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Antecedentes
Sobre los andamios, no siempre conscientes, de escritores de la vieja generación
realista/costumbrista, (R. Otero Reiche, A. Flores, E. Finot, E. Kempff, , escritores de
la primera mitad del S. XX) y O. Barbery Justiniano o Manfredo Kempff, de los 70 y
80; con algunas evocaciones a los poetas nacionales de la primera mitad del S. XX
(Cerruto, Mitre, incluso Camargo, etc); sobre los vagos recuerdos de lecturas de
escuela e infancia, así como también sobre la base de profundas y polémicas
lecturas “escolares”1, entre los que se encontraban desde Rulfo hasta Borges o
Cortázar, el obligado García Márquez, el muy apreciado Neruda; y, por supuesto, con
algunos acercamientos hacia la interminable literatura universal, durante la década
del ochenta se fueron perfilando los rasgos de los grupos que en los noventa
consolidarían una generación distinta; luego se sumarían nuevas presencias y se
bifurcarían en innumerables posibilidades temáticas y formales. Nuevas maneras de
hacer y pensar a la literatura se abrieron espacio y cobraron forma en textos, temas,
géneros, estilos nunca antes abordados en esta región. Hoy podemos decir que
existen más de una voz o un registro: una poética de la multiplicidad, coherente y
consecuente con la dispersión urbana que nos caracteriza, una poética que refracta a
las múltiples nacionalidades y se expande a partir del entrecruzamiento de ellas. Este
desencuentro que subyace a un fragmento (región) de esta sociedad que busca
definirse a sí misma, es uno de los motivos que alimentan la producción literaria
actual.
Hacia fines del S. XX y principios del XXI, en vez de un previsible ocaso del
que mucho se hablaba, se llegó a un auténtico reencuentro con la palabra. Para
muchos la sospecha era, cuando nos aproximábamos al fin del milenio, de que ‘en
los años que nos quedaban por vivir’, la literatura no gozaría de buena salud. Pero
no ha sido así en estas llanuras. La literatura cruceña se encuentra en un momento
especial, en el que años de apertura, libertad y – sobre todo- compromiso con la
palabra, han dado lugar al nacimiento de varias texturas discursivas, que sin duda re-
dibujan a Santa Cruz y al cruceño.
Los cambios
La nostalgia por la Santa Cruz aldea, la de los tipos y leyendas, la de los cuadros de
costumbres (Flores) o los balcones y serenatas (Otero), fue poco a poco quedando
atrás, y solo pervive en algunos textos poéticos apenas ya como un tópico, o con un
tratamiento lingüístico que le da otra dimensión. El fin del milenio provocó en algunos
una vuelta a la tradición; otros transitaron indiferentes el umbral.
Sabemos que durante las décadas de los ’70- ’80, se produjeron una serie de
acontecimientos políticos, que incidieron profundamente en la producción literaria. La
dictadura no propició la aparición de obras literarias significativas. Pero a partir del
año 1985, Santa Cruz se convierte en un centro generador de arte, particularmente
de literatura.
1
Algunos de los autores incluidos comentan lo subversivo que resultaba leer a los escritores mencionados,
durante la dictadura de los ‘70
El “Taller del Cuento Nuevo”, (1986) grupo que naciera a raíz de la realización
de un encuentro-taller justamente, dio algunos de los nombres que hasta ahora
permanecen produciendo con una constancia y permanencia pocas veces vista. De
aquella escuela vienen (directa o indirectamente) Blanca Elena Paz, Homero
Carvalho, Oscar Barbery, Paz Padilla y otros que, sin haber pertenecido al grupo, por
sus coincidencias literarias hoy se funden en esa generación pos-80, que renovó el
oficio de la escritura en varios sentidos, cuales son Aníbal Crespo, Gary Daher, Luis
Andrade, Emilio Martinez, Gonzalo de Córdoba. La expansión demográfica de esta
urbe, alimentada significativamente por la migración interna y externa, se hace
evidente en la presencia de estos últimos, que vienen de otras regiones del país, o de
fuera de él (los dos últimos). Por otro lado, el espacio poético sería tomado con un
sostenido espíritu de trabajo, y un innegable crecimiento de la profundidad en las
exploraciones literarias, desde la mano de las mujeres: allí aparece casi precozmente
Giovanna Rivero, antes la ya mencionada B. E. Paz, Luisa (Gigia) Talarico, Centa
Reck y Claudia Peña.
Los autores
La ciudad. La ciudad, con todos sus conflictos y tensiones, nos habla a través de
estos escritores. No se trata de que ésta sea una literatura referencial o del paisaje
urbano. Más bien, de que el discurso proviene de sujetos que logran apropiarse de
este espacio que – por inexistente o ajeno-, había estado fuera del alcance de la
contemplación literaria. Los autores de esta selección, nos han permitido leernos
como parte de esa ciudad, reconocernos en ella, tanto en textos que se engarzan
voluntariamente en la tradición popular, (como O. Barbery) como en otros que se
valen de un lenguaje absolutamente libre, que transita por la frase personal, íntima,
casi confesional como sucede con Gigia Talarico o Aníbal Crespo. Más allá de sus
actividades cotidianas, todos tienen el ‘oficio’ de la escritura como un componente
esencial de sus vidas, no una labor complementaria. En todos se reconoce la
importancia otorgada al lenguaje (como objeto, no más como mero instrumento) y al
género con el que trabajan. El cuidado puesto en ellos se convierte en intensidad.
Todos alcanzan una voz propia.
Oscar Barbery Suárez, en los textos de su “Cancionero” que aquí se incluyen,
refresca, renueva a la canción popular. El poema/canción se reconfigura
estéticamente, pues se prescinde del ‘color local’ que se manifestaba en un léxico
‘típico’ y un tratamiento muy sencillo del poema mismo. Aunque recorre los ejes
temáticos de la tradicional canción folclórica, le incorpora la sensibilidad compleja del
hombre de hoy, y desde allí reinterpreta una realidad usualmente caracterizada con
extrema superficialidad. Así, ‘El Palmar’ deja de ser un espacio para la serenata
amorosa o la anécdota pueblerina, y se convierte en el pretexto para la reflexión
sobre la existencia y el sueño, la realidad y su imagen. ‘Negro Diablo’ parece solo
reincidir en el viejo tópico de los amores imposibles por la diferencia de clase o color,
pero es inevitable encontrar una tenue crítica a las rígidas estructuras sociales
todavía vigentes en la actualidad. Recordemos que Barbery es también creador de
una tira cómica, “El Duende y su camarilla”, cuyos personajes ironizan a diario sobre
la realidad sociopolítica de la ciudad y el país.
Homero Carvalho, ha abordado en sus cuentos y novelas, reunidos en varios
volúmenes, asuntos donde también se destaca el humor con que opta por referir su
concepción de las cosas. En dos de sus novelas, Memoria de los Espejos y Santo
Vituperio nos confronta a tópicos ahora familiares en la actualidad literaria: el de el
mundo o mundillo de los intelectuales, y el de las mitologías urbanas: espacios
urbanos, (los cafecitos), belleza, riqueza, poder, religión y moral, junto a
acontecimientos detectivescos, y un imaginario atemporal le permiten elaborar una
novela con el color del discurso de crítica social: después de todo, entroncándose en
la centenaria tradición costumbrista, también aparecen las ‘damas de sociedad’ de
otros autores (Flores), pero convertidas en jóvenes modernas y elegantes; las
autoridades, igualmente parodiadas; aparecen las prostitutas, con “Inés de las
Muñecas”, para recrear el imaginario religioso popular. En esta ocasión, sus
brevísimos cuentos son un amplio y variado cuadro de homenaje a los personajes,
tópicos, temas, de todos los espacios y tiempos que lo han apasionado. Como un
gran fresco, en cada pequeño relato, se refiere a cada uno de ellos, y de la mano de
la brevedad y el humor, nos ofrece esta suerte de confesión de sus pasiones, con la
que intenta compartir una mirada total de la realidad una vez más parodiada.
Muchos son los sentidos o funciones, con los que los poetas han hecho poesía
en nuestro país. La búsqueda, a través de la escritura, del sí mismo, es uno de esos
sentidos. En este caso concreto, el de Aníbal Crespo, el fenómeno es
sensiblemente perceptible. Es un escritor que asume su escritura como camino de
apertura hacia el ser interior, su propio ser. Es, como se ha dicho en algunas críticas
previas, una poesía de tono individualista, y aunque esto parecería un pecado de
nuestros tiempos, el autor opta, ya cansado del “mundanal ruido” por la palabra
silenciosa, casi un susurro para sí mismo, que pudiendo hablar de todo, prefiere el
amor, el destino, la existencia, el ser y el existir a través de la palabra. Tal como
tienen en los poemas elegidos, el poeta dice: Escribir estos signos, estas letras, que
son mi identidad secreta, mi armadura y también la puerta de mi alma.
Por otro lado, existen poemas que nos deleitan, que nos enamoran,
que nos permiten unos segundos de ilusión ante la precariedad de la vida.
Este no es el caso. Gary Daher, en un acto de sinceramiento, nos entrega a
todos los que alguna vez hemos querido construir algo con las palabras, el
insoportable dolor del silencio. “El lenguaje me limita” dice en los primeros
versos de ‘Oruga Interior’. Y si lo más sagrado que hemos tenido es el
lenguaje, si por siglos le hemos depositado la certeza de la comunicación, y
ahora éste nos limita, ¿qué nos queda? Ya ni el amor es posible, solo el
silencio. Las palabras son inútiles, dice más allá, solo la música penetra; pero,
ojo: no con la suavidad con la que podríamos esperanzadamente creer.
Taladra, corta, araña. El alma apenas acierta a proferir azarosamente una o
dos frases verdaderas, que no son sino extravíos de los demonios interiores.
Aunque por instantes sentimos una dureza violenta, agresiva, en estas
palabras, a medida que avanzamos en el poemario, confirmamos que la
intensidad no va a ceder. Es una tromba la que envuelve al poeta, y su
palabra apenas una tabla de salvación provisoria. Pero en ‘Actos’ por ej., hace
del acto amoroso un lento relato lírico, de un suave erotismo. Otra faceta del
escritor se presenta en este fragmento de Tamil.
Blanca Elena Paz Peña, registra en muchos de sus relatos, una voz
susurrante, verdaderamente íntima. Entre el recuerdo y la presencia, el
pasado compartido y un hoy plagado de nostalgias, su escritura, de tonos
tenues, nos aproxima al interior de las evocaciones, nos abre el paso a las
experiencias vividas para, en este caso, luego arrastrarnos con fuerza a la
crueldad del presente. La lluvia, aunque nostálgica siempre vital, se confunde
con el llanto y con la muerte. Esta lluvia no purifica, no libera, más por el
contrario, se confunde con el dolor interior que no parece acabar.
La intertextualidad, la reconstrucción de personajes, las alusiones
literarias, la invención de mundos imposibles, el relato lúdico, son algunos de
los ingredientes de la narrativa de Emilio Martinez. Confeso no-lector de
novelas, sus cuentos son producto de de dos pasiones aparentemente obvias:
la lectura, de donde extrae, distorsiona, moldea, personajes o escenarios; y
por supuesto la propia escritura. Pasión en tanto que en los cuentos
descubrimos una cuidada elaboración de todos los niveles textuales. La
palabra, los tiempos, los sujetos, las tramas, las sorpresas, nada está dejado
al azar ni es producto de la desnuda inspiración; más bien diría, es un
trabajo de laboratorio, laboratorio de experimentos en el que juega con las
categorías literarias. Este es, uno de los aportes de Emilio Martinez, tanto
en Macabria y otros cuentos, uno de sus primeros volúmenes de cuentos,
como en los que aquí aparecen. La desmitificación de lo académico, la
parodia de los sistemas de valores, de los cánones literarios y culturales, son
la fórmula que ha encontrado Martinez para romper el acartonamiento de la
realidad y de la escritura con la que a ella se refiere.
Una de las más jóvenes escritoras de este grupo, Giovanna Rivero, se
adentra en lo más profundo del ser femenino, desgarradora y dolorosamente,
con una escritura que no se puede calificar sino de brutal, por la agresividad
con que las palabras osan llegar hasta el desprevenido lector. Desde
Nombrando El eco, su primera obra narrativa editada, la escritura de
Giovanna Rivero ha tenido algunas constantes, rasgos, que “in crescendo”,
han dado en lo que considero un momento significativo dentro de su proceso,
de la evolución de su escritura. Porque quien quiera que tenga la escritura
como un elemento vital de su existencia, lo busca así, consciente y
consecuentemente. Ya dijimos antes que una voz provocadora, irritante,
molestosa, corrosiva. Pero en “Sangre Dulce” (último libro de cuentos) se
llega a provocar ese efecto, no solo por las historias que se cuentan sino
fundamentalmente por algunos elementos que hacen a lo lingüístico, al
manejo del género, y al dominio de las técnicas narrativas. Las tramas, las
historias crueles y durísimas historias contadas nos conmueven las fibras más
profundas, los sentidos reaccionan, sentimos dolor, tristeza probablemente
hasta rechazo ante un texto que nos tira a la cara una realidad que está ahí,
muy junto a nosotros, y a la que pasamos de largo, negamos, en fin. Las
urgencias más cotidianas, la reacción insospechada de una perra
domesticada en un gesto que parece una epifanía, una intervención divina en
el cuento Ladrando Bajito (por cierto de extrema dureza), el amor con todos
sus caprichos: una multiplicidad de sensaciones encontradas y
contradictorias, que nos mueven la estantería, nos enfrentamos a nuestros
prejuicios, a nuestras convenciones, una de ellas, particularmente fuerte en el
mundo femenino, el de ver contada nuestra vida en el papel. La podemos
vivir, la podemos sobrevivir, (por supuesto la ocultamos, la negamos, etc.)
pero no la resistimos escrita. Y es que una vez escrita, la realidad cobra
otra dimensión. Y al lector, así quiera soslayarlo, le tocará verse en la
palabra escrita. Como quien se mira en un espejo, pero ojo, que esto no se
entienda como una escritura que refleja a la realidad. No es así.
Reflexiones finales
Creemos que hoy, más que nunca, el carácter sinecdóquico y
develador de la literatura cruceña, propone una contemplación de las
realidades históricas y sociales desgajadas de su temporalidad concreta, es
decir transitoria. Aunque la ciencia continúe organizando el mundo en
categorías, la cotidianeidad nos invite al silencio, la parodia política nos lleve a
la abulia comunicativa, llegará la poesía y nos hablará de relaciones
diferentes. La narrativa continuará buscando describir y edificar la totalidad
secreta de la vida, incorporando coherencia y sentido la existencia del
hombre. Y allí estará, al final del laberinto, cuando terminemos de despertar al
nuevo siglo, el dinosaurio.
*
Este texto fue originalmente publicado en la Revista PROA, Septiembre de 2007
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