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La Torre de las
Mil Puertas
Sandra Viglione.
2007
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Capítulo 1.
Los visitantes.
— ¡Di! ¡Levántate!
Una mano la sacudió sin misericordia. Diana abrió un ojo y vio a Celina que la
llamaba. Gateó bajo la almohada.
— ¡Arriba, Di! ¡Ya están llegando!
— No me importa.
— Dicen que hasta el Dueño de la Torre viene esta vez...
Diana se metió más profundamente entre las mantas.
— El Dueño... No es cierto... Y además no me interesa... ¡No me importa nada!...
— Vamos, Di... Hace semanas que los esperábamos...
— No quiero ir... ¡No quiero!
Celina suspiró y se alejó un paso. El bulto en la cama se distendió. Diana creía
que iba a poder seguir durmiendo. O escondiéndose. Pero Celina no era tan fácil de
convencer. Sin hacer ruido sacó la varita y apuntó al bulto.
— ¡Gusanos de risa!
— ¡Aaahhh!
La luz dorada dio en las mantas, y Diana empezó a retorcerse. La colcha se
arrugaba como si estuviera siendo tironeada por muchas manos invisibles. Manos
invisibles que le hacían cosquillas.
— ¡Ay! ¡No! ¡Celina, basta! ¡Páralos!
Celina se reía en silencio. Hizo un breve movimiento con su varita, y la colcha y
las mantas se detuvieron. Diana se sentó en la cama.
— Levántate de una vez, — dijo Celina. — O nos vamos a perder toda la fiesta.
Diana la miró seria.
— No quiero ir, Celina. De verdad, — dijo, llorosa.
— Ya estás levantada, y no estás enferma. Tuviste suficiente siesta, no digas que
estás cansada.
— No... No es por eso...
Diana bajó la vista, para que Celina no la viese lagrimear. La muchacha insistió:
— No escucharé más tonterías. Vamos, Di, vístete de una vez...
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— La nota de Solana decía que viniésemos aquí. La tercera puerta, — decía una
voz de mujer. — ¿Estás seguro que era ésta?
— Sí, estoy seguro. Pero Solana es la Dueña de la Torre. ¿No podía arreglar ella
sola este asunto? — decía el hombre a su lado.
— No, querido. Tenía que atender a tu madre...
Diana miró un momento a la pareja de magos. Estaban en uno de los rincones,
casi escondidos detrás del estandarte de Zothar. Ella llevaba una túnica azul lavanda, y
el cabello recogido en un broche de jazmines. Él estaba de espaldas, envuelto en una
capa verde oscuro. Ella la miró vagamente, y Diana vio la llave plateada en su cuello.
Pestañeó. ¿Un adorno, o un símbolo de poder? La bruja se llevó la mano al dije como
para ocultarlo o protegerlo, y el mago que la acompañaba se volvió. Diana desvió la
mirada y se encogió en su asiento. La expresión del hombre la asustó.
Por fortuna para Diana, el Anciano Mayor eligió ese momento para hacer su
entrada. Era un hombre de mediana edad, totalmente calvo y con pasión por los colores
chillones. Hoy lucía francamente espléndido, envuelto como estaba en una túnica de
franjas amarillas y violetas. Diana escuchó las exclamaciones ahogadas de más de uno
de los invitados. La túnica dorada parecía brillar cuando el hombrecito se movía, e iba
cambiando lentamente de color. Los símbolos bordados en el pecho y los puños y las
amplias mangas, lo proclamaban como un mago de colores... Y aunque Diana sabía que
tenía muchas otras cualidades, también sabía que esa era la que él más apreciaba.
El Anciano se dirigió al estrado, en el centro del salón, frente al estandarte del
Árbol, y el estandarte se cubrió de hojas y floreció.
— Bienvenidos, amigos de tierras lejanas... y no tan lejanas... ¡El Trígono les da
la bienvenida! Este iba a ser el cierre de nuestra reunión trienal de Viajeros, pero por
una increíble casualidad tenemos todas estas visitas... ¿No es maravilloso?
El hombre hablaba fuerte, y movía mucho los brazos. El estrado ante el que él se
había parado también empezó a cambiar de color, tornasolándose a la luz de las velas y
antorchas. Diana lo miraba fascinada. El Anciano le parecía... alguien especial. Solo al
cabo de unos momentos se dio cuenta que el estrado también estaba cubriéndose de
flores como el árbol del estandarte. Y que las flores iban cambiando de color al mismo
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ritmo alocado de la túnica del Anciano. Sonrió. Y el viejo mago miró alrededor y
continuó su discurso:
— El Trígono les desea una deliciosa estadía, y los invitamos a quedarse y a
participar en nuestra selección de juegos de invierno, hasta la Fiesta de la Puerta...
Tenemos un torneo de patín en el lago, se han preparado dos cacerías de tesoros y una
de fantasmas en las alas desocupadas... Tenemos un encuentro de juegos de mesa... y
diecisiete maquetas para practicar exploración en miniatura... Y creo que alguien
preparó...
Alguien tosió detrás de él, y el Anciano se volvió. El Comites de la Rama de Oro
y la de la Rama de Cobre se le acercaban con un pergamino.
— Ah, sí... Organización... ¡Organización! No seríamos nada sin ella... — dijo el
risueño Anciano, tomando el rollo y sacudiéndolo alegremente. El rollo se deshizo en
una multitud de mariposas amarillentas que volaron hacia los invitados.
— Me encanta este hombre... ¿Dijo cacerías de fantasmas? — escuchó Diana.
Era la bruja que le había llamado la atención hacía unos momentos. El mago que la
acompañaba le susurró algo, y ella se rió.
— Sí, tienes razón. ¿El Comites de la Rama de Oro es el Ma...? ¿Es Aurum?
Las voces se perdieron de nuevo. ¿Es que esta mujer no conocía a los líderes del
Trígono? Bueno, si eran extranjeros... Pero él parecía enterado de todo. Diana arriesgó
otra mirada en su dirección, y lo vio sonriéndole a ella y tendiéndole una de las
mariposas de papel. Notó que él también llevaba una llave en el cuello. Pero esta no era
una llave de plata como la de ella. La de él era una llave de marfil, labrada con muchas
puntas, y con una gema verde en el centro, que brillaba como un ojo. ¿Por qué seguía
escuchando sus voces, si estaban tan lejos? Sin saber por qué se estremeció, y desvió la
mirada.
Cuando volvió a observarlos, la mujer le mostraba algo que había en el papel al
hombre, y él sacudía la cabeza, el ceño fruncido. Parecía pensar que algo no andaba
bien. La mujer se rió y le tomó el brazo. Se inclinó hacia él y le susurró algo. Pero
Diana no pudo seguir observándolos. En ese momento alguien le tocaba el brazo, y un
murmullo azorado inundaba el salón. Las puertas se abrieron, silenciosas, y una brisa
más fría que el aire del comedor hizo danzar las llamas de las velas. Alguien hacía su
entrada.
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— Djarod tú mismo lo decidiste así. Es una pena que no hayas querido compartir
tu poder y conocimientos con nadie más, — dijo Minh, la Comites de la Rama de
Tierra. Ella también retrocedió un paso, pálida, cuando el hechicero volcó su atención
sobre ella. La tercera de los Comites se adelantó.
— Está bien, Dueño de la Torre. Hemos escuchado tu solicitud. Lo discutiremos.
En una semana a partir de hoy tendrás nuestra respuesta. Si es afirmativa, podrás
empezar tus entrevistas en la Puerta del Invierno.
Djarod se volvió a la Comites de la Rama de Plata, pero la hechicera, una
anciana pálida de cabello plateado, lo enfrentó sin dar muestras de temor. El
impresionante hechizo de Djarod no tenía efecto sobre Argéntea. Se conocían
demasiado bien. Los poderes chocaron, y la luz vaciló un poco. Djarod la dejó ir con
una mueca. La Dama de Agua ya conocía suficiente oscuridad de la Puerta de Zothar, y
él no iba a asustarla con un hechizo tan sencillo.
Diana los observaba desde su sitio, como todos los demás. Cuando Argéntea
hizo retroceder el hechizo de Djarod, sintió que las cosas se volvían a enfocar por un
segundo. La sensación de irrealidad se disipó, y ella pudo verlo bien. El Dueño no era
tan mayor como les había hecho creer. Tendría... unos diez años más que ella. Había
creído que el Dueño de la Torre era un anciano. Si había estado allí por... ¿Cuánto? No,
no podía ser. Diana miró a su alrededor, como quien busca un punto de referencia.
¿Ochenta, o cien años? El último Dueño de la Torre había muerto hacía mucho tiempo
en verdad, y este Djarod la mantenía cerrada y vacía. Nunca había tomado aprendices...
en años y años que llevaba allá. Pero se decía que las torres conservaban a sus
habitantes jóvenes, sin importar cuánto tiempo estuvieran allá. Sí, era un anciano,
después de todo.
Diana se sonrojó, confusa, pensando que el hombre que estaba viendo, que
parecía apenas mayor que ella, tal vez tenía cien o ciento cincuenta años... El hechizo
volvió a oscurecer su percepción. Vio al misterioso y joven Dueño de la Torre inclinarse
educadamente ante el Anciano Mayor y los tres Comites, y retirarse con paso elegante.
Las volutas de vapor blanco de su capa permanecieron unos momentos más,
disipándose como a desgana. Diana se estremeció, sintiéndose perturbada. Nada bueno
podía salir de esto. La Torre... La Torre no era como el Trígono.
comiendo y bromeando como todos los demás, olvidada de todos los extraños visitantes
que llenaban el comedor.
Capítulo 2.
El Comites Aurum.
— Sí, pero de otra clase, —dijo ella con calma. — Ve, querida. Tal vez podamos
hablar después. Si sigues siendo nuestra anfitriona, te prometo que no te daremos
mucho trabajo...
Vann la miró con el ceño fruncido, como si no esperara que ella dijera algo así.
Drassy lo ignoró. Diana se alejó del grupo.
— Ma... Comites Ayri. Presumo que usted preferirá hablarnos a solas... ¿Vamos
a un lugar más... privado?
Como Drassy había imaginado, Aurum los llevó a lo que en el futuro sería el
despacho de la Comites Gertrudis Yigg. Drassy se preguntó por un momento dónde
estaría ella ahora, y luego cayó en la cuenta de que Gertrudis probablemente todavía no
había nacido siquiera. Estaban demasiado lejos de casa.
El despacho estaba casi vacío, comparado con lo que sería el de ella en el futuro.
Drassy se instaló en la silla que solía ocupar y miró al profesor sentarse en la silla de
Gertrudis. Sonrió.
— Bien. Es hora del interrogatorio. Dispare, profesor...
Aurum la miró algo confundido.
— ¿Por qué cree que la voy a interrogar, señora Dimor?
Drassy siguió sonriendo.
— Por la manera como me mira, Comites. He pasado por esto muchas veces
antes. Dígame ¿qué le preocupa?
— Diana. Ada Mellow, su anfitriona. Expresamente le pedí a la Comites Minh
que la retirara de las listas de anfitriones.
— ¿Por qué? — preguntó ahora Vann levantando las cejas con curiosidad.
— Timidez. Es un caso realmente grave. No soporta el contacto con extraños.
— No puedo creerlo, —murmuró Drassy. Se volvió a Vann. — ¿Sabías algo de
esto?
El hombre sacudió la cabeza.
— ¿Por qué habría de saber usted algo de esto? —preguntó Aurum, mirándolos
fijamente.
Ella vaciló.
— Le dije que somos una clase diferente de Viajeros. No venimos de la Frontera.
— La Frontera. No viene de ahí, pero la conoce. Señores Dimor... Nadie vive en
los Jardines del Yermo. De hecho no son jardines. ¿De donde vienen?
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Vara. Notó que las alas blancas del extremo no estaban desplegadas aún, pero la piedra
de poder brillaba, clara.
— Saquen sus varas, — pidió.
Drassy miró a Vann y él asintió. Ella se llevó la mano al cabello y lo soltó. El
broche de jazmines se transformó en su mano en la varita torneada de colores. Vann, por
su parte sacó su varita negra. La giró un poco, y la vara creció en sus manos. Ya
sobrepasaba su hombro. Drassy la miró, orgullosa. Ella había visto crecer esa Vara,
pensó. Habían crecido juntos; ella, su esposo... y sus Varas. La cabeza de serpiente ya
no tenía los ojos verdes, pero sostenía en su boca el Corazón, la Piedra Blanca que ella
le había dado. Debajo, el Rubí de la Sombra de Alhemma, y en él, claro y brillante, el
símbolo del Clan Fara. A la altura de la mano, las alas del fénix, el regalo de Kathara,
hecho de plumas de ornitorrinco azul, y ribeteadas con oro y plata. Y en el pie, la
sombra del la Llave Menor de Adjanara, que ahora en este viaje, Vann llevaba al cuello.
Tanto Dherok como Aurum miraron la Vara con admiración.
— Es... una gran Vara, hechicero.
— Es el trabajo de toda una vida. Le dije que había tenido excelentes maestros.
Aurum lo miró a los ojos unos momentos, pero no hizo preguntas. Por su parte,
Dherok sacó su varita.
Drassy jamás había visto la Vara de Dherok al descubierto, ni en el pasado ni en
el futuro. Después de todo, había conocido al mago cuando era ya un anciano
entrenador de Viajeros a punto de retirarse. Miró su Vara con curiosidad. Era extraña,
cualquier cosa menos recta, y en cada una de sus singulares curvas aparecía la sombra o
la imagen de algún objeto. Algunos eran artefactos forasteros. Otros, parecían figuras y
cuerpos geométricos. Drassy sonrió. Sin duda, los trofeos de cada Vara tenían que ver
con las cosas que los magos valoraban más. ¿Sería esa cosa cuadrada de la curva
izquierda un control remoto? No consideró oportuno preguntar, pero en el tetraedro que
coronaba la Vara, brillaba una enorme esmeralda, y a ésta sí la reconoció: el Ojo del
Vigía.
Aurum y Dherok unieron sus varas, y la luz verde de la esmeralda bañó las varas
de Vann y Drassy. La varita torneada respondió con un remolino de color, y su forma
fluctuó ligeramente. Por un segundo pareció crecer para convertirse en un cetro, y casi
de inmediato, la ilusión se desvaneció. Era tan solo la varita torneada de cuatro colores
de una bruja común. Tanto Dherok como Aurum la miraron frunciendo el ceño.
— ¿Qué crees, Aurum? ¿Llamamos al Anciano?
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Diana estaba en la puerta, todavía esperando. Por alguna extraña razón, algunos
fragmentos de conversación habían llegado a su mente, ya que no a sus oídos. Más
temprano en la cena, habían sido comentarios sueltos. Volvió a preguntarse por qué.
¿Por qué seguía escuchando en su cabeza la profunda voz del mago de verde y las
contagiosas risitas de su esposa? Ahora pensaba, y escuchaba... la Frontera, el Vigía...
Luces y sombras... Que decidan los Tres. Su curiosidad se había despertado. Los
estaremos vigilando. ¿Quiénes eran estos viajeros?
— Diana, querida...
Diana salió de su ensimismamiento con un sobresalto. El profesor Aurum estaba
allí, en la puerta. Su expresión era ligeramente culpable.
— Tendré que pedirte que te ocupes de nuestras visitas. No quedan más
anfitriones que puedan hacerse cargo.
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Capítulo 3.
Las Pequeñas Hadas.
Diana se despertó y sonrió a la luz del sol que entraba por la ventana. Y de
pronto todo el extraño asunto volvió a su memoria. La sonrisa se esfumó. Se levantó de
mala gana.
— Qué cara tenemos hoy, — murmuró Beryl al verla. Diana le hizo una mueca y
le lanzó uno de los almohadones del sofá.
— Dijiste que a algunos no nos habían puesto en la lista de anfitriones, —
replicó con los brazos en jarras, mientras la otra esquivaba el almohadón.
— Es cierto, — dijo la muchacha encogiéndose de hombros y levantando el
almohadón. — Yo tampoco tengo a nadie. ¿Quieres venir al lago esta tarde?
— No puedo. Yo sí tengo que hacer de guía, — dijo ella de mal humor. Beryl la
miró con sorpresa. El almohadón y su posible vuelo de regreso quedó olvidado.
— Pero Celina dijo...
— Pues, hubo un error.
— ¿Qué cosa dije yo? ¿Y por qué estás tan gruñona hoy?
Celina había entrado a la salita que comunicaba los cuatro dormitorios. La
última habitación estaba vacía esta semana, porque Milena se había marchado a ver a su
familia.
— No estoy gruñona. Estoy de mal humor, — dijo Diana, dándole la espalda.
Celina levantó la varita. — Y si me lanzas gusanos de risa otra vez, los hago rebotar en
ti. Y no los voy a quitar.
Celina se rió y bajó la varita.
— Bueno, está bien. Cuéntanos que te pasa.
— ¿Pasarme? Nada... Casi nada... Tengo que hacer de guía para dos brujos de
afuera. ¡Si no me pasa nada!
Ahora fue Celina la que la miró perpleja.
— Pero el profesor Dherok me dijo que...
— Que yo no estaba en las listas. Sí, muchas gracias.
— Bueno, tal vez podamos turnarnos, Beryl y yo... Y no tendrás que ocuparte de
ellos. Podemos ir a ver al Comites Aurum y...
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Luego trabajó con Magmas, con Nieblas... con todas las criaturas de dos elementos. Y
las de tres. Tuvo una época en la que intentaba modificar los pájaros de fuego para que
pudieran sobrevivir a la luz del día. Tal vez esté en eso todavía.
— Un romántico como tú.
Vann la miró con media sonrisa.
— No te recomiendo que se lo digas en la cara. No te tendrá tanta paciencia
como yo.
— Pero lo es... Ustedes siempre están buscando la manera de proteger a las
criaturas que nadie más aprecia.
Vann se encogió de hombros.
— Que nadie las aprecie no quita todas las buenas cualidades que tienen. La
Rama Oscura es parte del Árbol, tanto como las otras.
Drassy sonrió, y reclinó la cabeza en el hombro de Vann por un segundo. Él la
miró y cambió de tema.
— Y entonces... ¿Qué harás con Diana hoy?
Drassy se enderezó con un suspiro.
— No estoy segura. Me parece pronto para Inga... Y la Cascada de los
unicornios... prefiero hablar primero con Nero. Él debe saber lo que conviene más. Me
gustaría algo más... inocente.
— ¿Inocente? ¿Contigo? La meterás de cabeza en las Grietas del Viento, o la
zambullirás en... ¿Qué pasa? ¿Qué dije?
La cara de Drassy brillaba de excitación.
— Las Grietas... Vann, eres un genio... ¿Has visto los jardines de Ingelyn?
— Sí, pero...
— No hay Flores de Ilusión.
— Cassandra... Las Ilusión demoran entre cincuenta y ochenta años en... — Y de
pronto Vann abrió grandes los ojos. — Nooo... ¿Vas a...?
— Voy a sembrarlas hoy, así las podré encontrar en los lugares que Andrei y
Siddar me enseñaron... me enseñarán, dentro de ochenta años o algo así...
Vann sacudió la cabeza, pero mientras lo hacía sonreía. La miró levantarse y
dirigirse a la mesa donde Diana intentaba terminar el desayuno.
— S-sí... Estoy lista, — dijo con un hilo de voz. Beryl estaba a su lado, y ella
podía sentir la mano de la amiga en la suya, pero aún así... El estómago se le había
convertido en piedra.
La bruja de pie junto a ella pareció no darse cuenta.
— Tengo que ir a buscar unas hierbas al risco, allá... — y señaló las colinas
detrás del castillo. — Supongo que no te molestará acompañarme. Mi esposo se quedará
en la biblioteca... y cuando él hace eso es el hombre más aburrido del mundo. Puede
pasarse semanas ahí...
— Pero, señora... No hay hierbas en el risco, — interrumpió Beryl. Diana le dio
un ligero codazo.
Drassy miró a la muchacha, y notó la corriente de afecto que unía a las dos
chicas. Aire y Agua. Y aunque se dio cuenta que faltaba alguien más, la tercera
muchacha, quienquiera que fuese Tierra, todavía no estaba aquí. Ni Fuego.
— ¿No hay? ¿Cuándo fuiste por última vez? Necesito Flores de Ilusión, y por lo
que sé, sólo las Pequeñas Hadas las cultivan...
— ¿Flores de Ilusión?
— ¿¡Las Pequeñas Hadas!? — repitió Beryl con los ojos brillantes. Ella nunca
las había visto; en el Interior, no, porque nunca había entrado, ni afuera, porque
habitaban lugares bastante apartados... como las colinas del norte. La bruja le sonrió.
— Tengo una idea. Vayamos las tres... Creo que si me permiten reducirlas un
poco las puedo llevar a las dos juntas...
— Yo... Yo no creo que... — tartamudeó Diana. Pero ni Drassy ni Beryl le
prestaron atención. Drassy ya había sacado la varita de entre su cabello, y Diana vio, no
sin susto como el mundo crecía a su alrededor. Escuchó a la bruja decir:
— Suban en mi espalda, pero no me tiren de las plumas... Me da cosquillas...
Y Diana vio que la mujer levantaba los brazos y se transformaba en una enorme
águila blanca. El miedo desapareció de golpe, y con Beryl, treparon de un salto en la
espalda de la bruja.
Desde la puerta, Aurum las observaba. Vio a las niñas, reducidas a un tamaño no
mayor de diez centímetros, montar en el águila blanca, y al águila levantar vuelo, lenta y
majestuosa. Las vio dar unas vueltas sobre los tejados del castillo, y las vio asomarse a
la ventana del Anciano Mayor. Un rayo de luz de color las sorprendió desde la ventana,
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Cuando Drassy levantó vuelo, sintió que los talones de Diana se afirmaban en
sus costados. Si hubiera tenido boca, hubiera sonreído. La chica sabía volar. A la parte
más animal de su mente, la invadió un sentimiento de seguridad. Y cuando Diana tiró de
las plumas de la derecha, para hacerla virar hacia la ventana de la torre del Anciano
Mayor, no pudo ni quiso desobedecer.
Jugar en los rayos de luz del Anciano había sido divertido, pero ahora tenía que
volar en serio. Sintió la luz que la seguía, y aleteó más fuerte, para darse impulso y
tomar velocidad.
El vuelo era largo. Pero Drassy ya había cubierto distancias como esa antes. Dio
unas vueltas sobre el bosque, como para tomar altura y verlo todo en perspectiva, y vio
el humo negro de Vann que volaba hacia la cascada. Iría a vigilar a Djarod, supuso. Voló
más arriba, abriendo los círculos, y se lanzó como una flecha hacia las colinas del norte,
azuzada por los gritos entusiastas de las muchachas que llevaba en la espalda.
ellas les ofrezcan. La hospitalidad es muy importante para ellas. Beban todas las
bebidas, y prueben todas las golosinas, y huelan todas las flores... Todo lo que ellas
hagan, traten de hacerlo también... No creo que pase nada malo...
Mientras hablaba, Drassy había ido rodeando la mata, hasta colocarse entre el
áspero tallo y la pared blancuzca.
— ¿Adónde vamos?
— Ah, aquí. Aquí está la puerta... No se asusten, ríanse de todo, y no tengan
miedo. Sean corteses. Y recuerden; las Pequeñas Hadas son sumamente curiosas...
Y Drassy les echó una última mirada antes de tocar la pared del risco y abrir la
puerta a la maravillosa ciudadela de las Pequeñas Hadas.
La cascada de los unicornios estaba sumida en una penumbra dorada. Hacía algo
de frío, y Vann se preguntó por qué. Desde que visitaba este lugar en compañía de
Drassy, el rincón del agua se había vuelto un lugar cálido y acogedor. Y sin embargo,
hoy... Pensó que podía deberse al hecho que la Guardiana no había llegado aún a estos
lugares. De hecho, ninguna de las tres Guardianas lo había hecho aún. La mayor de
ellas, Alice debía ser apenas un bebé. Y la Serpiente... Mm, no. No tenía idea de qué
podía estar haciendo Althenor ahora. O de si era ya Althenor. Por lo que el sabía de la
historia de su antiguo enemigo, Althenor podría haber cambiado de cuerpo unas cinco o
seis veces, y eso le daba... que según sus cuentas, la Serpiente era mayor que Aurum.
Pero... Pero según la historia que Drassy había contado en su primer año en el Trígono,
la Serpiente había matado a Alice y descubierto a Lanara de Huz siendo todavía un
estudiante. Vann suspiró. No, no sabía qué hacía o dónde estaba su antiguo enemigo.
Sólo podía suponer que era a él, el mismo viejo enemigo de siempre, a quien debía
enfrentar. Sólo Althenor había encontrado la forma de pasar a través de las puertas del
tiempo, y podría haber vuelto atrás para cambiar su pasado. Pero... ¿Y si no era él? Vann
miró a su alrededor, confundido. ¡Ojalá supiera a quién enfrentaban! Lo único seguro
era que quien fuera tenía a Adjanara por enemiga, porque estaba socavando la misma
fuente de su vida.
El problema había empezado unos meses atrás, en el verano. Su madre había
pasado las Llaves a la nueva Dueña, Solana de las Colinas Azules. Solana había dudado
un poco en aceptar. No quería dejar la casa de su marido, el Mago Drovar. Pero, entre
Cassandra y Adjanara terminaron por convencerla. La hechicera mudó la Torre al risco,
en el límite entre las Colinas Azules y las tierras de Zot, el yermo, aquella estrecha
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llamada que sólo ella podía oír. El mismo gesto que Drassy hacía. Y vio a Argéntea dar
uno o dos pasos dentro del agua, y las Gotas de Luna que bajaban en el agua, la
envolvían y se la llevaban, convertida en una forma de agua brillante y traslúcida.
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Capítulo 4.
La hospitalidad de Basilisa.
La ciudadela de las Hadas se abría en círculos como los pétalos de una flor. Las
casas, de tenues colores, lila o rosa, eran altas, y por la fragancia y la forma como se
mecían en la brisa, parecía que realmente estaban construidas con pétalos. En el centro
de la ciudadela, una alta torrecilla de cristal simulaba un gigantesco (para las hadas)
pistilo, y los centenares de farolas de cristal que bordeaban las calles imitaban las
anteras amarillas y doradas.
Tanto Diana como Beryl miraban a su alrededor asombradas. Por supuesto,
nunca antes habían estado aquí. Luego de dejarlas admirar la ciudadela desde el risco
por unos momentos, Drassy les señaló un sendero que bajaba hacia la ciudad.
Drassy caminaba, decidida adelante. Guió a las muchachas por las sinuosas
callejuelas, a cuyos lados se levantaban paredes rosa, celeste, azules o lila, suaves como
pétalos, y con ocasionales orificios, como pequeñas puertas, o mejor, como túneles, que
curiosamente parecían mordidas de gusanos en una verdadera flor. Pero todas las
puertas estaban hoy cerradas y oscurecidas.
— ¿Por qué no hay nadie? — preguntó Beryl al cabo de unas pocas calles.
Drassy sonrió. La chica había canturreado con la voz aguda y musical de un Hada. Era
lógico; al cabo de unos momentos, la transformación exterior proseguía hacia adentro,
tanto más profundamente cuanto más sensible era el sujeto. Era una de las mejores
formas de contactar otras especies en el Interior: volverse uno de ellos, por dentro y por
fuera.
— Mm... No lo sé. Tal vez salieron... — dijo con calma. — Tal vez estén
reunidas en la plaza... o fueron a cazar gotas de rocío... Nunca se sabe lo que las
Pequeñas Hadas van a hacer...
Diana hizo un ruidito. Drassy se volvió a mirarla.
— ¿Qué sucede?
— Me... me siento rara... — dijo, sonrojándose. Drassy se detuvo y la miró con
más atención.
— ¿Qué te pasa, corazón? ¿Te sientes enferma?
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Drassy había seguido a pie por las callejuelas perfumadas por un largo rato,
antes que a ella también le empezaran a cosquillear las alas. Sonrió para sí misma.
Hacia mucho tiempo que había visitado a Basilisa por primera vez, y todavía recordaba
el escozor en su espalda y sus manos. ¡Sí que se había metido en problemas en aquella
ocasión! No había dicho nada a las chicas para no preocuparlas, pero las Pequeñas
Hadas tenían algunos puntos oscuros en sus vidas y en sus dominios. De todas maneras,
eso estaba lejos de aquí, lejos en el espacio y en el tiempo. Y Drassy, al estilo de las
hadas, se encogió de hombros y sacudió las alas para desprenderse del polvillo que se le
estaba acumulando encima. Luego echó a volar con un revoloteo lento y perezoso por
las desiertas y enredadas callejuelas.
más y se preguntó qué estaría haciendo Drassy ahora. Esperaba que a ella le estuviera
yendo mejor que a él. Si al menos...
Dos pájaros negros se cruzaron inesperadamente en su camino. Fuera de
estación, fuera de lugar, fuera de los cazaderos... Las cintas rojas en la pata de uno de
los pájaros lo marcaban como Cazador de los oscuros. No un simple Rastreador: un
asesino. Vann se detuvo. El aire a su alrededor se torneó y arremolinó, y una de las aves
volvió la cabeza y lanzó un grito. Vann contuvo un estremecimiento. El pájaro tal vez lo
había conocido. O presentido...
El hechicero miró alejarse las aves un momento, y se diluyó un poco más en el
aire neblinoso. Las nubes tal vez disimularían su esencia. Si lo hacían con Drassy y su
perfume de jazmines... Pero Drassy era amiga de Céfiro y del Rey Dragón... Y de
Nadie. Vann ahogó un suspiro y alejando todo pensamiento de su esposa, para que las
aves cazadoras no pudieran escucharlo, se concentró en seguir a los pájaros negros hacia
donde quiera que fuesen.
Los pájaros negros se alejaban hacia el noreste. Vann los siguió con cautela. Las
nubes no lo ayudaban. El cielo se aclaraba en esta dirección, y los jirones de neblina
empezaban a ralear. El humo oscuro subió en el cielo y se disolvió un poco más en el
aire. Vann sabía que era muy peligroso, pero... Observando la dirección que los
cazadores habían tomado, lo consideró por demás oportuno. Iban hacia el Yermo.
El agujero parecía una cueva. Se hundía un poco y subía otro poco, y Drassy se
encontró de pronto gateando sumergida en miel, por un largo, muy largo túnel. Pronto
perdió el sentido de la orientación. Las alas se le raspaban contra el techo y las paredes,
y por los tirones en su espalda, adivinó que se le estaban rompiendo. Pero luego de una
vuelta de sifón, se encontró en un espacio redondo, completamente limpio, y con varias
entradas de gusano, pero una única salida... arriba del todo. Su guía, el pez de miel,
había desaparecido. Drassy intentó alcanzar el orificio en el techo, pero no pudo
hacerlo. Sus alas ya no servían para volar, ni para nada.
— ¡Beryl! ¡Diana! ¿¡Dónde están?!
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Unos ruiditos suaves llegaron desde alguna parte. Pero el borboteo de la miel
que empezaba a inundar la cámara no le permitieron escuchar.
— ¡Diana! ¡Beryl! ¡Contesten!
El sonido aumentó un poco.
— ¡Extraña!
La cara de Basilisa asomaba por el orificio superior de la cámara. Pero alguien
más volaba con ella.
— ¡Es Drassy! ¡Está ahí!
Drassy suspiró aliviada. Era la voz de Diana. La cara de la muchacha asomó
junto a la de la Pequeña Hada.
— ¿Diana? ¿Beryl? ¿Están bien?
Una risita fue la respuesta. Y otra cara desplazó a la de Diana del agujero.
Drassy sonrió.
— Podríamos preguntarte lo mismo, — dijo Beryl.
— Pero por lo que se ve, la que está en un apuro eres tú, — dijo Basilisa,
volviendo a aparecer.
Drassy miró a su alrededor. La miel ya le volvía a cubrir hasta la cintura. Y se
encogió de hombros.
— Si nadé en miel una vez, supongo que puedo hacerlo de nuevo... — dijo con
calma.
Las risitas de Diana y de Beryl la reconfortaron.
— Pero no creo que sea conveniente. Ayúdenme, chicas...
Y guiadas por Basilisa, Diana y Beryl entraron en la cámara y sacaron a Drassy
del charco de miel que se estaba formando.
El ave negra estaba posada sobre la Gran Piedra. Vann se detuvo en suspenso, un
momento, todavía invisible, sintiéndose atravesado por la mirada del grajo. Las cintas
rojas habían desaparecido, pero de alguna manera, Vann tenía la sensación que se
trataba de uno de los pájaros que había estado siguiendo.
¡Crak!
Vann rodeó el claro del Altar de la Tierra, y la alta hierba se movió a su paso. El
ave siguió el movimiento con la mirada. Pero si fuera uno de los cazadores, no podría...
no debería estar sobre la Gran Piedra. Althenor nunca había podido acercarse a ella
siquiera...
¡Crak!
Vann se estremeció. Donde quiera que se detuviera, los ojos del pájaro negro lo
seguían. Volvió a rodear la roca, acercándose lentamente hacia el pájaro.
¡Crak!
Consideró si debía materializarse y atrapar al ave con algún hechizo adecuado.
Estaba a punto de hacerlo, y las hebras de humo negro de la transformación se
enredaban ya en las hierbas, cuando el otro pájaro se acercó volando desde algún lugar
más al norte.
¡Crak! ¡Crak!
El pájaro chasqueó el pico contra la piedra, y gritó un par de veces. Y levantó
vuelo, siguiendo al otro pájaro. Vann se quedó un momento en suspenso. Estaba seguro
que el grajo lo había mirado a él antes de irse con el otro. Que lo había mirado y le
había ordenado que no lo siguiera.
— Bueno... Esto servirá... Hay dulce de rosas, rocío de jazmines... miel... aunque
creo que ya han tenido suficiente de esa... y bolitas de azúcar, y néctar de narcisos...
— Necesitábamos Flores de Ilusión, — dijo Diana de pronto. — En realidad
venimos por eso...
Y se sonrojó al decirlo. No se había podido contener. Drassy sonrió, y Basilisa se
volvió a ella.
— ¿Ilusión?
— Sé que ustedes las cultivan desde hace mucho, — dijo. — Y en los Jardines
de Ingelyn no quedan más.
— Hace muchos años que Ingelyn no viene a buscar Flores de Ilusión.
— Es que murió hace siglos, — dijo Beryl, bastante perpleja. — ¿Es que no lo
sabías?
Basilisa la miró algo confundida. Y Drassy soltó una risita que rompió la
perplejidad de las muchachas.
— No, ella no puede saberlo. Las Pequeñas Hadas viven o muy poco, o muchos,
muchos años....
— ¿Cuánto viven las Hadas?
Drassy sonrió.
— Lo mismo que las mariposas. Pero cada cierto tiempo, nace una con la
capacidad de vivir más allá de la vida normal de las Pequeñas Hadas. Puede llegar a
vivir muchos siglos...
— Esas Hadas son educadas y se convierten en Cuidadores, — dijo Basilisa en
voz baja.
— Y tú eres una de ellas, Basilisa. Por eso es que has leído los antiguos
manuscritos.
— Por eso es que la reina no quiere escucharme, — dijo Basilisa frunciendo los
labios. — Sólo soy una Cuidadora.
Drassy sonrió de nuevo y asintió.
— En otros lugares, — dijo lentamente y con cautela, — eso ha llevado a la
extinción de las Pequeñas Hadas. Conozco a un clan de ellas que casi murieron en un
terremoto. Entonces uno de los Cuidadores se levantó y llevó a los que quedaban a un
lugar más seguro. Lo llamaron Padre de las Pequeñas Hadas. Y ya no tuvieron más
reinas... Solo un Padre, o una Madre de Pequeñas Hadas.
44
Basilisa la miró con el ceño apenas fruncido. Esta extraña la había llamado
Madre de las Pequeñas Hadas a ella. Y ahora le decía... Sacudió la cabeza. No, ella no
se sublevaría contra la reina. Por mucho que esa Hada torpe y presumida no quisiera
hacerle caso. Ella guardaría las botellas de miel y el año que viene igual tendrían qué
comer, aunque las farolas no produjeran néctar ni miel. Ya se las arreglarían.
— En cuanto a las Flores de Ilusión... — dijo, cambiando de tema. — Creo que
puedo conseguirles algunas cuando las otras regresen...
Drassy sacudió la cabeza. La inundación sería grande esta vez, y ella no podía
esperar tanto.
— Sólo necesitamos unas semillas, — dijo. — No queremos las flores todavía.
— Pero, — protestó Beryl, — Las Flores de Ilusión tardan...
— De cincuenta a ochenta años de los humanos en florecer.
— Y son muy delicadas. Algún año demasiado frío, o seco, o demasiada tristeza
en la gente del Trígono, y...
— ¿Para qué sirve la Flor de Ilusión? — preguntó Diana de repente, algo
recuperada de la turbación que le causaba su atrevimiento.
— Combate algunas malas sensaciones. La desazón, la desilusión, la tristeza...
— El miedo, — completó Basilisa. — ¿Es por eso que la buscas?
Drassy se volvió hacia el Hada con sorpresa.
— ¿Por qué lo dices?
Basilisa se limitó a hacer una mueca y pasar a Drassy una sartén plateada, que
brillaba como un espejo.
— No creas que solo las brujas pueden ver hacia adelante. Algunas de las Hadas
también podemos hacer magia.
Drassy miró a Basilisa y Basilisa asintió.
— Mira, Drassy, forastera en la ciudadela de las Hadas. Mira y busca tus
respuestas...
En el espejo plateado del fondo de la sartén, empezó a oscurecerse la forma de
una Torre, y unos pájaros negros volaban en círculos a su alrededor.
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Capítulo 5.
Alergia.
Era muy tarde en la tarde cuando el águila blanca entró por las ventanas abiertas
del comedor del Trígono. El Comites de la Rama de Oro estaba allí, y miró al ave como
si ha hubiera estado esperando. A su lado, esperaba Vann.
Drassy se transformó junto a su esposo, y volvió a las niñas a su tamaño normal.
Cada una de ellas llevaba el cabello trenzado con infinidad de florcitas amarillas muy
delicadas, al igual que Drassy. Basilisa las había trenzado ella misma con sus deditos de
Hada. La bruja empezó a destrenzar las flores y a quitarlas una a una.
— ¡Niñas! ¡Quédense quietas!
— ¿Y? ¿Cómo les fue? — preguntó el Comites.
Las chicas estallaron en risas, y empezaron a hablar a la vez, sin poder
contenerse más. Drassy las miró con una sonrisa, mientras seguía deshaciendo las
trenzas. Ni Beryl ni Diana parecían darse cuenta que ya no estaban en el jardín de las
Pequeñas Hadas, ni en la cocina de Basilisa. Hablaban como ellas, moviendo los brazos,
interrumpiéndose una a la otra, y riendo cada dos o tres palabras. A Drassy le estaba
costando mucho rescatar las flores.
— Drassy... — dijo Vann.
— Ya conoces la hospitalidad de Basilisa. El licor estaba muy fuerte, eso es
todo... Ellas... Están algo intoxicadas todavía. Demasiadas gotas de jazmín y bolitas de
azúcar...
— ¡Niñas! No habrán bebido de ese licor, espero... — Pero mientras el Comites
Aurum miraba y trataba de escuchar el relato de las chicas, que tiraban cada una de un
brazo, como si fueran niñas pequeñas, Vann se volvió a Drassy.— No habrás bebido tú...
Tu alergia...
— Solo tomé un trago. Sabes cómo se pone Basilisa cuando no aceptas su
hospitalidad. Y me dio una botella de licor de risas para esta noche... para nosotros...
— Pero, Drassy... No puedes beber de eso...
— Tengo un poco de comezón, nada más. Y podemos compartirlo. Sabes que
ella siempre sabe si uno se toma o no su bebida.
— ¿De qué bebida habla, señora Dimor?
46
Y sin previa advertencia, levantó a Drassy en vilo y se la llevó del comedor ante
la mirada sorprendida de Aurum.
— ¿Qué pasa?
— El chocolate... Sabe mal... ¿Pescado, no? — Beryl asintió apartando la taza.
— ¿Podrías...?
— ¿Podrías no intentar hacer más magia hasta que se te pase? — dijo Vann de
mal humor. Y sacudió su varita negra en dirección a las muchachas.
— Prueben ahora. Si quieren más azúcar, hay en la mesita del té. Cassandra,
quédate quieta. Estoy ocupado, y preferiría que no me interrumpieras.
Ella le sonrió débilmente desde la almohada, y escondió el brazo bajo las mantas
otra vez. Él se fue, meneando la cabeza.
— ¿Por qué está tan enojado contigo?
— No está enojado... ¿Más azúcar? El azucarero...
— Está perfecto. Nunca había probado un chocolate mejor que éste...
— Se parece al que hace mi madre... — dijo Diana. — Nadie sabe hacerlo igual.
Drassy sonrió.
— La madre de Vann lo hace así... Es una receta de familia, creo...
— ¿Qué es lo que te pasó, Drassy? — interrumpió Beryl. Diana calló de pronto,
atenta. — Estabas bien después de la inundación...
— Mm. No, no fue por la miel... En realidad no es nada importante. Soy alérgica
a las pociones de las Pequeñas Hadas. Y el licor de risas que tomamos ayer...
Diana frunció el ceño.
— ¿Qué te hace? Porque no estás hinchada, ni estornudas, ni nada parecido...
Drassy sonrió.
— No, no es una alergia de las forasteras... ¡Ojalá fuera eso! Esta alergia me
transforma. Es decir, descontrola mi magia... Y hace que me transforme en otra cosa. La
última vez me salieron tentáculos... Creo. Vann ¿no recuerdas qué...?
— ¡No! — fue la respuesta ladrada desde la habitación contigua.
— ¿Y por qué está enojado él? — susurró Beryl, mientras Diana miraba a la
puerta entrecerrada con los ojos agrandados por el susto.
— Porque él ya me lo ha advertido muchas veces antes...
— Te lo dije un millón de veces, que no bebas de las pociones de Basilisa... Ni
de las de ninguna de sus hijas...
— Pero Vann...
La puerta se terminó de cerrar con un golpe. Drassy sonrió, e intentó encogerse
de hombros.
49
— Sobreviviré...
— No pensaba en eso. Los Tres deben ser tan quisquillosos ahora como el
Maestro. No sé si tolerarán una hikiri de Guardiana...
— Entonces habrá que detener la transformación antes se que se complete. ¿A
quién podemos pedir ayuda aquí y ahora? ¿Nakhira?
Vann hizo un gesto de franco disgusto, y sacudió la cabeza.
— ¿Nero? ¿Ara?
— ¿Sabes? No los he visto desde que llegamos. Y me extraña bastante que el
Señor del Bosque no se haya presentado todavía...
— Bueno... Faltan muchos años todavía para nuestro tiempo... Tal vez no están
todavía por aquí... ¿Y Gaspar?
Drassy se refería a Gaspar Ryujin, el Ryujin, el rey dragón.
— Todavía no te conoce.
Drassy hizo un gesto de disgusto.
— Las Esporinas.
— ¡No! Y además no estamos en luna llena.
— ¿Entonces, quién?
— Mm... No lo sé.
Drassy guardó silencio unos momentos, y se volvió a remover en la cama,
incómoda.
— Tengo sed... — murmuró al cabo de un rato. Vann la miró a medias
compasivo.
— Está bien... Espera un poco...
Y Vann movió la varita, murmurando unas palabras en voz baja. La cama de
Drassy se transformó en una pecera poco profunda, y Drassy se hundió en el agua con
un ligero siseo. El agua borboteó, y ella completó la transformación con un suspiro de
alivio.
— Ah...
— ¿Percibes a los Tres? — preguntó Vann, inquieto, vigilando las paredes y la
puerta. Drassy se recostó en el fondo de la pecera, llameando suavemente desde un
cuerpo de serpiente. Vann se volvió a ella.
— ¿No puedes hablar?
Las llamas de Drassy subieron un poco y volvieron a bajar.
51
— Sí, claro que puedo... Pero preferiría descansar un poco... Ven aquí...
Conmigo...
La voz era apenas un susurro. Vann la miró un momento más. Y murmuró, en
dirección a la puerta:
— Levántate, muro de silencio...
caso de fácil solución. Y si ese era el único problema... En cuanto a las visiones de la
sartén de Basilisa, pues... Tal vez reflejaba alguno de sus miedos, como decía Vann.
Después de todo, habían venido aquí pensando combatir a la Serpiente, o algún enemigo
de talla similar. Si la Vara todavía estaba suelta... Pero, eso no preocupaba a Drassy
ahora. Ella había visto quebrarse la Vara, y no la temía. Las Tres Serpientes ya no tenían
poder sobre ellos. Ahora, hundida profundamente en el agua tibia, ella repasaba las
imágenes que su esposo había traído directamente a su mente.
Argéntea salía del agua. Los Cristales de Luna se retiraban, y el agua se veía
curiosamente oscurecida. Vann estaba en las sombras del borde del claro, con la capa
de Argéntea en las manos. Drassy admiró la figura de la anciana hechicera, su aura de
poder, todavía reflejando las luces de plata de los Cristales de Luna, y su vestido
transparente y mojado.
— ¿Jared? No. ¿Quién está ahí?
— Mi nombre es Vann. Vann Dimor...
La anciana lo miró un segundo más, y avanzó unos pasos en dirección a su
capa.
— Eso no es cierto, — dijo.
Vann le tendió la prenda y se encogió de hombros.
— Lo es en este momento.
La hechicera lo miró a los ojos.
— ¿Qué deseas de mí..., Djavan...? ¿¡Fara!?
A pesar de verse sorprendida, la bruja lo miraba de tal manera que Vann
encontraba imposible separar la vista de sus ojos.
— ¿Eres pariente de Djarod? No... No lo puedes ocultar... Tienes fuerza,
Djavan, pero no puedes ocultarte de mí... Responde.
Vann se limitó a levantar su escudo mental, y expulsarla de su mente. La bruja
continuó mirándolo, con media sonrisa en la cara, siempre presionándolo para saber lo
que pensaba.
— ¿Vas a seguir haciendo eso? — preguntó Vann finalmente.
— Sólo hasta que tus respuestas me satisfagan. ¿Quién eres? ¿Qué quieres de
nosotros? ¿Del Trígono?
Vann reprimió un par de imágenes que saltaron a su mente. Sin embargo,
Argéntea sonrió.
53
— Le contamos a Celina... Ella cree que puede hacer algo que te aliviará. — Y
Diana miró un momento al piso. — ¿Crees que puedas venir a nuestras habitaciones?
Celina necesita dibujar un círculo y otras cosas...
La hikiri había levantado la cabeza.
— ¿Ahora?
Diana asintió con la cabeza.
— Me encantaría, pero no puedo transformarme.
Diana miró a su alrededor, buscando una solución. Y de pronto su mirada se
detuvo en la tetera.
— ¿Y si...? — murmuró.
Drassy la vio levantarse y vaciar la tetera por la ventana. Se acercó a la pecera y
hundió la tetera en el agua.
— ¿Y si entras aquí? — dijo, casi sin mirarla.
— No puedo hacer magia. Mi chocolate sabe a pescado, ¿recuerdas?
— Entonces lo haré yo, — dijo Diana. Y miró asustada a la serpiente. —
¿Puedo...?
Por toda respuesta Drassy enrolló sus largos anillos y levantó la cabeza.
— Estoy lista.
Diana sacó su varita, y la movió un poco. Drassy se retrajo un poco, pero no se
redujo.
— Espera. Soy hikiri ahora, tienes que dar una orden más fuerte...
Diana lo volvió a intentar. Drassy se encogió hasta el tamaño de una lombriz, y
nadó alegremente hacia la tetera que Diana sostenía para ella. Sus llamas se levantaron,
rojas y doradas, casi escapando por el pico. Diana se asomó por la abertura.
— ¿Estás bien?
— Feliz. Muy feliz de que me saques de esta, Diana, futura hechicera...
— ¿Hechicera, yo? — se rió la chica, tapando la tetera. — No, no lo creo. Más
bien, ladrona de mascotas...
— Pues, vámonos antes de que mi esposo te encuentre con las manos en la
masa...
Diana se sobresaltó, y escondió la tetera entre su ropa, antes de salir corriendo
hacia sus propias habitaciones.
56
Capítulo 5.
Zarina.
— Fue el libro, — explicó Celina, todavía sonrojada. — El Libro hace cosas por
mí, a veces...
— Sí, es cierto, — dijo Drassy pensativa. — Pero es peligroso. Debes tener
mucho cuidado cuando trates de canalizar poderes superiores a los tuyos. Inga puede...
— ¿Inga? — Drassy calló de pronto. Las niñas la miraban, Diana y Beryl con
curiosidad, Celina con desconfianza.
— Ingarthuz. ¿No es ese el Libro de Inga, la Sabia, la mayor de los Tres del
Trígono, la que duerme en la cima del Árbol de las Tres Ramas?
Beryl soltó un suspiro. Diana miró al libro con admiración renovada.
— Esos son títulos muy antiguos, — dijo Celina, levantando el libro y
abrazándolo, como si temiera que la bruja se lo quitara. Drassy tuvo buen cuidado de no
acercarse a ella.
— Soy aficionada a la historia, Celina. Al menos a la del Trígono. Ahora...
— Te gustaría descansar un rato, — dijo Beryl. Había un toque de desilusión en
su voz. Diana la miraba, esperando.
— ¿Descansar? No, gracias. He estado todo el día durmiendo en una pecera.
Quiero algo más... entretenido.
— ¿El Jardín de la Amistad? Dijiste que...
— No, es algo tarde para ir hasta allá... ¿Qué tal...? — Drassy miraba alrededor
y se acercó a la ventana. — ¡Qué bueno! La ventana está sobre el lago...
Beryl soltó una risita.
— ¿En qué estás pensando? — preguntó Diana con lentitud.
— ¿Qué les parece si vamos al lago? Al lado de abajo, claro...
— ¿Qué? — dejó escapar Celina.
— Agua, niña. Ya sabes cómo es esto. Jugamos en el aire, aunque tú te lo
perdiste. Ahora queremos ir al agua... Vamos. Guarda ese libro de una vez y ven con
nosotros...
Y Drassy se encaramó en la ventana, seguida por Beryl y Diana, prontas a
lanzarse al lago. Celina las miró un momento, indecisa, y de pronto corrió a su
habitación a dejar el Libro y se zambulló tras ellas en las aguas azules del lago.
El brillo del sol centelleaba en la superficie, muy por encima de sus cabezas.
Todavía estaban en el aire, cayendo hacia el agua, cuando Drassy dijo algo que centelleó
a su alrededor como una luz verde y azul. Rompieron la líquida barrera, y el agua se
61
abrió para ellas sin golpearlas, salpicando apenas. Diana miró a sus compañeras, y de
pronto no pudo verlas. Solo cuando Drassy se movió junto a ella y le tomó la mano
pudo distinguirlas. La bruja las había transformado en otra de las extrañas criaturas del
Interior: eran ninfas de agua; ondinas.
El fondo del lago era un lugar agreste. No era igual al bosque, pero las
agrupaciones de largas algas rojizas, los pinos de agua, las largas hebras de elodea
formando matas y más matas, alrededor de las rocas del fondo... Era como el bosque, y
a la vez no lo era.
Drassy bajó hasta el mismo suelo arenoso, y tomó un camino que rodeaba unas
extrañas formaciones rocosas, evitando cuidadosamente el punto donde las rocas se
levantaban como una torre hacia la superficie.
— No me gusta ese sitio, — dijo Diana, lanzando burbujas de colores de tanto
en tanto.
Drassy la miró. En ese sitio se levantaría la Roca Negra, dentro de muchos años,
pero por ahora no había nada. ¿Podría Diana percibir las vibraciones de la magia aún a
través de las corrientes del tiempo? Como Dueña de la Torre, ella sabía que en el futuro
podría hacerlo. ¿Pero ahora? ¿Antes de haber pisado siquiera su umbral?
— A mí tampoco me gusta, — burbujeó en respuesta. La sombra acuosa de
Celina se les acercó.
— Mi Libro dice que bajo esas rocas duerme la Madre de las Serpientes, —
susurró. — Vayámonos de aquí.
¡Nakhira! ¡Con razón el lugar le desagradaba tanto! Tendría que haber
imaginado que la Antigua estaba de alguna manera relacionada con la Roca. Pero eso
sucedería dentro de mucho tiempo. El destino de la Antigua era diferente del de otras
criaturas. Después de todo, su huevo se había abierto en la Cueva del Tiempo, en el alba
del mundo de los hombres. Drassy se estremeció, recordando a su antigua rival, y se
concentró en las muchachas. No debía dejar que los duendes de agua las vieran, o
intentarían llevarlas a las cuevas del fondo.
— ¡Ey! Cuidado allá... Hay criaturas a las que no es conveniente seguir...
Llámenme si ven algo extraño... — dijo.
— ¿Extraño como qué? ¿Cómo ser de agua y no respirar? — rió Beryl. Diana
hacía burbujas rosa un poco más adelante.
— Si ven alguna criatura que...
62
— ¡Allá! ¡Miren!
Una sombra se deslizó rápida contra las rocas del fondo. Drassy se volvió a su
alrededor, en la dirección que Diana señalaba.
— Celina... ¿Dónde está Celina?
— Aquí estoy...
— ¡Uff! No te alejes, niña... Los duendes del agua no son muy confiables...
Celina asintió, pero sus ojos brillaban. Drassy miró atrás, adonde la muchacha
estaba mirando. El duende volvió a ser una sombra y se escurrió.
— Dame la mano. ¡Diana, Beryl! Las quiero aquí ahora... Cielos, este lago está
infestado de duendes...
Y Drassy tomó a las tres niñas de la mano, o del cabello o de lo que pudo
alcanzar, mientras ellas, medio hipnotizadas por los duendes, hacían esfuerzos por ir tras
ellos.
— ¡Maldición! — gruñó. Si no hacía algo pronto, los duendes la tendrían
rodeada en pocos momentos más. Y eran demasiados. Se llevarían a las niñas, y tal vez
hasta a ella. Con un estremecimiento, recordó la vez que Kathy casi desaparece en
aquellas cuevas, cuando tenía diez o doce años. ¿Antes o después de ser aprendiza en el
Trígono? No podía recordarlo. El tirón en su mano le recordó a las niñas que debía
proteger ahora. Se había descuidado mirando las rocas de Nakhira, y...
— ¡Auxilio! ¡Ayúdenme por favor!
Una sombra tenue y verdosa fue la respuesta. La presencia se extendió por el
agua como una corriente, haciendo vibrar las rocas, las algas, y hasta la arena del fondo.
Drassy apretó las niñas contra ella, y la corriente de luz pasó. Cuando abrió los ojos, los
duendes habían desaparecido.
— ¿Xanara?
La presencia se concentró en una especie de turbidez frente a ella, que fue
lentamente tomando forma como de mujer.
— Xanara, me preguntaba si podría encontrarte aquí... Quería hablar contigo...
— Mi nombre no es Xanara, extraña. ¿Quién eres tú? ¿Y quiénes te acompañan?
Drassy se detuvo. A veces olvidaba cuáles de las criaturas del Trígono dependían
de la línea del tiempo, y cuáles vivían fuera de él.
— Lo siento... Conocía a una Dama del Lago de nombre Xanara... Ella es mi
amiga...
63
— Yo soy la Dama del Lago. La única. Sabrás, por tu amiga, que solo hay una
de nosotras cada vez...
Drassy asintió. Xanara se lo había explicado a Kathy mucho tiempo atrás, el día
que la llamó para que jugaran bajo el agua. Pero las Damas del Lago eran criaturas
extrañas, diferentes de las ondinas de las que ella había copiado las formas para sí
misma y las niñas. La Dama sonrió de pronto.
— Me llamo Zarina. Seguramente tu amiga era mi abuela Xanara. De ella nació
mi madre Yassira, y de ella, yo, Zarina. Mi hija será como mi madre, Yassira, y mi nieta
será como mi abuela, Xanara... y su hija como la madre de mi abuela, Warfala... y
siguiendo la línea, copiaremos en nuestras hijas los nombres de nuestras abuelas hasta
volver al origen...
Drassy respondió con una reverencia. La Dama era la dueña absoluta del Lago,
salvo por la Cueva de las Serpientes, el dominio de la naga Nakhira. Pero aún los
protegidos de Nakhira evitaban entrar en conflicto con la Dama del Lago. La Dama
volvió a sonreír.
— Gracias por haberme librado de los duendes... Las niñas... No los conocen
bien, y es la primera vez que bajan al lago en esta forma...
La Dama del Lago todavía sonreía.
— Ha sido un placer. Este lugar es muy solitario, sobre todo en el invierno.
Pronto tendremos un techo de hielo sobre nuestra cabeza, y será tiempo de ir a dormir...
Drassy asintió. Las niñas se habían soltado de sus manos y ahora flotaban,
curiosas pero contenidas a su alrededor. Las ondinas eran mucho más apacibles que las
Pequeñas Hadas. Zarina las miró un momento con una sonrisa, como si pudiera leer los
pensamientos de Drassy.
— Mm. ¿Por qué no vienen conmigo? Hay un lugar muy agradable donde
podrán jugar sin que los duendes las molesten...
— ¿Podrías...? Gracias, Dama Zarina, de verdad te lo agradezco... No esperaba
que hubieran tantos duendes por aquí...
— Son más desde que el Dueño de la Torre nos visita, — dijo. — Por allá...
¿Ven el arco de piedra? Ese es mi jardín. Allá pueden jugar tranquilas...
Drassy nadó tras la Dama, mientras las niñas iban haciendo remolinos y
levantando burbujas a su alrededor.
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— ¿Por qué dices que las criaturas de la Otra Rama son más abundantes desde
que llegó el Dueño de la Torre?
Zarina se encogió de hombros. Estaban en lo que podría compararse al recibidor
de la casa de la Dama. Eso, en la medida que un ser cuya esencia fluía libremente en el
agua podía necesitar un lugar donde estar. En realidad, era simplemente su lugar
favorito. Una explanada de fondo arenoso, con arenas doradas y rocas de colores que
trazaban diversos dibujos en el suelo. No había paredes, y los espacios estaban limitados
solo por la imaginación de quien quisiera verlas. En algunos sitios, las elodeas crecían
en prolijos manojos, y unas extrañas algas de color, como si fueran flores, cubrían lo
que podía asimilarse al dormitorio de Zarina. Los peces paseaban libremente por la casa
de la Dama, pero las sirenas de agua dulce pedían permiso para pasar.
— Desde que sentimos la llegada del Dueño, las criaturas del Interior, las de la
Otra Rama, han querido ir a verlo. Algunos han pasado por el lago, incluso han salido
del agua. Le envié un mensaje para que viniera. No todas nuestras criaturas pueden
sobrevivir fuera del agua.
— ¿Le enviaste un mensaje? — preguntó Diana, muy sorprendida. Drassy la
miró. Había dejado a sus amigas jugando tras las elodeas y se había acercado a
escuchar. — ¿Por qué?
Zarina la miró un momento, con una sonrisa.
— Al Dueño de la Torre le importan todas las criaturas. No habíamos tenido un
Protector semejante desde... Mm. Desde que mi tátara abuela, Barislava habitó el lago...
Hace casi mil años...
— Mm. Casi mil años. ¿Y todavía lo recuerdan?
Zarina sonrió.
— Claro. ¿Cómo olvidar a Fiona, la que habla con las aves? Muchos del lado
oscuro se transformaban en secreto, solo para hablar con ella... Y ella siempre tenía
tiempo para todos...
Drassy sonrió. Ella sabía bien quién era esta Fiona. Se podía decir que la conocía
personalmente. Pero volvió la conversación hacia Djarod. Diana estaba escuchando
muy interesada.
— ¿Y el Dueño de la Torre?
Zarina soltó una risa de burbujas.
— No es tan bello como era Fiona... Pero igual se preocupa por lo que crece.
— Así que no es tan malo.
65
El regreso había sido rápido, y a Diana le sorprendió que Vann las estuviera
esperando en las escaleras del castillo con unas batas abrigadas para todas. Parecía saber
exactamente donde había estado su esposa, y qué había estado haciendo, aunque fingió
un gesto de fastidio al verla fuera de las habitaciones.
— Debí suponer que no te estarías quieta mucho rato, — le dijo. — Te vas a
resfriar.
Y Diana observó que él le acariciaba los hombros al ponerle la bata. Ella se puso
en puntas de pie para besarlo, y él frunció los labios en una sonrisa.
— Así que fuiste al lago... ¿Encontraste a Xanara?
— La Dama del Lago se llama Zarina, — dijo Diana. Vann la miró con una ceja
levantada. La niña que hasta ayer apenas se atrevía a mirarlos ahora le contestaba una
pregunta que ni siquiera iba dirigida a ella. Drassy era eficiente sublevando alumnos.
Muy eficiente, pensó. Y asintió, aceptando la respuesta.
— Es la nieta de Xanara y será abuela de Xanara... Heredan sus nombres en
orden alfabético, — agregó Drassy.
— ¿Orden alfabético?
Ella se encogió de hombros.
— Parece que ya había Damas en el lago en la época de los Tres... ¿Y a ti, cómo
te fue? ¿Encontraste la Torre?
Vann sacudió la cabeza.
67
Capítulo 6.
La Puerta del Invierno.
Los días habían pasado en relativa tranquilidad. Drassy continuó llevando a las
tres muchachas a diferentes lugares del Trígono, siempre con alguna excusa. Cuando
Celina volvió a preguntarle, ella se encogió de hombros y dijo sencillamente: Aire,
Agua, Tierra, Fuego... ya sabes cómo es, cómo se despierta la magia... Drassy había
mirado la cabeza de Diana, que en ese momento corría delante de ellas hacia los árboles
dorados del rincón del fuego de Ara. Celina siguió su mirada, asintió y no preguntó más.
Ara no estaba en casa. No era extraño. Después de todo, en toda la semana que
llevaba explorando concienzudamente los terrenos del Trígono, Drassy no había podido
encontrar a ninguno de los tres guardianes animales. Ni el pegaso negro, ni la orgullosa
naga, ni el fénix. Vann continuaba tratando de localizar la Torre. Pero Djarod la había
ocultado bien. Después de aquella frustrante conversación con Argéntea en la cascada,
la que Vann había espiado, el hechicero había desaparecido por completo.
— Tal vez se marchó, — comentó Drassy en cierto momento. Pero Vann se
limitó a sacudir la cabeza y fruncir el ceño. Drassy abandonó la discusión. Cuando Vann
tenía esa expresión en la mirada, más valía dejarlo en paz.
El Comites Aurum, por su parte, parecía haber dejado de preocuparse por ellos.
A veces se cruzaban con el profesor Dherok en alguno de los pasillos del castillo,
normalmente el que bajaba a las cocinas, pero el despistado Entrenador de Viajeros se
limitaba a sonreírles y saludarlos desde lejos. El resto de los visitantes se mantenían
ocupados en sus propios asuntos, y no los veían con frecuencia. Drassy pronto se
acostumbró a las habitaciones de huéspedes, y dejó de preocuparse. Al fin y al cabo,
estas parecían unas lindas vacaciones en el pasado de su familia. Y así pasaron los días
hasta la Puerta del Invierno.
Drassy se limitó a apretarse más contra él, mirando enrojecer el cielo desde sus
brazos.
— Y respecto a eso... — continuó él. — Has hecho maravillas con Diana. Su
timidez ha desaparecido.
— No, no lo creo. No es tímida con nosotros. No sé lo que le sucedería con un
desconocido.
— ¿Cómo va su Vara?
— ¿Su Vara? No la he visto aún. Sólo le he preguntado si está conforme con el
Trígono...
— ¿Y?
— No está lista para la Torre.
Vann se limitó a suspirar. Drassy lo abrazó y él sonrió, hundiendo la cara en su
cabello perfumado de jazmines. Lo que fuera, lo solucionarían a su tiempo.
La fiesta estaba en su apogeo. La cena había empezado como todos los festines
de la Puerta del Invierno en el Trígono, con una gigantesca montaña de nieve en el
salón, que estalló en luces de colores cuando todos terminaron de ocupar sus asientos.
Los coletazos de color se enredaron en los presentes, prendiéndose de las ropas de
algunos, y arremolinándose en torno de otros, y subieron hacia el cielorraso, donde se
transformaron en una llovizna plateada y luminosa. En la bruma plateada, las mesas se
cubrieron con manteles, aparecieron los cubiertos, y los ramos de flores de los centros
dejaron paso a una apetitosa cena caliente.
Esta vez, Diana, Celina y Beryl se ubicaron cerca de Drassy y Vann, en la misma
larga mesa. Drassy notó la mirada complacida del Comites de la Rama de Fuego, y lo
vio codear a la Comites Minh y señalarle a las chicas. Minh sonrió desde donde estaba.
Ella no las había visto por los invernaderos, pero Drassy le había enviado las flores de
Ilusión de las Pequeñas Hadas, con el pedido de que las sembrara en los lugares que
considerara más apropiados.
— ¿Cuándo crees que abrirán la Puerta? — preguntó Drassy a Vann en cierto
momento.
— No lo sé. Todavía falta mucho para que la Puerta se cierre... Tal vez veinte o
treinta años...
— Treinta y dos. La Vara que buscamos tiene otro dueño.
— ¿Qué?
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confiaba en ella. O no. Lo importante era que no interfiriera ahora. Las preguntas...
Bueno, podía contestarlas después. Tenía que detener a los Tres antes de que decidieran
emplear la fuerza contra Alsacia... quien quiera que fuese. Y Alsacia no quería
marcharse de aquí. Con desesperación intentó contener la ola de poder que se
concentraba sobre ella, y gritó.
— ¡Alya-zazee, ino antulave ité! ¡Ennaro vado!
Alsacia la miró sorprendida. Y de pronto, la ola de poder rompió y estalló,
lanzándola hacia atrás.
— ¿Qué haces? — gruñó una voz desde la puerta. Djarod había llegado.
— Los Tres la expulsan de este lugar. Las puertas están cerradas... — dijo el
Anciano desde atrás del Árbol que brillaba alrededor de Drassy. — Y en cuanto a ti...
— Puedes llevar a cabo tus entrevistas en la Torre, hechicero. Los Tres no se
opondrán... — dijo Drassy.
El hechicero de la Torre la miró unos momentos, entrecerrando los ojos. Drassy
no supo si fue por el brillo del Árbol que todavía la rodeaba, o por alguna otra razón.
Las voces de los Tres habían hecho eco en la suya.
— Está bien, — dijo simplemente. Y dándole la espalda al Trígono, se inclinó
sobre Alsacia y la levantó en brazos. Desde la puerta dijo: — Comenzaré con los
profesores mañana por la mañana. Tú vas primera.
Drassy no contestó. El poder se retiraba más rápido ahora, y se sentía mareada.
— ¡Cesano bero, cesano bero, bassilari adammir! — logró decir. Las luces que
formaban el Árbol se separaron y los Comites regresaron a sus lugares. Los círculos de
sombra, piedra y fuego desaparecieron. — Comites, dile a la Sombra que estaré en el
Interior.
Y Drassy desapareció con la luz que se desvanecía.
Capítulo 7.
Los Tres.
Los Comites del Trígono entraron juntos. El Anciano Mayor Kethor había
dejado a los aprendices en el castillo, con la promesa que al día siguiente, por la
mañana, todos entrarían juntos. Y los profesores de las cuatro alas se ocuparon de ellos.
La puerta principal esperaba a los Comites. No se podía expresar de otra manera.
El brillo en la pared blanca oscilaba, insistente, como una señal. Minh se lo señaló al
Anciano, pero el Anciano parecía haberse dado cuenta de algo más.
— No, no están inquietos, Minh. Nos esperan. ¿No sientes que no hay tensión?
La Comites de la Rama de Cobre asintió, todavía perturbada por lo que había
sucedido más temprano. El Anciano la tomó del brazo.
— No te sientas mal, querida. Alsacia podía haberle hecho lo mismo a
cualquiera de nosotros...
— Pero me eligió a mí...
— Cuestión de afinidad, — intervino Aurum. — Es increíble la forma en que
nuestra visitante solucionó el asunto.
Argéntea se limitó a mirarlo con suspicacia. Aurum le devolvió la mirada.
— ¿Qué?
— Que tú sabías más de esto de lo que nos dijiste, Aurum. No está bien que
tengas secretos para nosotros...
— Tú guardas los tuyos, y nadie te lo reprocha, Dama de Agua.
Argéntea hizo un gesto de disgusto. Aurum jamás mencionaba ese título suyo
delante de otras personas. Nadie lo mencionaba.
— Comites... — El Anciano intervino. — Ahora más que nunca debemos estar
unidos. Los Tres nos reclaman. Es probable que la Puerta nos separe, en cuyo caso...
— Nos reuniremos donde siempre, — completó Argéntea.
— Así es, querida. Y deja de gruñir por todo. Somos ramas de un mismo árbol,
recuérdalo.
— Maestro Kethor, nunca se ha apartado esa noción de mi mente.
El Anciano asintió, dejando pasar el tono de fastidio de Argéntea. Conocía bien
sus poderes, y las restricciones que el hecho de servir a los Tres le imponía, y las cosas a
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las que ella había tenido que renunciar. Si a veces gruñía un poco... Bien, no se lo iba a
reprochar. Se acercó a la pared, y la tocó en un par de sitios prefijados. La pared se
inundó de luz, y las puertas se abrieron.
La Comites Minh llegó a una pradera con olor a mar. Nunca había estado antes
aquí. Y sin embargo, el sitio le resultaba curiosamente familiar... En el centro de la
pradera, entre líneas de flores blancas que se mecían como la espuma de las olas, crecía
un árbol, y en el árbol centelleaba una joya. Empezó a caminar hacia allá.
El Comites del Fuego llegó a un lugar oscuro. Se movió con cautela, pisando
con cuidado el suelo rocoso, y escuchando crujir las piedras. Caminó un largo rato en
una dirección cualquiera. Era extraño. El Interior siempre se abría para él en un sitio
soleado y lleno de flores. Le pareció que escuchaba un llanto, más adelante, pero no
logró reconocer la voz. El quejido fue disminuyendo y desapareció. Y Aurum se
encontró caminando a ciegas en un pasillo oscuro. Extendió las manos hacia adelante, e
intentó tantear las paredes. La caverna en la que estaba parecía muy amplia. Sintió que
el suelo desaparecía delante de él, y una corriente de aire cálido tocaba su cara. Allá en
el fondo brillaba una joya. Aurum se detuvo, sacó su vara y se transformó en ave para
bajar hasta ella.
— Soy más que la Guardiana del Trígono. También custodio la Llave del
Tiempo. Zothar, no te resistas. Soy tu futuro, y tendrás que soportarme.
— No será tan malo, — dijo Vann. — Hasta me casé con ella...
Drassy volvió a reírse. Los Tres la miraban con algo de duda todavía.
— Pronto lo sabremos, — dijo Arthuz, con la misma compostura de siempre. —
Los Comites están por llegar. Si eres la Guardiana, le darás a cada uno de ellos un
recuerdo que nos satisfaga a todos.
Drassy asintió con una sonrisa. No eran las pruebas de Arthuz lo que la
preocupaban, sino las trampas de Zothar. Pero era otra cosa lo que ella quería averiguar.
— Dime, Amo del Fuego... ¿Por qué era necesario que esa hechicera se
marchara del portal?
El Anciano Mayor sacudió la cabeza. Él también hubiera querido saberlo, pero
no se había atrevido a preguntar.
— Ella está marcada, — gruñó Zothar. Drassy se volvió hacia él.
— ¿Marcada?
Arthuz meneó la cabeza con tristeza.
— La hubiéramos recibido aquí, antes... La hubiéramos ayudado si fuera
posible... Su poder es grande, y era muy puro, limpio... concebido en el origen del
mundo... Pero ahora está manchado. No podemos recibirla.
— No lo entiendo, — dijo Drassy. Vann reprimió el deseo de sacudirla. Los Tres
siempre actuaban igual con los que manchaban su poder.
— Ella ha sido marcada para los oscuros, — dijo Zothar. — Ha tenido tratos con
Doscaras y con Horrores del espejo. Estaba buscando algo, y ellos la encontraron antes
de que llegara a nosotros.
Drassy lo miró enojada.
— Ya hablamos de esto, Zoh. Tú eres el que menos puede juzgar a alguien por
tratar con esas criaturas...
— No sé de qué hablas, — dijo el espíritu secamente. Drassy siguió
enfrentándolo. Vann la retuvo por el brazo.
— Eso todavía no sucedió, Cassie. Falta mucho tiempo para que sus maniobras
queden al descubierto...
El fantasma lo miró todavía más furioso. De pronto, brillaba con una luz
verdosa, como si la imagen estuviera por estallar. Vann recordó aquella vez, cuando
Drassy había recibido la llamada, y Zothar se mostró furioso de que se hubiera elegido a
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una forastera... Siendo que él mismo se había casado con la forastera Fiona, y había
tratado con un Horror para que ella pudiera compartir su poder y ser bruja aunque fuera
a medias. Era un mentiroso, el rey de los mentirosos, este espíritu de la Otra Rama. El
resplandor dorado y rojo centelleó a su espalda, y Vann lo miró. La sombra del espíritu
de Fiona, rescatado solo después de que ellos vencieran a la Maldición de Zothar. Sí, el
Viejo tendría que esperar muchos años todavía para saber de lo que la Guardiana era
capaz. Mostró los dientes en una sonrisa irónica.
En ese momento, llegaba la Comites Minh, e Ingelyn en persona se adelantó a
recibirla.
— Minh, queridita... — saludó, tomándola de las manos. La Comites se sonrojó.
— Yo...
— No te avergüences, — dijo la hechicera de azul, que había terminado de
materializarse junto a su esposo. — No nos traicionaste, ni nos fallaste en ninguna
forma. Era la única manera de que la Guardiana se revelara al Trígono.
— ¿Qué? — saltó Vann.
La hechicera lo miró con una sonrisa.
— ¿Creíste que fue por casualidad, o que era un juego, Djavan de la Rama de
Plata? Sé quien eres, aunque mis compañeros no puedan decir lo mismo. Y sé quién
serás.
Vann se inclinó ante la Sabia.
— Te pido disculpas, entonces.
Drassy también le sonrió a la bruja azul.
— Esperaba que alguno de ustedes lo recordara... lo supiera, — murmuró. —
Pero pensé que sería él...
La Sabia se limitó a sonreír y sacudir la cabeza. Con un gesto le cedió la palabra
a Ingelyn.
— Comites Minh de la Rama de Cobre. Muéstranos lo que has encontrado...
Minh se sonrojó. Metió la mano en un bolsillo, y sacó una joya, un topacio,
tallado para representar la hoja de un árbol.
— ¿Es la verdadera Joya? — preguntó Drassy.
— No. Esa está en NingunaParte... hasta que sea rescatada. Pero toma esta joya,
y danos uno de tus recuerdos, Guardiana, para que la Rama de Cobre te apruebe.
Drassy sacó la varita y la giró un poco. El Cetro de los Tres apareció en sus
manos, e Ingelyn asintió con una sonrisa. Le indicó a Minh que tocara el topacio de
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Drassy con el que tenía en la mano, y cuando la Comites lo hizo, una nube rosada se
formó sobre el Cetro. Drassy lo movió para que la nube se ampliara y todos pudieran
ver las imágenes.
La imagen cambió.
Otros dos magos habían aparecido en sus lugares respectivos. El resto de los
estudiantes, aquellos que no habían huido todavía, lo hicieron ahora apretándose
contra las paredes del salón. Algunos de los maestros se levantaron.
— ¿Qué crees que estás haciendo, Zothar? — gruñó Arthuz. Ingelyn se hizo
cargo de la muchacha herida
— No pensarás, Arthuz, que yo iba a permitir que un manojo de sentimentales
como ustedes permitieran que cualquiera llegara a ser el Guardián del Trígono, —
contestó Zothar con desdén. — Trajiste las Tres Prendas. Pero yo no veo las Piedras,
— dijo. La diversión se leía en sus ojos. Drassy rebuscó en sus bolsillos. Arrojó las
piedras que había estado recogiendo a los pies de Zothar. Tres piedras. Las piedras
flotaron delante de los ojos del Espíritu.
— Ajá. Un rubí para el fuego de Arthuz. Un topacio para el elemento de
Ingelyn, tierra. Un zafiro azul para el aire, el elemento sin rama… Supongo que lo
tomaste del lugar de Arthuz… — Drassy no contestó. — Me temo que no están todos,
querida. Llámame cuando hayas hecho bien las cosas.— Él empezó a retirarse. Vann
sacó una piedra verde de su bolsillo y también la lanzó en dirección de Zothar.
— Ésta es la esmeralda de Zothar. La he guardado por años...— dijo. Zothar se
volvió y miró las cuatro piedras que giraban delante de sus ojos.
— Muy bien, pero todavía falta una, el Corazón del Trígono, la piedra del
Guardián. ¿No la tienes, aspirante a Guardiana? ¿O no has aprendido nada todavía?
Drassy pensó. Las piedras todavía flotaban en el aire, girando lentamente, tres
hojas del árbol, topacio, esmeralda, rubí, y un corazón de zafiro. Lo había visto antes
en las puertas. Solo faltaba el centro, el Corazón, el otro lado. Y de pronto, levantó los
brazos y las mesas desaparecieron. Levantó un pie, y dio un paso, y un giro, una
inclinación a la derecha, otra a la izquierda, y con una danza como no se había visto
antes en el castillo, convocó una a una a todas las criaturas de este y el otro lado. Cada
uno le trajo una parte del Corazón, una parte de su poder, una parte de su ser. Las
piezas formaron un montón a sus pies. Todos juntos, los del Trígono... Pero todavía
faltaba una astilla. Zothar dejó escapar una risa fría y cascada.
— Muy astuta, pero veo que todavía te olvidas de alguien.
Los ojos de Drassy se enfriaron. Se enderezó rígida.
— Nakhira... — susurró crispada. La enorme naga roja cayó frente a ella, como
si hubiera sido llamada. Drassy la miró fijamente, y la serpiente le devolvió fijamente
la mirada.
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Capítulo 8.
Respuestas.
‘Y... ¿si combinan sus fuerzas? Ya sabes... una noche de luna llena, los tres
juntos... Todo eso.’
‘La única persona que tenía la intuición para convocar y unir fuerzas antiguas
era la Guardiana. Por eso estoy aquí.’
‘Ya no soy la Guardiana.’
‘Pero lo fuiste. Debe quedarte algo de intuición.’
‘Toda la que quieras. Pero no tengo magia...’
El círculo de llamas empezó a girar más lentamente, transformándose en una
gargantilla. Esmeralda, zafiro, topacio, rubí. Y en el centro, un cristal blanco, tallado
como una lágrima, una pequeña réplica de la piedra central, la piedra de la
Guardiana.
Drassy se llevó la mano a su propio cuello, donde la gargantilla respondió con
un resplandor a las imágenes en la nube rosada.
Las joyas giraron hasta formar el clásico dibujo del triángulo con el zafiro en el
centro.
— Las joyas de la puerta, — susurró Drassy en la imagen, tendiendo la mano.
Pero las joyas desaparecieron al tocarlas. Arthuz sacudió la cabeza.
— Sí y no. Esas eran las joyas del collar de la Guardiana, premio que obtendrás
cuando restaures la Puerta. Entretanto, las gemas de la cerradura te estarán esperando
en el momento y el lugar adecuado. No puedes soslayar la búsqueda de las auténticas
Joyas, después.
— ¿Joyas auténticas? ¿De qué...?
El espíritu hizo un gesto vago, muy parecido a la fingida expresión de
distracción del Anciano Mayor.
— Cosas que el tiempo traerá. No tiene importancia por el momento. ¿Vamos?
Ustedes, los que aún respiran querrán disfrutar del final del banquete...
giró y se movió en lentas ondas hasta su final. La hebra verde se abrió en la columna
de luz plateada para dar paso al señor de la Rama de Plata.
Drassy, y también Vann, miraron con la boca abierta al espíritu que tenían
delante. No era el viejo Zothar. El espíritu les sonrió.
— ¿No lo habían adivinado, entonces? — dijo.
— No, — dijo Drassy sin aliento. — ¿Quién eres?
— Soy Zothar. De la manera que él debió ser. El Zothar que ustedes conocen, su
figura, su imagen, fue realizada por mí. Yo hice el papel de Protector cuando el
verdadero Zothar se marchó, luego de la muerte de Fiona.
— Pero, ¿quién...?
— Esta es la imagen del tío Solothar, si es eso lo que intentas preguntar. Los
otros señores de las ramas personifican ellos mismos a sus Protectores, pero yo debí
hacer el de Zothar. El se fue, y jamás regresó. Aún así, la Rama debía sobrevivir, y
ellos, los tres que quedaban me apoyaron. El encantamiento para hacer vivir al
Protector de la Rama de Plata fue demasiado fuerte para Solothar. Casi muere. Pero el
Protector, o sea yo, todavía perdura. Soy una mezcla de Zothar y Solothar, puede
decirse. El poder de uno, y la voluntad de construir, aprender y enseñar del otro. Y la
mezcla es tan poderosa, que yo, de entre los Tres, soy el único que puede adoptar
diferentes formas, a mi gusto.
Drassy lo miró completamente impresionada.
— No podíamos mantener esto en secreto de la Guardiana y el Vigía, — dijo.
Vann había entrado en el círculo. Estaba detrás de Drassy, sosteniéndola por la
cintura.
— Toma la Joya, por favor. Creo que todo esto es demasiado para mí hoy, —
dijo ella en un susurro. Hubo un frío relámpago de luz, y ella cayó sin fuerzas en los
brazos de Vann. La última Joya había sido entregada.
— Una vez más, Joya de la Rama, eres llamada a servirnos, — dijo con voz
fuerte. Drassy se estremeció. Joya empezó a aumentar de tamaño. — Una vez más,
Joya del Árbol, eres convocada...
Joya había crecido hasta tener casi el mismo tamaño de la Vara de Vann.
Djavan de la Rama de Plata descubrió su Vara y la golpeó una vez contra el suelo
blanco. Luego miró a Drassy.
— Descubre tu Vara, Guardiana...
Drassy se llevó la mano a la cabeza, donde normalmente usaba las dos varitas,
la torneada de colores y la de metamórfica como broche, y la desprendió. Mientras la
bajaba, la sintió que el Cetro de los Tres tomaba forma en su mano. La apoyó junto a la
Vara de su marido. Y entonces él sacó el objeto que había traído envuelto.
Las tres cabezas de serpiente rodaron, sueltas cuando la Vara de Zothar rodó
por el suelo. Drassy iba a levantar una de ellas, pero la mano de su esposo en su brazo
le impidió moverse. Ante su asombro, las cabezas empezaron a moverse en dirección al
vástago de la Vara a la que habían pertenecido. Joya se interpuso, siseando. Las
cabezas se sacudieron un poco más, y quedaron quietas, rezumando un líquido oscuro y
viscoso.
Drassy contenía la respiración. Nada bueno podía venir de la Vara de las Tres
Cabezas... Joya se enroscó y levantó la cabeza, siseando.
Las hebras de líquido viscoso se engrosaron, formando un riacho. Joya siseaba
con insistencia, como si estuviera lanzando un desafío. O un hechizo. Pero las hebras
de líquido seguían creciendo. De pronto, y sin previo aviso, la primera de aquellas
cabezas de serpiente se levantó, usando su riachuelo viscoso como si fuera un cuerpo.
Drassy imaginó lo que seguiría: Joya se levantó, amenazadora, y atacó a la serpiente
de la vara sin esperar ni permitir que se uniera con las otras. Una y otra vez, como un
ariete, la cabeza de Joya fue y vino, y cada vez, la serpiente de la vara perdía un trozo
de su improvisado cuerpo. Al final, la cabeza rodó de nuevo por el suelo, y Joya lo
aplastó en sus anillos. La segunda cabeza se levantó, y por tres veces se repitió la lucha
de Joya con las serpientes de la Vara. Por tres veces, Joya fue la que tuvo el último
movimiento. Cuando se retiró, lo que quedaba de las cabezas no era más que una
mancha viscosa y aplastada en el suelo.
Djavan de la Rama de Plata volvió a golpear con su Vara en el piso. Y algo
llamó su atención, porque de pronto, sonrió, y le tocó la mano a Drassy. La miró.
— No sé por qué, quieren que lo hagas tú... — susurró.
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Drassy golpeó con el Cetro de los Tres el piso blanco, y la Vara de la Sombra de
la Guardiana se torneó en torno a la suya, como una sombra. La Guardiana y su
Sombra... Ella también sonrió.
Joya se había subido al asta de la vara de la Serpiente y la había quebrado con
su peso. El crujido fue claramente audible.
— La Vara está quebrada, — dijo el Anciano Mayor, avanzando un paso. —
Althenor no se volverá a levantar.
— Althenor no se volverá a levantar, — repitió Drassy.
— No se volverá a levantar...
— No se volverá a levantar. Jamás.
— Alya-Zazee ha sido marcada por la Vara de las Tres Serpientes, la que tiene
Edenor, hijo de una pareja supuestamente forastera que se perdió en el Yermo hace
muchos años y se hospedó en una torre que dicen que hay en ese lugar. El muchacho
permaneció en la torre cuando los forasteros se marcharon. Y luego descubrimos que
había desarrollado poderes mágicos.
Drassy miró a Vann y Vann se estremeció.
— ¿Te parece que...?
— La Vara lo tomó. Tal vez Edenor fue el primero... O tal vez no. Nadie supo
eliminar la Vara cuando murió el primer dueño...
— ¡Zothar! ¿Cómo se te ocurrió dejar suelta una Vara de rizo de Esporina?
De pronto, Drassy se había vuelto, hecha una furia hacia el espectro del
hechicero, y lo enfrentaba, los brazos en la cintura. Vann miró burlonamente al
sorprendido espectro por detrás de la cabeza de Drassy, y la calmó apoyándole la mano
en el hombro y haciéndola volverse.
— Cálmate, — le dijo. — Ahora...
— Djarod necesita un aprendiz porque su tiempo en la Torre se acaba. Él siente
que ha llegado el momento de enfrentar a la Vara, pero no quiere dejar la Torre en malas
manos. Siempre nos ha sido leal, aunque aquí no lo hayan recibido, — dijo Argéntea.
— La Dama del Lago dijo que es un Protector, — susurró Diana. Aurum la miró
con una sonrisa. En otro tiempo, ella se hubiera desmayado en semejante compañía
como la que se encontraba ahora. Drassy le sonrió.
— Todos los magos de tierra son protectores... más o menos. Él es más selectivo,
y elige criaturas que...
— ¡Por favor! ¿Hikiris? ¿Glubs? ¡Déjalo que se quede con Alsacia y que se
ocupe de sus bestias!
Drassy miró sorprendida a Scynthé. Ella había sufrido heridas muy personales
con los Doscaras y los Horrores, pero... Bueno, no era momento de entrar en
discusiones. La sonrisa de burla de Zothar era muy clara ahora.
— Bien. ¿Por qué Alsacia no puede entrar aquí?
— Está marcada. Si le permitimos la entrada, los oscuros podrán abrirse camino
a través de ella. No puede pasar.
La voz de Zothar era fría, y su sonrisa helada, cruel. Sabía que Drassy no iba a
comprometer al Trígono en ese caso.
Drassy asintió lentamente con la cabeza.
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— Bien, lo acepto. Pero Djarod tomará un aprendiz de los nuestros. Y los Tres lo
permitirán, y mantendrán la tregua hasta que él elija.
Para sorpresa de los tres Comites, Zothar se inclinó ante Drassy y dijo:
— Se hará como tú quieras, Guardiana.
Zothar desapareció. Tras él, los otros Protectores también se inclinaron y
desaparecieron. El lugar quedó vacío.
96
Capítulo 9.
El Interior.
poco más que los demás, ver un poco más lejos, tener un poco más de control... Se
volvió a Vann.
— Amor, cuida a Diana. Comites de la Rama de Plata, te sigo...
Y se transformó en brisa para seguir a Argéntea que también volaba hacia algún
rincón del Trígono, profundo y secreto.
Las Fuentes del Interior estaban en un hueco entre dos paredes de roca blanca y
pulida como superficies de mármol. El agua nacía de la grieta que separaba y unía las
dos paredes, y se deslizaba susurrando hasta llenar una fuente que se separaba en otras
tres, formando un trébol en tres niveles. En cada salto, la cortina de agua se rompía en
miles de perlas de cristal e hilos de plata.
Las tres fuentes desbordaban por su borde más alejado, y el agua sobrante corría
como arroyuelo por un cauce de piedras blancas que se volvía más y más grises a
medida que se alejaban de las Fuentes. Argéntea se tomó unos momentos para
sobrevolar la superficie del agua, ya fuera para admirarlas, para que Drassy pudiera
hacerlo, o para que ambas pudieran ver sus reflejos en el agua. Drassy vio la sombra de
lo que había sido, y el fantasma de lo que había de ser. No supo interpretar la sombra de
Argéntea.
La Dama de Agua se detuvo junto a la mayor de las Fuentes. El agua susurraba
muy quedo ahora, y cuando la Dama empezó a hablar, en susurros suaves como el agua
que corre, el agua de la fuente guardó silencio para escucharla.
— Este es mi lugar en el Interior, — dijo. — Te he traído aquí para compartir lo
que Djarod vio antes de marcharse del Trígono, ya que parece que tú estás dispuesta a
ayudarlo a pesar de los Tres.
Drassy reprimió una sonrisa.
— Los Tres todavía no se han acostumbrado a mi independencia de juicio. No
resulté una Guardiana sumisa, que era lo que Zothar hubiera querido...
— Y les llevará muchos años más hacerlo, sin duda, — acotó seria, la Comites
de Plata. — Pero yo tampoco resulté lo que los Tres esperaban.
Drassy sonrió.
— Eres una ninfa de agua. O una Dama del Lago. Pero has sobrevivido a la
pérdida de tu lago.
— Mi lago... — Argéntea suspiró. — Supongo que estas cosas no se pueden
ocultar de la Guardiana... Mi lago estaba en los Jardines del Yermo... antes de que se
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El prado brillaba, lleno de sol. Al borde mismo del bosque, una pareja de
centauros cuidaba la entrada del camino al refugio de los centauros del Interior. A su
alrededor, retozaba una potranca. Apenas una niña centauro. Drassy la estuvo mirando
un largo rato desde donde estaba, sin decidirse a bajar. Solo cuando el sol del mediodía
alejó a los padres, y la pequeña centauro se dirigió al arroyo a beber, Drassy se
transformó y se acercó a ella desde el agua.
— Hola.
99
y le hizo señas con la mano. Lyanne lo dudó solo un momento más. Miró atrás adonde
se suponía que sus padres la esperaban, y se lanzó a la carrera tras la extraña.
La carrera no había sido larga. O tal vez sí. Cuando se detuvieron, el bosque ya
no se veía. La mujer se había detenido solo al llegar a la fuente del arroyo.
— ¿Pasa por tu casa, allá en el bosque, verdad? — preguntó de pronto.
La niña asintió.
— ¿Y alguna vez te has bañado en el arroyo al amanecer? ¿Para capturar los
rayos del sol en el agua?
Lyanne la miró sorprendida, y se sonrojó. Era precisamente por esa razón que
sus padres la habían castigado hoy, obligándola a permanecer de guardia con ellos hasta
que el visitante apareciera. Ella hubiera preferido quedarse en casa, jugando con los
otros niños.
De alguna manera la mujer parecía leer sus pensamientos, porque sonrió.
— No temas. Si lo has hecho está bien... Es solo que tus padres quieren
protegerte.
— ¿De qué? ¿Del agua fría?
Drassy volvió a sonreír.
— No. De esto... Del futuro.
En un solo movimiento sacó la varita que tenía sujetando su cabello y apuntó a
la espuma que se arremolinaba en torno a las patas de la niña.
— Vamos, salta... Levanta mucha espuma... — dijo entre risas. — ¡Atrapa si
puedes la luz del sol!
Lyanne la miró perpleja. Pero chapoteó como le pedían. Y cuanto más la azuzaba
la desconocida, tanto más ligero sentía el espíritu y con tanta más energía salpicaba
espuma en la cascada. Las dos terminaron empapadas y riendo.
Lyanne salió del agua fría jadeando. Pero la mujer permaneció un momento más
en el agua, dibujando algo en la espuma con la varita que tenía en la mano.
— Los centauros no usan varita, — dijo la niña desde la orilla. — ¿Quién eres?
—La Guardiana. Era a mí a quien esperaban tus padres...
— Guau...
La niña parecía asombrada. Asombrada pero no asustada. Drassy la miró otra
vez y se rió. En la mano tenía algo brillante, que había sacado de la misma espuma que
Lyanne había salpicado.
101
— Mira.
— ¿Qué es?
— Tu corona. La corona de la Reina de todos los Vientos. No solo serás la Hija
del Viento, ni su Dueña, como tu madre. Serás su ama y señora, la Reina del Viento, del
Interior y del Exterior... mientras dure tu reino y el de tu esposo. Luego, tus hijos lo
dividirán de nuevo en Interior y Exterior, hasta que otra Gran Pareja se levante...
La niña la miró algo asustada.
— ¿Por qué me dices esto?
— Es la profecía que te hago, el regalo de la Guardiana, Lyanne de los
Centauros del Interior. Por muchos años esperarás a tu Señor, y por muchos años él
esperará el tiempo de estar contigo. Eso dice la profecía que te han contado, ¿verdad? Te
dirán que no lo esperes, te dirán que es en vano, y tú esperarás. Te dirán que solo quien
atrape la luz del sol en las aguas del arroyo puede ser el Rey, y tu sonreirás y callarás.
Esperarás mucho tiempo, y tal vez te parecerá demasiado. Pero lo sabrás antes que
nadie, cuando él llegue. Libres y salvajes, como son los centauros, así será el canto de
ustedes en la noche. Ninguna criatura lo resistirá. Y un día, cuando sea el tiempo, él
vendrá, te lo aseguro, y te traerá esta corona, rescatada de aquel pico que ves allá. Y
todos sabrán que es la corona de los Reyes de Todos los Vientos.
La niña la miró un momento más, el ceño fruncido, llena de preguntas que era
demasiado pequeña para formular. Drassy movió lentamente la corona ante sus ojos,
haciendo brillar los hilos de oro y plata a la luz del sol.
— ¿Por qué? — dijo la pequeña de pronto. Y Drassy sonrió, pensando que así
tenía que ser. La niña había hecho la pregunta exacta.
— Porque tu Rey debe aprender. Deberá aprender muchas cosas antes de llegar a
ti y ser el Rey del Viento a tu lado. Debe aprender humildad, y solo siendo el Exiliado
por innumerables años es que logrará aprenderlo. Es un centauro muy terco, tu Rey... Y
tú también tienes algo que aprender en la espera...
La niña la miró con la nariz arrugada y Drassy se rió alegremente.
— ¡Paciencia! Ya lo entenderás cuando seas mayor. Y para ese momento, tú y yo
seremos buenas amigas, y te ayudaré a pasar la prueba lo mejor que pueda. ¡Ten
confianza, que todo saldrá bien!
Y la mujer centauro que tenía delante abrió los brazos, todavía con la coronita de
perlas y oro y plata en la mano, y se transformó en un águila blanca. Aleteó un momento
sobre ella, y levantó vuelo hacia la cima de las colinas que se erguían ante ellas. Durante
102
mucho tiempo, aún cuando pasaron muchos años, cada vez que Lyanne miraba a la
cumbre de aquel risco veía un destello de plata que le recordaba la profecía de la
Guardiana.
Había una mujer en la roca, y Drassy pensó que la conocía, aún antes que ella se
volviera. Su cabellera roja caía casi hasta el suelo.
— ¿Kathryn? — llamó, dudosa. La mujer se volvió.
— ¿Nos conocemos? — preguntó la mujer, frunciendo un poco el ceño, como
tratando de identificarla.
— Mm, no. Tal vez... No, no lo creo. Sin embargo, te pareces mucho a alguien
que conocí.
La mujer sonrió y Drassy sintió que la piel se le erizaba. Era idéntica a
Kathryn... y a Kathy.
— ¿Cómo te llamas?
— Kathara. Kathryn es mi nombre del otro lado, — dijo la bruja, y de pronto la
miró con unos ojos azules de borde dorado. Drassy frunció el ceño.
— ¿Eres una Fénix?
La mujer asintió.
— Claro. Por eso estoy aquí.
Drassy levantó las cejas, interrogante.
— Soy una de las embajadoras, — dijo la bruja. — Esperamos a la Guardiana.
— Ah. Encantada. No conocía al Clan Fénix del Interior...
La bruja fénix sonrió.
— No somos muchas ahora. Algunas no han salido del huevo aún...
Drassy la miró intrigada y se acercó más. Encontró una roca y se sentó frente a
la bruja pelirroja.
— ¿El huevo? Mi hija es una Bruja Fénix, pero no sabía nada de un huevo...
— ¿Tu hija? Pero... Tú no eres una de nosotras. ¿Quién es su madre?
— Mm... — Drassy miró al suelo y se sonrojó, invadida por una sensación
extraña. — En realidad nunca pregunté su nombre. Yo...
— ¿No se habla de ello en tu familia, verdad? Mm, sí, suele ser muy doloroso
para ellos. Tanto que transmiten su dolor a sus hijos y nietos... Sólo cuidan del huevo
hasta que la nueva Fénix nace...
— No te entiendo...
103
— ¿Tú eres la Guardiana? Pensé que... que eras otra embajadora. De los
bosques, o del prado de mar... Traes olor a sal...
Drassy se rió.
— He estado volando sobre los riscos. Ah, allá viene mi esposo. — Y levantó
bruscamente la mano para llamar a Vann. — ¡Aquí, Vann! ¡Adivina a quién encontré!
La comitiva se encontraba cerca ahora. Los padres de Lyanne iban a la derecha,
seguidos por una falsamente dócil potrilla. A la derecha, las ninfas de río, riéndose entre
ellas, y conversando con unas doncellas élficas que las acompañaban. Y las dríades del
bosque. Dríel era un retoño apenas, en brazos de su madre, Therana. Y vio aún a otros
conocidos. Las razas del Interior eran mucho más longevas que los humanos. O tal vez
el crecimiento y la vejez aquí adentro eran diferentes que en la Frontera, donde los
ritmos se acoplaban a los de afuera.
Vann se acercó con cautela. Las llamas rojas del cabello de Kathara se
distinguían desde lejos.
— Kathara. Pero no es posible, — murmuró, cuando las alcanzó. Y agregó en
voz alta: — Guardiana... Te hemos estado buscando desde la mañana. Los aprendices
están por entrar, y...
— Vann...
Kathara miraba a uno y a otra con una sonrisa. Y de pronto reparó en el joven
Comites que estaba detrás de Vann, acompañando a Diana.
— ¿Aurum?
Drassy pudo ver que el futuro Anciano Mayor del Trígono se ponía rojo. Sin
embargo, se las ingenió para dedicar una inclinación a la Fénix y distraerse enseguida
atendiendo a Diana.
—¿Qué pasa? — susurró Drassy. Kathara la miró y sacudió la cabeza.
— Eso era exactamente lo que estabas preguntando, ¿no? Pues, mi respuesta a
tu pregunta, Guardiana, es que los matrimonios mixtos no se dan en nuestro Clan. Las
Fénix solo se emparejan con Fénix... Ahora discúlpame, que debo cumplir con mis
obligaciones.
Drassy asintió.
— La hiciste enojar, — le susurró Vann.
Drassy sacudió la cabeza.
— Alguien tiene que decirle que hay que luchar por los sueños... Y convencerla
de hacerlo. Ella es Kathryn.
105
— La abuela.
— No. Me ha contado que todas son la misma. Y que nacen de huevos. ¿Kathy
salió de...?
— No. Pero ella era medio Fénix, nada más. Y mamá la crió. No sé qué otra cosa
atípica pueda haber sucedido en su infancia...
Drassy suspiró. La maldición de las Brujas Fénix era algo con lo que había
estado luchando por años y años.
— Bueno, tal vez Kathara nos pueda decir algo más...
— ¿Algo que Kathy haya olvidado?
— O que todavía no haya aprendido. Ella sabe más sobre Brujas Fénix que
ninguna de nuestras Kathryns...
Vann asintió con un suspiro. Drassy tenía razón. Los años pasaban, y si quería
salvar a su hija debía romper la maldición de las Brujas Fénix. Aunque fuera solo mitad
Fénix, el peligro era grande, y no estaba dispuesto a correr riesgos.
— Está bien. Interrogaremos a Kathara ye-Mevalanna más tarde.
— Kathara la del destino de Fuego... Ojalá sea así, porque si no, ni tú tendrás a
Kathryn ni yo a Kathy...
Vann se limitó a apoyar la mano en los hombros de Drassy y a acompañarla
adonde los Comites se aprestaban a presentar a los embajadores de sus ramas.
106
Capítulo 10.
Djarod.
Diana los había acompañado toda la semana. Era una visita demasiado larga para
una aprendiza, pero ella no quiso que el Comites Aurum la llevara de regreso, y Drassy
se comprometió a cuidarla. Y ahora, el primer día que amanecían en el castillo, Diana
estaba como siempre a la puerta de Drassy, esperando por otra aventura.
— ¿Adonde vamos hoy? — preguntó nada más entrar. De su timidez ya no
quedaban ni rastros.
— ¿Qué, no tienes clase nunca? — dijo Vann soltando a Drassy y tomando unos
manuscritos que tenía en la mesa.
— Estoy eximida de mis clases hasta que termine de acompañar a mis invitados,
— dijo ella con tranquilidad. Ya no le tenía miedo. — Y tengo suerte. La mayoría se han
ido después de la visita al Interior. ¿Ustedes no se marcharán, espero?
Drassy miró a Vann, que le hizo una mueca.
— No... todavía no. No hemos terminado nuestro trabajo... Quizá nos quedemos
todo el invierno...
— ¡Qué bueno! — soltó Diana.
— No te alegres tanto. Tendrás que ir a clases como todos los demás. De otra
manera, no te permitirán acompañarnos.
Diana se puso seria. Pero Drassy le sonrió.
— Podemos hablar con Aurum después. Ahora tengo que ir a la Torre. Djarod
dijo que quería una entrevista conmigo...
— No te preocupes. Con todo lo que puedes hacer, si te molesta, puedes
convertirlo en cucaracha.
Drassy se rió, pero Vann las miró con seriedad.
— No bromeen sobre esto. Todo lo que tiene que ver con Djarod de la Torre es
delicado. Drassy, ten cuidado con él.
Drassy asintió y se acercó a dar unas palmaditas reconfortantes en el brazo de su
esposo.
— ¿No nos acompañarás? — preguntó Diana.
Vann la miró fijamente un momento.
— ¿Por qué lo preguntas? ¿Crees que debería hacerlo?
Drassy lo miró.
— ¿Qué pasa, Vann?
— ¿Le has reclamado la Llave?
108
— No hay rastros de los perros, — dijo Diana unos pasos más adelante.
— Ahá. Vann se preocupa demasiado.
Pero a pesar de su tono ligero, Drassy miraba a su alrededor con precaución. Sin
embargo, la muchacha tenía razón. Los perros no se veían por ninguna parte. El
movimiento sobre y bajo el césped había vuelto a ser invisible, y Drassy lamentó no
tener más de aquellos polvos plateados de Vann. Los sabuesos de Djarod podían ser
traicioneros.
Una sombra se escurrió sigilosa a la izquierda de la torre.
— ¡Ay! Me estás...
— Vienen. ¡Ennaro Gelyna! — y bruscamente, levantó a Diana en brazos,
transformándose ella misma en una figura, casi un árbol, casi un montículo, de roca
sólida. Diana sintió el impacto de los sabuesos contra la piedra.
— ¡Mica! ¡Gneis! — llamó una voz desde la Torre. Y la puerta de la Torre se
abrió.
La voz de Drassy rió desde la piedra.
— ¿Y cómo se llama el otro? ¿Feldespato?
Djarod estaba en la puerta, mirando a medias sorprendido a la columna de roca
que le hablaba. Al alejarse los perros, y sentarse a los lados de su amo, la roca empezó a
desmoronarse para dejar paso a Drassy. Drassy bajó a Diana con cuidado hasta el suelo.
— Ah, eres tú... Te esperaba ayer.
— Mm. Lo siento. Estuve ocupada en el Interior.
— Ahá, puedo verlo. Pasen. Será mejor que Ónice no las encuentre aquí. Es
más...
— Traicionera. Sí, ya lo creo.
111
Y Drassy hizo gesto de avanzar hacia la torre. Rápida como un relámpago, Ónice
saltó sobre ella. Pero Drassy, que la había estado espiando por el rabillo del ojo, se
transformó en aire transparente, y la enorme sabueso de roca pasó de largo, y rodó por
el suelo.
— Ahí vas, Feldespato, — murmuró Diana, riendo entre dientes. Y Drassy la
coreó.
— ¡Ónice! Vuelve a tu lugar. Y ustedes...
Con unos pocos gestos, Djarod envió a sus sabuesos a vigilar la entrada y la
salida de la Torre. Diana los miró alejarse con alivio, en especial al notar el furioso
destello en los ojos de Ónice.
— ¿Por qué le llamas Feldespato a Ónice? — preguntó Djarod, todavía
bloqueando la puerta.
Drassy se encogió de hombros.
— Son los componentes del granito; mica, gneis, y feldespato. Mineralogía
forastera. ¿Nunca estudiaste nada, Jared?
El hechicero hizo un gesto que podía ser de indiferencia. No pareció molestarle
que Drassy cambiara su nombre. Drassy pasó de costado y entró en la Torre como si
fuera su propia casa.
— Vaya. No sólo no has estudiado nada, sino que además eres pésimo anfitrión,
— dijo.
Diana miró a su alrededor. La habitación no era ninguna clase de recibidor.
Estaban en lo que aparentemente era la parte habitada de la torre. La única parte
habitada. En la misma habitación había una mesa con restos del desayuno, unos frascos
de pociones, un sistema de destilación, un caldero humeaba en la esquina, y un catre
revuelto y sin hacer aparecía bajo la ventana, medio lleno de pergaminos y libros. Al
parecer, Djarod estudiaba, trabajaba, dormía y comía en esta misma habitación. El
hechicero miró a Drassy y se encogió de hombros. Ella sacudió la cabeza. Diana la miró
llevarse la mano al cabello y soltar la varita.
— ¡Ey! ¿Qué haces? — protestó Djarod. En un solo movimiento, la habitación
se había transformado en un torbellino de cosas que giraban buscando un sitio más o
menos razonable.
— Pongo orden. Necesitas una esposa, Djarod.
— No tengo tiempo para eso. ¿Viniste a tu entrevista o a criticar mi modo de
vida?
112
Djarod levantó la vista, como si hubiera olvidado que ellas estaban en la misma
habitación.
— ¿Verla? Sí, supongo que puedes verla. Aunque no te servirá de mucho. No
está consciente.
Drassy se levantó de golpe.
— ¿Y por qué rayos no me lo dijiste? Vamos ahora. ¡Muévete, muchacho! No
creo que tengamos mucho tiempo...
— ¿Muchacho? ¿Acaso sabes con quién estás hablando? Soy mucho mayor que
tú.
— Claro que sí, yo todavía no he nacido. Ahora muévete de una vez... Diana, mi
cielo, espera aquí... Y si puedes, convence a ese Dworm que saque sus sucios
seudópodos de la ventana, que no deja entrar el sol...
Djarod miró atrás a la ventana, donde el Dworm estaba pegoteándose contra el
cristal y sonrió. Drassy observó que no quedaba un solo cristal sin manchas verdosas, y
que esa era la razón de la débil penumbra en el lugar. Se encogió de hombros. Y siguió
al hechicero que ya se acercaba a la puerta para llevarla con Alsacia.
115
Capítulo 11.
Alsacia.
Mientras seguía a Djarod por el oscuro pasillo, Drassy se preguntó cómo hacía
Adjanara para mantener su Torre luminosa y limpia. Luego pensó que era solo cuestión
de costumbre. La chica que Adjanara era ahora era una muchacha prolija y bien
educada. Quién sabe qué clase de chico malcriado había sido Djarod en su juventud... O
cuánto tiempo había pasado solo en aquella torre, con la única compañía de sus extraños
animales. Extraños y viscosos, se corrigió: un rastro de babas marcaba el piso a trechos,
internándose en las profundidades de la Torre.
— ¿Qué es eso?
— ¿Eso qué?
— Las manchas en el piso. Parece un rastro de algo...
Djarod miró al suelo y se encogió de hombros.
— Algo grande y viscoso... que se arrastra... ¿Qué bicho dejaste suelto aquí,
Djarod?
— Mm. Puede ser el Glub...
— No, son babas transparentes, — objetó Drassy.
— Ah, los conoces. ¿Babosas de fuego...?
— No, es muy grande. Las Batilaris son pequeñas.
— Puede ser un Vigosof negro...
— Nunca vi uno. ¿Qué es un Vigosof?
— Como una babosa gigante. Pero también pudo haber sido el Hemeromorfo. A
veces se cuela por las ventanas de arriba...
Drassy lo miró unos momentos, seria.
— Deberías tener más cuidado con tus animales, — dijo. — Guardarlos en sus
viveros, o algo...
Djarod la miró y volvió a encogerse de hombros.
— ¿Por qué debería encerrarlos? A nadie le molestan, salvo a ti. Y tú has dicho
que no te quedarás.
— Nunca dije eso. Dije que no soy lo que buscas. Y tus mascotas son peligrosas.
116
Djarod la miró con un cierto destello en la mirada. Drassy pensó que al fin había
logrado provocarlo a ira... Pero el hechicero se volvió a encoger de hombros.
— Están encerrados en la Torre. ¿Qué más quieres? ¿Expulsarlos del mundo
para que no te estorben?
Drassy no respondió. Vann le había dicho algo muy parecido cuando le mostró
su colección de criaturas del otro lado por primera vez. Se limitó a bajar la cabeza, y
seguir a Djarod hasta la habitación de Alsacia. Era imposible discutir con un Fara
cuando se trataba de defender a los exiliados de ambos mundos.
La quinta puerta era la de Alsacia. Drassy observó que la mayoría de las puertas
estaban cerradas con gruesos candados. La de ella, no. Y recordó que Adjanara tenía las
puertas de su Torre abiertas. Se preguntó por qué. Y sus pensamientos volvieron al
misterioso Vigosof negro, el Glub suelto y el Hemeromorfo violeta.
La habitación del segundo piso era enorme y muy lujosa. Claro que cualquier
habitación bien arreglada parecería lujosa comparada con la cueva que Djarod tenía por
habitación. Drassy se preguntó si Diana estaría segura con el Dworm en la ventana y los
sabuesos bloqueando la puerta, y se reprochó haberla traído. Pero de una u otra forma,
ella tenía que vencer sus miedos, y de una u otra forma, ella tenía que encontrarse con
Djarod.
La mujer que había entrado abruptamente al castillo dos días atrás yacía en la
cama, cuidadosamente arropada con una manta. Drassy observó que Djarod le había
quitado los zapatos, y que había colocado unas rosas de fuego en un jarrón contra la
ventana que daba al balcón. Las rosas crepitaban suavemente, negándose a convertirse
en ceniza antes de que la mujer a quien estaban destinadas se dignara a mirarlas. Las
cortinas estaban cerradas, y los postigos también. La habitación estaba oscura. Drassy
volvió a sacudir la varita y las cortinas se movieron suavemente. La luz entró como en
oleadas, suavemente, junto con la brisa. La penumbra se aclaró y Djarod se limitó a
carraspear desde la puerta, en señal de desagrado.
Drassy se acercó a Alsacia. Las manos, de dedos largos y finos, las uñas, un
poco demasiado largas, el cabello negro, negrísimo, el color de la piel... Esta mujer era
muy parecida a alguien que ella conocía, pero que no lograba identificar. Y su voz, que
había escuchado solo en el castillo. Toda ella hacía resonar algún recuerdo lejano en
Drassy, y Drassy no lograba atraparlo. Se sentó junto a la mujer en la cama, y le tocó
suavemente las manos. Alsacia no se movió.
117
— Los Tres dijeron que había tenido tratos con los Doscaras... Y con los
Horrores, — murmuró.
— ¿Y tú la culparías? Ella buscaba ayuda, y los Tres se la negaron. Entonces
vino por mí.
Drassy no lo miró. Los Tres habían dicho que Alsacia estaba marcada. No podía
revisar a la mujer con Djarod delante, pero... Pero podía mirar un poco en sus recuerdos.
Volvió las manos de la mujer de manera que sus palmas quedaran hacia arriba, y buscó
un frasco verde en sus bolsillos.
— ¿Qué es eso?
— Mm. Nada. Nada importante. No le hará daño...
— No.
Drassy se volvió. Había sentido claramente la barrera que Djarod había
levantado en torno a Alsacia.
— Djarod... Déjame hacerlo, — dijo en tono cansado y sin volverse, mientras
destapaba tranquilamente el frasco.
— No hasta que me digas qué es lo que quieres hacerle.
Drassy resopló.
— Pareces un niño caprichoso.
— Pues, sí. ¿Qué quieres hacerle a mi...? — Djarod se interrumpió de pronto.
— ¿Novia?
Djarod hizo un gesto de disgusto.
— Protegida, — corrigió de mal humor.
Drassy hizo una mueca.
— Está bien, protegida. Los Tres dijeron que estaba marcada. Quiero ver a qué
se referían. Quiero ver si ha celebrado alguna clase de pacto con Doscaras o con
Horrores. Quiero ver si está limpia para negociar la postura de los Tres...
— ¿Y cómo harás eso?
— Poción de visión lejana... Un invento de mi esposo. Es un genio diseñando
estas cosas... — Y Drassy se permitió una amplia sonrisa.
Djarod la miró unos momentos con los ojos entrecerrados, y Drassy de nuevo se
permitió una sonrisa. El hechicero era fuerte, pero ella había sido enseñada por Vann. Su
escudo mental resistió. Sin embargo, al verlo fruncir el ceño otra vez, le envió una breve
imagen mental: ella y Vann en la cocina de su cabaña, mirando a través de la poción.
— Te puedo asegurar que sí funciona, — dijo.
118
Djarod hizo una mueca, pero levantó la barrera que había puesto. Drassy volvió
a tomar las manos de Alsacia.
Dos gotas de la poción negra no fueron suficientes. Drassy se sorprendió. En la
mayoría de los casos eso alcanzaba. Pero no le dio demasiada importancia. Vertió unas
gotas más y tomó de nuevo las manos de la mujer, presionando una palma contra la otra
y soplando sobre ellas.
La nube de humo violeta no se hizo esperar. A veces las visiones se presentaban
en columnas de luz, y a veces en círculos de fuego, y muchas otras, en nubes de humo
de colores. Esa era una de muchas cosas que parecían depender del mago, y no de la
poción. Pero Drassy no tenía tiempo para analizar ese detalle. Los recuerdos de Alya-
Zazee, los recuerdos de Alsacia, exigían toda su atención.
Era un pasillo largo. Para Drassy, que miraba a través de los ojos de Alsacia,
era completamente desconocido. El pasillo parecía excavado en la roca, como un túnel,
pero cada pocos metros, una puerta de madera bien labrada se abría a su derecha. A su
izquierda, en cada ventana, un pequeño balcón cerrado estaba acogedoramente
amueblado con unos sillones y la correspondiente mesita. Las cortinas se balanceaban
suavemente, y la brisa era fría... y no traía ningún aroma familiar. De hecho, no traía
aromas.
Luego de pasar de largo frente a muchas puertas cerradas, el pasillo torció a la
derecha. Las ventanas desaparecían. La luz ya no entraba aquí, y Drassy adivinó que
se estaban internando en el corazón de la montaña en donde se había excavado esta
vivienda. Las puertas comenzaron a escasear. Pero el pasillo seguía y seguía. Las
antorchas también desaparecieron al cabo de unos momentos. Pero había una vaga
luminosidad, o a Alsacia no le hacía falta luz para ver.
Alsacia siguió caminando un largo rato. Y de pronto el recuerdo se enturbió, o
saltó, y la imagen se centró en una habitación.
Los cuatro arcos que limitaban el espacio se abrían a la noche vacía. El viento
soplaba helado. Drassy no supo si se trataba de la habitación al final del pasillo o de
otro lugar. Frente a ella, a Alsacia, había un espejo, cubierto con una ligera tela de
seda gris. Pero Alsacia no miró el espejo aún. Lentamente recorrió la habitación con la
mirada, buscando algo.
— ¿Dónde estará? — dijo entre dientes. — Diablos... necesito verte...
119
Y entonces, Drassy vio el cabo de vela dorado, atado con un delicado hilo de
oro. Alsacia también lo vio, porque se escuchó su exclamación se satisfacción, y su
mano se tendió hacia él.
La vela se encendió con un soplido. La mano de Alsacia retiró la seda que
cubría el espejo. El viento helado de la ventana norte hizo vacilar la llama. Pero
Alsacia sabía lo que tenía que hacer.
Drassy se estremeció cuando vio a la hechicera tocar con la llama la superficie
de cristal, y el cristal que ondulaba como agua y se oscurecía.
— Espejo de Sarhu, muéstrame... — Y la voz de Alsacia se perdió sin terminar
su invocación. Algo se formaba tras el espejo. Pero Drassy no logró ver de qué se
trataba, porque la imagen volvió a cambiar.
Un remolino de grises giraba ante sus ojos. Desde el centro del remolino, algo
venía hacia ellos. Algo que giraba y giraba sin cesar...
— ¿Qué es? — preguntó Drassy en voz alta.
— Parece un cristal.
Drassy se sobresaltó. Había olvidado a Djarod. Y la Torre.
— ¿Un cristal?
— Un cristal. Una lasca de cristal de tiempo, perdido en las corrientes del
tiempo. Y está buscando a alguien...
Drassy se volvió, confundida, a la imagen. El cristal giraba más rápido ahora. Y
la imagen se disolvió de nuevo en humo gris.
El valle del Yermo siempre le había parecido a Drassy un lugar desolado. A los
ojos de Alsacia, era terrible. La hechicera tenía una manera muy peculiar de percibir el
mundo. La tierra reseca se abría en grietas que corrían hacia los cimientos de la Torre
de Zot, que se hundían como garras en el suelo. Aquí debió estar el lago de Argéntea...
alguna vez. Pero Drassy no vio ningún pantano. Tal vez, este Edenor también cambiaba
su torre de locación de vez en cuando. Y arruinaba la tierra a su paso.
Alsacia se movía con cautela, probablemente convertida en ave. Drassy la sintió
volar hasta las ventanas altas de la torre y transformarse en el balcón.
— Zazee...
Alsacia se dio vuelta. Había un hombre encadenado a la pared. Ella lo miró.
— ¿Tú? ¿Qué haces aquí? — siseó ella, acercándose.
120
— Así que la Vara de las Tres Cabezas mató a su hermano... — murmuró Drassy.
— Por eso venía a buscar ayuda...
— Es hora de terminar con él... — dijo Djarod en voz baja Parecía haberse
olvidado de Drassy, e incluso de Alsacia.
— No todavía. Primero tienes que solucionar tus asuntos en la Torre. No
puedes...
121
Con estas palabras, las llamas crecieron en torno a Alsacia, y Drassy retrocedió
un poco más. Estaba junto a Djarod. Las llamas se levantaron hasta el dosel de la cama,
y Drassy repitió su invocación en voz baja. Taramir inna, valeranna omaryo té... Torre
de las Mil Puertas, permite que el fuego la haga volver... Y las llamas bajaron y
desaparecieron. Las rosas de fuego crepitaron de nuevo en el jarrón de la ventana.
Alsacia se movió un poco en la cama.
— Ojos Bonitos... Sabía que vendrías a rescatarme... — susurró.
Y Drassy retrocedió un paso más y se hundió en las sombras.
balcones. Sí, pensó, Taramir era el nombre de una mujer coqueta. Pero a Taramir no le
agradó que desnudaran sus sentimientos de esa manera. Drassy sintió el golpe rudo con
que la Torre la devolvió a la habitación en donde estaba Diana.
Capítulo 12.
La reunión.
No fue más que un golpe discreto en la puerta, una llamada casi silenciosa, pero
Vann saltó como si tuviera resortes en los zapatos.
— ¡¿Qué quiere?! — ladró sin abrir la puerta.
— Señor Dimor... — Era la tranquilizadora voz de Aurum. — Vinimos a ver a su
esposa. ¿Cómo sigue ella?
Desde el lado de afuera de la puerta se oían unos murmullos apagados. Los
visitantes eran más de uno. Vann volvió a mirar a Drassy y ella abrió los ojos y sonrió.
— ¿Estás bien? — preguntó, arrodillándose junto a su cabecera. Ella le acarició
la mejilla.
— Por supuesto, tonto... Lo que sucede es que la Torre no me conoce aún...
— Afortunadamente... — dijo él. Ella sonrió.
Los golpes se repitieron, un poco más fuerte esta vez.
— ¿Señor Dimor?
— Ya voy...
Vann miró a Drassy y ella asintió con la cabeza. Se incorporó en la cama y
jugueteó con su cabello un poco, como buscando la varita. Vann se dirigió a la puerta.
— Anciano... Comites... — Y se volvió hacia la cama. — Drassy, tenemos
visitas.
Los visitantes miraron en dirección a la cama, donde estaba Drassy detrás de un
servicio de té, y Drassy les hizo un gesto de bienvenida.
— Pasen, por favor. Qué amables han sido en venir... ¿Podemos ofrecerles una
taza de té?
El Anciano Kethor asintió con una sonrisa, y se sentó tranquilamente a los pies
de Drassy, dándole unas palmaditas cariñosas en las rodillas.
— Dime qué ha sucedido, niña, y dónde te has dejado olvidada a mi aprendiza...
Drassy se enderezó de golpe y las tazas tintinearon en la mesita.
— ¿Vann?
Él hizo un gesto de disgusto.
— Diana está todavía en la Torre. No vino conmigo.
125
Los ojos de Drassy se abrieron en una muda pregunta, y Vann asintió. Drassy
suspiró.
— La Torre le habló, — dijo ella. — No hubiera sido buena idea que la
arrancaras de ahí sin el permiso de Taramir.
— ¿Taramir? — interrumpió Aurum. Drassy le sonrió distraída mientras servía
el té. — ¿Conocen los nombres secretos de las Torres?
Vann hizo un gesto vago, y se encogió de hombros.
— Solo son siete torres. Además...
— Ocho, — contradijo Argéntea. Drassy la miró y buscó la mirada de Vann.
— ¿Ocho? ¿Son ocho las Torres Vivientes?
Vann miraba fijamente a Argéntea.
— Silém, la Torre de los Vientos; Istamar, la Torre de Hielo; Randukor, la Torre
de Mármol; Nendarell, la Torre de Cristal; Valanna, la Torre de Fuego; Nimbrill, la
Torre de las Nieblas... y Taramir, la Torre de las Mil Puertas... Son siete, — sentenció
muy seguro, sin apartar los ojos de los de Argéntea.
— Te olvidas de la Torre de las Sombras. Nadarenna nandenara.
— La Torre de Zot, — dijo Drassy en un susurro, apretando el brazo de su
esposo. — Me dijiste que esa torre estaba muerta.
— Ha estado muerta desde antes de mi nacimiento.
— Vann...
— Si lo que he escuchado es cierto, estamos antes de sus nacimientos, — dijo el
Anciano con una sonrisa. — Así que... Nadarenna nandenara está a punto de morir...
Tal vez esa sea una buena noticia.
— Pero... ¿Cómo puede morir una Torre?
— Drassy... ¿Te preocupa que muera, pero no te preguntas por qué está viva?
Drassy volvió a sonreírle a su esposo, y él se sentó cerca de su cabecera. Ella se
reclinó contra él.
— Me enseñaste que es el hechicero, el Dueño, que la alimenta con su vida y sus
cuidados. De todas maneras, ¿cómo puede...? — insistió. Pero Argéntea la interrumpió.
— No importa demasiado. Sólo los que han entrado en contacto íntimo con las
Torres Vivientes pueden conocer o pronunciar sus nombres... ¿Qué contacto han podido
mantener ustedes con...?
Ella no terminó su pregunta. Vann se encogió de hombros.
126
Drassy se rió.
— Quería ver a Alsacia.
— Ah. Eso está mejor. ¿Cómo está la forastera?
Drassy hizo un gesto vago.
— No podría decirlo. Ella... No fue fácil de curar. Tuve que tomar poder de
Taramir, y Taramir se enojó conmigo y me expulsó.
— ¿Qué?
Drassy se volvió a Vann.
— Que la Torre se enojó conmigo... No le gustó que tomara de su poder. Pero...
— ¿Cómo se te ocurrió hacer algo así, Cassandra? ¿Qué te pasa? ¡Si nos
quedamos atrapados en esta línea de tiempo...!
— Taramir dice que nos enviará de regreso... No está tan enojada...
— Cassandra...
— No te preocupes... Tenemos toda una línea de Amos de las Torres de nuestra
parte... Pero...
— Dígame, ¿cómo puede utilizar el poder de la Torre? Aún con la Tregua...
Drassy se encogió de hombros.
— Es costumbre. En realidad, solo le pedí a ella que reparara el daño. Arthuz fue
más delicado, pero Zothar la golpeó con fuerza... Pedí a Taramir que restaurara el fuego
de Alsacia. Ella es una bruja de fuego, ¿no?
Drassy se había vuelto a Argéntea, y la hechicera asintió lentamente. Había algo
más, y la imagen del cristal del tiempo que había visto girando en los recuerdos de
Alsacia llenó su mente otra vez. Guardó el recuerdo para sí, sin saber si había aparecido
al llamado de la bruja de cabello plateado, o a su propia memoria. Pero no hubo ningún
destello en los ojos de Argéntea que confirmara o refutara su sospecha.
— Ella estuvo en la Torre de Zot, — continuó Drassy. — Buscaba a su hermano.
Lo encontró, pero él la obligó a huir antes de que la atraparan. Luego hizo volar la
habitación en que estaba encadenado.
— Entonces Alsacia está buscando ayuda para vengarse, — dijo Argéntea.
— Tal vez. Pero al parecer la buscó en el lugar equivocado, — suspiró Aurum,
sacudiendo la cabeza con tristeza. — Los Tres no la admitirán.
— Los Tres son demasiado quisquillosos. Somos el Trígono, y hasta donde yo
sé, el Árbol tiene Tres Ramas.
— Drassy...
128
— Sí, tal vez... Tal vez Alsacia sea la elegida de Taramir. Y en ese caso, Djarod
no elegirá a Diana... — Y levantó la vista hacia Vann. — Tal vez me equivoqué al
salvarla de los Tres, y al sanarla en la Torre... Vann, si Djarod no la elige, entonces tú...
— Tranquila. No es ese el problema que vinimos a solucionar. Aún si Diana no
entra en la Torre... Ella todavía existe. Y está sana y salva. No hay razón para que
Adjanara enferme.
— Pero tú...
— Yo estoy fuera de la línea del tiempo, como tú. Tengo la Llave Menor... — Y
Vann se señaló el pecho, donde pendía la llave de marfil. — No te será tan fácil
enviudar.
— ¿Enviudar? No quiero enviudar. Quiero llegar a casarme... En esta y en todas
las líneas de tiempo...
Vann no replicó. Se limitó a abrazarla fuerte, y ella escondió la cara en su pecho.
— Entonces... ¿Qué es lo que vinimos a hacer a este momento, Vann? —
susurró.
Vann no contestó. Probablemente no podía. Fue el Anciano Mayor el que lo
hizo.
— Vinieron a reparar un error, querida. Solo tienen que descubrir cuál es. Y para
ello cuentan con toda nuestra ayuda.
Drassy lo miró desde los brazos de su esposo.
— Yo... — empezó. Pero el Anciano, ahora de nuevo envuelto en una túnica
púrpura que empezaba a virar al azul, la interrumpió.
— Y no van a poder arreglar nada si modifican los acontecimientos a cada
paso...
Drassy se rió, y de nuevo miró a Vann.
— Los dejaremos solos. Estoy seguro que necesitan elaborar un nuevo plan de
acción. Cualquier cosa que necesiten... — dijo, levantándose. Los Comites se levantaron
tras él.
— Gracias, Hechicero Kethor, Señor de las Tres Ramas del Árbol, — dijo Vann,
poniéndose de pie. El Anciano descartó la fórmula con un gesto.
— ¿Sabes? Creo que el lenguaje de los Varas es demasiado pomposo. Dime solo
Anciano, o Maestro... Pero no me cargues con tantos títulos, muchacho.
Vann lo miró con una sonrisa, y sacó su Vara. La Vara se descubrió ante el
Anciano y los tres Comites, y centelleó, negra.
130
Capítulo 13.
El Maldito.
Drassy la observó. Era una muchacha muy perceptiva... Aunque ella no había
sido demasiado discreta en el uso de la magia.
— Es cierto. Pero lo que yo hago está al alcance de cualquier mago que estudie
seriamente estas cosas. Lo que sucede es que... Hm... ¿Cómo explicarlo? Las fuentes de
la magia, las formas más elementales de la magia... Ya no se enseñan.
— ¿Y dónde las aprendiste tú?
Drassy sonrió.
— Principalmente con Vann. Pero las variedades más antiguas... Con Gaspar,
con Nero, con Ara... Los más ancianos, supongo.
— ¿Y alguno de ellos podrá enseñarme a mí? — preguntó Beryl.
— Por supuesto... Apenas encontremos a alguno de ellos, podrás pedírselo. ¿Has
estado en el Interior?
Beryl sacudió la cabeza.
— Mm...No. La Comites Argéntea me ha sacado de la puerta un par de veces, —
suspiró.
Drassy sonrió. Al parecer esa era la tarea principal de Argéntea: rescatar
aprendices de las puertas. Se preguntó por qué habría llevado a Diana al Interior, y a
Beryl hacia afuera.
— A Diana la llevó adentro, —dijo Celina, haciéndose eco del pensamiento de
Drassy.
— Me pregunto por qué...
Celina le lanzó una mirada extraña.
— ¿Realmente no lo sabes?
Drassy la miró de frente.
— No.
— Diana tiene algo... Como la sombra de una llave, igual a la de tu esposo.
Drassy asintió lenta y pensativamente. Beryl miró a Celina, pero Celina
observaba a Drassy con los ojos entrecerrados. Y de pronto Drassy sonrió.
— Eres la segunda mirada del Vigía, ¿no es así, Silenna?
Celina se sonrojó.
— ¿Cómo la llamaste?
— Silenna, la que ve de lejos. ¿No es ese tu nombre, del otro lado?
Celina asintió, todavía sonrojada.
Beryl se volvió hacia ella:
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Vann se apretó contra la pared del callejón, respirando agitadamente. Hacía años
que no veía este tipo de cosas tan de cerca. Muchos años, tal vez demasiados. La sangre
de la bestia que habían sacrificado corría en riachuelos, casi hasta sus pies; y allá, en el
anfiteatro, los brujos que la habían matado se disputaban los pedazos, ansiosos por
devorarlos. ¡Devorarlos! Realmente hacía mucho tiempo que no veía nada así, tan...
bestial.
— Cuán desagradable, ¿no es verdad? — dijo una voz a su lado.
Vann se volvió, pero solo pudo ver una capucha oscura. Se conformó pensando
que el otro veía lo mismo de él.
138
La cueva acababa de pronto en una pared de piedra. La luz amarilla que habían
seguido parecía venir de ninguna parte.
— ¿Y ahora? — preguntó Beryl. Drassy se encogió de hombros.
— Miremos un poco, a ver qué encontramos, — dijo en voz baja que los ecos
multiplicaron.
— Oigan, — susurró Celina. — Es una cueva musical...
Drassy sonrió, pero no dijo nada. Observó las antiguas marcas en la pared, y
esperó. Era Beryl la que tenía que romper sus barreras hoy. Celina al parecer ya lo había
hecho. Pero la impaciente muchacha no parecía entenderlo. Retrocedió un par de pasos,
y miró a Drassy.
Drassy se volvió a ella.
— ¿Y? ¿No vas a buscar tu tesoro?
— ¿Qué tesoro? Es una pared desnuda. Aquí no hay nada.
Drassy meneó la cabeza sin contestar. Se inclinó hacia el suelo y tomó una
pequeña piedrecilla. La levantó y la mostró.
— Yo no diría que esto es nada.
139
— Es una piedra.
— Es una piedra que está esperando que alguien descubra qué más puede ser.
Tal vez quiera ser otra cosa, pero si nadie lo descubre, nunca lo será... — dijo Drassy. Y
se llevó la piedra a los labios, como si estuviera por confesarle un secreto. — Dime lo
que quieres ser...
Mucho más adelante, Beryl pensó que lo que sucedió entonces podía haber sido
producto de su imaginación...o un truco de la bruja. Pero en ese momento, le pareció
que la piedra centelleaba con luz azul y blanca, y que casi saltaba en las manos de
Drassy.
— Ah, — dijo Drassy. — Quieres volar...
Y sopló sobre la piedra. Pero ya no era una piedra. Lo que la bruja tenía en la
mano era una gema de cristal azul, con lo que parecía una mariposa adentro. Se la
mostró a Beryl.
— ¿Lo ves? Ahora sopla tú. Cúmplele un deseo...
Cuando el aliento de la aprendiza tocó la gema, esta se derritió como agua, y la
mariposa salió volando hacia la salida de la cueva.
— ¿Por qué hiciste eso? — preguntó Celina, que había observado desde lejos.
— Porque era una piedra con alma de mariposa. ¿No te has sentido demasiado
encerrada alguna vez, Celina?
Celina sacudió la cabeza, pero Beryl la miraba con los ojos brillantes.
— A veces el espacio que nos dan los demás es demasiado estrecho. Entonces,
como le pasó a la piedra, tienes que esperar que alguien sople un sueño sobre ti para
liberarte...
— Creo que sé lo que quieres decir, — dijo Beryl, inclinándose a tomar otra
piedra y tendiéndosela a Drassy. Pero Drassy la detuvo con la mano.
— No, escúchala tú. No me puedo pasar la vida soplando piedras... Estoy
buscando una gema en particular...
Beryl miró a Drassy, y luego a su piedra. Y de pronto, la acercó a su cara y
sopló.
— Muéstranos donde está... — susurró.
La piedra se volvió un poco más transparente, como si una parte de ella se
hubiera marchado. Y de nuevo, volvió a ser una piedra. Saltó de la mano de Beryl y
rodó hacia la pared.
— ¿Detrás de la pared?
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La piedra saltó una o dos veces en su lugar. Toc, toc-toc, toc. Casi parecía feliz.
Beryl miró a Drassy, interrogante. Y Drassy se encogió de hombros.
— Es tu rastreadora. No me preguntes a mí. Ella te llevará por la roca, si te
atreves a seguirla.
— ¿Rastreadora? Creí que todos los Rastreadores eran magos... — dijo Celina. Y
agregó, bajando la voz: — Malditos...
— Ah, conoces a los Malditos, — dijo Drassy, lanzándole una mirada
penetrante. — Pero no, querida, los rastreadores pueden ser de cualquier especie. Esta
‘piedra’ es en realidad un Pétreo. Es muy pequeño, y aún no ha pasado los ritos oscuros,
supongo... o no estaría aquí... Y supongo que en un par de milenios podrá ser tan grande
como una montaña.
— ¿Pétreo?
— ¿Ritos oscuros?
— Así es, querida. Acabas de adoptar a una de las legendarias criaturas de un
elemento. Un elemento y sombras: un Pétreo.
Beryl miró a su piedrita con asombro. Y Celina fruncía el ceño.
— No puedes conservar una criatura así en el Trígono, — observó. Beryl la
miró.
— ¿Por qué?
— Porque... por... Porque es del lado oscuro... ¿No? — Celina se había vuelto a
Drassy, buscando apoyo. Pero Drassy se encogió de hombros.
— No lo sé. Este Pétreo ya estaba en el Trígono...
— Tal vez sea un expulsado de las sombras, — dijo Beryl, mirando a su piedra
con simpatía. — Y no me parece malvado.
Drassy se inclinó para observar al Pétreo de cerca.
— No... ¿Qué ves, Silenna en esta criatura? Porque si eres Segunda Mirada del
Vigía, tendrás que decidir tú...
Celina se había puesto roja. Beryl la miraba casi suplicante, y de pronto, ella
sintió todo el peso del título que el profesor Dherok le había dado hacía un año, cuando
fue al Interior por primera vez. Se acercó a la pequeña piedra con cautela, como si
temiera que el Pétreo se lanzara contra ella. Pero la piedra temblaba en las manos de
Beryl, como un pájaro herido y asustadizo.
Celina se acercó un poco más, y su aliento rozó la piedrita gris. La piedra se
quedó quieta unos segundos. Y de pronto, un arco iris de colores tornasoló su superficie.
141
— Creo... Creo que está bien, — dijo Celina. — Pero, Pétreo, el Trígono es un
lugar puro. Tiene numerosos guardianes... y cada criatura que entra en él debe
comprometerse a cuidarlo.
La piedra saltó de nuevo en las manos de Beryl, y otro estallido de color pasó
por su superficie.
— Ella... ella dice que se compromete... que jura proteger al Trígono y sus
habitantes en tanto las montañas... no, la Montaña siga en pie... — Y Beryl se volvió
con sorpresa a Drassy. — Puedo entenderla... ¿Por qué?
Drassy rompió a reír.
— Si Vann estuviera aquí te diría que si vas a vivir en el Trígono tendrás que
acostumbrarte a este tipo de cosas. Ya te dije, es tu rastreadora. Ahora, querida, dile a tu
amiguita que nos lleve al Jardín subterráneo, porque necesito la Gota de Cristal.
Nada más decir esto, la piedra de Beryl empezó a saltar más entusiasmada que
nunca. ¡Toc-toc-toc! Drassy se rió, y Celina y Beryl al cabo de unos momentos, le
hicieron eco. Y la pequeña piedra de Beryl se pegó a la pared de piedra y la disolvió en
un estrecho pero razonable túnel para que las tres pudieran pasar.
Vann se llevó la mano al mentón. Este extraño tenía algo familiar que lo
desconcertaba.
— Ellos. ¿A quiénes crees que busco?
El hombre soltó una risa áspera.
— Ellos. Los seguidores de la Vara. ¿Cuál es tu nombre, extraño?
— Dimor.
— Ahá. Soy Leanthross.
Vann hizo un gesto de sorpresa que no pasó desapercibido para el otro.
Leanthross... El cuervo que le había advertido que no se acercara a la Torre de Zot era
un Leanthross.
— Veo que has oído de la maldición, — dijo en tono amargo.
— Sí. Y he visto a Carlo.
El hombre que tenía delante se estremeció, y se quitó la capucha de la cara.
Tenía un enorme parecido con Andrei. Y el parecido se volvió más intenso cuando miró
a Vann de frente y le dijo:
— Tienes el aire del Trígono, es cierto. Pero no creo que nadie de aquí logre
percibirlo, tu disfraz es bueno. En cuanto a mi hijo... No lo nombres en este lugar.
Vann asintió lentamente. No era bueno mencionar a la gente que uno amaba
delante de los oscuros.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — le preguntó finalmente. La mirada límpida de
Leanthross no concordaba con la actividad de un mago de los oscuros, así como el grajo
posado sobre el Altar de la Tierra no concordaba con la misión de un cazador.
— Busco lo mismo que tú. Aunque espero que por diferentes razones. Odiaría
saber que hay más malditos como yo.
Vann se limitó a hacer una mueca.
— Dijiste que tenías información interesante, — dijo en cambio.
— La... persona que buscas... Está buscando a alguien. Alguien con poder más
allá de lo conocido por los magos del Valle. O del Trígono. No sé hasta qué punto no es
alguien de allá... adentro. Los Tres son reacios a dejarme acercar. Al menos han
accedido a proteger a mi hijo.
— El Trígono siempre protege a los inocentes. Cuando él reciba la maldición de
la familia dejará de ser bienvenido... — dijo Vann. — Lo han hecho antes.
— Carlo no recibirá la maldición de la familia. Me ocuparé que no pase a él, —
dijo Leanthross con calor. Vann asintió en silencio. No podía ayudar a este Leanthross; y
143
Capítulo 14.
La Prueba de Diana.
Drassy se había marchado tras ese extraño y oscuro hechicero, Djarod. Diana
quedó sola en la habitación. El golpeteo del Dworm en los cristales era rítmico, casi
musical. Diana se volvió para mirarlo, y notó que goteaba en dibujos verdosos que se
tornasolaban a la luz, y lanzaban destellos de colores. Sonrió.
— Es lindo, ¿no? — dijo una voz a su espalda. — Esos trazados de colores...
Diana casi saltó en su asiento.
— Ho-hola. Yo... Vine con Drassy... Ehm... la señora Dimor. Ella está con el
hechicero de la Torre...
La mujer que tenía delante hizo un gesto como restándole importancia.
— Djarod no tiene costumbre de recibir visitas. Me sorprende que haya tenido
esta habitación arreglada para recibirlas...
Diana sonrió. Pero no le pareció educado decir que había sido Drassy quien
había arreglado la estancia.
145
— En realidad, no tenemos muchos visitantes. Temo que se nos han olvidado las
reglas de la hospitalidad...
— No importa. En realidad, yo solo estaba esperando a Drassy... la señora
Dimor.
La mujer que tenía adelante hizo un vago gesto de asentimiento. Drassy parecía
no importarle ni poco ni mucho. Diana recordó de golpe sus modales y se levantó de un
salto.
— Mi nombre es Ada Mellow. Diana, aquí. Cambiamos de nombre al entrar en
el Trígono.
La mujer asintió.
— Eso me han dicho. Una manera de atarlos a ellos, supongo. Yo también
cambio de nombre de vez en cuando.
— Y... ¿Y cómo te llamas? —preguntó Diana. Pero inmediatamente se
arrepintió. Para algunos magos, nada había más sagrado y secreto que su nombre. La
mujer sonrió.
— Por ahora no te lo diré. Pero... Estoy segura que nunca has estado en un
lugar como éste. ¿No quieres visitar la Torre?
— ¿La Torre de Djarod? — preguntó Diana , asombrada.
— La Torre de las Mil Puertas. Ven... Podemos abrir unas cuantas antes que
Djarod y la... señora Dimor terminen con Zazee.
Diana apenas notó la vacilación que la mujer hizo antes de pronunciar el
nombre de Drassy. Y se acercó a la mujer con confianza.
— Me encantaría, — dijo.
— Perfecto.
Y los ojos de la mujer relampaguearon en respuesta a alguna secreta emoción.
Djarod se había quedado con ella, después que Vann se llevara a Drassy. Le
preparó una taza de chocolate, y la dejó que lo tomara mientras iba a revisar las cosas
que la Torre le había encargado que cuidase. Los Hemeromorfos sin duda le dieron su
trabajo, porque Diana pudo escuchar gritos y ruidos de cosas que se caían y estallaban
allá abajo, e incluso el Dworm escapó de la ventana.
Finalmente Djarod volvió. Traía manchas lila en su ropa, pero no parecía
enterado de ello. Diana lo miró, esperando que él la echara, o la regresara al castillo de
mala manera, pero Djarod la ignoró mientras trabajaba en alguna cosa extraña en sus
destiladores. Diana no se atrevió a acercarse, y él no le dijo nada. A la hora del
almuerzo, ella preparó algo para los dos con su varita, como lo había hecho Drassy, y
Djarod comió su parte sin decir nada tampoco. Y lo mismo a la hora de la cena. Ella se
quedó junto a la ventana, adonde el Dworm había regresado, y la viscosa criatura estuvo
contándole historias mediante sus dibujos en el cristal hasta que Diana se durmió en el
sillón.
Era nuevamente la mañana cuando Djarod la llamó. De alguna manera se las
había ingeniado para preparar algo comestible.
— ¿No piensas regresar al castillo? — le dijo por sobre las tazas del desayuno.
— ¿Puedo?
Djarod hizo un gesto vago señalando a la puerta, atendiendo solo a medias su
taza de té, y menos que a medias la conversación con Diana. Su mirada se volvía una y
otra vez al pergamino que estaba leyendo.
— ¿Y los perros?
— ¿Qué? ¿Te preocupa Feldespato?
Diana soltó una risita, y Djarod sonrió, dejando en paz el pergamino.
— Está bien, te llevaré. Alsacia se levantará en un rato, y quisiera hablar con ella
en privado.
Y el extraño hechicero salió al jardín de la Torre seguido por Diana.
Los sabuesos se acercaron moviendo quedamente sus colas de roca, y Djarod les
dio unas ligeras palmaditas en la cabeza a cada uno de ellos.
— Mica... Gneis... Felde... Ónice, mi princesa...
— ¿Por qué no te transforman a ti en piedra? — quiso saber Diana.
Djarod la miró por encima del hombro.
— Porque yo cuido de ellos. — Y volvió a palmear la cabeza de Ónice. —
¿Quieres tocarlos?
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Drassy se encaminó hacia la luz blanca y azul que entraba por la boca del túnel
sin ningún temor. Beryl y Celina la siguieron. Beryl guardó su Pétreo en el bolsillo,
después de preguntarle en secreto si le apetecía viajar allí. Como la piedrita no
protestara, la dejó caer en el bolsillo de adelante, pensando que apenas llegara al
castillo, iba a coser una bolsita transparente para llevar a su rastreador colgado del
cuello, de manera que pudiera ver alrededor, igual que ella.
La cueva era enorme, parecía un jardín cerrado, cercado por arcos en donde
trepaban rosas de un amarillo casi dorado. Drassy entró en la cueva, y se encaminó
tranquilamente hacia una fuente blanca que había adelante.
— ¿Qué es este lugar?
Drassy se volvió.
— El Jardín de la Amistad. Y la Fuente de la Amistad. Aquí solo puedes tomar
para compartir, nunca para ti sola... A ver si lo recuerdo bien... Tú debes haberlo leído
en tu Libro... Donde las aguas se juntan...
— Y las sombras no llegan, porque la luz de la amistad brilla de noche y de
día...
— Una vez vine aquí con un amigo, Andrei... Compartimos agua de la fuente, y
fuimos más allá, a ver las Plumas del Viento. Pero hoy he venido a buscar otra cosa...
¡En nombre de los Tres!
Y diciendo así, Drassy pasó por sobre el borde de la fuente y se metió en el agua,
caminando hasta donde los surtidores saltaban y susurraban.
— La Gota de Cristal duerme, hasta que una mano amiga la haga
resplandecer... — citó Celina.
149
En ese momento, Drassy metía la mano bajo los surtidores, y la cerraba, como si
estuviera asiendo algo. Luego regresó hacia las niñas, chapoteando de nuevo en el agua.
— ¿Qué tienes ahí? — preguntó Celina.
— Ah... La Gota de Cristal, — dijo Drassy abriendo lentamente la mano. En su
palma brillaba un cristal con forma de gota, que brillaba intensamente en la tenue luz.
— El regalo de Ingelyn y de Ingarthuz para la esposa de Zothar. Pero ahora lo guardará
Beryl. Y ella será la siguiente en cuidar de la Rama de Plata.
— ¿Qué? — Beryl la miró sorprendida.
— Que serás la próxima Comites de la Rama de Plata, — dijo Celina, no menos
sorprendida. — Pero... ¿Cómo puedes saber algo así?
Drassy la miró y se encogió de hombros con una risita.
— Ellos me hablan, Celina. Igual que te hablan a ti... Y por eso...
En lugar de darle la Gota a Beryl, Drassy salió de la fuente, y así, chorreando
agua como estaba, se dirigió a uno de los rosales que bordeaban el jardín.
— Ah, rosa de oro, rosa de plata... Dame el regalo que guardas para una
verdadera Curadora...
Y tocó la rosa que tenía más cerca con el cristal que tenía en la mano. Algo se
desprendió de la rosa, y cayó en la mano extendida de Drassy.
— Ah, perfecto... — susurró. — Este es el regalo que Fiona, la Curadora, esposa
de Zothar, entregó a Ingelyn y a Ingarthuz cuando ellas le entregaron la Gota de Cristal.
Tierra y Fuego, para ti, Celina, para que te dé fuerza a través de todas las dificultades, y
poder para sanar a los que vengan a ti buscando curación.
Y Drassy tendió a Celina una piedra Arco Iris en la que los rojos centelleaban
con fuerza, un Arco Iris de Fuego; y a Beryl, la Gota de Cristal, el diamante de Ingelyn
e Ingarthuz.
— Y ahora que hemos cumplido con los regalos, vayamos a admirar las
maravillosas Plumas del Viento antes de volver a casa para el té...
Vann estaba allá, abajo, hablando con el Comites Aurum. Parecía preocupado
por algo. Su expresión no presagiaba nada bueno. Drassy no estaba. Ni Celina, ni Beryl.
El paseo sería largo otra vez. Pensó que ella podía haberlas acompañado de todas
maneras, ya que Djarod no la había llamado... Pero después se repitió que esto era muy
importante. Quería preguntarle al hechicero por la mujer de la Torre. Nadie la había
nombrado, y parecía que ni Vann ni Drassy la conocían. Ella quería saber quién era, y
por qué le había ofrecido quedarse con algo de la Torre.
Un aprendiz en la mesa contigua estaba, como ella, acodado en la mesa, mirando
su reloj, cuando la arena se acabó. Al caer el último grano, un remolino de humo gris
envolvió al muchacho y lo hizo desaparecer. Diana levantó la cabeza, buscándolo con la
mirada.
— ¿Dónde está Mik? — preguntó en voz alta.
— ¿Quién?
— El muchacho que estaba allá... Mirando su reloj de Djarod...
— Ah. No te preocupes por él... — dijo Carlo. — Ha estado sucediendo desde
hace tres días...
— ¿Sucediendo qué?
— Eso. La arena se acaba, y los aprendices desaparecen. Al cabo de un rato,
regresan.
— ¿Y? ¿Cómo es la entrevista? ¿Qué les pregunta Djarod?
Carlo se limitó a encogerse de hombros.
— No lo sé. Ninguno de ellos ha podido decir nada, no recuerdan qué fue lo que
pasó... ¿Dónde has estado, que no te enteras de nada?
Diana hizo un gesto vago y Carlo se encogió de hombros. El muchacho parecía
ser amable solo con Celina. Diana dejó de prestarle atención, y Carlo se volvió a sus
amigos en la otra mesa. Diana permaneció vigilando el lugar de Mik y al cabo de unos
minutos, el aprendiz reapareció. Miró a su alrededor algo confundido, y continuó con lo
que había estado haciendo antes de su desaparición. Diana desistió de ir a preguntarle.
Estaba segura que Carlo tenía razón y el chico no recordaría nada.
convocados, aún desde sus escondites. La incertidumbre crecía, y este día de espera
parecía no terminar más. Parecía mucho más largo que los anteriores. Al fin, no pudo
soportarlo, y aprovechando que la clase de la tarde se había suspendido debido al estado
de nervios de algunos de los alumnos, salió al prado envuelta en una gruesa capa de
piel.
El bosque se balanceaba silencioso bajo la nieve tardía. Este año había llegado
mucho después de la Puerta. Diana vio una sombra que se movía bajo los árboles, y se
acercó a la linde para espiar.
No había planeado internarse en el bosque. Los árboles eran algo que los
aprendices en general evitaban. Pero la sombra se movía, apareciendo y desapareciendo
de una forma peculiar, y Diana no resistió la tentación de seguirla para ver qué era.
Los árboles se cruzaban y entrecruzaban en su camino. El techo de hojas la
protegía a medias del frío. Pensó que aquí hacía menos frío que en los jardines, y se dio
cuenta que seguramente se debía a que no había viento. La sombra se movía delante de
ella, desapareciendo en la penumbra verdosa, y por segunda vez, Diana creyó ver la
silueta de un cuerno. ¿Podía ser uno de los unicornios? Pero los unicornios eran de un
color blanco plateado, y lo que ella estaba siguiendo era una sombra azabache.
Siguió a la sombra un buen trecho, hasta que ya no pudo distinguir el camino de
regreso. Se detuvo de golpe en un claro.
— Ay, no... ¡Qué tonta! Me perdí... — murmuró en voz alta.
— No lo creo... — dijo una voz. — Todavía tienes el reloj de Djarod. Cuando
estés en la Torre, puedes decirle que te deje en el castillo, en lugar de volver aquí... Solo
es cuestión de tiempo...
Diana miró alrededor.
— ¿Quién está ahí?
— Mm. Quién... Esa es una pregunta difícil de contestar. ¿Te conformarás con
mi nombre? Porque después seguramente querrás saber qué clase de criatura soy, y de
dónde vengo, y por qué no soy como los demás de mi especie...
La voz parecía abrumada por algo. Diana sintió piedad de quienquiera que fuera
esta criatura.
— No te preocupes. No haré preguntas...
La voz soltó una risa ligera, que parecía casi un relincho.
— Nunca prometas nada que no puedas cumplir, Djana, pequeña... — y con un
ruido de cascos, la criatura salió de las sombras bajo los árboles.
152
Diana se la quedó mirando asombrada. Hasta donde ella sabía, los unicornios
eran blancos como la nieve, con un cuerno brillante y luminoso, muchas veces decorado
en oro o plata, en la mayoría de los casos con gemas, y siempre tan mágicos y
evanescentes como la niebla dorada en que se envolvían para cabalgar en el atardecer.
El animal que tenía adelante no era un unicornio. Para empezar, era negro. Un negro
casi azul, brillante, lustroso, como más bella y profunda de las noches. Y su cuerno
capturaba la luz de las estrellas. Pero no era simplemente un unicornio. A los lados del
cuerpo, cuidadosamente plegadas, dos enormes alas flanqueaban a la criatura.
— El unicornio alado... — suspiró. — ¿Sabes? Algunos de los aspirantes a
hechicero dicen que te han visto en el bosque... La mayoría de los aprendices cree que
solo eres un sueño...
El animal dejó escapar otra risa-relincho.
— ¿Y tú qué crees?
Diana lo miró un momento a los ojos.
— No lo sé. Tal vez esté soñando... — dijo. Y al cabo de una breve vacilación,
preguntó: — ¿Quién eres?
— Me llamo Nero. Soy el Rey del Bosque.
Diana lo admiró un momento, pensando cuán justo y apropiado era el título.
— ¿Y para qué me trajiste aquí? Eras tú la sombra que yo venía siguiendo,
¿verdad?
El relincho que era una risa volvió a sacudir al animal.
— Te dije que no prometieras algo que no podrías cumplir... — rió. — Sí,
supongo que te traje aquí, aunque en realidad, ha sido tu curiosidad la que te ha
empujado.
— Y...
— Y sí, te traje porque quería hablar contigo.
— ¿Por qué?
— Curiosidad...
— ¿Por qué? Yo no soy importante. No hay nada interesante en mí...
— ¿Ah, no? Haces venir a la Guardiana desde el otro extremo de la historia,
atraes al frío e indiferente Dueño de la Torre hasta aquí, y haces que hasta la misma
Taramir se presente para hablar contigo... ¿Estás segura de lo que dices, Djana?
Ahora Diana notó la extraña pronunciación que el unicornio negro hacía de su
nombre. Lo miró con curiosidad.
153
Capítulo 15.
El llamado de Taramir.
Diana volvió a abrir los ojos en un lugar en sombras. Parecía, pero no había luz
que permitiera asegurarlo, una habitación circular, sin puertas o ventanas a la vista.
Diana extendió los brazos hacia adelante, intentando tocar algo que la orientara, pero no
lo consiguió. Entonces, con toda tranquilidad, se inclinó y se sentó en el suelo a esperar.
estudiantes. Y no pudiendo hacer nada para remediar la situación, fue hacia Vann y se
sentó a su lado.
— Ey... ¿Dónde estuviste? Parece que hubieras excavado tú misma las cuevas de
las colinas...
Drassy se rió.
— Solo hicimos una expedición geológica... Ingelyn e Ingarthuz han querido
que Beryl tenga la Gota de Cristal... Y le dieron una piedra Arco Iris de Fuego a
Celina... Me pregunto qué le habrían dado a Diana si hubiera venido con nosotros...
Y Drassy miró hacia el lugar que normalmente ocupaba la muchacha. Estaba
vacío. Se volvió a Vann, sobresaltada.
— ¿Dónde está?
Vann sacudió la cabeza.
— No lo sé. Nadie me lo ha podido decir... Aunque sus amigos son poco
cooperativos, te diré...
— Vann... — rezongó ella. — Si los interrogaste como lo haces con tus
aprendices...
— No, claro que no. Le pregunté a ese chico de allá, Mik, creo. Y a Carlo
Leanthross... Y a uno o dos más... Nadie la ha visto desde el almuerzo.
Drassy sacudió la cabeza. El asunto no le gustaba nada. Y atribuyó la cara de
desagrado de Vann a la misma causa.
— No te preocupes. Ella aparecerá. Tal vez solo está encerrada en su habitación,
pensando...
Vann hizo un gesto indefinido. Drassy lo miró, y se encogió de hombros. Se dejó
caer de nuevo en la silla.
— Estoy agotada. Ojalá no suceda nada importante hoy... Creo que no lo
resistiría... — dijo. Y Vann le dedicó una sonrisa burlona.
— Esto es el Trígono. Me parece que pides demasiado... — murmuró.
En ese momento, una neblina rojiza entraba por la ventana. Pero no se dirigió
hacia ellos, sino que fue directo hacia la Comites de la Rama de Cobre. El vapor rojizo
empezó a tornearse a su alrededor, cambiando de color en volutas irregulares.
Drassy vio a Minh levantarse de un salto, y retroceder un par de pasos. Pero la
niebla la siguió.
— ¡Aquí no! — dijo con voz alterada. — En mi oficina.
La niebla desapareció.
156
— ¿Qué fue eso? — susurró Drassy a Vann. Vann fruncía el ceño, mirando en
dirección a Minh.
— Mm. No sé. Sólo he leído de ellos, pero... Vamos. No podrás descansar esta
noche, me temo.
Y Vann la tomó del codo para hacerla levantar, mientras se disolvía en el humo
grisáceo en el que viajaba cuando iba con ella.
Pasó mucho rato antes que Djarod apareciera. Entró por una puerta disimulada
en la pared. O tal vez no estaba disimulada. En la penumbra, Diana no podía saberlo.
— Ah, eres tú, — saludó. — ¿Por qué no encendiste las luces?
Diana se levantó del suelo, y se encogió de hombros.
— No me molesta que esté oscuro.
— A mí tampoco, pero es mejor conversar cuando puedes verle la cara al otro.
Diana se encogió de hombros, y apuntó con la varita al techo.
— Luz, — pidió.
La luz que llenó la habitación tenía una cualidad extraña, que la hizo levantar la
cabeza. Y lo que vio le quitó el aliento. Estaba, era cierto, en una habitación circular, tal
como ella había intuido; y las paredes parecían hechas de cristal blanco. Arriba, en el
techo, el espacio central estaba ocupado por una enorme gema, tal vez un cristal de
cuarzo, que centelleaba con luz propia y era la causa de las curiosas sombras que
vibraban en la habitación. Diana dejó escapar un suspiro.
— El corazón de Taramir, — dijo Djarod. — La Torre no había traído aquí a
ninguno de los otros aprendices. Me costó bastante encontrarte...
— Pensé que te habías entretenido con los Hemeromorfos otra vez...
Djarod la miró, serio, pero al ver su sonrisa, no pudo evitar sonreír en respuesta.
— No, dejé a Feldespato cuidándolos. Tiene mi permiso de petrificarlos si
intentan desovar otra vez...
Diana soltó una risita que levantó ecos en el cristal, y la sonrisa de Djarod volvió
a aparecer.
— Eso debió haberle gustado. Hace tiempo que tiene ganas de morder a
alguien...
— Pero no has venido a criticar a mi princesa. A Ónice, quiero decir. Te invito a
mirar las maravillas de la Torre de las Mil Puertas. Si ves algo que te guste... puedes
quedártelo.
157
— Expulsada. — Vann puso los ojos en blanco. — Por favor, no me cuentes por
qué la echaron. Estoy seguro que no quiero saberlo. Ahora...
El wyvern que estaba más cerca de Vann estiró el cuello y le mordió la mano.
— ¡Ay! Maldito bicho...
— A ver... — Drassy te tomó la mano. — No te hizo nada, exagerado... Es solo
un arañazo...
Vann miró a la criatura a los ojos. Y el extraño animal empezó de nuevo a emitir
un ruido curioso, casi musical.
— ¿Qué dice? — interrumpió Drassy. — No entiendo nada de lo que...
— ¡Sh! Alsacia fue a los espejos de la Torre... La torre le mostró algo... urgente.
Algo que tiene que ver con la vida de... ¿de quién?
El wyvern que había estado hablando bajó la cabeza, al parecer agotado.
— Son criaturas rápidas, pero no pueden llevar mensajes muy largos o
complejos... Se les olvida la mitad... — explicó Minh.
Pero el segundo animal ya estaba levantando la cabeza, y hacía ruidos parecidos
al anterior, en un tono apenas más agudo.
— Qué inteligente. Fracciona la idea y le da un pedazo a cada mensajero... —
murmuró Drassy. Y Vann la hizo callar con un gesto.
— La vida de un rey. La vida del rey corre peligro. Alsacia quiere salvar al rey...
— ¿Qué rey?
— No lo sé. Y no te molestes en preguntarle al wyvern. Él tampoco lo sabe.
— Quizá el tercero...
— No, — dijo Minh. — El otro solo dice que cuide de ellos porque Alsacia se
va.
Drassy suspiró.
— El hermano de Alsacia le pidió que advirtiera a alguien que lo estaban
buscando. ¿Sería el rey?
Vann se encogió de hombros.
— No lo sé. Pero lo que haga Alsacia no nos incumbe. Nosotros...
— Ojos Bonitos irá a rescatarla, — dijo Minh. — Siempre lo hacía...
Drassy miró a Vann.
— Djarod... Tenemos que saber qué está pasando. Tal vez...
La idea se les ocurrió a los tres al mismo tiempo:
— ¡Las Fuentes del Interior!
161
La habitación de los espejos era la más alta de la Torre. Cuatro arcos se abrían
hacia los cuatro puntos cardinales. Si Drassy la hubiera visto, hubiera reconocido la
habitación y el espejo en los recuerdos de Alsacia. Djarod la conocía bien. Pero la que
Alsacia recordaba era Istamar, la Torre del Hielo. Y el Espejo de Sarhu, en el norte
lejano. Djarod se detuvo ante la puerta y solo entonces miró a Diana.
— Muy bien, jovencita. Al parecer Taramir te ha elegido como aspirante a
Aprendiza. Podrás quedarte con nosotros si así lo deseas. Pero, — y aquí Djarod hizo
una pausa que intentó parecer severa pero que no impresionó a Diana en lo más
mínimo, — te advierto que trabajaremos muy duro, y que ni ella ni yo toleramos los
errores.
Diana se limitó a asentir en silencio. Había escuchado discursos más severos de
la Comites Argéntea, y ella sí era exigente. Djarod no le preocupaba. Lo había visto
trabajando, y lo había visto con la túnica manchada por los Hemeromorfos, y lo había
visto acariciando a sus sabuesos y mimando a su princesa... Y el Dworm le había
contado uno o dos secretos de Djarod que la hacían reír cuando lo miraba. No, no le
tenía miedo al hechicero.
Djarod la miró severo por unos momentos todavía. Y haciéndose a un lado, abrió
la puerta.
— ¿No entrarás conmigo? — preguntó Diana, al ver que él permanecía en la
puerta.
— No. Lo que la Torre deba decirte, es probablemente solo para ti. — La mirada
del hechicero fue extraña en ese momento. Pero no dijo nada más. — Estaré
esperándote aquí.
Y Diana entró a la habitación de los espejos.
cabello, y la movió para cambiarla en el Cetro de los Tres. Minh la miró hacer con
interés. Las otras veces... No había podido apreciar el Cetro en todos sus detalles. El
Topacio de Ingelyn brilló para ella en un dorado brillante, antes de unir su brillo al de
las demás gemas.
Drassy movió la Vara sobre las aguas plateadas de las Fuentes, y las aguas
callaron y se detuvieron. De pronto, pareció como si el agua se hubiera transformado en
un espejo. O en hielo. Drassy tocó apenas la superficie, y unas llamas tenues y
trasparentes se esparcieron sobre la superficie. El agua se oscureció, como si se
descorriera un velo.
— Ahora podemos mirar. Mira por mí, Sombra, porque tus ojos son mejores que
los míos... — dijo Drassy en voz baja. Muchos de los poderes del Vigía, como su
capacidad de ver más allá, permanecían todavía en Vann, y Drassy lo sabía bien. Le hizo
lugar frente a la fuente.
Vann se inclinó. Un poco más lejos, también lo hizo Minh. El espejo de agua
estaba casi negro ahora. Y vieron una figura rojiza que volaba rauda sobre el oscuro
bosque del Yermo, y la Torre, la hermosa y horrible Nadarenna, levantándose contra un
cielo violeta.
163
Capítulo 16.
El águila y el fénix.
Diana se inclinó hacia el espejo. Las imágenes eran luminosas y atractivas. Vio
la Torre, la magnífica Torre, blanca y luminosa al sol, y rodeada de jardines, en donde
las criaturas de Djarod correteaban libremente. El Dworm se explayaba, feliz en una
gran piscina de cristal, y los rayos de luz tornasolaban sus increíbles dibujos. No vio a
los Hemeromorfos, pero sí a un par de duendes-sombra y un grupo de Pequeñas Hadas
en el rincón más alejado. Al parecer en la nueva Torre, las criaturas de ambos lados
convivían en paz.
Una mujer salió de la Torre. Diana demoró unos momentos en darse cuenta que
se trataba de ella misma, unos cuantos años mayor. La mujer llevaba a un niño de la
mano. Le señaló a algunas de las criaturas, y parecía que le estaba enseñando algo. O
dando instrucciones. El niño se soltó de su mano y salió corriendo hacia uno de los
grupos de criaturas, para traerle un ramo de flores a ella. Diana, la de la imagen, y
Diana, la que estaba observándola por el espejo, sonrieron. Y la imagen cambió.
La Torre, aún blanca y luminosa, se erguía, sola en medio de una tormenta. Los
rayos rasgaban el cielo a su alrededor. Algo, sombrío, siniestro, volaba en círculos
alrededor de la Torre. Diana no necesitó verlos para saber que eran el enemigo. Había
una persona, trepada a la cima, y le pareció que era Djarod.
La figura levantó en alto una larga Vara. Las criaturas siguieron volando en
círculos, gritando de vez en cuando. Y Diana se estremeció: había palabras de poder en
aquellos gritos. Diana sintió que la Torre empezaba a resquebrajarse y ceder. Y
entonces, el que estaba sobre la Torre empezó a atacar a los que lo asediaban. Tal vez no
fuera una gran lucha, o tal vez el que atacaba no quería herir seriamente a los atacantes,
sino tan solo alejarlos... Pero el hecho era que los que lo asediaban no estaban
dispuestos a huir. La batalla fue más dura de lo que el de la Torre esperaba. Y entonces,
otra figura subió al techo de la Torre.
La primera figura la recibió tal vez con agrado, tal vez no. Parecía indicarle que
bajara, que se fuera. Pero el recién llegado no obedeció. Espalda con espalda,
combatieron juntos a las formas voladoras. Y las sombras se lanzaron sobre ellos.
164
Unos dardos de luz blanca se les unieron desde la ventana superior de la Torre.
Había alguien más allí.
— ¡Diana, quédate adentro!— gritaba una voz. Pero los dardos de luz siguieron
persiguiendo a las criaturas. — ¡Diana!
Y las sombras renovaron la violencia de su ataque. Una de las criaturas se lanzó
contra el más joven de los defensores, y el mayor se interpuso. Cayó. Diana escuchó su
propia voz que gritaba, desde la cima de aquella Torre:
— ¡Noooo! ¡Jared! ¡Jare-ed!
Y una luz intensa salía de las ventanas superiores de la Torre y la encendía como
una llama, eliminando a todos los atacantes en un huracán de fuego.
Diana despegó los ojos del espejo sin aliento. Las imágenes continuaban, como
si Taramir no pudiese creer lo que acababa de mostrar, y quisiera repasarlo una y otra
vez, hacia adelante y hacia atrás. Diana retrocedió hacia la pared, y tanteó la puerta.
— Djarod... — susurró asustada.
Nada. El hechicero no estaba allí.
— ¡Djarod! — gritó. — ¿Dónde estás?
Solo le respondieron los ecos. La Torre estaba vacía.
Las imágenes en las aguas de las Fuentes del Interior se habían mezclado y
confundido. Había comenzado mostrando a Alsacia, que volaba rauda hacia la Torre de
las Sombras. Y alguien la seguía en un humo oscuro; Djarod. Luego... La imagen había
cambiado abruptamente.
— No, no es posible... — murmuró Vann. Las imágenes mostraban los techos en
llamas de una Torre. Adjanara estaba allí, sosteniendo a Djarod. Javan, apenas
muchacho estaba también allí, de pie, con aspecto desamparado. Drassy se acercó a
Vann.
— Así murió mi padre... — susurró él. — Había unas criaturas... Unas sombras
voladoras, tal vez cruza con vampiros o... No sé qué eran. Él lo sabía bien. Había
preparado una trampa para atraparlas... Antes de que hirieran a alguien más... Mamá lo
ayudó. Ella tenía que abrir el portal desde la Torre, y él las iba a arrear hacia allá.
Cuando lo cruzaran, mamá lo cerraría... Un trabajo limpio.
— Pero no resultó.
165
Por toda respuesta, Drassy levantó los brazos, se transformó en el águila blanca
y salió volando hacia el poblado de las Brujas Fénix.
Atrás, en las Fuentes, algo muy tenue se reunió desde las espumas, y salió
volando tras ellos, en un casi invisible jirón de nube.
Las casas de las Fénix parecían colgar del risco, casi como nidos de aves.
Cassandra no tuvo dificultad en encontrar la de Kathara. Algo apartada del resto,
silenciosa, mirando hacia el este, como para captar la luz de todos los amaneceres del
Interior.
Detrás de las paredes del nido, se levantaba un pequeño patio, como para poder
levantar vuelo, o aterrizar, y un poco más atrás, una casa más o menos para humanos.
Las Fénix pasaban la mayor parte del tiempo en esa forma. De la chimenea de la cocina
salía un poco de humo, pero Kathara los esperaba de pie en el patio.
— Los esperaba. Las aguas en el Interior corren agitadas esta noche... — dijo a
manera de saludo.
— Y las llamas se levantan oscuras. Kathara, necesito tu ayuda.
Kathara asintió, y los guió al interior de la vivienda. Aurum, Comites de la Rama
de Oro estaba allí. Drassy hizo un gesto de sorpresa.
— Pensé que vendrían aquí. Mevalanna es la que más sabe de estas cosas... —
dijo él, sonrojándose un poco.
Los demás se limitaron a aceptar su presencia, sin hacer preguntas.
— Dime que deseas, Guardiana, — dijo la Fénix, invitándolos a sentarse.
Drassy suspiró.
— Kathara... Esto es algo difícil de explicar. No es... No es la primera vez que te
vemos. Nuestra hija...
— Nuestra hija es Kathara ye-Dimerona, la de los Dos Destinos, — dijo Vann.
Kathara los miró a los ojos.
— Eres... Serás nuestra hija, — repitió Drassy.
— Bien. Es... Es algo prematuro para mí, pero... Así es el destino de las Fénix,
— dijo ella simplemente. — Continúen.
— Antes de que llegue ese momento, irás a la Torre de las Sombras. — Aurum
palideció de pronto, y se aproximó inconscientemente a la Fénix. — Necesitamos que
recuerdes el camino para nosotros.
168
La noche en el Interior era oscura. No se veían más que unas pocas estrellas,
asomando entre las nubes. Drassy recordó la otra vez... y se estremeció. No había luna,
y no habría Esporinas que le cobraran la deuda de poder. No, nunca más. Kathara se
alejó unos pasos, hacia el centro del patio, abrió los brazos y se transformó.
El enorme fénix negro se levantó majestuoso en el aire de la noche. Drassy lo
siguió. Por un momento, Vann y Aurum se quedaron en suspenso, mirando las dos aves,
volando juntas hacia el horizonte tormentoso. Fue Minh la que los sacó de su
arrobamiento.
— ¿Y nosotros cómo rayos las vamos a seguir?
Aurum se volvió, un tanto avergonzado. Minh le hizo una mueca.
— Ni Diana un yo podemos transformarnos en pájaros, — dijo.
169
— Eso no es problema.
Y Vann sacó lo que parecía un pañuelo negro de uno de sus bolsillos. Lo
sacudió, y el pañuelo aumentó de tamaño hasta convertirse en una mullida y oscura
alfombra. En el centro, en un círculo de fuego, abría sus alas el fénix. Aurum lo miró un
momento, entrecerrando los ojos, pero subió a la alfombra cuando Vann se los indicó.
En la noche sombría, los cuatro partieron tras el águila y el fénix hacia la Torre de las
Sombras.
Aquella vez, hacía tantos años, el vuelo hacia el norte había durado horas
interminables. Desde el Interior el camino era diferente. Kathara voló en principio
directo hacia el norte, hacia el alto pico contra el que se recostaba el risco de Senek. Y
según Drassy recordaba, la guarida de los cazadores de dos cabezas que a Siddar tanto
le gustaba molestar. Pero al acercarse, las corrientes de aire la empujaron con violencia
hacia arriba, como tratando de impedir su entrada. Drassy lanzó un grito para advertir a
los que la seguían.
— Gigantes de aire, — comentó Vann. Diana asintió. Nunca había visto a uno de
ellos, pero sabía lo que eran. Criaturas de viento, que bloqueaban a veces las salidas.
Los gigantes de piedra protegían las entradas. — Habrá que luchar... O esquivarlos, de
alguna manera. Veré si puedo rodearlos sin perder a Drassy.
Minh no hizo comentarios. Gateó adelante en la alfombra y gritó algo en el
viento. El vendaval se llevó sus palabras, pero las ráfagas dejaron de molestarlos.
Aurum miró a la Comites de la Tierra con sorpresa.
— No sabía que pudieras hacer eso, Minh.
Minh se volvió a sentar y se encogió de hombros.
— A mí todavía me sorprende cuando ellos obedecen, — dijo, tranquila.
— Tienes los poderes de Ingelyn, — dijo Diana. — Taramir dice que tratas de
ocultarlo, pero que cuando ya no lo hagas serás una excelente Anciana Mayor...
Minh miró a Diana por sobre la nariz, entre turbada y molesta. Vann se conformó
con pasar el brazo sobre los hombros de Diana.
— Extrañaba tus consejos, Djana. Y tu sabiduría...
Y rompió a reír ante la mirada sorprendida de Diana.
Drassy sabía que después del viento vendría el fuego. Se preguntó de qué clase
sería. Cuando ella había seguido la pluma de Kathara, ella la había hecho atravesar una
170
pared de lava. Esta vez... El descenso en espiral le trajo otra colección de recuerdos. Las
paredes de llamas se alzaron ante ella. El fénix se dirigía hacia el pozo de los recuerdos
de Ara. Y el águila lanzó otro grito de advertencia.
— ¿Qué es esta vez? — preguntó Aurum. Las criaturas que habían salido de las
llamas le resultaban totalmente desconocidas.
— Ah, ellos. No te preocupes, Comites del Fuego. A ti no podrán dañarte...
Y esta vez, Minh se paró en medio de la alfombra, levantó los brazos y gritó
unas palabras: Vado valea, cesano bero. Esta vez Vann la miró sorprendido.
— Es el Antiguo Lenguaje, — dijo. — El que usa Drassy.
— Ah, eso. Sí. Lo aprendí de Alsacia.
— Mm...
Vann no hizo más comentarios, pero Diana preguntó:
— ¿Qué son esas criaturas?
— No tienen un nombre... Nadie las ha tomado en serio aún. Tienen un cierto
parentesco con las Llamas Negras, solo que no son oscuras.
— ¿De donde vienen?
Minh se encogió de hombros.
— Si lo que quieres saber es cómo llegaron al Interior, no lo sé. Escondí algunas
en los lagos de fuego que hay detrás de las Grietas del Viento, allá en casa...
Aurum la miró sobresaltado.
— ¿Que hiciste qué?
Minh lo miró con ironía.
— Si les hubiera dicho lo que iba a hacer, Argéntea hubiera querido encerrarlas
en los viveros... Y hubieran muerto en la oscuridad de la Puerta de Zothar. Tu puerta era
mejor, pero tu nunca te has preocupado demasiado por estas criaturas...
— Yo... — empezó a protestar Aurum, algo avergonzado.
— Todos tenemos que vivir y ver algo de mundo antes de ampliar nuestra mente,
Minh, — dijo Vann. — ¿Has estado en los túneles de reflejos de Nakhira?
Minh asintió con expresión seria.
— ¿Y tú? — preguntó Vann a Aurum. El joven Comites sacudió la cabeza.
Vann hizo una mueca.
— ¿Lo ves? Eso explica muchas cosas.
Diana miró a Vann.
171
El fénix volaba ahora hacia una oscura pared de piedra. Solo cuando estuvieron
más cerca, Drassy pudo ver la oscura abertura de la cueva en él. Pero el ave no entró en
la boca oscura. Bajó en la entrada y volvió a ser una mujer.
— Aquí es la salida. El rastro del recuerdo me trae aquí. Pero no creo que sea
conveniente entrar volando, — dijo a los otros mientras descendían de la alfombra.
Drassy asintió.
— Gracias, Kathara. Creo que desde aquí podemos seguir solos... No te pediré
que...
— Aunque no lo pidas, también iré, Guardiana. Creo que hay algo allá afuera
para todos nosotros.
Drassy miró a la Fénix sin ocultar su alivio. Pero también se sintió preocupada.
— Kat, creo que somos demasiados, y que sería más seguro que...
— No me molestes con eso... Podrás mandarme cuando seas mi madre, pero no
ahora...
Vann soltó una carcajada.
— No, Kathara. Ni siquiera cuando sea tu madre... Drassy, es solo otra
cucharada de tu propia medicina. Y no sabes cuántos años he esperado para ver esto:
¡que encontraras a un par tan obstinado como tú!
Minh lo miró y sonrió. Tal vez era la primera vez que lo hacía desde que los
wyverns le trajeran su mensaje.
— Me alegro que al menos para alguien esto sea divertido. Ahora, señores, hay
criaturas allá adentro que no les agradará dejarnos pasar.
— ¿Pétreos, no es así? — preguntó Drassy. Minh asintió. — Así que de aquí
escapó el amiguito de Beryl...
— ¿Qué?
— Ah, nada importante, Vann... Al menos por ahora. Beryl ha adoptado una cría
de Pétreo como rastreador...
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Capítulo 17.
La Torre de las Sombras.
El lago bajo la Torre era oscuro. Oscuro, y además estaba helado. Argéntea se
estremeció al salir de aquellas aguas corrompidas.
— ¿Qué le hicieron a mi lago?... — dijo en un suspiro.
— Cuando yo estuve aquí estaba infestado de Glubs. Adultos, no crías... No sé
cuánto tiempo llevaban ahí, pero...
— ¡Sh! Aquí vienen... — cuchicheó Minh. — ¿Te referías a ellos, no?
De pronto, la superficie del agua empezó a borbotear, y un olor fétido se levantó
en las sombras. Las crías...
— Maldición...
Argéntea se había levantado de un salto. Sacó su Vara, y de pronto, toda la cueva
subterránea se inundó con una luz de plata.
— ¡Fuera de mis corrientes, bestias! — imprecó. — ¡Gotas de Luna, criaturas de
la luz! ¡Acudan a purificar este lugar!
— ¡Argéntea, no! — intentó detenerla Drassy. — ¡Las Gotas de Luna no pueden
entrar aquí!
Pero la vara brillaba ya con luz plateada, llamando a las criaturas de la luz que
acompañaban siempre a la Comites de la Rama de Plata. El borboteo en el lago
subterráneo se volvió más intenso. Agresivo.
— ¡Argéntea, no!
Las Gotas de Luna intentaban bajar en la corriente. Y los Glubs, criaturas de
barro y negra oscuridad, las esperaban, apostados en la desembocadura del río
subterráneo, prontas a destruirlas.
— ¡Argéntea, detenlas! ¡Las van a devorar! — gimió Diana.
El remolino plateado se detuvo a poca distancia de la barrera de Glubs. Argéntea
vio, horrorizada, como las negras criaturas avanzaban sobre sus delicados y luminosos
amigos.
— Noooo... — suspiró, a punto ya de lanzarse al agua y luchar cuerpo a cuerpo
contra las bestias para salvar a sus Gotas de Luna. Pero Aurum y Kathara la retuvieron.
Minh se acercó al borde del agua y la tocó con la mano. Un destello amarillento, el
175
Djarod abrió los ojos en un lugar sombrío. No recordaba bien lo que había
sucedido. Había ido con la muchacha, la aprendiza, a la habitación de los espejos, en la
cima de la Torre. Taramir la había elegido. Y le había ordenado que la llevara arriba. Él
hubiera preferido a alguien... diferente. Alguien mayor, con más poder, con más
autodominio... Tal vez alguien como Tea, si ella pudiera perdonar a las Torres... O aún
como Alsacia... pero... No, como Alsacia no. Alsacia era demasiado impulsiva, había
demasiado fuego en ella. Y ya había tenido problemas con los aprendices de la Torre de
Fuego, cuando intentó tomar un aprendiz de allí. Solo el Trígono podía darle el
equilibrio que Taramir necesitaba. ¡Pero que eligiera a una niña! Djarod sacudió la
177
no deseaba hablarle, y no tenía manera de saber donde estaba ella. Recostó la cabeza
contra la fría pared y dejó que el tiempo se desgranara lentamente.
— Creo que es por allá, — dijo Kathara de repente, señalando una de las
aberturas.
— ¿Qué? ¿Por qué? — preguntó Aurum, acercándose a ella.
— El olor del aire... Es extraño... ¿No te parece? Fuego... hierbas... algo que
hierve en la oscuridad por toda una luna...
Aurum husmeó el aire, y asintió. Miró a la Fénix con admiración renovada.
— Vámonos, entonces... Si es lo que yo creo, tenemos un rito que detener...
Y de nuevo empezaron a caminar por aquellos túneles sin luz.
— Fuego. ¿Y Agua?
Los magos adultos se miraron unos a otros, confundidos. Diana miró a Argéntea,
que todavía sostenía su mano con mano helada y bajó la mirada. Y se volvió a los
magos bajo el cristal negro.
— Miren, — dijo de pronto. — Él está por llegar.
En el círculo bajo el corazón negro de Nadarenna se había hecho el silencio. Un
vaho blancuzco empezó a descender desde el cristal y a arrastrarse por el suelo. En las
sombras, una figura humana empezó a formarse. Los magos que espiaban contuvieron
la respiración.
Capítulo 18.
Sangre Ryujin.
la Nadarenna exigía un gran esfuerzo para todos ellos, los que no habían sido llamados,
y sin duda la Torre tomaba energía de su poder. Y sin embargo, aunque estaban al
servicio de la Torre, lo que la Torre había traído hasta la roca, los sorprendió.
Sin duda se trataba de Alsacia. Pero no era completamente Alsacia. Es decir,
Alya-Zazee no era totalmente humana. Drassy hubo de hacer un enorme esfuerzo para
no correr hacia ella, y solo el brazo de Vann alrededor de sus hombros la detuvo. La que
hasta el momento había creído una bruja humana, yacía, encadenada a los restos del
antiguo altar del fuego. Todavía llevaba su vestido rojo, el que cambiaba de color al
moverse, pero no quedaba mucho de él. Parcialmente transformada, todavía detenía la
transformación, desafiando a Edenor y a la Torre de las Sombras.
— Transfórmate de una vez, bruja... — le ordenó Edenor cuando las llamas
bajaron.
Las cadenas resonaron cuando la bruja ryujin las sacudió.
— Akyno enomaro Nenómar... — le siseó ella, con una mueca de burla.
— Es regla de cortesía entre los tuyos tomar la forma de tu interlocutor. ¿Es que
te has vuelto bien educada de pronto, bestia?
La roca volvió a estallar en largas llamaradas rojas, en concordancia con la furia
de Alsacia. Pero Edenor se limitó a retroceder un paso, levantando su Vara. Las
serpientes en ella sisearon e hicieron bajar el fuego. La temperatura en el cuarto volvió a
bajar.
— Muy bien, como lo desees... ¡Torre! ¡Nadarenna nandenara, poderosa Torre
de las Sombras!
Una luz fría empezó a brillar en el cristal del techo, una luz que no iluminaba
nada. Las sombras se hicieron más densas, y solo las llamas de Alsacia iluminaban la
escena.
— Poder... Vida... — Las palabras de Edenor parecían venir de muy lejos. El
rito había comenzado.
Poder, vida. Danos la poder, entréganos la vida...
Los magos en el círculo canturreaban las palabras en un susurro monótono.
Drassy se estremeció. De pronto algo se removió en su memoria, como si ella ya
hubiera vivido esto antes... mucho antes. Pero no podía ser. Se concentró en la mujer-
dragón, todavía a medio transformar sobre el altar del fuego.
Poder... Vida... Entrega el poder; danos la vida... la vida de un Ryujin dura
para siempre.
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El canturreo continuaba. Drassy se sacudió del brazo de Vann, los ojos vidriosos,
y comenzó a moverse hacia la entrada.
— ¿Qué te pasa? — le susurró él, tirando de ella para alejarla de la abertura.
Estaba demasiado cerca.
Ella no lo miró. Sus ojos brillaban, fijos en la escena que transcurría allá en la
bóveda. Sentía que debía ir, que debía estar allá. Minh se volvió hacia ella frunciendo el
ceño.
— La Danza... la danza está por comenzar... Tengo que liberar el poder...
Encontrar a los cuatro protectores... — susurró, casi inconsciente. — Como antes, como
al principio...
— Detenla, — cuchicheó Minh. — O se unirá a ellos...
— ¿Qué? Es mi esp...
— Está ligada al Trígono. Así nos convertimos en el Árbol, así perdimos el
Aire... Al principio... Detenla, o la perdemos también a ella...
Drassy ya empezaba a caminar hacia la habitación donde estaban los magos.
Vann no lo dudó más. Sacó su varita, y sin molestarse en descubrirla, tocó apenas a su
esposa en la espalda. Una hebra de humo oscuro la envolvió una, dos, tres veces, y
Drassy se detuvo y empezó a caer hacia el suelo como una marioneta sin hilos. Vann la
sostuvo y la llevó unos metros más atrás, detrás del último recodo, adonde escasamente
llegaba el monótono murmullo de los magos.
— Diana... — La chica lo había seguido. — Cuídala, por favor.
Y volvió a su lugar en la oscura boca del túnel, donde los demás continuaban
observando el ritual, que continuaba como una pesadilla.
Poder, vida... entrega el poder, danos la vida... la vida de un Ryujin dura para
siempre. Baila para nosotros, poderosa Nadarenna, baila para nosotros y libera el
poder... Tomaremos su vida para vivir por siempre...
Los vapores que bajaban desde la piedra del corazón de la Torre habían al fin
tomado la forma de una mujer.
— Espera, — susurró Leanthross a Djarod. — No es el momento aún...
Djarod apretó los dientes. Pero el mago tenía razón. El poder iba en aumento
ahora, y no era el momento de enfrentarse a la Torre. Sintió que su pulso se acomodaba
al ritmo de la Torre, y la vio materializarse en forma femenina, como lo había hecho un
rato antes cuando él la llamó. Su vestido negro ya no parecía rasgado y sucio, y ninguna
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cicatriz la marcaba. Era la Nadarenna, en su forma más pura y poderosa. Seda negra que
resplandecía a la luz de las llamas de Alsacia. Piel tersa y pálida, ojos negrísimos y
brillantes, cabello oscuro, suave, sedoso, movimientos sinuosos, casi felinos.
Conteniendo el aliento, la vio acercarse a la criatura encadenada y sintió más que
escuchó lo que le decía.
— Ya bebí la vida de tu hermano... — le dijo al oído. — Ahora te toca a ti...
Las cadenas de Alsacia se sacudieron con violencia, y Alsacia gritó algo en el
lenguaje de su gente. Nadarenna se rió. Y le dedicó una burlona reverencia a la
Portadora, su víctima para el sacrificio, antes de alejarse girando hacia el centro de la
habitación.
completó. Pero aún continuaba saliendo líquido del caldero, a la orden de la Vara. El
líquido círculo empezó a engrosarse, y crecer hacia adentro, hacia la roca, hacia Alsacia.
Alsacia volvió a gritar en su idioma. Y las cadenas se quejaron cuando ella empezó a
transformarse nuevamente.
Nadarenna avanzó un paso, la daga en alto. Y Djarod no pudo esperar más. En
un estallido de humo negro se interpuso entre la daga y Alsacia.
— ¡Alto!
Nadarenna se detuvo. Miró al Dueño de la Torre y torció la boca en una sonrisa
siniestra. La daga se levantó un poco más.
— Dos al precio de uno... — dijo Edenor a su espalda. — Prosigue, querida...
prosigue. Creo que...
— No tan rápido, asesino...
El relámpago blanco que acompañó a Argéntea encegueció a los magos del
círculo. La Dama del Agua se había lanzado hacia la piedra vacía, el altar del agua, sin
esperar a los otros que todavía estaban en la boca del túnel. Edenor la miró un
momento, pestañeando, y cuando la reconoció, sonrió ampliamente. Nadarenna también
se volvió hacia ella.
— Ah... Mucho tiempo hace en verdad desde que bebimos el poder de este lago,
¿no es verdad, querida? Mucho tiempo en verdad... Me preguntaba dónde estarías, y qué
habría sido de ti... Y por lo que veo, nos has traído a tus amigos... — Los magos que
habían estado ocultos en la boca del túnel salieron a la escasa luz del corazón de la
Torre. — Podremos tener varios sacrificios el día de hoy... ¡Acábenlos!
Y se volvió a Argéntea, apuntándole con la Vara de las Tres Serpientes.
Ella levantó su vara con un grito. Una vez más, las maldiciones oscuras se
ahogaron en un escudo de luz.
— ¡No tenías derecho! — gritó ella. La risa burlona de Edenor fue la única
respuesta. Y la sacó de quicio. Levantó en alto su Vara y liberó su poder en un estallido
de luz de luna.
Drassy se tomó solo un momento para mirar lo que ocurría en la bóveda circular.
Todo el grupo del Trígono se habían lanzado contra los magos del Círculo de las
Sombras. Allá, a la derecha, acercándose a Djarod y el altar de fuego, Aurum y Kathara
peleaban codo a codo. La Fénix no usaba vara. Lanzaba dardos de fuego negro
directamente con sus dedos, como Drassy había visto hacer a Kathy algunas veces. Los
dardos eran largos como plumas de fénix, y se encendían en llamas cuando alcanzaban
el blanco.
Minh se había dirigido hacia la izquierda, por detrás del grupo. Iba hacia
Argéntea que en este momento repelía una lluvia de maldiciones de Edenor. Un mago
de los del grupo salió de detrás de la piedra, pero Drassy no vio que la atacara.
Seguramente se trataba del espía.
Vann no estaba a la vista, pero el movimiento en las cadenas de Alsacia le dio la
pista. Drassy miró hacia atrás, adonde estaba Diana y le hizo un gesto de que se quedara
donde estaba. Y se transformó en brisa para ir al encuentro de su esposo.
— Alsacia... Djarod...
Djarod parecía como desmayado sobre la mujer dragón. Y algo sacudía y rompía
las cadenas con destellos de chispas doradas.
— ¿Vann?
— Drass... — La brisa se materializó en el hechicero. Drassy apareció a su lado.
— Están heridos... Tenemos que sacarlos de aquí.
Drassy descubrió su vara, el Cetro. Las joyas del extremo brillaron en luz y
color. Uno de los magos del círculo gritó, y corrió hacia ellos. El movimiento del Cetro
casi no alcanzó a detenerlos.
— Maldición, la luz nos delató...
Y Drassy se enderezó, el cetro levantado, lanzando rayos de color y levantando
muros de luz como escudos para detener las maldiciones de los brujos que avanzaban
contra ellos.
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— ¿Qué sucedió?
Diana ayudó a Drassy a acomodar a Alsacia, y miró sorprendida al desvanecido
Djarod. Drassy se inclinó sobre él y le abrió la camisa.
— Está herido. Nadarenna debe haberlo atravesado cuando apuñaló a Alsacia...
— ¿Apuñalado? ¿Quieres decir...?
— La Torre intentó atravesar a Alsacia con una daga de sombras. Es... un
antiguo ritual. Para absorber su poder... Djarod se interpuso. Y eso significa...
— Que tomó el poder de él en lugar del de ella...
Drassy se detuvo y miró a la muchacha. Era una conclusión inteligente, como
todas las de Adjanara.
— Como él es un ser humano, su poder es más... limitado que el de Alsacia. Ella
es una Ryujin.
Diana asintió sin hacer preguntas. El que la protegida de Djarod no fuese
humana saltaba a la vista. Se concentró en lo práctico.
— ¿Puedes hacer algo por él? ¿Como lo hiciste con ella en la Torre?
Drassy la miró un segundo y se volvió al hechicero. Estaba pálido, aunque su
piel ardía. Meneó la cabeza, dudosa.
— No lo sé. Allá... me ayudó Taramir. No creo que la Nadarenna quiera
ayudarme a curarlos.
Diana vio como Drassy juntaba las manos sobre su cetro y susurraba unas
palabras. No pudo comprender lo que decía. Pero el estallido de luz dorada que indicaba
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el efecto curativo no apareció. Drassy se dejó caer, sentada sobre sus talones y sacudió
la cabeza, vencida. Miró alrededor, como buscando una pista, una idea. Y se volvió a
Diana.
— No puedo hacerlo, Diana... Djana. ¡Djana!
Diana retrocedió un paso, sobresaltada. Así la había llamado el unicornio negro
del Trígono. Y una vez más vio a Drassy sacar el collar que le había prestado a Kathara,
la Bruja Fénix.
— Yo no puedo hacer nada, Diana, pequeña. Y tú tampoco. Pero en unos años...
tú podrías. Sólo necesito...
Y de nuevo Drassy hurgó entre las ropas de Djarod, buscando algo. Cuando lo
encontró, y se lo mostró a Diana, la muchacha ahogó una exclamación de sorpresa. Era
una llave de marfil, labrada con muchas puntas, idéntica a la que llevaba Vann, el
esposo de Drassy, excepto porque no tenía ninguna gema incrustada.
— Es...
— La Llave Maestra de Taramir.
— Pero Vann tiene...
— La Llave Menor. Taramir tiene muchas puertas, y muchas llaves. Los
aprendices de la Torre guardan las llaves menores, cada uno según su poder y
capacidad. Es el Dueño de la Torre quien las adjudica... o quien las retira.
Y Drassy tomó la llave de Djarod y la suya propia y las unió entre sus manos. El
destello plateado fue claro esta vez. Esta magia sí le estaba permitida.
— Un día, Diana será Adjanara de la Torre de las Mil Puertas. Necesitamos hoy
de su poder para preservar la línea del tiempo... — dijo a las llaves. Y de nuevo se
volvió a Diana. — Un día serás Adjanara, la Dueña de la Torre. En señal de ello es que
te entrego esto...
Y Drassy separó las manos lentamente. La llave de plata volvió a su cuello con
un resplandor. La llave de marfil de Djarod flotó en el aire unos momentos, vacilante.
Tembló un poco, y cayó de nuevo sobre el pecho de su amo. En el lugar que la Llave
Maestra había ocupado, una nueva llave de marfil esperaba a su nueva dueña, haciendo
centellear su piedra azul con impaciencia.
— Úsala bien, úsala para sanar, y para proteger...
Diana miró a Drassy algo perpleja. Drassy sonrió.
— La Djana que yo conozco sabría cómo usarla. Yo no tengo ni idea. Así que,
Diana, tenemos que improvisar.
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Diana se colgó la llave al cuello y cerró los ojos, tratando de pensar. Y entonces,
tomó la mano de Drassy, y apoyó la suya en el pecho de Djarod, y pensó cuánto deseaba
que el hechicero se salvara. Solo sintió un cosquilleo en las manos, y al hombre que se
movía.
— Perfecto. Cuídalos, Diana... Voy con mi esposo...
Y Drassy desapareció en el túnel otra vez.
Capítulo 19.
Las raíces de la Torre.
que ellos regresaran aquí. En el otro extremo de la bóveda, un mago que ella no conocía
luchaba codo con codo con Minh. Diana se preguntó dónde estaría Argéntea. Y siguió
observando, tratando de imaginar alguna manera de hacer que todos volvieran al túnel y
a casa, a salvo.
— Promételo...
Alsacia le apretaba la mano con fuerza, con fuerza sobrehumana, y Djarod se dio
cuenta que no le quedaba mucho tiempo ya.
— Te lo prometo, — dijo, conteniendo las lágrimas. — Abriré el espejo y se lo
diré. Ahora...
— Quisiera pedirte una cosa más...
Alsacia respiraba muy levemente ahora y Djarod se inclinó hacia ella para poder
escucharla. Y ella le tomó la cara con ambas manos, y lo besó. Un beso de fuego, un
beso de ryujin. Las llamas se levantaron y envolvieron a Djarod sin quemarlo, y
volvieron a bajar. Alsacia ya no estaba allí.
Esta vez, fue Drassy la que perdió el control. Con un grito agudo, levantó la
vara, Cetro de los Tres, y las luces mezcladas inundaron el lugar. El remolino de luz
arrastró a los que quedaban de los oscuros hasta el otro extremo de la bóveda.
El mago que había estado peleando junto a Minh y la misma Minh aparecieron
de pronto junto a ellos. El altar de agua se levantaba entre ellos y los oscuros, como una
barrera. El mago arrastró a Vann lejos del frente de enemigos que ya se acercaban a
aniquilarlos, y Minh se paró junto a Drassy.
— ¿Y ahora qué? — dijo Minh entre dientes.
— Cualquier idea que tengas, dila ahora, — contestó Drassy en el mismo tono.
— Señoras... será un placer luchar y morir junto a ustedes, — dijo el mago
desconocido, y Drassy ahogó una exclamación.
— ¿Andrei?
El hombre la miró sorprendido.
— ¿Me conoces? Soy Leanthross, el padre de Carlo.
Drassy asintió.
— Conozco a algunos de sus parientes. Lo siento, me confundí...
— Guardiana... Se acercan... — advirtió Minh en voz baja. Los oscuros estaban
casi a la altura del antiguo altar de agua. Drassy se estremeció.
— ¿No puedes detenerlos?
— No.
— ¿Matarlos?
— No.
— ¿Levantar una barrera?
— No.
Leanthross la miró y suspiró.
— Huyan ahora. Yo los detengo, — dijo.
Y sin esperar respuesta, avanzó unos pasos hacia los magos que se acercaban.
Pero algo lo detuvo. Un ruido, o un presentimiento. Miró hacia arriba, al oscuro cristal,
y se volvió de nuevo hacia las brujas con expresión de espanto.
Fue muy rápido, casi instantáneo. En el mismo momento en que Alsacia lanzaba
su último fuego, y Leanthross se volvía y corría hacia Minh y Drassy; el cristal del
techo se encendió en llamas. La Torre entera tembló. Las paredes de cristal se
resquebrajaron. El pilar del fuego de los antiguos se encendió en llamas, y el lugar en el
que había estado Argéntea, el altar del agua, se encendió con una luz blanca, intensa,
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como si todas las Gotas de Luna que alguna vez fueron se hubieran concentrado en el
mismo momento y lugar. Las llamas rojas abrazaron a las luces blancas, y juntas
lamieron el cristal negro. La Torre volvió a estremecerse. Y el cristal se quebró y cayó
hacia ellos, esparciendo esquirlas de hielo negro y venenoso tanto sobre los amigos
como sobre los enemigos.
— ¡La Torre ha muerto! — gritó Diana. — ¡Salgan de ahí!
Leanthross saltó hacia Drassy y Minh y las empujó al suelo. La lluvia de
cristales pasó y los trozos desaparecieron en el suelo. Pero no había terminado. El suelo
empezó a temblar, y trozos de mampostería caían por doquier. Drassy se levantó y
arrastró al mago.
— Vámonos... — siseó, tirando de él. — Esto se va a derrumbar.
Y los tres corrieron hacia la boca del túnel donde los esperaba Diana, junto con
Aurum y los otros.
— ¿Estás bien? — le susurró Vann cuando Drassy casi cae en sus brazos.
— No te será tan fácil enviudar... ¿Y tú, estás...?
— No te librarás de mí así como así, — le dijo él con una mueca. Pero la
abrazaba con fuerza, y ella no quería dejarlo ir. Se volvió hacia Leanthross.
— Gracias, — dijo. — Si no fuera por...
— No importa. Salgamos de aquí. Si la muchacha tiene razón y la Torre ha
muerto, los túneles se derrumbarán en cualquier momento...
Un nuevo temblor sacudió el suelo y las paredes, confirmando sus palabras.
— La Torre ha muerto, — dijo Diana, seria.
— No se hable más. Comites, ¿puedes con Kathara? — preguntó Vann.
— Claro. ¿Y tú puedes caminar?
— Sí. ¿Dónde está Djarod?
— Allá adelante, con Alsacia... No pude hacer que me escuchara... — dijo
Diana.
— No te preocupes, querida... Ya te harás escuchar, — le dijo Drassy con una
sonrisa. Pero Minh dijo, seria;
— Si la Torre ha muerto, eso lo debe haber afectado aún más. Démonos prisa...
Y todo el grupo empezó moverse por el oscuro túnel, tratando de esquivar las
numerosas rocas caídas, y sosteniéndose de las paredes cuando los temblores volvían a
comenzar.
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Los túneles corrían más y más enredados. El camino por el cual habían venido
estaba bloqueado. Leanthross los guiaba. Pero cada pocos pasos se detenía y miraba
alrededor, desorientado. Drassy, que iba a la retaguardia con Vann, se adelantó y se
acercó a él.
— ¿Pasa algo malo?
El hombre se volvió y la miró. Sus ojos tenían un brillo febril.
— Los túneles... Han cambiado. Creí que los conocía todos, pero... se han
movido...
— Deben ser los últimos estertores... Ya no se siente temblar la Torre, — dijo
Minh.
— ¿Habrá muerto por completo? — preguntó Drassy, sintiéndose curiosamente
turbada. Porque eso explicaría la mirada errática de Leanthross, y su palidez. Si él
también era uno de los de la Torre, la Torre debía estar absorbiendo la fuerza de todos
ellos, en su angustia por no morir. Se acercó más al mago.
— No, no todavía. Observa al hechicero, — dijo él, señalando a Djarod. — Él
todavía no reacciona.
Djarod caminaba como un ciego, de la mano de Diana. Lo habían encontrado de
rodillas junto al cuerpo de Alsacia, inmóvil, y solo cuando Diana lo tocó, él se levantó y
la siguió. Los demás no habían podido desprenderlo de allí.
— Pero... estoy seguro que es por aquí... un túnel bastante antiguo, que baja
recto hasta el antiguo lago...
— ¿Con una escalera? — susurró Drassy, sintiendo que el frío le subía por la
espalda.
— Sí, una larga escalera... ¿Lo conoces?
Drassy no contestó. Aquella escalera... Ella había subido aquella escalera como
prisionera de la Serpiente. Y la había vuelto a bajar como espía, para rescatar a la
Protectora de la Rama de Cobre. Sí, por cierto recordaba esa escalera. Y el lugar adonde
conducía.
— Más allá hay luz... ¿Puede ser? — dijo Aurum, que todavía llevaba en brazos
a la Fénix desmayada.
— No, no puede... La Torre se muere... sus fuegos se apagan... — Leanthross
calló, sin aliento. Se apoyó pesadamente en la pared, y Drassy contestó por él.
— Podría ser la sala de torturas... O lo que será la sala de torturas... Había fuego
allí... siempre. Y si vamos por ahí, creo que puedo sacarlos... Pero...
201
Nunca supo qué fue lo que pasó. Las sacudidas en el suelo lo lanzaron hacia
atrás, lejos de su esposa. Y ella... Las rocas del techo empezaron a caer como lluvia, y
un par de manos fuertes lo arrastraron lejos de las piedras.
— ¡Vamos, muévete! — Era la voz de Minh.
— Drassy... ¡Cassandra!
— No puedes volver atrás ahora... Muévete.
— ¡Cassandra!
Con la misma fuerza de unos momentos atrás, Minh lo retuvo de este lado hasta
que el temblor cesó. Cuando pudieron volver a ver, el túnel, hasta donde podían ver o
adivinar se había derrumbado.
Vann sacó su varita.
— ¡No! No puedes hacer nada ya... — dijo Aurum en voz baja. — es demasiado
tarde.
Diana lo miró horrorizada.
— Vann... Yo...
Vann la miró sin reconocerla. Más allá, Djarod pestañeaba, aturdido. Y Vann
tuvo la espantosa certeza de que estaba muerta. La Torre, sí, pero también su esposa. No
escuchaba en su mente ninguno de sus absurdos porqués que tanto habían enojado a
203
Nadie hacía tantos y tantos años, y ninguna de sus voces canturreaba allí, en el rincón
de su mente que él reservaba para ella. Cassandra... ¿Dónde estás?, pensó. Pero no
recibió respuesta. Esperó, y segundo tras segundo pasaron, mientras se concentraba en
ella y continuaba esperando. No sentía dolor, y sabía bien que cualquier herida que ella
sufriera, él lo percibiría. No sentía la oscuridad, ni la luz, ni el miedo... No podía hacer
contacto con ella, como si ella ya no existiera. Y al fin, se dejó caer impotente sobre sus
rodillas, frente a la pared de roca desmenuzada.
— Djavan... Tenemos que irnos, — dijo Minh suavemente al cabo de unos
momentos. — Empieza a caminar.
Y Vann, sin saber lo que hacía, la obedeció en silencio.
Tal como Drassy había dicho, la sala de torturas tenía un hogar siempre lleno de
brasas. Los temblores habían desmoronado parte de la estructura, pero la chimenea
permanecía, tal vez más libre, y el fuego se levantaba, brillante. Un fuego natural, sin
nada de magia. Solo cuando llegaron allí, Minh permitió a Vann detenerse. Lo hizo
sentarse junto a Kathara, que permanecía desmayada, y Aurum, que la cuidaba. Y se
llevó al atontado Djarod hacia la escalera obstruida, para intentar junto con Diana y ella
misma, abrir un camino que les permitiera salir.
Aurum miraba a Vann, ese forastero desconocido hasta hacía pocas semanas, con
una mezcla de piedad y vergüenza. Había sido él, Vann, y no Aurum, quien había
salvado a la Fénix. Y recordaba muy bien la forma que había tomado la contra
maldición del hechicero. Un fénix de fuego negro. Kathara. El significado de las alas en
su Vara se le hizo claro. Y el diseño de la alfombra voladora. Aurum ocultó su desazón y
se las arregló para decir en tono casi normal:
— Ojalá pudiéramos hacer algo...
Vann lo miró.
— Para curar a Mevalanna... — dijo en tono de disculpa.
Vann volvió a mirarlo y sacó su vara. La serpiente negra se descubrió sin
siquiera pedirlo él. Y la piedra blanca, la piedra de poder, centelleó clara sobre la bruja
desmayada. La respiración de la Fénix se volvió más profunda y regular. Aurum
suspiró.
— De manera que... Fuiste compañero de una Fénix, — dijo, señalando las alas
desplegadas en la Vara.
204
— Fue hace mucho tiempo, — dijo Vann, clavando de nuevo los ojos en la
oscuridad. Las alas de la Vara, y los otros símbolos desaparecían lentamente.
— Pero aún la recuerdas. La llamaste. Vi la manera como salvaste a Mevalanna,
con un fénix de fuego negro.
Vann no contestó.
— ¿Ella fue...? ¿Fue ella tu compañera? — preguntó Aurum de pronto.
— ¿Qué? — contestó Vann, sorprendido.
— ¿Si Mevalanna fue tu pareja?
Vann observó al joven Comites, y no vio sino a un muchacho atemorizado.
Suspiró.
— No. Kathara Dimerona es mi hija, y Kathara ye-Melani fue mi compañera.
Aurum suspiró.
— Dos... ¿Dos muertes más para Mevalanna? Dime, ¿cómo puedes...? ¿Cómo
puedes soportarlo?
Vann miró a Aurum con piedad.
— Doce años, Comites de la Rama de Fuego. Doce años desde que lo pierdas
todo hasta que tu vida vuelva a tener sentido... Doce años fue lo que demoró Kathara
ye-Melani en salir de su huevo, y veinte años es lo que demoré en poder tener entre mis
brazos a Kathara Dimerona. Veinte años en que fui el Vigía.
Aurum lo miró desde las sombras un momento más. No podía decirle nada, pero
había lágrimas de alivio en sus ojos. Mevalanna... Mevalanna no era un amor imposible,
después de todo. Sólo tenía que encontrar la manera... En ese momento, Kathara se
movió y suspiró, y Aurum se inclinó hacia ella. Vann se levantó, discreto y fue hacia el
túnel, donde Minh y Diana intentaban abrirse camino.
205
Capítulo 20.
La tercera puerta.
La escalera era larga y empinada. Bajaron de a uno. Minh iba adelante, con
Djarod y Diana. Y de nuevo, Kathara y Aurum eran los últimos. Justo detrás de ellos,
bajaba Vann la estrecha escalera. Muchas marcas señalaban aquella pared. Algunas eran
marcas hechas por manos sucias de barro, pero otras muchas, eran marcas de sangre.
Algunas largamente desvaídas, otras recientes. La Nadarenna se había alimentado de la
vida de sus prisioneros, también. Vann pensó un momento, si las manos de Drassy irían
a engrosar la larga colección de marcas antes que el longevo cadáver de la Torre fuera
por fin demolido. Pero Drassy jamás se había rendido, ni ante Althenor, ni ante la torre,
ni ante nadie. No, pensó el hechicero, rozando apenas la pared con su propia mano. Esta
roca jamás conocería la caricia de Cassandra. Ella no se rendiría nunca.
Vann se permitió una sonrisa tenue. Ella también era muy joven aún, una
muchacha que apenas asomaba a la vida, aunque se codeara con las grandes
embajadoras del Interior, y luchara como una de sus guerreras. Apenas asomaba a la
vida y ya tenía que enfrentar su propia muerte... Tomó la mano de la Fénix y la sostuvo
entre las suyas. La acercó a sus labios, y sopló.
— Cada minuto contigo ha sido perfecto, Kathara. Como madre, como hija... y
como abuela...
En la mano de la Bruja Fénix resplandecía una burbuja de luz dorada. Kathara la
acercó a sus ojos para verla mejor.
Y de nuevo, el prado del Trígono brillaba con la luz, pero en esta ocasión, la luz
del sol. La mañana se abría, llena de promesas, y el rocío centelleaba entre la hierba.
Una bruja pelirroja danzaba entre las flores. Y Kathara vio al muchacho que la
espiaba, indeciso, desde el borde del bosque.
— ¡Kathryn! Es hora... Date prisa, o nos dejarán afuera del mercado... —
llamaba el padre. — Ah, señor Fara. El profesor Hazze tiene un par de encargos para
usted, de manera que esta vez nos acompañará. Vaya a cambiarse.
Y el muchacho que salía corriendo en dirección al castillo, seguido por la
mirada curiosa de la muchacha.
Y por fin... Una niña, la misma niña de cabellos rojos, que volaba montada
sobre un dragón dorado, mientras otros dos, uno verde oscuro y el otro de un rosa casi
púrpura hacían volteretas a su alrededor. Y la pequeña Fénix se reía en voz alta y se
paraba sobre su montura, saltando al vacío, para caer directo en la espalda de los
otros dos dragones, a los cuales dirigía en vuelo, un pie sobre cada uno de ellos. Y
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mientras tanto, abajo se escuchaban los gritos entre felices y horrorizados de Drassy,
la madre adoptiva.
— ¡Aquí está! — La voz de Diana se alzó sobre todas las otras. — ¡Una grieta!
Del otro lado se ve el lago...
— Déjame ver... — pidió Minh. — ¡Vaya! ¿Quién lo hubiera dicho? Estamos
bastante arriba del lugar...
— Habrá que derribar la pared, — acotó Aurum, con sentido práctico. —
Mevalanna... Si... si te sientes bien, creo que una de tus bolas de fuego podría...
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veces se habían prometido que partirían juntos cuando llegara la hora. Él no podía
haberse ido sin ella. Tenía que estar bien.
Por un rato, Drassy continuó argumentando las razones por las cuales Vann no
podía estar muerto, e ignoró el hecho que no podía percibir sus pensamientos. Si por un
segundo consideraba seriamente que ya no volvería a verlo, se volvería loca. Y no podía
permitirse ese lujo. De manera que cuando la discusión amenazó con volverse
interminable, la abandonó para considerar su situación actual, y la de su compañero.
Leanthross estaba desmayado. Seguía pálido, casi transparente, como si ya no le
quedara sangre en el cuerpo. Y sin embargo su piel ardía. Drassy recordó los signos de
la maldición de Andrei, pero estos no se le parecían demasiado. No, no creía que se
tratase de la maldición. Había algo más en juego. Y necesitaba desesperadamente
sacarlo de aquí. Así que deja de pensar tonterías y de perder el tiempo, y mira a ver qué
hay, se dijo. Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo. De manera que tanteó a su
alrededor, antes de encontrar una de las antorchas y lograr encenderla.
La luz le mostró que estaba en una cámara cerrada, una bolsa de aire que se
había formado en el recodo del pasillo, al colapsarse los dos túneles, el de entrada y el
de salida. No había ningún resquicio por el cual escurrirse. Y de todas maneras, estaba
Massimo. El mago continuaba inconsciente, pero ahora que tenía luz, ella veía la
sombra oscura que crecía a su espalda.
— ¿Qué es eso? — murmuró en voz alta, acercándose de nuevo al herido.
Y apoyando la antorcha en un par de rocas, lo dio vuelta de espaldas para poder
examinarlo.
Era algo que nunca había visto antes. De la espalda de Leanthross salían unos
cristales oscuros, que se volvieron sólidos apenas ella lo separó del suelo. De esos
cristales, una especie de vapor o sombra se extendía por el cuerpo del mago. Con
precaución, Drassy tocó la zona de piel oscurecida, y se estremeció. El hielo de muerte
de la Nadarenna invadía a su antiguo servidor.
— Me alcanzó cuando el cristal estalló... — susurró Leanthross, volviendo en sí.
— De todas maneras... ya estaba maldito... Es solo un... adelanto...
Drassy lo ayudó a sentarse, y el hombre se recostó contra la pared. Los cristales
de hielo se hundieron un poco más en su cuerpo, y el mago hizo una mueca de dolor.
— Deberías estar con los otros... — susurró. — Te dije que ya estoy muerto...
Drassy resopló. Desde donde estaba, Leanthross no podía ver que el túnel ya no
tenía salida. Y ¿para qué discutir?
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— Los alcanzaremos luego. Dime qué puedo hacer para detener la maldición.
Leanthross dejó escapar una risa sin alegría que lo dejó sin aliento una vez más.
Drassy se estremeció. Su resignación se parecía mucho a la de Andrei, en los tiempos de
su maldición.
— Nada... La Nadarenna nos llevará a todos con ella... A todos... sus
servidores... tal vez incluso a Edenor... Quédate tranquila... Sólo te pido...
Drassy se inclinó hacia el mago que inspiró profundamente para decir lo que
tenía que decir.
— ...que si puedes, no permitas que la maldición alcance también a Carlo...
— ¿Qué?
— Que... salves a mi... hijo. Si me mata la Torre... la otra maldición... la de la
familia... quedará libre de tomarlo a él... No lo permitas, y si... si puedes, líbralo de
ella...
Drassy miró a Massimo Leanthross, y un par de lágrimas se asomaron a sus ojos.
Ella... no podía negarse, pero no podía cumplir esa promesa. Las vidas de todos debían
seguir su curso.
— ¡Prométemelo, por favor!
De pronto el hombre se había sentado, y le aferraba las manos con fuerza.
Drassy lo miró a los ojos.
— Te prometo que cuando llegue el momento, si está en mi mano, ayudaré a tu
heredero a romper la maldición, y ninguno de tus descendientes será un maldito.
Leanthross sonrió. Fue una sonrisa fugaz, porque las sombras de hielo ya lo
envolvían. Drassy se inclinó hacia él para abrazarlo en ese último momento, pero las
sombras la rechazaron. Y escuchó al mago recitar un último hechizo.
El cuerpo del mago se convirtió en piedra, pero el sonido de la invocación
continuaba desde la roca. Detente, espera... Espera, detente... La piedra retrocedió un
momento, y Drassy se dio cuenta que el mago moribundo estaba enfocando todo su
poder en detener la maldición para que no llegara hasta su hijo. Y vio el cuerpo
petrificado de Leanthross cubrirse de llamas cuando todavía no había terminado la
invocación, y ella unió su poder al del mago mientras éste se reducía a cenizas,
entregándole la magia que necesitaba para lanzar el último hechizo. Akinómar ende,
o’miro bakhat... Vete en paz, amigo mío, que tu hijo estará protegido... La maldición
esperará. Vio moverse un poco la forma de piedra bajo las llamas, como si fuera una
última sonrisa de gratitud, pero también pudo ser la roca que se desmoronaba. El cuerpo
211
— No lo creo. Le faltan muchos años para nacer, y muchos más para convertirse
en vampiro.
— ¿Y entonces? ¿Nos sentamos a esperar que nos rescaten?
— Eso... o nos sentamos a esperar morirnos juntos. Tú decide.
Ella se rió. Señaló una de las rocas, y él la llevó hacia ella. Y se sentaron juntos,
todavía abrazados, cuchicheando acerca de las muchas cosas que habían visto y hecho
en este viaje.
Capítulo 21.
El río subterráneo.
tú vas a entrar a mi Torre, deja de disculparte por tener poder o conocimiento, Diana,
niña.
Minh asintió y se encogió de hombros.
— Está bien, si tú lo dices. Los Tres también nos dijeron lo mismo. Y empieza a
tratar mejor a mi aprendiza, porque de lo contrario no te la entregaremos.
— ¡Hey, hey! Creí que la decisión era mía, — protestó Diana, algo nerviosa. —
Taramir dijo que era yo la que tenía que elegir...
Aurum miró a Diana y sonrió. Djarod seguía mirando ceñudo a Minh, pero ella,
que había estado enfrentándolo con los brazos en jarras se rió en voz alta.
— Es cierto, Diana, es cierto. Pero... no pude resistir la tentación de discutir con
él. Hace muchos años que no hablamos. Djarod siempre se envuelve en esos hechizos
fastidiosos que no te dejan respirar, y nunca puedes darle un buen tirón de orejas, que es
lo que se merece. Porque yo también puedo hablar con un Dworm, y sé muy bien quién
tiene los últimos Hemeromorfos, Jared Fara.
Y entonces Djarod la miró fijamente y de pronto empezó a reír.
— Pero... — dijo cuando recuperó el aliento. — No has entrado en la Torre.
Todavía no te he entrevistado.
Minh se encogió de hombros.
— Y no lo harás. Pero no se necesita mucho para que tus perros malcriados me
dejen pasar.
Djarod volvió a reírse.
— ¿Qué les diste? ¿Rocas de Zahamar?
— No, cariño. Son muy raras. Les hice unas galletas de arenisca en uno de los
hornos del Interior. Créeme, les encantaron.
— ¿También a Feldespato? — preguntó Diana, que para sus adentros se
preguntaba qué diablos serían las rocas de Zahamar.
— ¿Felde...? — empezó Minh.
— Feldespato, el tercer componente del granito. ¿Es que no has estudiado
geología forastera? — dijo Djarod. Y Diana soltó otra risita.
— ¡Señores! Mientras ustedes discuten tonterías, tenemos que tomar una
decisión importante... — dijo Kathara desde la puerta de la mazmorra.
— No, Kathara Mevalanna, Bruja Fénix, si no me equivoco. — Era la primera
vez que Djarod prestaba atención al grupo. Kathara asintió con una inclinación. — No
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hay elección posible. Aunque vayamos tras Vann Dimor, no lo alcanzaremos. No está en
nuestras manos.
Aurum lo miró indeciso un momento. Y se volvió a Minh.
— ¿Y tú qué crees? Porque no es decisión de la Torre sino del Trígono.
Minh suspiró. Era la mayor de los Comites que quedaban, es decir ella y Aurum,
ahora que ya no estaba Argéntea. Pero estaba segura que la Dama de Plata también
estaría de acuerdo con Djarod.
— Mira, Aurum, —dijo suavemente. — Creo que no es decisión ni de la Torre,
ni del Trígono. Y creo además que deberíamos fomentar la unión entre nosotros en lugar
de discutir por quién tiene más poder o quién toma mejores decisiones...
— Pero...
— Creo que Djarod tiene razón. Debemos volver a casa.
Djarod se volvió a la pared y sacó su retorcida vara. Pero Minh no había
terminado.
— Pero creo que antes de marcharnos podemos subir y ver si Vann y Drassy
necesitan de nuestra ayuda... De modo que Djarod, Diana y Kathara se quedarán aquí, y
tratarán de despejar el camino para nosotros, y tú y yo subiremos a buscar a los
rezagados.
— No, yo no me quedaré aquí. Pueden necesitar la colaboración de un fénix... —
dijo Kathara, acercándose y aferrando la mano de Aurum, que la aceptó sin más. Minh
se encogió de hombros.
— Está bien, entonces...
— Yo también quiero ir, — dijo Diana de repente. Y Djarod soltó su mano. Minh
se volvió a ella.
— Mejor quédate, estarás más segura si te quedas con él.
Diana se permitió un ligero sonido de protesta, antes que la mano de Djarod la
atrapara nuevamente. Y él la atrajo hacia la pared.
— Saca tu vara, niña. Si vas a entrar...
— Ya basta, Djarod, — advirtió Aurum desde la puerta. Djarod se volvió hacia
él e hizo un gesto de impaciencia.
— ¡¿Cómo quieren que eduque un aprendiz en estas condiciones?! ¡Van a
enviarme una niña absolutamente malcriada!
Diana soltó una risita y tocó el brazo de Djarod para mostrarle su varita. En las
sombras pudo ver que el mago sonreía, aunque trataba de disimularlo. Y en las entrañas
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de la torre muerta, mientras la Fénix, Aurum y Minh iban a registrar los pasillos
superiores, Diana tuvo su primera lección con el Amo de la Torre de las Mil Puertas.
— Hm. No sé qué será, pero a mí me parece una montaña con alas, — dijo
Djarod en voz baja. — Tendremos que ir a ver a los Jardineros de Varas a ver qué está
haciendo tu árbol...
Diana lo miró azorada. ¿Ir con los Jardineros? Realmente, Djarod tenía planes a
muy largo plazo. Volvió a mirar a su varita, pero no distinguió ninguna montaña con
alas en la mancha.
— Yo... No lo sé.
Djarod se encogió de hombros.
— No tiene importancia. Ahora concentrémonos en derribar esta pared. Es una
pared mágica, perteneció a una Torre Viviente... de manera que tal vez solo tú y yo
podamos derribarla. Pero habrá que trabajar duro... Ahora concéntrate en...
Y Djarod continuó dando instrucciones largo rato, y contestando las
innumerables preguntas de Diana, y ensayando con ella los movimientos adecuados
para derribar la pared de la Torre muerta.
Minh y los otros habían regresado. La pared ya había sido demolida, y el camino
al río subterráneo estaba despejado. Minh se detuvo junto a la corriente, mirándola con
desconfianza.
— Mm... No lo sé. Hay Glubs aquí...
— ¿No puedes hacer algo? ¿Convencerlos de que nos dejen salir, como los
convenciste que nos dejaran entrar?
— Cariño... Drassy les dijo que nos dejaran pasar. Yo no.
— Vamos, Minh... — dijo Aurum. — Necesitamos salir de aquí. Si puedes...
Minh miró al Comites del Fuego con ironía.
— ¿Ahora no te importa que hablemos neferés?
— ¿Neferés? — preguntó Djarod. — No neferés, pero sí necotés. Tengo un par
de Glubs en casa. Sólo larvas, pero... dan su trabajo.
— Neferés, necotés... ¡qué más da! Tenemos que salir de aquí, — gruñó Aurum.
Djarod se volvió a él.
— En realidad, se trata del mismo lenguaje. Tiene dos versiones. Necotés es la
versión masculina, y neferés la femenina... Una de las siete lenguas prohibidas.
— Y tú las hablas todas. Djarod, si puedes sacarnos de aquí, hazlo de una vez.
Djarod consideró por un momento contestar de mala manera el agresivo
comentario del Comites de Fuego, pero luego pensó que Aurum tenía razón. Llevaban
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demasiado tiempo encerrados en las raíces de la torre muerta. Y eso empezaba a afectar
a los del Trígono, acostumbrados a la luz del Interior. Sin decir nada más, se volvió
hacia el agua, y gritó unas palabras en la lengua prohibida, justo como Drassy había
hecho. El agua burbujeó, y una cosa rojiza y maloliente se acercó hasta la orilla.
Borboteó algo, a lo que Djarod respondió brevemente, y la criatura se retiró.
— Tenemos un par de horas, pero creo que no necesitaremos tanto. Es mejor
nadar ahora, antes que ellos cambien de opinión. Señoras, Comites...
Y como si estuviera invitándolos a entrar a la piscina, hizo un amplio gesto que
empujó a todo el grupo a las revueltas y poco atractivas aguas.
El río los había arrastrado por varios túneles, pero el hechizo con que Djarod los
había atado les daba también aire para respirar. Lo que no evitaba eran las sacudidas y
los golpes contra las innumerables rocas del fondo. Pasaron por un par de hendiduras
estrechas, y luego de unas vueltas, un par de rápidos y una caída, salieron al exterior en
un remolino de espuma.
— El Trígono... — suspiró Kathara, levantando los brazos.
Y el fénix negro se elevó desde las aguas de la cascada.
— Vamos, Aurum. Síguela. No podemos dejar que llegue sola a casa, — dijo
Minh.
Aurum la miró, como para replicarle, pero el fénix estaba cantando en una rama,
esperándolo. De modo que Aurum también salió del agua y voló tras el fénix.
Djarod miró a Minh con ironía.
— ¿Y a ti donde te dejamos?
— Puedes dejarnos a Diana y a mí en la linde del bosque. Podemos seguir
caminando desde allí.
— Ehm... Necesito a Diana todavía un poco más. La entrevista... No pudimos
completarla.
Minh miró a Djarod con desconfianza, pero asintió haciendo una mueca.
— Está bien. Pero la quiero de regreso para la cena, ¿entendiste?
— Sí, señora. La dejaré en tu puerta, a la hora que tú digas.
— ¡Djarod! — El hechicero la miró, preparando su respuesta. — ¿Quién iba a
decir que tú tenías sentido del humor?
Y Djarod sonrió, y dejó a Minh junto a los árboles de la orilla. Y Diana siguió
flotando con la corriente en la estela del hechizo del Dueño de la Torre.
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Capítulo 22.
Adjanara.
La gran Torre se levantaba, alta contra el cielo violeta. Blanca... y sin embargo...
las sombras del atardecer oscurecían sus paredes. La mujer se estremeció al mirar
aquellas ventanas cerradas, y se acercó al hombre alto. Venían de un largo viaje, era
cierto, pero ¿habría servido de algo?
— Esto no me gusta, — murmuró la mujer. — Es como si no hubiera cambiado
nada.
Y esta vez no había ninguna muchacha para tomarla afectuosamente por el brazo
y reconfortarla.
— Todo saldrá bien... — dijo el hombre. — De otra forma, no hubiéramos
regresado.
Una de las aves que rondaban las ventanas de más arriba lanzó un chillido
peculiar. Y la mujer levantó la cabeza y sonrió.
— Siddar.
El hombre se volvió a mirarlo disimulando un gesto de fastidio.
— Genial. Primero hacemos todo el trabajo duro, y ahora llega el Segundo y...
— Javan...
El hombre se acercó a la puerta y tocó el dorado llamador. La puerta se abrió en
silencio.
— Mamá, papá... Han... regresado... Ella dice que quiere verlos...
La mujer miró al hombre con inquietud. Pero el hombre se limitó a sacudir la
cabeza y encaminarse decidido al interior de la gran Torre.
La habitación de Adjanara era la misma que una vez había ocupado Alsacia.
Cassandra miró no sin extrañeza las colgaduras en las paredes. Adjanara conservaba la
misma decoración que Djarod le había dejado a la bruja de fuego.
— Drassy... — sonrió la gran bruja, mirándola desde la cama.
— Diana... — la sonrisa de Adjanara se acentuó.
— Hace muchos años que no me llamas así. En verdad muchos años.
Y Cassandra se encogió de hombros.
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— Para mí, sólo unas horas. ¿Qué sucedió, cómo es que recuerdas una línea
alterna de tiempo?
— ¡Niña! — se rió la Hechicera. — Estamos en una de las Siete Torres...
Cassandra miró a su alrededor y asintió. Javan se acercó y tomó las manos de su
madre.
— ¿Cómo te sientes? — preguntó con suavidad.
— Muy bien, cariño. Todo salió bien.
— Pero...
— Nosotros no cambiamos nada de tu historia, ¿verdad? ¿Qué fue lo que
sucedió?
Adjanara miró a Cassandra y sonrió. Hizo un gesto a la mujer que la
acompañaba, Solana de la Torre, la nueva Dueña, y Solana acercó un pequeño espejo de
mano a la Hechicera.
— Mira bien, Cassandra, y dime qué ves...
Cassandra miró al espejo, y tuvo de pronto la sensación que caía. Retrocedió un
poco, y Javan se acercó a ella.
— Madre, ¿qué...?
Adjanara sonrió.
— Sh... Déjala que mire...
Y Cassandra, tras una breve mirada a la Hechicera, se asomó al espejito y al
remolino en su interior.
— ¿Qué es esto, Adjanara...?
— Un cristal de tiempo. No tengas miedo, no puede hacerle daño a quien
custodia la Llave de la Cueva del Tiempo...
— Madre... — advirtió Javan. Y Djana le apoyó la mano en el antebrazo y le dio
unas palmaditas.
— Muchos años después que ustedes se fueron, fuimos con Djarod a ver las
otras Torres. Cuando estuvimos con Istamar, nos entregaron este cristal, tomado del
espejo de Sarhu.
— ¿Espejo de Sarhu? Minh nos dijo algo de eso, pero...
— ¿Recuerdas por qué vino Alsacia al Trígono?
— Buscaba ayuda. Para salvar a un rey.
— ¿Recuerdas qué clase de criatura era Alsacia?
— Ryujin.
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Serpiente, Javan, él estaba persiguiendo a Kathara. ¿Por qué creen que Althenor
prestaría atención a las Fénix o a los Ryujin?
— ¿Porque Alsacia se cruzó en el camino de la Vara?
— Exactamente. Si Alsacia hubiera permanecido aquí, con Djarod... Bien. Yo no
hubiera entrado en la Torre. Y ella sería la Dueña, todavía.
— Pero, madre...
— Sí, Javan. Tu padre jamás me hubiera tomado en serio con una bruja tan
formidable como Alsacia a su lado. Pero... Bien. Ustedes acaban de verlo. El cristal del
tiempo no pudo con la tozudez de Alsacia.
Cassandra miró a Adjanara. Detrás de su aparente lógica e indiferencia, ella
sentía el miedo que la Grande había tenido de perder al que fuera el amor de su vida, el
extraño e impredecible Djarod de la Torre. Y asintió en silencio.
— Pero, madre... ¿por qué habría de afectarte ahora? ¿Por qué no lo hizo antes,
cuando yo nací, o cuando mi padre...?
Djana sonrió a su hijo, y por toda respuesta se encogió de hombros. Cassandra
miró a la Hechicera y contuvo un estremecimiento. Estaban al final del camino. Y era al
final del camino donde las líneas volvían a confluir.
Adjanara se volvió de nuevo hacia Cassandra.
— Gracias por traerme a mis nietos, Cassie. Realmente has dado una familia
maravillosa a mi hijo... — y sus ojos agregaron: Cuídalos bien.
Cassandra sonrió, la besó en la frente, y no pudo decir nada. Y Javan miró a su
madre, y empezó a decir algo más, pero cambió de opinión.
— Te dejaremos descansar, madre. Mañana podemos hablar de nuevo de todo
esto.
— Sí, querido. Mañana...
Y con una sonrisa, Adjanara la Grande los despidió de su habitación.
Djarod el joven, Solothar en el Interior, paseaba por el jardín del risco. Era casi
la medianoche, pero como a su madre, le gustaba el aire nocturno. La brisa del verano
traía aromas extraños, y a Sol le gustaba tratar de adivinar de dónde robaba el viento su
perfume. La luna se había ido hacía largo rato, y las sombras eran largas y tenues. En la
quietud de la noche, el movimiento en el borde del risco llamó su atención.
— ¿Quién está ahí?
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La sabueso resultó mucho más ágil de lo que cabía esperar de una estatua de
cristal. En cuatro zancadas, alcanzó al muchacho y lo hizo caer. Y Sol se encontró de
espaldas al suelo, con una de las pesadas patas oprimiéndole el pecho. La Llave Menor
que su abuela le había dado aquella mañana empezó a calentarse.
— Por... por favor... Déjame respirar... Princesa... — Y la Llave Menor lanzó un
destello amarillo dorado. La sabueso retiró la pata.
— Prince... sa... ¿Es ese tu nombre? — Sol se había sentado en la hierba, y
trataba de abrirse la camisa, para ver por qué la Llave se había calentado tanto. Sentía la
quemadura en la piel. Y para cuando consiguió desprenderla, la Llave volvió a quemar y
a centellear.
Sol intentó apartarla de su piel, y la sabueso se acercó. Olió la llave y dio un par
de lengüetazos a la quemadura en el pecho del muchacho.
— ¡Hey, qué...!
Pero la quemadura había desaparecido. La sabueso volvió a mirarlo con ojos de
cristal, movió apenas la cola y retrocedió hasta su lugar en el jardín. Y Sol se quedó
mirando como su llave de marfil, como todas las llaves de la Torre de Solana, se
transformaba en una llave de cristal, con el topacio brillante en el centro, y una hebra
dorada decorando sus numerosas puntas.
Apéndice.
Por supuesto, una vez que regresaron, Cassandra no pudo quedarse tranquila
hasta que averiguó la continuación de varias de las historias que había vivido en este
viaje. Esto fue lo halló.
La inundación de miel en la villa de las pequeñas hadas se repitió tres veces más
en el mismo año. En la última oportunidad, casi en la víspera de la puerta de la
Primavera, la reina de las Pequeñas Hadas no quiso escuchar a los Cuidadores, y no
evacuó la ciudad. Muchas Hadas sufrieron lesiones por esa causa, y varias perdieron sus
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alas; y se acusó a la Cuidadora Basilisa de haber provocado las inundaciones con sus
agujeros de gusano.
Basilisa resultó expulsada, y se trasladó al otro lado del risco. La Cuidadora
Pétalo fue con ella, pero el Cuidador Brote permaneció en la ciudadela. Las flores se
negaron a abrirse aquella primavera, y las Pequeñas Hadas que habían logrado escapar
de las inundaciones enfermaron. Por dos años, las farolas no destilaron miel, pero las
sucesoras de la reina que había expulsado a Basilisa no se atrevieron a llamarla de
nuevo. El tercer año, cuando ya no quedaban muchas de las Pequeñas Hadas, la
sucesora de la reina, todavía no coronada, enfermó. Se trataba de un Hada muy
responsable, educada en secreto por el mismo Brote, y amiga de su aprendiz, Palo.
La sucesora viajó en secreto hasta donde estaba Basilisa y le pidió que regresara
a la villa. Basilisa se negó, pero dio a la sucesora un poco de su licor de risas. La
sucesora se mejoró, pero no quiso separarse del lado de Brote y Basilisa. Para
convencerla, Basilisa hubo de ir personalmente con ella hasta la ciudadela de las Hadas.
Encontró a muchas de ellas enfermas, y les dio miel y néctar y licor de risas una vez
más. Y ante los numerosos pedidos de que permaneciera con las Hadas en la ciudadela,
ya no quiso marcharse. Fue nombrada Madre de las Pequeñas Hadas.
La sucesora no llegó a coronarse. Cambió su nombre por el de Semilla, y se
convirtió en otra de las Cuidadoras.