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El trígono.

Libro 6.

NingunaParte.

Sandra Viglione.
2007
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La chica envuelta en una capa azul oscuro se deslizó fuera del castillo. El
muchacho de capa negra ya estaba esperándola. Se escurrieron juntos sigilosamente,
al abrigo de las paredes, por detrás de los invernaderos, y se metieron al bosque.
Caminaban muy juntos, tomados apretadamente de las manos. Él la ayudó a
saltar una cuneta estrecha que atravesaba el sendero. La condujo a un barranco, una
grieta en realidad, cubierta por una espesa enredadera en las profundidades del
bosque. Hiedra y madreselva ocultaban la entrada de la pequeña cueva en el fondo.
Ella dejó caer la capa, y su largo cabello rojo cayó libre, más allá de su cintura.
El muchacho se quitó la capa más lentamente. Podía sentir los ojos de ella sobre él y
eso lo ponía nervioso. Le había dicho que tenían que hablar, y ella había accedido a
salir del castillo sin decirle a su padre. Reprimió un estremecimiento. El Anciano
Mayor era un buen hombre, pero... era su padre. Se volvió para mirarla, y encontró sus
hermosos ojos de bruja fénix todavía fijos en él. Ella estaba cerca, muy cerca; y él la
abrazó y la besó. Con la cara todavía hundida en su cuello y cabello le susurró:
— Huye conmigo, Kathryn...
La sintió ponerse rígida por la sorpresa. Y el susto. Ella lo empujó, y se separó
unos pasos. Lo miró con temor en la cara.
— No... sabes que no puedo... — dijo.
Él trató de abrazarla otra vez, pero ella lo rechazó.
— Por favor, debes entenderlo... Tu padre nunca... — empezó él, pero no
terminó. — Debemos huir y escondernos... al menos por un tiempo...
— No dejaré a mi padre, Javan, — dijo ella.
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Él hizo un gesto de impaciencia. Había preparado la partida para esa misma


noche. No podía arriesgar que el Amo se enterara que él huía con la hija del Anciano
Mayor del Trígono. Ella ni siquiera sabía de su relación con el Amo. Sólo pensó que
podría ocultárselo... hasta que todo estuviera solucionado. Hasta que Adjanara lo
solucionara todo. Miró involuntariamente a la comida empaquetada, y las ropas, y las
escobas en el rincón. Ella siguió su mirada.
— Lo tenías todo preparado, — observó ella. Él solía hacerlo así. Tomaba las
decisiones sin consultar, y sin explicar nada a nadie. Le dio la espalda. Él se acercó y
la abrazó muy fuerte, besándola en el cuello y tragándose la angustia y las lágrimas.
— Te amo... — susurró. — Y sólo quiero estar contigo...
Ella se volvió y lo besó. También lo amaba. Cayeron sobre las bolsas de dormir.
Así había sido... más de veinte años atrás.
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Capítulo 1.
Juego de luces.

El sueño y el recuerdo se fundieron en un despertar lento. La mujer que lo


abrazaba era otra mujer, y la tibieza que sentía era de Cassandra a su derecha y Kathy a
su izquierda. Y se dio cuenta de cuánto las amaba a las dos. El sol empezó a levantarse,
tiñendo el cabello de Cassandra de rojo. Se lo acarició, y le besó la frente. Ella no había
sido la primera, así como él no había sido el primero para ella tampoco. A veces sentía
unos celos vagos al respecto, como en la boda de Andrei, cuando conoció a sus viejos
amigos... Pero el recuerdo de Kathryn le hacía sentir culpable ahora, y descartó los dos
pensamientos en un mismo gesto imaginario.

Kathryn no había querido huir con él, y le pidió un par de años para terminar
en el Trígono. Él aceptó... a pesar de la vaga sensación de que ella nunca se marcharía
de allí. Mientras tanto, tanto como podía con solo dieciocho años, encontró un lugar
oculto, y preparó un escondite. Cuando regresó, ella había sido secuestrada. Y la
perdió para siempre...
Por mucho tiempo, realmente mucho tiempo, no quiso a otra mujer en su vida.
Había tenido algunas relaciones, que empezaron y terminaron sin dejarle ningún
recuerdo... a nadie. Él se había ocupado de eso. Hasta que Cassandra llegó al Trígono.
Y Javan no pudo evitar sonreírse ante el recuerdo.
Siendo forastera, se hizo pasar por bruja. Luego, siendo bruja, se hizo pasar
por forastera. Luego de eso, ella fue las dos cosas; una bruja y una forastera. Él se
había sentido muy confundido respecto a ella. Al principio, sospechaba: podía darse
cuenta de que algo en ella no encajaba. Y el Anciano le pidió que la vigilara. Pero él
mismo empezó a mirar a Cassandra con la misma expresión que guardaba para su hija.
Ahora, casi seis años más tarde, Javan se dio cuenta que el Anciano jamás le había
pedido a nadie más que cuidara de Cassandra. A ninguno de los otros Comites. Y
tampoco a Andrei... o siquiera a Siddar. Sólo a él... ¡Ese viejo! Ese viejo tenía una
percepción que ningún otro mago tenía.
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Y entonces, una noche... Una noche cualquiera. Cassandra contó una historia
que desgarró su corazón. Ella había descubierto el secreto de Kathryn, y había
despertado el viejo dolor en él. Ella no lo había dicho todo, y él tenía que saber qué
más sabía, qué más ocultaba. La espió por el espejo hasta que ella estuvo sola. Y llamó
a su puerta.
Ella abrió la puerta vestida tan sólo con un camisón blanco. El fuego en la
estufa detrás de ella lanzaba sombras extrañas, insinuantes.
— ¿Si? — dijo ella medio dormida. Y él perdió el control. Como aquella lejana
vez con Kathryn. Avanzó hacia ella y cayó con ella en la cama, besándola,
acariciándola, toda noción del mundo borrada de su mente. Ella había respondido en
silencio. Lo había acariciado, lo había besado, pero no dijo una sola palabra. En la
mañana, él le dio una poción para olvidar. Se había sentido avergonzado.
Pero ella estaba demasiado cerca. Sus ojos, diferentes y a la vez tan parecidos a
los de Kathryn, en sus cambiantes expresiones, ya que no en su color. Su cabello
castaño que el sol de la tarde teñía de rojo. Y esa manera tan infantil de comportarse.
Era tan diferente y a la vez tan parecida a Kathryn. Menos noble e inalcanzable, y más
cercana a su vida cotidiana.
Y la segunda vez llegó pronto. Menos de un mes después. Ella soñaba su propia
pesadilla. Pero él ya sabía eso. Ya sabía lo de sus manos, ya sabía lo de su llamado
como Guardiana... Ella seguía creyendo que se lo podía ocultar. La siguió cuando ella
fue hacia los corredores de la Rama de Oro. Ella no podía saber... No, no podía, nadie
la había llevado allí antes. Pero él también sentía la voz, aunque no lo llamara a él. La
esperó afuera de la Puerta de Arthuz, cuando Ara terminó con ella. La esperó, porque
quería saber qué tenía que decirle el fénix.
La tocó para llamar su atención, pero ella traía un torbellino de poder a su
alrededor. Las corrientes de magia lo envolvieron y lo arrastraron, y volvió a perder la
cabeza. Su perfume, su calor, su forma, su piel... Y toda esa magia vibrando a su
alrededor, cantando hasta enloquecerlo. No... no enloquecerlo. Hasta hacer que su
propio poder vibrara con el de ella.
A través del torbellino que inundaba su mente, sintió que ella lo llamaba. Se
estremeció, y la miró sorprendido. Ella lo llamó otra vez, y trató de besarlo, antes de
que el caudal de magia le hiciera perder el sentido. De alguna forma ella lo sabía,
pensó él en ese momento. Pero no se atrevió a cambiar la manera que las cosas eran.
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Por un año o algo así, siguió ocultándole cómo se sentía cuando la tocaba, o
cuando ella se acercaba y le sonreía... Hasta que llegó el momento en que ya no quiso
seguir dándole poción para olvidar. Para ese momento, ella ya había desgarrado todos
los velos, y había hurgado en todos sus secretos. Para ese momento, su calor a su lado,
y la curva de sus caderas, y la dulzura de sus labios eran parte de sus noches. Para ese
tiempo, él sabía que la amaba sin remedio.
¿Y ella? Un verano tuvo que pasar, y ella tuvo que ser secuestrada y rescatada
antes de que él pudiera saber con certeza que ella también lo amaba. Yhero-niro té,
recordó.
— Yhero-niro té, — susurró como respuesta.
Ella sonrió en sueños.

Besos, profundos y apasionados la despertaron. Ella estaba sobre su esposo.


Abrió los ojos, y se separó un poco para respirar.
— ¿Dónde está Kathy? — susurró.
— Durmiendo, — dijo él muy bajo, y besándola otra vez.
La nube era espesa, y Cassandra no podía ver muy lejos.
— ¿Quién conduce la alfombra?
— La nube nos cubre. No necesita ser conducida. Además estamos sobre el
océano, nadie nos verá... — dijo él con calma. Y trató de besarla otra vez.
— Alto, — protestó ella. — Kathy podría despertarse.
Él le acarició la cara con suavidad.
— No lo hará. Vamos, C’ssie...
— Por favor, compórtate... — Ella trató de rodar a un lado, pero Javan no se lo
permitió.
— No hagas eso, — advirtió.
— ¿Por qué? — Ella se soltó y se hizo a un lado. Y lo que vio la heló. Abrió la
boca horrorizada.
Él la miró con algo de fastidio mezclado con resignación. Ella jamás hacía caso.
Jamás lo haría. Y ahora, miraba espantada lo que él había tratado de evitarle. Estaban
volando al revés, sobre la parte de abajo de la alfombra. Ella podía ver el océano encima
suyo, y la alfombra abajo, en un mundo puesto de cabeza.
— Te lo dije, — le dijo él, rodando sobre ella. Ella escondió la cara en su
hombro y cuello.
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— ¡Ey! No me pellizques. Te estoy sosteniendo... — dijo, reprimiendo una


sonrisa. Sí, ella jamás obedecía, pero eso era una de las cosas que más le gustaban de
ella.
— Sí, pero ¿qué te sostiene a ti? — gruñó ella.
Él se burló suavemente.
— Un hechizo de gravedad inversa, ¡forastera! Cierra los ojos. Te llevaré a la
parte de arriba...
Todavía escondiendo la cara, se aferró a Javan y lo dejó hacerla rodar hasta el
borde de la alfombra y zambullirse afuera. Cayeron del otro lado. Cassandra abrió los
ojos, y miró el cielo y las nubes con alivio.
— No lo vuelvas a hacer, — protestó.
Él le echó una mirada medio burlona. ¿Hacerlo otra vez? No me tientes, pensó.
Sacudió la cabeza y se inclinó a besarla otra vez.

Era una playa de arenas doradas y aguas azules. Cassandra le había pedido
aterrizar cuando Kathy se cansó del viaje. Una alfombra voladora podía ser más cómoda
que una escoba, pero aún así un vuelo de medio mundo hasta Australia... Él mismo se
sentía cansado y acalambrado. De manera que concedió la parada... después de una
discreta discusión.
Habían partido hacia Australia primero en tren, como cualquier familia forastera,
y luego en alfombra. Cassandra quería que Kathy recuperara la parte forastera de su
vida, y si fuera posible, que no la olvidara jamás. Javan protestó diciendo que podrían
haber usado la Caja de Dherok, pero Cassandra no quiso saber nada. Él dijo que podrían
simplemente aparecerse allá, pero Cassandra le puso el grito en el cielo. ¡Cómo iban a
perderse de todo el viaje! ¿Y todo lo que había para ver en el camino? ¿Y todo lo que
podrían divertirse volando en una alfombra? Javan suponía que en realidad el escándalo
venía del hecho que ella no sabía aparecer y desaparecer, y le daba un poco de miedo.
Así que se resignó a soportar la travesía. Le pidió a Ada que se ocupara del equipaje,
redujo la alfombra negra y dorada al tamaño de un pañuelo, y subieron al tren.
La costa los esperaba con vientos suaves y nubes algodonosas. Recién en ese
momento, Cassandra le permitió sacar la alfombra. Si hubiera sido por ella, hubieran
viajado en un avión forastero. Pero él se las arregló para que no hubieran lugares
disponibles en ninguno de los vuelos directos. Y Cassandra se resignó a tomar su vuelo
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privado. Javan sacó la alfombra, amontonó unos cuantos almohadones encima, y


materializó unas mantas para abrigarse. Y despegó con una amplia sonrisa en los labios.
La sonrisa se había ido apagando al pasar las horas. Kathy se había quedado
quieta solo la primera hora. Y Cassandra las primeras tres. Luego empezaron a
aburrirse. Pensó en dormirlas con alguna poción, pero desistió. Estaban de vacaciones.
Cuando sus niñas se ponían demasiado fastidiosas, buscaba una isla, y las dejaba
descender. Demorarían el doble, pero... Todo sea por la paz mental.
El viaje no había sido tan cansador, después de todo; pero lo que él quería ahora,
pensó, descansando la cabeza en la hamaca y escuchando las risas de Cassandra y de
Kathy allá en el agua, era una buena noche a solas con su esposa. Pensando en eso se
quedó dormido.

El brazo de ella sobre su pecho, y su traje de baño húmedo lo despertaron. La


miró. Se había tendido a su lado en la hamaca. Le acarició el brazo, aspirando el olor a
océano que ella traía en la piel, y la besó suavemente antes de preguntar a media voz.
— ¿Dónde está Kathy?
— Durmiendo, — susurró ella. — Se cansó del agua.
Él se levantó sobre un codo para ver a Kathy dormida sobre la alfombra, todavía
en traje de baño, en un rincón del refugio que habían montado en la isla. La hamaca se
sacudió peligrosamente y Cassandra lo pellizcó.
— Quédate quieto. Nos vamos a caer... — protestó.
— Las fuerzas de gravedad son todo un problema para ti, — se rió él, pero la
atrajo más cerca. Ella lo acarició por debajo de la camisa y le besó el mentón.
— ¿Quieres ir al agua? — le dijo en voz baja un rato después.
— Mm... No. Estoy pensando...
— ¿Pensando? Estamos de vacaciones...
Él sonrió.
— Recordaba nuestra primera vez...
— ¿Cuando casi me congelo por culpa de un puñado de horrores de agua? — Y
ella sonrió.
— No. Antes. — La sonrisa de Cassandra se ensanchó.
— Esa maldita poción... — suspiró.
— Pero conservas el botón... Dime, Cassandra... ¿Cuándo supiste lo de Mano
Derecha y Traidor?
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Cassandra lo miró pensativa un rato.


— Las esporinas me contaron algo acerca de un traidor redimido antes de llegar
al Trígono la primera vez. No sabía quién era... Luego le robé las varitas a los Tres...
para la Serpiente... Althenor no me dijo nada aquella vez, pero yo sabía que te odiaba y
que iba a matarte. El Maestro habló conmigo después que todo había pasado...
— ¿El Anciano Mayor te dijo que yo había sido uno de ellos? ¿Desde el
principio?
— Casi... Él dijo algo, aquella vez... Algo que no entendí entonces. Dijo que la
historia siempre se repite, pero que hay muy pocas ocasiones en que los hombres se dan
cuenta y son capaces de cambiarla...
Javan se limitó a sonreír. Ese viejo... Es viejo maravilloso había estado
protegiéndolos desde el comienzo...
— Si lo sabías ¿por qué te enamoraste de mí?
Ella cerró los ojos, sonrió y lo besó. No dijo nada.
— ¿Por qué? — insistió.
— ¿No lo sabes? — sonrió ella. Parecía un poco avergonzada, y le dedicó una
sonrisa tímida.
— No. ¿Por qué?
Ella respondió en un susurro suave.
— Bueno... Tu fuerza, tu inteligencia... Tu manera de ir haciendo tus propias
reglas... Tu poder... La manera como... dominas las cosas, las circunstancias...
— No harías mal papel en la Rama de Plata, — observó él, divertido.
— No. Pero yo no quiero tomar el poder, ni conservarlo para mí, que es a lo que
aspira Zothar... Yo solo lo obtengo para repartirlo... — Ella hizo una pausa, y luego
agregó: — Y luego me enamoré de la luz en tus ojos, tu perfume y ese temblor en tus
dedos cada vez que me tocas...
— Yo nunca temblé...
Ella lo miró con los ojos bien abiertos ahora.
— Sí, lo hiciste. En el tren, aquella vez que fuimos a la reunión...
— No, yo...
— Sí, lo hiciste, —dijo ella.
Él sonrió a medias y dijo:
— Vamos al agua ahora...
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Estaban volando otra vez. Cassandra yacía con las manos bajo la cabeza,
mirando las estrellas que empezaban a aparecer en el cielo. Kathy y Javan apoyaban las
cabezas sobre su vientre, y ella estaba demasiado cómoda como para sacarlos.
Habían estado jugando bajo la alfombra, otra vez con un hechizo de gravedad
inversa, y Cassandra los observaba desde la parte de arriba, la cabeza colgando por el
borde de la alfombra. Los miraba con cierto temor. Y en cierto momento, Kathy y Javan
tiraron de ella hacia abajo. Como había pasado en la mañana, ella se paralizó de terror.
Javan tuvo que subirla de nuevo a la parte de arriba y preparar un té para tranquilizarla.
— Mamá ¿qué pasa? — preguntó Kathy. Había empezado a llamarla mamá el
invierno anterior.
— Vértigo, — contestó Cassandra. Todavía temblaba. Javan la rodeó con un
brazo.
— Pero vuelas tan bien cuando eres el águila blanca... Y cuando eres viento...
— Sí. Pero vuelo muy mal cuando no tengo alas. No me gustan las alturas.
Kathy sacudió la cabeza. No veía la diferencia. De todas maneras, se sentó junto
a Cassandra y la abrazó. Cassandra sonrió y se dejó mimar un largo rato.

Ahora el viaje estaba por terminar. Las luces de la ciudad brillaban en la costa,
abajo. Cassandra suspiró.
— ¿Qué pasa? ¿No quieres que el vuelo se acabe? — preguntó Javan.
— Estoy cansada, — sonrió ella, acariciándole el cabello.
— Yo también, — dijo Kathy. Cassandra estiró la otra mano y le acarició la
frente a ella también.
— ¿Cómo encontraremos el hotel desde aquí arriba?
— Fácil, — dijo Javan enderezándose. — Dame tu varita.
Cassandra se la dio, y él lanzó un largo chorro de chispas rojas y blancas al aire.
— ¡Ey! ¿Qué van a decir los forasteros de allá abajo?
— Hoy hay un espectáculo de fuegos artificiales. ¿No lo sabías? — se rió él.
Observando cuidadosamente la ciudad, vieron como un faro, un largo destello de
chispas en verde y plata. Y los fuegos artificiales que empezaron a estallar a su
alrededor. Envueltos en colores y humo de pólvora, empezaron a descender, y
finalmente bajaron en una terraza. Al fin habían llegado a Australia.
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Capítulo 2.
La recepción.

— ¡Ah! — suspiró Cassandra. — Amo este cielo, estas estrellas...

Ada Fara había reservado tres habitaciones en suite para ellos cuatro. Y había
seleccionado un hotel con piscina climatizada, pensando especialmente en Kathy. No
podían llegar y saltarse toda la parte forastera de los trámites. Además, cruzar la frontera
mágica requería casi tanto papeleo como atravesar las fronteras políticas.
— Creía que el mundo mágico era uno solo, — había dicho Cassandra, algo
desconcertada. Javan la miró con una sonrisa.
— Pues... Razonando de ese modo, yo creía que el mundo era uno solo, — dijo
Javan, divertido. — Vamos de visita a otro país. Necesitamos pasaportes... de los dos
lados.
Y moviendo la varita de Cassandra, hizo aparecer unos mensajes instantáneos
azules. Le tendió uno de los pájaros a Cassandra.
— Toma, llena el tuyo.
— ¿Qué es?
— Tu solicitud... Necesitas una para salir y otra para entrar... Cuando aprueben
la salida, vendrá el formulario para solicitar la entrada. Verde.
— ¿Quién revisa las solicitudes?
— El Círculo... Creo que tu amigo el Alcalde se ocupa de los casos complicados
ahora. Lo... castigaron.
— ¿Lo degradaron, quieres decir?
Javan se limitó a encogerse de hombros. Ella tenía razón, Neffiro, el Alcalde del
Valle, era un incompetente. Pero había sido el Alcalde por demasiado tiempo. La gente
lo quería. Incluso confiaban en él. Si se limitara a las apariciones públicas, como el
Círculo quería, no tendrían más problemas. Cassandra miró dudosa el formulario azul.
— Si Neffiro tiene que aprobar mi solicitud, creo que llegará con una nota de ‘Y
no regrese.’ ¿No te parece?
Javan soltó la carcajada.
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Las otras suites del ala estaban vacías. Kathy dijo ‘Qué suerte, tendremos la
piscina para nosotros solos.’ Cassandra pensó que era extraño. Y luego cayó en la cuenta
de que estaban en baja temporada. Coreó a Kathy, y también dijo ‘Qué suerte...’
Habían llegado al hotel por la noche. Kathy se fue derecho a la cama después de
cenar, pero Cassandra quiso un baño de burbujas primero. Luego esperaron a la gente
del lado mágico casi hasta la medianoche, pero ellos no llegaron. Al fin se fueron a
dormir.
La siguiente mañana, Cassandra se levantó tarde. Dormir en una cama, después
de tres días de alfombra... era un placer. Resistió la tentación de hacer una guerra de
almohadas con Kathy, y se limitó a ponerse el traje de baño y una bata. Habían hablado
de pasar la mañana en la piscina.
Encontró a Javan, también en bata, hablando con un par de magos. Miró a
Cassandra cuando ella entró.
— Cassandra, ellos vienen del otro lado. Ella es mi esposa.
Uno de los magos, revisaba los papeles azules y los sellaba. Con un toque de
varita, los formularios se transformaron en pájaros de papel y desaparecieron. Unos
segundos después, regresaban como pájaros de papel verde.
— Todo está en orden, — dijo. — ¿Puedo preguntar qué los trae a nuestro país?
¿Negocios, tal vez?
Javan frunció los labios. El ornitorrinco azul... Fue Cassandra la que contestó.
— Vacaciones. Luna de miel atrasada, — dijo con una sonrisa fría. El mago
enrojeció un poco, pero la miró frunciendo un poco el ceño. El otro dijo:
— Bienvenidos, entonces. Les deseamos una feliz estadía. Mientras tanto... Hay
una recepción de su Embajada. Esta noche en este mismo hotel... Ustedes están
invitados, por supuesto.
— ¿Nosotros? — Cassandra bajó la guardia, realmente asombrada. — ¿A una
recepción de la Embajada? ¿Por qué?
— Su Embajada siempre invita a todos los magos de la ciudad, —explicó el
mago con un ligero encogimiento de hombros. — Es la tradición en esta época...
— Estaremos ahí. Gracias, — dijo Javan.
— ¿Una recepción? ¿Nosotros? — repitió Cassandra cuando estuvieron solos.
Él se encogió de hombros.
— Adjanara es muy importante del otro lado... — murmuró. Pero una arruga
permaneció en su frente.
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Cassandra, Ada y Kathy salieron de compras aquella tarde. Kathy eligió un


vestido forastero para Cassandra para la noche, pero sin importar cuánto lo intentaron,
no lograron encontrar las tiendas de productos mágicos, el Mercado australiano, o
cualquier otro lugar de magos. Ni siquiera algo que se pareciera al Círculo.
— Es la tercera vez que nos traes a esta esquina, Cassandra... — observó Ada en
cierto momento. — Y no veo ninguna entrada.
Kathy también miraba alrededor con impaciencia. Cassandra estaba confundida.
— Siento como si estuviéramos muy cerca, — dijo. — Pero tampoco puedo
encontrar la entrada.
— Te dije que yo tampoco las pude hallar... Y tengo tres días de buscarlas,
además de algo más de experiencia, — dijo Ada.
Cassandra se sonrojó. A veces se olvidaba de que Adjanara era una de las
hechiceras más poderosas de la región del Trígono, y tal vez también del mundo. Pero
Ada la miraba con una sonrisa.
— ¿Por qué no le preguntamos a alguien? — dijo Kathy.
Ada y Cassandra cruzaron una mirada. Kathy había sido criada como forastera
hasta hacía apenas tres años atrás. No conocía los encantamientos que ocultaban y
protegían los sitios mágicos. Cassandra se inclinó y dijo en voz baja:
— Porque solo vemos forasteros, y no podemos preguntarles a ellos...
Kathy la miró y frunció un poco el ceño.
— ¿Y a ese hombre de allá? Hace rato que nos mira...
Ada y Cassandra se volvieron al unísono hacia donde la niña apuntaba. La
esquina estaba vacía.
— ¿A quién, corazón?
— Ah... — Kathy parecía desilusionada. — Ya no está... Parecía tan simpático,
con ese dorfin rosa en el hombro.
— ¿Un hombre con un dorfin? ¿En plena calle forastera?
— Debes habértelo imaginado, Kathy... — dijo Ada. Pero las dos mujeres
fruncían el ceño. La entrada estaba cerca, pero se las estaban ocultando, eso era obvio.
Los paquetes se hacían pesados, y se acercaba la hora del té. De común acuerdo,
Ada y Cassandra llevaron a Kathy de regreso al hotel.
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Ada Fara había llegado a la ciudad tres días antes que ellos. Los magos de la
aduana chequearon sus documentos y aprobaron su estadía. Le dejaron un folleto de
normas del país, que Javan estaba leyendo en el sillón del living cuando ellas volvieron.
Las miró con curiosidad.
— Pensé que iban a tardarse dos o tres horas más... — dijo.
Cassandra sacudió la cabeza.
— No encontramos las entradas. Ninguna de ellas, — explicó Ada. — ¿Y tú?
Creí que ibas a ir a la Thekkel.
— ¿La Thekkel? ¿Qué es eso?
— La biblioteca local. En realidad tiene un nombre mucho más largo, pero le
dicen así. Thekkel fue el que logró abrir las puertas cuando los oscuros las sellaron...
— ¿Ibas a invertir las vacaciones en una miserable biblioteca?
— ¿Miserable? Es la mayor biblioteca del hemisferio sur... Comparable a la de
Abajo, pero mucho más accesible.
Cassandra renunció a la discusión. Se sentó junto a él y preguntó en cambio:
— ¿Qué querías de la biblioteca?
— Información... sobre nuestro animalito.
— Ah, el orni...
— No lo menciones, — advirtió él. — En este folleto dice que su cacería está
prohibida. Mortalmente prohibida.
— ¿Y por qué no estás allí, en la Thekkel? — preguntó Ada.
— Tampoco pude encontrarla, — dijo él, mirando a su madre a los ojos. Ella
sacudió la cabeza.
— Es raro, ¿no? — preguntó Cassandra. — ¿Les parece que sea una conspi...?
Y Kathy interrumpió desde el balcón:
— Mamá, ¿vamos a la piscina?
La expresión de Cassandra cambió de pronto. Las conspiraciones, las sospechas
y las amenazas podrían esperar hasta después.
— Claro que sí. Para eso vinimos, ¿no? — dijo.

Eran las siete y media ahora, y Cassandra y Javan estaban sentados en los
escalones de la piscina, mirando las estrellas sobre ellos.
— Amo estas estrellas, — decía Cassandra.
— No conozco ninguna. Y son demasiadas, — dijo Javan.
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— Vamos, es hermoso. Allá está la Cruz del Sur...


— ¿Dónde?
— Por allá. Mírala, — dijo ella.
— No la veo, — protestó él de nuevo. Ella lo miró y entonces se dio cuenta de lo
que él quería. Se acercó mucho, y se sentó entre sus piernas, recostándose en su pecho y
envolviéndose con sus brazos. Le tomó el brazo, le extendió el dedo y señaló las
estrellas.
— Por allá. ¿La ves? — Él la besó. — ¡Ey! ¿Te importaría atender a la
constelación?
— Ahá, —hizo él, y siguió besándola. Ella se hundió un poco más en el agua y
él se salpicó la cara. La tomó por la cintura, y tiró de ella para levantarla. Ella se rió en
voz alta.
— ¡Sh! — dijo él de repente.
El sonido de unas voces venía rodeando el seto que bordeaba la piscina. Un
hombre y una mujer se acercaban, conversando entre ellos en voz baja. Cassandra
incluso escuchó una risa contenida antes de poder verlos.
— Oh, lo siento. Nos dijeron que podíamos usar la piscina a cualquier hora... —
dijo el hombre. Tenía una voz agradable.
Javan sostuvo a Cassandra más fuerte, y ella lo miró por sobre el hombro. Tenía
una expresión extraña en la cara ahora; tensa, llena de sospecha.
— Sí. Las suites tienen derecho a la piscina las veinticuatro horas. Pónganse
cómodos, — dijo Cassandra. Luego agregó: — Creímos que éramos los únicos...
— Llegamos hoy, — dijo la mujer. — ¿Y ustedes?
Javan se movió de nuevo, incómodo.
— Ayer. — Cassandra no le prestó atención. Él siempre se comportaba así en
presencia de extraños. — Estamos de vacaciones. ¿Y ustedes?
— Viaje de negocios. ¿De dónde son?
Cassandra dudó un segundo. No tenía sentido decir que venían del Trígono. Así
que mencionó la ciudad más cercana que se le ocurrió: la de su casa en la frontera.
— Ah. Nosotros somos de aquí. Tenemos una casa en Melbourne... y un rancho
cerca de Stuart, — dijo la mujer. — Pero él vivió cerca de allá.
— Oh, bueno... No demasiado cerca. Y además fue hace mucho tiempo...
Hubo una pausa. El hombre susurró un débil ‘Disculpen,’ y se lanzó a hacer un
par de largos. Nadaba muy bien. Cassandra lo observó con interés.
16

— Cassandra, se hace tarde, — susurró Javan.


— Oh, por favor. Sólo cinco minutos... — rogó ella.
La mujer se volvió a ellos.
— ¿Tarde para qué? — preguntó. Ellos hacían muchas preguntas.
—Una recepción. Supongo que tiene que ver con nuestro trabajo... — dijo
Cassandra vagamente.
— ¿En qué trabajan? — preguntó ella.
— Eh... Investigación, enseñanza... Mi esposo se especializa en... productos
naturales.
— ¿Productos naturales? — repitió la mujer, extrañada.
— Sí. Extractos vegetales, decocciones, medicina natural... Yo soy química.
El brazo de Javan la estaba sofocando ahora.
— ¡Por favor! — protestó ella, volviendo la cabeza.
— Vamos ahora. Querrás una ducha y yo no quiero llegar tarde, — dijo él con
brusquedad. — Buenas noches.
— Buenas noches, — dijo la mujer mirándolos alejarse.
Cassandra no pudo decir nada porque Javan se la llevó muy rápido. Ni siquiera
había tenido oportunidad de preguntarles sus nombres.

— ¿Por qué hiciste eso? — la rezongó él. Parecía nervioso.


— ¿Hacer qué? Ella me preguntó y yo le contesté. Sólo charlamos... ¿Qué te
pasa? Son sólo forasteros, — dijo Cassandra.
— No lo sé. ¿Viste sus anillos?
— ¿Anillos? — Cassandra no los había visto.
— Los dos usaban anillos de plata con una gran gema verde. Creo que he visto
esos anillos en alguna parte, pero no recuerdo dónde...
— ¿Crees que no eran forasteros? Parecían tan normales...
Javan suspiró. Realmente no lo sabía.
— ¿Normales? ¿Te pareció normal que una desconocida te interrogara de esa
manera?
Ella sacudió la cabeza.
— La gente es diferente en otros países, Javan, — protestó débilmente. — Hay
personas curiosas, abiertas... No todo son conspiraciones y secretos...
— Ya lo veremos, — dijo él, de mal humor.
17

— Sí, — gruñó ella. — Pero estarás nervioso y preocupado hasta que lo


sepamos.
Él presionó su brazo contra su cintura. Ella no dijo nada más.

Cassandra se quedó bajo el chorro de agua caliente. El baño estaba lleno de


vapor. El mejor lugar para dejar de pensar y relajarse, pensó.
— ¡Auch!
Algo la pinchó en el dedo. Se miró la mano. Su anillo de bodas. Dos serpientes,
una plateada y otra verde, entrelazadas y sosteniendo un corazón de diamante blanco.
Quizá uno de los alambres se había soltado del engarce. No le prestó mucha atención y
se lo sacó. Y cuando estaba a punto de dejarlo sobre la pileta, se encontró con Javan. Se
había metido sigilosamente en el baño, y la miraba con esa expresión expectante de
tarde por las noches. Traía una esponja grande y áspera.
— No necesito que me frotes la espalda, — dijo ella, sonriendo y escondiéndose
tras la mampara.
— Tu quizá no, pero yo sí, — gruñó él, siguiéndola bajo el agua.

Kathy se había quedado mirando televisión con su abuela. En cierto momento,


levantó la cabeza y se quedó mirando la puerta cerrada del baño con el ceño fruncido.
— ¿Qué pasa, Kathy? — le preguntó Ada.
— Creí ver una luz... — La nena se encogió de hombros y siguió mirando la
tele.

Una hora más tarde, Javan salía del cuarto a medio vestir, la camisa todavía
fuera de los pantalones, y luciendo bastante alterado. Ada lo miró cuando levantó el
teléfono.
— ¿Qué pasa, querido? — dijo, levantándose y acercándose. Él tenía una
expresión rara, sombría, preocupada. Volvió a bajar el tubo.
— Cassandra... Se desmayó hace un momento. Me pregunto si no deberíamos
cancelar la reunión...
— ¿¡Cancelarla?! ¿Estás loco? —Cassandra había salido del cuarto ya vestida.
— Nunca he estado en una recepción de una embajada... Y no me la voy a perder.
— ¿Estás bien?
18

— Por supuesto. ¿Qué te pasa? Te dije que no era nada. Sólo me mareé... —dijo
ella acercándose. Él la observó cuidadosamente. Ella le sonrió.
— No entiendo, — dijo, bajando la voz y hablando en su oído, — cómo un brujo
feo y sin vara como tú puede lucir tan bien en traje de forastero.
Y empezó a meterle la camisa en los pantalones. Él sonrió.
— ¿Estás segura...?
— Pregúntalo de nuevo y tendrás que irte solo, porque yo no te voy a esperar, —
dijo ella. — Ve a buscar tu saco, y mi anillo. Está en el baño...
Javan le lanzó otra mirada antes de salir del cuarto.
— ¿Ma? — Kathy la llamó con suavidad. Ada las miró, sonrió y se retiró a su
habitación.
Cassandra se sentó junto a la niña, mientras se recogía el cabello en un moño
con una orquídea azul oscuro de su rama de metamórfica.
— ¿Sí, corazón? — le contestó en el mismo tono.
— ¿Viste la luz?
Cassandra miró a la niña, que mantenía la mirada en la televisión. El vínculo con
que Kathryn las había unido había dejado un residuo, una esencia que las mantenía
ligadas. Sí, había visto la luz. Una sensación de luz, en realidad. No había sido algo
visible. Pero en el preciso momento en que ella y Javan... Nunca le había pasado antes.
Esta vez había sido diferente. Y ella había perdido el sentido... por uno o dos minutos.
Javan se había asustado, y la había llevado a la habitación, envuelta en las toallas.
Quería llamar a su madre, pero Cassandra no se lo permitió. Te necesito a ti, no a tu
madre, le dijo. Él la abrazó unos momentos, y de alguna manera ella lo había sabido.
Ahora solo el tiempo podría confirmar lo que ella ya daba por cierto.
Ahora, Kathy la miró con sus dulces ojos castaños, y susurró:
— ¿Voy a tener un hermano pronto?
Cassandra sonrió y se inclinó para susurrarle muy suavemente:
— Sí. Pero no le digas a tu padre hasta que estemos seguras.
La nena asintió y se volvió otra vez a la tele. Una sonrisa misteriosa flotaba
ahora en su carita.

Ahora estaban en el ascensor. Solos.


— Lindo vestido, — dijo él, sólo por decir algo. Todavía se sentía preocupado.
19

Cassandra sonrió. El vestido era negro y azul, con unas hojas bordadas en plata
en el escote. Se había puesto los pendientes de fuego, brillando en plata esta noche, y el
collar con la Llave del Tiempo. No quería usar el collar de la Guardiana fuera del
Trígono, y por una vez, el cierre había cedido a su deseo de quitárselo.
— Kathy lo eligió. Me pregunto de dónde ha sacado un gusto tan refinado. No
de ti, eso es seguro...
Ella sonó tan traviesa como solía. Él torció la boca y se aproximó.
— Mm, no lo sé. Tampoco de ti. No llevas un abrigo que haga juego, — dijo,
tomándola por la cintura y atrayéndola hacia sí. Ella se rió por lo bajo. Lo sintió mover
la punta de los dedos y susurrar algo, y cuando la dejó ir, estaba envuelta en una
hermosa estola de piel blanca. La acarició con la punta de los dedos, y la orquídea en su
cabello se volvió blanca también.
— Mm. tendré que morderme la lengua, — dijo sonriendo. Pero Javan notó un
ligero gesto de dolor, y que ella giraba su anillo de un lado al otro. Le preguntó por qué.
— Me pincha. Debe ser algún alambre que se soltó, o algo así...
Él estaba a punto de pedirle que se lo mostrara cuando el ascensor se detuvo.
— Bueno, aquí estamos... — dijo ella, nerviosa. Él sonrió. Hacía dos minutos
era la persona más audaz del mundo, y ahora parecía una niña con ganas de esconderse
detrás de sus pantalones. La tomó del brazo y entraron al salón.

Un mago en la puerta tomó sus abrigos. Cassandra dejó caer la estola con un
elegante y descuidado movimiento de los hombros, y la orquídea en su cabello volvió a
ser azul como su vestido. Javan la observaba divertido. Esta era una Cassandra Troy
desconocida. ¿Cómo podía saber o intuir esta clase de cosas? Muy pocas brujas o
hechiceras eran tan cuidadosas en su presentación pública. Tal vez las damas del Hafno,
y algunas otras de la misma elite. Tal vez Adjanara se lo había indicado, pero la manera
que Cassandra se comportaba era... completamente natural. Como la expresión de susto
en el fondo de sus ojos, y la curiosidad que la cubría. Sonriendo, le ofreció el brazo para
entrar al salón.
El salón de recepciones del hotel era de una elegancia no del todo inesperada.
Sin embargo, lo que impresionaba era la calidez que irradiaba este salón. Cassandra
había esperado una elegancia fría y distante, y casi había esperado sentirse totalmente
fuera de lugar e incómoda. Pero el lugar era agradable, y los magos que ya esperaban en
el salón se saludaban unos a otros con bastante familiaridad. Un suave murmullo
20

llenaba la habitación, y para su tranquilidad, nadie les prestó demasiada atención cuando
entraron.
Cassandra y Javan se deslizaron por uno de los lados hasta un rincón desde el
que podían ver la gente. No conocían a nadie aquí.
— No desentonamos demasiado, — dijo Cassandra, señalando discretamente un
grupo en trajes forasteros.
— Deben ser Viajeros, — supuso Javan. — ¿Y ahora qué?
Cassandra se encogió de hombros. No había música, así que no podían bailar.
Era demasiado temprano para acercarse a la mesa de los bocadillos. Y no conocían a
nadie que los presentara. Lo miró.
— Trata de divertirte. Conoce gente... Yo qué sé.
Javan la miró, y no pudo reprimir una sonrisa torcida. Ella iba a contestarle algo
picante, cuando una bruja pasó a su lado y comentó:
— Linda reunión, — y pasó de largo.
Cassandra se volvió a ella.
— Sí, es cierto, — replicó con amabilidad; pero la bruja ya se iba hacia un grupo
de conocidos. En ese momento, una voz masculina inundó el salón.
— Damas y caballeros, nuestros anfitriones, el embajador Greenfield y su señora
esposa.
Javan se enderezó cuando escuchó el nombre.
— ¿David? — gruñó por lo bajo.
— ¿Lo conoces? — susurró Cassandra.
—Y tú también. ¡Mira!
El hombre y la mujer que habían conocido en la piscina estaban entrando al
salón. Los dos traían trajes de gala, con largas capas azules. Saludaron a un grupo de
personas que se acercaron para hablar con ellos, y cuando los vieron, se dirigieron a
Cassandra y Javan.
— Bienvenido a mi país... viejo amigo, — sonrió el hombre. Él y Javan se
abrazaron. Cassandra los miró con los ojos abiertos por la sorpresa. No podía decir
nada.
— ¡Sorpresa!... creo, — dijo la mujer. Cassandra sonrió. — Soy Sabrina
Greenfield.
— Creí que eran forasteros, — dijo. La sonrisa de la mujer se ensanchó.
21

— Sí. Esto funciona con magos tanto como con forasteros, — y ella le mostró su
anillo. Un anillo de plata con una gran piedra verde engastada. Había una inscripción
alrededor de la piedra. — Mantiene ocultos los lugares mágicos.
Cassandra se volvió a Javan.
— ¿Dónde habías visto estos anillos antes, Javan?
— En su dedo, Cassandra. David pasó un tiempo en el Trígono... cuando éramos
estudiantes.
— ¿Plata? — preguntó ella.
— No, mira mejor.
Ella miró a David entrecerrando los ojos. Y luego sonrió.
— No... Las tres y ninguna. El elemento sin rama...
David y Javan sonrieron. Javan se volvió al hombre otra vez.
— ¿Por qué nos vigilabas?
— Su Círculo nos envió un informe acerca de ustedes... Querían prevenir
problemas internacionales.
Javan mostró los dientes y Cassandra sacudió la cabeza.
— Neffiro, — suspiró ella.
— Y nos pedirás que nos vayamos lo más pronto posible, — dijo Javan a David.
— No. Junto con el informe llegaron un par de mensajes instantáneos... El
Anciano Mayor me pidió personalmente que colaborara con ustedes.
— ¿Y la otra carta? — preguntó Cassandra. David miraba fijamente a Javan, y
una sonrisa se demoraba en su rostro.
— Ah, la otra... Tengo que mostrártela. No es algo que quieras perderte.
Javan lo miró con curiosidad, con una ceja levantada.
— Es del Jardinero de Varas... — dijo David riéndose. Javan puso los ojos en
blanco.
— No me dirás que el viejo sigue mandando cosas que chillan y chisporrotean.
Sabrina asentía, riéndose.
— Nos costó dos días entender lo que significaba, — dijo. — Ahora la dejamos
en el cuarto de los chicos. Ellos la encuentran... linda.
Cassandra también sonreía. Recordaba muy bien la visita al extraño hombrecito,
y la misión que les había encomendado.
— De manera, — siguió diciendo David, — que tengo que preguntarte lo mismo
que te preguntaron los funcionarios esta mañana... Y antes de que respondas, te
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comentaré, casualmente, por supuesto, que la caza de ornitorrincos azules está


terminantemente prohibida desde hace varios siglos... ¿Qué los trae por aquí?
Javan hizo una mueca. Y Cassandra se le adelantó.
— No venimos a cazar ninguna clase de ornitorrinco, por supuesto... Como no
sea en un safari fotográfico... Pero para poder hacer algo así, tendríamos que verlos,
claro. ¿Son animales mansos? ¿Los podríamos ver en alguna especie de zoológico, o
algo así?
Sabrina se rió, y David sacudió la cabeza.
— No es bueno que admitas públicamente tu interés en ellos, Cassandra. Pero te
diré; no son animales mansos, y no se encuentran en ningún zoológico ni nada parecido.
Y para asegurarme que no me causen problemas, yendo de cacería con cualquier
rastreador, los vamos a invitar a que pasen el resto de las vacaciones en nuestro rancho...
— ¿Rancho?
— Ahá, cerca de Stuart, ya te lo había dicho...
— ¿En el desierto?
— No es todo desierto allá, — sonrió Sabrina. — ¿Qué dicen? ¿Vendrán con
nosotros?
Javan parecía a punto de negarse. Miraba a David, y algo en su expresión
cambió. Una lenta y extraña sonrisa apareció en su cara.
— Claro que iremos. Será un placer, ¿no es cierto Cassandra?
Ella sonrió y asintió.
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Capítulo 3.
Viejos amigos.

La mañana siguiente, Cassandra fue despertada por unos suaves golpes en la


puerta.
— ¿Ma? ¿Estás bien? —susurraba Kathy.
Javan deslizaba una mano por su cadera y cintura. También estaba despierto.
Hizo un ligero ruido de disconformidad cuando ella dijo:
— Muy bien. Entra, corazón...
Kathy entró, todavía en camisón. Cassandra dio unas palmadas sobre la cama, a
su lado.
— ¿Medio o lado? — susurró.
— De tu lado, — susurró Kathy. — ¿Y papá?
— Duerme... — dijo Cassandra. Él había enterrado la cara en su nuca, y ella
podía sentir su respiración bajando por su cuello, y sus labios en la espalda. Había
dejado de acariciarla, pero la abrazaba fuerte, como para no dejarla ir. Era tan celoso y
posesivo... Kathy se metió a la cama y también abrazó a Cassandra.
— ¿Estás bien? — susurró la nena.
— Sí... Volvimos muy tarde anoche. Todavía estoy cansada, y quería dormir un
poco más...
La nena se quedó callada unos momentos. Luego dijo, muy despacio.
— Le dije a la abuela...
Cassandra la miró, todavía sonriendo, y le acarició el cabello.
— Ella me dijo lo mismo que tú. Debemos esperar hasta que estés segura.
Cassandra la apretó contra sí.
— Tu abuela es muy inteligente, — le dijo. Javan se mantenía quieto, como si se
hubiera dormido otra vez. La nena siguió hablando en voz muy baja por un rato. Le
contó a Cassandra de los magos que habían venido a verlas tan pronto como ellos
salieron para la recepción.
— Mira lo que nos dieron, — le dijo, mostrándole un anillo con una piedra
verde. Cassandra sonrió, y le mostró su mano a su vez.
— Mira lo que nos dieron a nosotros, — dijo. — Un anillo camaleón.
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— Ah... ¿Y quién te lo dio? Porque yo creí que iba a tener que prestarte el mío, y
la abuela a papá... Y que nos íbamos a perder la mitad de los lugares mágicos por culpa
de estos anillos...
—Mm. No. El embajador de aquí es amigo de tu papá. Van a venir esta tarde a
comer con nosotros... Y nos invitaron a pasar las vacaciones con ellos, en un rancho.
— ¿Un rancho?
— Con canguros y todo...
Kathy se sentó en la cama.
— ¡Genial! — dijo, y su tono no fue para nada suave. — Voy a contarle a la
abuela.
La nena besó a Cassandra y saltó fuera de la cama. El hechizo cerradura había
apenas caído sobre el pestillo, cuando ya Javan estaba besándole la espalda otra vez.

David y Sabrina habían venido para el almuerzo. Habían comido los cuatro
juntos, ya que Kathy y Ada estaban fuera. Kathy no había podido esperar para usar el
anillo de la piedra verde. Ahora estaban sentados en la estancia de la suite. Cassandra se
había sentado a los pies de Javan y se recostaba contra sus piernas como solía hacer
cuando estaban solos. David la observaba con curiosidad ligeramente disimulada. El
Javan que él conocía no era la clase de hombre que permitiría esas demostraciones. De
alguna manera, ella notó su turbación, y se sintió incómoda a su vez. Sonrió, y dijo:
— ¿Un café? — empezando a levantarse.
Javan la detuvo con una mano sobre su hombro.
— Ahí va la forastera. Quédate quieta, ¿quieres? — gruñó, sacando la varita que
ella llevaba sosteniendo su cabello, cruzada con la metamórfica. Hizo un movimiento
rápido, y cuatro tazas de café aparecieron en la mesita.
Cassandra le alcanzó la taza, y le acarició las manos cuando se la dio. Él le
sonrió, sin ninguna vergüenza. David lo miraba cada vez más intrigado. Ni siquiera se
parecía al Javan de su encuentro en la piscina.
— Tu... ¿Eres forastera? — preguntó Sabrina. Ella no se sentía incómoda para
nada. Cassandra le sonrió.
— De nacimiento. Luego me convertí en bruja... Es una larga historia.
— Bien. Tenemos mucho tiempo, — dijo David. Intentaba sonar amable, pero
había un agudo filo de desconfianza en la voz. Javan lo miró y sonrió abiertamente. Su
amigo no había cambiado nada. Y David lo miró: — Ya no eres el Javan que conocía.
25

— No. No lo soy. He sido un maldito y un renegado. Un traidor, un desertor... y


un exiliado. Cuéntales tu historia, Cassandra... Verás como todo tiene sentido al final.
Cassandra sonrió, y calló un momento, pensativa. Sí, todo tendría sentido al
final, pero recordaba unas palabras escuchadas hacía tiempo. No me entierres todavía,
Cassandra Troy... Todavía les quedaba mucho por recorrer.
— Bueno... Llegué al Trígono hace unos cinco años...
— Tres de octubre... para ser precisos, — interrumpió él. Había empezado a
colocar de nuevo la varita en su cabello, y aprovechaba para acariciárselo y arreglárselo
a su modo.
— Cuando llegué ya no era completamente forastera. Me habían hecho unos
hechizos que... Bueno, en realidad no importa. Me declaré forastera, y me creyeron...
Todos excepto él.
Javan sonrió.
— ¿Qué clase de hechizos te habían echado, Cassandra? —preguntó Sabrina.
— Bueno... Le salvé la vida a un hombre-dragón, y como consecuencia,
compartió conmigo una parte de su magia. También algo de las esporinas del bosque...
— Cassandra miraba el humo de su taza, y no vio la mirada alarmada que David cruzó
con Sabrina, antes de clavar sus ojos en Javan, que continuaba sonriendo. — Veneno de
Esporina en una mano, veneno de dragón en la otra, por casi dos años... Aunque eso
solo no hubiera sido suficiente. Había otra cosa, pero no nos dimos cuenta de inmediato.
Cassandra se apoyó un poco más en Javan, y él le apoyó la mano en el hombro.
— La Llave del Tiempo, —dijo. — De los del Pueblo del Escarabajo... obtenida
Abajo.
Las expresiones de Sabrina y David mostraban idéntico horror.
— ¿Abajo? — susurró Sabrina. Cassandra pestañeó.
— Sí. Mucho antes de llegar al Trígono, yo trabajaba con un hombre... Lo creía
forastero, pero me han dicho que era uno de los oscuros. Sin que me diese cuenta, me
ordenó buscar la Llave del Tiempo. La orden era poderosa, y aunque él ya había muerto,
el hechizo continuó empujándome hasta las puertas del castillo. Nakhira se encargó de
que llegara.
— ¿Nakhira?
— La Naga de Zothar. Vive bajo el lago del castillo. Recordarás a la Dama de
Blanco.
David se estremeció visiblemente ahora, y asintió en silencio.
26

— Es ella misma, —dijo Javan con tranquilidad. Luego calló, esperando la


continuación de la historia. Pero Cassandra estaba muy quieta ahora. La taza humeaba
entre sus manos, cada vez más intensamente. Javan se enderezó, tenso. Las otras tazas
ya casi no emitían vapor. La de Cassandra... parecía un volcán blanco. Sabrina los
miraba frunciendo un poco el ceño. Javan tocó la oreja de Cassandra, con mucho
cuidado.
— ¿Qué está...?
— Sh, — interrumpió David. También se había inclinado hacia Cassandra.
— Cassandra... — llamó Javan a media voz. — ¡Cassandra! — repitió más
fuerte.
De repente, el humo de la taza giró en extrañas volutas de humo. Cassandra
pestañeó y miró sorprendida.
— Ella... ¿Quién es ella, Javan? ¿Es Mellie?
— ¿Mellie? ¿De quién estás hablando?
— Melanie... La que nos miraba en el humo... — Cassandra se había vuelto a
Javan. Parecía haberse olvidado por completo de sus invitados.
— No vimos nada en el humo, — interrumpió Sabrina. Cassandra la miró, y de
pronto se sonrojó, como si hubiera hecho algo inapropiado.
— Ah... Disculpen... Me pareció... Me pareció ver el reflejo de una cara en el
café... Y algo que se movía en el vapor. Debió haber sido mi imaginación.
Cassandra se había levantado, y Javan la miró extrañado.
— ¿Adonde vas?
Ella se encogió de hombros.
— Quiero verla... Vuelvo enseguida.
Y sin dar ninguna explicación, se transformó en una brisa perfumada y salió por
la ventana.
Javan se reclinó en el sofá, con un codo sobre el respaldo, y apoyó la cabeza en
la mano, con cara de preocupación. Luego suspiró.
— Sólo queríamos unas vacaciones aburridas... ¿Dónde íbamos con la historia?
David lo miró frunciendo el ceño.
— Olvida la historia. ¿Cómo puede hacer eso?
— Sí... La historia te aclarará eso... — Javan miraba el aire frente a sí. Parecía
que una parte de su mente se hubiera ido tras Cassandra. De repente pestañeó, y miró a
David con una mueca. — Ella siempre hace cosas así, descuida. Ya lo verás, si te quedas
27

el tiempo suficiente cerca suyo... ¡En fin! Ella llegó al Trígono, y los Guardianes la
dejaron pasar. El Anciano Mayor me encomendó que la vigilara... e hice lo que pude.
Pero ella escapa en los momentos más inesperados... Tenía un amigo. Él llegó al castillo
una noche de tormenta...
Y Javan contó de la visita de Gaspar Ryujin al Trígono, y la sangre de dragón en
Cassandra. Explicó el medio pacto con las Esporinas. Luego les contó el asunto de las
Tres Prendas, y el acertijo de Zothar, y cómo Cassandra se había convertido en la
Guardiana del Trígono. La quinta piedra, la del Restaurador.
En ese momento, el viento abrió la ventana, y Cassandra se sentó junto a su
esposo. Él la miró inquisitivamente.
— Todo en orden, — dijo, mostrando un pequeño objeto que tenía en la mano.
— Falsa alarma. Melanie Dro quería hablar conmigo.
— ¿Fuiste hasta el Trígono como viento?
Cassandra miró al sorprendido David y se rió.
— ¡Claro que no! Nunca podría cubrir esa distancia... Dromelana está de visita
aquí cerca... Unos amigos de los Dro.
— ¿Y qué quería?
— Hablar conmigo. Luego te lo cuento... es cosa de... familia. — Cassandra
miró al suelo, indecisa, y entonces sonrió. — Es algo sobre el nuevo novio de Drovna...
Los tiene preocupados a todos...
Javan hizo un gesto de disgusto. La vida privada de los aprendices debería
permanecer privada, en su opinión. Sabrina disimuló una sonrisa.
— ¿Y la historia? — preguntó. — Fuiste investida Guardiana del Trígono. ¿Y
después?
Cassandra se volvió a Javan.
— ¿Primera o segunda vez?
— ¿Hubo una segunda vez? ¿Una confirmación? — preguntó Sabrina, a su pesar
en el borde del asiento.
— Sí. Entregué el poder luego que soportamos un sitio... Un intercambio.
Devolví poder mancillado a quienes podían tomarlo sin peligro...
— ¿Mancillado?
Javan interceptó la mirada de David.
— Tomó un Horror de Aire, y lo obligó a exterminar a unos doscientos Horrores
de Agua...
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Cassandra ignoró el sobresalto en la expresión de los otros, y le sonrió a Javan.


— No lo hice sola... — dijo.
— No. Conseguiste la ayuda de un semiliberado Horror de Fuego.
— ¿Qué? — soltó David.
— Tal como lo escuchaste, — dijo Javan, serio. — Pero tratar con Horrores no
está permitido a la Guardiana. Así que entregó el poder mancillado a las Esporinas para
liberar a Andrei Leanthross.
— El huésped del Horror de Fuego.
— Exacto.
Cassandra continuó.
— Me volví forastera otra vez, y abandoné el Trígono. Luego fui secuestrada...
— y ella reprimió un estremecimiento. — Luego los Guardianes me fueron a buscar y
me rescataron... Me devolvieron la investidura. Un tiempo después, Javan me contó
sobre Kathy, nos comprometimos y nos casamos.
— Versión corta, — comentó Javan. — Soportamos un ataque tras otro de la
Serpiente... El último año, él fue el instrumento para cumplir la Maldición de Zothar.
— ¿Qué maldición, disculpa?
— Cuando nos casamos, Ryujin me dijo que Cassandra solo viviría un año a
menos que encontrásemos la forma de romper la maldición.
— Otra larga historia, — dijo Cassandra con una sonrisa. — Pero encontramos
la forma...
Javan no sonrió. El recuerdo todavía le resultaba doloroso.
— Le echaron una Muerte Negra Viviente, — dijo en voz baja. Los magos frente
a él palidecieron. Sabrina abrió la boca.
— ¿Y cómo...?
Javan iba a responder, pero los ruidos en la puerta anunciaron el regreso de
Kathy y Ada.
— Bueno, — dijo Cassandra cambiando de tema. — Esta es nuestra niña,
Kathy...
La nena había irrumpido en la habitación, y se detuvo de golpe. Sonrió y besó a
los invitados antes de dar la vuelta y zambullirse sobre Cassandra.
— ¡Ey! ¿Qué hay de mí? ¿Soy invisible acaso? — protestó Javan.
Kathy gateó sobre Cassandra para besar a su padre, y luego volvió a Cassandra y
la abrazó.
29

Ada entró al salón.


— David, ¿cómo estás? Realmente has crecido, muchacho, — dijo con una
amplia sonrisa. El hombre enrojeció, y se levantó a saludar a la famosa hechicera.
— Adjanara... Es un placer volver a verla... Ha pasado mucho tiempo desde la
última vez que nos corrió de la Torre por robar una de las criaturas de Djarod...
— Por supuesto. También hace mucho tiempo que ya no hay criaturas como las
de mi esposo en la Torre...
Javan miró a David y sacudió la cabeza. No era bueno hablar de su padre frente
a su madre. Pero el tono de Adjanara había sido ligero. Cassandra, ajena al problema,
cuchicheó:
— Oh, niños traviesos...
— La última vez que escaparon con una de aquellas cruzas, uno de los
muchachos fue mordido... Seriamente, según creo recordar.
La sonrisa de Cassandra se enfrió un poco, y miró a Javan levantando las cejas.
— No fue nuestra culpa... Nuestro otro compañero... se acercó demasiado. No
nos escuchó.
— ¿Y quién era tu otro compañero? —preguntó lentamente. Los ojos de Javan
se oscurecieron un tanto. David contestó.
— Probablemente no lo conoces. Se llamaba Karl... No recuerdo el apellido.
— Lilien, — completó Javan. Cassandra lo miró unos momentos más, y no dijo
nada. El silencio se había vuelto algo incómodo. Fue Kathy quien lo rompió.
— Te traje lo que me pediste, mamá, — susurró de repente.
— Tráelo, entonces, — dijo Cassandra. No sabía que decir a Javan. ¿Criaturas
híbridas en la Torre de Adjanara? Ella había robado un trozo de la pared encantada de
Javan en el Trígono, y esa cosa se había convertido en una especie de híbrido de
criaturas de dos elementos. Magma y Niebla negra. Estaba segura que Javan podría
decir mucho más acerca de esta criatura de lo que había dicho en la reunión con los
otros magos.
La voz de Sabrina la volvió al presente.
— ¿Qué edad tiene tu hija?
— ¿Qué? ¿Mi hija? Veinticuatro. Y ya me ha dado un nieto.
Sabrina la miró sin comprender. Cassandra pestañeó.
— Ah, te referías a Kathy. Kathy no es mía, aunque es como si lo fuera. Kathy
tiene siete.
30

— ¿Quién es...?
— Kathara ye’meroni. Cumplió su destino hace tiempo... — se las arregló para
decir Javan. Tenía un nudo en la garganta. David frunció el ceño ligeramente.
— Tal vez sea mejor hablarlo en otra parte... — dijo. Su esposa lo miró, y sonrió
ligeramente.
Kathy estuvo de vuelta muy pronto. Traía una bandeja de bombones que
presentó a los invitados, a su abuela, y a sus padres. Luego se sentó junto a Cassandra,
mirándola desenvolver su bombón.
Cassandra la miró, sonrió, mordió la mitad y le tendió el resto a Kathy.
— Te doy mi mitad... — le susurró. Kathy sonrió. Era lo que estaba esperando.
Mordió la mitad de su pedazo, y le devolvió la mitad restante a Cassandra, diciendo con
una risita:
— Te doy mi mitad...
Cassandra mordió de nuevo solo la mitad, y le tendió el resto. Javan las miraba a
medias divertido, y a medias avergonzado. Cassandra notó la misma expresión en sus
invitados.
— Es un juego, — explicó. — El que sea incapaz de compartir su mitad, pierde.
¿Tienen chicos?
— Tres. Sarah, de dieciocho, Emma, de catorce, y David, de trece. Están en el
colegio ahora.
— ¿En vacaciones? — preguntó Kathy.
— Aquí no son vacaciones todavía, linda. — explicó Cassandra. — Faltan un
par de meses.
Kathy la miró frunciendo el ceño, intrigada.
— Navidad es en verano, y las estrellas del cielo son diferentes. Te lo mostraré
esta noche, si quieres...
Kathy abrazó a Cassandra otra vez. Javan frunció el ceño.
— Ustedes dos traman algo, — dijo.
Cassandra y Kathy pusieron idénticas expresiones de inocencia. Él las miró,
frunciendo los labios y tamborileando con los dedos en el respaldo del sofá. Cassandra
se rindió primero. Se rió y dijo:
— Sí. ¿Y qué?
Él le tiró del cabello, soltando su cola de caballo.
31

— No lo guardarás mucho tiempo en secreto, — le susurró amenazador.


Cassandra solo se rió de nuevo.

Habían pasado una parte de la tarde en la piscina, y cuando los Greenfield se


fueron, comenzaron a empacar otra vez. La mañana siguiente tomarían el tren para
llegar al rancho.
Cuando Kathy ya se había ido a la cama, y estaban solos de nuevo, Cassandra y
Javan se escaparon de nuevo a la piscina.
Estaba oscuro (no habían querido encender las luces); oscuro y tibio. Entraron
silenciosamente a la piscina. Javan la abrazó y le acarició la espalda y la cintura bajo el
agua. Ella lo besó.
Él le susurró en una voz tan baja que apenas se escuchaba por sobre los sonidos
del agua.
— ¿Qué pasó esta tarde, Cassandra?
Ella flotó hacia él y apoyó la cabeza en su hombro. La abrazó con un brazo,
sosteniéndose con el otro del borde de la piscina. No alcanzaba el fondo en esta parte, ni
tampoco ella.
— No lo sé. Vi una cara en la taza de café... Nos miraba. Tenía algo que decir...
— ¿Dromelana?
— Sí.
— ¿Qué quería? Y no me hagas cuentos del novio de Drovna. Sé tan bien como
tú que no sale con nadie.
— Eso te crees... — dijo ella provocativa. Y luego volvió a cambiar de tono. —
Pero tienes razón. Quería mostrarme algo... algo que vio en su caldero. Y darme el
amuleto que te mostré.
— ¿Para ti?
— No.
— ¿Entonces? — la apremió. Ella lo miró un momento antes de responder.
— Es para Kathy.
Lo sintió estremecerse y reprimir un gesto. Se mordió los labios. La primera
reacción de él había sido apartarse de ella.
32

Capítulo 4.
El rancho.

El viaje en tren fue fantástico para Kathy. Cassandra esperaba un largo viaje de
todo el día, y había preparado comida estilo forastero para ellos. Sabrina y David se
miraron entre sí, y sonrieron.
— A ella le gusta la comida forastera para los viajes... — explicó Javan. Los
otros siguieron sonriendo.
Tan pronto como estuvieron instalados en el compartimiento, y aún antes de que
el tren comenzara a moverse, Kathy empezó a removerse en su sitio y a caminar por
todo el lugar. Sabrina sonrió, y Cassandra frunció el ceño.
— Kathy, quédate quieta, — rezongó. — Será un día muy largo...
— No tanto, — dijo Sabrina. El silbato sonó, y el tren arrancó. Sabrina continuó:
— Van a tener que comer muy rápido, si piensan comer todo eso en el tren.
— ¿Qué quieres decir? El tren del Valle...
— El tren del Valle no viaja por territorio desierto. Cuando salgamos de la parte
poblada, empezará a moverse rápido de verdad, — dijo David.
— Cuatro horas, tal vez cuatro y media... Y recorreremos el cuádruple de
distancia que tu tren del Valle.
Cassandra los miró con las cejas levantadas, y se encogió de hombros.
— Creí que sería más... Tal vez Javan tenga razón; siempre pienso como
forastera primero.
Javan entraba en ese momento en el compartimiento, con la última maleta.
— ¿Me estabas dando la razón en algo, y sin que estuviera yo presente para
disfrutarlo?
Cassandra soltó una risita, y le hizo lugar en el asiento.
— No seas gruñón... No se volverá a repetir.
— Es lo que temía...

Cassandra empezó a darle comida a Kathy pronto, sólo para mantenerla un poco
quieta y callada. Ya había recorrido el tren de punta a punta tres veces antes del primer
salto de aceleración. Al fin, cansada de seguirla, Cassandra se dejó caer junto a Javan.
33

— ¿Sabes? Extraño a Nita, — dijo.


— ¿Nita?
Javan soltó un suspiro.
— El edom de Cassandra.
David miró a Javan frunciendo el ceño.
— Creí que los habían extinguido a todos, — dijo, mirándolo fijamente, con una
cierta expresión de advertencia en la mirada. Javan se encogió de hombros.
— Tú fuiste conmigo aquella vez, — dijo. — No necesitas ser discreto.
— ¿Contigo? — preguntó Cassandra a Javan. Él asintió.
— Estábamos de cacería en la India. Había un templo abandonado... casi
devorado por la selva. Sabíamos que había algo allí, y queríamos descubrir qué era.
David sonrió.
— Yo creía que era algo... especial... Más notable en todo caso que un grupito de
refugiados edom.
— El problema fue que los cazadores de edoms también estaban por allí. Los
vimos destruir un poblado forastero, y unas ruinas... Pero el poblado y las ruinas estaban
vacíos. Entonces, una noche de tormenta, llegamos al templo.
— Nos atendieron bien, debes admitirlo.
Javan asintió, mirando por la ventana.
— Sabíamos que los iban a exterminar. Y...
— Y no pudiste soportar la idea de que desaparecieran, — interrumpió
Cassandra. — En esas cosas siempre fuiste un romántico, Javan Fara.
David levantó las cejas, y la miró divertido.
— Si se lo hubieras dicho en aquella época, seguramente serías ahora una
mancha en la pared.
Cassandra soltó la risita, y Javan sonrió.
— Sí, se lo ha buscado muchas veces, — dijo.
— Cuéntame qué hiciste con los edoms, y deja de gruñir.
— David distrajo a los exterminadores. Los llevó a otro grupo de ruinas. Yo
atrapé a uno de ellos, y lo llevé a espiar desde la selva. Sabes que ellos no hablan. No
podía comunicarme con ellos de otra manera. Así que le mostré lo que estaba a punto de
suceder. Regresamos al viejo templo, y ‘mi’ edom convenció a los otros de que vinieran
conmigo. Escapamos.
34

— Lo encontré medio desmayado en un claro a cierta distancia de las ruinas del


templo, después de que fuera destruido. Nunca me contaste qué fue lo que sucedió, —
observó David. Javan se encogió de hombros.
— Eran muchos.
— Me dijiste que eran diez mil, o algo así.
— ¿Tantos? — se sorprendió David. — Hubiera jurado que no más de dos o
tres...
— Sí. La destrucción de su antigua sombra los afectó bastante. Tuve que
esforzarme para que no escaparan de regreso a su casa, y... Resultó un esfuerzo
excesivo.
Cassandra se recostó contra él y le tomó la mano.
— Pues... Me alegro que los hayas salvado, — dijo suavemente.
— Pero... — interrumpió Sabrina. — Los edoms que perteneces a distintas
sombras se... se reproducen.
Cassandra asintió, distraída. Javan sonrió.
— En realidad pensaba llevarlos al otro lado... Pero no quisieron dejarme.
Permanecieron en el Trígono, y pensamos que si todos pertenecían a mi sombra no
habría mayores problemas. No tuvimos en cuenta a Cassandra Troy... No pude evitar
que Cassandra atrapara a Nita en la cocina... Dime Cassandra... ¿No has sentido un olor
almizclado, alguna vez?
Cassandra levantó la cabeza. Claro que sí, lo había sentido. El olor almizclado
provenía de los capullos de Nita. Cada seis meses, más o menos, ella y la edom llevaban
los capullos a la Cueva del Tiempo, sin que Javan se enterara. Hogar, decía Nita, y los
capullos desaparecían en un atardecer violeta de algún lugar del tiempo.
— Mm... No, no lo creo... — dijo vagamente. Javan suspiró.
— Nita no ha tejido capullos todavía. Es extraño... Pero cuando lo haga... Bien,
ya lo solucionaremos. Mientras tanto, nadie sabe que estos edoms están en el Trígono...
— Y nadie lo sabrá por nosotros, — aseguró Sabrina. — Y hablando de otra
cosa... ¿Cómo es aquel antídoto tuyo, que David siempre cuenta, para todo tipo de
picaduras? Las serpientes en el rancho se están volviendo muy audaces...
La conversación había seguido por otros caminos. Cassandra dejó de prestar
atención. El paisaje a través de la ventana era más y más campestre. Las granjas
sustituían a las casas, y los caminos de tierra a las calles de concreto. Cassandra sonrió.
Este tren corría rápido en verdad.
35

Ella abrió los ojos de golpe cuando sintió el pinchazo. Miró su mano. Era el
anillo otra vez. Se quedó quieta, y pareció que la serpiente de plata se deslizaba
alrededor de su dedo. Sacudió la mano, y se movió.
— Te despiertas y te duermes tan fácil... — murmuró Javan.
— ¿Dónde están los otros?
— En el carro comedor. Se llevaron a Kathy para que no te despertara.
Ella se reclinó contra él otra vez, y retorció el anillo alrededor de su dedo.
— ¿Te lastima de nuevo? — preguntó.
— Ahá. Debe ser...
— Déjame verlo.
Le tomó la mano. Una gota de sangre corrió a lo largo del dedo de Cassandra. La
serpiente de plata había soltado el diamante y la estaba mordiendo.
Él sacó el anillo de su dedo. Apenas fuera de la mano, las dos serpientes
empezaron a hincharse y crecer.
Javan arrojó el anillo al asiento de enfrente. Cassandra se enderezó y lo miró.
Las serpientes sisearon:
Peligro delante y peligro detrás,
Donde quiera que vayas no te puedes ocultar...
La serpiente de plata los miró fijamente y dijo:
— Cosas que vienen del pasado acechan ahora. Las amenazas de ayer son el
peligro de hoy. Sean cuidadosos...
La serpiente verde se enderezó y dijo a su vez:
— Las advertencias de hoy son las amenazas de mañana. Deben cuidar sus
pasos para poder alcanzar la meta. Sean cuidadosos. El peligro es grande en el camino
que eligieron...
Cassandra abrió la boca para hacer una pregunta, y la puerta se abrió
bruscamente en ese momento. Kathy entró al compartimiento.
— David dice que... ¿Qué pasó?
Ellos miraban a las serpientes, pálidos y tensos, pero las serpientes ya no estaba
allí. Tan pronto como la nena había abierto la puerta, el anillo volvió a su forma y
tamaño normal.
— ¡Kathy! — protestó Javan.
— ¿Qué pasó? —La nena parecía a punto de llorar.
36

— No importa, — dijo Cassandra. — ¿Qué es lo que dice David?


Kathy se sentó junto a Cassandra, mirando a su padre de mal humor. Él se limitó
a tomar el anillo de nuevo y meterlo en su bolsillo.
— Ellos tienen canguros. Y caballos... ¿Puedo andar a caballo, ma?
Cassandra había tomado la mano de la nena, y ahora tomó la de Javan. Las juntó
y dijo:
— Tendrás que pedírselo a tu padre, corazón.
La niña hizo un ruido de desagrado, exactamente como los que solía hacer su
padre. Luego lo miró. Él todavía estaba molesto.
— ¿¡Qué?! — gruñó Javan, al codazo de Cassandra. Kathy se rió.
— Vamos, papá... — dijo. — Solo rezongaste desde que subimos al tren...
Cassandra y Kathy lo miraban de una manera que lo obligó a tragarse la risa.
— Depende de tu comportamiento, señorita. Compórtate adecuadamente, y te
daré permiso de que montes a caballo.
— ¡Y una escoba de arena! — gritó Kathy batiendo palmas.
— ¿Qué? — preguntó Cassandra riéndose también.
— Escobas de arena... para carreras de arena... Vuelan muy cerca del suelo, en
las dunas, y juegan carreras con ellas... ¿Puedo...?
— Veremos, — dijo Javan. Kathy empezó a saltar por todo el compartimiento.
— ¡Me darás permiso! ¡Me lo darás! — gritaba.
— Sh.... — Cassandra trató de calmarla. Si Javan se enojaba de verdad... —
Siéntate y háblanos de esas maravillosas escobas...
Dos horas y media más tarde, llegaban al rancho.

El rancho era realmente grande. La casa, blanca y con muchas ventanas, tenía un
aspecto tejano que Cassandra no esperaba. Grandes vigas de madera soportaban un
techo bajo de tejas.
David advirtió su sorpresa y dijo:
— La construyó mi padre... Mi madre extrañaba mucho su antigua casa.
Había cuatro dormitorios en el piso de arriba que daban a una terraza común.
Otros cuatro dormitorios completaban la planta baja, junto con el estudio, el estar y el
cuarto de juegos.
Cuando Kathy entró allí, soltó una exclamación.
— Guau... — dijo emocionada.
37

Fue imposible sacarla de allí por horas.


Cassandra dejó los restos de comida forastera en la cocina, y fue con Javan a
instalarse.
— Cierra la puerta, — pidió ella cuando Sabrina los dejó solos. Él lo hizo y se
volvió. Seguía teniendo la misma arruga en la frente desde que las serpientes hablaran.
Aún así, se inclinó y la besó cuando ella levantó la cara hacia él. Pero se apartó pronto.
— Estás preocupado... — dijo ella suavemente.
— Cassandra... No puedes tomar estas advertencias a la ligera, — dijo. Sacó el
anillo y lo lanzó a la mesa junto a la ventana. El sol destelló sobre la hebra de plata,
pero no llegó ningún otro mensaje. Cassandra se sentó en la cama.
— ¿Qué crees que haya sido? Si fue una pista, era realmente oscura...
— No lo sé, C’ssie. Peligro delante, peligro detrás... — Se llevó la mano a la
frente y se sentó junto a ella. Ella gateó detrás de él y puso las manos sobre sus
hombros.
— Siempre estamos en peligro. Y ya dejamos unos cuantos atrás. No te
preocupes por los que puedan venir... — dijo ella empezando a masajearlo. Estaba tan
tenso.
— ¿Cuáles ‘amenazas de ayer’ podrían ser los ‘peligros de hoy’? — siguió él.
Ella no contestó. Se acercó más, y presionó más fuerte. Había demasiadas
amenazas en el pasado como para elegir alguna. Gradualmente el masaje se transformó
en caricias, y él le sostuvo las manos y la detuvo. Tiró de ella hasta sentarla sobre sus
piernas y la besó lentamente. Luego la miró a los ojos.
— ¿De qué peligro nos están advirtiendo? — dijo.
Cassandra sacudió la cabeza. No había nada que ella pudiera decir para calmar
sus temores. Y los de ella misma.

Pasaron muchos días en el rancho. Sabrina era una mujer encantadora, y pronto
hizo sentir a Cassandra como en casa.
— ¿Y qué haces, aparte de ser la esposa del Embajador? — le preguntó un día.
— Ah... Es algo... complicado de explicar. Digamos que soy una... maestra.
Cassandra levantó las cejas.
— ¿Hay otro Trígono por aquí?
Sabrina sonrió ampliamente, y visiblemente aliviada.
— Así que ya lo sabes.
38

— No... ¿Saber qué?


Ella se encogió de hombros.
— Es como el Trígono. Un portal hacia el otro lado... Pero el nuestro es un
círculo, en lugar de un triángulo.
— ¡El Trígono no es un triángulo! Es un tetraedro... Pero, ¿dijiste un círculo?
Sabrina sonrió.
— El portal está en una de las islas. Una pequeña isla volcánica... Habría pasado
desapercibido, a no ser por el árbol...
— ¿El Árbol? ¿Como el Árbol del Trígono?
— No. Este es un árbol que está a la vista de todos. Es un pequeño árbol
petrificado... Pero da flores. Flores de verdad, ¿sabes? Como si alguna magia lo
alimentara por dentro.
Cassandra sonrió. Un árbol de piedra que daba flores... En todo caso era una
imagen muy bella.
— ¿Cómo lo mantienen oculto? — preguntó, volviéndose a lo práctico. — En el
Trígono, tenemos un castillo que cubre y rodea la entrada.
— Sí, David me lo dijo. Pero aquí no es necesario... La ‘entrada’ está muy bien
escondida, en unas cuevas que penetran en la colina...
Cassandra asintió. Probablemente, dada la profundidad de la entrada, en el
Trígono debería haber sido igual.
— Es muy interesante. ¿Podremos ir a visitarlo?
Sabrina meneó la cabeza, dudosa.
— Tal vez, pero las Puertas Camaleón no se abrirán hasta la fiesta... La noche
más corta del año...
— El solsticio. Igual que en casa: la Puerta del Verano, la Puerta del Invierno...
Aquí están del revés...
Sabrina se rió.
— Sí, ya lo creo...
— ¿Y qué son las Puertas Camaleón? — preguntó Cassandra.
— Ah, tendrías que verlas para entenderlo... ¿Has mirado bien el anillo que te
dimos, Cassandra? Irallis anthaniro vell.
— Mantén oculto lo que encierras... — tradujo Cassandra.
Sabrina asintió.
39

— Ahora imagina un anillo gigantesco, hecho completamente de la misma


piedra camaleón, rodeando la isla entera...
Cassandra perdió el aliento. Sabrina sonrió.
— Para los magos, solo se necesita una pequeña piedra, y basta engarzarla en un
collar o una pulsera, o un anillo. Los anillos son más cómodos para los adultos... Pero el
resto de la piedra, la piedra original... Todavía está allí, envolviendo la Isla Camaleón...
— Impresionante...
Sabrina sonrió, complacida por el interés de Cassandra.
— Bueno... Si se quedan hasta el solsticio, tal vez podamos llevarlos cuando
vayamos por los muchachos...
Cassandra sonrió.
— Sí, tal vez... Pero para el solsticio tenemos que estar de regreso. Y tenemos
que restaurar la vara de Javan...

Javan y David pasaron muchas tardes en el estudio. Sabrina contó a Cassandra


que habían sido buenos amigos cuando estudiaban con el Jardinero de Varas. Al parecer,
Javan había pasado al menos dos años con el señor Misspell, junto con David y otros
muchachos. En aquella época, las vacaciones las pasaban en la Torre de Adjanara, que
en aquel momento, era la Torre de Djarod. El padre de Javan, del que Cassandra sabía
muy poco, mantenía la torre en un mismo lugar por décadas. Adjanara no. A ella le
gustaba cambiar de aires, y volvía invisible su torre, para mudarse a donde más le
agradara. Era durante aquellas vacaciones, que los muchachos habían incursionado en
los laboratorios de Djarod, sacando a más de una criatura de su jaula, provocándolo a
ira. No todas las criaturas podían sobrevivir afuera. Y Djarod amaba a sus extraños
animales. Y aunque no hablara de ello, Javan había heredado de su padre el amor por
todas las criaturas de la Rama Oscura. Los edoms eran la prueba. El interés de David
provenía de otro lado: era un cazador. David rastreaba, y Javan atrapaba y criaba. En
términos generales, hacían un buen equipo.
Cassandra pasó unos días plácidos, explorando el rancho y sus alrededores,
cabalgando con Kathy y corriendo tras ella cuando probaron las escobas de arena. Y una
tarde, sorprendió a Sabrina cuando ella y Kathy salieron del cuarto de juegos gritando:
— ¡Magia forastera! ¡Magia forastera! ¡Magia foraste-e-e-ra!
Ada se volvió sorprendida y sonrió:
— ¿Qué tontería es esa?
40

— Ma dice que vamos a hacer magia forastera en el jardín... — dijo Kathy.


— No se puede hacer magia forastera. Los forasteros no tienen magia, — dijo
Sabrina, mirando a Cassandra de arriba abajo. Cassandra se rió y sacudió algo que traía
en la mano.
— Pues nosotros vamos a ir ahí afuera, y vamos a hacer magia forastera, —
declaró.
— Eso quiero verlo, — dijo una voz tras ellas. La voz de Javan. Cassandra se rió
otra vez.
— Ah, brujos incrédulos. Vengan y lo verán...
Y se fue gritando ¡Magia forastera! con Kathy hacia el jardín. Sabrina y David
intercambiaron una mirada y siguieron a Javan y a Kathy que ya corría tras ella.
Cassandra y Kathy se habían sentado frente a frente entre los canteros de flores.
El aire estaba curiosamente tibio hoy.
— Ah, ya llegan. Siéntense en el pasto, y no hablen. Estas son nuestras varitas
mágicas... — dijo Cassandra.
— Creí que eran linternas, — se burló Javan.
— Son varitas forasteras, tontín. Vamos a hacer que las estrellas bailen a nuestro
alrededor.
Kathy soltó una risita.
— Eso no se puede hacer ni siquiera con magia, Cassandra, — observó David.
— Sí que se puede. Mamá puede, — dijo Kathy, mirándola.
— ¿Se van a sentar o no? — dijo Cassandra.
— Claro, — dijo Javan. — Esto hay que verlo.
Cassandra le susurró algo a Kathy, y encendieron las linternas.
Intermitentemente, apuntando al cielo, un segundo y tres segundos, un segundo y tres
segundos, una y otra vez... Lentamente, una primero y otra después, las luciérnagas
empezaron a acercarse y a revolotear en torno a ellas. Era como si las estrellas bailaran
a su alrededor. Kathy empezó a reírse y aplaudir. Cassandra se levantó y empezó a
bailar con ella por el jardín. Javan las miraba con una sonrisa, y no vio a David y
Sabrina intercambiar una mirada y asentir ligeramente.

Sí, habían pasado unas encantadoras y tranquilas vacaciones. Pero cuando la


tercera semana tomó el mismo rumbo que la primera y la segunda, y no sucedía nada,
Cassandra empezó a sentirse aburrida. Necesitaban esa pluma de ornitorrinco para la
41

Vara de Javan. De manera que se las arregló para meterse en el estudio una tarde,
llevando unas tazas de café para los hombres.
Ellos hablaban de algo, y se callaron cuando ella entró. Se sintió molesta. Les
sirvió el café, y los miró:
— Pueden seguir hablando. Yo ya me voy y no voy a escuchar nada, — dijo a
medias burlona.
— Por favor, quédate, — le dijo Javan, tomándola por la cintura y haciéndola
sentarse a su lado. — Esto también te incumbe.
David sonrió. Este no era el mismo Javan que él había conocido, pero... Pero sin
duda le agradaba tanto como el otro. ‘Todos cambiamos,’ se había dicho; y escuchó con
atención su historia. Ahora, lo vio sonreírle a su esposa, y decir:
— Vinimos aquí por negocios, ¿sabes David? Y no podemos decírselo al Círculo
local.
— Ya te dije que la caza del ornitorrinco azul está prohibida. Mortalmente. Si te
encuentran investigándolo, fotografiándolo o cazándolo, te diré que como mínimo,
tendrás problemas... — dijo David, serio.
— Sí, me lo has explicado... Pero no queremos ni cazarlo ni fotografiarlo. Sólo
necesitamos una pluma.
— ¿Para qué la necesitas? — preguntó David.
— La necesitamos como... vehículo de poder, para la nueva Vara de mi esposo,
— dijo Cassandra.
— ¿Qué pasó con tu Vara? Los hechiceros no pierden sus varas.
— Eso me dijeron, —sonrió Javan. — Pero ningún hechicero había usado su
Vara para detener una maldición fulminante.
David lo miró frunciendo el ceño.
— ¿Hiciste qué?
— ¿Por qué todos me acusan a mí? Fue ella.
David se volvió a Cassandra, que sonreía.
— La Serpiente intentó matarlo, el año pasado. Desviamos la maldición
haciendo un escudo... La Vara, el amuleto... y la energía de un Triegramma que yo
estaba canalizando en ese momento. No es difícil, pero no creo que podamos volver a
hacerlo.
— No fue difícil... Pensé que terminaríamos muertos los dos. Y tú... Todavía me
pregunto cómo no te mataste...
42

Ella enrojeció un poco.


— Creí que no iba a aguantarlo. Se sentía más helado que la vez de los
horrores... Pero el Triegramma se lo llevó lejos. Tú sabes que la mayoría de las veces
solo actúo como canal...
David vio a Javan palidecer, y apretarla contra él, como si temiera perderla. Lo
que fuera que hubiera sucedido, todavía lo afectaba.
— ¿Y la Vara? — dijo, tratando de restarle emoción al momento.
— La quebré. Verás: la Serpiente le lanzó la maldición, y la desviamos. Luego,
fingí que yo lo mataba. Y lo envié a otro lado, mientras que lo sustituía por un cadáver
falso... La Serpiente lo creyó. Pero tuve que romper la Vara y liberar los Ojos del Vigía
antes que la Serpiente los reclamara o los dañara... De todas maneras, la Vara ya estaba
inutilizada... Todo ese poder... Cuando la quebré se sentía helada, como si estuviera
muerta.
— Lo estaba. Lo sentí. Las Varas no sobreviven a sus dueños...
Cassandra le lanzó una mirada extraña. Ella sabía de una Vara que había buscado
su propio sucesor: la Vara de Zothar, que ahora pertenecía a la Serpiente. La Vara
maldita, la Vara de tres cabezas... la misma vara que más de una vez había intentado
matarlos.
— Fuimos a ver a Misspell, — continuó Javan. — Y ya conoces al viejo.
— Me encantó, — protestó Cassandra. Javan la miró con ironía.
— En su mente, yo todavía tengo doce años. Por supuesto que te gusta el viejo
loco. — Y se volvió a David, que lo miraba conteniendo la risa. — No te rías. Misspell
puede estar senil en algunas cosas, pero sigue siendo el mejor criador de Varas que ha
existido.
— Sin lugar a dudas.
— Y me señaló una serie de objetos que tenía que encontrar o recuperar para la
Vara... Objetos de acuerdo a mi posición actual.
— Eres Segunda Vara.
Javan asintió sin pretensiones. Era un cargo importante, y la Vara que se lo había
dado debía ser de alguna manera recuperada.
— Dijo que necesitaba equilibrar poderes de Agua, Fuego, Tierra y Aire... Y dijo
que con la mujer que tengo, si no conseguía las plumas estaba muerto.
David soltó una carcajada.
43

— Temo que estoy de acuerdo con él. Una forastera que hace bailar las estrellas
en el jardín... Pero debo repetir de nuevo que la cacería del ornitorrinco está prohibida
en Australia.
Cassandra abrió la boca para protestar. ¿Por qué les hacía perder el tiempo de
esta manera, si no iba a ayudarlos?
— Pero, — prosiguió David con calma, — este rancho es propiedad de la
Embajada.
Los ojos de Javan centellearon.
— Técnicamente, — dijo, — este no es territorio australiano...
Cassandra los miró y echó a reír.
— Ah, niños traviesos... — dijo.
Los dos hombres también empezaron a reír.
44

Capítulo 5.
La pluma azul.

Habían planeado la excursión para esa noche. El yermo se extendía más allá de
las colinas que había detrás de la casa. La vegetación era escasa allí, y caminaron entre
arbustos espinosos y hierba áspera y seca. Un sol naranja-rojizo parecía incendiar el
horizonte. Cassandra se detuvo en la cima de la pendiente, mirándolo por largo rato,
mientras se hundía en la oscuridad roja y azul, sintiendo el corazón en llamas.
Javan se detuvo junto a ella.
— ¿Bailarás para nosotros, después? — preguntó con suavidad.
— Mm... Tal vez más tarde... — susurró ella.
Quitó la vista de las llamas con dificultad. Él la llevaba de la mano hacia las
sombras del lugar que David y Sabrina habían elegido. No veía nada. Las llamas
todavía danzaban ante sus ojos, invitándola.
El lugar respiraba magia. No magia de agua, como la cascada de los unicornios,
allá en el Trígono. Este lugar vibraba con magia de fuego. ¿Bailar? Toda su piel se
estremecía al contacto de este aire vibrante. No creía que pudiera estarse quieta
demasiado tiempo. Pero dejó que la vibración, la música de la magia, como Javan la
llamaba, penetrara su mente y sus sentidos.
Se detuvieron en una pequeña hondonada, rodeada por colinas suaves y
redondeadas. El fuego del atardecer ardía todavía en las cimas. El cielo se abría sobre
ellos, floreciendo de estrellas a medida que se volvía más y más azul. Se sentaron en un
círculo, en silencio. La magia se fue apagando. Los sonidos de la noche que llegaba se
levantaron a su alrededor, y se apagaron gradualmente. El silencio era cómodo, y
Cassandra cerró los ojos un momento, solo para saborearlo. Sonrió.
Cuando abrió los ojos otra vez, el aire estaba lleno de chispas. Chispas de fuego,
revoloteando alrededor de ellos.
— Ryo-To... — murmuró.
— Chispas-dragón, — dijo Sabrina. — Estrellas de fuego que bajan de tanto en
tanto a bailar en las colinas.
Cassandra se había puesto de pie. Sabrina y David intercambiaron una mirada y
una sonrisa. Y Cassandra giró alejándose del círculo, su ropa convertida en un vestido
45

de llamas. Algo en las chispas la llamaba, continuaba llamándola. La magia se había


apagado, solo para surgir con más fuerza cuando la noche estuvo completa. Y Cassandra
danzó hacia el este la danza del fuego, las chispas-dragón volando a su alrededor en
anillos de fuego.
Y entonces, se detuvo detrás de David. Lo tocó ligeramente en los hombros, y un
fuerte viento empezó a soplar. Las chispas vivientes se volvieron blancas, y el vestido
de llamas desapareció. Su vestido era ahora blanco y azul, con largas cintas que
ondeaban en el viento. Y ella giró en ese viento, aleteando como una hoja, meciéndose
como una espiga de trigo, y girando de nuevo, dio una nueva vuelta al círculo.
Detrás de Sabrina, su vestido se volvió marrón y amarillo, y las chispas la
siguieron. Giraron en torno de Cassandra en un torbellino de luz y color, y en un juego
de luces, ella dio otro cuarto de vuelta al círculo de magos.
Detrás de Javan, su vestido se volvió de un verde profundo, y las chispas se
alejaron de Cassandra, como rechazadas por la danza del agua. Ella salpicó y giró en
remolinos, y las chispas vivientes la siguieron desde cierta distancia. Agua y fuego. Y
ella completó el círculo, de nuevo como fuego.
Se dejó caer en su sitio, apoyando la cabeza en las rodillas, los ojos cerrados.
Las chispas se reunieron sobre ella, y luego de unos segundos, se dispersaron en todas
direcciones y desaparecieron.
Sin una palabra, David y Javan se levantaron. Javan llevaba la varita de
Cassandra. Todo alrededor del rastro que la danza de Cassandra había dejado, habían
unos extraños animales azules. Se quedaron muy quietos mientras Cassandra no se
movió, y los dos magos se acercaron. Y de pronto, sin previo aviso, empezaron a correr
en todas direcciones. Javan reaccionó con rapidez, y lo mismo David. Congelaron a tres
antes de que el resto huyera.
Sabrina se puso de pie en ese momento. Se movió cautelosamente y con lentitud
hacia los tres ornitorrincos paralizados. Tomo tan solo una pluma de cada uno, y
entonces volvieron a sus lugares. En ese momento, Cassandra levantó la cabeza y miró
algo confundida a su alrededor. Percibió movimiento en la dirección de los tres
animales que ahora huían.
Javan le sonrió, y dio unas palmaditas en el suelo a su lado.
— Ven, siéntate aquí... La cacería ha terminado... — dijo.
Ella lo miró sin comprender.
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— Las chispas me dijeron que bailara con ellas... — murmuró, apoyando la


cabeza sobre sus rodillas. — Que me habían visto bailando con las luciérnagas...
Él le acarició el cabello y sonrió.
— Eso era exactamente lo que se suponía que tenías que hacer... — le dijo
suavemente. — La cacería requería de los cuatro... Nos dimos cuenta al verte bailar en
el jardín...
Ella cerró los ojos.
— Me usaste... — protestó débilmente.
— No. Trabajamos en equipo. Te dije muchas veces que tienes intuición para
estas cosas...
— Una de las razones por las que la caza del ornitorrinco está prohibida aquí es
que requiere del uso de magia antigua para poder realizarse sin peligro, — dijo David.
— Estos animales son muy peligrosos, no importa cuan lindos parezcan...
— Amor... Tu intuiste y señalaste nuestros roles a través de la danza... Los
llamaste con fuego, David y yo los capturamos, bloqueando el poder del agua y del
aire... y Sabrina les quitó las plumas, usando su poder de la tierra... Y... — agregó en voz
más baja, — ¿quién más podría haber hecho una danza de los elementos más hermosa
que la tuya?
— De todas maneras me usaste, — dijo ella malhumorada. — Quiero ir a casa.
Sabrina frunció el ceño. Cassandra se comportaba de una manera infantil. Tal
vez las chispas no la habían dejado todavía.
Javan se inclinó hacia ella y le susurró algo. Cassandra habló en voz alta.
— Nira endo’ennira enn. Ana’enna emir, valrastar, — dijo.
Al sonido de su voz, las chispas-dragón vinieron del aire alrededor, como si solo
hubieran estado aguardando su llamada. Se arremolinaron sobre ella, convirtiéndola en
una figura de fuego, y voló, rodeada por ellas, hasta perderse tras las colinas.
Javan se levantó, frunciendo el ceño.
— ¿Y ahora qué? Le pedí que bailara un poco más, y se va con las chispas-
dragón... — gruñó.
— ¿Estará bien?¿No deberíamos ir a buscarla? Las chispas-dragón no son
criaturas muy seguras... — preguntó Sabrina con voz preocupada.
— ¿Cassandra? Sí. Mejor preocúpate por tus chispas. Ella crió un Glub en una
fuente de jardín hace dos años...
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— Ah, una niña traviesa... Justo para ti... — se atrevió a decir David. Javan lo
miró enfurecido y se dirigió a grandes pasos al rancho. Estaba de muy mal humor.

Las hojas húmedas sisearon cuando ella apoyó los pies de fuego sobre ellas. El
sonido le hizo recuperar un poco la noción de dónde estaba. Retomó la forma humana, y
las chispas-dragón volaron, alejándose y dejándola sola. Habían cumplido su misión.
El aire estaba cargado de un húmedo olor a eucalipto. Los árboles, altos y
oscuros, apenas dejaban entrever las estrellas.
Cassandra tenía la extraña sensación de haber estado antes aquí. El sendero
borroneado, el olor húmedo de los árboles. Aún la brisa se le hacía familiar. Tomó el
sendero, y lo siguió. La luna había subido y se colaba entre los árboles cuando encontró
la cabaña. La noche avanzaba, silenciosa. Ni siquiera se lo preguntó dos veces. Solo se
acercó y se asomó a la ventana.
El interior estaba iluminado con velas. Una bruja de azul con largos cabellos
rojos cocinaba con ayuda de su varita. Un niño pequeño se colgaba de su delantal, y ella
se inclinaba a mimarlo con una galletita.
— Ve a poner la mesa, — le decía, y el chiquillo se iba corriendo.
Una jovencita entraba por una de las puertas laterales. Tenía una larga cabellera
igual a la de su madre. Cassandra la vio remojar un pedazo de pan en la cazuela y salir
corriendo del alcance de la bruja.
— ¡A comer! ¡Ya es hora! — llamaba ella momentos después. La otra puerta se
abrió, y Cassandra contuvo un grito. El hombre que vio salir del estudio era Javan.
Cassandra miró a la mujer y de repente la reconoció: Kathryn.
La luz de la luna le pareció de pronto muy oscura. Había cerrado los ojos un
momento, y la luz había desaparecido. La cabaña estaba abandonada y vacía. Empujó la
puerta y entró a la cocina desierta.
Adentro estaba oscuro y frío. Un olor raro flotaba en el aire: el olor de los sueños
rotos. Había polvo y telarañas en todos los rincones. Nadie había usado jamás esta
cabaña. Echó una mirada al estudio. También vacío. Había unos pocos libros en un
estante. Cassandra no se acercó. Empezó a sentirse mal. Aún así, algo la empujó a mirar
en el dormitorio.
Aquí también había polvo, que Cassandra no se atrevió a perturbar. Y todo
estaba mucho más oscuro. Cassandra hizo luz con la varita. Sobre la cama, en la
48

almohada que tenía el monograma de la K, reposaba una marchita rosa negra. Cassandra
retrocedió tropezando, y se alejó sin mirar atrás.

Cassandra se deslizó junto a Javan antes de la salida del sol. Tomó cuerpo sólido
en la cama, y él se volvió y la rodeó con el brazo. Ella lo miró con ojos cansados.
— ¿Todavía estás enojada conmigo? — preguntó él.
Ella movió la cabeza con lentitud. Él la acarició y apoyó la mano sobre su
ombligo. Ella apoyó la mano sobre la de él.
— Me encantaría tener tu bebé... — murmuró.
A él le brillaron los ojos.
— Bueno... Tal vez no lo intentamos lo suficiente... — le susurró con voz ronca.
Pero ella había cerrado los ojos y estaba dormida. Le besó la frente.
— También yo deseo que tengamos ese bebé... —murmuró suavemente.

Cassandra se levantó tarde. Había decidido decirle a Javan ese día. La visión que
había tenido en la cabaña abandonada la había convencido. Javan se merecía una buena
noticia. Se fue a desayunar con una sonrisa en la cara.
Javan no estaba allí. Comió algo con Kathy y le preguntó como por casualidad
dónde estaba él.
— Papá se fue al estudio con David, —dijo la nena. — ¿No quieres hacer una
carrera en las escobas de arena? No vuelan tan alto... no te vas a marear...
Cassandra sonrió.
— Tal vez más tarde. Quisiera hablar con tu padre.
— Bueno... Entonces me voy al cuarto de juegos.
Y Kathy desapareció de la cocina antes de que Cassandra pudiera decirle que
limpiara la mesa. A Cassandra no le importó. Estaban de vacaciones. Ella misma lavó
las tazas, aunque sabía que Sabrina tenía personal suficiente para limpiar la casa. Luego
se marchó hacia el estudio y golpeó ligeramente a la puerta.
— Entre, — dijo la voz de David.
Cassandra pasó. David estaba solo en la habitación. Pareció sorprenderse al
verla, y se levantó.
— ¿Si? — preguntó con amabilidad, rodeando el escritorio con la mirada fija en
ella.
— Lo lamento. Kathy me dijo que Javan estaba aquí... — empezó ella.
49

— Bueno... No está, — dijo él. Todavía la miraba sin pestañear.


La atención de Cassandra fue atraída por un destello sobre el escritorio. Se
acercó más. David se volvió para ocultar el escritorio con el cuerpo.
— ¿Qué es eso? — preguntó ella con lentitud.
— Nada. Te dije que Javan no está aquí. ¿Qué más puedo hacer por ti?— dijo él.
Ella extendió la mano para tomar el objeto y miró a David a los ojos.
— Es... es el anillo de Javan. ¿Dónde está él? — preguntó.
La mirada de David se enfrió.
— No está aquí. Eso es todo lo que te puedo decir, — dijo.
Ella lo miró atentamente. Sus ojos insinuaban una amenaza que él podía sentir
claramente. Avanzó un paso hacia él.
— ¿Dónde está? — repitió.
David tragó saliva y se limitó a mirarla. Javan le había dicho que ella podía
comportarse así. Y ser peligrosa. Javan le había quitado la varita, pero le advirtió que
Cassandra no necesitaba de ninguna varita para hacer magia. No le había creído. Ahora
lo lamentaba.
Y de repente, ella cambió de actitud. Los ojos se le llenaron de lágrimas, y
repitió, con una vocecita:
— ¿Adonde fue Javan, David?
David se acercó, y pasó un brazo alrededor de sus hombros.
— Me pidió que te cuidara. Dijo que no tenías que seguirlo... Los asuntos de
Varas son... privados...
Ella se dejó caer en la silla y empezó a llorar. David la miró sin saber qué hacer.
Entonces entró Sabrina. Le lanzó una mirada enfurecida, y se acercó a Cassandra.
— Está bien, cariño, vamos. Te llevaré a tu cuarto. Estos hombres son...
totalmente insensibles... — dijo.

Javan regresó tres días después. Apareció en el estar en medio de la noche. Tan
pronto como lo vio, Kathy corrió a abrazarlo. Cassandra lo vio, pero se levantó y salió
de la habitación. Javan la miró frunciendo el ceño.
— ¡Papá, papá! ¿Dónde fuiste? — preguntaba Kathy. Su madre, Sabrina y David
también lo miraban expectantes. Así que sonrió y se sentó en el sofá.
— Bueno, preciosa... — dijo. — Volví a casa para traerte esto...
Y sacó un puñado de dulces de su bolsillo.
50

— Ah... Voy a guardar algunos para ma, — dijo ella. Javan hizo una mueca,
pensando que Cassandra no estaría de humor para chocolates, pero prefirió callar.
— ¿Y tu otro negocio? — preguntó David.
— Aquí está. Demoramos tres días en labrarla, — dijo, sacando una varita negra
sencillamente labrada.
— ¿Tres días para hacer eso? — preguntó Kathy con la boca llena. — Debe ser
muy difícil...
— Espera y verás, — dijo Javan, girando su varita como hacía cuando quería
descubrir su Vara.
La varita se alargó lentamente entre sus manos, y creció hasta llegarle un poco
por debajo del hombro.
— ¿Es mi imaginación, o es más larga que la anterior? — preguntó Adjanara.
— Lo es. Así salió del árbol madre, y así me la entregó el Jardinero. Estuvimos
dos de los tres días labrándola. La Piedra de Poder me la entregó la Guardiana. Cuando
la colocamos, la Cobra la mordió, y no pudimos engastarla en ningún otro punto. En
realidad habíamos preparado este sitio para ella... — Y Javan señaló un pequeño nicho
un poco por debajo de la piedra blanca. — Luego, las plumas. Ellas contienen en sí los
poderes de los cuatro elementos, así que intentamos colocarlas aquí... — Javan señaló a
la altura de su mano y sonrió. — Pero la pluma se fundió en la madera, y no la pudimos
desprender.
— Eso es excelente.
— Sí. Aunque solo aceptó una sola de las plumas. Las otras dos las guarda el
Jardinero, hasta que encontremos a sus destinatarios.
— Pues... Es una Vara única, Javan, aunque parezca poco cargada. Nadie va a
dejar de sentir las plumas azules, aunque no puedan verlas.
Ada sonrió, misteriosa.
— Las verán... a su debido tiempo.
Los demás se volvieron a mirarla. Ella sacudió una mano.
— Las Varas crecen con su amo. No quiero pensar que mi hijo es tan arrogante
que cree que ya lo sabe todo.
Javan sonrió. Se acercó a la bruja, y la besó.
— Madre, te doy las gracias.
51

Ella lo miró con sorpresa. Él señaló al pie de la Vara. La sombra de una llave se
destacaba en el labrado. Adjanara sonrió. Buscó entre su ropa, y sacó una pequeña llave
de marfil.
— Está bien. Así sea. Que la llave que una vez te di y que selló nuestros destinos
sea también un símbolo de poder en tu Vara. Úsala bien, hijo mío.
La llave brilló unos momentos en el aire, y se separó en dos. Una de las llaves,
pequeña, blanca, volvió a la hechicera. La otra, era una llave de marfil, muy trabajada,
con una piedra verde que brillaba como un ojo. La llave con la gema flotó unos
momentos en el aire, y se posó suavemente en el lugar asignado, al que se unió con un
destello. Javan le hizo una pequeña reverencia a su madre.
— De nuevo, te doy las gracias.
— Bien... Si no hay más regalos que entregar...
— Me gustaría ver a mi esposa...
— Hm. — Ada hizo un ruido que le hizo volver la cabeza.
— ¿Qué sucede? ¿Está todo en orden? — Javan miró a Ada y a Sabrina
frunciendo el ceño. Las expresiones de las mujeres eran singulares. — ¿Le pasa algo a
Cassandra?
— Está molesta porque te fuiste sin decírselo, — dijo Sabrina llanamente. —
Pensé que el malhumor se le pasaría, pero se ha puesto peor con los días.
— Ella tenía algo que decirte. Te fuiste en el peor momento, — dijo Ada.
— Tendrás que ser muy considerado y cariñoso con ella. Está muy sensible...
— ¿Está enferma?
Ada y Sabrina intercambiaron una mirada y una sonrisa.
— Ella te lo dirá... cuando hagas las paces con ella.
Javan buscó apoyo en la mirada de David. Pero su expresión no le dio ninguna
pista.
— Bien... no puede ser tan difícil... — murmuró. Una inexplicable sonrisa
apareció en la cara de su madre.

Era la quinta vez que golpeaba a la puerta.


— ¿Cassandra? — llamó suavemente. Sabrina le había dicho que si lo
necesitaba, la habitación junto a la de ellos estaba preparada. Él la había mirado con el
ceño fruncido.
52

Tal vez Cassandra estaba dormida. Pero si escuchaba con atención, se oían
ruidos muy leves ahí adentro. ¿Cómo podía hacer semejante rabieta? Luego recordó
cuántas veces había tenido que forzar la puerta, allá en el Trígono. Cada vez que ella
estaba enojada, o asustada, o furiosa, o solo deprimida. Así que puso la mano en el
pestillo... y la sacó rápidamente. Quemaba. Sacó su varita nueva y tocando el pestillo
abrió la puerta.
Una pared de fuego le impedía la entrada. Cassandra estaba de muy mal humor.
Con calma, atravesó la barrera y las llamas, aunque salvajes y ardientes, se retiraron.
Cassandra lo miraba furiosa desde el otro extremo del cuarto. Sopló un viento feroz
sobre él que lo obligó a cerrar los ojos. La puerta se cerró de un golpe. Entonces ella le
lanzó una tromba de agua, pero él solo movió la varita y el agua no lo alcanzó.
— ¿Cassandra, qué...? — dijo suavemente. Pero Cassandra seguía furiosa. Trató
de acercarse a ella, y ella se transformó en una Hikiri. Lo envolvió en anillos de fuego y
agua, tratando de ahogarlo y sofocarlo.
— Cassandra... — dijo él, quieto. — Detente. No quiero pelear...
Ella continuó apretando.
— Cassan...
Había perdido el aire. Ella lo soltó, sobresaltada. Se transformó, y lo miró
asustada. Él inspiró profundamente antes de poder hablar, apoyándose en ella. Ella lo
palpó con cuidado, mitad preocupada, mitad culpable. No había huesos rotos. No se
atrevió a mirarlo a la cara. Pero él la tomó por la cintura y la atrajo hacia sí.
— Me encanta eso que haces... Pero prefiero que se lo hagas a otro, — dijo. Ella
lo miró, avergonzada.
— Te fuiste sin decírmelo... — dijo, llorosa.
— ¿Razón suficiente para querer enviudar? — dijo él, apretándola contra su
cuerpo. — Creí que solo estaría fuera un par de horas. Un día como máximo... Y que
podría darte la sorpresa.
Ella se refugió contra él. Él inclinó la cara, buscando un beso.
— Lo siento... — murmuró ella. Él solo la besó otra vez, y la llevó a la cama.

— ¿Por qué demoraste tres días? — preguntó ella de repente.


La lluvia de pétalos de jazmín todavía caía suavemente sobre ellos. Él suspiró.
El interrogatorio había llegado al fin. Sabía que no lo podría eludir mucho tiempo.
— La Vara fue difícil de labrar... Las plumas dieron su trabajo... — dijo, evasivo.
53

— Pero... ¿tres días?


Javan se encogió de hombros, y eso hizo el abrazo más estrecho.
— El Jardinero guarda las dos plumas que sobraron. La mía es la más larga, la
pluma azul-verde, de ornitorrinco macho, el que desmayé último...
Cassandra sonrió. Ella no había visto los ornitorrincos, de todas maneras.
Javan suspiró luego de una pausa. Tenía que decírselo.
— Me enviaron un instantáneo cuando estaba con el Jardinero, — dijo
lentamente. Ella se puso rígida.
— ¿De quién?
— El Anciano Mayor. Cassandra... No sé cómo decírtelo... El Huevo de Zothar...
No está.
Cassandra lo miró aterrorizada.
— La amenaza de ayer es el peligro de hoy... — citó. Él asintió. Ella escondió la
cara en su hombro unos momentos. Imposible saber si estaba tragándose las lágrimas o
el miedo. Cuando volvió a mostrarla, estaba limpia.
— Nos perseguirá hasta el fin... — dijo él.
— Sabes lo que debemos hacer, — dijo ella.
— Debemos buscar la vida de la Serpiente, — dijo él lentamente. — Y matarlo.
Pero ¿dónde podríamos empezar?
Ella volvió a citar:
— Donde quiera que vayas, no te puedes ocultar...
— ¿Quieres decir...? — preguntó él con un hilo de voz. No podía dar crédito a
sus oídos cuando la oyó decir:
— ¿Dónde no te puedes ocultar? Debemos ir a NingunaParte...
La lluvia de flores cesó de repente.
54

Capítulo 6.
Hacia NingunaParte.

Cassandra no le dijo nada a Javan acerca del bebé. Tenían tiempo, se dijo. Y
primero tenían que ocuparse de la Serpiente y su Huevo. Le pidió a Ada que mantuviera
el secreto todavía unos meses. Ada sacudió la cabeza.
— No te entiendo, — le dijo.
Cassandra la miró, y acarició distraída la gargantilla de la Guardiana, que había
vuelto a sacar.
— Tenemos problemas en el Trígono. Althenor ha robado el Huevo de Zothar...
— suspiró. — Si Javan sabe lo que nos pasa, no me permitirá hacer mi trabajo. Si no lo
sabe, al menos estará menos preocupado...
Ada le lanzó una mirada de duda.
— ¿Estás segura? — le preguntó Sabrina. —¿Qué te parece si pasas el año aquí?
Te puedo llevar a la Isla Camaleón... o podemos quedarnos en el rancho si lo prefieres...
Tú y el bebé estarían a salvo... Y Kathy también podría quedarse.
Cassandra pensó un momento en la cabaña fantasma, en las profundidades de un
monte de eucaliptos y se estremeció. Ese plan no había funcionado antes. No lo
intentaría ahora.
— No. Es mi trabajo. Mi destino, si lo prefieres... Es lo que tengo que hacer.
— Es tan terca como Javan, — comentó Sabrina.
— No. Es peor, — dijo Ada. — Por eso es que se llevan tan bien...
Cassandra hizo una mueca.

Unos días después, las valijas estaban hechas otra vez. Kathy iba a regresar con
Ada, a través de una de las puertas de una Torre vecina, la Torre de Leremís. Adjanara y
Leremís no eran especialmente amigas, pero la hechicera se consideró honrada de
ayudar a la famosa Adjanara. Y hoy iba a ser la cena de despedida.
Esa noche, Javan demoró bastante en presentarse a la mesa. David había salido
del estudio hacía un par de horas, pero Javan se quedó trabajando en algo que se
suponía que era una sorpresa. Pero cuando llegó, con el cabello revuelto y expresión de
profundo disgusto, la sorpresa no venía con él.
55

— ¿Y? — preguntó David. — ¿No te olvidas de algo?


— No, — dijo Javan en tono seco. — Cassandra, madre... Tengo un problema.
Y sin agregar más, puso la varita en un florero en medio de la mesa.
Cassandra miró a Javan y luego a la varita, y de nuevo a Javan, bastante
confundida. Kathy también miró a su padre, esperando. Ada no se molestó en mirar a la
varita, sino que clavó sus penetrantes ojos en Javan.
— ¿Qué tiene, hijo? — preguntó, cautelosa.
Cassandra sintió que algo se estremecía dentro de ella. Aunque estaban lejos del
Trígono, el hecho de llevar el collar de la Guardiana la separaba de alguna manera de
Adjanara. Por un momento deseó quitárselo, y que todo volviera a ser como en las
semanas anteriores.
— Vamos... Díselo, — dijo Javan, mirando a la vara en el florero.
— ¿A quién le estás hablando, Javan? — preguntó Sabrina, frunciendo el ceño.
— A ella...
— ¿A quién? ¿Quién es ella?
— La vara... Verán... Al principio solo pensé que era una vara muy buena... Muy
poderosa... Casi no necesita órdenes... Parece leerlas directamente de mi mente. Pensé
que era una vara excelente... Lo que siempre había querido... Pero ahora...
— ¿Ahora qué? ¿Es que no tengo derecho a expresar mi opinión? — dijo una
voz.
Todos alrededor de la mesa se volvieron a mirar a la vara de Javan.
— Las varitas no hablan, — dijo Kathy.
— Pues... Esta sí lo hace. Empezó hace un par de horas... Y lo peor es que no se
calla...
Cassandra miró a Javan, tratando de contener la risa. Casi lo había logrado,
cuando la varita interrumpió:
— Pues, muchas gracias. Solo te doy un consejo para hacer mejor las cosas, y te
lo tomas a la tremenda... Me lanzó al suelo ¿pueden creerlo? ¡A mí! No hay vara más
delicada y bella que yo, y me tira al piso como si fuera una víbora... ¡Soy una Vara,
señor, una Vara! Y la mejor que tendrás en tu vida...
Kathy miraba a la varita muy divertida, y Cassandra soltó la carcajada. Los
demás rieron con ella. De todos los presentes, solo Ada parecía ser capaz de mantener la
compostura. Y Javan se veía claramente enfadado.
— Esto no puede estar pasando... — murmuró Ada. La varita se calló de golpe.
56

De su punta, sin que mediara la orden de Javan, brotó la negra cabeza de la


cobra, y abrió un par de ojos amarillos y vidriosos. Los ojos observaron a la hechicera
con atención.
— Pues, está sucediendo, buena señora. ¡Estoy aquí! Y antes de que él se los
diga, me niego a volver con el Jardinero... — La vara siguió hablando y protestando a
los gritos, enumerando cientos de razones por las que no quería, ni podía regresar con el
señor Misspell. Solo Kathy le prestaba atención.
Cassandra miró a Javan.
— ¿Cómo pudo pasar algo así? ¿No será una broma del Jardinero de Varas?
Javan sacudió la cabeza.
— No. Él no haría algo así a propósito. Toma muy en serio su misión...
— ¿Y si no fue a propósito? ¿Y si fue una... distracción? — dijo Sabrina.
— Misspell jamás se distrae cuando está trabajando, — apuntó David.
— ¿Y entonces? ¿Qué haremos?
— La vara tiene razón en una cosa. No puedo trabajar con ella. Debería
llevársela al Jardinero y...
La vara empezó a chillar más y más alto. Cassandra la miró.
— ¡Silencio! — dijo, seca.
La vara enmudeció de repente. Ada la miró levantando las cejas. Javan
interceptó su mirada y sonrió a medias. Sí, Adjanara no sabía hasta donde llegaba el
poder de la Guardiana. Ahora, tal vez lo entendería un poco más. Por su parte,
Cassandra ni se dio cuenta del flujo de poder que había liberado. Era una vara muy
difícil de dominar; él ya lo había comprobado. La vara centelleó, rebelde, pero no se
atrevió a contradecir la orden.
— Javan... Esto es muy serio. Nunca oí de ninguna varita parlante...
— Ni yo, — dijo Ada. — ¿Qué vamos a hacer?
— Podríamos bañarla en una poción de silencio. Me diste una de esas una vez...
Javan sacudió la cabeza.
— No funcionaría... La vara tiene demasiada voluntad...
— ¡Por favor! — susurró la varita. — No hablaré delante de las personas... Pero
no quiero ser silenciada... ¡Por favor...!
— ¡Por favor! — la coreó Kathy. — Me gusta tu nueva varita...
David dijo:
57

— Sería una lástima desperdiciar tanto trabajo... Una vara tan especial... Incluso
podrías dejarla trabajando sola...
— ¿Sabes? — dijo Javan, pensativo. — A mí también me gusta esta varita... Si
tan solo no hablara...
— No diré nada más si me conservas, Amo. ¡Por favor! — suplicó de nuevo la
varita.
Adjanara se estremeció cuando escuchó la palabra amo. Y sin embargo, esta vara
tenía algo muy especial. El intento merecía la pena. Guardó para sí sus reservas, y
decidió no intervenir. Observó a Cassandra, que también parecía dudar.
— Una varita tan poderosa... — seguía diciendo David. Se veía divertido por la
dificultad de Javan, que más le parecía un problema de estilo que un problema real.
Sabrina compartía su percepción.
— Una varita única... — agregó ella, insinuante.
Cassandra miró la varita.
— ¿Te comportarás normalmente frente a las personas; sin causar problemas?
¿Mantendrás esa boca que no tienes bien cerrada? — preguntó lentamente.
— Sí, — dijo la varita.
— Yo, Guardiana del Trígono tomo tu palabra como juramento mágico, Vara de
Djavan, Comites de la Rama de Plata. Quedas atada a ella.
Un destello blanco encendió la varita por un momento. La Piedra de Poder había
hablado. Cassandra se volvió a Javan.
— Creo que puedes probarla un tiempo. Siempre podemos volver con el
Jardinero si esto no funciona... — dijo lentamente.
— No pareces muy convencida.
— No lo estoy.
— ¿Piensas en magia negra, Cassandra? — preguntó Sabrina.
— Humor negro en todo caso... — dijo ella. — Pero para ser sincera, no me
imagino una varita parlanchina como ésta practicando rituales prohibidos en ninguna
circunstancia...
Las sonrisas volvieron a brotar alrededor de la mesa.
— Tampoco yo, —admitió Javan.
Pero un destello oscuro recorrió la oscura superficie de la varita mientras ésta
ocultaba de nuevo la cabeza, y nadie lo notó.
58

A la mañana siguiente, Cassandra y Javan les decían adiós a Ada y a Kathy, y


ellas se marchaban en escoba hacia la Torre de Leremís. Adjanara quería aprovechar la
oportunidad de compartir algunas cosas con la hechicera australiana, y Kathy podía
curiosear por la torre, como lo hacía en la de su abuela. Por su parte, Cassandra y Javan
se marcharían a la medianoche. De todo su equipaje, solo retuvieron la alfombra.
— No creo que puedas usar esa cosa adonde vas ahora, — dijo David.
— Estoy de acuerdo... Es solo por si acaso... — contestó Javan, reduciéndola al
tamaño de un pañuelo.
— No necesitamos alfombra para volar, — agregó Cassandra. — Y menos
adonde vamos...
— ¿Y adonde es que van, Cassandra? — preguntó Sabrina. Cassandra y Javan
no habían comentado los detalles de su plan con ellos.
— A ninguna parte, — sonrió ella.
Sabrina y David la miraron sin entender. Javan se sentó pesadamente en uno de
los sillones y miró a Cassandra con una sonrisa.
— ¿Sabes qué? Nunca me dijiste exactamente donde está NingunaParte, — dijo.
Ella lo miró divertida.
— ¿Y quieres que te lo explique hoy? — dijo ella.
— Exactamente hoy, precisamente ahora, — dijo él, arrellanándose. Sabrina y
David se sentaron. Miraron al uno y a la otra, y esperaron. Después de semanas de lo
mismo, ya se habían acostumbrado.
Cassandra miró a los tres, consultó su reloj, y también se sentó, a los pies de
Javan. Se recostó contra sus piernas, y miró arriba, hacia él.
— Bueno... — empezó. Él sonreía. — Como mago deberías conocer todos esos
cuentos de hadas acerca de las cuatro esquinas del mundo, y sus habitantes...
— ¿Qué cuentos de hadas? — preguntó Sabrina.
— Los de la Madre de los Vientos y sus cuatro hijos: Noto, Bóreas, Céfiro, y
Levante... Pero como hombres del siglo XXI han visto al hombre llegar a la luna. Y
sabemos que la Tierra es redonda, y que no tiene cuatro esquinas...
— ¿Entonces...? — apuntó Sabrina.
— Que las Cuatro Esquinas del Mundo vienen a ser NingunaParte. La tierra de
NingunaParte es una y cuatro a la vez. Cada entrada conduce a un diferente
NingunaParte, pero de hecho, las cuatro son el mismo lugar...
— Interesante, — dijo Javan simplemente.
59

— ¿Y qué hay de los habitantes? — quiso saber David.


— Nadie vive en NingunaParte, — dijo ella con una sonrisa. Javan la sacudió
por el hombro.
— Cassandra... — le advirtió. Su sonrisa se hizo más amplia.
— Hay un Nadie para cada NingunaParte. Y son solo uno, y a la vez cuatro
diferentes.
— ¿A cuál vamos a ver? — preguntó Javan.
— ¿A cuál? ¡Si solo son uno! — se rió ella.
— De verdad que te gustan los juegos de palabras, — dijo Sabrina.
— Sí... No te enojes. Vamos a la entrada oeste, — dijo ella. — Ese Nadie es
más... amistoso.
— ¿Y hay otras criaturas en NingunaParte?
— Sí, claro. Principalmente criaturas-de-un-elemento. Y otras cosas... — ella se
estremeció.
— Hay Horrores en NingunaParte del Este, — aclaró Javan. — Ellos nos lo
dijeron. ¿Qué más en NingunaParte del Oeste?
— No lo sé... No me quedé mucho tiempo allí el año pasado...
— Pero sabes de las criaturas-de-un-elemento... — dijo Javan suavemente.
Ella había reclinado la cabeza sobre sus rodillas, y tenía ahora una mirada
ausente y soñadora. Guardó silencio unos momentos, y luego empezó de golpe.
— En el principio, todo lo que existía era pensamiento... Había pensamientos de
fuego, dotados del poder de crear y purificar. Había pensamientos de agua, dotados de la
capacidad de intuir y comprender, penetrando las intenciones de los otros. Había
pensamientos de tierra, con la capacidad de generar y sustentar, y por supuesto, sanar. Y
había pensamientos de aire, con capacidad de ver y conocer. Ninguno de ellos estaba
completo sin los otros, y la Luz los reunió a su alrededor, y se fundió con ellos. De esa
primera unión surgieron las criaturas-de-un-elemento... los de luz y un elemento.
Céfiros de aire y luz, las Chispas-Dragón, luces de fuego blanco... Los Cristales de
Luna, creo que se llaman... son criaturas de agua y luz. Hay muchos en la cascada de los
unicornios...
Javan asintió en ese momento. Recordaba el curioso resplandor que tomaban las
gotas de agua de la cascada a la luz de la luna.
— Y los Térreos Verdes. Son de tierra, y hacen crecer...
— ¿Están en el jardín de Ingelyn? —interrumpió Javan.
60

— Estuvieron. Se fueron de allí hace años. Tal vez queden algunos, pero yo no
los he visto... — Cassandra había entrecerrado los ojos. — Todas estas criaturas son
muy tenues y sutiles. No pueden ser vistas con facilidad. Se concentran en los lugares
mágicos, y en los pasajes entre el mundo mágico y el lado forastero... Pero también
había pensamientos de fuego, y tierra, y aire y agua que no se unieron a la luz. Se
alejaron de ella y se hundieron en las sombras. La Oscuridad se unió a ellos, y de esa
unión nacieron los Horrores. Tomaron muy diferentes formas, y en general los
llamamos demonios. Los más sencillos son los de un elemento. Llamas Negras,
Demonios de Piedra, a veces los llaman Pétreos; Horrores de Aire, o Vientos Oscuros; y
los de agua, claro. Esos suelen tomar la forma de monstruos marinos, aunque a veces
son solo racimos de tentáculos de agua...
Cassandra calló. Javan apoyó la mano suavemente en su hombro y ella se
sobresaltó.
— ¿Cuáles de ellos viven en NingunaParte, Cassandra? — preguntó David. Esta
mujer lo desconcertaba. ¿Cómo podía saber estas cosas si había nacido forastera?
— Todos. Los Nadie son la esencia de esos Pensamientos; cada uno de ellos
pertenece a un elemento. Y cada uno de ellos tiene servidores de luz y servidores de
oscuridad... — Cassandra bajó la voz. —Mantienen el equilibrio...
— Equilibradores... — susurró Javan. Los dos se estremecieron, según pudo ver
David. — Ya nos encontramos con uno de ellos antes...
— ¿Qué?
— Equilibradores. Seres que mantienen el equilibrio entre las fuerzas del bien y
las del mal. Para permitirnos a los seres humanos y mágicos desarrollar todo nuestro
potencial en el enfrentamiento de las fuerzas...
David se estremeció. Observó a su antiguo amigo y a su extraña esposa con los
ojos entrecerrados. Su instinto le decía que había mucho, mucho más en esta historia, y
en todas las historias que había estado escuchando en las semanas anteriores. Mucho
más de lo que Javan o Cassandra podían transmitir con palabras. Y por mucho que los
miraba, solo lograba ver a una pareja que trataba de llevar adelante a su familia a través
de los problemas. Pero no lograba sacarse de la cabeza a Cassandra de fuego, volando
en una estela de chispas-dragón.
— ¿Cómo sabes todo esto? — preguntó en un susurro. Y de repente, la tensión
se rompió. Cassandra se rió.
— Las noches de invierno son largas... Y en casa no tenemos televisor...
61

Los magos no pudieron menos que reírse con ella.

Habían partido exactamente a la medianoche. Subieron a la cima de la colina


que se levantaba tras la casa, y se transformaron en brisa.
David y Sabrina los saludaron con la mano un rato. Nunca habían visto algo
como eso. La manera como saboreaban la transformación, mezclándose el uno con el
otro aún antes de que estuviese completa. La esposa de Javan era... Se miraron el uno al
otro. Ella era exactamente lo que él necesitaba. David y Sabrina sonrieron. Compartían
los pensamientos, de manera que ni siquiera la brisa nocturna pudo escuchar sus risas.

Cassandra disfrutaba volar como viento tanto como detestaba las escobas, o aún
la alfombra. La alfombra era mejor, pero... ¡Pero en viento! Caracoleó alrededor de
Javan, mezclándose con él, elevándose hacia las estrellas, y arrastrándolo a máxima
velocidad. Subió a tales alturas que empezó a sentir que su cuerpo de viento empezaba a
enrarecerse, y se dejó caer de nuevo hasta encontrar a Javan.
— ¿Lo disfrutas? — susurró él.
Ella dejó escapar una risita de aire, y lo abrazó con brazos de viento. Él también
la abrazó, y volaron mezclados hacia el sol naciente.

Aterrizaron en la playa de la isla. Todavía estaba oscuro al nivel del mar, pero el
sol saldría pronto. Las siluetas oscuras de las esculturas se recortaban contra el cielo.
Podrían, por supuesto, tomar una habitación en un hotel, y hacerse pasar por simples
turistas. Pero no querían dejar un rastro que la Serpiente pudiera seguir. Así que
treparon al antiguo volcán, al lugar en donde las adustas estatuas habían sido esculpidas
por artistas anónimos. Las estatuas miraban ciegamente al oeste, al viento que soplaba.
Lo sentían en su espalda, mientras trepaban por el camino olvidado.
Cassandra se detuvo junto a la última escultura, y la tocó suavemente, casi una
caricia en la mejilla. La escultura pestañeó un par de veces, y los miró.
— Hola, — dijo Cassandra. — Venimos a ver a Nadie.
La escultura sonrió, y se inclinó un poco, señalando el camino. Dijo algo
pedregoso en una voz que sonó como piedras desmoronándose por una ladera.
— Gracias, — dijo Cassandra, tomando a Javan de la mano, y siguió subiendo la
pendiente.
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Él esperó a que hubieran dejado un buen trecho atrás antes de preguntar en un


susurro:
— ¿Cómo le entendiste?
Cassandra sonrió.
— No le entendí. Me sonó a piedras... Pero señaló el sendero...
— ¿Qué era eso?
— Verás... Muchas de estas esculturas son verdaderas piedras, talladas por
forasteros, y todo... — Ella bajó la voz. — Pero unas pocas... están habitadas por
espíritus de la Tierra... Son los Centinelas de NingunaParte.
— ¿Con cuántos nos cruzamos?
— ¿Hoy? Sólo uno. Nadie nos espera... — susurró ella.
— ¿Y eso es una buena noticia? — Él sonó dudoso.
Cassandra volvió la cabeza y lo miró. Luego se encogió de hombros.
— Ya veremos, — dijo, y siguió trepando por el camino.

Llegaron a la cima con la primera luz, y el sendero empezó a descender hacia el


centro del cráter. Restos y despojos de esculturas olvidadas estaban desperdigados todo
a lo largo del camino. Cassandra los dejó pronto, y fue hacia un pequeño hueco a su
derecha. Javan la siguió. Se apretaron en una hendidura en la pared de piedra y el piso a
sus pies desapareció. La hendidura empezó a apretarlos, y cayeron hacia NingunaParte.
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Capítulo 7.
Nadie.

Javan cayó en un lugar sin luz. Todos sus sentidos parecían bloqueados. No
podía tocar, ni ver, ni oír, ni oler nada, y lo único que sentía era el sabor del miedo en su
boca. No podía sentir a Cassandra. Se quedó quieto un momento, tratando de deducir
dónde estaba él, y dónde podría estar ella. El aire olía a rancio aquí, y la oscuridad era
impenetrable. Empezó a sentirse mareado, y trató de moverse. No pudo. O las piernas
no le respondían o no había espacio adonde moverlas. Pero, si no había espacio ¿dónde
estaba Cassandra? Empezó a faltarle el aire y jadeó. Ningún lugar adonde moverse,
ningún lugar adonde quedarse. ¿Aquí era NingunaParte? ¿Esto? Sintió que la mente se
le oscurecía.

— Me trajiste un souvenir, qué amable de tu parte, — decía una voz burlona.


Cassandra se volvió para enfrentarla. Estaba furiosa.
— No es un souvenir. Es mi marido. ¡Suéltalo ahora! — gritó.
— No quiero. Es muy divertido. Sus pensamientos son... Mm. Deliciosos.
Cassandra se volvió otra vez. La voz, una mezcla de voces en realidad, venía de
diferentes lugares a la vez. Estaba oscuro, y éste no era el Nadie que ella quería ver.
— Quédate quieto. Necesito verte para poder hablar contigo, — ladró a la
oscuridad.
— Sabes que no me importa, — rieron las voces. — ¿Para qué volviste?
— Mi esposo te lo explicaría, si lo liberaras, — dijo ella con un relámpago en la
mirada.
— No lo sé... Si volviste debe ser importante... — dijeron las voces,
pensativamente.
— Al menos déjame verte... —Ella se las arregló para sonar débil y derrotada.
— Está bien, — dijeron las voces. Había funcionado.
Una ligera luminosidad empezó a mostrarle el lugar en donde estaba. Una pared
de piedra circular rodeaba la habitación. Una pared sin ninguna puerta, pero con muchas
inscripciones. La luz brillaba a través de las letras y símbolos en la pared. El piso
también estaba todo escrito, pero no brillaba ninguna luz a través de la escritura. Parecía
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que la oscuridad era ahora absorbida a través de ella. El lugar estaba vacío salvo por
Cassandra.
— ¿Dónde estás? — exhaló ella. Se oyeron risitas desde la columna de
oscuridad que permanecía en el centro del salón. Cassandra se acercó.
— Sal, por favor. Mi esposo y yo necesitamos hablarte, — dijo ella.
— Te escucho. Tu esposo no hablará por un rato. — Una sombra había salido de
la columna y señaló a la pared. Se abrió algo parecido a una ventana, y Cassandra pudo
ver a Javan, desmayado en una habitación a oscuras. Frunció el ceño.
— ¿Qué le hiciste?
— Nada. ¿Para qué viniste? Y no quiero tener que repetirlo otra vez.
— Nos pusieron un acertijo... Queremos tu consejo, — dijo ella con lentitud.
— Ah, un acertijo... Me encantan. — Por el tono de las voces, Cassandra podía
darse cuenta de ello. — ¿Cómo era?
— Mi esposo lo recuerda completo. ¿Por qué no...?
La sombra se volvió más alta y amenazadora.
— No. Dímelo tú, — dijo.
— Por favor, Nadie... Libéralo, — suplicó ella.
— No. Dime la adivinanza.
Era un ultimátum.
Cassandra se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas. Miró a la sombra frente
a ella; una figura de humo oscuro, parecía. Era tan diferente de la forma de nube de
Nadie del Oeste que había visitado el año anterior... Y además, este Nadie había puesto
a Javan fuera de su alcance. Necesitaba ayudarlo. A través de la pared, podía verlo
todavía. Parecía tener pesadillas ahora. Movía la cabeza, y le temblaban las manos. No
sabía qué hacer.
— De acuerdo. ¿Recuerdas mi anillo de bodas? ¿Las dos serpientes de Zothar,
sosteniendo un diamante?
La sombra asintió. No tenía cara en donde ella pudiera leer una expresión.
— Fuimos a Australia de vacaciones, y empezó a morderme. Cuando se lo dije a
Javan, él me sacó el anillo y las serpientes nos dijeron el acertijo.
— Curioso. ¿Qué dijeron?
Cassandra miró, nerviosa a través de la pared.
— ¿Qué hay de él? — dijo.
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— Pregúntalo otra vez y lo perderás para siempre. Continúa con la adivinanza,


— dijo la sombra. — Y date prisa. Él empezará a luchar pronto... y puede resultar
herido.
— Por favor, no... No le hagas daño. Te lo diré: las serpientes dijeron: “Peligro
adelante, peligro detrás, donde quiera que vayas no te puedes ocultar.” Pensé que nos
estaban enviando aquí... — Ella esperó. La sombra hizo un gesto, indicándole que debía
continuar.
— La serpiente de plata dijo: “La amenaza de ayer es el peligro de hoy” y la
serpiente verde: “Las advertencias de hoy son la amenaza de mañana; el peligro es
grande en el camino que siguen...”
— ¿Y?
— Eso es todo... No, espera. El Huevo de Zothar... tú sabes, la Prenda... Fue
robada. Esa pudiera ser la amenaza de ayer...
La sombra guardó silencio unos momentos. Cassandra esperó conteniendo la
respiración. Estaba más preocupada por Javan que por adivinanzas y amenazas. Al fin,
Nadie habló.
— Dime, Guardiana. ¿Cuánto sabes de tu esposo?
— ¿Qué? — Cassandra estaba sorprendida. — Sé su historia, si a eso te refieres.
Su anterior relación con la Serpiente.
— Si tuvieras oportunidad... ¿Te gustaría cambiar algo del pasado? ¿De su
historia? ¿De la tuya? Piénsalo cuidadosamente.
Cassandra pensó, pero ¿qué tenía que ver eso con la adivinanza? Eso fue lo que
preguntó.
— ¿Ves las inscripciones en las paredes? Son el futuro. — En ese momento
Cassandra se dio cuenta que los símbolos se arrastraban lentamente por la pared. —
Mira las inscripciones en el suelo. Son el pasado. Te estoy ofreciendo la oportunidad de
borrar una línea de la historia, tu historia, y escribirla de nuevo. ¿Qué cosa cambiarías?
Ella pensó. Recordó. Y luego dijo:
— No cambiaría nada. Cada pequeño episodio en mi vida me condujo a este
punto. Me hicieron lo que soy ahora, y me gusta... Y no hablo de buenos tiempos
solamente. Hablo de días de miedo, soledad, dolor... Todo eso me formó. ¿No lo ves?
— Sí, lo veo. Eso fue lo que el Equilibrador le dijo a tu esposo el año pasado. El
bien y el mal deben estar equilibrados para permitirte un desarrollo perfecto... Ahora le
estoy preguntando lo mismo a tu esposo. Él todavía no ha respondido. Todavía está
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evaluando, recordando, reviviendo todos esos días de miedo, soledad y dolor a que tú te
referías... — Cassandra se movió, incómoda. — Ah, sí. Tendrás que curarlo, después de
esto... — Las voces sonaron cruelmente divertidas. — Pero lo harás bien si él da la
misma respuesta que tú.
Hubo una pausa. Cassandra miró por la pared, hacia el lugar donde yacía Javan.
Su cara estaba cubierta de sudor, y se movía lentamente ahora, como si estuviera
agotado de luchar contra las imágenes o los recuerdos. Ella se retorcía las manos,
nerviosa. Su dolor, ella lo sabía, era mucho más profundo de lo que jamás podría
admitir. Jamás lo había dejado salir del todo. Y la manera como las imágenes de una
vida que jamás sucedió habían cobrado vida en la cabaña abandonada, tan solo porque
él estaba cerca lo demostraba. Eso, y los años de intentar cruzar la Puerta de Zothar, a
pesar de la adivinanza de Nakhira, y sus tres puertas. Y el misterio pendiente de la
Serpiente del Corazón de Fuego. ¿Misterio o amenaza? Cassandra volvió a pensar en el
acertijo de las serpientes, y luego volvió a mirar a Javan, y pensó que tenía que hacer
algo pronto.
— No puedes hacer nada, — dijo Nadie. Le estaba leyendo la mente. A veces,
cuando pensaba en ello, le parecía que los Nadie se alimentaban de los pensamientos de
las personas. Ahora intentó poner la mente en blanco, y no pensar en nada. Nadie
continuó: — Él debe salir de esto solo. Debe entender, como lo hiciste tú. De todas
formas, te volveré a dar la misma oportunidad una vez más, en el futuro... Quizá tengas
una respuesta diferente para mí. — Las voces volvieron a sonar divertidas.
Pero Cassandra preguntó:
— ¿Qué tiene que ver todo esto con la adivinanza, y con el Huevo?
Las risas de la sombra llenaron el recinto.
— Estás buscando la vida de la Serpiente para ser capaz de matarlo. Cuando lo
hayas hecho, los Equilibradores se verán obligados a levantar a otro enemigo de la luz...
— ¿Otra Serpiente?
— Para mantener al bien y al mal en el punto correcto del equilibrio. Puedes
tener un descanso, pero él se levantará una y otra vez, diferente forma, diferentes
personas, y siempre será el mismo... Y tú y tus compañeros. Ayer fueron Ryujin y Reina,
hoy eres tú y tus amigos. Mañana... Bueno. El mañana traerá otras personas a jugar tu
rol. Pero los personajes son los mismos, y es la misma vieja lucha que continúa...
— ¿Tratas de decir que no debemos matar a Althenor? — preguntó ella en total
asombro.
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— No. No te estoy diciendo lo que debes hacer o no.. Solo te digo lo que las
serpientes quisieron decir con su adivinanza. Ten cuidado, Guardiana. El peligro acecha
en el camino que elegiste.
El cuarto se había oscurecido gradualmente, y ahora estaba completamente a
oscuras. Sintió que le faltaba el aire, y jadeó nerviosamente, hasta que la negrura se
metió en sus pensamientos y se desmayó.

Sintió una brisa fría en la cara, y abrió los ojos sorprendida. Javan estaba entre
sus brazos, todavía desmayado. Le tocó la cara, y trató de verlo, pero era una noche
oscura, y las nubes no dejaban pasar la luz de las estrellas. Escuchó cuidadosamente.
Parecía ser un lugar desierto. Ningún forastero alrededor. Así que Cassandra murmuró
un par de palabras, y cálido fuego se levantó a sus pies. A la luz de las llamas pudo
revisar a Javan. Estaba pálido, y tenso, pero parecía bien. Al menos no tenía heridas
externas, aunque ella realmente no las esperaba. Empezó a frotar sus sienes y sus
muñecas, y su respiración se volvió rítmica y profunda cuando entró en calor. Ella lo
acarició un poco, pero no se atrevió a despertarlo. Lo abrazó fuerte, y esperó a la
mañana.

El fuego se había casi extinguido al amanecer, cuando la luz volvió a despertar a


Cassandra. El cielo rosa y el sol amarillento le mostraron donde estaba, y ella ahogó un
grito. No estaban en NingunaParte, ni en la Isla de las estatuas, ni siquiera en Australia.
Estaban de regreso en casa... a unos cuantos kilómetros del Valle.
Había pasado la noche con la espalda apoyada en una de las grandes rocas de un
Círculo de Piedras, como el que había cerca del Trígono. Pero no era ese. Ni otro
cualquiera. Ella conocía este círculo muy bien. Acostó a Javan cuidadosamente a un
lado y se levantó. Más allá de la colina norte... debía estar allí.
Trepó casi corriendo, y miró por sobre la cima de la colina. ¡Ahí estaba! La
ayuda. ¡Y tanto que la necesitaba! Con una mirada preocupada atrás, a la borroneada
silueta de Javan al pie de la gran Roca del Este, siguió caminando hacia la vieja Torre y
la casa forastera a su lado.

Suaves golpes en la puerta. Sintió las sábanas de algodón, y un olor desconocido


en ellas. Estaba en una habitación en donde jamás había estado antes. Una cama en la
que jamás había dormido. Las persianas estaban corridas, y no le permitían ver los
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detalles. Oyó una voz en la puerta. La voz de Cassandra. Pero no entendió lo que estaba
diciendo. Una mujer le contestaba. Tampoco pudo entenderle a ella.
— Gracias, Marina... te lo agradezco tanto... — decía Cassandra.
— No hay por qué. ¿Te parece que se recupere?
— Sí, no te preocupes. Pero tengo que llevarlo a casa. —El tono de Cassandra
era de preocupación. Él quiso hablar y no pudo.
— Vas a tener que esperar al menos hasta que vuelva en sí. ¿No quieres llamar
a un médico? O puedes quedarte... Hay lugar de sobra.
— No puedo quedarme. Tengo que llegar mañana al colegio... Nuestro tren...
La otra mujer hizo un ruido de irritación.
— Tren, — bufó. — ¡Tómate un taxi!
Cassandra hizo un ruido que podía ser una risita. Ese sonido lo tranquilizó,
aunque todavía no lograba entender ni una palabra de la conversación.
— Voy a ver cómo sigue... — decía Cassandra en ese momento. — Y luego
bajaré a desayunar...
— Muy bien, como quieras.
La puerta se abrió y se cerró con un ruido suave. El sonido de pasos se perdió
afuera, y la respiración de Cassandra cubrió todo otro sonido. Pensó que hasta podía
sentir los latidos de su corazón. Pero ella no hizo ruido al acercarse a la cama e
inclinarse hacia él.
Ella lo miró y le sonrió. Pero cuando habló, a Javan le costó mucho entender las
palabras.
— ¿Estás despierto? ¿Cómo te sientes? — susurró ella.
Él la miró. Se sentía cansado. Abrió y cerró los ojos lentamente, y saboreó el
contacto de la mano de ella sobre su mejilla. Lentamente las palabras tomaron sentido.
— Cansado, — intentó decir, cuando al fin comprendió. — ¿Qué... sucedió?
Ella se sentó a su lado, y le tomó la mano. Sus manos se sentían tan tibias, que
quiso retenerlas para siempre. Pero no podía. Algo... Algo como una punzada se
despertó de nuevo en su interior.
— Te lo diré después, — dijo ella más lentamente. — ¿Qué recuerdas?
Las manos subían de nuevo hacia su mejilla, secando un rastro de lágrimas que
él ni siquiera sabía que estaba ahí. Frunció el ceño, perplejo.
— No recuerdo... fuimos a NingunaParte... Estaba oscuro... Yo... Creo que tuve
una pesadilla... No lo sé...
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Ella asintió con lentitud. Una pesadilla. Era mucho peor que eso. Pero mejor que
no lo recordase.
— Trata de olvidar. Fue solo un sueño... Te traeré el desayuno.
Pero él le oprimió la mano. La voz... La voz de ella despertaba sus recuerdos. No
estaban completos, pero...
— ¿Qué sucedió, Cassandra? — dijo.
— Hablé con Nadie, — contestó ella, lentamente, como midiendo cuánto decir.
— Me explicó el acertijo de las serpientes... Dice que si matamos a Althenor los
Equilibradores levantarán a otra Serpiente... otro enemigo.
Javan la miró fijamente unos segundos, con fuego en la mirada.
— ¿Dijo a quién? — preguntó finalmente, mientras el fuego se apagaba.
— No. Pero me ofreció cambiar algo del pasado...
Javan se estremeció violentamente bajo las mantas. Abrió la boca como para
decir algo, y no lo logró. Cassandra se inclinó hacia él y lo abrazó. Habló muy suave en
su oído.
— Él dijo que te ofrecería lo mismo a ti... ¿Lo hizo?
Javan asintió con los ojos cerrados. Ella lo abrazó más fuerte.
— Dijo que tenías que revivirlo todo, para evaluarlo, antes de responder... ¿Fue
esa la pesadilla?
De nuevo, él asintió. Ella le acarició la cabeza. El silencio se prolongó unos
momentos.
— Yo respondí que no...
Ella no se atrevió a preguntar qué había contestado él. Pero no fue necesario. De
nuevo sin palabras, Javan asintió con la cabeza, y Cassandra sintió las lágrimas
húmedas que le corrían por el hombro. Volvió a abrazarlo, y acariciarlo.
— No pienses más en eso, — le susurró al oído. — El pasado no puede ser
cambiado...
Él dijo con voz ronca:
— Te amo. Nunca cambiaría el camino que me trajo hasta ti.
— Tampoco yo, — dijo ella.

Marina estaba lista para ayudar tanto como pudiera, aún cuando Cassandra no le
había contado qué había sucedido exactamente al hombre del cuarto. La esperó en la
70

mesa del desayuno, y tuvo que esperar mucho rato. Obviamente, el hombre había
despertado.
Cassandra había dicho que era su marido. No es tu asunto, se dijo Marina; pero
el año pasado ella había llegado colgada del brazo de Gaspar Ryujin. Había pensado, el
año anterior, que hacían una bonita pareja. Él la cuidaba de una manera... encantadora.
Te estás volviendo una vieja casamentera, se dijo.
Ryujin había traído a Cassandra a observar un viejo tapiz, a la entrada de la
Torre. El tapiz había sido descubierto recientemente, escondido en un calabozo
olvidado, donde también encontraron objetos de brujería; calderos, y velas, y extrañas
ánforas con productos orgánicos, ya reducidos a polvo. Los objetos habían sido
trasladados a un museo, o algo... No lograba recordarlo bien. Pero el tapiz se lo
entregaron a ella, la conservadora del museo de la Torre. Habiéndose especializado en
mitología durante tantos años, lo encontró... interesante. No parecía coincidir con
ninguna estructura mitológica en particular, y reunía elementos de todas.
La luz y la sombra, en el centro, en un círculo, en perpetua oposición y
completándose mutuamente; y a su alrededor, los cuatro elementos, con sus símbolos
bordados en oro o plata. Unos rayos salían del círculo, y se transformaban en figuras,
aparentemente criaturas... que no se parecían a ninguna criatura primigenia de ninguna
otra cosmología. Una nueva serie de círculos exteriores mezclaban los elementos, y la
luz y la oscuridad, y en cada nueva combinación, brotaban del bordado criaturas nuevas
y fantásticas.
Alrededor del tapiz había una leyenda, pero de alguna manera, las letras, el
texto, se le escapaban... Tenía la sensación de que debía entender lo que el tapiz
significaba, y una y otra vez la respuesta la eludía.
Ryujin y Cassandra se habían quedado mirando el tapiz como hipnotizados por
un largo rato. Tanto, que la visita terminó, y ellos seguían allí. Marina, curiosa, los había
invitado a cenar.
Durante la cena hablaron de muchas cosas, y ella se las ingenió para traer a
colación el tema del tapiz. Ryujin había sonreído.
— Su tapiz es muy bello. Y muy antiguo, — dijo.
— Sí. No hemos podido datarlo aún... Pero contiene elementos de muchas
estructuras mitológicas. Parece una cosmología mágica, o algo así...
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— El origen de todas las criaturas mágicas... — había susurrado Cassandra,


pensativa. — Pero el artista olvidó algunas... — Y había mirado a Ryujin. Él había
sonreído más cálidamente aún.
— El artista aún no lo había aprendido todo... — dijo.
Poco después, ellos se habían ido. Marina había subido como de costumbre a la
Torre, a mirar la luna sobre el Círculo de Piedras. Algo la atraía a la cima de la torre.
Una presencia, o el recuerdo de un recuerdo.
Por lo que sabía, la Torre había sido un lugar de magia y de brujería... en la
época que la gente todavía creía en esas cosas. Cuando su último ocupante murió, el
gobierno de la época, usó esa torre como prisión. Luego fue olvidada, hasta que unos
turistas la descubrieron por accidente y la fotografiaron. El Ministerio de Cultura tomó
cartas en el asunto, y la ruina de la Torre fue convertida en un museo. Y ella, en su
conservadora. Y toda esa leyenda había ido penetrando su fantasía. Por las noches,
cuando el museo quedaba silencioso y a solas, subía a la Torre, a imaginar como sería
ese otro mundo.
La luna llenaba el círculo de piedras. Como tantas otras veces, imaginó las
brujas, mujeres jóvenes y mujeres viejas, mujeres sabias, y mujeres ignorantes,
campesinas en su mayoría, bailando en sus ritos salvajes, enardecidas por el
aguardiente. Pero no esta vez. Había dos siluetas entre las piedras. O tal vez muchas.
Luces y sombras que bailaban en un resplandor tenue y vacilante. Debió haber sido otro
sueño, porque creyó ver al hombre, Gaspar Ryujin, convertirse en dragón. Y a la mujer,
Cassandra, tomar una extraña forma luminosa, tal vez otro dragón. Un sueño,
seguramente. La mujer que había llegado desesperada al amanecer era de carne y hueso;
y el hombre que habían arrastrado hasta la casa pesaba mucho para ser un fantasma.
Pasas demasiado tiempo entre pergaminos y fantasías, se dijo Marina, y volvió su
atención al desayuno.

Para el momento que Cassandra fue a desayunar, el café estaba frío, y Marina
cansada de discutir consigo misma.
— Te diré lo que haré. Mañana los llevaré a la ciudad en el auto, y ahí tomarás tu
maldito tren, — dijo. — Pero insisto en que deberías llevarlo al médico.
— Lo haré en cuanto lleguemos a casa. Mi esposo te estará agradecido... — dijo
Cassandra. Y agregó, dudosa; — le tiene fobia a los hospitales...
72

Marina la miró y frunció los labios. No es tu asunto, pensó por centésima vez. Y
murmurando una disculpa, fue a atender su trabajo en la oficina del museo.
73

Capítulo 8.
Céfiro.

El viaje en el auto de Marina fue largo e incómodo. La forastera insistía en pasar


por el médico primero, y Cassandra continuaba poniendo excusas. No quería que un
médico forastero revisara a Javan. No sabía qué efecto podían tener las marcas y
cicatrices mágicas en un diagnóstico forastero. Además... ¿Qué le iba a decir? ¿Que su
esposo padecía una intensa depresión porque Nadie le había ofrecido cambiar la muerte
de su novia de la adolescencia?
Cuando se libró de Marina en la ciudad, buscó un taxi y se llevó a Javan hacia su
casa en la frontera. No era demasiado lejos. Y en el sótano, la puerta de Dherok
permanecía abierta... Si Javan no la había cerrado. Y si lo había hecho, el hechizo que
llevaba sus cartas al Trígono como instantáneos, seguía en la bandeja de la mesa de la
cocina, esperando por las cartas de Alessandra. Ella no había querido retirarlo después
de la boda de Lessa con Andrei. No quería que Alessandra dependiera del mago para
enviar su correspondencia. No quería que ella se sintiera inferior, o diferente.
Con un suspiro, dio la dirección al taxista, que la miró, a ella y a su
semidesmayado esposo con desconfianza. Pero los llevó con rapidez, y sin tratar de
entablar una conversación inútil. De todos modos, Cassandra no estaba para charlar de
los precios en el mercado, o la última declaración del presidente.
La casa forastera parecía abandonada. Nita no se hacía cargo del jardín. Pero
Cassandra sabía que el interior de la casa estaba impecable.
— ¿Está segura que es aquí, señora? — le dijo el taxista.
— Sí, este es el lugar. Fueron unas largas vacaciones, — dijo ella. El taxista
volvió a echarle una mirada desconfiada, la ayudó a bajar a Javan, y se marchó sin más
comentarios.

Cassandra condujo a Javan al dormitorio, y lo dejó recostado. La Caja se había


cerrado. No podía volver directamente. Pensó que era quizá lo mejor. Se sentó a la mesa
de la cocina, y redactó una larga carta para el Anciano Mayor. Dos días serían
suficientes. Dejó la carta cuidadosamente doblada en la bandeja encantada, y se fue al
fregadero a preparar algo. El susurro de Nita le llamó la atención.
74

— Nita... ¿Eres tú?


El susurro se repitió.
— ¿Has venido del Trígono?
El susurro lo confirmó. Cassandra la buscó con la mirada, pero la edom
permaneció invisible.
Por un momento, Cassandra deseó inútilmente poder hablar con alguien. Y de
pronto se le ocurrió quién podría ayudar. Volvió a sentarse a la mesa, y escribió a toda
prisa a Adjanara.

Era noche cerrada cuando un temblor recorrió la casa entera. La Torre había
aparecido en medio del jardín, frente a su propia casa. Cassandra no se movió. Había
pasado las últimas tres horas de pie en la puerta de su habitación, observando a Javan,
que permanecía inmóvil en la cama, mirando al techo. Muy poca luz llegaba de afuera,
y Cassandra no había encendido las de adentro. Pero cuando todas las luces
desaparecieron, Cassandra supo que Adjanara había llegado.
— Cassandra... — susurró una voz a su lado.
— Ada... Djana.... No sé qué hacer... — murmuró ella sin apartar la vista de su
esposo.
La hechicera echó una mirada dentro del cuarto, y tomó a Cassandra por el codo
para llevarla a la cocina. Cassandra se dejó llevar.
— Hace un día que no se mueve... desde que llegamos.
— ¿Qué sucedió?
— Nadie de NingunaParte. Fuimos a verlo, y nos ofreció cambiar una cosa del
pasado. Nos negamos, pero le hizo recordar... todo aquello. Hoy temprano, logré que me
hablara, pero se ha vuelto a hundir en... ese silencio... — Cassandra miró desesperada a
Adjanara. — No sé qué hacer...
Adjanara la miró y asintió lentamente. Ella sabía tan bien como Cassandra por lo
que su hijo había pasado. Y sin embargo habría jurado que era pasado; que ya estaba
superado. Cassandra era ahora su mujer, y Kathryn ya no estaba con ellos. No era algo
en lo que hubiera que pensar demasiado. Miró a la mujer que tenía delante,
esforzándose por no llorar, y sonrió a medias.
— No es que no te ame. Es que...
— El dolor es muy profundo, ya lo sé. Solo soy un premio de consuelo.
Adjanara se levantó de golpe.
75

— Si mi hijo piensa semejante cosa, es un estúpido. No, Cassandra. Es que le


han hecho revivir todo el asunto. No es solo un recuerdo lo que lo ha puesto así.
Cassandra la miró. Lo sabía, pero no había esperado que la hechicera también lo
notara. Además, había creído que Adjanara podría hacer algo.
— ¿Qué podemos hacer?
— Si te refieres a ir y darle una paliza a Nadie para que lo restaure, no; no lo
creo posible. — Cassandra se rió. — Pero le prepararé un té.
Adjanara vio a Cassandra levantar una ceja, y sonrió.
— Ven. Vamos a buscar las hierbas. ¡Siddar!
La puerta se abrió, y el hombre pájaro apareció en ella. Cassandra lo miró algo
asombrada. Siddar parecía más alto, como si hubiera crecido en compañía de Adjanara.
El hombre respondió a su sonrisa acercándose y abrazándola. Luego se volvió a
Adjanara.
— Djana, ¿qué necesitas?
— Querido, llévate a mi hijo a la Torre, al cuarto de huéspedes... Y prepara mi
caldero. — Siddar asintió, y se dirigió hacia la puerta que llevaba al interior de la casa
de Cassandra. — Nosotros vamos a buscar unas hierbas-pluma...
Siddar se detuvo en seco y se volvió, las cejas levantadas.
— ¿Otra vez espejos?
— No, querido. Nadie esta vez... Lleva la Torre al risco, te veré allá en media
hora.
Siddar asintió y desapareció. Adjanara se levantó y le dijo a Cassandra.
— Ponte un saco, querida. Hace frío donde crecen las hierbas-pluma.

Adjanara condujo a Cassandra a un círculo en la cima de una colina. Hacía frío,


y había mucho viento. Las hierbas de los bordes del círculo se sacudían, estremecidas.
Cassandra miró a su alrededor. No se veía mucho, pero estaba segura que nunca había
estado aquí. Adjanara no demoró mucho. Le hizo señas de que se acercara, y le mostró
las extrañas plantas.
— Hierba-pluma, — dijo, señalándoselas. — Sólo crecen en las Colinas del
Viento... Aquí... y allá.
— Pero... — Cassandra miró las plantas con franca perplejidad. — Son las
mismas que tapizan el claro de las Esporinas... Solo que aquellas son negras.
Adjanara asintió.
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— Aquellas las sembró Kathara... Se volvieron negras cuando ella murió... Por
eso no nos ayudarán. Estas otras, sin embargo nos servirán bien... Javan necesita
retroceder a los tiempos en donde no tenía que arrastrar ese dolor...
Cassandra asintió en silencio, y se llevó la mano a la mejilla, para secar otra
lágrima. El viento se sintió extraño a su alrededor. Ella levantó la cabeza.
— No estamos solas, Cassandra, —dijo Adjanara, de pronto.
Cassandra ya lo había notado. Se movió en un giro rápido hacia el centro del
círculo, y dio uno o dos pasos, con los brazos a media altura. Una invitación. El aire se
llenó de un perfume vago de noctarias y nomeolvides. Cassandra giró de nuevo, una
inclinación a la derecha, al este; y otra a la izquierda, al oeste. Una vuelta hacia el sur, y
un giro rápido regresando al centro. Cuando levantó la mano para el molinete, algo
empezó a formarse desde la nada frente a ella, y le tomó la mano. La larga cabellera roja
fue lo primero que pudo ser visto. Esporino-elka se detuvo y miró, seria, a Cassandra y
Adjanara.
— Kathara, — saludó la hechicera. — No te esperaba.
— Yo sí, — dijo Cassandra, mirando esperanzada a Kathryn. Pero la nueva
esporina sacudió la cabeza.
— No es mucho lo que puedo hacer, Guardiana. Pero él fue muy importante para
mí cuando era humana...
De alguna manera, Kathryn parecía avergonzada. Cassandra le tomó la mano.
— ¿Qué sucede?
Kathryn sacudió la cabeza.
— Yo... Quiero que le digas algo por mí. Cuando Nadie le hizo revivir el pasado,
también yo lo percibí. Dile que no es posible volver atrás. Dile que el único camino es
el que va hacia adelante... Que yo...
Kathara se soltó bruscamente de la mano de Cassandra.
— Que yo no deseo volver atrás, aún si él lo deseara. Que me deje ir. Que se
olvide de lo que nunca sucedió.
Cassandra la miró. La esporina había hablado en tono duro.
— Todavía lo amas, ¿verdad? — susurró. — Si no, nunca hubieras venido. Una
verdadera esporina no se hubiera tomado la molestia...
La esporina la miró con ojos dorados de bruja fénix.
— No sabes lo que estás diciendo. Soy una esporina. Soy Esporino-elka...
77

Cassandra se acercó y la abrazó. La otra quedó rígida un momento, y luego se


aflojó.
—No quiero que él viva atado al pasado, — susurró. Cassandra la dejó ir.
Kathryn desprendió unas flores de su cabello. — Agrega esto al té...
Y sin decir nada más, desapareció en las sombras y la brisa. Cassandra se volvió
a Adjanara. La bruja sacudió la cabeza, movió su vara, y regresaron a la Torre.

Siddar las esperaba en el estudio donde Adjanara trabajaba. El caldero hervía en


un rincón. Adjanara sonrió.
— Querido, siempre tan eficiente... — dijo. Siddar sonrió y se hizo a un lado
para dejarla pasar. Cassandra se acercó a él.
— ¿Cómo has estado? No nos hemos visto mucho últimamente...
— Tú no me has visto. Yo te tengo bien vigilada... Y a Andrei y su linda esposa.
Dime... ¿no tienes una amiga que me presentes a mí también?
Cassandra soltó una risita. La expresión de Siddar era realmente cómica.
— Buscaré alguna... ¿Cómo la quieres? ¿Rubia, morocha...?
Siddar le pasó el brazo por los hombros y frunció la nariz.
— Más alta que tú.
Cassandra se volvió a reír.
— Ven, vamos abajo. Djana estará ocupada mucho rato...
Y Siddar se la llevó a otro lugar de la Torre.

Pasaron dos días en la Torre de Adjanara. Por una vez, Cassandra no sintió el
malestar con que la Torre la rechazaba habitualmente. Supuso que Adjanara estaría
suprimiéndolo con alguno de sus hechizos, o que su preocupación por Javan no le
dejaba sentir otra cosa.
Pasó la noche, la víspera del año nuevo, junto a él, preguntándose que pasaría
después. El té de hierba-pluma no parecía funcionar. Cassandra agregó los pétalos de la
flor de Kathara a la última taza, la que le había dado al anochecer. Y pasó la noche
acariciándolo, y meciéndolo, y alejando las pesadillas. Cuando el sol se levantó, él se
volvió y la abrazó. Ella lloró de alivio, mientras sentía cómo las lágrimas de él le
mojaban el camisón. Al fin había liberado todo ese dolor. Ella escondió la cara en su
pelo, hasta que él levantó la cara.
— Te amo, — susurró él.
78

— Qué casualidad... Estaba a punto de decir lo mismo... — dijo ella.


Esta vez, él pudo sonreír y besarla.
— ¿Sabes? — dijo ella al cabo de un rato. — Debemos hacerlo.
— Si. Debemos matar a Althenor, — dijo él. Pero no fueron sus palabras, sino el
brillo acerado de su mirada lo que la hizo estremecerse.

Y regresaron al Trígono en la alfombra voladora; y las clases comenzaron al día


siguiente. Durante todo ese primer mes del ciclo, Javan insistió en salir corriendo hasta
el pueblo. Allá, durante el período de clases, Ada permanecía en una casa semi-
forastera, muy parecida a la granja, según sabía Cassandra. Pero la puerta del altillo
conducía directo a la Torre. Cada mediodía, Javan bajaba del Trígono, para acompañar a
Kathy hasta la escuela. Cassandra dejaba que la arrastrara con él, y ayudaba a la niña a
armar su mochila. Kathy se llevaba a Cassandra un poco aparte y le preguntaba:
— ¿Y? ¿Ya le dijiste?
— No todavía...
Y Kathy arrugaba la nariz y hacía un ruidito de disgusto idéntico a los gruñidos
de Javan. Cuando llegaban a la puerta de la escuela de Kathy, la niña los besaba
apresuradamente, y se iba corriendo junto a sus compañeros. Javan la miraba frunciendo
el ceño. Y Cassandra solía colgarse de su brazo, y reírse.
— No seas celoso. Ella está entrando en la etapa en que los importantes son
ellos, no nosotros...
Javan la miraba, y no respondía. Y ella le apretaba el brazo, y se lo llevaba de
regreso al trabajo.
Así, todos los días, de lunes a viernes...

Y un día, casi a principios de diciembre, llegó la llamada. Todo a lo largo del día,
el viento sopló susurrando en los árboles, golpeteando en las ventanas, ululando en los
corredores. Era un viento extraño. Cassandra se quedó quieta, una o dos veces, en mitad
de los patios o de la escalera, escuchando. A las seis, ya terminada la última clase, fue al
prado, y se detuvo allí, los ojos cerrados, todavía escuchando. Había voces en el viento.
Voces que, si pudiera escucharlas un poco más claro podría entender. Debería entender.
Javan fue por ella y la arrastró de nuevo al castillo.
— ¿Qué te pasa? — le preguntó con los dientes apretados, mientras bajaban a
sus habitaciones. Ella respondió en un susurro.
79

— Voces... ¿No escuchas las voces?


Él la sacudió un poco.
— ¡Cassandra!
Ella pestañeó. Y fijó su mirada en él. No sabía lo que estaba pasándole. Él
suspiró y pasó el brazo alrededor de los hombros de ella.
— Siempre estás sintiendo el llamado de poderes más allá de tu conocimiento.
¿No estás cansada de esto? — dijo.
— Sí... Pero no puedo evitarlo. Este viento... me está volviendo loca, — dijo
ella.
Al final, él la dejó en sus habitaciones, encerrada en un encantamiento que
bloqueaba el sonido, para que no pudiera escuchar el viento, y se fue a trabajar a su
oficina. Siempre trabajaba hasta tarde cuando estaba alterado. Cassandra se fue a la
cama sola, pero con una sonrisa en la cara. Él solía ser tan protector. Pero cuando el
silencio cayó sobre el castillo... Muy ligeramente, al borde mismo del sonido, las voces
del viento empezaron a romper el hechizo de silencio.
Cassandra no había sido capaz de conciliar el sueño. Se volvía a un lado y al
otro, incómoda. Al fin se levantó y fue a la mecedora. La luz de la luna y le balanceo
normalmente la calmaban. Pero no esta vez. De pie en el centro del patio, sintió más
fuerte que nunca la llamada del viento. Sopló silencioso alrededor de ella,
envolviéndola en ráfagas de brisa fría, moviendo su cabello, su camisón, la capa que se
había echado sobre los hombros. Y el viento silencioso la tomó, la levantó en vilo y la
llevó lejos, a través de la claraboya cerrada.

Javan trabajaba en las tareas que había pedido la semana anterior. Antídotos. Los
trabajos eran superficiales, hechos apresuradamente, media hora antes de entrar a clase.
Copias de un texto elemental, o del trabajo de algún compañero... No importaba lo que
dijera Cassandra, los aprendices no se tomarían esto en serio a menos que sus vidas
dependieran de ello. Gruñó otra vez su descontento.
— ¡Presta atención! — dijo una vez cerca de él. Miró la varita. Había tomado la
costumbre de dejarla sobre el escritorio, lejos de sí, cuando no la estaba usando. Su
antigua varita siempre estaba en su bolsillo, o en el forro de la capa... siempre en
contacto con él. Esta otra... Al menos no había vuelto a hablar desde que Cassandra le
tomara juramento.
— ¿Qué pasa? —dijo.
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— Ya no se oye el viento, — dijo la varita.


— Tienes razón. Vamos a ver a Cassandra, — dijo después de escuchar un
momento.
— Ella no está ahí, — dijo la varita.
— ¿Cómo lo sabes? — Javan lanzó una mirada helada a la varita.
— Lo sé porque tú lo sabes... Tú sabes que ella se fue...
— Vamos. Tenemos que ir a buscarla, — gruñó él, tomándola. Y salió a grandes
pasos de la oficina hacia el dormitorio. No se sorprendió de encontrarlo vacío.

Cassandra flotó semi-inconsciente en el viento, hasta que él la depositó en el


suelo. Entonces, en ese preciso momento, ella se dio cuenta que ya no estaba en el
castillo. Pestañeó y miró confundida alrededor.
— ¿Dónde estoy? — murmuró.
— Las Cuevas del Viento... al norte del Trígono, — dijo una voz.
— ¿Quién está ahí? —preguntó ella, nerviosa. La noche no era muy oscura, pero
ella no veía a ninguna persona a quién hablar. — ¿Dónde estás?
— Aquí. —La voz venía directo frente a ella, y allí no había nadie.
— ¿Quién está ahí? — preguntó de nuevo.
— Yo. Céfiro. Un... viento. — La voz era cálida, tranquilizadora, suave, con
cierto olor a sal...
— Lo siento. ¿Céfiro? Nunca vi uno... — dijo ella.
— Por favor, Guardiana... Tú sabes que no puedes vernos, a menos que nosotros
lo queramos... Tú, al menos tú... deberías saberlo...
— Lo lamento. Es que nunca había hablado con un...
— Sí, lo hiciste. ¿No recuerdas cuando eras más joven, las veces que me pediste
que llevara tus mensajes a tus seres amados?
Cassandra enrojeció.
— Era muy joven... Realmente no creí que hubiera alguien allí para
escucharme...
— Bueno, nosotros... yo estaba allí. — La brisa sonó como una sonrisa, si las
sonrisas tuvieran sonido. Cassandra miró al aire delante de ella, y alrededor. Todavía no
veía a nadie.
— ¿Por qué me trajiste aquí? — preguntó luego de un rato.
El viento supo a risa, si las risas divertidas tuvieran sabor.
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— Bien, — dijo , cálido y suave, — nos has hablado, has volado con nosotros,
has jugado con nosotros en el aire, y rescataste el Zafiro azul. Eres la Guardiana. Viniste
a NingunaParte no una sino dos veces buscando algo...
— ¿Nadie te envió?
— Más o menos. Nadie del Oeste todavía cree que ustedes deberían tomar sus
propias decisiones... y cometer sus propios errores.
— No parecía tan amable cuando lo visitamos la última vez.
— No visitaste a Nadie del Oeste... Viste a los cuatro juntos.
Cassandra pensó un momento. Sabía que no había sido Nadie del Oeste, pero
¿los cuatro reunidos?
— Debió ser importante para que estuvieran todos.
— Lo era. Has sido advertida... Eso es todo lo que podemos hacer.... Pero Nadie
del Oeste sigue pensando que tú deberías saber...
— ¿Qué cosa? — A esta altura, ella se sentía mareada. Estaba cansada del largo
día de trabajo, y el aire nocturno le daba sueño.
— Tu esposo ha leído el Libro. Él conoce la Adivinanza. El Heredero ha leído el
Libro. Él también conoce la Adivinanza... Ellos te la ocultaron.
Cassandra se frotó los ojos.
— ¿Qué Adivinanza? ¿Qué Libro?
— El Amo dio su vida a su Sirviente, su sirviente poderoso, para que la ocultara
en un lugar apropiado. Un lugar al que ningún hombre pudiera llegar dos veces... El
Sirviente perdió la mitad de su vida ocultando la de su Amo. El Amo no lo sabe, y si lo
supiera, no le importaría. Para liberar...
El Céfiro calló de repente. Se oyó el ruido de cascos en el sendero, más abajo.
Cassandra forzó la vista.
— Alguien viene, — susurró.
— Tu esposo, — dijo el viento. — Tengo que irme. Pregúntale qué leyó en el
Libro...
Y el viento se fue. Cassandra se quedó allí, todavía atontada y medio dormida,
mirando el viento que ahora soplaba más frío. Javan apareció en el recodo, montado
sobre Nero, el Señor del Bosque.
— ¿C’ssie? — llamó en un susurro. El pegaso no necesitó sus talones para darse
prisa. Ella se apoyó en su rodilla y dijo en un susurro, cerrando los ojos.
— Céfiro, en el viento... Me habló...
82

Javan se inclinó y la levantó sobre el pegaso. Cabalgaron de regreso al castillo


en silencio. Hubiera sido inútil hablar: Cassandra estaba completamente dormida ahora.

Ella lo despertó en la mañana temprano besándole la nuca. Él se volvió. Un rato


después, ella se daba vuelta otra vez, envolviéndose en sus brazos, sujetando una mano
contra su pecho y otra alrededor de su cintura. Él enterró la nariz en su cuello y la besó.
— ¿Qué pasó anoche? — preguntó.
— Céfiro me llevó a las Cuevas del Viento... en el límite norte. Quería hablar.
— ¿Acerca de...?
— De la cosa que estamos buscando. Dijo que Nadie del Oeste cree que tenemos
derecho de cometer nuestros propios errores.
— ¿Y?
— Dijo que tú y el Heredero leyeron la Adivinanza en el Libro... ¿Qué leíste,
Javan?
— Ah... Eso. Fue el último fin de cursos... Tú nos encontraste saliendo del
armario, ¿recuerdas? Antes de ir a la reunión secreta...
— Nunca me lo dijiste, — dijo ella. Empezaba a sentirse herida por eso. De
alguna manera, él lo notó y la acarició muy lentamente.
— Después vino la reunión, y la boda de Andrei y Alessandra... y aquel
incidente con Reina...
Ella lo miró con desconfianza por sobre su hombro, y él aprovechó la cercanía
de su cara para besarla de nuevo. Ella sonrió.
— ¿Qué leíste? — preguntó bajo sus labios. Pudo sentir la mueca en su boca,
cuando dijo, evasivo:
— Una adivinanza...
— No confías en mí, — protestó ella. Él la abrazó más fuerte.
— No quiero que te metas en líos. — Ella se rió. — Aunque sé que lo harás de
todas maneras...
— ¿Qué leíste? — preguntó ella con suavidad, besando la mano que todavía
retenía contra su pecho. Él hizo una pausa tan larga que ella se volvió para ver si se
había vuelto a dormir. Él miraba pensativo hacia adelante.
— ¿No quieres decírmelo? — preguntó.
— ¿Mm? — Sus penetrantes ojos se posaron nuevamente en ella. — No, lo
estaba recordando otra vez...
83

En ese preciso momento, un fuerte ruido llegó desde la oficina de Javan. Él la


soltó bruscamente y saltó de la cama. Salió del cuarto dando un portazo. Cassandra no
lo siguió. Se limitó a enterrar la cabeza bajo la almohada con fastidio.
Javan irrumpió en la oficina. Estaba vacía, excepto por la varita. La miró con
desconfianza.
— ¿Te sirvió? — preguntó la varita.
— ¿¡Qué?! — gruñó él, entrando y cerrando la puerta tras de sí.
— No querías decírselo, ¿verdad? ¿Te ayudó el ruido?
— Sí. Funcionó.
— Así que no le dijiste. No lo hagas. Lo que ella no sepa, no podrá dañarla... —
dijo la varita.
Hubo un destello oscuro, hipnótico, a lo largo de su lustrosa superficie. Javan
frunció un poco el ceño. Luego dijo con lentitud:
— No lo haré...
84

Capítulo 9.
Llamas negras.

Para tranquilidad de Javan, Cassandra no volvió a preguntar por la adivinanza.


Cuando volvió al dormitorio, ella se había dormido otra vez. Pensó vagamente que era
extraño cuánto tiempo de sueño estaba necesitando ella ahora, pero al no hallar una
explicación, descartó el asunto. Tenía otras cosas en las que pensar. El antídoto dorado
se había acabado. Le había dado su último frasco a Sabrina, en el rancho... y al llegar a
casa descubrió que no quedaba más. Tendría que hacer algo al respecto... y pronto. Tal
vez antes de la Puerta... Noviembre se fue, y comenzó diciembre.

— Por favor, Javan... Lo estuvimos planeando toda la semana... — suplicaba


ella. Él se sintió molesto.
— Te dije que tengo trabajo, — contestó, seco.
— ¿Y yo no? Tendré que trabajar horas extra para ponerme al día con los
proyectos... — Cassandra también estaba molesta. Ella y Kathy habían estado
planeando un picnic (otro más) para ese domingo, antes que el frío les impidiera salir; y
él se desdijo a último momento.
— Pasaste todo el mes pasado llevándome a ver a Kathy y ahora...
— No seas infantil, — dijo él de mal humor.
Ella se detuvo en seco. Se acercó, entre tímida y mimosa, y trató de acariciarle la
mejilla. Eso siempre funcionaba. Él le detuvo la mano, y levantó la mirada hacia ella.
— Es solo que no quiero salir mañana. Lo lamento, — dijo. Los ojos de ella
titilaron un poco. No entendía. — ¿Por qué no vas sola con Kathy? ¿Una reunión
femenina? Se divertirán...
Ella frunció los labios.
— No es divertido si no estás tú, — dijo, saliendo del cuarto.
Javan miró pensativo la varita que reposaba en el otro extremo del escritorio. Un
destello oscuro corrió por su superficie, como una onda. Una ligera arruga se formó en
la frente de Javan, pero él volvió al trabajo.
85

Esa había sido la primera vez que no conseguía arrancarle el asentimiento a


Javan. Sabía que algún día sucedería, pero... no podía evitar sentirse herida. Pensó que
el amor no dura para siempre... y desechó con violencia el pensamiento. Estaba
demasiado sensible últimamente. Y decidió irse de picnic con Kathy, y divertirse mucho
con o sin Javan.
Pasó la mañana paseando entre los árboles con la niña, y juntando flores y
jugando en los lugares de Ingelyn; y a mediodía, uno de los centauros del grupo de
Keryn desafió a Cassandra a una carrera hasta las colinas que rodeaban las Grietas del
Viento. Era una carrera larga, y por supuesto, Cassandra aceptó. Kathy aplaudió
entusiasmada cuando ella se transformó en una centauro de pelaje color cobre.
El centauro ayudó a montar a Kathy, y salieron corriendo. Fueron muy lejos, y
demoraron bastante en regresar. El centauro se despidió de ellas en las colinas, y
Cassandra corrió de regreso, los cabellos al viento, y los cascos golpeando en el suelo.
Volvieron al remanso junto a la cascada de los unicornios. El lado mágico.
— Vaya... Y yo que creí que me extrañarían... — las recibió una voz cuando
regresaron al claro. Cassandra miró sorprendida a Javan.
— ¿Decidiste venir igual? — le preguntó fingiendo que no le importaba. Javan
estaba a su lado, ayudando a Kathy a desmontar. — Pensé que te habías quedado en el
castillo.
— Ahá. Conseguí lo que necesitaba. Fui a la cabaña, y ahora vine por lo que me
falta...
— Ah. Trabajo, como siempre. — La voz de Cassandra no ocultó su
desaprobación.
Pero Javan no se molestó. Le dio una fuerte palmada en las ancas, y le dijo:
— Vamos, transfórmate... Necesito que mi esposa haga de mensajera con las
esporinas.
Ella lo miró fastidiada, y él se volvió a reír.
— No soy tu empleada, — le espetó.
— Vamos, Cassandra, no te enojes... Sabes que el antídoto dorado es importante.
Debo conseguir los ingredientes antes de la Puerta del Invierno...
Ella lo miró desde arriba, mientras empezaba a regresar a su forma natural.
Como centauro era más alta que él, pero como humana, era más baja. El cambio de
perspectiva era curioso. Pero al parecer, a él también le producía una sensación extraña,
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porque la miraba con una sonrisa que iba haciéndose más firme a medida que ella
descendía. Cuando fue humana otra vez, él se inclinó a besarla. Ella retiró la cara.
— ¿Qué pasa? — susurró él.
— Estoy enojada contigo. No me molestes, — dijo ella. Pero él se rió, y la
abrazó.
— Ah, Cassandra Troy. Me encantan tus berrinches... ¿Qué dices, Kat? ¿Le
damos un chapuzón en el agua?
Las risas de Kathy ahogaron las protestas de Cassandra, y Javan la levantó en
vilo para lanzarla al agua. La hundió en la espuma blanca de la cascada, y cuando Kathy
chapoteó junto a ellos, las arrastró a las dos al lado forastero.
Kathy salió del agua riéndose. Cassandra se sacudió el agua, tratando de parecer
todavía enojada. Javan se rió, y las invitó a ir adentro, donde las esperaba el chocolate
caliente de Nita, y la estufa encendida.
— ¿Para qué nos trajiste aquí? — gruñó Cassandra, cuando él la sentó frente al
fuego y la rodeó con los brazos. Él se rió, y la apretó fuerte contra él.
— Porque hoy es mi turno de contar un cuento, — dijo él. Parecía un chico a
punto de hacer una travesura.
— ¿Tú te sabes algún cuento, papá? — preguntó Kathy sorprendida.
Normalmente era Cassandra la que contaba las historias. Pero Javan asintió, sonriente, y
la nena se acercó y se sentó en las rodillas de Cassandra.
— Está bien, — dijo ella. — ¿Qué es lo que quieres?
— Por ahora, un auditorio... Aunque después espero algo más... — Javan miraba
a Cassandra con los ojos brillantes, y ella creyó que sabía adonde quería ir a parar. Pero
él también miró a Kathy, y empezó su historia.
— Hace mucho tiempo, vivía en algún lugar una bella bruja de cabello de oro...
— ¿Rubia? Pensé que tus brujas eran todas pelirrojas.
— Dije de oro, no rubia. Realmente, su cabello era de oro. Cada año, ella
cortaba su cabello de oro y lo tejía en telas mágicas que vendía en el mercado. Vivía de
ello, y aquellas sedas de oro la hicieron famosa. Eran sedas mágicas, que curaban a
aquellos que se envolvían en ellas. Al otro lado de las montañas, había un hechicero.
Vivía lejos, y para llegar a él, había que atravesar un enorme y peligroso desierto y
cruzar las heladas montañas, y luego de un valle lleno de misterios, estaba la Torre...
— ¿Una Torre como la de la abuela, papá?
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— Más o menos. Una Torre más joven, con muchas menos puertas... ¿Sabes,
Kat? Las Torres son como las Varas. Crecen... si el que las habita tiene poder suficiente,
y las cuida y alimenta. Si el que las habita no las hace crecer, y se limita a consumir el
poder de la Torre, la Torre se oscurece y muere. Había Cien Torres, al principio del
tiempo... Muchas de ellas han muerto hace siglos, y han sido derribadas por los
forasteros. Otras... son solo ruinas... ocultas, ignoradas... Solo quedan siete Torres en la
actualidad, y una de ellas es la de tu abuela.
Cassandra lo escuchaba muy interesada a su pesar. Nunca había escuchado las
historias de las Cien Torres... o algo de la Torre de Adjanara. Javan no solía contar
historias.
— ¿Y qué le pasó a esta Torre, papá?
Javan sonrió.
— Enseguida lo verás. La bruja dorada se hizo famosa, ya te lo había dicho. Una
de sus telas maravillosas llegó por casualidad a la Torre del hechicero. En aquel
momento, el joven hechicero estaba trabajando con espejos de plata... Estaba buscando
la forma de usarlos para preservar los sueños, y por accidente, perdió a alguien detrás
del cristal.
Javan pudo sentir que Cassandra se estremecía, y la abrazó. Ella ya sabía lo que
era perder a alguien en el espejo; lo había perdido a él. Y aunque había sido un truco
para despistar al Círculo, la angustia inducida por la poción de olvidar y la poción de
Zerhán había sido muy real. La acarició un poco para tranquilizarla, y continuó la
historia.
— El hechicero estaba buscando la manera de preservar los sueños. Había
dejado el espejo abierto, y una de sus aprendizas más jóvenes quedó atrapada en uno de
los sueños, y corrió tras él en el espejo. Alguien cubrió el espejo con la tela de oro de la
bruja dorada, intentando recuperar a la chica, pero eso rompió el hechizo. La aprendiza
se perdió. Enloquecido por la culpa, el hechicero maldijo a quien hubiera fabricado
aquella tela de oro... y esa era nuestra bruja. La maldición, como un pájaro negro,
alcanzó a la bruja en medio de su valle, y la bruja enfermó. Pero su llanto hizo que
todos los espejos de plata del hechicero se volvieran de agua y se perdieran. Asombrado
por tal despliegue de poder, el hechicero partió tras su maldición, para encontrar a quien
tejía las telas mágicas de oro.
— ¿Y encontró a la bruja dorada? — interrumpió Kathy. Javan sonrió.
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— Vaya si la encontró... Pero primero tuvo que luchar con los gigantes de hielo
en las montañas, y los monstruos de niebla en el valle, y las serpientes de fuego del
desierto... Al fin, llegó al valle de la bruja dorada, y la encontró en su casa, enferma,
llorando lágrimas de oro, porque ya no era capaz de tejer telas mágicas para curar a las
personas...
Javan guardó silencio. Cassandra lo miró, esperando la continuación de la
historia. Kathy también aguardaba. Al fin no aguantó más.
— ¿Y?
— ¿Qué?
— ¿Qué pasó cuando el hechicero encontró a la bruja?
— Ah... Sí. El hechicero encontró a la bruja, e hizo lo que pudo para curarla.
Trató de retirar la maldición, pero ésta había crecido mientras él viajaba por el
desierto... No había nada que hacer. El joven hechicero permaneció junto a la bruja
dorada, y recogió las lágrimas de ella en una botellita de ámbar. Esperó junto a ella...
hasta que la maldición se levantó para llevársela. Él se interpuso, y la botella de
lágrimas de oro y la botella de agua de plata de los espejos se rompieron y se mezclaron
con la oscuridad de la maldición. Las botellas estallaron, Kathy, y las gotas salpicaron a
la bruja de oro, que se curó de inmediato...
— ¿Y se casaron y fueron felices?
— Ahá... Pero ese no es el punto.
— ¿Y entonces cuál es?
— Que el líquido de oro y plata que salpicó a la bruja es el antídoto dorado... El
que le di a Sabrina en Australia.
Cassandra lo miró con interés ahora.
— Una vez me dijiste que no se fabrica, —dijo.
— Es cierto. Tengo que conseguir cada uno de los ingredientes y hacer que algo
oscuro, como la maldición del hechicero, los mezcle... y tratar de recuperar todo lo que
se pueda... No es fácil.
— ¿Y qué tienen que ver las esporinas? ¿Para qué querías que las llamara?
— Seguramente ellas sean lo bastante oscuras como para mezclar las aguas de
plata y las lágrimas de oro... La vez anterior se lo pedí a Nakhira... Te dije que me salió
muy caro.
Cassandra lo miró. Él sonrió.
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— No quería que me siguieras al Interior cuando fui a buscar las aguas de plata.
Las lágrimas de oro no me preocupan... Y a Deranel no le importa dejarme pasar.
— ¿Deranel? ¿La dríade que perdió a su pareja?
— Sí. Ella guarda la puerta de los recuerdos amargos...
— ¿La puerta de los recuerdos amargos? Javan, ¿qué es eso?
— Un lugar oscuro del Trígono Interior. Nunca fuiste, y espero que nunca
vayas... Como Comites de la Rama de Plata, tengo que conocer todos esos lugares... O
casi. Algunos todavía se me escapan. En el lugar de los recuerdos amargos, algunos
sentimientos desesperados, como los remordimientos del hechicero de la historia,
todavía viven... No es un lugar adonde ir a hacer un picnic.
— ¿Y las lágrimas de oro están ahí?
Javan se rió.
— No, claro que no. Ahí están las aguas de plata. Las lágrimas de oro las fui a
buscar la semana pasada...
— ¿Y por qué yo no me di cuenta, Javan? — preguntó ella, frunciendo el ceño.
Javan se volvió a reír.
— Porque estás hecha una dormilona, por eso... Pero me encanta. Subí, usé tu
caja de Dherok, volví, y seguías tan dormida como cuando te dejé... Desde que te
conozco no había estado tan tranquilo...
Cassandra pensó en replicarle, pero luego cambió de opinión. Prefería la burla a
confesar su secreto. La pérdida del Huevo de Zothar parecía no haber traído mayores
consecuencias, pero las advertencias de Nadie y de las serpientes eran claras. El peligro
es grande en el camino que eligieron. Y no había marcha atrás. Así que puso cara
enfurruñada para hacerlo reír, y lo besó al aceptar hacer de intermediaria con las
esporinas en la próxima luna llena. Javan se dio por satisfecho. Y Cassandra pensó que
todo empezaría a marchar mejor ahora.

Los días siguieron pasando lentamente. Las clases de entrenamiento de Viajeros


ocupaban todas las tardes de Cassandra, y sus ratos libres se esfumaron en siestas
inesperadas. Javan le preguntó una o dos veces, pero ella consiguió eludir las preguntas.
Y la mañana de la Puerta del Invierno...
Esa mañana ella se había levantado temprano. Tenían planeado salir a la
medianoche, luna llena, al claro de las esporinas para pedir a Esporino-elka que
completara la fusión de las lágrimas de oro y el agua de plata. Cassandra suponía que no
90

tendría problema. Desde que Kathryn se había convertido en reina esporina, las
doncellas de hierba habían estado danzando cada luna llena en los jardines del Trígono.
Antes, con Lalaith, la anterior reina esporina, sólo lo hacían cuando el castillo quedaba
vacío, o cuando el poder se acumulaba de manera anormal en él. Cassandra se levantó
temprano, y fue a la cocina, buscando a Nita. Ya iba siendo tiempo de llevar los capullos
al Hogar. Luego se perdió en el bosque.
Siempre le había gustado ese bosque, y nunca fue tan claro como hoy que era él
quien decidía adonde llegaba uno. Keryn se lo había dicho una vez, hacía tiempo... Y le
había aconsejado no abandonar los senderos. Pero ella iba por el sendero esta mañana, y
el bosque la conducía a algún lugar nuevo. Los árboles susurraban en la brisa, y el
sonido era tan tranquilizador y relajante que había caminado largo rato sin notar
adónde. De pronto se detuvo, miró alrededor, a los árboles desconocidos, les sonrió y
siguió adelante. Todavía era temprano, y Javan estaba trabajando. Seguramente no
notaría su ausencia. Era tan posesivo a veces... Bueno, no a veces. Casi siempre. Tanto
que hoy, caminando sola por el enorme bosque, se sentía liberada. Suspiró. Los aromas
en el aire la mareaban. Y caminó mucho más allá de los lugares conocidos.
El claro era amplio y perfectamente circular. Los límites del Trígono habían
quedado muy atrás. Había cruzado un viejo portón de madera hacía largo rato. Los
árboles y arbustos se veían normales, pero de pronto Cassandra empezó a sentirse rara.
La Llave del Tiempo en su cuello se sentía curiosamente pesada. Cassandra miró
alrededor con suspicacia. Se sentía asustada ahora.
El camino seguía más allá de los árboles, atravesando el claro, pero ella no se
atrevió a seguirlo. Miró de nuevo a su alrededor. Era el lado mágico, la frontera estaba
muy lejos de aquí, ella podía sentirlo; y el viento soplaba más frío ahora. Retrocedió, y
se escondió tras los arbustos. Permaneció allí, vigilando el claro vacío un largo rato, y la
única cosa cierta, era el miedo creciente. Escuchó cuidadosamente al viento, pero él no
le habló. Tocó apenas la tierra del claro, pero el polvo no le dijo nada. Y la desazón
creció hasta hacerla sentirse mal. Huyó corriendo del claro, y continuó corriendo un
largo rato.

— ¿Cassandra, estás bien? — Drovar se había vuelto hacia ella en el comedor.


Ella estaba algo pálida, y pestañeó sobresaltada por la pregunta.
— No me estoy sintiendo bien, — dijo con una débil sonrisa.
— ¿Qué pasa? — preguntó Javan. Él y Drovar intercambiaron una mirada.
91

— Nada. No es importante... Disculpen...


Javan la miró salir, y también se disculpó. Algo no andaba bien, y creyó que
conocía la causa. La siguió.
Le sorprendió encontrarla tras una pila de trabajo en el patio que ella usaba
como oficina.
— ¿C’ssie? ¿Estás bien? — preguntó. Sus ojos estaban llenos de una ternura que
solo mostraba en privado. Ella levantó la cabeza y sonrió.
— ¿Qué haces aquí? ¿Ya terminaste de almorzar?
— Estaba preocupado por ti. ¿Qué está pasando, C’ssie?
La sonrisa se borró, y ella suspiró. Bajó la mirada hacia sus papeles, y volvió a
mirarlo.
— Fui a caminar al bosque. Encontré un lugar, más allá de los límites del
Trígono... No había nada ahí, pero... — Ella sacudió la mano. Él rodeó la mesa y la
abrazó.
— Es tu sexto sentido, — le dijo.
— No tengo sexto sentido, — dijo ella, altanera. Pero el abrazo era cálido, y ella
se acurrucó contra él.

Cassandra fue tranquilizándose durante la tarde, y para lo noche estaba lista para
la cena de la Puerta del Invierno.
Era una cena especial. Casi todos los años, por esa fecha, ella se las ingeniaba
para salir al Valle, o sucedía alguna otra cosa, y nunca había participado de los
preparativos de la fiesta. El primer año, había ido al Valle en busca del baúl de Zothar;
el segundo, había estado ocupada persiguiendo calderos viejos y unas botellas de una
poción desconocida. El tercer invierno fue la Reunión de Viajeros. El año siguiente,
debía llevar a cabo la liberación del viento, y estaba muy ocupada como para notar
siquiera la fiesta. El último año, la perseguían las pesadillas que la impulsaban a
entregar las Joyas de Nadie... para salvarse de la Maldición de Zothar. Pero este año iba
a ser diferente, se prometió. Estaba esperando el bebé de Javan, y si todo salía bien, se
lo diría esta misma noche, después de la cena y de la visita a las esporinas, cuando
estuvieran solos. Sí, se dijo; la Puerta del Invierno era una excelente ocasión para
celebrar.
Cassandra no se quedó quieta. Fue de uno a otro asiento del salón, sentándose a
conversar con todos. Pasó una media hora muy agradable entre Sylvia Florian y Melissa
92

Corent, en el otro extremo del salón, antes de que Javan la reclamara para el postre, y
quizá para bailar un poco después... Alguien había sacado de alguna parte del castillo la
extraña caja de música de Dherok.
— Me pregunto por qué solo Andrei puede hacer que te quedes quieta, — gruñó
Javan mientras la llevaba a su asiento. Ella soltó una risita.
— ¿Por qué dices eso?
— Has probado cada silla en este salón... — siguió él. Ella lo miró y le tomó la
mano.
— ¿Estás celoso? Él ni siquiera está aquí...
Andrei se había mudado a la casa forastera de Alessandra y había dejado el
Trígono. Para ella hubiera sido muy difícil adaptarse a un sitio mágico, y Andrei había
conseguido un puesto como intermediario en una compañía de importadores de
productos mágicos. El departamento de Alessandra era muy pequeño, pero Andrei
sacudió su vara y uno de los armarios se transformó en un par de habitaciones extra y un
pequeño parque del lado mágico. Al menos no llenarás mi casa de tus cuestiones
privadas, decía Alessandra. Y el parque era especial para Bella. Andrei había pensado
llevarla a la Torre con Siddar, pero a último momento, ni él ni Alessandra pudieron
separarse de la loba.
Javan miró fijamente a Cassandra. Para su gusto, ella estaba demasiado
sonriente.
— Te recuerdo que él está casado, — dijo, muy serio. Cassandra se rió con
ganas.
— Siempre me encantaron los maridos de mis amigas... — dijo; y al ver el
relámpago de celos en la mirada de él, volvió a reírse.
Después de eso, se sentó muy cerca de él, tanto que a cada momento rozaba sus
rodillas con las suyas, y le habló solo a él, en susurros, e inclinándose con coquetería y
tocándole el brazo como si quisiera seducirlo. Él se sentía mitad divertido y mitad
irritado. Ella actuaba de una manera totalmente infantil. Pero se veía feliz. Hacía tiempo
que sus ojos no brillaban de esa manera. Y de repente todo se acabó.
Ella había estado molestándolo por debajo de la mesa, y de repente se enderezó,
mirando rígida la puerta.
— ¿Qué pasa?
— Algo está mal... Las sombras...
93

Ella miraba adelante sin pestañear. Las sombras de todas las cosas habían
quedado inmóviles y se esfumaban rápidamente. Javan buscó con la mirada al Vigía.
Para su horror, Norak se había puesto de pie, y también miraba la puerta. Se puso de
pie. Y de pronto lo vio. De hecho, todos los aprendices en el comedor lo vieron, y se
levantaron, o saltaron a un lado, gritando, mientras una abultada sombra se arrastraba
rápidamente hacia la mesa de Cassandra. Los profesores también se levantaron.
La sombra llegó hasta la mesa, y Cassandra cayó bajo el mantel ahogando un
grito.
Javan reaccionó con rapidez. Tomó a Cassandra por las axilas y tiró hacia arriba.
Cassandra gritó más fuerte.
— ¡Auxilio! ¡Me arrastra!
Hubo un destello plateado. Calothar, desde la otra punta del salón, había sacado
su varita y había disparado a la sombra bajo la mesa. La sombra dejó ir a Cassandra, y
desapareció.
Gertrudis Yigg y el Anciano Mayor se habían acercado, y revisaban bajo la
mesa.
— No hay nada ahí, — dijo ella. — Lo que haya sido, ya se fue...
— ¿Cómo se siente, Cassandra?
Cassandra se aferraba a Javan, todavía en el suelo y temblando. Una de las copas
se había volcado y goteaba su contenido sobre ella. Ni siquiera se daba cuenta. No
contestó.
Javan la sacó de debajo de la mesa. De la cintura hasta los pies, su ropa estaba
desgarrada y medio quemada, y tenía cortadas y heridas en las piernas. Le faltaba un
zapato.
Él trató de ponerla de pie, pero las rodillas no la sostuvieron. No se había mirado
las piernas todavía, y seguía mirando vidriosamente adelante.
— ¡Cassandra! — susurró Javan, sacudiéndola un poco. Ella se resbaló hasta la
silla. — ¡Cassandra!
Ella murmuró algo. Él inclinó la cabeza para escucharla, y de repente, ella se
desmayó.

Cassandra había sentido la quemadura primero. Luego un abrazo poderoso,


arrastrándola bajo la mesa. El comedor, la gente, aún Javan dejaron de tener sentido.
Sólo existía este apretón. A través del dolor lacerante que la quemadura y las cortadas le
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producían ella sintió algo más. Una parte de su mente corrió tras eso, mientras el resto
luchaba. Se quemó el brazo cuando trató de golpear a la sombra de fuego. Todo parecía
suceder en cámara lenta. Y entonces el relámpago plateado. Todo se volvió súbitamente
oscuro.

Hacía calor. Estaba oscuro y caliente. La voz habló de nuevo.


— ¿Has entendido, Guardiana?
— No... — ¿Habían sido horas o días? Se sentía enferma de este lugar, de esta
voz, de este pensamiento en su cabeza. Una nueva punzada de dolor recorrió su cuerpo,
o al menos sus sentidos. No sabía si tenía cuerpo aquí.
— Te lo diré otra vez, — dijo la voz. — Somos Llamas Negras de NingunaParte
del Sur... Te daremos una pieza del rompecabezas. Lo que estás buscando está
escondido en un lugar al que ningún hombre puede llegar dos veces... Y el hombre que
lo llevó allí perdió la mitad de su vida tratando de llegar... Deberías liberar esa media
vida para encontrar lo que buscas... Debes buscar este lugar...
La luz repentina le lastimó los ojos. Entre lágrimas y pestañas, pudo ver una
puerta dorada, encendida en llamas. Pero la imagen se alejaba rápidamente, llevada por
un río ancho y oscuro. El calor desapareció, pero la oscuridad permaneció un largo rato.

Javan trancó la puerta de su oficina. Se quedó inmóvil, escuchando unos


minutos. Había dejado a Cassandra en la enfermería, al cuidado de la señora Corent. A
diferencia de las veces anteriores, no se quedó allí. Dijo que debía buscar algo. En lo
que se refería a Cassandra, él se ocupaba personalmente de preparar las pociones. Ellos
no sospecharon nada. El corredor estaba silencioso.
Arrojó su varita sobre el escritorio, y se sentó. La vara se movió un poco, y
mientras él la miraba, sombrío, la vara tomó la forma de la cobra negra. La luz brillaba,
oscura sobre su superficie lustrosa.
— ¿Qué le hiciste a mi esposa? — le espetó a la varita. El destello fue visible
otra vez. — ¡Contesta!
Estaba enojado, aunque fue lo suficientemente cuidadoso como para no levantar
la voz.
— No hice nada, — dijo la varita al fin.
— ¿Llamaste a las sombras? — gruñó él.
— No.
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— ¿Qué sabes de ellas? — preguntó Javan.


— Nada. Sólo puedo saber lo que tú sabes... Y tú no sabes nada de esas sombras.
Javan apoyó la cabeza entre las manos.
— No puedo ayudarte en esto, — dijo la varita suavemente, pero el destello
oscuro permaneció allí.
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Capítulo 10.
Los Ryujin.

El bosque estaba envuelto en una negrura impenetrable. Debería haber habido


luna, pero las nubes mantenían todo en las sombras. Una noche siniestra, pensó Javan
mientras se apresuraba por el viejo camino de la cascada.
Cassandra estaba todavía inconsciente en la enfermería, y el Anciano Mayor
estaba con ella. El viejo lo había mirado sombrío, cuando él la besó en la frente y se
marchó. No le hizo preguntas. Tal vez intuía lo que él había venido a hacer al bosque.
Javan sabía que solo la Guardiana podía llamar a las esporinas... pero él tenía la
Piedra del Corazón de la Guardiana. Él había tomado en sus manos el mismo Cetro de
la Guardiana, y el Cetro no lo había rechazado. Él había entrado al lugar de los Tres,
lugar que solo la Guardiana podía visitar. Y su árbol y la enredadera de la Guardiana
florecían juntos, como uno solo, allá en el Bosque del Corazón. Tenía que intentarlo.
Cassandra no respondía a las pociones de la señora Corent, ni a la voz del Maestro... ni
siquiera a la suya. Solo el antídoto dorado podía servirle ahora. Y tal vez Kathryn
accediera a su ruego de presentarse... o tal vez no demandara un precio excesivo, como
las esporinas solían hacer. Y si lo hacía... Bueno, estaba dispuesto a todo.
Javan apretó los dientes, mientras se apresuraba por el camino, y aferraba con
fuerza su vara. Más valía que sirviera. Si Cassandra... ¡No! ¡No iba a permitirlo! Nada
malo iba a sucederle a su esposa. Y Javan notó con un estremecimiento que las
enredaderas de hierba-pluma negra estaban frente a él.
Todo sonido y toda luz desaparecieron cuando entró en claro. Se había
transformado en la Guardiana antes, para salvarla de la Serpiente, pero supuso que eso
no engañaría a las doncellas de hierba. Eran muy selectivas en cuanto a con quiénes se
comunicaban. Alice, Kathryn... Cassandra. Aparentemente siempre brujas, nunca
magos. Javan las había visto hacía muchos años, devorar a una pandilla de magos
oscuros, los mismos que habían atacado a Kathryn. Ahora... Ahora era él quien las
necesitaba. Tendría que llamarlas de alguna manera.
Javan llegó al centro del claro y dio la vuelta lentamente, observando las
sombras a su alrededor. Las sombras se volvieron más oscuras, y Javan se estremeció.
Metió la mano en el bolsillo, y sacó la botella de lágrimas de oro. Miró un momento el
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frasco, y lo depositó en el suelo, un poco hacia el sur, en la dirección en que Cassandra


solía ubicar los objetos de la Rama de Fuego. Volvió al centro, y buscó en su otro
bolsillo. La botella de aguas de plata se sentía fría en su mano. Recordó un momento el
lugar de donde las había traído, y se estremeció de nuevo. No quería regresar allá. Y si
algo le pasaba a ella... Sacudió la cabeza con decisión, y depositó el recipiente unos
pasos hacia el este, en la dirección en que Cassandra ponía los objetos de la Rama de
Plata. Y se volvió en la dirección de la Rama de Tierra.
No tenía un objeto que pudiera colocar en esa posición. Era el lugar donde debía
aparecer la esporina. Con un suspiro levantó su Vara y reunió su poder. La varita creció
entre sus manos, alargándose, y lanzando destellos oscuros. En otro tiempo, los Ojos del
Vigía le hubieran mostrado las criaturas de las sombras que habitaban este lugar. Ya no
tenía ese premio. Pero cuando clavó el asta en el suelo, el suelo mágico del Trígono, el
cristal blanco, la Piedra del Corazón, centelleó con luz clara e hizo huir las sombras.
Javan contuvo la respiración. Apoyó las dos manos en la Vara, y murmuró las
palabras de la antigua invocación, la misma que había escuchado varias veces de labios
de Cassandra.
— Bassilari endo’ olovi-inna... Bassilari endo, Sporino-elka. Andiro
enn’Sporina. Bassilari enn’Sporino-elka...
Mientras hablaba, sintió el poder que fluía de las palabras, aunque no captara
plenamente su significado.
— Yo te convoco, poderosa... Yo te convoco, Reina Esporina. En el claro de
luna, a media noche, esporina. Yo te convoco, Reina Esporina...
La piedra de poder destelló de nuevo, y algo se movió en las sombras, un poco
más allá de él. Algo rojizo que se movía con la brisa fría. Javan se enderezó.
— Kathryn... — susurró.
— Djavan. Ya no soy Kathryn.
— Kathara, entonces. Necesito tu ayuda.
— Tampoco soy Kathara, Djavan. Déjame ir. ¿No te ha dicho tu esposa...?
— Es por ella que estoy aquí, Esporino-elka. Necesito tu ayuda. Por favor, te lo
suplico...
Esporino-elka se balanceó suavemente frente a Javan, esperando. Javan la
miraba, confundido. Al fin ella dijo:
— Dime qué quieres de mí, Djavan de la Rama de Plata, Sombra de la
Guardiana.
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Javan la miró un momento. ¿Sombra de la Guardiana? Sí, en eso se había


convertido el Vigía. Él tenía ahora casi los mismos poderes que la Guardiana. Y la tarea
extra de cuidar de ella. Sus nudillos se pusieron blancos en la mano con que aferraba la
Vara.
— Necesito que fusiones para mí el Antídoto Dorado, para curar a la Guardiana,
— dijo con formalidad.
Kathryn dejó de moverse un momento.
— ¿Qué?
De pronto, su voz y su acento ya no fueron los de una esporina. Javan hizo una
mueca.
— Mi esposa ha sido atacada por unas sombras de fuego...
— Llamas Negras, — susurró Kathryn, de nuevo la Esporino-elka. Sus ojos
brillaban con codicia. Javan se estremeció. Las esporinas amaban y deseaban
furiosamente el poder de cualquier otra criatura.
— Llamas Negras de NingunaParte. Ella no responde. Necesito el Antídoto
Dorado para curarla.
Kathryn lo miró unos momentos. De pronto levantó los brazos y danzó unos
giros rápidos y salvajes alrededor del claro. Javan la siguió con la mirada. Sintió como
la esporina levantaba la oscuridad a su alrededor, y sintió también el frío que lo invadía.
La botella de plata estalló en gotas de luz helada. Kathryn volvió a girar, y la botella de
oro también estalló en chispas de fuego líquido. Las aguas se encontraron en las
sombras, y Javan sintió, como la vez anterior, que las gotas absorbían una porción de la
oscuridad de la esporina. Tal vez este antídoto no fuera tan bueno como el de Nakhira,
después de todo, Kathryn no era tan... oscura. Pero estaba seguro que funcionaría igual.
La esporina se detuvo de pronto, con una botellita entre las manos.
— No uses este antídoto en tu esposa, Sombra de la Guardiana. No, si quieres
que el futuro se renueve... — dijo, pronta a desaparecer.
— ¿Qué? ¡Espera! — llamó Javan. Pero ella ya desaparecía. Con un último roce
de perfume de noctarias, la escuchó decir todavía:
— Fuiste compañero de una Bruja Fénix. Que el símbolo de nuestro Clan
también brille en tu Vara... Adiós, Djavan Fara, de la Rama de Plata.
Y Kathryn desapareció. En la madera negra, justo sobre la mano de Javan, las
alas de la bruja fénix empezaron a abrirse, nacidas de la misma pluma azul.
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Debían ser las diez y media de la mañana cuando Cassandra se despertó. Abrió
los ojos lentamente, y la primera cosa que sintió fue la mano de su esposo en la de ella.
Trató de volverse para mirarlo, y sintió una extraña insensibilidad en el brazo y las
piernas. Torció la cabeza.
— Hola, volviste, — le dijo él con una sonrisa.
— No puedo mover el brazo, — dijo ella.
— Lo sé. Te lastimaste mucho el brazo y las piernas. La señora Corent todavía
está tratando de solucionarlo... aunque yo creo que lo lograrás por tu cuenta. Todavía
hay muchas más dificultades en las que puedes meterte, y no has intentado aún... Pensé
que no ibas a despertarte nunca...
A pesar de todo, él hablaba con calma y tranquilidad. No quería volcar en ella
sus preocupaciones. Bastante le había costado seguir el consejo de Kathryn. Pero la
señora Corent había puesto el grito en el cielo cuando se acercó con la botella, y
amenazó con sacarlo de la enfermería. Jamás había visto Javan a la enfermera tan
completamente fuera de sí. Y mucho menos tratarlo a él de esa manera; a él, Comites de
la Rama de Plata. Ella siempre lo había tratado con deferencia, e incluso había
solicitado su colaboración en una o dos ocasiones. Esta vez... la enfermera solo se
tranquilizó cuando él se llevó lejos el Antídoto Dorado. Y le permitió regresar, y
quedarse junto a Cassandra, e incluso le trajo un té sedante. Preparó sus pociones
habituales, hizo su trabajo y le ordenó que esperara. Y al parecer había acertado. Ahora,
Cassandra, despierta, aunque con rostro cansado, lo miraba desde la almohada con una
sonrisa débil.
— ¿Sabes qué fue lo que sucedió? — preguntó él con suavidad.
— No, no lo recuerdo... — dijo ella.
— Las Llamas Negras de NingunaParte vinieron por ti...
— Llamas Negras... Sí... — La mirada de Cassandra se había vuelto vidriosa de
pronto. — Me mostraron un lugar, una pieza del rompecabezas... una parte de la
Adivinanza...
— ¿La Adivinanza? ¿Cómo sabes de ella, Cassandra?
Cassandra se sobresaltó y estiró el cuello para ver a Calothar unos pasos más
allá. Javan lo miró frunciendo el ceño.
— Primero Céfiro, luego las Llamas... Habitantes de NingunaParte... Me dijeron
que el sirviente perdió la mitad de su vida al ocultar la de su amo...
— Céfiro y Llamas Negras... Me pregunto quién sigue... — murmuró Calothar.
100

— ¿Cómo quién sigue? — soltó Javan.


— Son habitantes de NingunaParte, ¿no? Criaturas-de-un-elemento... — dijo el
joven mago, sin atreverse a mirarlo. Los ojos de Javan podían paralizarlo si lo miraba
desprevenido. — Solo me preguntaba quién más podría venir... y qué otra pista nos
falta...
— Bueno... Céfiros y Vientos oscuros en el oeste, criaturas de aire. Llamas
negras y Chispas-dragón en el sur, Fuego. Falta Tierra y Agua.
— ¿Y qué criaturas crees que...?
— No lo sé, — dijo ella, cortante. No quería ni pensar en ello. Los Horrores de
NingunaParte eran muchos, y peligrosos, aún los menores. Calothar la miró, nervioso.
— El Libro decía que la vida de Althe...
— ¡No lo nombres! — dijo ella de repente. Javan y Calothar la miraron con
cierta sorpresa. — No nombres el objeto que estamos buscando... No queremos que
nadie nos detenga, y lo mejor es que nadie sepa lo que buscamos...
Calothar asintió, no demasiado convencido.
— Está bien. El... objeto que buscamos está en un lugar que ningún hombre...
— ...podía alcanzar dos veces. Sí, ya lo he oído.
Javan hizo una mueca. Él no se lo había dicho, y estaba seguro que Calothar
tampoco. ¿Cómo lo había averiguado?
— ¿Y dónde puede estar ese lugar? — preguntó Calothar. Miraba a Cassandra
como si ella tuviera todas las respuestas. Pero Cassandra se encogió torpemente de
hombros y suspiró.
— No tengo idea. ¿Y tú, Javan?
— Ni idea.
— Las sombras de fuego me mostraron un lugar... unas puertas en llamas... —
Cassandra trató de moverse otra vez, y resopló. — Bueno... cuando pueda mover este
brazo trataré de hacerles un dibujo, por si alguno de ustedes lo conoce...
Javan suspiró.
— Podría llevar mucho tiempo, — gruñó.
Cassandra se hundió en la almohada.
— ¿Acaso tenemos otra opción?

Como solía sucederle cuando estaba en la enfermería, Cassandra se durmió antes


del almuerzo. Unos golpes suaves en la puerta la despertaron. Volvió la cabeza, pero
101

Javan no estaba allí. Aparentemente, tampoco Melissa Corent, porque los golpes se
repitieron.
— ¿Quién es? No puedo abrir la puerta, — dijo ella desde la cama. Un ruido
extraño le llegó desde la puerta y ésta se abrió. Un hombre joven en túnica azul se
acercó a la cama de Cassandra.
— ¿¡Vadimeh?! — gritó ella. — ¿Cómo pudiste...?
El hombre se limitó a sonreír y abrazarla. Ella se separó un poco para verlo.
Tenía los ojos de un azul profundo, cabello negro casi azul, demasiado largo, y manos
de dedos finos y uñas también largas como garras. Sonreía. Ella lo abrazó otra vez.
— ¿Te envió Gaspar? — preguntó. La sonrisa del hombre se ensanchó y asintió.
— ¿Y por qué...?
El hombre se encogió de hombros. No hablaba el idioma de Cassandra.
— Bueno, dime por qué estás aquí, y en cuerpo humano. ¿Viniste solo? —
Cassandra no separaba la vista de los ojos azules del hombre. Estaba leyendo de su
mente lo que quería saber. El hombre dragón hizo un gesto con las manos.
— ¿Cinco Mensajeros? ¿Por qué?
El hombre aleteó con las manos.
— Más rápido, claro... — Cassandra sonrió. — Y supongo que querrás pedir
permiso a mi marido antes de hacer lo que viniste a hacer...
El hombre asintió seriamente.
— Daría cualquier cosa por ver cómo le explicas a mi marido lo que quieres de
mí. Y quién eres... — Una sonrisa traviesa le brilló en la cara. — Él está abajo, en su
oficina; o en el comedor; no sé qué hora es...
En ese momento, Javan entraba con el almuerzo de Cassandra. Se detuvo en
seco cuando vio al hombre todavía sosteniendo a Cassandra por la cintura.
— ¿Quién es usted? — dijo.
El hombre miró a Cassandra como pidiéndole algo. Pero ella se rió.
— Ah, no, mi cielo. Tendrás que explicarte por ti mismo... — le dijo.
El hombre la miró con enojo, echó la cabeza un poco hacia atrás y soltó un
poderoso rugido de dragón que jamás podría haber salido de garganta humana.
Cassandra se rió de nuevo, estiró la cabeza, y aulló una respuesta. Más suave, pero de
todas maneras, ensordecedora.
— ¿¡Qué estás haciendo?! — exclamó Javan. Casi había dejado caer el
almuerzo.
102

— Sólo le pedí que hablara más bajo... — dijo ella tosiendo un poco y con aire
de inocencia. El hombre le echó otra mirada enojada, y sacó una carta de algún lugar de
su túnica. Se la tendió a Javan.
— Lo lamento, no soy el Anciano Mayor, — dijo Javan, serio. — Acompáñeme,
por favor.
El hombre asintió. Cassandra todavía se reía desde su almohadón.
— Una carta... Un día serás tan rápido como un instantáneo, Vadimeh...

Para cuando Javan regresó, Cassandra estaba terminando de comer. El Maestro y


el joven visitante venían con él.
— No me esperaste. Podía haberte ayudado... — dijo Javan con suavidad.
Cassandra se encogió de hombros.
— Creí que iban a demorar más...
— Bien, profesora. ¿Sabe por qué su amigo está aquí?
— Dijo que Gaspar lo envió. A él y otros cuatro. Los Mensajeros de los Ryujin.
— Han venido a curarla y a cuidar de usted.
— ¿Gaspar ha estado vigilando? — Cassandra miraba de nuevo a Vadimeh. Él
asintió.
— ¿Cuánto se quedarán? — El hombre levantó tres dedos.
— Tres horas, — tradujo ella. Se había vuelto al Maestro y a Javan. — Los
Ryujin son capaces de tomar forma humana por períodos cortos. Reina puede sostenerla
por casi doce horas; y Gaspar, como es mitad humano, por casi veinticuatro... Luego de
eso, necesitan un descanso. Pierden control de la transformación... — explicó. —
¿Dónde están acampando?
Vadimeh movió una mano señalando el bosque. Cassandra asintió.
— El claro de las esporinas, supongo...
Vadimeh sacudió la cabeza vigorosamente.
— ¿No? ¿La roca del árbol de piedra? — Vadimeh asintió. Hubo una pausa, que
nadie supo cómo llenar, y el hombre-dragón miró significativamente a Cassandra. Ella
lo miró, seria.
— Bueno, si tú lo dices...
El hombre quitó la mesita del almuerzo y retiró las mantas. Miró a Cassandra
unos segundos y ella sacudió la mano. Y él sopló fuego azul sobre las piernas de ella.
103

Ella apretó los dientes, y se hundió en el almohadón, aferrando la sábana con la mano
que podía mover.
— ¡Por favor! ¿Qué está...? — El dragón se detuvo y lo miró.
— Está... bien... él sabe... lo que hace... — jadeó Cassandra desde el almohadón.
Estaba muy pálida ahora. Vadimeh la cubrió de nuevo y le tomó la mano inerte. Ella
volvió la cara mientras él volvía a soplar más de su fuego azul. Movió un poco los
labios cuando terminó.
— Gracias, — dijo ella. Después, cerró los ojos.

Ella volvió a despertar cuando oyó voces. Una chica pelirroja estaba al pie de su
cama.
— Arianna, — sonrió.
— Hola, — dijo la muchacha con suavidad. — ¿Cómo estás?
— Como cualquiera en mi lugar... — dijo Cassandra. — ¿Tú también vas a
tostarme, como él?
Vadimeh saludaba desde la puerta. Su tiempo se acababa. Cassandra lo saludó
con la mano.
Arianna asintió con la cabeza, sonriendo a medias.
— Lo lamento, amiga...
— Dime primero, — la detuvo Javan. — ¿Por qué están haciendo esto?
Arianna lo miró.
— Bueno... Mi Señor dice que ella se metió en líos otra vez...
— Gaspar... — Cassandra sacudió la cabeza con una risita.
— Mi Señor dice que ella fue herida por criaturas de fuego. Y que podrían atacar
otra vez. Así que nos envió a prepararla para combatir cualquier tipo de fuego... cuando
venga...
— Vadimeh tiene fuego azul. Es fuego que limpia. Arianna tiene fuego rojo. Es...
— Fuego que fortalece. Le dará fuerza y resistencia, — completó Arianna.
— ¿Quién más viene? — preguntó Cassandra.
— Violeta...
— Curación, — explicó Cassandra.
— Y Dawn y Dione.
— Son gemelas. Dawn tiene fuego energizante, y Dione tiene...
— El fuego de la voluntad.
104

— No necesitas eso, — observó Javan.


— Bueno, Reina quería venir ella, pero mi Señor no se lo permitió, — dijo
Arianna.
— ¿Reina? — Cassandra fruncía el ceño. — ¿Por qué...?
— No podría decírtelo. —Arianna parecía perturbada. Cassandra no preguntó
más.
— Esto no me es grato, creo que lo sabes. ¿Podrás hacerlo rápido?
— Por supuesto, mi amiga...
Javan le sostuvo la mano hasta que Arianna terminó.

Los Ryujin pasaron cada uno sus tres horas junto a la cama de Cassandra. Ella
pasó la tarde hablando con cada uno de ellos, y presentándoselos a Javan y al Maestro.
Ella se veía cada vez más cansada, pero sus heridas sanaban visiblemente. Violeta las
revisó personalmente antes de irse.
— No le creas a tus ojos, — había dicho Cassandra a un comentario. — Ella es
mayor que Gaspar.
Violeta parecía una mujer de mediana edad, baja y robusta.
— ¿Dos mil...?
— Dos ochocientos... y algo más. No vale la pena llevar la cuenta.
— ¿Son inmortales los Ryujin?
— No. Pero si nadie nos mata, continuamos viviendo...
— ¿Qué edad tiene la chica, Arianna? — preguntó Javan, al cabo de un rato.
Estaba perplejo. Había supuesto que solo el Rey Dragón...
— Dos...
— ¿Dos?
— Siglos. Es solo una niña. En unos años tendrá edad de convertirse en mujer...
Y si sigue la antigua tradición, se comprometerá en la Fiesta del Tigre Blanco, en otoño.
Cassandra sonrió. Ya había hablado con Arianna de eso. Tal vez... Pero de todas
maneras faltaban algunos años para eso.
— ¿Qué edad tiene el más joven de ustedes? — preguntó Javan, todavía
asombrado.
— Un año. ¿No recuerdas a Lys? — dijo Cassandra. — Y hablando de eso
¿cómo está?
— Muy bien. Nuestra princesita está aprendiendo a leer y escribir ahora.
105

Cassandra sonrió. Javan levantó las cejas.


— ¿Aprendiendo qué?
— Ella debe tener el aspecto y la inteligencia de un humano de seis... ¿no?
Violeta sonrió.
— Y una muy inteligente, — dijo.
— Como su padre, — dijo Cassandra.
Violeta volvió a sonreír.

Dawn llegó a las nueve. Era una mujer dorada. Su cabello rubio, su piel blanca...
Parecía una mujer hecha de luz. Sopló un fuego dorado y luminoso sobre Cassandra.
Las heridas habían desaparecido casi totalmente, y Cassandra incluso sonrió cuando ella
terminó.
— ¿No te lastimé? — preguntó la dorada mujer.
— No. Me siento bien, — dijo Cassandra.
Dawn se reclinó en un sillón, y miró a Cassandra.
— He escuchado tantas cosas de ti... — dijo. Cassandra sonrió. Javan estaba
medio dormido ahora, junto a su cabecera.
— ¿Por ejemplo? — preguntó en voz baja.
— Eh... — Dawn dudó. En realidad solo había viajado con Cassandra una vez,
hacía varios años, cuando Cassandra los ayudó a librarse de un ataque de la Serpiente.
La miró. Le parecía tan... libre, confiada... Preguntó lo que quería saber. Las tres horas
hasta la medianoche pasaron rápidas y confortables.

Cuando Dione llegó, Javan se despertó de nuevo.


— ¿No te quedaste ya tus tres horas? — preguntó.
— No. Soy mi hermana, — dijo Dione.
Cassandra se rió, y Javan las miró enojado.
— Creo que no me gustará su fuego en ti.
— Por favor, no es tan malo, — dijo Cassandra con suavidad. Javan hizo una
mueca.
— Eso es lo que tú dices... — Y se volvió a la mujer-dragón. — ¿Te quedarás tus
tres horas?
— No. Tenemos que volar a casa en la noche. No podemos arriesgar...
Javan asintió.
106

— Hagámoslo, entonces, — dijo.


Ayudó a Dione a descubrir a Cassandra. Su piel aparecía intacta. Ninguna marca
mostraba donde había sido herida por las Llamas Negras.
— Se ve bien, creo que eso es todo... Ahora mi regalo...
Dione puso las manos juntas, y sopló un puñado de llamas en ellas. Dejó caer su
fuego muy suavemente sobre el pecho de Cassandra, y el fuego se hundió en ella, como
si se fundiera con ella. Cassandra respiró fuerte y cerró los ojos. Cuando los volvió a
abrir sonrió.
— Gracias, — dijo.
— Está bien. De nada. Tu también nos salvaste una vez... — sonrió Dione,
levantándose para irse. Cuando la mujer tenía ya la mano en el pestillo, Javan la detuvo.
— Sólo una pregunta. ¿Por qué no quiso Ryujin enviar a Reina? — preguntó.
Dione se volvió con brusquedad.
— ¿Quién te dijo...? — y sacudió la cabeza. — Nuestro Señor dijo que era muy
peligroso en este momento. Le prohibió a Reina que viniese.
— ¿Qué clase de fuego tiene la Reina Dragón? — preguntó Javan. Cassandra
soltó un suspiro detrás de él.
— Conocimiento, — dijo.
— Nuestra Reina tiene Fuego del Conocimiento. Ella sabe lo que se guarda en
secreto en la mente de los hombres...
— Demasiado para una mente mortal, — dijo Cassandra con un dejo de
añoranza en la voz.
Dione sonrió y se fue, cerrando la puerta tras de sí.
107

Capítulo 11.
El experto en geografía mágica.

Ese fin de semana, Cassandra y Javan lo pasaron en la cabaña. Ella tenía un


pasaje secreto hacia allá abierto desde su ropero. En realidad, pensaba Javan entre
divertido y preocupado, ella había abierto varios pasajes en su ropero. Uno a la cabaña,
en el lado forastero, y otro al Interior, cuando abría la pared con la Piedra del Corazón.
La dosis de magia requerida para abrir un pasaje como ése era... grande, para decirlo
con suavidad. Tan solo mirar al Interior con un espejo era una tarea exigente, cuanto
más pasar hacia allá. Pero ella era la Guardiana, y el pasaje se abría sin esfuerzo. Tal vez
no era ella quien lo abría, sino los mismos Tres a través de la piedra. Pensó que debía
probar su propia piedra para abrir el espejo y mirar al Interior. Y sonrió. Sombra de la
Guardiana podía sin duda hacer las mismas cosas que la Guardiana. Su nuevo título le
resultaba cada vez más interesante.
Cassandra le había pedido que llevara los artefactos forasteros a la cabaña. Javan
la miró frunciendo el ceño.
— ¿Para qué quieres hacer eso? — le preguntó.
— Estoy harta de tenerlos inutilizados todo el ciclo... — había dicho ella
evasiva.
Javan se había extrañado primero, pero después pensó que tal vez ella al fin
había comprendido que la magia y los artefactos forasteros no hacían buena mezcla. Tal
vez había decidido entrar en razón. Pero cuando la vio mirar pensativa el cuarto vacío,
como si estuviera mirando algo que no estaba allí, o como si calculara qué nuevo uso le
iba a dar a la habitación se sintió perturbado.
— ¿Qué estás pensando, C’ssie?
— Mm... No, nada... Tendríamos que ponerle una ventana a este sótano. A Kathy
le debe faltar el aire aquí adentro...
Javan observó que Kathy apenas usaba esa habitación como dormitorio. Dos
días en Navidad, y tres o cuatro en las vacaciones de abril o de octubre. Menos de una
semana en el año. Pensó que Cassandra estaba tramando algo, pero le pareció lo
suficientemente inofensivo como para dejarlo pasar.
108

— ¿Quieres una ventana? Está bien, te daré una ventana, — le dijo. Y buscó la
varita.
Cassandra lo miró hacer con media sonrisa. A pesar de su fingida indiferencia el
día que no quiso acompañarla al picnic, él seguía pendiente de sus más mínimos deseos.
Pensó hablar en ese momento, pero Javan giraba su varita para llamar a la Vara.
— ¿Qué es eso?
Javan sonrió.
— Un regalo...
Cassandra se acercó a la Vara y miró las alas de fénix que se desplegaban en el
asta. Alas azules, de pluma de ornitorrinco.
— ¿Regalo?
— Ahá. Esporino-elka te envía saludos. Y Kathara me dejó un regalo de
despedida.
Cassandra lo miró interrogante.
— Ah. Y conseguí el Antídoto Dorado.
Javan sonrió ante la sorpresa de su esposa. Ella abrió la boca y pareció que iba a
decir algo, pero él no le dio tiempo.
— Y... ya que no soy el Vigía... me conseguí otra misión.
Cassandra cerró la boca.
— Abre la ventana, y vámonos a la cabaña. Nita hará chocolate y tú no te
moverás del sillón hasta que me hayas contado todas esas historias del derecho, — dijo.
Javan levantó la Vara todavía riéndose.

Cassandra pasó la mitad de la tarde del sábado dibujando en el estudio, mientras


él leía en el living. Trabajó mucho rato, y para cuando fue a la cama, ya era tarde y
Javan estaba dormido. Se dio vuelta para acariciarlo, pero le sorprendió lo frío que se
sentía. Se dio la vuelta, y estuvo escuchándolo respirar un largo rato.

Un magnífico sol matinal brillaba en todas las ventanas. Cassandra suspiró, se


desperezó, y bajó decidida a atrapar a Javan y llevarlo a dar una larga caminata por el
bosque. E ir a buscar a Kathy. A medida que se acercaba, escuchó voces en la cocina.
— No lo sé... Algo le pasa y yo... — decía Javan.
— El punto es, Nag, que tú no sabes escucharla.
Era la voz de Alessandra. Cassandra entró a la cocina de golpe.
109

— ¡Alessandra!
La cocina estaba vacía excepto por Javan, sentado a la mesa. Lo miró con
expresión culpable.
— Creí que la había escuchado... — dijo Cassandra, perpleja.
— Aquí la tienes, — dijo Javan, haciendo un gesto de invitación con la mano.
En medio de la mesa, Javan había colocado la fuente de plata, el fondo lleno de
la poción negra, el suero para ver más allá. La botella todavía estaba a un costado. En el
líquido oscuro, entre vacilantes nubecillas de vapor, se veía la cara de Alessandra.
Cassandra se acercó, y Alessandra se movió y le sonrió desde la bandeja.
— Ahora nos ve a los dos, — explicó Javan.
Algo estaba sucediendo también del otro lado, porque la imagen fluctuó un
poco; y de pronto, la cara de Andrei apareció junto a su esposa.
— Hola, ¿cómo están? ¿La Guardiana y su sombra?
— No sabes cuán acertado es eso... — gruñó Javan. Andrei levantó las cejas.
— ¿Qué hizo ahora?
— Yo, nada, — se rió Cassandra, sacudiendo las manos. — Esto lo hizo él
solito... Mientras yo estaba desmayada en la enfermería.
— ¿Otra vez? — preguntó Alessandra. — ¿No puedes quedarte quieta y llevar
una vida normal?
Cassandra sonrió y Javan soltó un gruñido. Pero aún cuando protestaba, su mano
reposaba en la cintura de Cassandra, sin dejarla separarse de él.
— No, no puede. Las Llamas Negras de NingunaParte vinieron por ella. Pero
esa es una historia para otra ocasión. Andrei, necesito hablar contigo. ¿Te queda
suficiente poción como para abrir otro espejo?
Andrei asintió, serio.
— Vamos a otra parte. Las mujeres hablan demasiado, — dijo Javan. Cassandra
se dio vuelta para mirarlo.
— ¿Nosotras? ¿Y son ustedes los que van a tener secretitos por ahí? — le dijo.
Él se inclinó y la besó ligeramente. Pero igual se llevó la botella de suero y salió de la
habitación.
— ¿Y cómo va mi sobrino? — preguntó Cassandra, mientras espiaba que Javan
hubiera salido completamente.
— Hacia adelante. Estoy gorda, — protestó Alessandra, bajando las manos hacia
su vientre. Cassandra sonrió. La puerta de su cocina se había cerrado.
110

— Bueno... Pronto me uniré a tu club... — dijo.


— ¿Qué?
— Que estoy igual que tú.
Alessandra soltó la carcajada.
— ¿Es por eso que no sabe qué hacer contigo? Lo estás volviendo loco... — dijo.
— ¡Díselo!
— No puedo. Tenemos problemas aquí... Probablemente seremos atacados muy
pronto...
— ¡Por favor! Siempre estás bajo ataque. Vive tu vida y deja esa tontería.
En ese momento, se oyeron ruidos en la puerta. Cassandra se volvió, nerviosa.
— ¿La tuya o la mía?
— No lo sé. Por favor, Cassa... Díselo. Ah, Andrei. ¿Cómo detengo esta cosa?
Se escucharon unos ruidos del otro lado del espejo líquido.
— Y por favor, Cassa, te lo ruego... Consíguete un teléfono...
La risa de Andrei retumbó en el plato de poción mucho rato después que el
líquido estuvo agotado.
Javan volvió a la cocina un momento después con unos dibujos en la mano.
— ¿Cuándo dibujaste esto?
Cassandra miró los dibujos. Eran los de las puertas de fuego, las que las Llamas
Negras le habían mostrado.
— Ayer de noche, — dijo. — Mi brazo está mejor... Puedo hacerte cosquillas...
— Quieta, — la interrumpió él. Y apartando el cuerpo, se sentó a la mesa,
extendiendo los dibujos frente a sí. Ella se sentó junto a él.
— ¿Qué te parece? — preguntó con suavidad. Él levantó la vista de los dibujos y
la miró brevemente.
— Nunca había visto este lugar, — dijo. Y su mirada se detuvo en una de las
pinturas. Una explanada al final de una escalinata, la misma donde las puertas se abrían,
y unas sombras frente a ellas. — ¿Qué es esto?
Cassandra miró lo que él señalaba.
— No lo sé. Sabes que cuando dibujo no pienso. Solo dejo que las cosas salgan
de mi pincel.
Él le acarició la espalda.
— Lo sé. Es por eso que es importante. Tu pincel ve más claro que tus ojos...
111

— Pero estoy cansada. ¿Por qué no vamos por Kathy y fingimos que somos una
familia normal, sin preocupaciones?
Javan la miró fijamente unos segundos, y asintió lentamente.
— Excelente idea. Vamos por Kathy.
Y se inclinó y la besó.

Habían pasado un par de semanas. Para disgusto de Cassandra, Javan llevó los
dibujos consigo y se los mostró a Adjanara. Ella no reconoció el lugar, pero se quedó
con dos de ellos para mostrárselos a algunos conocidos. Luego, Javan tomó a Cassandra
y a Kathy y se las llevó al lado forastero por todo lo que quedaba del fin de semana.
Ahora era el final de una clase de Viajeros. Cassandra estaba de espaldas,
limpiando el pizarrón, y los estudiantes se retiraban.
— Sol... — llamó Sonja. Solana había venido a la clase de los Viajeros con un
nuevo proyecto.
— ¿Qué?
— Necesito ayuda... El señor Dónde nos está fastidiando con cientos de mapas...
— ¿Dónde? Ah... el de geografía...
Cassandra se dio la vuelta.
— ¿El de geografía?
— El experto en geografía de lugares mágicos...
— ¿Hay un especialista en lugares mágicos? — repitió Cassandra incrédula. Era
exactamente lo que necesitaba.
— Claro que sí... Y un especialista en historia de la magia, y otro en especies no
humanas, y ya conoces a Tenai, con sus cálculos y cosas... Hay de todo.
— Pero el de lugares mágicos... — insistió Cassandra. — ¿Quién es?
— El profesor Dónde casi nunca sale de sus habitaciones, allá abajo... — Y
Solana se encogió de hombros, aparentemente dispuesta a olvidar el asunto. Cassandra
la miró.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué, qué, Cassandra? — Las dos muchachas la miraban extrañadas,
como si no recordaran de qué habían estado hablando.
— ¿Por qué el profesor Dónde no sale de sus habitaciones?
— Mm. No lo sé. Tímido, tal vez... Siempre está solo, en las sombras...
— ¿Dónde está él... su salón? Tengo que verlo...
112

Sonja atinó a decir:


— Hoy a las diez tenemos clase con él. ¿Por qué no nos acompaña? Le mostraré
el camino...
— Excelente. ¿A qué hora nos encontramos?
Sonja volvió a mirarla extrañada, y Cassandra la tranquilizó con un gesto. No
insistió. Las muchachas se marcharon.
Algo más tarde, Cassandra pensaba que las chicas parecían haber sido afectadas
por alguna clase de hechizo que les impedía recordar al señor Dónde por más de dos
frases. Pero si seguía a los muchachos hasta el salón, podría hablar con este extraño
profesor. Deseó poder preguntar si era humano, o si no, qué clase de criatura era. Tenía
que haber una buena razón para que nadie pudiera hablar de él...

El camino al salón del profesor Dónde era tan complicado como el camino a las
habitaciones de Isadora. Había una escalera fría y oscura que conducía abajo y más
abajo. Cassandra le susurró a Sonja:
— ¡Y yo creía que mi sótano era frío!...
Sonja sonrió vagamente.
Cassandra se estremeció, y pensó que salvo por ella, todos los muchachos
parecían hipnotizados. El hechizo que les impedía concentrarse en este extraño profesor
se acentuaba al acercarse a sus dominios. Y Cassandra se estremeció de nuevo al pensar
qué clase de criatura sería el profesor Dónde. Y por qué le permitían quedarse, en caso
que fuera peligroso...
El largo corredor que seguía a la larguísima escalera también era frío, y estaba
oscuro. Había pocas antorchas para iluminarlo, y al final, había una puerta. Cassandra
creyó distinguir unos símbolos extraños en ella, unos signos pintados en rojo y negro;
pero la puerta se abrió y un hombre pálido y delgado dejó pasar a los estudiantes. Volvió
a su escritorio sin una palabra ni un sonido, y Cassandra entró tras los chicos y se sentó
en el fondo del salón, muy sorprendida de que el profesor fuera sencillamente humano.

La clase estaba muy silenciosa. El hombre se volvió para mirar a sus alumnos y
comenzó su lección. Tenía una voz profunda e hipnótica que llenaba el salón silencioso.
El sonido de la voz traía imágenes a su mente. Los estaba haciendo ver los lugares que
describía.
113

Es excelente, pensó Cassandra, y los extraños ojos del hombre se posaron en


ella. Ella le devolvió la mirada, y él apartó la suya. Ella estaba pensando que nunca
había visto a este hombre arriba, en el comedor en ninguna cena, ni de las especiales ni
de las privadas. ¿Cuánto tiempo habría vivido en el Trígono? Quizá era nuevo. O tal vez
venía del Interior. Eso explicaría... se sintió confundida de repente, y se dio cuenta que
él la observaba. Otra vez enfrentó sus ojos, y él, de nuevo, cambió la mirada. La clase
continuó y terminó. Los estudiantes se levantaron.
— Profesora ¿podrá regresar sola a los pisos principales? — preguntó Sonja con
mirada soñolienta.
— Claro. Sólo subir escaleras... y gritar ‘Auxilio’ hasta que alguien me
encuentre...
La muchacha sonrió apenas. Cassandra la besó en la mejilla, y observó a los
estudiantes salir del salón. Luego se volvió al hombre en el escritorio. Aquellos extraños
ojos estaban de nuevo fijos en ella. Se levantó y fue hacia él. El hombre se puso de pie,
y le señaló una silla. Había una ligera sonrisa en sus labios, pero no en sus ojos.
— ¿Qué puedo hacer por usted, profesora? Si es que no es una estudiante... —
dijo con galantería.
Cassandra sonrió.
— Escuché de usted recientemente, y quise conocerlo, profesor Dónde... — dijo.
— ¿Dónde? Ah... — El hombre sacudió una mano pálida de largos dedos.— A
mis aprendices les gusta ese sobrenombre. Soy el profesor Où.
Cassandra se sonrojó, pero siguió sonriendo. Una ligera sonrisa apareció en la
cara de su interlocutor.
— Lo siento... Yo...
— No se preocupe. A mí también me gusta ese sobrenombre... — dijo el hombre
con suavidad.
— Mejor me presento. Soy...
— Usted es Cassandra Troy, la Guardiana, — dijo él llanamente. Cassandra
estaba tan sorprendida que ni siquiera protestó por el apellido.
— ¿Me conoce?
— Todo el mundo ha oído de la forastera que engañó al espíritu de Zothar y a la
misma Serpiente.
— Usted me halaga... — dijo ella.
114

— Pero no ha bajado hasta aquí para ser halagada, supongo. Sería demasiado
trabajo. Dígame de qué manera puedo servirla.
Cassandra dudó. Los ojos del hombre tenían una extraña cualidad que le hacía
perder la cabeza. Y su voz... Pestañeó un poco.
— Bueno... Me preguntaba si usted podría ayudarme... Necesito encontrar un
lugar... — Su voz tembló y vaciló. El hombre se limitó a mirarla. — ... un lugar que
ningún hombre puede alcanzar dos veces...
Los labios del hombre se torcieron en una mueca.
— No hay ningún lugar como ése. No se conoce ningún lugar que pueda ser
descrito de esa manera... Ninguna parte que...
Los ojos de Cassandra relampaguearon.
— ¿NingunaParte? Yo estuve en NingunaParte... dos veces. Debe ser otro sitio...
— ¿Estuvo en NingunaParte? — La expresión de Oú era muy extraña ahora.
Ansiosa.
— Sí. Y no tiene puertas como éstas... — Y ella sacó el único dibujo que Javan
le había dejado.
— Bien, bien, bien... Esto cambia un poco las cosas, — dijo el hombre llevando
una mano a su mentón y tomando el dibujo.
En ese momento, uno de los edoms apareció en forma arácnida. El edom se
detuvo en seco, balanceándose lentamente. Cassandra sintió que el hombre frente a ella
se estremecía, y de pronto tres edom más aparecieron en la habitación. Où se levantó de
su asiento y retrocedió unos pasos alejándose del escritorio.
— ¿Qué está sucediendo? — protestó Cassandra, levantándose. Pero los edoms
se interpusieron entre ella y Où, que no hizo ningún movimiento.
— Será mejor que se retire. Los edoms y yo... nos entenderemos mejor a solas...
— dijo el hombre con voz curiosamente tranquila.
— Pero... — empezó a protestar Cassandra.
— Váyase ahora....
Dos de los edoms habían empezado a empujarla hacia la puerta; y el tercero de
ellos, a tejer una tela, como una telaraña, para cubrir la puerta de la habitación.
Cassandra miró hacia atrás, nerviosa. Où se había retirado más atrás en el salón.
Levantó una mano para saludarla, y ella creyó escuchar:
Si quiere, vuelva la semana entrante... a esta hora.
115

Los edoms la habían liberado en la cocina, y habían puesto un té delante de ella.


Uno de ellos, tal vez Nita, la vigilaba. Pero Cassandra no podía leer nada en aquellos
ojos facetados. Al cabo de unos momentos, cuando bebió el té, la preocupación
desapareció, el edom dejó de vigilarla, y ella se sintió relajada y con sueño.
Javan la encontró todavía en la cocina. Se sentó a horcajadas a su lado, y deslizó
una mano por su cintura. Ella sonrió.
— ¿Dónde estabas? Te estuve buscando por todo el castillo... — dijo. Trató de
sonar ligero y despreocupado, pero Cassandra vio la sombra en sus ojos.
— Encontré un corredor en el piso de arriba, uno que nunca había visto... — dijo
con voz soñadora. — Y una preciosa ventana sobre el lago... ¿Quieres ir a verla?...
La expresión de Javan se relajó.
— Encontraste el Balcón Movedizo, lo más probable... No estará allí la próxima
vez.
— Oh... — Cassandra sonó desilusionada. La mano de Javan subía por su
espalda ahora.
— ¿Quieres té? Puedo...
Javan sonrió otra vez.
— No, — dijo solamente. Se acercó un poco más.
— Bueno... vamos a dormir entonces... — dijo ella.
— Grandiosa idea...
Y la besó suavemente.
116

Capítulo 12.
Yhero-niro.

Enero terminaba, blanco. Cassandra y Javan habían vuelto a huir a la cabaña por
el fin de semana. Ella quería privacidad. Privacidad para una guerra de bolas de nieve o
una tarde en trineo, privacidad para una taza de chocolate y un cuento frente a la
estufa... Javan era demasiado serio en el castillo, y siempre había algún aprendiz
llamando o entrando en su oficina con un proyecto nuevo. Como de costumbre, ella
suplicó, él puso excusas, y ella lo convenció.
Kathy pasaba el fin de semana con una amiga de la escuela, y por una vez, Javan
no insistió en que viniera con ellos. A Cassandra eso le pareció extraño. Él siempre
quería tenerla cerca... Pero luego, Cassandra pensó en las vacaciones, aquellos tres días
en la alfombra. A veces, Javan no la quería demasiado cerca.
Ahora, tarde en la noche, él la estaba abrazando. Ella pensó vagamente cuánto
hacía desde la última vez que él la había abrazado así. Su mano pesaba, tibia sobre su
ombligo. Él habló muy despacio en su oído.
— Te estás poniendo redonda...
— ¿Me estás diciendo gorda? — dijo ella, fingiéndose ofendida.
— Mm... No. Me gusta...
Y la abrazó más fuerte, y le besó la oreja.

Y el fin de semana pasó. Faltando dos meses todavía para la puerta de la


Primavera y las vacaciones, Cassandra dedicó sus esfuerzos a los proyectos de Viajeros.
El año anterior habían sido sobre combinación de tecnología forastera y magia. Este año
fueron los medios de transporte. Cassandra no podía sacarse de la cabeza la adivinanza.
Un lugar al que ningún hombre podía llegar dos veces... ¿Cuán lejos podría estar? ¿Por
qué no se podía ir dos veces? ¿Sería una cuestión de distancia, o alguna otra cosa?
Sus vistas semanales a Où no le habían dado ningún resultado. Se sentaba frente
a su escritorio, y conversaban de lugares que él había visto, y que a ella le gustaría ver.
Era un hombre interesante. Pero él siempre la despedía antes de que los edoms llegaran
con su extraña misión de tejer telas para sellar su puerta.
117

— Sufro de una curiosa... mm... dolencia... — le había dicho él. — Demasiada


sensibilidad a la luz... No la tolero en lo más mínimo. Por eso mis clases son nocturnas.
Y los edoms tienen la amabilidad de sellar la puerta para que la luz no me moleste.
Cassandra lo había mirado con el ceño fruncido, pensando que era imposible que
la luz llegara tan abajo, a una mazmorra tan profunda... y por la noche... y el
pensamiento se le nubló y se le confundió antes de llegar a elaborarlo. Cassandra lo
miró. Los ojos del extraño profesor estaban sobre ella. Aún en medio de su confusión,
ella no se dejó engañar. Él tenía un secreto, probablemente alguna maldición, como la
de Andrei, o los castigos que habían soportado Siddar y Javan. Algo... que no deseaba
compartir. No hizo más preguntas. Sin embargo y a pesar de todo, encontraba a Où
sumamente interesante. Y sus visitas semanales se hicieron hábito.
Todavía no le había dicho a Javan de él. Seguramente él se enojaría... O se
pondría celoso. O ambas cosas. Y ella tenía muchas cosas en que pensar. Este año, ella y
Sylvia habían... Era algo tan fantástico que no podía siquiera pensar en ello.
Las Llamas Negras y la visita de los Ryujin le habían dado la idea a Sylvia.
Hizo toda la investigación por su cuenta, sin decírselo ni siquiera a Keryn; y desde
diciembre, cada vez que miraba a Cassandra en la mesa del comedor, o cuando
Cassandra iba a los invernaderos, sus ojos chispeaban divertidos.
— Tienes algo en la cabeza... — le dijo Cassandra un día. — Y no son flores
precisamente...
— ¿Yo? — preguntó Sylvia, con sorpresa fingida. — Eres tú quien tiene las
ideas, y nos mete en líos a todos...
Pero el día llegó al fin. Enero había terminado, y febrero se prometía tan frío
como su hermano mayor. Sylvia llegó al patio de Cassandra con un libro grande bajo el
brazo, y una sonrisa enorme en la cara.
— Sabía que se te había metido algo en la cabeza... y que no eran flores... — le
dijo Cassandra, abriendo la puerta. La sonrisa se volvió más brillante.
— ¿Está tu esposo aquí?
— No. Lo mandé a buscar helado...
Sylvia pestañeó. ¿Helado con este frío? Pero no tenía tiempo para eso. Sacudió
la cabeza, y entró, y abrió su enorme libro sobre la mesa.
— ¡Aquí está! — dijo complacida.
— ¿Qué cosa?
118

Cassandra miraba una página llena hasta la mitad de símbolos extraños, y


cubierta a medias por un dibujo.
— ¿No lees runas?
— No, lo siento. ¿Debería?
Sylvia sonrió otra vez.
— ¡Al fin alguien encuentra algo que la Guardiana no sabe hacer! Hoy es un
gran día, — se burló suavemente.
— Te prometo que aprenderé las runas para el año que viene. Ahora, ¿qué es
esto?
— Bayas rojas de Metamórfica. Son como... Cerezas de Fuego. Conservadas en
su jugo, son un ingrediente para pociones que tu marido nunca soñó tener...
— ¿Crees que esté interesado? — dudó Cassandra.
— Mi querida, mataría por ellas.
— Entonces, hagámoslo.
El entusiasmo de Sylvia fue tal que explicó lo que necesitaba en pocos segundos.
Para cuando Javan regresó a la habitación, solo encontró una nota:
Mi amor, guárdame ese helado bien
frío. Vuelvo en una hora.
Cassie.
Él se dejó caer en la mecedora gruñendo.
— Todo vuelve a la normalidad...

La luz de la mañana lo encontró medio cubierto con una manta. Se había


deslizado durante la noche y se arrastraba ahora, la mitad en el piso. Sentía la espalda
rígida y entumecida; en parte por la postura y en parte por el frío; y lo peor era que
Cassandra no estaba allí.
Se enderezó de mal humor. Una segunda nota estaba sobre la primera.
Javan: tenemos más trabajo de lo que
creí. Te encantará esto. Estamos muy
ocupadas. C.
PD: Lo lamento.
— ¿Qué estará tramando ahora? — se dijo, y subió las escaleras refunfuñando.
El tiempo pasó lentamente. Cassandra no estaba en la mesa del desayuno, y no
apareció durante la mañana. Javan había dejado la puerta de sus habitaciones abierta
119

para poder vigilar su regreso. A lo largo de la mañana se sintió cada vez más molesto, y
su incomodidad se volvió enojo. Criticó cuanto trabajo y cuanto aprendiz pasó por
delante suyo, y ni siquiera Norak pudo soportarlo mucho rato. Norak se atrincheró con
los aprendices en el otro extremo del salón, mientras Javan se quedaba en el escritorio,
rumiando su mal humor. En ese momento apareció Cassandra.
Ella golpeó la puerta del corredor.
— ¡Pase!
El silencio en la clase era denso y pesado. Cassandra miró a su alrededor un
poco sorprendida. La clase parecía dividida en dos como por un cuchillo. Aprendices
asustados en una mitad, y fiera enjaulada en la otra. Se dirigió a la fiera.
— Profesor, no habrá clase esta tarde, — dijo en voz alta.
— ¿De qué habla, profesora? Yo...
Ella sonrió y sacudió la cabeza.
— No, — dijo, extendiendo el puño y abriéndolo lentamente. Javan abrió la
boca, y le tomó la mano.
— ¿Es esto lo que yo creo que es? — dijo, mirándola a los ojos. Cassandra
asintió con una sonrisa.
— ¡Aprendices! Las clases de esta tarde aquí abajo se suspenden, — anunció.
— Y las de afuera en los invernaderos, y las de los viajeros arriba también. Creo
que las del bosque con Keryn se pospondrán hasta la semana que viene, y las de la
Comites Yigg hasta mañana... pero eso se los van a confirmar en el almuerzo, — agregó
Cassandra. — Y necesitaremos voluntarios. Muchos voluntarios...
— ¿Qué pasó, profesora? — preguntó Sonja, la mano levantada en el aire, como
si fuera una de las clases de Cassandra. Cassandra sonrió.
— Conseguimos esto... — dijo, y mostró tres pequeñas cerezas en su mano.
— ¿Qué es eso? — preguntó Berizar, uno de los chicos nuevos de este año.
— Cerezas de fuego, de nuestra Metamórfica, — explicó Cassandra.
— Necesitan ser acondicionadas para su conservación en el día. — Javan sonaba
casi afable ahora. — ¿Cuántas consiguieron? ¿Cincuenta?
— Tres cajones llenos. Tal vez quinientas, pero Keryn no las quiso contar... Dijo
que es de mala suerte...
Los ojos de Javan se abrieron enormes.
— ¿Qui...?
— Es un árbol grande, — dijo Cassandra con un encogimiento de hombros.
120

— Asombroso. — Javan se volvió a la clase. — Las Cerezas de Fuego nacen una


vez cada siglo en los árboles de Metamórfica, y normalmente no se consiguen más de
cuarenta o cincuenta unidades... aproximadamente. Keryn tiene razón en algo: cuando el
que las cosecha las cuenta, el árbol no vuelve a dar cerezas de fuego. Y si es una planta
sensible, no vuelve a transformar sus hojas jamás.
— ¿Jamás? — preguntó Sonja, perpleja.
— Jamás. O al menos, mientras es capaz de recordar la ofensa. Pero los árboles
de Metamórfica tienen mucha más memoria que los historiadores, y por supuesto que
los jardineros...
— ¿Y por qué la prisa para prepararlas? — Berizar estaba tan sorprendido por la
abundancia de respuestas como cualquiera de los otros.
— Algo como esto... —dijo Cassandra apretando las cerezas en su puño. El jugo
rojo corrió por su antebrazo, humeando. Después de unos segundos, ella aflojó la mano
y dejó los carozos sobre el escritorio. Cassandra levantó la palma abierta. Había un
agujero en su mano, y Cassandra miró a la clase a través de él. — Es más fuerte cuando
no están frescas. El jugo es muy corrosivo... Necesitaremos ayuda esta tarde... — Ella se
volvió a Javan. — Sylvia y Keryn van a traer los cajones. Yo voy a que Melissa me
arregle la mano, y podemos empezar después de comer. ¿Te parece bien?
— Excelente. De todas maneras terminaremos la clase. Y no podrás destilar el
Licor de Fuego hasta dentro de unos cinco años...Gracias al cielo...
— ¿Licor de Fuego?
Javan hizo un gesto vago.
— Semilla de hierba sol, jugo de cerezas de fuego, babas de batilaris ignea...
unas gotas de elixir de dragón... Por favor del común. No quiero ni pensar en lo que
sucedería si usaras del otro...
Cassandra soltó una risita.
— Si quieres lo probamos, — susurró. Javan sonrió mientras fruncía la nariz.
¿Probarlo? Sin duda Cassandra querría probar esa mezcla. Fuego líquido... Vio a
Cassandra sonreírle mientras se envolvía la mano en un pañuelo, y darse la vuelta para
marcharse. Y bajó la vista hasta el escritorio, donde reposaban inocentemente los tres
carozos. Una sonrisa torcida cruzó sus labios.
— ¡Profesora! — la llamó. Ella se volvió desde la puerta, y la mitad de la clase
levantó la cabeza sobresaltada. — Son peligrosas por esto... — dijo, y lanzó los carozos
hacia la pared.
121

La explosión hizo temblar el castillo hasta los cimientos. Varios cascotes se


desprendieron desde diversos puntos del techo, y las paredes se curvaron sobre sí
mismas, antes de que la magia que mantenía el castillo en pie pudiera contener la
explosión. Los cascotes desprendidos volvieron a subir hacia sus lugares.
— Guau... —dijo Cassandra. Volvió a sonreír y salió hacia la enfermería.

La mayoría de los aprendices que habían quedado libres por la tarde se


ofrecieron como voluntarios. El temblor provocado por la demostración en los salones
de abajo había bastado para llamar la atención de los más indiferentes. El salón estaba
repleto, tanto que el Anciano Mayor, que también estaba allá abajo, sacudió su vara y
amplió el salón.
— Sólo por un día, me temo, — le dijo a Cassandra cuando ella lo miró con ojos
brillantes. — No quiero escuchar más quejas sobre artefactos forasteros de este lado.
Cassandra soltó una risita.
Veinte cerezas por caldero. Dos alumnos cuidando de cada uno. El Anciano, y
Gertrudis, y Sylvia, y el profesor Bjrak, y Calothar y Drovar y Solana, y Norak, y por
supuesto Cassandra cuidando de los aprendices, y Javan controlándolos a todos.
Azúcar, dos cucharadas. Agua, dos tazas. Sal, una pizca. Parecía una jalea
común. Gelatina de huesos de gigante, una cucharadita. Una gota del líquido dorado,
que Javan tenía en el escritorio. Bilis purificada de rata... sólo una pizca.
— Cuidado con la espuma.
Alguien dejó caer una espumadera de aquella espuma espesa y violeta, y hubo
una explosión. El Anciano limpió el estropicio con la Vara, y no hubo rezongo. Todos
estaban completamente concentrados.
Luego agregaron clavo de olor. Y el polvo plateado que Javan tenía, ya
preparado, medido, pesado, empaquetado, en el escritorio. No quiso decirle a Cassandra
qué era, y le dijo que se alejara de él.
— Estará lista cuando esté púrpura oscuro, — dijo Javan después del último
ingrediente. — No la dejen llegar al negro...
El fluido rojo mostraba distintos tonos en cada caldero. Cassandra y Sylvia
fueron repartiendo los frascos.
— Separen los carozos, y déjenlos en este balde... Con cuidado. — El balde
estaba lleno de ácido. Los carozos sisearon un poco cuando se hundieron, pero lo
hicieron sin explotar. Hacia el final de la tarde, la tarea estuvo completa.
122

Cassandra se sentó en el sofá con un suspiro.


— Al fin... — dijo. — Estoy muerta. ¿Queda algo de ese helado de ayer?
— ¿Cenarás helado? — le preguntó Javan, alcanzándoselo.
— Claro. ¿Quieres un poco? Te doy mi mitad...
— No. Mejor tus besos de desayuno... — dijo él sentándose a su lado.

Hacía frío, pero ella había prometido ir esta noche. Estaba cansada, pero una
promesa era una promesa. Así que mientras Javan estaba todavía revisando los sellos de
los frascos y almacenándolos en alguno de sus armarios secretos, ella se escurrió fuera
de su habitación para ir a ver al profesor Où.
Él estaba en su frío calabozo, como siempre. Encendió el fuego para Cassandra.
— ¿Alguna vez sale de esta mazmorra? — le preguntó ella. Él sonrió.
— Casi nunca. Tal vez en vacaciones. Muy de tarde en tarde visito todavía mis
lugares favoritos...
— ¿Por qué? Si no le molesta la pregunta...
Où volvió a sonreír.
— Ya se lo dije. Soy extremadamente sensible a la luz...
— Pero Melissa... la señora Corent...
— No puede ayudarme. — Él respondió con brusquedad, y Cassandra no
insistió. A veces este hombre la asustaba.
— ¿Por qué no viene a mi oficina, alguna vez? Es un calabozo igual que el
suyo... — dijo ella luego de un momento. — La luz no le molestará...
El hombre mostró los dientes. Cassandra reprimió un escalofrío.
— Tal vez algún día, — dijo él, evasivo. — Y ¿cómo va su investigación?
Cassandra hizo un gesto de disgusto.
— No muy bien. No encontré ni la más sencilla pista de ese lugar...
— Bueno, piénselo un poco...
— ¡Por favor, profesor! ¡Le he estado dando vueltas por meses! — protestó ella.
El hombre frente a ella sonrió con calma.
— Profesora, por favor... Considérelo. Usted dijo que es un lugar adonde todos
deben ir, pero que ningún hombre puede alcanzar dos veces... No puede haber muchos
lugares con esa descripción...
— De hecho, no hay ninguno.
123

— No sea tan tajante. Hay al menos uno; el que usted está buscando. Y tiene
puertas.
Cassandra se reclinó en su silla y bebió su té. El hombre no había tocado su taza
todavía.
— Y se llega a esas puertas a través de un río, — agregó. Había devuelto el
dibujo unas semanas atrás.
— Y hay colinas todo alrededor. ¿Cuántos lugares mágicos tienen ríos y colinas?
— dijo ella malhumorada. — Si al menos...
Unos golpes en la puerta la detuvieron.
— Pase. Todavía está abierto, — dijo Où.
Javan entró con una botella oscura en la mano.
— Où, está pronta. ¿Por qué...? — Y quedó helado. Un gruñido bajo escapó de
su garganta. — Cassandra. ¿Qué estás haciendo aquí?
Ella trató de sonreír. En realidad, no estaba haciendo nada malo. Pero él tenía un
fuego en la mirada que la asustó. No la dejó hablar.
— Sal de aquí. ¡Ahora!
— Comites Fara, ella sólo... — empezó Où. Javan se volvió a él.
— ¡Cállate! — le siseó, y se volvió a Cassandra, arrastrándola fuera de su silla y
sacándola del cuarto.
Ella pudo oírlo siseándole a Où.
— ¡Cualquier invitación que ella te haya hecho, te la retiro! ¡Y no quiero verte
cerca de ella!
Unos suaves murmullos fueron la respuesta, y la voz de Javan sonó clara.
— Si la tocas, te mato. — Y salió del salón de Où dando un portazo.

Javan no le habló hasta que estuvieron de nuevo en sus habitaciones y la puerta


estuvo trancada. Estaba pálido y muy enojado cuando acercó una vela y tiró hacia atrás
la cabeza de Cassandra para revisarla.
— ¡Ay! ¿Qué estás...?
— ¿Cuántas noches lo visitaste? — exigió.
— Desde... No lo sé. Desde enero. ¿Qué te pasa? — Ella trató de liberarse.
— ¿Tuviste algún blanco? ¿Pérdida de memoria, o algo? — Él fruncía el ceño.
— No. ¿Qué...?
124

— Où es un vampiro. Pasaste la velada con un vampiro hambriento y no


controlado. ¿¡Qué diablos estabas pensando?!
Cassandra pestañeó.
— ¿Vampiro? — susurró.
— Hambriento y no controlado. Recién terminé la poción que debe calmar su
apetito. El último trimestre no le alcanzó... y ahora veo por qué.
— Pero... Es tan gentil, tan amable...
— ¡Por favor! Es parte de su situación... su encanto. Te hubiera mordido una
noche u otra.
Cassandra se sentó en la cama, desarmada.
— No puedo creerlo. ¿Por qué...?
Javan la miró, serio.
— Es mi Rastreador.
Ella lo miró todavía más perpleja.
— Nooo... ¿Por qué tienes a un vampiro por rastreador? ¿Cómo puedes...?
Javan hizo un gesto de fastidio.
— Por la misma razón que Andrei tenía a Siddar por rastreador. Porque de otra
manera lo habrían matado.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos y brillantes.
— Eres un romántico... — se atrevió a susurrar.— Lo estás protegiendo.
Él la miró frunciendo los labios.
— No digas estupideces. Es muy eficiente para hallar personas y lugares. Sólo
hay que mantenerlo bajo control... y oculto.
Ella lo miró. Abrió la boca para decir algo, pero él la interrumpió:
— Y si te vuelvo a ver cerca de él, te mataré. Y a él también.
Se había metido a la cama dándole la espalda. Ella estuvo mirándolo un largo
rato antes de reunir suficiente coraje como para tocarlo. Lo hizo muy suavemente. Él se
estremeció y se alejó un poco. Ella lo intentó otra vez; y él se volvió y la abrazó.
— Yo no lo sabía... — susurró ella.
— Sh... — Él la apretó contra sí. — Sh...

Era extraño, pensó Javan. Ella lo abrazaba de una manera rara ahora. Antes le
gustaba enredar sus piernas en las de él, y tocarlo con todo su cuerpo. Esta noche, y
varias noches atrás, recordó, ella se quedaba un poco aparte.
125

Ella dormía ahora. Luego de ese incidente con Où. ¿Cómo había podido? Y
recordó el dicho del Anciano Mayor. ‘Cuando su amigo nos dijo que tenía un don para
meterse en problemas, no creí que fuera tan hábil...’ Ciertamente estaba dotada para los
problemas. Apenas Andrei, huésped del Horror de Fuego pisó el Trígono, ella corrió
rauda hacia él. Apenas vio a Siddar, el Maldito... la misma historia. Y el Glub. Y la
Hikiri. Y la banshee. Y Tenai... Y ahora el vampiro. ¿Qué seguiría?
Se sentó en la cama y observó a su esposa. Exactamente como Andrei decía. Un
dolor de cabeza. Y notó algo curioso en la forma en que ella estaba acostada, enroscada
de lado, hecha un ovillo, como un gato. Retiró las mantas. Ella se movió en sueños, y él
la hizo volverse boca arriba. Sus formas. Su vientre. Arrugó el camisón para descubrir el
cuerpo. Le temblaban las manos. Se inclinó despacio y apoyó el oído contra su vientre.
Estuvo escuchando un largo rato.
Ella abrió los ojos despacio. Sentía frío. Y encontró los ojos de Javan. Él sabía.
Ella sonrió y asintió, ligera y silenciosamente. Él se arrastró lentamente, volviendo a
cubrirla mientras se movía, y la abrazó. Ella suspiró. Él separó la cabeza un poco y la
miró a los ojos.
— Yhero niro-té, Cassandra Troy, — le dijo en una voz quebrada por la
emoción.
— Yhero niro-té, Javan Fara, — respondió ella, y se apretó contra él. —
Antulave yheromira ankiro tenn... — continuó.
Javan repitió las palabras. Sus manos empezaron a brillar, desde los dedos hacia
los hombros, la luz dibujando símbolos sobre su piel. Y Cassandra aún continuó,
abrazándolo todavía más.
— Indeankiré ondivo, yhero niro-té...
Cuando Javan repitió las palabras, sintieron el golpe de la luz. Y cuando
Cassandra trató de abrazarlo, de acercarse a él, de acariciarlo, encontró que ya no había
separación entre ellos. Ella era parte de él, y él de ella. Eran uno solo, no más cuerpos
diferentes, no más mentes diferentes. Se sintió sobrepasada por el sentimiento y se dejó
ahogar por él.
126

Capítulo 13.
Adivinanzas.

Ella volaba en el sueño. Bóreas la tomaba de la mano, y Céfiro la sostenía. Ellos


respondieron ventosamente a su sonrisa de brisa. Bóreas era frío, pero ella lo sentía
refrescante. Céfiro era tibio, y traía consigo su suave olor a mar. La llevaban por un
camino en el cielo, sobre las nubes oscuras de una noche ventosa. Y ella vio levantarse
el sol, redondo y rojo desde debajo de las nubes. Céfiro sopló un suave adiós. Bóreas
todavía sostenía su mano. Se sentía más frío que hacía unos momentos. Luego de unos
instantes, Bóreas la arrastró hacia arriba, y ella vio la Montaña.
— La cima del Mundo que Es... — susurró Bóreas, y se zambulló en el
precipicio a una velocidad asombrosa. Cassandra empezó a marearse y cerró los ojos.
Bóreas se rió de ella.
— Abre tus ojos, humana. Debes mirar lo que hay para ver... — sopló.
Y ella vio la corriente. Una dorada corriente de agua corriendo rápida y ancha
bajo ellos. La siguieron un momento, hasta que se precipitó en una maravillosa cascada.
La niebla de plata y el rocío de oro se levantaron a darles al bienvenida en el
arco iris del amanecer, y Bóreas soltó su mano. Ella flotó sobre las aguas, y cayendo en
ellas, se transformó en una forma de agua.
El río dorado la empujaba más lentamente ahora. La cascada había quedado
atrás. Ella podía ver los árboles en la orilla, y las suaves ondas, empujándola hacia un
meandro arenoso. La corriente la llevaba hacia allá. El río era ahora gris plateado, y el
sol se levantaba en un cielo luminosamente blanco. Y por segunda vez vio las puertas.
Las puertas doradas parecían nacer directamente de la montaña. Los montantes,
tallados en la misma roca, y la gigantesca, asombrosa puerta de fuego, diez metros por
lo menos, estaba allí. Dorada. Ardiente. Maciza. Y cerrada. Los fuegos estaban
apagados ahora, pero Cassandra sabía que en cuanto ella tocara la puerta, las llamas se
levantarían otra vez.
Como en una pesadilla, sintió que algo la arrastraba hacia la puerta. Se detuvo
junto a ellas. Contuvo la respiración. Sintió como esa otra voluntad, la voluntad de la
pesadilla, tomaba su mano y la llevaba hasta el pestillo. Tal como lo había supuesto, las
llamas se alzaron. Cassandra se despertó sobresaltada.
127

Javan estaba allí, abrazándola, abrigándola con sus brazos, enredándose con ella.
Ella podía sentir el latido de su corazón a través de su propia piel. ¿O era su propio
corazón? Apoyó la cabeza en su pecho, y él le acarició el cabello.
¿Fue una pesadilla?
Ella sintió la pregunta en su mente.
Sólo un sueño, pensó.
Tú viste el camino, mientras que yo solo leí sobre él, amor.
Ella sintió la tibieza de su preocupación y la asombrosa fuerza de su sentimiento.
Él no había dicho nada aún, pero ella separó la cabeza para mirarlo.
Te amo... ¿La puerta hacia dónde? Sus pensamientos se mezclaban con las
últimas imágenes del sueño. Javan pestañeó.
— Por favor, piensa con claridad. Una cosa por vez. Me estás dando dolor de
cabeza... — dijo suavemente.
— ¿No estabas hablando? — preguntó ella.
Él sacudió la cabeza.
— Tenemos una mente ahora... No es como antes, leerte los pensamientos, o
dejarte que leyeras los míos... Ahora es espontáneo, no tenemos que concentrarnos, o
que esforzarnos...
— ¿El Yhero niro?
Él asintió lentamente. Eso creo...
Ella lo miró fijamente. Él hizo una mueca.
— Veo muchas puertas en tu mente... — dijo ella al cabo de un rato. — Todavía
tienes muchos secretos.
— También tú. No te sondearé si tu no me sondeas...
Tienes un trato, pensó ella, y lo besó. Pudo sentir sus labios curvarse en una
sonrisa bajo los suyos mientras lo hacía.

Javan se deshizo en atenciones durante el desayuno, y después de eso, y antes de


la primera clase, Cassandra lo llevó a la enfermería. Tenía una idea. La facilidad con
que él la dejó salirse con la suya le hizo sospechar que él le estaba leyendo la mente otra
vez. Pero no le importó. El brillo que había visto en sus ojos la noche anterior seguía
rondándole la cabeza, arrancándole sonrisas de tanto en tanto.
Melissa Corent estaba en su oficina.
128

— Cassandra, Comites... ¿En qué puedo ayudarlos? — Una cierta sonrisa se


demoraba en sus labios. Cassandra y Javan captaron la idea al mismo tiempo.
— ¡Lo sabías! — le dijo Cassandra.
— ¿Se lo dijiste? ¡Por fin! — dijo la enfermera. — Te revisé en la Puerta del
Invierno ¿recuerdas?
La cara de Javan cobró una expresión de espanto.
— Por eso no me permitió usar el Antídoto... — dijo con un hilo de voz. — Lo
hubiera matado...
— ¿El antídoto? ¿Qué antídoto, Javan?
— El Antídoto Dorado de la Rama de Plata, por supuesto, — dijo la señora
Corent con tranquilidad.
Cassandra miró a Javan.
— Te dije que era algo tan fuerte que tenías que estar muerta para beberlo puro...
Y cuando te atacaron las Llamas Negras... Pensé que era lo único que podía ayudarte. Si
lo hubieras bebido...
— Hubiéramos matado al bebé. Pero por suerte, tengo la costumbre de hacer mi
trabajo a conciencia... Gracias a esto.
Y dándose media vuelta, abrió un cajón y sacó un par de anteojos. Se los tendió
a Cassandra. Ella los miró. No parecían en absoluto normales. Eran muy gruesos, y
tenían una protección lateral para la luz.
— ¿Quién primero? — preguntó Cassandra, mirando a Javan.
— Los dos, — dijo la enfermera, sacando otro par de lentes del mismo cajón. —
No van a empezar peleando por un par de anteojos... Déjame ayudarte.
Javan se las arregló solo, pero para Cassandra esto era totalmente nuevo. Había
visto, por supuesto a la enfermera usando aquellos lentes de diagnóstico, pero nunca se
los había puesto antes. La enfermera la ayudó a ponérselos.
— Muy bien. Ahora cubres los lados de esta forma... Sí. Cierras los ojos y
cuentas hasta diez.
Cassandra escuchó reír a Javan.
— ¿Para qué? — preguntó.
— Nada en especial. Solo suena adecuado y misterioso... — bromeó la señora
Corent. — Ahora puedes ver a tu bebé en el espejo.
129

Ella no pudo decir nada por un momento. Sus emociones y los sentimientos de
Javan se mezclaban de una manera perturbadora. Tanteó buscando su mano, y él se la
apretó.
— Los forasteros tienen algo parecido, he escuchado, — dijo la enfermera, solo
para romper el silencio. La pareja que tenía frente a ella se comportaba como si fuera la
primer pareja del mundo que iba a tener un bebé.
— Ecografía, es cierto...— murmuró Cassandra. — Pero no es nada comparado
con esto... — Ella se sacó los lentes. — ¿Está todo en orden?
— Déjame ver... — La señora Corent se colocó los lentes y ajustó una perilla en
su sien.
— Tamaño... correcto. Desarrollo... ¿dieciocho semanas? Esperaste demasiado.
Desarrollo interno... Mm... en orden. Es un varón. Tiene todas los brazos y piernas que
debe tener, y todos los dedos están en su sitio... ¿Satisfecha?
— Satisfecha, — sonrió Cassandra.
— Prueba un suplemento de calcio, por si acaso, y vuelve el mes que viene.
— ¿Y eso es todo? — Javan fruncía el ceño.
La enfermera lo miró.
— Haciendo a un lado las veces que su esposa consigue que le lancen una
maldición mortal o que la ataquen las criaturas del lado oscuro, ella es una mujer
normal y saludable. Ella y el bebé están bien, — dijo con seriedad. Luego sonrió: —
Buenos días y felicitaciones.
Cassandra le devolvió la sonrisa y se llevó a Javan de regreso a sus habitaciones
privadas.

— Bien... ¿qué te parecería un fin de semana en el Valle? — decía Javan tres o


cuatro semanas después.
— ¿Qué? ¿Por qué? No son vacaciones todavía y los proyectos...
Javan sacudió una carta en el aire. Cassandra extendió la mano para alcanzarla, y
él la movió fuera de su alcance. Ella se lanzó hacia él, y él la puso más lejos, riéndose.
— Es carta de Andrei... Alessandra... — dijo ella, manoteando al aire. Él la
sujetó por la cintura, y la besó, todavía riéndose.
— Tú, Kathy y por supuesto, yo, estamos invitados a conocer al último retoño de
los Leanthross... Andrei Leanthross, hijo.
130

— ¿¡Varón?! ¿Y por qué no me lo dijo? Lessa debe estar en las nubes... Siempre
dijo que quería un varón...
Pero Cassandra se detuvo de golpe, y miró a Javan.
— Pero... tengo mucho trabajo aquí. No podemos pasarnos todo el fin de
semana... y además...
— No te preocupes. De todas maneras, yo tengo que arreglar unos asuntos del
Círculo, así que volveremos pronto.
— ¿Asuntos del Círculo?
Javan se encogió de hombros y descartó la respuesta en un gesto vago. Por un
momento ella consideró la posibilidad de sondearlo, pero había prometido no hacerlo.
Reprimió la curiosidad que la lanzaba hacia las profundidades de los pensamientos de
su esposo, sonrió y empezó a hacer una lista de los posibles regalos que le llevarían a
Andrei hijo.

Alessandra estaba sumamente complacida por la visita. Hacía años que


Cassandra no pisaba el departamento.
— Estamos pensando en mudarnos... a la frontera, — dijo Alessandra. — El
departamento es muy pequeño para los tres...
— ¿Y qué hay de la ampliación?
Alessandra frunció la nariz.
— Bella tiene el jardín lleno de pozos y no sé si ella y el bebé...
Cassandra la miró y se rió.
—Andrei te convenció, — le dijo. La otra frunció un poco la frente y luego se
rió.
— Sí, ¿y qué? Después de todo, no puedo pedirle que renuncie a todo por mí. Y
si Andy se parece a su padre... los vecinos se van a quejar todo el tiempo de las
chispas... Y no sé que va a pasar cuando el bebé empiece a... — Alessandra sacudió la
mano sin terminar la frase.
Cassandra sonrió. Si la mismísima Adjanara necesitaba discutir y comentar con
otras brujas acerca del despertar de la magia en su propia nieta, cuánto más Alessandra,
que era forastera.
— Además, — siguió Alessandra, — los aullidos de Bella en la luna llena son
difíciles de disimular... Y necesita un verdadero parque donde hacer sus pozos... Y...
131

— Ah, ya veo. Entonces fue Bella la que te convenció, — interrumpió Javan.


Alessandra le lanzó una mirada fulminante.
— Cuidado Nag... Mira que si no nos dejas conversar, voy a tomar a tu esposa
de rehén...
— No lo creo... Está engordando mucho... Y come por dos. No te conviene.
Cassandra le lanzó uno de los almohadones del sillón.
— ¡Cuidado! ¡Mi ventana!
— Sh. Van a despertar al bebé... — dijo Kathy desde el rincón. Y Cassandra y
Javan cambiaron una mirada y una sonrisa.

Alessandra mantuvo su discreción respecto a que ella sabía del bebé de


Cassandra antes que Javan, y lo trató con relativa amabilidad. Al menos había reducido
sus comentarios al mismo mínimo picante que usaba con Cassandra. Javan la miraba
con desconfianza.
— ¿Qué te pasa? ¿Andrei te amaestró, o qué? — le gruñó en un momento.
— Es por el bebé... Sé amable con ella, — le dijo Cassandra.
— Sí, — añadió Alessandra. — ¿Sabes? Las mujeres se transforman en cosas
peligrosas cuando están embarazadas.
— Oh, pobre de mí... — suspiró Javan, burlón.
— Imagina que puede ser peor. ¿Qué te parece tu esposa y tu hija embarazadas a
la vez? — dijo Andrei maliciosamente.
— ¿Y mi madre también? — se rió Javan.
— ¿Tu madre? ¿Pero qué edad tiene tu madre, Javan? — preguntó Alessandra,
sorprendida.
Javan la miró como para reírse de ella, y luego reparó en que ella no conocía
ciertos detalles. Sonrió condescendiente.
— Mi madre ha envejecido muy lentamente desde que entró en la Torre como
Sucesora de Djarod... y eso fue cuando ella tenía poco más de veinte.
— ¿Ella fue Dueña de la Torre antes de la muerte de tu padre, Javan? —
preguntó Cassandra.
— No. Fue Sucesora desde que él la eligió hasta que murió. Ahora, supongo que
ella elegirá un Sucesor... y cuando muera, lo cual puede suceder en diez años o en
doscientos, el sucesor será Dueño... y así sucesivamente...
— ¿Doscientos años? — repitió Alessandra, sacudiendo la cabeza.
132

— Tendrías que considerarla para madrina...


Andrei sonrió.
— En realidad, yo había pensado en Siddar. Y su esposa... cuando Cassandra se
decida a presentarle a alguien...
Cassandra se rió. Alessandra trajo un lápiz y un papel y se lo tendió a Cassandra.
— ¿Qué? — preguntó ella, desprevenida.
— Para que empieces a hacer la lista. Olvídate de Alice, que ya está casada; y
descartemos a Miriam, que es demasiado seria. ¿A quién más tenemos?
Andrei las miró divertido, y Javan prefirió ignorarlas. Se volvió a Kathy que
jugaba con el bebé.
— ¿Y, princesa? ¿Practicando para cuando tengamos el nuestro?
Kathy soltó una risita, y cambió una mirada cómplice con su padre.
En ese momento, sonó el timbre, y Siddar entró en la habitación. Cassandra lo
miró asombrada, mientras Alessandra hacía desaparecer la lista bajo un almohadón.
— ¿Sabes caminar? ¿Y utilizar las puertas?
El hombre pájaro se rió.
— Y vestirse. No sabes el trabajo que me tomó amaestrarlo... — dijo Alessandra,
besándolo en la mejilla. Siddar se rió.
— Ya veo que no han perdido el tiempo... Ninguna de las dos. ¿Esto es mi
ahijado? Andrei, pensé que harías algo mejor... Con plumas... o algo...
Y el hombre pájaro tomó al bebé en brazos, sacudiéndolo demasiado. Alessandra
se acercó a él, nerviosa. El bebé movió los bracitos y tocó algo que Siddar llevaba al
cuello. El destello azul llenó el cuarto.
Javan entrecerró los ojos.
— Te la dio, — dijo en un susurro desagradable.
Andrei se levantó, listo para interponerse entre los dos hombres. Cuando Javan
usaba aquel tono... Cassandra también se preparó para intervenir.
— Sí, me la dio, — dijo Siddar con toda tranquilidad, y dejó de nuevo al bebé en
la cuna. Kathy se le acercó y tocó el dije que Siddar llevaba en el cuello.
— Es igual que la tuya, pa. Pero la piedra es azul. ¿Por qué es azul, Siddar?
— Magia de aire, — dijo Cassandra. — ¿Y la tuya Javan?
— Verde.
— Agua. Pero no tienes ningún dije...
— Está en mi vara.
133

— Ah... — Kathy seguía examinando la llave que Siddar traía en el cuello. —


¿Y puedo pedirle a la abuela que me de una a mí también? Pero yo quiero que mi piedra
sea roja...
Cassandra soltó una risita.
— ¿Quieres ser una brujita de fuego? Bueno, por mí está bien, pero no creo que
a tu papá...
Basta, Cassandra, dijo la voz de Javan. Cassandra se enderezó y lo miró. Pero él
no parecía haber dicho nada.
— Bueno, caballeros. Me esperan en el otro lado, así que si no les importa,
vamos a los negocios... — dijo Siddar. Y por increíble que pareciera, lo decía en serio.
Andrei asintió y los guió hacia la habitación que usaba como estudio.
— ¿De qué negocios están hablando? — Cassandra preguntó a Alessandra
cuando quedaron solas.
— No lo sé. No me meto en los asuntos de mi marido, a menos que él me lo
pida.
Cassandra suspiró. Ese negocio... Ya se lo había dicho Javan en el Trígono, un
asunto con el Círculo. Y Siddar era representante de Adjanara, y ella era parte del
Círculo. Se preguntó de nuevo de qué podría tratarse, y de nuevo tuvo que reprimir su
curiosidad de ir a explorar los secretos de su esposo. Apretó los labios y... de pronto se
dio cuenta. El Huevo de Zothar. El Círculo siempre se había interesado especialmente
en esa Prenda. Aunque como Guardiana, ¿ella no tendría que estar informada? Pero,
conociendo a Javan... Seguramente querría protegerla otra vez. Sonrió enternecida, y se
concentró en su amiga y en Kathy que estaba cambiando de nuevo al bebé.

La puerta mostraba esos extraños símbolos, más claros que nunca. Ella llamó a
la puerta, y la puerta se abrió lentamente.
— Profesora, ¿qué está haciendo aquí? El Comites Fara prometió matarnos a
ambos si usted regresaba.
El profesor Où se deslizó silenciosamente a su escritorio.
— Y estoy aquí vigilándote, Où, — gruñó Javan.
— Ah, veo que ha traído su perro guardián. Pasen, por favor...
Y Où mostró los dientes que ahora parecían colmillos. No necesitaba fingir más.
— Camina de este lado, — le advirtió Javan a Cassandra, alejándola de Où.
134

— ¿Por qué? — Ella no parecía darse cuenta de nada. Javan se preguntó otra vez
por qué habría cedido a su pedido de ver a Où. El vampiro empezó a reírse.
— Es para su protección, — dijo. — Cuando llegué aquí, el Comites y el
Anciano Mayor trazaron estas líneas. Son una barrera mágica que no debo traspasar.
Para protección de los aprendices... y ahora de ustedes.
Encendió el fuego, como solía hacer cuando Cassandra lo visitaba, y empezó a
preparar un té.
— No tienes permitido tener y usar una varita, —dijo Javan. Cassandra resopló.
— Y tú no tenías permitido ir a cazar plumas de ornitorrinco azul. Por favor,
Javan, madura ya.
Él la miró enojado. Ella lo enfrentó unos momentos, y pareció que una idea
cruzaba sus mentes al mismo tiempo, porque se volvieron a Où a la vez.
— Oh, están mejor sintonizados que la última vez. Díganme qué puedo hacer
por ustedes, — dijo mientras servía dos tazas de té. — Pero antes, alcánzale esto a tu
esposa. No me perdonarás que le toque ni un solo dedo, o me equivoco mucho.
Où hablaba en un tono apenas burlón.
— Profesor Où...Usted seguramente recuerda que estábamos buscando un
lugar... — empezó Cassandra. Où asintió. Tenía sus extraños ojos fijos en ella. El brillo
plateado no estaba oculto ahora.
— Où... — advirtió Javan. El vampiro lo miró. — No le hagas eso a ella.
— No estoy haciéndole eso a ella, — dijo Où.
— ¡Oh, por favor! ¿Podemos concentrarnos?
Los dos hombres se volvieron hacia Cassandra.
— Sí, por supuesto. Estaba buscando un lugar que ningún hombre puede
alcanzar dos veces...
— Tuve un sueño... hace unas semanas... La última vez que nos vimos.
— Traje el suero de la visión, así que podrás ver el sueño por ti mismo, — dijo
Javan. Où inclinó la cabeza, e hizo un gesto de invitación con la mano.
Javan vertió un poco del líquido negro sobre un plato y Cassandra lo removió
con la varita. Una luz azul crepuscular saltó hacia arriba, y en ella se formaron las
imágenes. Cuando el sol se levantó, Où se echó hacia atrás, con expresión de disgusto y
dolor mezcladas en su cara.
— ¿Lo lastima? — dijo Cassandra. — Era de mañana, no puedo evitarlo...
— No, estoy bien. No es sol real... ¿Quiénes eran sus compañeros en el vuelo?
135

— Bóreas...
— El viento del norte. ¿A su izquierda?
— Sí. Y Céfiro.
— El viento del oeste, a su espalda. Así que tomó el Sendero del Viento hacia el
Este.
— Eso fue lo que yo le dije, — gruñó Javan.
— Eso fue lo que deduje yo sola, — protestó Cassandra. Las imágenes
cambiaron un poco.
— La alta cima del Mundo que Es... Eso fue lo que dijo Bóreas, — continuó
Cassandra. — ¿Podría ser el Everest?
— No, — dijo Où burlonamente. — Sólo si fuera forastera. La cima mágica del
mundo no es tan estática. Está cerca, por supuesto, pero ocultada con magia. No
podemos dejar que los forasteros intenten trepar a la Montaña.
— ¿Qué Montaña? — preguntó Cassandra.
— La Montaña. La cima del Mundo que Es. Montaña es su nombre.
Où observaba las imágenes con atención.
— Ah... — suspiró de pronto. — Allí voló sobre la entrada mágica más elevada.
El resto debe escalarse a pie. No se permiten escobas... o alfombras. Tampoco turistas.
— ¿Por qué?
Où la miró brevemente, pero retiró el reflejo plateado de su mirada cuando Javan
golpeó la mesa.
— Porque es un lugar de meditación. Una especie de santuario, donde purificar
la propia magia, donde santificar el propio poder. Nadie va solo a la Montaña, pero
tampoco nadie va acompañado. No es un lugar para divertirse, sino para elevarse. Para
meditar. Para crecer...
— ¿Y usted ha ido allá alguna vez?
Javan carraspeó, interrumpiéndola. Où no prestó atención, y dedicó una sonrisa a
Cassandra a pesar de la mirada amenazadora de su esposo.
— Una sola vez. Hace mucho tiempo... Antes de que me sucediera esto... — y
con un gesto vago señaló sus colmillos. Cassandra asintió, pensativa.
— ¿Con quién...?
— Cassandra, no es tu asunto...
— Fui con mi esposa, señora Fara. Y en cuanto a su búsqueda...
— Ah, sí...
136

— ¿Dónde está la Montaña? — preguntó Javan, hosco.


— ¿Ahora? No tengo ni idea. Se mueve constantemente de un lugar a otro.
Digamos que puede estar en todas partes, en cualquier parte... al contrario de
NingunaParte, que me han dicho que ya han visitado.
Javan se sobresaltó, pero no dijo nada.
— Pero NingunaParte permanece siempre en...
Où movió la mano para detenerla, y se inclinó hacia adelante, muy interesado en
el río.
— Oh. Un Sendero de Viento, y ahora un Camino de Agua... El Río Dorado...
Una lástima que no haya volteado en la Cascada...
— ¿Por qué? — preguntó Cassandra.
— La vista es maravillosa, — contestó Où con calma. Las preguntas de ella, que
normalmente crispaban los nervios de los magos, parecían no importarle. Javan lo
vigilaba entrecerrando los ojos.
— Y dirás que tampoco sabes dónde está ese río, — se burló con tono amargo.
— Por supuesto que sé donde está. Y tú también. Nace en la Montaña.
— Y volvemos al punto de partida, — suspiró Cassandra.
A pesar de que trataba de ocultárselo a Javan, su enfrentamiento con Où la
divertía. El profesor le resultaba... encantador. Por supuesto se trataba de su encanto de
vampiro, una pequeña parte de lo que usaría si quisiera cazarla y morderla. Y aunque él
lo reprimiera todo lo posible, Cassandra no era inmune a él.
Por su parte, Javan lo sabía. Pero él sabía además que Où no era inmune al
encanto de Cassandra. Conocía bien a su Rastreador, y sabía por qué estaba en esa
situación. No, no iba a dejar que el vampiro se acercara a su esposa. Volvió a
tamborilear con los dedos en la mesa, para mantener dispersa la atención de Où. Pero él
atendía solo a la columna de luz y las imágenes en ella.
El río de la Montaña empezaba a correr por una selva. Los ojos plateados de Où
estaban fijos en él. El meandro y las puertas.
— Très bien, — dijo. — Un Sendero de Viento, un Camino de Agua, y ahora
unas Puertas de Fuego...
La columna de luz se oscureció y se apagó. Où miró a Cassandra.
— ¿Y? ¿Eso es todo?
Cassandra asintió.
— ¿No sabe qué hay detrás de las Puertas? — insistió, algo decepcionado.
137

Cassandra sacudió la cabeza. Los ojos plateados se volvieron a Javan. Él hizo un


gesto de disgusto. La boca de Où se torció.
— Díselo, — dijo fríamente. Cassandra miró interrogante a Javan. Él pareció un
poco avergonzado.
— La Adivinanza en el Libro... Lo lamento, Cassandra. La Adivinanza decía:
Todo el camino desde cualquier lugar hasta ninguna parte. Encuentra el sendero en el
viento, sigue el camino en el agua y cruzando las puertas de fuego llegarás al corazón
de la tierra... Pensé que no había un lugar como ése.
— El Corazón de la Tierra... — repitió Cassandra, pensativa. Los ojos plateados
estaban sobre ella otra vez.
— ¿Cómo describiría las entradas a NingunaParte, profesora? — le preguntó Où
con voz profunda e hipnótica. Detuvo la advertencia de Javan con un gesto de la mano.
— La entrada norte es hacia el norte, muy lejos... más allá del último glaciar hay
un agujero, pequeño, para ir abajo... muy abajo... — Cassandra respondía como de muy
lejos. Ella estaba visitando ese lugar en sus recuerdos, ayudada o empujada por el
reflejo plateado de los ojos de Où. — La entrada sur está pasando unas cuevas en la
caldera de un volcán... Hacia abajo, y más abajo, hasta el corazón de fuego... La entrada
del este... una cueva en las profundidades de un lago. La entrada oeste en una grieta en
un cráter apagado y muy ventoso... — La voz de Cassandra se desvaneció, y ella
pestañeó. — NingunaParte está siempre hacia abajo...
— El Corazón de la Tierra... — sugirió Où.
— Pero NingunaParte no tiene puertas, — protestó ella, frunciendo el ceño.
— Espera, — intervino Javan. — dijiste que hay cuatro NingunaParte que en
realidad son solo una. Y que cada entrada conduce a una de ellas... Parece que te
hubieran dado instrucciones para llegar a las cuatro juntas... al verdadero NingunaParte.
— Pero decía un lugar al que ningún hombre puede ir dos veces... Y yo he
estado ahí dos veces ya.
— Pero usted no es un hombre, ¿o sí? — susurró Où.
Javan lo miró un momento con el ceño fruncido.
138

Capítulo 14.
El Rey de los Ryujin.

La Puerta de la Primavera estaba ya a la mano. Cassandra había pasado los


últimos días armando y desarmando la habitación de la computadora, que pronto sería
del bebé. De Kathy y del bebé, se corrigió. Javan la miraba con una sonrisa al principio,
pero los constantes cambios de opinión de Cassandra terminaron por agotarle la
paciencia.
Un rincón rosa para la niña y otro celeste para el bebé se transformaron en una
habitación doble con un rincón de juegos en medio, que luego cambió a un cuarto de
estudio con dos escaleras en espejo, simulando pequeñas torres para Kathy y el bebé...
que luego cambió por... Los cambios se sucedían y ninguno satisfacía a Cassandra por
más de una hora. Afortunadamente, después que le enseñó el truco, ella sola hacía las
transformaciones con su varita, y no lo llamaba más que para dar su opinión, cuando ya
había completado la mitad de los detalles, y lo hacía decidir sobre la otra mitad.
— Ya deja en paz esa habitación... — le decía.
Ella lo miraba con los ojos muy abiertos, y a veces un tanto lacrimosos.
— No te interesa nada... No te importa nuestro bebé...
Y Javan se resignaba a prestar atención a las cintas azules y los ositos de peluche
que llenaban el cuarto.

Una tarde de sábado, una bola de fuego dorado apareció en el horizonte, y un


rugido de dragón anunció a Gaspar Ryujin. Cassandra corrió escaleras arriba como
siempre, y Javan la siguió con más calma. Cuando llegó arriba, ella ya estaba colgada
del brazo del medio-dragón.
— ¿Así que tienes un huevo que olvidaste poner, Enna? — estaba diciendo él.
— Yo no pongo huevos. Dile a Reina que te lo explique, — reía ella.
Gaspar se rió y se volvió a Javan.
— Mis felicitaciones, Comites Fara, — dijo, estrechándole la mano. Javan
sonrió, pero ellos cambiaron una mirada muy extraña.
Cassandra había esperado que compartieran los tres una larga charla pero luego
de los pocos minutos que le exigía la buena educación, Javan se excusó y se retiró a su
139

oficina. Cassandra frunció un poco el ceño, pero Gaspar le pidió que salieran a caminar.
Así que se envolvió en la capa de piel, y salió a chapotear en el escarchado barro del
deshielo.

Gaspar tomó un camino que Cassandra no reconoció al principio. Caminaba


colgada de su brazo, sintiendo su calor de dragón, y mirando divertida como sus huellas
descongelaban el hielo y secaban el barro. Raramente se habían visto en invierno, y ella
se preguntó cómo sería ir por la nieve del brazo del dragón. Y recordó los aros de hielo
y fuego con que habían jugado en el lago unos años atrás. Sí, pensó; tendrían que salir a
caminar en la nieve la próxima vez que él viniera a verla.
Gaspar la llevó a uno de los lugares de Arthuz. El claro desnudo aparecía
quemado en varios lugares, y los árboles apenas se atrevían a retoñar.
— ¿Sabes? — dijo ella. — No me gusta demasiado este lugar...
Gaspar volvió la cabeza y sonrió.
— Claro que no. Nunca te gustó el poder destructivo. Eso es lo que te ha
mantenido a salvo de la magia oscura. Amas la vida...
Cassandra le hizo una media sonrisa y se encogió de hombros.
— ¿Para qué me trajiste aquí?
— Privacidad. Tienes algo que preguntarme, — dijo él sencillamente.
Cassandra completó la otra mitad de la sonrisa.
— Es cierto. Estabas vigilándonos, y yo... Yo quisiera saber por qué.
Ella miró directamente a los verdes ojos del hombre.
— Sabes que he estado vigilando este sitio desde que llegaste aquí... — dijo él.
— Una evasiva.
— Está bien. — Él miró al piso y se acercó a un tronco caído y medio quemado.
Se sentó, y Cassandra se sentó a su lado. — He estado vigilando este sitio desde antes
de los tiempos de Zothar el Viejo, — admitió. Ella se limitó a mirarlo.
— Es este lugar. Viví aquí desde mucho antes que construyeran el castillo. Mi
abuela murió en este lugar...
— ¿Y ese cuento de hadas de tu familia, el que me contaste hace tiempo?
— Es cierto... Bueno, casi todo. Mi abuela murió aquí, ardiendo en el abrazo de
mi abuelo... Fuego y cenizas... Se consumieron el uno al otro. Pero así se suponía que
debía ser. Yo mismo tuve que sellar la tumba, y ellos levantaron el castillo sobre la roca.
140

Esa es la razón por la que el verdadero guardián es un dragón... El Protector de Luz se


levanta de los fuegos de mi abuela...
— ¿De modo que los Ryujin son la fuente de la magia?
Gaspar sonrió misteriosamente.
— No. Hay muchas fuentes para la magia. Tú misma lo has experimentado...
Pero yo no debo decírtelo... Tú tienes que descubrirlo por ti misma.
Cassandra guardó silencio unos momentos.
— Entonces tú eres el verdadero Guardián del Trígono... — dijo. — Estuviste
siempre cuidando de ellos, desde el comienzo...
Gaspar sonrió y suspiró.
— Yo diría más bien que soy como un tío perdido que todavía se deja ver de
tanto en tanto...
Cassandra lo miró un instante. Había muchos pensamientos no expresados en
sus ojos, y ella se sentía confundida, como si no lo conociera realmente.
— ¿Y esta vez? ¿Por qué nos vigilabas en la Puerta del Invierno?
Los ojos de Gaspar relampaguearon un poco.
— No te has dado cuenta ¿verdad? No lo has visto... Ha habido mucha inquietud
entre las criaturas no humanas. Y la inquietud crece... Las Esporinas...
— Kathryn me diría cualquier cosa relacionada con ellas, — dijo rápidamente
Cassandra.
Gaspar sonrió.
— Enna... Has alterado el curso de los eventos. Empujaste a las Esporinas unos
pasos adelante en su evolución. Introdujiste características humanas en ellas al alentar a
Kathryn a convertirse en su reina.
— Yo no... ¡Ni siquiera sabía lo que ella estaba haciendo!
— Y los Glubs... — continuó Gaspar, sin escucharla. — ¿Dirás que no tuviste
nada que ver en eso? Tu Glub es actualmente incapaz de transformarse en un Devorador
Rojo. Es un adulto con forma de larva. Él iniciará una nueva raza de Glubs... Y tu
Hikiri. Ella compartió parte de su conocimiento y de su mente con tu esposo, solo por
devolverte un favor. Ella es casi una Hikiri normal, pero tiene una mente diferente,
porque una vez la compartió con un humano... — Gaspar hizo una pausa. Hacía frío, y
Cassandra se sintió de pronto incómoda. — Cambiaste el flujo de la historia en esta
parte del mundo... — agregó Gaspar.
141

— Neffiro ya me ha acusado de eso. Demasiado para una pobre forastera ¿no te


parece?
Gaspar volvió a sonreír. Ella había sonado fastidiada.
— No. Cada persona en el mundo va cambiando el flujo de la historia. Es la
manera que ellos la van modelando... Tú solo hiciste tu parte.
— ¿Y por qué...? — Ella fruncía el ceño.
— Estabas demasiado ocupada contrabandeando ese bebé como para darte
cuenta del aumento de actividad de los oscuros... La Serpiente no está quieta. Está
reuniendo todas las criaturas que es capaz. Y cuando Reina supo que las Llamas Negras
salían de NingunaParte, me dijo que vigilara el Trígono.
— ¿Crees que la Serpiente las envió?
— Al principio lo pensé... Pero no encajaba. Él no es tan poderoso. No todavía...
No, Enna, las envió Nadie... Luego vimos que habías sido herida, y te enviamos ayuda.
— Debo agradecerte eso. Pero me dijeron que tú no permitiste que Reina
viniera. ¿Por qué?
Gaspar miró los árboles, más allá, evitando la mirada de ella.
— Es inconveniente, — dijo brevemente.
— ¿Por qué? Ella ya me ha besado con fuego.
Gaspar sonrió. Ella se refería a esa vez cuando ella salvó la villa de los Ryujin
del ataque de la Serpiente. A la villa y a él mismo. Aquella vez, cuando Reina la volvió
a encontrar, le había dado a Cassandra un beso de fuego en la frente. Un regalo, y una
recompensa.
Ese beso había mejorado la empatía natural de Cassandra, reforzándola. Después
de aquel regalo, ella había sido capaz de leer algunas mentes. Él sabía que ella no había
sido completamente consciente de ello al principio, y él nunca se lo había explicado.
Ahora tampoco era el momento de hacerlo. El espía que había percibido seguía cerca,
aunque no pudiera determinar de dónde venía. La misma presencia que había sentido
cuando estrechó la mano de Javan, una voluntad agazapada, esforzándose por ocultarse
y ocultar sus intenciones. No le gustaba, y por eso había pedido a Cassandra salir del
castillo. Y sin embargo... la presencia estaba aquí. Débil, es cierto. Pero presente.
Ella agregó:
— ¿Crees que es demasiado para una mente mortal... todo ese conocimiento?
Gaspar no contestó inmediatamente, y hubo un silencio. Cassandra esperó.
142

— No. Creo que es inconveniente en este momento, — dijo él finalmente. —


Enna, hay otra cosa que debes saber.
Ella volvió la cabeza y lo miró. Le había parecido notar una cierta urgencia en la
voz del medio dragón.
— Tu esposo... Él renunció a su llamada cuando se casó contigo.
— ¿Qué llamada? — preguntó Cassandra.
— Él había sido seleccionado Vigía... hasta que tú llegaste. Ésa era la razón...
— Javan dejó de ser el Vigía cuando quebré su vara, — dijo Cassandra con
tranquilidad. — Ahora es Sombra de la Guardiana. No sabemos exactamente lo que
implica el título, pero Javan está satisfecho... Dice que yo doy más trabajo que todo el
Trígono junto...
Gaspar sonrió.
— Así que lo sabías. Es curioso cómo tú y él se unieron desde el principio. El
Guardián y el Vigía suelen ser los más unidos... Se necesitan. Él da la alarma, y tú la
protección... Pero tu esposo tiene razón: das demasiado trabajo...
Cassandra soltó una risita.
— ¿Y la Sombra de la Guardiana? Si sabes del Vigía debes saber lo de la
Sombra...
— Hm... — Gaspar soltó un gruñido vago. — Supongo que el Guardián y su
Sombra son inseparables. Y donde no puede estar uno, estará el otro... Pero deberás
investigarlo tú misma.
Cassandra sonrió, y se llevó una mano al vientre, pensativa. Otro motivo más
para estar más juntos que nunca. Gaspar la miraba con media sonrisa. Pero la expresión
de ella cambió de pronto.
— Hay un nuevo Vigía, — dijo. — Pero es muy joven... No nos avisó a tiempo...
El Huevo de Zothar fue robado. Nos enteramos cuando estábamos en Australia.
— El Huevo... Un asunto feo. — Gaspar sacudió la mano. — Se lo dije a Zoh,
pero ya lo conoces. Era igual en vida. No me quiso escuchar. De todas maneras, Enna,
esa es solo una señal de la actividad oscura. ¿No puedes recordar nada más? ¿Qué viste
en el Interior?
— ¿El Interior? No he ido desde el año pasado. No parecía haber... ¿Qué pasa?
Gaspar la miraba fijamente, con el ceño fruncido.
— Sé que entraste en el Bosque del Corazón al menos seis veces en lo que va del
invierno. ¿Por qué?
143

— No, yo no... — Cassandra lo miró fijamente. Se sentía asustada ahora. No lo


había hecho ¿o sí?
— Perdóname, — dijo él, y sacó la varita. Cassandra retrocedió un poco. Gaspar
la sostuvo, evitando que cayera al suelo cuando él le lanzó el hechizo liberador de
memoria. Ella pestañeó varias veces, y se llevó la mano a la cabeza.
— ¡Auch! ¡Qué dolor de cabeza! — murmuró, y lo miró. — Seis veces... Lo
había olvidado. Estaba leyendo el Libro, buscando la Adivinanza... Queríamos averiguar
donde escondió su vida la Serpiente...
— Y tu esposo lo había leído el año anterior, pero no te lo contó...
— Para protegerme, supongo... — dijo ella enrojeciendo. Gaspar la observó con
expresión de duda.
— Leíste algo más en el libro, — observó.
Ella miró al suelo y no contestó.
— Enna, alguien ha manipulado tu memoria. ¿Qué más leíste en ese Libro? ¿Y a
quién se lo contaste?
Cassandra suspiró.
— Bueno... El libro dice que hay peligro en las Varas... No le di importancia. El
año pasado quebré la Vara de Javan, y cuando fuimos a ver al Jardinero de Varas, nos
envió a buscar plumas de ornitorrinco para compensar los trofeos que había perdido: los
Ojos del Vigía, una escama de Nakhira... y alguna otra cosa más...
— ¿Me estás diciendo que conseguiste plumas de ornitorrinco azul para la Vara
de tu esposo?
— Sí. No fue tan difícil... Los animales se quedaron quietos mientras Javan y
David los desmayaban, y luego Sabrina tomó una pluma de cada uno de ellos. Solo una
pluma le sirvió a Javan... y se hundió en su Vara. Luego Kathryn hizo que las alas se
desplegaran, como en la vara del Anciano Mayor... El emblema del Clan de las Brujas
Fénix...
— Ahá... Ya veo. ¿Y cómo les fue con la curación de las plumas? ¿No tuvieron
problemas con el enfriamiento?
— ¿Con qué?
Gaspar se levantó de golpe, y se colocó frente a Cassandra.
— Las plumas de ornitorrinco azul no se usan ‘limpias’. Llevan un proceso de
curado que lleva unos diez días cuando menos... Son objetos de mucho poder, que
tiende a desviarse si no es controlado. Y...
144

— Javan solo demoró tres días. Nos contó que la pluma se fundió sola con el
asta...
Gaspar la miró frunciendo el ceño.
— ¿Y el congelamiento? ¿Y las doce horas de cocción en suero azul? ¿Y...?
— No sé nada de eso...
— ¿Cómo funciona la vara?
— Muy bien. Javan estaba muy satisfecho con ella... Salvo por un detalle... —
Cassandra miro a Gaspar con chispas de risa en los ojos. — Habla.
Por el contrario, los ojos de Gaspar se abrieron de espanto.
— ¿Qué dijiste?
— Que la varita de Javan habla. Le tomé juramento de que se mantendría callada
frente a las personas, y no hemos tenido problemas con ella...
Cassandra se interrumpió. Gaspar la miraba muy fijo, y habló en voz muy baja.
— ¿Y tú permitiste que una Vara parlante, de pluma de ornitorrinco azul sin
curar fuera tocada por una Esporina? — dijo lentamente.
— Yo no tuve nada que ver en eso... Estaba medio muerta en la enfermería...
Pero Kathryn no haría...
— Kathryn ya no existe, — dijo Gaspar con brusquedad. — Es una Esporina.
Ambiciona el poder, en cualquier forma que se presente...
Cassandra lo miró sin saber qué decir.
— Es muy mala combinación, Cassandra. Y, es solo un lance, pero ¿no podría la
varita estar influenciando a tu esposo?
— ¿En qué sentido?
— ¿Qué tal borrar tu memoria, para que no recuerdes haber ido al Corazón seis
veces en lo que va del año? Y para que no la descubras a ella. Si la Vara ya hizo
contacto con la mente de tu esposo... Tiene que haber una muy buena razón para que la
Sombra de la Guardiana no permita a la Guardiana ver y leer las señales de los
oscuros... Y para que le oculte las cosas.
— Pero, — Cassandra lo miró con cara de niña asustada, — él no puede tener
secretos conmigo ahora. Tenemos una sola mente, un solo pensamiento después del
Yhero-niro...
Gaspar se inclinó hacia ella y la aferró por los hombros. Ella retrocedió
verdaderamente asustada ahora. Sus amables ojos verdes lanzaban relámpagos
amarillos.
145

— ¿Después de qué? — dijo con una voz ronca que difícilmente pasaba por
humana. Ella nunca había visto a Gaspar perder el control, y adivinó que estaba
sucediendo ahora. El barro se secó en un círculo de dos metros a su alrededor. Ella
sintió el golpe de aire caliente en la cara.
— Después del Yhero-niro... — tartamudeó con un hilo de voz. Los ojos de
Gaspar eran ahora los del dragón. Y uno muy furioso. La agarró por la muñeca y la
arrastró al castillo sin una palabra más.

Javan no estaba en la oficina cuando Gaspar empujó a Cassandra adentro. Miró


furioso en todas direcciones, y luego llevó a Cassandra a su oficina. Ella no se atrevió a
hablarle, y calladamente, empezó a preparar un té. Javan entró, o mejor dicho, irrumpió,
cuando Gaspar estaba recibiendo la taza de manos de Cassandra, y lo miró frunciendo el
ceño.
— Javan, — dijo Cassandra, — yo...
— Ella me dijo del Yhero-niro. — La voz de Gaspar era fría y sus ojos
relampagueaban otra vez. Un fuego helado respondió desde los ojos de Javan.
— Sí. ¿Y cual es el problema? — dijo controlándose cuidadosamente.
— Le expliqué a ella que no era para gente mortal.
— ¿Y los Ryujin son inmortales? — se burló fríamente Javan. — Me han dicho
que no.
— Ese no es el punto. Deberían saber qué clase de pacto suscriben antes de
hacerlo. Déjenme mostrarles... a los dos.
Gaspar levantó la palma de la mano, y Javan voló hacia atrás, golpeando la
pared tras él, y cayendo contra ella. Cassandra gritó, y llevó la mano a su propia nuca,
pero trató de correr hacia Javan.
— ¡Quieta! — ladró Gaspar. — ¿Dijiste una mete? Es más fuerte que eso.
Gaspar movió la mano como si fuera una garra, arañando el aire en dirección a
Cassandra, y las ropas de ella y las de Javan se rasgaron, e idénticas cortaduras
aparecieron en sus manos y brazos.
— ¡Gaspar, por favor! ¡Detente! — gritó Cassandra.
Gaspar sacudió la mano otra vez, y ella quedó envuelta en llamas. Casi al mismo
tiempo, la túnica de Javan empezó a humear, y empezó a incendiarse. Ninguno de ellos
sentía las quemaduras, y su expresión era de sorpresa, no de dolor. Gaspar hizo otro
movimiento para cortar los hechizos.
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— Vivirán juntos, compartirán cada herida y dolor del otro, y morirán juntos, el
mismo día, al mismo tiempo. Toda cicatriz del pasado, la comparten. Toda herida del
futuro, es para los dos... Ya no son dos personas separadas... — La voz de Gaspar era
fría, y su expresión sombría. — No tienen más vida propia, ni más poderes propios.
Cada nueva habilidad que uno adquiera, pasará al otro. Y también cada maldición...
Buscaré alguna manera de romper ese juramento, pero no creo que la encuentre...
— ¡No! — dijo una voz. Javan se volvió. Se había levantado, y ayudaba a
Cassandra, asegurándose que ella y el bebé estuvieran bien. La varita, que había caído al
piso, humeaba por un extremo. El humo se concentró en una forma casi humana que la
sostuvo y la hizo crecer y descubrirse. Los ojos de la serpiente enfrentaron a los del
dragón.
— No lo permitiré... — dijo la varita.
Gaspar la miró frunciendo el ceño. La varita estalló un hechizo hacia él, y
Gaspar cayó desmayado. La forma de humo se volvió a Javan.
— No dejaré que me traiciones... Ninguno de ustedes dos lo hará...
Los ojos de Javan y de Cassandra se encontraron en un aterrorizado relámpago
de comprensión.

Gaspar abrió los ojos, y estaba tan oscuro que fue como si no los hubiera abierto.
— ¡Sh! — dijo una voz cerca de él. Y vio a la luz de un chorro de chispas, la
varita de Cassandra y su mano. La presencia espía se encontraba lejos, o se ocultaba de
él.
Las chispas se apagaron y sintió sus brazos libres. Una mano tibia y temblorosa
tomó la suya, y tiró de él hacia un costado. Vio un ligero destello, como de luz de luna,
y el destello desapareció en la oscuridad otra vez. La mano volvió a tirar de él, un poco
menos temblorosa ahora, y aparecieron afuera, en el bosque.
— Lo lamento, Gaspar... No fue nuestra intención... — dijo Cassandra en voz
muy baja. — No nos dimos cuenta... Ahora es demasiado tarde...
— ¿No nos dimos...? ¿Qué estás diciendo? Tu marido me atacó, — gruñó él.
— ¡No! Fue la Vara... Javan estaba conmigo al otro lado de la habitación...
Pero Gaspar no la escuchaba.
— ¡La Vara! ¡Qué tontería!
— Sí, la Vara de ornitorrinco azul... Javan la llevó al Interior, por la Puerta de la
Primavera... Él entró por la Puerta de Zothar, para que la Vara estuviera distraída
147

combatiendo la maldición de la puerta cerrada... Javan nunca pudo entrar por esa puerta,
y supuso que la Vara tampoco podría vencerla... O que al menos estaría tan ocupada que
me permitiría liberarte... Gaspar, esa Vara ha ocupado casi toda la mente de Javan... No
podemos sacarla de allí... Y ella cree que podrá ocupar también la mía a través del
Yhero–niro... No sabe que es el Yhero-niro lo que fortalece a Javan... Mientras yo
resista... Gaspar, por favor, tienes que ayudarnos...
Cassandra lo miraba con ansiedad. A la débil luz de las estrellas, apenas podía
ver su cara. Gaspar se alegró que ella no pudiera ver la suya.
— Te metiste en esto sola. Tendrás que salir sola... — dijo, seco.
— ¡Por favor!... — susurró ella, ronca. Estaba apunto de llorar. — Tú sabes que
no podemos...
— Tenías un trabajo que cumplir, Guardiana, y lo descuidaste. Te dije que no
hicieras el juramento, y me desobedeciste. Ahora me llamas para que arregle las cosas...
Estás por tu cuenta, Guardiana.
Y empezó a transformarse en dragón. Cassandra saltó frente a él para detenerlo,
pero él sopló humo caliente sobre ella.
— Dije que no, — rugió. Y abriendo las alas, se alejó del Trígono.
148

Capítulo 15.
El sendero del Viento.

La oficina estaba muy oscura. Javan no encendió la luz al entrar, ni hizo ningún
ruido. Se acercó silenciosamente al escritorio, tratando de mantener la mente en blanco.
— ¡Aaaah!
Había llegado hasta la varita y la había tomado. Su intención era romperla en
dos, antes de que ella se diera cuenta. Había pensado que después del duro encuentro
con la serpiente del corazón de fuego de la Puerta de Zothar, la Vara estaría tan agotada
como él mismo. No podía permitir que la Vara lo dominara, y mucho menos que dañara
a Cassandra. Tomó la Vara con intención de quebrarla... y la Vara lo quemó.
— No creerías que te lo iba a permitir, ¿no? En realidad me desilusionas. Te creí
más inteligente.
Un gemido se oyó desde el cuarto.
‘C’ssie,’ pensó Javan, sintiendo que lo invadía un pánico ciego.
— Ella siente las quemaduras de tus manos. Pero tienes razón... Debo castigarla
por dejar escapar al dragón...
La varita empezó a irradiar una luminosidad pálida y venenosa. Javan se lanzó
hacia ella y la agarró, sin cuidarse del intenso dolor que la quemadura le producía.
— Si le haces algo a ella te haré pedazos... Aunque me quemes hasta el hueso,
— gruñó, sacudiendo la varita.
Por un momento, una luz blanca, pura, que salía de los dedos de Javan, luchó
con la luz pálida de la varita. La varita dejó de quemarlo.
— Está bien. La dejaré en paz... Si tú te sometes a mí, — dijo la varita con voz
fría.
— ¿Someterme? ¿Por qué habría de hacerlo?
— Porque puedo darte más poder. Y porque cumpliré mi promesa de no
lastimarla a ella... ni a tu hijo.
— Mi hijo... — Javan se estremeció interiormente. Y de repente aflojó las
manos.
— Está bien, — dijo en voz baja. — Pero no les hagas daño...
La varita no contestó. La luz pálida brilló un momento más, y luego se apagó.
149

— Cúrale las manos, — dijo desde la oscuridad, cuando Javan estaba saliendo.

Cassandra seguía dormida cuando llegó al dormitorio. Casi no podía mover las
manos por el dolor que sentía. Sin embargo, de alguna manera, logró abrir el frasco de
ungüento para las quemaduras mágicas, y atendió las manos de Cassandra. Sus
quemaduras eran profundas y usó todo el ungüento en ella. Ya iría mañana a la
enfermería para atenderse las suyas. Por ahora se las vendó de cualquier manera y se
acostó junto a ella.
Ella se dio la vuelta y lo abrazó. Abrió apenas los ojos.
— ¿Qué te pasó en las manos? — murmuró.
— Me quemé con un caldero... — mintió él en tono tranquilizador. Ella estaba
demasiado dormida como para darse cuenta.
— Ah... Zotharo fari vebbana... — Ella le había tomado las manos entre las
suyas. Se formó una refrescante neblina que pareció fundirse con su piel. Por un
momento, Javan creyó ver el destello de luz blanca en los dedos de ella. Yhero-niro té.
Ella le soltó las manos y lo abrazó, cerrando de nuevo los ojos.
— Tienes que tener más cuidado, mi amor...— murmuró, quedándose dormida
otra vez.

— Mm... Tengo las manos rígidas... — protestó Cassandra en la mañana,


tratando de acariciarlo. Javan se estiró a su lado, y la abrazó. No movió las manos
tampoco. ¿Tú también? se sorprendió ella. Pero no llegó a decirlo, ni a formar la
imagen en su mente. Javan se limitó a apretarla contra su cuerpo, sin pensar ni decir
nada.
Cassandra se dejó hundir en un silencio blanco. Tomó como pudo las manos de
él, y se envolvió en su abrazo, compartiendo con él su redondez y su tibieza, y las
emociones que la invadían cada vez que lo sentía cerca. El silencio blanco se fue
tiñendo de rosa. Y la presencia silenciosa, una presencia de la que ella no se había
percatado antes, se alejó, fastidiada. Cassandra continuó acariciando a su esposo un
largo rato en silencio, sintiendo cómo él recomponía sus barreras mentales y se
fortalecía en ella.
No digas nada... Y ella lanzó hacia él su poder, su parte del Yhero-niro, en un
intento de bloquear la entrada de esa otra mente en la mente de su esposo.
150

El impacto fue terrible. Cassandra se sintió empujada hacia atrás, con tanta
violencia que cayó contra la pared.
— Cassandra... — La voz de Javan le llegaba desde lejos.
— No te atrevas a intentarlo de nuevo... — dijo la otra voz, desde más lejos.
— Si le haces algo...
— Si ella no me ataca, no la atacaré. Controla a tu esposa, mago.
Las voces se perdieron, y Cassandra sintió un par de manos, frías y rígidas, que
trataban de reanimarla. Antes de abrir los ojos, sintió una cosa más. Una puerta que se
cerraba en la mente de Javan.

Cassandra estuvo un par de días en la enfermería, y Javan no le permitió regresar


a sus habitaciones hasta que la señora Corent empezó a mostrarse suspicaz por ello.
Pero Cassandra estaba triste, deprimida, y Javan no hacía comentarios. Ella no le contó
a nadie lo que había sucedido, y el exceso de trabajo fue la causa oficial de su
depresión. Javan se mantenía lejos de ella, y aunque ella sabía que era por su protección,
ese detalle se sumaba a la preocupación de cómo iban a enfrentar a la Vara. Ahora, al
mirarlo en retrospectiva, recordaba cómo él casi nunca tocaba la varita. Solía dejarla en
el escritorio, o mejor, en la otra habitación... Casi nunca la había llevado encima, desde
que regresaron de Australia. Se preguntó si él no se habría dado cuenta del problema
mucho antes, y por qué no se lo habría dicho... Y de nuevo pensó, desesperada, Por tu
seguridad; no te lo dijo por tu seguridad...

El primer fin de semana de abril, Javan se llevó a Cassandra a la casa nueva de


Alessandra. Dejó a las mujeres solas con el bebé, y se encerró en el estudio con Andrei.
Cassandra miró la puerta cerrada con desesperación y los ojos se le llenaron de
lágrimas. Alessandra la agarró del brazo, la miró fijamente a la cara, y sin decir nada, la
subió al auto y la sacó de la casa.
Viajaron un largo trecho antes de que Alessandra dijese nada. Ella esperó hasta
estar sentadas en aquel viejo café antes de hablar.
— ¿Qué pasa? Ya estamos bastante lejos, — dijo llanamente. Cassandra miró
alrededor y sonrió. En ese lugar se habían conocido, muchos años atrás.
— No es cuestión de distancia... — empezó con calma. — Pero elegiste bien el
lugar. A ella le molestan los afectos...
— ¿Quién es ella?
151

Cassandra suspiró.
— La nueva Vara de Javan.
Alessandra se limitó a levantar una ceja.
— ¿Tu marido te engaña con una Vara? Pensé que le gustaban las mujeres...
Cassandra soltó una risita.
— Ojalá fuera algo tan sencillo... La Vara de Javan... tiene mente propia... — Y
Cassandra comenzó a explicar a Alessandra todo el problema. Había estado actuando en
forma histérica toda la semana para que Javan la trajera aquí. Había hecho todo un
escándalo por las pociones que se acababan y que nadie se cuidaba de reponer, solo para
que él notara que faltaba poción para olvidar. Y él captó la idea de inmediato. Ella no
era tan disciplinada como él a la hora de ocultar sus pensamientos a la varita.
— Es muy difícil tener un espía en tu propia cabeza... — terminó Cassandra. —
Necesitamos ayuda...
— Cassie, no sé qué pueda hacer Andrei. No pertenece al Círculo siquiera... Está
con los... — Alessandra dudó. — ¿Exiliados?
— Expulsados. Son los que se han alejado de la administración política del
Círculo...
— Mm. Sí, esos.
— ¿Y por qué Andrei está con ellos? Si él...
— No lo sé. Negocios, creo...
Pero una lucecita titilaba en los ojos de Alessandra. Cassandra la miró.
— ¿Qué pasa?
— No quiero cargarte con otra preocupación... — dijo ella.
— Ya lo hiciste. ¿Qué pasa ahora?
— Bueno... Andrei está tratando de ayudar a Javan a solucionar un pequeño
problema legal...
— ¿Otra vez? ¿Qué se le metió a Neffiro con Javan? — Cassandra frunció el
ceño.
— No, no es él. Eres tú.
— ¿De nuevo? — repitió ella. — ¿Qué es esta vez?
— Eres ilegal. Quieren anular tu matrimonio y enviarte de regreso a casa, —
dijo Alessandra llanamente.
— No soy ilegal. Tenía los papeles antes de casarme con Richard... — Y
Cassandra se estremeció al mencionar el nombre. — No puede ser.
152

— No aceptan los papeles... forasteros. Y no tienes documentos del lado


mágico... Acreditación de bruja, permiso de entrada al país, permiso de estadía, permiso
de ejercicio... y no sé qué más...
— ¿Así que soy legal como forastera e ilegal como bruja? ¿Está loco Neffiro?
— Se la tomó contigo, parece... — Alessandra casi sonrió.
— Sí, desde que lo llamé incompetente.
Alessandra abrió grandes los ojos.
— ¿Llamaste incompetente al Alcalde del Valle? ¿Al sujeto que se cree el más
importante del Círculo... o como se llame?
— Eso fue más o menos lo que dijo Javan cuando se enteró. Y sí, lo dije, y sí, es
un incompetente.
— Bueno, ese es el asunto que tu esposo y el mío tienen entre manos. Están
tratando de conseguirte esos papeles...
— Bueno, si es solo eso... Tenemos peores problemas que el señor Neffiro...
Alessandra asintió en silencio. Al menos para Cassandra significaba un alivio.
Cassandra tardó un par de días en darse cuenta que no podía ser ese el negocio que
involucraba a Siddar, representante de Adjanara. De todas maneras, cuando volvieron al
Trígono, ellos, Javan y Cassandra, se veían casi relajados.

Abril ya llenaba las tardes de cielos azules y nubes blancas, pero el descanso del
cambio de semestre no parecía ayudar a Cassandra. En lugar de tomarse el mes libre,
como el Anciano le sugería, ella insistía en seguir preparando los proyectos del
siguiente semestre. Así que estuvo hurgando en las bibliotecas del piso de arriba,
buscando datos sobre cosas tan dispares como medios de transporte o técnicas para criar
Varas. Varias veces se quedó dormida sobre los libros, y cuando Javan iba a buscarla, y
veía lo que ella estaba leyendo, sacudía la cabeza, preocupado.
— No busques más... — le susurraba a veces. — Las Varas solo se quiebran
cuando su hechicero muere...
Y ella se estremecía pensando en lo que podría llegar a suceder, en lo que podría
llegar a verse obligada a hacer.

Esa cena de domingo, antes de la reanudación de las clases, no se suponía que


fuera especial. Era tan solo otra velada. Todos se sentían relajados, y quién más, quién
menos, todos pensaban en el trabajo que reanudarían el lunes. Cassandra no era la
153

excepción. Había dormido tanto que ahora tenía el doble de trabajo para poner al día. Se
sentía somnolienta ahora, después de la cena, pero una extraña sensación la sacudió. La
había sentido antes, por supuesto, pero Javan nunca había estado lo suficientemente
cerca como para compartirla. Tomó la mano de Javan y la apretó contra su vientre. La
sensación se repitió. Leyó las emociones de Javan en su cara y le sonrió. Lo sentía
cerca, después de todo un mes de encontrar la puerta cerrada, y eso la reconfortó. No se
suponía que esta noche fuese una noche especial... Él se inclinó hacia ella y la besó
suavemente en los labios.
De pronto ella se enderezó, tensa. Javan se volvió en la dirección que ella
miraba. Andrei y Siddar estaban en la puerta, acompañando a un mago que Cassandra
no conocía. Se volvió a Javan, y lo vio fruncir el ceño. Andrei se dirigió a la mesa del
Anciano Mayor, saludándola apenas con un movimiento de cabeza al pasar frente a
ellos. Cassandra, y todos en el salón, lo siguieron con la mirada. Andrei se inclinó hacia
el Maestro y le susurró algo. El Anciano se levantó.
— Comites Fara, Comites Florian... Mago aspirante Norak... Mago aspirante
Calothar... — El Anciano recorrió el salón con la mirada, como buscando a alguien más.
Solana levantó la cabeza, esperando la llamada, pero el Anciano sacudió la suya, y miró
fugazmente en dirección a Cassandra. La chica asintió discreta. — Acompáñenme, por
favor. Comites Yigg, usted queda a cargo...
El desconocido siguió a los del Trígono por una puerta lateral. Cassandra miró la
puerta cerrada frunciendo el ceño, pero la conversación en las mesas ya se había
restablecido y todo parecía bastante normal. Se volvió hacia la comida de nuevo.
Apenas había tomado tres cucharadas de helado, cuando las puertas se abrieron por
segunda vez. Cuatro magos entraron al salón. Cassandra los miró, sorprendida, pero
nadie en el salón levantó la cabeza. El primero de los magos se volvió a sus compañeros
y les señaló las esquinas del salón. Cada uno de ellos fue silenciosamente a su
ubicación. El primero de los magos caminó lenta y parsimoniosamente hacia la mesa
principal y se inclinó hacia Gertrudis. Ella lo miró y pestañeó, pero ni el mago ni ella
dijeron nada. Al menos, nada que Cassandra pudiera escuchar. Gertrudis movió la
cabeza y el mago se dirigió hacia la cuarta esquina del salón. Cassandra saltó los
asientos que la separaban de la Comites.
— ¿Qué sucede, Gerty? — preguntó en un susurro urgente.
Gertrudis la miró con una sonrisa tonta en la cara.
— ¿De qué hablas, Cassandra? — dijo.
154

Cassandra se enderezó, algo perpleja. Observó a los cuatro magos. Los cuatro
llevaban idénticas túnicas negras, pero los bordados en el frente eran ligeramente
diferentes. Cassandra pensó que había visto aquel bordado de alas de ribete dorado en
alguna parte antes. Las otras tenían un cisne azul y plata. Los cuatro magos miraban
fijamente hacia delante, aparentemente esperando algo. Ninguno de ellos miraba a
ninguna persona en el salón. Y los aprendices, incluida Solana, luego de una rápida
mirada alrededor, habían continuado comiendo y conversando como si nada hubiera
pasado. Gertrudis estaba todavía mirándola.
— ¿Qué dijiste querida? — preguntó.
Cassandra sonrió tontamente.
— ¿Quiénes son nuestros visitantes? — preguntó, fingiendo indiferencia.
— Ah... Ellos... Aprendices superiores de las Torres...
— ¿Qué torres? ¿La de Adjanara? — ¡Las alas púrpura! ¡Por eso había venido
Siddar!
— Sí, y la de Mimbrakil...
— ¿El cisne azul?
— Ahá...
Cassandra esperó, pero Gertrudis se había vuelto a su postre.
— ¿Quién es Mimbrakil? — insistió Cassandra, nerviosa.
Gertrudis la miró y frunció un poco el ceño.
— El hechicero que entró recién... ¿No lo viste llegar, con el delegado de
Adjanara? Querida, estás muy distraída últimamente...
Cassandra miró a Gertrudis y se sonrojó.
— Sí... lo estoy... ¿A qué vinieron, Gerty?
— A ver... lo que hay que ver... — la voz de Gertrudis se desvaneció y se perdió.
Cassandra la dejó y volvió a su propio lugar. Miró alrededor, frunciendo el ceño. Los
cuatro magos no se habían movido. Pensó en jazmines, y le dio el aviso a Norak, en la
otra habitación. El joven Vigía sabría qué hacer, o si dar la alarma, o...
Cassandra trató de levantar la cuchara pero su mano temblaba mucho. Alejó el
plato y lo miró. No se suponía que fuera una noche especial, mucho menos terrorífica.
El helado empezaba a derretirse, y las franjas de chocolate manchaban los charcos de
sambayón. Se sintió descompuesta, y cambió la mirada de lugar.
Los ruidos en la habitación sonaban lejanos, y de pronto desaparecieron.
Cassandra miró al salón. Una columna de humo negro se levantaba en el centro del
155

salón. Todas las otras sombras habían desaparecido. Los cuatro magos habían perdido
su expresión indiferente, y ahora se veían ansiosos y excitados. Aún así, no hicieron
ningún movimiento hacia la columna de sombras. La sombra se levantó y se movió
lentamente hacia delante, hacia la mesa de Cassandra. Cassandra se levantó.
— Nadie, — dijo.
Hubo un cambio de forma, un retorcerse de la superficie del humo, como una
respuesta. Cassandra lo miró. El silencio era tan espeso que se podría haber cortado con
un cuchillo.
— Sí... Iré ahora... — dijo Cassandra débilmente. La mesa frente a ella
desapareció, y ella dio uno o dos pasos adelante, como en trance. La puerta detrás de
ella se abrió de un tirón, y Javan saltó dentro del comedor.
— ¡Cassandra! — bramó.
Tras él, Andrei y el Anciano Mayor entraban en el salón, pálidos. Y Siddar, y
Mimbrakil.
— ¡Cassandra! — gritó Javan de nuevo.
Pero ella caminó directamente dentro de la sombra. La columna de humo la
envolvió y ella desapareció dentro. La sombra empezó a adelgazarse, como si también
estuviera desapareciendo.
— ¡Cassandra!
Javan saltó sobre la mesa que había reaparecido, y se zambulló en la delgada
columna de humo y sombra. También lo absorbió, y desapareció de la vista.
El Anciano cerró los ojos. Habló con voz cansada.
— El Mago Norak sustituirá al Comites Fara en las clases de abajo, y la
Hechicera aspirante Solana, a la profesora Fara en el entrenamiento de Viajeros... Hasta
que vuelvan. — Luego se volvió a Andrei. — ¿Crees que podamos seguirlos? —
preguntó más suavemente.
— No, — dijo Calothar. Todos se volvieron a él. El muchacho se sonrojó, y
agregó: — Fueron a NingunaParte.
El Anciano se limitó a un único suspiro.

Los cuatro aprendices mayores se habían vuelto a reunir en torno a Mimbrakil.


El Anciano los miró, de pronto consciente de ellos, pero Andrei lo retuvo.
— Son de las Torres... — dijo. Siddar se acercó a los dos aprendices que
llevaban el emblema de las alas. — Vinieron a observar a Nadie.
156

— Ya hemos terminado, — dijo uno de los magos del cisne a Siddar. — Gracias.
Siddar hizo un gesto de fastidio.
— ¿Gracias? Pensé que lo detendríamos... — dijo.
Mimbrakil le lanzó una mirada llena de ironía. Pero fue uno de sus aprendices el
que respondió.
— Nosotros observamos. No interferimos...

Cassandra volvió en sí con una sensación de frío. Era un portal de piedra, una
cueva o algo de ese estilo.
— ¿Dónde estamos? — le preguntó a la oscuridad, temblando en su capa. La
oscuridad no le respondió. Pero ella sintió una mano alcanzando su hombro. Se volvió.
— ¿Dónde estamos? — preguntó la voz de Javan.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó ella.
— Te seguí.
— Nadie vino por mí. Dijo que debía venir ahora...
— ¿Adónde?
— No lo sé. A NingunaParte, creo... ¿Podría ser esta la entrada de la Montaña?
Où dijo...
— Vamos a ver...
El viento helado golpeó sus caras cuando salieron del lugar oscuro. Cassandra
tembló, y Javan la abrazó para darle algo de calor. Sus manos estaban heladas.
Había estrellas en el cielo luminoso, y vieron una pendiente nevada que
terminaba en un precipicio, y algunas rocas negras salpicando la ladera.
— ¿Adonde vamos ahora? — preguntó Cassandra entre dientes que
castañeteaban. Una nube blanca y gris flotó bajo y se detuvo frente a ellos.
— Nadie del Oeste, — murmuró Cassandra. — ¿Cómo puedes tener forma de
nube con esta temperatura? Deberías estar nevando...
La nube se retorció hasta tomar forma humana.
— No me fastidies con tus explicaciones de forastera. Vine a llevarlos por el
Sendero del Viento.
— Gracias. Podemos hacerlo solos, —dijo Javan, orgulloso. No le gustaban los
Nadies. Ya lo habían herido antes.
— No. No pueden transformarse, o desaparecer aquí. Es la Montaña. Vengan, el
único camino es a través de mí.
157

— Vamos, Javan. No tenemos elección.


Él torció la boca como si pensara otra cosa; pero de todas maneras entró en la
nube tras ella.
Se sentía como un vapor tibio entrando por sus pulmones y envolviéndolos todo
alrededor. Dejaron de sentir el suelo bajo sus pies, pero solo se veía nube blanca. Sintió
la mente de Cassandra estallando en explicaciones y pensamientos mezclados. Se
concentró en hacerla sentirse a salvo y tranquila.
— Este es Nadie del Oeste. Es el más amable de ellos. Tengo miedo del de Agua
(el del Este) y del de Fuego (el del Sur)... Ellos son violentos y... — El resto del
pensamiento se perdió su forma de palabras y se derritió en un miedo oscuro e
inexpresado. —Y el del Norte es un curador... Tú sabes... el poder curativo de la Tierra...
Es más fuerte, pero también más amable... El del Oeste es viento... Por eso envió a
Céfiro. Nadie del Sur envió las Llamas Negras para mostrarnos las Puertas... Y Nadie
del Este nos trajo aquí...
Javan se las había arreglado para tranquilizarla. Sus pensamientos se
enlentecieron, y él encontró silencio en su mente usualmente llena de voces. La abrazó y
bajó la mirada hacia ella. Ella lo miraba en silencio. La apretó contra sí.

Sintieron el suelo de nuevo bajo sus pies y Javan abrió los ojos. Todavía la
apretaba contra su pecho. Mientras la nube se retiraba, él la soltó.
Estaban en un bosque. Otra vez, el hombre de nube se paró frente a ellos.
— Bien, los he traído todo el camino por el Sendero del Viento. Allí tienen el
Camino de Agua. Síganlo y llegarán a las Puertas, — dijo.
— Gracias, Nadie. ¿Por qué nos trajiste aquí?
La nube fue perdiendo su forma mientras respondía.
— Necesitas ayuda, Guardiana. No puedes hacerlo sola...
Cassandra miró a la nube levantarse y pasar sobre ellos. La siguió con la vista, y
vio. Abrió la boca, asombrada ante el espectáculo, y tanteó en busca de la mano de
Javan.
Justo frente a ellos estaba una Cascada. Aguas de oro y plata cayendo, nieblas
rugientes doblándose en arco iris de colores brillantes en la luz trémula.
— No puede haber arco iris de noche. No hay suficiente luz... — murmuró
Cassandra.
158

— No me fastidies con explicaciones de forasteros... si puedo citar a Nadie, —


se burló Javan. Pero él también estaba sin aliento. — Por esto era que Où quería que
voltearas.
Tomándola de la mano, se acercó al borde del sendero en el que estaban. La
Cascada caía a un precipicio insondable, y ellos no podían ver el fondo. Otra corriente
de aguas doradas subía por el otro lado de la pared de piedra para alimentar el río
dorado. Se escuchaban ruidos extraños subiendo desde las profundidades invisibles de
la cascada, y mientras estaban allí, mirando y escuchando, el sol se levantó, rojo,
redondo y magnífico.
159

Capítulo 16.
La respuesta equivocada.

— ¿Cómo seguiremos el río? — preguntó Cassandra.


— ¿Transformándonos en agua?
Cassandra cerró los ojos un momento.
— No. No puedo.
— ¿Nadando?
— Eh... No sé nadar. Solo chapoteo...
Javan se rió.
— ¿Una balsa? Los viejos recursos forasteros deberían funcionar...
Ahora fue Cassandra la que se rió.
— Está bien. Hagámoslo al estilo forastero.
Al final no fue un estilo completamente forastero. Habiendo comprobado que no
podía hacer aparecer un bote, Javan intentó otra cosa. Derribó un árbol con su varita, y
le dio forma con un par de movimientos.
— El trabajo manual no es mi fuerte, — dijo. — Pero servirá.
Empujaron la canoa al agua y Javan ayudó a Cassandra a subir. Otro movimiento
de su varita, y la embarcación se movió suavemente sobre las aguas, siguiendo el
Camino del Agua sobre el Río Dorado.

La corriente dorada los dejó junto a una escalinata que trepaba desde las aguas
doradas detrás de ellos hasta las Puertas de Fuego, allá arriba. No tenían nada con qué
atar el bote, y antes de que pudieran hacer nada, la corriente lo arrancó de sus manos y
lo alejó.
— ¿Crees que podamos desaparecer de aquí, y reaparecer en otro lugar, y de ahí
volver al Trígono? — preguntó Cassandra. — ¿O enviar un instantáneo para que nos
vengan a buscar con la Caja de Dherok?...
Javan se encogió de hombros. Extendió la mano para ayudarla a subir los
primeros escalones. Luego de los primeros cinco, erosionados por las movedizas aguas,
medio cubiertos de algas y musgo, resbalosos y traicioneros, llegaron a una explanada.
A los lados, más allá de las barandas, los árboles crecían altos, salvajes y enredados.
160

Algunas enredaderas habían empezado a cubrir la piedra, y en algunos lugares, las


barandas estaban desmoronadas. Uno o dos pilares rompían la monotonía del largo
parapeto. Cassandra fue hacia ellos.
— ¿Qué buscas? — preguntó Javan. Había estado mirando la alta cima de la
escalera y las Puertas de Fuego: su meta.
— Señales, pistas... Si hay alguna advertencia, quiero saberlo...
Javan la siguió, pero en las viejas piedras no encontraron nada. Empezaron a
trepar la larga escalera, a medias protegidos por la pared lateral. Treparon muchos
tramos de escalones antes de detenerse.
— Parece estar tan lejos como cuando empezamos a subir... — observó Javan.
Había estado mirando arriba casi todo el tiempo.
— Pero el río también está lejos... — dijo ella. Estaba sin aliento, y se sentó en
un escalón. Él la miró.
— ¿Estás bien?
Ella sonrió y se frotó el vientre.
— Estoy pesada, Javan. Tu hijo está demasiado grande ahora...
Él se sentó a su lado y la masajeó. Ella sonrió. Era inútil, pero le gustaba que él
la tocara de esa manera.
— ¿Mejor? — preguntó.
— Mm... Dame unos minutos... — dijo ella suavemente. Él le sonrió y se puso
de pie otra vez, mirando a las puertas.
— ¿A quién crees que pudo haber enviado Althenor a ocultar su vida aquí? —
preguntó al cabo de un rato.
— No lo sé. Tú los conocías. ¿Quién podría ser llamado ‘el sirviente poderoso’?
— No sé... Muchos de ellos, supongo. Y todos ellos deseando complacer al
Amo...
— ¿Hafnak?
— ¿El Tercera Vara? Mm... sólo si no tuviese otra opción. Él no arriesgaría su
vida si pudiera evitarlo. Es demasiado astuto para eso... Pero le gusta el poder.
— ¿Felpudo?
Javan reprimió una sonrisa. Sirviente se había convertido en Felpudo por culpa
de ella.
161

— No. Es un incompetente, como a ti te gusta decir de nuestro Alcalde. Y el


Amo no pondría una cosa tan importante en sus manos... Piensa en alguien inteligente y
desesperado...
Cassandra lo miró.
— Tú eras el más inteligente de ellos: te saliste, — dijo.
— ¿Y qué tal... — Una curiosa expresión cruzó la cara de él ahora. — Karl
Lilien?...
— Los Horrores dijeron que él ya no era más Karl Lilien...
— Por supuesto. La mitad de su mente está aquí, en NingunaParte...
Cassandra lo miró directo a los ojos. Sintió frío. Si él tenía razón, habían tenido
a este poderoso sirviente espiándolos en sus mismas habitaciones casi todo el año
anterior. Ella sacudió la cabeza. Era tan... confuso pensar en todo ello. Se levantó.
— Vamos. Lo que sea, quiero terminar con esto, — dijo.

Continuaron subiendo un tramo tras otro de escalones. Cassandra empezó a


sentirse cansada, y a sentir punzadas en el vientre. Pensó en detenerse otra vez, pero
Javan subía enérgicamente adelante. Al final lo llamó.
— ¡Javan! No puedo más... — Se dejó caer en los escalones.
— ¿Qué pasa? — Él se había acercado.
—Me duele... — se quejó ella, las dos manos sobre el vientre, frotándoselo. —
Lo lamento.
— Está bien, —dijo él. — Espérame aquí. Yo seguiré. — Se enderezó para
seguir subiendo.
— Javan... — Él se volvió otra vez. — Ten cuidado...
Él le dio unas palmaditas en el hombro, se inclinó a besarle la frente, y empezó a
trepar.

Mantenía los ojos en las Puertas de Fuego. Las llamas en ella lo llamaban, lo
atraían con un destello hipnótico. Él quería, desesperadamente quería alcanzar esas
puertas. Necesitaba desesperadamente atravesarlas y encontrar el objeto. Venganza... Su
venganza estaba a la mano. Todo el dolor que la Serpiente le había causado, todo sería
pagado al fin. La muerte de Kathryn, el secuestro de Cassandra... lo que él había tenido
que hacer, todo a lo que él había tenido que renunciar... toda su propia vida, vivida en
amargo disfraz y constante vigilancia. Todo esto tendría su recompensa. Sería capaz de
162

tomar su venganza, y no iba a esperar por Huz para hacerlo. Lo haría él mismo. Sus
manos se habían vuelto puños, y los apretaba tan fuerte que sintió un súbito dolor en sus
brazos. Aflojó un poco las manos. El dolor no desapareció. Estaba a unos diez escalones
de la última explanada. Levantó un pie y subió otro escalón. El calambre lo invadió. No
sólo en sus brazos, ahora estaba también en sus piernas. ¿Podría ser la subida? Levantó
el pie de nuevo. El dolor se extendió por todo su cuerpo como una maldición. Apretó los
dientes y subió otros dos escalones. Podía soportar esto, pensó, y se agarró de la
baranda para izarse un escalón más arriba. El dolor sordo, intenso, lo golpeó otra vez,
haciéndole cerrar los ojos. Con las puertas fuera de su vista, su voluntad flaqueó. ¿Por
qué este dolor?
— Javan ¿qué pasa? — La voz de Cassandra le llegaba desde abajo. Se había
parado, y se daba cuenta de que algo no marchaba bien. Él la miró.
— Está bien. Hay alguna clase de barrera... — dijo.
— Espera, iré contigo... —jadeó ella. Pero cuando intentó subir, su jadeo se
volvió más y más evidente. La barrera también la afectaba a ella.
— Detente, no te acerques más... — le dijo él. Ella estaba unos pocos pasos atrás
ahora, y él podía ver su palidez.
— ¿Qué está pasando? — preguntó ella.
— Un lugar al que ningún hombre puede llegar dos veces... — gruñó él. — Pero
yo lo haré...
Haciendo un esfuerzo gigantesco, trepó los últimos cinco escalones. Un gemido
de dolor escapó de sus labios cuando alcanzó la cima. Cayó sobre sus rodillas.
— No seré detenido... —gruñó, y se arrastró tercamente hacia las puertas.
Las puertas se abrieron, y una forma salió de ellas. La sobra se dividió en cuatro
figuras. Nadie estaba aquí.
— ¡Nadie! — gritó Cassandra. Y saltó los últimos escalones. Alcanzó a Javan
antes de que los Nadie los rodearan. Las formas se acercaron. Cassandra abrazó a su
esposo, protegiendo al bebé entre ellos.
— Levanta una barrera, — jadeó, cerrando los ojos. El dolor era ahora
desgarrador. Javan descubrió su Vara y la sostuvo en alto. Las formas se aproximaron.
Él dijo algo, y las sombras se acercaron más. El dolor los hizo perder el sentido.

Cuando Cassandra abrió los ojos estaba mirando un techo de ramas. Cerró los
ojos otra vez. Cerca, los sonidos de la Cascada. El olor de la vegetación salvaje. Sonidos
163

de insectos y de pájaros. El crepitar del fuego. Volvió a abrir los ojos. El dolor estaba
todavía allí, y se llevó las manos al vientre otra vez. Se volvió de costado, enroscándose,
y dejó escapar un gemido.
— ¿Estás bien? — dijo una voz cerca de ella.
Cassandra miró sorprendida, buscando a Gaspar.
— Me duele... Algo anda mal con el bebé... — dijo.
Gaspar entró en su campo visual. Lo vio agacharse junto a ella, y sintió un toque
suave y cálido. No vio la luz dorada curativa, pero inmediatamente se sintió mejor.
— Tendrás que hacer reposo luego de esto... — dijo gravemente.
— ¿Dónde está Javan? ¿Y qué estás haciendo aquí? — Ella trató de sentarse.
Gaspar la ayudó con una sonrisa.
— Te estoy ayudando, como me lo pediste la última vez. Tu esposo está allá.
Volverá en sí en unos momentos... Cuando la Vara esté arreglada, lo liberará y él
volverá...
— ¿La varita? — Cassandra frunció el ceño.
Gaspar sonrió.
— Sí, la varita. La parlanchina Vara de pluma azul de ornitorrinco, con la caricia
de la Esporina, la Llave Menor de Adjanara, la Piedra del Corazón de la Guardiana, una
rosa de escamas de Joya, una trenza de tus cabellos, un cabello de Nero, una hebra de
una de las plumas de Ara, y algo que no pudimos reconocer, pero creo que era una lasca
de escama de naga... Probablemente de la Antigua. Una Vara difícil, la de la Sombra de
la Guardiana.
Cassandra le prestaba atención solo a medias.
— Tú dijiste que no...
Gaspar asintió serio.
— Por supuesto. Tu mente es fácil de leer, Enna. Si yo hubiera dicho que sí, la
Vara hubiera estado alerta... Además la Vara me vigilaba. Aunque tu marido la llevó
adonde no pudiera interferir, y creo que hizo una excelente elección, ella nos estaba
escuchando. Lo único que podía hacer era dejarte creer que te dejaba sola, y esperar que
tú convencieras a la Vara...
— Pero...
— Cuando fuiste con Alessandra, Andrei me avisó que las cosas se salían de
control. No fue nada bueno que intentaras bloquear a la Vara por tu cuenta. Eso la puso
164

en guardia. Pero también puso en guardia a tu esposo. Él nunca permitirá que te suceda
nada malo, si está en su mano evitarlo...
— Ya lo sé, pero ¿cómo estás aquí? No es tu primera vez...
Gaspar la miró con curiosidad.
— NingunaParte, quiero decir. El lugar al que ningún hombre puede venir dos
veces...
— Es una manera de decirlo... — sonrió Gaspar con misterio. — Y soy sólo
medio humano.
— Yo no soy ‘hombre’ sino ‘mujer’, y el dolor casi me mata, — protestó ella.
— No. No a ti. Casi mata a tu bebé. Tú viniste aquí tres veces ya: una por las
Joyas, dos en el verano, y esta es tu tercera vez. Fue la segunda de tu bebé y fue la
segunda de tu marido. Él sintió un dolor diez veces superior al tuyo, y continuó.
Necesitábamos que las barreras los agotaran, a él y a la varita, para sacársela. No se nos
ocurrió otra manera de separarlos sin que la varita se diera cuenta y los dañara a
ustedes... Por eso Nadie del Este te trajo aquí.
— No entiendo... — dijo ella. Gaspar suspiró.
— La Vara estaba mal curada, como te dije. Estaba tomando posesión de tu
marido... Hace muchos años, muchísimo tiempo, dejamos pasar una Vara similar a ésta.
Una Vara con un rizo de Esporina, y un cascarón de naga. La Vara consumió a su
poseedor. Se ha mantenido más o menos bajo control, pero siempre fuera de nuestro
alcance... Ya son demasiadas las vidas que ha consumido, y empieza a alterar el
equilibrio. Estamos tomando medidas respecto a ella. Ahora, la aparición de la Vara de
tu marido fue como una señal para nosotros. Estamos llegando a una encrucijada. Un
nudo del tiempo... Advertí a Nadie, y los Equilibradores estuvieron de acuerdo en evitar
el conflicto si podemos...
— ¿Evitar...?
—No podíamos dejar dos Varas de esas características sueltas por el mundo...
— ¿Así que la vida de la Serpiente no está allí? — preguntó Javan. Se había
despertado y miraba fijamente a Gaspar.
— Tal vez sí. No lo sé, no es mi asunto, —dijo Gaspar. —Mi asunto era
secuestrar tu varita y entregarla a Nadie para que fuera curada. Ya está casi hecho. Nadie
del Oeste está concluyendo las últimas etapas, y te la traerán pronto.
— ¿Por qué? — Javan fruncía el ceño con desconfianza.
165

— Porque... —Gaspar suspiró. — Por el camino que ustedes eligieron. Lo que


ustedes decidieron hacer lleva en una dirección. La Vara así como era... Sólo hubiera
empeorado las cosas.
— ¿Cómo? ¿Qué puede ser peor que la Serpiente, Gaspar?
— Él. — Y Gaspar señaló tranquilamente a Javan. — Él hubiera tomado la Vara
de la Serpiente para quebrarla y su Vara no lo hubiera permitido. Habría absorbido los
poderes de la otra Vara, la habría tomado para sí. El rizo de Esporina y las plumas de
ornitorrinco... No hubiera quedado nada de ti, Comites Fara. Nada. Solo un títere que la
Vara manejaría a su antojo. Te hubieras convertido en la nueva Serpiente.
— Espera... La otra Vara, la del rizo... ¿Es la Vara de las tres serpientes, la vara
de Althenor... y de Zothar?
— Sí.
— Pero...
Javan interrumpió, con voz queda.
— Cassandra, yo mismo fijé las tres cabezas en esa Vara la última vez. Cada vez
que el dueño muere, las cabezas caen. Desde los tiempos de Zothar ha sido así...
— Pero Althenor...
— Althenor es Althenor. Cuando le conviene cambiar de receptáculo,
simplemente lo hace. Es el que más ha resistido. El cuerpo original de Althenor murió
hace muchos años. Creo que él lo conserva todavía en su torre... Y es por eso que no se
lo puede matar... A menos que encontremos su vida en alguna parte...
Cassandra lo miró y se estremeció. Gaspar le lanzó una mirada penetrante.
— Tú hubieras sido el siguiente, Comites... — dijo suavemente. — Y los dones
que has acumulado... Bien, hubiera sido muy difícil vencerte. Demasiadas muertes,
demasiados asesinatos...
Gaspar había mirado a Cassandra al decir esto, y Javan se puso de pronto muy
pálido. Cassandra miraba el fuego. Ella... El medio dragón parecía implicar que él la
hubiera matado. Y pensándolo un poco, el odio que Althenor había acumulado hacia la
Guardiana, la restricción de la Guardiana, respecto a que no podía matar; y su vínculo
con ella a través del Yhero-niro... Sí, eso hubiera molestado lo suficiente a su Vara como
para aniquilar a Cassandra tan pronto como ella se interpusiera en su camino. Se
estremeció.
Hubo una pausa, y Gaspar los miró pensativamente unos momentos.
166

— Tu bebé estará bien, Enna... — dijo al cabo de unos momentos. Cassandra


levantó la vista de las llamas.
— Dijiste que casi se muere...
— Sí. No sabía que habías venido aquí embarazada. Si lo hubiera sabido, no te
hubiera traído. Pero es muy joven, no habrá consecuencias de esta visita... No saldrá
dañado...
— No me gusta esto, — dijo Javan de pronto. — Tú y los Nadie juegan con
nosotros como si fuéramos marionetas.
Gaspar posó sus viejos ojos verdes en él.
— Ustedes sólo viven una vida en este mundo. Nosotros los Ryujin, vivimos
muchas. Ellos, los Nadie, son eternos. Tenemos que ocuparnos de los despojos de
mundo que ustedes van dejando tras de sí... Y yo digo que no. No viviré de los restos de
la humanidad. ¡Soy el Rey Dragón! — Su voz tronó, poderosa, cuando dijo eso. — Y no
voy a permitirles una Era de Oscuridad.
Su voz bajó de nuevo.
— Mis antepasados permitían a la humanidad seguir su propio camino. Pero,
para bien o para mal, tengo una mitad humana llena de voluntad y determinación. Te lo
dije hace tiempo, Enna. Es la manera en que los humanos construyen su historia...
— ¿Por qué habría de sobrevenir una Era de Oscuridad? — preguntó Cassandra
con voz asustada. Gaspar la miró. Estaba a punto de contestar, pero cuatro voces lo
hicieron en su lugar desde una columna de oscuridad.
— Porque el peligro es grande en el camino que siguen. Has sido advertida ya,
Guardiana...
Cassandra miró la oscuridad frente a ella.
— Sabes, a mí no me gustan los acertijos... — murmuró.
— ¿No te han dicho que si eliminas a este enemigo, otro habrá de levantarse?
— Sí, pero...
— Es la única advertencia que podemos hacer. El nuevo enemigo debe mantener
sus fuerzas en equilibrio con quienes deben enfrentarlo. De otro modo no habrá
crecimiento... No es tan difícil de entender, Guardiana, y es la única advertencia que
podemos hacer... Tu Vara.
La sombra le alcanzó una varita a Javan. Él la tomó y la examinó por todos
lados. Parecía la misma.
— Gracias, — dijo.
167

— Agradécenos cuando hayas comprobado que es inofensiva. Adiós,


Guardiana... Rey...
La sombra desapareció.
— Vamos... Los llevaré a casa, — dijo Gaspar.
— Quiero probar esto... — empezó Javan, girando la varita para transformarla.
— No aquí, — interrumpió Gaspar. — Estamos muy cerca de la Montaña.
Y se transformó en dragón.
— Monta de costado, Enna. Estarás mejor. Comites, cuídala. Ella no estará bien
por un tiempo...
Y así diciendo, el dragón empezó a aletear. Sobrevoló la cascada y el río, pero no
subió la Montaña. Se zambulló en el precipicio, rodeado por la niebla rugiente. Javan
abrazó fuerte a Cassandra. Ella se había acurrucado contra él, y se quejaba apenas. Él la
cubrió con su cuerpo, contra el lomo del dragón.
Las nieblas doradas saltaron a su encuentro, y el ruido y la oscuridad se llevaron
sus pensamientos.
168

Capítulo 17.
El poder de retener y liberar.

Cassandra permaneció una semana en cama o algo así. Javan reanudó sus clases
inmediatamente, pero ella se sentía cansada y enferma. Luego de ese intento fallido de
encontrar el lugar oculto, ella no encontraba fuerzas para continuar la búsqueda. De
manera que, pasada la semana, no se reintegró a las clases, y se limitó a aconsejar a
Solana y ayudarla con los proyectos tanto como la joven hechicera pidió, y se dedicó a
tejer escarpines para el bebé.
Cada vez que Javan intentaba hablarle de la búsqueda, ella ponía cara de fastidio
y cambiaba de tema. Así que la dejó en paz. El momento del nacimiento estaba muy
cerca, y ahora que la varita ya no interfería, él podía sentir su mente llenándose de
pensamientos sobre el bebé. Empezó a sentirse celoso por eso, para después sentirse
avergonzado de ese sentimiento, y, confundido, se concentró más en el trabajo.
Ella terminó de preparar el cuarto para los niños, pensando en traer a Kathy con
ellos en forma permanente, y se fugó a la cabaña varias veces para preparar el cuarto de
los niños allá también. Y se negó sistemáticamente a preocuparse por ninguna otra cosa.

Promediaba junio, y Cassandra leía en la cama esa noche. No hacía frío, pero
ella se había cubierto las piernas con el cubrecama. El vacilar de las velas le hacía doler
la cabeza, y empezó a sentirse somnolienta. Escuchó un batir de alas y levantó la
cabeza. Vio a Vlad, el murciélago revoloteando en el patio. Hacía mucho que no lo veía,
años realmente. Sonrió a medias, y cerró los ojos. El libro se le cayó de las manos.
El aroma del té recién preparado la trajo de vuelta. Abrió los ojos.
— ¿Javan? — llamó suavemente.
— Temo que no, — dijo una voz amable. Era Où.
— Profesor Où... Yo... No lo esperaba... ¿Cómo hizo para...?
Ella no había hecho ningún movimiento para protegerse. Où sonrió ampliamente
y entró en la habitación. Dudó un momento en el umbral, pero la sonrisa de Cassandra
lo decidió al final.
169

— Tengo mi propia salida... Una chimenea que los edoms olvidan bloquear... —
dijo alcanzándole la taza de té a Cassandra. — ¿Cómo está usted? Mis alumnos me
dijeron de una sombra que vino por usted hace algunas semanas...
— Bueno... — Cassandra se sentó en la cama. — Nadie vino por nosotros, y nos
llevó a NingunaParte... — dijo.
— ¿Nos, quiénes? Oh... — Où sonrió de nuevo cuando vio el tamaño de
Cassandra. — Veo que casi ha terminado, profesora.
Cassandra le devolvió la sonrisa.
— Una semana más, tal vez para la Puerta... — dijo. — Pero no lo sé. Creo que
podría ser antes...
Où seguía sonriendo. Había ocultado amablemente sus colmillos y se sentó junto
a ella.
— ¿Puedo preguntarle algo, profesor? — dijo ella de repente. Où asintió. —
¿Cómo terminó siendo rastreador para Javan?
— Mi esposa y yo éramos exterminadores... — dijo él con una vaga sonrisa. —
Nos llevábamos francamente mal con el Comites. Él se nos adelantaba y escondía las
criaturas que Clara y yo debíamos eliminar... Siempre un paso adelante, como si tuviera
un sexto sentido para ello... Entonces, una noche... Una desgraciada noche, pudimos
sacarle ventaja. Nos llegaron informes de una colonia de criaturas oscuras en cierto
castillo abandonado. Clara y yo lo hablamos, y yo partí hacia otro lugar, un círculo de
piedras, creo, donde había unos fantasmas inofensivos, pero suficientes como para
llamar la atención. No era mi intención atraparlos, profesora, solo distraer al Comites.
Mientras tanto, Clara fue a las ruinas donde estaba la verdadera presa...
Cassandra lo miró, sin decir nada, acariciándose pensativa el vientre.
— No se podía hacer de otra manera, sabíamos que el Comites me seguía a mí...
— dijo Où, algo avergonzado. — Pero Clara sabía defenderse bien. Lo que sucedió...
fue un accidente.
— ¿Qué sucedió? — preguntó Cassandra al cabo de una pausa. Parecía que eso
era lo que se esperaba de ella; que preguntara.
— Los vampiros habían dibujado un círculo de retención. Atraparon a Clara, y
ella no pudo escapar. Cayeron sobre ella todos a la vez. Cuando llegué... — Où suspiró.
— Yo tenía una Vara... una Vara con una piedra Sol. Levanté mi vara e hice brillar la luz
sobre ellos. Huyeron. Pero la luz mató a Clara, que ya estaba... convertida. Muchas
veces me pregunté si lo hubiera hecho igual, si hubiera sabido que ella... — Où sacudió
170

la cabeza. — Fue hace mucho tiempo, de todas maneras... Corrí junto a Clara, y el
círculo me atrapó a mí también. La vara había quedado afuera... Y no me pude defender.
Claro que después de ver a Clara muerta, me importó un comino...
Où calló de nuevo, mirando al suelo. Cassandra apoyó una mano en la fría mano
de él.
— Lo lamento... — susurró. Où le dedicó una sonrisa casi humana.
— Su esposo llegó en ese momento. Barrió las sombras con los Ojos del Vigía, y
alejó a los vampiros de la colonia con un rayo de luz verde de su Vara. Ellos le
obedecieron. Creo que celebró un pacto con ellos, un pacto de no agresión... Siempre ha
hecho eso. Los ocultó, los envió a otro lado... No lo sé. Yo estaba casi muerto para ese
momento. Cuando desperté los vampiros de la colonia ya no estaban, y su esposo me
miraba desde el borde del círculo. Empezaba a amanecer...
El sol se asomaba por las ventanas de la vieja ruina. El mago de negro, Javan,
serio, hosco como siempre, como era hacía quince años atrás, miraba al semi-
moribundo Où, caído en el círculo, sobre el cuerpo de su esposa.
— Es irónico... — dijo Javan. — Que tenga que hacer contigo lo que tu has
estado haciendo a mis criaturas...
Où lo había mirado sin expresión. Sus ojos se volvían plateados, y su visión
estaba cambiando.
— Te cazarán ahora. Te temerán, te perseguirán... te matarán.
— Clara está muerta. ¿Crees que puede importarme?
Javan lo había mirado con una expresión indescifrable en la cara. Tal vez
luchaba contra una decisión. Solo cuando los años pasaron, y Où conoció el secreto de
Javan, la hija que ocultaba y la pesada carga que destino de Kathara le había
impuesto, pudo el vampiro interpretar correctamente aquella mirada. En aquel
momento... Se sorprendió cuando Javan abrió el círculo con su Vara y entró en él. La
luz ya tocaba el suelo.
— Vámonos, — dijo Javan. — Serás mi Rastreador.
Où no pudo protestar. La luz del sol lo hirió, y perdió el conocimiento.
Ahora, mirando a la esposa del hombre que lo había salvado, dudó. ¿Para qué
contarle lo difícil que le había resultado aceptar la ayuda de él, el hombre a quien había
estado combatiendo, y a quien consideraba indirectamente culpable de la muerte de
Clara?
171

— Su esposo me llevó con el Anciano Mayor. Trataron de revertir la infección


pero no fue posible. El Comites me tomó como Rastreador, aún a costa de un larguísimo
debate con el Círculo. Mis antiguos amigos, otros exterminadores, se pusieron en mi
contra, y sólo su esposo y el Anciano Mayor del Trígono me defendieron... Al haberme
tomado por Rastreador, ningún otro mago podía tocarme... No sé qué seguridades le
exigieron al Comites. Me ha pedido que no salga... y eso he hecho... salvo por una
pequeña chimenea que los edom olvidan bloquear... Y el Anciano me encomendó que
enseñara a los aprendices todo lo que sabía sobre lugares mágicos. No tengo nada mejor
que hacer, así que...
Cassandra sonrió.
— Es usted muy bueno en eso. Usa sus... cualidades hipnóticas para un buen fin.
El Círculo debería considerarlo.
Où sonrió.
— Si el Círculo se enterara que estoy en contacto con ‘magos puros’ me
quemarían vivo, y a su esposo conmigo... Y por lo que sé, hay algunos que les gustaría
que también usted nos acompañara...
Cassandra sonrió.
— La voz del Alcalde Neffiro se siente de lejos, — murmuró. Y Où volvió a
sonreírle.
— Cuénteme de su viaje, por favor.
— Bueno... Nadie del Este nos llevó, a Javan y a mí, a la Montaña. Luego, Nadie
del Oeste, el de nube, nos llevó a través del Sendero de Viento. Luego, Javan hizo un
bote, y seguimos la corriente de agua. Luego de eso, había una larga escalera. La
trepamos y la barrera nos detuvo.
— ¿Qué barrera?
— Usted sabe... Un lugar al que ningún hombre puede llegar dos veces...
Sentimos un terrible dolor que nos desmayó.
Où frunció el ceño.
— ¿Usted también?
— Mi bebé es varón, — explicó Cassandra.
— ¿Y lo que estaba buscando? ¿Lo encontró?
Cassandra frunció los labios, fastidiada.
— No. No entramos. Quizá ni siquiera esté allí.
172

Où la miró pensativo. La mirada de plata brilló un momento y fue nuevamente


ocultada. Où sonrió.
— Bien, profesora. Creo que me voy. Pero quisiera pedirle algo...
Cassandra sonrió.
— No le diré a Javan, no necesita pedirlo...
— Gracias. — Où la miraba de una manera extraña. — Pero era otra cosa...
Cassandra siguió sonriendo y levantó una ceja. Él se aproximó y la besó, un beso
lento, casi humano. Cassandra retrocedió.
— Mi esposo... — murmuró, enrojeciendo.
Où bajó la cabeza.
— Lo siento, no volverá a suceder... Usted... Es la única persona que no me
teme... desde hace muchísimo tiempo...
Pero Cassandra no le prestaba atención. Miraba al suelo, donde el agua se
desparramaba.
— Oh, oh... El bebé viene ahora. Hablaremos de eso en algún otro momento... Si
es que lo considera necesario... — dijo ella.
— Iré por su esposo...
— Dígale que fui con Melissa, — dijo ella, tomando el bolso y saliendo del
cuarto.

No había hecho ni el más ligero de los ruidos, pero en el mismo momento en que
entró en la oficina, Javan levantó la cabeza.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — siseó, la mirada helada y la sangre huyendo de
su rostro.
— Una vez me pediste un favor... Que encontrara una forastera para ti... — dijo
Où.
— Y te lo pagué. Nadie sabe de esa chimenea, y los edoms tienen órdenes de no
tocarla, — ladró Javan. Où sacudió la mano.
— Y yo no he salido sin que tú lo supieras, y no has tenido ninguna queja de mí.
Iría contra mis principios. Pero he venido a hacerte otro favor. Es sobre tu esposa... —
Javan se enderezó, rígido.
— ¿Qué pasa con ella? Si la tocaste...
— Cálmate, ¿quieres? Nunca le haría daño a esa mujer. Ella es la primera
persona que conozco que no me rechaza, ni me teme.
173

Javan no pudo reprimir una sonrisa.


— Ella no teme a nada, — dijo. Où sonrió.
— Tal vez tengas razón. La cuestión es que estuve hablando con ella hace unos
momentos, y le pedí que me contara de su viaje... ¿Has notado algo extraño en ella
desde que volvieron?
— Eh... — Javan pensó. El destello plateado de los ojos de Où estaba fijo en él.
No lo perturbaba, pero sabía que el otro estaba tratando de leer en él. — Ella se niega a
hablar de nuestra búsqueda, — dijo finalmente.
— ¿Por qué crees que sea? — preguntó Où. El brillo plateado era ahora más
claro.
Javan desvió la mirada. ¿Por qué? ¿El bebé? ¿La varita?... ¿Por qué? La risa del
vampiro le hizo levantar la cabeza.
— Ella puede no tener miedo de nada, pero tú estás asustado ahora.
— Yo...
— Estás asustado de pensar lo que estás pensando.
Javan se obligó a mirar al vampiro a los ojos.
— Él, Nadie, quiero decir, puede haber tomado algo de ella.
— Sí. Su voluntad. La sondeé. Tu esposa ha perdido la voluntad de luchar y
vivir. Debe estar en NingunaParte... y ahora no puedes ir a buscarla.
Javan miró aquellos ojos plateados. Sintió como si estuviera cayendo, y pensó
que era el hechizo del vampiro.
— ¡No! — gritó. — Ella está bien, y seguirá estándolo. No puedes engañarme
con tus trucos...
Où lo miró y se encogió de hombros.
— Como quieras... Y ya que estamos... Ella fue con la señora Corent. Tu hijo
está en camino...
Y desapareció.

— ¿Qué pasa? — preguntó en un susurro. El silencio era impresionante.


— La instalé en una de las camas. Afortunadamente el ala está vacía esta noche.
Ella no quiso ir al hospital...
— ¿Por qué?
174

— No lo sé. Creo que está asustada. Llamaré al doctor Ryujin, por si acaso. ¿Por
qué no va y le toma la mano, o se queda con ella? Hay algo que no funciona y todavía
no pude detectar qué es...
Javan asintió y entró en el cuarto apenas iluminado.

Cassandra abrió los ojos sintiéndose vacía. Llevó una mano a su vientre, y ya no
estaba. Pero un dolor intenso la golpeó cuando trató de moverse.
— ¿C’ssie? — La voz de Javan. Ella volvió la cabeza. — ¿Cómo te sientes?
— ¿Dónde está mi bebé? — preguntó ella. Javan sonrió, le tomó la mano y se la
acarició.
— Kathy lo tiene. Un hermoso varón...
— No recuerdo... ¿Qué...?
La expresión de Javan cambió. Ella se percató de cuán pálido y ojeroso estaba.
— Los doctores te lo dirán cuando vengan. Dime como te sientes...
— Me duele. Sé que no debería... ¿Por qué no recuerdo nada, Javan?
— Fue mi culpa... — dijo una vocecita. Kathy se acercaba con lo que parecía un
bulto de mantas. Cassandra la miró. La chica se explicó.
— Te quejabas tanto, y no podías descansar... así que traje uno de los frascos de
papá y te dimos una cucharadita. Te dormiste enseguida...
— Ella tomó la poción de olvidar en lugar de alguna de las mezclas
analgésicas... Fue mi culpa. No quise dejarte sola... — continuó Javan.
Cassandra sonrió.
— Deberías saber cómo odio esa maldita poción... — gruñó suavemente. Él
sonrió. Ella siempre llamaba así a la poción para olvidar. Ahora se había vuelto a Kathy.
— ¿Y, qué piensas? ¿Devolvemos esa cosa que tienes ahí a la fábrica?
Kathy apretó contra sí el bulto y se hizo atrás.
— ¡Nooo! — dijo.
— Seguro que Siddar va a protestar por las plumas...
— Siddar no tiene nada que opinar en este asunto, — gruñó Javan desde atrás.
Kathy se rió.
— ¿No prefieres verlo primero, antes de dejar que Siddar opine?
— Bueno... Si te parece...
Cassandra ya no podía esperar. Pero sabía cuan sensibles y celosos podían
ponerse los Fara. Sentía la mano de Javan cerca de su hombro, aún mientras atendía y
175

hablaba con su propia hija. Kathy colocó el montón de mantas junto a Cassandra. Ella lo
desenvolvió cuidadosamente y encontró los ojos del bebé. Lo tocó muy despacio,
buscando las manitos y acariciando aquellos dedos perfectos. Ojos como los de su
padre. Cabello castaño como el suyo. Pestañeó, apartando unas lágrimas inoportunas.
— Bueno... Bienvenido a la familia, Djarod Fara... — dijo Kathy, y se inclinó a
darle un beso al bebé. Cassandra la miró.
— ¿Djarod?
— Hm... Habíamos pensado ponerle el nombre de mi padre al bebé... Pero si a ti
no te gusta... — dijo Javan, algo sonrojado.
Cassandra sonrió, hundiéndose un poco en la almohada.
— Djarod... Otro D F en la familia... Un nombre poderoso para mi Sol... Sí,
Djavan... Djarod será un buen nombre hasta que el Libro lo cambie...
Y Cassandra cerró los ojos, perdida en el recuerdo de un joven Solothar Fara, de
quince años en la galería de la cabaña, una noche de verano cualquiera.
— ¿Sol? — preguntó Kathy, perpleja. — ¿Por qué lo llamaste Sol?
Pero Cassandra ya no contestó.

El tiempo se había deslizado perezoso. Ella no había hecho ninguna pregunta.


Como si no le importara. Y estaba tranquilamente amamantando al bebé cuando
llegaron los doctores. Al principio ella no reconoció al segundo médico.
— ¿Gaspar? — Fue mitad pregunta y mitad saludo. — ¿Y...?
— Doctor Kendaros... y señora, — dijo Javan.
La noche anterior, cuando las cosas se habían puesto tan difíciles, la enfermera
había llamado a Gaspar. Después de todo, era doctor y era mago. Y seguramente sabía
por qué estaba sucediendo lo que estaba sucediendo. Y Gaspar había traído a Kendaros.
Javan había pensado en ese momento que era curioso que Gaspar se hubiera presentado
tan pronto, pero mucho más que lo hubiera hecho acompañado. Sin embargo, no puso
objeciones. Y Kendaros resultó una ayuda inesperada e invalorable.
Rhenna se acercó desde atrás de su esposo, e hizo sonreír a Cassandra. Llevaba
una hermosa panza de seis meses.
— Ah, veo que no fui la única... — Y Javan la ayudó a enderezarse para abrazar
a la chica. Seis años atrás, Rhenna, aprendiza, la había ayudado a obtener una de las
Prendas de la Guardiana: el Huevo de Zothar. Y Kendaros, por entonces uno de los más
torpes aprendices que él hubiera visto, otro de aquellos objetos: la Metamórfica. Había
176

sido el comienzo de los poderes de Cassandra. La conversación siguió por asuntos


intrascendentes por algunos minutos.
Javan escuchaba a medias. No intervino. Se había sentido tan preocupado. No,
no preocupado. Asustado. Aterrorizado. Completamente aterrado. Había llegado a
pensar que perdería a Cassandra esta vez. Como con la maldición de la Muerte Negra
Viviente. Su desesperación lo había llevado lejos. Muy lejos. Él había... No, no quería
pensar en eso. De todas maneras, no había sido necesario. Las semillas de poder y de
amistad que Cassandra había sembrado seis años atrás dieron fruto y salvaron su vida.
Como ella decía: el círculo se había completado.
El bebé se había dormido en sus brazos. Cassandra volvía a mirarlo cada pocos
minutos, como si supiera lo que había pasado. Alguna vez tendrían que decírselo. ¿Pero
podría decírselo todo? No, no podría. Nunca le diría que había preparado una de las
pociones prohibidas para traerla de vuelta.
Ella yacía arriba, entre muerta y desvanecida. El bebé ya había nacido, pero
ella parecía incapaz de reaccionar de ninguna manera. En su mente volvió a escuchar
los gritos, volvió a ver las llamas... Pensó que sus gritos, mezclados con los de Kathryn
lo volverían loco. Ella no podía caer en la maldición de las Brujas Fénix, Cassandra no
era una de ellas... Y bajó. Y cerró la puerta tras de sí...
Los símbolos en el piso se dibujaron casi por sí mismos. El caldero humeaba.
Pagó el precio, y obtuvo la cura. Una cura para ella, y un pasaje a la agonía para él. Si
tenía suerte, ella nunca lo sabría. Pero estaría allí para ver crecer al pequeño Djarod.
Y para cuidar de Kathy. Solo ese pensamiento hacía que todo valiese la pena. Ellos...
Ellos no sufrirían las consecuencias. Lo sabía. Lo había arreglado así.
Había roto sus votos, y había preparado la poción, y la botella negra estaba
todavía en su bolsillo. La podía sentir, aunque ya no estaba caliente. Y eso no era lo
peor. Había involucrado a su hija y a su hijo. Sus propios niños. Reprimió un escalofrío.
Sabía que estaba dispuesto a todo por esta mujer que yacía a su lado. Cualquier cosa, lo
que fuera. Lo había sabido cuando fue a ver a Kathara por el antídoto dorado, y lo sabía
ahora. Le tomó la mano otra vez.
— Bien, — decía Gaspar ahora. Javan miró sus caras y supo lo que vendría.
Apretó la mano de Cassandra.— Me han dicho que no sabes lo que ha pasado, Enna...
Cassandra se encogió de hombros.
— Poción para olvidar. Un error, me dijeron...
— Y querrás saberlo...
177

Cassandra lo miró. Realmente no le importaba.


— Bien... el nacimiento empezó normal, — dijo Gaspar. — Pero... ¿Recuerdas
la ayuda que te envié en la Puerta del Invierno?
Cassandra asintió, con indiferencia.
— Tu bebé absorbió algo de magia Ryujin... Y el viaje a NingunaParte...
Digamos que su magia está... prematuramente despierta. Cuando las contracciones lo
lastimaron... él te lastimó. Hicimos lo que pudimos...
Gaspar parecía perturbado por algo. Cassandra lo miró, inexpresiva.
— No puedes tener otro bebé, — dijo. Cuatro pares de ojos estaban fijos en ella.
Parecían esperar algo.
— Está bien... — dijo ella suavemente.
— ¿Entendiste por completo? —preguntó Gaspar frunciendo el ceño. Tanta
calma no era propia de ella.
— Sí. No tendré otros bebés. Está bien. Tengo mi hija, mis nietos... Y ahora a
Kathy y a Sol... Es suficiente... — dijo ella.
— ¿Sol?
Javan se encogió de hombros.
— Ella lo llama así, — pareció decir.
Rhenna se le acercó otra vez.
— Ah, profesora... Estábamos tan preocupados... Pensamos que no podríamos
curarla... Parecía que no tenía voluntad para vivir... ni siquiera por el bebé... Hasta que
Ken recordó mi regalo... — dijo.
— ¿Regalo? — Cassandra sonrió a medias. Su mente divagaba.
— Sí, profesora. La hebra de tela de araña... El poder para retener y liberar... La
retuvimos a usted, y dejamos ir... lo que no podíamos curar...
Cassandra murmuró algo y cerró los ojos. Escuchó la voz de Javan llamándola,
pero no pudo responder. Su mente voló lejos.

Ella sintió una cosa pesada sobre ella, abrazándola y apretándola, y besó la
cabeza de Javan.
— Cassandra... No lo vuelvas a hacer... — le susurró. Estaban solos ahora.
— Estoy aquí. No te dejaré, — dijo ella con suavidad. — Pero, Javan...
perdóname, apestas. ¿Qué poción endiablada estuviste haciendo ahora?
178

Ella sintió la ligera sacudida de una risa, y él la volvió a abrazar. Ella reprimió la
mueca que el dolor le arrancaba, y se acurrucó contra él. Él le acarició la cabeza.
— C’ssie... Me preocupaste tanto... — empezó él.
— No culpes al bebé... — dijo ella. — Ni a Gaspar. Él... Tiene una magia
especial. Lo sentí cuando nosotros... la unión de poderes, quiero decir... Vi una luz
aquella vez que me desmayé, en Australia... Kathy también vio una luz...
— ¿Esa vez? ¿Y lo sabías?
Ella solo sonrió y le acarició el pecho.
— Te quemó desde adentro... — dijo él en voz muy baja. — No podíamos
curarte...
— No sabía lo que estaba haciendo... — dijo ella.
— Lo sé... — fue la susurrada respuesta. — Pero pensé...
— Sh... Sabes que envejeceremos juntos... Lo hemos visto en nuestra reunión...
Javan sonrió.
— Pero seguimos haciendo nudos en el tiempo.
Ella le devolvió la sonrisa y lo besó.
— Y los arreglamos a todos...

Sólo cuando Cassandra se levantó, Javan borró los símbolos en el salón de abajo.
La había mantenido cerrada desde que preparó la poción. Y hoy, ella se levantaba. Ella
estaba preparándose para bajar a sus habitaciones en este preciso momento. Así que
debía actuar rápidamente. Abrió las canillas y sacó la botella negra. Dejó caer el
contenido lentamente, diluyéndolo en los chorros de agua clara y limpia, mientras
murmuraba un hechizo protector. Pacto cancelado. Sin consecuencias. El caldero había
sido limpiado dos días atrás. Los signos habían desaparecido. Las últimas gotas cayeron
en el agua, y él enjuagaba la botella. Tendría que romperla y tirarla, cuanto más lejos,
mejor. Pensaba en eso cuando la puerta se abrió. Se volvió visiblemente pálido.
— Lean... Andrei, — dijo. — Cassandra está a punto de bajar. ¿Está Alessandra
contigo?
— Está con Cassandra. Me enviaron a verificar su todo está pronto... ¿Qué es
eso?
Javan cerró las canillas.
— Una botella vieja. Vamos a buscar a nuestras mandonas esposas.
179

Capítulo 18.
La respuesta correcta.

— Y ella te encontró así nomás... — Andrei miraba a Où honestamente


divertido. El vampiro se limitó a encogerse de hombros.
— También te encontró a ti... Y a cada Maldito en este castillo... — dijo Javan.
Los tres, y Calothar estaban sentados alrededor del escritorio de Où. — Quiero que les
repitas lo que hemos estado hablando acerca del objeto que buscamos...
Où levantó las cejas.
— ¿Por qué debería? ¿No puedes hablar por ti mismo?
— El último intento fue errado. Los traje para encontrar la respuesta correcta.
Où unió las puntas de sus largos dedos y miró a Javan por encima de ellos.
— Está bien, — cedió. — Por enero, la profesora Fara vino aquí, traída por una
aprendiza, y me preguntó acerca de un lugar. Me dijo que había leído de ese sitio en un
libro de acertijos... Me llevó muchas largas conversaciones hacer que me contase toda la
historia.
Andrei sonrió, Y Javan suspiró.
— Al menos eso... — dijo. Où continuó.
— Me contó de un lugar al que todos deben ir, pero que ningún hombre puede
alcanzar dos veces. Luego de unos meses, la trajiste para que me mostrara un sueño.
Parecía conducir a NingunaParte, al Corazón de la Tierra. Fueron allí y no pudieron
entrar.
— Un lugar al que ningún hombre puede llegar dos veces... — repitió Andrei
pensativo.
— Eh... — interrumpió Calothar. — Quizá lo estamos encarando desde el lado
equivocado...
— ¿Qué quieres decir? —Où había vuelto sus ojos plateados hacia él.
— Bueno... Decía que era un lugar adonde todos deben ir... ¿Todos deben ir a
NingunaParte?
— No. — La respuesta de Javan fue terminante. — Pero las otras pistas...
— ¿Qué otras pistas? — Où lo miró a él. — Nunca dijiste que las hubiera.
Javan frunció los labios.
180

— Céfiro le dijo a Cassandra acerca de un poderoso sirviente que llevó el objeto


a ese lugar. Perdió la mitad de su vida yendo allá. Y sabemos de un mago que solo le
queda media vida...
— ¿Quién?
— Karl Lilien...
— ¿Quién?
— Lilien siguió a Cassandra a NingunaParte cuando ella fue por las Joyas, y
sólo la mitad de él pudo volver a salir.
— De manera que volvemos a nuestra primera idea...
— La equivocada.
— Aunque lo fuera, —dijo Où, — todavía queda otro asunto. ¿Está tu esposa
mejor, Comites?
La ironía se traslucía en el tono del vampiro.
—¿En qué sentido? — preguntó Andrei frunciendo el ceño. Javan no les había
dicho nada tampoco de eso.
Javan sacudió la cabeza en silencio.
— Cuando la profesora Fara volvió de NingunaParte, la última vez, había
perdido su voluntad de vivir, su energía vital. Supongo que continuó a expensas de la
energía de su bebé... hasta que él nació. Te lo dije, pero no quisiste escucharme.
Javan levantó la vista.
— Al principio creí que era por el bebé... Había sido herido en nuestro segundo
viaje... — dijo. — Pero ella nunca se recuperó, no del todo. Y cuando nació Sol...
Djarod... Ella se estaba dejando morir. No podíamos hacerla reaccionar. Hasta que
Rhenna separó lo vivo de lo muerto...
— Le quitaron su energía vital, sus ganas de vivir... — repitió Où.
— Así que ustedes dicen... — apuntó Calothar.
— Creo que deberían ir a NingunaParte, entrar ahí y revisar si la voluntad de la
profesora Fara está allí. Si quieren, pueden también buscar su objetivo. Si no lo
encuentran, podemos buscar otras alternativas.
— Está bien, lo haremos, — gruñó Javan. — Parece que te has convertido en el
cerebro del grupo.
Où se limitó a mostrar sus colmillos.
181

Así fue como, dos meses después de la Puerta del Verano, Andrei, Calothar y
Javan llevaron a Cassandra a la mazmorra clausurada.
— ¿Por qué vinimos aquí? — preguntó ella por tercera vez.
— Queremos ir a NingunaParte. Y tú debes venir con nosotros, — dijo Javan.
— ¿Para qué? No hay nada para nosotros ahí. Y sabes que no puedes llegar allá.
— Ella fruncía el ceño.
— No lo haré. Pero ellos nunca estuvieron en NingunaParte, y quieren buscar lo
que tú ya sabes.
— No tiene sentido, — dijo ella encogiéndose de hombros. — ¿Para qué
vinimos aquí abajo?
— Où dijo que este Pozo sin Fondo puede conducir al fondo de la Cascada.
Ryujin nos trajo por este camino la última vez... Si saltamos y alcanzamos el fondo...
Cassandra suspiró.
— Estás loco, ¿lo sabías? Gaspar es Ryujin, lleva su magia incorporada.
Nosotros solo somos humanos. Mortales. Aptos para convertirnos en puré allá abajo....
Kathy y Djarod crecerán sin padres, — rezongó mientras subía al borde del pozo.
— Yo llevaré a Andrei, y tú a Calothar. Vuélvete viento y luego piedra para
alcanzar el fondo. Cuando veas las aguas doradas, transfórmate en aire de nuevo y vuela
al bosque. Haremos otra canoa...
— Estás loco. Vamos, Calothar. Suicidémonos juntos...
Y ella abrazó fuertemente a Calothar antes de saltar. Andrei los miró con
aprehensión, pero Javan ya había trepado al borde.
— Vamos, sube, — le dijo.
Fue una sensación extraña. Javan lo sujetó y lo transformó en aire, mientras él
mismo cambiaba, arrastrándolo hacia abajo en la caída. Cuando llegaron a la superficie
del agua, se sintió apresado en piedra y se hundió. Fue una vertiginosa y larga caída en
la oscuridad. Y entonces, cuando creía que se iba a sofocar, la oscuridad se transformó
en un destello dorado. Javan volvió a transformarse en aire, y sopló con fuerza hacia
arriba. Alcanzaron a Cassandra-de-aire, y Javan, enredándose y mezclándose con ella la
empujó hacia arriba, hacia el cielo azul sobre sus cabezas.
Aterrizaron en el bosque, y ella se tambaleó. Javan la sostuvo.
— ¿Estás bien? — preguntó.
— Mareada, — murmuró ella.
— Se supone que soy yo el que se va a desmayar aquí, — dijo él.
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— Estoy bien. Es sólo que no quiero estar aquí, — dijo ella.


— Continuemos, entonces...

El Camino de Agua fue fácilmente cubierto. Perdieron el bote al pie de las


escaleras, igual que les había sucedido a Javan y a Cassandra la vez anterior.
— Trataré de subir, pero probablemente me desmaye. Continúen y hagan lo que
hemos hablado... — dijo. Cassandra lo miró.
— ¿Para qué querías venir aquí? — repitió.
Javan la miró a su vez. Ella leyó en sus ojos el profundo odio y el dolor que la
Serpiente le había causado. Asintió lentamente y le permitió tomarla del brazo para
subir las escaleras.

Calothar abría la marcha. Seguía Andrei. Luego ella, sostenida por Javan. Él no
disminuyó el paso, no perdió el aliento, ni dio muestras de dolor. Cada tramo, ella le
preguntaba:
— ¿Todo bien? — en un susurro bajo. Y él asentía. Y alcanzaron la última
explanada, frente a las puertas sin notarlo.
— ¿Estás bien? — Cassandra preguntó otra vez.
— Me siento perfectamente, — respondió Javan. Estaba tan asombrado como
ella.
— Otro juego de palabras, — dijo ella, pensativa. — Viniste aquí tres veces...
— Bueno, juego de palabras o no, debemos entrar. Cassandra, tú soñaste con
esto...
Y Cassandra, como en la pesadilla, no queriendo hacerlo, tocó las puertas
doradas. Como en la pesadilla, las puertas estallaron en llamas y se abrieron, mostrando
la oscuridad detrás.

Un corredor largo y vacío se extendía frente a ellos. Iba directamente adelante,


sin vueltas a la derecha o a la izquierda, sin escalones hacia arriba o hacia abajo.
Penetraba profundamente en el corazón de la montaña, directo a la oscuridad.
— ¡Luz! — dijo Calothar en un susurro bajo, sacando su varita.
— ¡No! — Cassandra lo detuvo. — Nadie podría encontrarnos por la magia...
— ¿No había centinelas? — preguntó Javan.
— No, — dijo ella. —Ayúdame...
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Se estiró para alcanzar una antorcha que colgaba fuera de su alcance. Javan la
sostuvo por la cintura y la levantó.
— ¡Auch! — dijo ella, al golpear el techo con la cabeza, pero tomando la
antorcha.
— Lo siento. Estás mucho más liviana ahora, — dijo él. Ella se rió entre dientes,
y la encendió con un encendedor forastero.
— ¿Siempre llevas esas cosas encima? — preguntó Andrei.
Cassandra lo miró y soltó otra risita.
— No, realmente no. Lo estábamos usando con Solana en el entrenamiento de
Viajeros... — Ella se encogió de hombros. — Parece que a los magos no les gustan este
tipo de artilugios. Son demasiado... no lo sé... ¿mágicos?
Andrei se rió. A la luz de la antorcha, encontraron otras dos, y empezaron a
seguir el largo corredor. Andrei iba adelante, con Calothar. Cassandra iba en medio;
porque Javan no la dejó quedarse en la retaguardia. Él mismo caminaba detrás de ella, el
brazo en su cintura, pronto para hacerla a un lado y cubrirla si aparecía algún peligro.
— ¿Es este el lugar correcto, Cassandra? — preguntó Javan al cabo de un rato.
Las puertas habían quedado muy atrás, estaba oscuro, y ninguna corriente de aire
refrescaba sus caras.
— No lo sé, — murmuró ella. — Cada vez es diferente... Y es diferente para
cada persona...
Se habían detenido en algún punto de aquel corredor interminable. Imposible
saber si habían caminado horas o días, y no había ninguna marca en las paredes que les
permitiera guiarse. Cassandra se había dejado caer en el suelo, la espalda contra la
pared, y Javan se acuclilló junto a ella. Los otros se dieron la vuelta, y también se
sentaron.
— Cuando yo estuve en NingunaParte no había espacio en absoluto... — dijo él,
pensativo, la mano en el hombro de ella, como si al tocarla la sintiera más real, más
cercana, o como si de esa manera pudiera alejar los peligros.
— El año pasado eran cuatro habitaciones diferentes.... bien iluminadas y con
una especie de trono en ellas. También vi jardines... — dijo ella con los ojos
entrecerrados. Se sentía cansada. — En el verano fue una habitación vacía...
— Y ahora es un corredor interminable. Excelente, — protestó Calothar. No
estaba seguro de por qué Javan había decidido incluirlo en la partida, ni siquiera
después de leer juntos las adivinanzas del Libro de los Secretos.
184

Cassandra continuó, con voz soñadora.


— Las paredes de ese salón estaban llenas de inscripciones. Nadie dijo que era el
futuro... ya escrito. Las palabras se arrastraban por la pared hacia el piso, y Nadie dijo
que las del piso eran el pasado...
— ¿Cómo dijiste? — preguntó Calothar de golpe.
— Eso... Las paredes estaban escritas con la historia. Creo que es una variación
de los mitos griegos de las Parcas, una viendo al pasado, otra mirando al futuro y la
tercera cortando el hilo de la vida en el presente...
— ¡Eso es! — dijo Calothar. — Algo que no puedes alcanzar dos veces: tu
futuro.
— ¿Qué? — Cassandra pareció despertarse de pronto.
— Y adonde todos deben ir, —continuó Calothar. — No es un lugar físico. La
vida de la Serpiente está escondida en el futuro...
— Pero... Pero él no puede ir al futuro. Yo tengo la Llave del Tiempo... Y
Adjanara custodia la de su Torre... Javan ¿hay otras Torres que puedan...?
— No. La Torre de Zot está muerta. Althenor la agotó hace mucho tiempo. Y las
otras Torres no se someterán a él... Pero... —los ojos de Javan brillaban ahora, — si
Calothar está en lo cierto, tu Llave es la razón de que tú puedas venir aquí cuando lo
desees. ¿No te das cuenta?
— Y la Serpiente llegó a su futuro a través de este lugar... Ésta es la respuesta
correcta. Debemos buscar su vida en la habitación que tú dijiste... — completó Calothar.
— Me parece una idea inteligente, — dijo Andrei. — De todas maneras,
debemos encontrar esa habitación primero.
— Así que, en camino. Vamos a encontrar el final de este corredor ahora, — dijo
Javan. — No tenemos mucho tiempo.
— Una lástima, realmente, — dijo una voz tras ellos. — Porque son tan
divertidos...
Andrei levantó la antorcha, pero solo había oscuridad.
— ¿Quién está ahí? — preguntó Cassandra, levantándose, la espalda contra la
pared.
Un viento frío sopló y apagó las antorchas. Las dejaron caer y buscaron las
varitas.
— Es inútil, pero aún así, divertido, — dijo otra voz, detrás de Javan.
— Están rodeados, — dijo una tercera voz.
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— ¿Quiénes son? — preguntó Cassandra.


— Son Horrores, Cassandra. No les hables. No los escuches, y no digas nada...
— dijo Javan. Su voz sonó estrangulada al final.
— ¿Javan? ¿¡Javan!? — No hubo respuesta. Trató de alcanzarlo, pero solo sintió
la fría oscuridad a su alrededor. Tomó aire para llamarlo, y la oscuridad la atrapó. Perdió
la noción del tiempo y del espacio.

Abrió los ojos en un lugar apenas iluminado, una especie de calabozo o algo por
el estilo. Unos susurros suaves le llegaban desde las sombras, un poco a la derecha. Se
enderezó.
Luego de unos momentos sus ojos se acostumbraron a la luz y reconoció la
espalda de Javan y el cabello de Calothar. La tercera sombra debía ser Andrei. Se acercó
y apoyó la mano en el hombro de su esposo.
— Oh, volviste... — dijo, tomándola por la cintura. Ella se sentó junto a él.
— ¿Dónde estamos? ¿Qué pasó?
— Los Horrores nos atraparon. Estamos en una mazmorra, — dijo Andrei.
— Se metieron en ti a través de tus palabras y pensamientos. Por eso te dije que
te callaras...
— Mm. Pero me pareció que te asfixiabas... Creo que entré en pánico.
Ella se había sentado junto a él, y ahora sentía el brazo de él a su alrededor. Se
sentía reconfortante.
— La cuestión es cómo vamos a salir de aquí ahora, — dijo Calothar.
— Todavía no, — dijo Cassandra. — Creo que mejor sería esperar y ver.
Normalmente Nadie vista a sus prisioneros. Cuando lo haga sabremos a qué atenernos...
— Creería que tienes razón en cualquier otra ocasión, excepto en ésta, — dijo
una voz. Cassandra y los otros se volvieron.
Una figura se acercaba hacia ellos. Era la forma de un hombre alto que emitía
una ligera luminosidad, como si fuera un fantasma.
— ¿Quién eres tú? — preguntó Andrei.
— Karl Lilien, — dijo Javan.
— A medias cierto... Sí, Javan. Soy la mitad que falta de Karl Lilien.
Hubo un silencio mientras la sombra se acercaba al grupo. Cuando se aproximó
lo suficiente, Cassandra pudo distinguir sus facciones; sus ojos oscuros, brillantes,
186

inteligentes, su boca recta, labios finos, sin sonrisa. De alguna manera, parecía más
joven que el Karl Lilien que ella había conocido antes. Se acercó un poco más a Javan.
— ¿Cuál mitad eres tú? — preguntó Javan. — ¿Y cómo es que estás aquí?
— Bueno... — La figura se sentó junto a ellos y se rascó la cabeza. — Digamos
que tengo principalmente buenos recuerdos, recuerdos de juventud... Y muchas
preguntas sin contestar. Preguntas sobre si debería o no seguir al Amo... A la Serpiente,
quiero decir. También recuerdo que vine aquí con una misión, siguiendo a la Guardiana.
La seguí a NingunaParte del Norte, y no entré, y cuando ella volvió, le conté a la
Serpiente acerca de ese lugar y lo que ella había traído de allá... No quería seguirla otra
vez, pero él... Bueno, tú sabes cuán persuasivo puede ser. La seguí a NingunaParte del
Este. Recuerdo haber entrado a la cueva y nadar en la oscuridad mucho tiempo...
— ¿En forma de serpiente? — preguntó Cassandra.
— Sí. Mi forma felina no puede nadar, — dijo él bruscamente. — La oscuridad
me atrapó, muchas manos de oscuridad. Vi a la Guardiana entrar en un lugar luminoso
pero no pude seguirla... Me faltó el aire y me desmayé. Me desperté aquí. Una forma de
agua me habló... No recuerdo qué fue lo que dijo.
— Nadie del Este, — dijo Cassandra. — Tal vez te dijo que ningún hombre
puede venir aquí dos veces... Ellos acostumbran a advertir primero...
— Y entonces, vinieron ellos, los otros... — La voz le falló. Lilien parecía
asustado de lo que iba a decir a continuación. — Estaban hechos de oscuridad. Me
tocaron, y entendí... No pude defenderme. Se llevaron la mitad de mí... Y yo, la otra
mitad, me quedé aquí, esperando...
— Horrores... ¿no te parece? — preguntó Andrei.
— Mm, sí. Horrores de Agua, si los traía Nadie del Este. Deben haberlo
invadido en la cueva sumergida, y después de que Nadie los autorizara... Bueno... —
dijo Cassandra.
— Fue espantoso... — susurró el fantasma.
— Sí, supongo que debe ser horrible que te dividan en dos personas... Perder una
parte de tu mente, de tus recuerdos... de tus ideas...
— ¿Sabes qué está haciendo o qué ha hecho tu otra mitad? — interrumpió Javan.
— No. Pero me estoy debilitando. Ya no duraré mucho... Debo salir de aquí... —
El fantasma los miró expectante. — Y ustedes no pueden arriesgarse a que les suceda lo
mismo que a mí. Tienen que salir ahora. Y sacarme de aquí.
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Cassandra lo miró. Sintió una idea naciendo en la mente de Javan, y le pareció


peligrosa. ¿No debería detenerlo? La idea tomó cuerpo, y ella no se atrevió a hurgar en
sus pensamientos para saber de qué se trataba. Se acercó más a él.
Él abrió la boca y dijo:
— Estamos buscando el objeto que ocultaste aquí, — dijo de golpe. Lilien se
sobresaltó. Demasiado tarde, pensó Cassandra. — Si nos lo entregas, te sacaremos.
— Trato hecho, — dijo el fantasma rápidamente. Demasiado rápidamente. —
Está en...
En ese preciso momento, unos ruidos en la entrada le hicieron callar y
esconderse en el fondo del calabozo. Ellos volvieron las caras a la puerta que se abría.
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Capítulo 19.
La tropa que no es.

Una sombra alta y fría entró en la oscura mazmorra.


— Hola, Nadie, — saludó Cassandra. Su voz no mostraba ningún miedo.
— Bienvenida, Guardiana, — dijo la sombra. — Y acompañantes...
— ¿Por qué nos retienes aquí? — preguntó Cassandra con tranquilidad.
— Bien, querida, no se suponía que volvieras...
Una nube blanca se separó de la sombra.
— Este lugar parece Disneylandia desde que viniste el año pasado, —dijo Nadie
del Oeste. Cassandra soltó una risita. Andrei se limitó a una media sonrisa. Ya estaba
acostumbrándose a que Alessandra hablara de cosas forasteras que él no conocía. — No
habíamos tenido más visitantes que el Rey Dragón durante los últimos cinco o seis
siglos, y entonces llegó la Guardiana... — Sonó divertido. Otra sombra se separó de la
primera figura, esta última hecha de un humo ardiente y oscuro. Era el Nadie del Sur,
representante del elemento fuego.
— Y siguiéndola, un cortejo de humanos... — protestó.
— Bueno, fue previsto hace tiempo, — dijo una forma de piedra, la tercera en
separarse de la sombra original. — Sabíamos que la tropa que no es llegaría y rompería
nuestras defensas.
— No somos soldados, Nadie del Norte... — protestó Cassandra.
— Sí, lo eres, —dijo Nadie del Este con cierta brusquedad. Estaba hecho de
aguas turbulentas, girando en peligrosos remolinos de espuma. Mirarlo daba vértigo. —
No quieres reconocerlo, eso es todo, pero desde que te convertiste en la Guardiana has
estado luchando por algo. Eres un soldado, y ésta es tu tropa.
Nadie del Norte dijo:
— No podemos permitirte una victoria definitiva, y eso ya te lo habíamos
advertido. Tampoco se la permitiremos al otro lado. Debemos preservar el equilibrio.
— Y es por eso que jamás saldrán de aquí, — terminó Nadie del Sur, fieramente.
— De todas maneras, — dijo Nadie del Oeste, suave como la brisa, — tenemos
algo que devolverte.
— Gracias. Es muy amable de tu parte, — se burló Javan.
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Nadie de Fuego se hizo a un lado y les dejó ver una especie de fantasma,
idéntico a Cassandra.
— Tu voluntad. Nos está volviendo locos. Nunca deja de preguntar... — gruñó.
— Où tenía razón, — comentó Andrei. — Ellos tomaron tu voluntad.
— Y fue reforzada por los fuegos de los Ryujin. No podemos conservarla aquí,
— dijo Nadie del Oeste, divertido. — Por favor, recíbela...
Javan empezó a reírse.
— Mi querida. Ni siquiera Nadie puede soportarte. Te amo por eso...
— Gracias... creo, —dijo Cassandra, y caminó hacia el fantasma. Se fundieron la
una en la otra inmediatamente. — Y tú no querías que Dione me diera de su fuego... Ah,
qué bien... me siento mejor... No me había dado cuenta que me faltaba algo... — agregó.
Y una sonrisa traviesa le iluminó la cara. — ¿Por qué dicen que no pueden soportarme?
— Tienes una gran determinación de saber y aprender. Hemos vivido juntos en
el silencio de los siglos observando el desarrollo del mundo. Solo observando... Y
entonces, tú. Nunca dejaste de preguntar. El nombre de las estrellas, el destino de los
hombres, la historia del mundo... Siempre por qué, por qué, por qué... No hemos tenido
un solo momento de paz desde que te quitamos tu voluntad...
— ¿Y por qué lo hicieron? — preguntó Cassandra.
Andrei y Javan contuvieron la risa, Nadie del Oeste sonrió, pero Nadie del Este
respondió gruñendo.
— Porque creímos que sin tu voluntad no regresarías. Se suponía que olvidarías
tu objetivo, y lo dejarías pasar.
— Y como no lo hiciste, nos has forzado a retenerlos aquí, encerrados para
siempre, — dijo Nadie del Sur.
— Perdónennos si pueden, —dijo Nadie del Oeste.
— Pero debemos mantener todo en balance, lo que ustedes llaman bien y lo que
ustedes llaman mal... Enviaremos más equilibradores a cubrir sus roles. Nadie sabrá que
ustedes están todavía aquí, — dijo Nadie del Norte.
No supieron qué contestar. ¿Les quitarían media vida como a Lilien? Javan se
acercó más a Cassandra, como si de esa manera pudiera protegerla, pero los cuatro
Nadie se fundieron en uno otra vez y desaparecieron. La puerta se cerró, y escucharon el
sonido de una llave en la cerradura. Permanecieron en silencio un largo rato.

Unos ruidos muy suaves y algo de claridad lunar despertaron a Cassandra.


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— Javan... — llamaba Andrei. — Javan.


Habían estado buscando una ventana, un agujero o una grieta por el cual
escaparse, sin éxito. Al final, cansados de tantear en la oscuridad, Javan la llevó aparte y
la convenció de que durmiera un poco. Ella se sentía realmente cansada. Los otros
también se durmieron, aún el medio fantasma de Karl Lilien. No había sido de gran
ayuda, siempre lamentándose y quejándose de cuán inútil era todo esto. Los Nadie no
habían venido, y ningún Horror había intentado dividirlos en dos.
— Javan... — llamó Andrei otra vez.
— ¿Sí? — respondió él finalmente.
— ¡Mira! Luz de luna, — susurró Andrei.
— Debe haber alguna abertura.
— No despiertes a los otros, — dijo Cassandra. — Vamos a mirar primero.
La ventana resultó ser una estrecha abertura, demasiado alta y con rejas. La luz
entraba a través de un profundo agujero, y tendrían que trepar, si querían salir.

La noche anterior habían descubierto que no podían forzar la cerradura, y que


tampoco podían hacer magia allí adentro. Cassandra trató de convertirse en brisa, o en
algún animal, intentó fundir la pared con la Piedra del Corazón, pero nada de esto
funcionó. Javan sacó a relucir su imponente Vara, pero ni siquiera las dos piedras del
Corazón unidas pudieron hacer nada. Andrei también descubrió su Vara, y el huevo de
Hikiri relució en fuego rojo cuando tocó la pétrea pared. Ningún resultado. Aún
Calothar intentó algo con su varita.
— Descúbrela, Mago Calothar, — le dijo Javan, con cierta frialdad. Cassandra
le dio un codazo.
Calothar lo había mirado desde las sombras.
— Yo... Esta es mi varita. Yo... no tengo una Vara. No soy un aspirante...
— Descúbrela, — repitió Javan. — La has visto al descubierto antes.
— Tienes que verla en tu corazón, Calothar, — dijo Andrei con calma. —
Concéntrate, y...
— Déjala salir, — terminó Javan, deteniendo el segundo codazo de Cassandra
con la mano. — Y tú quédate quieta. Él es un Huz. Tiene que estar a la altura.
— No lo presiones... — empezó ella.
— Cassandra, Djavan es criador de Varas. Tiene razón. Esta Vara está madura.
Y cuando la Vara está madura, el Mago también lo está... Calothar...
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El muchacho se enderezó. Los dos hechiceros estaban frente a él, enfrentándolo,


o animándolo a ir más allá. Nunca había intentado sacar a la luz la impresionante Vara
de los Huz. Siempre se había considerado un heredero menor, uno más de la línea...
Cerró los ojos, y apretó la varita en la mano temblorosa.
— No vaciles, — dijo la voz ya no de Andrei sino de Senek. — Aliméntala con tu
poder.
— Con tu fuego, — susurró la Guardiana.
La mano dejó de temblarle.
— Abre los ojos. La Vara está aquí.
Javan tenía razón. La varita había crecido. No era aún la Vara de los
Hechiceros del Círculo de Ancianos, pero... Era mucho mayor que su varita usual. No
tenía Piedra de Poder, pero en el centro, sobre su mano, el símbolo de los Huz se
destacaba claramente.
Cassandra dejó escapar un suspiro. Pero Javan no había terminado.
— Esta Vara debe ser ungida antes de ser usada. Cuando volvamos al Trígono
podrá ser reconocida como corresponde, pero ahora...
— Yo le daré una Piedra de Poder, — dijo Andrei.
— Gra... gracias, Senek, — logró decir Calothar. Andrei sonrió. Tocó su Vara y
desprendió el rubí que descansaba bajo el huevo de Hikiri.
— Este es el rubí que Ara, el Fénix de Arthuz me entregó el día que la
Guardiana me liberó de mi maldición. Te lo entrego a ti, Calothar de Huz, como
símbolo de poder.
— Poder del Fuego, para el pajarillo de fuego, — sonrió Cassandra.
— Descubre tu Vara, Guardiana. Debes reconocer esta Vara en nombre de los
Tres...
Cassandra sonrió. Había pensado que Javan estaba simplemente presionando
al muchacho, tal como acostumbraba a hacerlo en el castillo. Pero ahora se daba
cuenta que solo era una muestra del lenguaje pomposo de los Varas. Javan lo
despreciaba, pero en el fondo no podía resistirse al encanto de una ceremonia de
presentación. Al fin y al cabo, él era Segunda Vara. Tomó su varita de colores, que
llevaba como siempre sujetando su cabello, y la giró un poco. La varita se transformó
en el Cetro de los Tres. Karl Lilien ahogó una exclamación desde el fondo de la
mazmorra, donde estaba instalado, observándolos.
192

Cassandra dio un pequeño golpecito en el suelo con su cetro, y tocó la punta de


la Vara de Calothar con él. La Piedra de Poder, el rubí de Arthuz, se encendió en fuego
rojo. Y las llamas crecieron y se extendieron por todo el largo bastón, enrojeciéndolo.
— Una vara de fuego, — dijo Lilien desde el fondo. — Nunca se había visto
algo así...
— Una Vara de Fuego para el Heredero de Huz. Los Tres te reconocen y te
saludan, aspirante a Hechicero Calothar.
Calothar respondió con una reverencia. Los fuegos bajaron, pero no se
apagaron. Lamían su mano sin quemarlo, y el muchacho parecía no darse cuenta.
Miraba fascinado el rubí de su Vara.
— Ahora, aspirante, puedes intentar con la puerta, a ver si nos sacas de aquí...
— dijo Javan, con un toque de burla.
— Y después podemos intentarlo todos a la vez, y después... Ya pensaremos en
algo. No creo que sea fácil salir... — dijo Cassandra.
Y no fue fácil. De hecho, parecía imposible. Agotados todos los trucos de varas
y varitas, una vez probado que todas las transformaciones eran inútiles, Lilien gruñó,
desesperado.
— Estamos condenados... todo es inútil...
— No, de ninguna manera. Todavía tenemos los recursos forasteros...
Y registraron toda la mazmorra, buscando algo que los pudiera ayudar. No
encontraron nada, pero ahora, pasando ya la medianoche, la luz de la luna venía a su
rescate mostrándoles la única ventilación de esta mazmorra.

— Tendríamos que trepar por ahí, —dijo Andrei.


— No se permite magia, ¿recuerdas? — dijo Javan amargamente.
— Pero sí los trucos forasteros. Dame tu capa, — dijo Cassandra, sacándose la
suya. Debajo traía las ropas forasteras que usaba durante los entrenamientos de Viajeros.
Empezó a rasgar la capa en tiras.
— Una cuerda, — murmuró Javan.
— Ingenioso, — dijo Andrei, desgarrando la suya. Anudaron las tiras una con
otra, y pronto tuvieron una cuerda larga.
— Ahora consigamos una piedra, — dijo Cassandra. — Necesitamos un
contrapeso.
193

Ató la piedra a uno de los extremos de la improvisada cuerda y trató de lanzarla


hacia arriba para engancharla en los barrotes de la reja. No pudo alcanzarlos. Lo intentó
una segunda vez y la piedra golpeó las paredes, levantando ecos.
— ¿Qué están haciendo? — preguntó Calothar, despertándose. — Ah, una
cuerda... ¿Por qué no pensé en eso?
— Porque nunca fuiste al cine forastero, — se rió Cassandra. — Y porque hace
mucho que no pisas mi clase... Ahora necesito un brazo fuerte. Inténtalo, Javan... Yo no
llego a los barrotes.
Por turnos, Javan, Andrei y Calothar trataron de alcanzar los barrotes con la
cuerda. Aún Lilien lo intentó, pero sin éxito. La reja estaba muy alta y en un agujero
muy estrecho, y no tenían espacio suficiente para lanzar el lazo.
— Tenemos que pensar en algo más... — dijo Calothar. — ¿Qué me dices de ese
cine del que hablabas?
Cassandra resopló. Estaba pronta para una respuesta ácida cuando el sonido del
batir de alas llamó su atención. Un murciélago entró volando por el agujero.
— Vlad... — Cassandra lo reconoció a primera vista.
El murciélago aleteó un poco más y se transformó en una figura humana.
— ¿Profesor Où? ¿Usted y Vlad son...?
— Vladimir Où, a sus órdenes, madame. Pensé que necesitarían ser rescatados,
— dijo el vampiro suavemente.
— Usted fue por mí... aquella vez... a la casa de la frontera... —Cassandra no
dejaba de mirarlo.
— Sí, fui yo. El Comites me pidió que la localizara. Tengo un instinto muy
fuerte para encontrar personas. Todos los vampiros lo tienen...
Cassandra se volvió a Javan.
— Tú...
— Fue hace mucho tiempo. Tenemos un problema más urgente ahora, — dijo él.
— ¿Cómo nos encontraste?
— Seguí el perfume de jazmines, —dijo el vampiro con fría calma. Andrei
sonrió. El perfume de Cassandra era inconfundible para muchos de ellos, pensó.
— ¿Y cómo puedes transformarte? — preguntó para aliviar la tensión que
emanaba de Javan. — No podemos hacer magia aquí.
— No es magia. Es lo que soy, — dijo Où.
— ¿Y cómo entró aquí?
194

Où sonrió.
— Otra chimenea olvidada, — dijo simplemente.
— Usted es increíble, ¿lo sabía? — dijo ella, y acercándose, abrazó al profesor
Où.
— ¡Cassandra! Él es un... — advirtió Javan. Où estaba medio paralizado, y de
pronto Andrei empezó a reír. Cassandra soltó al vampiro.
— Ya sé lo que es él. No me molestes con eso, — dijo.
— Ahora, salgamos de aquí, — dijo Lilien. Había observado receloso todo el
intercambio, y había guardado silencio incluso cuando el vampiro entró en la mazmorra.
— ¿Qué eres tú? — preguntó Où. — ¿Un fantasma?
— La mitad faltante de Karl Lilien, — dijo Javan.
Où mostró los colmillos.
— Oh, un fantôme qui n'est pas... — dijo.
— Nadie dijo que somos la tropa que no es. ¿Usted sabe algo de eso? —
preguntó Calothar.
Où se encogió de hombros.
— Yo soy un vampiro que no es, porque jamás he mordido o convertido a nadie.
El Comites es un traidor que no es... Él, — Où entrecerró los ojos mirando a Andrei, —
él es un Maldito que no es. Ella... Ella es una forastera que no es. Y Lilien es un
fantasma que no es. Así que encajamos perfectamente en la definición de Nadie...
— La tropa que no es está destinada a romper las defensas de NingunaParte, —
dijo Calothar.
— Así que podremos huir, — dijo Lilien fervorosamente.
— Así que podremos tomar aquello por lo que hemos venido, —dijo Javan, sin
prestarle atención. Las dudas y las inseguridades de Lilien lo fastidiaban. Le sabían a
cobardía. El Karl Lilien que él había conocido de muchacho era valiente, un tanto
impulsivo, desaprensivo, a veces incluso descuidado. Nunca lo pensaba dos veces, si
había riesgo inevitablemente aceptaba el desafío. Esto que había quedado de él... No se
parecía en nada al hombre que había conocido.
— Tendríamos que hacer algo con esa cerradura, —dijo Andrei. — Où, ¿puedes
atravesar esa puerta?
Où volvió a mostrar los colmillos. Se deslizó a través de la puerta cerrada como
un humo oscuro. Oyeron el clic de la llave en el candado y la puerta se abrió. Una
antorcha iluminaba el corredor.
195

— No hay centinelas, — murmuró Cassandra.


— No eran necesarios. Nosotros no deberíamos haber podido escapar, —dijo
Andrei.
— Además tal vez vendrían por nosotros más tarde, como vinieron por él... —
dijo Calothar en voz baja. Cassandra se estremeció.
— Vamos por el objeto, —dijo Javan en un susurro ronco y apasionado. —
¡Lilien!
Su voz, aunque baja era autoritaria. Lilien dio un paso atrás.
— No... — dejó escapar. Estaba francamente aterrado.
— Hiciste un trato con nosotros. ¿Ya no quieres salir de aquí? —dijo Cassandra.
Su voz estaba ahora cargada de una indefinible amenaza. Calothar se estremeció.
— Sí... Está bien. Segunda puerta, a la izquierda, y llegarán a los jardines.
Los ojos de plata de Où se habían posado sobre él.
— Sin trucos, —advirtió en un tono falsamente suave. El otro se estremeció.
— Sin trucos. Quiero salir de aquí, — dijo Lilien, y por una vez, su voz no
tembló.
— La habitación que yo vi la última vez no tenía ventanas hacia los jardines, —
dijo Cassandra, mirando a Javan.
— No. El jardín está rodeado por cuatro puertas. Elijan la del este. Entrarán en
una habitación circular. Su pared este está cubierta con signos. Hay un hueco, un
pequeño hueco a diez centímetros del suelo. Ahí la encontrarán, una pequeña caja
negra...
— Nos dijiste que habías sido traído directamente aquí. ¿Cómo sabes...? —
preguntó Calothar con sorpresa.
— Mentí, — dijo él llanamente. — El hombre de agua me llevó a esa habitación
para hablar conmigo. Luego los Horrores me trajeron aquí. ¡Por favor! Sólo quiero que
me saquen de este lugar...
— Eres un cobarde, — dijo Javan con voz llena de desprecio.
— No. Yo diría que soy la parte prudente de Lilien, —se defendió él.
— De todas maneras, no confiamos en ti, —dijo Javan.
— Así que nos acompañarás, —sonrió Où. Su sonrisa llena de colmillos no fue
agradable.
— No, por favor... —dijo el medio fantasma, retrocediendo. — Los Horrores...
— Sí, lo harás, —dijo Andrei, implacable. —Vamos.
196

El largo corredor y el jardín estaban bien iluminados con antorchas, y


completamente vacíos. Cassandra había enrollado la cuerda y la tenía colgando al
hombro. Se deslizaron de costado por el jardín hasta la puerta del este. Espiaron en la
habitación.
— Nadie está allí excepto Nadie... —dijo Calothar.
— Necesitamos una distracción, — dijo Cassandra.
— ¡Sí mi sargento! — contestó Calothar en tono militar. Cassandra le mostró los
dientes.
— Miras demasiada televisión, — dijo.
— No, yo no voy a tu clase...
— ¡Silencio! Los van a escuchar, —ladró Javan. — Les diré lo que haremos.
Cassandra, Andrei y Où volverán a la mazmorra y escaparán. Irán a las puertas y harán
mucho ruido, y cuando ellos salgan, se ocultarán en la jungla. Lilien, Calothar y yo
entraremos, tomaremos la cosa y escaparemos.
— ¿Y cómo escaparán, Javan? ¿Estás loco?
— Sí, completamente. Ellos irán tras de ustedes, así que dejarán el camino a las
puertas libre.
— Lo dudo, —dijo ella enojada. — No tienes en cuenta a los Horrores... ¿Qué
pasará si...?
Où dijo con calma:
— Volveré por ustedes. Sólo esperen en el jardín cuando tengan el objeto.
— Está bien. — Y Javan estrechó la mano de su Rastreador.
— No, yo no estoy de acuer... — empezó Cassandra. Andrei la aferró por la
cintura y le tapó la boca con la mano, como había visto hacer a Javan.
— Te veremos después, —dijo, arrastrándola fuera de la vista. Javan asintió.

Solo cuando estuvieron de regreso en el calabozo, Andrei liberó a Cassandra. A


medias, porque ella estaba tan furiosa, que estaba pronta a escapar de regreso al jardín
con Javan. Où tomó la cuerda, y transformándose en murciélago, voló arriba a la
ventana enrejada. Dio varias vueltas alrededor de los barrotes y la piedra fijó la cuerda.
Andrei empujó a Cassandra y la obligó a trepar.
— Entiende que es la única manera... — susurró.
197

Ella subió. Él la siguió. Où los ayudó a pasar entre los barrotes y alcanzaron lo
que parecía el brocal de un pozo seco.
De nuevo en forma humana, Où ayudó a subir a Cassandra, y luego a salir a
Andrei.
— ¿Dónde están las Puertas? Debemos... —dijo Cassandra mirando nerviosa
alrededor. Sólo se veía jungla.
— Probablemente estamos lejos. Trata de transformarte, —sugirió Andrei.
Cassandra abrió los brazos y el águila blanca estuvo allí.
— ¡Très bien! — aprobó el vampiro.
— Creo que conservarás tus poderes mientras no entres en NingunaParte, — dijo
Andrei. — Ve y búscalos...
Cassandra abrió las alas y partió en la noche. Où iba a seguirla cuando Andrei lo
detuvo apoyándole la mano en el brazo. El vampiro lo miró.
— Creo que no necesito decirte lo que Javan es capaz de hacer si algo le sucede
a ella... — dijo en voz baja. El vampiro asintió con la cabeza. Andrei agregó en voz más
baja todavía, mientras lo soltaba: — Y temo que conozco a varias personas que lo
ayudarían en ese caso.
— Créeme, —dijo el vampiro mientras se transformaba, — que yo también sería
parte de ese grupo.
Y se alejó en la noche, tras el águila blanca. Andrei reprimió un escalofrío. Sí.
La Guardiana tenía una habilidad especial para atar a sí misma a todos los que
defendían el Trígono. Incluso al peligroso Rastreador de su esposo.
Con otro estremecimiento y un suspiro, trató de orientarse. Los débiles sonidos
de agua que corría lo condujeron hacia el oeste. ¿El Río Dorado? No podía estar tan
cerca. Y sin embargo... Caminó en esa dirección, decidido a tener un campamento
pronto para cuando regresaran... En caso de que alguien resultara herido, o que alguien
más debiera ser rescatado.
La noche siguió su curso.
198

Capítulo 20.
El lugar escondido.

Ya casi amanecía cuando una quimera, el león alado con cola de serpiente,
aterrizó junto a la hoguera. Andrei la miró interrogante, y los magos que la quimera
llevaba a grupas cayeron al suelo. Cassandra retomó la forma humana.
— ¿Dónde están Où y Lilien? — preguntó Andrei.
— Où voló de regreso. El sol está por salir. Y Lilien... — Cassandra se
estremeció. — Apenas salimos de NingunaParte desapareció...
Ella hablaba mientras revisaba a Calothar. El muchacho estaba muy pálido y
frío. Inconsciente. Cassandra lo arrastró junto al fuego.
— Ayúdame con ellos... — dijo. — Necesito agua caliente... y algo con qué
abrigarlos.
Mientras Andrei se ocupaba de Calothar, ella se volvió a Javan. Lo arrastró junto
el fuego y lo acostó allí, haciéndole un almohadón con los restos de su capa.
— ¿Qué sucedió, Cassandra? — volvió a preguntar Andrei cuando estuvieron
instalados. Cassandra estaba de rodillas junto a su esposo, y le revisaba las manos. Las
tenía quemadas, y su ropa aparecía desgarrada en brazos y piernas, como si hubiera
estado luchando con bestias salvajes... o demonios. Demonios con garras. Calothar
estaba menos herido. Cassandra miró desesperada a su alrededor, y sacó la varita, aún
sabiendo que era inútil.
— Necesito agua caliente... Un té...
— Se supone que no podemos...
— La Montaña no está tan cerca ahora. Ni NingunaParte... Debería funcionar...
Necesito que funcione, por favor...
Andrei vio sus dedos ponerse blancos al sujetar con fuerza la varita. La movió
una vez, dos veces, tres...
— Por favor...
Una tetera y unas tazas aparecieron finalmente junto al fuego. El aroma del té
subió en el aire del amanecer.
— Cassandra...
Ella estaba pálida ahora. Andrei se sentó junto a ella.
199

— Estoy cansada, — susurró. — Esto exige mucho esfuerzo aquí... Pero creo
que alcanzará...
Le tendió una taza a Andrei, y le dedicó una sonrisa extraviada.
— Cassandra...
— La historia. Sí. De todas maneras no podremos hacer nada hasta que
despierten... Ya sé que corre prisa, Andrei... pero no podremos hacer nada sin ellos...
Cassandra tomó la taza y bebió un par de sorbos. El color empezó a regresar a
sus mejillas.
— Où y yo sobrevolamos la selva. Encontramos las escaleras, pero cuando traté
de pasar sobre ellas, perdí la transformación. Así que caí, y Où me ayudó a aterrizar
sobre la explanada frente a las puertas... Empecé a golpearlas. Se encendieron en llamas,
pero no salía nadie. Es decir, Nadie no salió... Empecé a llamar a gritos, preguntando
‘por qué, por qué, por qué...’
Andrei sonrió.
— En verdad sabes cómo hacer enojar a alguien.
Ella también sonrió.
— Nadie salió al fin, y trató de atraparme de nuevo. No perdió tiempo
interrogándome, que era lo que yo había esperado. Los Horrores salieron a su orden, y
me persiguieron. Casi me atrapan, pero cuando estaban por alcanzarme salté sobre la
baranda. Tan pronto como dejé las escaleras, desaparecieron. No pude encontrarlas de
nuevo. Supongo que son un camino mágico...
Andrei asintió. Sólo si tomaba el camino desde el Sendero de los Vientos, y
luego el Camino del Agua podría llegar a NingunaParte. Cuando voló sobre las
escaleras, seguramente pasó sobre el Río Dorado y combinó los tres caminos sin
advertirlo.
Ella continuó.
— Me transformé de nuevo y volé sobre los árboles... — Cassandra se volvió de
nuevo a Javan. — Vi a Où luchando con una cuerda, y fui a ayudarlo. Volví a perder el
control de la transformación porque tres hombres eran demasiado pesados para
nosotros, y sin darme cuenta me volví a transformar... Pensé que necesitaba algo más
fuerte...
— ¿Por qué no el dragón de luz?
— ¿Estás loco? ¿Garras, colmillos y alas? ¿De dónde iba a sacar las Alas, si
Siddar está en la otra punta del mundo? ¿Y tú, Garras? ¿Y Colmillos colgando de la
200

cuerda? No, Andrei. No podría personificar al Protector de luz tan lejos del Trígono y
sin ayuda...
Andrei sacudió la cabeza.
— Tienes razón, pero ¿por qué una quimera?
Cassandra se encogió de hombros.
— Alas de fénix, garras de león alado, cola de serpiente... o de naga... Tal vez
hubiera debido elegir un pegaso como el de Ingelyn, pero en el momento no se me
ocurrió... Bueno... Où soltó la cuerda por la sorpresa, y yo la tomé y tiré de ella. Cuando
sobrepasamos los techos, Lilien desapareció. Se disolvió en el aire.
Cassandra miró a Andrei como esperando una explicación.
— Era sólo la mitad de un ser humano... Tal vez no podía vivir fuera de
NingunaParte, — dijo la voz de Calothar a su espalda. Había vuelto en sí.
— Pero la otra mitad... Vive fuera de NingunaParte... — objetó ella.
— Sostenida por un Horror, — dijo Andrei. Luego preguntó: — ¿Estás bien,
Calothar?
— Sí, estoy bien. Termina tu parte de la historia, Cassandra.
— Bueno, bajamos en la selva. Où bajó con nosotros. Javan estaba inconsciente,
así que le dijimos a Calothar que lo sostuviera. Volamos de nuevo hasta encontrarte.
Acampaste muy cerca de la Cascada.
— Sí, me lo pareció por el sonido. Calothar, ¿qué pasó allá?
— Bueno... —Cassandra le tendía una taza de té. — Apenas ustedes se fueron,
los Nadie se pusieron muy inquietos, y empezaron a moverse por todo el salón. Creo
que estaban discutiendo entre ellos, porque parecían a punto de dividirse otra vez... Tal
vez se dividió... no lo sé. Nosotros estábamos pegados a la puerta, pero de pronto no
había puerta. Cuatro habitaciones, exactamente iguales a la que estábamos vigilando se
fundieron en una. Nosotros permanecimos en una especie de columna de sombra que
había en el centro de la habitación.
— Eso se parece más a la última vez que estuve en NingunaParte... —dijo
Cassandra.
— Bueno, había cuatro asientos, y cada uno de los Nadie ocupó uno de ellos.
Creo que estuvieron debatiendo un rato. Me pareció que cambiaban de forma y se
retorcían en sus lugares, aunque no hicieron ningún ruido... Y de pronto salieron del
salón. Al cabo de unos momentos, escuchamos tus gritos...
201

— ¿Salieron antes de que yo los llamara? — Cassandra fruncía el ceño. —


Parece que nos estaban dejando salirnos con la nuestra ¿no les parece?
— No. Podrían habernos puesto las cosas mucho más fáciles, — dijo Andrei.
— Pero en ese caso no habría crecimiento... Esto no me gusta...
— Bueno, ¿y después? — preguntó Andrei, mirando de nuevo a Calothar.
— Cuando el cuarto estuvo vacío, el Comites saltó adentro. No pude detenerlo.
Corrió a la pared del este y buscó entre las escrituras... Yo también entré, pero Lilien
intentó huir. El Comites lo notó, y lo arrastró adentro. Lo llevó hasta la pared y le
preguntó ‘¿Dónde?’ Lilien le señaló el lugar. El Comites trató de tomar el objeto del
agujero, pero la cosa lo quemó... — Calothar miró a Andrei. No se atrevía a decirle a
Cassandra de la luz de locura que brillaba en los ojos de Javan. — Me dijo que lo
tomara, y lo hice. A mí no me quemó...
Calothar mostró una pequeña caja negra que llevaba en el bolsillo.
— Javan querría tomar venganza por sí mismo. Aún si eso le costara la vida.
Mejor no le digas donde vas a esconder eso, — dijo Cassandra con calma.
— Lo conoces muy bien, — dijo Calothar.
— Es porque lo amo, aunque tú, y Drovar todavía se estén preguntando por
qué... — sonrió Cassandra. — Dime qué pasó luego.
— Bueno, los Horrores nos encontraron. Dividieron los cuatro NingunaParte
para separarnos. Escuché al Comites gritarnos que fuésemos al jardín, y vi a Lilien
saliendo de la puerta Sur envuelto en llamas. El Comites apareció un poco después.
Había algo oscuro enredado en sus piernas. Se deshizo de eso, y entonces vimos la
cuerda de Où. Lilien trepó primero, pero el Comites gritó que no había tiempo, y me
empujó a mí también hacia la cuerda. Las cosas nos alcanzaron. Parecían tentáculos de
oscuridad que brotaban del suelo... Lo cercaron, así que salté para ayudarlo. Como sea,
los Horrores le hicieron algo, porque cuando llegué con él, ya estaba desmayado. Lo
arrastré a la cuerda y Où nos sostuvo. Creo que escuché a Lilien gritarle que nos dejara,
pero Où no lo hizo. Luego, la quimera nos sacó de allí...
Cassandra suspiró.
— Alcanzado por los Horrores... A mí me llevó un día de fuegos de Ryujin
sobreponerme a eso... Vamos a ver qué podemos hacer...
Cassandra hizo a un lado su taza de té, y se volvió a Javan. Alcanzado por los
Horrores... ¿Habrían tomado algo de él? A diferencia de la Esporinas, que cada vez que
tomaban algo daban otra cosa a cambio, los Horrores nunca daban nada a cambio de
202

nada. Sólo robaban. Habían robado la mitad de Karl Lilien. Casi habían robado la mitad
de su vida. Tanto que Javan tuvo que obtener por su cuenta el Antídoto Dorado para
salvarla como fuera. Y los Ryujin habían tenido que restaurarla con fuego. Y ahora... Si
los Horrores habían hecho contacto con la parte oscura de Javan... Ella suspiró otra vez.
Acarició la mejilla de su esposo, tan pálida y fría, y apartó el cabello de su cara. Pensó
de nuevo cuánto amaba a este hombre, con todos sus defectos, con todas sus
idiosincrasias. Apoyó la mano sobre la frente de Javan, murmurando suavemente
— Vamos, Javan... Vamos... Zotharo fari vebbana... Vebbana unna, Zothar...
Una ligera niebla se formó entre su mano y la frente de él. Luego ella tocó sus
manos y su corazón. Pequeñas nubes de niebla se formaron en cada toque. Javan no se
despertó, pero su respiración se hizo más profunda. Cassandra lo miró preocupada. Se
arrodilló a su lado, y se llevó una mano a la frente, mientras le sostenía la otra.
— ¿Por qué no lo llevamos con la señora Corent, en el Trígono? — aventuró
Calothar.
Cassandra lo miró.
— Primero porque no puedo llevarlos a los tres de una vez, y si dejo a alguien
aquí, temo que los podrían encontrar... — dijo ella. — Por otro lado... el Trígono no es
seguro. Ni siquiera en el Interior. Están siendo cercados... Atacados ahora, si el perfume
de jazmines significa lo que yo creo...
— ¿¡Qué?! — soltó Andrei. — ¿Qué dijiste?
— Dije que están siendo atacados. Recuerda que los Nadie dijeron que enviarían
Equilibradores a suplantarnos... Es por la batalla. Creo que Norak intuye que la
Guardiana que está allá no es lo que parece. Y está tratando de llamarme, pero solo
percibo los jazmines...
— ¿Jazmines?
— Un acuerdo que tenemos: pensamos en jazmines antes de enviarnos algún
mensaje mental...
Andrei levantó una ceja.
— Debemos volver ahora, Cassandra, — dijo Calothar.
— Ya lo sé... Pero no puedo llevarlos sola. Necesito que Javan despierte... —
Cassandra se acurrucó contra Javan y lo abrazó.
Andrei sintió que su Ojo Oscuro se abría, interesado. Pero no sucedió nada
anormal. Ella volvió a pronunciar la invocación una y otra vez: Vebbana fari, vebbana
203

unna, Zothar... Fari vebbana, vebbana unna... Una niebla blanquecina los envolvió unos
momentos, y ella se apartó de Javan. Javan se movió un poco y abrió los ojos.
Ella le tomó la mano y lo ayudó a sentarse.
— ¿Estás bien? — le preguntó, preocupada. Javan pestañeó varias veces,
desorientado.
— Vinieron por mí, — murmuró con la mirada perdida en las llamas.
— Los rechazaste... — le dijo ella. — Toma, bebe esto...
Y tranquilamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, le tendió una taza
de té.
Calothar se movía nervioso. El Trígono era atacado, y ella lo sabía. Y aún así, se
tomaba su tiempo para mimar a su marido como... Como si nada importara. ¿Qué había
de su misión? ¿Qué, con el compromiso de la Guardiana? Varias veces en los minutos
que siguieron, abrió la boca para apresurarla, pero volvió a cerrarla sin decir nada. Ella
siempre había cumplido. Aún a riesgo de su propia vida. Así que siguió esperando hasta
que Javan pudo ponerse de pie...
— ¿Estás mejor ahora? — preguntó ella acariciándole la mejilla. Él detuvo su
mano.
— ¿Qué pasó? — exigió.
Cassandra le informó brevemente. Sus ojos brillaron con un vacío ardiente
cuando oyó mencionar el objeto.
— Quiero verlo, —dijo de repente, fijando sus ojos en Calothar.
— No es buen momento, Javan... — empezó ella, pero él la hizo callar apretando
su mano con fuerza.
— Quiero verlo, —repitió con lentitud. Cassandra asintió en silencio, y Calothar,
de mala gana, sacó la pequeña caja negra.
Javan saltó adelante como poseído por una furia asesina, y trató de arrebatarle la
caja a Calothar.
— ¡Quieto! — gritó Cassandra, arrojándose sobre él.
Andrei también se interpuso. Ya no podía mirarlos con sus ojos normales, porque
su Ojo Oscuro ocupaba ahora toda su conciencia. Javan era una sombra oscura y
escurridiza, que parecía armarse y desarmarse en multitud de pequeñas figuras
informes; y Cassandra una sombra gris que lo detenía. La caja negra rezumaba maldad,
unas ondas oscuras que caían al suelo y se arrastraban, aunque no manchaban la forma
rojiza que era Calothar.
204

— ¡Quieto, Javan, por favor! — gritaba Cassandra, forcejeando con él. Javan
estaba fuera de control.
— ¡Javan! — Y de pronto, casi sin advertencia, una luz blanquísima empezó a
acumularse sobre ella y a inundar las sombras oscuras que Andrei veía en Javan. Por un
momento recordó la luz que había cegado a Javan y a Siddar en el altar de Tierra, cerca
de la torre de la Serpiente.
— ¡Calothar, cúbrete los ojos! — gritó.
Y Cassandra lanzó al viento una invocación que él no recordaba, pero que en ese
momento, le pareció sumamente familiar.
— ¡Yhero niro-té, Djavan Fara!
La luz blanca estalló, y rebotó en miles de colores, alejando las sombras que
habían estado sobre Javan. Javan salió rechazado por la invocación.
— Uno de los Horrores está en él... — gimió Cassandra.
— Más de uno, —dijo Andrei. — Hazlo de nuevo.
Vio la forma opaca de su cara volverse hacia él.
— ¿Qué?
— Que lo hagas de nuevo. Mi Ojo me muestra que los Horrores no soportan eso
que tú haces... Sea lo que sea...
Ella asintió. Andrei la vio acercarse a Javan, todavía aprisionado en el suelo, y
abrazarlo. Arrastró a Calothar hacia los árboles, y le cubrió la cara con las manos.
— Cúbrete los ojos... Ese resplandor blanco... te dejará ciego.
Sintió las manos de Calothar que subían a su cara para cubrirse los ojos y lo dejó
ir. Él, por su parte, se volvió hacia el claro, donde Cassandra murmuraba de nuevo la
invocación, abrazada a Javan.
Esta vez, su Ojo no le mostró figuras de luz y de oscuridad. La luz blanca que
emanaba no de la Guardiana sino de Cassandra Troy, la mujer, también formaba parte
del hombre que yacía cercado por las sombras de los Horrores. Y no, no era Djavan el
Hechicero de la Rama de Plata el que emitía aquella luz blanca. Era Javan Fara, el
hombre. Un simple mortal. Esta era una magia que sobrepasaba todo lo que había visto
antes. Una magia fuera de toda medida, fuera de toda explicación. Y fuera del tiempo.
El tercer estallido de luz lo inundó a él también, y los Horrores huyeron despavoridos.
Cuando pudo volver a ver con sus ojos normales, Cassandra sostenía desesperada la
mano de Javan, que pestañeaba aturdido.
205

— No sé que fue lo que hiciste, pero volviste a cegar mi Ojo. ¿Puedes ver algo,
Javan?
— Sí, estoy bien... ¿Qué pasó?
— Unos Horrores trataron de poseerte. Y tomar el objeto que custodia el
Heredero de Huz. ¿Cassandra, estás bien?
Ella asintió sin decir nada.
— Tenemos que regresar. El Trígono está siendo atacado, —dijo Andrei. — Pero
si ustedes no pueden llevarnos...
— Podremos, — dijo Javan. — Tenemos que poder...
Andrei y Cassandra lo ayudaron a ponerse de pie. Casi no podía caminar.
Calothar iba adelante, buscando lugar desde donde habían embarcado para tomar el
Camino del Agua. Desde allí se veía la Cascada.
Llegaron pronto al río. Era media mañana, y el sol se reflejaba en las aguas
doradas. Cassandra las miró frunciendo el ceño, y sintió una brisa tibia que le tocaba la
cara. Se volvió a Javan.
— ¿Crees que puedas hacerlo? — susurró.
Javan gruñó alguna respuesta. Ella le pasó una mano por la cintura y la otra
sobre los hombros de Calothar. Andrei cerró el círculo. Cassandra se transformó en
viento, y Javan la siguió, más lento, más cansado, más débil. Ella tiró de los tres hacia
arriba, para volar sobre la Cascada, y una brisa tibia y salada la empujó.
— Céfiro... — suspiró.
— Sh... —murmuró el viejo amigo. — No tengo permiso de ayudarlos...
Y soplando más fuerte, los empujó y los dejó caer en el profundo y dorado
precipicio.
206

Capítulo 21.
El encuentro final.

Salieron del Pozo sin Fondo en un remolino de viento. Cassandra los depositó
suavemente junto al borde. Estaba oscuro, y las antorchas que habían dejado encendidas
se habían consumido. ¿Cuánto tiempo habrían estado fuera? Cassandra recordó como
un relámpago el mes completo que había perdido en cada NingunaParte la vez que fue a
rescatar las Joyas. A ella le habían parecido pocos momentos de viaje, y una breve
entrevista, pero cuando regresó descubrió que había pasado todo un mes. Sí, el tiempo
en NingunaParte se movía en forma diferente.
— Nita... — susurró.
Una sombra más oscura que las sombras de la mazmorra se separó de la pared.
— ¿Qué sucede?
— Cassandra... Los edoms no hablan... — dijo Calothar.
Cassandra sonrió desde las sombras. Extendió la mano y tocó la pata arácnida
que Nita le tendía.
— ¿Y tú crees que el edom de Cassandra puede ser de alguna manera igual a los
otros edoms? — dijo Andrei.
— Estamos en la Puerta del Otoño. ¿Qué está sucediendo? — Hubo una pausa, y
luego Cassandra tradujo: — Los dobles han ocupado nuestros lugares. Nadie sabe que
no somos nosotros. Se han comportado correctamente... Eso dice Nita. ¿Crees que
podamos ir a nuestras habitaciones?
La sombra de Nita se movió un poco.
— Dice que todos están afuera. Está muy nerviosa...
— Tal vez la batalla ya empezó...
— Entonces, vamos de una vez.
Estaba tan oscuro que Cassandra tropezó con unas cajas que había en el rincón.
Llegó a la pared, y la tocó con la piedra blanca de su collar. La Piedra del Corazón era la
llave para entrar en muchos de los lugares secretos del castillo, como ella ya lo había
averiguado antes, más por accidente que por estarlo buscando. La pared se disolvió y
pasaron al corredor que daba al salón de Javan y a las habitaciones de Cassandra.
207

Javan iba apoyado en Andrei y Calothar. Casi tropezaba con sus propios pies.
Cassandra abrió la puerta de sus habitaciones.
— Acuéstenlo ahí, — dijo, señalando la cama. —Debo tener algo aquí que...
Cuando abrió la puerta ventana, quedó helada. El griterío llegaba de los jardines.
— La batalla... afuera... — dijo, mirando a Andrei. — Vayan ustedes... Yo
cuidaré de él...
Andrei no contestó. Tomó a Calothar del brazo y lo sacó de la habitación,
mascullando:
— Vámonos...
Cassandra siguió buscando la botella verde en los armarios. Una poción
revitalizadora que uno de sus chicos había preparado la semana... Hacía un mes. O más.
Echó otra mirada preocupada a Javan, que se había quedado quieto, flojo e inmóvil,
como si no pudiera moverse. Solo sus ojos delataban el fuego que lo animaba.
Necesitaba algo que le permitiera controlarse y entrar a la batalla. Cassandra fue hacia
el armario y ahogó un grito.
Acurrucada ahí, oculta entre las capas caídas, Kathy la miró con expresión de
terror. Abrazaba a su hermanito muy fuerte contra su pecho.
— ¡Kathy! — soltó Cassandra. — ¿Qué estás haciendo aquí?
— Tú... Tú me dijiste que me ocultara... — dijo la chica — ... cuando la batalla
empezó...
— Yo... No, no fui yo. Fue un Horror disfrazado de mí. Te lo explicaré más
tarde... — Cassandra detuvo su búsqueda por un momento. — ¿Te hizo algo? Digo...
¿Yo te hice algo en el último mes? ¿Algo raro... malvado?
Kathy la miró con los ojos agrandados por el miedo, y sacudió la cabeza.
Cassandra se inclinó y la abrazó.
— Mi pobre bebé... No te preocupes, si todo sale bien esto no se repetirá jamás...
Cassandra le acarició la larga cabellera roja, y tomó todavía otro momento para
abrazarla fuerte. Luego volvió a mirar al estante vacío.
— ¿No has visto una botella verde que estaba aquí? La guardé... el mes pasado...
creo.
— Te la tomaste toda. ¿No lo recuerdas? Tú y papá se la tomaron toda... Estaban
muy raros...
208

Cassandra sacudió la cabeza confundida. ¿Para qué querrían los Horrores, o los
Equilibradores, una poción energética? El gruñido de Javan desde la cama la trajo de
regreso.
— Sálvalos... Llévalos a un lugar seguro...
Cassandra se volvió en redondo y lo miró a los ojos. Se quedó quieta un
momento.
— Tienes razón. — Como un relámpago, el temor de lo que la Serpiente pudiera
hacerle a Kathy, lo que le había hecho a su madre, pasó de la mente de Javan a la de
ella. Y entró en el armario sosteniendo la piedra blanca de su collar.
Mientras pasaba a través de la pared, llevando a Kathy y al bebé con ella, pudo
sentir ambos, la tormenta adelante, y los sonidos que se apagaban detrás.
— Este es el Corazón del Trígono, hija... Estarás segura aquí. Pero no puedo
dejarte sola...
El Jardinero no estaba allí. Cassandra se paró en medio del sendero y miró a su
alrededor.
— ¡Guardianas! ¡Guardianas del Trígono! — llamó.
Una mujer que parecía hecha de pétalos que flotaban en la brisa se levantó del
campo y caminó hacia ellas. Otra mujer, se levantó desde el lago. Estaba hecha de agua.
Kathy las miró asustada y apretó la mano de Cassandra.
Cassandra se arrodilló frente a Kathy y la tomó por los hombros.
— Ellas son los espíritus de las Guardianas... tu mamá, y otra buena amiga.
Cuidarán de ti. No temas... — Cassandra había hablado en tono suave, pero el viento no
consiguió ahogar sus palabras. Levantó la cabeza hacia Kathryn. — Parece que es tu
turno ahora. Cuida de mis niños como si fueran tuyos, por favor... — dijo. Luego miró a
Alice, la mujer de agua. — Llévenlos al castillo. Podrán ver todo lo que pasa en los
espejos... Mi amor, encontrarás a un hombre... un hombre que cambia de cara.
Probablemente se parecerá a tu abuelo. Te mostrará el castillo, si se lo pides. Volveré
por ti muy pronto.
Y Cassandra besó a la nena y al bebé, preparada para irse. La mujer de pétalos,
la Guardiana de la pradera, la detuvo.
— Guardiana. Necesitarás esto, — dijo, y le alcanzó dos hojas, una de oro y otra
de cobre. Cassandra las reconoció. Eran las hojas que habían formado parte de la copa
con que Javan la había curado el año anterior. Las había dejado junto al lago, olvidadas.
Los dos las habían olvidado. Alice, la Guardiana del lago le entregó las otras dos hojas:
209

plata y cristal. Cassandra las juntó en las manos ahuecadas, y las hojas volvieron a
fundirse en una copa. Alice vertió algo de su agua en ella.
— Ve y restaura a tu esposo. El destino de Althenor, la Serpiente ya ha sido
escrito, — dijo.
Echando todavía otra mirada preocupada sobre los chicos, Cassandra dejó el
Bosque del Corazón.

Javan había cerrado los ojos para cuando ella salió del armario. Los sonidos que
llegaban desde afuera eran cada vez más violentos. Cassandra pasó un brazo por debajo
de la cabeza de su esposo y se la levantó. Él abrió los ojos con dificultad.
— Bebe esto... Las aguas de Alice deben ser curativas... — murmuró.
Él suspiró y trató de beber. Y apenas mojó sus labios, el efecto se hizo notar. Se
enderezó y bebió el resto de la copa.
— Deberíamos embotellarlo y venderlo, — dijo Cassandra.
— No hay tiempo para bromas. Vamos arriba, — dijo él, bruscamente.
Cassandra asintió, y lo siguió.

Alcanzaron a Calothar y Andrei en las puertas de entrada. Parecían perplejos.


— ¿No salieron todavía? ¿Por qué? — soltó Cassandra.
— No podemos pasar las puertas... No mientras ellos estén allá.
— Míralos. Están ahí, —señaló Calothar. — No sé de qué lado están... Están
luchando bien...
Las cuatro falsificaciones estaban allá, en la batalla.
— No tienen lado. Sólo nos darán un empate... Es nuestro tiempo. Vamos, —dijo
Javan, lanzándose hacia la puerta. Pero la puerta lo rechazó, y empujó hacia atrás.
— No podemos salir mientras ellos estén afuera, — repitió Andrei.
— ¡Maldición! ¿Qué vamos a hacer? — gruñó Calothar, impotente.
Cassandra se apoyó en los grandes batientes de las puertas del castillo. No, no se
los podía mover. Pensó furiosamente en jazmines, jazmines floreciendo, una y otra vez,
pétalos que se abrían al sol, y perfume que llenaba el aire; y suplicó a Norak que los
liberara, que matara a la falsa Guardiana. Por el escaso espacio que la puerta les dejaba,
pudo ver la cara asustada del muchacho, que se llenaba de asombro al verla ahí, y cómo
apuntaba a la falsa Guardiana y la hacía desaparecer.
210

Cassandra se tambaleó adelante cuando se retiró la barrera y la puerta se abrió de


golpe.
— ¡Garras! ¡Colmillos! ¡Alas! ¡¡Fuego!!
Esta vez, Cassandra fue las Alas. Javan y Andrei desaparecieron en un humo
plateado casi con una sonrisa de alivio. Calothar fue Fuego. El muchacho miró a
Cassandra con algo de aprensión, y suspiró cuando el humo de plata también se lo llevó.
El Protector de Luz estaba allí.
Las alas transparentes se abrieron y el dragón de luz levantó vuelo sobre los
jardines, soplando llamas plateadas sobre los enemigos. Los falsos Javan, Andrei y
Calothar miraron hacia arriba sorprendidos, antes que la llamarada los barriera junto con
los otros.
Los sirvientes de la Serpiente corrían en todas direcciones, y los defensores los
perseguían. Luego de una o dos vueltas más sobre el campo, Cassandra y su dragón de
luz aletearon más lentamente, y bajaron sobre los círculos. La forma de luz se disolvió,
y Cassandra sacó su varita, buscando a los enemigos.
Una sombra saltó a su espalda y la apretó, tirando su cabeza hacia atrás,
sujetándola por el cabello.
— ¡Aaay!
— Tú de nuevo, Troya... ¿Por qué no puedes permanecer muerta? — le siseó
Althenor venenosamente al oído. Ella no contestó. Él trataba de estrangularla.
— ¡Althenor! — gritó Calothar desde la otra punta del campo. Venía desde las
puertas, donde había reaparecido cuando el Protector desapareciera. Detrás de él,
Sombra de la Guardiana hacía destellar la piedra blanca de su Vara.
— ¡Tú! ¡Tú también, pequeño Huz! — respondió la Serpiente en un gruñido
cargado de desprecio.
Calothar no retrocedió. Levantó la mano en alto, mostrando la caja negra,
sosteniéndola sobre su cabeza. Cassandra sintió que las fuerzas abandonaban el brazo
que la sujetaba.
— Aaaggrrrr...
Con un sonido inarticulado, Althenor soltó a Cassandra con un golpe de
despedida, y se irguió, yendo hacia el Heredero de Huz.
— ¡Usa tu Vara! — gritó Cassandra, tosiendo desde el suelo.
Calothar sacó su varita, y el símbolo del Clan de Huz centelleó, azul y rojo
cuando reconoció a su enemigo. El rayo paralizador salió de la Vara casi sin mediación
211

del pequeño mago. Pero Althenor no era un aprendiz. Un solo gesto de la vara de las
tres cabezas desvió el rayo hacia un lado, y Althenor siguió avanzando.
— Contra la caja, ¡aprendiz! — gritó Javan, más fuerte que el rugido a su
alrededor.
Calothar miró a la caja y la tocó, dudoso, con la punta de su Vara. La Vara de los
Huz se encendió en fuego rojo, pero no sucedió nada más. La orden no había sido lo
suficientemente potente o decidida como para producir algún efecto. Y Althenor estaba
casi sobre él.
Javan se acercaba a Cassandra, haciendo volar los enemigos fuera de su camino.
Cassandra se acercó, rengueando.
— No, tonto... No aturdirlo, — gruñía Javan. — ¡Debes matarlo!
— ¡Nooo! — Y Cassandra tropezó en algo, y cayó, arrastrando el brazo de
Javan. Su maldición, destinada a la Serpiente, erró el blanco.
— ¡Cassandra! ¿Qué estás...?
— Para tomar la vida del amo debes liberarla... Eso era lo que Céfiro trataba de
decirnos... — jadeó ella, colgada todavía de su brazo.
— ¡Lanza la caja, Heredero de Huz! — gritó él.
La Serpiente estaba casi sobre Calothar ahora. El muchacho no tuvo tiempo de
pensarlo. Lanzó la caja directo hacia arriba. Althenor extendió la mano para alcanzarla,
y al mismo tiempo, Javan gritó fuerte:
— ¡Caja, ábrete!
La caja estalló, y una delgada sombra vaciló en el aire. Muchos rayos de luz
golpearon a la sombra; eran muchos los que tenían algo pendiente con la Serpiente; pero
Calothar apuntó al mismo Althenor. El símbolo de los Huz centelleó en fuego blanco
cuando el muchacho dijo con voz clara:
— Que a ti regrese lo que a otros hiciste...
Muchas luces de color, algunas sin color alguno, algunas completamente negras,
algunas de ese color indefinido y ominoso de las maldiciones fulminantes, salieron de la
sombra, doblada ahora, y golpearon a la Serpiente una tras otra. Althenor cayó, y las
maldiciones siguieron golpeándolo largo rato, aunque ya estaba muerto.
El silencio se extendió en el campo. La batalla había terminado.

El griterío subía desde el comedor y desde los jardines. Pero al escucharlos,


Cassandra sonrió. Dos horas atrás habían sido los gritos de la batalla. Ahora eran los
212

sonidos de una fiesta. Habiendo retirado el cuerpo, y encerrado a los prisioneros, a la


espera de que el Círculo se hiciera cargo, el Anciano Mayor los convocó a ella, a Javan,
a Andrei y a Calothar de los Huz a su oficina. Cassandra sonrió cuando vio que Où ya
estaba allí. Habían hablado mucho rato, contándole al Maestro lo que había pasado en
NingunaParte. Él escuchaba con una sonrisa.
Al fin Cassandra dijo:
— ¿Y qué sucedió aquí? Porque nos fuimos demasiado tiempo...
La sonrisa del Maestro se acentuó.
— Un mes y un par de días. Apenas se fue Andrei, el falso, su bebé no quiso
saber nada con usted. Al poco tiempo, Kathy tampoco. Los envié con su abuela. Ella no
quiso quedarse con nadie después de eso... No confiaba ni en la falsa Cassandra ni el
falso Javan...
— Una niña inteligente, — dijo Où.
— Tiene a quien salir, — sonrió Cassandra, orgullosa. Javan no dijo nada. —
Pero...
— No, no le diré que fue fácil. Adjanara los envió de regreso hace dos días.
Envió a Siddar con un mensaje. Iban a enfrentar una situación que... que no era
apropiada para los niños. Pensó que aquí estarían más seguros. Nosotros estrechamos la
vigilancia. No les dijimos nada a ustedes, como habíamos acordado...
— ¿Habían acordado? — Cassandra se volvió ahora a Javan. Él le sonrió.
— No quise involucrarte. Desde que desapareció la Prenda de Zothar
esperábamos el ataque. Desde el verano pasado he estado ocultándote nuestras
reuniones para no alarmarte... Te dije que no iba a hurgar en tus secretos si tú no lo
hacías con los míos, y me complace ver que tienes palabra.
Cassandra enrojeció.
— No tanto. Alessandra me dijo que teníamos problemas legales...
Javan hizo un gesto de fastidio.
— Ah, esa tontería... — gruñó.
— Sin embargo, ahora puede tener una solución rápida.
Javan lanzó al anciano Maestro una mirada extraña. Pero el anciano sonrió y
sacudió la mano en un gesto vago.
— Quiero decir... El Círculo estará mucho más dispuesto a escucharlos después
de lo que han logrado...
213

Los ojos de Javan centellearon, pero no dijo nada más. Cassandra lo miró, pero
al no lograr que él le abriera la puerta de sus pensamientos, lo dejó en paz.
— En fin... El doctor Ryujin nos alertó de una partida muy numerosa que se
dirigía hacia aquí, y los Ryujin y los de la Torre de Adjanara los detuvieron. Estos que
llegaron son solo una parte de las fuerzas totales de Althenor.
Cassandra se estremeció.
— Estaba listo para aplastarnos por completo... — susurró.
— Es cierto, — admitió el Anciano con voz firme. — Pero no lo logró. Ellos no
nos sorprendieron. Los que sí lo hicieron fueron ustedes, llegando en el momento
preciso... y de una manera espectacular. Casi me caigo cuando Norak eliminó a la falsa
Guardiana.
— Yo también. ¿Cómo lo convenciste? — dijo Andrei.
— No lo hice. Tuvo que verme en la puerta para decidirse. Y en cuanto me vio
supo que yo era la verdadera y la otra era falsa...
— ¿Y cómo supieron cómo derrotar a Althenor?
— Lo leímos en el Libro de los Secretos... hace más de un año. No lo
entendimos entonces...
— Decía: La vida de la Serpiente ha sido enjaulada por todo el mal cometido,
— explicó Calothar. — Debe volver a él para que él entienda lo que hizo...
— Y luego la adivinanza: Está en un lugar al que todos deben ir, pero que nadie
puede alcanzar dos veces... Pensamos en NingunaParte, y resultó la respuesta
equivocada y la respuesta correcta a la vez. El Heredero de Huz trajo la caja aquí.
— Pero yo no sabía cómo usarla. Cuando el Comites rompió el hechizo sobre la
caja, y los demás intentaron atacar a la sombra aquella lo entendí. Le envié de regreso el
daño que había hecho...
— Así que en realidad no lo mataste. Donc, tu est l'assassin qui n'est pas.
Bienvenido a la tropa.
Calothar agradeció con una inclinación.
— ¿Se... se mató a sí mismo? — preguntó Cassandra, dudosa.
El Maestro suspiró.
— Lo hizo hace mucho tiempo. Todas esas maldiciones prohibidas... Fueron
corroyendo su vida por años. El mal siempre lo hace... Es hora de cortar la cadena.
¿Estás listo, Javan?
— Nunca tanto como hoy.
214

Y en ese momento, Cassandra notó que él traía un extraño paquete alargado con
él.
— Vayamos entonces al Interior. Allí es donde deben completarse estas cosas...
Guardiana...
Todavía sin saber mucho de qué se trataba, Cassandra desprendió la Piedra del
Corazón y la sostuvo entre sus dedos. La luz blanca inundó la habitación, y las paredes
desaparecieron.

El lugar era blanco y sin límites. Los conocidos sitiales se desdibujaban en la


luz. Estaban vacíos de todas maneras. Javan estaba junto a ella. Lo podía sentir. Pero no
estaba segura de lo que quería hacer. Se volvió, y vio a los otros detrás. Calothar de
Huz, envuelto en las llamas rojas de su clan. Y sus llamas envolvían, amistosas a
Andrei, el viejo amigo y mentor, reconociéndolo como un igual, otro Mago de Fuego.
El vampiro se envolvía en la neblina gris de las criaturas de la Otra Rama. Pero sus ojos
de plata centelleaban como faros en la niebla. Frente a ellos, el Anciano Mayor del
Trígono. Su Vara y su persona también aparecían envueltas en llamas; pero en este caso
eran las llamas doradas de los clanes fénix. Cassandra lo miró y no pudo evitar sentirse
desbordada por la admiración. Muy despacio se volvió hacia su esposo. No, no había
llamas para Djavan Fara, Comites de la Rama de Plata. Y desde donde estaba, ella no
podía ver en qué consistía su aura. Pero sí lo vio sacar a Joya de su manga y dejarla en
el suelo frente a él.
— Una vez más, Joya de la Rama, eres llamada a servirnos, — dijo con voz
fuerte. Cassandra se estremeció. Joya empezó a aumentar de tamaño. — Una vez más,
Joya del Árbol, eres convocada... Una vez más, amiga mía, he de pedirte que me ayudes
en un momento de necesidad...
Joya había crecido hasta tener casi el mismo tamaño de la Vara de Javan. Djavan
de la Rama de Plata descubrió su Vara y la golpeó una vez contra el suelo blanco. Luego
miró a Cassandra. Descubre tu Vara, Guardiana...
Cassandra se llevó la mano a la cabeza, donde normalmente usaba las dos
varitas, la torneada de colores y la de metamórfica como broche, y la desprendió.
Mientras la bajaba, la sintió que el Cetro de los Tres tomaba forma en su mano. La
apoyó junto a la Vara de su marido. Y entonces él sacó el objeto que había traído
envuelto.
215

Las tres cabezas de serpiente rodaron, sueltas cuando la Vara de Zothar rodó por
el suelo. Cassandra iba a levantar una de ellas, pero la mano de su esposo en su brazo le
impidió moverse. Ante su asombro, las cabezas empezaron a moverse en dirección al
vástago de la Vara a la que habían pertenecido. Joya se interpuso, siseando. Las cabezas
se sacudieron un poco más, y quedaron quietas, rezumando un líquido oscuro y viscoso.
Cassandra contenía la respiración. Nada bueno podía venir de la Vara de las tres
cabezas... Joya se enroscó y levantó la cabeza, siseando.
Las hebras de líquido viscoso se engrosaron, formando un riacho. Joya siseaba
con insistencia, como si estuviera lanzando un desafío. Un desafío que nadie recogía.
Pero las hebras de líquido seguían creciendo. De pronto, y sin previo aviso, la primera
de aquellas cabezas de serpiente se levantó, usando su riachuelo viscoso como si fuera
un cuerpo. Cassandra pensó que podía imaginar lo que venía después. Pero Joya se
levantó, siseante, amenazadora, y atacó a la serpiente de la vara sin esperar a que se
uniera con las otras. Una y otra vez, como un ariete, la cabeza de Joya fue y vino, y cada
vez, la serpiente de la vara perdía un trozo de su improvisado cuerpo. Al final, la cabeza
rodó de nuevo por el suelo, y Joya lo aplastó en sus anillos. Ahora la segunda serpiente
se levantaba...
Cassandra seguía conteniendo la respiración. Por tres veces se repitió la lucha de
Joya con las serpientes de la Vara, y por tres veces, Joya fue la que tuvo el último
movimiento. Cuando se retiró, lo que quedaba de las cabezas no era más que una
mancha viscosa y aplastada en el suelo.
Djavan de la Rama de Plata volvió a golpear con su Vara en el piso. Y algo llamó
su atención, porque de pronto, sonrió, y le tocó la mano a Cassandra. La miró.
— No sé por qué, quieren que lo hagas tú... — susurró.
Cassandra golpeó con el Cetro de los Tres el piso blanco, y la Vara de la Sombra
de la Guardiana se torneó en torno a la suya, como una sombra. Las alas de fénix de
Kathara fueron la sombra para las alas del águila blanca de Cassandra, y la Llave del
Tiempo tuvo su sombra en la Llave Menor de Adjanara... Cassandra casi pudo escuchar
la sonrisa de Javan. La Guardiana y su Sombra... Ella también sonrió.
Joya se había subido al asta de la vara de la Serpiente y la había quebrado con su
peso. El crujido fue claramente audible.
— La Vara está quebrada, — dijo el Anciano Mayor, avanzando un paso. —
Althenor no se volverá a levantar.
216

En el suelo, a poca distancia de la última cabeza, la mitad de una medalla de


plata caía entre las losas del suelo, y quedaba atascada allí, a la espera de su hora.
— Althenor no se volverá a levantar, — repitió Cassandra.
— No se volverá a levantar...
— No se volverá a levantar. Jamás.
217

Capítulo 22.
El Clan Fara.

El pájaro de papel volaba muy lento y pesado. No se parecía en nada a un


instantáneo. Fara se lo quedó mirando, a medias indiferente, mientras atravesaba el
comedor, como si buscara a alguien. La mitad de los presentes también lo observaron.
— ¿Qué es eso? ¿Un instantáneo o una tortuga? — dijo Kathy riéndose.
Cassandra, que tenía el bebé en brazos levantó la mirada y frunció el ceño.
— Pájaro de carga, por lo que parece. ¿A quién busca, Javan?
Javan se encogió de hombros.
Estaban en el comedor del Trígono, era la hora del desayuno, estaba comiendo
con su familia en una de las primeras jornadas de paz que tenía desde... ¡Maldición!
Nunca había tenido una jornada de paz. Siempre habían estado en guerra con ese
hechicero loco. No quería preocuparse por un pájaro tortuga, o un pájaro de carga... o lo
que fuera que le pasara a ese instantáneo. Le dio la espalda y se volvió a su mujer y su
hija.
— ¿Qué les parece si...?
Pero ellas se quedaron mirando más allá de él. De mala gana se dio la vuelta. El
pájaro de papel se había detenido junto a él.
— Vamos, pa. Ábrelo a ver qué le pasa...
Javan sacó su varita con intención de abrir el mensaje de la manera usual, pero la
Vara saltó de su mano apenas tocó el papel.
— ¿Qué está pasando? — rezongó Cassandra, poniendo el bebé en brazos de
Kathy, y sacando su propia varita.
Como había sucedido con la de Javan, su propia Vara, el Cetro de los Tres, saltó
al descubierto de sus manos cuando intentó tocar el papel. Las dos Varas se trenzaron, la
Guardiana y su Sombra, sin que ellos pudieran evitarlo.
Cassandra miró a Javan.
— Si esto va a ser siempre así, mejor cambiamos de varitas. Va a ser un lío
desenredarlas...
— No creo que haga falta, — dijo la voz del Anciano Mayor a su espalda.
Sonaba sumamente divertido. — Y es una lástima que Kathy y Djarod no tengan
218

también varitas... Pero un rizo de cada uno de ellos bastará. Y lo único que necesitarán
es un testigo...
Con mucha suavidad, el Maestro tocó las cabezas de sus nietos, la verdadera y el
adoptivo, y los dejó caer sobre las enredadas varas de sus padres. Como era de esperar,
los cabellos se tornearon sobre la ya anudada madera.
— Y ahora, los testigos... ¡Comites Yigg de la Rama de Oro! ¡Comites Florian,
de la Rama de Cobre! Y... Bueno, ¡qué más da! ¡Escúchenme todos, maestros y
aprendices del Trígono! Desde hace cientos de años no se forma un nuevo Clan entre los
magos, en parte porque el Círculo no ha recibido más tres o cuatro peticiones, y en parte
porque las peticiones se han considerado... improcedentes. Para que una familia forme
Clan es necesario que edifique su casa en una línea de poder estable y definida. Y el
moderno Círculo exige además que sea... novedosa. Los Ancianos de las Varas no creen
que sea prudente dividir el poder más allá de lo... visible u obvio.
El silencio en el salón era completo. Cassandra vio un águila parda asomarse por
una de las ventanas de arriba, y le pareció que era Siddar. Miró hacia las puertas, y vio
asomarse la cabeza sonriente de Keryn desde los jardines. Frunció el ceño. Todos
parecían confabulados en algo.
— Pero ahora... Me complace decir que ustedes son testigos de la formación de
un nuevo Clan. ¡El Clan Fara!
Y en medio de los aplausos, tocó el nudo de varitas con su Vara de alas de fénix,
e indicó a las testigos, Gertrudis y Sylvia, que hicieran lo mismo. Las varas trenzadas se
encendieron en colores, como hacía el Cetro cada vez que reconocía a alguien. Pero aún
así no se desenredaron.
El Anciano aplaudió, divertido.
— ¡Bueno, bueno! La tradición exige que todos los testigos toquen las Varas...
Así que, muchachos, tenemos una ceremonia larga... ¡Larga vida al Clan Fara!
De uno en uno, todos los que habían estado en el comedor aquella mañana,
fueron tocando las varas unidas, y repitieron ‘¡Larga vida al Clan Fara!’. Pero solo
cuando Cassandra trajo a Keryn, que tocó las varas simplemente con su mano, y a
Siddar, al que tuvo que arrastrar casi por las plumas, las varas consintieron en separarse
y volver a la normalidad.
— Y ahora, Djavan Fara, Padre del Clan... Puedes abrir el mensaje, — dijo el
Anciano. Todavía brillaba la diversión en sus ojos, y Cassandra sospechó que él sabía
perfectamente lo que había en ese mensaje.
219

Javan tocó el mensaje con su varita, y el pájaro de papel desapareció. En su lugar


quedó una joya, un ojo de rubí, que flotó unos momentos sobre la mesa.
— Vuelve a descubrir tu Vara, Padre del Clan, — dijo el Anciano Mayor. — Esta
es la Joya de la Sombra de Alhemma, que el Hechicero Kendaros te envía como
cimiento para tu Clan. Y yo, Primera Vara del Círculo de Ancianos, y Anciano Mayor
del Trígono, la pongo bajo tu custodia, en tu Vara y en la de los tuyos, los que por
derecho pertenezcan a tu Clan.
Las manos del Anciano no temblaron cuando levantó la maravillosa Joya de
Alhemma y la apoyó en el nicho que Javan y el Jardinero habían labrado para la piedra
de poder. La Joya se ajustó a él como si ese hubiera sido siempre su lugar. En idéntica
posición, el Cetro de la Guardiana centelleó brevemente. Javan sonrió.
— Con el tiempo, en esta Joya brillará el símbolo de mi Clan, — dijo. Y después
de mirar a su alrededor, a los presentes, agregó: — Muchas gracias.
Pero su mirada se demoró en Cassandra, y fue a ella a quien se acercó a besar en
primer lugar.

La fiesta iba a ser por la noche. Cassandra se había arreglado temprano, y había
subido mucho antes de la hora de que llegaran los invitados. Solo estaban los viejos
amigos. Pero se sorprendió al encontrar al profesor Où junto a una de las mesas.
— ¿Profesor Où? ¿Caminando entre la gente? Mi marido debe estar de veras de
muy buen humor... — dijo ella tomándole el brazo.
— Ciertamente, madame, — dijo el vampiro, dándole unas breves palmaditas en
la mano. — Pero lo cierto es que los rastreadores de los miembros del nuevo Clan
tenemos la obligación de presentarnos en público en ocasiones como éstas.
— Cassandra...
— Se lo dije.
Javan estaba justo detrás de ellos. Cassandra se volvió sin soltar el brazo de Où.
— ¿Sí, querido? — dijo con tono casual.
— ¿Ya hablamos de esto, verdad? ¿De que si te acercas a él los mato a los dos?
— Mm... No lo sé. Tal vez cien o doscientas veces. Javan, es una fiesta. Déjalo
divertirse un poco. No va a morder a nadie, ¿verdad, profesor?
— Podría jurarlo por mis colmillos.
— Où, no te extralimites...
— No, por cierto que no.
220

— Profesor, ¿no quiere conocer a nuestros niños? Creo que no conoce a Sol... a
Djarod ni a Kathy.
— Ca...
— ¿Por qué llama Sol a su hijo, profesora?
Cassandra soltó una risita coqueta.
— Ah, cosas que el tiempo traerá... Solothar Fara reunirá las Siete Torres y
abrirá un Portal tan grande y maravilloso como el mismo Trígono. Sólo espero no ser
demasiado vieja para poder verlo...
— ¿Qué estás diciendo, Cassandra?
— No, nada, mi amor... Cosas que se ven en los espejos... aquí y allá... Nada por
lo que preocuparse...
— ¿Dijiste que mi hijo, que nuestro hijo va a reunir a su voluntad las Siete
Torres? Ningún hechicero viviente puede hacer algo semejante...
— Bueno, mi cielo. Él está vivo, pero todavía no es hechicero. No lo apresures...
¿Por qué quieres saber el final de la historia antes de que se termine?
— No quiero saber el final. Quiero saber el medio. Y los detalles. ¿Qué más
viste?
— Mm... No mucho más. Solo imágenes sueltas. Pero esa era muy clara. Era tan
igual a ti, pero no eras tú... Yo sé que era él... — Y los ojos de Cassandra brillaron,
soñadores.
— Creo, si me lo permites, que es mejor no indagar demasiado en estas cosas,
— dijo Où. — Arruinarás la sorpresa.
Javan lo miró con un dejo de fastidio.
— También hay otro asunto.
— Ahá, — asintió Où, con un cierto toque de plata en sus ojos.
Javan resopló.
— Tienes derecho a una petición. Y yo estaré obligado a concedértela.
— ¿Sea lo que sea? — preguntó Cassandra. — ¿Su libertad, por ejemplo?
— Sea lo que sea.
— Pero si pido mi libertad, mi estimada señora, los exterminadores me
eliminarían rápidamente. No le tengo demasiado afecto a esta forma de vida, pero es la
suerte que el destino me ha deparado. Así es, Djavan Fara, Padre de Clan. Sé que tengo
derecho a una petición, y sé que no puedes negarme lo que te pida.
221

Javan miró al vampiro a los ojos. A pesar de no intentar conscientemente hurgar


en la mente de su esposo, Cassandra sintió claramente su temor de que el vampiro
pidiera algo relacionado con ella. Où se tomó unos minutos.
— He considerado mis opciones, Djavan Fara, Padre de Clan, y he tomado una
decisión, — dijo finalmente. Cassandra sintió el estremecimiento que corría por la
espalda de su esposo.
— Pide.
— Como ya lo he mencionado, no tengo demasiado aprecio por esta vida de no-
muerto. Sin embargo, es la existencia que tengo. Como no-muerto soy y seré mucho
más longevo que tú. Mi petición es que me conviertas en el rastreador de tu Clan, y que
a tu muerte, pase a depender de tus descendientes.
El suspiro de alivio de Javan fue casi audible.
— Concedido, — dijo. Y había una sonrisa intentando aparecer en su rostro.
— Ahora, si me disculpas, debo quedarme en la otra habitación. Tus amigos, los
del Círculo, no se sentirán complacidos de verme de este lado de las líneas rojas y
negras.
Javan asintió.
— No te enojes, Javan, pero voy a acompañarlo. No quiero que los del Círculo
crean que lo dejamos suelto por ahí...
Javan asintió con una mueca. Los del Círculo ya estaban llegando por la otra
puerta.

Las líneas rojas y negras dividían la habitación en dos. Où las pasó


tranquilamente y se sentó en una de las sillas que habían dispuestas para él. No parecía
que nadie se hubiera ocupado de poner más sillas del otro lado. Los organizadores no
suponían que alguien quisiera pasar la fiesta conversando con un vampiro rastreador.
— ¡Qué deprimente! — dijo Cassandra, mirando alrededor. — Es inhumano.
— No soy humano, si es a eso a lo que se refiere.
Cassandra se rió.
— Es usted mucho más sensible, humano y respetuoso que otros que conocí...
capaces de abandonar a su propio hijo para ser torturado y muerto por la Serpiente...
— No veo por qué dice algo así.
— Recién... La petición. Usted iba a pedir otra cosa.
Où sonrió ligeramente.
222

— Tal vez... Bueno. Lo admito. Pero su esposo jamás me hubiera concedido algo
que tuviera que ver con usted, así le costara el Clan completo.
— ¿Relacionado conmigo? No, no lo creo...
— Hm. Sí... Estaba dudando entre pedir lo que pedí o que usted me concediera
el primer vals.
— ¿Vals? Eso no tenía que pedírselo a él, sino a mí. Me encanta... Vamos. La
música va a empezar en cualquier momento...
E ignorando las protestas de Où, Cassandra atravesó tranquilamente las barreras
rojas y negras y se inclinó frente al vampiro con una reverencia de damisela, y le tendió
los brazos para empezar la danza.

Algo más de una semana había pasado.


Cassandra estaba en su patio, mirando pensativa algo que había sobre la mesa.
Javan se acercó en silencio, y apoyó la mano en su nuca, tocándola de la manera que
sabía que a ella le gustaba.
— Daría un mundo por saber lo que piensas... — susurró.
Ella levantó la cara. No sonreía. Él frunció el ceño. Había creído que los
problemas habían quedado atrás, muy atrás.
— ¿Qué pasa, mi amor? — le dijo, inclinándose hacia ella y tomándola por la
cintura.
Ella pestañeó, como tratando de dominar las lágrimas y le señaló la bandeja de
plata que estaba sobre la mesa, el fondo cubierto por la poción negra. La tocó apenas
con la varita, y las imágenes llenaron la fuente.
Era la fiesta del Clan. El comienzo del Clan Fara. Ella... Ella había estado
magnífica aquella noche, mucho más hermosa que en aquella recepción de la embajada,
en Australia, más de un año atrás. La miró, y volvió a perder el aliento. Pero no era eso
lo que ella quería mostrarle.
Él se había alejado por unas bebidas, y Cassandra estaba junto a la mesa grande,
esperándolo. Un mago de capa azul se acercó a ella. Neffiro, el Alcalde. La cara de
Cassandra se puso rígida por un segundo antes de sonreír con educación, aunque algo
fríamente al mago.
— Parece que debo felicitarla, señora Troy... Ha logrado mucho en muy poco
tiempo...
223

— Gracias, señor Alcalde. Pero prefiero el nombre de mi marido, si no le


importa. Soy la señora Fara.
El líquido negro mostró la mueca del Alcalde. La formación del Clan había
echado por tierra su intento de expulsar a Cassandra la forastera de la comunidad
mágica. Como forastera, era posible. Como madre del Clan más joven... No.
— Así es, señora. Primera Madre del Clan... Lástima que vaya a durar tan poco.
Cassandra había hecho un movimiento brusco, de sorpresa y de disgusto. ¿Por
qué continuaba atacándola Neffiro? Althenor estaba muerto, y sus sirvientes esparcidos
a los cuatro vientos. Sin embargo, su voz salió suave y educada, la voz de una dama.
— ¿Por qué dice eso, señor Alcalde? ¿No es la costumbre desear larga vida al
Clan que se inicia?
— Así es. Pero sería tonto desperdiciar bendiciones en un clan sin descendencia.
Cassandra había enrojecido furiosamente. Sus problemas médicos eran
estrictamente privados. Sin embargo, respondió sin perder la compostura.
— Tenemos a Djarod y a Kathryn... Ambos pertenecientes a este lado. Y a este
Clan.
— Ah, sí, el niño. Tal vez el niño pueda hacer algo. Pero yo no cifraría
esperanzas de gran descendencia en una Bruja Fénix.
El tono había sido despectivo. En ese momento, Javan se había acercado con las
bebidas , y Neffiro había desaparecido entre la gente. La fiesta había continuado, y las
imágenes en la bandeja de plata se oscurecieron.

Cassandra miró a Javan.


— He estado averiguando... Las Fénix...
— Las Brujas Fénix son un clan cerrado. Padecen de una maldición muy
particular. Cuando dan a luz... Se encienden en fuego y se consumen. Es muy raro que
una Fénix se empareje con alguien que no pertenezca a su Clan. Ellas... sólo lo aceptan.
La madre de Kathryn fue la primera que se salió, que yo sepa. Y Kathryn era solo mitad
Fénix... Y Kathy...
— Sigue siendo solo mitad. ¿Qué pasará cuando ella....?
— Cassandra... Ella es solo una niña... Tienes diez o más años para preocuparte
por eso...
— ¿Y a ti no te preocupa? ¿Por qué no me lo dijiste antes?
Javan la miró, y sonrió y la abrazó.
224

— Me casé con la mujer que hizo magia antes de ser bruja, que dominó a los
Tres del Trígono, que eliminó una Maldición irrevocable, curando de paso a tres
malditos que encontró por ahí... Y la mujer que reunió a la Tropa que No Es para
eliminar a la Serpiente... Y la madre de hechicero Solothar que abrirá un portal con las
Siete Torres... ¿Por qué habría de temer por mi hija? La Madre de mi Clan es capaz de
combatir cualquier maldición.
Cassandra lo miró.
— Vamos, Cassie. No es tan desesperado como el caso de Andrei, y lo
solucionaste, lo solucionamos en un solo año. Kathryn era medio Fénix, y necesitó
ayuda para... completar la transición. Tenemos mucho tiempo para trabajar en lo de
Kathy. Y la experiencia del Anciano Mayor, aceptado por el Clan Fénix como
compañero de una Fénix... Y Kathara, que nos puede ayudar desde el bosque...
— ¿Crees que las Esporinas puedan devorar la maldición de las Fénix en Kathy?
— No lo sé. Tal vez... Pero... si no fuera así...
— ¿Qué...?
— Bueno, hay otra manera... — dijo levantándola en brazos, — ¡La podemos
apagar así!
Y sin aviso, la arrojó al agua de la fuente de jardín.
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Capítulo 23.
Después.

El sol brillaba a través de los árboles en ese mediodía de verano.


— ¡La comida está lista! ¡Vengan aquí, niños! — gritó una voz de mujer. Un
hombre venía rodeando la galería. Traía dos chicos, uno bajo cada brazo. Los chicos
pataleaban y gritaban, medio sofocados por la risa.
— Javan, ¿dónde están tu mujer y mi marido? — dijo ella. — Y los que faltan.
— Ni idea, — dijo el hombre, soltando a los chicos. Los dos niños, haciendo
honor a sus cinco años, empezaron a correr alrededor de la mesa, chillando. La mujer
echó hacia atrás la cabeza y bramó:
— ¡Andrei, Richard, Daniel, Cassandra, Kathy!
Javan hizo una mueca.
— Por favor, Alessandra... ¿Tienes que hacer eso? — dijo.
— Sí. Vivo con cuatro bestias en casa, y Bella y yo no hemos logrado educarlos,
— dijo ella con calma. — Y ustedes dos, vayan a lavarse las manos o no habrá comida
para ustedes.
— Sí, tiíta, — dijo uno de los chicos, dejando de correr.
— Tu chico es un caballero, — observó ella.
— Claro. Cassandra ha...
En ese momento, otro hombre llegaba desde el bosque. Llevaba un chico de
unos tres o cuatro años sobre los hombros, y una muchachita caminaba a su lado.
— Kathy, ¿dónde está Cassandra? — preguntó Javan.
— La vi yendo al bosque con Daniel, temprano en la mañana, — dijo la chica.
Tendría unos doce, y su larguísimo cabello rojo estaba atado con un broche de rosas casi
negras.
— Volverá pronto, estoy seguro, — dijo Andrei. — ¿Dónde están los otros
animalitos?
— Lavándose las manos. Vayan a hacer lo mismo si quieren comer.
Unos momentos más tarde estaban sentados a la mesa, y Cassandra llegaba
desde el sendero, con un niño de dos años en brazos. Estaba dormido.
— Uy, lo cansaste... — dijo Alessandra sorprendida. — Te contrato como niñera.
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Cassandra sonrió, entregando al pequeño.


— Fue una larga caminata... Pero si quieres te instalo un vórtice temporal en tu
cocina, para que lo canses todos los días... Guau. ¡comida! Me muero de hambre...
Los chicos gritaron a la vez:
— ¡Primero a lavarte las manos! Y no te esperaremos.

Unos momentos después, estaban todos comiendo, y enseguida, sin esperar a los
helados, los tres chicos estaban de nuevo corriendo por el jardín.
— ¿Cómo puedes soportar semejante... familia? Tienes un zoológico, — dijo
Cassandra.
Alessandra sonrió.
— El peor está ahí sentado, — dijo ella señalando a su esposo. Andrei se limitó a
sonreír.
— Tú tienes suerte, — siguió ella, dirigiéndose a Javan. — Sólo tienes que
cuidar de una.
— No por mucho, — dijo él. — La carta llegó hoy.
Kathy se sobresaltó y se sonrojó.
— ¿Carta? — preguntó Alessandra.
— La que acepta a la señorita Fara como aprendiza en el Trígono.
— Guau. Mis más sinceras felicitaciones, señorita, — sonrió Andrei.
— La semana que viene iremos al Mercado del Valle, como siempre, y Kathy se
quedará unos días allá... Vendrá en el tren con la mayoría de los otros muchachos.
Alessandra levantó las cejas.
— ¿Por qué?
— Bueno... Quiero sentirme igual que los otros... —dijo Kathy.
— Excelente idea. Pero te será difícil con semejante padre... — bromeó Andrei.
— No digas insensateces. Kathy será el orgullo de la Rama de Plata y...
— Ya lo tienes todo decidido. — Ahora era Alessandra.
— Ella puede resultar de cualquier Rama, ya te lo dije. De todas, o de ninguna...
Una brujita de Fuego, como el abuelo, o de Tierra como su madre, o de Agua como tú...
No hay manera de saberlo, Clan o no Clan...
— Kathy, mi corazón, no los escuches, — dijo Alessandra. — Si quieres
mantener tu cabeza en su sitio, no les hagas caso y sé tú misma...
— Papá ha estado diciéndome qué cosas debería hacer y qué cosas nunca...
227

— ¿Tu padre? ¿El mismo que nos llevaba de cacería a otros pobres inocentes y a
mí a los laboratorios de Djarod en la Torre? — dijo Andrei.
— ¿Lo hacía, no? — azuzó Cassandra, divertida.
— Solía elegir con cuidado sus víctimas... Y cuando encontraba al candidato
adecuado... o lo encerraba con los pájaros que escupen fuego o le soltaba los sabuesos.
A propósito, Javan ¿qué fue de los mastines de Djarod?
— Están en la Puerta de Zothar... Todavía esperan a su verdadero amo.
— ¿Amo?
— Alguien con poder sobre las piedras. Con instinto para las piedras. Cuando lo
encontremos, los liberaré.
— Siempre fuiste un romántico para eso, ¿no? — susurró Cassandra. Javan se
limitó a enarcar las cejas.
— Pero sígueme instruyendo, esposo mío. ¿Qué otras cosas debe hacer un
estudiante, según la experiencia de este laureado caballero? — dijo Alessandra.
— Oh, bueno, algo que no puede faltar en la agenda de ningún buen estudiante
es... No lo sé. ¿Qué fue lo peor? ¿Colarse en el Interior sin permiso, o maldecir a aquel
profesor... Manchas?
— ¿Manchas? — preguntó Cassandra.
— Stein, — corrigió Javan, serio. — Me gané una semana de castigos por eso. Y
un mes en la enfermería por lo otro... Opptekke no me dejó salir de buena gana.
Kathy lo miró, y luego miró al sonriente Andrei.
— Tío, tienes razón. No le haré caso... Mejor sigo su ejemplo y maldigo a
alguno de los profesores... O me esmero y lo hago con algún Comites...
— Mejor quédate con un profesor. A este Comites lo cuido yo, — se rió
Cassandra acariciando la rodilla de su esposo por debajo de la mesa.
— ¡Pobres profesores de principiantes! — dijo Andrei. — ¿Estarás con Drovar,
arriba?
— No. Creo que iré abajo.
— ¿Con mamá y papá?
— No, — se rió Cassandra. — Estará con Norak. Él atenderá a los principiantes
este año.
— Sí. Ni mi hija, ni mi esposa, ni el Anciano Mayor creen que yo pueda ser
imparcial y justo.
— Oh, pobre muchacho... No confían en ti... — se burló Alessandra.
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— Pero al primero que se atreva a castigar a mi hija, lo mato, — agrego él en el


mismo tono. Todos se rieron ahora.

Los últimos cinco años habían pasado en calma. Alessandra tenía ahora tres
chicos: Andrei, Richard y Daniel, su favorito. Vivían en una casa en la frontera, la
misma que habían alquilado cuando nació Andy, y que ahora les pertenecía. Andrei
había empezado una empresa de distribución propia, y le iba bastante bien, aún sin
contar con el grueso pedido anual del Trígono.
— No es que seas mi amigo, — le decía Cassandra. — Es que tú y Miriam
siguen teniendo los mejores precios de los dos lados...
Andrei se reía y le reservaba una alfombra extra para el paquete de artefactos
forasteros que ella siempre encargaba.
Cassandra permanecía en el Trígono. Su temor de que los Tres le reclamaran la
devolución del poder prestado, ahora que ya no había más enemigos a la vista se había
ido diluyendo con el tiempo. La amenaza de que un nuevo enemigo se levantaría
parecía una nube en un horizonte demasiado lejano como para preocuparse, y Cassandra
la dejó echarse a dormir. Seguía ocupándose del entrenamiento de Viajeros, y el último
año habían celebrado un nuevo Encuentro de Viajeros en el Trígono. Esta vez, Javan
estuvo a su lado, y Ada aprovechó la tregua para permanecer hasta el mismísimo cierre.
Dijo que le había resultado sumamente disfrutable. Alessandra también estaba invitada,
pero en aquellos días estaba terminando una investigación que la requería a tiempo
completo. Andrei tampoco pudo asistir.
Y la vida había seguido su curso. Cinco años. Ahora, a la puesta de sol,
Cassandra miraba las estrellas que empezaban a salir en el cielo desde el mirador.
Andrei le tocó discretamente el hombro.
— Los chicos quieren jugar a la magia forastera de nuevo. ¿Qué es ese invento?
Cassandra sonrió.
— Algo que le enseñé a Kathy hace mucho tiempo... ¿Andrei?
— ¿Sí?
— He elegido.
— ¿Elegir? ¿Qué cosa?
Cassandra volvió a sonreír.
— Hace seis años te prometí algo. ¿Recuerdas? — Ella tocó la piedra blanca en
su collar.
229

Andrei asintió lentamente.


— He elegido. Tu hijo Daniel será el siguiente guardián de esta Llave... — dijo
ella suavemente.
— ¿Daniel? ¿Por qué él? — Andrei parecía confundido.
— No tendrá poderes mágicos. Ricky y Andy sí. Estudiarán aquí. Y serán buenos
magos, tal vez... no te lo prometo, hechiceros... — Ella dio unas palmaditas cariñosas en
su brazo, — ... como su padre. Pero no Daniel. Lo revisamos en el futuro, con el
Sacerdote del Escarabajo. Y él estuvo de acuerdo conmigo en que Daniel es el más
indicado... él será serio y cuidadoso en el uso de esta Llave. Los magos siempre tratan
de manipular las cosas. Tu hijo no. Lo elegí a él...
— ¿Por eso te lo llevaste esta mañana? — preguntó él con lentitud.
Ella asintió.
— Lo presenté a los Ancianos. Ellos aprobaron mi elección... — Ella hizo una
pausa, tratando de determinar cuál era la causa del malestar de Andrei. — Él... sentirá la
llamada un día, Andrei...
— ¿Y será libre de aceptarla o rechazarla?
Cassandra asintió con la cabeza. En las sombras del crepúsculo lo vio asentir
también.
— Amo a todos tus hijos, Andrei. Pero Daniel es el más equilibrado e inteligente
de los tres... Es el indicado. No rechazará la misión.
Andrei se limitó a inclinar la cabeza. Ella murmuró aún:
— Deberás prepararlo...
Los ojos castaños de Andrei se posaron en ella un momento. La luz de la luna
que se levantaba le permitió ver su sonrisa.
— Estará preparado... Vamos a hacer magia forastera ahora...
— Sí, — pensó ella mientras el griterío le deba la bienvenida a la cocina. — Así
es la vida que sigue su curso...
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— El Amo ha muerto, — dijo el mago apoyándose en la reja del balcón. — Ya te


lo dije.
— Sí, me lo dijiste... — El otro mago parecía más una sombra que un hombre.
— ¿Somos libres ahora? — preguntó una voz temblorosa. — ¿Podemos...?
— Cállate, Felpudo. No sé por qué te oculté aquí. Eres un inútil... — siseó el
primer hombre, acariciando su Vara.
— La Serpiente se ha ido, es cierto, — continuó la sombra. — Pero su espíritu
está todavía entre nosotros.
— ¿Qué estás diciendo, Lilien? — El primer mago se volvió en redondo. — La
Vara fue quebrada.
— Por esa razón estoy aquí, viejo amigo. La Vara fue quebrada... — rió la
sombra. Y su tono volvió a cambiar, helado: — Sabes que conozco muchos secretos que
están vedados a los otros. Ha llegado el tiempo que te enteres de uno de ellos.
La voz sonaba fría, y Portavoz, Tercera Vara, Señor del Hafno, reprimió un
escalofrío.
— Dilo, — dijo.
— No. Lo diré a su debido tiempo. Por ahora solo te lo mostraré... — Y la
sombra sacó de su túnica un hilo de plata con la mitad de un medallón en él.
— Es de la Serpiente... De su familia, — dijo Felpudo.
— Y le falta la mitad. Encuentra a quien la tiene, y encontrarás al sucesor del
Amo.
El Tercera Vara miró pensativo a la sombra.
— ¿Y que hay para nosotros, si lo hacemos así? — dijo lentamente. — He
esperado más de veinte años para el levantamiento de la Serpiente y su Clan, y no gané
nada con ello.
La sombra se rió.
— Hafnak, viejo amigo... — dijo, sacudiendo la cabeza. — El sucesor es muy
joven aún. Si actuamos cuidadosamente, podemos manejarlo, dominarlo. Él cargará con
las culpas, y nosotros usaremos el poder...
El Tercera Vara miró la sombra por unos instantes.
— Está bien. Cuenta conmigo, — dijo.
La negra noche ocultó el estremecimiento de Felpudo.
231

Capítulo 1 Juego de luces 3


Capítulo 2 La recepción. 10
Capítulo 3 Viejos amigos. 22
Capítulo 4 El rancho. 31
Capítulo 5 La pluma azul. 43
Capítulo 6 Hacia NingunaParte. 53
Capítulo 7 Nadie. 62
Capítulo 8 Céfiro. 71
Capítulo 9 Llamas negras. 82
Capítulo 10 Los Ryujin. 95
Capítulo 11 El experto en geografía mágica. 106
Capítulo 12 Yhero-niro. 115
Capítulo 13 Adivinanzas. 125
Capítulo 14. El Rey de los Ryujin. 137
Capítulo 15 El sendero del Viento. 147
Capítulo 16 La respuesta equivocada. 158
Capítulo 17 El poder de retener y liberar. 167
Capítulo 18 La respuesta correcta. 178
Capítulo 19 La tropa que no es. 187
Capítulo 20 El lugar escondido. 197
Capítulo 21 El encuentro final. 205
Capítulo 22 El clan Fara. 216
Capítulo 23 Después 224

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