Está en la página 1de 14
MUSEO HISTORICO REGIONAL MUNICIPAL “FRANCISCO DE VIEDMA” — PATAGONES — “Carmen de Patagones y una Sublevacion de Presidiarios” 1817 — Diciembre — 1967 por J. EMMA NOZZI CARMEN DE PATAGONES (Provincia de Buenos Aires) PUBLICACION N?f 5 5 ree ror ore mT CARMEN DE PATAGONES es una poblacién conocida p cipalmente por su condicién de zona de destierro y presidio en Tas épocas heroicas del pasado nacional. Todas esas historias de hombres enviados al sur para pagar gus rebeldias, sus delitos o sus crimenes le han tejido una leyenda negra sobre sus origenes y han echado una sombra sobre la moral de sus primeras familias colonizadoras, leyenda y sombra de las que atin, pese a las rectificaciones realizadas, no ha podido liberarse. El libro “La Pampa” de Alfredo Ebelot, de facil lectura, ha podido mas en este aspecto que la obra de José Juan Biedma, “Cré- nica Histérica del Rio Negro de Patagones” y la del Phro. Dr. Ratl A. Entraigas, “«@] Fuerte del Rio Negro”, ambas fundamentales pa- ya entrar en la verdad de la primera etapa del poblamiento de las margenes rionegrinas. El acontecimiento que resefia esta publicacién es, precisa- mente, la historia de un motin de presidiarios en Carmen de Pa- tagones y lleva por finalidad, al cumplirse su sesquicentenario, yendir homenaje a quienes pese al constante peligro del desierto, Ja lejania, la soledad, no abandonaron el mas austral fortin de la Patria, actitud que significd hacer permanente acto de soberania en los desamparos surefios, guardando celosamente para los crio- Tlos lo que actualmente se ha dado en lamar: PATAGONIA, ESPERANZA NACIONAL. Si, rendir homenaje al pueblo de Patagones; muy especial- mente, a los que en horas de sangre y lagrimas, supieron de Ja decision enérgica y del olvido de si mismos, legandonos ejemplos parecidos a los que, felizmente, conocemos a raudales en el pasa- do de los argentinos. aS et om Oe” bie Fee ee eee 0 co lage PRIMEROS POBLADORES DE CARMEN DE PATAGONES Cuando Espafia comprendié que se cernia un verdadero pe- ligro sobre la integridad de sus territorios patagénicos, peligro que venia por el lado de Inglaterra, organiz6 una expedicién po- pladora del litoral atlantico surefio a fines de 1778. La misma de- }Wa partir de Montevideo. Como jefe, Juan de la Piedra. A su la- do, hombres como los hermanos Viedma y el piloto Basilio Vi- llarino. Ademas, militares, eclesidsticos, cirujanos, sangradores, carpinteros, albafiiles, toneleros, practicos, tejeros, carpinteros de ribera, ete., ete. Si bien no fue juego de nifios reunir tanta gente y con ca- pacidad probada, mas diffcil fue incorporar el resto de los hom- bres que debian componer el grueso de la expedicién, simples bra- zos a utilizar en la magna empresa de levantar cuatro asientos es- pafioles en las apartadas regiones temidas por su aureola de mis- terio y desolacién. Entraigas en su libro nos dice: “No era tan facil equipar las embarcaciones. ;Quién tenia en Montevideo, deseos de lanzarse a esa aventura?... y como la expedicién debia realizarse, estos hombres expeditivos echa- yon mano de los presidiarios. B1 20 de octubre (1778) le pasan a de la Piedra una lista de los presos y sus respectivos delitos. De Ja Piedra eligié cuarenta... Parece que querian endosarle al Co- misario Superintendente una cantidad de negros. De la Piedra pi- de al virrey, el 29 de octubre, que los negros presidiarios no ten- gan delito mayor”. Sabemos por el mencionado libro, que la expedicién con- 16 con doseientos treinta y dos personas, de los cuales cincuen- ta eran desterrados y dieciséis negros, también presidiarios. Uno de los establecimientos a fundarse fue Carmen de Pa- 5 a TI 1/2 2a eee y el tnico que subsistidé ya que San Julian y Deseado se pe en 1783 Por propio resolucién de la Corona y San ©, primer asiento de la expedicidn, fue arras: nas poco después de Ja Revolucion de Mayo. Pues bien, ; de inmortalizarlo, (Chubut) el 16 de lle rionegrino, ‘ado por los indige- para fundar el fuerte y poblacién que habria don Francisco de Viedma partiéd de San José abril de 1779, en dos veleros, en procura del va- de Boe pe patel documento que sefiale la cantidad de las distint: egraba esta expedicién y menos atin el nimero que no se oe ate de hombres que la componian, por to Viedma tis rat ol de los presidiarios que acompaiiaron a la enarea no Nc Pndeluz, Pero que éstos formaron parte de el 22 de abril Ba a Y que asisticron al acto de la fundacién gas y num (19 y que fueron testigos y protagonistas de lar- erosas jornadas, ora opacas, ora Iuminosas de Carmen de Patagones, surge d iv! 1S e 5, le al J i : oi e bultados legajos archivados en Bueno: pau de FAMILIAS artesana: Tuidas en las labor naturale: eee is y agricultoras, las que “bien ins- 3 po... para que con su ejemplo los ee: Eee Megar a la perfeccién” (Entraigas) comers apes orillas rionegrinas el 2 de octubre del afio 1779, Si, el sustractum demografico de P. ‘ por un compacto nimero de nas y maragatas, Po| trabajadoras, ue atagones est plasmado eas ae eaeean| Jeonesas, asturia- honestas, hhonradas eer ERS Los presidiarios estuv: s dosis corriente que se tadoras y pobladorag teron en el origen de Patagones en la scfiala para t. ici odas las expediciones i espafiolas, i save ZONA DE DESTIERRO A casi mil kil6metros q, fa territorios dominados ef, asiento en Buenos Aires de | le la linea de fortines que separaba ectivamente por él gobierno con 0S que cajan bajo la soberanfa al- 6 ) En i) ee eee ee, mes un punto ideal de destierro, una Siberia criolla. ~Quién, enviado al sur para purgar sus delitos, cualgitiera fuera la causa, podria escapar de su confinamiento? El desiétto hostil, los indigenas siempre peligrosos, el rio profundo y el mai tendfan wn cerco inexpugnable que hacia imposible la huida o exi- gia que se diera una seric de condiciones que desalentaban al mas audaz en la aventura. Por ello se pensd en Patagones para desterrar a Alzaga y a varios cabildantes cuando la asonada de 1809 contra el virrey Liniers y para recluir a otros tres distinguidos espafioles con- trarevolucionarios de Mendoza en 1810. Acotemos que Alzaga y sus compafieros de desventura fueron rescatados por un velero enviado al sur por las autoridades de Montevideo y los segundos, luego de apresar al comandante del Fuerte, Capitan de Caballe- ria de Linea Francisco Javier de Sancho y de devolver a Patago- nes a la soberania espafiola en 1812, huyeron en el queche Hiena al que abordaron en Bahia San Blas en una hazafia que raya en la locura 0, por qué no, en la gloria. Oficiales del ejército o soldados rasos cuya conducta mere- cian un serio castigo eran destinados a Patagones. Si el delito come- tido no era del tipo de los Ilamados mayor, en las margenes rione- grinas formaban parte de la guarnicién militar de la fortaleza, es decir, que el castigo estaba dado simplemente por el traslado a zona considerada desfavorable gozando los desterrados de todas las libertades de sus colegas. Generalmente, los presidiarios no sufrieron encierro. La car- cel era el propio pueblo, la propia regién, de la que nadie podia es- capar so pena de caer en manos del indigena o morir de sed y can- sancio. Aunque cabe aclarar aqui que algunos presos prefirieron la suerte incierta de los montes y las pampas y lanzarse a la huida aventurera que a veces costé a los protagonistas la ‘vida, ya en ma~ nos de los que seguian tras sus rastros, ora en las moharras em- plumadas de los indios, cuando éstos no los acogieron con benevo- lencia por uno u otro motivo. No, Patagones no tuvo presidio, es decir, no conté con un edificio que mereciera el rétulo de tal. Tuvo tan solo un calabozo, claramente sefialado —con la letra H— en el plano del fuerte, jun- to al local destinado al Cuerpo de Guardia. Mucho se ha hablado al respecto. Mucho se ha discutido al- rededor de este tema. El hallazg del afi S 5 ee ge Exp. F- NY 252, del Archivo del Juzgado de Paz ones probaria fehacientemente lo que venimos afirmando ee cians el documento citado de un borrador de nota - meas rae Juez de Paz del Partido, D. Ignacio Leon, a un Deas ae ‘uperior Tribunal de Justicia —Segunda Sala en t Ci- Paes tsar Cy eee Aires— con referencia a la solicitud dion ‘ad en que aparece andar N. N. en este presi- B : i ak aee otras consideraciones D, Ignacio Leén asegura que ba ces oat hay Presidio en el sentido que se da Sonaiiad ‘a; ni i i 4 : meray 1 en el vecindario se recuerda cuando Jo haya Al ij ie eae a tipo de condena que cumplian en estas mar- a aay leja constancia que la Comandancia del fuerte les 2 para que cumplieran en este destino servicio mi- litar, en caso contrario eran facilita vecinos en clase , dos a los vecino: lase de (© de un documento en el Cajon genes | abria 1; Le idiari ' cha rete eae eran destinados a trabajos piblicos con mu- cuestién: ‘0s otro parrafo importante del documento en “Much 7 «, dos; y si los ae eae a trabajar en lugares distantes y poco pobla- estfin en él (¢ aie ona se vuelven a traer al depésito. Los que n el depésito) he dicho ya se ocupan en los trabajos de policia, de los ¢ repar: os serios como scr la ales s © preparan prep: algu a Y contintia: este régimen es el mas aqui” —el bu a Excmo, Gobierno de la Provincia sabe que Se aplica. No hay tampoco medios de hacer a eno de don Ignacio se justifi f sacion de haber dado excesiva libertad a NN. iranian EL bi i orrador leva casi al final un parrafo definitivo. “No hay pu i les presidio, mas bi inaci ee esc , mas bien es una confinacién con al- ARISTOCRACIA SURENA Aquel primer Up Vi : 8 de colonizadores levados del norte de Espafia que mencionamos al principio y q ueron destinados a cB io jue fi sentar las bases demograficas de Carmen de Eee a medid: 5 ida 8 que pasé el tiempo se fue viendo cercado mas y mas a la par que por el desierto, por los elementos humanos que Buenos Aires apar- taba de su sociedad por disolutos, rateros, vagabundos, estafado- res y desterraba al sur por comodidad y para poblar los desampa- ros patagénicos. La propia guarnicién militar, ya se dijo, estaba principal- mente servida por “‘tropas veteranas, cuya composicién en gene- ral fue de la peor calidad” dice el historiador José Juan Biedma. Y agrega “‘cierto es que a todos los defectos.morales inherentes al medio social en que se reclutaba al soldado de fila, habia que agregar el ejemplo disolvente que le ofrecian en Ja mayoria de los casos sus jefes inmediatos”. Cabe recordar aqui el gobierno despdtico del comandante militar y politico del Fuerte, teniente coronel don Francisco de Ve- ya, mas conocido por Curro Vera, y las persecuciones y atrocida- des de las que hizo victima a los pobladores de Patagones, en el pe- riodo comprendido entre diciembre de 1814 —cuando Patagones se reincorpora a Ja argentinidad— y setiembre de 1815. Aquellas familias, cuyos apellidos atin perduran o nutren la raigambre de muchas de las que actualmente pueblan Carmen de Patagones y Viedma y que también asoman en el fondo social de un sinntimero de centros de Rio Negro, Neuquén y Chubut y hasta la ciudad de Bahia Blanca, tales las Miguel, las Herrero, las Crespo, las Rial, las Guerrero, las Ocampo, las Carro, las Marti- nez, las Pita, las Pinta, las Otero, las Murguiondo, Jas Valer, las Araque, las Calvo, las Maestre, etc. se defendieron férreamente en sus habitos y en su molde espiritual. Se encerraron fisica y moralmente en un circulo y asi salvaron ideas, sentimientos y cos- tumbres. Los casamientos se hicieron entre primos hermanos y se- gundos en la mayoria de los casos, y en ese cruce y entrecruce de sangre y apellidos tenemos en la historia maragata un Pilar Miguel de Rial —quien vistiera de miliciano cuando la invasién imperial de 1827— con una hija Pilar Rial de Miguel, distinguida matrona la que con otras de su época mareara un periodo de refinamiento y cultura en el sur argentino. Fue tal esa preocupacién de salvar moral, honradez, hones- tidad en esta gente que ya a fines de siglo pasado y principios del presente, la misma aleanz6 a transformarse en un desesperante Hi imperativo social. Los descendientes de los primeros colonizadores constituyeron una aristocracia cerrada, muy comin por otra parte en diversos puntos del pais. Aristocracia que solo se abria a los ofi- ciales del Ejercito y la Marina, instituciones que habfan ernie e aes, rio Negro sus centros de operaciones para completar pe Sale del desierto, a los altos funcionarios o a los que feha- ee Stine ee un “noble” origen. Nadie podia salvar eel nee aay i la. orgullosa estirpe surefia acogia o rechaza- Z © 4 quienes pretendian ingresar a su seno. Li Phe. , Gsi a eae oral en Patagones, tan rica en matices, nos ha ‘portado la mejor fuente de informacién en este plano, Reels El orgullo de casta, nacido del conocimiento del papel pro- gonico que Je cupo a sus antecesores en salvaguardia de la inte- gridad del suelo surefi i i Lae ‘urenio, fue la singularidad del pueblo de Carmen DE LA GUARNICION MILITAR “ite ae mediados de la segunda década del siglo XIX “el vi- oi oem eS - erat corroja la guarnicién militar”, al decir de José Juan a peer y Ja Poblacién habfan sentido el impacto de la vio- a istracién del Tenel. Vera y de la inoperancia de su su- sor el Cnel. Francisco Javier de Sancho. sre lo aotnedas feos yh permanentemente con las dina arate the, a eas bis haber alec sParentemente. Lo oeurrido, sin embargo, de- tencia del iltimo Fortin de la Panne TesPonssbilidad de Ia exis- cna eee en 8 yw rn il mente, da la pauta de un liners efectos que analizada detenida- cer futuro, permite la prediccién del aconte- No debid haber escapado del todo a Buenos Aires la peli- 10 grosa situacién por Ja que atravesaba la tranquilidad y seguridad de los pobladores surefios, pues en octubre de 1817 el Gobierno de- signaba en reemplazo de Sancho a don Julian Sayés, oficial joven, activo y de mérito. Desde el primer instante de Ja Revoluci6én de Mayo, Sayés estuvo a favor de sus ideales combatiendo por ella y aseendiendo rapidamente en las filas del Hjército hasta aleanzar el grado de sargento mayor que ostentaba al pisar las margenes rionegrinas. Viajé a Patagones embarcado en Ja zumaca de guerra ‘“Gal- vez” que comandaba don Miguel Ferrer, junto a un destacamento del Regimiento de Dragones de la Patria, bajo las érdenes del te- niente Pedro Rivero. El velero conducia también al alférez José Moyano, algunos soldados de artilleria y a cuatro presidiarios en- grillados y con custodia. Eran éstos los ex soldados Luis Villada, Francisco Andrade, Manuel Alonso y Fernando Cabrera. Los dos primeros de nacionalidad espafiola, tomados prisioneros cuando la rendicion de Montevideo en 1814. Sujetos peligrosisimos condena- dos a 10 afios de presidio con cadena en los trabajos publicos y notificados que serian fusilados en caso de intento de fuga. La condena hab{a sido posterior a doscientos azotes que se les habian aplicado en ptiblico. Buenos Aires se liberaba de cuatro facinerosos y los remi- tia a Patagones ya saturado de elementos de este tipo. CARMEN DE PATAGONES EN EL ANO 1817 Cuando Sayés arribé a Patagones, la poblacién no pasaba de ser un villorrio. La fortaleza, de adobe y tosca mora, coronaba el barranco sobre el cual se habia enclavado el establecimiento. Un nutrido grupo de casas y cuevas, sin orden alguno, sal- picaba la ladera desde el pie de las murallas hasta el puerto. Es- ta parte habia pasado a ser el centro del poblado pese a que en un principio fue considerado barrio de emergencia con ranchos de junco y paja destinados a marineros, chaluperos y peones y para socorrer a las familias que se incorporaban al establecimiento en tanto se les habilitaran casas més cémodas y sélidas. Al este del fuerte, como a dos cuadras de distancia, se le- vantaba otro niicleo de construcciones. Era lo que debié haber si- 11 igen hero, do Ja NUEVA MURCIA que sofié don Francisco de Viedma, la Nueva Poblacién, es decir, la que estuvo destinada a transformar- se en el verdadero, el definitivo centro poblado. Estaba edificada en cuadro y en tosca mora, como gran parte de Ja fortaleza. Sin embargo no prosperé. Para 1822, segtin el informe del Teniente Coronel Cramer, la mayoria de las casas estaban abandonadas y algunas en ruinas. Las familias prefirieron el primer barrio por la vecindad del rio, por la frescura de sus aguas y el color de sus orillas, Vivir en la planicie entre arbustos espinosos y médanos Movedizos era ahondar el sentimiento de lejania y soledad embargaba a los recién legados. a Bd Un tercer grupo de habitaciones comenzaba a desdibujarse ae al pees al otro lado del rio: era la Banda Sur o Poblacién ur, este nombre para diferenciarla de la Nueva Poblacién. r Hs que pese a la resistencia de los latradores en las prime. pe por eeoaar los campos debido a que el suelo aa esta- meals ‘0 Be ‘puro arenal por partes y sin sustancia (orilla iz- ae a es ‘a esaborida por otra (orilla derecha)”, segtin docu- Pana z= ‘0 por el Pbro. Dr. Ratl A. Entraigas en el que se leen ae a uno de los colonos, a fines del siglo XVIII la isla del Says Aone correspondiente, Laguna Grande, el Bafiado, ere ; ‘arrizal estaban ya poblados y explotados; pero es- PAENAG Go el sector del valle de la margen sur frente a la fortale- ia See al plano Ge don Francisco de Le6n, en el afio ae Fae ee casas diseminadas en los predios. Del infor- eiaher iene ramer ya mencionado, el ntimero de construc- ‘a variado para el afio 1822. Est ti make = e oot nucleo es el que andando el tiempo se indepen- 1 @gones (1878) con el nombre de Viedma (1879). CONFABULACION Sayos, if a ee vez llegado a su destino, se ocupé de preparar mite evict Ne a ee el estado de hacienda, rentas y pro- Se le habia enco: iti i res allFegreso de la aumace Cui remitir a Buenos Ai- jue aad E a eee rea no habia sido instruido suficien- Re Sica al de la tropa del fuerte surge de la orden que gando a los vecinos a entregar las armas de propiedad 12 FA RTRs del Estado que retenian en su poder, medida que facilité en su momento el oscuro motin que se planeaba a la sombra de las pro- pias murallas de Ja fortaleza. En tanto Sayés era absorbido por los problemas de admi- nistracién e informes en cumplimiento de érdenes emanadas de la superioridad, el presidiario Villada tramaba su liberacion y ven- ganza. Atrajo a su proyecto de alzamiento a los soldados mas vi- ciosos y desmoralizados, a la hez de la guarnicién. Entre esta sol- dadesca habia algunos europeos exprisioneros condenados al ser- vicio de las armas, dice José Juan Biedma, autor a quien segui- mos en Ja narracién de los hechos que hacen directamente a esta publicacién. Pero fueron los integrantes del Cuerpo de Dragones de la Patria, los cémplices de mas peso con los que conté Villada. Que los Dragones tuvieron papel principal en el motin esté com- probado por un interesante documento hallado en el Archivo del Juzgado de Paz de Patagones, Cajén 1878/80, Letra H-N* 376. Se trata de tramites testamentarios de los herederos de do- fia Teresa Pita quienes al comparecer ante el Juez de Paz del Parti- do aseguran’no tener ni existir titulo de propiedad del campo pas- toril, inmueble que fuera de la citada vecina. “Les consta —dice el documento— por habérselo dicho sus sefiores padres que fue- ron quemados en la comandancia militar en los afios 15 6 16 cuan- do la sublevacién de los Dragones. La Historia describe al cabecilla como “un hombre audaz, de alta estatura y aspecto herctileo. Tenia condiciones para la em- presa y habia ideado, asi que obtuviera dominar la situacién, em- barcarse en la zumaca Galvez con todos los que quisieran acom- pafiarlo y dirigirse al Pacifico a presentarse al virrey del Pera”. No olvidemos que Villada era espafiol y seguramente cre- y6 que al concretar el proyecto ignominioso que fraguaba, recibi- ria del Trono los mas altos honores. En la noche del 3 de diciembre de 1817, ya estaba todo lis- to. Los confabulados esperaban inquietos el momento del golpe. Carmen de Patagones, en tanto, dormia placidamente recostada sobre sus ribazos de arenisca desgranada en el valle himedo y verde. Un silencio muelle la envolvia sin amenazas, sin presagios. Algiin aleteo furtivo o el stibito chirriar de alguna jarcia que su- bia desde el puerto, tajaba la soledad sin herirla profundamente. 13 LA SUBLEVACION DE LOS DRAGON. ee Las primeras luces del alba ardieron tras el monte. Ama- ecia Raine diciembre y con él una pagina de sangre y horror. (es illada y Andrade fueron liberados de sus calabozos por eae eure y de inmediato Ppusieron en ejecucién el plan que se baer © Sin inconvenientes pues jefes y oficiales del fuerte fueron ae Borpresa ya que estaban entregados al reposo. ee ada se dirigié a la habitacién del Comandante encon- = oe aoe en que, alertado, se arrojaba del lecho pa- espada. Sayés 6 ee ps ayés fue golpeado duramente y cayé des- Bea ae le Paneer onde asaltar al teniente Rivero, a su lo A 3 Tene ei ae y al capataz de presos Vicente Ruiz, haciéndolo 2 ae peer Cabrera quiso apoderarse del alférez Moya- es eae que habia despertado ante los ruidos extrafios que eee . ack traté de huir “arrojandose desde uno de los S a ia calle con tan mala suerte que las lesi i en la caida lo inmovilizaron”. i | e Prete ex Comandante Sancho, atin en Patagones y en peeie ee ee @ inofensivo al decir de José Juan Biedma, fue ae ie mo el resto de la guarnicién no complotada que ae en tal infeliz circunstancia. Aa me eee en duefio de horea y cuchillo. Declarése eae ‘andante del fuerte y vistié el uniforme de Sayés, plamente levado hasta ese momento. these ae Preocupaba al jefe de los amotinados: la Rane cee neae ca de guerra Galvez en inmediaciones de la eae ae ave pequefia y de eseasa artilleria, podia ser aoe ae un peligro para sus planes. ceeae sere pete en practica un procedimiento que la cee a rrancé a Sayés una orden para el coman- ee a et ane don Miguel Ferrer, “el mejor marino que Breet oie sue Patria” al decir de uno de sus contempo- Reese fe debia comparecer ante la autoridad del pee mplio sin sospechar la celada que se le habia Asi cayeron en manos de tan criminal gavilla el noble ma- 14 rino, su contramaestre Matias Franco, el guardian José Robles y Antonio Paterna, “‘patrén de la lancha de servicio apresada en el amarradero de la costa’. PATAGONES Y LOS AMOTINADOS El sol se elevaba ya nitidamente sobre el horizonte cuan- do el estampido de los cafiones de la fortaleza y el sonar de las campanas lanzadas a vuelo desde la pétrea mole.de su atalaya, despertaban a los vecinos que, inquietos, indagaban el motivo de tal baratinda. En tanto cada poblador se aprontaba para lanzarse a la calle en procura de noticias, la tropa complotada, reunida en la plaza de armas, saludaba la bandera espafiola que lentamente as- cendia en su mastil en un clima de vibrante subordinaci6n al rey Fernando VII al que se habia proclamado duefio y sefior de la Patagonia. - Luego de esta ceremonia se abrieron las puertas del fuerte para dar paso a los amotniados que derramandose sobre el inde- fenso caserio “hacia presa de la propiedad de los pobladores azo- rados y del pudor de sus infelices mujeres, barbaramente sacrifi- cado a la concupiscencia de aquellos malvados, siendo muy pocos los que consiguieron salvarse de su saiia huyendo al campo a ocul- tarse en los brefiales.” Para evitar riesgos ulteriores, Villada ordend que fueran engrillados los prisioneros de mayor jerarquia. Cumplia la dispo- sicién Andrade cuando advirtié que el guardidn Robles “era un espafiol leal al rey’. Esperanzado el marino frente a esta circuns- ~ tancia prometedora, lanz6é un entusiasta ‘Viva Fernando VII’ y con ello se gano decididamente la confianza de los jefes revolto- sos y... el comando de la zumaca de guerra. Villada creyé en la sinceridad de los sentimientos de Ro- ples por lo que lo levé a la casa del barbero Juan de Posso, es- pafiolisimo hasta los tuétanos, y alli lo puso al corriente de su proyecto. El guardian lo convencié de la imposibilidad de concretar el plan dado lo endeble de la embarcacién para travesia tan larga y por mares tan peligrosos; en cambio, le hizo entender que era factible poner rumbo a Montevideo, que en aquella época estaba 15 Payo) la ocupacién portuguesa, rematar alli el velero y sus exis- tencias y con el producto emprender nuevas aventuras. i Tal era el amor a Espafia que aparentaba Robles en su conversacion, que Villada se entregé ciegamente a él y mas aun, cuando all convenir levar anclas del rio Negro con destino a as costas orientales del Plata, se pacté Hevarse “los efectos de ma- yor valor y las mejores muchachas”, FUSILAMIENTOS i Luego del concilidbulo, Villada y Robles se dirigieron a la ave. El primero puso en posesién del comando al segundo y re- greso a tierra rumiando diabdlicos pensamientos. as Fue en busca de los dos padres franciscanos que habia he aa eee encerrandolos en Ja habitacién contigua a la capilla ee ee Eran ellos fray Julian Faramifian, capellin del estable- a a ‘0 eas oe de diciembre de 1815, y fray Bartolomé Cas- _? Su Segundo. Hombre de recia personalid: Het biritualmente débil el otro. 4 iar ists Alma clara y limpia, Faramifian; leno de turbiedades Cas- ie a quien el coronel José Gabriel de la Oyuela en julio de 1821 ne ms necesidad de expulsarlo ‘en beneficio de la tranquili- i agones, imputandole graves car; de vi is excesivamente mercantilista”. Seaton wat ste Rn eet la iglesia e iluminado su altar mayor por el sacris- meee ie a Ordenes del propio Villada, éste oblig6 a an- ciscanos sin perd i i dej Mv vines perderlos de vista ni dejar de apuntar- a es ala capilla y sin descubrirse en respeto al lugar ee ee aba, el siniestro personaje comunicé a los sacerdo- L ce i es prestar sus servicios espirituales a los comandan- Sayos y Ferrer a los que habia condenado a muerte. La ici jo ee Pass noticia dej6 mudos y palidos a los francisca- Byes imo due!no pas6 inadvertido para Villada que io Henar de desconfianza y odio, y poniendo una mano en el pecho a fray Faramifian le espeté amenazante: “— Padre, i ‘ temo? mucho le palpita el corazén; algo hay aqui, algo —Es natural temer a la muerte”, —respondi6 el buen re- 16 a % a ligioso— que se sentia desconsolado frente a la tragedia que, se “A | sernia sobre Patagones, horas terribles que un afio antes ya habla \ © previsto al estudiar con su agudo yoder de observacién el estadc de descomposicion en que se encontraba la guarnicion del Fuerte. Villada pretendio aliviar al franciscano asegurandole “que* « no habria novedad si cumplia con su ministerio’” a Y luego entraron los dos condenados. Sayés y Ferrer ve- nian con fuerte escolta y arrastrando muy pesados grillos. La presencia de Villada, la palidez de trasmundo de los sacerdotes, las velas encendidas nada bueno auguraron a los infelices coman- dantes quienes preguntaron de inmediato sobre su suerte al monstruo que recorria a grandes pasos las escasas dimensiones de la capilla. “_Confiésense porque van a morir’’, fue la respuesta. Pero sigamos literalmente al historiador Biedma: “Prodtijose una escena conmovedora capaz de quebran- tar pefias menos duras que el corazén de aquella hiena. Sayés y Ferrer, hombres jévenes, soldados meritorios que sofiaban un por- venir venturoso, dispuestos siempre a jugar la vida en noble lid por la patria de su amores, no se resignaban a morir tan oscu- ra y miserablemente por el antojo de una canalla de tal jaez, y olvidando lo que debian a su propia dignidad, pidieron favor y misericordia a su verdugo que respond{a implacable, increible- mente cruel: ‘;Confiésense inmediatamente!” “Desesperados acudieron a sus guardianes, rogandoles in- tereedieran por sus vidas, logrando enternecer a dos de ellos que en el acto fueron relevados. Subyugados por el afan de vivir, afe- rrados a la esperanza, ofreciendo a la contemplacion de Villada la imagen de Cristo que los sacerdotes habian colocado en sus manos, impetraron por Ultima vez con acento sollozante el per- dén de culpas que no tenfan”. “_Basta, —grité el salvaje—, anden breve o los fusilo sin confesion!”. “Aproximandose a ellos el padre Faramifian, con voz que- da y profundamente emocionada, les aconsejé: “—Son dos hom- pres, tienen los brazos desligados, el tirano se les pone a su al- cance a cada momento con una pistola en las manos; échense sobre él, quitensela, m4tenlo con ella muriendo como soldados, vengando a la humanidad y salvando a sus compafieros. Pero 17 rr desgraciadamente Ferrer, que habia aceptado la idea, se arrepin- tid de su decisi6n negando su concurso 2 Say6s quien no tuvo ocasion de ponerla en practica” Y asi, el submundo de esa fiera, iba gozando minuto a mi- nuto la angustia de unos, la desesperanza de otros y el dolor ine- narrable de todos. Rn Poco después, Sayés y Ferrer eran conducidos a un gal- Pon, siempre dentro de las murallas del fuerte. Los sacerdotes no los abandonaron reconfortandoles con sus palabras, “Arrodillados y repitiendo en voz alta lag oraciones, caye- ron ultimados por una descarga de fusileria’, Las velas de sebo que teatralmente iluminaban el local, ahondaban fantasmagéricamente el lagubre clima del momento. ROBLES, EL DE LA GALVEZ La noche cafa ya sobre el poblado y esto parecid, conjun- tamente con los ruegos de fray Faramifian, calmar un tanto la fiebre de sangre que devoraba las entrafias de Villada; pero un acontecimiento tan inesperado como peligroso para los amotina- dos, puso de nuevo en enloquecida excitacién al accidental co- mandante del fuerte. ay La zumaca Galvez, a media noche, habfa levado anclas y dejandose llevar por la corriente se habia puesto fuera del alean- ce mortifero de los cafiones que coronaban los baluartes. EL guardian Robles habia cumplido matematicamente lo que be habia propuesto. En tanto Villada destinaba su tiempo al asesinato, el noble marino se habia ocupado en hablar a los tri- pulantes de la zumaca exhortandolos a no olvidar sus deberes, El respeto y la confianza que se le tenia movié a Ja gente de a bordo a asegurarle su adhesion y asf fue como Robles, esperan- do Jas sombras de la noche, ponfa Ja primer picdra en el camino exitoso de Villada y sus complices, Desde el instante en que el centinela de uno de los bastio- nes lanzé el grito de alarma al ver cémo se alejaba silenciosa- mente, al amparo de las sombras, la tinica nave con la que con- taban Jos amotinados para eseapar, luego que hubieran acabado de satisfacer sus instintos mas brutales sobre la indefensa pobla- cién, todo fue confusién y miedo dentro de las murallas. Es que 18 los que matan a sangre fria, tiemblan y lloran ante la proximi- dad de la hora en que inexorablemente purgardn sus crimenes. El 5 de diciembre amanecia. Casas abandonadas, calles de- siertas, dolor y muerte, eso era Patagones en aquella mafiana en que la tibieza del sol veraniego invitaba a gozar de los horizon- tes abiertos, de la placidez del rio, del violento verdor de los arboles riberefios. Desde la fortaleza, los bandidos sélo tenian ojos para des- cubrir a la Galvez que, fondeada a la altura del Cerro de la Ca- ballada, izaba el pabellén de la Patria afirmandolo con un cafio- nazo. Villada, quebrado el aparente equilibrio del que habia he- cho gala hasta ese momento, ordend a su artilleria abrir fuego contra el “barco de los traidores”; pero la Galvez estaba dema- siado lejos para ser facil blanco de los cafiones de la fortaleza por lo que hizo conducir uno hasta la cumbre del cerro con la intencién de dejar al velero fuera de combate. Sin embargo, la zumaca contestd reciamente al cafioneo e inutilizé a algunos ar- tilleros. A las 4 de la tarde los bandidos se retiraban de la Ca- ballada completamente derrotados en su intento de anular a Robles. EL HEROICO PATERNA Villada en tanto no habia quedado inactivo; su furor le exi- gia nuevos sacrificios humanos. En el mismo lugar en donde ca- yeran Sayés y Ferrer, eran ejecutados —luego del auxilio religio- so del padre Faramifian— el teniente Rivero, el contramaestre Francisco y el alférez Moyano, quien habiendo recibido sélo un balazo “se incorporé y pidié con entereza a sus soldados que le ul- timaran. Asi lo hicieron los Dragones descerrajandole sus fusiles a quemarropa”. i Pero atin debia verterse mas sangre y llegé la orden de eje- cutar al patrén de lancha Paterna, a Mellado y a Escobar. Lleva- dos al galpén de practica, se les informé de su préximo fin. Esta vez, sin embargo, se negé a los reos el consuelo de su religién. José Juan Biedma, describe asi la desgarradora escena: “Paterna, en pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, reconcentradas todas sus facultades en un pensamiento dominante, 19 se mantenia en actitud tranquila, resignada, humilde, ante su fe- roz victimario que paseaba su presencia, en tanto Escobar, casi ahogado por angustiosos sollozos, uniendo las trémulas manos en un ruego supremo, le suplicaba la vida... .”. “Nada. Aquel corazén empedernido no alimentaba un senti- miento humanitario; y a los ruegos del infeliz contestaba con im- placable frialdad ordenandole arrodillarse...”. —“Ya que voy a morir sin confesién’ —dijole Paterna con voz reposada y aspecto humilde—” le pido me ofga algo que voy a descubrir. ..”. “Villada no sospeché en aquel desgraciado que se sometia aparentemente a su ‘suerte con resignacién parecida a la incons- ciencia del idiota, al noble y heroico vengador de tanta infamia; y acercandose a oir sus revelaciones, presentdéle con descuido el pecho”. “Con la rapidez y seguridad que infunde a la accién del brazo la decision Suprema del corazén, Paterna descubrio un pu- fial que levaba oculto en la manga izquierda de su chaqueta ma- tinera, y lo clavé airado en el pecho del monstruo, mientras ru- gia: jToma!”. Los Dragones hicieron fuego instantaneamente cayendo traspasado por las balas Escobar, Mellado y el cuerpo del viril Pa- terna, casi abrazado al cadaver del hombre que por un instante habia tenido a Patagones en un puiio. La Historia se ha preguntado quién facilité el cuchillo con el que se puso término a la vida de tan siniestro personaje: ; Fue el PE. Faramifian el que armé el brazo de Paterna? gAcaso ya no habia intentado hacerlo con el de Sayos y Ferrer? ;Es que desde la sombra, con la prudencia a que obliga el habito, con el inde- finido temor de adoptar violentamente una actitud que él mismo reclamaba desde su propia angustia, comenzaba a pesar decisiva- mente en un relampago de vida del mas apartado rincén de la Patria. HUIDA DE LOS CRIMINALES La mocrCe de Villada trajo de immediato la desorientacion al grupo de miserables que habia actuado bajo sus ordenes. Huérfanos de su caudillo, los amotinados no hallaron en Andra- 20 ee de —segundo en el mando— al hombre capaz de reorganizarlos, de infundirles confianza en la accién. La soldadesea sélo atiné a abandonar sus puestos y salir de la fortaleza para entregarse de nuevo al saqueo. Fueron testi- gos de Ja infamia las calles desoladas y las casas vacjas. Los veci- nos, desde la madrugada del dia anterior, permanecian en los montes. A las 18, es decir dos horas después de cesado el fuego entre el cafién del cerro y la artilleria de la zumaca, el vigia del fuerte desgarr6 el aire con un: “Los marinos estan desembar- cando”. Y asi era en efecto. Robles habia dispuesto que parte de la tripulaci6n se apoderara de la pieza del cerro de la Caballada, orden que hizo cundir el pavor entre las filas de los criminales gue sdlo atinaron a seguir al primero que lanzé el grito de: SGA las caballadas!”. Y temblorosos y cobardes, los que habian sido hasta esc momento duefios de la situacién, abandonaron el escenario de s+ depredaciones. huyendo hacia el fortin El Carbén por el camino de la Pampa Dura. Lentamente fueron Iegando los pobladores a la fortaleza cuyo aspecto hablaba a las claras de las terribles horas transcu- rridas. Atila habia pasado sobre ella. Desorden, pabellones incen- diades y “en el lugubre paraje de las ejecuciones... los cadaveres de Mellado, Escobar y Paterna, éstos barbaramente ultrajados”. Los vecinos tan sdlo encontraron dentro de las murallas a los dos franciscanos, Fray Faramifian y Vera; al ex comandan- te Sancho, al escribiente de la comandancia Juan Romairone ya un asistente. La noche habia caido sobre Patagones. La persecucién de los criminales era peligrosa en medio de la oscuridad y la falta de cabeza legal en el fuerte y el poblado para tomar las riendas en tiempos tan criticos, levé a los ‘notables” a opinar que cra conveniente dejar para el otro dia las medidas a asumirse. Se re- Solvid que los vecinos regresaran a sus hogares hasta el amane- cer y las personas antes mencionadas, permanecieran en la for- taleza. Desde ese preciso instante la figura del P. Faramifian co- menzaria a perfilarse nitidamente pues en tanto Sancho, el eseri- 21 biente de la Comandancia Juan Romairone —titulado en el Archi- vo de Tierras de la Municipalidad de Patagones, Primer Piloto de la Carrera de América e Indias— y el asistente se encerraban en sus habitaciones, el franciscano con su hermano de orden, arma- dos hasta los dientes, velaban toda la noche en la imponente atala- ya de piedra. UN INUSITADO COMANDANTE MILITAR El alba del 6 de diciembre encontré a Sancho y a Fara- mifian arriando el pabellén ibérico que por un sarcasmo de la vida habia vuelto a flamear sobre la fortaleza de Patagones, y no ha- llando la bandera argentina, que al parecer fuera ocultada por los hombres de Villada, enarbolaron un pafio blanco y echaron a vue- lo las campanas. Convocado asi el vecindario, el patio de armas se llené de voces y de inquieta expectativa. Felizmente mas tarde se encontraba la enseiia patria y levandosela al tope del mastil se la afirmo con dos cafionazos. En tanto los pobladores sin orden para actuar todavia, co- mentaban el ataque que el grupo de pobladores de la banda sur habia Mevado a los eriminales fortificados en el Carbén. El alcal- de de esa orilla, Teniente de Civicos D. José Maria Garcia y don ‘Juan José Rial sacaron un cafion del fortin San Javier y algunos fusiles, y-poniéndose a la cabeza del pelotén marcharon la tarde del dia 5 en direccién al paraje antes mencionado, en la orilla nor- te, a cuatro leguas aproximadamente de Patagones, aguas arriba. El6ala madrugada, después de hora y media de tiroteo incesan- tey Pese a la carencia de elementos de combate, quebraron la ro- sistencia de los conjurados y los pusieron en franca fuga. Después emprendieron el regreso al Carmen a informar de lo sucedido y para quedar a las 6rdenes del comandante del punto a fin de cola- borar en la defensa. iE] comandante de Patagones! El primer problema a resol- ver y el mas dificil. _ Va comandaneia habia quedado acéfala con la muerte de Sayés; Pero contando con la presencia de un oficial de alta gra- duacién como el ex comandante Cnel. Francisco Javier de Sancho, era natural que en él recayera el mando de la fortaleza. Ademas por derecho le correspondia. Pero sus antecedentes de débil e intitil y la resistencia de Fray Faraminan a entregar el destino de Patagones al hombre que en abril de 1812 lo habia hecho perder para la Patria, dispu- sieron a los vecinos en su contra que “‘palpaban su indolencia y falta de iniciativa ante la nerviosa actividad del sacerdote que proveia a todo en nombre de una autoridad que nadie, le habia de- legado, pero que todos reconocian y acataban’’ (José Juan Bied- ma). Pues bien, una asamblea popular —sin lugar a dudas idea del propio Faramifian— designé por unanimidad comandante po- litieo y militar de Patagones al agalludo franciscano, EXPEDICION CONTRA LOS MALHECHORES Faramifian comenz6 de inmediato la gran tarea de poncr orden en fuerte y poblacién: designé a fray José de Vera su se- gundo jefe y secretario general; bautiz6 a las baterias de la for- taleza con los nombres de Nuestra Sefiora del Carmen, San Pedro, San Julian y Santa Barbara, y se voleé a organizar una expedicién punitiva contra los hombres de Villada. Le parecié légico ofrecer el mando del cuerpo militar al te- niente de civicos José M. Garcia; pero éste declindé la jefatura anunciando que su colaboracién en tan criticas circunstancias se concretaria en la organizacién de una partida de defensores en la poblacién del sur. Garcia se retiré del fuerte y dirigiéndose a la zumaca Gal- vez entrevisto a Robles a quien quiso convencer que el proyecto de Faramifian de perseguir a los culpables comprometia las esca- sas fuerzas del poblado y resultaba peligroso en caso de un ata- que de aquéllos ya que se desconocia el destino de Andrade y sus cémplices. Robles resolvié pesar por si mismo los pro y los contra del plan de Faramifian y conferenciando con él, deseché toda duda respecto de la eficacia del proyecto apoyAndolo decididamente. El dia 9 el cuerpo expedicionario quedaba listo y se entre- Saban las “Instrucciones que deberan observar los comandantes de la expedicién que se dirige al Oeste a perseguir a los rebeldes destructores de Patagénicas”, firmadas por fray Julian Faramifian y por fray José de Vera. 23 Sesenta y cuatro vecinos integraban la partida teniendo como Primer Comandante a Benito Vazquez. Alli estaban nombres que son carne en el pasado regional: Nicolas Garcia, Juan José Rial, Francisco Miguel, Salvador Olivares, Blas Guerrero, Fran- cisco Ibafiez, Manuel Pita, Pedro Crespo, Manuel Roman, Francis- co Roche, Modesto Araque, Angel V. Calvo, Laureano Otero, Fran- cisco Herrero y tantos otros que no desertaron jamés frente a las urgencias de la A4spera vida de frontera. El dia 10 el propio Faramifian daba la orden de partida con una proclama que titulé: “El comandante del Rio Negro en la cos- ta Patagénica a sus habitantes”: “Virtuosos patagones: Conmovido vuestro sensible corazén por la escena horrorosa que acabdis de presenciar, salis llenos de valor a echar de vuestro territorio a esos bandidos que tantos ma- les os han causado; ellos se hallan agobiados del remordimiento de sus negras conciencias, cuando a vosotros os acompaiian las mas sublimes virtudes. Protegidos de vuestra Patrona Santisima Virgen del Carmen, ella os concedera la victoria si tenéis valor, si Os armais de constancia, si aprecidis la subordinacién a vues- tros jefes y si os decidis a concluir con los tiranos que atncs | amenazan. Valor, compatriotas, y que dentro de poco os veamos | coronados con la victoria”, | Eran las doce del citado dia 10 de diciembre de 1817 cuan- © do la columna dejaba cl fuerte y bajando la barranca se detenia frente a la Galvez. Saludo con una descarga de fusileria y con uw “| Viva la Patria!” a la bandera que flameaba al tope del palo ma- yor recibiendo como respuesta las aclamaciones de los tripulantes _ y el tronar de los cajiones, Luego torciendo al oeste, inicié la per- Secucién. Mas de cuarenta leguas se cabalgaron sin hallar un solo rastro de los criminales que ni lerdos ni perezosos eamprendieron que era mejor meterse en el desierto, rio arriba, y pedir —si era posible— amparo a los indigenas antes que vérselas con un pue- blo que venia a pedir cuentas de sus atrocidades. El aplastamiento de las caballadas aconsejé = Vazquez emprender el regreso y fue asi como cuatro dias después entraban al fuerte los expedicionarios doloridos por el fracaso de la incur- sion. Quizds més lo estaria Faramifian al que s6lo la oposicién fir- me de los vecinos le habia hecho desistir de su voluntad de co- mandar en persona a la columna. La poblacién maragata, en su 24 SA) | RUUATEL WTS IAIN LTR DI Caras scececmmemmmemser esc a gone inocente concepcién de las cosas, no habia querido nee sacerdote guerrero. t INGRATITUD La euforia del regreso y la seguridad que no apareceriat,_ mas los hombres de Villada, no fue motivo para que dejara de® renacer aquel primer rozamiento respecto de la eleccién del mandante del fuerte. Dos grupos antagonicos en este plano iban a enfrentarse los que sostenian a Sancho y los que respaldaban a Faramifian. El enérgico franciscano estaba resuelto a permanecer en el poder hasta tanto fuera designado por la superioridad alguien con an- tecedentes que asegurara la tranquilidad y el progreso de el Car- men. Hsta actitud de Faramifian no pasé inadvertida para mu- chos que lo acusaron de querer perpetuarse descaradamente en el poder por lo que un grupo de vecinos elevé una relacién al go- bierno nacional en conceptos que hacen comprender como, a ve- ces, la tormenta de pasiones desencadenadas en una poblacién suele turbar y sorprender el espiritu de los hombres més buenos y noble: Uno de los pasajes del mencionado documento dice: “Deseosos de poner el mando en manos del Sr. Francisco Sancho como unico oficial militar, que por razones de derecho le pertenecia, y al mismo tiempo conociendo que el fraile por sus operaciones y otros indicios estaba de acuerdo con los asesinos, os insinuamos con el guardian y comandante del buque. No pu- dimos conseguir cosa alguna a fin de que se moviera para quitar el mando al intruso hasta el dia 16 por que don Ramén Ocampo y don Juan Romairone furtivamente se fueron a bordo y con razo- nes y promesas de que seria aplaudido por esa superioridad, lo pudieron convencer’’. “Inmediatamente se cité a todo el vecindario y el dia 17 fuimos al fuerte todos reunidos a cuya vista el citado fraile mand6 Cerrar las puertas, cargar los cafiones a metralla y dijo a D, Ra- mon Ocampo, que abandondramos nuestras pretensiones si no que- vlamos morir entre dos fuegos’’. “Pedimos auxilio al citado guardidn, nos presentamos con 1 al fuerte, por lo que viendo que le faltaba quien lo sostuviese, i pudimos quitarle el mando retirandose a bordo con todo el equi- paje”. “Admiracién causa, Sr. Excelentisimo, que un sujeto reli- gioso que acababa de presenciar tantas desgracias, pensase aca- har con este miserable pueblo’. A tal punto de verdadera crisis habia Megado la situacién que el guardian Robles se vio forzado —sin lugar a dudas— a separar a Faramifian del gobierno. Carmen de Patagones quedaba pues, de nuevo, en manos, de Sancho, felizmente no por mucho tiempo, y el padre Faramifian | se alejaba de estas margenes y si bien en el sumario instruido por orden de la superioridad no aparecié un solo testigo que sc-__ falase la actitud del franciscano resistiéndose a la entrega de la fortaleza cuando el pueblo asi se lo exigié, nada ni nadie debe ha- her aliviado ese dolor que los hombres a quienes é] entregé lo me- jor de si mismo, le clavaran con su incomprensién o su indife- rencia, Faramifian era una muy definida personalidad, capaz de pensar con su propia cabeza y forjarse sus propios ideales. La pa- sién puesta al servicio del bien que perseguia, sacudié violenta- | mente la paz aldeana de la ms austral poblacién argentina y le- vanté recelos e intrigas senténdolo en el banquillo de los acusa- dos. Un ajio antes de estos hechos que se acaban de narrar, ha- bia elevado su solicitud de traslado al Director Supremo, D. Juan Martin de Pueyrredén, en la que luego de explicar el por qué de su presencia en Patagones —‘‘para remediar o establecer la reli- gién de nuestros mayores, ultrajada por los desérdenes y relaja- mientos del capellén europeo que entonces existia en este desti- no’’— deja constancia de su profundo amor a la patria herido por el auténtico sentimiento espaiiol que campeaba todavia en el mun- do afectivo de la poblacién maragata. i“Cuan distante estoy de la libertad por que he trabajado y que ha seis afios gozan mis compatriotas”, afirmaba el buen franciscano en su nota frente a la seguridad que Patagones atin no habia roto el cordén umbilical que lo unia a Espaiia, a su rey, a su estilo de vida tradicional, amores que quizés fueron en su | momento los que sin salir abiertamente a la superficie, precipita- ae ron el alzamiento del pueblo contra su pastor de almas. El P. Faramifian se alejé de Patagones en la zumaca Gal- vez, No debe haberle resultado facil apurar el instante de la des- pedida. En las mfrgenes rionegrinas quedaban el escenario que pocos dias antes lo habia visto erigirse en uno de los principales protagonistas de los tragicos acontecimientos narrados y las tum- bas recién abiertas de los hombres que a su lado vivieron horro- res y desesperanzas. Si, alli quedaban Ferrer, Moyano, Mellado, Escobar, Rivero, Francisco... y Sayés, eb joven militar que no pudo entregar a la Patria sus vehementes ansias de gloria... y Paterna, el heroico Paterna, el bravo marino, cuyo brazo armé un pueblo para ejecutar su venganza. FINAL Patagones volvid, luego de estos sucesos, a sumirse en su mundo de aldea. Todo, no habia sido mas que un leve rasguiio sobre la superficie de su quehacer rutinario: el cuidado de las ca- balladas patrias; la proxima cosecha; la ereciente del rio; el ga- nado en los montes; algan barco a la espera de buen tiempo para el cruce de la barra; una que otra rencilla de entre casa y el in- dio siempre en acecho, acecho que por ser habitual, constante, te- iia en el vivir maragato el mismo significado de peligro que para cl hombre moderno representa el viajar en automévil o en avién. La poblacion siguié aferrada a las margenes rionegrinas co- mo si fuera auténticamente consciente del papel que habia asu- mido para la argentinidad en pleno corazén de las pampas y a las puertas de los temibles desamparos patagénicos. Asi apretada al suelo criollo, la sorprendié la invasién bra- silefia en marzo de 1827 y asi la rindio firme y heroica. Y llena ya de gloria y volcada sin retaceos a la nacionali- dad a la cual —comprendia— estaba definitivamente ligada, con- tinué librando guerra sin cuartel al desierto hasta 1879, afio en que con el Gral. Julio Argentino Roca quedaban incorporadas pa- ra siempre a la soberania de la Patria las legendarias soledades surefias. 27

También podría gustarte