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ENRIQUILLO, LEYENDA HISTORICA DOMINICANA, (1503-1533) MANUEL DE J: GALVAN. ‘Demos siguiera on los Mbros algun lugar é la Justioia, ya que por dosgracia susle dejérsele ‘tan poco en los negocios de} mundo. QUINTANA. ae? SANTO DOMINGO. IMPRENTA DE GARCIA HERMANOS, 1882. Bl Gminente Orndor y Publicista D. RAFAEL MARIA DE LABRA, PRESIDENTE DE LA SOCIEDAD ABOLICIONISTA ESPANOLA. SSS MI BUEN Amico: Entre los reouerdos més gratos de mi vida descuclla et de una memorable Fecha, en que-la plaza mayor de la capital de Puerto Rico no bastaba 4 contener ta multitud de gente de todas las clases, que ademas de cubrir el pavimento se apiaba en los balcones y las azoteas circunvecinas. Desde el balcon central del palacio de la Intendencia un hombre arengaba con ademan solemne, con sonoro acento, aquella innumerable cuanto silenciosa multitud. Aquel hombre estaba investido de todos los atributos del poder ; gercia la autoridad absoluta en la Isla, era el gobernador capitan general Don Rafael Primo de Rivera, yen ‘aquel momento cumplia un bello acto de justicia proclamando Nacion Espaiola la abolicion de la esclavitud en la hermosa "Borinquen ‘vade mas se mostraba te y esperimentado hombre piiblico, practicaba un acto de cristiana inoulcando las sanas ideas de érden y deberes, espbritu de Fraternidad, respeto & las leyes y amor & sus semejantes, en el dnimo de los ‘conmovidos libertos, que escuchaban aquel inspirado lenguaje derramando Id- grimas de viva gratitud. Ruidosos y entusiastas vivas é Espaia terminaron aquella escena su- A impulsos de la profunda impresion, del jibilo indecible que en mi causé tan espléndido triunfo de la justicia sobre una iniquidad secular, recorrt con el rrdpido vuelo de la imaginacion la historia de América, y buscando analogtas ‘morales en los primeros dias de la conquista, mi mente se fijé complacida en las grandes figuras de un compatriota de usted, el ilustre fildntropo fray Bar- DEDICATORIA. tolomé de Las Casas, y un compatriota mio, Enriquillo, tiltimo cacique de la Isla de noes itt ¢ Espanola, hoy Santo Domi: enténces formé el atrevido prop de escribir este Ubro, y dedi- ak di la insigne Sociedad Abolicionista Espaiola. rues de borronear su primera parte, me convenct de que la obra, ra au objeto, exijia dotes y competencia muy superiores & las ‘nis 9 ye mans usorito durmicra suefo de olvido, d no interrenir la eficacia de bondadoso amigo, el reverendo presbitero Don Francisco Xavier Billini, maa no solamente me echorté & publicarlo, sino que tomé & su cargo la edicion de cau ‘te de ENRIQUILLO. fe alenté é proseguir este trabajo la benevolencia de amigos inteligentes de veconaolde ilustracion que, como los discretisimos literatos y periodistas José Joaquin Peres y Don Manuel Ferndndez Juncos, y el culto esoritor, hijo iustre de Venezuela, general Don Jacinto R. Pachano, me dirijieron por medio de la prensa escitaciones tan laudatorias para el comenzado libro, que ni me permite reproducirlas, ni puedo atribuirlas sino & pura generosi- dad de parte de aquellos distinguidos seftores, 5 bien 4 la simpatia que sin duda inspira 4 todo corazon bien templado el interesante asunto que por suer- te escojt para gercitar mi ocio Esta tiltima conviooion eatd firmemente arraigada en mi conciencia, al dar & lus piblica ol EXRIQUILLO, aparte toda fingida modestia: ol libro, Hanrardement considerado, puede ser detestable; su tema es bueno, su moral yescclonte; de esto respondo con seguridad absoluta. To mismo, si no me atrevo & Uevar su dedicatoria hasta la benemé- rita Sociedad qua on nuestro siglo positivista ha recojido todo él aliento y ha nine ardiente caridad del virtuoso Las Casas, para combatir la mas abyecta de las iniquidades sociales hasta en sus tiltimos atrincheramientos, la amistad particular y 4 toda prueba con que sme favorece usted que hoy dignamente’ preside aquella flantrépica Asociacion, és titulo suftciente para autorisarme d ofrecer en un solo rasgo la stntesis de mi humilde libro, colo- edndolo oo bajo la Gida de su respetable nombre, emblema de todas las gran- y aoreedor, como pocos, é la admiracion y el aplauso de los buenos. ieee 9 usted con indulgencia esta demostracion de los sentimientos afec- tuosos con que siempre se complace en recordarlo Su adicto y leal amigo, MANUEL DEJ. GALVAN. g Santo Domingo, 15 de julio de 1882. SOKO, HM Manoradthcy aechring Mh Maney Veiga nucal? C hon. Z area Ke. _ Lacrn, ENRIQUILLO. ~*” El nombre de Jaragua brilla en las primeras piiginas de la historia de América con el mismo prestigio que en las edades antiguas y en las narra- ciones mitolégicas tuvieron la inocente Arcadia, la dorada Hesperia, el bellfsimo valle de Tempé, y algunas otras comarcas privilegiadas del globo, | dotadas por la Naturaleza con todos los encantos que pueden seducir la ima- ginacion, y poblarla de quimeras deslumbradoras. Como ellag, el reino indio de Jaragua aparece ante los modernos argondutas que iban '& conquistarlo, bajo el aspeto de una region maravillosa, rica y feliz, Regido por una sobe- | rana hermosa y amable; (1) habitado por una raza benigna, de entendimiento . | despejado, de gentiles formas fisicas; su civilizacion rudimentaria, por la ino- cencia de las costumbres, por el buen gusto de sus sencillos atavios, por la graciosa disposicion de sus fiestas y ceremonias, y mas que todo, por la ex- pansion generosa de su hospitalidad, bien podria compararse ventajosamente con esa otra civilizacion que los conquistadores, cubiertos de hierro, evaban en las puntas de sus lanzas, en los cascos de sus caballos, y en los colmillos de sus perros de presa. ¥ en efecto, In conquista, poniendo un horrible borron por punto final 4 la pottica existencia del reino de Jaragua, ha rodeado este nombre de otra es- pecie de aureola siniestra, color de sangre y fuego;—algo parecido 4 los refle- jos del carbunclo. Cuando se pregunta e6mo concluyeron aquella dicha, ‘aguella paz, aquel paraiso de mansedumbre y de candor; qué fué de aquel régimen patriareal, de aquella reina adorada de sus sibditos; de aquella muger extraordinary tesoro de hermosura y de gracias; 1a historia responde con un eco liigubre, con una relacion espantosa, & todas esas preguntas. Perecieron en aciago dia, miserablemente abrasados entre las lamas, 6 al filo de impla- [1] Anacaona, vide del valeroso Caonabé, cacique de Maguana, oral bermana do Bo- hechlo, cacique de Jaragua; pero por su_taleoto saperior era la quo. verdaderamento relnaba, halléadose todo sometido 4’ su amablo inflaencia, incluso el cacique. soberano, 2 LEYENDA HISTORICA cables aceros, mas de ochenta caciques, los nobles gefes que en las grandes solemnidades asistian al pié del réstico sélio de Anacaona; y mas tarde ella mismna, la encantadora y benéfica reina, despues de un proceso inveros{mil, absurdo, muere trigicamente en horca infume; 4 tales extremos puede con- ducir el fanatismo servido por eso que impropiamente se Hama razon de estado. , ‘Los sucesos cuya narracion va 4 Ienar las fojas de este pobre libro tie- nen su orfgen y raiz en Ia espantosa tragedia de Jaragua. Fuerza nos es fijar la consideracion en la poco simpitica figura del adusto comendador Frey Nicolas de Ovando, autor de la referida catdstrofe. En su calidad de gober- nador de la Isla Espafiola, investido con la absoluta confianza de los reyes catélicos, y depositario de extensfsimas facultades sobre los paises que acaba- ba de descubrir el genio fecundo de Colon, los actos de su iniciativa, si bien atemperados siempre 4 la despindada rigidez de sus principios de gobierno, est4n fntimamente enlazados con el zénesis de la civilizacion del Nuevo Mundo, en la que entré por mucho ol punto de partida trazado por Ovando como admi- nistrador del primer establecimiento colonial curopeo en América, y bajo cuyo dilatado gobierno adquirié Santo Domingo, aunque transitoriamente, el rango de metrdpoli de las ulteriores fundaciones y conquistas de los espaiioles. (1) Contemplemos 4 este hombre de hierro despues de su feroz hazafia, per- petrada en los indefensps y descuidados caciques de Jaragua, Veinte dias han trascurrido desde aquella horrible ejecucion. El sanguinario comendador, como si la enormidad del crimen hubiera fatigado su energfa, y necesitara re ponerse en Ia inercia, permanecia entregado & una aparente irresolucion, im- propia de su cardcter activo. Tal vez los remordimientos punzaban sordamen- te su conciencia; pero él explicaba de muy distinta manera su extraiia inaccion 4 los familiares de su séquito. Decia que el sombrfo silencio en que se encer- raba durante largos intérvalos, y los insoinios que le hacian abandonar el Iecho en las altas horas de lanoche, conduciendo sn planta febril 4 la vecina ribera del mar, no eran sino el efecto de la perplejidad en que estaba su 4nimo, al elejir eu aquella costa, por todas partes bella y peregrina, sitio 4 propésito para, fundar una ciudad, en cuyas piedras quedara recomendado 4 la posteridad su propio nombre, y el recuerdo de sus grandes servicios en la daciente colo- nia. (2) Ademas, se manifestaba muy preocupado con el destino que definiti- vamente debiera darse 4 la jéven y hechicera hija de Anacaona, la eélebre Higuemota, ya ent6uces conocida bajo el nombre cristiano de Doiia Ana, y viuda con una hija de tierna edad del apuesto y desgraciado Hernando de Guevara. (3) El comendador,-que desde su llegada 4 Jaragua traté con gran- des miramientos 4 In interesante india, redobl6é sus atenciones hécia ella des- pues que hubo despachado para la ciudad de Santo Domingo 4 la infortunada Teina, su madre, con los breves capftulos de acusacion que debian irremisible- mente Hevarla 4 un atroz patfbulo. Fuera por compasion efectiva que le inspiraran las tempranas desdichas [1) La ciudad de Santo Domingo, originariamonte {andada por los Colones en Ia mérgen oriental del rio Oana, fu6 trasladada por Ovando al sitio quo hoy ocups, despues del ruinoso Ihuracan do 1602. [2} Quo el pensamiento do vincular su propia memoria en el nombre de alguna poblacion no eta ageno del Comendador do Lares, lo prucba ol hecho de haber fundado poco despues un pueblo que lamé Lares de Guabava (Hincha]. Recuérdese qno ya Colon habia denominado San Nicolas, & uno de los principales cabos 6 promontorios de In Isla en honor del santo del dia en que 1o’reconocié. Por esto sin duda no se impuso & otro lugar el nombro do pila del comendador. [8] Todos Tos autores antiguos_y modcrnos que han escrito sobre I conquista hacen men- Gaerne oon In hija de _Anneaona, Joe graves disgusion 6 W. Inwing-Vida y viajes de Gristébal Colon. quo dieron lugar on la colonia. EWRIQUILLO 8 de Higuemota; fuera por respeto 4 la presencia de algunos parientes de Gue- vara que le acompafiaban, y los cuales hacian alarde de gran consideracion h4cia la joven viuda y de su consanguinidad con la nifia Mencfa, que asf era el nombre de la linda criatura; cifrando en este parentesco aspiraciones ambi- ciosas autorizadas en cierto modo por algunas soberanas disposiciones; lo cierto es que Ovando, al estremar su injusto rigor contra Anacaona, rodeaba 4 su hija de las mas delicadas atenciones. De otro cualquiera se habria podido sospechar que el amor entrara por mucho en ese contraste; pero el comendador de Lares jam4s desminti6, con el mas mfnimo desliz, la austeridad de sus cos- tambres, y la pureza con que observaba sus votos; y acaso no serfa infundado atribuir la aridez de su cardcter y la extremada crueldad de algunas de sus ac- ciones 4 cierta deformidad moral que la naturaleza tiene en reserva para ven- garse cuando siente violentados y comprimidos, por ideas convencionales, los afectos mas generosos y expontdneos del alma. Higuemota, 6 sea Doia Ana de Guevara, como Ja lamarémos indistinta- mente en lo sucesivo, disfrutaba no solamente de libertad en medio de los con- quistadores, sino de un respeto y una deferencia 4 su rango de princesa india y de sefiora cristiana que rayaban en el énfasis. Su morada estaba 4 corta dis- tancia del lugar que habia sido corte de sus mayores y era 4 la sazon campa- mento de los espafioles, miéntras Ovando se resolviera 4 sefialar sitio para la nueva poblacion. Tenia la jéven dama en su compaiifa 6 4 su servicio los indios de ambos sexos que bien le parecia; ejerciendo sobre ellos una especie de sefiorfo exclusivo: cierto es que su inexperiencia, léjos de sacar partido de esta prerrogativa, solo se inclinaba 4 servir de amparo 4 los infelices 4 quie- nes yeia mas aflijidos y necesitados; hasta que uno de los parientes de su hija se constituy6 en mayordomo y administrador de su patrimonio, con el benepli- cito del Gobernador; y gracias 4 esta intervencion eficaz y activa, desde entén- ces hubo terrenos acotados y cultivados en nombre de Dofia Ana de Guevara, y efectivamente explotados, como sus indios, por los parientes de su difunto marido; ejemplo no muy raro en el mundo, y en todos los tiempos. La pobre criatura, abrumada por intenafsimos pesares, hallaba muy es- caso consuela en los respetuosos homenajes de la cortesfa espafiola. Los ad- mitia de buen grado, af, porque la voz secreta del deber materno le decia que estaba obligada ‘4 vivir, y & consagrarse al bienestar de su Mencfa, el fruto querido y el recuerdo vivo de su contrariado amor. Menefa, de tres afios de edad, era un fiel reflejo de las bellas facciones de su padre, aquel gallardo mancebo espafiol, muerto en Ia flor de sus afios 4 consecuencia de las pér- fidas intrigas de Roldan, su envidioso y aborrecible rival. Tan tristes memo- rias se recargaban de un modo sombrfo con las angustias y recientes impre- siones trégicas que atormentaban 4 la timida Higuemota, habiendo visto in- molar & casi todos sus parientes por los guerreros castellanos, y separar yio- Jentamente de su lado & su adorada madre, al sér que daba calor y abrigo 4 su enfermo corazon. La incertidumbre de la suerte que aguardara 4 la noble cautiva en Santo Domingo, aunque no sospechando nunca que atentaran 4 sus dias, era el mas agudo tormento que martirizaba 4 la jven viuda, que sobre este particular solo obtenia respuestas evasivas 4 sus multiplicadas y ansiosas preguntas. El pariente mas cereano que tenia consigo Dojia Ana, era un nifio de siete afios, que aun respondia al nombre indio de Guarocuya. No estaba to- [1], Bl Comendador pertenecia 4 Ia Orden de Alcdatara, cuyos estatatos imponian Ia ob- servancia del celibato, 4 LEYENDA HISTORICA davia bautizado, porque su padre, el esquivo Magicatex, cacique 6 setior del Bahorueo, y sobrino de Anacaona, evitaba cuanto podia el bajar de sus mon- taiias deade que los extrangeros se habian ensefioreado de Ia isla; y solamente las reiteradas instancias de su tia, deseosa de que todos sus deudos hicieran acto solemne de sumision 4 Ovando, lo habian determinado 4 concurrir con su. tierno hijo 4 Jaragua, donde hallé la muerte como los demas infelices magna- tes déciles 4 la voluntad de Anacaona. EI nifio Guarocuya fué retirado por una mano protectora, la mano de un jéven castellano, junto con su aterrada, pariente Hignemota, de aquel teatro de sangriento horror; y despues qued6 al abrigo de la joven india, participando de las atenciones de que ella era objeto. ‘La acompaiiaba de continuo, y con especialidad al caer la tarde, cuando los fl timos rayos de luz crepuscular todo lo impregnan de vaga melancolia. Dota Ana, guiando los pasos de su pequefinela, y seguida de Guarocuya, solia ir & esa hora al bosque vecino, en cuyo lindero, como 4 trescientos pasos de su ha- bitacion, sentada al pié de un cahobo de alto y tupido follaje, se distraia de sus penas mirando juguetear sobre la alfombra de menuda grama 4 los dos nifios. Aquel recinto estaba vedado 4 toda planta extrafia, de espafiol 6 de indio, por lay Grdenes del severo Gobernador. Este habia hecho solamente dos visitas 4 la joven; la primera, el dia si- guiente al de la matanza, con el fin de consolarla ‘en su afliccion, offeciéndole amparo y proveyendo 4 lo necesario para que estuviera bien instalada y asis- tida; la segunda y dltima, cuando despaché 4 la reina‘de Jaragua prisionera para Santo Domingo. Doia Ana le estreché tanto en esa entrevista, con sus ligrimas y anhelosas preguntas sobre la suerte reservada 4 su querida madre, que el comendador se sintié conmovido; no supo al tin qué responder, y aver gonzado de tener que mentir para acallar los lagubres presentimientos de a- quella hija infeliz, se retiré definitivamente de su presencia, encomendando i sus servidores de mayor confianza el velar sobre la jéven india y colmarla de los mas asfduos y obsequiosos cuidados. ‘Trascurrieron algunos dias may sin alteracion sensible en el estado de las cosas, ni para Ovando, que continuaba en su perplejidad aparente, ui para Doiia Ana y los dos pequefios séres que hacian Hevadera su existencia, Una tarde, sin embargo,—como un mes despues de la cruel tragedia de Jaragua;— 4 tiempo que los nifios, segun su costumbre, triscaban en el prado, 41a entra- da del consabido bosque, y la triste jéven, con los ojos arrasados en légrimas, conteinplaba los caprichosos giros de sus juegos infantiles;—cuadro de candor 6 inocencia que contrastaba con el angustioso abatimiento de aquella hiedra sin arrimo;—oyé cerea de sf, con viva sorpresa, & tres 6 cuatro pasos dentro de la espesura del bosque, una voz grave y apacible, que la lamé, diciéndole: —Higuemota, dyeme; no temas. La interpelada, poniéndose instantdneamente en pié, dirijié la vista a- sombrada al punto de donde partia la voz; y dijo con entereza: Quién me habla? Qué quicret ,Dénde esta? xhy yo,—repuso la voz,—tu primo Guaroa; y vengo 4 salvarte. Al misino tiempo, abandonando el rugoso troneo de una ceiba que lo o- cultaba, se presenté 4 1a vista de Dofia Ana, aunque permanceiendo cautelo- samente al abrigo de los Arboles, un jéven indio como de veinte y cinco aiios de edad. Era alto, fornido, de aspecto manso y mirada espresiva, con la frente marcada de una cicatriz de herida reciente; y au trage consistia en una manta de algodon burdo de colores vivos, que le’ llegaba hasta las rodillas, cetida & Ja cintura con una fija de piel; y otra manta de color oscuro, con una aber- tura al medio para pasar la cabeza, y que cubria perfectamente toda la parte ENRIQUILLO. 5 superior del cuerpo: sus brazos, como las piernas, iban completamente des- nudos; calzaban sus piés, hasta arriba del tobillo, unas abarcas de piel de iguana; y sus armas eran un cuchillo de monte que mal encubierto y en vaina de cuero pendia de su cinturon, y un recio y nudoso baston de madera de 4eano, tan dura como el hierro. ’ En el momento de hablar 4 Dofia Ana se quité de la cabeza su toquilla 6 casquete de espartillo pardo, dejando en liber- tad el cabello, que abundante, negro y Icio le caia sobre los hombros. IL. SEPARAGCION. te Hignemota lanzé una exclamacion de espanto al presentArsele el indio. No estaba exenta de esa supersticion, tan universal como el sentimiento religioso, que atribuye 4 las almas que ya no perténecen 4 este mundo la facultad de tomar las formas corpéreas con que en él existieron, para visi- tar 4 los vivos. Creyé, pues, que .su primo Guaroa, 4 quien suponia muerto con los demas caciques el dia de la prision de Anacaona, venia de la mansion de los espfritus; y su ‘primer impulso fué huir. Dié algunos pasos, trémula de pavor, en direocion de su casa; pero el instinto maternal se sobrepuso 4 su miedo, y volviendo el rostro en demanda de su hija, la vi6-absorta en los brillantes Colores de una mariposa que para ella habia cazado el nifio Guarocuya; miéntras que éste, en actitud de me- drosa curiosidad, se acereaba al aparecido, que se habia adelantado hasta Ia salida del bosque, y dirijia al nifio la palabra con benévola sonrisa. Este espectéculo tranquiliz6 4 la timida joven: observd atentamente al indio, y despues de breves instantes, vencido enteramente su terror, prevaleci6 él antiguo afecto que profesaba & Guaroa; y admitiendo la posibilidad de que estuviera vivo, se acered 4 é1sin recelo, le tendié la mano con afable ademan, y le dijo: —Guaroa, yo te oreia muerto, y habia Morado por tf. —Né6, Higuemota;—repuso el indio—me hirieron aqui en la frente; cat sin saber de mf al principiar la pelea, ¥ cuando recobré el sentido me hallé rodeado de muertos; entre ellos reconoc{ 4 mi padre, 4 pocos pasos de dis- tancia, y 4 mi hermano Magicatex, que descansaba su cabeza en mis rodillas. “Era yade noche; nadie vigilaba, y eal{ de allf arrastrindome como una culebra, Me fuf 4 la montaiia, y oculto en casa de un pariente, curd 6 LEYENDA HISTORICA mi herida. Despues, mi primer cuidado faé mandar gente de mi confianza & saber de ti, de mi’ tia Anacaona; de todos los mios. Tamayo se huyé pocos dias despues, ine encontré y me dié razon de tudo. He venido porque si td sufies, si te maltratan, si temes algo, quiero levarte conmigo & las montafias, 4 un lugar seguro, que tengo ya escojido como refugio contra la crueldad de los blanoos, para todos los de mi raza, “Bpero, pues, tu determinacion, “Dos eompaieros me aguardan cerca de aqui.” —Buen primo Guaroa,—dijo Higuemota,—yo te agradezoo mucho tu carifioso cuidado; y doy gracias al cielo de verte sano y salvo. Es un con- suelo para mis pesadumbres; estas son grandes, inmensas, primo mio; pero no se pueden remediar con mi fuga 4 los montes. Yo solo padezco males del corazon; en todo lo demas, estoy bien tratada, y me respetan como 4& la viuda de Guevara; titulo que me impone el deber de resignarme 4 vivir, por el bien de mi hija Menofa, que llevard el apellido de su padre, y que tiene parientes espafioles que la quieren mucho. “Yo ereo que no te perseguirén; pero debes ocultarte siempre, hasta que yo te avise que ha pasado todo peligro para ti. Guaroa fruncié el entrecejo al escuchar las filtimas palabras de su prima. —sPiensas,—le dijo,—que yo he venido & buscar la piedad 6 el perdon de e808 malvadost 6; ni ahora, ni nunca! ‘Tit podrés vivir con ellos; de- jaste de ser india desde que te bautizaste y te diste 4 Don Hernando, que ‘era tan bueno como solo he conocido 4 otros dos blancos, Don Diego y Don Bartolomé, (1) que siempre trataban bien al pobre indi. Los demas son alos, malos! Querian que nos bautizéramos! por fuerza, y solo éstos dije- ron que no debia ser asi; y quisieron que nos enseiiéran letras y doctrina cristiana. Y ahora que todos ostébamos dispuestos 4 ser cristianos, y crefa- mos que las fiestas iban 4 terminar con esa ceremonia, nos asesinan como & hutias; nos matan oon sus langas y sus espadas 4 los unos, miéntras que & log demas los asan vivos...... No creo en nuestros cemfes, (2) que no han tenido poder para defenderse; pero taimpovo puedo creer. . —No hablemos mas de 6s0, Guaroa,—interrumpié la jéven:—me hace mucho daiio, ‘Tienes razon; huye 4 los montes; pero déjame 4 mf cumplir mi deber y mi destino, Asf me lo ha dicho otro espafiol muy bueno, que tam- bien se llama Don Bartolomé. (3) Soy cristiana, y s6 que no debo aborrecer ni aun & Jos que mas mal nos hacen. —Yo no lo soy, Higuemota,—dijo oon pesar Guaroa;—y no por culpa mia; pero tampoco 86 aborrecer & nadie; ni comprendo oémo los que se llaman ristianos son tan maalos con los de mi raza, cuando su Dios es tan manso y tan bueno. Huyo de la muerte, y huyo de {a esclavitud, peor que la muer te. (4) Quédate aquf en paz, pero dime 4 mi sobrino Guarocuya, para que se crie libre y feliz en las montafias. Para él no hay excusa posible: no es toda via cristiano; es un pobre nijo sin parientes ni protectores blancos, y maiana su suerte podré ser tan desgraciada entre esta gente, que mas le valiera morir desde ahora. Qué me respondest Higuemota, que habia bajado la cabeza al oir la dltima proposicion de 1 os hermanos de Colon. 2) Dioses indivs. [8] Las Casas, & quien mas adelante verd el lector figurar en este narracfon. 14] Se puede ‘notar en estos discursos de Gusroa clarta Inconexion, y hasta clertas contra- Aicciones que denotan Ia nebalosidad de ideas y la lucka do afvetos iudefiaidos, propfos de un hombre de buen juiclo & medio civilizar. ENRIQUILLO 7 Goaroa, miré 4 éste fijamente. Sn rostro estaba inundado en Hanto, y con acento angustiado y vehemente le dijo: —Lievarte 4 Guarocuya! jImposible! Es el compaiiero de juegos de mi Menefa, y el sér que mas amo despues de mi madre y la hija de mis entra- ia. jQué seria de ésta y de mf si él no estuviera con nosotrast —Sea 61 quien decida au suerte;—dijo Guaroa con solemne entonacion — Ni té ni yo debemos resolver este punto, El Gran Padre de all arriba ha- dlaré por boca de este nifio. Y tomando 4 Guarocuya por la mano, Jo colocé entre sf y la orosa Dofia Ana, y le interrog6 en los términos ‘siguientes: —Dfuos, Guarocuya, jte quieres quedar aquf, 6 irte conmigo 4 las montafias? El nifio miré 4 Guaroa y 4 Doiia Ana alternativamente; despues dirijié la vista & Mencfa, que continuaba entretenida con las flores silvestres 4 corta distancia del grupo, y dijo con decision: —No me quiero ir de aqui! Guaroa hizo un movimierito de despecho, miéntras que su prima se son- teia al través de sus lAgrimas, como suele brillar el fris en medio de la luvia. - Reiné el silencio durante un breve espacio, y el contrariado indio, que 4 falta de argumentos volvia la vista & todas partes como buscando una idea en au- xilio de su mal parada causa, se volvié bruscamente al nifio, y sefialando con ladiestra extendida & un hombre andrajoso, casi desnudo,—que cruzaba la pradera contigua con un enorme haz de lefia en los hombros, y encorvado bajo 3 pean ajo con fmpetu, casi con rabia: —Dime, Guarocuya, quieres ser libre y sefior en la montafia, tener va- sallos que te obedezcan y te sirvan; 6 quieres cuando seas hombre cargar lea y agua en las espaldas como aquel vil naboria (1) que v4 alli? Pasé como una nube vida por la faz del uifio; volvié 4 mirar profunda- mente & Menefa y 4 Higuemota, y dirijiéndose con entereza 4 Guaroa: —Quiero ser librel—exclamé. Hee! sangre,—dijo el gefe indiocon orgullo. Tienes algo que decir, iguemotat Esta no contesté. Parecia sumida en una reflexion intensa, y sus mira- das seguian tenazmente al pobre indio de la lefia, que tan 4 punto vino 4 tervir de argumento victorioso & Guaroa. Tuego, coma quien despierta de un sueiio, puso vivamente ambas manos en la cabeza de Guarocuya, imprimié en su'fente un prolongado y ternfsimo beso, y con rostro sereno y conval- sivo ademan lo entregé & Guaroa diciéndole estas palabras: —Liévatelo: més vale asf. El nifio se escapé como una flecha de manos de Guaroa, y corriendo hé- cia Ménefa la estrech6 entre sus bracitos, y cubrié su rostro de besos. Des- pues, enjugando sus ojos lorosos, volvi6 con paso firme adonde su tio, y dijo como Hignemota: = vale asf. Guaroa se despidié tomando Ia mano de su prima y Hevdndosela al pe- cho con respetuoso acatamiento. No sabemos si por distraecion 6 por otra causa, ninguna demostracion carifiosa le ocurrié dirjjir 4 la nifia Mencla; y guiando de la diestra 4 su sobrino, se interné en la intrincada selva, A po- cos pasos se perdié de vista entre los afiosos y corpulentos drboles, en cuya espesura le aguardaban sus dos compaiieros, indios, como él, jvenes y robustos. [1] Ast a6 denominaba & los indios destinados & la servidumbre doméstica, 8 LEYENDA HISTORICA LL OBO ¥ OVETA Saeed El intendente 6 mayordomo de Dofia Ana era un hombre como de cuarenta afios de edad; lamébase Pedro de Mojica (1) y tenia efectivamente parentesco préximo con el difunto Guevara, y por consiguiente con la hija de Higuemota. Muy avara de‘ sus dones se habia mostrado la naturaleza con aquel individuo, que & una notable fealdad de rostro y cuerpo unia un alma s6r- dida y perversa. En su fisonomfa campeaba un earicter grotesco, del cual trataba de aprovecharse, para mitigar con chistes y bufonadas que escitaban la risa, el desagradable’ efecto que & todos causaba su pésima catadura, aus espesas y arqueadas cejas, nariz corva como el pico de un ave de rapifia, boca hendida casi hasta las orejas, y demas componentes andlogos de tod. su persona. Tenia grande esmero én el vestir, pero sus galas, el brocado de su ropilla, las vistosas plumas del sombrero, 1a seda de sus gregiiescos y el lustre de ‘sus armas, todo quedaba deplorablemente deslucido por el contras- te de unas carnosas espaldas que parecian agoviarle bajo su peso, inclinén- dole hécia adelante, y un par de piernas que describian cada cual una curva convexa, como evitindose mituamente. Una eterna sonrisa, que el tal hom- bre se esforzaba por hacer benévola, y solo era sarcdstica y burlona, comple- taba este tipo especial, y lo hacia sumamente divertido para quien consi- guiera vencer Ia repugnancia instintiva, primera impresion que hacia en los inimos la presencia del buen hidalgo Pedro de Mojica. Su entendimiento era despejado; trataba los negocios de interés con grande inteligencia, y su genio especulador y codicioso lo conducia siempre & resultados seguros yA medros positives. Asi, miéntras que todos sus amigos y compaiieros de la colonia se dejaban mecer por ilusiones doradas, y ren- dian el bienestar, la salud y la vida corriendo desalados tras los deslumbra- [1] La Historia reficre que 4 consecuencis blevé contra el Almirante Colon Adrian de. Moj siendo ahorcado, por drden del Almirante, en do a prision de Hernando de Guevara, s0 su. imo de aquel, y pagé con In vida au rebelion, jenas del fuerte de la Concepcion. ENRIQUILLO. 9 dores fantasmas que forjaba su imaginacion, sofiando siempre con minas de oro mas ricas las unas que las otras; nuestro hombre tomaba un sendero mas llano y c6modo; veia de una sola ojeada todo el partido que podia sacarse de aquellos feraces terrenos y de la servidumbre de los indios, y, como el Aguila que acomete 4 su presa, se disparaba en Ifnea perpendicular sobre Ia vinda Dofia Ana de Guevara, cuyo rango y posicion especial abrian inmenso campo 4 las especulaciones codiciosas de Mojica, 4 favor de su precioso titulo de pariente y protector nato de la niiia Mencia, . _ Reclamé, pues, la tutela de Doiia Ana, cuya inexperiencia, segun él, la hacia incapaz de velar por af y por sus intereses; pero Ovando, aunque decidido favorecedor de Don Pedro, que le habia ganado la voluntad con su trato ameno y la lucidez de sits discursos, no quiso concederle la cua- lidad de tutor, temiendo investirle con una autoridad que pudiera degenerar en despética, y producir nuevos cargos para su ya asendereada conciencia. No crey6 que la altivez del hidalgo se aviniera al t{tulo de mayordomo, y su sorpresa fué grande ‘cuando al contestar 4 Mojica que, en su sentir, Dofia Ana debia gobernarse y gobernar su casa ni mas ni ménos que como una dama de Castilla, y que para esto le bastaba con un buen intendente, Don Pedro le manifesté su deseo de lenar las funciones de tal, en obsequio 4 la fortuna y el porvenir de su tierna sobrina. Accedié gustoso el gobernador 4 tan honrada y modesta solicitud, y desde ese punto Don Pedro entré en campafia, desplegando los grandes re- cursos de su ingenio para lograr mas cumplidamente su objeto. Su principal empefio era apoderarse del énimo de Dofia Ana, y 4 este fin tent6 las vias del amor, con un arte y una audacia dignos de mejor éxito que el que obtuvo; pues la jéven 4 todas sus tentativas correspondié con un desden tan glacial, con unas demostraciones de antipatfa tan francas 6 inequfvocas, que por fuerza tuyo que reconocer muy pronto el contrahecho galan_lo ineficaz y absurdo de su pretension. Un momento pens6 en proponer 4 su protector Ovando que le diera la viuda por esposa; pero recordaba el tono grave, la alta consideracion con que el gobernador habia hablado de la jéven sefiora, y desistié de su intento, temeroso de echarlo todo 4 perder descubriendo Ia ambicion que era el mévil cculto de todas sus acciones. 5 Se resign6, pues, & su papel de intendente, y lo desempefié con rara habilidad. Protigaba los agasajos y caricias 4 sw amada sobrina Mencfa; hablaba constantemente de sus propésitos de educarla brillantemente, de hacer fructificar su fortuna, y levarla un dia 4 Castilla para enlazarla con algun sefior principal: era célosfsimo defensor de los derechos y prerogati- vas de Dojia Ana, bajo el doble concepto de princesa india y sefiora cris- tiana; y tanto hizo, que consigufé captarse el] aprecio y Ja confianza de la agradecida madre, convencida al fin de que aquel pariente le habia Novido del cielo, y que, despues de ella, nadie podria tomar un interés mas sin- cero por la suerte de su Mencla; y al calor de esta conviccion, olvidé com- ‘pletamente los pruritos amorosos de su intendente, que solo habian durado el espacio de tres 6 cuatro dias, al entrar cn funciones cerca de la bella Higue- mota; la que por otra parte estaba muy avezada 4 mirar con indiferencia los efectos de la admiracion que generalmente causaba su peregrina hermosura. Pero el sefior Mojica distaba mucho de los sentimientos benévolos que magistralmente afectaba. La repulsa que sus primeras pretensiones obtuvi ran habia herido vivamente su amor propio; y i por un momento las gracias de la jéven habian impresionado su alma y encendido en ella alguna chispa 10 LEYENDA MISTORICA de verdadero amor, e] despecho de la derrota habia convertido esa chispa en hoguera de odio, y uada le hnbiera sido tan grato como exterminar 4 aquella infeliz criatura, 4 quien la ¥ Sus edilewlos egoistas le obligaban A tratar ostensiblemente con la so un padre, y 4 velar cuidadosamen- te por su existencia y bienestar, como los filones de cuya explotacion debia € recoger grandes y prontos imedros. ¥ asf, migntras’acotaba terrenos 6 inseribia en sus registros vasallos indios al servicio de Doita Ana, y establecia en diversas puntos del territorio de Jaragua hatos y grangerfas de todo género, un pensamiento fijo ocupaba su mente; un propésito siniestro se asentaba en su ‘nino; un problema te- nazmente planteado ocupaba su imaginacion: hallar el modo de perder 4 Dofia Ana de Guevara, apropiéndose todos los bienes de que 4, Mojica, era mero administrador. Iv. AVERIGUAGION. se ‘Ya las sombras de Ia noche tendian su manto de gasa sobre los montes, y oscurecian gradualmente la lanura, cuando Higuemota, con su nifia de la Thano, regresaba de su paseo triste y reflexiva, habiéndola abandonado aquella fagaz entereza que acababa de ostentar en su brusca despedida de Guarocnya. Salié 4 recibirla en el dintel de la habitacion el oficioso Don Pedro, quien, segun en costumbre, le dirijié su mas agradable sonrisa con un “buenas tardes, rimas” y tom< en seguida 4 In nifia Mencfa en sus membrudos brazos, pro- Figéndole los mas eatifisos epftetos. . ‘De repente, Don Pedro revolvié su mirada escrutadora en todas direc- clones, y como hablando consigo mismo, hizo por lo bajo esta observacion. —Pero es extraiio! jDénde esté ese rapaz de Guarocuyat ‘Al oir este nombre, Dojia Ana se estremccié, saliendo de la distraccion de que no acertara el intendente 4 sacarla con sus zalamerias y exagerados elogios & las gracias de la nifia. EI arte de mentir era totalmente desconocido 4 1a sencilla y candorosa Higuemota; y'asf, ni siquiera intent6 disimular su turbacion al verse en el ENRIQUILIO il caso de explicar la ausencia de su sobrino. Por de pronto, comprendié la parte critica de la situacion, que hasta euténces no se habia presentado & su poco ejercitada perspicacia. No le habia ocurrido, al despedir & Guaro- cuya, que este incidente debia ser notado y ejercer alguna infiuencia en su posicion respecto de la autoridad espafiola.. Estaba acostumbrada 4 mandar en su casa y en los que la rodeaban, con entera libertad, y la intervencion de Mojica estaba tan h4bilmente velada por formas afables y discretas, que apénas se hacia sentir, ni dejaba entender 4 la viuda que alguien pudiera to- ae cuenta A sus —— al ofr el nombre de G. ju natural despejo, sin embargo, al oir el nombre de Guarocuya en los l4bios de Mojica, le advirtié que la situacion salia de los términos ordina- ios, y que el hecho de Ia desaparicion del nifio debia ofrecerse 4 interpreta- ciones enojosas. Vacil6 un momento; repitié el nombre de su sobrino, y luego dijo con la mayor naturalidad: —Un hombre se lo Mevé. —Se lo llev6! yA dénde?—repuso con extrafieza Don Pedro. —A ver & sus parientes de la montaiia;—contest6 tranquilamente Doiia Ana, —Sus parientes?...... jQué hombre es ese!—insistié vivamente Mojica, que encontraba gran motivo de alarma en esta aventura, Higuemota balbuceé algunas palabras ininteligibles, y ya enténces, per- diendo la serenidad real 6 fingida que hasta ese punto habia conservado, 86 desooncert6 visiblemente, y guardé silencio, Don Pedro tambien callé, y permanecié muy preocupado durante la cena, que se sirvid 4 breve rato. Una vez terminada esta, rompié el tétrico silencio que habia reinado en la mesa, y volvié 4 interpelar 4 Doiia Ana, con acento de mal comprimido enojo, en los términos siguientes —Preciso es, Sefiora prima, que me digais con toda franqueza, adénde ha ido el nitio Guarocuya, y quién se lo llevé. —Ya os he dicho que un hombre se lo llevé 41a montafia,—respondié oon regolucion la jéven;—y creo que basta, pues no estoy obligada & daros cuenta de lo que yo hago. —Es verdad,—dijo conteniéndose trabajosamente Don Pedro;—mas yo debo estar al corriente de todas vuestras relaciones, para cumplir las obliga- ciones de mi cargo como es debido. Soy yo prisionera acaso, y vos mialcaide, sefiort Decfdmelo sin rodeos. —N6, sefiora; pero debo dar cuenta de todo al Gobernador, y lo que estd pasando es muy grave para que no se lo refiera con todos sus pormenores. Doiia Ana reflexioné Antes de dar respuesta: en la réplica de Mojica ha- bia una revelacion: aunque rodeada de respeto y sefiora de su libertad y de su casa, gus acciones estaban sujetas 4 la vijilancia de la autoridad, y podrian, al par que las de su infortunada madre, ser acriminadas hasta lo infinito, como trascendentales 4a tranquilidad y el drden de la colonia. Ademas, Guaroa no podria ir muy léjos: hacia poco mas de dos horas que se habia despedido de ella; y cuatro ginetes bien montados podrian ficilmente, 4 juicio de la j6- ven, darle alcance y traetle preso; y tal vez darle muerte, que todo podia ser. Estas consideraciones inspiraron 4 Dofia Ana la contestacion que debia dar & Don Pedro, que con la torva mirada fija en el rostro de la jéven parecia esplat gus mae reo6nditos pensamientos. —Sefior primo,—dijo Higueraota, no hay nada malo en esto: nada que pueda ofender ni al Gobernador, ni 4 nadie. Mafiana os diré quien fué que se Nevé & Guarocuya, y dénde podreis encontrarle. 12 LEYENDA HISTORICA Don Pedro se conformé muy 4 su pesar con este aplazamiento; pero él tambien necesitaba madurar su resolucion en una noche de insomnio, 4ntes de dar paso alguno que pudiera comprometer y desbaratar todo el artificio de sus aspiraciones positivistas; y haciendo un esfuerzo, dirijié 4 su prima una horrible mueca con pretensiones de sonrisa afuble, y se despidié de ella diciéndole: —EstA bien; buenas noches, y mafiana temprano me lo contaréis todo. SINCERIDAD. Cuando el sol esparcié su primera luz, el dia siguiente al de los sucesos ¥ la plitica que acabamos de recapitular, ya el hidalgo Don Pedro de Mojica habia coneebido y redondeado un plan diabélico. Cualquiera que fuese la explicacion que Higuemota le diera de la aven- tura de la vispera, el reneoroso intendente estaba resuelto 4 no dejar pasar la ocasion de perder la jven en el concepto del Gobernador, revindicando al mismo tiempo la tuteli do Ta ulia, Mencla, como su mas préimo pariente, y entrando asf mas.de leno en la propiedad de los bienes que administraba; hasta que cl diablo. le proporcionara los medios de quitar tambien de su camino aquel aébil obstdculo 4 su codicia; cuando no pudiera legar 4 su objeto utili- zando sagazmente la inocencia de aquella criatura, que ya creia sujeta 4.su poder discrecional, como Ia alondra en las garras del gavilan. Se vistié apresuradamente, y fué & ver 4 Dofia Ana. Esta acostumbra- ba dejar temprano el lecho, para sus penas angosto y duro, y salir & la pradera acompaiiada de una vieja india, 4 recojer la consoladora sonrisa del alba. Recibié sim estraiieza 4 Mojica, que se le presenté al regresar ella de su paseo, y entré desde luego en materia, como quien tiene prisa en zanjar un agunto desagradable. —Nunea os habia visto tan temprano, sefior primo: grenfs & saber lo que pasé con Guarocuyat —Segun lo convenido, sefiora prima, espero que me lo contaréis todo. —Es muy sencillo,—repuso Higuemota. Ayer tarde 4 la hora de paseo se me preseut6 mi primo Guaroa; me propuso Hevarse 4 Guarocuya 4 la mon tafia, y no vf inconveniente en’ello. Esto es todo. ENRIQUILLO. 13 —Pero, sefiora,—dijo con asombro Mojica,—zvuestro primo Guaroa no murié en la refriega de los caciques? —Eso mismo pensaba yo,—contest6 Higuemota,—y me asusté mucho al verle; pero quedé vivo, y me dié mucha alogrfa verlo sano y .salvo. ‘¥ asf prosiguié el didlogo; con fingida benevolencia por parte de Don Pedro;—con sencillez y naturalidad por parte de Higuemota; que, como he- mos dicho, no sabia mentir, y considerando ya en salvamento 4 Guaroa, no veia necesidad alguna de dcultar Ia verdad. Cuando Mojica acabé de recojer los datos y las noticias que interesa- ban & su propésito, se despidié de Dofia Ana con un frio saludo y se encamin6 aceleradamente 4 la casa en que se aposentaba el- Gobernador. VI. BL viacn. ae Seguido Guatoa de sus dos fieles compafieros, que alternativamente Uevaban, ora de la mano, ora en brazos, al pequefio Guarocuya, segun los aecidentes del terreno, se interné desde el principio de su marcha en di- reccion 4 la empinada cordillera de montatias, por la parte donde mas préximamente presentaba la sierra sus erguidas y onduladas vertientes. Caminaban aquellos indios en medio de las tinieblas y entre un in- trincado laberinto de Arboles con la misma agilidad y desembarazo que si fueran por mitad de una Ianura alumbrada por ios rayos del sol. Si- Tenciosos como sombras, quien as{ los viera alejarse del camino cautelo- samente, no hubiera participado de los recelos que tuvo Higuemota de que pudieran habetles dado alcance los imaginarios ginetes que salieran en su persecucion. Hacia las doce de_la noche la luna vino en auxilio de aquella mar- cha furtiva; y el nifio Guarocuya, cediendo al influjo del embalsamado am- biente_de los bosques, se durmié en los robustos brazos de sus conducto- res. Estos redoblaban sus cuidados y paciente esmero, para no desper- tarlo. ‘Asf caminaron el resto de la noche, en direccion al Sud-Este; y al despuntar Ia claridad del nuevo dia Uegaron 4 un caserfo de indios, en- ia LEYENDA HISTORICA cerrado en un estrecho vallecito al pié de dos escarpados montes. Todas las chozas estaban aun cerradas, lo que podia atribuirse al sueiio de los moradores, atendido 4 que un resto de las sombras nocturnas, acosadas de las cumbres por la rosada aurora, parecia buscar refugio en aquella hondo- nada. Sin embargo, se vid que la gente estaba despierta y vigilante, sa- liendo en tropel de’sus madrigueras tan pronto como Guaroa llevé la ma- no & los labios produciendo un chasquido desapacible y agudo. Su regreso era esperado por aquellos indios: é1 les refirié brevemente las peripecias de su excursion, y les mostré al nifio Guarocuya, que ha- bia desvertado al rumor que se suscité en derredor de los recien legados. Los indios maaifestaron una extremada alegria 4 la vista del tierno infan- te, que todos 4 porfia querian tomar en sus brazos, tributdndole saluta- ciones y homenages afectuosos, como al heredero de su malogrado caci- que y sefior natural. Guaroa observaba estas demostraciones oon visible satiafaccion. Allf descansaron los viajeros toda la mafiana, restaurando sus fuerzas con los abundantes aunque toscos alimentos de aquellos montafieses. Con- sistian estos principalmente en el pan de yuca 6 casabe, maiz, batatas y otras rafces; bund4, platanos, huevos de aves silvestres, que comian sin sal, crudos 6 cocidos indistintamente, y carne de hutfa. ~~” Despues de dar algunas horas al suefio, Guaroa convocé 4 su pre- sencia 4 los principales indios, que todos le reconocian por su gefe. Les dijo que la situacion de los de su raza, desde el dia de la sangre,—que aa{ Hamaba 4 la jomada funesta de Jatngua,—habia ido empeorando ca- da dia mas; que no habia que esperar piedad de los extrangeros, ni alivio en su miserable condicion; y que para salvarse de la muerte, 6 de la es- dlavitud que era aun peor, no habia otro medio que ponerse fuera del alcance de los conquistadores, y defenderse con desesperacion si Hegaban 4 ser descubiertos 6 atacados. Les recomend6 la obediencia, diciéndoles que 61, Guaroa, los gobernarfa mientras Guarocuya su sobrino legara 4 Ja edad de hombre; pero que debian miéntras tanto reverenciar 4 este co- mo 4 su tinico y verdadero cacique; y por conclusion, para reforzar con el ejemplo au discurso, hizo sentar al nifio al pié de un gigantesco y co- mudo roble; Ie puso en la cabeza su propio birrete, que Srevencion ha- Bia deoorado can cinco 6 seis vistosas plumas de lamenco, y le besé res- petuosamente ambos piés; ceremonia que todos los circunstantes repitie- Ton uno & uno con la mayor gravedad y circunspeccion. Terminada esta especie de investidura sefiorial, Guaroa acordé con sus amigos el plan de vida que debian observar los indios libres en lo sucesivo; y 86 ocupé con esmerada prevision de los mil y mil detalles 4 que era preciso atender para resguardarse de las irrupciones de los con- quistadores. Todo un sistema de espionage y vigilancia quedé perfecta- mente ordenado; de tal suerte, que era imposible que los espaiioles em- prendieran una excursion en cualquier rumbo, sin que al momento se tras- miitiera la noticia 4 las mas recénditas guari::s de la sierra, Gnfaroa, he- chos estos preparativos, indieé cn sus instrucciones finales 4 los cabos de su confianza el Lago dulce, al Nordeste de aquellas montafias, como pun- to de reunion general, en caso de que el enemigo invadiera In sierra; y de- terminé fijameute el lugar en que iba 4 residir con su sobrino, & la mér- gen de dicho lago. En seguida emprendié su marcha, acompaiado de un corto séquito de indios escojidos, que Ilevaban & Guarocuya eémodamen- te instalado en una ristica silla de manos, formada de recias varas y * ENRIQUILLO 16 flexibles mimbres, y- mullida con los fibrosos y rizados copos de la guajaca. El niiio todo io miraba y 4 todo so prestaba sin manifestar extrafio- za. Tenia siete aiios, y & esta tena edad. ya entreveia y oomenzaba & experimentar todo lo que hay de duro y terrible en las Tuchas do la existencla humana, Sin duda réfagas de terror cruzarfan su infantil. éni- mo, ya cuando viera la feroz soldadesea de Ovando dar muerte & los séres que rodeaban su cuna, incluso su propio padre; ya mas adelante, cuando el grito agudo del vigfa indio, 6 el remoto ladrido de dos perros de presa alternando con los ecos del clarin de guerra, anunciaban la a proximacion del peligro, y los improvisados guerreres se aprestaban & la defensa, 6 respondian con fimebre clamor 6 la voz de alarma, ereyendo Hegada’ su titima hora. {Qué tristes impresiones, las primeras que recibié aquel inovente en el albor de su vidal Profundamente grabadas quedaron en su alma be- nérola y generos, templada tan temprano para la lucha y los grandes dolores, asf como para el amor y todos los sentimientos elevados y puros. VII. La DENUNOTA. He El diligente Don Pedro de Mojica' se puso en dos zancadas, como . suele decirse, en casa del Gobernador. Este acababa de vestirse, y es- tudiaba tres 6 e€atro planos topogréficos que tenia en una mesa. Su preocu- pacion capital y constante era la fundacion de su villa, segun se ha dicho al principio de nuestra historia; y los oficiales y caballeros de su séquito, con fe- bril emulacion, trazaban cada dia un plano, segun su buen gusto 6 su capricho; 6 bosquejaban’ un espacio de Ia costa, el que mas adecuado les parecia al e- fecto; y escribian memorias y descripciones infinitas, que todas merecian la mas prolija atencion del eomendador, deseoso del mejor acierto en tan drdua materia, . Estaba, pues, en esta su ocupacion favorita, cuando le anunciaron la pre- sencia de Don Pedro. Este era tratado por Su Seiiorfa como un amigo de conflanza, y tenia sus entradas francas en el gabinete; pero en la ocasion que referimos, renuncié 16 LEYENDA HISTORICA estudiadamente 4 tal prerrogativa, 4 fin de dar la conveniente solemnidad 4 su visita, Ovando, que se habia incorporado al oir la voz de su fimulo a- nuncifndole & Don’ Pedro, esperé buenamente 4 que éste entrara en seguida, y torné 4 absorberse con gran cachaza en sus estudios topogritficos. Cinco minutos despues volvié el ayuda de cémara diciendo: —Don Pedro Mojica espera las Grdenes de Vuestra Sefiorfa, y dice que tiene que hablarle de asuntos muy graves. —Que entre con mil diablos!—contesté el comendador.—jA qué vienen esos_cumplimientos? Don Pedro creyé apurado el ceremonial, y entré haciendo 4 Ovando una mesurada cortesfa. —jQué mala cara traeis hoy, sefior hidalgo!—exclam6 en tono chancero ‘al Gobernador.—yHabeis descubierto algun nuevo derecho desatendido de viiestra: interesante prima, y"venfs 4 reclamarme su validezt —Léjos de eso, Sefior,—contest6 Mojica;—vengo 4 daros una nueva muy desagradable. “Esa Dofia Ana que en tanta estima teneis, es indigna de vues- tra proteccion; y siguiendo las huellas de la mala hembra que la dié 4 luz, paga con traiciones Ios obsequios que le tributamos, y celebra conferencias con los indios alzados de la montaiia. YY despues de este exordio, refirié la aventura de la vispera, torciendo & su antojo la relacion de Higuemota, y afeando el cuadro con los mas siniestros toques, 4 fin de lenar de recelos y alarmas el 4nimo de Ovando. Oyé éste al denunciador con profunda atencion: su semblante contraido y cefio adusto no prometian nada bueno para la pobre acusada, y Mojica no podia. dudar del pleno éxito de su intriga, en lo que interesaba 4 sus sentimientos vengutivos. Cuando hubo terminado su relato, el Gobernador Je pregunté en tono severo: —{No teneis mas que decir? —Uoneluyo, Sefior,—dijo Mojica,—que Dofia Ana es culpable; que como tal merece las penas que Ja ley reza contra los reos de traicion, inclusa la pér- dida de bienes; mas como tiene una hija de caballero espaiiol, la cual es ino- cente de las culpas de su madre, y el deber de la sangre como pariente me impone la obligacion de velar por el bien de esta nitia, pido 4 Vuestra Sefiorfa que al proceder contra la madre, adjudique todos sus bienes 4 la hija, y me nombre su universal tutor, como es de justicia. —Seré como deseais,—respondié Ovando, poniéndose en pié;—siempre que resulte cierto y verdadero todo lo que me babeis dicho: en otro caso,—y aqui la voz del comendador se hizo tonante y tomé una inflexion amenazadora; —aprestaos 4 ser castigado como impostor, y 4 perder cuangp teneis, inclusa Ia vida. Dichas estas palabras, lamé 4 sus oficiales y les dicté varias érdenes breves ¥ precisas. Fué la primera reducir 4 prision 4 Don Pedro de Mojica, que leno de estupor se dejé conducir_al lugar de su arresto, sin poder darse cuenta de tan inesperado pereance. La segunda disposicion de Ovando fué hacer comparecer 4 su presencia 4 Dofia Ana, recomendando toda mesura y el mayor miramiento al oficial encargado de conducirla; y por dltimo, Don Diego Velazquez, capitan de la mas cumplida confianza del gobernador, reci-- Di6 drden de aprestarse y disponer lo conveniente para marchar en el mismo dia 4 las montaiias, al frente de cuarenta infantes y diez caballos. ‘Media hora no habia trascurrido cuando sé presenté en la morada del Gobernador la timida Higuemota, acompafiada del oficial que habia ido en su ENRIQUILLO. Ww demanda, y seguida de una india anciana que levaba de la mano 4 la nifia Mencta. ’ Ovando recibié 4 la madre con sefialada benevolencia, y se digné besar la tersa y contorneada frente de la pequefiuela, que respondi¢ al agasajo con plicida sonrisa, La inquietud de Higuemota cedié el puesto 4 la mas pura satisfaccion al ver un recibimiento tan distinto del que sus aprensiones la hicieran prometerse; y cuando el gobernador le dirijié la palabra, habia re- cobrado su habitual serenidad. : —Decidme, Dofia Ana de Guevara,—dijo Ovando con cierta entonacion ceremoniosa y afable al mismo tiempo;—jqué objeto habeis tenido al conferen- ciar en secreto con el rebelde Guaroa, y al entregarle vuestro sobrino, en la tarde de ayer? —Guaroa, sefior—respondié Higuemota,—se me aparecié sin que yo esperara su visita; hasta ignoraba que viviera. No le tenia per rebelde, pues solo me dijo que huia por evitar la muerte; y consent en que se levara & Guarocuya, mi querido sobrino, por temor de que éste, cuan- do fuera mas hombre, se viera reducido 4 esclavitud. —Os creo sincera, Doiia Ana,—repuso el comendador;—pero estra- fio que temierais nada contra el porvenir de vuestro sobrino, que vivia & yuestro lado, y participaba del respeto que & vos merecidamente se tributa. —HMi intencion ‘ha sido buena, seiior,—dijo con hechicera ingenui- dad la jéven:—habré podido incurrir en falta por ignorancia; pero ni re- motamente pensé causaros disgusto, pues de vos espero que, asf como me dis is vuestra proteccion y haceis que todos me traten con ho- nor, tambien Hegue el dia en que pongais el colmo 4 vuestras bonda- des, devolviendo 4 mi adorada madre la libertad, y con ella, 4 mf la tranquilidad y la alegrfa. ‘A estas filtimas razones, el comendador balbuceé algunas palabras innteli ibles; invadiéle una grande emocion, y con voz trémula dijo al fin joven: No hablemos de eso por ahora....Lo que mi deber me ordena, Dofia Ana, es evitar que volvais 4 tener ninguna relacion con los in- dios rebeldes; y como no quiero mortificaros con privaciones y vigilan- cia importuna, ‘he resuelto que paseis 4 residir en la ciudad ‘de Santo Domingo, donde vivireis mucho mas agradablemente que aqui. Podeis, pues, retiraros, y preparar tado lo que necesiteis para este viaje. Yo cuidaré de vuestra suerte y la de vuestra hija. Diciendo estas palabras se despidié con un amable saludo, y Dofa Ana salié de la casa, acompafiada como Antes, sin saber si debia felici- tame por su nuevo destino, 6 considerarlo como una agravacion de sus desdichas. La idea de que iba 4 ver 4 su madre en la capital de la colonia, al cabo se sobrepuso 4 todos los demas afectos de su alma; y hasta acusé de tardo y perezoso al tiempo, miéntras no legaba el ins- tante de decir adios 4 aquellas peregrinas riberas, testigos de sus ensue- fios de virgen, de sus breves horas de amor y dicha; de sus acerbos pe- fares como esposa, y, en filtimo lugar, confidentes de sus dolores y an- gustias, por la sangre y los sufrimientos de la raza india; por la cruel- dady los malos tratamientos de que eran vfetimas todos los seres que ha- bian cubierto de flores su cuna, y embellecido los dias de su: infancia. La pobre criatura no podia prever que al mudar de residencia, en vez de encontrar ¢l regazo inaterno para reclinar su abatida frente, iba 4 re- cibir el golpe mas aciago y rudo que al corazon de la amante hija reser- vaba su hado adverso é implacable. 2 18 LEYENDA HIST6RICA VU. ==XPLORAGION. He Don Pedro de Mojica fué puesto en libertad el mismo dia; volvié 4 en- trar aparentemente en la gracia del comendador, y recibié de éste el encargo, hecho con el dedo {ndice hicia arriba y el pufto cerrado, de administrar con pureza los bienes de Dofia Ana de Guevara. El solapado bribon se deshizo en protestas de fidelidad, y salié al trote como perro que logra escapar de la trampa donde su inadvertencia le hiciera caer. Reinaba cierta confusion en. sus ideas, y su pensamiento andaba con indtil afan, en pos de un raciocinio sosegado y légico, sin lograr encontrarle; 4 la manera de un timonel que, per- dida la bréjula, no acierta 4 dirijir su rambo en el seno de la tempestad, y pone la proa de su barco & todos los vientos. El estaba libre, es verdad; pero Doiia Ana lo estaba tambien; él conservaba la intendencia de los bienes de su. prima; pero ésta continuaba tan sefiora y respetada como 4ntes, miéntras que el terrible dilema del Gobernador offecia en iiltimo término una horea; para Dofia Ana, si Don Pedro justificaba su acusacion; para Don Pedro, si Doia ‘Ana era inocente. —He triunfadot ghe sucumbidot—se preguntaba ansiosamente el contra- hecho hic iQuedan las cosas como estaban Antest Pues ypor qué me Prendi6 el Gobemnadort por qué me puso en libertad! | yPor gud Dota Ana esté tranquilat Por qué sigo siendo su intendente? Por qué....... 1 Qué diablos! Ya que ella no me pone mala cara, preguntémosle lo que ha pasado, y ella me dard la clave de este enigma , Y¥ diciendo y haciendo, Mojica, que en medio de su soliloquio habia le- gndo jadeante 4 la presencia de Higuemota, y se habia sentadomaquinalmente miréndola de hito en hito, le dirjjié en tong manso y melifluo esta pregunta: —plimo os recbis ef Gobernador, sein primal la bondad de un padre,—respondié sencillamente Higuemota. —4Y qué le declaristeist XY Gi, qué dijo enténcest —Nada, Don Pedro se qued6 estupefacto, ENRIQUILLO. 19 Sin duda Dota Ana habia penetrado su perfidia, y se vengaba burldndose de él, Esto fué lo que le ocurrié al hidalgo; pero se equivocaba: la jéven, chndida y sencilla, creia que las preguntas de Mojica envolvian el recelo de que el Gobernador hubiera mostrado alguna severidad en la entrevista, y con- cretdndose 4 este concepto, satisfacia & su entender la curiosidad de su olicioso pariente, & quien suponia enterado de la érden de viaje, porque ignoraba ab- solutamente el pereance de su prision, y la subsiguiente reserva del Gober- nador. Estaba acostumbrada 4 Ia intervencion activa de Don Pedro, y en este caso creia que cl tenor de su conferencia con Ovando era el ‘inico incidente que habia escapado 4 esa intervencion. La perplejidad del hidalgo subié, pues, de punto con este quid pro qué. No sabia qué pensar, y ya iba 4 retirarse en el colmo de la incertidumbre, cuando Higuemota,’que tambien permanecia pensativa, volvié 4 mirarle, y Ie dijo: —Supongo que nos acompafiaréis 4 Santo Domingo. —(A Santo Domingo!—exclamé con un sacudimiento de sorpresa Mojica. —Pues que no Io sabiais? —N6, soiiora; es decir....... estaba en duda...... Algo nfe dijeron de esto... .- —murmuraba casi entre dientes Mojica, temeroso de comprometer- se mas con el Gobernador, 6 de perder su autoridad en el concepto de Dofia Ana si descubria su ignorancia en la materia de que se trataba. Reflexioné un momento, y cruz6 por su frente un rayo de infernal alegria: ya veia claro. Su intriga no habia sido estéril. Dofla Ana iba 4 Santo Do- mingo en calidad de prisionera, sin sospecharlo, y é1 se quedaria al frente de sua bienes como tutor de Mencfa;—esto no era dudoso. —Sf, sefiora;—dijo esta vez con voz segura:—iris 4 Santo Domingo; Bere zo no phedo acompatiarss, porque debo quedarme hecho cargo de vues- tra hija... = {De mi hial—jaus dectst—interrumpié vivamente Dofia Ana;—mi bia no se aparta de mf; v4 donde yo fuere, y yo no voy sin ella 4 ninguna parte. Mojica no replic6; cualquier palabra suya podia ser indiscreta, y élse con- sideraba como un hombre de pié sobre un plano inclinado, terso y Tesbaladizo, cuyo extremo inferior terminara en el borde de un abismo. Se despidié mas tranquilo, y & poco rato fueron 4 buscarle de parte del aa Acudié al amamiento, y Ovando le dijo en tono imperativo y TO —Disponed todo lo necesario para que Dofia Ana se embarque mafiana en la noche. —{V4 en calidad de prisioncra, sefiort —Vé libre!—te dijo el Gobernador con voz de traeno:—cuidad de que nada le falte & ella ni 4 su hija; que la acompafien los criados que ella escoja, sin limitarle nfimero; que se la trate con tanto respeto y tanta distincion, como si fuera una hija mia; gestaist Don Pedro bajé la cabesa, y so fué & cumplir las érdenes del Gobernador. Entretanto, Diego Velazquez, al frente de su corta hueste, emprendia marcha aquella misma tarde, y pernoctando al pié de los ciclépeos estribos de a Sila, (1) entrabaal amanecer del dia siguiente en los estrechos y abruptos desfiladeros de las montafias. Guaroa y sus indios iban 4 ser tratados como rebeldes, y reducidos por la fuerza al yugo de la civilizacion. (1) Montafia elevada de Haitf, cerca de Léogane. La Serve. 20 LEYENDA HISTORICA Ix. . LA PERSECUCION. ee El espionaje de los indios no era un accidente anormal, que se e- fectuara por virtud de consignas especiales, y sujeto 4 plan ti organi- zacion determinada. Era un hecho natural, instintivo, expontaneo, y no ha faltado quien suponga que estaba en Ia {ndole y el cardeter de aque- lla raza. Pero esto no era sino una de tantas calumnias como se han escrito y se escriben para cohonestar las injusticias; porque es muy an- tigua entre los tiranos la prictica de considerar los efectos de su ini- quidad como razonables motivos para seguir ejerciéndola. El indio de Haitf, confiado y sencillo al recibir la primera visita de los europeos, se hizo naturalmente arisco, receloso y disimulado en fuerza de la ter- rible opresion que pessta sobre él; y ‘esta opresion fué haciéndose ca- da dia mas feroz, 4 medida que los opresores iban observando los de- mes morales que eran la necesaria consecuencia de sus procedimien- tos tirdnicos. El indio & quien extenuaba el fmprobo trabajo de lavar oro en los tios, guardaba cuidadosamente el secreto de los demas yacimientos aurf- feros que le eran conocidos, y aplicaba todo su ingenio 4 hacer que permanecieran ignorados de sus codiciosos verdugos: si tenia hambre, estaba obligado 4 refinar sus ardides para hurtar un bocado, & fin de que el l4tigo no desgarrara sus espaldas, en castigo de su atrevimiento Y golosina; y asf aquella raza infeliz, de cuyo excelente natural habia Colon que "no habia gente mejor en el mundo,” degeneraba ré- pidamente, y se hacia en ella ley comun la hipocresfa, la mentira, el Tobo y la perfidia, Quando los cuerpos se rendian 4 la fatiga y los ma- los tratamientos, ya las almas habian caido en la més repugnante ab- yeecion. Tanto puede la inexorable ferocidad de la codicia. Los recientes sucesos de Jaragua, al refugiarse Guaroa en las mon- tafias, habian lo, como era consiguiente, la. predisposicion recelosa de los indios. Ningun’ movimiento de los espaiioles, ninguna circunstan- cia por leve é insignificante que fuera, pasaba inapercibida para su atenta Y minuciosa observacion. Desde las riberas del litoral marftimo donde ENRIQUILLO. a1 tenian su_asiento los establecimientos y nuevas poblaciones fundadas por los conquistadores, hasta el rifion mas oculto de las montafias donde se albergaba el cacique fugitive, los avisos funcionaban sin interrupcion, co- mo las mallas de wna inmensa red; partiendo del naboria que con aire estiipido barria la casa del gefe espafiol, y corriendo de boca en boca por un cordon perfectamente continuado de escuchas y mensageros; del aguador al lefiador, del lefiador al indio viejo y estropeado, que cultiva- ba al pié de la montafia un reducido conuco; y del indio viejo & todos os Ambitos del territorio. . Esto hacia que la faena impuesta por Ovando 4 Diego Velazquez ofreciera en realidad més dificultades de las que & primera vista po- dian esperarse. El capitan espaiiol Mevaba por instrucciones capturar 6 matar 4 Guaroa & todo trance, debiendo recorrer las montaiias con el os- tensible propésito de reorganizar el servicio de los tributos, interrumpido y trastornado por la muerte trégica de los caciques. Mientras que ja hueste espaiiula hacia el primer alto 4 la entrada de los desfiladeros de la Silla, la noticia de su expedicion cundia con rapidez eléctrica por todas partes, y Hegaba & los oidos del prudente y precavido Guaroa, en la mafiana del dia siguiente. El gefe indio, que habia fijado su residen- cia en la ribera del lago m4s distante del camino real, se apresté inme- diatamente 4 recibir y aposentar los fugitivos que desde el mismo di segun las érdenes é instrucciones que de antemano habia comunicado su gente, no podian ménos de comenzar 4 afluir en derredor suyo. Como se vé, el plan de campaiia de los indios tenia por base principal la fuga; y no podia ser de otro modo, tratdndose de una poblacion. iner- me y aterrada por recientes ejemplares. Despues de diez afios de expe- Tiencia, los indios de la Espaiiola, 4 pesay de su ingénito valor, no po- dian proceder absolutamente como salvajes sin nocion alguna suficiente para comparar sus débiles fuerzas con las de sus formidables enemigos. El periodo de combatir dando alaridos y ofreciéndose en muchedumbre compacta al hierro, al fuego de la arcabuceria y 4 las eargas de caba- llerfa de los espaiioles, habia pasado con los primeros aiios de la con- quista, y su recuerdo Iuctuoso servia esta vez para hacer comprender & Guaroa que debia evitar en todo lo posible los encuentros, y fiar mas bien su seguridad al paciente y penoso trabajo de huir con rapidez de um punto & otro, convirtiendo sus sébditos en tribu némade y trashu- mante, y esper4ndolo todo del tiempo y del cansancio de sus persegui- lores. No quiere esto decir que estuyiera enteramente excluido el comba- tede los planes de Guaroa; n6. El estaba resuelto 4 combatir hasta el tltimo aliento, y de su resolucion participaban todos 6 los mas de sus in- ios; pero solamente se debia Iegar 4 las manos cuando no hubiera otro re- curso; 6 cuando el descuido 6 la fatiga de los espafioles ofreciera todas las ventajas apetecibles para las sorpresas y los asaltos. Fuera de es tos casos, la estratégia india, como la de todos los grandes capitanes que han tenido que habérselas con fuerzas superiores, debia consistir en man- tenerse fuera del alcance de los enemigos, mientras legara el momento mas favorable para medirse con ellos. Los extremos siempre se confun- den, y la Gltima palabra de la ciencia militar legaré 4 ser probable- mente idéntica al impulso m4s rudimentario del instinto natural de la pro- pia conservacion. Segun lo habia supuesto et caudillo indio, al caer la tarde del mis-

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