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ACREEDORES

–de August Strindberg – Versión Francisco Civit y Roberto Monzo – Traducción


Bárbara Togander.

La acción se desarrolla en una mansión de descanso en el Tigre.


Adolfo toca el piano y Gustavo lo acompaña haciendo percusión.
Salón de estar de un hotel de descanso. Una silla y un sillón. Una escultura de
arcilla, una mesita y el piano.

Adolfo: Y todo esto te lo debo a vos.


Gustavo: ¡Pero qué pavada!
Adolfo: ¡Es la pura verdad! Cuando mi mujer se fue de viaje, pasé los primeros
días tumbado en un sofá completamente apático ¡Solo tenía fuerzas para
extrañarla! Era como si se hubiese llevado mis muletas. Después de haber
dormido unos días me sentí mejor, sereno. Y volvieron a surgir viejas ideas…
Recuperé las ganas de trabajar, de crear. Pude volver a ver las cosas de una
manera aguda… Y entonces llegaste vos.
Gustavo: (Irónico)Puede ser, cuando nos encontramos estabas mal. Si hasta
andabas con muletas. Pero no vamos a decir por eso que soy la causa de tu
mejoría. Necesitabas descanso y compañía.
Adolfo: Tenés razón, como en todo lo que decís. Antes, cuando era soltero,
tenía muchos amigos, pero después de casarme no los necesité más. Me
sentía feliz con mi mujer. Después empezamos a conocer gente nueva, pero
ella tenía celos. Quería tenerme para ella sola y, como si eso fuera poco,
también quería tener a mis amigos exclusivamente para ella. Y así me fui
quedando solo con mis celos.
Gustavo: Sos un poco celoso ¿No?
Adolfo: Tenía miedo de perderla y trataba de evitarlo ¿Te parece raro? Pero
nunca tuve miedo de que me engañara con otro.
Gustavo: No, claro, eso nunca.
Adolfo: No, es raro ¿Verdad?... Lo que me daba miedo era que esos amigos
pudieran influenciarla y a través de ella, tuvieran poder sobre mí.Y eso sí que
no lo podía aguantar.
Gustavo: Tu mujer y vos pensaban de una manera muy distinta ¿verdad?
Adolfo: Y… Bueno… La verdad es que mi mujer tiene un carácter muy
independiente… ¿De qué te reís?

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Gustavo: De nada. Seguí, seguí. Tiene un carácter muy independiente…
Adolfo: …y no acepta nada de mí.
Gustavo: Y sí de todos los demás.
Adolfo: (Pausa) Es así. Parecía como si odiara mis opiniones, no porque
fuesen absurdas sino porque eran mías. Y te lo digo porque muchas veces ella
decía ideas mías como si fueran suyas. Incluso cuando algún amigo repetía
alguna de mis ideas, a ella le encantaban. Les gustaba todo, todo excepto lo
que sabía que venía de mí.
Gustavo: Podríamos decir que no sos muy feliz ¿Verdad?
Adolfo: ¡No! Yo soy feliz. Tengo a la mujer que quiero y nunca deseé otra.
Gustavo: ¿Y nunca deseaste ser libre?
Adolfo: No; en realidad no. Bueno, claro, a veces me imagino que podría estar
en paz, calmo. Pero apenas se va empiezo a extrañarla. Extrañarla como
extrañaría a mis brazos y mis piernas. Es raro, pero a veces tengo la sensación
de que ella no es un ser independiente, sino una parte de mí; que cuando se va
se lleva mi voluntad, mis ganas de vivir.
Gustavo: Quizás sea así.
Adolfo: No… No. Ella es muy independiente, con muchas ideas propias.
Cuando la conocí yo no era nada, un artista joven, casi un niño, que ella fue
formando.
Gustavo: Pero más tarde la ayudaste a completar su formación ¿No es cierto?
Adolfo: ¡No! Ella dejó de progresar y yo seguí.
Gustavo: Sí, es extraño que su talento literario se estancara tanto después de
su primer libro. O por lo menos que no haya mejorado. Claro que esa vez tuvo
un tema muy agradecido, muy fácil… Parece que hizo el retrato de su marido…
¿No lo llegaste a conocer? Por lo visto era un idiota.
Adolfo: No lo llegué a conocer, él estuvo de viaje unos seis meses. Pero por su
descripción debe haber sido un perfecto imbécil. (Pausa)Y su descripción fue
exacta, de eso podés estar seguro.
Gustavo: ¡Lo estoy! Pero ¿Por qué se casó con él?
Adolfo: Porque no lo conocía. Los novios se conocen después de casados.
Gustavo: Por eso nadie debería casarse hasta después de haber convivido.
Obviamente tuvo que haber sido un tirano.
Adolfo: ¿Un tirano?
Gustavo: Bueno, todos los maridos lo son. Vos también…
Adolfo: ¿Yo? Si mi mujer hace lo que quiere. Va y viene a su gusto.

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Gustavo: ¡Vamos! Eso es lo menos que podés hacer ¿O preferirías tenerla
encerrada? Ahora… ¿Te gusta que pase las noches fuera de casa?
Adolfo: No, claro que no.
Gustavo: Y sí… Uno siente que hace el ridículo.
Adolfo: ¿Soy ridículo? ¿Hago el ridículo por confiar en mí mujer?
Gustavo: Claro… Todos lo hacemos. Vos a fondo.
Adolfo: ¿Yo? Es lo último que quiero que me pase. Acá van a cambiar muchas
cosas.
Gustavo: Esperá, no te pongas nervioso. Podés tener otro ataque.*
Adolfo: ¿Pero por qué no es ella la ridícula cuando yo salgo de noche?
Gustavo: ¿Por qué? No te importa, pero es así. Y mientras le das vueltas al
asunto aumentás la confusión.
Adolfo: ¿Qué confusión?
Gustavo: Simple. El marido era un tirano y ella se casó con él para ser libre.
Porque una señorita no es libre hasta que tiene un fusil, lo que solemos llamar
marido.
Adolfo: Por supuesto.
Gustavo: Y ahora el fusil sos vos. (Pausa, sonrisa cómplice) ¿Tengo razón?
Adolfo: No sé. Uno vive con una mujer durante años y años, sin reflexionar
sobre ella o sobre nuestro matrimonio, y entonces… Un día te ponés a
pensar… y es como el inicio de una avalancha. Gustavo, sos mi amigo. Sos mi
único amigo. En estos últimos ocho días me devolviste las ganas de vivir. Me
ayudaste mucho, me salvaste ¿Notás que ya pienso con claridad, que hablo
mejor? ¡Hasta creo que recuperé mi voz!
Gustavo: Sí, yo también lo creo ¿Por qué pensás que pasó eso?
Adolfo: No sé… Pero quizás uno se va acostumbrando a hablar en voz baja
con las mujeres. A mí Tekla, siempre me reprochó que gritaba.
Gustavo: Y bajamos la voz y la única voz que queda es la de ellas.
Adolfo: No digas eso. (Pausa, ríe para sí mismo) Es todavía peor. Pero no
hablemos de eso ¿Qué te decía? Ah!Sí! Llegaste y me ayudaste a entender mi
trabajo. Puede ser que durante un tiempo mi interés por la pintura haya
disminuido ¿por qué? No sé. Quizás no me ofrecía el material que necesitaba
para expresarme. Pero cuando me ayudaste a ver el porqué de mi desinterés y
pude comprender que la pintura ya no es el arte que dialoga con nuestros
tiempos, entonces entendí todo perfectamente. Supe que a partir de ese
momento me iba a ser imposible expresarme a través del color.
Gustavo: ¿Estás seguro de que no vas a volver a pintar?

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Adolfo: ¡Completamente! No voy a volver atrás. Después de nuestra
conversación me fui a acostar y repasé lo que hablamos punto por punto. Y
seguí pensando que teníamos razón. Pero cuando me desperté, ya
descansado, la idea de que podía estar equivocado me golpeó como un rayo.
Salté de la cama y me puse a pintar, pero todo se había acabado… Me faltaba
la inspiración, en el lienzo solo quedaron unas manchas de color. Sentí
vergüenza de haber creído, y haberle hecho creer a los demás, que un lienzo
pintado era algo más que un lienzo pintado.
Gustavo: ¡Y entonces te hiciste escultor! Decidiste expresarte usando un arte
plástica que abarca las tres dimensiones.
Adolfo: Las tres dimensiones, sí. En una palabra, dar cuerpo.
Gustavo: Ya eras escultor, lo que pasa es que no lo sabías. Decime ¿Ahora
cuando trabajás sentís placer?
Adolfo: Ahora me siento vivo.
Gustavo: ¿Puedo ver en lo que estás trabajando?
Adolfo: Una figura de mujer.
Gustavo: ¿Sin modelo y tan llena de vida?
Adolfo: Sí, pero se parece a alguien… es como si viviese en mi cuerpo y yo en
el de ella.
Gustavo: No te sorprendas, es como una transfusión.
Adolfo: ¿De sangre?
Gustavo: Parece que te desangraron demasiado. Al ver la figura se aclara un
poco la cosa. La quisiste muchísimo.
Adolfo: Sí, apasionadamente. Tanto que no puedo decir quién es quién: cuando
se ríe me río, cuando llora, lloro y te digo más… Cuando ella dio a luz, yo sentí
los dolores del parto.
Gustavo: Mi amigo, es difícil decírtelo, pero por lo que me contás estás
mostrando los síntomas del síndrome de Stendhal. * (muy grave)
Adolfo: ¿Yo? ¿Qué es eso? * (¿por qué?)
Gustavo: Lo vi en mi hermano menor. Un joven sensible que se había casado
con una jovencita bella, con cara de niña. Ella lo inició en el arte, lo llevó a ver
las grandes obras. Mi hermano despertó una obsesión por la belleza artística y
sus encuentros matrimoniales con la angelical jovencita.
Adolfo: ¿Cuáles eran los síntomas?
Gustavo: Eran espantosos. Mejor no hablar de eso.
Adolfo: Seguí, no des vueltas.

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Gustavo: Bueno, digamos que ella se hizo con la prerrogativa del hombre.
Adolfo: ¿Qué prerrogativa?
Gustavo: La iniciativa, naturalmente. El resultado fue que el angelito estuvo a
punto de mandar al cielo a mi hermano, pero antes tuvo que pasar por la cruz y
sentir los clavos en su propia carne.
Adolfo: Bueno, sí, pero ¿Cuáles eran los síntomas?
Gustavo: Mirá, podíamos estar sentados conversando, y de pronto se ponía
blanco. Los brazos y las piernas se le quedaban rígidos y los pulgares se le
doblaban hacia la palma de la mano. (Gustavo hace el gesto y Aldolfo lo imita y
lo hará repetidas veces) Después con los ojos inyectado en sangre comenzaba
a masticar así. La saliva le dificultaba la respiración, el pecho se oprimía y de la
garganta salían profundos estertores. Las pupilas le temblaban como velas. La
lengua batía la saliva y la baba le caía por el mentón. Después caía lentamente
hacia atrás, hasta quedar acostado en la silla, como si se estuviese ahogando.
Después…
Adolfo: Basta, basta…
Gustavo: ¿Te sentís mal?
Adolfo: Sí. (Toma agua)
Gustavo: Cambiemos de tema.
Adolfo: No, no. Por favor seguí.
Gustavo: Bueno… Cuando se despertaba no recordaba nada de lo que había
pasado. Simplemente estuvo inconsciente ¿Te pasó alguna vez?
Adolfo: Bueno, alguna vez sentí palpitaciones y vértigo. El médico dice que es
anemia.
Gustavo: Así empieza. Si no te cuidás va a terminar en algo grave.
Adolfo: ¿Y qué tengo que hacer?
Gustavo: O dejás de trabajar o dejás el sexo un tiempo.
Adolfo: ¿Mucho tiempo?
Gustavo: Por lo menos 6 meses.
Adolfo: Eso es imposible, destruiría mi matrimonio.
Gustavo: Entonces tenés un problema.
Adolfo: (Tapa la figura de cera con una tela) No puedo, no puedo…
Gustavo: ¿No podés salvar tu vida? Decime ¿No hay algo más que te esté
torturando? Es muy raro encontrar un solo motivo de discordia en un
matrimonio, sobre todo cuando la vida es tan compleja y son tantos los

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problemas ¿No hay algo que esté pesando en tu consciencia y que no quieras
ver? Me dijiste que tenían un hijo ¿Por qué no vive con ustedes?
Adolfo: Porque mi mujer no quiso.
Gustavo: ¿Y por qué?
Adolfo: Porque a los tres años de edad empezó a parecerse a él… a su primer
marido.
Gustavo: ¿Ah, sí?¿No me digas? ¿Viste alguna vez a su primer marido?
Adolfo: No, nunca. Una vez vi al pasar una fotografía suya, muy mala, y no se
parecían en nada.
Gustavo: Toda esta cosa de los parecidos ¿No te despertó ninguna sospecha?
Adolfo: No, ninguna. El chico nació al año de casados y el marido estaba de
viaje cuando conocí a Tekla, justo en este mismo lugar. Por eso venimos acá
todos los veranos.
Gustavo: Entonces no había motivos para preocuparse. Ahora, sé sincero
¿Nunca sentiste celos de él, de su recuerdo? ¿No te revolvería el estómago
cruzarte con él y que dijese con los ojos puestos en Tekla “Nosotros” en lugar
de yo? Nosotros…
Adolfo: Te reconozco que esa idea no me deja en paz.
Gustavo: ¿Ves? Eso no tiene solución. Por eso lo que te va a salvar es el
trabajo. Trabajá, llená tu mente de impresiones nuevas y de esa manera tu
consciencia va a quedar en paz.
Adolfo: Perdoná que te interrumpa, pero es sorprenderte lo mucho que te
parecés a Tekla, a veces, cuando hablás. Tenés la misma forma de cerrar el ojo
derecho, como si estuvieses apuntando para disparar. Y tu mirada, a veces, me
intimida, igual que la de ella.
Gustavo: ¿Ah, si? ¿No me digas?
Adolfo: Y ahora acabás de decir “¿Ah, si? ¿No me digas?” con el mismo tono
de indiferencia que ella. Suele decirlo muy seguido.
Gustavo: Quizás somos parientes lejanos. Sería muy interesante conocerla y
comprobar las semejanzas.
Adolfo: (Intenso) ¿Pero podés creer que nunca usa mis expresiones ni mis
gestos? Al contrario, pareciera evitarlo. Y eso que la convivencia hace que las
parejas terminen pareciéndose.
Gustavo: Sí, claro (Pausa) ¿Pero sabés una cosa? Creo que esa mujer no te
quiere.
Adolfo: ¿Pero que estás diciendo?

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Gustavo: Sí, sí, perdóname, pero si el amor es dar y recibir, y ella no toma nada
de vos, es porque no te quiere. Perdón, pero es así.
Adolfo: ¿Creés que ella solo pudo haber querido una vez?
Gustavo: Uno se deja engaña una sola vez. A vos todavía no te pasó.
Adolfo: Lo que decís me parte el alma.(Pausa) Así que no me quiso nunca
¿Entonces por qué se casó conmigo?
Gustavo: Explicame de nuevo cómo fue eso de que ella te eligió ¿o fue al
revés? ¿Elegiste vos o eligió ella?
Adolfo: No sé… No fue cosa de un día.
Gustavo: A qué adivino cómo pasó todo.
Adolfo: ¿Vos? Imposible.
Gustavo: (Bromeando) Sí, yo. Con lo que ya me contaste sobre ustedes, creo
que sé lo suficiente como para hacer una reconstrucción del hecho. El marido
se fue de viaje por trabajo y ella se quedó sola. Los primeros días sintió el
placer de la libertad. Después de dos semanas la invadió una sensación de
vacío. Entonces llega él, el otro, y el vacío fue llenándose poco a poco. En la
inevitable comparación, la imagen del ausente empieza a palidecer, por la
sencilla razón de que estaba muy lejos. Pero cuando empiezan a sentir deseos
por el otro, tienen miedo de ellos mismos, de su consciencia y del ausente.
Entonces se esconden y empiezan a jugar a que son hermanos. Y cuanto más
carnales se vuelven sus deseos, más platónica imaginan su relación…
Adolfo: (Iterrumpe) ¿Cómo sabés eso?
Gustavo: Me lo imaginé. (Comprueba su hipótesis) Los chicos suelen jugar a la
mamá y el papá, pero cuando crecen juegan a ser hermanos… para ocultar lo
que hay que ocultar. Y juegan a la escondida, hasta que se encuentran en un
lugar oscuro donde están seguros de que nadie los ve. El miedo hace que la
figura del ausente se convierta en un fantasma; un fantasma que toma
proporciones gigantescas y no los deja en paz; una pesadilla que perturba sus
sueños; un acreedor que llama a la puerta. Él no logra impedir su unión, pero
perturba su felicidad. Y cuando ellos sienten el invisible poder que él tiene de
destruir su felicidad, cuando finalmente deciden huir, aunque sea en vano, del
recuerdo que los persigue, de las deudas que dejan detrás, cuando sienten que
ya no tienen fuerzas para asumir su culpa, hay que sacar a un chivo expiatorio
de donde sea y sacrificarlo. Se decían progresistas, pero no se animaron a
pararse frente al otro y decirle abiertamente “nos queremos”. Eran cobardes y
por eso crearon a un tirano y lo asesinaron ¿No fue así?
Adolfo: Sí, pero te olvidás que ella me formó, me educó.
Gustavo: No, no me olvidé. Pero decime ¿Cómo te explicás que ella no
pudiese formar al otro?
Adolfo: Es que el otro era un idiota.

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Gustavo: ¡Ah! ¡Cierto! ¡Era un idiota! ¿No te parece un concepto un poco vago?
En la descripción que ella hace en su novela, la idiotez del marido consiste en
que él no la comprende a ella. Perdoná la pregunta, pero ¿Es tu mujer una
intelectual tan profunda? A mí sus libros me parecen bastante superficiales.
Adolfo: ¡A mí también! Aunque tengo que reconocer que a mí me cuesta
bastante entenderla.
Gustavo: Quizás vos también seas un poco idiota…
Adolfo: No sé. ¿Sabés que yo le enseñé a nadar?¡Y ahora ella presume de ser
mejor nadadora que yo!
Gustavo: ¿No le enseñaste nada más?
Adolfo: Sí, pero que quede entre nosotros. Le tuve que enseñar a escribir
porque ella tenía muchas faltas de ortografía. Entonces ella se empezó a
encargar de la correspondencia. Claro, por falta de práctica olvidé algunas
cosas de gramática. ¿Pero te creés que ella recuerda que fui yo quien le
enseñó a escribir en un principio? No, ahora resulta que soy un idiota.
Gustavo: Así que ya sos un idiota.
Adolfo: Lo digo en broma, por supuesto.
Gustavo: ¡Eso se llama canibalismo! Los indios se comían a sus enemigos para
adquirir sus mejores cualidades. Esa mujer te devoró…
Adolfo: ¡La confianza en mí mismo! Yo le insistí para que escribiera su primer
libro.
Gustavo: ¿Ah sí? ¿No me digas?
Adolfo: Yo era el que la adulaba, cuando pensaba que lo que escribía era
mezquino, vulgar. Yo la presenté en los círculos literarios. Yo, gracias a mis
influencias, mantuve a los críticos a raya. Estuve dando, dando, dando, hasta
que me quedé sin nada ¿Sabés una cosa? ¿Sabés que el alma humana es
extraordinaria? Cuando mis éxitos le hacían sombra a los suyos, yo la animaba
minimizando mi obra y poniéndola debajo de la suya. Le hablé tanto tiempo,
inventando tantos motivos, que un día descubrí que estaba totalmente
convencido de la insignificancia de mi trabajo.
Gustavo: Te recuerdo que al principio de nuestra conversación decías que ella
nunca aceptó nada tuyo.
Adolfo: Ahora es distinto, porque se lo llevó todo. Quizás más de lo que yo me
haya dado cuenta.
Gustavo: Podés estar seguro de eso. Lo hizo sin que vos lo vieras y eso se
llama robar.
Adolfo: Quizás no fue ella la que me formó…

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Gustavo: Pero vos a ella sí, es muy probable, pero tuvo la habilidad de
convencerte de lo contrario ¿Qué fue lo que ella hizo para ayudarte en tu
carrera artística?
Adolfo: Bueno… En primer lugar…
Gustavo: ¿Si?
Adolfo: Bueno, yo…
Gustavo: No, no ¿Qué hacía ella?
Adolfo: No te lo puedo explicar ahora.
Gustavo: Bien.
Adolfo: Ella minó mi confianza y me desplomé. Hasta que llegaste vos y volví a
sentir esperanza.
Gustavo: ¿En la escultura?
Adolfo: …Si…
Gustavo: ¿Y creés en eso? ¿En ese arte anticuado que viene de la infancia de
la humanidad? ¿Creés qué trabajando con formas puras, con las tres
dimensiones, podés dialogar con nuestros tiempos?
Adolfo: No.
Gustavo: Yo tampoco.
Adolfo: ¿Entonces por qué me alentaste?
Gustavo: Porque me diste lástima.
Adolfo: Sí, doy lástima. Y lo peor es que ya no la tengo a ella.
Gustavo: ¿Y para qué la querés?
Adolfo: …
Gustavo: ¿Sabés qué es lo incomprensible, lo misterioso lo profundo en tu
mujer? Su estupidez. Si ni siquiera distingue entre la S y la Z. Y hay algo raro
en cómo piensa.Por su apariencia se la ve como una persona brillante, pero en
el fondo es tan mediocre… En las polleras ¡Ahí está el secreto! Ponele
pantalones y píntale un bigote y entonces escuchala. Una Victrola, que repite
palabras, incluso las tuyas ¿Viste una mujer desnuda? ¡Qué pregunta! Un
jovencito con tetas, un hombre incompleto, un chico de crecimiento precoz que
dejó de crecer, un anémico crónico con hemorragias regulares 13 veces al año
¿Qué se puede esperar de alguien así?
Adolfo: Los hombres y mujeres somos iguales.
Gustavo: ¡Eso es una alucinación! Ninguna mujer quiere ser igual a un hombre.
Trabajaron durante años para hacernos creer lo contrario y llegaron a su límite
¿Alguna vez escuchaste la frase “qué poco caballero”? En fin… (Saca el reloj)

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Llevamos hablando varias horas y tu mujer está a punto de llegar ¿Querés que
lo dejemos para que descanses un poco?
Adolfo: No, no me dejes solo. No quiero estar solo.
Gustavo: Es por unos minutos, tu mujer va a llegar enseguida.
Adolfo: Qué extraño, tengo ganas de verla y sin embargo me da miedo. Me
acaricia, es cariñosa, pero en sus besos hay algo que me ahoga, que me
adormece.
Gustavo: Adolfo, me das una pena tremenda. No hace falta ser médico para
ver que estás muriendo. Además tus últimos cuadros lo denuncian.
Adolfo: ¿En qué lo notás?
Gustavo: En los colores acuosos que no llegan a cubrir el lienzo, es como si
mostraras en tu cuadro tus mejillas hundidas y cadavéricas.
Adolfo: …
Gustavo: Y no soy el único que lo piensa ¿Leíste la sección de artes del diario
de hoy?
Adolfo: No.
Gustavo: Está ahí, sobre el piano.
Adolfo: (Va hacia el diario y se detiene) ¿Eso dice?
Gustavo: Leelo ¿O preferís que lo lea yo?
Adolfo: No.
Gustavo: ¿Querés que me vaya?
Adolfo: No, no, no. No sé… Creo que empiezo a odiarte y sin embargo quiero
que te quedes. Me sacás del pozo, pero cuando estoy por salir me golpeás en
la cabeza y me volvés a hundir. Convertiste en cenizas todo lo que tenía, mi
arte, mi amor, mi esperanza y mi fe.
Gustavo: Ya lo hicieron, y de una manera admirable antes de que yo llegara.
Adolfo: Sí, pero tenía arreglo, ahora ya es tarde.
Gustavo: No hice más que ayudarte. Ahora te voy a sacar de tu pozo.
Escuchame ¿Vas a escucharme y a hacerme caso?
Adolfo: Ya no me quedan fuerzas ¿Qué querés?
Gustavo: Yo estuve en tu misma situación. Levantate.
Adolfo: No puedo.
Gustavo: Levantate o te doy un sopapo.
Adolfo: (Se para de golpe como para pelear) ¿Vos a mí?

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Gustavo: Mejor. Volviste a ser vos. Ahora quiero saber ¿Dónde está tu mujer?
Adolfo: ¿Mi mujer?
Gustavo: Sí ¿Dónde está?
Adolfo: En una reunión.
Gustavo: ¿Estás seguro?
Adolfo: Completamente.
Gustavo: ¿Qué clase de reunión?
Adolfo: De beneficencia.
Gustavo: ¿Se despidieron cómo amigos?
Adolfo: No exactamente.
Gustavo: Entonces como enemigos ¿Qué le dijiste que la molestó?
Adolfo: Me das miedo ¿Cómo podés saberlo?
Gustavo: Por lo que me dijiste ¿Entonces?
Adolfo: La insulté y me arrepiento de haberlo dicho.
Gustavo: Ni se te ocurra hacerlo. Decímelo a mí.
Adolfo: Le dije… Que debería darle vergüenza coquetear con jovencitos a su
edad. Que está muy vieja para tener un amante de veinte años.
Gustavo: Lo sabía.
Adolfo: Me estás mintiendo.
Gustavo: Se lo oí contar a ella en el muelle mientras embarcaba a la lancha
que me trajo aquí.
Adolfo: ¿A quién se lo contaba?
Gustavo: A los cuatro jovencitos que la acompañaban. Se la veía contenta
hablando con los muchachitos, exactamente como…
Adolfo: Eso no tiene importancia es un juego inocente.
Gustavo: Tan inocente como jugar a los hermanitos.
Adolfo: ¿Entonces la viste?
Gustavo: Sí, la vi. Pero vos nunca la viste sin estar presente. Es decir, nunca la
viste sin estar vos con ella, por eso un marido nunca conoce realmente a su
mujer.¿Tenés una fotografía de ella? (Adolfo le da una de su billetera) ¿Se la
sacaste vos?
Adolfo: No, un fotógrafo.

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Gustavo: Entonces no estabas presente. Mirala bien ¿Se parece al retrato que
le hiciste? No. Los rasgos son los mismos, pero la expresión es muy diferente.
Pero no lo ves porque ponés sobre la foto la imagen que creaste de ella. Mirala
como pintor ¿Quién es esa mujer? Yo solo veo una mujer presumida, y
extremadamente coqueta, intentando conquistar a un hombre ¿Ves ese gesto
cínico en la comisura de los labios que nunca te muestra a vos? ¿No ves que
su mirada busca a un hombre, que no sos vos? ¿No ves lo escotado que lleva
el vestido y cómo desordenó minuciosamente su cabello? Pero… ¿No lo ves?
Adolfo: Sí, lo veo, ahora lo veo.
Gustavo: Entonces cuidado amigo.
Adolfo: ¿De qué?
Gustavo: De su venganza.Acordate que la heriste al decirle que estaba vieja
para conquistar a un hombre. Si le hubieras dicho que lo que escribe es una
porquería, se hubiera reído de tu mal gusto. Pero ahora si no se vengó, no fue
por falta de ganas.
Adolfo: Tengo que saberlo.
Gustavo: Averigualo.
Adolfo: ¿Cómo?
Gustavo: Buscando, yo te ayudo.
Adolfo: ¿Pero cómo hago?
Gustavo: Primero decime algo ¿Tu mujer tiene algún punto débil?
Adolfo: Creo que no. Tiene 7 vidas como los gatos.
Gustavo: Bueno…

(Se oye la sirena de un barco)

Gustavo: Es la lancha, ya está llegando, falta poco.


Adolfo: Tengo que ir a recibirla.
Gustavo: No, te quedás aquí. Olvidate de ser un caballero. Si ella tiene la
conciencia tranquila va entrar furiosa, si no la tiene va a llegar hecha una seda.
Adolfo: ¿Estás completamente seguro de eso?
Gustavo: Completamente, no. Pero lo vamos a averiguar. Ahí está mi
habitación. Yo voy a mirarte por el ojo de la cerradura. Cuando termines
cambiamos los papeles. Yo entro y hablo con tu mujer y vos espiás desde ese
cuarto que está vacío, podés entrar por la otra puerta. Después no

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encontramos en el parque y cambiamos opiniones. Pero no flaquees, si lo
hacés voy a dar dos golpes en el suelo con una silla.
Adolfo: De acuerdo, pero no te vayas, tengo que saber que estás en esa
habitación.
Gustavo: Ahí voy a estar, de eso podés estar seguro. Acordate bien de una
cosa. Ni una palabra de nuestro encuentro, ni siquiera que hiciste nuevos
amigos en su ausencia ¡Ni una palabra! Está llegando ¿Te sentís débil?
Adolfo: Ni débil, ni nada. Solo tengo miedo por lo que va a pasar y no puedo
evitar que suceda.
Gustavo: Sé fuerte. Nos vemos luego.

(Adolfo, le hace un gesto de despedida a Gustavo, que se encierra en su cuarto


y observa por la cerradura. Adolfo observa la fotografía de Tekla, luego la
rompe y la tira debajo de la mesa. Luego se sienta y se emprolija
nerviosamente. Tekla entra, lo besa directamente. La acción está llena de
cariño alegría y encanto.)

Tekla: ¡Buenos días! ¿Cómo está mi corderito?


Adolfo: ¿Qué hiciste de malo para besarme así?
Tekla: Derroché una cantidad de dinero obscena.
Adolfo: Entonces la pasaste bien.
Tekla: Muy bien, pero no en la reunión… Une merde ¿Pero como lo pasaste
vos, mientras tu gatita estaba de viaje? (Mira detenidamente la habitación como
buscando algo o a alguien).
Adolfo: No hice otra cosa que aburrirme.
Tekla: ¿Solo?
Adolfo: Completamente solo.
Tekla: (Lo mira detenidamente, mientras se sienta en el sofá) ¿Quién estuvo
sentado aquí?
Adolfo: Ahí, nadie.
Tekla: ¡Qué extraño! El asiento está todavía caliente… Y aquí en el brazo veo
la marca de un codo ¿Tuviste visitas femeninas?
Adolfo: ¿Yo? Estás bromeando.
Tekla: ¡Si hasta te pusiste colorado! Me parece que mi hermanito me está
mintiendo… Contale lo que te preocupa a tu gatita. (Adolfo deja caer su cuerpo
y apoya la cabeza en la falda de Tekla).

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Adolfo: Sos un demonio ¿Lo sabés? ¿Verdad?
Tekla: No, sé tan pocas cosas sobre mí.
Adolfo: Nunca pensás en tu forma de ser.
Tekla: (Lo vuelve a observar) Yo solo pienso en mí. Soy terriblemente egoísta
¡Pero qué reflexivo estás hoy!
Adolfo: Poneme la mano en la frente.
Tekla: ¿Otra vez ese hormigueo en la cabecita? ¿Querés que te lo quite? (Le
besa la frente) ¿Te sentís mejor?
Adolfo: Ahora estoy bien.
(Pausa)
Tekla: Bueno, ahora contame ¿Cómo pasaste el tiempo? ¿Pintaste algo?
Adolfo: No, ya no voy a pintar más.
Tekla: ¿Cómo?
Adolfo: Pero no pelees. Yo no puedo pintar más y no es culpa mía.
Tekla: ¿Y entonces a qué te vas a dedicar?
Adolfo: A la escultura.
Tekla: ¿Otra vez con nuevas ideas?
Adolfo: Sí, pero no te enojes. Mirá esta figura.
Tekla: (Descubre la figura) Bueno, bueno ¿Quién será?
Adolfo: Adiviná.
Tekla: No me digas que es tu gatita ¿Y no te da vergüenza?
Adolfo: ¿Por qué? ¿No se te parece?
Tekla: ¿Cómo lo voy a saber si no tiene cara?
Adolfo:Cara no, pero tiene muchas otras cosas… hermosas.
Tekla: (Le pega cariñosamente en la mejilla) Cerrá la boca, o te la como a
besos.
Adolfo: Cuidado, que puede venir alguien.
Tekla: ¡Y a mí que me importa! ¿Acaso no puedo besar a mi marido?
Adolfo: Sí, claro ¿Pero sabés una cosa? Acá en el hotel no nos creen casados,
porque siempre nos estamos besando.Que peleemos de vez en cuando no los
hace cambiar de opinión, ya que los amantes también lo hacen.
Tekla: ¿Y por qué deberíamos pelearnos? ¿No podés estar siempre cariñoso
cómo ahora? ¿No querés que seamos felices?

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Adolfo: ¿Cómo no voy a querer? Pero…
Tekla: ¿Qué te está pasando ahora? ¿Quién te metió en la cabeza que ya no
tenés que pintar más?
Adolfo: ¿Quién? Siempre te imaginás que hay alguien detrás de mis
decisiones. Vos estás celosa.
Tekla: Claro que sí. Tengo miedo de que alguien te aleje de mí.
Adolfo: ¿Miedo de eso? Sabés que no hay otra mujer en el mundo que pueda
reemplazarte, y yo sin vos no puedo vivir.
Tekla: Lo sé. Por eso no tengo miedo de las mujeres, sino de tus amigos que te
llenan la cabeza.
Adolfo: (Observándola) ¿Tenés miedo verdad? ¿Pero de qué tenés miedo?
Tekla: (Levantándose) Aquí estuvo alguien ¿Quién estuvo acá?
Adolfo: ¿Te molesta que te mire?
Tekla: Si me mirás así, sí. Vos nunca me mirás así.
Adolfo: ¿Entonces? ¿Cómo te estoy mirando?
Tekla: Me estás atravesando con la mirada.
Adolfo: Sí, quiero verte por dentro.
Tekla: Si es para eso… Mirame, mirame. Aquí no hay nada que ocultar. Pero…
Además estás hablando de otra manera… Usás expresiones… (Lo observa
detenidamente) …Hablás como filosofando… (Amenazadoramente) ¿Quién
estuvo aquí?
Adolfo: Mi médico, nadie más.
Tekla: ¿Tu médico? ¿Qué médico?
Adolfo: El médico del pueblo.
Tekla: ¿Cómo se llama?
Adolfo: Togander.
Tekla:¿Qué te dijo?
Adolfo: Me dijo… Entre otras cosas , que corría peligro de tener un ataque.
Tekla: ¿Entre otras cosas? ¿Qué más te dijo?
Adolfo: Algo muy desagradable.
Tekla: Decime.
Adolfo: No podemos tener sexo durante un tiempo.
Tekla: Ves. Me lo imaginaba. Quieren separarnos. Hace tiempo que lo veo.

15
Adolfo: No podés notar algo que no existe.
Tekla: ¿No puedo?
Adolfo: No es así. Es el miedo que exalta tu imaginación y te hace ver cosas
que no existen ¿A qué le tenés miedo? ¿A que alguien me preste sus ojos para
verte cómo sos en realidad y no lo que pretendés ser?
Tekla: Adolfo, cuidado con las fantasías, se pueden confundir fácilmente con la
realidad.
Adolfo: Hermosa frase ¿Te la enseñaron los jovencitos del barco?
Tekla: Sí, siempre hay algo que aprender de los jóvenes.
Adolfo: Yo diría que vos ya empezás a amar a los jóvenes.
Tekla: Siempre lo hice. Y es por eso que te quiero ¿Te parece mal?
Adolfo: No, pero preferiría no tener que compartir tu amor con nadie.
Tekla: Mi corazón es tan grande, mi hermanito, que tiene lugar para otras
personas.
Adolfo: Pero yo no quiero otros hermanos.
Tekla: Vení con tu gatita, te voy a dar unos chirlos por celoso. No, por
envidioso, esa es la palabra.

(Se oyen dos golpes de silla contra el suelo, que provienen de la habitación de
Gustavo)

Adolfo: No, yo no quiero jugar. Quiero hablar en serio.


Tekla: ¡Dios mío! Quiere hablar en serio ¡Qué barbaridad lo serio que se puso!
(Lo toma de la cabeza y lo besa) Vamos, reíte un poquito ¡Eso es!
Adolfo: (Sonríe sin ganas) Empiezo a creer que sos una bruja.
Tekla: ¡Por fin te das cuenta! Más vale que te portes bien, sino te hago
desaparecer con mis poderes mágicos.
Adolfo: (Levantándose) Tekla ¿Querés posar de perfil para ponerle un rostro a
la estatua?
Tekla: ¡Claro que quiero!
(Se sienta de perfil. Adolfo la observa detenidamente)
Adolfo: No pienses en mí. Pensá en otro.
Tekla: Voy a pensar en mi última conquista.
Adolfo: ¿El jovencito del barco?

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Tekla: Sí, ese. Tenía un lindo bigotito, y unas mejillas tan suaves que daban
ganas de morderlas.
Adolfo: (Torvo) Conservá esa expresión en tu boca.
Tekla: ¿Qué expresión?
Adolfo: Esa expresión cínica, descarada, que no te había visto nunca.
Tekla: (Hace una mueca) ¿Ésta?
Adolfo: Sí, esa ¿Sabés qué dicen de las mujeres que son infieles?
Tekla: (Sonriendo) No.
Adolfo: Dicen que son pálidas y jamás se ruborizan.
Tekla: ¿Nunca? Cuando se ve con su amante seguro que se ruboriza.
Adolfo: ¿Estás segura?
Tekla: Completamente, pero como el marido no consigue que le suba la sangre
a la cara, jamás va a gozar de tan grandioso espectáculo.
Adolfo: ¡Tekla!
Tekla: Decime gatita y vas a ver cómo me suben unos lindos colores a la cara
¿No te gustaría?
Adolfo: Sos un demonio. Estoy tan enojado con vos que te destrozaría a
mordiscos.
Tekla: Vení a morderme. Vení… (Abre los brazos y se acerca a él)
Adolfo: (La abraza y la besa) Sí, sí, te voy a matar a mordiscos.
Tekla: (Bromeando) ¡Cuidado! Pude venir alguien.
Adolfo: ¡A mí qué me importa! Qué me importa del mundo si te tengo a vos.
Tekla: ¿Y cuando ya no me tengas?
Adolfo: Entonces me voy a morir.
Tekla: Sí, claro, pero no te preocupes, soy tan vieja que no me quiere nadie.
Adolfo: Todavía te acordás de eso. Retiro lo dicho.
Tekla: ¿Me podés explicar por qué sos tan celoso y al mismo tiempo estás tan
seguro de vos mismo?
Adolfo: No, no puedo explicar nada. Pero quizás sea que la idea de que nos
hayamos fugado y dejaras de esa manera a tu ex marido, por mí, no me deja
en paz. A veces tengo la impresión de que nuestro amor es una fantasía, una
ilusión, una forma de sostener nuestra decisión, una pasión convertida en un
asunto de honor. Mi mayor tortura sería que él supiese que yo no soy feliz. Yo
no lo conozco, ni siquiera lo vi, pero saber que hay alguien esperando mi

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desgracia me obsesiona. Una persona que me maldice todos los días y que
moriría de risa si yo me derrumbase… Son ideas que me persiguen, me
empujan hacia vos, me fascinan, me paralizan.
Tekla: Creés que quiero darle esa alegría.
Adolfo: No, no quiero ni pensarlo.
Tekla: ¿Entonces por qué estás así?
Adolfo: Porque que estés coqueteando constantemente, con todo el mundo, me
tiene en vilo todo el tiempo ¿Qué pretendés con ese juego?
Tekla: No es un juego. Quiero ser admirada, eso es todo.
Adolfo: ¿Por todos?
Tekla: Por supuesto.
Adolfo: (Pausa) ¿Supiste algo de él últimamente?
Tekla: En seis meses ni una palabra.
Adolfo: ¿No pensás nunca en él?
Tekla: No.
Adolfo: ¿Y no lo volviste a ver?
Tekla: No, creo que se mudó. Pero ¿Por qué le das tantas vueltas a esto?
Adolfo: No sé, pero estos últimos días en los que estuve solo, pensé en él.
Pensé en cómo se habrá sentido cuando lo dejaste.
Tekla: Parece como si sintieras culpa.
Adolfo: Sí.
Tekla: ¿Te sentís cómo un ladrón? ¿Verdad?
Adolfo: Casi.
Tekla: ¡Mirá qué lindo! ¿Así que ahora se roban mujeres de la misma manera
que se roban vacas o gallinas? ¿Así es que ahora soy un objeto de su
propiedad? Cómo una casa, quizás. Muchas gracias.
Adolfo: No, creo que eras su mujer y eso tiene más valor que la propiedad de
un objeto, es algo insustituible.
Tekla: Ah, sí ¿No me digas? Con que alguien te dijese que se volvió a casar,
alcanzaría para que se te vayan esas ideas de la cabeza. Vos ocupás ese lugar
en mi vida.
Adolfo: ¿Sí? ¿De verdad? ¿Lo quisiste alguna vez?
Tekla: Claro que lo quise.
Adolfo: Y después…

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Tekla: Me cansé de él.
Adolfo: ¿Y si un día te cansaras de mí?
Tekla: No me voy a cansar.
Adolfo: Si un día apareciera otro… Supongamos, nada más… Otro que tuviera
las cualidades que buscás en un hombre ahora… Entonces ¡Me dejarías!
Tekla: ¡No!
Adolfo: ¿Y si te cautivase de tal manera que no pudieras vivir sin él? Entonces
me dejarías, claro.
Tekla: No, no es seguro.
Adolfo: No me digas que podrías querer a dos hombres a la vez.
Tekla: ¿Por qué no?
Adolfo: Eso sí que no lo entiendo.
Tekla: Hay cosas que existen por más que no las entiendas. No somos todos
iguales.
Adolfo: Ahora empiezo a entender.
Tekla: Ah, sí ¿No me digas?
Adolfo: ¡Sí! (Pausa, trata de recordar algo sin éxito) Tekla, tu sinceridad
comienza a ser bastante fastidiosa.
Tekla: Y sin embargo era para vos la más grande de las virtudes. Fuiste vos el
que me enseñó a hablar con sinceridad.
Adolfo: Sí, pero ahora la usás para esconderte.
Tekla: Es mi nueva táctica ¿No te diste cuenta?
Adolfo: No sé, pero este lugar se me está haciendo bastante desagradable. Si
querés nos volvemos a casa esta misma noche.
Tekla: ¡Sí, claro! Acabo de llegar y no tengo ninguna gana de viajar de nuevo.
Adolfo: ¡Pero yo sí!
Tekla: Y a mí que me importa. Andate vos.
Adolfo:¡Vas a venir conmigo en el último barco!
Tekla: ¿Pero qué pavada estás diciendo?
Adolfo: ¿Sabés qué sos mi mujer?
Tekla: ¿Sabés qué sos mi marido?
Adolfo: Sí, pero no funciona exactamente de la misma manera.
Tekla: ¿Ah, no? ¿Ahora me salís con eso? Vos nunca me quisiste.

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Adolfo: ¿Qué no te quise?
Tekla: No, porque amar es dar.
Adolfo: Para el hombre, amar es dar. Para la mujer, amar es recibir, aceptar. Y
yo no hice más que darte.
Tekla: ¿Ah, sí? ¿y qué me diste?
Adolfo: ¡Todo!
Tekla: Y yo lo acepte ¿O vas a pasarme la factura de tus regalos? Yo los
acepté y al hacerlo demostré que te quería. Una mujer solo acepta regalos de
su amante.
Adolfo: De su amante, sí. Acabás de decir una gran verdad. Yo siempre fui tu
amante, nunca tu marido.
Tekla: Mucho mejor. Pero si no estás contento con ese puesto, podés
considerarte despedido. Yo no quiero un marido.
Adolfo: No, ya me di cuenta. Porque últimamente cuando me dejabas,
sigilosamente como un ladrón, para lucirte con otras personas, usando todo lo
que yo te había dado… fue ahí cuando quise recordarte tu deuda, pero vos
quisiste romper los pagarés. Y para que no aumentara, decidiste empezar a
pedirle a otros. Me convertí en tu marido, sin quererlo, y nació tu odio. Pero
ahora, como ya no puedo ser tu amante, voy a ser tu marido. Te guste o no.
Tekla: (Juguetona) No digas tonterías, bobito.
Adolfo: Escuchame, te aviso que es muy peligroso andar por la vida pensando
que todos son idiotas, salvo uno mismo.
Tekla: Pero si eso es lo que cree todo el mundo.
Adolfo: Y estoy empezando a sospechar que él, tu ex marido, quizás no fuese
tan idiota.
Tekla: ¡Dio mío! Ahora te empieza a caer bien.
Adolfo: Casi, casi…
Tekla: Bueno, bueno… Tal vez te gustaría conocerlo y hacerte su amigo ¡Qué
hermosa imagen! ¿Pero sabés una cosa? Yo también. Estoy tan cansada de
hacer de niñera, que empecé a sentirme de nuevo atraída por él. Porque al
menos él era un hombre. Claro, tenía un defecto, era mi marido.
Adolfo: ¡Así que vos también! ¿Eh? Mirá qué bien. Ahora no solo te gustan los
jóvenes angelicales, sino que también los hombres muy hombres.
Tekla: Cómo ves mi pasión no conoce límites. Mi corazón está abierto a todos y
a todo. A lo grande y a lo pequeño, a lo hermoso y a lo feo, a lo joven y a lo
viejo. Yo amo al mundo entero.
Adolfo: ¿Sabés lo que eso significa?

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Tekla: No, yo no sé nada. Los sentimientos son mi guía, únicamente siento.
Adolfo: Significa que te estás haciendo vieja.
Tekla: ¡Y dale con eso! Tené cuidado.
Adolfo: Vos tené cuidado.
Tekla: ¿De qué?
Adolfo: De este cuchillo (Toma un cuchillo para esculpir)
Tekla: (Jovialmente) Mi hermanita no debería jugar con cosas tan peligrosas.
Adolfo: Yo ya no juego.
Tekla: Bueno ¿así que es en serio? Completamente en serio. Vas a ver que
estás muy equivocado. Bah, nunca lo vas a ver, nunca lo vas a saber con
certeza, pero todo el mundo lo va a saber. Todo el mundo excepto vos. Lo vas
presentir, vas a sospechar, pero nada más. Pero te aseguro que no vas a tener
un instante de tranquilidad. Vas a sentir el ridículo de ser un cornudo, pero
nunca vas a tener las pruebas. Eso es lo que te espera. Ahora vas a ver lo que
es bueno.
Adolfo: Me odiás ¿Verdad?
Tekla: No, no te odio. Ni creo que llegue a hacerlo nunca, porque en realidad
sos un chico.
Adolfo: Ahora sí, ahora soy un chico ¿Pero te acordás cuando nos sorprendió
esa tormenta? Entonces vos parecías una nena. Te senté en mis rodillas y te
besaba los ojos hasta que te quedaste dormida. Me tenía que ocupar de que
no salieras despeinada, de preparar la comida. Me pasaba horas sentado a tu
lado, agarrándote la mano, porque tenías miedo. Tenías miedo de todo el
mundo, porque no te quedaba un solo amigo después de que abandonaste a tu
marido. Los rumores de la gente te asustaban. Horas dándote ánimo, hasta
que se me secaba la boca y me empezaba a doler la cabeza. Tuve que sacar
fuerzas de dónde no tenía. Entonces era yo el hombre… Te volví a incorporar a
la sociedad. Reinaste sobre mí y sobre mi casa. Te pinté en mis mejores
cuadros y no hubo exposición en donde no tuvieras un lugar de honor. Obligué
a los demás a verte con la misma fascinación que yo lo hacía. Los obligué a
aceptarte y pudiste conquistarlos. Entonces mis fuerzas se acabaron. Caí
enfermo. La vida te sonreía y mi enfermedad te incomodaba. Yo ya no podía
inspirarte, por eso no me necesitabas. Pero no te inspirabas si yo no te
motivaba o mejor dicho cuando querías demostrar que no me necesitabas. Y
comenzamos a hundirnos los dos. Ahora tenésque echarle la culpa a alguien.
Tekla: Y todo este discurso para decir que vos escribiste mis libros.
Adolfo: No, vos lo decís. Para después decir que miento. Yo no me expresé con
tanta crudeza, pero vos solo tocás una nota.
Tekla: Sí, sí, pero en resumen vos escribiste mis libros.

21
Adolfo: No, no hay ningún resumen. No podés expresar la complejidad de una
relación en una frase. No soy tan estúpido como para decir que escribí tus
libros.
Tekla: Pero lo pensaste.
Adolfo: (Furioso) ¡No fue así!
Tekla: Pero en suma…
Adolfo: No hay suma. Cuando uno divide y el cociente no es exacto, se obtiene
una fracción decimal larguísima, sin fin. Yo no sumé.
Tekla: No, pero yo sé sumar.
Adolfo: No me cabe la menor duda, pero yo no lo hice.
Tekla: Pero tenías la intención.
Adolfo: (Sin fuerzas, cierra los ojos) No, no, no… ¡Basta! ¡No me hables más!
¡Me va a dar un ataque! ¡Callate! ¡Andate! ¡Dejame solo! (Adolfo a punto de
caer inconsciente)
Tekla: (Cariñosa) ¿Qué te pasa? ¿Te sentís mal? ¿Estás enfermo? ¡Adolfo! (Él
la rechaza) ¡Adolfo! (él mueve la cabeza) ¡Adolfo!
Adolfo: Sí.
Tekla: Fuiste injusto conmigo.
Adolfo: Sí, sí, sí, lo reconozco.
Tekla: ¿Me pedís perdón?
Adolfo: Sí, sí, sí, te pido perdón, pero no me hables.
Tekla: Besame.
Adolfo: Te beso, pero no me hables.
Tekla: Tenés que dar un paseo y respirar aire puro.
Adolfo: Sí lo necesito. Después hacemos las valijas y nos vamos…
Tekla: No.
Adolfo: ¿Por qué no?
Tekla: Prometí ir a la fiesta de esta noche.
Adolfo: Ah, por eso.
Tekla: Por eso. Dije que iría.
Adolfo: Quizás dijiste que tenías la intención de ir, pero ahora podés decir que
no vas a ir.
Tekla: Yo no hago como vos. Yo cumplo mi palabra.

22
Adolfo: Está bien, pero uno no necesita sentirse obligado por lo que pueda
decir en una conversación ¿Se lo prometiste a alguien?
Tekla: Sí.
Adolfo: Entonces pedile disculpas y decile que tu marido está enfermo.
Tekla: No, no quiero. Y no estás tan enfermo como para no poder
acompañarme.
Adolfo: ¿Por qué querés que vaya siempre con vos? ¿Te hace sentir más
tranquila?
Tekla: No sé qué querés decir.
Adolfo: Decís siempre lo mismo cuando sabés que voy a decir algo que no te
gusta.
Tekla: ¿Sí? ¿Qué es lo que no me gusta ahora?
Adolfo: Callate, callate. No empieces de nuevo. Me voy y pensá bien lo que
hacés. (Sale por dónde entró Tekla, da una vuelta y accede por otro lugar a su
habitación).

( Queda Tekla sola. Un poco después entra Gustavo canturreando “Siga el


corso”, abre un diario y queda de espaldas a Tekla.)

Tekla: ¿Sos vos?


Gustavo: Sí, soy yo. Disculpame.
Tekla: ¿Cómo llegaste?
Gustavo: Por la ruta, pero no me voy a quedar porque…
Tekla: ¡Quedate! Cuánto tiempo sin vernos.
Gustavo: Sí, mucho tiempo.
Tekla: Cambiaste mucho.
Gustavo: Y vos seguís tan encantadora como siempre. Hasta parecés más
joven. Sin embargo, disculpame, pero me voy. No quiero que te sientas
incómoda. De haber sabido que estabas aquí jamás hubiera…
Tekla: Si no es una molestia para vos, te pediría que te quedes.
Gustavo: No es molestia, pero creo… Bueno, que diga lo que diga voy a
hacerte daño.
Tekla: ¿Por qué no te sentás? No me vas a lastimar. Siempre fuiste, y supongo
que lo seguirás siendo, una persona extraordinariamente educada.

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Gustavo: Cuánta amabilidad. Pero no creo que tu marido me vea de la misma
forma.
Tekla: No te creas, hace un rato habló muy bien de vos.
Gustavo: Bueno… El tiempo todo lo borra.
Tekla: Nunca le caíste mal, si ni siquiera te conoce. Por mi parte siempre quise
que algún día se hicieran amigos. O por lo menos que se saluden con cortesía.
Gustavo:¿Sabés? Yo siempre quise que la mujer que amé con toda mi alma
tuviese al lado un hombre que la hiciese feliz. Oí hablar muy bien de él,
conozco su obra, pero de todas maneras antes de hacerme viejo hubiese
querido estrechar su mano y pedirle que no te descuidara y se diese cuenta de
la suerte que estaba teniendo. Con eso pretendía apagar ese odio inconsciente
que debo tener dentro de mí. En fin, quiero sentirme en paz.
Tekla: Te estoy muy agradecida. No sabés cuánto me tranquiliza que pensemos
lo mismo.
Gustavo: Éramos muy distintos. Mi vida monótona, mi trabajo tan rutinario, mi
círculo social tan pequeño, no eran suficiente para vos. Y lo entiendo. Lo digo
en serio. Pero vos entenderás, más que cualquiera, el trabajo que me costó
admitirlo.
Tekla: Siempre fuiste un hombre honesto, leal y digno de confianza. Lo que
pasó es que…
Gustavo: No, no, no lo era en ese momento. Pero las penas nos purifican… Y
yo…
Tekla: ¡Mi pobre Gustavo! Perdoname ¿Me podrás perdonar algún día?
Gustavo: ¿Perdonarte? ¿Qué es lo que tengo que perdonarte? Yo tengo que
pedir perdón.
Tekla: Creo que vamos a ponernos a llorar como dos viejitos.
Gustavo: Yo, puede ser. Pero vos estás cada día más joven. (Se sientan).
Tekla: ¿Lo decís en serio?
Gustavo: Y encima tenés muy buen gusto para vestirte.
Tekla: Te lo debo a vos. Vos me enseñaste ¿No te acordás cuándo descubriste
los colores que me quedaban bien?
Gustavo: No.
Tekla: ¿No te acordás? Yo sí. Hasta me acuerdo que te enojabas si me ponía
algo rojo.
Gustavo: ¿Enojarme? Si yo nunca me enojaba con vos.
Tekla: ¡Que sí! Sobre todo cuando discutíamos sobre literatura.

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Gustavo: (Se le escapa)Ahora demostrás una gran agudeza en tus libros.
Tekla: Bueno… Gustavo… me alegra verte tan bien y tan conciliador. (Intenta
levantarse)
Gustavo: Bueno, nunca fui una persona pendenciera. Conmigo llevabas una
vida muy tranquila.
Tekla: Quizás demasiado.
Gustavo: ¿Sí? Mirá vos… Yo pensé que eso te gustaba, o por lo menos era lo
que decías cuando éramos novios.
Tekla: Nadie sabe qué es lo que quiere a esa edad.
Gustavo: Bueno, ahora tenés una vida muy agitada. Como la de todos los
artistas. Tu marido parece desbordar de vitalidad.
Tekla: (Vuelve a sentarse) También uno puede cansarse de lo bueno.
Gustavo: (Gustavo la observa) ¿Cómo? ¿Seguís usando los aros que te
regalé?
Tekla: ¿Y por qué no iba a usarlos? Nosotros nunca nos peleamos, entonces
pensé que podía usarlos como un recordatorio de que no éramos enemigos.
Además ya no se consiguen aros como éstos. (Se saca uno de los aros)
Gustavo: A mí me parece muy bien ¿Pero qué dice tu marido?
Tekla: Ya no entiendo que dice, y la verdad es que tampoco me importa.
Gustavo: ¿Qué no te importa? Me parece que no hacés bien. E incluso lo dejás
en ridículo.
Tekla: No hace falta que yo lo ayude. (Tekla trata con poca suerte de ponerse el
aro)
Gustavo: ¿Te puedo ayudar?
Tekla: Sí, muchas gracias.
Gustavo: ¡Qué linda oreja! ¿Qué diría tu marido si nos viera ahora?
Tekla: Haría un lindo berrinche.
Gustavo: ¿Es celoso?
Tekla: ¿Qué si es celoso? (Adolfo se incomoda) Bueno, hablemos de vos ¿Qué
es de tu vida, en qué trabajás?
Gustavo: Decime vos.
Tekla: Primero vos.
Gustavo: (Mira la escultura) ¿Y esto?... ¡Sos vos!
Tekla: No, no creo.

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Gustavo: Se te parece bastante.
Tekla: Ah ¿Sí? ¿No me digas?
Gustavo: Esto me hace acordar a un chiste "La reina entra indignada a palacio.
se encuentra con el rey y le dice: ¡Esto es un escándalo! Pasaba con mi
carruaje junto al lago y veo a los guardias bañándose totalmente desnudos. Y
el rey le contesta: ¿Y cómo sabía su majestad que esos eran los guardias si
estaban desnudos?"
Tekla: (Ríe a carcajadas) ¡Sos terrible! (Pausa) Ya nadie me cuenta chistes.
Gustavo:¿No tiene humor o es tímido? ¿Es tímido?
Tekla: Para hablar sí.
Gustavo: Hablando… ¿Y para lo demás?
Tekla: …Ahora está tan enfermo…
Gustavo:Te sienta bien el celibato. Conociéndote, como te conozco, jamás lo
hubiera imaginado.
Tekla: ¡Podés parar!
Gustavo: ¿Te acordás que cuándo nos casamos vivimos un tiempo aquí? Pero
está diferente. Ahora es un salón, antes era una habitación ¿Te acordás? Aquí
estaba la cómoda… Y ahí estaba la cama…
Tekla: Basta.
Gustavo: Mirame.
Tekla: ¿Te parece bien así? (Se miran)
Gustavo:¿Creés que uno puede olvidar?
Tekla: No, los recuerdos de la juventud tienen mucha fuerza.
Gustavo: ¿Te acordás de nuestro primer encuentro? Eras una jovencita
encantadora. Un tanto salvaje, por la educación que te dieron tus padres. Pero
bueno… Yo pude ayudarte en eso. Y ahora que te veo, tengo la sensación de
percibir el aroma de un vino de mi propia cosecha. Sí, es mi vino, pero maduró
muy bien. Y ahora, para volver a casarme, también elegí a una chica joven.
Tekla: ¿Te vas a volver a casar?
Gustavo: Sí, voy a probar suerte otra vez. Pero ahora voy a cinchar mejor la
montura para que no me tire por el camino.
Tekla: ¿Es bonita?
Gustavo: Para mí sí, pero es posible que yo sea demasiado viejo. Y es extraño,
pero… ahora que la casualidad me trajo a tu lado…, ahora empieza a dudar de
repetir con éxito el juego.

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Tekla: ¿Por qué lo dudás?
Gustavo: Porque me di cuenta qué mis raíces siguen en vos. Sos una mujer
muy peligrosa Tekla.
Tekla: ¿Ah, si? ¿no me digas? Y mi marido dice que no puedo conquistar a
nadie.
Gustavo: Eso es porque ya no te quiere.
Tekla: No sé qué es lo que él entiende por amor.
Gustavo: Estuvieron tanto tiempo jugando a las escondidas que ya no se
encuentran. Son cosas que pasan. Te hiciste pasar por una santa y él ya no se
anima a tocarte ¿Viste? Cambiar trae muchos problemas.
Tekla: ¿Me estás haciendo un reclamo?
Gustavo:No, ni mucho menos. Lo que pasó, pasó porque tenía que pasar. Si no
hubiese ocurrido esto, hubiera pasado otra cosa.
Tekla: Sos un hombre culto Gustavo. No conocí a nadie con quien me gustara
tanto conversar. Lo que me encanta es tu poca afición para moralizar. Además
le pedís tan poco al otro, que una se siente libre con vos ¿Sabés que tengo
celos de tu futura esposa?
Gustavo: ¿Sabés que yo tengo celos de tu marido? (Tekla se levanta)
Tekla: Y ahora tenemos que separarnos. Para siempre.
Gustavo: Sí, tenemos que separarnos, pero antes tenemos que festejar nuestra
despedida.
Tekla: No.
Gustavo: Sí, vamos a celebrar. Vamos a ahogar los recuerdos en alcohol y
cuando nos despertemos nos habremos olvidado de todo. (La toma por la
cintura) Estás aplastada por un ser enfermo, un espíritu pusilánime que te
contagió su debilidad. Yo te voy a dar nueva vida, voy a hacer florecer tu talento
como una rosa de todo el año, voy a hacer… (Entra alguien y se va)
Tekla: ¿Quién era?
Gustavo: Dos señoras.
Tekla: Andate, me das miedo.
Gustavo: ¿Por qué?
Tekla: Me arrancás el alma.
Gustavo: Y a cambio te doy la mía. Además no tenés alma, es un espejismo.
Tekla: Tenés una forma de decir las cosas que una no puede enojarse con vos.
Gustavo:¿Cuándo y dónde?

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Tekla: No. Él me da mucha lástima, todavía me quiere y no me gustaría hacerlo
sufrir más.
Gustavo: Él no te quiere ¿Querés una prueba?
Tekla: ¿Cómo?
Gustavo: (Toma los pedazos de la foto de Tekla) Aquí la tenés.
Tekla: No tiene vergüenza.
Gustavo: ¿Convencida? Bien ¿Cuándo y dónde?
Tekla: ¡Qué hipócrita!
Gustavo: ¿Cuándo?
Tekla: Se va en el barco de las 8.
Gustavo: ¿Entonces?
Tekla: A las 9. (Ruidos en la habitación de la derecha) ¿Quién vivrá ahí que
hace tanto escandalo?
Gustavo:(Gustavo va a mirar por el ojo de la cerradura) Una mesita patas para
arriba y un jarrón roto, nada más. Habrán dejado a un perro encerrado.
Entonces a las 9.
Tekla: Sí. Nunca vi tanta hipocresía y él que se pasa la vida predicando
sinceridad… Pero esperá un poco… ¿Cómo pasó todo?... Me recibió casi con
hostilidad. Ni siquiera me estaba esperando en el muelle ¿Y entonces? Me dijo
algo sobre los jovencitos del barco. Claramente yo hice como que no
entendía… ¿Pero cómo lo supo? Esperá. Después se puso a filosofar sobre las
parejas y dijo algo de vos… que te habías aparecido como un fantasma… Y
después empezó a hablar sobre que se iba a dedicar a la escultura, porque era
el arte de nuestra época. La idea que te apasionaba hace unos años…
Gustavo: ¿Ah, sí? ¿No me digas?
Tekla: ¿Ah, sí? ¿No me…? Ahora entiendo… Ahora comienzo a darme cuenta
de la clase de basura que sos. Estuviste aquí y lo hiciste pedazos. Eras vos el
que estuvo sentado en el sofá. Vos lo convenciste de que estaba enfermo. Que
tenía que vivir en el celibato. Que tenía que atacar a su mujer para demostrar
que era un hombre de verdad ¡Sí! Fuiste vos ¿Cuánto tiempo llevás acá?
Gustavo: Estoy aquí hace 8 días.
Tekla: ¿Entonces eras vos al que vi en el muelle?
Gustavo: Era yo.
Tekla: Y pensaste que me ibas a destruir.
Gustavo: Ya lo hice.
Tekla: Todavía no.

28
Gustavo: Sí.
Tekla: Te acercaste a mi marido y lo acechaste, como si fueras un lobo. Traías
un plan para destrozar mi felicidad. Estabas a punto de lograrlo, pero me di
cuenta y fracasaste.
Gustavo: No fue exactamente como vos decís. En realidad pasó así. Era
natural que yo les deseara el mal. Pero estaba casi seguro de que no
necesitaban ayuda. Además tenía tantas cosas que hacer, que no tenía tiempo
para andar con intrigas. Pero cuando salí casualmente a dar un paseo y por
casualidad te vi con los jovencitos del barco, pensé que había llegado la hora
de hacerles una vista. Llegué y tu corderito se echó inmediatamente en las
garras del lobo. Desperté su simpatía provocando unas emociones, que no voy
a tener la descortesía de explicarte. Al principio me dio pena, ya que él se
encontraba en la misma situación que yo hace unos años. Pero se puso a
hurgar en mi vieja herida, ya sabés, lo del libro y lo del idiota. Y entonces me
entraron ganas de hacerlo pedazos. De mezclar bien todos los trozos para que
no pudieran recomponerlo nunca más. Y lo logré. Lo logré gracias al
concienzudo trabajo que ya habías hecho.Y después de terminar con él me
quedabas vos. Al entrar al hablar con vos no sabía en realidad que te iba a
decir. Tenía obviamente, como un buen ajedrecista, una cantidad de planes
bien estudiados. Pero eran tus jugadas las que iban a determinar cuál de ellos
iba a usar. Cada movimiento tuyo fue condicionando el siguiente y poco a poco,
con ayuda del azar, te pude dar jaque mate. Y ahora te tengo en mis manos.
Tekla: No.
Gustavo: Sí, en mis manos. Porque pasó lo que menos esperabas. El mundo,
en la figura de esas dos señoras que acaban de aparecer en la puerta, a las
que yo no mandé a llamar… el mundo vio que te reconciliaste con tu ex marido,
vio cómo te arrastrabas arrepentida a sus brazos ¿Con eso no alcanza?
Tekla: Alcanzaría para tu venganza. Pero decime… Vos que sos tan inteligente
y tan justo ¿Cómo se explica que vos, que considerás que todo lo que pasa,
pasa, por que tiene que pasar y que ninguno de nuestros actos son libres…?
Gustavo: Que en cierto modo no son libres.
Tekla: Es lo mismo.
Gustavo: No.
Tekla:¿Cómo se explica que vos, que me considerás inocente ya que mi
naturaleza y las circunstancias me obligaron a actuar como lo hice, cómo
podés pensar que tenés derecho a vengarte de mí?
Gustavo: Por eso mismo. Porque mi naturaleza y las circunstancias me
impulsaron a vengarme. Ya me desquité ¿Y sabés por qué los dos estaban
condenados a perder esta batalla?
Tekla: (Hace un gesto de desprecio).

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Gustavo: ¿Sabés porque pude engañarlos? Porque soy más fuerte y más
inteligente que ustedes. El idiota del libro… Eras vos la idiota y él. A ver si
entendés que uno no es un idiota solo porque no escribe novelas o pinta
cuadros. No te olvides.
Tekla: Sos un ser miserable, no tenés sentimientos.
Gustavo: Ninguno. Y gracias a eso ¿Me entendés? Puedo pensar con claridad,
como lo pudiste comprobar alguna vez; y actuar, como lo viste hace un
momento.
Tekla: Y todo esto solamente porque herí tu vanidad.
Gustavo: ¿Te parece poco? Y dejá de andar hiriendo la vanidad de las
personas, es lo más sensible que tienen.
Tekla: Sos un ser despreciable y vengativo ¡Me das asco!
Gustavo: Y vos sos un ser despreciable y frívolo ¡Me das asco!
Tekla: Es mi naturaleza ¿O no lo sabés?
Gustavo: Es mi naturaleza ¿O no lo sabés? La gente debería aprender algo de
la naturaleza de los demás antes de dar rienda suelta a la propia. Si no
provocan catástrofes y todo es llanto.
Tekla: Nunca me pudiste perdonar.
Gustavo: Sí, a vos te perdoné.
Tekla: ¿Vos a mí?
Gustavo: Sí, yo a vos ¿Hice algo contra ustedes en todos estos años? Y ahora
bastó con mi presencia para que se desmoronara su matrimonio ¿Les eché
algo en cara? ¿Les di lecciones de moral? ¿Los sermoneé? No. Bromeé un
poco con tu marido y eso bastó para que se derrumbara. Pero aquí estoy
tratando de justificarme yo que soy el demandante. Tekla ¿No tenés nada que
reprocharte?
Tekla: No, nada en absoluto.
Gustavo: Todos tenemos un pequeño rincón en donde se esconde la culpa. Y
tarde o temprano aparecen los acreedores queriendo cobrar sus deudas. Sos
inocente, sí, pero responsable.
Tekla: ¿Así que venís a cobrar tus deudas?
Gustavo: Vine a recuperar lo que me robaste, no a llevarme lo que te di. Me
robaste mi orgullo y vine a recuperarlo.
Tekla: Orgullo. Mhm ¿Y ahora ya estás satisfecho?
Gustavo: Ahora estoy satisfecho. (Se va)
Tekla: ¿Y ahora volvés con tu novia?

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Gustavo: Yo no tengo novia, ni la voy a tener.
Tekla: ¿Te vas a ir así? No hay reconciliación posible.
Gustavo: ¿Reconciliación? Eso ya perdió el sentido ¿Reconciliación? Tal vez
podríamos vivir los tres juntos. Tal vez te sientas mejor si te digo esto: Te pido
perdón porque me desgarraste el corazón. Te pido perdón porque me
convertiste en el hazmerreir de mis alumnos. Te pido perdón porque te liberé
del yugo de tus padres. Te pido perdón porque te redimí de la tiranía de la
ignorancia y la superstición. Te pido perdón porque te puse al frente de mi
casa. Te pido perdón porque te di una buena posición y amistades. Te pido
perdón porque hice una mujer de la niña que eras. Perdoname como yo te
perdono a vos. Ahora rompo mi pagaré, para mí ya no hay deudas, ahora andá
a arreglar tus deudas con el otro.
Tekla: ¿Qué le hiciste?... Comienzo a sospechar que… algo terrible.
Gustavo: ¿Por qué te preocupa? ¿Lo querés todavía?
Tekla: Sí.
Gustavo: ¿Sabés en qué te convierte eso?
Tekla: Me odiás.
Gustavo: Te compadezco. Tenés una característica, no digo un defecto, sino
una característica que acarrea catástrofes sin fin. Pobre Tekla, no sé como
explicarlo, pero casi estoy empezando a sentir un cierto arrepentimiento por lo
que hice. Aunque soy tan inocente como vos, pero quizás te sirva de algo tener
una idea de lo que yo sentí aquella vez ¿Sabés dónde está tu marido?
Tekla: Ahora sí, ahora creo que lo sé. Está en esa habitación… vio y oyó todo.
(Entra Adolfo pálido en medio de un ataque. Tekla corre hacia él para
contenerlo.)
Tekla: ¡Adolfo!
(Adolfo se desploma. Tekla se arroja sobre él y lo acaricia).
Tekla:¡Adolfo! Mi amor. Hablame ¿Estás vivo? Perdoname, perdóname,
perdóname… Contestame ¿Me oís?... No, no me oye… Dios mío, no me oye,
está muerto. Dios mío, ayudanos… Auxilio.
Gustavo: Era cierto… También lo quiere a él. Pobre mujer.

TELÓN

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