejó de canturrear.

-Alguien ha llamado a la puerta –susurró Anabel.

-Ssshhh. ¡No abras todavía! –ordenó Joanna. Se puso en pie de

un salto-. ¡Mia, date prisa y apaga la vela!

Mia intentó levantar la mano pero los músculos no la

obedecían. Era como si la llama negra la hubiera hechizado.

Sentía una enorme pesadez en el cuerpo y estaba muy cansada.

Phoebe apagó la vela. Joanna agarró rápidamente el libro y lo

escondió bajo la cama.

De repente Mia se sintió muy despierta y alerta. ¿Qué iban a

hacer? ¿Qué explicación podían dar para estar levantadas a esas

horas?

¡Pom, pom, pom!

-¡Joanna Kershaw, haga el favor de abrir la puerta

inmediatamente! –exclamó la señorita Pemberthy.


75
-¡Oh, no! –musitó Irene.

Joanna exhaló un suspiro.

-Nos ha descubierto. Phoebe, da lo mismo, puedes encender la

lámpara.

Mia oyó el sonido de una cerilla al encenderse y acto seguido

se hizo la luz en el dormitorio. Irene estaba pálida y parecía

asustada.

-¡Joanna! –La señorita Pemberthy seguía llamando a la puerta

con insistencia-. ¡No me haga esperar!

-Ya voy –respondió Joanna al tiempo que abría la puerta.

La señorita Pemberthy entró en la habitación dando grandes

zancadas. Tenía los labios apretados y un brillo de ira en los

ojos.

Alicia entró detrás de ella en el dormitorio.

-¡Ya le dije que aquí se tramaba algo raro! –exclamó.

La señorita Pemberthy arqueó las cejas.

-No veo nada raro, sólo a cinco jovencitas desobedientes.

-Pero las he oído canturrear –insistió Alicia-. ¡Ni siquiera

era inglés!

-Claro. –La directora se cruzó de brazos y observó a Mia y a

las otras-. ¿A alguna de ustedes le importaría darme una

explicación?

A Mia se le puso la mente en blanco y enmudeció.

Joanna, sin embargo, respondió rápidamente.

-No estábamos canturreando, señorita Pemberthy –explicó-.

Estábamos ensayando la canción que nos enseñó madame Guillaume...

eh..".Frère Jacques”.
76
Mia se quedó boquiabierta. Qué mentira tan apropiada. ¡Y

Joanna incluso se las había apañado para adoptar una expresión de

total inocencia mientras la decía!

-¡Es mentira! –exclamó Alicia-. ¡Señorita Pemberthy, es

mentira! Estaban canturreando. Creo que practican...

-Alicia. –La señorita Pemberthy habló en tono cortante-. Ya he

tenido bastante por hoy. Es tarde. Váyase a la cama ahora mismo.

Alicia lanzó una mirada llena de odio a Joanna.

-Sí, señorita Pemberthy.

Alicia se marchó airada del dormitorio. La señorita Pemberthy

miró fija y severamente a Mia y sus amigas.

-Señoritas, ya saben a qué hora deben estar en cama. ¿Existe

alguna razón por la que considerasen que debían incumplir esas

normas?

Todas negaron con la cabeza. La señorita Pemberthy las miró

una por una. Mia era incapaz de mirarla a los ojos. Odiaba mentir

aunque no le quedara otra opción.

>>Estoy esperando una respuesta –espetó.

Mia bajó la cabeza.

-Hemos actuado mal, señorita. Lo sabemos.

-¡Vaya! –La señorita Pemberthy exhaló un suspiro-. Por lo

menos lo reconocen. Pero eso no evitará que mañana tengan que

volver a lavar los platos.

-Sí, señorita –dijeron a coro.

La señorita Pemberthy se volvió súbitamente y se fue.

-¡Uf! –soltó Phoebe-. No me importa lavar los platos un día

más mientras no se lo diga a mis padres.


77
-Creo que Alicia ha estado a punto de decirle a la señorita

Pemberthy que estábamos practicando la magia negra –reconoció Mia.

-No te preocupes –la tranquilizó Joanna-. No son más que

suposiciones. Ella...

Mia oyó unos pasos rápidos por el corredor. Acto seguido,

Alicia irrumpió en la habitación.

-Estáis tramando algo muy extraño –las acusó Alicia-. Y voy a

descubrir de qué se trata. Cuando lo haya hecho ninguna de

vosotras seguirá internada en esta escuela.

-No deberías proferir amenazas sin saber a qué te enfrentas –

le dijo Joanna.

“Ojalá Joanna no hubiera dicho eso –pensó Mia-. Alicia ya está

suficientemente intrigada”.

-¡No te tengo miedo, Joanna Kershaw! –replicó Alicia.

Joanna se inclinó hacia adelante y acercó su rostro al de

Alicia.

-Pues a lo mejor deberías tenerlo –dijo con voz queda.

-Déjalo ya –susurró Mia. Se colocó entre las dos muchachas-.

Joanna, déjalo ya.

Alicia se dio media vuelta y se dispuso a marcharse muy

ofendida. Se detuvo en el umbral y les lanzó una mirada por encima

del hombro.

-Recordad –dijo-. Voy a descubrir lo que estáis tramando. Y

cuando lo haya descubierto ¡estaréis acabadas!

Se marchó dando un portazo. Mia exhaló un suspiro de alivio al

ver que la cosa no había ido a más.

78
Entonces vio la vela. La llama negra había vuelto a avivarse.

Parpadeaba y emitía una extraña luz púrpura.

-¿Quién ha encendido la vela? –preguntó.

Pero ya sabía la respuesta. Ninguna de ellas la había

encendido.

-Se ha encendido sola –musitó Irene.

Mia empezó a sentir un cosquilleo en la mano. Era cada vez más

intenso y agudo. Con un débil quejido de alarma, Mia se llevó la

mano a la cara.

Tenía fuego en la palma.

79
CAPÍTULO TRECE

Mia no se atrevía a moverse, no se atrevía a hacer nada que

pudiera propagar el fuego.

Entonces se percató de que no sentía dolor.

-Coge la sábana y envuélvete la mano con ella –ordenó Joanna.

-Espera –dijo Mia-. No me quema.

Phoebe abrió unos ojos como platos mientras contemplaba la

mano de Mia. Irene dejó escapar un débil quejido.

“¿Cómo era posible?”, pensó Mia. El fuego quemaba, pero este

fuego, este fuego negro no le quemaba la piel.

Dio la vuelta a la palma para dirigirla hacia el suelo. La

llama negra no se extendía hacia arriba como una llama normal. No.

Ardía hacia abajo, como si el suelo se hubiera convertido en el

techo.

Mia volvió a sentir somnolencia. Se notaba los brazos y las

piernas pesados. No resultaba una sensación desagradable sino

desconocida.

Anabel agarró a Mia por el hombro.

-¿Estás segura de que no te duele? –preguntó. Habló en un tono

de voz más elevado de lo normal.

-Estoy bien –asintió Mia.

Lentamente, Mia colocó la palma en posición vertical,

atrayendo con ella la llama negra.

-¡Mia, apágala! –gritó Irene.

-No te preocupes –la tranquilizó Mia-. Sólo siento un

cosquilleo.
80
-Pero no sabemos qué efectos tendrá en ti –dijo Irene.

-Eres una gansa –espetó Joanna.

-¿Qué es? –preguntó Phoebe-. Es igual que la llama que

apareció cuando estábamos canturreando.

Anabel se acercó rápidamente al tocador. Alargó la mano con

cuidado en dirección a la vela de llama negra.

-¡No la toques! –suplicó Irene.

Anabel empezó a retirar el brazo pero la llama negra saltó a

su mano.

Profirió un grito y acto seguido sonrió encantada.

-Es verdad que no quema –explicó a las demás.

-¿Estás segura? –preguntó Irene recelosa.

-Claro que estoy segura –repuso Anabel-. ¿Te crees que me iba

a quedar aquí parada si me estuviera quemando?

Al cabo de un momento, Phoebe extendió la mano.

-Dejame probar –dijo.

Anabel se acercó a ella. La llama pasó inmediatamente a la

mano de Phoebe y ésta se rió.

-Hace cosquillas.

Joanna extendió la mano delante de Mia y ella pasó la llama a

la palma de la otra muchacha.

-Qué bonita –musitó Joanna, acercándosela a la cara-.

Pruébalo, Irene.

Irene empezó a retroceder pero Joanna fue más rápida que ella.

Pasó la llama a la mano de Irene.

>>Me pregunto qué se supone que debe de hacer esto –declaró

Joanna.
81
-No lo sé. Yo... –La voz de Mia se apagó cuando se percató del

cambio que había experimentado el rostro de Joanna. Tenía un

brillo rojo en las pupilas como si una hoguera estuviera ardiendo

entre sus ojos.

Echó una mirada a las otras chicas. También tenían los ojos

rojos.

A Mia se le cortó la respiración. De repente las llamas

dejaron de parecerle hermosas.

-¿Qué ocurre, Mia? –preguntó Joanna con voz somnolienta, como

si estuviera muy lejos.

-Creo que es mejor que lo dejemos –dijo Mia.

Al instante se apagaron todas las llamas.

-¿Por qué has hecho eso? –preguntó Joanna enfadada. Ya no

tenía ese brillo rojo en la mirada.

Mia dio un repaso rápido a las otras chicas. Sus ojos también

habían recuperado la normalidad. “Menos mal que no nos ha pasado

nada”, se dijo.

>>Mia, ¿por qué has hecho que se apagaran las llamas? –repitió

Joanna.

-Yo no he hecho nada –protestó Mia-. Sólo he dicho que

deberíamos dejarlo. La señorita Pemberthy va a volver...

-Y nos vamos a meter en un buen lío –Irene acabó la frase por

ella.

Joanna asintió.

-Será mejor que regreséis a vuestras habitaciones. Pero mañana

por la noche nos reuniremos en el establo. Alicia no va a

detenernos. Si es necesario, la detendremos nosotras a ella.


82
Mia observó fijamente a Joanna y se preguntó si hablaba

verdaderamente en serio. ¿Qué era capaz de hacer para detener a

Alicia?

-¿Qué conjuro vamos a poner en práctica? –preguntó Phoebe

cuando se reunieron en el establo a la noche siguiente.

-Repitamos el de anoche –sugirió Anabel-. Tal vez consigamos

que las llamas de todas las velas se pongan negras.

-No me parece que... –empezó a decir Mia.

-Se me ocurre otra idea –les comunicó Joanna.

Les hizo un gesto para que se sentaran. Formaron el círculo

envueltas por el parpadeo de la luz de la chimenea. Joanna abrió

el libro y lo depositó en el suelo.

>>El conjuro de la vela estaba marcado con un asterisco –

informó, dando un golpecito a la página abierta-. Y éste también.

Tal vez sea el mismo tipo de conjuro.

-¿Vamos a utilizar el libro y el símbolo esta noche? –inquirió

Anabel.

-He estado pensando sobre el tema –reconoció Joanna-. Anoche

echamos el conjuro sin ellos, pero recordad, la llama sólo

apareció en la mano de Mia. No sé si el conjuro fue menos poderoso

porque no utilizamos el libro ni el símbolo.

-Pues entonces yo prefiero que los utilicemos –declaró Anabel.

Joanna asintió. Entonces miró en dirección a Mia y le dedicó

una sonrisa un tanto burlesca.

-Tú eres la que siempre se preocupa por el peligro, Mia.

Bueno, tú e Irene. Pero ella no cuenta porque se asusta por todo.


83
Irene profirió un débil grito de protesta y Joanna se echó a

reír.

>>¿Qué opinas, Mia? –inquirió Joanna.

Mia no osaba decir lo que de verdad pensaba pues a Joanna no

le habría gustado. Y si a Joanna no le agradaba, a las demás

tampoco.

-Haré lo mismo que todas –les dijo.

-Bien –musitó Joanna-. ¿Irene? ¿Phoebe?

-Utilicemos el libro y el símbolo –decidió Phoebe.

Irene vaciló unos instantes pero luego asintió.

-Utilicémoslos –convino.

Joanna pasó un trozo de carboncillo a Mia.

-Te toca dibujar el símbolo.

Mia cogió el carboncillo y empezó a dibujar. Movía la mano

ágilmente, sin vacilaciones.

-¿Cómo consigues recordarlo? –preguntó Anabel.

-Yo siempre tengo que consultar la cubierta del libro –añadió

Phoebe.

-Tengo buena memoria –contestó Mia.

En cierto modo no sentía que recordara el símbolo. Era como si

lo hubiera conocido toda su vida. Como si no hubiera existido una

época en la que no hubiera estado familiarizada con cada una de

las líneas, con todos los detalles.

Mia terminó el símbolo y dejó el carboncillo.

-Empecemos –indicó Joanna. Se dieron las manos y empezaron a

canturrear.

84
Mia sintió que el poder aumentaba en la estancia. En su

interior. Las llamas de las velas fueron debilitándose y empezaron

a apagarse.

Las sombras aparecieron más cercanas y voluminosas. Mia sabía

que debía tener miedo pero estaba inmersa en el cántico, en el

poder.

Sentía la cadencia del canturreo con cada latido de su

corazón. No le quedaba otra elección que seguir adelante.

Alrededor del símbolo de carboncillo empezaron a elevarse

pequeñas llamas de color azul blanquecino.

Mia observaba las llamas parpadeantes como si estuviera en

trance.

Poco después las llamas fueron oscureciendo hasta ser

totalmente negras.

Notó una fuerte ráfaga en las orejas pero no había viento.

Ninguna de las demás pareció percibirla.

“Este conjuro es poderoso. Más poderoso que el de la noche

anterior. Más poderoso y más oscuro. Es maléfico”, pensó Mia.

Mia sintió que se le contraían las costillas. Notó que los

pulmones le empezaban a arder.

Le faltaba la respiración.

Pero seguía con el cántico. Era como si sus labios se movieran

por voluntad propia.

Echó un vistazo a la palma de su mano. El símbolo se había

formado más oscuro que nunca.

Mia empezó a ver puntos rojos delante de sus ojos.

¡Tenía que detenerlo! ¡Inmediatamente!


85
Demasiado tarde.

El conjuro había concluido.

Mia inhaló una fuerte bocanada de aire. “Me estaba ahogando”,

pensó.

-¡No ha pasado nada! –exclamó Joanna-. ¡El conjuro no ha

funcionado!

Mia la miró.

-¿No lo sientes? –preguntó-. ¿Ninguna de vosotras lo siente?

-¿El qué? –susurró Irene.

-No sé qué ha ocurrido exactamente –repuso Mia-. Pero sé que

el conjuro ha funcionado.

“Tengo que mirar al exterior –pensó Mia-. Tengo que averiguar

qué hemos hecho".

Se puso en pie con dificultad. Cuando se acercó a la ventana

le temblaban las piernas. Contempló la noche.

La nieve barría el suelo transportada por el viento. Parecía

que el mundo entero estaba cubierto por una sábana de un blanco

inmaculado.

“Inmaculado a excepción de una mancha oscura en el suelo,

cerca del roble –pensó Mia-. ¿Qué será?”

Limpió la ventana con la manga y volvió a mirar hacia el

exterior. Sin embargo, no conseguía distinguir qué había fuera.

Mia salió del establo lentamente. Oyó que las demás la

seguían.

Mia se dirigió hacia la mancha oscura que había en la nieve. A

medida que se acercaba, la sensación de que había ocurrido algo

malo le resultaba cada vez más intensa.


86
Quería dar media vuelta y echar a correr. Quería subir a su

habitación y acostarse.

Pero no podía. Tenía que verlo. Tenía que saberlo.

Mia dio tres pasos más hacia delante y se detuvo. La mancha

negra... se estaba moviendo.

Mia se obligó a dar un paso más. Se agachó y observó la mancha

negra.

Arañas.

Formaban una alfombra viviente, se arrastraban, se retorcían,

corrían por encima las unas de las otras. Había miles de ellas.

Mia retrocedió y chocó contra Joanna.

-¿Qué hemos hecho? –susurró Mia.

-No son más que algunas arañas –respondió Joanna-. Nos temen

ellas más a nosotras que nosotras a...

Irene se desplomó en el suelo. Se sentó sobre la nieve,

tiritando.

>>¿Qué te ocurre? –preguntó Joanna.

-Hay alguien... hay alguien –farfulló Irene. Señaló hacia las

arañas.

Un brazo. Por entre el enjambre de arañas asomaba un brazo.

A Mia se le hizo un nudo en la garganta.

>>Hay alguien ahí debajo –consiguió decir Irene.

87
CAPÍTULO CATORCE

Mia se inclinó y agarró un puñado de nieve que lanzó hacia las

arañas.

Se alejaron en dirección al bosque formando una estela negra.

-¡Nooo! –gimoteó Mia.

Alicia la miraba desde el suelo. La miraba con los ojos en

blanco, con la mirada perdida.

Sus labios azules se habían quedado abiertos profiriendo un

grito silencioso.

Mia cerró los ojos con fuerza. “Por favor que no esté muerta”,

suplicó.

Volvió a abrir los ojos. Se acercó más a Alicia y se arrodilló

junto a ella. Le tocó el brazo con delicadeza pero Alicia no se

movió.

Mia le sacudió el brazo.

-Levántate –ordenó-. Alicia, levántate.

-Está muerta –afirmó Joanna-. Mírala, Mia. Está muerta, no

puedes hacer nada por ella.

Mia contempló el rostro de Alicia. Entonces alargó la mano y

le cerró los párpados.

-Vamos –dijo Phoebe-. Tenemos que avisar a la señorita

Pemberthy.

Mia no quería dejar a Alicia. Sabía que estaba muerta pero no

quería dejarla sola en la nieve.

>>Voy a buscarla –dijo Phoebe.

88
Mia empezó a incorporarse y entonces vio algo moviéndose en la

cavidad negra que formaba la boca de Alicia. Algo que se movía y

serpenteaba.

Profirió un débil grito de terror cuando dos patas largas y

peludas surgieron de la boca abierta de Alicia. Iban tanteando el

terreno.

Una araña. La araña más grande que Mia había visto en su vida

estaba emergiendo de la boca de Alicia.

89
CAPÍTULO QUINCE

Anabel gritó al ver a la enorme araña saliendo de la boca de

Alicia. El arácnido recorrió rápidamente la mejilla y luego se

desplazó a toda prisa sobre la nieve hasta llegar al bosque.

"Alicia ha muerto por nuestra culpa -pensó Mia-. Porque

tuvimos que usar el poder".

Mia sintió que las lágrimas le escocían en los ojos y se las

secó con la palma de la mano.

Mia escuchó un grito. Apartó la vista de Alicia y vio a la

señorita Pemberthy corriendo hacia ella. La directora ni siquiera

se había puesto la bata.

Irene se incorporó y se lanzó a los brazos de la señorita

Pemberthy.

-Está muerta, está muerta –dijo entre sollozos.

-¿Alguna de ustedes ha visto lo que ha pasado? –preguntó la

directora.

-No, señorita –respondió Joanna-. Oímos un ruido y la

encontramos así.

-Regresen a sus habitaciones –ordenó la señorita Pemberthy con

suavidad-, yo me ocuparé de esto.

Mia vio como las otras chicas volvían al edificio, pero ella

no tenía intención de moverse.

-Levántese, Mia –le pidió amablemente la señorita Pemberthy.

Mia estaba paralizada. No podía apartar la mirada de Alicia.

La directora se apresuró a llevársela lejos de tan terrible

escena.

90
-¡Oh, Alicia! –exclamó la señorita Pemberthy- ¿Ha visto lo que

ha ocurrido, Mia? ¿Sabe qué le ha pasado a Alicia?

"La hemos matado –pensó Mia-. La matamos con el conjuro".

-No, la encontramos así –respondió Mia-. Sus palabras sonaban

monótonas y huecas.

La señorita Pemberthy la tomó por los brazos y la zarandeó

suavemente.

-Mia, tiene que volver a la casa. Dígale a la señorita Connors

que le pida a Timothy que vaya a buscar al médico. –La señorita

Permberthy la volvió a sacudir-. ¿Me está oyendo?

-Sí, señorita –asintió Mia.

La señorita Pemberthy la empujó con delicadeza hacia la casa.

Mia comenzó a moverse, primero lentamente y luego corriendo.

Mia dio el recado a la señorita Connors. Todas las internas

estaban despiertas, aunque les habían ordenado que permaneciesen

en sus habitaciones.

Mia estaba segura de que las demás se percatarían de que ella

era culpable. Pero nadie parecía darse cuenta. La señorita Connors

le pidió que se retirara a su dormitorio.

Mia corrió escaleras arriba, feliz de sentirse libre. Cruzó el

vestíbulo tan rápido como pudo y cerró la puerta con fuerza.

-¿Qué pasa? –preguntó Clara-. Hemos oído gritos. ¿Ha sucedido

algo?

"Sí –pensó Mia-, claro que ha sucedido algo. Alicia está

muerta. La hemos matado nosotras”.

91
-Alicia... hemos encontrado a Alicia fuera, debajo del viejo

roble... –Mia tuvo que tomar aire para seguir hablando-. Está

muerta.

-¡Muerta! –exclamó Clara-. ¡Oh, no!

Mia asintió. Luego se acurrucó en su cama y entrecruzó los

brazos.

-Nunca más –susurró-, nunca, nunca, nunca.

Clara se sentó junto a ella.

-No pasa nada, Mia –murmuró mientras le acariciaba el hombro.

Mia no soportaba que la consolasen y mucho menos después de lo

que habían hecho.

-Sí que pasa –gritó-. Ya nada volverá a ser igual.

Se incorporó de la cama y abandonó el dormitorio. Clara la

llamó, pero Mia siguió corriendo. Quería estar sola, aunque sólo

fuera durante unos minutos.

La puerta del desván estaba abierta y Mia entró. Subió las

escaleras y se tumbó en el suelo. Las lágrimas formaban manchas

oscuras en el polvo.

Mia intentó olvidar el rostro sin vida de Alicia y la araña

que le salía por la boca. Pero no podía, y quizá nunca pudiera.

-Mia –susurró alguien.

-Vete –respondió.

Alguien se acercaba. Se volvió y vio a Joanna y a las otras.

Anabel e Irene lloraban. Phoebe parecía estar tranquila pero tenía

una expresión de terror en los ojos.

Joanna suspiró largo y tendido.

-Tenemos que hablar y pensar qué haremos –declaró.


92
Mia se secó las lágrimas de las mejillas. Anabel encontró una

manta entre las cajas del desván y la extendió sobre el suelo. Las

muchachas, cogidas de las manos, se sentaron junto a Mia.

-¿Qué le has dicho a la señorita Pemberthy, Mia? -preguntó

Joanna tras un momento de silencio.

-Que habíamos encontrado a Alicia muerta –respondió Mia.

-Bien –dijo Joanna-. Nosotras también le hemos dicho lo mismo.

Todas están tan apesadumbradas por la muerte de Alicia que no les

preocupa que hubiésemos vuelto a salir sin permiso.

-Díselo –rogó Anabel.

Joanna asintió.

-Mia, hemos jurado que no contaríamos lo que ha sucedido en

realidad. Queremos que hagas lo mismo –explicó.

-¿Cómo iba a decírselo a alguien? –preguntó Mia-. ¿Me creería

la señorita Pemberhty si le dijese que lanzamos un conjuro para

que cientos de arañas atacasen a Alicia?

-Queremos que lo prometas –insistió Anabel-. Queremos

asegurarnos de que no dirás nada.

-De acuerdo. Lo prometo –dijo Mia mirándolas.

-Júralo –ordenó Joanna.

Joanna sacó el libro de conjuros de debajo de la bata. Mia

tragó saliva. No quería volver a tocarlo.

-¡Júralo! –dijo Joanna con brusquedad.

Mia puso la mano encima del libro de conjuros. Sintió que,

bajo la palma de su mano, la cubierta despedía calor. “Es como si

estuviese vivo”, pensó.

Mia cerró los ojos.


93
-Juro –susurró-, que no contaré lo que le ha sucedido a

Alicia...

-O el poder te castigará –terminó Joanna.

-O el poder me castigará –repitió Mia.

Joanna cogió el libro y se lo guardo en la bata.

-Nadie sabrá nunca la verdad. Estamos a salvo –dijo Irene.

-Tienen muchos otros asuntos que resolver –añadió Phoebe.

Mia no se lo podía creer.

-Aunque no nos cojan nunca, sabemos la verdad –gritó-. ¡Alicia

ha muerto por culpa de nuestro conjuro!

-Esa no era nuestra intención –protestó Phoebe.

-Alicia era una fisgona –señaló Anabel-. Si se hubiera ocupado

de sus cosas, no le habría pasado nada.

-A lo mejor sí –dijo Mia-. Puede que el conjuro la eligiese

porque la odiábamos.

-No ha sido por nuestra culpa –se quejó Irene.

Mia apretó los puños.

-Ha sido por nuestra culpa. Jugamos con el poder y mató a

Alicia.

-De todas maneras, ya no importa –apuntó Joanna, moviendo la

cabeza-. A nadie le gustaba Alicia. Era avara y cruel. Se lo tenía

bien merecido.

El estómago de Mia dio un vuelco mientras las observaba. ¡Ni

siquiera sentían remordimientos!

Amaban el poder. Creían que les otorgaba el derecho de hacer

lo que quisieran a cualquier persona. Seguirían echando conjuros

hasta que alguien resultara herido o muerto.


94
Mia sabía lo que tenía que hacer.

-Lo dejo –les explicó-. No voy a lanzar más conjuros.

-¿Cómo? –exclamó Joanna.

Mia se cruzó de brazos.

-He jurado que no diré a nadie que somos responsables de lo

que le ha ocurrido a Alicia. Pero no quiero saber nada más del

poder –declaró.

-Pero te necesitamos –protestó Phoebe.

Mia negó con la cabeza.

-Al principio, al igual que vosotras, sentía curiosidad.

Quería saber qué podría hacer el poder. Ahora ya lo sabemos. Es

peligroso. No pienso lanzar más conjuros. Nunca más.

-Mia, por favor –rogó Anabel-. El libro de conjuros dice que

hacen falta cinco chicas para completar el círculo.

-Piensa en lo que podemos hacer cuando aprendamos más –añadió

Joanna-. Cuando sepamos cómo emplear el poder correctamente...

-¿Os dais cuenta de lo que estáis diciendo? –gritó Mia-. ¿No

habéis visto lo que le ha ocurrido a Alicia? Estáis locas si

creéis que podréis controlarlo.

El rostro de Joanna se volvió frío. Se incorporó. Las otras la

observaron.

Phoebe se levantó y se colocó junto a Joanna. Luego Anabel se

unió a ellas.

Irene miró a Mia y después a Joanna.

“Irene no irá con ellas –pensó Mia-. Sabe que los conjuros son

muy peligrosos. Los ha temido desde el principio”.

Irene se incorporó y se acercó a Phoebe.


95
Todas observaron a Mia.

-No quieres ser nuestra amiga –dijo Joanna.

-No puedo lanzar otro conjuro –respondió Mia-. No quiero

arriesgarme a matar a alguien de nuevo.

-Te arrepentirás –prometió Joanna.

96
CAPÍTULO DIECISÉIS

Mia caminaba por el bosque que se encontraba en la parte

posterior del internado. El cielo estaba estrellado. Los árboles

parecían pilares oscuros que surgían de la nieve.

Mia escuchó el lejano sonido de una canción. No, no era una

canción sino un cántico.

"Alicia no lleva muerta ni siquiera un día y ya han comenzado

otro hechizo. ¿Qué consecuencias tendrá esta vez?"

Sintió que la atravesaba un miedo helado. "No me conviene

estar fuera sola mientras canturrean", pensó al tiempo que las

voces cobraban fuerza.

-Mia, Mia, Mia -decían.

"Canturrean mi nombre", se dijo.

"Joanna me dijo que me arrepentiría. ¿Lanzarán un conjuro

contra mí?"

"¿Para matarme?"

Mia se volvió y regresó corriendo al internado. La nieve

crujía bajo sus pies.

Las voces cobraban más y más fuerza. Le quedaba poco tiempo.

Intentó correr más deprisa, pero sentía que los pies le

pesaban mucho.

"Es el conjuro -pensó-. El conjuro me retiene".

Le ardían los pulmones mientras trataba de avanzar. Mia sentía

que el peligro se aproximaba. Y si no corría lo suficiente, le

atraparía.

97
Volvió la cabeza y vio una mancha oscura que se movía en el

bosque. Oscura y retorcida, como una alfombra viviente que se

dirigía hacia ella sobre la nieve.

Arañas.

No les había bastado con Alicia. Tenían hambre y estaban

dispuestas a acabar con Mia.

"Grita", se ordenó a sí misma Mia. "Pide ayuda".

Abrió la boca para chillar, pero no pudo articular sonido

alguno.

Cada vez caminaba más lentamente.

Se volvió y observó que las arañas estaban más cerca. El ritmo

del cántico parecía llenar el bosque, todo el mundo.

-Mia, Mia, Mia -canturreaban.

Mia intentó avanzar. Tenía que llegar al internado.

Pero el canturreo la envolvió y su cuerpo no obedecía sus

órdenes. Se quedó paralizada, como los árboles que la rodeaban.

Las arañas estaban tan cerca que escuchaba el roce de las

patas sobre la nieve. No pasaría mucho antes de que la atraparan.

Y, entonces, estaría muerta. Muerta como Alicia.

Vio como se acercaban.

Alguien comenzó a reír. Era una risa cargada de malicia.

Joanna.

-Te lo dije -gritó Joanna-. ¡Te dije que te arrepentirías!

Una araña llegó a los pies de Mia y empezó a subírsele por los

faldones del vestido.

Se movía rápidamente. Correteó por los botones de la blusa.

Luego por el cuello, la barbilla y la boca.


98
-¡Nooooooooooo! -chilló.

Mia se incorporó mientras gritaba. Estaba en la cama, en su

habitación.

Clara dormía en la cama de al lado. Mia escuchó que respiraba

tranquila y profundamente.

Mia cerró los ojos con un suspiro. ¡Era un sueño, sólo un

sueño!

-Sólo un sueño -susurró.

Por el rabillo del ojo, vio que algo se movía sobre su cama.

Observó el edredón que le cubría las piernas.

Respiró con fuerza. Parecía que el corazón se le había parado.

Luego dio un golpe seco y comenzó a latir con energía.

Una araña. Una araña tan grande como su puño.

Había venido a por ella.

99
CAPÍTULO DIECISIETE

Mia chilló.

Con un grito de sobresalto, Clara saltó de la cama.

-Mia, ¿qué te pasa? -preguntó.

-¡Quítamela! -chilló Mia-. ¡La araña! ¡Quítamela!

Clara se quedó boquiabierta cuando vio el tamaño de la araña.

Luego se inclinó para observarla mejor.

-Ten cuidado -le suplicó Mia.

-Es una sombra -le dijo Clara. Pasó la mano por encima de las

mantas de Mia-. ¿Lo ves? Es sólo una sombra.

Clara miró a su alrededor.

-La verdadera araña está en la ventana, pero es muy pequeña.

No hay nada que temer.

Mia suspiró aliviada. La brillante luz de la luna hacía que la

sombra de la minúscula araña pareciese enorme.

-Estaba soñando con arañas -murmuró-. Me perseguían por el

bsoque y... -Tomó aire e intentó controlar los temblores del

cuerpo-. Parecía tan real. Luego me desperté y vi esa sombra.

Clara asintió.

-No me sorprende que hayas tenido una pesadilla. Menos aún

cuando fuiste tú quien encontró a Alicia. -Se sentó en el borde de

la cama de Mia-. ¿Sabes cómo murió?

"Le salían arañas por la boca -pensó Mia-. Venían de dentro de

ella".

-Uh... no -respondió Mia-. Estaba muerta cuando la encontré.

-Oh. -Clara se incorporó-. Pobre Alicia.


100
Mia levantó la vista sorprendida.

-¿Lo sientes por ella, a pesar de lo que te hizo? -preguntó.

Clara se encogió de hombros.

-Alicia no me caía bien, pero eso no quiere decir que me

alegre de que haya muerto.

Mia recordó cuán insensibles habían sido Joanna y las otras y

tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a llorar. ¡Clara era

mucho más buena que todas ellas juntas!

-Gracias por ayudarme, Clara -dijo-. Eres una amiga de verdad.

-Lo sé -replicó Clara.

Clara ya se había ido cuando Mia se despertó a la mañana

siguiente. Se vistió con rapidez y corrió escaleras abajo. Siguió

el olor del jamón y el de las galletas recién hechas hasta el

comedor.

Mientras se aproximaba a la entrada, escuchó la risa de

Joanna. De repente, Mia perdió el apetito y no quería estar junto

a ellas. Especialmente junto a Joanna.

Mia se volvió. Mientras pasaba delante del salón, olió un

discreto aroma. ¡Rosas!

"¿De dónde sacarán rosas en pleno invierno? -se preguntó.

Luego asintió con la cabeza-. El señor Hazelton tiene un

invernadero detrás de su casa".

La puerta del salón estaba cerrada. Mia corrió el pestillo y

se percató de que no estaba cerrada con llave. Atraída por el

dulce aroma, entró.

-¡Oh! -exclamó.
101
El ataúd de Alicia se encontraba sobre una mesa en el centro

de la habitación. "La señorita Pemberthy debe de haber decidido

amortajar el cuerpo aquí hasta que sus padres lo reclamen", pensó

Mia.

El ataúd estaba abierto. Pero la tapa impedía que Mia viese el

cuerpo de Alicia.

Mia quiso volverse y salir corriendo de la habitación, pero se

obligó a sí misma a permanecer donde estaba.

Mia le había hecho eso a Alicia o, al menos, había colaborado.

Y sentía la necesidad de decirle algo a la joven que se encontraba

dentro de la caja de madera.

Lentamente, se acercó al ataúd.

El aroma de las rosas era cada vez más fuerte. Dulce, tan

dulce.

Mia vio a la chica muerta. Parecía tranquila, como si se

hubiese quedado dormida. Nadie hubiera imaginado que había muerto

de una manera tan horrible.

Mia permaneció cerca de la parte superior del féretro. Si

estiraba la mano, podría tocar el pelo rubio de Alicia.

Había rosas amarillas a su alrededor dentro de floreros

colocados en los extremos del ataúd.

-Lo siento -susurró Mia-. Ojalá pudiese cambiar las cosas. Si

estuviese en mi mano, regresaría a la noche de ayer y lo haría

todo de otra manera para que así no estuvieses muerta.

Mia se acercó más. Colocó una de las manos en el borde del

féretro.

Sintió un dolor agudo en la palma de la mano.


102
"Me he pinchado con una de las rosas", se dijo Mia. Intentó

sacar las espinas de la piel con suavidad.

El tallo rodeó con fuerza su mano. Las espinas se hundieron

más en la carne.

Algo rojo emergió a través de las delicadas venas de la flor.

Se extendió rápidamente y manchó los pétalos. En unos instantes,

la rosa había adquirido el color de la sangre.

La sangre de Mia.

-No -susurró-. ¿Qué eres?

Mia retrocedió. Agarró la flor y tiró con todas sus fuerzas.

Arrojó la rosa sobre la alfombra.

La rosa levantó el capullo y lo agitó de un lado para otro.

Mia se alejó y chocó contra el féretro.

Sintió que las espinas atravesaban el vestido y se le clavaban

en la espalda.

-¡Aléjate! -gritó.

Mia movió el brazo frenéticamente e intentó arrancarse las

rosas de la espalda.

¡Crack!

Mia golpeó uno de los floreros y éste cayó sobre la alfombra.

El agua y las rosas se derramaron por el suelo.

Mia sintió un tirón en la falda. Las rosas le estaban

cubriendo el cuerpo.

"No puede ser verdad -pensó-. Esto no puede pasar".

Mia comenzó a correr hacia la puerta. Tropezó con un escabel y

se cayó.

103
Una rosa le envolvió el tobillo. Sintió cómo las espinas

penetraban en la carne.

En un instante, la rosa amarilla se volvió roja. La sangre de

Mia fluía por la flor.

-¡Aléjate de mí! -gritó.

Las rosas la rodearon y, a medida que bebían de su sangre, se

tornaban rojas.

De repente, Mia sintió sueño. Mucho sueño.

La habitación comenzó a inclinarse a su alrededor. El aroma de

las rosas llenaba la estancia. Era tan fuerte y tan dulce. Escuchó

sonidos apresurados.

"Es el sonido de mi sangre fluyendo por mis venas -se dijo-.

Fluyendo hacia las rosas".

Se le nubló la vista. De pronto, sólo había oscuridad.

104
CAPÍTULO DIECIOCHO

Mia sentía que los párpados se le cerraban. El suave aroma de

las rosas inundaba sus pulmones.

"No puedo dormirme -pensó-. Si me quedo dormida, se beberán

toda mi sangre".

Pero se sentía tan cansada. Se le cerraron los párpados.

"Moriré".

Sintió un gran dolor. Una de las rosas le había atravesado la

delgada piel de la garganta.

La incandescente agonía la obligó a despertarse.

Mia se arrancó la rosa de la garganta. La aplastó entre las

manos. Pétalos del color de la sangre cayeron al suelo.

Mia luchó por incorporarse. Se arrancó una rosa del hombro y

la arrojó al suelo.

La destrozó con los pies y la sangre salpicó el suelo.

"Mi sangre", pensó Mia. Se le revolvió el estómago.

Mia se arrancó otra rosa y la aplastó. Luego otra y otra y

otra.

¡Tenía que salir de allí! Sabía que no tendría otra

oportunidad.

Se tambaleó hacia la puerta. Unos pasos más y estaría fuera.

Pero el olor de las rosas era tan dulce... Y se sentía tan

cansada.

¿No podría descansar unos instantes?

"¡No! -pensó Mia-. Te matarán. No te detengas".

Mia dio otro paso. Y luego otro.


105
Su mano se cerró sobre el frío metal del pestillo de la

puerta. ¡Lo había conseguido!

Salió dando traspiés de la habitación y luego la cerró de un

portazo.

Las piernas le flaqueaban. Se apoyó contra la pared y se dejó

caer hasta llegar al suelo.

Respiró aire fresco con ansiedad. La sensación de somnolencia

estaba desapareciendo. Podía pensar de nuevo.

"Ha sido obra de Joanna -se dijo-. Joanna y las otras". Sus

"amigas". Habían logrado utilizar el poder sin su ayuda.

-He sido tan tonta -murmuró Mia-. Nunca han sido mis amigas.

Nunca les he gustado. Sólo me querían para que les ayudase a echar

los conjuros.

Puesto que Mia había decidido no colaborar con ellas, querían

vengarse.

"¿Qué harán ahora?", pensó. Podía ser cualquier cosa,

cualquiera.

Mia tenía que averiguarlo y tenía que prepararse. Debía

encontrar el método para defenderse de sus ataques.

-¿Mia?

Mia levantó la cabeza y vio a Clara al fondo del pasillo.

-Mia, ¿estás bien? -preguntó.

-Creo... creo que sí -contestó Mia.

Clara se acercó apresuradamente. Sus ojos oscuros mostraban

preocupación mientras se inclinaba sobre Mia.

-Entonces, ¿por qué estás sentada en el suelo? -inquirió.

-Yo... bueno -comenzó Mia.


106
¿Qué podía decir? ¿Cómo podía explicarle lo que le había

sucedido en la habitación?

-Entré en el salón -continuó-. Vi el ataúd de Alicia y me

trastorné.

¿Te trastornaste? -repitió Clara-. ¡Pero si estás sangrando!

Mia vio que tenía las manos llenas de sangre y señales

profundas de pinchazos en la piel.

Mia introdujo las manos en el bolsillo.

-Han colocado rosas y floreros en el ataúd -Mia le dijo a

Clara-. Yo... los golpeé sin querer. Luego intenté recogerlos y me

pinché con las espinas.

-¿Por qué no me dijiste eso en primer lugar, so tonta? -le

preguntó Clara-. Será mejor que limpiemos todo antes de que la

señorita Pemberthy se dé cuenta.

Clara se encaminó hacia la puerta. Mia la sujetó del brazo y

no le permitió que la abriera.

-¡No! -gritó-. ¡No entres!

Clara la observó.

-¿Por qué?

-No es seguro -espetó Mia. Sacudió la cabeza-. Quiero decir

que ahí dentro hay un ataúd.

-No te preocupes, Mia -la tranquilizó Clara-. No tengo miedo.

-Pero...

Clara se soltó y abrió la puerta. Mia corrió tras ella,

dispuesta a detenerla de nuevo.

Pero las rosas estaban sobre la alfombra y no se movían.

¡Y se habían vuelto amarillas de nuevo!


107
-¡Vaya desorden! -exclamó Clara-. Parece que aquí se ha

librado una batalla.

Mia rió temblorosa. Clara tenía más razón de la que se

imaginaba.

"Menos mal que no le he dicho la verdad -pensó Mia-. Clara

creería que me he vuelto loca".

-Venga, Mia -dijo Clara.

Mia respiró profundamente y siguió a Clara.

-Levantaré el ataúd y barreré mientras recoges las rosas -

explicó Mia.

-¿Estás segura? -preguntó Clara a la vez que fruncía el ceño-.

Pensé que el ataúd te daba miedo.

Mia tragó saliva.

-Yo... ah, no me gusta el olor de las rosas.

Mia observaba el tablero de ajedrez. Clara estaba delante. Mia

necesitaba un buen movimiento para derrotarla.

Alguien llamó a la puerta.

-Son las nueve en punto, jovencitas -dijo la señorita

Connors-. Hora de apagar la luz e ir a la cama.

-Sí, señorita Connors -replicó Clara.

La profesora se alejó y Mia apagó la lámpara.

-¿Por qué no buscamos a Goliat? -preguntó Clara-. No lo he

visto desde la tormenta de nieve.

-Buena idea -respondió Mia.

108
No habían visto últimamente a Goliat por su culpa. Había

estado tan ocupada intentando conservar su amistad con Joanna y

las otras que se había olvidado del gato y de Clara.

"No volverá a pasar", pensó Mia. Ahora sabía cómo era su amiga

de verdad.

Cuando creían que las demás dormían, Mia y Clara bajaron las

escaleras a hurtadillas. Mia abrió la puerta trasera y encontró a

Goliat.

Clara lo levantó y regresaron de puntillas a la habitación.

-Ojalá tuviese uno -dijo Clara.

Dejó a Goliat en el suelo, entre las dos camas.

Mia arrastró un trozo de tela por el suelo para que Goliat lo

persiguiese. El gato se abalanzó sobre la tela con un gruñido.

Clara se rió tontamente.

-Es tan bobo -dijo.

-Silencio, por favor -pidió la señorita Connors desde el

salón.

-Pensé que se había ido a su habitación. Tenemos suerte de que

no nos haya visto mientras entrábamos con Goliat -susurró Mia.

Clara subió a su cama y atrajo al gato hacia sí.

-Dejemos que se quede hasta mañana por la mañana -dijo-.

Podemos sacarlo antes del desayuno.

-De acuerdo -dijo Mia mientras se metía en la cama-. Buenas

noches a los dos.

Mia cerró los ojos. Se sentía agotada pero no lograba ponerse

cómoda.

109
Intentó dormir boca arriba, de lado y luego boca abajo, pero

no logró conciliar el sueño.

Uno de los tablones del suelo del pasillo crujió. Mia se

sentó, con el corazón latiendo a toda velocidad.

Escuchó pasos cerca de la escalera. Sabía quién era.

Las rosas no habían bastado. Joanna y las otras lo intentarían

de nuevo.

-Eres malvada -murmuró Mia-. El poder te ha hecho malvada.

Mia quería esconderse bajo las mantas y fingir que no había

ocurrido nada. Pero había sucedido algo.

No estaría a salvo debajo de las mantas. No estaría segura en

ningún lugar.

A menos que encontrase la manera de detenerlas.

Tenía que irse y seguirlas.

Mia se cubrió el rostro con las manos.

-No quiero hacerlo -susurró.

Pero tenía que hacerlo.

Con un suspiro, bajó las manos y observó a Clara. Ella y

Goliat estaban profundamente dormidos.

Mia se puso la capa y bajó las escaleras. Esperó en la cocina

durante unos instantes para que así las chicas tuviesen tiempo de

llegar al establo y luego salió al exterior.

Temblaba mientras se apresuraba en llegar al establo. Las

nubes atravesaban con rapidez la luna. Las sombras se arrastraban

de manera sobrecogedora sobre el suelo.

Mia sentía cómo le latía el corazón contra las costillas

mientras se acercaba sigilosamente a la ventana del cuarto de


110
arreos. Tenía miedo. Miedo de estar fuera. Pero le daba más miedo

no saber lo que Joanna y las demás habían planeado contra ella.

La luz parpadeaba en la ventana. Ya habían encendido las

velas.

Mia se acercó aún más. Comenzaron a canturrear. Se le hizo un

nudo en la garganta. ¿Qué conjuro pensaban echar? ¿Qué es lo que

haría?

¿Qué traería?

Conteniendo la respiración, se asomó a la ventana y las vio.

Estaban sentadas en círculo y el libro estaba en el centro.

¡Y eran cinco!

Por eso habían logrado que las rosas tomasen vida sin su

ayuda. Habían encontrado a otra chica para completar el círculo.

La chica nueva estaba de espaldas a la ventana por lo que Mia no

fue capaz de reconocerla.

Mia se inclinó hacia adelante e intentó oír las palabras del

conjuro. Era un hechizo nuevo y muy complicado. Y parecía sombrío.

Peligroso.

"Están invocando a algo diabólico -pensó Mia-. Y lo van a

enviar contra mí".

El ritmo del cántico aumentó. ¡Tenía que detenerlas! Tenía que

detenerlas en ese momento.

Si pudiese distraerlas de algún modo y lograr que no

terminasen el conjuro...

Demasiado tarde.

Las chicas pronunciaron la última palabra del hechizo.

A Mia se le detuvo la respiración.


111
Había algo allí fuera. Con ella.

112
CAPÍTULO DIECINUEVE

Mia se apoyó contra el establo.

¿Qué habrían llamado?

Recordó la horrible y deformada cosa que había surgido de las

sombras y las profundas huellas en forma de garra que había dejado

en la nieve.

Mia se acurrucó contra las duras maderas del establo. No podía

apartar la vista del bosque.

¿Las sombras que se encontraban bajo los árboles eran más

oscuras que antes?

¿Qué habrían llamado?

Mia escudriñó la oscuridad. ¿Había algo moviéndose ahí fuera?

¿Había algo vigilándola?

Mia escuchó un chirrido en el tejado del establo. ¡Había algo

allí arriba!

Mia se volvió y vio dos ojos amarillos que la observaban.

Miau.

¡Era Goliat! El gato debía de haber seguido su rastro.

Mia respiró profundamente y el corazón volvió a latirle con

normalidad.

¿Se había imaginado el peligro?

"No", se dijo. Todavía se sentía culpable.

Goliat saltó y cayó a su lado.

Mia lo cogió y el gato maulló.

-Shhh -susurró Mia-. No hagas ruido. Por favor, no hagas

ruido.
113
El gato parpadeó. Mia lo colocó sobre sus hombros y se dirigió

hacia las sombras que se habían formado detrás de una pila de

leña.

En algún lugar de la oscuridad, algo acechaba. Algo malvado.

Mia no sabía cómo, pero estaba segura de que había algo que la

esperaba, algo que las chicas habían invocado.

Una fina capa de nieve se extendía sobre el suelo. Las ramas

de los árboles crujían y gemían sobre la cabeza de Mia.

Mia observó las sombras. Estaba a la espera de que sucediese

algo.

Quiso regresar corriendo a la casa para estar a salvo, pero no

tuvo valor para abandonar su escondite.

No. No se sentía capaz de recorrer la distancia que separaba

el establo del internado sabiendo que, fuera lo que fuera lo que

había ahí fuera, estaba observándola.

Mia observó la ventana del establo. Estaba oscuro. "Han

apagado las velas -pensó-. Volverán al internado en cualquier

momento".

Mia colocó a Goliat sobre la pila de leña. El gato se frotó la

cabeza contra el brazo de Mia y maulló.

-Shhh -susurró Mia-. ¿Quieres que me descubran?

Mia escuchó un débil chirrido mientras se abría la puerta del

establo. Se deslizó a lo largo del mismo y observó desde la

esquina. Las chicas salieron en fila.

"Emily Lloyd. Ésa es la que me ha reemplazado", pensó Mia.

"Emily es la clase de chica que haría todo lo que le dijesen.

Por eso Joanna la ha elegido", se dijo Mia.


114
Mia tragó saliva mientras las observaba dirigirse hacia el

internado con las largas capas ondeando a su alrededor. Escuchó el

crujido de sus zapatos sobre la nieve.

Goliat gruñó.

-A mí tampoco me gustan -susurró Mia.

Goliat gruñó de nuevo. Mia lo observó.

El gato estaba mirando el bosque. Tenía el pelaje erizado, la

cola hinchada y las orejas erguidas.

"Tiene miedo", pensó Mia.

-¿Qué es? -susurró Mia-. ¿Qué ves?

Goliat se alejó de ella. Corrió hasta la esquina del establo y

desapareció.

Mia tembló. "No puedo quedarme toda la noche aquí fuera -

pensó-. El establo no está tan lejos del edificio. Correré tan

rápido como pueda".

Miró por última vez el bosque. "No me pasará nada -se dijo-.

Sólo tengo que ir".

Mia comenzó a correr hacia el internado. Los pies se le

hundían en la gruesa nieve y perdía velocidad.

-¡Mia!

Se detuvo y se volvió. ¿Quién la llamaba?

-¡Mia!

La voz se oía más fuerte. Daba miedo. Y provenía del bosque.

-¡Mi-i-i-a-a-a!

-Clara -susurró Mia-. ¡Oh, no!

-¡Ayúdame! -gritó Clara-. ¡Que alguien me ayude-e-e-e-e!

115
Mia corrió hacia el bosque. Las ramas le arañaban la capa y el

pelo mientras corría.

-Clara, ¿dónde estás? -gritó.

-Aquí. Estoy por aquí -respondió Clara. Su voz sonaba aguda y

estridente.

Mia vio a Clara, que intentaba soltarse de un arbusto

espinoso.

-Mia, ¡ayúdame! -pidió.

-Ya voy -jadeó Mia mientras intentaba llegar al lugar en el

que se encontraba Clara. Mia extendió la mano para agarrar la de

Clara.

Sus dedos atravesaron a Clara.

Mia tropezó y estuvo a punto de caerse.

Mia trató de agarrar la capa de su amiga, pero su mano la

atravesó... como si Clara estuviese hecha de niebla.

-¿Clara? -tartamudeó Mia-. ¡Clara!

Clara vaciló y brilló como el calor que desprende un tejado

metálico.

Luego desapareció.

Mia se dio cuenta de que Clara era una ilusión.

Se le secó la garganta.

"Era una trampa", pensó. Un cebo para arrastrarla hasta allí y

dejarla sola con... ¿qué?

-Oh, no -dijo-. ¡Oh, no!

La nieve comenzó a moverse. Se elevaron nubes de polvo fino.

Pero no había viento.

116
La nieve empezó a arremolinarse a su alrededor. Cada vez más

alta.

Mia sintió el frío contacto en la piel a medida que la nieve

le aprisionaba las piernas.

"¡Corre!", se ordenó.

Pero no podía mover las piernas. La nieve había formado un

muro a su alrededor.

Mia tiró de las piernas desesperadamente, intentando sacarlas

de la nieve.

Era imposible.

Estaba atrapada.

-¡Socorro! -gritó-. ¡Que alguien me ayude!

Mia escuchó un ruido sordo y sintió que el suelo temblaba bajo

sus pies.

Volvió la cabeza y vio una enorme ola de nieve que se dirigía

rápidamente hacia ella.

117
CAPÍTULO VEINTE

La nieve se elevó por encima de Mia como una gran ola y luego

se desplomó sobre ella.

Mia levantó los brazos para protegerse mientras la nieve caía

sobre ella y la atrapaba en una manta helada que le llegaba a la

altura de la cintura.

Mia se movió de un lado a otro, intentando liberarse. Pero la

nieve pesaba demasiado y estaba firmemente aprisionada alrededor

de las piernas.

-Déjame... salir... de... aquí -jadeó.

Escuchó de nuevo el sonido sordo. Otra ola de nieve se levantó

y cayó sobre ella.

La nieve ya le llegaba a la altura del pecho. El frío le

penetraba en los huesos.

Otra ola de nieve se desplomó sobre ella y le cubrió hasta la

barbilla.

-¡Socorro! -gritó-. ¡Que alguien me ayude!

La nieve entró en la boca de Mia. Jadeó y tosió.

Reclinó la cabeza e intentó evitar que la nieve le cubriese la

nariz, pero la nieve continuó cayendo.

Hasta que la cubrió completamente.

Mia arañó frenéticamente la nieve. Se le entumecieron los

dedos. Pero no cesó en su empeño. No podía. Si paraba, ese

montículo de nieve se convertiría en su tumba. Continuó

escarbando.

118
Comenzó a llorar y las lágrimas se congelaron en sus mejillas.

Le quemaba el pecho cada vez que respiraba. Quedaba muy poco aire.

Mia siguió arañando la nieve, excavando un estrecho túnel por

encima de ella. "Más deprisa", se ordenó.

Intuyó que había un minúsculo agujero al final del túnel ya

que sentía que entraba aire frío. Vio una estrella en el cielo.

Mia clavó los ojos en la estrella y continuó cavando. "Cava

hasta que llegues a la estrella", pensó.

Mia agrandó el agujero hasta que fue lo bastante ancho para

que pasara. Mia subió por el túnel, centímetro a centímetro.

"Ya casi he llegado -pensó-. Casi estoy fuera. Casi he llegado

hasta la estrella".

El túnel comenzó a estrecharse. Mia siguió cavando.

Pero el túnel no parecía agrandarse sino empequeñecerse.

"La nieve se está moviendo -se dijo-. Las paredes se están

estrechando".

La nieve cubrió el agujero que estaba al final del túnel y la

estrella de Mia desapareció.

Las paredes se acercaron aún más. Apretando. La nieve estaba

tan fría y pesaba tanto...

"No puedo respirar", pensó Mia. Comenzó a ver manchas rojas.

Escuchó un ruido débil a través de la nieve. ¡Parecía una voz

humana!

Se llenó de esperanza. ¿Habría oído alguien su grito de ayuda?

¿Habían venido a rescatarla?

119
La voz se acercó. Mia luchó débilmente contra las paredes de

nieve que la rodeaban. Si pudiese abrir un agujero o tomar aire,

podría gritar.

Mia cavó a través de la gruesa nieve, moviendo las entumecidas

manos cada vez más deprisa. "Tengo que lograr que me encuentren",

pensó.

Entonces escuchó que alguien se reía. Era la risa de una

muchacha.

Mia sabía quién era. Era Joanna. Ella y las demás pensaban que

habían derrotado a Mia. Pensaban que moriría.

Y se estaban regodeando.

La ira provocó que el calor volviese a sus venas. ¡No pensaba

rendirse! Comenzó a dar patadas y a arañar a la nieve a medida que

intentaba subir por el túnel.

Finalmente, logró asomar la cabeza y sentir el frío aire

nocturno.

Mia salió a rastras del túnel y se deslizó hacia la base del

montículo de nieve.

Mia sentía cómo se movía la nieve bajo sus pies. Sabía que

volvería a atraparla si se detenía.

Mia se incorporó y se tambaleó. No sentía los pies. Los tenía

completamente entumecidos.

Mia escuchó un ruido sordo. "Vuelve -pensó-. La nieve vuelve".

Mia se abrió camino a través de los árboles. El ruido se hizo

más fuerte.

Mia salió del bosque. La nieve la perseguía de cerca,

golpeándole las pantorrillas pero ella siguió corriendo.


120
Se aventuró a volver la cabeza. La nieve se estaba retirando y

regresaba al bosque.

¡Lo había conseguido! ¡Viviría!

Le castañeteaban los dientes mientras se acercaba a la puerta

trasera del internado. Cuando giró el pomo de la puerta, todavía

le temblaban las manos.

Mia entró tambaleándose y cerró la puerta. La gran cocina de

acero todavía emitía calor.

Mia se dirigió hacia la cocina y se calentó las entumecidas

manos. El frío fue desapareciendo gradualmente de su cuerpo.

"Tengo que detener a Joanna y a las otras -pensó Mia-. Nunca

me dejarán tranquila".

Estaba demasiado cansada como para pensar. Mañana. Mañana

haría algo al respecto.

Entreabrió la puerta de la cocina y aguzó el oído. La casa

estaba en silencio. Se deslizó hasta el vestíbulo y se dirigió a

toda prisa hacia las escaleras.

"Me alegro de que Clara esté arriba", pensó Mia. No importaba

que estuviese durmiendo. Mia no quería estar sola.

Comenzó a subir las escaleras. Las enaguas húmedas se le

pegaban de manera incómoda a los tobillos por lo que se agachó

para soltárselas.

Cuando se incorporó, vio tres siluetas oscuras al final de las

escaleras.

Se adelantaron hasta la tenue luz de la luna que se filtrtaba

por una ventana que estaba lejos.

Joanna. Irene. Phoebe.


121
Observaron a Mia fríamente, con odio. Joanna sostenía el libro

de conjuros en el regazo. Incluso desde allí, Mia sentía su poder.

Su poder diabólico. Mia sabía que, de algún modo, las había

convertido en seres diabólicos. Incluso a Irene, que había sido

tan tímida y tierna.

-Hola, Mia -dijo Joanna-. Te estábamos esperando.

122
CAPÍTULO VEINTIUNO

¿Qué pensaban hacer con ella?

Mia se volvió y corrió escaleras abajo.

Anabel y Emily, la nueva en el círculo, se dirigieron al

vestíbulo y obstruyeron el final de las escaleras.

Mia no se amedrentó. Continuó bajando las escaleras y empujó a

las dos muchachas.

Mia corrió hacia la cocina y luego hacia la puerta trasera.

Movió frenéticamente el pomo pero la puerta no se abría.

Jadeando, Mia tiró con todas sus fuerzas. Logró abrir la

puerta unos centímetros y luego otros más. Entonces la puerta se

cerró bruscamente de nuevo.

Mia escuchó pasos en el vestíbulo.

La puerta de la cocina se abrió lentamente con un chirrido.

Joanna y las demás estaban en la entrada y la observaban

fijamente.

A Mia le empezó a palpitar el corazón. ¿Cómo podía haber sido

tan tonta? ¿Cómo pudo pensar que esas chicas eran sus amigas?

-Nos has estado espiando -acusó Joanna.

-No se lo pensaba decir a nadie -se defendió Mia-. Sólo quería

saber lo que estabais planeando.

-Eso a ti no te importa -le dijo Joanna-. Recuerda que fuiste

tú quien decidió abandonar nuestro grupo.

Mia se volvió hacia Emily.

-Corres peligro, Emily -advirtió-. Los conjuros son

diabólicos. Una de las chicas ha muerto por su culpa.


123
-Eso fue un accidente, lo sabes muy bien -repuso Joanna con

brusquedad.

Mia negó con la cabeza.

-Cuéntale qué ocurrió con Alicia, Joanna. Cuéntale lo de las

arañas.

Anabel se adelantó unos pasos. Su rostro se llenó de ira

mientras observaba a Mia.

-Eres mala y egoísta -escupió las palabras-. Has intentado

estropear nuestros planes y ahora te enfurece saber que no has

podido hacerlo.

-Eso no es verdad -protestó Mia.

-Oh, ¿por qué perdemos el tiempo hablando contigo? -gritó

Joanna-. Has intentado detenernos. Pero encontramos a otra persona

y ahora vamos a ocuparnos de ti. ¡Desde el círculo!

Las chicas se cogieron de las manos.

Mia sabía que le quedaba poco tiempo.

-Gritaré -les advirtió-. La señorita Pemberthy me oirá.

-No importa -dijo Joanna con una mueca de desprecio-.

Controlamos el poder del libro de conjuros. Si interfiere, también

nos ocuparemos de ella. Que venga quien quiera. Se arrepentirá.

-¿Estáis dispuestas a seguir matando? -gritó Mia-. ¿Lo estás,

Irene? ¿Y tú, Emily?

No le hicieron caso. Comenzaron el cántico.

Una contra cinco. Mia y nada más que Mia contra el poder

diabólico del libro de conjuros. ¿Cómo podía enfrentarse a algo

tan peligroso?

El cántico continuó, cada vez más fuerte.


124
Los platos vibraban en las estanterías. Las ollas y las

cacerolas hacían ruido al chocar entre sí. Los utensilios

golpeaban los cajones.

Un plato salió zumbando hacia la cabeza de Mia. Lo esquivó y

se hizo pedazos contra la puerta.

Entonces toda la pared de armarios pareció explotar. Las

puertas se abrieron con un gran estruendo. Platos, tazas, latas de

salsa, tenedores, cucharas y cuchillos salieron volando en

dirección a Mia.

Mia levantó los brazos para protegerse la cara. Una taza le

golpeó la cadera. Un plato chocó contra su antebrazo. Un cuchillo

le rebotó en el hombro y Mia sintió un chorro caliente de sangre.

Una fuente le golpeó en la espinilla y Mia se doblegó.

-¡Detenedlo! -chilló con voz estridente.

Entonces vio la cuchilla de carnicero.

La mortal hoja de metal centelleaba mientras daba vueltas y se

dirigía rápidamente...

Hacia Mia.

125
CAPÍTULO VEINTIDOS

Mia se tiró al suelo. La cuchilla se dirigió hacia ella dando

vueltas.

Y no la alcanzó. Pero por poco, ¡por tan poco! Mia sintió la

brisa que provocó la cuchilla al pasar junto a ella.

Mia se arrastró hasta la mesa de la cocina. Tal vez la

protegiera.

La cuchilla dio vueltas en un círculo estrecho. Luego atacó de

nuevo.

Mia se giró a un lado. La cuchilla le cortó en el hombro.

La cuchilla zumbó en el aire.

Mia intentó volverse de nuevo pero se encontró con la pared.

Mia observó la cuchilla. Se disponía a atacar otra vez. Y se

dirigía hacia su cara.

-¡No! -gritó Mia levantando la mano.

La cuchilla se alejó de ella, como si Mia la hubiese agarrado

por el mango y luego la hubiese lanzado.

La hoja de metal se clavó profundamente en la pared emitiendo

un ruido seco.

Las chicas detuvieron el cántico.

Observaron la cuchilla como si estuviesen conmocionadas. Luego

se volvieron y miraron a Mia.

-¿Cómo lo has hecho? -preguntó Anabel en un tono estridente.

Mia sacudió la cabeza sin saber qué decir. No le había hecho

nada a la cuchilla. Ni siquiera lo había intentado. Sólo quería

seguir viva.
126
-No importa -interrumpió Joanna con brusquedad. Levantó el

libro de conjuros-. ¡Terminemos el conjuro!

-¿Estás dispuesta a matar de nuevo, Irene? -gritó Mia-. ¿Y tú,

Emily? Pensad bien lo que estáis haciendo.

Las dos muchachas se miraron. Mia sabía que estaban indecisas.

Phoebe y Anabel también vacilaron.

-Es peligrosa -dijo Joanna-. Sabe nuestros secretos y ya no

podemos confiar en ella.

-Pero no diré nada, lo prometo -suplicó Mia.

Las chicas no le hicieron caso. Comenzaron el cántico de

nuevo.

Una pesada sartén de hierro se elevó de la cocina. Cuchillos y

tenedores salieron volando del fregadero, goteando agua jabonosa.

La tetera y dos tazas de té descendieron de la mesa de la cocina.

Y atacaron a Mia.

Una taza de té le golpeó la sien. Luego un tenedor se le clavó

en la muñeca. Mia profirió un grito de dolor y de miedo.

-¡Nooooo! -chilló con voz estridente. Mia levantó los brazos

para protegerse y un fuego de color azul blanquecino salió de sus

manos.

La tetera estalló en el aire.

La sartén golpeó el suelo pesadamente. Los utensilios cayeron

con estrépito.

Mia permaneció paralizada por la conmoción. Las llamas

regresaron a sus manos y desaparecieron.

La habitación estaba en silencio. Mia casi podía oír los

latidos de su corazón. Las chicas la observaban boquiabiertas.


127
Entonces Emily salió del círculo y echó a correr. Mia la

señaló. La alfombra de la cocina se movió con brusquedad bajo los

pies de la chica. Emily chilló mientras se caía. La alfombra la

envolvió.

Sólo se le veían los pies. Emiliy los movía frenéticamente

mientras continuaba gritando.

Anabel e Irene comenzaron a retirarse lentamente.

-No -dijo Mia con voz queda.

Dos de las sillas de madera de la cocina se elevaron.

Una de ellas se dirigió hacia Anabel. La otra hacia Irene. Las

sillas empujaron a las jóvenes contra la pared.

Acto seguido, las sillas clavaron las patas en la pared y las

chicas quedaron atrapadas.

-No, no, no, no -gimió Anabel.

Irene cerró los ojos con fuerza.

-Esto no es real -murmuró.

"Soy yo -pensó Mia-. Soy yo la que está provocando todo esto".

Y lo estaba haciendo sola. Mia sentía el poder en su interior,

y todo el cuerpo le vibraba.

El poder estaba a su disposición.

Lentamente, se volvió para mirar a Phoebe y a Joanna. Ellas lo

sabían. Quizás viesen o sintiesen que Mia tenía el poder.

Phoebe abrió la boca y luego la cerró. Las piernas le fallaban

y se desplomó en el suelo.

"Se ha desmayado", pensó Mia.

128
Sólo quedaba Joanna. Su enemiga. Todo había ocurrido por culpa

de Joanna. Ninguna de las otras se habría vuelto contra Mia si

Joanna no se lo hubiese ordenado.

-Nunca me caíste bien -dijo Joanna en un tono desafiante-. Si

no hubiésemos necesitado cinco chicas para el círculo ni siquiera

te habría dirigido la palabra.

-Eres malvada -dijo Mia-. Alicia está muerta por tu culpa. A

nosotras no nos gustaba porque era muy presuntuosa. Pero tú la

odiabas. La odiabas porque era tenía más seguidoras que tú.

Incluso era la preferida entre las profesoras.

-Eso es mentira -gritó Joanna-. A las profesoras sólo les

gustaba Alicia porque su padre donaba dinero al internado. ¡Nadie

lamenta su muerte aquí!

Mia negó con la cabeza. Incluso Clara, a quien Alicia había

tratado peor que a las otras chicas, lamentaba su muerte. Pero

explicárselo a Joanna resultaría inútil.

-Dame el libro, Joanna -dijo Mia.

Joanna agarró el libro con firmeza.

-Ya no puedes tener el poder, Joanna -le espetó Mia-. Es

demasiado peligroso. Hay que destruir el libro.

Joanna entrecerró los ojos.

-¿De verdad? ¿Y quién se va a atrever a quitármelo?

-Yo -aseguró Mia mientras tendía la mano-. No quiero hacerte

daño, Joanna. Dame el libro.

-¡No! -Joanna comenzó a llorar-. No puedo entregarte el poder.

Además, si destruyes el libro tú también perderás tu poder.

129
-No me importa -dijo Mia-. Ojalá nunca hubiese visto esa

horrible cosa.

Mia se dirigió hacia Joanna. En los ojos de Joanna había miedo

e ira. Aguantaba el libro con tanta fuerza que los nudillos se le

habían vuelto blancos.

-Aléjate de mí -gritó-. ¡Te lo digo muy en serio!

Mia señaló a Joanna.

-¡Dame el libro!

Joanna le arrojó el libro a Mia.

Las manos de Mia dispararon fuego de un color azul

blanquecino.

El libro explotó en una gran llama.

Mia regresó sobre sus pasos. Apoyó la cabeza sobre la mesa de

la cocina.

Y todo se volvió negro.

130
CAPÍTULO VEINTITRES

Mia abrió los ojos. El techo de la cocina parecía dar vueltas.

Parpadeó y el techo se detuvo.

Le dolían todos los músculos.

-Ohhhhh -gimió mientras se enderezaba.

El libro de conjuros estaba hecho pedazos sobre el suelo y

despedía espirales de humo.

"Seguramente me he desmayado durante unos segundos", pensó. Se

incorporó y observó la habitación.

Las otras chicas habían perdido la conciencia. Pero no

parecían estar heridas.

Mia desenrolló la alfombra que envolvía a Emily. Quitó las

sillas que aprisionaban a Anabel e Irene, y las dos se desplomaron

sobre el suelo.

Luego se acercó a Joanna, que estaba boca abajo. Joanna se

quejó en voz baja cuando Mia se arrodilló a su lado.

-¿Estás bien? -susurró Mia. Le dio la vuelta para que Joanna

descansara sobre la espalda.

Joanna abrió los ojos. De manera repentina, se sentó.

Mia retrocedió sorprendida.

Joanna tenía la mirada fija e inexpresiva.

Mia la sacudió suavemente por los hombros.

-¿Joanna? ¿Puedes hablar? ¿Estás bien?

Joanna emitió una risita ahogada desde lo más profundo de la

garganta.

Mia se alejó de ella.


131
Las risitas fueron en aumento hasta que Joanna comenzó a reír

histéricamente. El rostro seguía inexpresivo. Los ojos verdes, que

siempre estaban alertas, carecían de expresión.

-Para -suplicó Mia-. ¡Para!

La puerta de la cocina se abrió súbitamente y la señorita

Pemberthy entró en la habitación.

-¿Qué demonios está pasa...? -Se detuvo, boquiabierta, al ver

los utensilios rotos.

>>¡Joanna! ¡Joanna Kershaw! -gritó-. Deje de reírse,

jovencita. ¡Ahora mismo!

Pero Joanna no se detuvo.

Mia pensó que Joanna no podía parar.

La directora se acercó a Joanna y la agarró por los hombros.

>>¡Joanna! -gritó mientras la sacudía-. ¿Qué le pasa?

Joanna continuó riéndose. Inclinó la cabeza hacia atrás y los

rizos rojizos cubrieron el rostro perplejo de la señorita

Pemberthy. Joanna agitaba todo el cuerpo mientras reía y reía.

La señorita Pemberthy miró a Mia.

-Será mejor que me diga qué es lo que ha pasado aquí -ordenó.

-Ah... No lo sé. Parece haberse vuelto loca -Mia le dijo a la

directora-. Comenzó a gritar y a romper todo. Luego golpeó a las

otras chicas hasta que se desmayaron.

Mia pensó que era una historia ridícula pero que a la señorita

Permberthy le resultaría más creíble que la verdad.

-Es terrible -gimió la señorita Pemberthy mientras soltaba a

Joanna. Joanna se desplomó sobre el suelo y comenzó a reír de

manera todavía más histérica.


132
-Oh, pobrecita. Mia, suba y avise a las otras profesoras.

Necesito ayuda.

Mia corrió escaleras arriba. Ahora que todo había terminado,

Mia empezó a temblar. ¡Había sido tan espantoso! Alicia estaba

muerta y Joanna se había vuelto loca.

Y todo por culpa del poder.

El poder. No había desaparecido después de haber destruido el

libro.

Mia lo sentía en su interior. Podía usarlo si quería. Pero no

era su intención.

-Nunca lo volveré a emplear -juró-. ¡Nunca, nunca, nunca!

Mia y Clara se encontraban junto a la ventana y observaban a

los cinco carruajes que transportaban a Joanna, Irene, Phoebe,

Anabel y Emily. Sus padres habían venido a buscarlas.

-Pobre Joanna -murmuró Mia-. Pobre señora Kershaw. Cuando

llegó estaba llorando y todavía sollozaba al marcharse en el

carruaje.

-¿Y te extraña? -preguntó Clara.

Mia negó con la cabeza. Sentía que las lágrimas le quemaban en

los ojos. No había querido hacerle daño a Joanna. Nunca había

querido hacerle daño a nadie. Sólo quería que la dejasen

tranquila.

Suspiró mientras pensaba en el rostro pálido e inexpresivo de

Joanna. Cuando Joanna finalmente dejó de reír se sumió de lleno en

un estado de silencio absoluto.

133
-Ha pasado una semana y Joanna todavía no ha abierto la boca -

murmuró Mia-. Ni siquiera nos ha reconocido.

-La señorita Pemberthy le dijo a una de las profesoras que

esas chicas son un poco, bueno, ya sabes, extrañas -le explicó

Clara-. Contaron todo tipo de historias increíbles. Por eso las

envían de vuelta a casa.

-¿Qué historias? -preguntó Mia, intentando ocultar su

repentina inquietud.

-Oh, nada, cosas de locos -contestó Clara-. Sillas que vuelan

y alfombras que envuelven a personas...

-Eso es una locura -convino Mia-. Pero ahora todo ha vuelto a

la normalidad.

-Menos mal -dijo Clara-. No me gustaría bajar por la noche a

la cocina para beber un poco de agua y que una alfombra asesina me

atacara.

Las dos se rieron. Era la primera vez que Mia no tenía miedo

desde que había sentido el poder.

Se había acabado. Todo iba a salir bien de aquel momento en

adelante.

Esa noche, Mia comenzó a quedarse dormida nada más acostarse.

Se sentía tan bien bajo las mantas, cálidas y seguras.

Entonces escuchó un sonido que le puso la piel de gallina.

Un cántico.

Alguien estaba canturreando en algún lugar del edificio.

"Pero si ya se ha acabado -pensó Mia-. ¡Nadie más sabía que

existía el libro de conjuros o los cánticos!"


134
Mia cerró los ojos con fuerza y se tapó la cabeza con la

almohada. No quería volver a sentir miedo.

Pero no podía fingir que no había oído nada.

Tenía que ir a ver qué sucedía.

Mia salió de la cama y se puso la bata. "Tengo que asegurarme

de que no pasa nada malo -pensó-. Tengo que asegurarme de que no

le pase nada a nadie".

Entró en el salón.

¿De dónde provenía el cántico? Se detuvo para escuchar mejor.

"Viene del desván -pensó-. Alguien está canturreando en el

ático".

Mia respiró con profundidad y se dirigió hacia la escalera del

desván. Abrió la puerta y subió de puntillas por la estrecha

escalera. Los escalones de madera estaban fríos bajo sus pies

descalzos.

Mia vaciló delante de la puerta del desván. Luego la abrió

lentamente.

En ese momento, el cántico se detuvo. Mia observó con atención

la gran habitación.

-¿Quién está ahí? -susurró.

Silencio.

Mia comenzó a volverse. "Quizás lo he soñado -pensó-. Estaba

en la cama cuando escuché el cántico. Quizás estaba medio dormida

cuando subí las escaleras. Quizás..".

Mia sintió una ráfaga de aire frío. Y, de repente, le invadió

una fuerte sensación de miedo.

Allí había poder.


135
"¡Pero Joanna y las otras se han ido! -se dijo-. Y destruí el

libro".

-Mia.

La voz era suave y cálida. Y de algún modo... inhumana

Era diabólica.

Le temblaron las piernas.

"Es la voz que oí durante el cántico -pensó-. La voz que me ha

traído hasta el desván".

-Mia.

Mia escudriñó la habitación. La luz de la luna iluminaba

débilmente la pared del fondo.

Mia jadeó. Parecía como si el aire se le hubiese congelado en

los pulmones.

"La madera -pensó-. Se está moviendo".

Mia escuchó un crujido y la pared comenzó a estirarse y a

dibujar formas. Luego salieron protuberancias y agujeros.

"Está... está formando una cara -se dijo Mia-. Una cara

enorme".

Los ojos se abrieron.

136
CAPÍTULO VEINTICUATRO

"Me está mirando", pensó Mia. Retrocedió lentamente.

-Mia.

La había llamado por su nombre. La conocía.

-Mia -dijo la voz-. ¡Miaaaa!

La cara se acercó a Mia.

El desván se llenó de un terrible hedor. Un olor a muerte y

podredumbre, a cuerpos en descomposición.

A Mia se le revolvió el estómago. Tragó saliva.

Se volvió y se dirigió corriendo hacia la escalera.

El olor a cementerio se hizo más intenso y llenó la boca, la

nariz y los pulmones de Mia.

Mia bajó las escaleras, pasó la puerta y entró en el salón.

Cerró la puerta con fuerza.

Se encaminó hacia el vestíbulo. Los pies se le hundieron en el

suelo.

Las sólidas tablas de roble se estaban convirtiendo en líquido

bajo sus pies.

Mia se hundió más en el suelo. Parecía como si un barro espeso

le aprisionara las piernas.

Intentó subir.

Entonces el suelo comenzó endurecerse de nuevo.

No podía moverse. No podía dar otro paso.

Estaba atrapada. Impotente.

"¿Quién estará haciendo esto? -pensó frenéticamente-. Las

otras se han marchado y el libro de conjuros ya no existe".


137
Entonces escuchó pasos. La respiración se le entrecortaba a

medida que los pasos se acercaban más y más.

¿Quién era? ¿Qué era?

Mia se agitó con todas sus fuerzas, intentado liberarse. Clavó

las uñas en la madera. Sintió un dolor inmenso en todo el cuerpo

cuando se le rompió una de las uñas.

No podía soltarse.

Una sombra se movió en la pared del fondo del vestíbulo y

ondeó por cada uno de los salientes y tablas. Mia gimió.

Entonces vio a alguien y se le cortó la respiración.

Era Clara.

-Menos mal -gritó Mia-. ¡Me alegro tanto de verte! ¡Ayúdame a

salir de aquí!

Clara negó con la cabeza.

-Creía que eras mi amiga -dijo.

-¡Claro que lo soy! -exclamó Mia.

-Me engañaste. Y ahora vas a pagarlo muy caro.

138
CAPÍTULO VEINTICINCO

-No entiendo nada -susurró Mia.

-Tengo el poder -dijo Clara-. Siempre lo he tenido. Igual que

tú.

-¿Qué? -exclamó Mia-. ¿Por qué no me lo habías dicho?

-Tú tenías tus secretos y yo los míos -respondió Clara.

"Tengo que escaparme", pensó Mia. Se agitó hacia adelante y

hacia atrás, intentando liberar las piernas.

-Nosotras éramos especiales -explicó Clara-. El libro de

conjuros liberó el poder dentro de nosotras. ¡Las demás eran tan

tontas! ¡No se dieron cuenta de que no tenían poder!

-Pero me aprisionaron en una pared de nieve en el bosque -

protestó Mia-. También hicieron que las rosas que estaban en el

ataúd de Alicia me atacaran.

-No -dijo Clara con suavidad-. Lo hice yo. Igual que hice que

los cuchillos y los tenedores de la cocina fuesen a por ti.

-¡Tú!

-Sí, Mia -replicó Clara-. Fui yo. La torpe de Clara. Un día

encontré el libro en la habitación de Joanna. Nada más ponerle las

manos encima, el poder vino hasta mí. A ti te pasó lo mismo.

¿Quién sabe por qué nos eligió a nosotras?

-¿Cómo me pudiste hacer esas cosas tan horribles? -gritó Mia-.

¡Creía que eras mi amiga!

La cara de Clara estaba pálida y sombría.

-Éramos las elegidas -respondió-. Se suponía que teníamos que

ser amigas, pero tú lo estropeaste todo.


139
-¿Cómo puedes decirme eso? -protestó Mia-. Siempre te defendí

cuando Alicia te decía cosas desagradables.

-Dijiste que eras mi amiga -le dijo Clara-. Pero nunca

confiaste en mí ni nunca pensaste en incluirme en tu grupo.

"Tengo que lograr que siga hablando hasta que encuentre la

manera de escapar", pensó Mia.

-Les pedí que te dejaran entrar en el grupo -se quejó Mia-. No

tengo la culpa de que las demás no quisieran aceptarte. Y no podía

revelarte lo que estábamos haciendo. Había jurado por el poder del

libro de conjuros que no lo haría.

-Hiciste tu elección -dijo Clara con una mueca de desprecio-.

Las elegiste a ellas. Yo sólo era tu amiga cuando ellas no

estaban.

-No es verdad -gritó Mia-. Recuerda lo bien que lo pasamos

cuando estábamos juntas o cuando traíamos a Goliat a nuestra

habitación.

-Elegiste a Joanna y a las otras tontas en vez de a mí -

replicó Clara-. Pero tus queridas amigas se han marchado, ¿no?

Los ojos de Clara brillaban con odio mientras miraba a Mia.

>>Y ahora ha llegado el momento de que mueras.

-¡No! -chilló Mia.

Clara liberó su poder. Astillas de madera cayeron por todas

partes tras un intenso destello de color azul blanquecino.

La boca de Clara se torció con un gruñido. Mia sintió cómo

emanaba el poder de su compañera de habitación. Frío. Diabólico.

Clara extendió los brazos. Se rodeó de sombras que cada vez

eran más grandes.


140
Y entonces señaló a Mia.

Las sombras se deslizaron sobre el suelo hacia ella. ¡Rápido,

tan rápido!

Mia gritó mientras la cubrían. Sentía cómo le quitaban la

fuerza y la energía. Se alimentaban de ella.

-¡Matadla! -gritó Clara-. ¡Matadla!

Mia tenía que actuar. Sabía que el poder estaba en su

interior, esperando. Esta vez no tenía miedo de usarlo.

"¡Ayúdame! -pensó con todas sus fuerzas-. ¡Sálvame!"

Sintió un cosquilleo en la frente y un sonido intenso en los

oídos.

Entonces el poder emanó de ella como una gran fuente. Le

quemaba en las venas.

Rayos y relámpagos de color blanco azulado salieron disparados

del cuerpo de Mia y atravesaron las sombras que la cubrían.

Le llegó a la nariz un fuerte olor a carne quemada.

Las sombras se agitaron y en el salón se oyó un alarido

inhumano.

Las sombras retrocedieron hasta donde se encontraba Clara y se

arremolinaron bajo sus pies.

Subieron por el cuerpo de Clara, envolviéndola. Le cubrieron

el rostro.

Las sombras levantaron en vilo a Clara y la apretaron con

fuerza.

Clara profirió un grito de ahogo.

Mia se cubrió la boca con las manos para dejar de gritar.

141
Minúsculas gotas rojas comenzaron a caer sobre el suelo de

madera.

Era la sangre de Clara.

Mia se estremeció. Observó cómo caían al suelo las gotas

rojas.

Plof. Plof. Plof.

-Ya basta -susurró Mia. Alzó la mano y señaló las sombras. Una

llama de color azul blanquecino surgió de la punta del dedo.

>>Regresa -dijo-. Regresa al lugar del que viniste.

Las sombras desaparecieron de inmediato.

>>Y no vuelvas nunca más -añadió.

¿Había terminado? Mia se sintió aliviada. ¿Había terminado de

verdad?

142
CAPÍTULO VEINTISÉIS

El carruaje se detuvo delante del internado. Mia le entregó su

maleta al conductor y luego se volvió para dirigirse a la señorita

Pemberthy.

-¿Está segura de que se quiere ir, Mia? -le preguntó la

directora.

-Sí -replicó Mia.

-Sé que se siente angustiada por la desaparición de Clara.

Pero puede que se arrepienta de tomar esta decisión -dijo la

señorita Pemberthy-. Debería pensarlo mejor.

-No quiero -le contestó Mia-. Quiero irme a casa.

La directora suspiró.

-Muy bien, querida. Adiós y que tenga un buen viaje.

Mia se dirigió hacia el carruaje. Luego se volvió de nuevo.

-Señorita Pemberthy, ¿se ha preguntado alguna vez si esas

historias de que la señora Reade practicaba magia negra son

ciertas? ¿Tuvo descendientes aquí? ¿Le...?

-¡No!

Una expresión de terror cruzó la cara de la señorita

Pemberthy.

-¡Por Dios, Mia! Ya le he dicho que la magia negra no existe.

Y ninguno de los descendientes de la señora Reade se quedó en este

pueblo. Me gustaría que olvidara a Emma Reade.

Mia suspiró. No podía contar la verdad sobre lo que había

ocurrido en el internado. Nadie se lo creería. Y quizás eso fuera

lo mejor.
143
-Adiós, señorita Pemberthy -dijo Mia.

Se subió al carruaje y se apoyó en los cojines. El conductor

ordenó a los caballos que se pusieran en marcha.

Mia observó el internado por la ventana hasta que desapareció

de la vista.

-Adiós, Broad River -murmuró Mia-. No te echaré de menos.

Los padres de Mia no sabían que regresaba a casa. Pero no le

importaba. Nada la retendría en ese pueblo ni haría que volviese.

Pero el poder...

Mia se estremeció.

No importaba lo lejos que se fuera ya que el poder siempre

estaría en su interior.

"Nunca lo usaré -se prometió Mia-. Nunca".

"A no ser que no tenga otra elección".

144
[Contraportada]

LA SAGA DE LA CALLE DEL TERROR

Cómo comenzó el terror...

UNA EDUCACIÓN DIABÓLICA

Mia Saxton odia el internado femenino de la señorita

Pemberthy. No tiene amigas ni nadie con quien hablar...

Entonces Mia se encuentra con un grupo secreto, un grupo de

muchachas que practica la magia negra.

A medida que se integra en el círculo, los conjuros se vuelven

más peligrosos. Hasta que la peor enemiga de Mia acaba muerta.

¿Será Mia la siguiente?

¿O podrá escapar del mal que han desatado?

145

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