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Narrativa y poesía en Bolivia:

La escritura desde Santa Cruz de la Sierra


Claudia Bowles Olhagaray
2007. *
En el último cuarto del siglo XX y los años que llevamos del S. XXI, la literatura
boliviana, producida desde Santa Cruz, ha experimentado una serie de
transformaciones con respecto a los registros literarios que antecedieron a este
período. Lenguajes, temas, perspectivas, pero sobre todo actitudes frente a la
escritura, hoy son radicalmente diferentes en los autores que vienen escribiendo
desde el inicio de la década de los 80 o han empezado a hacerlo durante la misma, y
continúan de manera sostenida desde entonces. Tan desmesuradamente como ha
crecido la ciudad, dispersa y desencontrada de sí, así lo ha hecho su literatura. En
esa fragmentación, real y simbólica, sin embargo, se pueden reconocer algunas
constantes que vamos a proponer como claves para alcanzar una aproximación
incluyente y abarcadora, pero que más allá de todo, logre “decir” a Santa Cruz, desde
la ficción literaria y la sensibilidad del verso.

Hemos prescindido preliminarmente, de la necesidad de establecer una


categoría ontológica, para nosotros exigencia académica importante, cual es la de
definir, a priori, “lo cruceño”, (que luego debería identificarse como rasgo pertinente
de la escritura). Y no solo porque circunstancialmente esta categoría (en planos
regionales y nacionales) de comprensión del mundo esté siendo realmente
replanteada en las esferas sociopolíticas, sino por la relatividad de su valor a los
fines interpretativos y de valoración de la poesía y la narrativa actual. Muy al
contrario de lo que parece estar sucediendo en el resto del país, y en los planos ya
aludidos, de hecho podemos decir que, Santa Cruz se ha convertido también en lo
literario (como en lo productivo, social, industrial, etc.), en un espacio de
convergencia, de encuentro, desde donde escritores de distintas procedencias,
formaciones, y visiones, coinciden en residir aquí, hablar desde aquí, crear desde
aquí.

Hemos prescindido también de ubicar a los creadores generacionalmente, no


obstante existir un hito (ver más adelante) que ha demarcado territorios y delineado
lenguajes en algunos de los autores incluidos en esta selección. Buscaremos, más
bien, mencionar, los elementos afines o comunes que puedan vincularlos, siempre del
orden de lo literario.

Antecedentes
Sobre los andamios, no siempre conscientes, de escritores de la vieja generación
realista/costumbrista, (R. Otero Reiche, A. Flores, E. Finot, E. Kempff, , escritores de
la primera mitad del S. XX) y O. Barbery Justiniano o Manfredo Kempff, de los 70 y
80; con algunas evocaciones a los poetas nacionales de la primera mitad del S. XX
(Cerruto, Mitre, incluso Camargo, etc); sobre los vagos recuerdos de lecturas de
escuela e infancia, así como también sobre la base de profundas y polémicas
lecturas “escolares”1, entre los que se encontraban desde Rulfo hasta Borges o
Cortázar, el obligado García Márquez, el muy apreciado Neruda; y, por supuesto, con
algunos acercamientos hacia la interminable literatura universal, durante la década
del ochenta se fueron perfilando los rasgos de los grupos que en los noventa
consolidarían una generación distinta; luego se sumarían nuevas presencias y se
bifurcarían en innumerables posibilidades temáticas y formales. Nuevas maneras de
hacer y pensar a la literatura se abrieron espacio y cobraron forma en textos, temas,
géneros, estilos nunca antes abordados en esta región. Hoy podemos decir que
existen más de una voz o un registro: una poética de la multiplicidad, coherente y
consecuente con la dispersión urbana que nos caracteriza, una poética que refracta a
las múltiples nacionalidades y se expande a partir del entrecruzamiento de ellas. Este
desencuentro que subyace a un fragmento (región) de esta sociedad que busca
definirse a sí misma, es uno de los motivos que alimentan la producción literaria
actual.
Hacia fines del S. XX y principios del XXI, en vez de un previsible ocaso del
que mucho se hablaba, se llegó a un auténtico reencuentro con la palabra. Para
muchos la sospecha era, cuando nos aproximábamos al fin del milenio, de que ‘en
los años que nos quedaban por vivir’, la literatura no gozaría de buena salud. Pero
no ha sido así en estas llanuras. La literatura cruceña se encuentra en un momento
especial, en el que años de apertura, libertad y – sobre todo- compromiso con la
palabra, han dado lugar al nacimiento de varias texturas discursivas, que sin duda re-
dibujan a Santa Cruz y al cruceño.

Los cambios
La nostalgia por la Santa Cruz aldea, la de los tipos y leyendas, la de los cuadros de
costumbres (Flores) o los balcones y serenatas (Otero), fue poco a poco quedando
atrás, y solo pervive en algunos textos poéticos apenas ya como un tópico, o con un
tratamiento lingüístico que le da otra dimensión. El fin del milenio provocó en algunos
una vuelta a la tradición; otros transitaron indiferentes el umbral.

Sabemos que durante las décadas de los ’70- ’80, se produjeron una serie de
acontecimientos políticos, que incidieron profundamente en la producción literaria. La
dictadura no propició la aparición de obras literarias significativas. Pero a partir del
año 1985, Santa Cruz se convierte en un centro generador de arte, particularmente
de literatura.

1
Algunos de los autores incluidos comentan lo subversivo que resultaba leer a los escritores mencionados,
durante la dictadura de los ‘70
El “Taller del Cuento Nuevo”, (1986) grupo que naciera a raíz de la realización
de un encuentro-taller justamente, dio algunos de los nombres que hasta ahora
permanecen produciendo con una constancia y permanencia pocas veces vista. De
aquella escuela vienen (directa o indirectamente) Blanca Elena Paz, Homero
Carvalho, Oscar Barbery, Paz Padilla y otros que, sin haber pertenecido al grupo, por
sus coincidencias literarias hoy se funden en esa generación pos-80, que renovó el
oficio de la escritura en varios sentidos, cuales son Aníbal Crespo, Gary Daher, Luis
Andrade, Emilio Martinez, Gonzalo de Córdoba. La expansión demográfica de esta
urbe, alimentada significativamente por la migración interna y externa, se hace
evidente en la presencia de estos últimos, que vienen de otras regiones del país, o de
fuera de él (los dos últimos). Por otro lado, el espacio poético sería tomado con un
sostenido espíritu de trabajo, y un innegable crecimiento de la profundidad en las
exploraciones literarias, desde la mano de las mujeres: allí aparece casi precozmente
Giovanna Rivero, antes la ya mencionada B. E. Paz, Luisa (Gigia) Talarico, Centa
Reck y Claudia Peña.

Unos aproximaron la prosa a la poesía; otros incorporaron algunos preceptos


del realismo mágico a este contexto de selva y calor, absolutamente apto para esa
concepción literaria; alguno nos permitió pensar en una literatura negra o policial
propia, género casi exclusivo de otras lenguas y culturas. Llegaron incluso a
concedernos la posibilidad de encontrar humor en la literatura, un recurso poco
frecuentado en nuestra tradición literaria (nacional sobre todo) tan grave en el tono y
melancólica en la visión (Carvalho, de Córdoba, Martinez). La poesía se reencontró
con la canción popular, ésta ahora un “espejo” propicio para la reflexión interior (O.
Barbery), pero también se volvería alivio ante “tanto desacierto, la sangre agobiada”.
La palabra es puerta que abre y armadura que protege (A. Crespo). El verso logra la
brevedad suficiente para expresar la angustia ante la ausencia del otro, la
insoportable y dolorosa necesidad del cuerpo del otro, como anuncia Gigia Talarico
en sus textos inéditos.
Aunque durante el S. XX, la narrativa (más que otros géneros) había alcanzado
en términos universales, límites que justamente nos hacían pensar en un posible
agotamiento, hoy continuamos sorprendiéndonos y disfrutando con las propuestas
que las mismas circunstancias vitales le ofrecen al hombre como reto. La mitología de
todas las regiones, la vida y la muerte, el amor y el odio, la traición, el poder, la
soledad, el abuso, el desquicio, y otra vez la soledad, continúan siendo los temas
capitales de la literatura actual. Pero es también la literatura misma, los mitos
literarios, los “topoi” literarios, los que se convierten ahora en eje temático esencial.
De pronto la intertextualidad es un recurso, una técnica y un valor literario
insoslayable. Y cuando hablamos de literatura debemos incluir también a algunos
géneros mal llamados marginales, como la historieta (cómic), el cine, los relatos
orales, las tradiciones urbanas (ya no las regionales o nacionales rurales),
convocados por la escritura cruceña, como ocurre en Carvalho, E. Martínez y
nuevamente en de Córdoba. Pero el habernos convertido vertiginosamente en una
“gran urbe”, impone casi obligatoriamente otros motivos.
Hoy nuestros escritores evocan insoslayablemente la angustiante e impersonal
vida urbana, símbolo de la decadencia de la civilización que pasó de la gloria a la
mediocridad en los inicios del siglo veinte, y en esta ciudad, símbolo de la
superposición y entrecruzamiento de mundos, tiempos, mentalidades, culturas,
lenguas, que se entrecruzan y se hibridan, oscilando entre la intolerancia política y
religiosa que creíamos superada y la libertad degradada de los reality-show, de los
noticiarios-espectáculo; entre la ‘modernidad’ de una democracia milagrosamente
conservada por más de 20 años, y el racismo, la xenofobia, el machismo y la ceguera
cultural y artística que subyacen bajo el discurso que la sostiene. A esta multiplicidad
imposible de nombrar, que también es multiplicidad de “hablas”, le acompaña el
silencio de las multitudes.
Pero frente a esta mutilación del “habla” – que atribuimos al discurso político, de
las comunicaciones masivas, y del anonimato colectivo en el que vive la gran mayoría
de nuestra población, que paradójicamente vocifera en la palabra del
político/impostor-; frente a este sin sentido y sin rumbo de la cotidianeidad, frente al
silencio de miles, que se confunden entre el reverdecido indigenismo, el trasnochado
marxismo, el tardío feminismo; frente al grito desesperado de los niños de la calle y
las ostensivas campañas de salvataje de las instituciones gubernamentales, frente a
los apabullantes y multiplicados/bles cabildos; frente a la compleja y contradictoria
“refundación” de nuestra “Carta Magna” …aparece la poesía y nos salva; el acto
poético sobrevive a todos los embates de la chatura política y a la vacuidad de la
comunicación cotidiana. Pero será también, determinada por ésta, pues es el sujeto
escindido, que ha roto con su mundo, el que habla en estos brevísimos cuentos, en
escasísimos versos o en relatos sobrecargados de ironía y dolor como se percibe en
Centa Reck o Giovanna Rivero.
Los escritores incluidos aquí, además de superar las profundas huellas dejadas
por el realismo social e histórico, el indigenismo, la mística de la tierra, replantean sus
poéticas, alcanzando, casi todos, en la escritura, un camino de encuentro con el
propio ser.
Creemos, junto con Wittgenstein, que la realidad consiste de un incontable y
discreto cuerpo de irreductibles hechos, a los que los humanos intentamos comunicar
simbólicamente a través de la palabra; pero también, tal cual se dice en
Investigaciones Filosóficas, que además representar la realidad, las palabras la
determinan.
Si bien es cierto que se ha producido una gran explosión de información y una
implosión de significado, en palabras de J. Baudrillard, siempre ha existido una
cultura popular, por un lado, y por otro, siempre los escritores se han sentido solos,
incompletos, enajenados y a la vez seducidos y abandonados por el contacto directo
con el público. Pero la literatura y eso lo sabemos todos, informa sobre lo que está
más allá de la información. Sobrepasa infinitamente lo dicho en el discurso cotidiano
de la política y de la información.
De la misma manera en que sabemos que ya no es la clase media ilustrada
europea la que porta la cultura, que ya no existen culturas metropolitanas y mucho
menos culturas homogéneas; así como sabemos que la historia se ha vuelto
universal y por ello todos somos excéntricos; así, la literatura cruceña es producto,
también, de ese descentramiento de los focos de cultura nacionales, y alcanza su
sentidos cuando se aproxima a lo universal, a lo cotidiano, liberándose de llegar a
construir un sentido de pertenencia territorial geopolítico, e incluso de construir una
tradición literaria para reconocerse “heredero de” o “influenciado por”.
Las lecturas de esta selección nos muestran la posibilidad de hacer literatura,
mirando intensamente adonde quiera que se encuentre el sentido oculto, allí donde
se descubra lo invisible, lo olvidado, lo marginado, haciéndolo además a contramano
de lo que la realidad sugiere, como excepción a los valores de lo oficial.

Los autores
La ciudad. La ciudad, con todos sus conflictos y tensiones, nos habla a través de
estos escritores. No se trata de que ésta sea una literatura referencial o del paisaje
urbano. Más bien, de que el discurso proviene de sujetos que logran apropiarse de
este espacio que – por inexistente o ajeno-, había estado fuera del alcance de la
contemplación literaria. Los autores de esta selección, nos han permitido leernos
como parte de esa ciudad, reconocernos en ella, tanto en textos que se engarzan
voluntariamente en la tradición popular, (como O. Barbery) como en otros que se
valen de un lenguaje absolutamente libre, que transita por la frase personal, íntima,
casi confesional como sucede con Gigia Talarico o Aníbal Crespo. Más allá de sus
actividades cotidianas, todos tienen el ‘oficio’ de la escritura como un componente
esencial de sus vidas, no una labor complementaria. En todos se reconoce la
importancia otorgada al lenguaje (como objeto, no más como mero instrumento) y al
género con el que trabajan. El cuidado puesto en ellos se convierte en intensidad.
Todos alcanzan una voz propia.
Oscar Barbery Suárez, en los textos de su “Cancionero” que aquí se incluyen,
refresca, renueva a la canción popular. El poema/canción se reconfigura
estéticamente, pues se prescinde del ‘color local’ que se manifestaba en un léxico
‘típico’ y un tratamiento muy sencillo del poema mismo. Aunque recorre los ejes
temáticos de la tradicional canción folclórica, le incorpora la sensibilidad compleja del
hombre de hoy, y desde allí reinterpreta una realidad usualmente caracterizada con
extrema superficialidad. Así, ‘El Palmar’ deja de ser un espacio para la serenata
amorosa o la anécdota pueblerina, y se convierte en el pretexto para la reflexión
sobre la existencia y el sueño, la realidad y su imagen. ‘Negro Diablo’ parece solo
reincidir en el viejo tópico de los amores imposibles por la diferencia de clase o color,
pero es inevitable encontrar una tenue crítica a las rígidas estructuras sociales
todavía vigentes en la actualidad. Recordemos que Barbery es también creador de
una tira cómica, “El Duende y su camarilla”, cuyos personajes ironizan a diario sobre
la realidad sociopolítica de la ciudad y el país.
Homero Carvalho, ha abordado en sus cuentos y novelas, reunidos en varios
volúmenes, asuntos donde también se destaca el humor con que opta por referir su
concepción de las cosas. En dos de sus novelas, Memoria de los Espejos y Santo
Vituperio nos confronta a tópicos ahora familiares en la actualidad literaria: el de el
mundo o mundillo de los intelectuales, y el de las mitologías urbanas: espacios
urbanos, (los cafecitos), belleza, riqueza, poder, religión y moral, junto a
acontecimientos detectivescos, y un imaginario atemporal le permiten elaborar una
novela con el color del discurso de crítica social: después de todo, entroncándose en
la centenaria tradición costumbrista, también aparecen las ‘damas de sociedad’ de
otros autores (Flores), pero convertidas en jóvenes modernas y elegantes; las
autoridades, igualmente parodiadas; aparecen las prostitutas, con “Inés de las
Muñecas”, para recrear el imaginario religioso popular. En esta ocasión, sus
brevísimos cuentos son un amplio y variado cuadro de homenaje a los personajes,
tópicos, temas, de todos los espacios y tiempos que lo han apasionado. Como un
gran fresco, en cada pequeño relato, se refiere a cada uno de ellos, y de la mano de
la brevedad y el humor, nos ofrece esta suerte de confesión de sus pasiones, con la
que intenta compartir una mirada total de la realidad una vez más parodiada.

Muchos son los sentidos o funciones, con los que los poetas han hecho poesía
en nuestro país. La búsqueda, a través de la escritura, del sí mismo, es uno de esos
sentidos. En este caso concreto, el de Aníbal Crespo, el fenómeno es
sensiblemente perceptible. Es un escritor que asume su escritura como camino de
apertura hacia el ser interior, su propio ser. Es, como se ha dicho en algunas críticas
previas, una poesía de tono individualista, y aunque esto parecería un pecado de
nuestros tiempos, el autor opta, ya cansado del “mundanal ruido” por la palabra
silenciosa, casi un susurro para sí mismo, que pudiendo hablar de todo, prefiere el
amor, el destino, la existencia, el ser y el existir a través de la palabra. Tal como
tienen en los poemas elegidos, el poeta dice: Escribir estos signos, estas letras, que
son mi identidad secreta, mi armadura y también la puerta de mi alma.
Por otro lado, existen poemas que nos deleitan, que nos enamoran,
que nos permiten unos segundos de ilusión ante la precariedad de la vida.
Este no es el caso. Gary Daher, en un acto de sinceramiento, nos entrega a
todos los que alguna vez hemos querido construir algo con las palabras, el
insoportable dolor del silencio. “El lenguaje me limita” dice en los primeros
versos de ‘Oruga Interior’. Y si lo más sagrado que hemos tenido es el
lenguaje, si por siglos le hemos depositado la certeza de la comunicación, y
ahora éste nos limita, ¿qué nos queda? Ya ni el amor es posible, solo el
silencio. Las palabras son inútiles, dice más allá, solo la música penetra; pero,
ojo: no con la suavidad con la que podríamos esperanzadamente creer.
Taladra, corta, araña. El alma apenas acierta a proferir azarosamente una o
dos frases verdaderas, que no son sino extravíos de los demonios interiores.
Aunque por instantes sentimos una dureza violenta, agresiva, en estas
palabras, a medida que avanzamos en el poemario, confirmamos que la
intensidad no va a ceder. Es una tromba la que envuelve al poeta, y su
palabra apenas una tabla de salvación provisoria. Pero en ‘Actos’ por ej., hace
del acto amoroso un lento relato lírico, de un suave erotismo. Otra faceta del
escritor se presenta en este fragmento de Tamil.

Blanca Elena Paz Peña, registra en muchos de sus relatos, una voz
susurrante, verdaderamente íntima. Entre el recuerdo y la presencia, el
pasado compartido y un hoy plagado de nostalgias, su escritura, de tonos
tenues, nos aproxima al interior de las evocaciones, nos abre el paso a las
experiencias vividas para, en este caso, luego arrastrarnos con fuerza a la
crueldad del presente. La lluvia, aunque nostálgica siempre vital, se confunde
con el llanto y con la muerte. Esta lluvia no purifica, no libera, más por el
contrario, se confunde con el dolor interior que no parece acabar.
La intertextualidad, la reconstrucción de personajes, las alusiones
literarias, la invención de mundos imposibles, el relato lúdico, son algunos de
los ingredientes de la narrativa de Emilio Martinez. Confeso no-lector de
novelas, sus cuentos son producto de de dos pasiones aparentemente obvias:
la lectura, de donde extrae, distorsiona, moldea, personajes o escenarios; y
por supuesto la propia escritura. Pasión en tanto que en los cuentos
descubrimos una cuidada elaboración de todos los niveles textuales. La
palabra, los tiempos, los sujetos, las tramas, las sorpresas, nada está dejado
al azar ni es producto de la desnuda inspiración; más bien diría, es un
trabajo de laboratorio, laboratorio de experimentos en el que juega con las
categorías literarias. Este es, uno de los aportes de Emilio Martinez, tanto
en Macabria y otros cuentos, uno de sus primeros volúmenes de cuentos,
como en los que aquí aparecen. La desmitificación de lo académico, la
parodia de los sistemas de valores, de los cánones literarios y culturales, son
la fórmula que ha encontrado Martinez para romper el acartonamiento de la
realidad y de la escritura con la que a ella se refiere.
Una de las más jóvenes escritoras de este grupo, Giovanna Rivero, se
adentra en lo más profundo del ser femenino, desgarradora y dolorosamente,
con una escritura que no se puede calificar sino de brutal, por la agresividad
con que las palabras osan llegar hasta el desprevenido lector. Desde
Nombrando El eco, su primera obra narrativa editada, la escritura de
Giovanna Rivero ha tenido algunas constantes, rasgos, que “in crescendo”,
han dado en lo que considero un momento significativo dentro de su proceso,
de la evolución de su escritura. Porque quien quiera que tenga la escritura
como un elemento vital de su existencia, lo busca así, consciente y
consecuentemente. Ya dijimos antes que una voz provocadora, irritante,
molestosa, corrosiva. Pero en “Sangre Dulce” (último libro de cuentos) se
llega a provocar ese efecto, no solo por las historias que se cuentan sino
fundamentalmente por algunos elementos que hacen a lo lingüístico, al
manejo del género, y al dominio de las técnicas narrativas. Las tramas, las
historias crueles y durísimas historias contadas nos conmueven las fibras más
profundas, los sentidos reaccionan, sentimos dolor, tristeza probablemente
hasta rechazo ante un texto que nos tira a la cara una realidad que está ahí,
muy junto a nosotros, y a la que pasamos de largo, negamos, en fin. Las
urgencias más cotidianas, la reacción insospechada de una perra
domesticada en un gesto que parece una epifanía, una intervención divina en
el cuento Ladrando Bajito (por cierto de extrema dureza), el amor con todos
sus caprichos: una multiplicidad de sensaciones encontradas y
contradictorias, que nos mueven la estantería, nos enfrentamos a nuestros
prejuicios, a nuestras convenciones, una de ellas, particularmente fuerte en el
mundo femenino, el de ver contada nuestra vida en el papel. La podemos
vivir, la podemos sobrevivir, (por supuesto la ocultamos, la negamos, etc.)
pero no la resistimos escrita. Y es que una vez escrita, la realidad cobra
otra dimensión. Y al lector, así quiera soslayarlo, le tocará verse en la
palabra escrita. Como quien se mira en un espejo, pero ojo, que esto no se
entienda como una escritura que refleja a la realidad. No es así.

Centa Reck, con un lenguaje descontraído, descontrolado, irreflexivo


(en el sentido de que parecería no ser producto de la reflexión) logra salir de
una tarea pendiente con su contexto local, el de Por la otra Ventana, para
arremeter con intensidad en la profundidad sicológica de esta ciudad
moderna. El desquiciamiento, la enajenación, parecen ser ingrediente
obligatorio para construir la historia de Zona Rosa. La rebeldía, el tomar la
palabra por la fuerza como gesto de liberación de mujer, es claro en varios de
los escritos de C. Reck. Los temas y sus personajes, son los que esta
actitud imprime: la sexualidad en todas sus formas, la muerte, la libertad, la
infidelidad, el mundo de lo onírico (que de hecho revela por sí solo un infinito
abanico de represiones) y, muy importante, el discurso escindido de las
mujeres carentes. En el caso de la Zona Rosa, un triángulo amoroso es el eje
narrativo central de la trama.

Todo ese discurso disparado por la autora, es un escape, una salida, a


la inacción, a la indiferencia que nos, a hombre y mujeres, mantuvo callados
por varias décadas y que en los últimos quince años del siglo que se fue,
tímidamente empezó a nacer. Detrás de todo ese discurso, que no puede ser
callado, quedan los rastros del desquiciamiento que hemos bordeado como
sociedad.
Las mujeres han logrado romper el mandato patriarcal, “el mandato del
amo que nos destinaba a seguir brindando circo y satisfacción, ahora
presentadas en forma de confites, o de un turrón literario”. De esta forma
actúa Claudia Peña Claros, en su poesía y su narrativa. Se rompe el velo
para entrar en el discurso, se apodera de él, y bordea el erotismo, la
seducción, con una postura entre inocente e ingenua. Aunque en este relato
también retoma una modalidad discursiva vinculada a lo rural y a la manera
convencional de concebir los afectos, su poesía es reconocida por la firme y
decida intención de acercarse a las emociones y sensaciones más ocultas de
la mujer contemporánea, develando, como decíamos antes, los miedos y los
deseos más ocultos.
Ya hemos anticipado antes, que cierta línea de poesía es de tono muy
intimista en lo conceptual, y que persigue las formas breves. Ese es el caso
de Gigia Talarico. Muy reconocida por los lectores por su incursión en la
literatura infantil, desde hace unos años tornó la mirada hacia su propio
interior. Pero no es esta la escritura de una mujer en particular: ella condensa
y contiene las voces de quienes han transitado por el dolor de la partida, el
dolor del cuerpo fracturado, lastimado por la ausencia del ser amado. Mi
cuerpo está tibio y desnudo/ y flores brotan salvajes /de mis montes/ hay un
río que bulle muy dentro. Tal la enunciación del deseo de mujer, salvaje y
solitario.
Gonzalo de Córdoba nos es familiar por su permanente labor teatral.
Como narrador se propone llegar al máximo de la brevedad, en algunos
casos, o al máximo del humor, en otros. Por ello, utiliza un lenguaje limpio,
discreto, no agresivo. Pero también puede resultar violento, casi macabro,
como la historia del propio relato, La Sicurí. Sus personajes anónimos,
comunes, a veces víctimas de la tecnología, también son una muestra de la
universalidad que puede alcanzar una trama, contada desde estas latitudes.
La virtud está en la libertad de acercarse a cualquier anécdota, y con un buen
manejo del ritmo, construir un texto atrapante.
Luis Andrade recorre caminos visiblemente diferentes a los demás
escritores que se reúnen en esta selección. El profundo conocimiento del
género poético, es evidente en este escritor, que laboriosa e incansablemente
ha reunido una apretada síntesis de su amplia propuesta. El texto cuidado en
lo formal, el texto que juega con el espacio/página como en su valiosa “Oda a
la Palabra”, o su transgresora propuesta ortográfica, en “La Nueba Historia”:
todos ellos, después de todo, manifiestan su respeto y aprecio por la palabra
en sus expresiones más tradicionales pero también en las más novedosas.
Insuperable prueba de esta actitud, el poema final dedicado a la poesía y los
poetas del S. XXI (pictograma sincrético y combinatorio).
De otra manera, Paz Padilla, también se mantiene en un territorio
lingüístico diferente como el único escritor de esta selección que como hemos
dicho alguna vez, tiene a ‘todo Vallegrande a cuestas’. Ese el nombre de la
región de donde provienen él, sus historias, y la forma de contarlas. En “La
Ley”, evoca una tradición familiar pueblerina, pero al mismo tiempo, sus
personajes reflexionan sobre los valores de las comunidades ajenas al
progreso de esta misma región boliviana, progreso que ya ha borrado de la
memoria de sus gentes los principios y convenciones. En este caso, este
mundo de Paz Padilla todavía conserva rigurosamente esa moral y la asume
aunque a sus personajes les cueste la vida. Más allá de ello, este, junto a
muchos relatos del autor, nos permiten conocer tanto los modos de vivir, amar
y morir, como la riqueza lingüística del habla cotidiana, tan única de esta
región del país.

Reflexiones finales
Creemos que hoy, más que nunca, el carácter sinecdóquico y
develador de la literatura cruceña, propone una contemplación de las
realidades históricas y sociales desgajadas de su temporalidad concreta, es
decir transitoria. Aunque la ciencia continúe organizando el mundo en
categorías, la cotidianeidad nos invite al silencio, la parodia política nos lleve a
la abulia comunicativa, llegará la poesía y nos hablará de relaciones
diferentes. La narrativa continuará buscando describir y edificar la totalidad
secreta de la vida, incorporando coherencia y sentido la existencia del
hombre. Y allí estará, al final del laberinto, cuando terminemos de despertar al
nuevo siglo, el dinosaurio.

*
Este texto fue originalmente publicado en la Revista PROA, Septiembre de 2007
No. 70

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