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Libro 6.
NingunaParte.
Sandra Viglione.
2007
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La chica envuelta en una capa azul oscuro se deslizó fuera del castillo. El
muchacho de capa negra ya estaba esperándola. Se escurrieron juntos sigilosamente,
al abrigo de las paredes, por detrás de los invernaderos, y se metieron al bosque.
Caminaban muy juntos, tomados apretadamente de las manos. Él la ayudó a
saltar una cuneta estrecha que atravesaba el sendero. La condujo a un barranco, una
grieta en realidad, cubierta por una espesa enredadera en las profundidades del
bosque. Hiedra y madreselva ocultaban la entrada de la pequeña cueva en el fondo.
Ella dejó caer la capa, y su largo cabello rojo cayó libre, más allá de su cintura.
El muchacho se quitó la capa más lentamente. Podía sentir los ojos de ella sobre él y
eso lo ponía nervioso. Le había dicho que tenían que hablar, y ella había accedido a
salir del castillo sin decirle a su padre. Reprimió un estremecimiento. El Anciano
Mayor era un buen hombre, pero... era su padre. Se volvió para mirarla, y encontró sus
hermosos ojos de bruja fénix todavía fijos en él. Ella estaba cerca, muy cerca; y él la
abrazó y la besó. Con la cara todavía hundida en su cuello y cabello le susurró:
— Huye conmigo, Kathryn...
La sintió ponerse rígida por la sorpresa. Y el susto. Ella lo empujó, y se separó
unos pasos. Lo miró con temor en la cara.
— No... sabes que no puedo... — dijo.
Él trató de abrazarla otra vez, pero ella lo rechazó.
— Por favor, debes entenderlo... Tu padre nunca... — empezó él, pero no
terminó. — Debemos huir y escondernos... al menos por un tiempo...
— No dejaré a mi padre, Javan, — dijo ella.
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Capítulo 1.
Juego de luces.
Kathryn no había querido huir con él, y le pidió un par de años para terminar
en el Trígono. Él aceptó... a pesar de la vaga sensación de que ella nunca se marcharía
de allí. Mientras tanto, tanto como podía con solo dieciocho años, encontró un lugar
oculto, y preparó un escondite. Cuando regresó, ella había sido secuestrada. Y la
perdió para siempre...
Por mucho tiempo, realmente mucho tiempo, no quiso a otra mujer en su vida.
Había tenido algunas relaciones, que empezaron y terminaron sin dejarle ningún
recuerdo... a nadie. Él se había ocupado de eso. Hasta que Cassandra llegó al Trígono.
Y Javan no pudo evitar sonreírse ante el recuerdo.
Siendo forastera, se hizo pasar por bruja. Luego, siendo bruja, se hizo pasar
por forastera. Luego de eso, ella fue las dos cosas; una bruja y una forastera. Él se
había sentido muy confundido respecto a ella. Al principio, sospechaba: podía darse
cuenta de que algo en ella no encajaba. Y el Anciano le pidió que la vigilara. Pero él
mismo empezó a mirar a Cassandra con la misma expresión que guardaba para su hija.
Ahora, casi seis años más tarde, Javan se dio cuenta que el Anciano jamás le había
pedido a nadie más que cuidara de Cassandra. A ninguno de los otros Comites. Y
tampoco a Andrei... o siquiera a Siddar. Sólo a él... ¡Ese viejo! Ese viejo tenía una
percepción que ningún otro mago tenía.
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Y entonces, una noche... Una noche cualquiera. Cassandra contó una historia
que desgarró su corazón. Ella había descubierto el secreto de Kathryn, y había
despertado el viejo dolor en él. Ella no lo había dicho todo, y él tenía que saber qué
más sabía, qué más ocultaba. La espió por el espejo hasta que ella estuvo sola. Y llamó
a su puerta.
Ella abrió la puerta vestida tan sólo con un camisón blanco. El fuego en la
estufa detrás de ella lanzaba sombras extrañas, insinuantes.
— ¿Si? — dijo ella medio dormida. Y él perdió el control. Como aquella lejana
vez con Kathryn. Avanzó hacia ella y cayó con ella en la cama, besándola,
acariciándola, toda noción del mundo borrada de su mente. Ella había respondido en
silencio. Lo había acariciado, lo había besado, pero no dijo una sola palabra. En la
mañana, él le dio una poción para olvidar. Se había sentido avergonzado.
Pero ella estaba demasiado cerca. Sus ojos, diferentes y a la vez tan parecidos a
los de Kathryn, en sus cambiantes expresiones, ya que no en su color. Su cabello
castaño que el sol de la tarde teñía de rojo. Y esa manera tan infantil de comportarse.
Era tan diferente y a la vez tan parecida a Kathryn. Menos noble e inalcanzable, y más
cercana a su vida cotidiana.
Y la segunda vez llegó pronto. Menos de un mes después. Ella soñaba su propia
pesadilla. Pero él ya sabía eso. Ya sabía lo de sus manos, ya sabía lo de su llamado
como Guardiana... Ella seguía creyendo que se lo podía ocultar. La siguió cuando ella
fue hacia los corredores de la Rama de Oro. Ella no podía saber... No, no podía, nadie
la había llevado allí antes. Pero él también sentía la voz, aunque no lo llamara a él. La
esperó afuera de la Puerta de Arthuz, cuando Ara terminó con ella. La esperó, porque
quería saber qué tenía que decirle el fénix.
La tocó para llamar su atención, pero ella traía un torbellino de poder a su
alrededor. Las corrientes de magia lo envolvieron y lo arrastraron, y volvió a perder la
cabeza. Su perfume, su calor, su forma, su piel... Y toda esa magia vibrando a su
alrededor, cantando hasta enloquecerlo. No... no enloquecerlo. Hasta hacer que su
propio poder vibrara con el de ella.
A través del torbellino que inundaba su mente, sintió que ella lo llamaba. Se
estremeció, y la miró sorprendido. Ella lo llamó otra vez, y trató de besarlo, antes de
que el caudal de magia le hiciera perder el sentido. De alguna forma ella lo sabía,
pensó él en ese momento. Pero no se atrevió a cambiar la manera que las cosas eran.
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Por un año o algo así, siguió ocultándole cómo se sentía cuando la tocaba, o
cuando ella se acercaba y le sonreía... Hasta que llegó el momento en que ya no quiso
seguir dándole poción para olvidar. Para ese momento, ella ya había desgarrado todos
los velos, y había hurgado en todos sus secretos. Para ese momento, su calor a su lado,
y la curva de sus caderas, y la dulzura de sus labios eran parte de sus noches. Para ese
tiempo, él sabía que la amaba sin remedio.
¿Y ella? Un verano tuvo que pasar, y ella tuvo que ser secuestrada y rescatada
antes de que él pudiera saber con certeza que ella también lo amaba. Yhero-niro té,
recordó.
— Yhero-niro té, — susurró como respuesta.
Ella sonrió en sueños.
Era una playa de arenas doradas y aguas azules. Cassandra le había pedido
aterrizar cuando Kathy se cansó del viaje. Una alfombra voladora podía ser más cómoda
que una escoba, pero aún así un vuelo de medio mundo hasta Australia... Él mismo se
sentía cansado y acalambrado. De manera que concedió la parada... después de una
discreta discusión.
Habían partido hacia Australia primero en tren, como cualquier familia forastera,
y luego en alfombra. Cassandra quería que Kathy recuperara la parte forastera de su
vida, y si fuera posible, que no la olvidara jamás. Javan protestó diciendo que podrían
haber usado la Caja de Dherok, pero Cassandra no quiso saber nada. Él dijo que podrían
simplemente aparecerse allá, pero Cassandra le puso el grito en el cielo. ¡Cómo iban a
perderse de todo el viaje! ¿Y todo lo que había para ver en el camino? ¿Y todo lo que
podrían divertirse volando en una alfombra? Javan suponía que en realidad el escándalo
venía del hecho que ella no sabía aparecer y desaparecer, y le daba un poco de miedo.
Así que se resignó a soportar la travesía. Le pidió a Ada que se ocupara del equipaje,
redujo la alfombra negra y dorada al tamaño de un pañuelo, y subieron al tren.
La costa los esperaba con vientos suaves y nubes algodonosas. Recién en ese
momento, Cassandra le permitió sacar la alfombra. Si hubiera sido por ella, hubieran
viajado en un avión forastero. Pero él se las arregló para que no hubieran lugares
disponibles en ninguno de los vuelos directos. Y Cassandra se resignó a tomar su vuelo
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Estaban volando otra vez. Cassandra yacía con las manos bajo la cabeza,
mirando las estrellas que empezaban a aparecer en el cielo. Kathy y Javan apoyaban las
cabezas sobre su vientre, y ella estaba demasiado cómoda como para sacarlos.
Habían estado jugando bajo la alfombra, otra vez con un hechizo de gravedad
inversa, y Cassandra los observaba desde la parte de arriba, la cabeza colgando por el
borde de la alfombra. Los miraba con cierto temor. Y en cierto momento, Kathy y Javan
tiraron de ella hacia abajo. Como había pasado en la mañana, ella se paralizó de terror.
Javan tuvo que subirla de nuevo a la parte de arriba y preparar un té para tranquilizarla.
— Mamá ¿qué pasa? — preguntó Kathy. Había empezado a llamarla mamá el
invierno anterior.
— Vértigo, — contestó Cassandra. Todavía temblaba. Javan la rodeó con un
brazo.
— Pero vuelas tan bien cuando eres el águila blanca... Y cuando eres viento...
— Sí. Pero vuelo muy mal cuando no tengo alas. No me gustan las alturas.
Kathy sacudió la cabeza. No veía la diferencia. De todas maneras, se sentó junto
a Cassandra y la abrazó. Cassandra sonrió y se dejó mimar un largo rato.
Ahora el viaje estaba por terminar. Las luces de la ciudad brillaban en la costa,
abajo. Cassandra suspiró.
— ¿Qué pasa? ¿No quieres que el vuelo se acabe? — preguntó Javan.
— Estoy cansada, — sonrió ella, acariciándole el cabello.
— Yo también, — dijo Kathy. Cassandra estiró la otra mano y le acarició la
frente a ella también.
— ¿Cómo encontraremos el hotel desde aquí arriba?
— Fácil, — dijo Javan enderezándose. — Dame tu varita.
Cassandra se la dio, y él lanzó un largo chorro de chispas rojas y blancas al aire.
— ¡Ey! ¿Qué van a decir los forasteros de allá abajo?
— Hoy hay un espectáculo de fuegos artificiales. ¿No lo sabías? — se rió él.
Observando cuidadosamente la ciudad, vieron como un faro, un largo destello de
chispas en verde y plata. Y los fuegos artificiales que empezaron a estallar a su
alrededor. Envueltos en colores y humo de pólvora, empezaron a descender, y
finalmente bajaron en una terraza. Al fin habían llegado a Australia.
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Capítulo 2.
La recepción.
Ada Fara había reservado tres habitaciones en suite para ellos cuatro. Y había
seleccionado un hotel con piscina climatizada, pensando especialmente en Kathy. No
podían llegar y saltarse toda la parte forastera de los trámites. Además, cruzar la frontera
mágica requería casi tanto papeleo como atravesar las fronteras políticas.
— Creía que el mundo mágico era uno solo, — había dicho Cassandra, algo
desconcertada. Javan la miró con una sonrisa.
— Pues... Razonando de ese modo, yo creía que el mundo era uno solo, — dijo
Javan, divertido. — Vamos de visita a otro país. Necesitamos pasaportes... de los dos
lados.
Y moviendo la varita de Cassandra, hizo aparecer unos mensajes instantáneos
azules. Le tendió uno de los pájaros a Cassandra.
— Toma, llena el tuyo.
— ¿Qué es?
— Tu solicitud... Necesitas una para salir y otra para entrar... Cuando aprueben
la salida, vendrá el formulario para solicitar la entrada. Verde.
— ¿Quién revisa las solicitudes?
— El Círculo... Creo que tu amigo el Alcalde se ocupa de los casos complicados
ahora. Lo... castigaron.
— ¿Lo degradaron, quieres decir?
Javan se limitó a encogerse de hombros. Ella tenía razón, Neffiro, el Alcalde del
Valle, era un incompetente. Pero había sido el Alcalde por demasiado tiempo. La gente
lo quería. Incluso confiaban en él. Si se limitara a las apariciones públicas, como el
Círculo quería, no tendrían más problemas. Cassandra miró dudosa el formulario azul.
— Si Neffiro tiene que aprobar mi solicitud, creo que llegará con una nota de ‘Y
no regrese.’ ¿No te parece?
Javan soltó la carcajada.
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Las otras suites del ala estaban vacías. Kathy dijo ‘Qué suerte, tendremos la
piscina para nosotros solos.’ Cassandra pensó que era extraño. Y luego cayó en la cuenta
de que estaban en baja temporada. Coreó a Kathy, y también dijo ‘Qué suerte...’
Habían llegado al hotel por la noche. Kathy se fue derecho a la cama después de
cenar, pero Cassandra quiso un baño de burbujas primero. Luego esperaron a la gente
del lado mágico casi hasta la medianoche, pero ellos no llegaron. Al fin se fueron a
dormir.
La siguiente mañana, Cassandra se levantó tarde. Dormir en una cama, después
de tres días de alfombra... era un placer. Resistió la tentación de hacer una guerra de
almohadas con Kathy, y se limitó a ponerse el traje de baño y una bata. Habían hablado
de pasar la mañana en la piscina.
Encontró a Javan, también en bata, hablando con un par de magos. Miró a
Cassandra cuando ella entró.
— Cassandra, ellos vienen del otro lado. Ella es mi esposa.
Uno de los magos, revisaba los papeles azules y los sellaba. Con un toque de
varita, los formularios se transformaron en pájaros de papel y desaparecieron. Unos
segundos después, regresaban como pájaros de papel verde.
— Todo está en orden, — dijo. — ¿Puedo preguntar qué los trae a nuestro país?
¿Negocios, tal vez?
Javan frunció los labios. El ornitorrinco azul... Fue Cassandra la que contestó.
— Vacaciones. Luna de miel atrasada, — dijo con una sonrisa fría. El mago
enrojeció un poco, pero la miró frunciendo un poco el ceño. El otro dijo:
— Bienvenidos, entonces. Les deseamos una feliz estadía. Mientras tanto... Hay
una recepción de su Embajada. Esta noche en este mismo hotel... Ustedes están
invitados, por supuesto.
— ¿Nosotros? — Cassandra bajó la guardia, realmente asombrada. — ¿A una
recepción de la Embajada? ¿Por qué?
— Su Embajada siempre invita a todos los magos de la ciudad, —explicó el
mago con un ligero encogimiento de hombros. — Es la tradición en esta época...
— Estaremos ahí. Gracias, — dijo Javan.
— ¿Una recepción? ¿Nosotros? — repitió Cassandra cuando estuvieron solos.
Él se encogió de hombros.
— Adjanara es muy importante del otro lado... — murmuró. Pero una arruga
permaneció en su frente.
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Ada Fara había llegado a la ciudad tres días antes que ellos. Los magos de la
aduana chequearon sus documentos y aprobaron su estadía. Le dejaron un folleto de
normas del país, que Javan estaba leyendo en el sillón del living cuando ellas volvieron.
Las miró con curiosidad.
— Pensé que iban a tardarse dos o tres horas más... — dijo.
Cassandra sacudió la cabeza.
— No encontramos las entradas. Ninguna de ellas, — explicó Ada. — ¿Y tú?
Creí que ibas a ir a la Thekkel.
— ¿La Thekkel? ¿Qué es eso?
— La biblioteca local. En realidad tiene un nombre mucho más largo, pero le
dicen así. Thekkel fue el que logró abrir las puertas cuando los oscuros las sellaron...
— ¿Ibas a invertir las vacaciones en una miserable biblioteca?
— ¿Miserable? Es la mayor biblioteca del hemisferio sur... Comparable a la de
Abajo, pero mucho más accesible.
Cassandra renunció a la discusión. Se sentó junto a él y preguntó en cambio:
— ¿Qué querías de la biblioteca?
— Información... sobre nuestro animalito.
— Ah, el orni...
— No lo menciones, — advirtió él. — En este folleto dice que su cacería está
prohibida. Mortalmente prohibida.
— ¿Y por qué no estás allí, en la Thekkel? — preguntó Ada.
— Tampoco pude encontrarla, — dijo él, mirando a su madre a los ojos. Ella
sacudió la cabeza.
— Es raro, ¿no? — preguntó Cassandra. — ¿Les parece que sea una conspi...?
Y Kathy interrumpió desde el balcón:
— Mamá, ¿vamos a la piscina?
La expresión de Cassandra cambió de pronto. Las conspiraciones, las sospechas
y las amenazas podrían esperar hasta después.
— Claro que sí. Para eso vinimos, ¿no? — dijo.
Eran las siete y media ahora, y Cassandra y Javan estaban sentados en los
escalones de la piscina, mirando las estrellas sobre ellos.
— Amo estas estrellas, — decía Cassandra.
— No conozco ninguna. Y son demasiadas, — dijo Javan.
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Una hora más tarde, Javan salía del cuarto a medio vestir, la camisa todavía
fuera de los pantalones, y luciendo bastante alterado. Ada lo miró cuando levantó el
teléfono.
— ¿Qué pasa, querido? — dijo, levantándose y acercándose. Él tenía una
expresión rara, sombría, preocupada. Volvió a bajar el tubo.
— Cassandra... Se desmayó hace un momento. Me pregunto si no deberíamos
cancelar la reunión...
— ¿¡Cancelarla?! ¿Estás loco? —Cassandra había salido del cuarto ya vestida.
— Nunca he estado en una recepción de una embajada... Y no me la voy a perder.
— ¿Estás bien?
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— Por supuesto. ¿Qué te pasa? Te dije que no era nada. Sólo me mareé... —dijo
ella acercándose. Él la observó cuidadosamente. Ella le sonrió.
— No entiendo, — dijo, bajando la voz y hablando en su oído, — cómo un brujo
feo y sin vara como tú puede lucir tan bien en traje de forastero.
Y empezó a meterle la camisa en los pantalones. Él sonrió.
— ¿Estás segura...?
— Pregúntalo de nuevo y tendrás que irte solo, porque yo no te voy a esperar, —
dijo ella. — Ve a buscar tu saco, y mi anillo. Está en el baño...
Javan le lanzó otra mirada antes de salir del cuarto.
— ¿Ma? — Kathy la llamó con suavidad. Ada las miró, sonrió y se retiró a su
habitación.
Cassandra se sentó junto a la niña, mientras se recogía el cabello en un moño
con una orquídea azul oscuro de su rama de metamórfica.
— ¿Sí, corazón? — le contestó en el mismo tono.
— ¿Viste la luz?
Cassandra miró a la niña, que mantenía la mirada en la televisión. El vínculo con
que Kathryn las había unido había dejado un residuo, una esencia que las mantenía
ligadas. Sí, había visto la luz. Una sensación de luz, en realidad. No había sido algo
visible. Pero en el preciso momento en que ella y Javan... Nunca le había pasado antes.
Esta vez había sido diferente. Y ella había perdido el sentido... por uno o dos minutos.
Javan se había asustado, y la había llevado a la habitación, envuelta en las toallas.
Quería llamar a su madre, pero Cassandra no se lo permitió. Te necesito a ti, no a tu
madre, le dijo. Él la abrazó unos momentos, y de alguna manera ella lo había sabido.
Ahora solo el tiempo podría confirmar lo que ella ya daba por cierto.
Ahora, Kathy la miró con sus dulces ojos castaños, y susurró:
— ¿Voy a tener un hermano pronto?
Cassandra sonrió y se inclinó para susurrarle muy suavemente:
— Sí. Pero no le digas a tu padre hasta que estemos seguras.
La nena asintió y se volvió otra vez a la tele. Una sonrisa misteriosa flotaba
ahora en su carita.
Cassandra sonrió. El vestido era negro y azul, con unas hojas bordadas en plata
en el escote. Se había puesto los pendientes de fuego, brillando en plata esta noche, y el
collar con la Llave del Tiempo. No quería usar el collar de la Guardiana fuera del
Trígono, y por una vez, el cierre había cedido a su deseo de quitárselo.
— Kathy lo eligió. Me pregunto de dónde ha sacado un gusto tan refinado. No
de ti, eso es seguro...
Ella sonó tan traviesa como solía. Él torció la boca y se aproximó.
— Mm, no lo sé. Tampoco de ti. No llevas un abrigo que haga juego, — dijo,
tomándola por la cintura y atrayéndola hacia sí. Ella se rió por lo bajo. Lo sintió mover
la punta de los dedos y susurrar algo, y cuando la dejó ir, estaba envuelta en una
hermosa estola de piel blanca. La acarició con la punta de los dedos, y la orquídea en su
cabello se volvió blanca también.
— Mm. tendré que morderme la lengua, — dijo sonriendo. Pero Javan notó un
ligero gesto de dolor, y que ella giraba su anillo de un lado al otro. Le preguntó por qué.
— Me pincha. Debe ser algún alambre que se soltó, o algo así...
Él estaba a punto de pedirle que se lo mostrara cuando el ascensor se detuvo.
— Bueno, aquí estamos... — dijo ella, nerviosa. Él sonrió. Hacía dos minutos
era la persona más audaz del mundo, y ahora parecía una niña con ganas de esconderse
detrás de sus pantalones. La tomó del brazo y entraron al salón.
Un mago en la puerta tomó sus abrigos. Cassandra dejó caer la estola con un
elegante y descuidado movimiento de los hombros, y la orquídea en su cabello volvió a
ser azul como su vestido. Javan la observaba divertido. Esta era una Cassandra Troy
desconocida. ¿Cómo podía saber o intuir esta clase de cosas? Muy pocas brujas o
hechiceras eran tan cuidadosas en su presentación pública. Tal vez las damas del Hafno,
y algunas otras de la misma elite. Tal vez Adjanara se lo había indicado, pero la manera
que Cassandra se comportaba era... completamente natural. Como la expresión de susto
en el fondo de sus ojos, y la curiosidad que la cubría. Sonriendo, le ofreció el brazo para
entrar al salón.
El salón de recepciones del hotel era de una elegancia no del todo inesperada.
Sin embargo, lo que impresionaba era la calidez que irradiaba este salón. Cassandra
había esperado una elegancia fría y distante, y casi había esperado sentirse totalmente
fuera de lugar e incómoda. Pero el lugar era agradable, y los magos que ya esperaban en
el salón se saludaban unos a otros con bastante familiaridad. Un suave murmullo
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llenaba la habitación, y para su tranquilidad, nadie les prestó demasiada atención cuando
entraron.
Cassandra y Javan se deslizaron por uno de los lados hasta un rincón desde el
que podían ver la gente. No conocían a nadie aquí.
— No desentonamos demasiado, — dijo Cassandra, señalando discretamente un
grupo en trajes forasteros.
— Deben ser Viajeros, — supuso Javan. — ¿Y ahora qué?
Cassandra se encogió de hombros. No había música, así que no podían bailar.
Era demasiado temprano para acercarse a la mesa de los bocadillos. Y no conocían a
nadie que los presentara. Lo miró.
— Trata de divertirte. Conoce gente... Yo qué sé.
Javan la miró, y no pudo reprimir una sonrisa torcida. Ella iba a contestarle algo
picante, cuando una bruja pasó a su lado y comentó:
— Linda reunión, — y pasó de largo.
Cassandra se volvió a ella.
— Sí, es cierto, — replicó con amabilidad; pero la bruja ya se iba hacia un grupo
de conocidos. En ese momento, una voz masculina inundó el salón.
— Damas y caballeros, nuestros anfitriones, el embajador Greenfield y su señora
esposa.
Javan se enderezó cuando escuchó el nombre.
— ¿David? — gruñó por lo bajo.
— ¿Lo conoces? — susurró Cassandra.
—Y tú también. ¡Mira!
El hombre y la mujer que habían conocido en la piscina estaban entrando al
salón. Los dos traían trajes de gala, con largas capas azules. Saludaron a un grupo de
personas que se acercaron para hablar con ellos, y cuando los vieron, se dirigieron a
Cassandra y Javan.
— Bienvenido a mi país... viejo amigo, — sonrió el hombre. Él y Javan se
abrazaron. Cassandra los miró con los ojos abiertos por la sorpresa. No podía decir
nada.
— ¡Sorpresa!... creo, — dijo la mujer. Cassandra sonrió. — Soy Sabrina
Greenfield.
— Creí que eran forasteros, — dijo. La sonrisa de la mujer se ensanchó.
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— Sí. Esto funciona con magos tanto como con forasteros, — y ella le mostró su
anillo. Un anillo de plata con una gran piedra verde engastada. Había una inscripción
alrededor de la piedra. — Mantiene ocultos los lugares mágicos.
Cassandra se volvió a Javan.
— ¿Dónde habías visto estos anillos antes, Javan?
— En su dedo, Cassandra. David pasó un tiempo en el Trígono... cuando éramos
estudiantes.
— ¿Plata? — preguntó ella.
— No, mira mejor.
Ella miró a David entrecerrando los ojos. Y luego sonrió.
— No... Las tres y ninguna. El elemento sin rama...
David y Javan sonrieron. Javan se volvió al hombre otra vez.
— ¿Por qué nos vigilabas?
— Su Círculo nos envió un informe acerca de ustedes... Querían prevenir
problemas internacionales.
Javan mostró los dientes y Cassandra sacudió la cabeza.
— Neffiro, — suspiró ella.
— Y nos pedirás que nos vayamos lo más pronto posible, — dijo Javan a David.
— No. Junto con el informe llegaron un par de mensajes instantáneos... El
Anciano Mayor me pidió personalmente que colaborara con ustedes.
— ¿Y la otra carta? — preguntó Cassandra. David miraba fijamente a Javan, y
una sonrisa se demoraba en su rostro.
— Ah, la otra... Tengo que mostrártela. No es algo que quieras perderte.
Javan lo miró con curiosidad, con una ceja levantada.
— Es del Jardinero de Varas... — dijo David riéndose. Javan puso los ojos en
blanco.
— No me dirás que el viejo sigue mandando cosas que chillan y chisporrotean.
Sabrina asentía, riéndose.
— Nos costó dos días entender lo que significaba, — dijo. — Ahora la dejamos
en el cuarto de los chicos. Ellos la encuentran... linda.
Cassandra también sonreía. Recordaba muy bien la visita al extraño hombrecito,
y la misión que les había encomendado.
— De manera, — siguió diciendo David, — que tengo que preguntarte lo mismo
que te preguntaron los funcionarios esta mañana... Y antes de que respondas, te
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Capítulo 3.
Viejos amigos.
— Ah... ¿Y quién te lo dio? Porque yo creí que iba a tener que prestarte el mío, y
la abuela a papá... Y que nos íbamos a perder la mitad de los lugares mágicos por culpa
de estos anillos...
—Mm. No. El embajador de aquí es amigo de tu papá. Van a venir esta tarde a
comer con nosotros... Y nos invitaron a pasar las vacaciones con ellos, en un rancho.
— ¿Un rancho?
— Con canguros y todo...
Kathy se sentó en la cama.
— ¡Genial! — dijo, y su tono no fue para nada suave. — Voy a contarle a la
abuela.
La nena besó a Cassandra y saltó fuera de la cama. El hechizo cerradura había
apenas caído sobre el pestillo, cuando ya Javan estaba besándole la espalda otra vez.
David y Sabrina habían venido para el almuerzo. Habían comido los cuatro
juntos, ya que Kathy y Ada estaban fuera. Kathy no había podido esperar para usar el
anillo de la piedra verde. Ahora estaban sentados en la estancia de la suite. Cassandra se
había sentado a los pies de Javan y se recostaba contra sus piernas como solía hacer
cuando estaban solos. David la observaba con curiosidad ligeramente disimulada. El
Javan que él conocía no era la clase de hombre que permitiría esas demostraciones. De
alguna manera, ella notó su turbación, y se sintió incómoda a su vez. Sonrió, y dijo:
— ¿Un café? — empezando a levantarse.
Javan la detuvo con una mano sobre su hombro.
— Ahí va la forastera. Quédate quieta, ¿quieres? — gruñó, sacando la varita que
ella llevaba sosteniendo su cabello, cruzada con la metamórfica. Hizo un movimiento
rápido, y cuatro tazas de café aparecieron en la mesita.
Cassandra le alcanzó la taza, y le acarició las manos cuando se la dio. Él le
sonrió, sin ninguna vergüenza. David lo miraba cada vez más intrigado. Ni siquiera se
parecía al Javan de su encuentro en la piscina.
— Tu... ¿Eres forastera? — preguntó Sabrina. Ella no se sentía incómoda para
nada. Cassandra le sonrió.
— De nacimiento. Luego me convertí en bruja... Es una larga historia.
— Bien. Tenemos mucho tiempo, — dijo David. Intentaba sonar amable, pero
había un agudo filo de desconfianza en la voz. Javan lo miró y sonrió abiertamente. Su
amigo no había cambiado nada. Y David lo miró: — Ya no eres el Javan que conocía.
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el tiempo suficiente cerca suyo... ¡En fin! Ella llegó al Trígono, y los Guardianes la
dejaron pasar. El Anciano Mayor me encomendó que la vigilara... e hice lo que pude.
Pero ella escapa en los momentos más inesperados... Tenía un amigo. Él llegó al castillo
una noche de tormenta...
Y Javan contó de la visita de Gaspar Ryujin al Trígono, y la sangre de dragón en
Cassandra. Explicó el medio pacto con las Esporinas. Luego les contó el asunto de las
Tres Prendas, y el acertijo de Zothar, y cómo Cassandra se había convertido en la
Guardiana del Trígono. La quinta piedra, la del Restaurador.
En ese momento, el viento abrió la ventana, y Cassandra se sentó junto a su
esposo. Él la miró inquisitivamente.
— Todo en orden, — dijo, mostrando un pequeño objeto que tenía en la mano.
— Falsa alarma. Melanie Dro quería hablar conmigo.
— ¿Fuiste hasta el Trígono como viento?
Cassandra miró al sorprendido David y se rió.
— ¡Claro que no! Nunca podría cubrir esa distancia... Dromelana está de visita
aquí cerca... Unos amigos de los Dro.
— ¿Y qué quería?
— Hablar conmigo. Luego te lo cuento... es cosa de... familia. — Cassandra
miró al suelo, indecisa, y entonces sonrió. — Es algo sobre el nuevo novio de Drovna...
Los tiene preocupados a todos...
Javan hizo un gesto de disgusto. La vida privada de los aprendices debería
permanecer privada, en su opinión. Sabrina disimuló una sonrisa.
— ¿Y la historia? — preguntó. — Fuiste investida Guardiana del Trígono. ¿Y
después?
Cassandra se volvió a Javan.
— ¿Primera o segunda vez?
— ¿Hubo una segunda vez? ¿Una confirmación? — preguntó Sabrina, a su pesar
en el borde del asiento.
— Sí. Entregué el poder luego que soportamos un sitio... Un intercambio.
Devolví poder mancillado a quienes podían tomarlo sin peligro...
— ¿Mancillado?
Javan interceptó la mirada de David.
— Tomó un Horror de Aire, y lo obligó a exterminar a unos doscientos Horrores
de Agua...
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— ¿Quién es...?
— Kathara ye’meroni. Cumplió su destino hace tiempo... — se las arregló para
decir Javan. Tenía un nudo en la garganta. David frunció el ceño ligeramente.
— Tal vez sea mejor hablarlo en otra parte... — dijo. Su esposa lo miró, y sonrió
ligeramente.
Kathy estuvo de vuelta muy pronto. Traía una bandeja de bombones que
presentó a los invitados, a su abuela, y a sus padres. Luego se sentó junto a Cassandra,
mirándola desenvolver su bombón.
Cassandra la miró, sonrió, mordió la mitad y le tendió el resto a Kathy.
— Te doy mi mitad... — le susurró. Kathy sonrió. Era lo que estaba esperando.
Mordió la mitad de su pedazo, y le devolvió la mitad restante a Cassandra, diciendo con
una risita:
— Te doy mi mitad...
Cassandra mordió de nuevo solo la mitad, y le tendió el resto. Javan las miraba a
medias divertido, y a medias avergonzado. Cassandra notó la misma expresión en sus
invitados.
— Es un juego, — explicó. — El que sea incapaz de compartir su mitad, pierde.
¿Tienen chicos?
— Tres. Sarah, de dieciocho, Emma, de catorce, y David, de trece. Están en el
colegio ahora.
— ¿En vacaciones? — preguntó Kathy.
— Aquí no son vacaciones todavía, linda. — explicó Cassandra. — Faltan un
par de meses.
Kathy la miró frunciendo el ceño, intrigada.
— Navidad es en verano, y las estrellas del cielo son diferentes. Te lo mostraré
esta noche, si quieres...
Kathy abrazó a Cassandra otra vez. Javan frunció el ceño.
— Ustedes dos traman algo, — dijo.
Cassandra y Kathy pusieron idénticas expresiones de inocencia. Él las miró,
frunciendo los labios y tamborileando con los dedos en el respaldo del sofá. Cassandra
se rindió primero. Se rió y dijo:
— Sí. ¿Y qué?
Él le tiró del cabello, soltando su cola de caballo.
31
Capítulo 4.
El rancho.
El viaje en tren fue fantástico para Kathy. Cassandra esperaba un largo viaje de
todo el día, y había preparado comida estilo forastero para ellos. Sabrina y David se
miraron entre sí, y sonrieron.
— A ella le gusta la comida forastera para los viajes... — explicó Javan. Los
otros siguieron sonriendo.
Tan pronto como estuvieron instalados en el compartimiento, y aún antes de que
el tren comenzara a moverse, Kathy empezó a removerse en su sitio y a caminar por
todo el lugar. Sabrina sonrió, y Cassandra frunció el ceño.
— Kathy, quédate quieta, — rezongó. — Será un día muy largo...
— No tanto, — dijo Sabrina. El silbato sonó, y el tren arrancó. Sabrina continuó:
— Van a tener que comer muy rápido, si piensan comer todo eso en el tren.
— ¿Qué quieres decir? El tren del Valle...
— El tren del Valle no viaja por territorio desierto. Cuando salgamos de la parte
poblada, empezará a moverse rápido de verdad, — dijo David.
— Cuatro horas, tal vez cuatro y media... Y recorreremos el cuádruple de
distancia que tu tren del Valle.
Cassandra los miró con las cejas levantadas, y se encogió de hombros.
— Creí que sería más... Tal vez Javan tenga razón; siempre pienso como
forastera primero.
Javan entraba en ese momento en el compartimiento, con la última maleta.
— ¿Me estabas dando la razón en algo, y sin que estuviera yo presente para
disfrutarlo?
Cassandra soltó una risita, y le hizo lugar en el asiento.
— No seas gruñón... No se volverá a repetir.
— Es lo que temía...
Cassandra empezó a darle comida a Kathy pronto, sólo para mantenerla un poco
quieta y callada. Ya había recorrido el tren de punta a punta tres veces antes del primer
salto de aceleración. Al fin, cansada de seguirla, Cassandra se dejó caer junto a Javan.
33
Ella abrió los ojos de golpe cuando sintió el pinchazo. Miró su mano. Era el
anillo otra vez. Se quedó quieta, y pareció que la serpiente de plata se deslizaba
alrededor de su dedo. Sacudió la mano, y se movió.
— Te despiertas y te duermes tan fácil... — murmuró Javan.
— ¿Dónde están los otros?
— En el carro comedor. Se llevaron a Kathy para que no te despertara.
Ella se reclinó contra él otra vez, y retorció el anillo alrededor de su dedo.
— ¿Te lastima de nuevo? — preguntó.
— Ahá. Debe ser...
— Déjame verlo.
Le tomó la mano. Una gota de sangre corrió a lo largo del dedo de Cassandra. La
serpiente de plata había soltado el diamante y la estaba mordiendo.
Él sacó el anillo de su dedo. Apenas fuera de la mano, las dos serpientes
empezaron a hincharse y crecer.
Javan arrojó el anillo al asiento de enfrente. Cassandra se enderezó y lo miró.
Las serpientes sisearon:
Peligro delante y peligro detrás,
Donde quiera que vayas no te puedes ocultar...
La serpiente de plata los miró fijamente y dijo:
— Cosas que vienen del pasado acechan ahora. Las amenazas de ayer son el
peligro de hoy. Sean cuidadosos...
La serpiente verde se enderezó y dijo a su vez:
— Las advertencias de hoy son las amenazas de mañana. Deben cuidar sus
pasos para poder alcanzar la meta. Sean cuidadosos. El peligro es grande en el camino
que eligieron...
Cassandra abrió la boca para hacer una pregunta, y la puerta se abrió
bruscamente en ese momento. Kathy entró al compartimiento.
— David dice que... ¿Qué pasó?
Ellos miraban a las serpientes, pálidos y tensos, pero las serpientes ya no estaba
allí. Tan pronto como la nena había abierto la puerta, el anillo volvió a su forma y
tamaño normal.
— ¡Kathy! — protestó Javan.
— ¿Qué pasó? —La nena parecía a punto de llorar.
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El rancho era realmente grande. La casa, blanca y con muchas ventanas, tenía un
aspecto tejano que Cassandra no esperaba. Grandes vigas de madera soportaban un
techo bajo de tejas.
David advirtió su sorpresa y dijo:
— La construyó mi padre... Mi madre extrañaba mucho su antigua casa.
Había cuatro dormitorios en el piso de arriba que daban a una terraza común.
Otros cuatro dormitorios completaban la planta baja, junto con el estudio, el estar y el
cuarto de juegos.
Cuando Kathy entró allí, soltó una exclamación.
— Guau... — dijo emocionada.
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Pasaron muchos días en el rancho. Sabrina era una mujer encantadora, y pronto
hizo sentir a Cassandra como en casa.
— ¿Y qué haces, aparte de ser la esposa del Embajador? — le preguntó un día.
— Ah... Es algo... complicado de explicar. Digamos que soy una... maestra.
Cassandra levantó las cejas.
— ¿Hay otro Trígono por aquí?
Sabrina sonrió ampliamente, y visiblemente aliviada.
— Así que ya lo sabes.
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Vara de Javan. De manera que se las arregló para meterse en el estudio una tarde,
llevando unas tazas de café para los hombres.
Ellos hablaban de algo, y se callaron cuando ella entró. Se sintió molesta. Les
sirvió el café, y los miró:
— Pueden seguir hablando. Yo ya me voy y no voy a escuchar nada, — dijo a
medias burlona.
— Por favor, quédate, — le dijo Javan, tomándola por la cintura y haciéndola
sentarse a su lado. — Esto también te incumbe.
David sonrió. Este no era el mismo Javan que él había conocido, pero... Pero sin
duda le agradaba tanto como el otro. ‘Todos cambiamos,’ se había dicho; y escuchó con
atención su historia. Ahora, lo vio sonreírle a su esposa, y decir:
— Vinimos aquí por negocios, ¿sabes David? Y no podemos decírselo al Círculo
local.
— Ya te dije que la caza del ornitorrinco azul está prohibida. Mortalmente. Si te
encuentran investigándolo, fotografiándolo o cazándolo, te diré que como mínimo,
tendrás problemas... — dijo David, serio.
— Sí, me lo has explicado... Pero no queremos ni cazarlo ni fotografiarlo. Sólo
necesitamos una pluma.
— ¿Para qué la necesitas? — preguntó David.
— La necesitamos como... vehículo de poder, para la nueva Vara de mi esposo,
— dijo Cassandra.
— ¿Qué pasó con tu Vara? Los hechiceros no pierden sus varas.
— Eso me dijeron, —sonrió Javan. — Pero ningún hechicero había usado su
Vara para detener una maldición fulminante.
David lo miró frunciendo el ceño.
— ¿Hiciste qué?
— ¿Por qué todos me acusan a mí? Fue ella.
David se volvió a Cassandra, que sonreía.
— La Serpiente intentó matarlo, el año pasado. Desviamos la maldición
haciendo un escudo... La Vara, el amuleto... y la energía de un Triegramma que yo
estaba canalizando en ese momento. No es difícil, pero no creo que podamos volver a
hacerlo.
— No fue difícil... Pensé que terminaríamos muertos los dos. Y tú... Todavía me
pregunto cómo no te mataste...
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— Temo que estoy de acuerdo con él. Una forastera que hace bailar las estrellas
en el jardín... Pero debo repetir de nuevo que la cacería del ornitorrinco está prohibida
en Australia.
Cassandra abrió la boca para protestar. ¿Por qué les hacía perder el tiempo de
esta manera, si no iba a ayudarlos?
— Pero, — prosiguió David con calma, — este rancho es propiedad de la
Embajada.
Los ojos de Javan centellearon.
— Técnicamente, — dijo, — este no es territorio australiano...
Cassandra los miró y echó a reír.
— Ah, niños traviesos... — dijo.
Los dos hombres también empezaron a reír.
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Capítulo 5.
La pluma azul.
Habían planeado la excursión para esa noche. El yermo se extendía más allá de
las colinas que había detrás de la casa. La vegetación era escasa allí, y caminaron entre
arbustos espinosos y hierba áspera y seca. Un sol naranja-rojizo parecía incendiar el
horizonte. Cassandra se detuvo en la cima de la pendiente, mirándolo por largo rato,
mientras se hundía en la oscuridad roja y azul, sintiendo el corazón en llamas.
Javan se detuvo junto a ella.
— ¿Bailarás para nosotros, después? — preguntó con suavidad.
— Mm... Tal vez más tarde... — susurró ella.
Quitó la vista de las llamas con dificultad. Él la llevaba de la mano hacia las
sombras del lugar que David y Sabrina habían elegido. No veía nada. Las llamas
todavía danzaban ante sus ojos, invitándola.
El lugar respiraba magia. No magia de agua, como la cascada de los unicornios,
allá en el Trígono. Este lugar vibraba con magia de fuego. ¿Bailar? Toda su piel se
estremecía al contacto de este aire vibrante. No creía que pudiera estarse quieta
demasiado tiempo. Pero dejó que la vibración, la música de la magia, como Javan la
llamaba, penetrara su mente y sus sentidos.
Se detuvieron en una pequeña hondonada, rodeada por colinas suaves y
redondeadas. El fuego del atardecer ardía todavía en las cimas. El cielo se abría sobre
ellos, floreciendo de estrellas a medida que se volvía más y más azul. Se sentaron en un
círculo, en silencio. La magia se fue apagando. Los sonidos de la noche que llegaba se
levantaron a su alrededor, y se apagaron gradualmente. El silencio era cómodo, y
Cassandra cerró los ojos un momento, solo para saborearlo. Sonrió.
Cuando abrió los ojos otra vez, el aire estaba lleno de chispas. Chispas de fuego,
revoloteando alrededor de ellos.
— Ryo-To... — murmuró.
— Chispas-dragón, — dijo Sabrina. — Estrellas de fuego que bajan de tanto en
tanto a bailar en las colinas.
Cassandra se había puesto de pie. Sabrina y David intercambiaron una mirada y
una sonrisa. Y Cassandra giró alejándose del círculo, su ropa convertida en un vestido
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— Ah, una niña traviesa... Justo para ti... — se atrevió a decir David. Javan lo
miró enfurecido y se dirigió a grandes pasos al rancho. Estaba de muy mal humor.
Las hojas húmedas sisearon cuando ella apoyó los pies de fuego sobre ellas. El
sonido le hizo recuperar un poco la noción de dónde estaba. Retomó la forma humana, y
las chispas-dragón volaron, alejándose y dejándola sola. Habían cumplido su misión.
El aire estaba cargado de un húmedo olor a eucalipto. Los árboles, altos y
oscuros, apenas dejaban entrever las estrellas.
Cassandra tenía la extraña sensación de haber estado antes aquí. El sendero
borroneado, el olor húmedo de los árboles. Aún la brisa se le hacía familiar. Tomó el
sendero, y lo siguió. La luna había subido y se colaba entre los árboles cuando encontró
la cabaña. La noche avanzaba, silenciosa. Ni siquiera se lo preguntó dos veces. Solo se
acercó y se asomó a la ventana.
El interior estaba iluminado con velas. Una bruja de azul con largos cabellos
rojos cocinaba con ayuda de su varita. Un niño pequeño se colgaba de su delantal, y ella
se inclinaba a mimarlo con una galletita.
— Ve a poner la mesa, — le decía, y el chiquillo se iba corriendo.
Una jovencita entraba por una de las puertas laterales. Tenía una larga cabellera
igual a la de su madre. Cassandra la vio remojar un pedazo de pan en la cazuela y salir
corriendo del alcance de la bruja.
— ¡A comer! ¡Ya es hora! — llamaba ella momentos después. La otra puerta se
abrió, y Cassandra contuvo un grito. El hombre que vio salir del estudio era Javan.
Cassandra miró a la mujer y de repente la reconoció: Kathryn.
La luz de la luna le pareció de pronto muy oscura. Había cerrado los ojos un
momento, y la luz había desaparecido. La cabaña estaba abandonada y vacía. Empujó la
puerta y entró a la cocina desierta.
Adentro estaba oscuro y frío. Un olor raro flotaba en el aire: el olor de los sueños
rotos. Había polvo y telarañas en todos los rincones. Nadie había usado jamás esta
cabaña. Echó una mirada al estudio. También vacío. Había unos pocos libros en un
estante. Cassandra no se acercó. Empezó a sentirse mal. Aún así, algo la empujó a mirar
en el dormitorio.
Aquí también había polvo, que Cassandra no se atrevió a perturbar. Y todo
estaba mucho más oscuro. Cassandra hizo luz con la varita. Sobre la cama, en la
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almohada que tenía el monograma de la K, reposaba una marchita rosa negra. Cassandra
retrocedió tropezando, y se alejó sin mirar atrás.
Cassandra se deslizó junto a Javan antes de la salida del sol. Tomó cuerpo sólido
en la cama, y él se volvió y la rodeó con el brazo. Ella lo miró con ojos cansados.
— ¿Todavía estás enojada conmigo? — preguntó él.
Ella movió la cabeza con lentitud. Él la acarició y apoyó la mano sobre su
ombligo. Ella apoyó la mano sobre la de él.
— Me encantaría tener tu bebé... — murmuró.
A él le brillaron los ojos.
— Bueno... Tal vez no lo intentamos lo suficiente... — le susurró con voz ronca.
Pero ella había cerrado los ojos y estaba dormida. Le besó la frente.
— También yo deseo que tengamos ese bebé... —murmuró suavemente.
Cassandra se levantó tarde. Había decidido decirle a Javan ese día. La visión que
había tenido en la cabaña abandonada la había convencido. Javan se merecía una buena
noticia. Se fue a desayunar con una sonrisa en la cara.
Javan no estaba allí. Comió algo con Kathy y le preguntó como por casualidad
dónde estaba él.
— Papá se fue al estudio con David, —dijo la nena. — ¿No quieres hacer una
carrera en las escobas de arena? No vuelan tan alto... no te vas a marear...
Cassandra sonrió.
— Tal vez más tarde. Quisiera hablar con tu padre.
— Bueno... Entonces me voy al cuarto de juegos.
Y Kathy desapareció de la cocina antes de que Cassandra pudiera decirle que
limpiara la mesa. A Cassandra no le importó. Estaban de vacaciones. Ella misma lavó
las tazas, aunque sabía que Sabrina tenía personal suficiente para limpiar la casa. Luego
se marchó hacia el estudio y golpeó ligeramente a la puerta.
— Entre, — dijo la voz de David.
Cassandra pasó. David estaba solo en la habitación. Pareció sorprenderse al
verla, y se levantó.
— ¿Si? — preguntó con amabilidad, rodeando el escritorio con la mirada fija en
ella.
— Lo lamento. Kathy me dijo que Javan estaba aquí... — empezó ella.
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Javan regresó tres días después. Apareció en el estar en medio de la noche. Tan
pronto como lo vio, Kathy corrió a abrazarlo. Cassandra lo vio, pero se levantó y salió
de la habitación. Javan la miró frunciendo el ceño.
— ¡Papá, papá! ¿Dónde fuiste? — preguntaba Kathy. Su madre, Sabrina y David
también lo miraban expectantes. Así que sonrió y se sentó en el sofá.
— Bueno, preciosa... — dijo. — Volví a casa para traerte esto...
Y sacó un puñado de dulces de su bolsillo.
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— Ah... Voy a guardar algunos para ma, — dijo ella. Javan hizo una mueca,
pensando que Cassandra no estaría de humor para chocolates, pero prefirió callar.
— ¿Y tu otro negocio? — preguntó David.
— Aquí está. Demoramos tres días en labrarla, — dijo, sacando una varita negra
sencillamente labrada.
— ¿Tres días para hacer eso? — preguntó Kathy con la boca llena. — Debe ser
muy difícil...
— Espera y verás, — dijo Javan, girando su varita como hacía cuando quería
descubrir su Vara.
La varita se alargó lentamente entre sus manos, y creció hasta llegarle un poco
por debajo del hombro.
— ¿Es mi imaginación, o es más larga que la anterior? — preguntó Adjanara.
— Lo es. Así salió del árbol madre, y así me la entregó el Jardinero. Estuvimos
dos de los tres días labrándola. La Piedra de Poder me la entregó la Guardiana. Cuando
la colocamos, la Cobra la mordió, y no pudimos engastarla en ningún otro punto. En
realidad habíamos preparado este sitio para ella... — Y Javan señaló un pequeño nicho
un poco por debajo de la piedra blanca. — Luego, las plumas. Ellas contienen en sí los
poderes de los cuatro elementos, así que intentamos colocarlas aquí... — Javan señaló a
la altura de su mano y sonrió. — Pero la pluma se fundió en la madera, y no la pudimos
desprender.
— Eso es excelente.
— Sí. Aunque solo aceptó una sola de las plumas. Las otras dos las guarda el
Jardinero, hasta que encontremos a sus destinatarios.
— Pues... Es una Vara única, Javan, aunque parezca poco cargada. Nadie va a
dejar de sentir las plumas azules, aunque no puedan verlas.
Ada sonrió, misteriosa.
— Las verán... a su debido tiempo.
Los demás se volvieron a mirarla. Ella sacudió una mano.
— Las Varas crecen con su amo. No quiero pensar que mi hijo es tan arrogante
que cree que ya lo sabe todo.
Javan sonrió. Se acercó a la bruja, y la besó.
— Madre, te doy las gracias.
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Ella lo miró con sorpresa. Él señaló al pie de la Vara. La sombra de una llave se
destacaba en el labrado. Adjanara sonrió. Buscó entre su ropa, y sacó una pequeña llave
de marfil.
— Está bien. Así sea. Que la llave que una vez te di y que selló nuestros destinos
sea también un símbolo de poder en tu Vara. Úsala bien, hijo mío.
La llave brilló unos momentos en el aire, y se separó en dos. Una de las llaves,
pequeña, blanca, volvió a la hechicera. La otra, era una llave de marfil, muy trabajada,
con una piedra verde que brillaba como un ojo. La llave con la gema flotó unos
momentos en el aire, y se posó suavemente en el lugar asignado, al que se unió con un
destello. Javan le hizo una pequeña reverencia a su madre.
— De nuevo, te doy las gracias.
— Bien... Si no hay más regalos que entregar...
— Me gustaría ver a mi esposa...
— Hm. — Ada hizo un ruido que le hizo volver la cabeza.
— ¿Qué sucede? ¿Está todo en orden? — Javan miró a Ada y a Sabrina
frunciendo el ceño. Las expresiones de las mujeres eran singulares. — ¿Le pasa algo a
Cassandra?
— Está molesta porque te fuiste sin decírselo, — dijo Sabrina llanamente. —
Pensé que el malhumor se le pasaría, pero se ha puesto peor con los días.
— Ella tenía algo que decirte. Te fuiste en el peor momento, — dijo Ada.
— Tendrás que ser muy considerado y cariñoso con ella. Está muy sensible...
— ¿Está enferma?
Ada y Sabrina intercambiaron una mirada y una sonrisa.
— Ella te lo dirá... cuando hagas las paces con ella.
Javan buscó apoyo en la mirada de David. Pero su expresión no le dio ninguna
pista.
— Bien... no puede ser tan difícil... — murmuró. Una inexplicable sonrisa
apareció en la cara de su madre.
Tal vez Cassandra estaba dormida. Pero si escuchaba con atención, se oían
ruidos muy leves ahí adentro. ¿Cómo podía hacer semejante rabieta? Luego recordó
cuántas veces había tenido que forzar la puerta, allá en el Trígono. Cada vez que ella
estaba enojada, o asustada, o furiosa, o solo deprimida. Así que puso la mano en el
pestillo... y la sacó rápidamente. Quemaba. Sacó su varita nueva y tocando el pestillo
abrió la puerta.
Una pared de fuego le impedía la entrada. Cassandra estaba de muy mal humor.
Con calma, atravesó la barrera y las llamas, aunque salvajes y ardientes, se retiraron.
Cassandra lo miraba furiosa desde el otro extremo del cuarto. Sopló un viento feroz
sobre él que lo obligó a cerrar los ojos. La puerta se cerró de un golpe. Entonces ella le
lanzó una tromba de agua, pero él solo movió la varita y el agua no lo alcanzó.
— ¿Cassandra, qué...? — dijo suavemente. Pero Cassandra seguía furiosa. Trató
de acercarse a ella, y ella se transformó en una Hikiri. Lo envolvió en anillos de fuego y
agua, tratando de ahogarlo y sofocarlo.
— Cassandra... — dijo él, quieto. — Detente. No quiero pelear...
Ella continuó apretando.
— Cassan...
Había perdido el aire. Ella lo soltó, sobresaltada. Se transformó, y lo miró
asustada. Él inspiró profundamente antes de poder hablar, apoyándose en ella. Ella lo
palpó con cuidado, mitad preocupada, mitad culpable. No había huesos rotos. No se
atrevió a mirarlo a la cara. Pero él la tomó por la cintura y la atrajo hacia sí.
— Me encanta eso que haces... Pero prefiero que se lo hagas a otro, — dijo. Ella
lo miró, avergonzada.
— Te fuiste sin decírmelo... — dijo, llorosa.
— ¿Razón suficiente para querer enviudar? — dijo él, apretándola contra su
cuerpo. — Creí que solo estaría fuera un par de horas. Un día como máximo... Y que
podría darte la sorpresa.
Ella se refugió contra él. Él inclinó la cara, buscando un beso.
— Lo siento... — murmuró ella. Él solo la besó otra vez, y la llevó a la cama.
Capítulo 6.
Hacia NingunaParte.
Cassandra no le dijo nada a Javan acerca del bebé. Tenían tiempo, se dijo. Y
primero tenían que ocuparse de la Serpiente y su Huevo. Le pidió a Ada que mantuviera
el secreto todavía unos meses. Ada sacudió la cabeza.
— No te entiendo, — le dijo.
Cassandra la miró, y acarició distraída la gargantilla de la Guardiana, que había
vuelto a sacar.
— Tenemos problemas en el Trígono. Althenor ha robado el Huevo de Zothar...
— suspiró. — Si Javan sabe lo que nos pasa, no me permitirá hacer mi trabajo. Si no lo
sabe, al menos estará menos preocupado...
Ada le lanzó una mirada de duda.
— ¿Estás segura? — le preguntó Sabrina. —¿Qué te parece si pasas el año aquí?
Te puedo llevar a la Isla Camaleón... o podemos quedarnos en el rancho si lo prefieres...
Tú y el bebé estarían a salvo... Y Kathy también podría quedarse.
Cassandra pensó un momento en la cabaña fantasma, en las profundidades de un
monte de eucaliptos y se estremeció. Ese plan no había funcionado antes. No lo
intentaría ahora.
— No. Es mi trabajo. Mi destino, si lo prefieres... Es lo que tengo que hacer.
— Es tan terca como Javan, — comentó Sabrina.
— No. Es peor, — dijo Ada. — Por eso es que se llevan tan bien...
Cassandra hizo una mueca.
Unos días después, las valijas estaban hechas otra vez. Kathy iba a regresar con
Ada, a través de una de las puertas de una Torre vecina, la Torre de Leremís. Adjanara y
Leremís no eran especialmente amigas, pero la hechicera se consideró honrada de
ayudar a la famosa Adjanara. Y hoy iba a ser la cena de despedida.
Esa noche, Javan demoró bastante en presentarse a la mesa. David había salido
del estudio hacía un par de horas, pero Javan se quedó trabajando en algo que se
suponía que era una sorpresa. Pero cuando llegó, con el cabello revuelto y expresión de
profundo disgusto, la sorpresa no venía con él.
55
— Sería una lástima desperdiciar tanto trabajo... Una vara tan especial... Incluso
podrías dejarla trabajando sola...
— ¿Sabes? — dijo Javan, pensativo. — A mí también me gusta esta varita... Si
tan solo no hablara...
— No diré nada más si me conservas, Amo. ¡Por favor! — suplicó de nuevo la
varita.
Adjanara se estremeció cuando escuchó la palabra amo. Y sin embargo, esta vara
tenía algo muy especial. El intento merecía la pena. Guardó para sí sus reservas, y
decidió no intervenir. Observó a Cassandra, que también parecía dudar.
— Una varita tan poderosa... — seguía diciendo David. Se veía divertido por la
dificultad de Javan, que más le parecía un problema de estilo que un problema real.
Sabrina compartía su percepción.
— Una varita única... — agregó ella, insinuante.
Cassandra miró la varita.
— ¿Te comportarás normalmente frente a las personas; sin causar problemas?
¿Mantendrás esa boca que no tienes bien cerrada? — preguntó lentamente.
— Sí, — dijo la varita.
— Yo, Guardiana del Trígono tomo tu palabra como juramento mágico, Vara de
Djavan, Comites de la Rama de Plata. Quedas atada a ella.
Un destello blanco encendió la varita por un momento. La Piedra de Poder había
hablado. Cassandra se volvió a Javan.
— Creo que puedes probarla un tiempo. Siempre podemos volver con el
Jardinero si esto no funciona... — dijo lentamente.
— No pareces muy convencida.
— No lo estoy.
— ¿Piensas en magia negra, Cassandra? — preguntó Sabrina.
— Humor negro en todo caso... — dijo ella. — Pero para ser sincera, no me
imagino una varita parlanchina como ésta practicando rituales prohibidos en ninguna
circunstancia...
Las sonrisas volvieron a brotar alrededor de la mesa.
— Tampoco yo, —admitió Javan.
Pero un destello oscuro recorrió la oscura superficie de la varita mientras ésta
ocultaba de nuevo la cabeza, y nadie lo notó.
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— Estuvieron. Se fueron de allí hace años. Tal vez queden algunos, pero yo no
los he visto... — Cassandra había entrecerrado los ojos. — Todas estas criaturas son
muy tenues y sutiles. No pueden ser vistas con facilidad. Se concentran en los lugares
mágicos, y en los pasajes entre el mundo mágico y el lado forastero... Pero también
había pensamientos de fuego, y tierra, y aire y agua que no se unieron a la luz. Se
alejaron de ella y se hundieron en las sombras. La Oscuridad se unió a ellos, y de esa
unión nacieron los Horrores. Tomaron muy diferentes formas, y en general los
llamamos demonios. Los más sencillos son los de un elemento. Llamas Negras,
Demonios de Piedra, a veces los llaman Pétreos; Horrores de Aire, o Vientos Oscuros; y
los de agua, claro. Esos suelen tomar la forma de monstruos marinos, aunque a veces
son solo racimos de tentáculos de agua...
Cassandra calló. Javan apoyó la mano suavemente en su hombro y ella se
sobresaltó.
— ¿Cuáles de ellos viven en NingunaParte, Cassandra? — preguntó David. Esta
mujer lo desconcertaba. ¿Cómo podía saber estas cosas si había nacido forastera?
— Todos. Los Nadie son la esencia de esos Pensamientos; cada uno de ellos
pertenece a un elemento. Y cada uno de ellos tiene servidores de luz y servidores de
oscuridad... — Cassandra bajó la voz. —Mantienen el equilibrio...
— Equilibradores... — susurró Javan. Los dos se estremecieron, según pudo ver
David. — Ya nos encontramos con uno de ellos antes...
— ¿Qué?
— Equilibradores. Seres que mantienen el equilibrio entre las fuerzas del bien y
las del mal. Para permitirnos a los seres humanos y mágicos desarrollar todo nuestro
potencial en el enfrentamiento de las fuerzas...
David se estremeció. Observó a su antiguo amigo y a su extraña esposa con los
ojos entrecerrados. Su instinto le decía que había mucho, mucho más en esta historia, y
en todas las historias que había estado escuchando en las semanas anteriores. Mucho
más de lo que Javan o Cassandra podían transmitir con palabras. Y por mucho que los
miraba, solo lograba ver a una pareja que trataba de llevar adelante a su familia a través
de los problemas. Pero no lograba sacarse de la cabeza a Cassandra de fuego, volando
en una estela de chispas-dragón.
— ¿Cómo sabes todo esto? — preguntó en un susurro. Y de repente, la tensión
se rompió. Cassandra se rió.
— Las noches de invierno son largas... Y en casa no tenemos televisor...
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Cassandra disfrutaba volar como viento tanto como detestaba las escobas, o aún
la alfombra. La alfombra era mejor, pero... ¡Pero en viento! Caracoleó alrededor de
Javan, mezclándose con él, elevándose hacia las estrellas, y arrastrándolo a máxima
velocidad. Subió a tales alturas que empezó a sentir que su cuerpo de viento empezaba a
enrarecerse, y se dejó caer de nuevo hasta encontrar a Javan.
— ¿Lo disfrutas? — susurró él.
Ella dejó escapar una risita de aire, y lo abrazó con brazos de viento. Él también
la abrazó, y volaron mezclados hacia el sol naciente.
Aterrizaron en la playa de la isla. Todavía estaba oscuro al nivel del mar, pero el
sol saldría pronto. Las siluetas oscuras de las esculturas se recortaban contra el cielo.
Podrían, por supuesto, tomar una habitación en un hotel, y hacerse pasar por simples
turistas. Pero no querían dejar un rastro que la Serpiente pudiera seguir. Así que
treparon al antiguo volcán, al lugar en donde las adustas estatuas habían sido esculpidas
por artistas anónimos. Las estatuas miraban ciegamente al oeste, al viento que soplaba.
Lo sentían en su espalda, mientras trepaban por el camino olvidado.
Cassandra se detuvo junto a la última escultura, y la tocó suavemente, casi una
caricia en la mejilla. La escultura pestañeó un par de veces, y los miró.
— Hola, — dijo Cassandra. — Venimos a ver a Nadie.
La escultura sonrió, y se inclinó un poco, señalando el camino. Dijo algo
pedregoso en una voz que sonó como piedras desmoronándose por una ladera.
— Gracias, — dijo Cassandra, tomando a Javan de la mano, y siguió subiendo la
pendiente.
62
Capítulo 7.
Nadie.
Javan cayó en un lugar sin luz. Todos sus sentidos parecían bloqueados. No
podía tocar, ni ver, ni oír, ni oler nada, y lo único que sentía era el sabor del miedo en su
boca. No podía sentir a Cassandra. Se quedó quieto un momento, tratando de deducir
dónde estaba él, y dónde podría estar ella. El aire olía a rancio aquí, y la oscuridad era
impenetrable. Empezó a sentirse mareado, y trató de moverse. No pudo. O las piernas
no le respondían o no había espacio adonde moverlas. Pero, si no había espacio ¿dónde
estaba Cassandra? Empezó a faltarle el aire y jadeó. Ningún lugar adonde moverse,
ningún lugar adonde quedarse. ¿Aquí era NingunaParte? ¿Esto? Sintió que la mente se
le oscurecía.
que la oscuridad era ahora absorbida a través de ella. El lugar estaba vacío salvo por
Cassandra.
— ¿Dónde estás? — exhaló ella. Se oyeron risitas desde la columna de
oscuridad que permanecía en el centro del salón. Cassandra se acercó.
— Sal, por favor. Mi esposo y yo necesitamos hablarte, — dijo ella.
— Te escucho. Tu esposo no hablará por un rato. — Una sombra había salido de
la columna y señaló a la pared. Se abrió algo parecido a una ventana, y Cassandra pudo
ver a Javan, desmayado en una habitación a oscuras. Frunció el ceño.
— ¿Qué le hiciste?
— Nada. ¿Para qué viniste? Y no quiero tener que repetirlo otra vez.
— Nos pusieron un acertijo... Queremos tu consejo, — dijo ella con lentitud.
— Ah, un acertijo... Me encantan. — Por el tono de las voces, Cassandra podía
darse cuenta de ello. — ¿Cómo era?
— Mi esposo lo recuerda completo. ¿Por qué no...?
La sombra se volvió más alta y amenazadora.
— No. Dímelo tú, — dijo.
— Por favor, Nadie... Libéralo, — suplicó ella.
— No. Dime la adivinanza.
Era un ultimátum.
Cassandra se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas. Miró a la sombra frente
a ella; una figura de humo oscuro, parecía. Era tan diferente de la forma de nube de
Nadie del Oeste que había visitado el año anterior... Y además, este Nadie había puesto
a Javan fuera de su alcance. Necesitaba ayudarlo. A través de la pared, podía verlo
todavía. Parecía tener pesadillas ahora. Movía la cabeza, y le temblaban las manos. No
sabía qué hacer.
— De acuerdo. ¿Recuerdas mi anillo de bodas? ¿Las dos serpientes de Zothar,
sosteniendo un diamante?
La sombra asintió. No tenía cara en donde ella pudiera leer una expresión.
— Fuimos a Australia de vacaciones, y empezó a morderme. Cuando se lo dije a
Javan, él me sacó el anillo y las serpientes nos dijeron el acertijo.
— Curioso. ¿Qué dijeron?
Cassandra miró, nerviosa a través de la pared.
— ¿Qué hay de él? — dijo.
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evaluando, recordando, reviviendo todos esos días de miedo, soledad y dolor a que tú te
referías... — Cassandra se movió, incómoda. — Ah, sí. Tendrás que curarlo, después de
esto... — Las voces sonaron cruelmente divertidas. — Pero lo harás bien si él da la
misma respuesta que tú.
Hubo una pausa. Cassandra miró por la pared, hacia el lugar donde yacía Javan.
Su cara estaba cubierta de sudor, y se movía lentamente ahora, como si estuviera
agotado de luchar contra las imágenes o los recuerdos. Ella se retorcía las manos,
nerviosa. Su dolor, ella lo sabía, era mucho más profundo de lo que jamás podría
admitir. Jamás lo había dejado salir del todo. Y la manera como las imágenes de una
vida que jamás sucedió habían cobrado vida en la cabaña abandonada, tan solo porque
él estaba cerca lo demostraba. Eso, y los años de intentar cruzar la Puerta de Zothar, a
pesar de la adivinanza de Nakhira, y sus tres puertas. Y el misterio pendiente de la
Serpiente del Corazón de Fuego. ¿Misterio o amenaza? Cassandra volvió a pensar en el
acertijo de las serpientes, y luego volvió a mirar a Javan, y pensó que tenía que hacer
algo pronto.
— No puedes hacer nada, — dijo Nadie. Le estaba leyendo la mente. A veces,
cuando pensaba en ello, le parecía que los Nadie se alimentaban de los pensamientos de
las personas. Ahora intentó poner la mente en blanco, y no pensar en nada. Nadie
continuó: — Él debe salir de esto solo. Debe entender, como lo hiciste tú. De todas
formas, te volveré a dar la misma oportunidad una vez más, en el futuro... Quizá tengas
una respuesta diferente para mí. — Las voces volvieron a sonar divertidas.
Pero Cassandra preguntó:
— ¿Qué tiene que ver todo esto con la adivinanza, y con el Huevo?
Las risas de la sombra llenaron el recinto.
— Estás buscando la vida de la Serpiente para ser capaz de matarlo. Cuando lo
hayas hecho, los Equilibradores se verán obligados a levantar a otro enemigo de la luz...
— ¿Otra Serpiente?
— Para mantener al bien y al mal en el punto correcto del equilibrio. Puedes
tener un descanso, pero él se levantará una y otra vez, diferente forma, diferentes
personas, y siempre será el mismo... Y tú y tus compañeros. Ayer fueron Ryujin y Reina,
hoy eres tú y tus amigos. Mañana... Bueno. El mañana traerá otras personas a jugar tu
rol. Pero los personajes son los mismos, y es la misma vieja lucha que continúa...
— ¿Tratas de decir que no debemos matar a Althenor? — preguntó ella en total
asombro.
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— No. No te estoy diciendo lo que debes hacer o no.. Solo te digo lo que las
serpientes quisieron decir con su adivinanza. Ten cuidado, Guardiana. El peligro acecha
en el camino que elegiste.
El cuarto se había oscurecido gradualmente, y ahora estaba completamente a
oscuras. Sintió que le faltaba el aire, y jadeó nerviosamente, hasta que la negrura se
metió en sus pensamientos y se desmayó.
Sintió una brisa fría en la cara, y abrió los ojos sorprendida. Javan estaba entre
sus brazos, todavía desmayado. Le tocó la cara, y trató de verlo, pero era una noche
oscura, y las nubes no dejaban pasar la luz de las estrellas. Escuchó cuidadosamente.
Parecía ser un lugar desierto. Ningún forastero alrededor. Así que Cassandra murmuró
un par de palabras, y cálido fuego se levantó a sus pies. A la luz de las llamas pudo
revisar a Javan. Estaba pálido, y tenso, pero parecía bien. Al menos no tenía heridas
externas, aunque ella realmente no las esperaba. Empezó a frotar sus sienes y sus
muñecas, y su respiración se volvió rítmica y profunda cuando entró en calor. Ella lo
acarició un poco, pero no se atrevió a despertarlo. Lo abrazó fuerte, y esperó a la
mañana.
detalles. Oyó una voz en la puerta. La voz de Cassandra. Pero no entendió lo que estaba
diciendo. Una mujer le contestaba. Tampoco pudo entenderle a ella.
— Gracias, Marina... te lo agradezco tanto... — decía Cassandra.
— No hay por qué. ¿Te parece que se recupere?
— Sí, no te preocupes. Pero tengo que llevarlo a casa. —El tono de Cassandra
era de preocupación. Él quiso hablar y no pudo.
— Vas a tener que esperar al menos hasta que vuelva en sí. ¿No quieres llamar
a un médico? O puedes quedarte... Hay lugar de sobra.
— No puedo quedarme. Tengo que llegar mañana al colegio... Nuestro tren...
La otra mujer hizo un ruido de irritación.
— Tren, — bufó. — ¡Tómate un taxi!
Cassandra hizo un ruido que podía ser una risita. Ese sonido lo tranquilizó,
aunque todavía no lograba entender ni una palabra de la conversación.
— Voy a ver cómo sigue... — decía Cassandra en ese momento. — Y luego
bajaré a desayunar...
— Muy bien, como quieras.
La puerta se abrió y se cerró con un ruido suave. El sonido de pasos se perdió
afuera, y la respiración de Cassandra cubrió todo otro sonido. Pensó que hasta podía
sentir los latidos de su corazón. Pero ella no hizo ruido al acercarse a la cama e
inclinarse hacia él.
Ella lo miró y le sonrió. Pero cuando habló, a Javan le costó mucho entender las
palabras.
— ¿Estás despierto? ¿Cómo te sientes? — susurró ella.
Él la miró. Se sentía cansado. Abrió y cerró los ojos lentamente, y saboreó el
contacto de la mano de ella sobre su mejilla. Lentamente las palabras tomaron sentido.
— Cansado, — intentó decir, cuando al fin comprendió. — ¿Qué... sucedió?
Ella se sentó a su lado, y le tomó la mano. Sus manos se sentían tan tibias, que
quiso retenerlas para siempre. Pero no podía. Algo... Algo como una punzada se
despertó de nuevo en su interior.
— Te lo diré después, — dijo ella más lentamente. — ¿Qué recuerdas?
Las manos subían de nuevo hacia su mejilla, secando un rastro de lágrimas que
él ni siquiera sabía que estaba ahí. Frunció el ceño, perplejo.
— No recuerdo... fuimos a NingunaParte... Estaba oscuro... Yo... Creo que tuve
una pesadilla... No lo sé...
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Ella asintió con lentitud. Una pesadilla. Era mucho peor que eso. Pero mejor que
no lo recordase.
— Trata de olvidar. Fue solo un sueño... Te traeré el desayuno.
Pero él le oprimió la mano. La voz... La voz de ella despertaba sus recuerdos. No
estaban completos, pero...
— ¿Qué sucedió, Cassandra? — dijo.
— Hablé con Nadie, — contestó ella, lentamente, como midiendo cuánto decir.
— Me explicó el acertijo de las serpientes... Dice que si matamos a Althenor los
Equilibradores levantarán a otra Serpiente... otro enemigo.
Javan la miró fijamente unos segundos, con fuego en la mirada.
— ¿Dijo a quién? — preguntó finalmente, mientras el fuego se apagaba.
— No. Pero me ofreció cambiar algo del pasado...
Javan se estremeció violentamente bajo las mantas. Abrió la boca como para
decir algo, y no lo logró. Cassandra se inclinó hacia él y lo abrazó. Habló muy suave en
su oído.
— Él dijo que te ofrecería lo mismo a ti... ¿Lo hizo?
Javan asintió con los ojos cerrados. Ella lo abrazó más fuerte.
— Dijo que tenías que revivirlo todo, para evaluarlo, antes de responder... ¿Fue
esa la pesadilla?
De nuevo, él asintió. Ella le acarició la cabeza. El silencio se prolongó unos
momentos.
— Yo respondí que no...
Ella no se atrevió a preguntar qué había contestado él. Pero no fue necesario. De
nuevo sin palabras, Javan asintió con la cabeza, y Cassandra sintió las lágrimas
húmedas que le corrían por el hombro. Volvió a abrazarlo, y acariciarlo.
— No pienses más en eso, — le susurró al oído. — El pasado no puede ser
cambiado...
Él dijo con voz ronca:
— Te amo. Nunca cambiaría el camino que me trajo hasta ti.
— Tampoco yo, — dijo ella.
Marina estaba lista para ayudar tanto como pudiera, aún cuando Cassandra no le
había contado qué había sucedido exactamente al hombre del cuarto. La esperó en la
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mesa del desayuno, y tuvo que esperar mucho rato. Obviamente, el hombre había
despertado.
Cassandra había dicho que era su marido. No es tu asunto, se dijo Marina; pero
el año pasado ella había llegado colgada del brazo de Gaspar Ryujin. Había pensado, el
año anterior, que hacían una bonita pareja. Él la cuidaba de una manera... encantadora.
Te estás volviendo una vieja casamentera, se dijo.
Ryujin había traído a Cassandra a observar un viejo tapiz, a la entrada de la
Torre. El tapiz había sido descubierto recientemente, escondido en un calabozo
olvidado, donde también encontraron objetos de brujería; calderos, y velas, y extrañas
ánforas con productos orgánicos, ya reducidos a polvo. Los objetos habían sido
trasladados a un museo, o algo... No lograba recordarlo bien. Pero el tapiz se lo
entregaron a ella, la conservadora del museo de la Torre. Habiéndose especializado en
mitología durante tantos años, lo encontró... interesante. No parecía coincidir con
ninguna estructura mitológica en particular, y reunía elementos de todas.
La luz y la sombra, en el centro, en un círculo, en perpetua oposición y
completándose mutuamente; y a su alrededor, los cuatro elementos, con sus símbolos
bordados en oro o plata. Unos rayos salían del círculo, y se transformaban en figuras,
aparentemente criaturas... que no se parecían a ninguna criatura primigenia de ninguna
otra cosmología. Una nueva serie de círculos exteriores mezclaban los elementos, y la
luz y la oscuridad, y en cada nueva combinación, brotaban del bordado criaturas nuevas
y fantásticas.
Alrededor del tapiz había una leyenda, pero de alguna manera, las letras, el
texto, se le escapaban... Tenía la sensación de que debía entender lo que el tapiz
significaba, y una y otra vez la respuesta la eludía.
Ryujin y Cassandra se habían quedado mirando el tapiz como hipnotizados por
un largo rato. Tanto, que la visita terminó, y ellos seguían allí. Marina, curiosa, los había
invitado a cenar.
Durante la cena hablaron de muchas cosas, y ella se las ingenió para traer a
colación el tema del tapiz. Ryujin había sonreído.
— Su tapiz es muy bello. Y muy antiguo, — dijo.
— Sí. No hemos podido datarlo aún... Pero contiene elementos de muchas
estructuras mitológicas. Parece una cosmología mágica, o algo así...
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Para el momento que Cassandra fue a desayunar, el café estaba frío, y Marina
cansada de discutir consigo misma.
— Te diré lo que haré. Mañana los llevaré a la ciudad en el auto, y ahí tomarás tu
maldito tren, — dijo. — Pero insisto en que deberías llevarlo al médico.
— Lo haré en cuanto lleguemos a casa. Mi esposo te estará agradecido... — dijo
Cassandra. Y agregó, dudosa; — le tiene fobia a los hospitales...
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Marina la miró y frunció los labios. No es tu asunto, pensó por centésima vez. Y
murmurando una disculpa, fue a atender su trabajo en la oficina del museo.
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Capítulo 8.
Céfiro.
Era noche cerrada cuando un temblor recorrió la casa entera. La Torre había
aparecido en medio del jardín, frente a su propia casa. Cassandra no se movió. Había
pasado las últimas tres horas de pie en la puerta de su habitación, observando a Javan,
que permanecía inmóvil en la cama, mirando al techo. Muy poca luz llegaba de afuera,
y Cassandra no había encendido las de adentro. Pero cuando todas las luces
desaparecieron, Cassandra supo que Adjanara había llegado.
— Cassandra... — susurró una voz a su lado.
— Ada... Djana.... No sé qué hacer... — murmuró ella sin apartar la vista de su
esposo.
La hechicera echó una mirada dentro del cuarto, y tomó a Cassandra por el codo
para llevarla a la cocina. Cassandra se dejó llevar.
— Hace un día que no se mueve... desde que llegamos.
— ¿Qué sucedió?
— Nadie de NingunaParte. Fuimos a verlo, y nos ofreció cambiar una cosa del
pasado. Nos negamos, pero le hizo recordar... todo aquello. Hoy temprano, logré que me
hablara, pero se ha vuelto a hundir en... ese silencio... — Cassandra miró desesperada a
Adjanara. — No sé qué hacer...
Adjanara la miró y asintió lentamente. Ella sabía tan bien como Cassandra por lo
que su hijo había pasado. Y sin embargo habría jurado que era pasado; que ya estaba
superado. Cassandra era ahora su mujer, y Kathryn ya no estaba con ellos. No era algo
en lo que hubiera que pensar demasiado. Miró a la mujer que tenía delante,
esforzándose por no llorar, y sonrió a medias.
— No es que no te ame. Es que...
— El dolor es muy profundo, ya lo sé. Solo soy un premio de consuelo.
Adjanara se levantó de golpe.
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— Aquellas las sembró Kathara... Se volvieron negras cuando ella murió... Por
eso no nos ayudarán. Estas otras, sin embargo nos servirán bien... Javan necesita
retroceder a los tiempos en donde no tenía que arrastrar ese dolor...
Cassandra asintió en silencio, y se llevó la mano a la mejilla, para secar otra
lágrima. El viento se sintió extraño a su alrededor. Ella levantó la cabeza.
— No estamos solas, Cassandra, —dijo Adjanara, de pronto.
Cassandra ya lo había notado. Se movió en un giro rápido hacia el centro del
círculo, y dio uno o dos pasos, con los brazos a media altura. Una invitación. El aire se
llenó de un perfume vago de noctarias y nomeolvides. Cassandra giró de nuevo, una
inclinación a la derecha, al este; y otra a la izquierda, al oeste. Una vuelta hacia el sur, y
un giro rápido regresando al centro. Cuando levantó la mano para el molinete, algo
empezó a formarse desde la nada frente a ella, y le tomó la mano. La larga cabellera roja
fue lo primero que pudo ser visto. Esporino-elka se detuvo y miró, seria, a Cassandra y
Adjanara.
— Kathara, — saludó la hechicera. — No te esperaba.
— Yo sí, — dijo Cassandra, mirando esperanzada a Kathryn. Pero la nueva
esporina sacudió la cabeza.
— No es mucho lo que puedo hacer, Guardiana. Pero él fue muy importante para
mí cuando era humana...
De alguna manera, Kathryn parecía avergonzada. Cassandra le tomó la mano.
— ¿Qué sucede?
Kathryn sacudió la cabeza.
— Yo... Quiero que le digas algo por mí. Cuando Nadie le hizo revivir el pasado,
también yo lo percibí. Dile que no es posible volver atrás. Dile que el único camino es
el que va hacia adelante... Que yo...
Kathara se soltó bruscamente de la mano de Cassandra.
— Que yo no deseo volver atrás, aún si él lo deseara. Que me deje ir. Que se
olvide de lo que nunca sucedió.
Cassandra la miró. La esporina había hablado en tono duro.
— Todavía lo amas, ¿verdad? — susurró. — Si no, nunca hubieras venido. Una
verdadera esporina no se hubiera tomado la molestia...
La esporina la miró con ojos dorados de bruja fénix.
— No sabes lo que estás diciendo. Soy una esporina. Soy Esporino-elka...
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Pasaron dos días en la Torre de Adjanara. Por una vez, Cassandra no sintió el
malestar con que la Torre la rechazaba habitualmente. Supuso que Adjanara estaría
suprimiéndolo con alguno de sus hechizos, o que su preocupación por Javan no le
dejaba sentir otra cosa.
Pasó la noche, la víspera del año nuevo, junto a él, preguntándose que pasaría
después. El té de hierba-pluma no parecía funcionar. Cassandra agregó los pétalos de la
flor de Kathara a la última taza, la que le había dado al anochecer. Y pasó la noche
acariciándolo, y meciéndolo, y alejando las pesadillas. Cuando el sol se levantó, él se
volvió y la abrazó. Ella lloró de alivio, mientras sentía cómo las lágrimas de él le
mojaban el camisón. Al fin había liberado todo ese dolor. Ella escondió la cara en su
pelo, hasta que él levantó la cara.
— Te amo, — susurró él.
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Y un día, casi a principios de diciembre, llegó la llamada. Todo a lo largo del día,
el viento sopló susurrando en los árboles, golpeteando en las ventanas, ululando en los
corredores. Era un viento extraño. Cassandra se quedó quieta, una o dos veces, en mitad
de los patios o de la escalera, escuchando. A las seis, ya terminada la última clase, fue al
prado, y se detuvo allí, los ojos cerrados, todavía escuchando. Había voces en el viento.
Voces que, si pudiera escucharlas un poco más claro podría entender. Debería entender.
Javan fue por ella y la arrastró de nuevo al castillo.
— ¿Qué te pasa? — le preguntó con los dientes apretados, mientras bajaban a
sus habitaciones. Ella respondió en un susurro.
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Javan trabajaba en las tareas que había pedido la semana anterior. Antídotos. Los
trabajos eran superficiales, hechos apresuradamente, media hora antes de entrar a clase.
Copias de un texto elemental, o del trabajo de algún compañero... No importaba lo que
dijera Cassandra, los aprendices no se tomarían esto en serio a menos que sus vidas
dependieran de ello. Gruñó otra vez su descontento.
— ¡Presta atención! — dijo una vez cerca de él. Miró la varita. Había tomado la
costumbre de dejarla sobre el escritorio, lejos de sí, cuando no la estaba usando. Su
antigua varita siempre estaba en su bolsillo, o en el forro de la capa... siempre en
contacto con él. Esta otra... Al menos no había vuelto a hablar desde que Cassandra le
tomara juramento.
— ¿Qué pasa? —dijo.
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— Bien, — dijo , cálido y suave, — nos has hablado, has volado con nosotros,
has jugado con nosotros en el aire, y rescataste el Zafiro azul. Eres la Guardiana. Viniste
a NingunaParte no una sino dos veces buscando algo...
— ¿Nadie te envió?
— Más o menos. Nadie del Oeste todavía cree que ustedes deberían tomar sus
propias decisiones... y cometer sus propios errores.
— No parecía tan amable cuando lo visitamos la última vez.
— No visitaste a Nadie del Oeste... Viste a los cuatro juntos.
Cassandra pensó un momento. Sabía que no había sido Nadie del Oeste, pero
¿los cuatro reunidos?
— Debió ser importante para que estuvieran todos.
— Lo era. Has sido advertida... Eso es todo lo que podemos hacer.... Pero Nadie
del Oeste sigue pensando que tú deberías saber...
— ¿Qué cosa? — A esta altura, ella se sentía mareada. Estaba cansada del largo
día de trabajo, y el aire nocturno le daba sueño.
— Tu esposo ha leído el Libro. Él conoce la Adivinanza. El Heredero ha leído el
Libro. Él también conoce la Adivinanza... Ellos te la ocultaron.
Cassandra se frotó los ojos.
— ¿Qué Adivinanza? ¿Qué Libro?
— El Amo dio su vida a su Sirviente, su sirviente poderoso, para que la ocultara
en un lugar apropiado. Un lugar al que ningún hombre pudiera llegar dos veces... El
Sirviente perdió la mitad de su vida ocultando la de su Amo. El Amo no lo sabe, y si lo
supiera, no le importaría. Para liberar...
El Céfiro calló de repente. Se oyó el ruido de cascos en el sendero, más abajo.
Cassandra forzó la vista.
— Alguien viene, — susurró.
— Tu esposo, — dijo el viento. — Tengo que irme. Pregúntale qué leyó en el
Libro...
Y el viento se fue. Cassandra se quedó allí, todavía atontada y medio dormida,
mirando el viento que ahora soplaba más frío. Javan apareció en el recodo, montado
sobre Nero, el Señor del Bosque.
— ¿C’ssie? — llamó en un susurro. El pegaso no necesitó sus talones para darse
prisa. Ella se apoyó en su rodilla y dijo en un susurro, cerrando los ojos.
— Céfiro, en el viento... Me habló...
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Capítulo 9.
Llamas negras.
porque la miraba con una sonrisa que iba haciéndose más firme a medida que ella
descendía. Cuando fue humana otra vez, él se inclinó a besarla. Ella retiró la cara.
— ¿Qué pasa? — susurró él.
— Estoy enojada contigo. No me molestes, — dijo ella. Pero él se rió, y la
abrazó.
— Ah, Cassandra Troy. Me encantan tus berrinches... ¿Qué dices, Kat? ¿Le
damos un chapuzón en el agua?
Las risas de Kathy ahogaron las protestas de Cassandra, y Javan la levantó en
vilo para lanzarla al agua. La hundió en la espuma blanca de la cascada, y cuando Kathy
chapoteó junto a ellos, las arrastró a las dos al lado forastero.
Kathy salió del agua riéndose. Cassandra se sacudió el agua, tratando de parecer
todavía enojada. Javan se rió, y las invitó a ir adentro, donde las esperaba el chocolate
caliente de Nita, y la estufa encendida.
— ¿Para qué nos trajiste aquí? — gruñó Cassandra, cuando él la sentó frente al
fuego y la rodeó con los brazos. Él se rió, y la apretó fuerte contra él.
— Porque hoy es mi turno de contar un cuento, — dijo él. Parecía un chico a
punto de hacer una travesura.
— ¿Tú te sabes algún cuento, papá? — preguntó Kathy sorprendida.
Normalmente era Cassandra la que contaba las historias. Pero Javan asintió, sonriente, y
la nena se acercó y se sentó en las rodillas de Cassandra.
— Está bien, — dijo ella. — ¿Qué es lo que quieres?
— Por ahora, un auditorio... Aunque después espero algo más... — Javan miraba
a Cassandra con los ojos brillantes, y ella creyó que sabía adonde quería ir a parar. Pero
él también miró a Kathy, y empezó su historia.
— Hace mucho tiempo, vivía en algún lugar una bella bruja de cabello de oro...
— ¿Rubia? Pensé que tus brujas eran todas pelirrojas.
— Dije de oro, no rubia. Realmente, su cabello era de oro. Cada año, ella
cortaba su cabello de oro y lo tejía en telas mágicas que vendía en el mercado. Vivía de
ello, y aquellas sedas de oro la hicieron famosa. Eran sedas mágicas, que curaban a
aquellos que se envolvían en ellas. Al otro lado de las montañas, había un hechicero.
Vivía lejos, y para llegar a él, había que atravesar un enorme y peligroso desierto y
cruzar las heladas montañas, y luego de un valle lleno de misterios, estaba la Torre...
— ¿Una Torre como la de la abuela, papá?
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— Más o menos. Una Torre más joven, con muchas menos puertas... ¿Sabes,
Kat? Las Torres son como las Varas. Crecen... si el que las habita tiene poder suficiente,
y las cuida y alimenta. Si el que las habita no las hace crecer, y se limita a consumir el
poder de la Torre, la Torre se oscurece y muere. Había Cien Torres, al principio del
tiempo... Muchas de ellas han muerto hace siglos, y han sido derribadas por los
forasteros. Otras... son solo ruinas... ocultas, ignoradas... Solo quedan siete Torres en la
actualidad, y una de ellas es la de tu abuela.
Cassandra lo escuchaba muy interesada a su pesar. Nunca había escuchado las
historias de las Cien Torres... o algo de la Torre de Adjanara. Javan no solía contar
historias.
— ¿Y qué le pasó a esta Torre, papá?
Javan sonrió.
— Enseguida lo verás. La bruja dorada se hizo famosa, ya te lo había dicho. Una
de sus telas maravillosas llegó por casualidad a la Torre del hechicero. En aquel
momento, el joven hechicero estaba trabajando con espejos de plata... Estaba buscando
la forma de usarlos para preservar los sueños, y por accidente, perdió a alguien detrás
del cristal.
Javan pudo sentir que Cassandra se estremecía, y la abrazó. Ella ya sabía lo que
era perder a alguien en el espejo; lo había perdido a él. Y aunque había sido un truco
para despistar al Círculo, la angustia inducida por la poción de olvidar y la poción de
Zerhán había sido muy real. La acarició un poco para tranquilizarla, y continuó la
historia.
— El hechicero estaba buscando la manera de preservar los sueños. Había
dejado el espejo abierto, y una de sus aprendizas más jóvenes quedó atrapada en uno de
los sueños, y corrió tras él en el espejo. Alguien cubrió el espejo con la tela de oro de la
bruja dorada, intentando recuperar a la chica, pero eso rompió el hechizo. La aprendiza
se perdió. Enloquecido por la culpa, el hechicero maldijo a quien hubiera fabricado
aquella tela de oro... y esa era nuestra bruja. La maldición, como un pájaro negro,
alcanzó a la bruja en medio de su valle, y la bruja enfermó. Pero su llanto hizo que
todos los espejos de plata del hechicero se volvieran de agua y se perdieran. Asombrado
por tal despliegue de poder, el hechicero partió tras su maldición, para encontrar a quien
tejía las telas mágicas de oro.
— ¿Y encontró a la bruja dorada? — interrumpió Kathy. Javan sonrió.
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— Vaya si la encontró... Pero primero tuvo que luchar con los gigantes de hielo
en las montañas, y los monstruos de niebla en el valle, y las serpientes de fuego del
desierto... Al fin, llegó al valle de la bruja dorada, y la encontró en su casa, enferma,
llorando lágrimas de oro, porque ya no era capaz de tejer telas mágicas para curar a las
personas...
Javan guardó silencio. Cassandra lo miró, esperando la continuación de la
historia. Kathy también aguardaba. Al fin no aguantó más.
— ¿Y?
— ¿Qué?
— ¿Qué pasó cuando el hechicero encontró a la bruja?
— Ah... Sí. El hechicero encontró a la bruja, e hizo lo que pudo para curarla.
Trató de retirar la maldición, pero ésta había crecido mientras él viajaba por el
desierto... No había nada que hacer. El joven hechicero permaneció junto a la bruja
dorada, y recogió las lágrimas de ella en una botellita de ámbar. Esperó junto a ella...
hasta que la maldición se levantó para llevársela. Él se interpuso, y la botella de
lágrimas de oro y la botella de agua de plata de los espejos se rompieron y se mezclaron
con la oscuridad de la maldición. Las botellas estallaron, Kathy, y las gotas salpicaron a
la bruja de oro, que se curó de inmediato...
— ¿Y se casaron y fueron felices?
— Ahá... Pero ese no es el punto.
— ¿Y entonces cuál es?
— Que el líquido de oro y plata que salpicó a la bruja es el antídoto dorado... El
que le di a Sabrina en Australia.
Cassandra lo miró con interés ahora.
— Una vez me dijiste que no se fabrica, —dijo.
— Es cierto. Tengo que conseguir cada uno de los ingredientes y hacer que algo
oscuro, como la maldición del hechicero, los mezcle... y tratar de recuperar todo lo que
se pueda... No es fácil.
— ¿Y qué tienen que ver las esporinas? ¿Para qué querías que las llamara?
— Seguramente ellas sean lo bastante oscuras como para mezclar las aguas de
plata y las lágrimas de oro... La vez anterior se lo pedí a Nakhira... Te dije que me salió
muy caro.
Cassandra lo miró. Él sonrió.
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— No quería que me siguieras al Interior cuando fui a buscar las aguas de plata.
Las lágrimas de oro no me preocupan... Y a Deranel no le importa dejarme pasar.
— ¿Deranel? ¿La dríade que perdió a su pareja?
— Sí. Ella guarda la puerta de los recuerdos amargos...
— ¿La puerta de los recuerdos amargos? Javan, ¿qué es eso?
— Un lugar oscuro del Trígono Interior. Nunca fuiste, y espero que nunca
vayas... Como Comites de la Rama de Plata, tengo que conocer todos esos lugares... O
casi. Algunos todavía se me escapan. En el lugar de los recuerdos amargos, algunos
sentimientos desesperados, como los remordimientos del hechicero de la historia,
todavía viven... No es un lugar adonde ir a hacer un picnic.
— ¿Y las lágrimas de oro están ahí?
Javan se rió.
— No, claro que no. Ahí están las aguas de plata. Las lágrimas de oro las fui a
buscar la semana pasada...
— ¿Y por qué yo no me di cuenta, Javan? — preguntó ella, frunciendo el ceño.
Javan se volvió a reír.
— Porque estás hecha una dormilona, por eso... Pero me encanta. Subí, usé tu
caja de Dherok, volví, y seguías tan dormida como cuando te dejé... Desde que te
conozco no había estado tan tranquilo...
Cassandra pensó en replicarle, pero luego cambió de opinión. Prefería la burla a
confesar su secreto. La pérdida del Huevo de Zothar parecía no haber traído mayores
consecuencias, pero las advertencias de Nadie y de las serpientes eran claras. El peligro
es grande en el camino que eligieron. Y no había marcha atrás. Así que puso cara
enfurruñada para hacerlo reír, y lo besó al aceptar hacer de intermediaria con las
esporinas en la próxima luna llena. Javan se dio por satisfecho. Y Cassandra pensó que
todo empezaría a marchar mejor ahora.
tendría problema. Desde que Kathryn se había convertido en reina esporina, las
doncellas de hierba habían estado danzando cada luna llena en los jardines del Trígono.
Antes, con Lalaith, la anterior reina esporina, sólo lo hacían cuando el castillo quedaba
vacío, o cuando el poder se acumulaba de manera anormal en él. Cassandra se levantó
temprano, y fue a la cocina, buscando a Nita. Ya iba siendo tiempo de llevar los capullos
al Hogar. Luego se perdió en el bosque.
Siempre le había gustado ese bosque, y nunca fue tan claro como hoy que era él
quien decidía adonde llegaba uno. Keryn se lo había dicho una vez, hacía tiempo... Y le
había aconsejado no abandonar los senderos. Pero ella iba por el sendero esta mañana, y
el bosque la conducía a algún lugar nuevo. Los árboles susurraban en la brisa, y el
sonido era tan tranquilizador y relajante que había caminado largo rato sin notar
adónde. De pronto se detuvo, miró alrededor, a los árboles desconocidos, les sonrió y
siguió adelante. Todavía era temprano, y Javan estaba trabajando. Seguramente no
notaría su ausencia. Era tan posesivo a veces... Bueno, no a veces. Casi siempre. Tanto
que hoy, caminando sola por el enorme bosque, se sentía liberada. Suspiró. Los aromas
en el aire la mareaban. Y caminó mucho más allá de los lugares conocidos.
El claro era amplio y perfectamente circular. Los límites del Trígono habían
quedado muy atrás. Había cruzado un viejo portón de madera hacía largo rato. Los
árboles y arbustos se veían normales, pero de pronto Cassandra empezó a sentirse rara.
La Llave del Tiempo en su cuello se sentía curiosamente pesada. Cassandra miró
alrededor con suspicacia. Se sentía asustada ahora.
El camino seguía más allá de los árboles, atravesando el claro, pero ella no se
atrevió a seguirlo. Miró de nuevo a su alrededor. Era el lado mágico, la frontera estaba
muy lejos de aquí, ella podía sentirlo; y el viento soplaba más frío ahora. Retrocedió, y
se escondió tras los arbustos. Permaneció allí, vigilando el claro vacío un largo rato, y la
única cosa cierta, era el miedo creciente. Escuchó cuidadosamente al viento, pero él no
le habló. Tocó apenas la tierra del claro, pero el polvo no le dijo nada. Y la desazón
creció hasta hacerla sentirse mal. Huyó corriendo del claro, y continuó corriendo un
largo rato.
Cassandra fue tranquilizándose durante la tarde, y para lo noche estaba lista para
la cena de la Puerta del Invierno.
Era una cena especial. Casi todos los años, por esa fecha, ella se las ingeniaba
para salir al Valle, o sucedía alguna otra cosa, y nunca había participado de los
preparativos de la fiesta. El primer año, había ido al Valle en busca del baúl de Zothar;
el segundo, había estado ocupada persiguiendo calderos viejos y unas botellas de una
poción desconocida. El tercer invierno fue la Reunión de Viajeros. El año siguiente,
debía llevar a cabo la liberación del viento, y estaba muy ocupada como para notar
siquiera la fiesta. El último año, la perseguían las pesadillas que la impulsaban a
entregar las Joyas de Nadie... para salvarse de la Maldición de Zothar. Pero este año iba
a ser diferente, se prometió. Estaba esperando el bebé de Javan, y si todo salía bien, se
lo diría esta misma noche, después de la cena y de la visita a las esporinas, cuando
estuvieran solos. Sí, se dijo; la Puerta del Invierno era una excelente ocasión para
celebrar.
Cassandra no se quedó quieta. Fue de uno a otro asiento del salón, sentándose a
conversar con todos. Pasó una media hora muy agradable entre Sylvia Florian y Melissa
92
Corent, en el otro extremo del salón, antes de que Javan la reclamara para el postre, y
quizá para bailar un poco después... Alguien había sacado de alguna parte del castillo la
extraña caja de música de Dherok.
— Me pregunto por qué solo Andrei puede hacer que te quedes quieta, — gruñó
Javan mientras la llevaba a su asiento. Ella soltó una risita.
— ¿Por qué dices eso?
— Has probado cada silla en este salón... — siguió él. Ella lo miró y le tomó la
mano.
— ¿Estás celoso? Él ni siquiera está aquí...
Andrei se había mudado a la casa forastera de Alessandra y había dejado el
Trígono. Para ella hubiera sido muy difícil adaptarse a un sitio mágico, y Andrei había
conseguido un puesto como intermediario en una compañía de importadores de
productos mágicos. El departamento de Alessandra era muy pequeño, pero Andrei
sacudió su vara y uno de los armarios se transformó en un par de habitaciones extra y un
pequeño parque del lado mágico. Al menos no llenarás mi casa de tus cuestiones
privadas, decía Alessandra. Y el parque era especial para Bella. Andrei había pensado
llevarla a la Torre con Siddar, pero a último momento, ni él ni Alessandra pudieron
separarse de la loba.
Javan miró fijamente a Cassandra. Para su gusto, ella estaba demasiado
sonriente.
— Te recuerdo que él está casado, — dijo, muy serio. Cassandra se rió con
ganas.
— Siempre me encantaron los maridos de mis amigas... — dijo; y al ver el
relámpago de celos en la mirada de él, volvió a reírse.
Después de eso, se sentó muy cerca de él, tanto que a cada momento rozaba sus
rodillas con las suyas, y le habló solo a él, en susurros, e inclinándose con coquetería y
tocándole el brazo como si quisiera seducirlo. Él se sentía mitad divertido y mitad
irritado. Ella actuaba de una manera totalmente infantil. Pero se veía feliz. Hacía tiempo
que sus ojos no brillaban de esa manera. Y de repente todo se acabó.
Ella había estado molestándolo por debajo de la mesa, y de repente se enderezó,
mirando rígida la puerta.
— ¿Qué pasa?
— Algo está mal... Las sombras...
93
Ella miraba adelante sin pestañear. Las sombras de todas las cosas habían
quedado inmóviles y se esfumaban rápidamente. Javan buscó con la mirada al Vigía.
Para su horror, Norak se había puesto de pie, y también miraba la puerta. Se puso de
pie. Y de pronto lo vio. De hecho, todos los aprendices en el comedor lo vieron, y se
levantaron, o saltaron a un lado, gritando, mientras una abultada sombra se arrastraba
rápidamente hacia la mesa de Cassandra. Los profesores también se levantaron.
La sombra llegó hasta la mesa, y Cassandra cayó bajo el mantel ahogando un
grito.
Javan reaccionó con rapidez. Tomó a Cassandra por las axilas y tiró hacia arriba.
Cassandra gritó más fuerte.
— ¡Auxilio! ¡Me arrastra!
Hubo un destello plateado. Calothar, desde la otra punta del salón, había sacado
su varita y había disparado a la sombra bajo la mesa. La sombra dejó ir a Cassandra, y
desapareció.
Gertrudis Yigg y el Anciano Mayor se habían acercado, y revisaban bajo la
mesa.
— No hay nada ahí, — dijo ella. — Lo que haya sido, ya se fue...
— ¿Cómo se siente, Cassandra?
Cassandra se aferraba a Javan, todavía en el suelo y temblando. Una de las copas
se había volcado y goteaba su contenido sobre ella. Ni siquiera se daba cuenta. No
contestó.
Javan la sacó de debajo de la mesa. De la cintura hasta los pies, su ropa estaba
desgarrada y medio quemada, y tenía cortadas y heridas en las piernas. Le faltaba un
zapato.
Él trató de ponerla de pie, pero las rodillas no la sostuvieron. No se había mirado
las piernas todavía, y seguía mirando vidriosamente adelante.
— ¡Cassandra! — susurró Javan, sacudiéndola un poco. Ella se resbaló hasta la
silla. — ¡Cassandra!
Ella murmuró algo. Él inclinó la cabeza para escucharla, y de repente, ella se
desmayó.
producían ella sintió algo más. Una parte de su mente corrió tras eso, mientras el resto
luchaba. Se quemó el brazo cuando trató de golpear a la sombra de fuego. Todo parecía
suceder en cámara lenta. Y entonces el relámpago plateado. Todo se volvió súbitamente
oscuro.
Capítulo 10.
Los Ryujin.
Debían ser las diez y media de la mañana cuando Cassandra se despertó. Abrió
los ojos lentamente, y la primera cosa que sintió fue la mano de su esposo en la de ella.
Trató de volverse para mirarlo, y sintió una extraña insensibilidad en el brazo y las
piernas. Torció la cabeza.
— Hola, volviste, — le dijo él con una sonrisa.
— No puedo mover el brazo, — dijo ella.
— Lo sé. Te lastimaste mucho el brazo y las piernas. La señora Corent todavía
está tratando de solucionarlo... aunque yo creo que lo lograrás por tu cuenta. Todavía
hay muchas más dificultades en las que puedes meterte, y no has intentado aún... Pensé
que no ibas a despertarte nunca...
A pesar de todo, él hablaba con calma y tranquilidad. No quería volcar en ella
sus preocupaciones. Bastante le había costado seguir el consejo de Kathryn. Pero la
señora Corent había puesto el grito en el cielo cuando se acercó con la botella, y
amenazó con sacarlo de la enfermería. Jamás había visto Javan a la enfermera tan
completamente fuera de sí. Y mucho menos tratarlo a él de esa manera; a él, Comites de
la Rama de Plata. Ella siempre lo había tratado con deferencia, e incluso había
solicitado su colaboración en una o dos ocasiones. Esta vez... la enfermera solo se
tranquilizó cuando él se llevó lejos el Antídoto Dorado. Y le permitió regresar, y
quedarse junto a Cassandra, e incluso le trajo un té sedante. Preparó sus pociones
habituales, hizo su trabajo y le ordenó que esperara. Y al parecer había acertado. Ahora,
Cassandra, despierta, aunque con rostro cansado, lo miraba desde la almohada con una
sonrisa débil.
— ¿Sabes qué fue lo que sucedió? — preguntó él con suavidad.
— No, no lo recuerdo... — dijo ella.
— Las Llamas Negras de NingunaParte vinieron por ti...
— Llamas Negras... Sí... — La mirada de Cassandra se había vuelto vidriosa de
pronto. — Me mostraron un lugar, una pieza del rompecabezas... una parte de la
Adivinanza...
— ¿La Adivinanza? ¿Cómo sabes de ella, Cassandra?
Cassandra se sobresaltó y estiró el cuello para ver a Calothar unos pasos más
allá. Javan lo miró frunciendo el ceño.
— Primero Céfiro, luego las Llamas... Habitantes de NingunaParte... Me dijeron
que el sirviente perdió la mitad de su vida al ocultar la de su amo...
— Céfiro y Llamas Negras... Me pregunto quién sigue... — murmuró Calothar.
100
Javan no estaba allí. Aparentemente, tampoco Melissa Corent, porque los golpes se
repitieron.
— ¿Quién es? No puedo abrir la puerta, — dijo ella desde la cama. Un ruido
extraño le llegó desde la puerta y ésta se abrió. Un hombre joven en túnica azul se
acercó a la cama de Cassandra.
— ¿¡Vadimeh?! — gritó ella. — ¿Cómo pudiste...?
El hombre se limitó a sonreír y abrazarla. Ella se separó un poco para verlo.
Tenía los ojos de un azul profundo, cabello negro casi azul, demasiado largo, y manos
de dedos finos y uñas también largas como garras. Sonreía. Ella lo abrazó otra vez.
— ¿Te envió Gaspar? — preguntó. La sonrisa del hombre se ensanchó y asintió.
— ¿Y por qué...?
El hombre se encogió de hombros. No hablaba el idioma de Cassandra.
— Bueno, dime por qué estás aquí, y en cuerpo humano. ¿Viniste solo? —
Cassandra no separaba la vista de los ojos azules del hombre. Estaba leyendo de su
mente lo que quería saber. El hombre dragón hizo un gesto con las manos.
— ¿Cinco Mensajeros? ¿Por qué?
El hombre aleteó con las manos.
— Más rápido, claro... — Cassandra sonrió. — Y supongo que querrás pedir
permiso a mi marido antes de hacer lo que viniste a hacer...
El hombre asintió seriamente.
— Daría cualquier cosa por ver cómo le explicas a mi marido lo que quieres de
mí. Y quién eres... — Una sonrisa traviesa le brilló en la cara. — Él está abajo, en su
oficina; o en el comedor; no sé qué hora es...
En ese momento, Javan entraba con el almuerzo de Cassandra. Se detuvo en
seco cuando vio al hombre todavía sosteniendo a Cassandra por la cintura.
— ¿Quién es usted? — dijo.
El hombre miró a Cassandra como pidiéndole algo. Pero ella se rió.
— Ah, no, mi cielo. Tendrás que explicarte por ti mismo... — le dijo.
El hombre la miró con enojo, echó la cabeza un poco hacia atrás y soltó un
poderoso rugido de dragón que jamás podría haber salido de garganta humana.
Cassandra se rió de nuevo, estiró la cabeza, y aulló una respuesta. Más suave, pero de
todas maneras, ensordecedora.
— ¿¡Qué estás haciendo?! — exclamó Javan. Casi había dejado caer el
almuerzo.
102
— Sólo le pedí que hablara más bajo... — dijo ella tosiendo un poco y con aire
de inocencia. El hombre le echó otra mirada enojada, y sacó una carta de algún lugar de
su túnica. Se la tendió a Javan.
— Lo lamento, no soy el Anciano Mayor, — dijo Javan, serio. — Acompáñeme,
por favor.
El hombre asintió. Cassandra todavía se reía desde su almohadón.
— Una carta... Un día serás tan rápido como un instantáneo, Vadimeh...
Ella apretó los dientes, y se hundió en el almohadón, aferrando la sábana con la mano
que podía mover.
— ¡Por favor! ¿Qué está...? — El dragón se detuvo y lo miró.
— Está... bien... él sabe... lo que hace... — jadeó Cassandra desde el almohadón.
Estaba muy pálida ahora. Vadimeh la cubrió de nuevo y le tomó la mano inerte. Ella
volvió la cara mientras él volvía a soplar más de su fuego azul. Movió un poco los
labios cuando terminó.
— Gracias, — dijo ella. Después, cerró los ojos.
Ella volvió a despertar cuando oyó voces. Una chica pelirroja estaba al pie de su
cama.
— Arianna, — sonrió.
— Hola, — dijo la muchacha con suavidad. — ¿Cómo estás?
— Como cualquiera en mi lugar... — dijo Cassandra. — ¿Tú también vas a
tostarme, como él?
Vadimeh saludaba desde la puerta. Su tiempo se acababa. Cassandra lo saludó
con la mano.
Arianna asintió con la cabeza, sonriendo a medias.
— Lo lamento, amiga...
— Dime primero, — la detuvo Javan. — ¿Por qué están haciendo esto?
Arianna lo miró.
— Bueno... Mi Señor dice que ella se metió en líos otra vez...
— Gaspar... — Cassandra sacudió la cabeza con una risita.
— Mi Señor dice que ella fue herida por criaturas de fuego. Y que podrían atacar
otra vez. Así que nos envió a prepararla para combatir cualquier tipo de fuego... cuando
venga...
— Vadimeh tiene fuego azul. Es fuego que limpia. Arianna tiene fuego rojo. Es...
— Fuego que fortalece. Le dará fuerza y resistencia, — completó Arianna.
— ¿Quién más viene? — preguntó Cassandra.
— Violeta...
— Curación, — explicó Cassandra.
— Y Dawn y Dione.
— Son gemelas. Dawn tiene fuego energizante, y Dione tiene...
— El fuego de la voluntad.
104
Los Ryujin pasaron cada uno sus tres horas junto a la cama de Cassandra. Ella
pasó la tarde hablando con cada uno de ellos, y presentándoselos a Javan y al Maestro.
Ella se veía cada vez más cansada, pero sus heridas sanaban visiblemente. Violeta las
revisó personalmente antes de irse.
— No le creas a tus ojos, — había dicho Cassandra a un comentario. — Ella es
mayor que Gaspar.
Violeta parecía una mujer de mediana edad, baja y robusta.
— ¿Dos mil...?
— Dos ochocientos... y algo más. No vale la pena llevar la cuenta.
— ¿Son inmortales los Ryujin?
— No. Pero si nadie nos mata, continuamos viviendo...
— ¿Qué edad tiene la chica, Arianna? — preguntó Javan, al cabo de un rato.
Estaba perplejo. Había supuesto que solo el Rey Dragón...
— Dos...
— ¿Dos?
— Siglos. Es solo una niña. En unos años tendrá edad de convertirse en mujer...
Y si sigue la antigua tradición, se comprometerá en la Fiesta del Tigre Blanco, en otoño.
Cassandra sonrió. Ya había hablado con Arianna de eso. Tal vez... Pero de todas
maneras faltaban algunos años para eso.
— ¿Qué edad tiene el más joven de ustedes? — preguntó Javan, todavía
asombrado.
— Un año. ¿No recuerdas a Lys? — dijo Cassandra. — Y hablando de eso
¿cómo está?
— Muy bien. Nuestra princesita está aprendiendo a leer y escribir ahora.
105
Dawn llegó a las nueve. Era una mujer dorada. Su cabello rubio, su piel blanca...
Parecía una mujer hecha de luz. Sopló un fuego dorado y luminoso sobre Cassandra.
Las heridas habían desaparecido casi totalmente, y Cassandra incluso sonrió cuando ella
terminó.
— ¿No te lastimé? — preguntó la dorada mujer.
— No. Me siento bien, — dijo Cassandra.
Dawn se reclinó en un sillón, y miró a Cassandra.
— He escuchado tantas cosas de ti... — dijo. Cassandra sonrió. Javan estaba
medio dormido ahora, junto a su cabecera.
— ¿Por ejemplo? — preguntó en voz baja.
— Eh... — Dawn dudó. En realidad solo había viajado con Cassandra una vez,
hacía varios años, cuando Cassandra los ayudó a librarse de un ataque de la Serpiente.
La miró. Le parecía tan... libre, confiada... Preguntó lo que quería saber. Las tres horas
hasta la medianoche pasaron rápidas y confortables.
Capítulo 11.
El experto en geografía mágica.
— ¿Quieres una ventana? Está bien, te daré una ventana, — le dijo. Y buscó la
varita.
Cassandra lo miró hacer con media sonrisa. A pesar de su fingida indiferencia el
día que no quiso acompañarla al picnic, él seguía pendiente de sus más mínimos deseos.
Pensó hablar en ese momento, pero Javan giraba su varita para llamar a la Vara.
— ¿Qué es eso?
Javan sonrió.
— Un regalo...
Cassandra se acercó a la Vara y miró las alas de fénix que se desplegaban en el
asta. Alas azules, de pluma de ornitorrinco.
— ¿Regalo?
— Ahá. Esporino-elka te envía saludos. Y Kathara me dejó un regalo de
despedida.
Cassandra lo miró interrogante.
— Ah. Y conseguí el Antídoto Dorado.
Javan sonrió ante la sorpresa de su esposa. Ella abrió la boca y pareció que iba a
decir algo, pero él no le dio tiempo.
— Y... ya que no soy el Vigía... me conseguí otra misión.
Cassandra cerró la boca.
— Abre la ventana, y vámonos a la cabaña. Nita hará chocolate y tú no te
moverás del sillón hasta que me hayas contado todas esas historias del derecho, — dijo.
Javan levantó la Vara todavía riéndose.
— ¡Alessandra!
La cocina estaba vacía excepto por Javan, sentado a la mesa. Lo miró con
expresión culpable.
— Creí que la había escuchado... — dijo Cassandra, perpleja.
— Aquí la tienes, — dijo Javan, haciendo un gesto de invitación con la mano.
En medio de la mesa, Javan había colocado la fuente de plata, el fondo lleno de
la poción negra, el suero para ver más allá. La botella todavía estaba a un costado. En el
líquido oscuro, entre vacilantes nubecillas de vapor, se veía la cara de Alessandra.
Cassandra se acercó, y Alessandra se movió y le sonrió desde la bandeja.
— Ahora nos ve a los dos, — explicó Javan.
Algo estaba sucediendo también del otro lado, porque la imagen fluctuó un
poco; y de pronto, la cara de Andrei apareció junto a su esposa.
— Hola, ¿cómo están? ¿La Guardiana y su sombra?
— No sabes cuán acertado es eso... — gruñó Javan. Andrei levantó las cejas.
— ¿Qué hizo ahora?
— Yo, nada, — se rió Cassandra, sacudiendo las manos. — Esto lo hizo él
solito... Mientras yo estaba desmayada en la enfermería.
— ¿Otra vez? — preguntó Alessandra. — ¿No puedes quedarte quieta y llevar
una vida normal?
Cassandra sonrió y Javan soltó un gruñido. Pero aún cuando protestaba, su mano
reposaba en la cintura de Cassandra, sin dejarla separarse de él.
— No, no puede. Las Llamas Negras de NingunaParte vinieron por ella. Pero
esa es una historia para otra ocasión. Andrei, necesito hablar contigo. ¿Te queda
suficiente poción como para abrir otro espejo?
Andrei asintió, serio.
— Vamos a otra parte. Las mujeres hablan demasiado, — dijo Javan. Cassandra
se dio vuelta para mirarlo.
— ¿Nosotras? ¿Y son ustedes los que van a tener secretitos por ahí? — le dijo.
Él se inclinó y la besó ligeramente. Pero igual se llevó la botella de suero y salió de la
habitación.
— ¿Y cómo va mi sobrino? — preguntó Cassandra, mientras espiaba que Javan
hubiera salido completamente.
— Hacia adelante. Estoy gorda, — protestó Alessandra, bajando las manos hacia
su vientre. Cassandra sonrió. La puerta de su cocina se había cerrado.
110
— Pero estoy cansada. ¿Por qué no vamos por Kathy y fingimos que somos una
familia normal, sin preocupaciones?
Javan la miró fijamente unos segundos, y asintió lentamente.
— Excelente idea. Vamos por Kathy.
Y se inclinó y la besó.
Habían pasado un par de semanas. Para disgusto de Cassandra, Javan llevó los
dibujos consigo y se los mostró a Adjanara. Ella no reconoció el lugar, pero se quedó
con dos de ellos para mostrárselos a algunos conocidos. Luego, Javan tomó a Cassandra
y a Kathy y se las llevó al lado forastero por todo lo que quedaba del fin de semana.
Ahora era el final de una clase de Viajeros. Cassandra estaba de espaldas,
limpiando el pizarrón, y los estudiantes se retiraban.
— Sol... — llamó Sonja. Solana había venido a la clase de los Viajeros con un
nuevo proyecto.
— ¿Qué?
— Necesito ayuda... El señor Dónde nos está fastidiando con cientos de mapas...
— ¿Dónde? Ah... el de geografía...
Cassandra se dio la vuelta.
— ¿El de geografía?
— El experto en geografía de lugares mágicos...
— ¿Hay un especialista en lugares mágicos? — repitió Cassandra incrédula. Era
exactamente lo que necesitaba.
— Claro que sí... Y un especialista en historia de la magia, y otro en especies no
humanas, y ya conoces a Tenai, con sus cálculos y cosas... Hay de todo.
— Pero el de lugares mágicos... — insistió Cassandra. — ¿Quién es?
— El profesor Dónde casi nunca sale de sus habitaciones, allá abajo... — Y
Solana se encogió de hombros, aparentemente dispuesta a olvidar el asunto. Cassandra
la miró.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué, qué, Cassandra? — Las dos muchachas la miraban extrañadas,
como si no recordaran de qué habían estado hablando.
— ¿Por qué el profesor Dónde no sale de sus habitaciones?
— Mm. No lo sé. Tímido, tal vez... Siempre está solo, en las sombras...
— ¿Dónde está él... su salón? Tengo que verlo...
112
El camino al salón del profesor Dónde era tan complicado como el camino a las
habitaciones de Isadora. Había una escalera fría y oscura que conducía abajo y más
abajo. Cassandra le susurró a Sonja:
— ¡Y yo creía que mi sótano era frío!...
Sonja sonrió vagamente.
Cassandra se estremeció, y pensó que salvo por ella, todos los muchachos
parecían hipnotizados. El hechizo que les impedía concentrarse en este extraño profesor
se acentuaba al acercarse a sus dominios. Y Cassandra se estremeció de nuevo al pensar
qué clase de criatura sería el profesor Dónde. Y por qué le permitían quedarse, en caso
que fuera peligroso...
El largo corredor que seguía a la larguísima escalera también era frío, y estaba
oscuro. Había pocas antorchas para iluminarlo, y al final, había una puerta. Cassandra
creyó distinguir unos símbolos extraños en ella, unos signos pintados en rojo y negro;
pero la puerta se abrió y un hombre pálido y delgado dejó pasar a los estudiantes. Volvió
a su escritorio sin una palabra ni un sonido, y Cassandra entró tras los chicos y se sentó
en el fondo del salón, muy sorprendida de que el profesor fuera sencillamente humano.
La clase estaba muy silenciosa. El hombre se volvió para mirar a sus alumnos y
comenzó su lección. Tenía una voz profunda e hipnótica que llenaba el salón silencioso.
El sonido de la voz traía imágenes a su mente. Los estaba haciendo ver los lugares que
describía.
113
— Pero no ha bajado hasta aquí para ser halagada, supongo. Sería demasiado
trabajo. Dígame de qué manera puedo servirla.
Cassandra dudó. Los ojos del hombre tenían una extraña cualidad que le hacía
perder la cabeza. Y su voz... Pestañeó un poco.
— Bueno... Me preguntaba si usted podría ayudarme... Necesito encontrar un
lugar... — Su voz tembló y vaciló. El hombre se limitó a mirarla. — ... un lugar que
ningún hombre puede alcanzar dos veces...
Los labios del hombre se torcieron en una mueca.
— No hay ningún lugar como ése. No se conoce ningún lugar que pueda ser
descrito de esa manera... Ninguna parte que...
Los ojos de Cassandra relampaguearon.
— ¿NingunaParte? Yo estuve en NingunaParte... dos veces. Debe ser otro sitio...
— ¿Estuvo en NingunaParte? — La expresión de Oú era muy extraña ahora.
Ansiosa.
— Sí. Y no tiene puertas como éstas... — Y ella sacó el único dibujo que Javan
le había dejado.
— Bien, bien, bien... Esto cambia un poco las cosas, — dijo el hombre llevando
una mano a su mentón y tomando el dibujo.
En ese momento, uno de los edoms apareció en forma arácnida. El edom se
detuvo en seco, balanceándose lentamente. Cassandra sintió que el hombre frente a ella
se estremecía, y de pronto tres edom más aparecieron en la habitación. Où se levantó de
su asiento y retrocedió unos pasos alejándose del escritorio.
— ¿Qué está sucediendo? — protestó Cassandra, levantándose. Pero los edoms
se interpusieron entre ella y Où, que no hizo ningún movimiento.
— Será mejor que se retire. Los edoms y yo... nos entenderemos mejor a solas...
— dijo el hombre con voz curiosamente tranquila.
— Pero... — empezó a protestar Cassandra.
— Váyase ahora....
Dos de los edoms habían empezado a empujarla hacia la puerta; y el tercero de
ellos, a tejer una tela, como una telaraña, para cubrir la puerta de la habitación.
Cassandra miró hacia atrás, nerviosa. Où se había retirado más atrás en el salón.
Levantó una mano para saludarla, y ella creyó escuchar:
Si quiere, vuelva la semana entrante... a esta hora.
115
Capítulo 12.
Yhero-niro.
Enero terminaba, blanco. Cassandra y Javan habían vuelto a huir a la cabaña por
el fin de semana. Ella quería privacidad. Privacidad para una guerra de bolas de nieve o
una tarde en trineo, privacidad para una taza de chocolate y un cuento frente a la
estufa... Javan era demasiado serio en el castillo, y siempre había algún aprendiz
llamando o entrando en su oficina con un proyecto nuevo. Como de costumbre, ella
suplicó, él puso excusas, y ella lo convenció.
Kathy pasaba el fin de semana con una amiga de la escuela, y por una vez, Javan
no insistió en que viniera con ellos. A Cassandra eso le pareció extraño. Él siempre
quería tenerla cerca... Pero luego, Cassandra pensó en las vacaciones, aquellos tres días
en la alfombra. A veces, Javan no la quería demasiado cerca.
Ahora, tarde en la noche, él la estaba abrazando. Ella pensó vagamente cuánto
hacía desde la última vez que él la había abrazado así. Su mano pesaba, tibia sobre su
ombligo. Él habló muy despacio en su oído.
— Te estás poniendo redonda...
— ¿Me estás diciendo gorda? — dijo ella, fingiéndose ofendida.
— Mm... No. Me gusta...
Y la abrazó más fuerte, y le besó la oreja.
para poder vigilar su regreso. A lo largo de la mañana se sintió cada vez más molesto, y
su incomodidad se volvió enojo. Criticó cuanto trabajo y cuanto aprendiz pasó por
delante suyo, y ni siquiera Norak pudo soportarlo mucho rato. Norak se atrincheró con
los aprendices en el otro extremo del salón, mientras Javan se quedaba en el escritorio,
rumiando su mal humor. En ese momento apareció Cassandra.
Ella golpeó la puerta del corredor.
— ¡Pase!
El silencio en la clase era denso y pesado. Cassandra miró a su alrededor un
poco sorprendida. La clase parecía dividida en dos como por un cuchillo. Aprendices
asustados en una mitad, y fiera enjaulada en la otra. Se dirigió a la fiera.
— Profesor, no habrá clase esta tarde, — dijo en voz alta.
— ¿De qué habla, profesora? Yo...
Ella sonrió y sacudió la cabeza.
— No, — dijo, extendiendo el puño y abriéndolo lentamente. Javan abrió la
boca, y le tomó la mano.
— ¿Es esto lo que yo creo que es? — dijo, mirándola a los ojos. Cassandra
asintió con una sonrisa.
— ¡Aprendices! Las clases de esta tarde aquí abajo se suspenden, — anunció.
— Y las de afuera en los invernaderos, y las de los viajeros arriba también. Creo
que las del bosque con Keryn se pospondrán hasta la semana que viene, y las de la
Comites Yigg hasta mañana... pero eso se los van a confirmar en el almuerzo, — agregó
Cassandra. — Y necesitaremos voluntarios. Muchos voluntarios...
— ¿Qué pasó, profesora? — preguntó Sonja, la mano levantada en el aire, como
si fuera una de las clases de Cassandra. Cassandra sonrió.
— Conseguimos esto... — dijo, y mostró tres pequeñas cerezas en su mano.
— ¿Qué es eso? — preguntó Berizar, uno de los chicos nuevos de este año.
— Cerezas de fuego, de nuestra Metamórfica, — explicó Cassandra.
— Necesitan ser acondicionadas para su conservación en el día. — Javan sonaba
casi afable ahora. — ¿Cuántas consiguieron? ¿Cincuenta?
— Tres cajones llenos. Tal vez quinientas, pero Keryn no las quiso contar... Dijo
que es de mala suerte...
Los ojos de Javan se abrieron enormes.
— ¿Qui...?
— Es un árbol grande, — dijo Cassandra con un encogimiento de hombros.
120
Hacía frío, pero ella había prometido ir esta noche. Estaba cansada, pero una
promesa era una promesa. Así que mientras Javan estaba todavía revisando los sellos de
los frascos y almacenándolos en alguno de sus armarios secretos, ella se escurrió fuera
de su habitación para ir a ver al profesor Où.
Él estaba en su frío calabozo, como siempre. Encendió el fuego para Cassandra.
— ¿Alguna vez sale de esta mazmorra? — le preguntó ella. Él sonrió.
— Casi nunca. Tal vez en vacaciones. Muy de tarde en tarde visito todavía mis
lugares favoritos...
— ¿Por qué? Si no le molesta la pregunta...
Où volvió a sonreír.
— Ya se lo dije. Soy extremadamente sensible a la luz...
— Pero Melissa... la señora Corent...
— No puede ayudarme. — Él respondió con brusquedad, y Cassandra no
insistió. A veces este hombre la asustaba.
— ¿Por qué no viene a mi oficina, alguna vez? Es un calabozo igual que el
suyo... — dijo ella luego de un momento. — La luz no le molestará...
El hombre mostró los dientes. Cassandra reprimió un escalofrío.
— Tal vez algún día, — dijo él, evasivo. — Y ¿cómo va su investigación?
Cassandra hizo un gesto de disgusto.
— No muy bien. No encontré ni la más sencilla pista de ese lugar...
— Bueno, piénselo un poco...
— ¡Por favor, profesor! ¡Le he estado dando vueltas por meses! — protestó ella.
El hombre frente a ella sonrió con calma.
— Profesora, por favor... Considérelo. Usted dijo que es un lugar adonde todos
deben ir, pero que ningún hombre puede alcanzar dos veces... No puede haber muchos
lugares con esa descripción...
— De hecho, no hay ninguno.
123
— No sea tan tajante. Hay al menos uno; el que usted está buscando. Y tiene
puertas.
Cassandra se reclinó en su silla y bebió su té. El hombre no había tocado su taza
todavía.
— Y se llega a esas puertas a través de un río, — agregó. Había devuelto el
dibujo unas semanas atrás.
— Y hay colinas todo alrededor. ¿Cuántos lugares mágicos tienen ríos y colinas?
— dijo ella malhumorada. — Si al menos...
Unos golpes en la puerta la detuvieron.
— Pase. Todavía está abierto, — dijo Où.
Javan entró con una botella oscura en la mano.
— Où, está pronta. ¿Por qué...? — Y quedó helado. Un gruñido bajo escapó de
su garganta. — Cassandra. ¿Qué estás haciendo aquí?
Ella trató de sonreír. En realidad, no estaba haciendo nada malo. Pero él tenía un
fuego en la mirada que la asustó. No la dejó hablar.
— Sal de aquí. ¡Ahora!
— Comites Fara, ella sólo... — empezó Où. Javan se volvió a él.
— ¡Cállate! — le siseó, y se volvió a Cassandra, arrastrándola fuera de su silla y
sacándola del cuarto.
Ella pudo oírlo siseándole a Où.
— ¡Cualquier invitación que ella te haya hecho, te la retiro! ¡Y no quiero verte
cerca de ella!
Unos suaves murmullos fueron la respuesta, y la voz de Javan sonó clara.
— Si la tocas, te mato. — Y salió del salón de Où dando un portazo.
Era extraño, pensó Javan. Ella lo abrazaba de una manera rara ahora. Antes le
gustaba enredar sus piernas en las de él, y tocarlo con todo su cuerpo. Esta noche, y
varias noches atrás, recordó, ella se quedaba un poco aparte.
125
Ella dormía ahora. Luego de ese incidente con Où. ¿Cómo había podido? Y
recordó el dicho del Anciano Mayor. ‘Cuando su amigo nos dijo que tenía un don para
meterse en problemas, no creí que fuera tan hábil...’ Ciertamente estaba dotada para los
problemas. Apenas Andrei, huésped del Horror de Fuego pisó el Trígono, ella corrió
rauda hacia él. Apenas vio a Siddar, el Maldito... la misma historia. Y el Glub. Y la
Hikiri. Y la banshee. Y Tenai... Y ahora el vampiro. ¿Qué seguiría?
Se sentó en la cama y observó a su esposa. Exactamente como Andrei decía. Un
dolor de cabeza. Y notó algo curioso en la forma en que ella estaba acostada, enroscada
de lado, hecha un ovillo, como un gato. Retiró las mantas. Ella se movió en sueños, y él
la hizo volverse boca arriba. Sus formas. Su vientre. Arrugó el camisón para descubrir el
cuerpo. Le temblaban las manos. Se inclinó despacio y apoyó el oído contra su vientre.
Estuvo escuchando un largo rato.
Ella abrió los ojos despacio. Sentía frío. Y encontró los ojos de Javan. Él sabía.
Ella sonrió y asintió, ligera y silenciosamente. Él se arrastró lentamente, volviendo a
cubrirla mientras se movía, y la abrazó. Ella suspiró. Él separó la cabeza un poco y la
miró a los ojos.
— Yhero niro-té, Cassandra Troy, — le dijo en una voz quebrada por la
emoción.
— Yhero niro-té, Javan Fara, — respondió ella, y se apretó contra él. —
Antulave yheromira ankiro tenn... — continuó.
Javan repitió las palabras. Sus manos empezaron a brillar, desde los dedos hacia
los hombros, la luz dibujando símbolos sobre su piel. Y Cassandra aún continuó,
abrazándolo todavía más.
— Indeankiré ondivo, yhero niro-té...
Cuando Javan repitió las palabras, sintieron el golpe de la luz. Y cuando
Cassandra trató de abrazarlo, de acercarse a él, de acariciarlo, encontró que ya no había
separación entre ellos. Ella era parte de él, y él de ella. Eran uno solo, no más cuerpos
diferentes, no más mentes diferentes. Se sintió sobrepasada por el sentimiento y se dejó
ahogar por él.
126
Capítulo 13.
Adivinanzas.
Javan estaba allí, abrazándola, abrigándola con sus brazos, enredándose con ella.
Ella podía sentir el latido de su corazón a través de su propia piel. ¿O era su propio
corazón? Apoyó la cabeza en su pecho, y él le acarició el cabello.
¿Fue una pesadilla?
Ella sintió la pregunta en su mente.
Sólo un sueño, pensó.
Tú viste el camino, mientras que yo solo leí sobre él, amor.
Ella sintió la tibieza de su preocupación y la asombrosa fuerza de su sentimiento.
Él no había dicho nada aún, pero ella separó la cabeza para mirarlo.
Te amo... ¿La puerta hacia dónde? Sus pensamientos se mezclaban con las
últimas imágenes del sueño. Javan pestañeó.
— Por favor, piensa con claridad. Una cosa por vez. Me estás dando dolor de
cabeza... — dijo suavemente.
— ¿No estabas hablando? — preguntó ella.
Él sacudió la cabeza.
— Tenemos una mente ahora... No es como antes, leerte los pensamientos, o
dejarte que leyeras los míos... Ahora es espontáneo, no tenemos que concentrarnos, o
que esforzarnos...
— ¿El Yhero niro?
Él asintió lentamente. Eso creo...
Ella lo miró fijamente. Él hizo una mueca.
— Veo muchas puertas en tu mente... — dijo ella al cabo de un rato. — Todavía
tienes muchos secretos.
— También tú. No te sondearé si tu no me sondeas...
Tienes un trato, pensó ella, y lo besó. Pudo sentir sus labios curvarse en una
sonrisa bajo los suyos mientras lo hacía.
Ella no pudo decir nada por un momento. Sus emociones y los sentimientos de
Javan se mezclaban de una manera perturbadora. Tanteó buscando su mano, y él se la
apretó.
— Los forasteros tienen algo parecido, he escuchado, — dijo la enfermera, solo
para romper el silencio. La pareja que tenía frente a ella se comportaba como si fuera la
primer pareja del mundo que iba a tener un bebé.
— Ecografía, es cierto...— murmuró Cassandra. — Pero no es nada comparado
con esto... — Ella se sacó los lentes. — ¿Está todo en orden?
— Déjame ver... — La señora Corent se colocó los lentes y ajustó una perilla en
su sien.
— Tamaño... correcto. Desarrollo... ¿dieciocho semanas? Esperaste demasiado.
Desarrollo interno... Mm... en orden. Es un varón. Tiene todas los brazos y piernas que
debe tener, y todos los dedos están en su sitio... ¿Satisfecha?
— Satisfecha, — sonrió Cassandra.
— Prueba un suplemento de calcio, por si acaso, y vuelve el mes que viene.
— ¿Y eso es todo? — Javan fruncía el ceño.
La enfermera lo miró.
— Haciendo a un lado las veces que su esposa consigue que le lancen una
maldición mortal o que la ataquen las criaturas del lado oscuro, ella es una mujer
normal y saludable. Ella y el bebé están bien, — dijo con seriedad. Luego sonrió: —
Buenos días y felicitaciones.
Cassandra le devolvió la sonrisa y se llevó a Javan de regreso a sus habitaciones
privadas.
— ¿¡Varón?! ¿Y por qué no me lo dijo? Lessa debe estar en las nubes... Siempre
dijo que quería un varón...
Pero Cassandra se detuvo de golpe, y miró a Javan.
— Pero... tengo mucho trabajo aquí. No podemos pasarnos todo el fin de
semana... y además...
— No te preocupes. De todas maneras, yo tengo que arreglar unos asuntos del
Círculo, así que volveremos pronto.
— ¿Asuntos del Círculo?
Javan se encogió de hombros y descartó la respuesta en un gesto vago. Por un
momento ella consideró la posibilidad de sondearlo, pero había prometido no hacerlo.
Reprimió la curiosidad que la lanzaba hacia las profundidades de los pensamientos de
su esposo, sonrió y empezó a hacer una lista de los posibles regalos que le llevarían a
Andrei hijo.
La puerta mostraba esos extraños símbolos, más claros que nunca. Ella llamó a
la puerta, y la puerta se abrió lentamente.
— Profesora, ¿qué está haciendo aquí? El Comites Fara prometió matarnos a
ambos si usted regresaba.
El profesor Où se deslizó silenciosamente a su escritorio.
— Y estoy aquí vigilándote, Où, — gruñó Javan.
— Ah, veo que ha traído su perro guardián. Pasen, por favor...
Y Où mostró los dientes que ahora parecían colmillos. No necesitaba fingir más.
— Camina de este lado, — le advirtió Javan a Cassandra, alejándola de Où.
134
— ¿Por qué? — Ella no parecía darse cuenta de nada. Javan se preguntó otra vez
por qué habría cedido a su pedido de ver a Où. El vampiro empezó a reírse.
— Es para su protección, — dijo. — Cuando llegué aquí, el Comites y el
Anciano Mayor trazaron estas líneas. Son una barrera mágica que no debo traspasar.
Para protección de los aprendices... y ahora de ustedes.
Encendió el fuego, como solía hacer cuando Cassandra lo visitaba, y empezó a
preparar un té.
— No tienes permitido tener y usar una varita, —dijo Javan. Cassandra resopló.
— Y tú no tenías permitido ir a cazar plumas de ornitorrinco azul. Por favor,
Javan, madura ya.
Él la miró enojado. Ella lo enfrentó unos momentos, y pareció que una idea
cruzaba sus mentes al mismo tiempo, porque se volvieron a Où a la vez.
— Oh, están mejor sintonizados que la última vez. Díganme qué puedo hacer
por ustedes, — dijo mientras servía dos tazas de té. — Pero antes, alcánzale esto a tu
esposa. No me perdonarás que le toque ni un solo dedo, o me equivoco mucho.
Où hablaba en un tono apenas burlón.
— Profesor Où...Usted seguramente recuerda que estábamos buscando un
lugar... — empezó Cassandra. Où asintió. Tenía sus extraños ojos fijos en ella. El brillo
plateado no estaba oculto ahora.
— Où... — advirtió Javan. El vampiro lo miró. — No le hagas eso a ella.
— No estoy haciéndole eso a ella, — dijo Où.
— ¡Oh, por favor! ¿Podemos concentrarnos?
Los dos hombres se volvieron hacia Cassandra.
— Sí, por supuesto. Estaba buscando un lugar que ningún hombre puede
alcanzar dos veces...
— Tuve un sueño... hace unas semanas... La última vez que nos vimos.
— Traje el suero de la visión, así que podrás ver el sueño por ti mismo, — dijo
Javan. Où inclinó la cabeza, e hizo un gesto de invitación con la mano.
Javan vertió un poco del líquido negro sobre un plato y Cassandra lo removió
con la varita. Una luz azul crepuscular saltó hacia arriba, y en ella se formaron las
imágenes. Cuando el sol se levantó, Où se echó hacia atrás, con expresión de disgusto y
dolor mezcladas en su cara.
— ¿Lo lastima? — dijo Cassandra. — Era de mañana, no puedo evitarlo...
— No, estoy bien. No es sol real... ¿Quiénes eran sus compañeros en el vuelo?
135
— Bóreas...
— El viento del norte. ¿A su izquierda?
— Sí. Y Céfiro.
— El viento del oeste, a su espalda. Así que tomó el Sendero del Viento hacia el
Este.
— Eso fue lo que yo le dije, — gruñó Javan.
— Eso fue lo que deduje yo sola, — protestó Cassandra. Las imágenes
cambiaron un poco.
— La alta cima del Mundo que Es... Eso fue lo que dijo Bóreas, — continuó
Cassandra. — ¿Podría ser el Everest?
— No, — dijo Où burlonamente. — Sólo si fuera forastera. La cima mágica del
mundo no es tan estática. Está cerca, por supuesto, pero ocultada con magia. No
podemos dejar que los forasteros intenten trepar a la Montaña.
— ¿Qué Montaña? — preguntó Cassandra.
— La Montaña. La cima del Mundo que Es. Montaña es su nombre.
Où observaba las imágenes con atención.
— Ah... — suspiró de pronto. — Allí voló sobre la entrada mágica más elevada.
El resto debe escalarse a pie. No se permiten escobas... o alfombras. Tampoco turistas.
— ¿Por qué?
Où la miró brevemente, pero retiró el reflejo plateado de su mirada cuando Javan
golpeó la mesa.
— Porque es un lugar de meditación. Una especie de santuario, donde purificar
la propia magia, donde santificar el propio poder. Nadie va solo a la Montaña, pero
tampoco nadie va acompañado. No es un lugar para divertirse, sino para elevarse. Para
meditar. Para crecer...
— ¿Y usted ha ido allá alguna vez?
Javan carraspeó, interrumpiéndola. Où no prestó atención, y dedicó una sonrisa a
Cassandra a pesar de la mirada amenazadora de su esposo.
— Una sola vez. Hace mucho tiempo... Antes de que me sucediera esto... — y
con un gesto vago señaló sus colmillos. Cassandra asintió, pensativa.
— ¿Con quién...?
— Cassandra, no es tu asunto...
— Fui con mi esposa, señora Fara. Y en cuanto a su búsqueda...
— Ah, sí...
136
Capítulo 14.
El Rey de los Ryujin.
oficina. Cassandra frunció un poco el ceño, pero Gaspar le pidió que salieran a caminar.
Así que se envolvió en la capa de piel, y salió a chapotear en el escarchado barro del
deshielo.
— Javan solo demoró tres días. Nos contó que la pluma se fundió sola con el
asta...
Gaspar la miró frunciendo el ceño.
— ¿Y el congelamiento? ¿Y las doce horas de cocción en suero azul? ¿Y...?
— No sé nada de eso...
— ¿Cómo funciona la vara?
— Muy bien. Javan estaba muy satisfecho con ella... Salvo por un detalle... —
Cassandra miro a Gaspar con chispas de risa en los ojos. — Habla.
Por el contrario, los ojos de Gaspar se abrieron de espanto.
— ¿Qué dijiste?
— Que la varita de Javan habla. Le tomé juramento de que se mantendría callada
frente a las personas, y no hemos tenido problemas con ella...
Cassandra se interrumpió. Gaspar la miraba muy fijo, y habló en voz muy baja.
— ¿Y tú permitiste que una Vara parlante, de pluma de ornitorrinco azul sin
curar fuera tocada por una Esporina? — dijo lentamente.
— Yo no tuve nada que ver en eso... Estaba medio muerta en la enfermería...
Pero Kathryn no haría...
— Kathryn ya no existe, — dijo Gaspar con brusquedad. — Es una Esporina.
Ambiciona el poder, en cualquier forma que se presente...
Cassandra lo miró sin saber qué decir.
— Es muy mala combinación, Cassandra. Y, es solo un lance, pero ¿no podría la
varita estar influenciando a tu esposo?
— ¿En qué sentido?
— ¿Qué tal borrar tu memoria, para que no recuerdes haber ido al Corazón seis
veces en lo que va del año? Y para que no la descubras a ella. Si la Vara ya hizo
contacto con la mente de tu esposo... Tiene que haber una muy buena razón para que la
Sombra de la Guardiana no permita a la Guardiana ver y leer las señales de los
oscuros... Y para que le oculte las cosas.
— Pero, — Cassandra lo miró con cara de niña asustada, — él no puede tener
secretos conmigo ahora. Tenemos una sola mente, un solo pensamiento después del
Yhero-niro...
Gaspar se inclinó hacia ella y la aferró por los hombros. Ella retrocedió
verdaderamente asustada ahora. Sus amables ojos verdes lanzaban relámpagos
amarillos.
145
— ¿Después de qué? — dijo con una voz ronca que difícilmente pasaba por
humana. Ella nunca había visto a Gaspar perder el control, y adivinó que estaba
sucediendo ahora. El barro se secó en un círculo de dos metros a su alrededor. Ella
sintió el golpe de aire caliente en la cara.
— Después del Yhero-niro... — tartamudeó con un hilo de voz. Los ojos de
Gaspar eran ahora los del dragón. Y uno muy furioso. La agarró por la muñeca y la
arrastró al castillo sin una palabra más.
— Vivirán juntos, compartirán cada herida y dolor del otro, y morirán juntos, el
mismo día, al mismo tiempo. Toda cicatriz del pasado, la comparten. Toda herida del
futuro, es para los dos... Ya no son dos personas separadas... — La voz de Gaspar era
fría, y su expresión sombría. — No tienen más vida propia, ni más poderes propios.
Cada nueva habilidad que uno adquiera, pasará al otro. Y también cada maldición...
Buscaré alguna manera de romper ese juramento, pero no creo que la encuentre...
— ¡No! — dijo una voz. Javan se volvió. Se había levantado, y ayudaba a
Cassandra, asegurándose que ella y el bebé estuvieran bien. La varita, que había caído al
piso, humeaba por un extremo. El humo se concentró en una forma casi humana que la
sostuvo y la hizo crecer y descubrirse. Los ojos de la serpiente enfrentaron a los del
dragón.
— No lo permitiré... — dijo la varita.
Gaspar la miró frunciendo el ceño. La varita estalló un hechizo hacia él, y
Gaspar cayó desmayado. La forma de humo se volvió a Javan.
— No dejaré que me traiciones... Ninguno de ustedes dos lo hará...
Los ojos de Javan y de Cassandra se encontraron en un aterrorizado relámpago
de comprensión.
Gaspar abrió los ojos, y estaba tan oscuro que fue como si no los hubiera abierto.
— ¡Sh! — dijo una voz cerca de él. Y vio a la luz de un chorro de chispas, la
varita de Cassandra y su mano. La presencia espía se encontraba lejos, o se ocultaba de
él.
Las chispas se apagaron y sintió sus brazos libres. Una mano tibia y temblorosa
tomó la suya, y tiró de él hacia un costado. Vio un ligero destello, como de luz de luna,
y el destello desapareció en la oscuridad otra vez. La mano volvió a tirar de él, un poco
menos temblorosa ahora, y aparecieron afuera, en el bosque.
— Lo lamento, Gaspar... No fue nuestra intención... — dijo Cassandra en voz
muy baja. — No nos dimos cuenta... Ahora es demasiado tarde...
— ¿No nos dimos...? ¿Qué estás diciendo? Tu marido me atacó, — gruñó él.
— ¡No! Fue la Vara... Javan estaba conmigo al otro lado de la habitación...
Pero Gaspar no la escuchaba.
— ¡La Vara! ¡Qué tontería!
— Sí, la Vara de ornitorrinco azul... Javan la llevó al Interior, por la Puerta de la
Primavera... Él entró por la Puerta de Zothar, para que la Vara estuviera distraída
147
combatiendo la maldición de la puerta cerrada... Javan nunca pudo entrar por esa puerta,
y supuso que la Vara tampoco podría vencerla... O que al menos estaría tan ocupada que
me permitiría liberarte... Gaspar, esa Vara ha ocupado casi toda la mente de Javan... No
podemos sacarla de allí... Y ella cree que podrá ocupar también la mía a través del
Yhero–niro... No sabe que es el Yhero-niro lo que fortalece a Javan... Mientras yo
resista... Gaspar, por favor, tienes que ayudarnos...
Cassandra lo miraba con ansiedad. A la débil luz de las estrellas, apenas podía
ver su cara. Gaspar se alegró que ella no pudiera ver la suya.
— Te metiste en esto sola. Tendrás que salir sola... — dijo, seco.
— ¡Por favor!... — susurró ella, ronca. Estaba apunto de llorar. — Tú sabes que
no podemos...
— Tenías un trabajo que cumplir, Guardiana, y lo descuidaste. Te dije que no
hicieras el juramento, y me desobedeciste. Ahora me llamas para que arregle las cosas...
Estás por tu cuenta, Guardiana.
Y empezó a transformarse en dragón. Cassandra saltó frente a él para detenerlo,
pero él sopló humo caliente sobre ella.
— Dije que no, — rugió. Y abriendo las alas, se alejó del Trígono.
148
Capítulo 15.
El sendero del Viento.
La oficina estaba muy oscura. Javan no encendió la luz al entrar, ni hizo ningún
ruido. Se acercó silenciosamente al escritorio, tratando de mantener la mente en blanco.
— ¡Aaaah!
Había llegado hasta la varita y la había tomado. Su intención era romperla en
dos, antes de que ella se diera cuenta. Había pensado que después del duro encuentro
con la serpiente del corazón de fuego de la Puerta de Zothar, la Vara estaría tan agotada
como él mismo. No podía permitir que la Vara lo dominara, y mucho menos que dañara
a Cassandra. Tomó la Vara con intención de quebrarla... y la Vara lo quemó.
— No creerías que te lo iba a permitir, ¿no? En realidad me desilusionas. Te creí
más inteligente.
Un gemido se oyó desde el cuarto.
‘C’ssie,’ pensó Javan, sintiendo que lo invadía un pánico ciego.
— Ella siente las quemaduras de tus manos. Pero tienes razón... Debo castigarla
por dejar escapar al dragón...
La varita empezó a irradiar una luminosidad pálida y venenosa. Javan se lanzó
hacia ella y la agarró, sin cuidarse del intenso dolor que la quemadura le producía.
— Si le haces algo a ella te haré pedazos... Aunque me quemes hasta el hueso,
— gruñó, sacudiendo la varita.
Por un momento, una luz blanca, pura, que salía de los dedos de Javan, luchó
con la luz pálida de la varita. La varita dejó de quemarlo.
— Está bien. La dejaré en paz... Si tú te sometes a mí, — dijo la varita con voz
fría.
— ¿Someterme? ¿Por qué habría de hacerlo?
— Porque puedo darte más poder. Y porque cumpliré mi promesa de no
lastimarla a ella... ni a tu hijo.
— Mi hijo... — Javan se estremeció interiormente. Y de repente aflojó las
manos.
— Está bien, — dijo en voz baja. — Pero no les hagas daño...
La varita no contestó. La luz pálida brilló un momento más, y luego se apagó.
149
— Cúrale las manos, — dijo desde la oscuridad, cuando Javan estaba saliendo.
Cassandra seguía dormida cuando llegó al dormitorio. Casi no podía mover las
manos por el dolor que sentía. Sin embargo, de alguna manera, logró abrir el frasco de
ungüento para las quemaduras mágicas, y atendió las manos de Cassandra. Sus
quemaduras eran profundas y usó todo el ungüento en ella. Ya iría mañana a la
enfermería para atenderse las suyas. Por ahora se las vendó de cualquier manera y se
acostó junto a ella.
Ella se dio la vuelta y lo abrazó. Abrió apenas los ojos.
— ¿Qué te pasó en las manos? — murmuró.
— Me quemé con un caldero... — mintió él en tono tranquilizador. Ella estaba
demasiado dormida como para darse cuenta.
— Ah... Zotharo fari vebbana... — Ella le había tomado las manos entre las
suyas. Se formó una refrescante neblina que pareció fundirse con su piel. Por un
momento, Javan creyó ver el destello de luz blanca en los dedos de ella. Yhero-niro té.
Ella le soltó las manos y lo abrazó, cerrando de nuevo los ojos.
— Tienes que tener más cuidado, mi amor...— murmuró, quedándose dormida
otra vez.
El impacto fue terrible. Cassandra se sintió empujada hacia atrás, con tanta
violencia que cayó contra la pared.
— Cassandra... — La voz de Javan le llegaba desde lejos.
— No te atrevas a intentarlo de nuevo... — dijo la otra voz, desde más lejos.
— Si le haces algo...
— Si ella no me ataca, no la atacaré. Controla a tu esposa, mago.
Las voces se perdieron, y Cassandra sintió un par de manos, frías y rígidas, que
trataban de reanimarla. Antes de abrir los ojos, sintió una cosa más. Una puerta que se
cerraba en la mente de Javan.
Cassandra suspiró.
— La nueva Vara de Javan.
Alessandra se limitó a levantar una ceja.
— ¿Tu marido te engaña con una Vara? Pensé que le gustaban las mujeres...
Cassandra soltó una risita.
— Ojalá fuera algo tan sencillo... La Vara de Javan... tiene mente propia... — Y
Cassandra comenzó a explicar a Alessandra todo el problema. Había estado actuando en
forma histérica toda la semana para que Javan la trajera aquí. Había hecho todo un
escándalo por las pociones que se acababan y que nadie se cuidaba de reponer, solo para
que él notara que faltaba poción para olvidar. Y él captó la idea de inmediato. Ella no
era tan disciplinada como él a la hora de ocultar sus pensamientos a la varita.
— Es muy difícil tener un espía en tu propia cabeza... — terminó Cassandra. —
Necesitamos ayuda...
— Cassie, no sé qué pueda hacer Andrei. No pertenece al Círculo siquiera... Está
con los... — Alessandra dudó. — ¿Exiliados?
— Expulsados. Son los que se han alejado de la administración política del
Círculo...
— Mm. Sí, esos.
— ¿Y por qué Andrei está con ellos? Si él...
— No lo sé. Negocios, creo...
Pero una lucecita titilaba en los ojos de Alessandra. Cassandra la miró.
— ¿Qué pasa?
— No quiero cargarte con otra preocupación... — dijo ella.
— Ya lo hiciste. ¿Qué pasa ahora?
— Bueno... Andrei está tratando de ayudar a Javan a solucionar un pequeño
problema legal...
— ¿Otra vez? ¿Qué se le metió a Neffiro con Javan? — Cassandra frunció el
ceño.
— No, no es él. Eres tú.
— ¿De nuevo? — repitió ella. — ¿Qué es esta vez?
— Eres ilegal. Quieren anular tu matrimonio y enviarte de regreso a casa, —
dijo Alessandra llanamente.
— No soy ilegal. Tenía los papeles antes de casarme con Richard... — Y
Cassandra se estremeció al mencionar el nombre. — No puede ser.
152
Abril ya llenaba las tardes de cielos azules y nubes blancas, pero el descanso del
cambio de semestre no parecía ayudar a Cassandra. En lugar de tomarse el mes libre,
como el Anciano le sugería, ella insistía en seguir preparando los proyectos del
siguiente semestre. Así que estuvo hurgando en las bibliotecas del piso de arriba,
buscando datos sobre cosas tan dispares como medios de transporte o técnicas para criar
Varas. Varias veces se quedó dormida sobre los libros, y cuando Javan iba a buscarla, y
veía lo que ella estaba leyendo, sacudía la cabeza, preocupado.
— No busques más... — le susurraba a veces. — Las Varas solo se quiebran
cuando su hechicero muere...
Y ella se estremecía pensando en lo que podría llegar a suceder, en lo que podría
llegar a verse obligada a hacer.
excepción. Había dormido tanto que ahora tenía el doble de trabajo para poner al día. Se
sentía somnolienta ahora, después de la cena, pero una extraña sensación la sacudió. La
había sentido antes, por supuesto, pero Javan nunca había estado lo suficientemente
cerca como para compartirla. Tomó la mano de Javan y la apretó contra su vientre. La
sensación se repitió. Leyó las emociones de Javan en su cara y le sonrió. Lo sentía
cerca, después de todo un mes de encontrar la puerta cerrada, y eso la reconfortó. No se
suponía que esta noche fuese una noche especial... Él se inclinó hacia ella y la besó
suavemente en los labios.
De pronto ella se enderezó, tensa. Javan se volvió en la dirección que ella
miraba. Andrei y Siddar estaban en la puerta, acompañando a un mago que Cassandra
no conocía. Se volvió a Javan, y lo vio fruncir el ceño. Andrei se dirigió a la mesa del
Anciano Mayor, saludándola apenas con un movimiento de cabeza al pasar frente a
ellos. Cassandra, y todos en el salón, lo siguieron con la mirada. Andrei se inclinó hacia
el Maestro y le susurró algo. El Anciano se levantó.
— Comites Fara, Comites Florian... Mago aspirante Norak... Mago aspirante
Calothar... — El Anciano recorrió el salón con la mirada, como buscando a alguien más.
Solana levantó la cabeza, esperando la llamada, pero el Anciano sacudió la suya, y miró
fugazmente en dirección a Cassandra. La chica asintió discreta. — Acompáñenme, por
favor. Comites Yigg, usted queda a cargo...
El desconocido siguió a los del Trígono por una puerta lateral. Cassandra miró la
puerta cerrada frunciendo el ceño, pero la conversación en las mesas ya se había
restablecido y todo parecía bastante normal. Se volvió hacia la comida de nuevo.
Apenas había tomado tres cucharadas de helado, cuando las puertas se abrieron por
segunda vez. Cuatro magos entraron al salón. Cassandra los miró, sorprendida, pero
nadie en el salón levantó la cabeza. El primero de los magos se volvió a sus compañeros
y les señaló las esquinas del salón. Cada uno de ellos fue silenciosamente a su
ubicación. El primero de los magos caminó lenta y parsimoniosamente hacia la mesa
principal y se inclinó hacia Gertrudis. Ella lo miró y pestañeó, pero ni el mago ni ella
dijeron nada. Al menos, nada que Cassandra pudiera escuchar. Gertrudis movió la
cabeza y el mago se dirigió hacia la cuarta esquina del salón. Cassandra saltó los
asientos que la separaban de la Comites.
— ¿Qué sucede, Gerty? — preguntó en un susurro urgente.
Gertrudis la miró con una sonrisa tonta en la cara.
— ¿De qué hablas, Cassandra? — dijo.
154
Cassandra se enderezó, algo perpleja. Observó a los cuatro magos. Los cuatro
llevaban idénticas túnicas negras, pero los bordados en el frente eran ligeramente
diferentes. Cassandra pensó que había visto aquel bordado de alas de ribete dorado en
alguna parte antes. Las otras tenían un cisne azul y plata. Los cuatro magos miraban
fijamente hacia delante, aparentemente esperando algo. Ninguno de ellos miraba a
ninguna persona en el salón. Y los aprendices, incluida Solana, luego de una rápida
mirada alrededor, habían continuado comiendo y conversando como si nada hubiera
pasado. Gertrudis estaba todavía mirándola.
— ¿Qué dijiste querida? — preguntó.
Cassandra sonrió tontamente.
— ¿Quiénes son nuestros visitantes? — preguntó, fingiendo indiferencia.
— Ah... Ellos... Aprendices superiores de las Torres...
— ¿Qué torres? ¿La de Adjanara? — ¡Las alas púrpura! ¡Por eso había venido
Siddar!
— Sí, y la de Mimbrakil...
— ¿El cisne azul?
— Ahá...
Cassandra esperó, pero Gertrudis se había vuelto a su postre.
— ¿Quién es Mimbrakil? — insistió Cassandra, nerviosa.
Gertrudis la miró y frunció un poco el ceño.
— El hechicero que entró recién... ¿No lo viste llegar, con el delegado de
Adjanara? Querida, estás muy distraída últimamente...
Cassandra miró a Gertrudis y se sonrojó.
— Sí... lo estoy... ¿A qué vinieron, Gerty?
— A ver... lo que hay que ver... — la voz de Gertrudis se desvaneció y se perdió.
Cassandra la dejó y volvió a su propio lugar. Miró alrededor, frunciendo el ceño. Los
cuatro magos no se habían movido. Pensó en jazmines, y le dio el aviso a Norak, en la
otra habitación. El joven Vigía sabría qué hacer, o si dar la alarma, o...
Cassandra trató de levantar la cuchara pero su mano temblaba mucho. Alejó el
plato y lo miró. No se suponía que fuera una noche especial, mucho menos terrorífica.
El helado empezaba a derretirse, y las franjas de chocolate manchaban los charcos de
sambayón. Se sintió descompuesta, y cambió la mirada de lugar.
Los ruidos en la habitación sonaban lejanos, y de pronto desaparecieron.
Cassandra miró al salón. Una columna de humo negro se levantaba en el centro del
155
salón. Todas las otras sombras habían desaparecido. Los cuatro magos habían perdido
su expresión indiferente, y ahora se veían ansiosos y excitados. Aún así, no hicieron
ningún movimiento hacia la columna de sombras. La sombra se levantó y se movió
lentamente hacia delante, hacia la mesa de Cassandra. Cassandra se levantó.
— Nadie, — dijo.
Hubo un cambio de forma, un retorcerse de la superficie del humo, como una
respuesta. Cassandra lo miró. El silencio era tan espeso que se podría haber cortado con
un cuchillo.
— Sí... Iré ahora... — dijo Cassandra débilmente. La mesa frente a ella
desapareció, y ella dio uno o dos pasos adelante, como en trance. La puerta detrás de
ella se abrió de un tirón, y Javan saltó dentro del comedor.
— ¡Cassandra! — bramó.
Tras él, Andrei y el Anciano Mayor entraban en el salón, pálidos. Y Siddar, y
Mimbrakil.
— ¡Cassandra! — gritó Javan de nuevo.
Pero ella caminó directamente dentro de la sombra. La columna de humo la
envolvió y ella desapareció dentro. La sombra empezó a adelgazarse, como si también
estuviera desapareciendo.
— ¡Cassandra!
Javan saltó sobre la mesa que había reaparecido, y se zambulló en la delgada
columna de humo y sombra. También lo absorbió, y desapareció de la vista.
El Anciano cerró los ojos. Habló con voz cansada.
— El Mago Norak sustituirá al Comites Fara en las clases de abajo, y la
Hechicera aspirante Solana, a la profesora Fara en el entrenamiento de Viajeros... Hasta
que vuelvan. — Luego se volvió a Andrei. — ¿Crees que podamos seguirlos? —
preguntó más suavemente.
— No, — dijo Calothar. Todos se volvieron a él. El muchacho se sonrojó, y
agregó: — Fueron a NingunaParte.
El Anciano se limitó a un único suspiro.
— Ya hemos terminado, — dijo uno de los magos del cisne a Siddar. — Gracias.
Siddar hizo un gesto de fastidio.
— ¿Gracias? Pensé que lo detendríamos... — dijo.
Mimbrakil le lanzó una mirada llena de ironía. Pero fue uno de sus aprendices el
que respondió.
— Nosotros observamos. No interferimos...
Cassandra volvió en sí con una sensación de frío. Era un portal de piedra, una
cueva o algo de ese estilo.
— ¿Dónde estamos? — le preguntó a la oscuridad, temblando en su capa. La
oscuridad no le respondió. Pero ella sintió una mano alcanzando su hombro. Se volvió.
— ¿Dónde estamos? — preguntó la voz de Javan.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó ella.
— Te seguí.
— Nadie vino por mí. Dijo que debía venir ahora...
— ¿Adónde?
— No lo sé. A NingunaParte, creo... ¿Podría ser esta la entrada de la Montaña?
Où dijo...
— Vamos a ver...
El viento helado golpeó sus caras cuando salieron del lugar oscuro. Cassandra
tembló, y Javan la abrazó para darle algo de calor. Sus manos estaban heladas.
Había estrellas en el cielo luminoso, y vieron una pendiente nevada que
terminaba en un precipicio, y algunas rocas negras salpicando la ladera.
— ¿Adonde vamos ahora? — preguntó Cassandra entre dientes que
castañeteaban. Una nube blanca y gris flotó bajo y se detuvo frente a ellos.
— Nadie del Oeste, — murmuró Cassandra. — ¿Cómo puedes tener forma de
nube con esta temperatura? Deberías estar nevando...
La nube se retorció hasta tomar forma humana.
— No me fastidies con tus explicaciones de forastera. Vine a llevarlos por el
Sendero del Viento.
— Gracias. Podemos hacerlo solos, —dijo Javan, orgulloso. No le gustaban los
Nadies. Ya lo habían herido antes.
— No. No pueden transformarse, o desaparecer aquí. Es la Montaña. Vengan, el
único camino es a través de mí.
157
Sintieron el suelo de nuevo bajo sus pies y Javan abrió los ojos. Todavía la
apretaba contra su pecho. Mientras la nube se retiraba, él la soltó.
Estaban en un bosque. Otra vez, el hombre de nube se paró frente a ellos.
— Bien, los he traído todo el camino por el Sendero del Viento. Allí tienen el
Camino de Agua. Síganlo y llegarán a las Puertas, — dijo.
— Gracias, Nadie. ¿Por qué nos trajiste aquí?
La nube fue perdiendo su forma mientras respondía.
— Necesitas ayuda, Guardiana. No puedes hacerlo sola...
Cassandra miró a la nube levantarse y pasar sobre ellos. La siguió con la vista, y
vio. Abrió la boca, asombrada ante el espectáculo, y tanteó en busca de la mano de
Javan.
Justo frente a ellos estaba una Cascada. Aguas de oro y plata cayendo, nieblas
rugientes doblándose en arco iris de colores brillantes en la luz trémula.
— No puede haber arco iris de noche. No hay suficiente luz... — murmuró
Cassandra.
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Capítulo 16.
La respuesta equivocada.
La corriente dorada los dejó junto a una escalinata que trepaba desde las aguas
doradas detrás de ellos hasta las Puertas de Fuego, allá arriba. No tenían nada con qué
atar el bote, y antes de que pudieran hacer nada, la corriente lo arrancó de sus manos y
lo alejó.
— ¿Crees que podamos desaparecer de aquí, y reaparecer en otro lugar, y de ahí
volver al Trígono? — preguntó Cassandra. — ¿O enviar un instantáneo para que nos
vengan a buscar con la Caja de Dherok?...
Javan se encogió de hombros. Extendió la mano para ayudarla a subir los
primeros escalones. Luego de los primeros cinco, erosionados por las movedizas aguas,
medio cubiertos de algas y musgo, resbalosos y traicioneros, llegaron a una explanada.
A los lados, más allá de las barandas, los árboles crecían altos, salvajes y enredados.
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Mantenía los ojos en las Puertas de Fuego. Las llamas en ella lo llamaban, lo
atraían con un destello hipnótico. Él quería, desesperadamente quería alcanzar esas
puertas. Necesitaba desesperadamente atravesarlas y encontrar el objeto. Venganza... Su
venganza estaba a la mano. Todo el dolor que la Serpiente le había causado, todo sería
pagado al fin. La muerte de Kathryn, el secuestro de Cassandra... lo que él había tenido
que hacer, todo a lo que él había tenido que renunciar... toda su propia vida, vivida en
amargo disfraz y constante vigilancia. Todo esto tendría su recompensa. Sería capaz de
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tomar su venganza, y no iba a esperar por Huz para hacerlo. Lo haría él mismo. Sus
manos se habían vuelto puños, y los apretaba tan fuerte que sintió un súbito dolor en sus
brazos. Aflojó un poco las manos. El dolor no desapareció. Estaba a unos diez escalones
de la última explanada. Levantó un pie y subió otro escalón. El calambre lo invadió. No
sólo en sus brazos, ahora estaba también en sus piernas. ¿Podría ser la subida? Levantó
el pie de nuevo. El dolor se extendió por todo su cuerpo como una maldición. Apretó los
dientes y subió otros dos escalones. Podía soportar esto, pensó, y se agarró de la
baranda para izarse un escalón más arriba. El dolor sordo, intenso, lo golpeó otra vez,
haciéndole cerrar los ojos. Con las puertas fuera de su vista, su voluntad flaqueó. ¿Por
qué este dolor?
— Javan ¿qué pasa? — La voz de Cassandra le llegaba desde abajo. Se había
parado, y se daba cuenta de que algo no marchaba bien. Él la miró.
— Está bien. Hay alguna clase de barrera... — dijo.
— Espera, iré contigo... —jadeó ella. Pero cuando intentó subir, su jadeo se
volvió más y más evidente. La barrera también la afectaba a ella.
— Detente, no te acerques más... — le dijo él. Ella estaba unos pocos pasos atrás
ahora, y él podía ver su palidez.
— ¿Qué está pasando? — preguntó ella.
— Un lugar al que ningún hombre puede llegar dos veces... — gruñó él. — Pero
yo lo haré...
Haciendo un esfuerzo gigantesco, trepó los últimos cinco escalones. Un gemido
de dolor escapó de sus labios cuando alcanzó la cima. Cayó sobre sus rodillas.
— No seré detenido... —gruñó, y se arrastró tercamente hacia las puertas.
Las puertas se abrieron, y una forma salió de ellas. La sobra se dividió en cuatro
figuras. Nadie estaba aquí.
— ¡Nadie! — gritó Cassandra. Y saltó los últimos escalones. Alcanzó a Javan
antes de que los Nadie los rodearan. Las formas se acercaron. Cassandra abrazó a su
esposo, protegiendo al bebé entre ellos.
— Levanta una barrera, — jadeó, cerrando los ojos. El dolor era ahora
desgarrador. Javan descubrió su Vara y la sostuvo en alto. Las formas se aproximaron.
Él dijo algo, y las sombras se acercaron más. El dolor los hizo perder el sentido.
Cuando Cassandra abrió los ojos estaba mirando un techo de ramas. Cerró los
ojos otra vez. Cerca, los sonidos de la Cascada. El olor de la vegetación salvaje. Sonidos
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de insectos y de pájaros. El crepitar del fuego. Volvió a abrir los ojos. El dolor estaba
todavía allí, y se llevó las manos al vientre otra vez. Se volvió de costado, enroscándose,
y dejó escapar un gemido.
— ¿Estás bien? — dijo una voz cerca de ella.
Cassandra miró sorprendida, buscando a Gaspar.
— Me duele... Algo anda mal con el bebé... — dijo.
Gaspar entró en su campo visual. Lo vio agacharse junto a ella, y sintió un toque
suave y cálido. No vio la luz dorada curativa, pero inmediatamente se sintió mejor.
— Tendrás que hacer reposo luego de esto... — dijo gravemente.
— ¿Dónde está Javan? ¿Y qué estás haciendo aquí? — Ella trató de sentarse.
Gaspar la ayudó con una sonrisa.
— Te estoy ayudando, como me lo pediste la última vez. Tu esposo está allá.
Volverá en sí en unos momentos... Cuando la Vara esté arreglada, lo liberará y él
volverá...
— ¿La varita? — Cassandra frunció el ceño.
Gaspar sonrió.
— Sí, la varita. La parlanchina Vara de pluma azul de ornitorrinco, con la caricia
de la Esporina, la Llave Menor de Adjanara, la Piedra del Corazón de la Guardiana, una
rosa de escamas de Joya, una trenza de tus cabellos, un cabello de Nero, una hebra de
una de las plumas de Ara, y algo que no pudimos reconocer, pero creo que era una lasca
de escama de naga... Probablemente de la Antigua. Una Vara difícil, la de la Sombra de
la Guardiana.
Cassandra le prestaba atención solo a medias.
— Tú dijiste que no...
Gaspar asintió serio.
— Por supuesto. Tu mente es fácil de leer, Enna. Si yo hubiera dicho que sí, la
Vara hubiera estado alerta... Además la Vara me vigilaba. Aunque tu marido la llevó
adonde no pudiera interferir, y creo que hizo una excelente elección, ella nos estaba
escuchando. Lo único que podía hacer era dejarte creer que te dejaba sola, y esperar que
tú convencieras a la Vara...
— Pero...
— Cuando fuiste con Alessandra, Andrei me avisó que las cosas se salían de
control. No fue nada bueno que intentaras bloquear a la Vara por tu cuenta. Eso la puso
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en guardia. Pero también puso en guardia a tu esposo. Él nunca permitirá que te suceda
nada malo, si está en su mano evitarlo...
— Ya lo sé, pero ¿cómo estás aquí? No es tu primera vez...
Gaspar la miró con curiosidad.
— NingunaParte, quiero decir. El lugar al que ningún hombre puede venir dos
veces...
— Es una manera de decirlo... — sonrió Gaspar con misterio. — Y soy sólo
medio humano.
— Yo no soy ‘hombre’ sino ‘mujer’, y el dolor casi me mata, — protestó ella.
— No. No a ti. Casi mata a tu bebé. Tú viniste aquí tres veces ya: una por las
Joyas, dos en el verano, y esta es tu tercera vez. Fue la segunda de tu bebé y fue la
segunda de tu marido. Él sintió un dolor diez veces superior al tuyo, y continuó.
Necesitábamos que las barreras los agotaran, a él y a la varita, para sacársela. No se nos
ocurrió otra manera de separarlos sin que la varita se diera cuenta y los dañara a
ustedes... Por eso Nadie del Este te trajo aquí.
— No entiendo... — dijo ella. Gaspar suspiró.
— La Vara estaba mal curada, como te dije. Estaba tomando posesión de tu
marido... Hace muchos años, muchísimo tiempo, dejamos pasar una Vara similar a ésta.
Una Vara con un rizo de Esporina, y un cascarón de naga. La Vara consumió a su
poseedor. Se ha mantenido más o menos bajo control, pero siempre fuera de nuestro
alcance... Ya son demasiadas las vidas que ha consumido, y empieza a alterar el
equilibrio. Estamos tomando medidas respecto a ella. Ahora, la aparición de la Vara de
tu marido fue como una señal para nosotros. Estamos llegando a una encrucijada. Un
nudo del tiempo... Advertí a Nadie, y los Equilibradores estuvieron de acuerdo en evitar
el conflicto si podemos...
— ¿Evitar...?
—No podíamos dejar dos Varas de esas características sueltas por el mundo...
— ¿Así que la vida de la Serpiente no está allí? — preguntó Javan. Se había
despertado y miraba fijamente a Gaspar.
— Tal vez sí. No lo sé, no es mi asunto, —dijo Gaspar. —Mi asunto era
secuestrar tu varita y entregarla a Nadie para que fuera curada. Ya está casi hecho. Nadie
del Oeste está concluyendo las últimas etapas, y te la traerán pronto.
— ¿Por qué? — Javan fruncía el ceño con desconfianza.
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Capítulo 17.
El poder de retener y liberar.
Cassandra permaneció una semana en cama o algo así. Javan reanudó sus clases
inmediatamente, pero ella se sentía cansada y enferma. Luego de ese intento fallido de
encontrar el lugar oculto, ella no encontraba fuerzas para continuar la búsqueda. De
manera que, pasada la semana, no se reintegró a las clases, y se limitó a aconsejar a
Solana y ayudarla con los proyectos tanto como la joven hechicera pidió, y se dedicó a
tejer escarpines para el bebé.
Cada vez que Javan intentaba hablarle de la búsqueda, ella ponía cara de fastidio
y cambiaba de tema. Así que la dejó en paz. El momento del nacimiento estaba muy
cerca, y ahora que la varita ya no interfería, él podía sentir su mente llenándose de
pensamientos sobre el bebé. Empezó a sentirse celoso por eso, para después sentirse
avergonzado de ese sentimiento, y, confundido, se concentró más en el trabajo.
Ella terminó de preparar el cuarto para los niños, pensando en traer a Kathy con
ellos en forma permanente, y se fugó a la cabaña varias veces para preparar el cuarto de
los niños allá también. Y se negó sistemáticamente a preocuparse por ninguna otra cosa.
Promediaba junio, y Cassandra leía en la cama esa noche. No hacía frío, pero
ella se había cubierto las piernas con el cubrecama. El vacilar de las velas le hacía doler
la cabeza, y empezó a sentirse somnolienta. Escuchó un batir de alas y levantó la
cabeza. Vio a Vlad, el murciélago revoloteando en el patio. Hacía mucho que no lo veía,
años realmente. Sonrió a medias, y cerró los ojos. El libro se le cayó de las manos.
El aroma del té recién preparado la trajo de vuelta. Abrió los ojos.
— ¿Javan? — llamó suavemente.
— Temo que no, — dijo una voz amable. Era Où.
— Profesor Où... Yo... No lo esperaba... ¿Cómo hizo para...?
Ella no había hecho ningún movimiento para protegerse. Où sonrió ampliamente
y entró en la habitación. Dudó un momento en el umbral, pero la sonrisa de Cassandra
lo decidió al final.
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— Tengo mi propia salida... Una chimenea que los edoms olvidan bloquear... —
dijo alcanzándole la taza de té a Cassandra. — ¿Cómo está usted? Mis alumnos me
dijeron de una sombra que vino por usted hace algunas semanas...
— Bueno... — Cassandra se sentó en la cama. — Nadie vino por nosotros, y nos
llevó a NingunaParte... — dijo.
— ¿Nos, quiénes? Oh... — Où sonrió de nuevo cuando vio el tamaño de
Cassandra. — Veo que casi ha terminado, profesora.
Cassandra le devolvió la sonrisa.
— Una semana más, tal vez para la Puerta... — dijo. — Pero no lo sé. Creo que
podría ser antes...
Où seguía sonriendo. Había ocultado amablemente sus colmillos y se sentó junto
a ella.
— ¿Puedo preguntarle algo, profesor? — dijo ella de repente. Où asintió. —
¿Cómo terminó siendo rastreador para Javan?
— Mi esposa y yo éramos exterminadores... — dijo él con una vaga sonrisa. —
Nos llevábamos francamente mal con el Comites. Él se nos adelantaba y escondía las
criaturas que Clara y yo debíamos eliminar... Siempre un paso adelante, como si tuviera
un sexto sentido para ello... Entonces, una noche... Una desgraciada noche, pudimos
sacarle ventaja. Nos llegaron informes de una colonia de criaturas oscuras en cierto
castillo abandonado. Clara y yo lo hablamos, y yo partí hacia otro lugar, un círculo de
piedras, creo, donde había unos fantasmas inofensivos, pero suficientes como para
llamar la atención. No era mi intención atraparlos, profesora, solo distraer al Comites.
Mientras tanto, Clara fue a las ruinas donde estaba la verdadera presa...
Cassandra lo miró, sin decir nada, acariciándose pensativa el vientre.
— No se podía hacer de otra manera, sabíamos que el Comites me seguía a mí...
— dijo Où, algo avergonzado. — Pero Clara sabía defenderse bien. Lo que sucedió...
fue un accidente.
— ¿Qué sucedió? — preguntó Cassandra al cabo de una pausa. Parecía que eso
era lo que se esperaba de ella; que preguntara.
— Los vampiros habían dibujado un círculo de retención. Atraparon a Clara, y
ella no pudo escapar. Cayeron sobre ella todos a la vez. Cuando llegué... — Où suspiró.
— Yo tenía una Vara... una Vara con una piedra Sol. Levanté mi vara e hice brillar la luz
sobre ellos. Huyeron. Pero la luz mató a Clara, que ya estaba... convertida. Muchas
veces me pregunté si lo hubiera hecho igual, si hubiera sabido que ella... — Où sacudió
170
la cabeza. — Fue hace mucho tiempo, de todas maneras... Corrí junto a Clara, y el
círculo me atrapó a mí también. La vara había quedado afuera... Y no me pude defender.
Claro que después de ver a Clara muerta, me importó un comino...
Où calló de nuevo, mirando al suelo. Cassandra apoyó una mano en la fría mano
de él.
— Lo lamento... — susurró. Où le dedicó una sonrisa casi humana.
— Su esposo llegó en ese momento. Barrió las sombras con los Ojos del Vigía, y
alejó a los vampiros de la colonia con un rayo de luz verde de su Vara. Ellos le
obedecieron. Creo que celebró un pacto con ellos, un pacto de no agresión... Siempre ha
hecho eso. Los ocultó, los envió a otro lado... No lo sé. Yo estaba casi muerto para ese
momento. Cuando desperté los vampiros de la colonia ya no estaban, y su esposo me
miraba desde el borde del círculo. Empezaba a amanecer...
El sol se asomaba por las ventanas de la vieja ruina. El mago de negro, Javan,
serio, hosco como siempre, como era hacía quince años atrás, miraba al semi-
moribundo Où, caído en el círculo, sobre el cuerpo de su esposa.
— Es irónico... — dijo Javan. — Que tenga que hacer contigo lo que tu has
estado haciendo a mis criaturas...
Où lo había mirado sin expresión. Sus ojos se volvían plateados, y su visión
estaba cambiando.
— Te cazarán ahora. Te temerán, te perseguirán... te matarán.
— Clara está muerta. ¿Crees que puede importarme?
Javan lo había mirado con una expresión indescifrable en la cara. Tal vez
luchaba contra una decisión. Solo cuando los años pasaron, y Où conoció el secreto de
Javan, la hija que ocultaba y la pesada carga que destino de Kathara le había
impuesto, pudo el vampiro interpretar correctamente aquella mirada. En aquel
momento... Se sorprendió cuando Javan abrió el círculo con su Vara y entró en él. La
luz ya tocaba el suelo.
— Vámonos, — dijo Javan. — Serás mi Rastreador.
Où no pudo protestar. La luz del sol lo hirió, y perdió el conocimiento.
Ahora, mirando a la esposa del hombre que lo había salvado, dudó. ¿Para qué
contarle lo difícil que le había resultado aceptar la ayuda de él, el hombre a quien había
estado combatiendo, y a quien consideraba indirectamente culpable de la muerte de
Clara?
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No había hecho ni el más ligero de los ruidos, pero en el mismo momento en que
entró en la oficina, Javan levantó la cabeza.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — siseó, la mirada helada y la sangre huyendo de
su rostro.
— Una vez me pediste un favor... Que encontrara una forastera para ti... — dijo
Où.
— Y te lo pagué. Nadie sabe de esa chimenea, y los edoms tienen órdenes de no
tocarla, — ladró Javan. Où sacudió la mano.
— Y yo no he salido sin que tú lo supieras, y no has tenido ninguna queja de mí.
Iría contra mis principios. Pero he venido a hacerte otro favor. Es sobre tu esposa... —
Javan se enderezó, rígido.
— ¿Qué pasa con ella? Si la tocaste...
— Cálmate, ¿quieres? Nunca le haría daño a esa mujer. Ella es la primera
persona que conozco que no me rechaza, ni me teme.
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— No lo sé. Creo que está asustada. Llamaré al doctor Ryujin, por si acaso. ¿Por
qué no va y le toma la mano, o se queda con ella? Hay algo que no funciona y todavía
no pude detectar qué es...
Javan asintió y entró en el cuarto apenas iluminado.
Cassandra abrió los ojos sintiéndose vacía. Llevó una mano a su vientre, y ya no
estaba. Pero un dolor intenso la golpeó cuando trató de moverse.
— ¿C’ssie? — La voz de Javan. Ella volvió la cabeza. — ¿Cómo te sientes?
— ¿Dónde está mi bebé? — preguntó ella. Javan sonrió, le tomó la mano y se la
acarició.
— Kathy lo tiene. Un hermoso varón...
— No recuerdo... ¿Qué...?
La expresión de Javan cambió. Ella se percató de cuán pálido y ojeroso estaba.
— Los doctores te lo dirán cuando vengan. Dime como te sientes...
— Me duele. Sé que no debería... ¿Por qué no recuerdo nada, Javan?
— Fue mi culpa... — dijo una vocecita. Kathy se acercaba con lo que parecía un
bulto de mantas. Cassandra la miró. La chica se explicó.
— Te quejabas tanto, y no podías descansar... así que traje uno de los frascos de
papá y te dimos una cucharadita. Te dormiste enseguida...
— Ella tomó la poción de olvidar en lugar de alguna de las mezclas
analgésicas... Fue mi culpa. No quise dejarte sola... — continuó Javan.
Cassandra sonrió.
— Deberías saber cómo odio esa maldita poción... — gruñó suavemente. Él
sonrió. Ella siempre llamaba así a la poción para olvidar. Ahora se había vuelto a Kathy.
— ¿Y, qué piensas? ¿Devolvemos esa cosa que tienes ahí a la fábrica?
Kathy apretó contra sí el bulto y se hizo atrás.
— ¡Nooo! — dijo.
— Seguro que Siddar va a protestar por las plumas...
— Siddar no tiene nada que opinar en este asunto, — gruñó Javan desde atrás.
Kathy se rió.
— ¿No prefieres verlo primero, antes de dejar que Siddar opine?
— Bueno... Si te parece...
Cassandra ya no podía esperar. Pero sabía cuan sensibles y celosos podían
ponerse los Fara. Sentía la mano de Javan cerca de su hombro, aún mientras atendía y
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hablaba con su propia hija. Kathy colocó el montón de mantas junto a Cassandra. Ella lo
desenvolvió cuidadosamente y encontró los ojos del bebé. Lo tocó muy despacio,
buscando las manitos y acariciando aquellos dedos perfectos. Ojos como los de su
padre. Cabello castaño como el suyo. Pestañeó, apartando unas lágrimas inoportunas.
— Bueno... Bienvenido a la familia, Djarod Fara... — dijo Kathy, y se inclinó a
darle un beso al bebé. Cassandra la miró.
— ¿Djarod?
— Hm... Habíamos pensado ponerle el nombre de mi padre al bebé... Pero si a ti
no te gusta... — dijo Javan, algo sonrojado.
Cassandra sonrió, hundiéndose un poco en la almohada.
— Djarod... Otro D F en la familia... Un nombre poderoso para mi Sol... Sí,
Djavan... Djarod será un buen nombre hasta que el Libro lo cambie...
Y Cassandra cerró los ojos, perdida en el recuerdo de un joven Solothar Fara, de
quince años en la galería de la cabaña, una noche de verano cualquiera.
— ¿Sol? — preguntó Kathy, perpleja. — ¿Por qué lo llamaste Sol?
Pero Cassandra ya no contestó.
Ella sintió una cosa pesada sobre ella, abrazándola y apretándola, y besó la
cabeza de Javan.
— Cassandra... No lo vuelvas a hacer... — le susurró. Estaban solos ahora.
— Estoy aquí. No te dejaré, — dijo ella con suavidad. — Pero, Javan...
perdóname, apestas. ¿Qué poción endiablada estuviste haciendo ahora?
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Ella sintió la ligera sacudida de una risa, y él la volvió a abrazar. Ella reprimió la
mueca que el dolor le arrancaba, y se acurrucó contra él. Él le acarició la cabeza.
— C’ssie... Me preocupaste tanto... — empezó él.
— No culpes al bebé... — dijo ella. — Ni a Gaspar. Él... Tiene una magia
especial. Lo sentí cuando nosotros... la unión de poderes, quiero decir... Vi una luz
aquella vez que me desmayé, en Australia... Kathy también vio una luz...
— ¿Esa vez? ¿Y lo sabías?
Ella solo sonrió y le acarició el pecho.
— Te quemó desde adentro... — dijo él en voz muy baja. — No podíamos
curarte...
— No sabía lo que estaba haciendo... — dijo ella.
— Lo sé... — fue la susurrada respuesta. — Pero pensé...
— Sh... Sabes que envejeceremos juntos... Lo hemos visto en nuestra reunión...
Javan sonrió.
— Pero seguimos haciendo nudos en el tiempo.
Ella le devolvió la sonrisa y lo besó.
— Y los arreglamos a todos...
Sólo cuando Cassandra se levantó, Javan borró los símbolos en el salón de abajo.
La había mantenido cerrada desde que preparó la poción. Y hoy, ella se levantaba. Ella
estaba preparándose para bajar a sus habitaciones en este preciso momento. Así que
debía actuar rápidamente. Abrió las canillas y sacó la botella negra. Dejó caer el
contenido lentamente, diluyéndolo en los chorros de agua clara y limpia, mientras
murmuraba un hechizo protector. Pacto cancelado. Sin consecuencias. El caldero había
sido limpiado dos días atrás. Los signos habían desaparecido. Las últimas gotas cayeron
en el agua, y él enjuagaba la botella. Tendría que romperla y tirarla, cuanto más lejos,
mejor. Pensaba en eso cuando la puerta se abrió. Se volvió visiblemente pálido.
— Lean... Andrei, — dijo. — Cassandra está a punto de bajar. ¿Está Alessandra
contigo?
— Está con Cassandra. Me enviaron a verificar su todo está pronto... ¿Qué es
eso?
Javan cerró las canillas.
— Una botella vieja. Vamos a buscar a nuestras mandonas esposas.
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Capítulo 18.
La respuesta correcta.
Así fue como, dos meses después de la Puerta del Verano, Andrei, Calothar y
Javan llevaron a Cassandra a la mazmorra clausurada.
— ¿Por qué vinimos aquí? — preguntó ella por tercera vez.
— Queremos ir a NingunaParte. Y tú debes venir con nosotros, — dijo Javan.
— ¿Para qué? No hay nada para nosotros ahí. Y sabes que no puedes llegar allá.
— Ella fruncía el ceño.
— No lo haré. Pero ellos nunca estuvieron en NingunaParte, y quieren buscar lo
que tú ya sabes.
— No tiene sentido, — dijo ella encogiéndose de hombros. — ¿Para qué
vinimos aquí abajo?
— Où dijo que este Pozo sin Fondo puede conducir al fondo de la Cascada.
Ryujin nos trajo por este camino la última vez... Si saltamos y alcanzamos el fondo...
Cassandra suspiró.
— Estás loco, ¿lo sabías? Gaspar es Ryujin, lleva su magia incorporada.
Nosotros solo somos humanos. Mortales. Aptos para convertirnos en puré allá abajo....
Kathy y Djarod crecerán sin padres, — rezongó mientras subía al borde del pozo.
— Yo llevaré a Andrei, y tú a Calothar. Vuélvete viento y luego piedra para
alcanzar el fondo. Cuando veas las aguas doradas, transfórmate en aire de nuevo y vuela
al bosque. Haremos otra canoa...
— Estás loco. Vamos, Calothar. Suicidémonos juntos...
Y ella abrazó fuertemente a Calothar antes de saltar. Andrei los miró con
aprehensión, pero Javan ya había trepado al borde.
— Vamos, sube, — le dijo.
Fue una sensación extraña. Javan lo sujetó y lo transformó en aire, mientras él
mismo cambiaba, arrastrándolo hacia abajo en la caída. Cuando llegaron a la superficie
del agua, se sintió apresado en piedra y se hundió. Fue una vertiginosa y larga caída en
la oscuridad. Y entonces, cuando creía que se iba a sofocar, la oscuridad se transformó
en un destello dorado. Javan volvió a transformarse en aire, y sopló con fuerza hacia
arriba. Alcanzaron a Cassandra-de-aire, y Javan, enredándose y mezclándose con ella la
empujó hacia arriba, hacia el cielo azul sobre sus cabezas.
Aterrizaron en el bosque, y ella se tambaleó. Javan la sostuvo.
— ¿Estás bien? — preguntó.
— Mareada, — murmuró ella.
— Se supone que soy yo el que se va a desmayar aquí, — dijo él.
182
Calothar abría la marcha. Seguía Andrei. Luego ella, sostenida por Javan. Él no
disminuyó el paso, no perdió el aliento, ni dio muestras de dolor. Cada tramo, ella le
preguntaba:
— ¿Todo bien? — en un susurro bajo. Y él asentía. Y alcanzaron la última
explanada, frente a las puertas sin notarlo.
— ¿Estás bien? — Cassandra preguntó otra vez.
— Me siento perfectamente, — respondió Javan. Estaba tan asombrado como
ella.
— Otro juego de palabras, — dijo ella, pensativa. — Viniste aquí tres veces...
— Bueno, juego de palabras o no, debemos entrar. Cassandra, tú soñaste con
esto...
Y Cassandra, como en la pesadilla, no queriendo hacerlo, tocó las puertas
doradas. Como en la pesadilla, las puertas estallaron en llamas y se abrieron, mostrando
la oscuridad detrás.
Se estiró para alcanzar una antorcha que colgaba fuera de su alcance. Javan la
sostuvo por la cintura y la levantó.
— ¡Auch! — dijo ella, al golpear el techo con la cabeza, pero tomando la
antorcha.
— Lo siento. Estás mucho más liviana ahora, — dijo él. Ella se rió entre dientes,
y la encendió con un encendedor forastero.
— ¿Siempre llevas esas cosas encima? — preguntó Andrei.
Cassandra lo miró y soltó otra risita.
— No, realmente no. Lo estábamos usando con Solana en el entrenamiento de
Viajeros... — Ella se encogió de hombros. — Parece que a los magos no les gustan este
tipo de artilugios. Son demasiado... no lo sé... ¿mágicos?
Andrei se rió. A la luz de la antorcha, encontraron otras dos, y empezaron a
seguir el largo corredor. Andrei iba adelante, con Calothar. Cassandra iba en medio;
porque Javan no la dejó quedarse en la retaguardia. Él mismo caminaba detrás de ella, el
brazo en su cintura, pronto para hacerla a un lado y cubrirla si aparecía algún peligro.
— ¿Es este el lugar correcto, Cassandra? — preguntó Javan al cabo de un rato.
Las puertas habían quedado muy atrás, estaba oscuro, y ninguna corriente de aire
refrescaba sus caras.
— No lo sé, — murmuró ella. — Cada vez es diferente... Y es diferente para
cada persona...
Se habían detenido en algún punto de aquel corredor interminable. Imposible
saber si habían caminado horas o días, y no había ninguna marca en las paredes que les
permitiera guiarse. Cassandra se había dejado caer en el suelo, la espalda contra la
pared, y Javan se acuclilló junto a ella. Los otros se dieron la vuelta, y también se
sentaron.
— Cuando yo estuve en NingunaParte no había espacio en absoluto... — dijo él,
pensativo, la mano en el hombro de ella, como si al tocarla la sintiera más real, más
cercana, o como si de esa manera pudiera alejar los peligros.
— El año pasado eran cuatro habitaciones diferentes.... bien iluminadas y con
una especie de trono en ellas. También vi jardines... — dijo ella con los ojos
entrecerrados. Se sentía cansada. — En el verano fue una habitación vacía...
— Y ahora es un corredor interminable. Excelente, — protestó Calothar. No
estaba seguro de por qué Javan había decidido incluirlo en la partida, ni siquiera
después de leer juntos las adivinanzas del Libro de los Secretos.
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Abrió los ojos en un lugar apenas iluminado, una especie de calabozo o algo por
el estilo. Unos susurros suaves le llegaban desde las sombras, un poco a la derecha. Se
enderezó.
Luego de unos momentos sus ojos se acostumbraron a la luz y reconoció la
espalda de Javan y el cabello de Calothar. La tercera sombra debía ser Andrei. Se acercó
y apoyó la mano en el hombro de su esposo.
— Oh, volviste... — dijo, tomándola por la cintura. Ella se sentó junto a él.
— ¿Dónde estamos? ¿Qué pasó?
— Los Horrores nos atraparon. Estamos en una mazmorra, — dijo Andrei.
— Se metieron en ti a través de tus palabras y pensamientos. Por eso te dije que
te callaras...
— Mm. Pero me pareció que te asfixiabas... Creo que entré en pánico.
Ella se había sentado junto a él, y ahora sentía el brazo de él a su alrededor. Se
sentía reconfortante.
— La cuestión es cómo vamos a salir de aquí ahora, — dijo Calothar.
— Todavía no, — dijo Cassandra. — Creo que mejor sería esperar y ver.
Normalmente Nadie vista a sus prisioneros. Cuando lo haga sabremos a qué atenernos...
— Creería que tienes razón en cualquier otra ocasión, excepto en ésta, — dijo
una voz. Cassandra y los otros se volvieron.
Una figura se acercaba hacia ellos. Era la forma de un hombre alto que emitía
una ligera luminosidad, como si fuera un fantasma.
— ¿Quién eres tú? — preguntó Andrei.
— Karl Lilien, — dijo Javan.
— A medias cierto... Sí, Javan. Soy la mitad que falta de Karl Lilien.
Hubo un silencio mientras la sombra se acercaba al grupo. Cuando se aproximó
lo suficiente, Cassandra pudo distinguir sus facciones; sus ojos oscuros, brillantes,
186
inteligentes, su boca recta, labios finos, sin sonrisa. De alguna manera, parecía más
joven que el Karl Lilien que ella había conocido antes. Se acercó un poco más a Javan.
— ¿Cuál mitad eres tú? — preguntó Javan. — ¿Y cómo es que estás aquí?
— Bueno... — La figura se sentó junto a ellos y se rascó la cabeza. — Digamos
que tengo principalmente buenos recuerdos, recuerdos de juventud... Y muchas
preguntas sin contestar. Preguntas sobre si debería o no seguir al Amo... A la Serpiente,
quiero decir. También recuerdo que vine aquí con una misión, siguiendo a la Guardiana.
La seguí a NingunaParte del Norte, y no entré, y cuando ella volvió, le conté a la
Serpiente acerca de ese lugar y lo que ella había traído de allá... No quería seguirla otra
vez, pero él... Bueno, tú sabes cuán persuasivo puede ser. La seguí a NingunaParte del
Este. Recuerdo haber entrado a la cueva y nadar en la oscuridad mucho tiempo...
— ¿En forma de serpiente? — preguntó Cassandra.
— Sí. Mi forma felina no puede nadar, — dijo él bruscamente. — La oscuridad
me atrapó, muchas manos de oscuridad. Vi a la Guardiana entrar en un lugar luminoso
pero no pude seguirla... Me faltó el aire y me desmayé. Me desperté aquí. Una forma de
agua me habló... No recuerdo qué fue lo que dijo.
— Nadie del Este, — dijo Cassandra. — Tal vez te dijo que ningún hombre
puede venir aquí dos veces... Ellos acostumbran a advertir primero...
— Y entonces, vinieron ellos, los otros... — La voz le falló. Lilien parecía
asustado de lo que iba a decir a continuación. — Estaban hechos de oscuridad. Me
tocaron, y entendí... No pude defenderme. Se llevaron la mitad de mí... Y yo, la otra
mitad, me quedé aquí, esperando...
— Horrores... ¿no te parece? — preguntó Andrei.
— Mm, sí. Horrores de Agua, si los traía Nadie del Este. Deben haberlo
invadido en la cueva sumergida, y después de que Nadie los autorizara... Bueno... —
dijo Cassandra.
— Fue espantoso... — susurró el fantasma.
— Sí, supongo que debe ser horrible que te dividan en dos personas... Perder una
parte de tu mente, de tus recuerdos... de tus ideas...
— ¿Sabes qué está haciendo o qué ha hecho tu otra mitad? — interrumpió Javan.
— No. Pero me estoy debilitando. Ya no duraré mucho... Debo salir de aquí... —
El fantasma los miró expectante. — Y ustedes no pueden arriesgarse a que les suceda lo
mismo que a mí. Tienen que salir ahora. Y sacarme de aquí.
187
Capítulo 19.
La tropa que no es.
Nadie de Fuego se hizo a un lado y les dejó ver una especie de fantasma,
idéntico a Cassandra.
— Tu voluntad. Nos está volviendo locos. Nunca deja de preguntar... — gruñó.
— Où tenía razón, — comentó Andrei. — Ellos tomaron tu voluntad.
— Y fue reforzada por los fuegos de los Ryujin. No podemos conservarla aquí,
— dijo Nadie del Oeste, divertido. — Por favor, recíbela...
Javan empezó a reírse.
— Mi querida. Ni siquiera Nadie puede soportarte. Te amo por eso...
— Gracias... creo, —dijo Cassandra, y caminó hacia el fantasma. Se fundieron la
una en la otra inmediatamente. — Y tú no querías que Dione me diera de su fuego... Ah,
qué bien... me siento mejor... No me había dado cuenta que me faltaba algo... — agregó.
Y una sonrisa traviesa le iluminó la cara. — ¿Por qué dicen que no pueden soportarme?
— Tienes una gran determinación de saber y aprender. Hemos vivido juntos en
el silencio de los siglos observando el desarrollo del mundo. Solo observando... Y
entonces, tú. Nunca dejaste de preguntar. El nombre de las estrellas, el destino de los
hombres, la historia del mundo... Siempre por qué, por qué, por qué... No hemos tenido
un solo momento de paz desde que te quitamos tu voluntad...
— ¿Y por qué lo hicieron? — preguntó Cassandra.
Andrei y Javan contuvieron la risa, Nadie del Oeste sonrió, pero Nadie del Este
respondió gruñendo.
— Porque creímos que sin tu voluntad no regresarías. Se suponía que olvidarías
tu objetivo, y lo dejarías pasar.
— Y como no lo hiciste, nos has forzado a retenerlos aquí, encerrados para
siempre, — dijo Nadie del Sur.
— Perdónennos si pueden, —dijo Nadie del Oeste.
— Pero debemos mantener todo en balance, lo que ustedes llaman bien y lo que
ustedes llaman mal... Enviaremos más equilibradores a cubrir sus roles. Nadie sabrá que
ustedes están todavía aquí, — dijo Nadie del Norte.
No supieron qué contestar. ¿Les quitarían media vida como a Lilien? Javan se
acercó más a Cassandra, como si de esa manera pudiera protegerla, pero los cuatro
Nadie se fundieron en uno otra vez y desaparecieron. La puerta se cerró, y escucharon el
sonido de una llave en la cerradura. Permanecieron en silencio un largo rato.
Où sonrió.
— Otra chimenea olvidada, — dijo simplemente.
— Usted es increíble, ¿lo sabía? — dijo ella, y acercándose, abrazó al profesor
Où.
— ¡Cassandra! Él es un... — advirtió Javan. Où estaba medio paralizado, y de
pronto Andrei empezó a reír. Cassandra soltó al vampiro.
— Ya sé lo que es él. No me molestes con eso, — dijo.
— Ahora, salgamos de aquí, — dijo Lilien. Había observado receloso todo el
intercambio, y había guardado silencio incluso cuando el vampiro entró en la mazmorra.
— ¿Qué eres tú? — preguntó Où. — ¿Un fantasma?
— La mitad faltante de Karl Lilien, — dijo Javan.
Où mostró los colmillos.
— Oh, un fantôme qui n'est pas... — dijo.
— Nadie dijo que somos la tropa que no es. ¿Usted sabe algo de eso? —
preguntó Calothar.
Où se encogió de hombros.
— Yo soy un vampiro que no es, porque jamás he mordido o convertido a nadie.
El Comites es un traidor que no es... Él, — Où entrecerró los ojos mirando a Andrei, —
él es un Maldito que no es. Ella... Ella es una forastera que no es. Y Lilien es un
fantasma que no es. Así que encajamos perfectamente en la definición de Nadie...
— La tropa que no es está destinada a romper las defensas de NingunaParte, —
dijo Calothar.
— Así que podremos huir, — dijo Lilien fervorosamente.
— Así que podremos tomar aquello por lo que hemos venido, —dijo Javan, sin
prestarle atención. Las dudas y las inseguridades de Lilien lo fastidiaban. Le sabían a
cobardía. El Karl Lilien que él había conocido de muchacho era valiente, un tanto
impulsivo, desaprensivo, a veces incluso descuidado. Nunca lo pensaba dos veces, si
había riesgo inevitablemente aceptaba el desafío. Esto que había quedado de él... No se
parecía en nada al hombre que había conocido.
— Tendríamos que hacer algo con esa cerradura, —dijo Andrei. — Où, ¿puedes
atravesar esa puerta?
Où volvió a mostrar los colmillos. Se deslizó a través de la puerta cerrada como
un humo oscuro. Oyeron el clic de la llave en el candado y la puerta se abrió. Una
antorcha iluminaba el corredor.
195
Ella subió. Él la siguió. Où los ayudó a pasar entre los barrotes y alcanzaron lo
que parecía el brocal de un pozo seco.
De nuevo en forma humana, Où ayudó a subir a Cassandra, y luego a salir a
Andrei.
— ¿Dónde están las Puertas? Debemos... —dijo Cassandra mirando nerviosa
alrededor. Sólo se veía jungla.
— Probablemente estamos lejos. Trata de transformarte, —sugirió Andrei.
Cassandra abrió los brazos y el águila blanca estuvo allí.
— ¡Très bien! — aprobó el vampiro.
— Creo que conservarás tus poderes mientras no entres en NingunaParte, — dijo
Andrei. — Ve y búscalos...
Cassandra abrió las alas y partió en la noche. Où iba a seguirla cuando Andrei lo
detuvo apoyándole la mano en el brazo. El vampiro lo miró.
— Creo que no necesito decirte lo que Javan es capaz de hacer si algo le sucede
a ella... — dijo en voz baja. El vampiro asintió con la cabeza. Andrei agregó en voz más
baja todavía, mientras lo soltaba: — Y temo que conozco a varias personas que lo
ayudarían en ese caso.
— Créeme, —dijo el vampiro mientras se transformaba, — que yo también sería
parte de ese grupo.
Y se alejó en la noche, tras el águila blanca. Andrei reprimió un escalofrío. Sí.
La Guardiana tenía una habilidad especial para atar a sí misma a todos los que
defendían el Trígono. Incluso al peligroso Rastreador de su esposo.
Con otro estremecimiento y un suspiro, trató de orientarse. Los débiles sonidos
de agua que corría lo condujeron hacia el oeste. ¿El Río Dorado? No podía estar tan
cerca. Y sin embargo... Caminó en esa dirección, decidido a tener un campamento
pronto para cuando regresaran... En caso de que alguien resultara herido, o que alguien
más debiera ser rescatado.
La noche siguió su curso.
198
Capítulo 20.
El lugar escondido.
Ya casi amanecía cuando una quimera, el león alado con cola de serpiente,
aterrizó junto a la hoguera. Andrei la miró interrogante, y los magos que la quimera
llevaba a grupas cayeron al suelo. Cassandra retomó la forma humana.
— ¿Dónde están Où y Lilien? — preguntó Andrei.
— Où voló de regreso. El sol está por salir. Y Lilien... — Cassandra se
estremeció. — Apenas salimos de NingunaParte desapareció...
Ella hablaba mientras revisaba a Calothar. El muchacho estaba muy pálido y
frío. Inconsciente. Cassandra lo arrastró junto al fuego.
— Ayúdame con ellos... — dijo. — Necesito agua caliente... y algo con qué
abrigarlos.
Mientras Andrei se ocupaba de Calothar, ella se volvió a Javan. Lo arrastró junto
el fuego y lo acostó allí, haciéndole un almohadón con los restos de su capa.
— ¿Qué sucedió, Cassandra? — volvió a preguntar Andrei cuando estuvieron
instalados. Cassandra estaba de rodillas junto a su esposo, y le revisaba las manos. Las
tenía quemadas, y su ropa aparecía desgarrada en brazos y piernas, como si hubiera
estado luchando con bestias salvajes... o demonios. Demonios con garras. Calothar
estaba menos herido. Cassandra miró desesperada a su alrededor, y sacó la varita, aún
sabiendo que era inútil.
— Necesito agua caliente... Un té...
— Se supone que no podemos...
— La Montaña no está tan cerca ahora. Ni NingunaParte... Debería funcionar...
Necesito que funcione, por favor...
Andrei vio sus dedos ponerse blancos al sujetar con fuerza la varita. La movió
una vez, dos veces, tres...
— Por favor...
Una tetera y unas tazas aparecieron finalmente junto al fuego. El aroma del té
subió en el aire del amanecer.
— Cassandra...
Ella estaba pálida ahora. Andrei se sentó junto a ella.
199
— Estoy cansada, — susurró. — Esto exige mucho esfuerzo aquí... Pero creo
que alcanzará...
Le tendió una taza a Andrei, y le dedicó una sonrisa extraviada.
— Cassandra...
— La historia. Sí. De todas maneras no podremos hacer nada hasta que
despierten... Ya sé que corre prisa, Andrei... pero no podremos hacer nada sin ellos...
Cassandra tomó la taza y bebió un par de sorbos. El color empezó a regresar a
sus mejillas.
— Où y yo sobrevolamos la selva. Encontramos las escaleras, pero cuando traté
de pasar sobre ellas, perdí la transformación. Así que caí, y Où me ayudó a aterrizar
sobre la explanada frente a las puertas... Empecé a golpearlas. Se encendieron en llamas,
pero no salía nadie. Es decir, Nadie no salió... Empecé a llamar a gritos, preguntando
‘por qué, por qué, por qué...’
Andrei sonrió.
— En verdad sabes cómo hacer enojar a alguien.
Ella también sonrió.
— Nadie salió al fin, y trató de atraparme de nuevo. No perdió tiempo
interrogándome, que era lo que yo había esperado. Los Horrores salieron a su orden, y
me persiguieron. Casi me atrapan, pero cuando estaban por alcanzarme salté sobre la
baranda. Tan pronto como dejé las escaleras, desaparecieron. No pude encontrarlas de
nuevo. Supongo que son un camino mágico...
Andrei asintió. Sólo si tomaba el camino desde el Sendero de los Vientos, y
luego el Camino del Agua podría llegar a NingunaParte. Cuando voló sobre las
escaleras, seguramente pasó sobre el Río Dorado y combinó los tres caminos sin
advertirlo.
Ella continuó.
— Me transformé de nuevo y volé sobre los árboles... — Cassandra se volvió de
nuevo a Javan. — Vi a Où luchando con una cuerda, y fui a ayudarlo. Volví a perder el
control de la transformación porque tres hombres eran demasiado pesados para
nosotros, y sin darme cuenta me volví a transformar... Pensé que necesitaba algo más
fuerte...
— ¿Por qué no el dragón de luz?
— ¿Estás loco? ¿Garras, colmillos y alas? ¿De dónde iba a sacar las Alas, si
Siddar está en la otra punta del mundo? ¿Y tú, Garras? ¿Y Colmillos colgando de la
200
cuerda? No, Andrei. No podría personificar al Protector de luz tan lejos del Trígono y
sin ayuda...
Andrei sacudió la cabeza.
— Tienes razón, pero ¿por qué una quimera?
Cassandra se encogió de hombros.
— Alas de fénix, garras de león alado, cola de serpiente... o de naga... Tal vez
hubiera debido elegir un pegaso como el de Ingelyn, pero en el momento no se me
ocurrió... Bueno... Où soltó la cuerda por la sorpresa, y yo la tomé y tiré de ella. Cuando
sobrepasamos los techos, Lilien desapareció. Se disolvió en el aire.
Cassandra miró a Andrei como esperando una explicación.
— Era sólo la mitad de un ser humano... Tal vez no podía vivir fuera de
NingunaParte, — dijo la voz de Calothar a su espalda. Había vuelto en sí.
— Pero la otra mitad... Vive fuera de NingunaParte... — objetó ella.
— Sostenida por un Horror, — dijo Andrei. Luego preguntó: — ¿Estás bien,
Calothar?
— Sí, estoy bien. Termina tu parte de la historia, Cassandra.
— Bueno, bajamos en la selva. Où bajó con nosotros. Javan estaba inconsciente,
así que le dijimos a Calothar que lo sostuviera. Volamos de nuevo hasta encontrarte.
Acampaste muy cerca de la Cascada.
— Sí, me lo pareció por el sonido. Calothar, ¿qué pasó allá?
— Bueno... —Cassandra le tendía una taza de té. — Apenas ustedes se fueron,
los Nadie se pusieron muy inquietos, y empezaron a moverse por todo el salón. Creo
que estaban discutiendo entre ellos, porque parecían a punto de dividirse otra vez... Tal
vez se dividió... no lo sé. Nosotros estábamos pegados a la puerta, pero de pronto no
había puerta. Cuatro habitaciones, exactamente iguales a la que estábamos vigilando se
fundieron en una. Nosotros permanecimos en una especie de columna de sombra que
había en el centro de la habitación.
— Eso se parece más a la última vez que estuve en NingunaParte... —dijo
Cassandra.
— Bueno, había cuatro asientos, y cada uno de los Nadie ocupó uno de ellos.
Creo que estuvieron debatiendo un rato. Me pareció que cambiaban de forma y se
retorcían en sus lugares, aunque no hicieron ningún ruido... Y de pronto salieron del
salón. Al cabo de unos momentos, escuchamos tus gritos...
201
nada. Sólo robaban. Habían robado la mitad de Karl Lilien. Casi habían robado la mitad
de su vida. Tanto que Javan tuvo que obtener por su cuenta el Antídoto Dorado para
salvarla como fuera. Y los Ryujin habían tenido que restaurarla con fuego. Y ahora... Si
los Horrores habían hecho contacto con la parte oscura de Javan... Ella suspiró otra vez.
Acarició la mejilla de su esposo, tan pálida y fría, y apartó el cabello de su cara. Pensó
de nuevo cuánto amaba a este hombre, con todos sus defectos, con todas sus
idiosincrasias. Apoyó la mano sobre la frente de Javan, murmurando suavemente
— Vamos, Javan... Vamos... Zotharo fari vebbana... Vebbana unna, Zothar...
Una ligera niebla se formó entre su mano y la frente de él. Luego ella tocó sus
manos y su corazón. Pequeñas nubes de niebla se formaron en cada toque. Javan no se
despertó, pero su respiración se hizo más profunda. Cassandra lo miró preocupada. Se
arrodilló a su lado, y se llevó una mano a la frente, mientras le sostenía la otra.
— ¿Por qué no lo llevamos con la señora Corent, en el Trígono? — aventuró
Calothar.
Cassandra lo miró.
— Primero porque no puedo llevarlos a los tres de una vez, y si dejo a alguien
aquí, temo que los podrían encontrar... — dijo ella. — Por otro lado... el Trígono no es
seguro. Ni siquiera en el Interior. Están siendo cercados... Atacados ahora, si el perfume
de jazmines significa lo que yo creo...
— ¿¡Qué?! — soltó Andrei. — ¿Qué dijiste?
— Dije que están siendo atacados. Recuerda que los Nadie dijeron que enviarían
Equilibradores a suplantarnos... Es por la batalla. Creo que Norak intuye que la
Guardiana que está allá no es lo que parece. Y está tratando de llamarme, pero solo
percibo los jazmines...
— ¿Jazmines?
— Un acuerdo que tenemos: pensamos en jazmines antes de enviarnos algún
mensaje mental...
Andrei levantó una ceja.
— Debemos volver ahora, Cassandra, — dijo Calothar.
— Ya lo sé... Pero no puedo llevarlos sola. Necesito que Javan despierte... —
Cassandra se acurrucó contra Javan y lo abrazó.
Andrei sintió que su Ojo Oscuro se abría, interesado. Pero no sucedió nada
anormal. Ella volvió a pronunciar la invocación una y otra vez: Vebbana fari, vebbana
203
unna, Zothar... Fari vebbana, vebbana unna... Una niebla blanquecina los envolvió unos
momentos, y ella se apartó de Javan. Javan se movió un poco y abrió los ojos.
Ella le tomó la mano y lo ayudó a sentarse.
— ¿Estás bien? — le preguntó, preocupada. Javan pestañeó varias veces,
desorientado.
— Vinieron por mí, — murmuró con la mirada perdida en las llamas.
— Los rechazaste... — le dijo ella. — Toma, bebe esto...
Y tranquilamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, le tendió una taza
de té.
Calothar se movía nervioso. El Trígono era atacado, y ella lo sabía. Y aún así, se
tomaba su tiempo para mimar a su marido como... Como si nada importara. ¿Qué había
de su misión? ¿Qué, con el compromiso de la Guardiana? Varias veces en los minutos
que siguieron, abrió la boca para apresurarla, pero volvió a cerrarla sin decir nada. Ella
siempre había cumplido. Aún a riesgo de su propia vida. Así que siguió esperando hasta
que Javan pudo ponerse de pie...
— ¿Estás mejor ahora? — preguntó ella acariciándole la mejilla. Él detuvo su
mano.
— ¿Qué pasó? — exigió.
Cassandra le informó brevemente. Sus ojos brillaron con un vacío ardiente
cuando oyó mencionar el objeto.
— Quiero verlo, —dijo de repente, fijando sus ojos en Calothar.
— No es buen momento, Javan... — empezó ella, pero él la hizo callar apretando
su mano con fuerza.
— Quiero verlo, —repitió con lentitud. Cassandra asintió en silencio, y Calothar,
de mala gana, sacó la pequeña caja negra.
Javan saltó adelante como poseído por una furia asesina, y trató de arrebatarle la
caja a Calothar.
— ¡Quieto! — gritó Cassandra, arrojándose sobre él.
Andrei también se interpuso. Ya no podía mirarlos con sus ojos normales, porque
su Ojo Oscuro ocupaba ahora toda su conciencia. Javan era una sombra oscura y
escurridiza, que parecía armarse y desarmarse en multitud de pequeñas figuras
informes; y Cassandra una sombra gris que lo detenía. La caja negra rezumaba maldad,
unas ondas oscuras que caían al suelo y se arrastraban, aunque no manchaban la forma
rojiza que era Calothar.
204
— ¡Quieto, Javan, por favor! — gritaba Cassandra, forcejeando con él. Javan
estaba fuera de control.
— ¡Javan! — Y de pronto, casi sin advertencia, una luz blanquísima empezó a
acumularse sobre ella y a inundar las sombras oscuras que Andrei veía en Javan. Por un
momento recordó la luz que había cegado a Javan y a Siddar en el altar de Tierra, cerca
de la torre de la Serpiente.
— ¡Calothar, cúbrete los ojos! — gritó.
Y Cassandra lanzó al viento una invocación que él no recordaba, pero que en ese
momento, le pareció sumamente familiar.
— ¡Yhero niro-té, Djavan Fara!
La luz blanca estalló, y rebotó en miles de colores, alejando las sombras que
habían estado sobre Javan. Javan salió rechazado por la invocación.
— Uno de los Horrores está en él... — gimió Cassandra.
— Más de uno, —dijo Andrei. — Hazlo de nuevo.
Vio la forma opaca de su cara volverse hacia él.
— ¿Qué?
— Que lo hagas de nuevo. Mi Ojo me muestra que los Horrores no soportan eso
que tú haces... Sea lo que sea...
Ella asintió. Andrei la vio acercarse a Javan, todavía aprisionado en el suelo, y
abrazarlo. Arrastró a Calothar hacia los árboles, y le cubrió la cara con las manos.
— Cúbrete los ojos... Ese resplandor blanco... te dejará ciego.
Sintió las manos de Calothar que subían a su cara para cubrirse los ojos y lo dejó
ir. Él, por su parte, se volvió hacia el claro, donde Cassandra murmuraba de nuevo la
invocación, abrazada a Javan.
Esta vez, su Ojo no le mostró figuras de luz y de oscuridad. La luz blanca que
emanaba no de la Guardiana sino de Cassandra Troy, la mujer, también formaba parte
del hombre que yacía cercado por las sombras de los Horrores. Y no, no era Djavan el
Hechicero de la Rama de Plata el que emitía aquella luz blanca. Era Javan Fara, el
hombre. Un simple mortal. Esta era una magia que sobrepasaba todo lo que había visto
antes. Una magia fuera de toda medida, fuera de toda explicación. Y fuera del tiempo.
El tercer estallido de luz lo inundó a él también, y los Horrores huyeron despavoridos.
Cuando pudo volver a ver con sus ojos normales, Cassandra sostenía desesperada la
mano de Javan, que pestañeaba aturdido.
205
— No sé que fue lo que hiciste, pero volviste a cegar mi Ojo. ¿Puedes ver algo,
Javan?
— Sí, estoy bien... ¿Qué pasó?
— Unos Horrores trataron de poseerte. Y tomar el objeto que custodia el
Heredero de Huz. ¿Cassandra, estás bien?
Ella asintió sin decir nada.
— Tenemos que regresar. El Trígono está siendo atacado, —dijo Andrei. — Pero
si ustedes no pueden llevarnos...
— Podremos, — dijo Javan. — Tenemos que poder...
Andrei y Cassandra lo ayudaron a ponerse de pie. Casi no podía caminar.
Calothar iba adelante, buscando lugar desde donde habían embarcado para tomar el
Camino del Agua. Desde allí se veía la Cascada.
Llegaron pronto al río. Era media mañana, y el sol se reflejaba en las aguas
doradas. Cassandra las miró frunciendo el ceño, y sintió una brisa tibia que le tocaba la
cara. Se volvió a Javan.
— ¿Crees que puedas hacerlo? — susurró.
Javan gruñó alguna respuesta. Ella le pasó una mano por la cintura y la otra
sobre los hombros de Calothar. Andrei cerró el círculo. Cassandra se transformó en
viento, y Javan la siguió, más lento, más cansado, más débil. Ella tiró de los tres hacia
arriba, para volar sobre la Cascada, y una brisa tibia y salada la empujó.
— Céfiro... — suspiró.
— Sh... —murmuró el viejo amigo. — No tengo permiso de ayudarlos...
Y soplando más fuerte, los empujó y los dejó caer en el profundo y dorado
precipicio.
206
Capítulo 21.
El encuentro final.
Salieron del Pozo sin Fondo en un remolino de viento. Cassandra los depositó
suavemente junto al borde. Estaba oscuro, y las antorchas que habían dejado encendidas
se habían consumido. ¿Cuánto tiempo habrían estado fuera? Cassandra recordó como
un relámpago el mes completo que había perdido en cada NingunaParte la vez que fue a
rescatar las Joyas. A ella le habían parecido pocos momentos de viaje, y una breve
entrevista, pero cuando regresó descubrió que había pasado todo un mes. Sí, el tiempo
en NingunaParte se movía en forma diferente.
— Nita... — susurró.
Una sombra más oscura que las sombras de la mazmorra se separó de la pared.
— ¿Qué sucede?
— Cassandra... Los edoms no hablan... — dijo Calothar.
Cassandra sonrió desde las sombras. Extendió la mano y tocó la pata arácnida
que Nita le tendía.
— ¿Y tú crees que el edom de Cassandra puede ser de alguna manera igual a los
otros edoms? — dijo Andrei.
— Estamos en la Puerta del Otoño. ¿Qué está sucediendo? — Hubo una pausa, y
luego Cassandra tradujo: — Los dobles han ocupado nuestros lugares. Nadie sabe que
no somos nosotros. Se han comportado correctamente... Eso dice Nita. ¿Crees que
podamos ir a nuestras habitaciones?
La sombra de Nita se movió un poco.
— Dice que todos están afuera. Está muy nerviosa...
— Tal vez la batalla ya empezó...
— Entonces, vamos de una vez.
Estaba tan oscuro que Cassandra tropezó con unas cajas que había en el rincón.
Llegó a la pared, y la tocó con la piedra blanca de su collar. La Piedra del Corazón era la
llave para entrar en muchos de los lugares secretos del castillo, como ella ya lo había
averiguado antes, más por accidente que por estarlo buscando. La pared se disolvió y
pasaron al corredor que daba al salón de Javan y a las habitaciones de Cassandra.
207
Javan iba apoyado en Andrei y Calothar. Casi tropezaba con sus propios pies.
Cassandra abrió la puerta de sus habitaciones.
— Acuéstenlo ahí, — dijo, señalando la cama. —Debo tener algo aquí que...
Cuando abrió la puerta ventana, quedó helada. El griterío llegaba de los jardines.
— La batalla... afuera... — dijo, mirando a Andrei. — Vayan ustedes... Yo
cuidaré de él...
Andrei no contestó. Tomó a Calothar del brazo y lo sacó de la habitación,
mascullando:
— Vámonos...
Cassandra siguió buscando la botella verde en los armarios. Una poción
revitalizadora que uno de sus chicos había preparado la semana... Hacía un mes. O más.
Echó otra mirada preocupada a Javan, que se había quedado quieto, flojo e inmóvil,
como si no pudiera moverse. Solo sus ojos delataban el fuego que lo animaba.
Necesitaba algo que le permitiera controlarse y entrar a la batalla. Cassandra fue hacia
el armario y ahogó un grito.
Acurrucada ahí, oculta entre las capas caídas, Kathy la miró con expresión de
terror. Abrazaba a su hermanito muy fuerte contra su pecho.
— ¡Kathy! — soltó Cassandra. — ¿Qué estás haciendo aquí?
— Tú... Tú me dijiste que me ocultara... — dijo la chica — ... cuando la batalla
empezó...
— Yo... No, no fui yo. Fue un Horror disfrazado de mí. Te lo explicaré más
tarde... — Cassandra detuvo su búsqueda por un momento. — ¿Te hizo algo? Digo...
¿Yo te hice algo en el último mes? ¿Algo raro... malvado?
Kathy la miró con los ojos agrandados por el miedo, y sacudió la cabeza.
Cassandra se inclinó y la abrazó.
— Mi pobre bebé... No te preocupes, si todo sale bien esto no se repetirá jamás...
Cassandra le acarició la larga cabellera roja, y tomó todavía otro momento para
abrazarla fuerte. Luego volvió a mirar al estante vacío.
— ¿No has visto una botella verde que estaba aquí? La guardé... el mes pasado...
creo.
— Te la tomaste toda. ¿No lo recuerdas? Tú y papá se la tomaron toda... Estaban
muy raros...
208
Cassandra sacudió la cabeza confundida. ¿Para qué querrían los Horrores, o los
Equilibradores, una poción energética? El gruñido de Javan desde la cama la trajo de
regreso.
— Sálvalos... Llévalos a un lugar seguro...
Cassandra se volvió en redondo y lo miró a los ojos. Se quedó quieta un
momento.
— Tienes razón. — Como un relámpago, el temor de lo que la Serpiente pudiera
hacerle a Kathy, lo que le había hecho a su madre, pasó de la mente de Javan a la de
ella. Y entró en el armario sosteniendo la piedra blanca de su collar.
Mientras pasaba a través de la pared, llevando a Kathy y al bebé con ella, pudo
sentir ambos, la tormenta adelante, y los sonidos que se apagaban detrás.
— Este es el Corazón del Trígono, hija... Estarás segura aquí. Pero no puedo
dejarte sola...
El Jardinero no estaba allí. Cassandra se paró en medio del sendero y miró a su
alrededor.
— ¡Guardianas! ¡Guardianas del Trígono! — llamó.
Una mujer que parecía hecha de pétalos que flotaban en la brisa se levantó del
campo y caminó hacia ellas. Otra mujer, se levantó desde el lago. Estaba hecha de agua.
Kathy las miró asustada y apretó la mano de Cassandra.
Cassandra se arrodilló frente a Kathy y la tomó por los hombros.
— Ellas son los espíritus de las Guardianas... tu mamá, y otra buena amiga.
Cuidarán de ti. No temas... — Cassandra había hablado en tono suave, pero el viento no
consiguió ahogar sus palabras. Levantó la cabeza hacia Kathryn. — Parece que es tu
turno ahora. Cuida de mis niños como si fueran tuyos, por favor... — dijo. Luego miró a
Alice, la mujer de agua. — Llévenlos al castillo. Podrán ver todo lo que pasa en los
espejos... Mi amor, encontrarás a un hombre... un hombre que cambia de cara.
Probablemente se parecerá a tu abuelo. Te mostrará el castillo, si se lo pides. Volveré
por ti muy pronto.
Y Cassandra besó a la nena y al bebé, preparada para irse. La mujer de pétalos,
la Guardiana de la pradera, la detuvo.
— Guardiana. Necesitarás esto, — dijo, y le alcanzó dos hojas, una de oro y otra
de cobre. Cassandra las reconoció. Eran las hojas que habían formado parte de la copa
con que Javan la había curado el año anterior. Las había dejado junto al lago, olvidadas.
Los dos las habían olvidado. Alice, la Guardiana del lago le entregó las otras dos hojas:
209
plata y cristal. Cassandra las juntó en las manos ahuecadas, y las hojas volvieron a
fundirse en una copa. Alice vertió algo de su agua en ella.
— Ve y restaura a tu esposo. El destino de Althenor, la Serpiente ya ha sido
escrito, — dijo.
Echando todavía otra mirada preocupada sobre los chicos, Cassandra dejó el
Bosque del Corazón.
Javan había cerrado los ojos para cuando ella salió del armario. Los sonidos que
llegaban desde afuera eran cada vez más violentos. Cassandra pasó un brazo por debajo
de la cabeza de su esposo y se la levantó. Él abrió los ojos con dificultad.
— Bebe esto... Las aguas de Alice deben ser curativas... — murmuró.
Él suspiró y trató de beber. Y apenas mojó sus labios, el efecto se hizo notar. Se
enderezó y bebió el resto de la copa.
— Deberíamos embotellarlo y venderlo, — dijo Cassandra.
— No hay tiempo para bromas. Vamos arriba, — dijo él, bruscamente.
Cassandra asintió, y lo siguió.
del pequeño mago. Pero Althenor no era un aprendiz. Un solo gesto de la vara de las
tres cabezas desvió el rayo hacia un lado, y Althenor siguió avanzando.
— Contra la caja, ¡aprendiz! — gritó Javan, más fuerte que el rugido a su
alrededor.
Calothar miró a la caja y la tocó, dudoso, con la punta de su Vara. La Vara de los
Huz se encendió en fuego rojo, pero no sucedió nada más. La orden no había sido lo
suficientemente potente o decidida como para producir algún efecto. Y Althenor estaba
casi sobre él.
Javan se acercaba a Cassandra, haciendo volar los enemigos fuera de su camino.
Cassandra se acercó, rengueando.
— No, tonto... No aturdirlo, — gruñía Javan. — ¡Debes matarlo!
— ¡Nooo! — Y Cassandra tropezó en algo, y cayó, arrastrando el brazo de
Javan. Su maldición, destinada a la Serpiente, erró el blanco.
— ¡Cassandra! ¿Qué estás...?
— Para tomar la vida del amo debes liberarla... Eso era lo que Céfiro trataba de
decirnos... — jadeó ella, colgada todavía de su brazo.
— ¡Lanza la caja, Heredero de Huz! — gritó él.
La Serpiente estaba casi sobre Calothar ahora. El muchacho no tuvo tiempo de
pensarlo. Lanzó la caja directo hacia arriba. Althenor extendió la mano para alcanzarla,
y al mismo tiempo, Javan gritó fuerte:
— ¡Caja, ábrete!
La caja estalló, y una delgada sombra vaciló en el aire. Muchos rayos de luz
golpearon a la sombra; eran muchos los que tenían algo pendiente con la Serpiente; pero
Calothar apuntó al mismo Althenor. El símbolo de los Huz centelleó en fuego blanco
cuando el muchacho dijo con voz clara:
— Que a ti regrese lo que a otros hiciste...
Muchas luces de color, algunas sin color alguno, algunas completamente negras,
algunas de ese color indefinido y ominoso de las maldiciones fulminantes, salieron de la
sombra, doblada ahora, y golpearon a la Serpiente una tras otra. Althenor cayó, y las
maldiciones siguieron golpeándolo largo rato, aunque ya estaba muerto.
El silencio se extendió en el campo. La batalla había terminado.
Los ojos de Javan centellearon, pero no dijo nada más. Cassandra lo miró, pero
al no lograr que él le abriera la puerta de sus pensamientos, lo dejó en paz.
— En fin... El doctor Ryujin nos alertó de una partida muy numerosa que se
dirigía hacia aquí, y los Ryujin y los de la Torre de Adjanara los detuvieron. Estos que
llegaron son solo una parte de las fuerzas totales de Althenor.
Cassandra se estremeció.
— Estaba listo para aplastarnos por completo... — susurró.
— Es cierto, — admitió el Anciano con voz firme. — Pero no lo logró. Ellos no
nos sorprendieron. Los que sí lo hicieron fueron ustedes, llegando en el momento
preciso... y de una manera espectacular. Casi me caigo cuando Norak eliminó a la falsa
Guardiana.
— Yo también. ¿Cómo lo convenciste? — dijo Andrei.
— No lo hice. Tuvo que verme en la puerta para decidirse. Y en cuanto me vio
supo que yo era la verdadera y la otra era falsa...
— ¿Y cómo supieron cómo derrotar a Althenor?
— Lo leímos en el Libro de los Secretos... hace más de un año. No lo
entendimos entonces...
— Decía: La vida de la Serpiente ha sido enjaulada por todo el mal cometido,
— explicó Calothar. — Debe volver a él para que él entienda lo que hizo...
— Y luego la adivinanza: Está en un lugar al que todos deben ir, pero que nadie
puede alcanzar dos veces... Pensamos en NingunaParte, y resultó la respuesta
equivocada y la respuesta correcta a la vez. El Heredero de Huz trajo la caja aquí.
— Pero yo no sabía cómo usarla. Cuando el Comites rompió el hechizo sobre la
caja, y los demás intentaron atacar a la sombra aquella lo entendí. Le envié de regreso el
daño que había hecho...
— Así que en realidad no lo mataste. Donc, tu est l'assassin qui n'est pas.
Bienvenido a la tropa.
Calothar agradeció con una inclinación.
— ¿Se... se mató a sí mismo? — preguntó Cassandra, dudosa.
El Maestro suspiró.
— Lo hizo hace mucho tiempo. Todas esas maldiciones prohibidas... Fueron
corroyendo su vida por años. El mal siempre lo hace... Es hora de cortar la cadena.
¿Estás listo, Javan?
— Nunca tanto como hoy.
214
Y en ese momento, Cassandra notó que él traía un extraño paquete alargado con
él.
— Vayamos entonces al Interior. Allí es donde deben completarse estas cosas...
Guardiana...
Todavía sin saber mucho de qué se trataba, Cassandra desprendió la Piedra del
Corazón y la sostuvo entre sus dedos. La luz blanca inundó la habitación, y las paredes
desaparecieron.
Las tres cabezas de serpiente rodaron, sueltas cuando la Vara de Zothar rodó por
el suelo. Cassandra iba a levantar una de ellas, pero la mano de su esposo en su brazo le
impidió moverse. Ante su asombro, las cabezas empezaron a moverse en dirección al
vástago de la Vara a la que habían pertenecido. Joya se interpuso, siseando. Las cabezas
se sacudieron un poco más, y quedaron quietas, rezumando un líquido oscuro y viscoso.
Cassandra contenía la respiración. Nada bueno podía venir de la Vara de las tres
cabezas... Joya se enroscó y levantó la cabeza, siseando.
Las hebras de líquido viscoso se engrosaron, formando un riacho. Joya siseaba
con insistencia, como si estuviera lanzando un desafío. Un desafío que nadie recogía.
Pero las hebras de líquido seguían creciendo. De pronto, y sin previo aviso, la primera
de aquellas cabezas de serpiente se levantó, usando su riachuelo viscoso como si fuera
un cuerpo. Cassandra pensó que podía imaginar lo que venía después. Pero Joya se
levantó, siseante, amenazadora, y atacó a la serpiente de la vara sin esperar a que se
uniera con las otras. Una y otra vez, como un ariete, la cabeza de Joya fue y vino, y cada
vez, la serpiente de la vara perdía un trozo de su improvisado cuerpo. Al final, la cabeza
rodó de nuevo por el suelo, y Joya lo aplastó en sus anillos. Ahora la segunda serpiente
se levantaba...
Cassandra seguía conteniendo la respiración. Por tres veces se repitió la lucha de
Joya con las serpientes de la Vara, y por tres veces, Joya fue la que tuvo el último
movimiento. Cuando se retiró, lo que quedaba de las cabezas no era más que una
mancha viscosa y aplastada en el suelo.
Djavan de la Rama de Plata volvió a golpear con su Vara en el piso. Y algo llamó
su atención, porque de pronto, sonrió, y le tocó la mano a Cassandra. La miró.
— No sé por qué, quieren que lo hagas tú... — susurró.
Cassandra golpeó con el Cetro de los Tres el piso blanco, y la Vara de la Sombra
de la Guardiana se torneó en torno a la suya, como una sombra. Las alas de fénix de
Kathara fueron la sombra para las alas del águila blanca de Cassandra, y la Llave del
Tiempo tuvo su sombra en la Llave Menor de Adjanara... Cassandra casi pudo escuchar
la sonrisa de Javan. La Guardiana y su Sombra... Ella también sonrió.
Joya se había subido al asta de la vara de la Serpiente y la había quebrado con su
peso. El crujido fue claramente audible.
— La Vara está quebrada, — dijo el Anciano Mayor, avanzando un paso. —
Althenor no se volverá a levantar.
216
Capítulo 22.
El Clan Fara.
también varitas... Pero un rizo de cada uno de ellos bastará. Y lo único que necesitarán
es un testigo...
Con mucha suavidad, el Maestro tocó las cabezas de sus nietos, la verdadera y el
adoptivo, y los dejó caer sobre las enredadas varas de sus padres. Como era de esperar,
los cabellos se tornearon sobre la ya anudada madera.
— Y ahora, los testigos... ¡Comites Yigg de la Rama de Oro! ¡Comites Florian,
de la Rama de Cobre! Y... Bueno, ¡qué más da! ¡Escúchenme todos, maestros y
aprendices del Trígono! Desde hace cientos de años no se forma un nuevo Clan entre los
magos, en parte porque el Círculo no ha recibido más tres o cuatro peticiones, y en parte
porque las peticiones se han considerado... improcedentes. Para que una familia forme
Clan es necesario que edifique su casa en una línea de poder estable y definida. Y el
moderno Círculo exige además que sea... novedosa. Los Ancianos de las Varas no creen
que sea prudente dividir el poder más allá de lo... visible u obvio.
El silencio en el salón era completo. Cassandra vio un águila parda asomarse por
una de las ventanas de arriba, y le pareció que era Siddar. Miró hacia las puertas, y vio
asomarse la cabeza sonriente de Keryn desde los jardines. Frunció el ceño. Todos
parecían confabulados en algo.
— Pero ahora... Me complace decir que ustedes son testigos de la formación de
un nuevo Clan. ¡El Clan Fara!
Y en medio de los aplausos, tocó el nudo de varitas con su Vara de alas de fénix,
e indicó a las testigos, Gertrudis y Sylvia, que hicieran lo mismo. Las varas trenzadas se
encendieron en colores, como hacía el Cetro cada vez que reconocía a alguien. Pero aún
así no se desenredaron.
El Anciano aplaudió, divertido.
— ¡Bueno, bueno! La tradición exige que todos los testigos toquen las Varas...
Así que, muchachos, tenemos una ceremonia larga... ¡Larga vida al Clan Fara!
De uno en uno, todos los que habían estado en el comedor aquella mañana,
fueron tocando las varas unidas, y repitieron ‘¡Larga vida al Clan Fara!’. Pero solo
cuando Cassandra trajo a Keryn, que tocó las varas simplemente con su mano, y a
Siddar, al que tuvo que arrastrar casi por las plumas, las varas consintieron en separarse
y volver a la normalidad.
— Y ahora, Djavan Fara, Padre del Clan... Puedes abrir el mensaje, — dijo el
Anciano. Todavía brillaba la diversión en sus ojos, y Cassandra sospechó que él sabía
perfectamente lo que había en ese mensaje.
219
La fiesta iba a ser por la noche. Cassandra se había arreglado temprano, y había
subido mucho antes de la hora de que llegaran los invitados. Solo estaban los viejos
amigos. Pero se sorprendió al encontrar al profesor Où junto a una de las mesas.
— ¿Profesor Où? ¿Caminando entre la gente? Mi marido debe estar de veras de
muy buen humor... — dijo ella tomándole el brazo.
— Ciertamente, madame, — dijo el vampiro, dándole unas breves palmaditas en
la mano. — Pero lo cierto es que los rastreadores de los miembros del nuevo Clan
tenemos la obligación de presentarnos en público en ocasiones como éstas.
— Cassandra...
— Se lo dije.
Javan estaba justo detrás de ellos. Cassandra se volvió sin soltar el brazo de Où.
— ¿Sí, querido? — dijo con tono casual.
— ¿Ya hablamos de esto, verdad? ¿De que si te acercas a él los mato a los dos?
— Mm... No lo sé. Tal vez cien o doscientas veces. Javan, es una fiesta. Déjalo
divertirse un poco. No va a morder a nadie, ¿verdad, profesor?
— Podría jurarlo por mis colmillos.
— Où, no te extralimites...
— No, por cierto que no.
220
— Profesor, ¿no quiere conocer a nuestros niños? Creo que no conoce a Sol... a
Djarod ni a Kathy.
— Ca...
— ¿Por qué llama Sol a su hijo, profesora?
Cassandra soltó una risita coqueta.
— Ah, cosas que el tiempo traerá... Solothar Fara reunirá las Siete Torres y
abrirá un Portal tan grande y maravilloso como el mismo Trígono. Sólo espero no ser
demasiado vieja para poder verlo...
— ¿Qué estás diciendo, Cassandra?
— No, nada, mi amor... Cosas que se ven en los espejos... aquí y allá... Nada por
lo que preocuparse...
— ¿Dijiste que mi hijo, que nuestro hijo va a reunir a su voluntad las Siete
Torres? Ningún hechicero viviente puede hacer algo semejante...
— Bueno, mi cielo. Él está vivo, pero todavía no es hechicero. No lo apresures...
¿Por qué quieres saber el final de la historia antes de que se termine?
— No quiero saber el final. Quiero saber el medio. Y los detalles. ¿Qué más
viste?
— Mm... No mucho más. Solo imágenes sueltas. Pero esa era muy clara. Era tan
igual a ti, pero no eras tú... Yo sé que era él... — Y los ojos de Cassandra brillaron,
soñadores.
— Creo, si me lo permites, que es mejor no indagar demasiado en estas cosas,
— dijo Où. — Arruinarás la sorpresa.
Javan lo miró con un dejo de fastidio.
— También hay otro asunto.
— Ahá, — asintió Où, con un cierto toque de plata en sus ojos.
Javan resopló.
— Tienes derecho a una petición. Y yo estaré obligado a concedértela.
— ¿Sea lo que sea? — preguntó Cassandra. — ¿Su libertad, por ejemplo?
— Sea lo que sea.
— Pero si pido mi libertad, mi estimada señora, los exterminadores me
eliminarían rápidamente. No le tengo demasiado afecto a esta forma de vida, pero es la
suerte que el destino me ha deparado. Así es, Djavan Fara, Padre de Clan. Sé que tengo
derecho a una petición, y sé que no puedes negarme lo que te pida.
221
— Tal vez... Bueno. Lo admito. Pero su esposo jamás me hubiera concedido algo
que tuviera que ver con usted, así le costara el Clan completo.
— ¿Relacionado conmigo? No, no lo creo...
— Hm. Sí... Estaba dudando entre pedir lo que pedí o que usted me concediera
el primer vals.
— ¿Vals? Eso no tenía que pedírselo a él, sino a mí. Me encanta... Vamos. La
música va a empezar en cualquier momento...
E ignorando las protestas de Où, Cassandra atravesó tranquilamente las barreras
rojas y negras y se inclinó frente al vampiro con una reverencia de damisela, y le tendió
los brazos para empezar la danza.
— Me casé con la mujer que hizo magia antes de ser bruja, que dominó a los
Tres del Trígono, que eliminó una Maldición irrevocable, curando de paso a tres
malditos que encontró por ahí... Y la mujer que reunió a la Tropa que No Es para
eliminar a la Serpiente... Y la madre de hechicero Solothar que abrirá un portal con las
Siete Torres... ¿Por qué habría de temer por mi hija? La Madre de mi Clan es capaz de
combatir cualquier maldición.
Cassandra lo miró.
— Vamos, Cassie. No es tan desesperado como el caso de Andrei, y lo
solucionaste, lo solucionamos en un solo año. Kathryn era medio Fénix, y necesitó
ayuda para... completar la transición. Tenemos mucho tiempo para trabajar en lo de
Kathy. Y la experiencia del Anciano Mayor, aceptado por el Clan Fénix como
compañero de una Fénix... Y Kathara, que nos puede ayudar desde el bosque...
— ¿Crees que las Esporinas puedan devorar la maldición de las Fénix en Kathy?
— No lo sé. Tal vez... Pero... si no fuera así...
— ¿Qué...?
— Bueno, hay otra manera... — dijo levantándola en brazos, — ¡La podemos
apagar así!
Y sin aviso, la arrojó al agua de la fuente de jardín.
225
Capítulo 23.
Después.
Unos momentos después, estaban todos comiendo, y enseguida, sin esperar a los
helados, los tres chicos estaban de nuevo corriendo por el jardín.
— ¿Cómo puedes soportar semejante... familia? Tienes un zoológico, — dijo
Cassandra.
Alessandra sonrió.
— El peor está ahí sentado, — dijo ella señalando a su esposo. Andrei se limitó a
sonreír.
— Tú tienes suerte, — siguió ella, dirigiéndose a Javan. — Sólo tienes que
cuidar de una.
— No por mucho, — dijo él. — La carta llegó hoy.
Kathy se sobresaltó y se sonrojó.
— ¿Carta? — preguntó Alessandra.
— La que acepta a la señorita Fara como aprendiza en el Trígono.
— Guau. Mis más sinceras felicitaciones, señorita, — sonrió Andrei.
— La semana que viene iremos al Mercado del Valle, como siempre, y Kathy se
quedará unos días allá... Vendrá en el tren con la mayoría de los otros muchachos.
Alessandra levantó las cejas.
— ¿Por qué?
— Bueno... Quiero sentirme igual que los otros... —dijo Kathy.
— Excelente idea. Pero te será difícil con semejante padre... — bromeó Andrei.
— No digas insensateces. Kathy será el orgullo de la Rama de Plata y...
— Ya lo tienes todo decidido. — Ahora era Alessandra.
— Ella puede resultar de cualquier Rama, ya te lo dije. De todas, o de ninguna...
Una brujita de Fuego, como el abuelo, o de Tierra como su madre, o de Agua como tú...
No hay manera de saberlo, Clan o no Clan...
— Kathy, mi corazón, no los escuches, — dijo Alessandra. — Si quieres
mantener tu cabeza en su sitio, no les hagas caso y sé tú misma...
— Papá ha estado diciéndome qué cosas debería hacer y qué cosas nunca...
227
— ¿Tu padre? ¿El mismo que nos llevaba de cacería a otros pobres inocentes y a
mí a los laboratorios de Djarod en la Torre? — dijo Andrei.
— ¿Lo hacía, no? — azuzó Cassandra, divertida.
— Solía elegir con cuidado sus víctimas... Y cuando encontraba al candidato
adecuado... o lo encerraba con los pájaros que escupen fuego o le soltaba los sabuesos.
A propósito, Javan ¿qué fue de los mastines de Djarod?
— Están en la Puerta de Zothar... Todavía esperan a su verdadero amo.
— ¿Amo?
— Alguien con poder sobre las piedras. Con instinto para las piedras. Cuando lo
encontremos, los liberaré.
— Siempre fuiste un romántico para eso, ¿no? — susurró Cassandra. Javan se
limitó a enarcar las cejas.
— Pero sígueme instruyendo, esposo mío. ¿Qué otras cosas debe hacer un
estudiante, según la experiencia de este laureado caballero? — dijo Alessandra.
— Oh, bueno, algo que no puede faltar en la agenda de ningún buen estudiante
es... No lo sé. ¿Qué fue lo peor? ¿Colarse en el Interior sin permiso, o maldecir a aquel
profesor... Manchas?
— ¿Manchas? — preguntó Cassandra.
— Stein, — corrigió Javan, serio. — Me gané una semana de castigos por eso. Y
un mes en la enfermería por lo otro... Opptekke no me dejó salir de buena gana.
Kathy lo miró, y luego miró al sonriente Andrei.
— Tío, tienes razón. No le haré caso... Mejor sigo su ejemplo y maldigo a
alguno de los profesores... O me esmero y lo hago con algún Comites...
— Mejor quédate con un profesor. A este Comites lo cuido yo, — se rió
Cassandra acariciando la rodilla de su esposo por debajo de la mesa.
— ¡Pobres profesores de principiantes! — dijo Andrei. — ¿Estarás con Drovar,
arriba?
— No. Creo que iré abajo.
— ¿Con mamá y papá?
— No, — se rió Cassandra. — Estará con Norak. Él atenderá a los principiantes
este año.
— Sí. Ni mi hija, ni mi esposa, ni el Anciano Mayor creen que yo pueda ser
imparcial y justo.
— Oh, pobre muchacho... No confían en ti... — se burló Alessandra.
228
Los últimos cinco años habían pasado en calma. Alessandra tenía ahora tres
chicos: Andrei, Richard y Daniel, su favorito. Vivían en una casa en la frontera, la
misma que habían alquilado cuando nació Andy, y que ahora les pertenecía. Andrei
había empezado una empresa de distribución propia, y le iba bastante bien, aún sin
contar con el grueso pedido anual del Trígono.
— No es que seas mi amigo, — le decía Cassandra. — Es que tú y Miriam
siguen teniendo los mejores precios de los dos lados...
Andrei se reía y le reservaba una alfombra extra para el paquete de artefactos
forasteros que ella siempre encargaba.
Cassandra permanecía en el Trígono. Su temor de que los Tres le reclamaran la
devolución del poder prestado, ahora que ya no había más enemigos a la vista se había
ido diluyendo con el tiempo. La amenaza de que un nuevo enemigo se levantaría
parecía una nube en un horizonte demasiado lejano como para preocuparse, y Cassandra
la dejó echarse a dormir. Seguía ocupándose del entrenamiento de Viajeros, y el último
año habían celebrado un nuevo Encuentro de Viajeros en el Trígono. Esta vez, Javan
estuvo a su lado, y Ada aprovechó la tregua para permanecer hasta el mismísimo cierre.
Dijo que le había resultado sumamente disfrutable. Alessandra también estaba invitada,
pero en aquellos días estaba terminando una investigación que la requería a tiempo
completo. Andrei tampoco pudo asistir.
Y la vida había seguido su curso. Cinco años. Ahora, a la puesta de sol,
Cassandra miraba las estrellas que empezaban a salir en el cielo desde el mirador.
Andrei le tocó discretamente el hombro.
— Los chicos quieren jugar a la magia forastera de nuevo. ¿Qué es ese invento?
Cassandra sonrió.
— Algo que le enseñé a Kathy hace mucho tiempo... ¿Andrei?
— ¿Sí?
— He elegido.
— ¿Elegir? ¿Qué cosa?
Cassandra volvió a sonreír.
— Hace seis años te prometí algo. ¿Recuerdas? — Ella tocó la piedra blanca en
su collar.
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