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Caso Latas Contaminadas Coca Cola
Caso Latas Contaminadas Coca Cola
Caso Latas Contaminadas Coca Cola
DE CASO
Con
casi
el
50
por
ciento
del
mercado
nacional
de
los
refrescos
y
un
dominio
mundial
creciente,
parecía
como
si
el
mundo
entero
estuviera
llegando
a
la
conclusión
de
que,
en
efecto,
“la
vida
sabe
bien
con
Coca-‐Cola”.
Un
buen
día,
en
junio
de
1999,
un
estudiante
belga
de
catorce
años
de
edad
tuvo
un
terrible
“dolor
de
tripa”
tras
beber
una
lata
de
Coca-‐Cola,
y
la
buena
fortuna
de
la
empresa,
así
como
su
reputación,
sufrieron
un
súbito
y
sísmico
descalabro.
OLORES EXTRAÑOS
El
chico
se
quejaba
de
padecer
náuseas
y
afirmaba
que
la
Coca-‐Cola
que
había
bebido
en
el
colegio
“olía
raro”.
Un
compañero
suyo
de
clase,
que
había
bebido
dos
latas,
también
sentía
náuseas.
Dos
horas
más
tarde
se
trasladó
de
urgencia
a
ambos
chicos
al
hospital
local,
donde
un
médico
concluyó
que
padecían
una
“probable
intoxicación”.
Y
así
es
como
empezó
la
peor
pesadilla
de
Coca-‐Cola
cuarenta
chicos
de
la
misma
ciudad
belga
enfermaron
tras
beber
Coca-‐Cola,
y
unas
doscientas
personas
terminaron
enfermas
por
beber
el
refresco.
La
empresa
retiró
rápidamente
2.5
millones
de
latas
del
área
de
Bélgica
donde
se
estaban
produciendo
los
casos.
Bélgica,
país
al
que
recientemente
se
la
había
reprochado
por
actuar
sin
suficiente
celeridad
para
resolver
un
problema
de
contaminación
alimenticia
relacionada
con
las
carnes,
tomo
en
esta
ocasión
la
iniciativa
y
prohibió
la
venta
de
Coca-‐Cola
en
el
país.
Se
ordenó
el
cierre
de
las
fábricas
Coca-‐Cola
en
Amberes
y
Gante
cuando
la
empresa
detectó
un
defecto
con
el
CO2
y
procedimientos
que
no
cumplían
los
estándares
de
calidad
en
la
fábrica
de
Amberes.
Los
responsables
de
sanidad
en
Francia,
Holanda
y
Luxemburgo,
temiendo
una
situación
análoga
en
sus
propios
países,
impusieron
prohibiciones
a
la
venta
de
Coca-‐Cola.
Los
responsables
de
sanidad
en
Suiza
pidieron
a
la
mortificada
empresa
de
refrescos
que
publicara
información
que
permitiera
a
sus
consumidores
identificar
dónde
se
fabricaban
los
productos
de
la
empresa,
temiendo
que
las
tiendas
suizas
tuvieran
existencias
contaminadas.
El
ministro
de
sanidad
de
la
República
de
África
Central
(muy
lejos
de
la
crisis
de
contaminación)
informó
a
la
población
que
debía
evitar
consumir
Coca
Cola
“hasta
nueva
orden”
debido
a
dudas
sanitarias.
Al
final,
Coca-‐Cola
tuvo
que
retirar
14
millones
de
cajas
de
sus
productos,
la
mayor
retirada
de
productos
de
la
historia
empresarial.
El
costo
para
la
empresa
ascendió
a
60
millones
de
dólares
de
gastos
extraordinarios
en
tan
solo
un
trimestre,
y
provocó
que
las
acciones
de
la
empresa,
que
volaban
muy
alto,
cayeran
en
picada
a
velocidad
de
vértigo.
Para
colmo
de
males,
la
empresa
fue
crucificada
en
los
medios
de
comunicación
por
permitir
que
se
perpetrara
un
“desastre
de
relaciones
públicas”.
Una de las principales críticas era que la empresa tardó en actuar.
La
empresa
declaró
que
había
“comprobado”
la
queja
anterior,
pero
no
había
encontrado
nada
preocupante.
La
bebida
en
concreto
había
sido
producida
en
la
misma
fábrica
que
más
tarde
provocó
la
intoxicación
de
los
jóvenes
estudiantes.
Aunque
las
muestras
provenientes
del
bar
fueron
examinadas
en
un
hospital
local,
las
pruebas
de
laboratorio
no
eran
concluyentes.
Por tanto, Coca-‐Cola, en efecto, había ignorado una advertencia anterior.
“El
ministro
dejó
bien
en
claro
que
no
quería
que
el
asunto
se
juzgara
en
el
campo
de
las
relaciones
públicas,
y
en
un
caso
como
éste,
es
mejor
seguir
los
consejos
de
un
ministro”
declaró
el
Sr.
Ivester.
La
aversión
del
ministro
belga
a
juzgar
el
caso
en
los
medios
era
compresible.
La
empresa
había
sido
rotundamente
criticada
por
actuar
tardíamente
ante
las
amenazas
de
contaminación,
y
las
elecciones
en
el
país
estaban
a
la
vuelta
de
la
esquina.
Lo
último
que
querían
los
políticos
belgas
era
una
crítica
pública
de
su
gestión
en
el
reciente
problema
de
sanidad
pública.
Al
final,
el
Sr.
Ivester
se
disculpó
públicamente
ante
el
pueblo
belga
y
aceptó
pagar
los
gastos
de
los
que
habían
enfermado.
Las
prohibiciones
fueron
suprimidas,
y
Coca-‐Cola
volvió
a
vender
sus
productos.
RESULTADO CRÍTICO
El
fracaso
de
las
relaciones
públicas
fue
bastante
malo
de
por
sí.
Sin
embargo,
y
planteando
todavía
más
dudas
sobre
la
resolución
del
problema
por
parte
de
Coca-‐Cola,
el
proveedor
del
CO2
negó
que
su
producto
hubiera
causado
algún
problema.
La
empresa
había
puesto
a
prueba
el
CO2
y
concluyó:
“No
hay
problema
por
nuestra
parte,
debe
ser
otra
cosa”.
Tras
esta
declaración,
algunos
directivos
especializados
en
crisis
consideraron
que
la
empresa
había
actuado
precipitadamente
al
retirar
sus
productos
y
al
aceptar
su
culpabilidad.
Uno
de
ellos
llegó
incluso
a
afirmar:
“No
existe
ningún
problema
sanitario
en
nuestros
productos.
No
es
más
que
el
resultado
de
imaginaciones
calenturientas”.
En
cualquier
caso,
el
problema
de
contaminación
de
la
Coca-‐Cola
ha
constituido
la
peor
crisis
de
relaciones
públicas
de
la
historia
de
la
empresa,
una
crisis
de
la
que
aún
no
se
había
recuperado
a
finales
del
siglo.
En
efecto,
cuando
el
pasado
milenio
se
acercaba
a
su
fin,
otro
grupo
de
niños
de
doce
años
de
Amberes
enfermó
bebiendo
el
refresco
Fanta,
perteneciente
a
Coca-‐Cola.
Y,
una
vez
más,
los
responsables
de
la
empresa
tuvieron
que
examinar
rápidamente
los
productos
en
cuestión
y,
con
la
misma
rapidez,
tranquilizar
a
los
europeos
sobre
la
seguridad
de
beber
los
productos
de
Coca-‐Cola.
Tras
toda
esta
publicity
negativa,
no
resultó
sorpresa
que
Coca-‐Cola
cancelara
abruptamente
una
promoción
de
bebidas
gratuitas
en
Bélgica
en
noviembre
de
1999,
después
de
que
un
tribulan
dictaminase
que
la
empresa
había
“abusado
de
su
posición
como
el
mayor
fabricante
de
refrescos
del
país”.
Aunque
Coca-‐Cola
alegó
que
apelaría
la
decisión,
el
daño
a
su
reputación
ya
estaba
hecho.
El
joven
belga
que
inició
la
controversia
tras
beber
de
una
lata
contaminada
afirmo:
“Nunca
más
volveré
a
beber
Coca-‐Cola”.