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Escritos, Revista del Centro

El signo de Ciencias
lingüístico: de ladeltríada
Lenguaje
clásica al binarismo 51
Número 29, enero-junio de 2004, pp. 51-66

El signo lingüístico:
de la tríada clásica al binarismo saussuriano
Lourdes Díaz Blanca

Presentamos la noción de signo We present the notion of (linguis-


(lingüístico) expuesta por Pla- tic) sign as expounded by Plato,
tón, Aristóteles y Saussure. Espe- Aristotle and Saussure. Specifi-
cíficamente, nos interesa mostrar cally, we are interested in showing
el recorrido que se ha seguido en the path that has been followed in
la configuración y articulación the configuration and articula-
de los elementos de la semiosis: tion of the elements of semiosis:
cómo se ha pasado del referente, how has it passed from the refe-
unidad fundamental del proceso rent, a fundamental unit of the se-
semiótico, a su exclusión y con- miotic process, to the exclusion
secuente negación de la referen- and consequent negation of the
cia externa. En el caso de Platón external reference. In the case of
y Aristóteles, es necesario acla- Plato and Aristotle it is necessary
rar que: a) sólo nos circunscribi- to make clear that: a) we will limit
remos a sus planteamientos de ourselves only to his expositions of
interés lingüístico, sin aventurar- linguistic interest without ventu-
nos en la indagación del proble- ring into investigations of the on-
ma ontológico o filosófico que a tological or philosophical proble-
ellos subyace. Para el abordaje ms that underlines them. For the
de la noción de signo en estos au- approach to the notion of sign in
tores, tomamos como referencia these authors, we take as a metho-
metodológica el clásico triángu- dological reference the classic
lo de Ogden y Richards, presen- triangle of Ogden and Richards,
tado en 1925 y readaptado suce- presented in 1925, and readapted
sivamente por distintos autores. successively by different authors.

A MODO DE INTRODUCCIÓN

La lingüística, como las otras ciencias del hombre,


y como todos los aspectos de las culturas humanas,
es a la vez producto de su pasado y matriz de su futuro.
R. H. Robins
El interés por el conocimiento del lenguaje ha estado presente du-
rante toda la historia de la humanidad, y, de ello, nos da cuenta la
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diversidad de estudios, desde los clásicos hasta hoy. Cada aporte


ha ido sentando las bases de los trabajos subsiguientes, y es justo
hacerles un reconocimiento: aplicarles calificativos como desvia-
dos, insuficientes, falaces, es negar su valor y negar también las
razones que justifican las consideraciones precedentes. Por tanto,
en este ensayo pretendemos reconocer la deuda que los estudios
actuales tienen con los aportes etiquetados erróneamente como
vaguedad precientífica.
Bajo esta convicción, intentaremos presentar la noción de signo
lingüístico y, en particular, la inclusión/exclusión del objeto-cosa en
el proceso semiótico, expuesta por tres autores fundamentales que
han marcado los estudios posteriores. Nos estamos refiriendo a
Platón, Aristóteles y Saussure, sin que ello implique desestimar las
contribuciones de otras figuras significativas. En el caso de Platón
y Aristóteles se hace necesario aclarar que: a) sólo nos circunscri-
biremos a sus planteamientos de interés lingüístico, sin aventurar-
nos en la indagación del problema ontológico o filosófico que a ellos
subyace, y b) nos remitiremos específicamente a algunos pasajes
del Cratilo (Platón) y de Peri Hermeneias o De Interpretatione,
para los latinos (Aristóteles), aun cuando en otros de sus escritos
podemos encontrar atisbos de la teoría del lenguaje y, por exten-
sión, de la teoría sígnica1. Con respecto a Saussure, nos basaremos
en su Curso de Lingüística General (en adelante, CLG) y, en es-
pecial, en la noción de signo lingüístico.
En la elección del Cratilo y de Peri Hermeneias no nos esta-
mos dejando llevar por prejuicios exegéticos, sino por el peso de la
tradición, que ha situado estos escritos como hitos en la filosofía del
lenguaje, con serias resonancias en la lingüística, y, más concreta-
mente, en la configuración de la semiosis. En cuanto a Saussure,
sólo nos detenemos en la definición de signo lingüístico, porque im-
plica la exclusión del referente y la reducción semiótica a dos ele-
mentos, lo cual provoca un corte epistemológico en la historia de la
lingüística.

1 Cierto es que para aprehender el legado de estos autores habría que ver las
obras en su conjunto. Otros diálogos, como Gorgias y El Banquete ofrecen impor-
tantes contribuciones a la teoría del signo. (Cf. Rodríguez Adrados, 1987).
El signo lingüístico: de la tríada clásica al binarismo 53

Para el abordaje de la noción de signo (lingüístico) en estos au-


tores, tomaremos como referencia metodológica el clásico triángu-
lo de Ogden y Richards, presentado en 19252:
Pensamiento o
referencia

Símbolo Referente

Figura 1

Y que en 1962, Ullman adaptó, aplicando la terminología saussuriana:

Significado

Significante Cosa

Figura 2

EL CRATILO Y LA TRÍADA NOMBRE-IDEA-COSA

Un diálogo: Cratilo o Del Lenguaje. ¿El director? Sócrates. ¿Los


contertulios? Cratilo y Hermógenes3. ¿Los cuestionamientos? In-
numerables. ¿El objeto de discusión? La exactitud del nombre4.
“Hay que advertir que el diálogo no trata acerca del origen del

2 El triángulo metodológico de Ogden y Richards, ofrecido en 1925, y la


adaptación realizada por Ullman, en 1962, fueron tomados de Lamíquiz (1975,
389-390).
3 Se discute mucho que Sócrates sea más aventajado que sus compañeros de
diálogo. Esto responde a lo que Szlezák (1997) tilda como actitudes viciosas del
lector de la obra platónica, que se deben al sentimiento democrático, pluralista y
antiautoritario del hombre contemporáneo.
4 De entrada se formula una pregunta dialógica que lleva a la vocación
metadialógica. (Martínez Marzoa, 2001).
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lenguaje, sino, como lo dice expresamente su subtítulo, acerca de la


exactitud y propiedad de las palabras (órthótes = rectitud) (Fer-
nando Arellano, 1979). Para Platón, el nombre “se refiere a cual-
quier cosa a la que se atribuye alguna acción o propiedad” (Black,
1968, 72)5.
En este debatido diálogo de Platón hay dos posiciones divergen-
tes: Cratilo sostiene que los nombres responden a la naturaleza de
las cosas, por consiguiente, el lenguaje es un signo natural;
Hermógenes, por su lado, alega que la atribución de los nombres
es producto de la convención y se fundamenta (por confesión pro-
pia) en el relativismo de Protágoras. Sócrates6 esgrime sus argu-
mentos en torno a las dos posturas de sus contertulios: “[...] pone
en relación mutua los puntos de vista de ambas partes para en
último término medirlas por el baremo de su propia posición”
(Szlezák, 1997, 149).
Frente a Hermógenes, rebate el convencionalismo, para lo cual
se sustenta en la explicación, a través del análisis y la analogía, de
una profusa serie de etimologías (unas ciento cincuenta, aproxima-
damente)7; con destreza admirable, Sócrates se aprovecha del
relativismo protagórico aducido por Hermógenes para desmontar
su tesis convencionalista.
De cara a Cratilo, admite cierto grado de convencionalismo,
mediante la comparación de los nombres con la música y con la
pintura. Al establecer el isomorfismo entre el nombre-pintura y la
cosa, se encuentra con que, lejos de dilucidar la naturaleza de las
cosas, más bien generaría una complicación: ¿cuál es el auténtico
ser, el objeto o su copia?

5 Esta consideración filosófica ha influido notablemente en la historia de la


gramática. (Cf. Black, 1968).
6 Gran polémica ha desatado la persistencia de Sócrates en los diálogos de
Platón: Sócrates como máscara del platonismo; Platón como locutor de Sócrates,
en cuyo caso se pondría en tela de juicio la autoría del Idealismo; Platón como
doxógrafo o como filósofo; la distinción entre el Sócrates histórico y el platónico.
(Cf. Crombie, 1990, Cornford, 1981 y Gómez Robledo, 1988).
7 Al espacio dedicado a las etimologías se le ha concedido demasiada impor-
tancia y se han descuidado otros de gran interés en la historia de la lingüística. (Cf.
Leroy, 1974).
El signo lingüístico: de la tríada clásica al binarismo 55

DE LA NATURALEZA...

Hermógenes presenta el tema:


¡Sócrates! Cratilo, aquí presente, dice que la rectitud de un nombre
está fijada por la naturaleza a cada uno de los seres, y que, por tanto,
no es nombre aquel con que algunos lo denominan, a saber, una
parte de la voz por ellos emitida, porque con ella hayan convenido
denominarlo. Que, por el contrario, hay una rectitud connatural de
los hombres y que ésta es la misma para todos los hombres, tanto
griegos como bárbaros (2002, 383b).
Que exista una rectitud del nombre determinada por la propia natu-
raleza tiene profundas implicaciones lingüísticas. Veamos, por par-
tes, el contenido de este pasaje y sus conexiones con otros. Adver-
timos que hay una relación natural entre los nombres (significantes)
y los entes nombrados, que podríamos llamar cosas o referentes.
Es decir, el nombre reproduce o “pinta” la realidad (423b), con lo
que el lenguaje se convierte en un “sistema imitativo de las cosas”
(Domínguez, 1999, 126) y en un mecanismo de acceso a la reali-
dad: para Platón “la palabra corresponde exactamente a la cosa.
La investigación de la realidad tiene lugar a través de una exacta
definición de las palabras [...].” (Rodríguez Adrados, 1988, 71).
Hay, por tanto, una vinculación natural y estricta entre los soni-
dos que sirven para expresar una noción y el ente (objeto, cosa) del
cual es correlato tal noción. Las cosas reales poseen una naturale-
za inherente y estable, que no puede cambiarse según el capricho
de los usuarios de los nombres. La analogía es eminentemente cau-
sal y la fidelidad depende de que el nombre-significante manifieste
apropiadamente la esencia de las cosas (386e). “Los nombres ex-
presan la esencia de las cosas y consecuentemente hay una corre-
lación conceptual entre nombre y cosa” (Blasco, Grimaltos y
Sánchez, 1999, 15).
Ese reflejo exacto es motivado. Hay una razón de ser para la
imposición de cada nombre (405c). Se unen los vértices significado
y cosa: la asignación de los nombres está motivada por el referen-
te. Ahora, si la forma del nombre está regida por su idea (significa-
do) y ésta por el referente, ¿hay lugar para la diferencia? Acorda-
mos con Lamíquiz en que “tendríamos una conclusión sencilla: no
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existiría más que una lengua” (1975, 80). Esto es, se pone de mani-
fiesto la “mismidad del significado”, a pesar de la pluralidad de las
lenguas (Blasco et al., 1999).
Y ésta parece ser la creencia de Platón cuando afirma: “Hay
una rectitud natural en los nombres, la misma para todos: griegos y
bárbaros” (383b). Esto es perfectamente justificable por su des-
precio a los pueblos bárbaros, actitud muy propia de los griegos. En
efecto:
Cada pueblo cree en la superioridad de su idioma... verdad que los
griegos no se aplicaron más que a la variedad que había entre los
diferentes dialectos helénicos, pero porque en general su interés ape-
nas sobrepasaba los límites de la Grecia misma (Saussure, 1980, 306).
Volviendo a la relación motivada, ¿cómo preservar esa motivación
en el tiempo?, ¿había o no había mutación en la forma del signifi-
cante? No cabe duda de que Platón advirtió estos cambios:
Feliz Hermógenes, no sabes que los primeros nombres están ya pues-
tos por los que han querido teatralizarlos, añadiendo y quitando
letras por eufonía trastornándolos de mil maneras, tanto por efectos
de adornos como por virtud del tiempo? En Kátoptron [espejo] ¿no
te parece desconcertante la introducción de la r? (414d)
El cambio de las formas de los significantes que Platón imputa al
embellecimiento y a la armonía, nos aproxima a la idea de cambio;
que varíen los sonidos nos lleva a la noción de diacronía. Pero esa
evolución sólo está relacionada con los sonidos en el tiempo:
Nada indica el que se indique eso mismo con unas u otras sílabas ni
que se añada o se quite alguna letra, mientras se mantenga la esencia
de la cosa manifestada por el nombre (393d).

...A LA CONVENCIÓN

Después de presentar la tesis de Cratilo, Hermógenes hace lo pro-


pio con la suya:
En cuanto a mí, Sócrates, después de haber discutido muchas veces
con él y con otros muchos, no logro convencerme de que la rectitud
del nombre sea otra que convención o acuerdo (384d).
El signo lingüístico: de la tríada clásica al binarismo 57

Ya la corrección de un nombre no está estipulada por la naturaleza


de las cosas. La imposición de los nombres será adecuada en la
medida en que exista el acuerdo y la convención entre los hombres
(384d). De ahí se desprende que el “vínculo entre el nombre y lo
nominado es puramente extrínseco y, por tanto, meramente acci-
dental, pues depende únicamente del nominante” (Bravo, 2001, 44).
El nombre, por consiguiente, es inestable y aunque se cambie man-
tiene su significado (y la entidad de la cosa) y su corrección (384d,
385a). Entonces, si los lazos nombre-cosa se establecen por me-
diación de un nominante, ¿estaremos ante una relación tetrádica de
la semiosis? A pesar de esta presunción, mantendremos la concep-
ción ternaria.
Ahora, bien que la relación entre nombre y cosa sea natural o
convencional, bien que haya o no variación de formas, o que el
significado se conserve o no, bien que Platón haya puesto reparos a
las vinculaciones naturales o convencionales, lo que más nos inte-
resa no es afinar esta controversia, sino dejar sentada la inclusión
del objeto-cosa en la semiosis y sus repercusiones en los estudios
futuros. En este sentido, nos permitimos una representación del
triángulo que nos sirve de base, a partir de las referencias encon-
tradas en el Cratilo:
Idea

Nombre Cosa
Figura 3
¿Cómo se explica esta conformación triangular? El nombre tradu-
ce, pinta, o, al menos, refleja una forma ideal de la esencia que
tenemos de las cosas. Observemos cómo se comportan los vérti-
ces. Hay una correspondencia directa entre la idea (significado) y
la cosa o los objetos que pertenecen a la realidad exterior; la esen-
cia o pensamiento de la cosa subsiste independientemente de que
la nominación (nombre-significante) varíe.
58 Lourdes Díaz Blanca

Con respecto a los vértices inferiores, tenemos dos explicacio-


nes que ya han sido mencionadas: hay una asociación natural, in-
trínseca y firme entre los nombres y los elementos de la realidad a
los cuales remiten (tesis naturalista); pero también es válido que los
nexos nombre-cosa sólo sean producto de la convención o el acuerdo
(tesis convencionalista), sin que intervenga la mera causalidad, muy
al contrario, hay lugar para la casualidad y el accidente.
Esta doble posibilidad interpretativa o esta falta de conclusión
orgánica ha generado no pocas y fecundas investigaciones: es bien
conocida la discusión acerca de la condición aporética de los diálo-
gos. Al Cratilo se le reprocha que, luego de un discurrir tan dilata-
do en torno a la justeza de los nombres, al final no se arribe a
solución alguna. Al respecto, Szlezák señala que ésta también es
una de las posibles actitudes viciosas de los lectores de Platón, y
que “esos inconvenientes son una consecuencia de cómo entiende
Platón la forma correcta de la comunicación filosófica [...] y de su
idea de filosofía” (1997, 25). Comprender ese trasfondo es pene-
trar sin prejuicios a la obra platónica, en general, y al Cratilo en
particular. ¿Sin esa reserva del saber tendría lugar tan prolífica pro-
ducción a partir de la lectura de los diálogos platónicos?
Que Platón nos haya legado un problema irresuelto, que nos
haya dejado un debate abierto, según como lo veamos, puede ser
aceptable o irritante, beneficioso o perjudicial. Nosotros preferimos
no comprometer la responsabilidad del filósofo “dedicado, no a in-
culcar un conjunto de doctrinas, sino a iniciar la investigación de
una serie de problemas” (Crombie, 1990, 43); sino asumir la res-
ponsabilidad del lector. Y, en nuestra preferencia, nos anima, sobre
todo, el final del diálogo:
En fin Cratilo, quizás las cosas sean así, pero quizás no lo sean . Por
eso hay que seguir investigando con coraje y buen tino y no aceptar
nada a la ligera. Tú eres joven todavía y posees vigor. Si, cuando lo
hayas estudiado, encuentras algo, comunícamelo también a mí (440d).
Cratilo acepta el reto. ¿Y cuántos más lo han aceptado? La historia
se ha encargado de mostrarnos a otros que emprendieron esta ta-
rea. De hecho, Aristóteles retoma la discusión en el punto preciso
en que la dejó Platón.
El signo lingüístico: de la tríada clásica al binarismo 59

DE INTERPRETATIONE Y LA TRÍADA PALABRA-CONCEPTO-COSA

Los planteamientos lingüísticos de Aristóteles aparecen extendi-


dos, y de manera incidental8, en muchas de sus obras; sin embargo,
sus líneas lingüísticas se definen claramente y demuestran un avance
con respecto a las consideraciones platónicas (Robins, 1974)9. Sus
observaciones son muy polémicas. Mucha tinta ha corrido para
desentrañar si en los aportes aristotélicos las palabras deben inter-
pretarse como signos o si hay equivalencia entre símbolo y signo.
Al respecto, Manetti (1993) subraya que el estagirita realiza la
siguiente distinción: a los elementos de la teoría del lenguaje los
llama símbolos (emparentados con el problema de las relaciones
entre expresiones lingüísticas, conceptos abstractos y estados del
mundo) y reserva la denominación de signo (centro del problema
de cómo se adquiere el conocimiento) para los elementos de la
teoría sígnica (Manetti, 1993). Se colige, entonces, que es la teoría
del símbolo lingüístico la que subyace en De Interpretatione. No
obstante, en este ensayo (como lo hemos repetido) no pretendemos
resolver la querella signo-símbolo10, sino mostrar el recorrido que
se ha seguido en la configuración y articulación de los elementos de
la semiosis.
En De Interpretatione, Aristóteles “discute la proposición, la
forma de la oración enunciativa, como reflejo de las pasiones del
alma, y cualquier falsedad o verdad que esté implicada en la sin-
taxis de la composición y de la división” (Uitti, 1977, 28). Explica lo
que es el nombre, el verbo, la negación, la afirmación, la enuncia-
ción y el juicio11. Las clases de palabras nombre (onoma) y verbo

8 “Aristóteles –más que Platón– no consideró conveniente estudiar el lenguaje


como una materia autónoma [...]” (Uitti, 1977, 31).
9 No nos haremos eco de apreciaciones como planteamientos avanzados o
superados, preferimos considerarlos como punto de partida y compartir las con-
quistas del pasado.
10 “[...] una vez establecida la existencia de semantemas expresivos, el término
símbolo para designar el signo lingüístico, no nos parece tan mal escogido, como
creía F. de Saussure” (Hjelmslev, 1976, 182).
11 No ha quedado claramente definido si el tema del tratado es la proposición,
lo que sí queda definido es que en ese interpretando se reconoce una estructura
dual: entre lo escrito y la voz; entre ésta y las afecciones del alma (Cf. Martínez
Marzoa, 2001).
60 Lourdes Díaz Blanca

(rhema), junto con otras que son estudiadas en Categorías12, cons-


tituyen el punto de partida para la elaboración y sistematización del
cuadro de las categorías gramaticales que manejamos en la ac-
tualidad. ¿Existe algún campo en el que Aristóteles no se haya
pronunciado?
Al inicio de este tratado, nos encontramos con lo que la tradi-
ción ha situado como la génesis de la arbitrariedad del signo
lingüístico:
Pues bien, los sonidos vocales son símbolos de las afecciones del
alma, y las letras lo son de los sonidos vocales. Y así como la escri-
tura no es la misma para todos, tampoco los signos vocales son los
mismos. Pero aquello de lo que éstos son primariamente signos, las
afecciones del alma, son las mismas para todos, y aquello de lo que
éstas son imágenes, las cosas reales, también son las mismas
(16a 1-10)13.
De este pasaje se desprenden varios aspectos importantes, que
han sido ampliamente discutidos:
1. Los signos vocales son símbolos de las afecciones del alma.
Persiguen una intencionalidad, de ahí, que se resalte la postura te-
leológica14 de Aristóteles, frente a la causal de Platón: el uno se
interroga acerca del por qué; el otro acerca del para qué existen los
nombres.
2. Los sonidos vocales y escritos no son los mismos para todos.
Es decir, la forma de representación, el significante es variable. A
diferencia de Platón, aquí notamos el reconocimiento al
plurilingüismo.
3. Las afecciones del alma y las cosas externas (de las que son
sus imágenes) son siempre las mismas. Las imágenes (conceptos)
de la realidad son estables e idénticas para todos. La idea de la

12 La autenticidad de este tratado sigue siendo un tema de discusión. (Cf.


Cornford, 1981).
13 Los pasajes de De Interpretatione fueron tomados de Blasco, Grimaltos y
Sánchez (1999, 21 y 22).
14 La finalidad se convierte en un tipo especial de causa (causa final). Sobre
esta base, Coseriu (1973) explica los hechos lingüísticos nuevos, los cambios
lingüísticos.
El signo lingüístico: de la tríada clásica al binarismo 61

realidad es compartida, es homogénea, mas su representación es


multiforme y heteróclita. Se plantea, pues, la universalidad de los
significados y el carácter convencional de los signos lingüísticos.
Este planteamiento se subraya más adelante:
El nombre es sonido con significación según convenio, y precisa-
mente por convenio porque ningún nombre lo es por naturaleza,
sino sólo cuando se ha convertido en símbolo. Porque también los
sonidos inarticulados, como los de los animales, expresan algo, pero
ninguno de ellos es un nombre (16a 20-30).
A decir de Eco, “las palabras y las letras se instauran [nacen] por
convención, se convierten en símbolos y en ello difieren de los soni-
dos que emiten los animales para manifestar sus afecciones inter-
nas” (2000, 41). Son el resultado del acuerdo entre los hombres.
Tomás de Aquino interpreta la concepción “sígnica” de Aristó-
teles, como sigue:
Conviene decir que según el filósofo las palabras son los signos de
los pensamientos y los pensamientos algo parecido (similitudines)
a las cosas. De esto se puede concluir que las palabras se refieren a
las cosas designadas por medio de los conceptos (en Espar, 2003).
De ahí se deriva otra reinterpretación del triángulo de Ogden y
Richards:
Concepto
(conceptus)

Palabra Cosa
(vox) (res)

Figura 4
¿Cómo se relacionan los términos del triángulo? Según Manetti
(1993), entre las palabras (sonidos vocales, símbolos) y los concep-
tos (afecciones del alma) se establece una relación inmotivada y
convencional, que se refleja en las diferencias de escritura y de
signos vocales según las distintas lenguas y culturas. Ahora, entre
62 Lourdes Díaz Blanca

las afecciones del alma (conceptos) y las cosas hay una relación
motivada, prácticamente icónica15.
Para este mismo autor, se podría cometer el error de equiparar
la convencionalidad de los elementos del lenguaje, sugerida por
Aristóteles, y la arbitrariedad del signo propuesta por Saussure; sin
embargo, esta equivalencia es improcedente por cuanto en Aristó-
teles la relación se da entre unidades lingüísticas y psíquicas, en
tanto que en Saussure se produce entre dos elementos de una enti-
dad lingüística. La idea no deja de ser tentadora, pero tiene sus
reparos: si vemos la semejanza en atención a la naturaleza de los
elementos notamos que, ciertamente, estos operan en diferentes
niveles; pero si nos situamos en la perspectiva de lo convencional y
arbitrario como ausencia de lazos naturales, tenemos que el parale-
lismo es válido.
En el proceso semiótico de la tríada, el referente constituye un
vértice fundamental, en el cual puede o no recaer el foco de aten-
ción. Sin embargo, Saussure y todos los semióticos inmanentistas
“expulsan” el objeto material y real de las reflexiones semióticas,
como veremos más adelante.

SAUSSURE Y LA DICOTOMÍA SIGNIFICADO-SIGNIFICANTE

La denominación de signo lingüístico es un “producto cultural” re-


ciente (Eco, 2000). De hecho, “es de F. de Saussure de quien pro-
cede la teoría del signo lingüístico actualmente afirmada o implica-
da en la mayoría de los trabajos de lingüística general” (Benveniste,
1999, 49). Lo que no niega, por supuesto, que sea la formalización
de un asunto de data antigua.
Para el maestro ginebrino, el signo lingüístico es una entidad
psíquica16 de dos caras que, en principio, denominó concepto e ima-
gen acústica. Más adelante reformula estos términos, los depura y
decide sustituirlos por significante y significado, pues señalan la
oposición que los separa entre sí y del total de que forman parte.
De ahí el carácter diferencial. De este modo, el signo lingüístico se

15 Sobre la crítica del iconismo, Cf. Eco (2000).


16 Sobre este enfoque mentalista, Cf. Black (1968).
El signo lingüístico: de la tríada clásica al binarismo 63

concibe como una unidad indisoluble, una dicotomía constituida por


un significante y un significado17. Estos dos elementos interdepen-
dientes sitúan a la lingüística dentro de una ciencia más general, la
semiología, cuyo objeto de estudio son los signos en la vida social.
Sobre este binomio funda el principio de la arbitrariedad del sig-
no: no existe razón intrínseca alguna para que la secuencia de soni-
dos (significante) se atribuya a un significado determinado. La co-
nexión es eminentemente arbitraria y al respecto revela: “No debe
dar la idea de que el significante depende de la libre elección del
hablante [...] queremos decir que es inmotivado, es decir arbitrario
en relación al significado, con el cual no guarda en la realidad nin-
gún lazo natural” (Saussure, 1980, 131).
Saussure también aclara: “Lo que el signo lingüístico une no es
una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica”
(128). Usó el término “cosa” para referirse a aquello que escapa
del ámbito lingüístico, a la realidad exterior. Por resultar impreciso
e incompleto para abarcar la totalidad del universo extralingüístico,
el vocablo “cosa”18 ha sido sustituido por el de referente.
Con esta aclaración de Saussure, asistimos a la ruptura con la
filosofía del lenguaje y con la ontología, a una separación tajante
entre hechos lingüísticos y extralingüísticos. El descarte de la “cosa”
en las explicaciones del dominio semiótico constituye un viraje en la
historia de la lingüística, pues delimita el campo de estudio semántico:
la referencia directa no es objeto de la semántica, y zanja la división
entre las semánticas vericondicionales (de corte filosófico) y las
semánticas lingüísticas (de corte puramente lingüístico).

A MANERA DE CONCLUSIÓN

Así, pasamos de las tricotomías deducidas de Platón y Aristóteles a


la dicotomía saussuriana; del referente como componente de la fun-
ción semiótica a su desaparición de los dominios lingüísticos. Sin

17 Estos conceptos fueron aportados por los estoicos. Cf. Uitti (1977). En
este sentido, Saussure sería deudor de ellos más que de otros filósofos antiguos.
18 Se objeta que el término cosa encierra un sentido muy general e incluso
vacío, que en verdad no abarca la totalidad de las cosas reales. Cf. Black (1968).
64 Lourdes Díaz Blanca

embargo, en la actualidad, los ecos de esa concepción triádica no


dejan de resonar. ¿Acaso no permean los estudios de la filosofía
del lenguaje, de la semiótica y de la lingüística en general? ¿Quién
niega que Carnap, Morris, Peirce, Ogden y Richards, Frege y mu-
chos otros filósofos lógicos asientan sus teorías sobre este pensa-
miento clásico? Y el peso de esta tradición secular es tal, que en los
años 60 se deja sentir y marca los senderos de la semántica
referencial o vericondicional, semántica lógica o pragmática y en la
semántica cognitiva (Espar, 2003).
La dicotomía saussuriana ha sido decisiva para el establecimiento
de la semántica como ciencia. Dos mundos teóricos se erigen so-
bre esta base: Peirce y su tradición, Saussure y su tradición. Deci-
dir cuál de las dos corrientes favorece o dificulta el desarrollo de la
lingüística en general y de la semántica en particular, es negar la
existencia de las múltiples vías a través de las cuales hemos ido
llegando al hecho lingüístico. “A lo largo de esta marcha aparente-
mente rectilínea y armoniosa, ¡cuántos accidentes, cuántos tropie-
zos!” (Leroy, 1974, 187).
Nuestras ciencias del lenguaje se han ido construyendo, quizás
con prejuicios psicológicos, filosóficos, metafísicos o con visiones
lingüísticas extremas. Pero, como quiera que haya sido, tenemos
un producto que hemos alcanzado transitando por distintos cami-
nos. Esto nos recuerda a Platón cuando se refiere al infierno:
No es el camino del Hades como dice el Télefo de Esquilo. Pues éste
dice que un solo sendero es el que lleva a la Mansión del Hades;
pero a mí no me parece que sea ni uno ni solo, si así fuera no hubiese
menester de guías, pues nadie se extraviara no habiendo más que
uno. Antes bien, parece que tiene muchas bifurcaciones y encrucija-
das” (Fedón, 107c).
En efecto, lo mismo tendríamos que decir de la lingüística y, en
especial, de la teoría del signo: a medida que avanzamos nos en-
contramos con caminos que se bifurcan, con encrucijadas que se
nos muestran, con muchas posibilidades... Todas dignas de ser ex-
ploradas, descubiertas e interpretadas.
El signo lingüístico: de la tríada clásica al binarismo 65

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PALABRAS CLAVE DEL ARTÍCULO Y DATOS DE LA AUTORA

signo lingüístico - Platón - Aristóteles - Saussure - triángulos de semiosis


Lourdes Díaz Blanca
Universidad Pedagógica Experimental Libertador
“I. P. Rafael Alberto Escobar Lara”
Universidad de Los Andes - Mérida
Venezuela
ludiblan@hotmail.com

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