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Clase 5: Hacia La Producción de Culturas Docentes Sensibles A Las Culturas Infantiles y Juveniles. Autores: Liliana Dente y Gabriel Brener
Clase 5: Hacia La Producción de Culturas Docentes Sensibles A Las Culturas Infantiles y Juveniles. Autores: Liliana Dente y Gabriel Brener
5: Hacia la producción de culturas
docentes sensibles a las culturas infantiles y
juveniles.
Autores: Liliana Dente y Gabriel Brener
.
Sitio: FLACSO Virtual
Curso: Diploma Superior en Currículum y prácticas escolares en contexto Cohorte 29
Clase 5: Hacia la producción de culturas docentes sensibles a las culturas infantiles y
Clase: juveniles.
Autores: Liliana Dente y Gabriel Brener
Impreso
Maria Fernanda Lumaca Peraza
por:
Día: jueves, 15 de diciembre de 2016, 11:16
Tabla de contenidos
Presentación
1. Niños, niñas y jóvenes: culturas en plural
1.1. Infancia y niños son más que dos palabras
1.1.1. Primera tensión: los niños y las niñas son el presente, son el futuro
1.1.2. Segunda tensión: La infancia es una cuestión privada de la familia, es una cuestión pública
1.1.3. Tercera tensión: Los niños tienen derechos ¿hasta dónde se los respeta?
1.2. Juventud y jóvenes son más que dos palabras
2. Lugares practicados y lugares vacíos
2.1. Los jóvenes y sus lugares practicados
2.2. El juego, un lugar practicado en la infancia
2.3. Niños, niñas, jóvenes y lugares vacíos
2.4. Mapear: una herramienta para mirar a los alumnos
3. El mercado, los medios y su relación con las infancias y las juventudes
3.1. El mercado y los medios guionizan la vida de niños y jóvenes
3.2. La publicidad como analizador respecto de la escuela
3.3. La educación para el consumidor: un asunto político
4. Con ojos adultos, culturas docentes
4.1. Desacralizar la autoridad adulta
4.2. Culturas docentes y cotidianeidad escolar
Cierre
Después de la clase
Bibliografía citada
Bibliografía obligatoria
Lecturas audiovisuales
Itinerarios de lectura
Itinerarios fílmicos
Presentación
Antonio Viñao (Ref: Viñao, A. (2002). Sistemas educativos, culturas escolares y reformas.
Continuidades y cambios. Madrid: Morata. ) (2002) señala que hay culturas específicas de cada
institución educativa, de cada nivel educativo y de cada uno de los grupos de actores que intervienen
en la vida cotidiana de las instituciones* de enseñanza, así como subculturas más específicas. El
historiador distingue entre la subcultura académica y profesional y otras tales como la de los alumnos
y la de los padres y familias. Sobre estas últimas, insiste, es necesario desarrollar más investigaciones.
En esta clase, los Prof. Liliana Dente* y Gabriel Brener* nos proponen centramos precisamente en el tema
de las culturas infantiles y juveniles y su relación con las culturas docentes y con la escuela.
Empecemos preguntándonos. ¿Quiénes son nuestros alumnos? ¿Cómo los describiríamos? ¿Quiénes
somos para ellos? ¿Cómo nos describirían ellos a nosotros? ¿Y a la escuela?
En la primera clase estudiamos la cultura escolar focalizando en las permanencias y los cambios de
las prácticas escolares y en cómo se conciben los múltiples intercambios establecidos entre la escuela
y la sociedad. Es en ese sentido que profundizar en las concepciones actuales acerca de los niños, las
niñas y los jóvenes constituye una clave.
A partir del aporte de diversos autores, los profesores nos ofrecen explicaciones que constituyen
verdaderas herramientas conceptuales para aproximarse al tema. La clase consta de cuatro puntos.
En el primero se propone abordar las nociones de infancia y juventud como construcciones socio
históricas que van mutando a lo largo del tiempo y asumen ciertas especificidades según las épocas.
Se adopta una perspectiva que entiende que tanto la infancia como la juventud, son desplegadas de
maneras diversas, plurales, a la vez que contempla la experiencia singular de los sujetos.
En el segundo punto, los autores, nos animan a pensar en los niños y los jóvenes como productores de
cultura que habitan de un modo particular los espacios de la vida cotidiana. Habitar es más que
ocupar, refiere a una posición activa: a expresarse, elegir, hacer, rechazar. ¿Cuáles son los signos de
que nuestros alumnos están “habitando” la escuela? ¿Qué pensamos de sus modos de hacerlo? ¿Qué
sucedería si en vez de considerar como un problema lo que nos resulta incomprensible de nuestros
alumnos, nos animáramos a afirmar como J. Jacotot “Tengo alumnos que improvisan en lenguas que
ignoro (Ref: Jacocot, J. (1829) Enseignement Universelle, Philosophie Panecastique, Paris: Bureau
du Journal de l´emancipation intellectuelle.)”?
El tercer punto desarrolla ideas acerca del lugar del mercado* y de los medios y su relación con las
infancias y juventudes. En contraposición a los patrones con los que el mercado influye en la
configuración de las mismas, se presentan experiencias pensadas desde otra lógica que permiten
pensar el espacio público dedicado a los niños y los jóvenes.
En el último punto nos proponen rever el lugar de la autoridad adulta en función de favorecer un
diálogo intergeneracional que permita la construcción de una cultura escolar que haga cada vez más
visibles a niños, jóvenes y adultos en la escuela.
Ricas y variadas narraciones de colegas se articulan a lo largo de la clase con las explicaciones
conceptuales. Su lectura nos invita a escribir las propias para “pensar” a nuestros alumnos y
“pensarnos” en relación a ellos. Los docentes no solo somos productores de discursos sino que
elaboramos esos discursos desde otros, aquellos que producen los medios de comunicación social, los
expertos en educación, las instituciones en las que participamos, el mercado, etcétera. La clase es una
invitación a pensarlos. ´
Los discursos producen mapas, explican los autores, citando a T. Popkewitz (2002). Lo interesante de
un mapa es que es una representación parcial de un territorio y quien lo lee aporta de sí para
interpretarlo. No todos los mapas son iguales aún cuando quieran referirse al mismo territorio. Y este
es el punto que nos interesa; que quien está influido por un discurso tiene unos márgenes de
autonomía para cambiar los contornos del mapa, delinear nuevas rutas, establecer ciertas paradas y
hasta crear nuevos lugares en el territorio porque los ha descubierto.
1. Niños, niñas y jóvenes: culturas en plural
Pensar a los niños, las niñas y los jóvenes nos invita a poner el acento en las singularidades de cada
uno de ellos, en sus particulares experiencias y trayectorias de vida y en nuestras propias miradas
sobre ellos. Los niños, las niñas, los adolescentes y los jóvenes en singular están sujetos a las
significaciones que los adultos de cada época les otorgan y a los significados que los infantes, los
adolescentes y los jóvenes construyen con respecto a su propia condición.
1.1. Infancia y niños son más que dos palabras
Nos detendremos ahora en lo que atañe a los niños y a las niñas. Silvia Bleichmar (Ref: Bleichmar, S.
(1993), La fundación de lo inconsciente. Amorrortu: Buenos Aires.) plantea que existen dos
“temporalidades” que están estrechamente articuladas: “la del niño como un cuerpo en crecimiento y
la de la sociedad en la que se constituye como sujeto”. Justamente esta autora plantea que la
constitución del niño como sujeto se produce en la ligazón de ambas temporalidades, es decir, de “la
experiencia de los niños y la institución de los adultos”. Agrega esta autora que la referencia histórica
al proceso de “construcción social de la infancia” no debe hacer perder de vista el hecho de que dicho
“proceso pretende capturar la construcción simbólica singular de los niños y que esa construcción
opera con un vínculo profundamente asimétrico.
El uso de distintos términos, como niños o infancias, no responde a una mera cuestión terminológica
sino a perspectivas conceptuales diferentes, a través de las cuales, más allá del grado de conciencia
que tengamos sobre ello, estamos realizando una determinada interpretación de sus realidades que
llevan, además, a actuar en una u otra dirección.
Según escribe Mercedes Minnicelli (Ref: Minicelli, M (2008) Infancia e Institución/es. Buenos Aires.
Novedades Educativas.) “Infancia y niño/a sólo son homologables en sentidos generales si
consideramos a la infancia como un ciclo de la vida en términos cronológicos” pero “la infancia no se
deja apresar en un concepto unívoco alguno. En tanto significante, oficia de término clave que hace
entrar en juego la polisemia semántica. Tal efecto de discurso resulta interesante y curioso cuando, en
su autonomía, el propio término, al ser escuchado, resuena en la singularidad biográfica. Es decir,
infancia para cada uno significará de modo diferente”.
La aproximación que proponemos para pensar las ideas de infancias, adolescencias y juventudes es
utilizar las categorías en plural, con el fin de dar cuenta que estas nociones son construcciones
históricas y sociales y que, por lo tanto, remiten a contextos diversos y cambiantes. Estas
construcciones participan de los modos en que se producen los sujetos con los que trabajamos en su
singularidad, que también proponemos considerar desde una perspectiva “plural”. Es decir, las
transformaciones que se producen en cada época, y que se evidencian en discursos y en prácticas, dan
cuenta de múltiples tensiones que no son ajenas a los debates filosóficos, políticos, educativos,
médicos y legales de cada momento histórico.
En este sentido, resulta pertinente pensar también el presente como un tiempo de transformaciones en
el que se conforman modos plurales de concebir infancias, adolescencias y juventudes en las
coordenadas particulares de esta época. Puede pensarse que las mismas buscan “ser habladas” tal
como lo describe Mercedes Minnicelli (2008): “Al momento en que se escriben estas páginas, no
podemos desestimar el valor que representa el hecho de que hoy la infancia busca ser hablada. Y ese
estallido quizás se parezca aún más a un monólogo paralelo que a la búsqueda cierta de
significaciones a partir de la cuales podamos, además de hablar, hacer algo que redunde en la
disminución del sacrificio innecesario al cual son expuestas y se ofrecen las nuevas generaciones
humanas”.
Desde esta perspectiva invitamos a profundizar en nuestros modos de hacer y pensar las infancias
hoy. Para hacerlo proponemos tener en cuenta, tres tensiones presentes en nuestras prácticas
cotidianas en relación a las infancias: la tensión entre presente y/o futuro; la tensión entre lo público
y/o lo privado y la tensión entre la efectividad o no de sus Derechos proclamados.
Acompañar y sostener el presente y el futuro de los niños
(Del film La lengua de las mariposas)
1.1.1. Primera tensión: los niños y las niñas son el presente, son el futuro
Nuestras prácticas cotidianas, y el particular modo en que nos relacionamos con los niños, se
sustentan en determinados supuestos y modos de entender la infancia y su relación con el tiempo.
Uno de estos supuestos es pensar la infancia como algo incompleto, algo menor, algo que todavía no
es y que, por lo tanto, tiene importancia sólo y exclusivamente en términos de futuro. Esta
perspectiva da lugar a que los niños y las niñas sean considerados como aquellos seres que hay que
moldear, según el deseo del adulto para construirlos como futuros ciudadanos que serán “completos”
en el momento en que lleguen a la mayoría de edad. Este modo de pensar la infancia puede dar lugar
a que el presente de los niños y las niñas permanezca invisibilizados para el mundo adulto, lo que
puede devenir en un escaso o nulo conocimiento de sus prácticas culturales y de sus particulares
interpretaciones sobre el mundo.
A diferencia de estas miradas, los aportes de diversas disciplinas, surgidas al calor de las profundas
transformaciones sociales, culturales y políticas a las que asistimos, cuestionan las posturas que
consideran que el niño “no es”, contribuyendo a modificar las representaciones que el mundo adulto
construye sobre el mundo infantil. Destacamos los desarrollos de la Sociología de la Infancia (Ref:
Gaitán Muñoz, L. (2006). Sociología de la Infancia. Madrid: Editorial Síntesis.) que colaboran a
pensar las infancias en términos del presente y del futuro, lo cual se traduce en considerar a los niños
y las niñas como sujetos sociales y políticos. Estas perspectivas ayudan a promover su visibilidad
social, concibiéndolos como sujetos de derechos y ciudadanos con recursos y capacidad de
transformar y ser transformados. Asimismo contribuyen a poner en el primer plano de los debates
públicos los problemas que los afectan en el presente, cuestión que compromete el futuro de la
sociedad toda.
El filósofo y pedagogo Jorge Larrosa (Ref: Larrosa, J. (2000). El enigma de la infancia. En
Pedagogía Profana. Estudios sobre lenguaje, subjetividad, formación. Buenos Aires: Ediciones
Novedades Educativas.) retoma las ideas de Hannah Arendt, una de las más importantes pensadoras
contemporáneas, para señalar que el nacimiento es un acontecimiento y la infancia puede ser
entendida como lo que nace para salvaguardar la renovación del mundo. Desde esta perspectiva, el
nacimiento es la aparición de la novedad radical: lo inesperado, lo imprevisto, lo que interrumpe toda
expectativa, la inauguración de un nuevo comienzo en la historia. Para este autor los niños son vistos
hoy por los adultos como seres extraños, de los que nada se sabe, salvajes que no comprenden nuestra
lengua y, desde este punto de partida, entiende que la infancia es algo que nuestras prácticas y
nuestras instituciones* han pretendido capturar, encerrar, determinar, desconociéndola como lo otro y
lo que va más allá de todo intento de captura.
Esta perspectiva aporta a producir una idea de infancia entendida como enigmática que lleva a
pensarla como algo que se nos escapa y que es necesario interrogar y descubrir. Pone en cuestión la
arrogancia de nuestra voluntad de poder* y lo que presuntuoso de nuestra voluntad de abarcarla.
Queda, entonces, planteada la necesidad de pensar el propio contexto:
¿Cuáles son las distintas concepciones de infancia que están vigentes y que sustentan las prácticas
escolares en su contexto local?
¿Se pueden inferir diferencias, desacuerdos, debates entre los docentes respecto de las concepciones
de infancia? ¿Cuáles son?
1.1.2. Segunda tensión: La infancia es una cuestión privada de la familia, es
una cuestión pública
Los problemas sociales que hoy nos afectan tales como la pobreza* infantil, la crisis de los sistemas
educativos, los flujos migratorios, los problemas de exclusión social, el cambio en las formas
familiares, en suma, la complejidad social hace que sea necesario considerar a la infancia no sólo
como una cuestión que pertenece al ámbito familiar y a la vida privada, sino también como una
cuestión pública y de responsabilidad del Estado* . En este sentido, la propia construcción histórica de
la legislación internacional responde a dichas transformaciones y, al mismo tiempo exige nuevos
cambios.
Mercedes Minnicelli (Ref: Minnicelli, M. (2004). Infancias públicas. No hay Derecho. Buenos Aires:
Novedades Educativas.) sostiene que el sentimiento de lo público fue ingresando en la vida familiar,
influyendo en ella y modificando sus prácticas. En este sentido el pasaje del aprendizaje a la
educación escolar y de la sociabilidad familiar a la socialización pública hizo que aquello que
concernía a la familia* pasara a ser un tema de Estado. Carmen Midaglia en su trabajo "Alternativas de
protección a la infancia carenciada. La peculiar convivencia de lo público y privado en el Uruguay
(Ref: Midaglia, C. (2004). Alternativas de protección a la infancia carenciada. La peculiar
convivencia de lo público y privado en el Uruguay. En Mercedes Minnicelli (2004). Infancias
públicas. No hay Derecho Buenos Aires, Novedades Educativas.)" presenta dos cuestiones centrales:
por un lado la oposición públicoprivado y la importancia que esta tensión tiene para pensar la
infancia y las políticas públicas y, por otro lado, la posible contradicción entre discursos centrados en
los derechos del niño y aquellos que se centran en la infancia como objeto de protección.
La idea de que la infancia es parte del espacio público de responsabilidad del Estado implica acordar
que cualquier modalidad familiar no resulta igualmente aceptable y que existen límites y restricciones
para la educación que la familia, en su legítimo derecho, imparte a los niños. Las restricciones se
sustentan en garantizar la igualdad de oportunidades y los derechos humanos que son el fundamento y
el límite de la diversidad socialmente aceptable. En este marco, la discriminación, la desigualdad, la
exclusión, el abuso, el sometimiento y otras formas de violencia* son éticamente condenables y es
responsabilidad del Estado garantizar que los niños estén protegidos. No es menos cierto que también
es responsabilidad del Estado garantizar las condiciones para que todos los niños asistan a la escuela,
aun cuando esto supone situaciones conflictivas. Un ejemplo de tal circunstancia, en otro contexto
geográfico y cultural está planteado en el filme iraní, La manzana (Irán, 1998) en el cual se relata la
vida de dos hermanas (Zahra y Massoumeh) de doce años, a quienes sus padres mantienen encerradas
en su casa de Teherán desde su más temprana infancia. Los vecinos denuncian a las autoridades el
encierro de las niñas y el Estado interviene para que puedan salir de la casa. Cuando ellas atraviesan
ese umbral descubren un mundo nuevo. La pedagoga Silvia Serra (Ref: Serra, S. La Manzana.
http://estatico.buenosaires.gov.ar/areas/educacion/cepa/manzana.pdf) en un análisis muy interesante
sobre este film sostiene que “la situación planteada en esta película muestra cómo esa concepción de
educación es histórica, en cuanto que parte del reconocimiento de la familia a instituciones* externas
a ella a las que se les delega el poder de educar. Quizá la extranjeridad presente en esta película nos
sea útil para extrañar nuestro modo de entender la delegación que la familia hace en el Estado en
nuestra cultura. Las escenas que queremos recuperar del film son aquéllas donde la trabajadora social,
enviada por el Estado, conversa y discute con el padre de las niñas acerca de la necesidad de que
puedan salir de la casa. Para la trabajadora social que las niñas salgan y estén con otros niños es parte
del cuidado que los padres deben darle. Para el padre, cuidarlas es mantenerlas encerradas. Los
sucesos que se desarrollan alrededor de la llave que abre y cierra la puerta de la casa son dignos de
atención. En un momento, la trabajadora social encierra a los padres para evitar que encierre a las
niñas. Por otra parte, cuando el Estado quita a las niñas de la tutela de los padres por unos días, las
lleva a una institución de cuidado de la infancia, institución que sabemos que, como los orfanatos, los
hospitales y las escuelas, constituyen literales espacios de encierro.
El reconocimiento de la autoridad y la legitimidad del Estado para educar, hacerse cargo o cuidar a los
ciudadanos (que resulta extraño para el padre de estas niñas) puede ubicarse en el acuerdo o alianza
tácita celebrada entre la familia y el Estado, por el cual la familia delega en un espacio extrafamiliar
cierta porción de educación. La posibilidad del desplazamiento de la tutela de los hijos desde los
padres a estas instituciones parte del principio de que la familia sola no puede ofrecerle al niño todo lo
que éste necesita para su educación”. En este marco la escuela es el espacio público que aloja a la
infancia y que, justamente por su carácter público, es muy diferente al espacio privado de las familias.
Lo propio del espacio público radica en que en él se producen aportes diversos, disímiles, que tienen
un propósito institucional y político contrastantes con los que surgen en la familia. La escuela, en
tanto espacio público, tiene como desafío la posibilidad de resignificar las experiencias sociales
vividas por los niños en otros ámbitos, reconocer las diferencias y construir condiciones de igualdad
de oportunidades para todos.
De acuerdo a este desarrollo, es importante pensar en el propio contexto:
¿Cómo se expresa en las escuelas que conoce la contradicción entre lo público y lo privado en
relación a los niños y niñas que allí concurren?
1.1.3. Tercera tensión: Los niños tienen derechos ¿hasta dónde se los respeta?
La Convención Internacional de los Derechos del Niño (Ref: Ver países que ratificaron o adhirieron a
la Convención: http://www.alaee.org/derechos/listf.html) vigente en todos los países de América
Latina exige el compromiso de garantizar la atención a las necesidades de los niños y la vigencia de
sus derechos. Pero sabemos que los derechos de los niños están lejos de ser una práctica efectiva para
la mayor parte de la población infantil. Al respecto, señala Sandra Carli (Ref: Carli, S. (2006). La
cuestión de la infancia. Entre la escuela, la calle y el shopping. Buenos Aires: Paidós.) que en
Argentina las décadas de 1980 y 1990 se caracterizaron por la estabilidad democrática y al mismo
tiempo por el aumento exponencial de la pobreza*. Este período fue, entonces, una etapa de avance
en el reconocimiento de los derechos del niño, en la cual no mejoraron sus condiciones de vida. El
panorama es igual de preocupante a nivel mundial.
En el espacio escolar resulta interesante analizar el lugar que tienen los derechos de los niños y las
niñas cuando se ponen en juego el derecho a la educación y el derecho a la libertad de expresión y de
pensamiento. Philippe Meirieu (Ref: Meirieu, P. (2004). “El maestro y los derechos del niño. ¿Historia
de un malentendido? Barcelona: Octaedro.) plantea que es necesario hacer dialogar los artículos de la
Convención referidos al derecho a la educación y a sus objetivos (artículos 28 y 29) con los artículos
sobre la libertad de expresión, de pensamiento, de conciencia y de religión, y la libertad de
asociación, de protección a la vida privada y de acceso a una información adecuada (artículos 12 a
17). Estos artículos en algún punto pueden entrar en contradicción. Por eso, es necesario analizarlos
de modo tal que sea posible garantizar la educación de los niños y, al mismo tiempo, respetar sus
libertades (Ref: www.uba.ar/unicef/pdf/convencion.pdf).
El hecho de respetar sólo los derechos relacionados con las libertades de los niños puede hacer perder
de vista la asimetría necesaria entre niños y adultos y conducir a dejarlos solos y desamparados de la
responsabilidad adulta en cuanto al cuidado y la contención que necesitan. Por otro lado, acatar sólo
los derechos vinculados con la necesidad de ser educados puede traer aparejada la imposición y la
invisibilización del niño.
El derecho a conocer la propia identidad... (De:http://images.google.com.ar/)
1.2. Juventud y jóvenes son más que dos palabras
En consonancia con la precedente aproximación a la infancia, también al pensar la juventud y la
adolescencia debemos considerarlas una construcción histórica y social. Pierre Bourdieu (1990) abona
la idea de que las divisiones entre las edades pueden entenderse como un arbitrario cultural, es decir,
una imposición de los sectores dominantes, que poseen la capacidad de imponer significaciones que al
mismo tiempo que encubren relaciones de fuerza, se muestran como únicas y legítimas. El mismo
autor afirma que “la juventud no es más que una palabra (Ref: Bourdieu, P. (1990). Sociología y
Cultura. Grijalbo: México.)”, con lo cual se está refiriendo al carácter simbólico de un constructo
sociocultural. Nos parece productivo pensar la juventud como un período de la vida que tiene límites
variables y que se expresa de muy diversas formas, según los contextos y los condicionamientos de
cada época y cada sociedad. El sociólogo Margulis titula uno de sus libros, “La juventud es más que
una palabra”. Con esta idea, el autor, en diálogo con Bourdieu, destaca que el carácter simbólico del
concepto no implica que la juventud sea una representación simbólica separada de las condiciones
materiales que la producen y la significan. Por ello, afirma que la juventud es más que una palabra
(1996).
La juventud se distingue por su liminalidad. Esto implica un tránsito de experiencias “en” y “entre” los
márgenes. Levi y Schmidt (Ref: Referencia: Levi, G. y Schmitt, J.C. (1996). Historia de los jóvenes.
Taurus: Madrid.) sostienen que las sociedades “construyen” a la juventud como un hecho social
inestable, que oscila entre los limites movedizos de la dependencia infantil y aquello que caracterizan
como autonomía adulta. Es decir, piensan a la juventud como una categoría que se constituye en
marcos inestables, confusos, construida simbólicamente por promesas, amenazas, miedos, sospechas,
proyectadas por las miradas cruzadas en su afán de excluirla o controlarla debido, precisamente, a su
posición liminal.
Roxana Guber (Ref: citada en http://www.proyectoalsur.org/lecturas21.htm) señala que “la liminalidad
es una fase intermedia de lo que el sociólogo Arnold Van Gennep (Ref: Van Gennep, A. (1960). The
Rites of Passage. Chicago: The University of Chicago Press.) identificó a principios del siglo XX
como "ritos de paso", instancias ritualizadas que establecen las sociedades humanas para canalizar y
controlar profundos cambios que tienen lugar en la vida de sus miembros, y que podrían amenazar su
continuidad y reproducción. Los ritos de paso como los asociados al nacimiento, la muerte, la llegada a
la adultez, constan de tres fases: la "separación" del individuo o del grupo, de la estructura social* y de
las categorías culturales corrientes; la "liminalidad", umbral o margen del sujeto transicional en una
posición ambigua con "pocos o ninguno de los atributos del estado* anterior o por venir"; y la
"reincorporación" o reagregación del sujeto a la estructura social con las obligaciones y derechos de su
nueva posición. De estas fases la que recibió mayor atención fue la "liminal" por presentarse como una
"nocondición" transitoriamente autónoma y hasta opuesta a las categorías sociales establecidas (por
ejemplo, ni vivo ni muerto, ni infante ni adulto). El antropólogo Victor Turner (Ref: Referencia: Turner,
V. (1969). The Ritual Process. Ithaca: Cornell University Press.) describió la condición liminal como
un "estar ni aquí ni allá" o como estar "en medio de posiciones asignadas y conformadas por la ley, la
costumbre, la convención y el ceremonial" (1969: 9596).
Si nos situamos en pleno desarrollo de la sociedad industrial, en la cual la escuela es una institución
clave por su condición (y mandato) de crear modernidad, con ideas vinculadas al progreso eterno
como valor incuestionable, se puede pensar a la juventud en términos de una moratoria, de un
momento de espera. La escolarización masiva y obligatoria (característica de la etapa fundacional de
los sistemas educativos modernos) sumada al servicio militar obligatorio, se han constituido en una
especie de “playa de estacionamiento” que separa a los jóvenes del mundo adulto, del trabajo, de la
construcción de sus nuevas familias, etc. Esta moratoria nunca fue equivalente para los jóvenes de
diferentes ámbitos sociales de procedencia, produciéndose una distancia que se encuentra
sustancialmente trastocada si contemplamos la creciente brecha de desigualdades que constituyó a las
sociedades latinoamericanas, especialmente en las últimas tres décadas. En ese sentido, un problema
clave que los datos (Ref: CEPAL. Panorama América Latina. Informe 10 de Junio de 2005.) confirman
de manera contundente refiere a la existencia de una distribución del ingreso menos equitativa en el
planeta en su conjunto, con niveles altos y crecientes de desigualdad en especial en América Latina. La
CEPAL explica que los jóvenes tienen desiguales condiciones de vida según su estrato social, que los
segmenta según el tamaño y la composición de los hogares, la dotación de capital humano, la
participación en el mercado* laboral, el acceso a la vivienda y a los servicios básicos no es equivalente
para los jóvenes que componen los diversos sectores de la sociedad.
La irrupción de los jóvenes como grupo privilegiado de la industria cultural ha sido una de las
transformaciones más importantes de la revolución cultural, posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se
trata de una industria cultural que ciertamente no descubrió en ese momento al joven consumidor, pero
que expandió su importancia en forma notable a partir de ese momento, influyendo sobre las formas de
vida de los jóvenes. Al calor de esta expansión, la juventud no se presenta sólo como modalidad social
y cultural dependiente de la edad, la clase o la generación, sino que también se presenta como signo
que condiciona una cantidad de actividades productivas, ligadas al cuerpo y a la imagen que
comercializan la juvenilización. En efecto, ese signo tiende a estetizarse, a constituir un conjunto de
características vinculadas con el cuerpo, con la vestimenta, con el arreglo, y suele ser presentado ante
la sociedad como paradigma de todo lo que es deseable. Esta simbolización de la juventud — anclada
en sus condiciones externas— es lo que se puede transformar en producto o en objeto de una estética,
y lo que puede ser adquirido por los adultos para extender en el tiempo su capacidad de portación del
signo "juventud". De este modo, la juventudsigno se transforma en mercancía, se compra y se vende,
interviene en el mercado del deseo como vehículo de distinción y de legitimidad (Bourdieu, 1991).
Desde este punto de vista, los integrantes de los sectores populares tendrían acotadas sus posibilidades
de acceder a la moratoria social que definiría la condición de juventud, ya que no suele estar a su
alcance el logro de ser joven en la forma descripta: ingresan, cuando lo hacen, tempranamente al
mundo del trabajo; realizan los trabajos más duros y menos atractivos; suelen contraer a menor edad
obligaciones familiares; carecen del tiempo y del dinero para vivir un período más o menos
prolongado con relativa despreocupación y ligereza. Aún cuando el desempleo y la crisis
proporcionan, a veces, tiempo libre a los jóvenes de las clases populares, estas circunstancias no
conducen a la "moratoria social": en realidad el "tiempo libre" se constituye en una frustración. En ese
sentido, debe considerarse que el tiempo libre es también un atributo de la vida social, es un tiempo
social, vinculado con el tiempo de trabajo o de estudio por ritmos y rituales que les otorgan
permisividad y legitimidad. El tiempo libre que emerge de la inactividad forzosa no es festivo, no es el
tiempo ligero de los sectores medios y altos, sino que está cargado de culpabilidad e impotencia, de
frustración y sufrimiento. Sugerimos, sobre este tema, la lectura de dos artículos periodísticos de
actualidad que profundizan sobre el trabajo infantil y juvenil en sectores urbanos y rurales: “Son
cartoneros”,y “El campo también significa trabajo infantil”.
Finamente, es importante tener en cuenta que el discurso de la diversidad suele omitir el carácter
crecientemente desigual de las sociedades, particularmente las latinoamericanas. Esto no implica
renunciar a la importancia del reconocimiento de la diversidad, pero sí resulta un llamado de atención
a los "usos" de la misma, para que no la misma no quede asociada con la pérdida de referencia
respecto de la idea de justicia e igualdad de los derechos. A propósito de esta idea, Inés Dussel (Ref:
Dussel I. La escuela y la diversidad: un debate necesario.
http://www.ifdcelbolson.edu.ar/mat_biblio/educacion/tercer_trayecto/dussel_escuela_diversidad.PDF)
afirma: “quizás es la pregunta por la justicia la que está faltando en el debate sobre la diversidad (…)
Se trata de un interrogante político y ético que (…) exige replantear el horizonte de igualdad ciudadana
que estamos proponiendo a las nuevas generaciones, e involucra al sistema en su conjunto”.
A continuación proponemos algunas claves que pueden contribuir a ampliar el “campo visual” de los
adultos sobre la pluralidad de las culturas de niños, niñas y jóvenes.
La cultura del aguante (De:http://images.google.com.ar/)
2. Lugares practicados y lugares vacíos
Dado que los niños habitan de un modo singular los espacios de la vida cotidiana, las herramientas
conceptuales relacionadas con el examen de los mismos resultan muy importantes para comprender a
los niños, los adolescentes y los jóvenes como sujetos productores de cultura. Estas particulares
formas de ocupar los espacios son interpretadas por los adultos de muy diversos modos, a veces
coincidente y a veces no con el sentido que les otorgan sus protagonistas.
Existen múltiples formas de habitar y pensar los lugares. Quizás, en clave histórica pareciera que en
los tiempos que suelen describirse como modernidad sólida (Ref: Bauman, Z. ( 2002). Modernidad
líquida. Fondo de Cultura Económico: México.) existían lugares asignados con relativa estabilidad;
lugares que estaban allí, esperando ser ocupados; lugares fijos, previsibles, que hacían las veces de
anticipaciones eficaces. De tal forma que, podía pensarse que, antes de llegar a “ese lugar” existían
ciertas representaciones compartidas respecto del mismo y eso parecía ordenar o regular la
distribución (aunque desigual) de los lugares.
Según el valioso aporte conceptual de Marc Augé, aquello conocido como “no lugares”, en las
coordenadas de la globalización* , refiere a multiplicidad de sitios que parecen despojados de las
expresiones simbólicas de la identidad* , de las relaciones sociales, y de cualquier anclaje histórico. Se
tratan de espacios que desalientan toda idea de permanencia, al mismo tiempo que estimulan la idea
de transitoriedad. Megasupermercados, aeropuertos, cajeros electrónicos, carreteras, autopistas,
shoppings, son sólo algunos ejemplos de este tipo de espacios que favorecen la idea de un presente
en estado puro, sin pasado ni futuro, en el cual las personas quedamos cautivas y sujetadas a un
estado de pasividad y disciplina, aun más férrea que aquella que caracterizó al panoptismo de las
sociedades disciplinarias.
De todos modos, es interesante pensar quiénes y desde dónde definen un lugar como “no lugar”, ya
que dicha conceptualización, a veces, pareciera no contemplar la singularidad que portan la mirada y
el sentido que los sujetos le dan a la misma. Por ejemplo, Alejandro Grimson* retoma el ejemplo de
Augé sobre el aeropuerto como un “no lugar”, y se pregunta si para un argentino exiliado en el
exterior, la vuelta a su país a partir del período democrático y su llegada al Aeropuerto Internacional
de Ezeiza significaría para él un “no lugar”. Siguiendo esta idea, puede resultar curioso, y al mismo
tiempo productivo, volver sobre uno de los interrogantes que guiaron a Michel de Certeau al escribir
su obra “La invención de lo cotidiano (Ref: De Certeau, M. (1996), La invención de lo cotidiano.
Artes y hacer. Universidad Iberoamericana/ITESO: México.)” ¿Que operaciones tienen los usuarios
condenados a la pasividad y a la disciplina? En su libro, M. de Certeau intenta despejar la asociación
mecánica y lineal entre consumidor–pasivo–dócil, para pensar la multiplicidad de maneras o “artes
de hacer” que él puede detentar. Pensar lo cotidiano (ya sea el consumo en el supermercado, en los
medios masivos de comunicación, en los cyber, etc.) a través de mil maneras de estar a la “pesca”, de
hacer trampa, pone de relieve las diferentes formas de escapar de ese orden, sin dejarlo.
Respecto de las formas de habitar los lugares, Rossana Reguillo (Ref: Reguillo Cruz, R. (2000).
Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto. Editorial Norma: Buenos Aires.)
ofrece una interesante idea para aproximarnos a la distinción que Michel de Certeau efectúa en
relación a las nociones de espacio y lugar. Ella retoma la distinción que formula el historiador entre
espacio y lugar en tanto el primero sería el efecto producido por “las operaciones que lo orientan, lo
circunstancian, lo temporalizan y lo llevan a funcionar como una unidad polivalente de programas
conflictuales o de proximidades contractuales”. Se trata de concebir al espacio como “lugar
practicado” y así como “la calle geométricamente definida por el urbanismo se transforma en espacio
por intervención de los caminantes (…) la lectura es el espacio producido por la práctica del lugar
que constituye un sistema se signos” , los niños, las niñas, los adolescentes y los jóvenes producen y
se producen hoy en lugares practicados en diversos ámbitos de expresión cultural: el juego, la
música, los vínculos con las nuevas tecnologías, las producciones estéticas, entre otras.
Rock and roll , lugar practicado. (De:http://images.google.com.ar/)
2.1. Los jóvenes y sus lugares practicados
Los jóvenes ocupan los espacios y tiempos vinculados con la música, por ejemplo en los recitales de
rock, cuartetos, folklore o música tecno, según el contexto en que viven y sus particulares
experiencias culturales. Estos lugares “practicados”, tienen un sentido particular para quienes los
habitan y este sentido no siempre es comprendido por los adultos que, a veces, sin interrogarse sobre
ello, los observan desde “un afuera” plagado de desconfianzas, incorporándoles un sentido que
difícilmente coincida con el que le asignan sus protagonistas. Vale la pena señalar que las
apreciaciones que se tornan dominantes suelen apelar a una retórica moralizante en la que prevalece
la crítica y el rechazo (a veces el espanto), dejando poco espacio o negándose cualquier posibilidad de
apertura al diálogo, de encuentros cercanos de algún tipo. No es menor, en estas épocas, las
voluminosas representaciones que los medios de comunicación, y en especial la televisión, construyen
en torno a niños y jóvenes. Significaciones que giran en torno a ciertas adjetivaciones (por ejemplo
jóvenes violentos, adolescentes abúlicos y desinteresados, niños desatentos, pibes chorros, etc.) que
contribuyen a producir procesos de estigmatización y segregación, que llevan a clasificaciones que
alejan cualquier posibilidad de apuesta en dichos sujetos.
Susana es profesora de inglés en una escuela secundaria, llega a las 16.45 horas para el
último bloque, apurada, nerviosa, tiene miedo* : en la esquina, cuando baja del colectivo,
se encuentra siempre con un grupo de jóvenes con aspecto tan extraño ... y su actitud es
siempre amenazante. Son punks o darks, no lo sabe bien; si sabe, que algunos antes eran
alumnos de la escuela; sabe que varios colegas fueron insultados, agredidos y robados,
pasa rápido, con los ojos clavados en el piso, sólo a veces los mira de reojo para
asegurarse que no se le vienen encima. Reconoce a duras penas a una chica que fue
alumna suya. Un día la ve con el pelo recién cortado y sin pensar, sin poder* evitarlo le
toca la cabeza, le sonríe y exclama ¡qué lindo te queda ese corte! Y la respuesta la
sorprende, cambia la mirada, la actitud: ¡gracias Profe!
Graciela Neri , alumna del diploma cohorte 7.
Mauro Cerbino (Ref: Cervino, M. (2006). Jóvenes en la calle. Cultura y conflicto. Editorial
Antrophos: Barcelona.) en una investigación sobre jóvenes en la calle de diferentes ciudades de
Ecuador, analiza a las pandillas juveniles como un fenómeno político, situándolas en un marco que se
opone a las miradas estigmatizantes, propias de los espectaculares montajes mediáticos que
construyen la idea de los jóvenes latinoamericanos violentos. Prefiere pensarlos desde una perspectiva
que entiende a la violencia* como un fenómeno polisémico y en plural (las violencias), ya que
entenderlas como emergencias sociales supone una clara simplificación en tanto amplifica los hechos
descuidando la necesaria problematización que el problema requiere. Las explicaciones sobre las
violencias están ligadas a razones muy complejas, históricas, nunca lineales y mecánicas.
En ese sentido, Cerbino deslinda la acción violenta de los grupos adolescentes de las supuestas causas
asociadas con la condición juvenil, con la idea de déficit o con la existencia de familias
“disfuncionales”. Dichos fundamentos son solidarios con perspectivas reduccionistas que sólo se
limitan a la simplificación del asunto en la esfera individual o psicológica. En cambio, este autor
propone vincular más específicamente los comportamientos violentos a las condiciones y los
problemas de la cultura contemporánea. Se han transformado ciertas condiciones sociales básicas que
daban mayor sustento al lazo social* , erosionando y restando sentido a la dimensión individual, y
especialmente a la colectiva. Los jóvenes evidencian que poseen capacidad para reaccionar ante las
profundas transformaciones culturales de la época; reacciones que se expresan en creaciones y
significaciones culturales que establecen lógicas de acción, organizadas en torno a disímiles estéticas
vinculadas al cuerpo. Así, tatuajes, ropas, piercing, patinetas, mp3, bailes, etc. resultan “elementos
incorporados a manera de prótesis (que) nos remiten a un uso del cuerpo que podría estar dibujando
un escenario en el que la biopolítica dominante encuentra forma de resistencia basadas en una
politicidad que no se expresa ya en los términos tradicionales de la formulación de un proyecto
ideológico, sino de una politicidad que proviene de la vida cotidiana, del andar por la calle, mostrando
una estética corporal que devuelve “a veces transformados y neutralizados, los signos de la violencia ,
de la exclusión y del dominio. Sin embargo ante estas expresiones juveniles, las prácticas dominantes
de las autoridades, de la opinión publica y los medios es la de aplicar un mecanismo semiótico a
través del cual establecen una relación directa entre estética juvenil, las condiciones socioeconómicas
de los jóvenes y el potencial comportamiento delicuencial” (Cerbino: 2006, 14).
Hoy, adolescentes y jóvenes actúan en la vida de las ciudades a través de muy diversos y complejos
ámbitos imaginarios, apropiándose de diversas maneras de lo que circula en la vida urbana,
especialmente en los medios, recreando dichas expresiones a través de sus propios lenguajes, códigos
y materiales. Rossana Reguillo (2000) sugiere el término socioestética para referirse a este repertorio
cultural característico de los adolescentes y jóvenes. En este sentido, resulta interesante dar visibilidad
a una multiplicidad de manifestaciones estéticas que adolescentes y jóvenes realizan al interior de las
ciudades latinoamericanas. Podemos situarnos en una de ellas, como parte del repertorio de lugares
practicados, la acción de chapetear* o graffitear. Una práctica que ofrece un mapa de territorios
imaginarios cargados de sentidos y metáforas de la vida de nuestros jóvenes. Al respecto, Mauro
Cerbino agrega que “se muestra aquí la presencia de una creatividad simbólica y de producción de
significación (de una poyesis), con base en la escritura, en el rayar que deja huella, en el marcar que
subjetiviza, a través de la apropiación del espacio que además queda “anotado”. Aquí anotar, Cerbino
lo plantea en un doble sentido, el de “poner nota” y de “hacerse notar”.
Graffitis en el tren,
una demostración artística y de bronca en el transporte público
(De:http://images.google.com.ar/)
¿Acaso en las propuestas de salidas escolares, como ejercicio ciudadano de reconocimiento y
aprendizaje de una ciudad, no podría constituir “una ocasión (Ref: Ocasión en el sentido que le asigna
Graciela Montes )” que tienen los adolescentes y los jóvenes de hacerse presentes a través de
graffitis, imágenes callejeras y escrituras. Estamos en presencia de intensos territorios imaginarios
que adolescentes y jóvenes diversos construyen día a día, una potente capacidad creadora, un acceso a
una manera subjetiva de vivir y experimentar una diferencia, su diferencia, aquella que atestigua y
define los rasgos que otorgan identidades a estos grupos. Cerbino afirma que el lenguaje juvenil (oral,
escrito o corporal, en los saludos y las señas) es un lenguaje “secreto”, una jerga, o coba
incomprensible para el mundo adulto; un “idiolecto” que se separa del lenguaje “normal” y que
adquiere espesor ritual, constituyéndose en el horizonte hermenéutico de mapas y de prácticas de
participación ciudadana. Es suficiente observar en los colegios, la presencia de grafos (signos que se
diferencian de los graffitis, en tanto su significado no es explicito y no puede ser descifrado por
cualquiera, se trata quizás no tanto de signos , sino mas bien de marcas que testimonian una
presencia) que son incomprensibles para la mayoría de adultos o maestros y que están allí para
testimoniar la presencia del sujeto juvenil en el intento de representación imaginariosimbólica de su
mundo posible en la delimitación de un “territorio” (Cerbino, 2006, 4344).
Jóvenes y graffitis urbanos
(De:http://images.google.com.ar/)
Los invitamos a conocer una escena de la película Amarte duele, (dirigida por Fernando Sariñana, México:
2003) en la que el joven protagonista se expresa creativamente en las calles del Distrito Federal en México. Este
film es la versión mexicana del clásico de Shakespeare, Romeo y Julieta, en cuanto a la temática sobre dos
familias que se odian pero aquí por diferencias raciales y de clase social. Por su parte, este film, al transcurrir en
un México urbano y moderno ofrece también un relato sobre las formas de vida de jóvenes pertenecientes a dos
clases sociales* que representan las antípodas de una sociedad con enormes brechas de desigualdad en los
accesos a los bienes materiales y simbólicos; contexto que describe a la sociedad mexicana, pero se acerca a las
de muchas otras de Latinoamérica. Si quieren conocer esta película los invitamos a ver un fragmento en Clic aquí
Un alumno del diploma de una cohorte anterior, Mariano Conterjnic, ha realizado un trabajo muy interesante en
torno a este film desarrollándolo como una propuesta pedagógica, una jornada pensando en la formación
docente. Pueden conocerla en la web, Clic aquí
En ese sentido, ir a la búsqueda de operaciones, gestos, huellas que se transformen en indicios para
conocer (y reconocer) los lugares practicados por nuestros alumnos, puede ser un desafío para los
adultos, y en especial para los docentes. Esos lugares practicados constituyen los más sólidos anclajes
identitarios de los jóvenes, prácticas culturales que pueden constituirse en enigmas, que nos habiliten
caminos para aprender de ellos y con ellos o reducirse a estigmas que fijen y congelen dichas
prácticas como peligrosas o amenazantes. Marcelo Urresti (Ref: Urresti, M. Cambio de escenarios
sociales, experiencia juvenil urbana y escuela en:
http://www.oei.org.ar/edumedia/pdfs/T01_Docu1_Cambiodeescenariossociales_Urresti.pdf) sostiene
que “los jóvenes en general aparecen ocupando el lugar de lo peligroso y del riesgo, tanto para los
otros como para ellos mismos. La visión que la sociedad adulta tiene de los jóvenes es en última
instancia la de la amenaza. La causa de esto tal vez radique en que para la lógica de los medios
masivos de comunicación, sólo puede ser noticia aquello que llama la atención, lo extraordinario, y
más aún si tiene ribetes de espectáculo. Mucho de lo que rodea a los jóvenes, aunque no agote su
experiencia es lo que suele sobreexponerse en los medios, la parte negativa, demonizada, que se
desvía de la normalidad, normalidad que no es tanto la de los jóvenes como la del mundo que los
adultos proyectan y en el que se supone que habrán de funcionar los jóvenes. En ese contexto de
aparición las imágenes no pueden ser otra cosa que negativas. En términos de imaginario, el mundo
de los jóvenes, por los jóvenes y para ellos, cuando se traduce a la experiencia de los adultos aparece
como extraño, incomprensible, superficial, violento, amenazador, riesgoso, falto de objetivos,
errabundo. Esto es lo que hace que, inconscientemente pero de forma sistemática, el mundo adulto
esté organizando defensas y prevenciones para contrarrestar el efecto de esa más que virtual
amenaza”.
Así como se constituyen miradas estigmatizantes y amenazantes sobre los jóvenes, también resulta
provechoso dar visibilidad a otros modos de considerar a los más jóvenes. En mayo de 2008, el
gobernador de la Provincia de Santa Fe, en Argentina, presentó la idea de un gabinete joven a través
del cual se incorpora en forma participativa a los jóvenes santafesinos en la construcción de las
políticas públicas. Las que siguen son algunas de sus palabras sobre dicha propuesta:
“para nosotros es muy importante que todos nos sintamos con la misma posibilidad de poder opinar,
de ser parte de la transformación, del cambio que la provincia está necesitando. Por eso creemos que
es importante que los jóvenes participen activamente en el diálogo y en la propuesta de lo que
debemos hacer en Santa Fe”;
“Nosotros venimos de largas historias, no grises, sino negras, donde vivimos una etapa donde ser
joven era sospechoso, donde tener vaquero o zapatillas agregaba más sospechas, y ni hablar de tener
barba o pelo largo”, recordó. “De esa realidad, que nosotros no olvidamos y debemos recordar
permanentemente para que esa historia no se repita, a esta realidad, indudablemente que es un salto
cualitativo extraordinario”.
“Pensamos que los jóvenes deben ser partícipes activos en cada una de las reparticiones, ministerios y
regiones de la provincia, porque es allí donde hay una mirada diferente y que nosotros no podemos
tener”, agregó el mandatario santafesino. “Ellos sí la tienen y nosotros tenemos la posibilidad de
escucharlos y darles el espacio necesario para que ocurra ese diálogo. Este es el gran cambio
cualitativo que hacemos en materia de tratamiento de inclusión a los jóvenes”.
Para ampliar sobre esta iniciativa leer en Clic aquí
2.2. El juego, un lugar practicado en la infancia
Así como identificamos lugares practicados por jóvenes, nos parece interesante pensar el juego como
el espacio practicado privilegiado por los niños y las niñas. Los relatos de infancia realizados por los
propios niños dan cuenta que ellos se perciben como un grupo social que comparte un tiempo, un
espacio y una experiencia en común. Generalmente, estos relatos tienen como eje la experiencia de
juego. Los niños explican que una de las características definitorias de la infancia es el juego y
consideran que es una experiencia propia que ocurre en el tiempo libre y que los diferencia del mundo
adulto ya que según sus propias percepciones “los adultos no saben jugar” y tampoco comparten los
códigos que regulan dichos juegos. El juego es una actividad constitutiva que supone lenguajes
específicos que no sólo varían de acuerdo a la pertenencia generacional sino también social, como
resulta del siguiente testimonio:
En una escuela de la periferia de Rosario, a la que asisten alumnos de dos villas
cercanas, los alumnos residentes prepararon con los chicos de 5to. y 6to. año de EGB el
acto del Día del Maestro. En el patio cubierto estaba reunida toda la comunidad* y se
vivía un clima festivo y alegre. Como cierre del acto, iban nombrando a cada una de las
docentes y un alumno les entregaba un presente confeccionado por ellos. El silbido
generalizado acompañaba cada uno de los nombres. Al finalizar, la Directora reprendió
duramente a los alumnos: “ ¡Son unos desagradecidos, maleducados!!! Ofenden con
sus silbidos a los maestros que tanto les ofrecen cada día y arruinaron el acto tan lindo
que prepararon los practicantes. Espero que los padres entiendan con qué lidiamos todos
los días” Perplejidad en los rostros de los chicos y de los padres. Un chico se animó y
casi en un susurro dijo: “ Creí que era un festejo y no un velorio”. Como se puede ver
en la situación, la diferencia de códigos impide la conformación de un lugar común de
significados que provoca una situación de conflicto, de desencuentros, que atentan
contra la posibilidad de que la escuela se constituya en un lugar donde procesar la
realidad para otorgarle nuevos significados. La Directora, interpreta la acción de los
chicos desde sistemas de razonamiento específicos que diferencian y separan la cultura
escolar de la cultura de los sectores populares. Pretende mantener dentro de ciertos
estándares y reglas las prácticas institucionales, según los sistemas dominantes de orden,
apropiación y exclusión.
Ada Cavalli, alumna del diploma, Cohorte 5.
Efectivamente el juego es la actividad primordial de los niños y es un fenómeno único que se
manifiesta de distintos modos según la edad y los contextos en los que acontece. Permite crear,
expresarse, recrear situaciones vividas, hacer frente a realidades muy duras, elaborar experiencias
dolorosas o traumáticas, etc.
Mónica, Maestra de nivel inicial. La Tablada.
En términos de simbolización es fundamental este momento de transición entre el acto y la
representación de una escena vivida, ya que permite sucesivas aproximaciones al conocimiento de la
realidad inmediata y del mundo social. Cuando un niño juega a dramatizar situaciones de la vida
familiar o social (se disfraza, hace dormir a los muñecos, imita el trabajo de su mamá o su papá) está
sumergido en un mundo imaginario en el que todo es posible. En este sentido, el juego simbólico o
dramático se emparenta con la metáfora, con la posibilidad de simbolización y con la búsqueda de
sentido y favorece la aparición de un sujeto activo, dinámico y creativo.
Según Perla Zelmanovich (Ref: Zelmanovich, P. (2002). Infancia, escuela y subjetividad. Clase N 9
Diplomatura virtual de curriculum y prácticas escolares en contexto, FLACSO: Buenos Aires.) “el
aparato psíquico del sujeto infantil está en constitución y requiere poner la realidad en sus propios
términos, para arreglárselas con ella, para poder soportarla, por ejemplo, a través del juego, de la
ficción, de la diversidad de situaciones que se presentan en películas, relatos, textos, en los que
aparecen escenas que involucran vicisitudes de sujetos infantiles en diferentes contextos. Si hay pura
realidad y no hay posibilidad de significarla, la vulnerabilidad se impone y dificulta el ingreso del
niño en el universo de la cultura, a través de la educación”.
Jugar, crear, imaginar...
(De:http://images.google.com.ar/)
El juego, además, tiene una fuerte vinculación con la construcción del conocimiento, ya que, en esta
etapa de la vida, investigar, jugar y conocer forman parte de un mismo proceso. En este sentido,
favorecer el juego significa ayudar al niño a conocer el mundo social y sus derechos y deberes,
permitiéndole situarse en la realidad y que al mismo tiempo pueda disfrutar y desarrollar la
creatividad y la imaginación. Sin embargo, la escuela, y la educación en general, no siempre fue
aliada del juego. En la vida cotidiana escolar a medida que aumenta la edad de los niños y las niñas,
disminuyen los tiempos y espacios destinados al juego, a pesar de su fundamental importancia en la
vida infantil. Por esto es importante preguntarnos: ¿Cuál es el tiempo que la escuela le dedica al
juego? ¿De qué modo se relacionan el juego y el conocimiento en el espacio escolar? ¿Cuál es el
tiempo libre que los niños tienen dentro y fuera de la escuela para destinar al juego?
A propósito del juego en el espacio escolar, dice Elsie Rockwell (Ref: Rockwell, Elsie (2006), Los
niños en los intersticios de la cotidianeidad escolar.: ¿resistencia, apropiación o subversión?.
Conferencia presentada en Buenos Aires, en el XI Simposio Interamericano de Etnografía de la
Educación.) que el historiador inglés, Marc Armitage (Ref: Armitage, M. The Influence of School.
Architecture and Design on the Outdoor Play Experience within the Primary School. En Paedagogica
Historica. 41(4.5). 2005, 535553.) estudió la arquitectura de las escuelas primarias, buscando alguna
lógica en la distribución de los patios de recreo, encontró que no existía un diseño intencional de estos
espacios, sino que se conformaban a partir de los espacios residuales que quedaban después de las
sucesivas fases de construcción de edificios escolares en constante remodelación. Sin embargo, en sus
investigaciones, este autor encontró que generaciones de niños habían ocupado estos espacios de
manera deliberada, distribuyendo en diferentes lugares apropiados los juegos que organizaban. En los
edificios antiguos, existían muchos recovecos y rincones que se prestaban, según el caso, para
determinados tipos de juego; por ejemplo, había muros sin ventanas para rebotar pelotas, o bien
objetos diversos que servían de marcadores. En una escuela encontró que en un determinado espacio
los niños jugaban un juego de “escondidas” en el que ocupaban un tubo negro colocado en una pared
del edificio como “base” donde esperaba con ojos tapados el niño que saldría a buscar a los
compañeros escondidos y donde éstos podían llegar para “salvarse”. Alrededor del edificio había
muchos refugios y resguardos donde esconderse. Lo interesante es que ningún adulto, maestro o
empleado de la escuela, se había dado cuenta de que esto ocurría. Sin embargo, en entrevistas con el
investigador, algunos exalumnos de la escuela reportaban haber jugado el mismo juego, usando el
mismo tubo negro como base, hacía siete u ocho décadas atrás. Esta versión local del juego se había
transmitido de generación en generación de niños, sin ninguna intervención adulta.
Del mismo modo que estos niños ocuparon los resquicios del espacio para reproducir un juego
ancestral que ningún adulto les había transmitido, en la actualidad hay niños y niñas que reproducen y
recrean otras prácticas culturales, heredadas de sus antecesores inmediatos, los niños de la generación
escolar precedente. Entre compañeros suelen reinventar prácticas, con recursos que no tienen idea de
cómo les llegaron, recursos que van conformando parte de las culturas infantiles que están en
continua transformación.
Si bien en los patios, en los pasillos y en la entrada y salida de la escuela puede ser más evidente la
construcción de las culturas infantiles, esto ocurre también en las aulas. Según lo que propone
Rockwell , en esta conferencia a la que hacemos referencia, es posible también, estudiar las formas en
que los niños ocupan los numerosos intersticios que se producen durante los tiempos y espacios
escolares. En este sentido, parece interesante reflexionar respecto de los tiempos y espacios que
ocupan los niños y el modo en que en ellos aparece el juego y el conocimiento, como puede
observarse en el siguiente caso:
“Un grupo de 2do. año de la EGB se resistía a salir al recreo y nos manifestaban
permanentemente que querían quedarse en el aula. Entre las docentes solíamos
conversar sobre el tema y nos preocupaba el modo en que los chicos querían usar los
recreos porque “no jugaban”, ni descansaban de la tarea escolar y porque se quedaban
en el aula para hacer “lío”. Sin embargo, una observación más aguda de la situación
permitió descubrir que los chicos usaban ese tiempo como tiempo de juego y recreaban
en el aula un programa de televisión para niños (chileno) que se llama “31 Minutos” en
el que varios títeres asumen diversos roles respecto de la conducción de un programa
periodístico. Los chicos que se quedaban en el aula reinventaban los personajes y hacían
títeres con una media, con la regla y con la lapicera y anunciaban las distintas noticias
(muchas de ellas sacadas de la vida real, de los noticieros de TV y de los
acontecimientos escolares) ensayando distintos tipos de voz según el personaje que
asumían.
Algo llamativo para mí, fue ver que uno de los chicos que relataba con fluidez las
noticias y acontecimientos y los presentaba al público, era un alumno sumamente
callado en el aula y que parecía tener muchas dificultades de expresión…”
Liliana, docente de E.G.B del Conurbano Bonaerense.
2.3. Niños, niñas, jóvenes y lugares vacíos
Los lugares vacíos, según sostienen Jerzy Kociatkiewicz y Monika Costera (Ref: Kociatkiewicz, J. y
Costera, M. (1999).The anthropology of empty space. En Qualitative Sociology (1), 4348.) refieren a
espacios que, más allá de las fronteras, barreras o aislamientos, suponen cierta inaccesibilidad para ser
mirados, y más aún, para ser habitados. La imposibilidad de acceso es lo que refiere al “vacío”, en el
sentido de una pérdida de visibilidad. Esos lugares podrían pensarse como espacios que han dejado de
mirarse; como lugares sobrantes o no colonizados.
Como síntesis de nuestro análisis queremos advertir la paradoja emanada del contraste entre las
vivencias de nuestros niños y jóvenes que habitan considerables lugares vacíos al interior de las
escuelas y la proliferación de los lugares practicados fuera del ámbito escolar. Este contraste indicaría
que, en parte, las experiencias de las nuevas generaciones de niños que asisten a la escuela transcurren
en lugares vacíos, es decir, en espacios que no pueden ser practicados y que, por ello, están
desprovistos de significados para ellos y que obstaculizan cualquier involucramiento. Esta situación
hace pensar que las experiencias van por un lado y la escuela por otro. En ese sentido, es interesante
entender la experiencia en el sentido que le otorga Larrosa (Ref: Larrosa, J. (2000). El enigma de la
infancia, en Pedagogía Profana. Buenos Aires: Novedades Educativas.), como aquello “que nos pasa,
o lo que nos acontece, o lo que nos llega. No lo que pasa, o lo que acontece, o lo que llega, sino lo que
nos pasa, o nos acontece, o nos llega. Cada día pasan muchas cosas pero, al mismo tiempo, casi nada
nos pasa. Se diría que todo lo que pasa está organizado para que nada nos pase. Ya Walter Benjamin,
en un texto célebre, certificaba la pobreza de experiencias que caracteriza a nuestro mundo al plantear
que “nunca han pasado tantas cosas, pero la experiencia es cada vez más rara.”
En este marco de problemas, les proponemos las siguientes preguntas para seguir pensando en la
cuestión a partir del propio contexto:
¿Es factible ensayar miradas como adultos en las que nos animemos a imaginar o suponer que
nuestros alumnos intentan muy diversas maneras de hacer y de estar en las aulas, en la escuela y
fuera de la escuela, incluso cuando aparentan ausencia, displicencia, indiferencia o un “dar la
espalda”?
¿Será posible animarnos a mirar a los niños para saber y estar más y mejor con ellos, a pesar de
que algunas de sus maneras de practicar los lugares nos resulten ásperas, incómodas, incluso,
agresivas?
¿Podremos interpretar sus maneras de estar sin establecer veredictos?
¿Lograremos intercambiar nuestras miradas como adultos y como docentes, y ejercitarlas para
desandar la proliferación de monólogos yuxtapuestos, identificar lugares vacíos en la escuela y
ofrecer otros modos de practicarlos?
Les proponemos reflexionar sobre estos problemas, relacionados con los sentidos distintos que
podemos dar a la experiencia de lugares practicados de nuestros alumnos en la escuela, a partir del
siguiente caso concreto:
“Hace unos años, formaba parte de un equipo de docentes de escuela primaria de la
zona sur de la Ciudad de Buenos Aires. La escuela estaba ubicada en la frontera entre la
villa y el barrio y concurrían mayoritariamente los chicos de la villa. Los docentes
teníamos preocupación respecto del momento del recreo y nos llamaba especialmente la
atención que las chicas de 6to. y 7mo. grado no querían salir al recreo y se quedaban en
el baño. Durante bastante tiempo interpretamos este modo de habitar el espacio y el
tiempo de recreo como una resistencia a la violencia* que podrían sentir por el juego
brusco de sus compañeros varones. Debido a que el recreo era para nosotros un tiempo y
un espacio de preocupación, realizamos una tarea de observación y de indagación con
los mismos chicos y chicas; tratando de observar y registrar lo que ocurría en el recreo y
tratando de establecer algunos diálogos con ellos. Fueron muchas las cosas que
descubrimos en ese trabajo en equipo; pero entre todas ellas, recuerdo especialmente lo
impactante que me resultó descubrir que las chicas se quedaban en los baños no como
una forma de resistencia a la supuesta violencia de sus compañeros varones sino porque
les gustaba traer peines y hebillas para practicar distintos peinados o maquillajes en los
espejos que tenían los baños (los espejos eran realmente muy amplios) ya que en sus
casas no disponían de espejos o los que tenían eran muy chiquitos. Evidentemente el
espacio practicado en el baño tenía otro sentido para las chicas y era evidente que, de
algún modo encontraban en él un modo de conocerse, sobre todo teniendo en cuenta que
las chicas que lo practicaban eran púberes y que los cambios físicos y psíquicos en esta
etapa son muy significativos”.
Pedro, docente de Ciudad de Buenos Aires.
2.4. Mapear: una herramienta para mirar a los alumnos
A propósito de la delimitación de lugares vacíos, lugares practicados, no lugares, creemos que estos
espacios se configuran en posibilidades o imposibilidades que surgen de aquellas representaciones o
mapas que construyen ideas sobre los sujetos, los lugares, etc. Popkewitz (Ref: Popkewitz, T. (2002).
Discursos pedagógicos y poder: la producción de la niñez normalizada. Diploma de curriculum y
prácticas escolares en contexto. Clase núm. 10. FLACSO: Buenos Aires.) sostiene que "los discursos
producen mapas. Del mismo modo que un mapa de carreteras nos indica las distancias y las rutas
para viajar, un mapa lingüístico nos indica cómo ordenar los objetos del mundo para el escrutinio y la
práctica. Al (relacionar) las distinciones de aprendizaje, desarrollo e infancia, trazamos uno de estos
mapas educativos (...). Estas distinciones se superponen en el pensamiento y la ordenación de las
prácticas en el aula (...). La combinación y la superposición de ideas funciona como un mapa al
aportar principios para razonar sobre acciones y caminos seguidos en la escuela. Estos mapas
discursivos (...). no son únicamente descriptivos sino también normativos."
Los discursos que los adultos construimos sobre los chicos y los jóvenes no sólo interpretan dichas
culturas, sino que también orientan nuestras acciones en las prácticas cotidianas. Es factible suponer
que cada docente posee dicho mapa respecto a la escuela de la que forma parte, a sus colegas, y en
especial, respecto a sus alumnos y alumnas. De allí que sea importante preguntarnos:
¿De qué modo la multiplicidad de prácticas culturales, estéticas, tecnológicas y corporales que
configuran los lugares practicados por los jóvenes pueden interrumpir y/o formar parte de los
intercambios culturales al interior de las escuelas?
¿Es posible trocar los lugares vacíos en las escuelas por otros modos de ser y estar de nuestros
alumnos que agreguen nuevos sentidos y preocupaciones al intercambio generacional, a la vida
cotidiana de las escuelas?
Entender la infancia, la adolescencia y la juventud como “algo otro” permitirá mapear los espacios
pero sin haber trazado el camino de antemano. Esta opción implica una disposición a no inquietarse
por el no control sobre el otro, lo cual es la condición para que exista la confianza necesaria para
pensar la clave de la cartografía escolar.
3. El mercado, los medios y su relación con las infancias y las juventudes
3.1. El mercado y los medios guionizan la vida de niños y jóvenes
En tiempos de transformaciones tecnológicas como las de esta época resulta oportuno jugar con la
siguiente hipótesis: el problema no son las máquinas, el problema es el maquinismo. Si pensamos la
relación de niños y jóvenes (nuestros alumnos) con el mundo del consumo, los medios y las
tecnologías de la información como una compleja trama vincular, despojándola de juicios
apresurados y explicaciones moralizantes, nuestra hipótesis puede permitirnos ir más allá de una
posición que acepte acríticamente dichos cambios, o de otra, que los rechace de manera absoluta.
Puede entonces ser un desafío interesante para los adultos en las escuelas problematizar (o sea
convertir en problema aquello que se nos hace difícil comprender o dilucidar; o que nos paraliza o
rechazamos) los valores, símbolos y significantes asociados al consumo y a los medios de
comunicación.
En ese sentido, debe considerarse que el mercado* y los medios de comunicación guionizan la
infancia en la medida que establecen esquemas y patrones respecto de las formas dominantes para
relacionarse entre sí y, desde allí, determinan cuáles son los deseos, los juegos y los juguetes que se
deben consumir; cómo hay que vestirse o alimentarse; y qué estrategias servirán para convencer a los
padres y a otros adultos de la necesidad de obtenerlos.
Para comprender esta situación resulta revelador pensar de nuevo en la tensión entre lo público y lo
privado. En este caso, parecería útil considerada la cuestión en función de situarnos en dos lugares
diferentes, que al mismo tiempo suponen disímiles maneras de ser habitados por los sujetos: el
“pelotero” y la plaza. Estos dos espacios son lugares de esparcimiento y de juegos para los chicos (y
la plaza también es un valioso lugar de encuentro para adolescentes y jóvenes pero abordaremos la
cuestión en función de los más pequeños). Lo primero que captura una primera fotografía del espacio
del pelotero y la plaza, tomada al estilo de dos postales, remite a otra tensión: la del Estado* versus el
mercado. Mientras un lugar es abierto, al aire libre, público, y está administrado por el Estado, el otro
es cerrado y está regulado por el mercado, es decir, que tiene un costo económico variable según las
leyes de la oferta y la demanda y se reserva el derecho de admisión. Si salimos de la primera foto,
observamos que especialmente el pelotero aparece en forma masiva en una época (los años 90) y es
muy funcional a todo un proceso de mercantilización de la sociedad, pero también responde a
situaciones prácticas de la organización familiar, en tiempos que ocupan laboralmente tanto a
hombres como a mujeres, así como está protegido de la inclemencias climáticas. Podríamos agregar
que en una época como la actual, que parece vivir en estado de “miedoambiente”, el pelotero parece
ofrecer seguridad, una noción concebida casi como una demanda básica en nuestras sociedades.
Puede decirse que el pelotero contiene algunas condiciones que caracterizan a los no lugares porque
no sólo está en sincronía con los procesos de globalización y las estrategias de mercado impuestas
por él, sino también porque es un sitio aparentemente despojado de expresiones simbólicas de
identidad*, de un anclaje histórico, y especialmente, porque estimula la idea de tránsito permanente,
ya que el costo se define por la cantidad de tiempo que se consume. Además, el pelotero hace las
veces de una frontera más férrea entre los sitios concebidos para los niños y los espacios de los
adultos. Esto hace pensar que cada quien está invitado a seguir sus asuntos sin necesidad de
interactuar con la otra parte; situación que momentáneamente es saludable, pero que, como regla de
juego, fija un tipo de relación que escinde a los adultos y los niños.
Para pensar esta situación desde una lógica diferente, ajena al mercado, resulta interesante poner la
mira sobre las propuestas del Tríptico de la infancia y de la Escuela móvil, una propuesta inspirada en
las experiencias del pedagogo italiano Francesco Tonucci, en Rosario, localidad que declarada la
“ciudad de los niños”. El Tríptico de la Infancia ofrece tres espacios públicos gratuitos (el Jardín de
los niños, la Isla de los inventos y la Granja de la infancia) en los cuales se garantiza el derecho de los
niños a ser escuchados y a participar activamente de la vida democrática y en las transformaciones de
la ciudad, en un marco en el cual el juego, la creación y el conocimiento están íntimamente
relacionados. La Escuela móvil, por su parte, es un programa integrador que propone a la ciudad
como gran contenido de aprendizaje.
Para más información sobre “El Tríptico de la Infancia”
http://www.rosario.gov.ar/sitio/lugaresVisual/verLugar.do?id=1878
Y sobre “La Escuela móvil”, ver:
http://www.rosario.gov.ar/sitio/lugaresVisual/verLugar.do?id=3133
Para entender esta articulación entre el mercado, las infancias y las juventudes debemos recordar que,
a diferencia de otros tiempos, en los cuales las campañas publicitarias estaban destinadas a la
familia*, en la actualidad los destinatarios son los niños, los adolescentes y los jóvenes, concebidos
como los nuevos clientes. Es así que ellos son interpelados como sujetos activos de consumo por las
publicidades, los supermercados, los sitios web, los shoppings y las vidrieras. Ya en junio de 2003, un
diario argentino afirmaba en relación a esta temática:
Hoy se calcula que en productos de consumo general, que van desde comestibles hasta
electrodomésticos, los chicos tienen una incidencia del 40 por ciento en las decisiones de
compra de la familia. Néstor Braidot, especialista en marketing y docente universitario,
comparte un dato revelador: la altura preferida en las góndolas durante los años 80 era
de 1,60 (estatura promedio de las amas de casa); en los 90, cuando la ida al
supermercado se transformó en un paseo de compras familiar, esa altura bajó a 0,90
(estatura promedio de los niños).
Pero, más allá de los números, basta aceitar la memoria para darse cuenta de la enorme
cantidad de nuevas propuestas dirigidas a niños y adolescentes: celulares con diseños
infantiles; canales de cable especializados; merchandising de programas televisivos que
multiplican el negocio con la venta de muñecos, revistas y videos; jueguitos electrónicos,
infinidad de sitios en la Red; casas de ropa infantil; espacios y programas especiales en
bibliotecas, librerías y museos”.
La Nación, miércoles 18 de Junio de 2003.
Una investigadora sobre el tema de la infancia, el consumo y la comunicación, Viviana Minzi (Ref:
Minzi, V. La “cultura infantil”: ¿cómo abrir espacios para el diálogo intergeneracional?. En:
http://www.me.gov.ar/curriform/publica/caminoacasa_minzi.pdf), advierte la importancia del
mercado y de los medios de comunicación como agentes de socialización de los niños y los
adolescentes. Sostiene que “a partir de los años 80, entonces, los fabricantes de juguetes del mundo
comienzan a sostenerse en la televisión y a necesitar de ella: lo que no aparece en la pantalla chica
corre riesgo de no ser incluido en la lista de compras de los niños”. Esta investigadora recuerda que a
mediados de esa década el director administrativo de Tomy del Japón declaraba: “usamos la
televisión para impulsar nuestro negocio”. Por su parte, uno de los responsables de la empresa
representante de Warner en la Argentina (que otorgó licencias de Los Simpson y Pokemón en 2000)
revelaba que "para crear un personaje primero hay que desarrollar una serie de televisión cuyo costo
es aproximadamente de 500.000 dólares por cada media hora de dibujos animados. Un film puede
llegar a rondar los 50 millones y, a esa cifra, hay que sumarle 15 millones para realizar una buena
campaña de marketing y publicidad”. Hoy, en nuestro país, la industria del juguete moviliza 135
millones de dólares anuales. El negocio de las licencias de superhéroes y personajes televisivos (…)”.
Esta investigadora también da cuenta de las múltiples estrategias con las cuales el mercado interviene
sobre la identidad juvenil al revelar detalles sobre las mismas. Así, por ejemplo, explica que “el
producto destinado a un target de nenas y nenes de 6 a 14 años presentaba cifras sorprendentes en
EEUU, donde hasta enero de 2000 se habían vendido 650 millones de figuritas. En el primer fin de
semana de estreno, `Pokemon, the first movie` recaudó en este país más de 82 millones de dólares.
Tal fue el furor que el día del estreno la Secretaria de Educación de EEUU pidió a los padres que no
dejaran faltar a sus hijos a la escuela”. Sin embargo “fue un día histórico: el de mayor ausentismo del
año", según una cronista de la Revista Mercado. Hasta febrero de 2004, los cinco Harry Potter, por su
parte, llevaban vendidos 230 millones de ejemplares en todo el mundo. El libro fue traducido a 61
idiomas. “Harry Potter y la Orden Fénix” alcanzó un récord histórico en su primer día de ventas
online: el sitio amazon.com registró 1.300.000 pedidos, lo que lo convirtió en el lanzamiento más
vendido de la historia editorial. En Gran Bretaña sólo el día de su aparición se despacharon dos
millones de libros y en EEUU, en el primer fin de semana, la venta fue de 5 millones. En la
Argentina, los cuatro primeros tomos vendieron 800 mil ejemplares y “Pantriste” generó 80 artículos
distintos producidos por diversos licenciatarios. En la misma dirección, la película "Manuelita" tuvo
un costo de 5 millones de dólares y una inversión de 8 millones para publicidad; “Chiquititas” tuvo
120 productos distribuidos entre 40 licenciatarios; y Floricienta, en la actualidad, tiene más de 192
productos vinculados como revistas, página web de ingreso restringido, figuritas con acceso a través
de cuentas bancarias, zapatillas, galletitas, manzanas, etc.
En suma, estos ejemplos muestran que el mercado, como agente de socialización, no se limita a
inundar la vida cotidiana de productos, sino que a través de los mismos transmite ideas y visiones del
mundo, de la infancia, la adolescencia, la juventud y de las relaciones entre el mundo adulto y el
mundo infantil. Más allá de la capacidad de gasto, de las significativas diferencias y desigualdades
respecto de las posibilidades de consumo material, existe un consumo simbólico construido por el
mercado y compartido por muchos niños y jóvenes sin distinción de sector social y de disponibilidad
de recursos. Los niños, los adolescentes y los jóvenes consumidores no sólo compran un producto,
sino que “compran” un modelo cultural. En este sentido, el mercado ha sido más rápido que otros
agentes (como la escuela) ya que, frente a la nueva visibilidad de los niños como sujetos sociales y
como protagonistas, ha reposicionado el objetivo de sus estrategias para dirigirse ya no a la familia
sino directamente a los niños, los adolescentes y los jóvenes que solicitan y demandan consumo.
Para seguir pensando este problema, les planteamos las siguientes preguntas:
¿Qué lugar tiene la escuela frente a los niños , el mercado y la consideración de ellos como
consumidores?
¿Cuáles son los espacios que la escuela ofrece para analizar, junto con los niños, adolescentes y
jóvenes?
¿Cuáles son los sentidos y el modelo cultural que hay detrás de cada compra de productos?
3.2. La publicidad como analizador respecto de la escuela
Si consideramos un analizador como un dispositivo (particular combinación de formas de saber y de
poder*) de visibilidad respecto de las relaciones sociales; la publicidad y, en particular su análisis,
nos muestra las variaciones históricas en relación con el poder entre niños y adultos, y nos ofrece
indicios en relación con el lugar de los adultos y de la escuela respecto del mundo infantil y juvenil.
En la década del 60, la publicidad en medios gráficos irradiaba valores y creencias que parecen
asociadas al discurso escolar de la época. Viviana Minzi (Ref: Minzi, V. (2003). Mercado para la
infancia o una infancia para el mercado. En S. Carli (comp.). Estudios sobre comunicación,
educación y cultura. Buenos Aires: La Crujía.), señala algunos de los slogan que acompañaron la
venta de guardapolvos y de útiles escolares en esa época: "Listo para cumplir todo el año”, “El
primero de la clase”, “Un escolar orgullo de su clase”, “Despacito...buena letra”. En estos slogan
pueden observarse que los valores de la institución escolar son legitimados y defendidos por la
familia*, por ello la publicidad los rescata como táctica comercial. En cambio, en la década del ’90
algunos anuncios comienzan a ubicarse por fuera de la escuela y desde allí contribuyen a
deslegitimarla. Es decir, ciertos anuncios que remiten a la escuela comienzan a recurrir a “contra
valores” para promover la venta de sus productos. Así es como aparecen en la publicidad la trampa,
la copia, la rebeldía, el maestro anticuado. Desde estos argumentos la publicidad construye nuevas
promesas: innovación, actualización, modernización verdadera, etc. En este sentido, muchas
imágenes y slogan describen una escuela desactualizada, sin rumbo, sin tutores y sin autoridad. En la
misma dirección, esta autora nota que la ternura que caracterizaba la sonrisa de los niños en las
publicidades de los 60, tres décadas después fue reemplazada por una sonrisa socarrona, que al igual
que en el fútbol, deja en un estado* de off–side a los adultos (es decir, fuera de juego).
Si quieren ampliar sobre este tema, sugerimos leer una entrevista a Viviana Minzi en una revista en
http://www.revistaplanetario.com.ar/news/view/dimequecompras
3.3. La educación para el consumidor: un asunto político
En el mundo de la escuela es conocida la existencia de diversas propuestas curriculares que giran en
torno a la “Educación del consumidor* o defensa del consumidor”. Estas propuestas persiguen
especialmente la concientización en torno a la necesidad de lograr que se cumplan los derechos del
consumidor y que se logren prácticas de consumo responsable, etc.
En los lineamientos generales para la EGB, la Subsecretaria de defensa del consumidor sugiere que
“El consumo como acto esencialmente humano adquiere hoy especial notoriedad, dado que se
relaciona con la formación de los ciudadanos en una sociedad marcada por el consumismo. El
Estado* debe tomar una posición de resguardo de la sociedad frente a las prácticas abusivas de
algunos actores proveedores. El tratamiento de la problemática del consumo requiere la concurrencia
de varias disciplinas como la economía, el derecho, la psicología”. Si bien esta línea de cuestiones es
importante, aquí nos interesa enfatizar en las cuestiones que conciernen a la condición política* de
dichas prácticas de consumo. En este sentido, es importante advertir los cambios que niños y
adolescentes experimentan como sujetos en dichas prácticas en las últimas décadas y que han
implicado que fueron elevados al mismo status que los adultos. La publicidad consumista desmontó
la visión de que los niños y los jóvenes deberían esperar un tiempo posterior para integrarse a la
dinámica social; pero al hacerlo, los empujó al escenario social tornándolos consumidores. De esta
manera, los niños y los jóvenes dejaron de ser considerados “futuros ciudadanos” para convertirse en
nuevos sujetos consumidores que gozan de reconocimiento social. La interpelación a los niños y los
adolescentes en la categoría de es revela los rasgos paradójicos e inconsistentes que erosionan y/o
confunden la necesaria asimetría entre adultos y niños o adolescentes.
Dichas contradicciones contribuyen al desdibujamiento de ciertas nociones de presentefuturo que
orientan y organizan la actividad escolar. Un ejercicio posible para indagar sobre las cuestiones que
señalamos anteriormente es la búsqueda de publicidades.
Sugerimos analizar dos publicidades. La primera publicita una marca de zapatillas y ropa deportiva y
está ambientada en la ciudad de México (su protagonista es un niño pobre que junta bolsas por la
ciudad y la consigna es “nada es imposible”); la segunda está dirigida a los jóvenes y a estimular el
consumo de cerveza. Para verlas haga click en estos links:
Publicidad de Adidas (Mex) - Niño juntabol...
Finalmente agregamos un ejemplo que a diferencia de los anteriores es una crítica al común de las
publicidades y advierte que el 53 % de la audiencia de esos mensajes es pobre. El cierre es muy
elocuente: “si tan sólo la publicidad desviara por un momento su atención de su “público objetivo"
hacia un objetivo “público”…
4. Con ojos adultos, culturas docentes
4.1. Desacralizar la autoridad adulta
La comprensión de los problemas de la infancia y la juventud nos permite, también, abrir
interrogantes para entender mejor el mundo infantil y juvenil y las relaciones de éste con el mundo
adulto. Alain Renaut (Ref: Jacquard, A., Menet, P. y Renault, A. (2004) ¿Una educación sin autoridad
ni sanción? Barcelona: Paidós.), en su obra “Una educación sin autoridad ni sanción”, sostiene que
la relación entre adultos y niños durante la época moderna se fue constituyendo en un verdadero
proceso de laicización que fue despojando, lentamente, a la autoridad adulta de ciertos rasgos
sagrados que la caracterizaba como tal. Dichos procesos de desacralización de la autoridad adulta (el
autor enfatiza el lugar del padre y del marido en la pareja; pero también podría pensarse en el lugar
del maestro y de la escuela) erosiona ciertas seguridades y referencias normativas que se suponían
inalterables. Dice este autor: “La enorme confusión en la que, actualmente, estamos inmersos en los
dos espacios en los que se desarrolla la educación, es decir la familia* y la escuela, procede al menos
en parte de esta circunstancia ineludible”. En la educación nos relacionamos, en efecto, con seres
ante los cuales nos encontramos en una situación de diferenciación connotada en términos de
superioridad, y tenemos incluso la impresión de que no existe una educación, familiar o escolar, sin
una dimensión de disimetría y sin el reconocimiento de una especie de desnivel que es el único que
parece hacer posibles la autoridad y la transmisión. Sin embargo, hoy sabemos que no podemos ni
debemos seguir construyendo la relación adultosniños y adultosjóvenes en función de una
supuesta superioridad natural.
Según plantea Tenti Fanfani (Ref: Tenti Fanfani, E. (2004). Viejas y nuevas formas de autoridad
docente. En Revista Todavía.) es posible distinguir dos fuentes de autoridad pedagógica. Por un lado,
la fuente personal que depende de características particulares del individuo pero que se “activan”
cuando son percibidas y reconocidas como tales por otros sujetos en una relación social. Por otro,
una fuente institucional dentro de la cual una persona (el maestro) tiene autoridad a partir de lo que
podemos llamar “efecto institución”. El acto del nombramiento en un “cargo”, o en una “cátedra” de
una determinada escuela, transforma a una persona más o menos común, en una persona digna de
crédito. Por diferentes razones, las instituciones* educativas ya no están en condiciones de
garantizarle al maestrofuncionario ese mínimo de credibilidad que le proporcionaban en otros
tiempos. De allí que su trabajo requiera de cierta dosis de conquista y persuasión sobre los alumnos y
las familias para lograr construir la autoridad que ya no está dada por la pertenencia institucional. De
todos modos, es importante destacar que esta dosis de conquista y de persuasión no alude a la
situación individual en la cual se refuerza el trabajo aislado del maestro que suele decir “cierro la
puerta de mi aula y sigo con lo mío”, “cada maestrito con su librito” sino a la posibilidad de
fortalecer el trabajo en equipo en el cual los docentes se reconocen como parte de un “sector” y,
como tal, reflexionan sobre su rol, debaten y crean espacios de discusión curricular y avanzan en las
posibilidades de creación de propuestas pedagógicas.
La escuela que hoy se encuentra en expansión, debido al aumento de la escolaridad obligatoria, se ha
convertido en una institución sobredemandada, a la cual se le exige todo lo que el Estado* debe
garantizar y, al mismo tiempo, subdotada ya que ese mismo Estado no siempre garantiza las
condiciones necesarias. Evidentemente, la escuela sola no podrá satisfacer todas las demandas
sociales que recibe y, por lo tanto, es fundamental y cada vez más necesaria la articulación de la
misma con redes en la que intervengan otras instituciones de la comunidad*, con otros agentes
sociales. Además la ya mencionada desacralización de la autoridad adulta, en el marco de la
conquista de los derechos de los niños, los adolescentes y los jóvenes, exige otro tipo de
construcción basada en la confianza, la ética y el vínculo entre los alumnos, el docente y el
conocimiento y forjada a partir de un trabajo colectivo y sostenido. Retomando estas ideas,
destacamos la situación narrada por una alumna del diploma:
Las ciudades turísticas muestran una cara y en ocasiones ocultan otras, como
máscaras. En nuestra ciudad turística se mezcla el ritmo vertiginoso de las temporadas
con las necesidades insatisfechas de un gran porcentaje de la población. La
concentración de la riqueza, el creciente aumento de la pobreza* y los índices de
desocupación son datos del contexto regional poblados de nombres y apellidos. En la
zona del “alto” se concentran los sectores de mayor pobreza. Al llegar “la temporada”
los empresarios organizan la infraestructura; mientras que los grupos más postergados
anticipan estrategias de lucha. Pablo y Juan asisten a una de las escuelas primarias
“del alto”; a las que voy esporádicamente, como profesora de residencia; los veo en el
patio de la escuela jugando, en el aula o en las calles del centro pidiendo monedas. Un
sábado al mediodía nos dirigimos con mi marido hacia la localidad vecina. Al salir de
la ciudad vemos humo y sobre la ruta, un pequeño grupo de gente con pasamontañas
tapando sus rostros. Al detenernos se acercan dos chicos y nos dicen “es un piquete y el
intendente tiene la culpa porque no nos da bolilla, ni un palo para la leña nos da”.
Después de un par de palabras uno de los chicos se descubre la cara diciendo: “pero
soy yo señora: Juan y usted es la maestra que a veces va a la escuela, ¿no? Yo voy con
la seño Marta. ¡Pase, “fieri” déjalo pasar... porque usted es “del palo”, comentó Juan
con un guiño y un movimiento de cabeza. Juan Pablo, mi marido, y yo conversamos
unos minutos y después seguimos viaje.
El término “ser del palo” parece connotar “afiliación o pertenencia”, como afirma
Duschatzky (Ref: Duschatzky (2002). Identidades juveniles, escuela y expulsión social.
Diplomatura virtual de Curriculum y prácticas escolares en contexto. FLACSO: Buenos
Aires.) las “prácticas de la subjetividad” están orientadas por una construcción
situacional, en cuanto “lugares” que marcan reglas y valores propios de un grupo. “Ser
del palo” pone de manifiesto cierta eficacia simbólica del discurso; ser uno con otros
que aceptan ciertas normas construidas en la experiencia de la calle. Pero, además,
“ser del palo” podría suponer habitar la escuela, saberse “alumno de la seño Marta”,
ser parte de la escuela, que aunque desprestigiada, aún parece legitimada.
Podríamos pensar que “prepararse para el piquete” implica el “rito situacional” que
conlleva fuerza performativa (el guiño, el gesto que ordena abrir el paso). La calle, “la
ruta”, sostiene la configuración de un nosotros: “los del palo”, “los piqueteros”. Un
tiempo que es el aquí y ahora en ese lugar circunstancial. Hoy es la ruta, mañana puede
ser el Centro Cívico de la ciudad.
Carolina Sena, alumna del diploma, cohorte 5. Neuquén.
4.2. Culturas docentes y cotidianeidad escolar
Ángel Pérez Gómez (Ref: Pérez Gómez, A. La cultura escolar en la sociedad neoliberal. Madrid:
Morata.), advierte que la cultura docente está constituida por una serie de normas, creencias, valores
y hábitos que determinan lo que un grupo social considera válido en su campo profesional, y los
modos de pensar, sentir y actuar y de relacionarse entre sí. Por otro lado, Hargreaves (Ref:
Hargreaves (1996). Profesorado, cultura y postmodernidad. Cambian los tiempos, cambia el
profesorado. Madrid: Morata.) plantea dos dimensiones para explicar dicha cultura: el contenido y
la forma. El primero hace referencia a los valores, las creencias, las actitudes y los supuestos
compartidos por el equipo docente y se relaciona con el currículum, los procesos de enseñanza y de
aprendizaje, los modos de evaluación, la función de la escuela y el rol docente. La segunda está
constituida por los patrones que caracterizan las relaciones y los modos de interacción entre los
docentes. De todos modos, la cultura docente no supone una mirada determinista de la actuación y
del pensamiento de dichos actores, ya que la vida dentro de las escuelas es compleja, confusa,
indeterminada y plagada de contradicciones. El mismo autor sostiene que “la cultura docente se
encuentra en la actualidad en una delicada encrucijada, viviendo una tensión inevitable y
preocupante entre las exigencias del contexto social móvil, cambiante, flexible e incierto,
caracterizado por la complejidad tecnológica, la pluralidad cultural y la dependencia del os
movimientos del libre mercado mundial por un lado, y las rutinas, convenciones y costumbres
estáticas y monolíticas de un sistema escolar inflexible, opaco y burocrático, por el otro.”
En esta inevitable tensión los docentes se encuentran cada día más inseguros e indefensos, y se
sienten amenazados por una evolución acelerada a la que no pueden o no saben responder. En este
marco, nos interesa especialmente analizar el tema de la cotidianeidad escolar porque es justamente
en la vida cotidiana de las escuelas donde se encuentran los docentes y los alumnos con sus
particulares culturas y experiencias, compartiendo un tiempo y un espacio en el están presente tanto
las rutinas como las transformaciones y las innovaciones. De hecho el espacio escolar es un espacio
en el que se transmite la cultura y el conocimiento pero en el que también los sujetos se (re) apropian
de las pautas culturales y del conocimiento. Según el planteo de Rossana Reguillo (1997) en “la
clandestina centralidad de la vida cotidiana”, la cotidianeidad escolar puede ser entendida desde dos
concepciones diferentes: por un lado como “un dejarse llevar pasivamente por la corriente de
coacciones, obligaciones y rutinas… esto es una reproducción estereotipada de pautas culturales
dadas de antemano”. Y, por otro lado, como un modo especial de (re)apropiarse de la experiencia.
Esto hace que al sumergirnos en el cotidiano escolar nos encontremos tanto con los procesos
estructurales en los que se reproduce la vida social como con los procesos de consenso y negociación
que presentan alternativas y novedades.
En este sentido, también Rockwell (2006), hace aportes a este concepto entendiéndolo como “un
espacio con rendijas, grietas, fisuras, junturas, y hasta fallas profundas” y por eso es “hacia estos
intersticios donde hay que mirar para conocer y sopesar los procesos sociales que configuran a la
realidad social* ”. Este autor argumenta que no es posible comprender el vínculo entre lo que se enseña
y lo que se aprende si no se examina con cuidado lo que sucede en los intersticios que encontramos
en el quehacer cotidiano en las aulas. Estos acontecimientos también son constitutivos de la
experiencia infantil y juvenil de aprender en la escuela. Para acercarnos a ellos, es necesario articular
estos pequeños sucesos aparentemente inconexos y prescindibles, para ubicarlos dentro de procesos
más profundos y continuos que caracterizan a la relación educativa en las escuelas. Ir en busca de
esos lugares practicados por nuestros alumnos (los más chicos y los más grandes) implica observar,
menos en un sentido asociado con el control y más en el cual posibilita un diálogo entre
generaciones, ya que puede ser un buen motivo para indagar los avatares cotidianos de la vida en las
escuelas. Mirar, reconocer, aprender sobre los lugares practicados, para saber mejor sobre nuestros
alumnos puede ser una buena herramienta, que agregue valor al ejercicio permanente de mapeo con
el que vamos trazando la cartografía de nuestra tarea docente. A sabiendas de que el reconocimiento
de lugares practicados supone comprensión pero no siempre entendimientos y menos de primera
mano, sino conversaciones y registros en singular y plural, incomodidades y “zigzageos” que llevan
consigo la probabilidad de que pocas veces los caminos sean previsibles, pero la certeza de que
como adultos nos estamos sintiendo aludidos y allí estamos ofreciendo amparo y puentes culturales.
Como un ejemplo de mirar con otros ojos, de ofrecer amparo y puentes escolares a partir de la
escucha y el sostén de nuestros alumnos, haciendo lugar a nuevas practicas culturales en la escuela,
nos parece una muy valiosa experiencia la que nos ofrece con sus palabras Roxana Levinsky, alumna
de la Diplomatura cohorte 10 como un modo de abrir horizontes posibles al momento de cerrar esta
clase:
“El caso que contaremos es el de Pablo, que tiene puntos de contacto con el
de Horacio narrado por el Prof. Martínez, no en cuanto a la problemática
específica del `pibe chorro` sino en tanto `personajes de otro drama
subjetivo en el que parece delinearse un destino ya jugado (Ref:
Zelmanovich, P. (2002) Jóvenes, cultura y subjetividad. Diplomatura virtual
de Curriculum y prácticas escolares en contexto. Clase virtual 11. FLACSO:
Buenos Aires.)`, el repitente crónico como prólogo del abandono escolar y la
condena social. Pablo, 15 años, repite por segunda vez primer año en el
Colegio XX de la Capital (en el cual soy vicerrectora del turno tarde) y se
encamina con paso seguro a su tercera repitencia. De padres separados, el
mayor de ocho hermanos, trabaja ayudando a su madre a vender
formularios, paraguas y chucherías en Tribunales muy temprano por las
mañanas, y en ocasiones por la tarde debiendo faltar al colegio. Producto de
la separación y el “tsunami” neoliberal del 2001/2, su familia* debió
“emigrar” a la villa muy cercana a la escuela, descenso social y
degradación que produjo en él un fuerte shock emocional. De buen trato con
el padre, los conflictos se canalizan con la madre (generacionales y
laborales mezclados) aunque ésta hace esfuerzos evidentes para escolarizar
al hijo, sacarlo de la calle y proponerle un mejor futuro. El comportamiento
de Pablo durante 2006 era el de un chico hosco y de tensa timidez, como
padeciendo una íntima vergüenza o un profundo enojo y descrédito hacia el
mundo adulto, que se mostraba en el no poder mirar a los ojos, con arrestos
agresivos o desdeñosos, rechazado por sus pares y docentes, todo lo cual lo
predisponía a una nula integración y a una cercana deserción escolar.
A dos meses de terminar el año lectivo empezó a “ratearse” pero dentro de
la misma escuela, se escondía en algún lugar del último piso al que los
alumnos tienen vedado ir, entre otras cosas, porque allí está situada la
vivienda del casero, de pésima predisposición hacia los chicos. Un día
decidimos citar a la madre y ahí conocimos la historia familiar (que
ignorábamos como la de tantos). Pablo confesó que concurrir a clase le era
insoportable, que sus compañeros (todos de menor edad) se burlaban (cabe
aclarar que la mayoría era de la Villa XX), diciendo que era un esclavo de la
madre. Deseaba continuar la escuela, pero se resistía a compartir el aula
con sus compañeros y escuchar a los profesores pues su suerte de repetidor
estaba nuevamente echada y todo “es al pedo”, repetía (valga la
redundancia) como un estribillo. El caso era singular en algún aspecto:
quería recibirse de bachiller, rechazando toda otra alternativa como la de
aprendizaje de oficios en una CBO. Con María, una colaboradora oficiosa e
invalorable por su capacidad creativa y sobre todo por su llegada a los
jóvenes, y con Marisa, la psicopedagoga, resolvimos levantar el guante y
hacer del caso Pablo —“caso perdido”—, un “caso de encuentro”, que
permitió la generación de la confianza en un sí mismo
deshilachado/sofocado junto con la reconstrucción de algunas pautas de
contextualización cultural y social.
Según De Lajonquière (Ref: Zelmanovich, P. (2002). Infancia, cultura y
subjetividad. Diplomatura virtual de Curriculum y prácticas escolares en
contexto. Clase virtual 9. FLACSO: Buenos Aires.) indica que si la respuesta
del chico a “¿qué quiere de mí el adulto?” es “me quiere a mí” se psicotiza
pues entra en una simbiosis, en una atracción que lo atrapa sin posibilidad
de construir el diferencial de una subjetividad autovalorante. Lo saludable,
en cambio, consiste en que si entiende que el adulto quiere “algo” de él que
no es exactamente su sí mismo pero que tampoco deja de serlo, una
incógnita en cuya solución precisamente va fortaleciendo una subjetividad
de despegue, un sí mismo que se va emancipando de discursos y fines no
reconocidos pero que justamente se le termina revelando como el “algo” no
declarado del deseo adulto —un paradójico sujetar para liberar— y que
ahora puede definir en términos propios. El problema de chicos como Pablo
(cientos de miles) reside en que la respuesta que concibe no es un “a mí”
(que lo anula/enferma) o un “algo” (que lo abre/libera) sino una “nada”
(que lo frustra/condena), porque lo priva de las mediaciones adultas que lo
ayudan a enriquecer y coherentizar contextos, pero también contradecirlos y
recontextualizarlos a medida que madura. El vocablo “nada” apunta a que
los “espacios de protección” donde se desarrolla “el drama de una
subjetividad en construcción” y los “espacios de transición” (Winnicott) que
posibilitan al niño/adolescente ir probando cómo “sostener en términos
propios la escena del mundo, es decir, a ubicarse con relación al deseo
propio, lo cual requiere ensayar diferentes personajes”, son lugares
“vacíos”, hostiles y absurdos que acaban jugando un papel inverso ―de
desprotección y bloqueo― al asignado por los presupuestos éticos de la
modernidad de “que toda identidad era el fruto de una negociación con
otras diversas alteridades“ y que la escuela era donde se “hacía”
adolescencia porque había adultos dispuestos a importarle las preguntas, las
pulsiones transgresoras, los enfrentamientos con sus más íntimas
incompletudes”. Producto del fuego cruzado del desprecio social, la
indiferencia por su suerte y una íntima desorientación, los Pablos se
enfrentan desarmados al problema capital en la constitución de una
identidad*: generar desde sí una narración/mundo que lo contenga, un
narrarse en contextos varios donde se afirme. Esta instancia narrativa de
apertura/asimilación y diferenciación realizada en espacios de protección y
ensayo de roles discursivos en el drama subjetivo adolescente es
fundamental para escapar de las “cápsulas de soledad, sin diálogos
perturbadores en la falsa complacencia de los lenguajes privados entre
pares”. Alcanzar una identidad plena ―no sesgada, blindada, autista sino
activa, periférica, porosa, que combine estabilidad y dinamismo, “mismidad
e ipseisdad” según Ricoeur― implica enriquecerse y ser “protagonista,
autor y narrador (Ref: Brito, A. y Finochio, S. (2002). Narrativa y educación:
relatos des/encontrados en la escuela. Diplomatura virtual en Curriculum y
prácticas escolares en contexto. Clase virtual 13. FLACSO: Buenos Aires.)”.
La historia de Pablo en este Colegio se afianza en gran parte en la falla de
la escuela como “un punto de intersección en el que se construyen
determinadas visiones y versiones del mundo, pero en el que también se debe
dar lugar a la construcción de las propias versiones de los niños, a partir de
sus historias individuales”. Para que este chico pudiera probarse como
“sujeto de palabra” y comenzar a interpelar al mundo mirándolo a los ojos
y ensayar la “liberación” de un destino “ya fijado”, nuestro equipo resolvió
correrse del lugar de las imposibilidades formales, de reglamentos y rutinas
e irse a un “fuera de lugar” (Robin) que no dé por “cerradas y fijadas las
identidades de niños, jóvenes y docentes” y permita “intervenir para dejar
fluir nuevas posibilidades” y así “dar lugar” al juego de construcción de
nuevas identidades” (Brito, A. y Finochio, S. , 2002). Comenzamos por
establecer un contrato con Pablo: lo relevábamos de la obligación de
concurrir a las clases tradicionales con su curso y en su aula, pero en
contrapartida debía venir al colegio normalmente en el mes y medio que
faltaba para que en la biblioteca o en aulas disponibles un equipo de
voluntarios (periodistas y alumnos recién egresados de otros colegios) lo
preparara para tratar de salvar alguna materia antes del cierre del año, o
para dar los exámenes en diciembre y/o en marzo. La cuestión era instalar
un doble juego de deseos y responsabilidades: de nuestra parte poner en
marcha, en un caso concreto, el deseo de hacer de la escuela un “espacio de
protección” y responsabilizarnos para rescatar a este chico del sino
perverso del repetidor, y de la suya auscultar a fondo a su deseo de llegar a
ser bachiller y responsabilizarse en cumplir con el plan previsto y estudiar
consecuentemente. Pero para que Pablo entrara en el lazo de la
“dependencia facilitadora” el paso decisivo tuvo que darse de nuestra
parte: trastocar el desprecio en interés, la indiferencia en simpatía, los
silencios en diálogos, el uno más en alguien con rostro, la postergación en
preocupación, la incomprensión en comprensión, el sin salida en posibilidad
y, lo más importante, confiar para ganar la confianza, ofrecerse para
demandar. Cuando nuestra intención se abrió paso tras la maraña de
prevención, incredulidad y pesimismo, y cuando el deseo adolescente se
colgó de una esperanza por fin se hizo el click: Pablo sonrió, se irguió, miró
de frente, volvió la soltura a su cuerpo, se apaciguó la crispación y su
voluntad comenzó a pujar. Hablamos con los padres y nos metimos un poco
en su mundo familiar, tratamos de resituar algunas tensiones de falta de
dinero y consumismo (unas zapatillas imposibles de comprar que dispararon
un conflicto con la madre y una inasistencia al colegio, el fetichismo
publicitario hincando los dientes en la necesidad del tener/aparentar
adolescente), trabajar el desfase entre sus 15 reales y la auto
desvalorización por estar con compañeros menores, el manejo de sus
tiempos, vale decir, lo que hicimos básicamente fue interesarnos en Pablo
persona y su recuperación como alumno. María, con su agudo savoir faire
con la gente joven, su calidez, su tacto y a la par su habilidad para tejer
vínculos comprometidos y configurar acuerdos con tareas y
responsabilidades diferentes y compartidas, hizo un seguimiento diario,
telefónico o vía messengers, donde al ¿cómo estás? seguía una breve charla.
Luego de la sorpresa primera de Pablo y el agradecimiento de los padres
por este baño de interés, él respondió por un lado con una entrega resuelta
en aprender (de un modo distinto, por ejemplo la historia de Roma, pero
sería extendernos más) y un cambio notable en su comportamiento general,
incluso mejorando su relación con los pares, quienes comenzaron a
respetarlo y a verlo como un héroe, pero también con demostraciones de
afecto infantil con algún encaprichamiento y demanda de atención excesiva
de por medio, todas entendibles pues en tanto “sujeto en transición” los
espacios “vacíos” (o si se quiere “llenos” de despreocupación) han logrado
que su emotividad estuviera llena de carencias y hambreada de la
consideración adulta. Los voluntarios hicieron su tarea y Pablo comenzó a
aprobar las materias. Ahora quedan algunas para febreromarzo pero él está
convencido de que pasará a segundo año, confía en él.
Por supuesto, hubo que hablar con algunos docentes, explicar el caso,
vencer resistencias, aclarar no pocas veces que de ninguna manera se debía
aprobar a Pablo por pena o porque la vicerrectora se ocupaba de él. En el
transcurso de la experiencia, alumnos de los otros primeros y de otros
cursos comenzaron a reclamar igual derecho de que se los ayude a preparar
las materias con profesores paralelos. Y si bien la experiencia con Pablo
tiene todas las limitaciones del caso excepcional ―y está claro que la
escuela debe proveer políticas para el conjunto, sin que eso implique obviar
la singularidad― fue provechoso para poner a prueba una serie de ideas
que veníamos elaborando: llevar adelante un proyecto para los primeros
años del colegio donde el fantasma de la repetición deje de obsesionar a
alumnos, padres y docentes, donde desde el primer momento la práctica
discursiva escolar sea contextualizadora y dadora de sentido, donde la
currícula se flexibilice en función de no dar por sabidos contenidos y
procedimientos cuya falta luego imposibilita toda nueva adquisición, donde
la apertura cultural, el goce poético de crear en la práctica de leer y
escribir, en plástica, dramaturgia, música y, por supuesto, en ciencias, y
donde la libertad de inventar espacios autonómicos para construir una
ciudadanía activa a través de una narración personal que involucre la
historia de todos sean los presupuestos de una escuela renovada, posible y
necesaria a la vez. Pero esta será otra historia que contaremos a medida que
acontezca 2007 y la propuesta vaya marchando con sus vicisitudes,
vacilaciones primeras, peripecias, problemas inesperados, junto con las
esperadas confirmaciones de que el camino emprendido vale la pena,
comulgando en esto con el poeta en aquello de que “la esperanza nunca es
vana” siempre que se trate de una “espera” amorosamente trabajada.
Cierre
Abriendo el juego, entre adultos, jóvenes y niños.
(Barrileteada en De la Garma, provincia de Buenos Aires)
Esta clase es una invitación a ir en busca de los lugares practicados por nuestros alumnos, los más
chicos y los más grandes, proponiendo un trabajo colectivo y colaborativo entre docentes que permita
desarrollar la capacidad de observación, menos en un sentido del control y evaluación y más en el
sentido de la indagación, del descubrimiento, y de la posibilidad de conocer aquello que está
invisibilizado.
Es un modo de hacer posible el diálogo entre generaciones, a partir de desnaturalizar los avatares
cotidianos de la vida en las escuelas, de mirar, escuchar, reconocer y aprender sobre aquello que los
convoca. Esta puede ser una buena herramienta, que agregue valor al ejercicio permanente de mapeo
con el que vamos trazando la cartografía de nuestra tarea docente, a sabiendas de que el
reconocimiento de lugares practicados supone comprensión, pero no siempre entendimiento, y menos
aún de primera mano. Se trata entonces, de provocar la conversación, de habilitar espacios para el
juego y de registrar nuestras incomodidades adultas frente al mundo de los niños y de los jóvenes,
para transitar caminos poco previsibles, pero con la certeza de que como adultos nos estamos
sintiendo aludidos, y allí estamos ofreciendo amparo y puentes culturales, construyendo futuro desde
el presente.
Después de la clase
Como vimos en las narraciones de los colegas docentes, existen en las diversas escuelas interesantes
búsquedas que conducen a la reconstrucción continua de prácticas favorecedoras del vínculo
intergeneracional con los alumnos. Por eso, nos preguntamos: ¿qué (actitudes, mecanismos,
acciones) de lo que hacemos en la escuela “funcionan” en ese sentido?
La clase nos propuso repensar nuestro posicionamiento como adultos docentes respecto de las
infancias y las juventudes. No se trata de convencerse de unas ideas, ni de abandonar unas ideas para
abrazar otras, sino más bien de resignificar las ideas y las prácticas educativas. Acostumbrarse a
mirar la propia práctica, como señala, Bruner (1990) desde “la cómoda incomodidad de vivir en el
conflicto” .
Les proponemos como lectura obligatoria el artículo Viejas y nuevas formas de autoridad docente de
Emilio Tenti Fanfani (2004). Este sociólogo sostiene que, en el marco de una crisis generalizada de
las instituciones, tanto la escuela como la familia* han dejado de funcionar como el soporte que
garantizaba la legitimidad de los maestros. Son los mismos docentes, quienes librados a sus propios
recursos, los que deben ganarse día a día un lugar de respeto y reconocimiento. ¿Desde dónde
hacerlo y con qué herramientas? ¿Cómo reconstruir la credibilidad imprescindible para el
aprendizaje sin caer en las fórmulas del pasado?, son las preguntas que intenta responder.
Este primer módulo que finaliza con esta clase, tiene como título: “La configuración de la cultura
escolar”. La Real Academia define el término “configurar” como la disposición de las partes que
componen una cosa y le dan su peculiar forma y propiedades anejas. La identificación de una
configuración estimula la reflexión sobre las relaciones que se establecen entre la forma que asume y
la función asignada, entre la estructura y el sistema de interacciones que la ha engendrado. En
consonancia con estas ideas podemos decir que las clases que forman parte de este módulo proponen
categorías conceptuales que permiten identificar los distintos elementos que componen la cultura
escolar y la constituyen como tal. Hagamos una breve reseña de los conceptos claves que nos
permiten trazar el recorrido hasta ahora realizado.
Desde una perspectiva histórica y cultural, se analizó en la primera clase cómo el concepto de cultura
escolar se constituyó en una herramienta teórica importante para el estudio de las relaciones entre
escuela y cultura. Se distinguieron las posiciones teóricas respecto de cultura escolar, forma escolar y
gramática escolar con el fin de explicar la relación entre permanencias y cambios de los haceres
escolares y cómo se conciben los múltiples intercambios establecidos entre la escuela y la sociedad.
El concepto de “prácticas escolares” explicado en esta clase fue otro de los conceptos claves para
comprender la cultura escolar. Se advirtió también acerca de la importancia de atender a la cultura
material de la escuela, ya que permite conocer las prácticas y los saberes producidos en su interior.
Otro aspecto central que influye en la conformación de la cultura escolar es el lugar que ocupan los
sujetos educacionales como agentes sociales en su construcción.
Con la intención de profundizar en la relación escuela y sociedad, la segunda clase nos propuso
abordar la noción de currículum concebido como una norma pública. Para ello se planteó la función
de las normas públicas en los gobiernos democráticos, la relación entre política* y espacio público y,
específicamente, el diseño curricular como norma pública en un gobierno democrático. Se analizaron
tres factores que podrían estar incidiendo en la baja efectividad de la norma curricular en la
regulación del carácter publico del proceso de selección del contenido de enseñanza escolar en la
Argentina, a saber: el debilitamiento de la capacidad regulatoria del Estado, la escasez de
conceptualizaciones académicas acerca del currículum como norma pública y el predominio en el
discurso académico de la jerarquización del rol profesional autónomo de los docentes por sobre el de
funcionario público.
La tercera clase nos invitó a pensar acerca de los saberes y prácticas escolares desarrollados en la
escuela alrededor de las diversas asignaturas o materias del currículum. Para ello se centró en los
estudios históricos de las disciplinas escolares. Las investigaciones sobre las disciplinas escolares
permiten corroborar la idea de que la escuela es un lugar de producción de un conocimiento
específico, ya que éste presenta características propias que los hacen diferentes a los discursos
disciplinares, y, en este sentido, las disciplinas escolares son parte integrante de la cultura escolar.
Una especial atención supuso el tema de los manuales escolares como documentos fundamentales
para el estudio de los contenidos de las disciplinas.
En la búsqueda de indagar los procesos de construcción curricular en el marco de la cultura escolar,
la cuarta clase analizó las agendas de las políticas curriculares y de los programas de investigación
sobre currículum, intentando poner de manifiesto sus concepciones y limitaciones a propósito del
cambio y la estabilidad. Con esta idea, entonces, se ofrecieron aportes para pensar las relaciones
entre la cultura políticoinstitucional, en términos de Escolano, y la cultura del mundo académico,
tienen entre sí y, de ese modo, habilitar interrogantes sobre la relación que ambas mantienen con la
cultura empíricopráctica de los enseñantes, en función del cambio.
Estudiar la cultura escolar requiere del análisis de las relaciones entre las diversas culturas que
habitan la escuela. En esa dirección, la quinta clase destacó la importancia de la existencia de
culturas docentes que se cuestionen y contemplen las características de las culturas infantiles y
juveniles. Se presentaron las nociones de infancia y juventud como construcciones socio históricas
que van mutando a lo largo del tiempo y asumen ciertas especificidades según las épocas. Lo plural y
lo singular son dimensiones de análisis para pensar estos conceptos. Se invitó a analizar los modos
de hacer y pensar las infancias a partir de tres tensiones presentes en las prácticas cotidianas: la
tensión entre presente y/o futuro; la tensión entre lo público y/o lo privado y la tensión entre la
efectividad o no de sus Derechos proclamados. Entendiendo que los niños y los jóvenes son
productores de cultura y que habitan de un modo particular los espacios de la vida cotidiana, se
propusieron las categorías de lugares practicados, lugares vacíos y no lugares para pensar los modos
y las oportunidades que tienen o podrían tener los niños y los jóvenes en las escuelas. Se
desarrollaron también ideas acerca del lugar del mercado* y de los medios y su relación con las
infancias y juventudes. Con la idea de profundizar sobre el papel fundamental de las acciones de los
sujetos escolares en la construcción de la cultura escolar se enfatizó el lugar de la autoridad adulta en
función de favorecer un diálogo intergeneracional que permita la construcción de una cultura escolar
que haga cada vez más visibles a niños, jóvenes y adultos en la escuela.
Con esta síntesis cerramos el primer bloque. Esperamos que los aportes ofrecidos colaboren en la
reflexión de nuestras prácticas docentes.
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Bibliografía obligatoria
La lectura obligatoria de esta clase es.
Tenti Fanfani, E. (2004). Viejas y nuevas formas de autoridad docente, en Revista Todavía.
Lecturas audiovisuales
Palabras de especialistas y de alumnos nos hablan de ser niño en la escuela.
El primer video es la conferencia completa dada por el pedagogo Francesco Tonucci en la
Universidad de Sevilla dentro de la Jornada "La escuela que queremos", el segundo es un video
producido por Unicef Paraguay donde los mismo niños hablan de sus derechos.
2. Para quiénes estén interesados en profundizar desde una perspectiva filosófica y en relación
con la constitución de la subjetividad en la infancia, recomendamos las siguientes lecturas:
Larrosa, J. (2000). El enigma de la infancia. En Pedagogía Profana. Buenos Aires: Novedades
Educativas.
En este artículo Larrosa propone una mirada crítica en relación con el modo en que los adultos
entendemos a los niños. Considera que la infancia es algo que nuestras prácticas y nuestras
instituciones ya han capturado, encerrado, determinado, pero al mimo tiempo la infancia es lo
otro, lo que va más allá de todo intento de captura. Retoma las ideas de Hannah Arendt que dice
que el nacimiento es un acontecimiento y la infancia puede ser entendida como lo que nace para
salvaguardar la renovación del mundo. El nacimiento es la aparición de la novedad radical: lo
inesperado, lo imprevisto, lo que interrumpe toda expectativa, en definitiva lo enigmático.
Caruso, M. y Dussel, I. (1995). Yo, tú, él ¿Quién es el sujeto? En De Sarmiento a los Simpson.
Kapelusz: Buenos Aires.
Una de las preguntas de las que parten los autores en este capítulo es: ¿cómo se relacionan el
sujeto juvenil y el sujeto niño actualmente ambas construcciones históricas con los sujetos
pedagógicos que las escuelas producen? Para analizar esta y otras cuestiones, realizan una
revisión del concepto sujeto proponiendo un recorrido teórico que aborda la categoría sujeto
como otra manera de concebir las identidades y las subjetividades.
Morgade, G. (2001). Aprender a ser varón, aprender a ser mujer. Relaciones de género y
educación. Novedades Educativas: Buenos Aires.
En este libro la autora aporta su visión sobre los procesos en los que se expresan, se reproducen
y se transforman las formas establecidas de "ser mujer" y de "ser varón". Analiza la construcción
de género en la infancia y la adolescencia y, además, profundiza en las relaciones de género en la
educación a partir de la consideración de la no neutralidad de la educación en este tema.
3. Para quiénes estén interesados en profundizar en relación con la temática del trabajo docente
en relación con la infancia, recomendamos la siguiente lectura:
Batallán, G. (2007). Docentes de infancia. Antropología del trabajo en la escuela primaria.
Paidós: Buenos Aires.
En este libro la autora aporta una síntesis de sus trabajos de investigación de los últimos 25 años
en relación con el trabajo docente y despliega una hipótesis central: la particularidad del mundo
escolar, entendido como un mundo de infancia, es la clave para comprender el nudo
problemático central del trabajo docente. Mediante el análisis de la vida cotidiana escolar, de los
discursos de los propios docentes, de documentos escolar y, en el marco de varias
investigaciones participantes, la autora analiza en profundidad las lógicas contradictorias de la
construcción de la identidad del trabajo de los docentes de infancia (escuela primaria).
4. Para quienes estén interesados en profundizar en el análisis de las relaciones entre los jóvenes
adolescentes y la escuela, proponemos las siguientes lecturas:
Elbaum, J. (1998). La escuela desde afuera. Culturas juveniles y abandono escolar. En
Propuesta Educativa (18).
En este artículo se analizan dos aspectos de la etapa vital adolescente y/o posadolescente: la
cultura juvenil instaurada en ámbitos de carencia, marginalidad o riesgo social y las instituciones
educativas que acompañan este período. Se caracterizan los procesos de deserción escolar en la
educación media, las motivaciones verbalizadas por los propios jóvenes, las estructuras
cognitivas que las justifican y las "comunidades emocionales" barriales que sirven como red de
contención/inserción luego del abandono escolar.
Escandel, A. y Menendéz, M. (2002). Lo innombrable dicho. Consumo de drogas en la escuela.
En Encrucijadas (16), 2.
Las autoras plantean en este artículo que uno de los desafíos de la escuela media consiste en
reconocer que en la actualidad llegan a la escuela niños y jóvenes que se caracterizan por su gran
heterogeneidad, con nuevos lenguajes y diferentes códigos. Sostienen que no se debe buscar,
indagar e intervenir desde los estereotipos, desde lo normado y establecido como mandato fijo e
inamovible sino que es necesario prestar oído y conferirle sentido al discurso del otro. Tener en
cuenta la palabra de los jóvenes como requisito básico para cualquier tarea de intervención, ya
que las mismas nos hablan de la lógica con que los jóvenes interpretan el mundo y viven su vida
cotidiana.
5. Para quienes estén interesados en profundizar las cuestiones vinculadas con la subjetividad
de los jóvenes y adolescentes, recomendamos la lectura de los siguientes trabajos:
Staintourt, F. (2006). Jóvenes: el futuro llegó hace rato. Comunicación y estudios culturales
latinoamericanos. La Plata: UNLP.
Este libro indaga sobre cómo los jóvenes están percibiendo los cambios en esta época, que
sentido le dan a los mismos. Como es que frente a una realidad e crisis del proyecto moderno y
sus instituciones, frente a la caída de la previsibilidad en las trayectorias de entrada al mundo
adulto, los diferentes jóvenes están construyendo un imaginario del mundo que les toca vivir. Se
trata de un trabajo de investigación enfocado desde los estudios culturales en el campo de la
comunicación.
Cerbino, M. (2006). Jóvenes en la calle. Cultura y conflicto. Editorial Antrophos: Barcelona.
En esta edición el antropólogo y profesor en comunicación de la FLACSO Ecuador reconoce la
existencia del fenómeno de las pandillas a través de una propuesta en la que plantea la
complejización de la reflexión en torno a las formas de vida l de los jóvenes latinoamericanos.
Conocer las motivaciones d e los jóvenes, las representaciones que tienen sobre la familia, y la
sociedad, los procesos de esteriotipia y estigmatización social, las diferentes practicas de
mediación y de conflictos a través del cuerpo y de determinadas escrituras como la imagen y la
ritualidad del baile, los graffiti, los tatuajes constituyen un modos e acercarnos al análisis e esta
problemática y comprender nuevas formas de mediación simbólicas, en una perspectiva en la
que todos estamos involucrados.
En suma, el autor indaga sobre cómo los jóvenes están percibiendo los cambios en esta época;
qué sentido les dan a los mismos; cómo reaccionan frente a una realidad de crisis del proyecto
moderno y sus instituciones y frente a la caída de la previsibilidad en las trayectorias de entrada
al mundo adulto, planteando que ellos están construyendo un imaginario del mundo que les toca
vivir. Se trata de un trabajo de investigación enfocado desde los estudios culturales en el campo
de la comunicación.
Fize, M. (2001). ¿Adolescencia en crisis? Por el derecho al reconocimiento social. Siglo
veintiuno editores: Buenos Aires.
Michel Fize es un sociólogo francés, especialista en temas relativos a la adolescencia, la
juventud y la familia. En este libro propone pensar que las emociones de un cuerpo que cambia,
de una mente que se moldea, ya no bastan para dar cuenta de lo que está en juego en la
adolescencia. Plantea que el malestar del adolescente es menos biológico y mental que social,
pues no se debe tanto a su dificultad de integrarse a su cuerpo como a la de integrarse al cuerpo
social para desempeñar un papel al lado de los mayores.
Martínez Verdier, V. (2002). Sexualidad. Placer y riesgo. En Encrucijadas (16)
En este artículo la autora plantea que en la Argentina los debates por la sanción de la Ley
Nacional de Salud Sexual y Reproductiva, así como la correspondiente a la ciudad de Buenos
Aires, marcaron tendencias claras sobre la aceptación y la negación de la actividad sexual de los
adolescentes. Sin embargo, dice, algunas realidades son categóricas. Las estadísticas mundiales y
nacionales reflejan que los adolescentes varones y mujeres inician su vida sexual activa
alrededor de sus 15 años, edad en la que aún no alcanzaron la capacidad emocional y social para
encarar responsable y satisfactoriamente la expresión de la propia sexualidad.
6. Si desean incursionar en la lectura de textos literarios —cuentos y novelas— del género de
iniciación, a continuación les recomendamos algunos. Se trata de relatos cuyas historias están
protagonizadas por adolescentes y transcurren en el momento de pasaje de una etapa a otra de
sus vidas. De ahí que se los considere relatos del género de iniciación.
Cortázar, J. (1987). Final del juego. En Final del juego. Sudamericana: Buenos Aires.
A la hora de la siesta y después de atravesar la puerta blanca, Leticia, Holanda y la narradora
protagonista del relato descubren un mundo diferente del de los adultos, y constituyen su reino.
El amor las sorprenderá durante la escena del juego de las estatuas pero solo una de ellas será la
elegida.
Cortázar, J. (1987). Los venenos. En Final del juego. Sudamericana: Buenos Aires.
En una quinta de Banfield el narrador, su hermana y Lila, la vecina por la que suspira ligustro de
por medio, se conmoverán por la llegada de un primo "inoportuno" y por la fabulosa invasión
hormigas que destruye el jardín de la casa. Un veneno de color violeta será la salvación
Itinerarios fílmicos
Les proponemos varios itinerarios fílmicos para la ampliación del tema de la clase.
1. En relación con el tema infancia, diversidad y desigualdad:
Niños del Cielo (Irán 1997) Director: Majid Majiki.
La historia presenta la incansable búsqueda de dos hermanos por conseguir un par de zapatillas
para ir a la escuela. El hermano ha perdido los zapatos de su hermana y debido a las dificultades
económicas por las que atraviesa la familia deciden ocultar la situación y resolverlo entre ellos,
usando los dos el mismo par de zapatillas ya que uno va a la escuela a la mañana y el otro a la
tarde. En medio de una resolución lúdica, esperable en niños pequeños, tratan de resolver
infructuosamente el desamparo al que están expuestos.
Machuca (Chile /2004). Director: Andrés Word.
La película se ubica en Chile, 1973, y narra la historia de dos niños de once años que viven en
Santiago, uno en un barrio acomodado y otro en un humilde poblado ilegal. Se muestran dos
mundos muy cercanos en relación con la distancia, pero separados por una gran muralla invisible
que algunos, en su afán por hacer realidad los sueños de una época revolucionaria, quieren
derribar. Los chicos se hacen amigos ya que comparten la clase en una escuela religiosa elitista
que, como parte de la ideología de la época y con el apoyo de parte de los padres, integra a
chicos de familias de escasos recursos procedentes del poblado, con la firme decisión de que
aprendan a respetarse mutuamente. La amistad de los chicos está llena de descubrimientos,
sorpresas, contradicciones y sufrimientos, en un marco en el que se destaca el abierto
enfrentamiento social que vive la sociedad chilena de ese momento.
Para complementar el análisis de Machuca sugerimos los comentarios que Estanislao Antelo
realiza sobre la misma en http://www.me.gov.ar/monitor/nro8/resena.htm
2. En relación con el juego, la ficción, la literatura y la relación adultosniños:
Hook (El capitán Garfio) (EE. UU/1991). Director: Steven Spielberg.
Peter Pan es ahora un adulto y tiene dos hijos, sus preocupaciones cotidianas lo mantienen
alejado de su familia y ha perdido su capacidad para conectarse con el juego y la imaginación.
Durante una visita a su abuela en Inglaterra, se encuentra con una sorpresa: Garfio, su
archienemigo, ha secuestrado a sus hijos y para recuperarlos tiene que reconectarse con su
capacidad de juego anterior. Para esto cuenta con la ayuda incansable de los niños que lo
acompañarán en la búsqueda de la imaginación, la creatividad y el juego perdidos.
La Mariposa (Francia /2002) Director: Philippe Muyl.
Julián es un coleccionista de mariposas. Un día sale en busca de Isabelle, una mariposa de noche,
de una extraordinaria belleza. Pero Julián no tenía en sus planes estar acompañado en su viaje
por Elsa, una niña de ocho años, abandonada por su madre, que sin decirle nada, decide ir con él.
En la película se presenta la metamorfosis de la mariposa como una metáfora a la transformación
de las relaciones entre los personajes de la historia.
Como un espejo en el que nos vemos sin mirarnos, la mariposa constituye una excelente
oportunidad para pensar en ese complejo, difícil, pero maravilloso intercambio que a diario
generan docentes y alumnos, adultos y niños en las escuelas.
En la carpeta Bibliografía del Bloque 1 se encuentra el archivo "La Mariposa" con un análisis de
la película.
Querido Frankie (Inglaterra /2004). Director: Shona Auerbach.
Frankie, un niño sordo de nueve años, y su madre Lizzie han tenido una vida errante, cambiando
de domicilio durante mucho tiempo. Esos continuos desplazamientos intentan dejar atrás un
pasado doloroso, vinculado con la sordera de Frankie. La madre construye un padre imaginario,
marino, que viaja por el mundo y le escribe cartas a su hijo desde puertos exóticos. Sus relatos
siembran de curiosidad y de placer la imaginación de Frankie y despiertan su pasión por la
geografía. Todo se complica cuando el barco de su padre está a punto de arribar a su actual
domicilio, un pueblo portuario de Escocia. La madre se encuentra frente al dilema de contarle la
verdad o encontrar a un extraño que cumpla la función de ese padre fantaseado. Se decide por la
segunda alternativa y al final de ese recorrido, cuando le cuenta la verdad, descubre que Frankie
hacía tiempo que la conocía.
Uno de los dilemas que plantea la película es cómo los adultos afrontan situaciones traumáticas
en relación con los niños. ¿Qué está primero el afán irrestricto por la verdad o la necesidad de
preservar, de cuidar a aquel ser que está en la etapa de su construcción subjetiva?
En la carpeta Bibliografía del Bloque 1 se encuentra el archivo "Querido Frankie" con un
análisis de la película.
El verano de Kikujiro. (2000, Japón). Director: Kitano.
Este film ofrece un ritmo y un cierto uso del lenguaje que nos pueden parecer extraños. KimKi
Duk, director de cine coreano (Primavera, verano, otoño, invierno; Hierro 3, entre otros filmes),
intenta en sus películas eliminar los diálogos, crea personajes que no creen en la comunicación
verbal.
En la carpeta Bibliografía del Bloque 1 se encuentra el archivo "El verano de Kikujiro" con un
análisis de la película.