Lo único que se quiebra es la cabeza. La roca china, después de atravesar el
viento, reposa intacta sobre la tierra.
Tragedia
Lo único que crece en mi casa es el bambú rodeado por un montón de piedras
chinas dentro de un jarrón cilíndrico. Algunas raíces de la planta son un tejido de venas delgadas que cubren las pequeñas rocas, mientras otras raíces evaden las piedras y poco a poco se desplazan, adheridas al cristal, buscando la superficie. Más arriba, en la pared, hay una fotografía de Los Girasoles de Van Gogh. La sombra de las hojas del bambú, dentro de algunos días, empezará a posarse débil sobre el jarrón de la pintura. Alguien que observa a través de la ventana de la sala nos dice que es hermoso el bambú. Yo también, a pesar de que hace mucho tiempo no lo veía, creo que es hermoso. Ahora me acerco a él y percibo que sus delicadas raíces irrumpen compactas entre las grietas más de lo que pensé. Imagino de golpe que las raíces del bambú fracturarán el recipiente y descenderán, envolviendo los contornos de la mesa, y caerán sobre la alfombra de hilos anaranjados aplastadas por las rocas. Dentro de poco, pienso, habrá que cambiar de nuevo el jarrón. Estamos a nada de una tragedia.
La roca desaparecida.
Ahora que la busco no la encuentro. La he buscado por toda la casa y parece
haberse evaporado. Por eso, la última vez que recuerdo haberla visto fue en un sueño. Mi padre me entregó el carbón y mis manos se ennegrecieron. Mis manos negras eran la primera piel de mi padre. Juntos, frente al espejo, éramos la misma persona repetida infinitamente a nuestras espaldas. Un solo cuerpo mezclado de tierra y hierro, mezclados con ácido tartárico, derivado del Gran Árbol. Un cuerpo elaborado en la oscuridad, expuesto en algún patio a un leve rocío. Observo el carbón que se abre lentamente como una flor y por cada grieta rojiza que sobresale, como un pequeño río que se bifurca, navego por la roca al mismo tiempo que atravieso, en el sueño, lo negro dentro de lo negro.